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¿Cuál es la tradición marxista?

John Molyneux
Desde la muerte de Marx hemos visto surgir innumerables
“marxismos” divergentes y contradictorios entre sí. La imagen de la
URSS y del estalinismo ha llevado a que mucha gente vea el
marxismo como lo opuesto a un proceso de liberación. Es por esto
que la pregunta de “Cuál es la auténtica tradición marxista” continúa
teniendo relevancia hoy. Si bien la URSS cayó hace dos décadas,
continúa influyendo en los debates. La identificación del socialismo
básicamente con planificación y propuedad estatal forma parte del
imaginario de gran parte de la izquierda.

Este folleto analiza las ideas de Marx distanciándose del rumbo


seguido tanto por los partidos socialdemócratas como por el
estalinismo. El marxismo es una teoría viva que se nutre de las
experiencias y que tiene como objetivo la revolución de lo trabajadores
y trabajadoras. Este folleto recupera el socialismo entendido como la
autoemancipación de la clase trabajadora que, al liberarse a sí misma,
se transforma y se hace capaz de transformar la sociedad.
Introducción
Primera parte:
 ¿Qué es el marxismo?
 La base de clase del marxismo
 El status científico del marxismo
 De la práctica a la teoría: La unidad del marxismo
Segunda parte:
 Las transformaciones del marxismo
 El kautskismo
 El estalinismo
 El nacionalismo tercermundista
 La auténtica tradición marxista
 Posdata a la primera edición en castellano
Notas
Título del original inglés: What is the real Marxist tradition? Este ensayo
se publicó por primera vez en la revista International Socialism 2:20,
julio de 1983. Se publicó como libro en 1985. Publicado por Socialismo
Internacional (después En lucha): julio 1994.
Introducción
¿Cuál es la auténtica tradición marxista? Esta pregunta adquirió una
nueva importancia a la luz de los dramáticos acontecimientos de 1989
y 1990, con el colapso de la URSS, la RDA y otras repúblicas del este.
Una serie de problemas se planteaban de forma ineludible para la
izquierda en el mundo occidental.

En Europa del Este, unas estructuras monolíticas unipartidarias


aparentemente invencibles se habían desmoronado ante masivas
revueltas populares. Solidarnosc participaba en el gobierno de
Polonia. Las masas habían destruido el Muro de Berlín y exigían la
reunificación alemana. En Rumanía, Ceausescu era derribado y
ajusticiado por la revolución. En la URSS la crisis empeoraba día a
día, a pesar del glasnost y la perestroika. El régimen cubano,
supuestamente el más radical y progresista, apoyaba a las fuerzas
más reaccionarias del bloque ‘comunista’.

Los problemas planteados, y las redefiniciones necesarias, no se


limitaban al bloque soviético. La cuna del maoísmo, supuestamente un
comunismo más radical que el ruso y fuente de tantas ilusiones para la
intelectualidad occidental, había demostrado ser una vil tiranía que
masacraba a manifestantes desarmados. En Nicaragua, los
sandinistas eran derrotados electoralmente por una coalición de la
derecha en la que también participaban, para más datos, el partido
comunista y el partido socialista nicaragüenses.

Sostener que estos países eran socialistas, o Estados obreros, o


sociedades más progresistas que las del capitalismo occidental era en
aquellos momentos problemático; hoy en día es absurdo.

A ambos lados de la ‘cortina de hierro’, los partidos comunistas se


despojaban de su nombre. Identificarse como comunista podía resultar
indeseable tanto en Italia como en Bulgaria. La derecha (y, por
supuesto, la prensa ‘imparcial’) en el ‘mundo libre’ no se cansaba de
repetir que el marxismo estaba muerto; que ya no podía caber la
menor duda de que el capitalismo era infinitamente superior al
comunismo y la forma más perfecta de organizar la sociedad.

Casi toda la izquierda se encontraba desarmada ante esta nueva


situación. Para algunos, las revueltas en Europa del Este
representaban la anhelada ‘revolución política’ pronosticada por
Trotsky, el único paso necesario para restituir lo que el estalinismo
degeneró o deformó. Pero estas revoluciones políticas no estaban
desembocando en una democracia basada en soviets, con la clase
obrera controlando los medios de producción y las estructuras de
poder, sino que se estaban desarrollando en dirección a una
economía de mercado, con privatización de empresas estatales. Las
economías de Europa del Este se fueron pareciendo cada vez más al
capitalismo occidental, en el cual parte (en algunos casos gran parte)
del capital era estatal. El ejemplo más claro era el de Alemania
oriental, que se fusionó con Alemania occidental.

Otros socialistas, en vez de celebrar la caída de tantas dictaduras


gracias a la acción de las masas, consideraron que las revueltas en
Europa del Este eran reaccionarias. Para ellos, la economía de
mercado era menos progresista que la ‘economía planificada’ de los
‘Estados obreros’. Algunos iban más lejos, condenando la lucha de las
masas por libertades democráticas como un retroceso, porque habían
sido siempre aspiraciones burguesas –parte de la ‘restauración
capitalista’.

Y una tercera variante de socialistas, la más numerosa, ha llegado a la


conclusión de que, después de todo, ellos mismos estaban
equivocados; los ‘países socialistas’ no son sociedades mejores, sino
que son peores que el capitalismo, al cual debemos aferrarnos porque
es el ‘mal menor’.

Quince años antes de la caída del Muro de Berlín, Felipe González del
PSOE proclamaba su fe en el marxismo y en la lucha de clases, y
reformistas no marxistas como Mitterrand del Partido Socialista
francés hablaban de una ruptura revolucionaria con el capitalismo.
Pero, en realidad, los partidos de la socialdemocracia tratan
continuamente de ampliar su base electoral, apelando a todas las
clases e incluyendo a sectores de la burguesía. En los años 80 y 90
fueron abrazando el neoliberalismo. Esta tendencia se ha pronunciado
tras el estallido de la crisis económica en 2008. La gestión que han
hecho la mayoría de gobiernos socialdemócratas ha sido claramente
pragmática, de plegarse ante las exigencias de los mercados
financieros con recortes sociales y privatizaciones. Si en algún
momento plantearon una mejora del sistema capitalista a través de las
reformas, hoy sirven para aplicar con dureza las recetas que dan
marcha atrás a las conquistas sociales. El socialismo prometido por
los partidos reformistas durante gran parte de su existencia siempre
fue bien distinto al socialismo de Marx, condicionado a la destrucción
del Estado capitalista por parte de la clase trabajadora, que crea su
propio Estado y controla los medios de producción. Los partidos
socialdemócratas han abandonado incluso su propia visión del
socialismo. El cambio, acelerado durante las dos últimas décadas, ha
ocurrido no sólo a nivel de propuestas políticas, sino también en
muchos casos a nivel simbólico. Por ejemplo, el emblema del Partido
Laborista británico era una antorcha, una pala y una pluma, alusión a
“los trabajadores manuales y cerebrales” para quienes el partido
habría de conseguir, según su Constitución de 1918, “la totalidad de
los frutos de su trabajo (…) a través de la propiedad en común de los
medios de producción”. Hace unos años este emblema fue
reemplazado por una rosa, la flor nacional inglesa.

¿Cómo explicar el aparente fracaso del marxismo, del socialismo, del


comunismo? Si socialismo es lo mismo que propiedad nacionalizada,
y si el estalinismo (y postestalinismo) es la continuación del leninismo
y por lo tanto del marxismo, no es sorprendente que gran parte de la
izquierda se sienta desorientada o reniegue del marxismo.
Afortunadamente, muchos socialistas han decidido ‘volver a las
raíces’: replantearse si los ‘países socialistas’ eran y son socialistas en
la acepción de Marx; qué es lo que define al marxismo; cuál es su
relación con el leninismo; y qué nos permite afirmar que no es
necesariamente marxista todo individuo, partido o gobierno que se
reivindique como tal.

¿Cuál es la tradición marxista?, escrito en 1983, desenmaraña todos


estos nudos. John Molyneux demuestra que el marxismo no se reduce
a una cuestión de método, sino que es la historia desde la perspectiva
de la clase trabajadora; la teoría de la revolución proletaria. Y que la
esencia del marxismo no es la propiedad estatal, sino la
autoemancipación de la clase trabajadora, que al liberarse a sí misma
se transforma a sí misma y se torna capaz de transformar la sociedad
y el modo de producción y apropiación. Como dice Molyneux, “Para
los marxistas la emancipación de la clase obrera es la meta, y la
propiedad estatal es el medio”. Para muchos socialistas es todo lo
contrario: la propiedad estatal es la meta, y la clase obrera el medio, o
mejor dicho uno de los medios. La clase obrera deja de ser esencial:
en varios países el medio fue el Ejército Rojo de Stalin; en otros, el
campesinado o la guerrilla. Incluso en los debates actuales en
América Latina sobre el “socialismo en el siglo XXI” plana la idea de la
propiedad y planificación estatal como el camino para avanzar hacia el
socialismo.

Los diversos regímenes donde no existía o existe la propiedad


privada, pero donde la clase obrera no controla ni los medios de
producción ni el Estado, no son Estados obreros, ni socialistas, ni
marxistas. Son capitalismos de Estado, donde la burocracia juega un
papel similar al de la burguesía en el capitalismo tradicional: explotar a
la clase obrera para acumular, para competir. El capitalismo es un
sistema mundial que obliga a la competencia, tanto comercial como
militar. Ésta última es la que predominó entre la URSS y EEUU.

El capitalismo contiene todavía todas las contradicciones e injusticias


descritas por Marx. Ni los economistas más brillantes ni las
computadoras más sofisticadas han logrado evitar la crisis económica,
que arrasa en cada llegada, cada vez con mayor dureza, las
conquistas sociales conseguidas con anterioridad. Aunque la riqueza
creada es cada vez mayor, también lo es el contraste entre los ricos y
los pobres, incluso en los países más desarrollados. En Gran Bretaña,
por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil es cinco veces mayor para
los hijos de trabajadores no cualificados que para los hijos de
burgueses y profesionales; y cada invierno miles de jubilados se
mueren de hipotermia (o sea, de frío). La situación no es mejor en
aquellos países que hoy se denominan comunistas. La glasnost, la
revolución rumana, etc., permitieron en su momento confirmar que las
mismas desigualdades existían en la URSS y sus satélites.

El mundo entero, regido por la necesidad de acumular para competir,


y por lo tanto por la búsqueda de lucro a toda costa, se ve torturado no
sólo por el hambre, la crisis económica y la amenaza de guerras y
accidentes nucleares, sino también por daños irreparables al medio
ambiente: el planeta puede tornarse inhabitable si no nos libramos del
capitalismo. El socialismo revolucionario es más necesario que nunca.
Realmente tenemos que elegir entre socialismo o barbarie.

El capitalismo se encuentra hoy día en cuestionamiento por parte de


millones de personas en todo el mundo. El estalinismo logró durante
décadas desvirtuar al marxismo, y ya fue derribado política e
ideológicamente, haciendo posible un renacimiento del pensamiento
revolucionario marxista. Queremos ofrecer esta traducción como
aporte a este proceso.

En lucha, enero de 2011


Primera parte
¿Qué es el marxismo?
Así como en la vida privada se distingue entre lo que un
hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y
hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más
entre las frases y las figuraciones de los partidos y su
organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se
imaginan ser y lo que en realidad son.
Carlos Marx: El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. 1a
“Lo único que sé,” dijo Marx, “es que no soy marxista”. Esta broma
dialéctica de 1870 se ha transformado en un importante problema
político. Desde la muerte de Marx hemos visto surgir innumerables
“marxismos” divergentes y contradictorios entre sí. A un siglo de su
muerte, es oportuno tratar de desenmarañar este nudo, y de
establecer criterios para juzgar las pretensiones al título de marxista y
así responder a la pregunta, “¿Cuál es la auténtica tradición
marxista?” Pero antes aclaremos las dimensiones del problema.

No se trata simplemente de que personas autotituladas marxistas


tengan diversos puntos de vista sobre ciertas cuestiones (por ejemplo
la “baja tendencial de la tasa de ganancia”, o la naturaleza de clase de
la URSS): estas divergencias son normales en un movimiento vivo y
democrático. El verdadero problema es que frecuentemente vemos a
“marxistas” encarcelando, matando, y librando guerras contra otros
“marxistas”; más aún, en todos los grandes conflictos sociales de
nuestra era, encontramos “marxistas” a ambos lados de las barricadas
revolucionarias. Pensemos por ejemplo en Plejánov y Lenin en 1917,
en Kautsky y Luxemburgo en 1919, en el Partido comunista y el
POUM en Barcelona en 1936, en Hungría en 1956, y Polonia en 1981.
Es esto lo que nos obliga a plantear la pregunta de qué es lo que
define al marxismo.

Habrá sin duda algunos que rechacen la validez de la pregunta,


contentándose con aceptar como marxista a todo aquél que elija
llamarse así. Por un lado esta respuesta le conviene a la burguesía y a
sus ideólogos más crasos, ya que les permite condenar a todo el
marxismo y a todos los marxistas por asociación con Stalin y Pol Pot,
el carnicero de Camboya. Por otra parte, también le conviene a los
marxólogos académicos, ya que les permite producir numerosas y
lucrativas “guías a los marxistas” ofreciendo resúmenes de todas las
escuelas de pensamiento desde los austro-marxistas hasta los
althusserianos.

Tal actitud es esencialmente contemplativa. La acción, especialmente


la acción política, requiere decisión en la teoría, y no sólo en la
práctica. Los marxistas que aspiran a cambiar el mundo, y no sólo a
ganarse la vida interpretándolo, se ven obligados a afrontar el
problema, y a trazar una línea divisoria entre lo genuino y lo falso.

Una manera de trazar tal línea divisoria podría ser identificar al


marxismo con las obras de Marx y medir a sus sucesores simplemente
por su fidelidad a las palabras del maestro. Esta actitud es escolástica,
casi religiosa. No toma en cuenta que el marxismo es, como dijo
Engels, “no un dogma sino una guía para la acción”, y que por ende
debe ser una teoría viva, capaz de continuo crecimiento y desarrollo,
que tiene que analizar y responder a una realidad cambiante una
realidad que de hecho ha cambiado enormemente desde la época de
Marx. Si bien por razones históricas damos a la teoría el nombre de su
fundador, no podemos limitarla a lo que Marx mismo escribió. Como
bien dijera Trotsky, “El marxismo es sobre todo un método de análisis
no del análisis de textos sino del de las relaciones sociales”.1b

Esta cita de Trotsky se acerca a otra solución al problema aquélla


propuesta por el marxista húngaro Lukács. En su obra Historia y
conciencia de clase Lukács pregunta “¿Qué es el marxismo ortodoxo?” y
responde así:
El marxismo ortodoxo… no implica aceptar acríticamente
los resultados de las investigaciones de Marx. No es la
“creencia” en esta o aquella tesis, ni la exégesis de un texto
“sagrado”. Por el contrario, la ortodoxia se refiere
únicamente al método.2
Esta propuesta es mucho más seria ya que toma en cuenta la
necesidad de desarrollar la teoría, y contiene una importante verdad,
ya que el método dialéctico es indudablemente fundamental para el
marxismo. Sin embargo, no es una respuesta adecuada a nuestro
planteamiento. No es posible establecer una línea tan rígida entre el
método de Marx y sus otros análisis, ni tampoco reducir los contenidos
esenciales del marxismo a una mera cuestión de método.3 Esto se
comprueba en el ejemplo que Lukács mismo da para ilustrar su
posición:
Supongamos que investigaciones recientes comprueben más
allá de toda duda que todos los postulados de Marx son
falsos. Aun si esto se comprobase, todo marxista “ortodoxo”
serio podría aceptar tales pruebas sin reserva alguna y por lo
tanto descartar la totalidad de las tesis marxistas sin tener
que renunciar a su ortodoxia en absoluto.4
Pensamos todo lo contrario. Si, por ejemplo, el capitalismo se
transformase en una nueva forma de sociedad burocrática mundial sin
contradicciones ni competencia interna, que excluyese las
posibilidades tanto de socialismo como de barbarie, entonces el
análisis de Marx de la dinámica del desarrollo capitalista se vería
claramente refutado, y quedaría demostrado que los que sostenían
esta perspectiva Max Weber, Bruno Rizzi, y James Burnham habían
tenido razón. Como dijo Trotsky al considerar esta hipotética
perspectiva, “sólo restaría reconocer que el programa socialista,
basado en las contradicciones internas del sistema capitalista, terminó
siendo una Utopía”5.

De lo anterior podría concluirse que el marxismo debe definirse como


un método junto con ciertos análisis y propuestas esenciales. Sin
embargo, esto no resolvería el interrogante. Después de todo, ¿qué
criterio usaríamos para decidir qué análisis y propuestas teóricas son
fundamentales, y cuáles no lo son? Además, tal planteamiento
contiene el peligro del sectarismo teórico, de definir al marxismo como
“la línea correcta sobre todas la cuestiones”, y llegar así a decir, por
ejemplo, que Luxemburgo no era marxista cuando no aceptaba las
posiciones leninistas sobre el partido, o que Lenin no era marxista
cuando sostenía que la revolución rusa sería burguesa, etc. ¿Cómo
resolverlo entonces? No comenzaremos por extraer ciertas tesis de la
obra de Marx, sino que usaremos la teoría de Marx para examinar al
marxismo como totalidad.

La base de clase del marxismo


Para Marx, “No es la conciencia del hombre la que determina su ser,
sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.6
Por lo tanto, para comprender y definir cualquier teoría, filosofía o
ideología, debemos en primer lugar descubrir el “ser social” en el que
se basa.

Así, para Marx la religión es “la conciencia de sí mismo y el


conocimiento de sí mismo del hombre que no se ha realizado todavía,
o que ya se ha vuelto a perder”.7 “Este Estado, esta sociedad,
producen la actitud invertida de la religión hacia el mundo, porque
ellos mismos son un mundo invertido.”8 Marx muestra cómo la familia
terrenal es el secreto de la Sagrada Familia.9 De igual modo, para
Engels el cristianismo de las primeras épocas es “la religión de los
esclavos, y de los esclavos emancipados… de los pueblos sojuzgados
o dispersados por Roma”.10

En el Manifiesto comunista Marx define a las diversas escuelas


contemporáneas de “socialismo” refiriéndose directamente a los
intereses de clase que representan. Describe así un socialismo feudal,
un socialismo pequeñoburgués, un socialismo burgués, etc. Mucho
más tarde, Trotsky demostró que la clave de la ideología fascista, y no
sólo del movimiento fascista, yacía en la posición de clase de la
pequeña burguesía, aplastada entre el capital y el proletariado.
Podríamos dar infinitos ejemplos más; lo fundamental es que debemos
aplicar el mismo método de análisis al marxismo y éste fue el método
seguido por Marx y Engels.
Engels comienza el Anti-Dühring afirmando que “El socialismo
moderno es fundamentalmente el producto del reconocimiento, por un
lado, de los antagonismos de clase que imperan en la sociedad
moderna entre propietarios y no propietarios, entre capitalistas y
trabajadores asalariados, y por otra parte de la anarquía que reina en
la producción”.11 Podemos completar la formulación de Engels
agregando que el marxismo es el reconocimiento de estas
contradicciones desde la perspectiva del proletariado, la clase obrera
industrial. En las palabras de Marx en La pobreza de la filosofía, “Así
como los economistas son los representantes científicos de la clase
burguesa, los comunistas y socialistas son los teóricos de la clase
proletaria”.12 Y en el Manifiesto comunista, “Las tesis teóricas de los
comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son
sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha
de clases existente, de un movimiento histórico que se está
desarrollando ante nuestros ojos.”13
También está en el Manifiesto comunista el siguiente pasaje
fundamental:
Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos
proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas
nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los
intereses comunes a todo el proletariado,
independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en
que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la
lucha entre el proletariado y la burguesía, representan
siempre los intereses del movimiento en su conjunto.14
Esto amplía y aclara la definición del marxismo como la teoría de la
clase trabajadora, estableciendo que lo que está en juego es la
articulación de los intereses no de este o aquel sector de la clase, sino
de la clase obrera en su totalidad, sin reparar en nacionalidad y hoy en
día podríamos agregar raza o sexo. Sirve así como punto de partida
para identificar y criticar al oportunismo, en cuyas raíces se sitúa el
sacrificio de los intereses globales de la clase a los intereses
temporáneos de determinados grupos nacionales, o locales, o de
ciertos gremios, por ejemplo.

La definición que proponemos no es sólo social sino también histórica.


Tal definición también explica por qué el marxismo surgió en su época
y no en otra. La explotación y la opresión existieron durante milenios y
el capitalismo en sus formas primitivas durante siglos, pero el
marxismo sólo pudo surgir cuando el capitalismo ya había
desarrollado suficientemente las fuerzas productivas, incluyendo el
proletariado, para que éste pudiese ser percibido como el agente con
la capacidad de derrocar al capitalismo. Recordemos que Marx llegó al
marxismo solamente gracias a sus contactos con círculos de obreros
revolucionarios en París a fines de 1843. Fue entonces que Marx
descubrió “la formación de una clase con cadenas revolucionarias”, y
que declaró por vez primera su lealtad al proletariado. Cuando el
proletariado “proclama la disolución del orden mundial existente hasta
ahora,” escribió Marx entonces, “no hace más que declarar el secreto
de su propia existencia, ya que el proletariado es de hecho la
disolución de este orden”.15

Este enfoque sobre los orígenes del marxismo es muy distinto del que
nos ofrece Kautsky (y también Lenin en el ¿Qué hacer? donde postula
que el socialismo deberá ser introducido en la clase obrera “desde
afuera”). Para Kautsky, “el socialismo y la lucha de clases surgen
paralelamente, y no se derive el uno de la otra… el portador de la
ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa”.16
Según Lenin, “la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en
Rusia independientemente en absoluto del ascenso espontáneo del
movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del
desarrollo de pensamiento entre los intelectuales revolucionarios
socialistas”.17 He tratado en otros escritos18 de refutar esta idea, de
mostrar cuán nociva ha sido, y de demostrar que caracterizó al
pensamiento de Lenin hasta 1905 únicamente; su perspectiva cambió
gracias a su experiencia con la clase obrera revolucionaria en 1905.
Baste con decir aquí que esta teoría de Kautsky y Lenin es un ejemplo
del materialismo contemplativo criticado por Marx en sus Tesis sobre
Feuerbach, y que en el Manifiesto comunista Marx nos ofrece su propia
explicación del papel de los intelectuales socialistas. Un sector de la
clase dominante, “particularmente ese sector de los ideólogos
burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del
conjunto del movimiento histórico” se separa del resto y “se pasa al
proletariado”.19 Desde ya que uno no puede “pasarse a” una clase
que todavía no existe y que todavía no ha hecho sentir su presencia
en el campo de batalla. Tal era el caso, por ejemplo, de la clase obrera
rusa antes de 1905.
Por último, al estudiar la base de clase del marxismo, debemos
subrayar que el marxismo no es solamente la teoría de la resistencia
del proletariado al capitalismo, y de su lucha contra éste. Es también,
primordialmente, la teoría de la victoria del proletariado. Como explicó
Marx, al negar haber descubierto las clases o la lucha de clases,

Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían


expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y
algunos economistas burgueses la anatomía de éstas. Lo que
yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la
existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases
históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de
clases conduce, necesariamente, a la dictadura del
proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí
más que el transito hacia la abolición de todas las clases y
hacia una sociedad sin clases.20
Lenin lo dice con mayor fuerza aún, cuando en El Estado y la
revolución insiste que “Marxista sólo es el que hace extensivo el
reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura
del proletariado… En esta piedra de toque es en la que hay que
contrastar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo.”21
Esta declaración de Lenin estaba dirigida en primer lugar contra
Kautsky, quien durante décadas se había presentado ante el mundo
como la última palabra en ortodoxia marxista, pero que, cuando
ocurrió una verdadera revolución obrera en Rusia, no la apoyó. Sin
embargo, esta descripción de Lenin sigue vigente hoy en día, cuando
no faltan intelectuales “interesados en” o “adherentes al” marxismo
como método de interpretar a la sociedad, pero que no demuestran
ningún interés en la teoría, y menos aún en la práctica, de la lucha por
el poder obrero.
Hasta aquí, el análisis del marxismo como la teoría del proletariado
consta de tres elementos: el marxismo como la teoría de los intereses
compartidos de la clase obrera internacional; el marxismo como
producto del nacimiento del proletariado moderno y del desarrollo de
su lucha contra el capitalismo; y el marxismo como la teoría de la
victoria del proletariado. En resumen, el marxismo es la teoría de la
revolución proletaria internacional.

El status científico del marxismo


Para muchos, definir al marxismo como la teoría de una determinada
clase social implica que no pueda ser considerado como ciencia. Este
argumento corre en ambas direcciones. Por un lado están aquéllos
que reconocen que el marxismo está basado en un determinado grupo
social y por ende niegan su status como ciencia. El principal
representante de esta posición es el sociólogo Karl Mannheim.22
Otros en cambio proclaman que el marxismo es una ciencia y por
ende niegan que derive de una perspectiva específicamente proletaria.
El más importante defensor contemporáneo de esta teoría es
Althusser, para quien tal definición del marxismo lo reduce “al nivel de
ideología”. Estos argumentos son producto de una doble confusión: en
primer lugar en cuanto a lo que es la ciencia natural, y en segundo
lugar en cuanto a la relación entre ciencia natural y ciencia social.

Las ciencias naturales supuestamente proveen conocimientos


exactos, “objetivos”, y no determinados socialmente. Por ende, se
toma a las ciencias naturales como modelo para la ciencia social
“objetiva”. Pero esta percepción de lo que es la ciencia natural es un
producto social. En última instancia deriva de la alianza entre la
ciencia y la burguesía que fue necesaria para la batalla contra el
feudalismo y para el desarrollo de la industria moderna. Así como la
burguesía pinta las leyes del capitalismo como naturales y eternas,
también pinta los logros de la ciencia como verdades absolutas. La
historia de la ciencia, sin embargo, nos muestra que ésta consiste en
una serie de verdades relativas provisorias que se van produciendo,
estimuladas por el desarrollo de necesidades humanas prácticas, y
que a su vez demuestran su verdad en la práctica, al posibilitar la
ejecución de tareas determinadas.23 Por lo tanto la ciencia natural no
es absoluta, sino que es un producto de su época, y está en continua
evolución.

Toda ciencia social, el marxismo inclusive, está sujeta a estas mismas


limitaciones, pero además hay una diferencia fundamental entre la
ciencia natural y la ciencia social. La primera posee una objetividad24
que la ciencia social no puede lograr, por dos razones principales.

En primer lugar, el conocimiento es siempre una relación entre el


conocedor y lo conocido, o sea entre sujeto y objeto. En la ciencia
natural el objeto del conocimiento, la naturaleza, existe afuera de los
seres humanos. Pero la sociedad es los seres humanos, el conjunto
de relaciones humanas.25 La naturaleza y sus leyes no son
creaciones de la humanidad, pero la sociedad y sus leyes sí lo son. El
mundo de la naturaleza puede ser alterado por hombres y mujeres
pero sólo a base de leyes naturales inalterables. Las leyes sociales,
sin embargo, no son inalterables.

La consecuencia de estas diferencias es que todos los seres humanos


tienen aproximadamente el mismo tipo de relación con las leyes
naturales, pero muy diversos tipos de relación con las leyes sociales.
Así, un obrero y un capitalista que caigan de la Torre de Pisa llegarán
al suelo a la misma velocidad, y con iguales consecuencias. Pero la
ley del valor no tiene las mismas consecuencias para ambos produce
miseria para uno, y riqueza para el otro. Es por ello que la idea de una
ciencia natural “proletaria” distinta de la ciencia natural “burguesa” es
una estúpido absurdo estalinista.26 Pero “esperar una ciencia [social]
imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma
pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en
cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros, en
detrimento de las ganancias del capital”.27

En segundo lugar, el conocimiento sirve para ayudar a transformar la


realidad. Esto es cierto tanto para las ciencias sociales como para las
naturales. La burguesía está interesada en transformar es más, se ve
continuamente obligada a transformar el mundo natural para acumular
capital. Por eso necesita de la ciencia natural. Pero el interés
predominante de la burguesía en relación a la sociedad no es
transformarla sino preservar el status quo. Por lo tanto la necesidad
esencial de la burguesía no es conocimiento social sino apología
social, o sea ideología.28

Así es que gran parte de lo que se considera ciencia social burguesa


no es científica en absoluto. No resulta ni práctica ni operativa para los
mismos burgueses; no es más que justificación y mistificación. Dos
buenos ejemplos son: en economía, la teoría de la utilidad marginal, y
en política la teoría pluralista del poder. Por supuesto que la burguesía
necesita producir ciertos cambios sociales dentro de límites definidos
los límites del modo de producción capitalista. Es por ello que la
ciencia social burguesa rinde una cantidad limitada de verdadero
conocimiento conocimiento que puede también ser usado en la lucha
contra el capitalismo. Pero este conocimiento está siempre
encuadrado, restringido y distorsionado por una estructura teórica que
es un obstáculo para una verdadera comprensión de la sociedad como
totalidad. La única clase interesada en, y capaz de, lograr una
comprensión totalizadora de la sociedad, es la clase que está
interesada en, y es capaz de, transformarla en su totalidad, o sea el
proletariado. Como dijo Marx, “La existencia de ideas revolucionarias
en una época determinada, presupone la existencia de una clase
revolucionaria”.29

Así, la base de clase del marxismo, lejos de dificultar su status como


ciencia, es precisamente lo que permite que sea verdaderamente
científico.

Otros argumentan que definirlo como la ciencia del proletariado


disminuye y limita la aplicabilidad del marxismo. Esto es lo que postula
Lukács en sus últimos años. En su estudio sobre Lenin escrito en
1924, Lukács comienza afirmando que “El materialismo histórico es la
teoría de la revolución proletaria”30 pero en su Posdata de 1967
declara que tal afirmación no era más que un producto de “los
prejuicios de la época”, y protesta contra su propia tentativa “de
reducir a una sola dimensión, y de disminuir la verdadera riqueza
metodológica la universalidad social del materialismo histórico, a
través de tal definición”.31

Esta objeción es falsa, ya que definir al marxismo como teoría de


clase no tiene por qué limitarlo al análisis de la lucha proletaria, ni de
la sociedad capitalista (aunque por supuesto ésta es su tarea
principal). Es perfectamente posible analizar toda la historia de la
humanidad, desde sus comienzos hasta el presente, desde el punto
de vista del proletariado. Véase, por ejemplo, el artículo de Engels El
papel del trabajo en la transición del mono en hombre. La idea central
de este artículo es que el trabajo “es la condición básica y fundamental
de toda la vida humana y… que, hasta cierto punto… el trabajo ha
creado al propio hombre”.32 Sólo se puede llegar a esta conclusión a
base de una comprensión del trabajo de la clase obrera moderna33, y
de hecho así fue como se llegó a ella, ya que está presente en forma
embrionaria en los Manuscritos de 1844 y en La ideología alemana34,
antes de que Marx y Engels hubiesen leído investigaciones
antropológicas, y antes de Darwin.
Es más, en ese mismo artículo Engels subraya la conclusión política
que surge de su hipótesis la necesidad de “una revolución que
transforme por completo el modo de producción existente hasta hoy
día”.35 La “universalidad social” a la que se refiere Lukács pertenece
al marxismo precisamente porque está basado en los intereses del
proletariado, la clase universal universal porque es la portadora del
futuro y de la liberación de la humanidad entera, y porque puede
convertirse en la humanidad entera, ya que no necesita ni una clase
por encima que lo gobierne, ni una clase por debajo para explotar. El
Lukács maduro no reniega de sus ideas anteriores porque su
concepción del marxismo se haya ampliado y profundizado, sino
porque ha sido absorbido por el estalinismo, y ha abandonado su
política revolucionaria de clase.

De la práctica a la teoría: La unidad del


marxismo
Para completar el argumento de que el marxismo es esencialmente la
expresión teórica de la revolución proletaria, debemos demostrar los
vínculos que unen las condiciones de existencia del proletariado y las
tareas que debe afrontar en su lucha (la práctica social que es el
proletariado) con los principales postulados de la teoría marxista.
Hacerlo completa y rigurosamente está más allá del alcance de este
pequeño texto; sólo podemos esbozar algunas de las conexiones más
importantes.

Comencemos con aquellos aspectos del marxismo que podríamos


denominar su programa y principios políticos. En primer lugar, el
internacionalismo. No cabe la menor duda de que el internacionalismo
tuvo un papel central en el pensamiento de Marx. El internacionalismo
marxista no está basado en una devoción moral abstracta (mejor
dicho, liberal y burguesa) a “la fraternización internacional de los
pueblos”,36a sino que está basado en la existencia del proletariado
como clase internacional, creada por el mercado mundial capitalista, e
involucrada en una lucha internacional contra el sistema.

El párrafo del Manifiesto comunista que declara que “los obreros no


tienen patria”, y que “el aislamiento nacional y los antagonismos entre
los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la
burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la
uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia
que le corresponden”36b ha sido criticado a menudo como una
exageración o un error, dado que el proletariado sigue aferrado a
ideologías nacionalistas. Sin embargo, la afirmación es correcta a dos
niveles. En primer lugar, como descripción no de una situación
estática y ya establecida, sino de una tendencia. En segundo lugar,
como una afirmación sobre el proletariado en comparación con otras
clases sociales. Los modos de producción (y las culturas) del Japón,
del Brasil, y de Gran Bretaña tienen infinitamente más en común hoy
en día que hace un siglo. En relación al campesinado era imposible
contemplar siquiera una organización o conciencia internacional. El
internacionalismo de la burguesía, a pesar de su creación de una
economía mundial y de una multitud de organizaciones
internacionales, es cualitativamente inferior al potencial internacional
del proletariado. El nivel más alto al que puede aspirar el
internacionalismo burgués es la alianza o el bloque internacional en
contra de bloques internacionales rivales, y aun éstos tienden a
desbaratarse cada tanto debido a antagonismos entre las diversas
burguesías.
La característica básica del internacionalismo marxista es, como
hemos notado, la prioridad del conjunto (o sea, de los intereses de la
clase obrera mundial) sobre la parte. Concretamente: un obrero
revolucionario que nunca ha viajado fuera de su ciudad natal, y habla
solamente su propio idioma, pero que se opone a “su” gobierno
durante una guerra, es mucho más internacionalista que un erudito
catedrático que ha viajado por todo el mundo, habla seis idiomas, y
tiene un profundo conocimiento de diversas culturas, pero apoya a su
gobierno durante una guerra. Al mismo tiempo, dada la prioridad del
conjunto, el internacionalismo marxista es perfectamente compatible
con el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los
pueblos, y con el apoyo a movimientos de liberación nacional, si los
intereses del proletariado internacional lo requieren.37

En segundo lugar, el principio de la propiedad estatal de los medios de


producción. Muchos (especialmente burgueses, pero también
supuestos “marxistas”) lo han considerado como el principio
fundamental del marxismo, y del socialismo en general.
Generalmente, cuando los que así opinan son socialistas, hacen el
siguiente razonamiento: “el capitalismo, que es lo mismo que la
propiedad privada, es irracional e injusto, produce crisis económicas,
miseria, guerra, etc. Si la producción estuviese en manos del Estado y
hubiese planificación estatal de la economía, todo funcionaría mejor y
más racionalmente, y se acabarían esos males.” La lucha del
proletariado es vista entonces como un medio para lograr este fin. Si
se presenta otro medio para lograr el mismo fin, por ejemplo una
guerrilla campesina, o leyes parlamentarias, pues da lo mismo.

El razonamiento marxista es bien distinto. El proletariado está envuelto


en una lucha de clases contra la burguesía que lo explota y oprime. La
única manera de ganar esta batalla y emanciparse es derrotar
políticamente a la burguesía y tomar posesión de los medios de
producción. Sólo puede hacerlo creando su propio Estado. El
Manifiesto comunista presenta así la cuestión:
…el primer paso de la revolución obrera es la elevación del
proletariado a clase dominante, la conquista de la
democracia. El proletariado se valdrá de su dominación
política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo
el capital, para centralizar todos los instrumentos de
producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y para aumentar con la
mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.
Para los “socialistas estatales” la propiedad estatal es la meta, y la
clase obrera el medio por la cual ésta se logra. Para los marxistas la
emancipación de la clase obrera es la meta, y la propiedad estatal el
medio. Esta diferencia lo que Hal Draper llama “las dos almas del
socialismo” ha tenido una inmensa importancia este siglo; volveremos
a hacer referencia a ella muchas veces en este escrito.

La sociedad sin clases no es una meta exclusivamente marxista ha


sido anhelada durante milenios. Lo que distingue al marxismo es que
descubre que la sociedad sin clases es una posibilidad real y lograble,
debido a la creación y al desarrollo del proletariado, “una clase que,
por toda su situación dentro de la sociedad, sólo puede emanciparse
acabando en absoluto con toda dominación de clase, todo
avasallamiento y toda explotación”.38 Citemos otra vez al Manifiesto
comunista:
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse
dominantes trataron de consolidar la situación adquirida
sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo
de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las
fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo
de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de
apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no
tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo
que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la
propiedad privada existente.
En términos teóricos, entonces, el Manifiesto comunista consideraba
que la transición del capitalismo al comunismo o sea, la dictadura del
proletariado no sería más que la continuación de la lucha de clases del
proletariado hasta la victoria. Sin embargo, la forma específica de esta
dictadura no fue descubierta por Marx ni por ningún otro teórico
marxista, sino por trabajadores revolucionarios durante sus propias
luchas.
En primer lugar los trabajadores de la Comuna de París en 1871
demostraron que no era posible apropiarse del aparato estatal
existente y utilizarlo para sus propios fines, sino que era necesario
destruirlo. También descubrieron en la práctica los principios
elementales de la democracia obrera: el salario de todo funcionario
público equivalía al de un trabajador; todos los delegados eran
elegidos, y con mandato revocable; el ejército permanente fue
reemplazado por la clase obrera armada, etc.

En segundo lugar la forma específica de la dictadura del proletariado


fue redescubierta por los obreros de Petrogrado (y más tarde de toda
Rusia), quienes crearon la forma orgánica más adecuada a la
expresión del poder obrero el Soviet o consejo obrero. Subrayemos
que el gran mérito del soviet es que está basado no en el obrero como
ciudadano individual en un distrito geográfico, sino en el obrero como
parte de una organización colectiva en el lugar de trabajo, la unidad de
producción; y que surge dentro del capitalismo como un desarrollo
natural de las luchas obreras contra el capitalismo su origen histórico
fue un comité de huelga ampliado. Subrayemos también que la teoría
marxista sobre esta cuestión (La guerra civil en Francia de Marx, El
Estado y la revolución de Lenin, y los artículos de Gramsci en L’Ordine
Nuovo son una generalización directa de la experiencia más avanzada
de la clase.
Pasemos ahora a las bases teóricas del marxismo: el concepto
materialista de la historia y el análisis crítico del capitalismo.

¿Cuál es la base del materialismo histórico? Esta cuestión puede


abordarse analíticamente, examinando sus conceptos y postulados; o
bien históricamente, trazando sus orígenes y su desarrollo en la obra
de Marx. Nos parece más importante abordar la cuestión
analíticamente, ya que la génesis histórica de una teoría podría incluir
diversos rodeos y factores accidentales.

Comencemos con la cuestión del materialismo contra el idealismo.

El idealismo es la creencia de que la mente (“espíritu”, “ideales”,


“Dios”, etc.) tiene prioridad sobre la materia; la concepción idealista de
la historia considera que ésta está determinada por el desarrollo de
ideas, conciencia, etc. La base material de esta creencia es la división
entre el trabajo mental y el trabajo manual, y la existencia de una clase
dominante liberada del trabajo manual, es decir viviendo a costa del
trabajo de otros.

La división del trabajo sólo cobra realidad cuando aparece


una división entre el trabajo material y el trabajo mental.
(Los primeros ideólogos, los sacerdotes, hacen su aparición
al mismo tiempo.) A partir de ese momento la conciencia
puede halagarse de que es algo más que la conciencia de la
práctica existente, que realmente representa algo sin
representar algo real; de ahí en adelante la conciencia puede
emanciparse del mundo y pasar a crear “pura” teoría,
teología, filosofía, ética, etc.39
Por otra parte, el materialismo es la teoría “natural” de una clase
productora que lucha por su emancipación.40 Pero por supuesto que
no es lo mismo el materialismo que el materialismo histórico. El
materialismo surgió más de dos milenios antes que el marxismo, y en
el siglo XVIII la burguesía naciente era filosóficamente materialista.
¿Qué distingue al materialismo marxista del materialismo burgués?
Marx lo expresó así:

El defecto fundamental de todo el materialismo anterior


incluido el de Feuerbach es que sólo concibe las cosas, la
realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de
contemplación, pero no como actividad sensorial humana,
no como práctica, no de un modo subjetivo.41
En otras palabras, el materialismo burgués es mecanicista. Considera
a los seres humanos como pasivos, como meros productos o
resultados de circunstancias materiales o sea, como objetos. Al
hacerlo refleja efectivamente la posición de los individuos en la
sociedad capitalista el trabajador como apéndice de la máquina, el
trabajo humano como un “factor” de producción equivalente a los otros
factores (tierra, máquinas, etc.); el trabajo vivo subordinado a, y “parte
del”, trabajo muerto. El materialismo mecanicista, sin embargo, es
incapaz de ser realmente consecuente; si lo fuese, sería un
determinismo y fatalismo completo, y sería imposible actuar en el
mundo a base de ello. Por lo tanto siempre contiene tendencias
contrarias más o menos tácitas, donde el idealismo que salió por la
puerta vuelve a entrar por la ventana, como “conocimiento”, “ciencia”,
o a veces como la “voluntad” de la élite:
La doctrina materialista de que los hombres son producto de
las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los
hombres modificados son producto de circunstancias
distintas y de una educación modificada, olvida que son los
hombres, precisamente, los que hacen que cambien las
circunstancias y que el propio educador necesita ser
educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la
sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de
la sociedad.42
Marx superó esta antinomia a través del concepto de la práctica. “La
coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad
humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como
práctica revolucionaria.”43 El modelo para este concepto de práctica
es el trabajo humano el medio a través del cual la humanidad moldea
y transforma a la naturaleza, y se crea a sí misma. El logro más
importante de Hegel, según Marx,…

es, en primer lugar, que Hegel pudo concebir la


autocreación del hombre como un proceso… y que por lo
tanto logra comprender la naturaleza del trabajo, y concibe
al hombre objetivo (hombre verdadero porque es real) como
producto de su propio trabajo.44
Pero, Marx prosigue, “El trabajo que Hegel reconoce y comprende es
trabajo abstracto mental”.45 Marx pudo superar a Hegel, reconociendo
al trabajo como actividad práctica concreta como base de la
humanidad y de la historia (“el hecho, tan sencillo, pero oculto hasta él
bajo la maleza ideologica”46). Marx fue capaz de comprenderlo
porque ya existía el proletariado la primera clase de productores
inmediatos capaces de transformar a la sociedad y de adueñarse de
ella. Esta concepción sobre el papel primordial del trabajo y de la
producción es el punto de partida metodológico y empírico de la teoría
marxista de la historia. De ella derivan los conceptos clave de “fuerzas
productivas”, “relaciones de la producción”, y “modo de producción”,
que a su vez culminan en la teoría de la revolución social:

En la producción social de su vida, los hombres contraen


determinadas relaciones necesarias e independientes de su
voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una
determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción
forma la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política
y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social… Al llegar a una determinada fase de su desarrollo,
las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en
contradicción con las relaciones de producción existentes, o,
lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las
relaciones de propiedad dentro de las cuales se han
desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas
suyas. Y se abre así una época de revolución social.47
Aquí se hace necesario aclarar una importante fuente de confusión. El
materialismo histórico ha sido sometido frecuentemente a distorsiones
materialistas mecanicistas según las cuales la dialéctica de las fuerzas
productivas y relaciones de la producción se interpreta como un mero
antagonismo entre los instrumentos técnicos de la producción
(“fuerzas”) y el sistema de propiedad (“relaciones”), como si éstos
operasen independientemente de la actividad humana. Se llega así a
una teoría de determinismo tecnológico. Esta interpretación disminuye
el sentido de ambos conceptos fundamentales. Para Marx, las fuerzas
productivas significaban no solamente los instrumentos en el sentido
de herramientas, maquinaria, etc., sino el conjunto de la capacidad
productiva de la sociedad incluyendo la actividad productiva de la
clase obrera. “De todos los instrumentos de la producción, el de mayor
poder productivo es la propia clase revolucionaria.”48 Las relaciones
de propiedad, por otra parte, “no son más que la expresión legal de las
relaciones de la producción”. Por lo tanto, la contradicción entre las
fuerzas productivas y las relaciones de la producción no es algo
separado de la lucha de clases sino la tierra de la cual ésta brota.

Esta demostración teórica de que el materialismo histórico es la


historia desde el punto de vista del proletariado es, como hemos
notado, más importante que la elucidación precisa de cómo Marx fue
desarrollando su teoría, pero de hecho su génesis histórica es casi
paralela a su lógica teórica. Encontramos la primera exposición
detallada del materialismo histórico en La ideología alemana de 1845.
Los predecesores inmediatos de esta obra fueron dos textos
fundamentales, los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, y
la Introducción a una crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
Los Manuscritos de 1844 no comienzan con “filosofía” ni con
“alienación”, sino con la lucha de clases. La primera oración es: “Los
salarios están determinados por la amarga lucha entre capitalistas y
obreros”.49 El análisis económico que sigue relativamente primitivo
comparado con la obra posterior de Marx está hecho explícitamente
desde el punto de vista de la clase obrera. Trata de mostrar, “a partir
de la economía política, y las palabras propias de esa ciencia” que:
el obrero pasa a no ser más que una simple mercancía, y una
mercancía bien miserable; que la miseria del obrero
aumenta a medida que aumentan el poder y el volumen de lo
que éste produce; que el resultado inevitable de la
competencia es la acumulación de capital en pocas manos, y
por lo tanto una restauración del monopolio bajo formas
más terribles; y finalmente que la distinción entre capitalista
y terrateniente, y entre trabajador rural y trabajador
industrial, desaparecerá indudablemente, quedando la
sociedad dividida en sólo dos clases: los dueños de la
propiedad, y los trabajadores sin propiedad.50
La búsqueda de explicaciones sobre las causas de esta situación lleva
a Marx a analizar la naturaleza del trabajo obrero. Los trabajadores
producen la riqueza de los capitalistas, y su propia miseria, debido a la
alienación de su trabajo. Marx llega así al concepto del doble carácter
social del trabajo. El trabajo es el medio a través del cual los
individuos crean su vida y su mundo; y el trabajo alienado es el medio
a través del cual arruinan su vida y crean un mundo que está por
encima de ellos y contra ellos. Este doble rol implica que la eliminación
del trabajo alienado puede conducir a la liberación de la humanidad, y
anticipa así tanto el punto de partida como la conclusión de la
concepción materialista de la historia.

Sin embargo, si retrocedemos un poco más, en la Introducción a la


crítica de la filosofía del derecho de Hegel (principios de 1844) ya
encontramos lo que aparece posteriormente como el resultado del
análisis del trabajo alienado y del materialismo histórico: el papel
revolucionario del proletariado. “Cuando el proletariado anuncia la
disolución del orden social existente, no hace más que declarar el
secreto de su propia existencia, pues el proletariado es efectivamente
la disolución de ese orden.”51 Y, como hemos visto, el reconocimiento
por Marx de este papel histórico del proletariado fue una consecuencia
de su propia experiencia con grupos de obreros revolucionarios en
París. Así es que podemos trazar los orígenes tanto teóricos como
biográficos de la concepción general de la historia y la sociedad en
Marx a partir de su base material la lucha proletaria.
El objetivo del análisis marxista del capitalismo (comúnmente
denominado “economía marxista” aunque es más bien en realidad una
“crítica de la economía política”) era descubrir las leyes que rigen el
modo de producción capitalista, proveyendo así fundamentos
firmemente científicos al movimiento obrero. Es evidente que todo este
análisis está hecho desde el punto de vista de la clase obrera
revolucionaria, ya que sus temas principales incluyen una explicación
sobre cómo son explotados los trabajadores; una demostración de que
el sistema capitalista en sí está basado en esta explotación; un
pronóstico de que el sistema necesariamente sufre profundas crisis,
justamente porque está basado en esta explotación.52 Sin embargo,
este aspecto del marxismo es el que más frecuentemente se nos
presenta como “objetivo”, “libre de valores”, “sin perspectiva de clase”,
etc. Por ello, cabe hacer aquí algunas observaciones sobre la lógica, y
los orígenes, de la crítica de la economía política hecha por Marx.

La crítica de Marx es, por supuesto, una aplicación de la teoría del


materialismo histórico al modo de producción capitalista. Está basada
(al igual que el materialismo histórico) en un análisis del trabajo53 o
sea de aquel trabajo que el trabajador se ve obligado a entregar
(venderle) a otro. El trabajo alienado es trabajo asalariado; no es un
estado mental sino “un hecho económico”.54 Sin embargo, también es
cierto que este hecho económico sólo puede percibirse si se mira al
trabajo desde la perspectiva del trabajador. De hecho, Marx fue el
primer “filósofo” y el primer “economista” en la historia que analizó el
proceso de trabajo desde la perspectiva del trabajador. La teoría del
trabajo alienado es absolutamente central al análisis marxista del
capitalismo. Esto se ve en dos de los postulados de Marx. En primer
lugar, “aunque la propiedad privada parece ser la base y la causa del
trabajo alienado, en realidad es una consecuencia de éste”.55 En
segundo lugar, la diferencia específica del modo de producción
capitalista es que solamente en él la fuerza de trabajo se transforma
en mercancía.

Hay un largo camino teórico entre el trabajo alienado de


los Manuscritos de 1844 y la teoría de la plusvalía del Capital. En este
camino, la crítica generalizada del capitalismo se va transformando
minuciosamente en un instrumento de precisión para analizar y
descubrir el funcionamiento de todos los aspectos de la economía
capitalista. Pero durante este proceso, el concepto original no es
“olvidado” ni “rechazado”. Sigue estando en el corazón mismo del
análisis. Consideremos los siguientes pasajes:
1) Todas estas consecuencias se deben a que el obrero se
relaciona con el producto de su trabajo como si éste fuese un
objeto extraño, ajeno a él. De esto se deduce claramente que
cuanto más se gaste el obrero trabajando, más poderoso se
vuelve el mundo de los objetos que crea frente a sí, más
pobre se vuelve su vida interior, y menos se pertenece a sí
mismo. Es igual con la religión. Cuanto más le atribuye el
hombre a Dios, menos le queda para sí mismo.56
2) No puede ser de otra manera en un modo de producción
donde el trabajador existe para satisfacer las necesidades de
la expansión de valores existentes, en vez de existir la
riqueza material para satisfacer las necesidades del
desarrollo del trabajador. Así como en la religión el hombre
está gobernado por los productos de su propio cerebro, en la
producción capitalista está gobernado por los productos de
sus propias manos.57
3) La alienación del trabajador en su objeto está expresada
del siguiente modo en las leyes de la economía política:
cuanto más produce el obrero, menos tiene para consumir;
cuanto más valor crea, más se ve desvalorizado; cuanto más
refinado el producto, más tosco y deformado el obrero;
cuanto más civilizado el producto, más bárbaro el obrero;
cuanto más poderoso el trabajo, más impotente el obrero;
cuanto más sea el trabajo una muestra de lo que puede la
inteligencia humana, menos inteligente y más esclavo de la
naturaleza es el obrero.58
4)… en el sistema capitalista todos los métodos para
aumentar la productividad social del trabajo se aplican a
costa del trabajador individual; todos los medios para
desarrollar la producción se transforman en medios de
dominación sobre, y explotación de, los productores;
mutilan al trabajador, transformándolo en un fragmento de
hombre; lo degradan al nivel de apéndice de una máquina,
destruyen todo encanto que pueda tener el trabajo y lo
transforman en una faena odiada; enajenan del trabajador las
potencialidades intelectuales del proceso de trabajo a
medida que la ciencia se incorpora en éste como poder
independiente; empeoran sus condiciones de trabajo, lo
someten durante el proceso de trabajo a un despotismo aún
más odioso por lo mezquino; transforman su tiempo de vida
en tiempo de trabajo; su esposa e hijo también son
aplastados por el monstruo Capital.59
Los pasajes 1) y 3) están en los Manuscritos de 1844, y los pasajes 2) y
4) están en el Capital; hay veintitrés años entre ambas obras, pero
vemos la misma idea esencial, y a veces hasta el mismo lenguaje. Y
podríamos citar muchos otros pasajes de todas las principales obras
teóricas de Marx, desde La ideología alemana hasta Teorías de la
plusvalía.60
Por último, haremos algunas observaciones en relación a la teoría
marxista de crisis económicas, especialmente su componente más
importante, la baja tendencial de la tasa de ganancia. Esta tendencia
descrita por Marx no es una tesis individual, un postulado que pueda
existir independientemente del resto de su pensamiento, sino que es
un punto de convergencia de todas sus principales teorías. Deriva
directamente por un lado de su teoría de la plusvalía, según la cual la
fuente de ganancia es el tiempo de trabajo no pagado (el tiempo de
plustrabajo), y por otro lado de su teoría de que a medida que se
desarrolla el sistema capitalista, el trabajo vivo disminuye y el trabajo
muerto aumenta (un tema ya presente en 1844). Al mismo tiempo la
baja tendencial de la tasa de ganancia es la expresión económica
concreta del conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de
la producción la prueba de que las relaciones capitalistas de la
producción se han convertido en un obstáculo al desarrollo de las
fuerzas productivas, “la verdadera barrera a la producción capitalista
es el propio capital”.61 Es más y con esto volvemos al punto de
partida esta teoría sólo puede ser formulada desde la perspectiva del
proletariado. Los economistas burgueses clásicos observaron el
fenómeno de la baja tendencial de la tasa de ganancia, pero no fueron
capaces de teorizarlo, ya que para hacerlo hubiesen tenido que
reconocer la naturaleza transitoria, históricamente limitada, del
capitalismo.62

Algunos “marxistas” sostienen que el análisis que hizo Marx de las


contradicciones del capitalismo es algo separado y distinto de su
compromiso con la revolución proletaria. Lucio Colletti63 es un
exponente moderno de esta teoría, pero la idea nace en la Segunda
Internacional. Hilferding dice: “Reconocer una necesidad es una cosa;
ponerse al servicio de esa necesidad es otra”,64 y concluye que para
pasar del “es” del malfuncionamento del capitalismo al “debiera ser”
del socialismo hace falta un compromiso ético adicional (usualmente
tomado de los principios éticos “eternos” de Kant). Pero aquí Hilferding
invierte la verdadera lógica del marxismo. Fue su compromiso con el
proletariado lo que hizo posible el descubrimiento por parte de Marx
de las contradicciones del capitalismo, y el “debiera ser” de este
compromiso deriva por su parte de la existencia previa de un
proletariado de carne y hueso, que ya había comenzado la lucha por
su emancipación.

Resumiendo todo lo anterior: teóricamente la revolución proletaria


aparece como la consecuencia de las teorías del materialismo
histórico, de la plusvalía, etc., pero en realidad es también su causa y
fundamento. La comprobación empírica de esto es el hecho de que
por lo general las revoluciones obreras comienzan espontáneamente
París 1848 y 1871, Petrogrado 1905 y 1917, Alemania 1918, España
1936, Hungría 1956, Francia 1968, etc. El papel del marxismo no es
crear ni inaugurar revoluciones, sino guiarlas a la victoria.

Así, podemos comprobar tanto la unidad esencial del marxismo, como


su constante evolución, basados en la lucha del proletariado contra el
capital. Estas dos grandes fuerzas sociales, en perpetua lucha,
cambian y se desarrollan continuamente, así como va cambiando la
correlación de fuerzas entre ellas, y sus interacciones con otras
clases. Por lo tanto, el marxismo también debe cambiar y
desarrollarse, pero debe hacerlo siempre desde la perspectiva de la
revolución proletaria. Si abandona esta perspectiva deja de ser
marxismo. Lenin dijo una vez que el marxismo era “un bloque de
acero”. Esta metáfora nos parece incorrecta, pero es infinitamente
preferible a la muy difundida opinión según la cual el marxismo
consiste de una serie de partes desmontables que pueden descartarse
y reemplazarse libremente. Concordamos con Lenin cuando dice que
Marx sentó “las piedras angulares de la ciencia que los socialistas
deben impulsar en todos los sentidos, siempre que no quieran quedar
rezagados de la vida”.65 El revisionismo justamente trata de desplazar
a las piedras angulares (que no son arbitrarias, sino expresiones
teóricas del ser social del proletariado), y al hacerlo abandona la
perspectiva del proletariado, adoptando la perspectiva de otra clase.
Segunda parte
Las transformaciones del marxismo
Según los criterios arriba enunciados, está claro que muchos de los
ideólogos y sistemas teóricos que se han autotitulado “marxistas” en
los últimos cien años no son marxistas en absoluto. Antes de pasar a
demostrarlo en relación a casos específicos son necesarias algunas
observaciones sobre la conciencia y posición social del proletariado
bajo el capitalismo.

El proletariado potencialmente puede trascender al capitalismo, pero


mientras el capitalismo siga existiendo, el proletariado seguirá siendo
una clase oprimida y explotada. Por lo tanto, en épocas normales, no
revolucionarias, la conciencia de la mayoría de la clase obrera está
dominada por ideología burguesa (“Las ideas dominantes son las
ideas de la clase dominante”). Pero al mismo tiempo la posición
económica de los obreros los impulsa a resistir los embates del
capital, y a luchar por mejorar sus condiciones de vida y de trabajo,
aun cuando no estén dispuestos a desafiar al sistema en su conjunto.
De esta contradicción han surgido ideologías híbridas que combinan
elementos de ideología burguesa y de ideología socialista: un ejemplo
muy claro es el Partido Laborista británico.

Sin embargo, estas ideologías híbridas tienen su propia base material


característica en la clase cuya posición social es también parte
burguesa y parte proletaria, o sea el estrato intermedio que Marx
denomina pequeña burguesía. Esta categoría tiene una validez
general, pero no debemos olvidar que en el mundo moderno incluye
diversos estratos sociales, cada uno de los cuales tiene condiciones
de vida muy distintas. Los más importantes son: la “antigua” pequeña
burguesía de pequeños comerciantes y otros pequeños patrones; la
“nueva” clase media de empleados asalariados, cuyos puestos los
ponen en posiciones de autoridad hacia la clase obrera; la burocracia
sindical; y, en gran parte del mundo, el campesinado. El conjunto de
estos grupos “rodean” al proletariado con el que tienen mucho mayor
contacto diario que la burguesía y ejercen influencia sobre su
conciencia. Cada uno de los grupos, por otra parte, tiende a generar
su propia versión de ideología pequeñoburguesa, y tiende a ejercer su
propio tipo de presiones sobre la clase obrera. Así, la conciencia del
proletariado, y con ella la teoría marxista, están permanentemente
“sitiadas”. La historia del marxismo es una historia de batallas libradas
contra las ideologías híbridas de la pequeña burguesía: véanse por
ejemplo las polémicas de Marx contra Proudhon y Bakunin; la de
Engels contra Dühring; Plejánov y Lenin contra los Narodniks, etc.

Pero lo que aquí nos concierne son los conflictos dentro del marxismo,
o mejor dicho entre tendencias teóricas y políticas que dicen ser
marxistas. Debemos preguntarnos si los más importantes de estos
conflictos son también luchas entre el punto de vista del proletariado y
el de la pequeña burguesía u otras clases. Si establecemos la
existencia de este fenómeno también debemos explicarlo. Lenin
sugirió que “La dialéctica de la historia es tal, que el triunfo teórico del
marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas”.66 Pero,
aunque esta explicación contiene una importante verdad, sugiere
demasiados complots premeditados. Es más acertado históricamente
postular que el proceso ocurre usualmente así: dirigentes o
movimientos llegan a una perspectiva proletaria revolucionaria y
adoptan al marxismo; luego por diversas razones (en última instancia
debido a presiones ejercidas por el capitalismo) se alejan de esta
perspectiva pero retienen la etiqueta y el lenguaje del marxismo (a
través del auto-engaño y/o por querer seguir siendo considerados
revolucionarios) pero transforman su verdadero contenido. Una vez
ocurrido este proceso, este marxismo “transformado” puede ser
adoptado por otros movimientos o líderes que nunca han tenido una
perspectiva de revolución proletaria.67 Pero esto es anticipar
consecuencias que primero deben comprobarse a través del análisis
histórico.

Dentro del “marxismo después de Marx”, existen tres tendencias


dominantes (en el sentido tanto de poderío material como de número
de adherentes): en primer lugar, la socialdemocracia de la Segunda
Internacional; en segundo lugar el estalinismo; y por último el
nacionalismo tercermundista. Evidentemente es imposible en este
pequeño escrito presentar un análisis exhaustivo de una de estas
tendencias, y menos aún de las tres. Me limitaré a abordarlas en
términos de las características más importantes de sus principales
representantes.

El kautskismo
El partido más importante de la Segunda Internacional era el Partido
Social Demócrata Alemán, el SPD. Este partido fue fundado en 1875
en el Congreso de Gotha, donde se unieron los partidarios de Marx en
Alemania con los partidarios de Lassalle.68 El partido pasó por una
época de semi-legalidad (leyes antisocialistas de Bismarck), pero
creció y se desarrolló, adquiriendo una posición importante dentro del
Estado alemán alrededor del 1900. Durante este período el
capitalismo alemán avanzaba continuamente, y al joven movimiento
obrero le era fácil lograr concesiones y mejoras en sus condiciones de
trabajo y de vida. Por supuesto que hubo que luchar para obtenerlas,
ya que el capitalismo nunca entrega nada sin una lucha. Pero no hizo
falta un enfrentamiento total, ni enfrentamientos de clase mortales. (De
hecho, el nivel de huelgas en Alemania era muy bajo.)69 En general
fue una época de relativa paz social, y la clase obrera alemana la
aprovechó para construir el partido socialista más grande y mejor
organizado del mundo un partido con centenas de miles de miembros,
miles de agrupaciones locales, más de ochenta diarios, y numerosas
organizaciones sociales y culturales.

Desde fines de la década de 1890 el partido estaba dividido en dos


alas una mayoritaria, “marxista ortodoxa” y una minoritaria (en
continuo ascenso), “revisionista”. Ésta última, cuya figura principal era
Eduard Bernstein, sostenía que el capitalismo, contrariamente a lo que
postulaba la teoría marxista, poco a poco iba superando sus
contradicciones; por lo tanto el SPD sólo podía, y sólo debía, ser un
partido que luchara por reformas sociales democráticas. Ya que los
“revisionistas” eran abiertamente anti-marxistas no hace falta
ocuparnos de ellos en este artículo; nos interesa más el ala “ortodoxa”.

El SPD se declaró oficialmente marxista en su congreso de Erfurt en


1891. Allí se adoptó el Programa de Erfurt elaborado por el “Papa del
marxismo”, Karl Kautsky. Hasta la Primera guerra mundial, Kautsky
era indiscutiblemente el principal teórico de la Segunda Internacional;
y el Programa de Erfurt, y su comentario alusivo (también escrito por
Kautsky)70 constituyeron las perspectivas básicas y globales del
movimiento. Indudablemente el Programa de Erfurt quiso ser una
afirmación y exposición de marxismo completamente ortodoxo, y fue
aceptado como tal por la Segunda Internacional. Su primera parte es
“un análisis de la sociedad contemporánea y de su desarrollo”;71
consta de una explicación resumida y simplificada de la teoría del
desarrollo capitalista esbozada por Marx en el Manifiesto comunista.
Termina diciendo que “la propiedad privada de los medios de
producción se ha vuelto una barrera al uso eficaz y al pleno desarrollo
de los mismos”.72 La segunda parte llama a resolver esta
contradicción a través de “la transformación de la propiedad privada
en propiedad social, y la transformación de la producción de
mercancías en producción socialista llevada a cabo por, y para el bien
de, la sociedad”.73 La tercera parte se refiere a “los medios que
conducirán al logro de estas metas,”74 o sea la lucha del proletariado
contra el capital. En cuanto a la naturaleza de esta lucha el programa
dice:
La lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista
es necesariamente una lucha política. La clase trabajadora
no puede desarrollar sus organizaciones económicas, ni
librar sus batallas económicas, sin derechos políticos. No
puede lograr la apropiación de los medios de producción por
la comunidad en general sin antes adquirir poder político.75
Hasta aquí, ortodoxia marxista. Marx insistía incansablemente que “la
lucha de clase contra clase es una lucha política”; que “por lo tanto la
conquista del poder es ahora la gran tarea de las clases
trabajadoras”.76 ¿Pero, cuál habría de ser el contenido de esta “lucha
política”, de esta “conquista del poder político”? Para Marx, como
hemos visto, era primordialmente la destrucción del Estado burgués y
la inauguración de la dictadura del proletariado cuyo ejemplo concreto
fue la Comuna de París. Pero para Kautsky y el SPD esta lucha es
exclusivamente parlamentaria. Para demostrarlo, es indispensable
incluir una larga cita del Comentario sobre el programa, escrito por
Kautsky.

La clase obrera, al igual que todas las otras clases, debe


tratar de ejercer influencia sobre las autoridades estatales,
para que éstas tengan que actuar a favor de ella.
Los grandes capitalistas pueden ejercer influencia directa
sobre gobernantes y legisladores, pero los obreros pueden
tener influencia solamente a través de la actividad
parlamentaria… Por lo tanto, a través de la elección de
representantes parlamentarios la clase obrera puede ejercer
influencia sobre los poderes gubernamentales.
La lucha por parte de todas las clases que dependen de la
acción legislativa para tener influencia política está dirigida,
en el Estado moderno, por un lado a aumentar el poder del
parlamento o congreso, y por otro a aumentar su propia
influencia dentro de ese parlamento.
El poder del parlamento depende de la energía y del coraje
de las clases que representa, y de la energía y del coraje de
las clases sobre las cuales ha de imponer su voluntad. La
influencia de una clase dentro del parlamento depende, en
primer lugar, del tipo de ley electoral vigente. Depende
además de la influencia de esa clase entre el público
votante; y depende por último de su aptitud para el trabajo
parlamentario…
El proletariado, no obstante, está… en situación favorable
en lo que a actividad parlamentaria se refiere… Sus
sindicatos son una excelente escuela de preparación para
esta actividad; ofrecen oportunidades para aprender las leyes
parlamentarias y para aprender oratoria… Más aún,
encuentra entre sus filas un número cada vez mayor de
individuos muy aptos para representar a su clase en las salas
legislativas.
Cuando el proletariado se dedica, como clase consciente de
sí, a la actividad parlamentaria, el parlamentarismo
comienza a cambiar de carácter. Deja de ser un mero
instrumento en manos de la burguesía. Esta participación
por parte del proletariado se convierte en el medio más
eficaz de sacudir y entusiasmar al hasta entonces indiferente
proletariado, y de inspirar en él esperanza, y confianza en sí
mismo. Es la palanca más poderosa para liberar al
proletariado de su degradación económica, social y moral.
Por lo tanto, el proletariado no tiene por qué desconfiar
de la acción parlamentaria[mi énfasis, JM].77
El SPD ganó muchísimo terreno electoralmente de 550.000 votos
(9,7%) en 1884 a 1.427.000 (19,7%) en 1890. La perspectiva
parlamentaria, un indudable viraje a la derecha, fue adoptada a causa
de estos avances. En 1881 Kautsky había escrito que “La social
democracia no tiene ilusiones de que se puedan lograr sus metas
directamente a través de elecciones, por la vía parlamentaria” y que
“la primera tarea de la revolución futura” sería “la destrucción del
Estado burgués”.78 Pero a partir de 1891 la vía parlamentaria se
convirtió en la estrategia principal de Kautsky y del SPD. Así es que
cuando Kautsky aparece como el defensor de la “revolución” contra
los revisionistas de su propio partido, lo que está defendiendo es un
concepto de “revolución parlamentaria”: o sea que el partido de los
trabajadores estará siempre en la oposición parlamentaria, sin
participar en gobiernos burgueses ni en coalición alguna; sólo después
de obtener una mayoría absoluta en el parlamento entrará a formar el
gobierno, usando su poder político para legislar la inauguración del
socialismo.79 Kautsky subrayó, en su polémica contra Pannekoek en
1912, que esta estrategia involucraba la toma del Estado capitalista, y
no su destrucción:

La meta de nuestra lucha política sigue siendo lo que


siempre fue: conquistar el poder estatal a través de la
conquista de una mayoría parlamentaria, y elevar al
parlamento a una posición de mando dentro del aparato
estatal. Definitivamente no se trata de destruir el poder
estatal.80
El fundamento teórico de esta estrategia parlamentaria era la noción
de que la transición al socialismo era más o menos inevitable, como
consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas. El crecimiento
del capitalismo significaba el crecimiento del proletariado. A medida
que creciera numéricamente el proletariado, crecería también su
conciencia de clase, y esto significaría más votos para la social
democracia, hasta tanto existiese una abrumadora mayoría a favor del
socialismo. “El desarrollo económico”, escribió Kautsky, “conducirá
naturalmente al logro de esta meta”.81 Este proceso tendría lugar
tranquilamente, inevitablemente, sin luchas a muerte, siempre y
cuando los dirigentes del partido supiesen evitar las aventuras
irresponsables y las batallas prematuras. Las únicas actividades
necesarias eran la organización y la educación:

Fortalecer la organización, ganar todas las posiciones de


poder que podamos conquistar y mantener por nuestros
propios medios, estudiar al Estado y a la sociedad, y educar
a las masas: no podemos proponernos consciente y
sistemáticamente ninguna otra meta, ni para nosotros ni para
nuestras organizaciones.82
Siguiendo la metodología adoptada en la primera parte de este escrito,
debemos preguntarnos: ¿cuál era la base social de esta ideología de
espera pasiva? En cierto sentido, evidentemente, la base social fue el
período de distensión entre la burguesía y el proletariado que
acompañó la prosperidad y el progreso del capital alemán a fines del
siglo XIX y principios del siglo XX. Dentro de esta situación general,
sin embargo, esta ideología expresaba los intereses no de la clase
obrera sino del estrato social cuya existencia misma era el producto de
esta tregua social: o sea la enorme burocracia de los sindicatos y del
Partido Social Demócrata, la multitud de funcionarios privilegiados que
había surgido para administrar sus preciadas organizaciones.

Para ilustrar lo antedicho basta mirar la actitud de estos dirigentes del


SPD y de los sindicatos hacia esa cuestión tan fundamental de la
lucha de clases la huelga de masas. Esta cuestión se puso a la orden
del día en Alemania dado el papel que la huelga de masas jugó en la
revolución rusa de 1905.83 Los dirigentes sindicales alemanes
estaban implacablemente en contra de la huelga de masas y, en el
Congreso sindical de Colonia en mayo de 1905, aprobaron una
moción que censuraba esta táctica. El SPD, en septiembre de 1905 en
Jena, aprobó una moción que “aceptaba” en principio la huelga de
masas, pero no especificaba qué debía hacerse al respecto. Meses
más tarde, cuando estalló en Sajonia un movimiento de masas que
luchaba por la ampliación del sufragio, esta contradicción tuvo que
resolverse en la práctica:

El primero de febrero de 1906 tuvo lugar un congreso


secreto de altos funcionarios del partido y de los sindicatos.
Esta reunión no tardó en poner al descubierto el verdadero
balance de fuerzas entre ambas organizaciones. El partido se
rindió ante los sindicatos, comprometiéndose a tratar por
todos los medios de evitar una huelga de masas.84
Luego, en el Congreso del SPD en Mannheim en septiembre de 1906,
los sindicatos y el partido lograron un acuerdo a base de “la
aceptación teórica por ambas partes de la posibilidad de recurrir a la
huelga de masas en un futuro indeterminado,” pero sólo si se contase
con “la adherencia de los dirigentes y de los miembros de los
sindicatos”.85 En este proceso Kautsky hizo las veces de crítico “de
izquierda” de los dirigentes sindicales. Los acusó de tener una
perspectiva meramente economicista, y subrayó que el espíritu Social
Democrático tenía que ser hegemónico en los sindicatos, pero se
negó a romper con los dirigentes sindicales, y atacó a quienes
abogaban realmente por la huelga de masas (como Rosa
Luxemburgo), acusándolos de “falseadores de revolución”.86 Cuando
tuvo que definirse, Kautsky prefirió mantener la unidad de las
organizaciones sindicales y del partido, sacrificando las exigencias de
la lucha de clases.

La burocracia del movimiento obrero es parte de la pequeña


burguesía. Está situada entre el trabajo y el capital, y su papel objetivo
es el de mediador entre las clases. En relación a la masa de
trabajadores tiene privilegios en lo que se refiere a salario, seguridad
de empleo, condiciones de trabajo, y estilo de vida. Sin embargo, su
situación, y por lo tanto su comportamiento político, no es igual que los
de la pequeña burguesía tradicional de pequeños comerciantes,
cuentapropistas, autónomos, etc. Éstos, en cuanto tienen propiedad
privada, en épocas “normales” están completamente hegemonizados
por la gran burguesía. En épocas de crisis, cuando se ven apretados
entre el capital y el trabajo, pueden seguir a la clase obrera si existe
un poderoso movimiento revolucionario resuelto a, y capaz de,
resolver la crisis del capitalismo. De no existir tal movimiento, en
épocas de crisis pueden virar a la derecha y formar la base de masas
del fascismo.

La burocracia sindical, por el contrario, esta ligada orgánicamente a la


clase trabajadora y por lo tanto, como estrato social, no puede virar
tanto a la derecha (por eso es tan ridícula la teoría del “social-
fascismo”). Pero por otra parte tiene una relación mucho más estrecha
con la clase dominante que la que tiene el pequeño patrón. Su rol de
“representante” (parlamentario o sindical) le ofrece un contacto diario
con los patrones y el Estado, y las concesiones que logra extraer de
ellos garantiza su apoyo por parte de las masas. Se sienten
amenazados tanto por el fascismo, que destruiría sus organizaciones,
como por la revolución, que eliminaría su rol de negociador. De modo
que este estrato social es profundamente conservador. Lo que más
teme son acciones de masas que puedan “descontrolarse”,
desbaratando sus organizaciones, provocando una ofensiva por parte
de la clase dominante, y socavando el delicado equilibrio que
mantiene entre las clases. Políticamente necesita una ideología que
combine retórica socialista con pasividad y transigencia en la acción.
Necesita que la clase obrera esté organizada, para que pueda
mantener las organizaciones que aseguran sus salarios, y de vez en
cuando lograr concesiones que a su vez sirvan para mantener la
lealtad obrera a sus organizaciones. Pero también necesita que la
clase obrera se quede “en su lugar”, y que no se descontrole. La
ideología de la social democracia alemana era, pues, ideal. El
“marxismo” de Kautsky es un sistema teórico perfectamente adaptado
a las necesidades de esta burocracia.

Esto era cierto incluso a nivel filosófico, pues el materialismo


mecanicista orientación filosófica de Kautsky y de la Segunda
Internacional en general es, como hemos demostrado, una posición
esencialmente burguesa. Trata a la clase obrera como producto
meramente pasivo de circunstancias materiales, y por lo tanto excluye
el papel activo y revolucionario de los trabajadores, particularmente de
aquéllos organizados en el Partido.87

La traición chauvinista de los dirigentes de la social democracia de


casi todos los países en 1914 resulta perfectamente comprensible,
una vez aclarada la base social del marxismo de la Segunda
Internacional. (El caso de Kautsky y el SPD no era único, sino que la
misma base social se daba en la mayoría de los otros partidos
socialistas en algunos casos con mayor claridad). Por un lado a cada
burocracia le convenía la prosperidad y el poder imperial de su capital
nacional respectivo cuanta más prosperidad, más fácil es negociar
concesiones. Por otra parte, no podían arriesgarse a no ser populares,
no podían hacer peligrar su status legal, sus organizaciones, y sus
adherentes. De modo que el 4 de agosto de 1914, el SPD votó en el
Congreso a favor de préstamos para la guerra. Esto era una traición a
sus declaraciones internacionalistas y antibelicistas de otrora; pero
también era la continuación y la culminación de una práctica política
bien arraigada.88

Para concluir: considerar al kautskismo como una variante de


marxismo, o como un aspecto de la tradición marxista, es confundir
forma con contenido. Su contenido no es de la clase obrera, sino de
otra clase. El contenido de la teoría “ortodoxa” marxista de Kautsky es
mucho más parecida a la del antimarxista Bernstein que a la teoría
revolucionaria de Marx. La diferencia entre Kautsky y Bernstein no era
sobre cuál debía ser la práctica política, sino solamente sobre cómo
describirla. Daremos la última palabra a Kautsky mismo, en su
obituario sobre Bernstein, cuando éste falleció en 1932. Escribió en
esa ocasión que sus polémicas treinta años atrás habían sido “un
mero episodio”, que habían vuelto a cerrar filas “durante la guerra
mundial” y que después, en todas las cuestiones guerra, revolución, la
evolución de Alemania y del mundo “hemos adoptado siempre el
mismo punto de vista”.89

El estalinismo
La cuna del estalinismo fue muy distinta de la del kautskismo. El
estalinismo surgió como una tendencia dentro del Partido bolchevique
después de la guerra civil en la Unión Soviética, y logró la hegemonía
dentro del partido a través de una serie de amargas luchas internas.
Consigue la victoria, y el control absoluto, en 1928-29. Teóricamente,
entonces, parece una evolución del leninismo. El leninismo es el
marxismo que expresó, y condujo a la victoria, a la revolución rusa de
octubre de 1917. Sus características principales son: intransigencia
revolucionaria; internacionalismo a toda prueba; su análisis del, y
oposición al, imperialismo; su convicción de que el Estado burgués
tendría que ser destruido y reemplazado por el poder obrero basado
en soviets; y su concepción del partido como organización de
vanguardia que interviene en la lucha de clases.

El leninismo fue la expresión de una clase obrera creciente y cada vez


más conscientizada, mientras que el estalinismo surgió en condiciones
completamente diferentes; por ende su “evolución” a partir del
leninismo es sólo aparente. La clase obrera rusa en 1917 había
logrado el mayor nivel de conciencia y de lucha revolucionaria jamás
visto en el mundo hasta entonces. En 1921 esta misma clase ya casi
no existía. Durante la guerra civil la inmensa mayoría de los obreros
más combativos y politizados lucharon y murieron en el campo de
batalla, o fueron promovidos a funcionarios estatales. Bajo el impacto
de la guerra civil, la revolución, y la guerra mundial, la economía rusa
estaba en ruinas. El Producto Industrial Bruto en 1921 fue sólo el 31%
de lo que había sido en 1913; la industria pesada el 21%, la
producción de acero el 4,7%; el sistema de transportes estaba en
ruinas; cundían las epidemias y el hambre. El total de obreros
industriales disminuyó de tres millones aproximadamente en 1917, a
1.250.000 en 1921, y éstos estaban políticamente agotados. Como
dijo Lenin en 1921:

El proletariado industrial… en nuestro país, debido a la


guerra y a la terrible miseria y ruina, se ha desclasado, o sea
se ha salido de su surco de clase y ha dejado de existir como
proletariado.90
El Partido bolchevique se encontró suspendido en un vacío. Para
poder administrar el país, tuvo que hacer uso de una multitud de
funcionarios zaristas y, sin quererlo, el Partido mismo comenzó a
burocratizarse. Una burocracia es esencialmente una jerarquía de
funcionarios que no está sujeta al control popular por parte de su
base. En Rusia, la fuerza social con la cual los marxistas
(especialmente Lenin) habían contado para evitar la burocratización, o
sea una clase obrera revolucionaria activa, había desaparecido. En
esta situación, era imposible llevar a cabo un programa marxista puro.
Durante un tiempo fue posible mantener un equilibrio inestable,
mientras esperaban que la revolución internacional (sobre todo
alemana) viniese en su ayuda. La vieja guardia bolchevique tenía
suficiente compromiso revolucionario como para seguir manteniendo
sus aspiraciones socialistas esenciales, aun durante las transigencias
prácticas que fueron necesarias (por ejemplo la Nueva Política
Económica). Pero, finalmente, la revolución internacional no ocurrió, y
los bolcheviques tuvieron que elegir entre dos alternativas:
mantenerse fieles a la teoría y a los objetivos de la revolución
proletaria internacional, arriesgando perder el poder estatal en Rusia;
o aferrarse al poder y abandonar tanto la teoría como los objetivos. La
situación era complejísima, y los protagonistas no percibían
claramente las alternativas en estos términos, pero esencialmente el
trotskismo fue el producto de la elección de la primera alternativa, y el
estalinismo de la segunda.91

Por supuesto que el estalinismo no se deshizo abiertamente del


leninismo ni del marxismo. El estalinismo necesitaba retener para sí el
prestigio del leninismo, y ser visto como su sucesor. Para esto, tuvo
que ejecutar dos maniobras interconectadas.

En primer lugar tuvo que transformar al marxismo-leninismo una


doctrina en permanente evolución, y orientada hacia la práctica
revolucionaria en un dogma fijo, el equivalente de una religión estatal.
Esta meta de Stalin es evidente en su “Juramento a Lenin”,
pronunciado poco después de la muerte de éste:

Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó enaltecer y


mantener la pureza del gran título de Miembro del Partido.
Te juramos, Camarada Lenin, que cumpliremos
honorablemente tu mandato… Al dejarnos, el Camarada
Lenin nos ordenó resguardar la unidad del Partido como a la
niña de nuestros ojos. Te juramos, Camarada Lenin, que
también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo…
Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó que
guardáramos y fortaleciésemos la dictadura del proletariado.
Te juramos, Camarada Lenin, que con todas nuestras
fuerzas también cumpliremos honorablemente este mandato
tuyo…92
Otras expresiones de esta tendencia son los Fundamentos del
leninismo de Stalin una codificación rígida y esquemática de los
principios leninistas y la multitud de textos “marxistas” y comentarios
académicos que las imprentas del Partido comunista de la Unión
Soviética sigue produciendo hasta hoy en día. Así, el marxismo
estalinista se divorció completamente de la práctica de la clase obrera,
y por lo tanto perdió toda vitalidad. (No es casual que, salvo
disidentes, no haya surgido un solo pensador marxista importante en
la Rusia estalinista y pos-estalinista.) La función de este “marxismo”
no es cambiar la realidad, sino disfrazarla. Se trata de ideología en el
pleno sentido de la palabra.
Aunque Stalin hubiese querido preservar intacto al leninismo,
embalsamado como el cuerpo de Lenin en el mausoleo, no pudo
hacerlo. El abismo entre la teoría y la realidad se volvió tan grande
que “ciertas enmiendas” a la teoría se tornaron inevitables, para
mantener por lo menos la apariencia de una correspondencia entre
teoría y realidad.93 Como consecuencia de la primera maniobra, hizo
falta una segunda la revisión del leninismo y del marxismo para que se
pareciesen a la práctica estalinista. Este es el proceso que debemos
examinar para comprender a fondo la verdadera estructura del
marxismo estalinista, y los intereses que éste representa.

Indudablemente la enmienda más importante es la teoría del


“socialismo en un solo país” (que niega la necesidad de una revolución
internacional). Esta teoría fue introducida por Stalin en el tercer
trimestre de 1924. La introducción de esta doctrina debe estudiarse
desde diversos ángulos: ¿cómo fue introducida? por qué fue
introducida? a qué intereses sociales respondía? y ¿qué
consecuencias tuvo?

Examinemos en primer lugar el método de Stalin. El “socialismo en un


solo país” marcó una dramática ruptura con la posición
internacionalista formulada por Marx y Engels en 1845 y 1847,94 y
repetida incansablemente por Lenin en relación a la revolución rusa.95
Contradice también lo que Stalin mismo había escrito en Los
fundamentos del leninismo pocos meses antes, en abril de 1924:
Todavía queda por emprender la tarea principal del
socialismo la organización de la producción socialista. ¿Será
posible lograrlo, o sea lograr la victoria final del socialismo
en un solo país, sin el esfuerzo conjunto del proletariado de
varios países avanzados? No, no es posible.96
Stalin “resolvió” esta contradicción sacando de circulación la primera
edición de su libro, y escribiendo otra versión del pasaje citado: “Luego
de consolidar su poder, y de conseguir el apoyo del campesinado, el
proletariado del país victorioso puede y debe construir una sociedad
socialista”.97 No ofreció un nuevo análisis; simplemente afirmó una
nueva ortodoxia (injertada póstumamente en las ideas de Lenin). Éste
es el único pasaje que consideró necesario cambiar en su libro; varios
pasajes que aún reflejaban el análisis anterior quedaron intactos.98
Con el pasar del tiempo, se fabricaron otros “análisis” para justificar la
nueva línea.

Este procedimiento no es un ejemplo aislado, sino que es típico.


Cuando la social democracia, según Stalin, dejó de ser un aliado
(1925-27) para convertirse en “el enemigo principal” (1928-33); y más
tarde otra vez en un aliado (1934-39), el cambio de línea no se basó
en un nuevo análisis de la social democracia. Era un nuevo dogma,
para el que había que encontrar a posteriori un análisis que cupiera.
No es que Stalin no haya tenido ningún análisis, sino que su análisis
no podía discutirse en voz alta, porque sus verdaderos criterios, y
verdaderos objetivos, habían dejado de ser los que correspondían a la
teoría cuyo lenguaje seguía usando.

¿Qué razones tuvo entonces Stalin para introducir la doctrina del


socialismo en un solo país, en 1924? Evidentemente fue una reacción
derrotista por cierto al fracaso de la revolución Alemana en 1923 y a la
posterior estabilización relativa del capitalismo. Stalin nunca se había
interesado demasiado en la revolución mundial (era indudablemente el
dirigente bolchevique de miras más estrechas), y en 1924 descontó
toda posibilidad de que aconteciera. Pero esto por sí solo no explica
por qué no siguió siendo internacionalista de la boca para afuera. Es
que la doctrina del socialismo en un solo país se adecuaba
exactamente a las necesidades y aspiraciones de los burócratas que
ahora controlaban el país. Éstos querían una vuelta a la normalidad,
sin crearse complicaciones con aventuras revolucionarias en otros
países. Al mismo tiempo, necesitaban una bandera alrededor de la
cual agruparse, una consigna que definiera sus objetivos. En las
palabras de Trotsky, la doctrina del socialismo en un solo país
“traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar
de la victoria del socialismo se refería a su propia victoria”.99 El
“socialismo en un solo país” fue para la burocracia lo que “Todo el
poder a los soviets” fue para la clase obrera en 1917.

Como hemos visto, Stalin introdujo su nueva teoría lo más


discretamente posible, justamente para disimular cuán distinta era del
marxismo y del leninismo. En realidad, esta nueva doctrina marcó un
viraje decisivo con inmensas repercusiones. La Unión Soviética se
encontraba aislada, frente a un mundo capitalista hostil un mundo que,
a través de su intervención en la guerra civil rusa, ya había
demostrado que quería sofocar a la revolución; un mundo que, como
recalcaba Lenin, era mucho más fuerte económica y militarmente que
el joven Estado obrero. La estrategia durante los primeros años de la
revolución la estrategia de Lenin y de Trotsky había incluido, por
supuesto, la defensa militar más enérgica y resuelta, pero en última
instancia estaba basada en tratar de estimular la revolución
internacional, para derrocar al capitalismo desde adentro. Este énfasis
cambió a partir de la doctrina del socialismo en un solo país. Dejó de
depender de la lucha de clases internacional, y pasó a depender del
poderío de la Unión Soviética como Estado nacional. Esta decisión
tuvo su propia lógica implacable.

La defensa del Estado soviético exigía fuerzas armadas equivalentes


a las de sus enemigos, y en el mundo moderno esto significa una
industria equivalente, y un excedente económico equivalente. Engels
ya en 1892 había comprendido este hecho decisivo de la economía y
la política del siglo XX:

Desde el momento en que en la guerra se comenzaron a


utilizar los productos de la grande industrie (acorazados,
fusiles, cañones de repetición, rifles de repetición, balas
cubiertas de acero, pólvora sin humo, etc.), se convirtió en
una necesidad política para un país tener una industria
pesada, sin la cual no pueden fabricarse estas cosas. Para
todas ellas es indispensable una industria metalúrgica
altamente desarrollada. Y esta industria no puede existir sin
un desarrollo correspondiente de las otras ramas
industriales, especialmente la rama textil.100
Stalin lo comprendió con la misma claridad:

No, camaradas… no debemos aflojar el paso! Por el


contrario, debemos apurarlo todo lo posible. Aflojar el paso
significaría quedar a la zaga; y los que quedan a la zaga son
derrotados. No queremos ser derrotados. No, no queremos
serlo. En la historia, la antigua Rusia… fue derrotada
repetidas veces a causa de su atraso… su atraso militar, su
atraso cultural, su atraso político, su atraso industrial, su
atraso agrícola… Los países avanzados nos llevan cincuenta
o cien años. Tenemos diez años para alcanzarlos. O lo
logramos, o nos aplastan.101
Pero, comparada con sus rivales, Rusia era un país paupérrimo, y de
baja productividad laboral. Industrializar al país exigiría inversiones
masivas, y sin ayuda internacional la única fuente de recursos era la
plusvalía extraída del trabajo de sus obreros y campesinos. Para
industrializar a la Unión Soviética, hubo que extraer, y reinvertir, una
plusvalía masiva. Pero, dado que la mayoría de la población apenas si
tenía para vivir, no había manera de extraer este excedente por una
decisión voluntaria colectiva del conjunto de los productores. Sólo se
podía lograr tal nivel de explotación a la fuerza, y para esto hacía falta
un agente que aplicara esta fuerza una clase social que no sufriese las
pesadas cargas del proceso de acumulación de capital, sino que se
beneficiase gracias a él una clase que jugase el mismo rol histórico
que la burguesía había jugado en Europa occidental. Así fue como la
consecuencia, en la práctica, del “socialismo en un solo país” fue el
capitalismo de Estado.

El socialismo en un solo país también tuvo consecuencias teóricas. No


pudo limitarse, aunque Stalin lo hubiese deseado, a una pequeña
enmienda a la ortodoxia. En Rusia la inmensa mayoría de la población
no eran obreros sino campesinos. Marx y Lenin, si bien habían
reconocido la posibilidad de una alianza revolucionaria entre los
obreros y los campesinos para derrocar a los capitalistas y a los
terratenientes, insistieron siempre que el campesinado no era una
clase socialista. “El movimiento campesino… no lucha para destruir
las bases del capitalismo sino que lucha para despojarlas de residuos
feudales.”102 Si Rusia tenía que lograr, por sí sola, la transición al
socialismo, había que cambiar esta actitud hacia el campesinado. Así,
durante un tiempo Stalin y su aliado Bujárin sostuvieron que el
campesinado “evolucionaría” hacia el socialismo. En la práctica, por
supuesto, el campesinado fue aniquilado por la colectivización forzada
en 1929-33, ya que representaba un obstáculo no solamente para el
socialismo, sino también para el capitalismo de Estado. Pero esta falta
de precisión entre los papeles históricos del proletariado y del
campesinado ya había pasado a formar parte de la ideología
estalinista.

Otra víctima fue la teoría del imperialismo. Ésta había sido


desarrollada por Luxemburgo, Bujárin y Lenin para analizar la última
etapa del capitalismo mundial, y reafirmaba, sobre todo, la primacía de
la economía mundial en relación a cualquiera de sus partes
constituyentes. La doctrina del socialismo en un solo país
necesariamente tenía que negar esta teoría. Es más, al tratar de
defender su teoría contra las objeciones de la Oposición de Izquierda,
que señalaba que Marx y Engels habían rechazado explícitamente al
socialismo “nacional”, Stalin sostuvo que si bien el socialismo en un
solo país no había sido posible en la época de capitalismo industrial
descrita por Marx, sí era posible en la época del imperialismo,
caracterizada por la “ley de desarrollo desigual”103 De este modo,
Stalin despojó a la teoría leninista de su auténtico contenido analítico,
reduciéndola a un simple anticolonialismo, que poco tiene que ver con
el marxismo.

Por último, la lógica del socialismo en un solo país hizo estragos en la


teoría marxista sobre el Estado. En 1934 Stalin ya proclamaba que
Rusia era un país socialista dado que los campesinos eran ahora
empleados estatales, y la sociedad ya no estaba dividida en clases.
(Para Stalin, por supuesto, la burocracia no constituía una clase).
Según Marx, el Estado, que es un instrumento de dominación de
clase, se marchitaría y desaparecería bajo el socialismo. El Estado
estalinista no tenía la menor intención de marchitarse, y este hecho
era indisimulable, aun por la propaganda soviética.

Stalin “resolvió” esta contradicción afirmando que Marx y Engels


pensaron que el Estado se marchitaría porque concebían al socialismo
como un fenómeno internacional, mientras que ahora, ya que el
socialismo existía en un solo país, era necesario fortalecer al
Estado.104 Este argumento era circular, pero utilizable, ya que
cualquiera que señalase su circularidad corría el riesgo de ser
fusilado.

Este argumento justificaba la existencia del Estado, pero dejaba sin


resolver la cuestión de su naturaleza de clase. No podía definirse
como Estado específicamente obrero, ya que Rusia era
supuestamente una sociedad sin clases y por lo tanto socialista. La
única solución era la noción de que el Estado soviético se había vuelto
un Estado de “todo el pueblo”, una noción completamente burguesa,
atacada vigorosamente por Marx en su Crítica al programa de Gotha, y
por Lenin en El Estado y la revolución. Es más, la burocracia estalinista
tuvo exactamente la misma razón que la burguesía para adoptar esta
definición ideológica del Estado o sea que tanto una como la otra se
niegan a reconocer su propia existencia como clase dominante, en
cuyo beneficio opera el Estado.
Vale la pena señalar aquí las similitudes y las diferencias entre el
estalinismo y el kautskismo. Ambos involucran una separación
sistemática entre la teoría y la práctica, mientras que el marxismo
apunta siempre a la unidad entre ambas. Ambos tienen gran apego al
Estado (mientras que Marx y Lenin le son siempre hostiles). Ambos
pasaron de ser internacionalistas a ser nacionalistas. Pero las
diferencias entre ambos son igualmente notables. El kautskismo
cercenó al marxismo en su teoría, y lo cercenó aún más en la práctica;
hablaba de revolución social (por medios parlamentarios) y practicaba
la conciliación con la burguesía. El estalinismo retuvo una retórica
revolucionaria hablaba de insurrección, y de la dictadura del
proletariado pero en la práctica reprimió a la clase obrera. El
kautskismo se sentía pasmado y atraído por el poder del Estado, y por
lo tanto no quería contemplar su destrucción. El estalinismo desarrolló
un verdadero culto de adoración al Estado. Mientras que para Marx y
Lenin la dictadura del proletariado ya era un “semi-Estado”, o “ya no
un Estado propiamente dicho”,105 para Stalin la vía al socialismo, e
incluso al comunismo, pasaba por el fortalecimiento del Estado ad
infinitum. El kautskismo capituló al nacionalismo en 1914,
avergonzadamente y disimulándolo con consignas de “paz”. El
estalinismo, a través de su doctrina del socialismo en un solo país,
injertó formalmente al nacionalismo en el marxismo, degenerando
luego en el crudo chauvinismo de la Gran Rusia, llegando incluso a
exaltar las glorias imperiales zaristas.106

Estas similitudes y diferencias reflejan las similitudes y diferencias


entre las bases sociales de ambas ideologías. Ambas son ideologías
de burocracias que surgieron del movimiento obrero, pero la
burocracia kautskista ocupaba una posición intermedia entre el
proletariado y la burguesía, mientras que la burocracia estalinista era
la clase dirigente, ya que la antigua burguesía había sido aniquilada y
efectivamente desclasada. Por lo tanto, el kautskismo se presenta
como un “marxismo” moderado y cauteloso, que pone siempre en
primer plano aquellos aspectos del marxismo “aceptables para la
burguesía”107. El estalinismo, por el contrario, aparece como un
“marxismo” soberbio y sin escrúpulos, a quien no le interesa la opinión
de la burguesía, pero en cuya práctica el contenido de la teoría
marxista se transforma en su extremo opuesto. Sin embargo, así como
el kautskismo tenía más en común con las ideas de Bernstein que con
las de Marx, también en el fondo el estalinismo, a pesar de todas sus
denuncias verbales contra el kautskismo, se parece mucho más a éste
que a la teoría revolucionaria de Marx y de Lenin.

Las semejanzas con la social democracia son aún más evidentes si


estudiamos al estalinismo como fenómeno internacional. Hasta ahora
hemos enfocado al estalinismo en Rusia, pero también tuvo un
impacto inmenso más allá de las fronteras soviéticas, especialmente a
través de los partidos de la Internacional comunista (el Comintern);
todos ellos pronto hicieron suya la perspectiva mundial del estalinismo.
Este impacto de por sí merece una explicación.
El Partido ruso fue hegemónico en el Comintern desde sus comienzos.
Esto no es sorprendente, dado que era el fundador, y dada la
autoridad que le confería haber llevado a cabo una revolución
victoriosa. Pero durante los primeros años del Comintern existió el
debate libre y franco, y los dirigentes de los otros partidos comunistas
se sentían capaces de contradecir a los rusos, aun cuando el punto de
vista de éstos últimos tendía a prevalecer. Sin embargo, la derrota de
la oleada revolucionaria en Europa socavó la confianza de los partidos
occidentales, y los hizo sentirse más inferiores aún a los rusos
aparentemente victoriosos. Esta situación, junto al uso cada vez
mayor de presiones burocráticas y de ayuda material por parte de los
rusos, confirmó e intensificó la dominación de éstos sobre el
Comintern a tal punto que éste logró que los partidos que formaban la
Internacional olvidasen su propósito original de llevar a cabo la
revolución proletaria mundial.

El medio ideológico a través del cual se logró este viraje fue una vez
más la doctrina del socialismo en un solo país. Si la tarea principal la
creación del socialismo puede lograrse en un país,
independientemente del resto del mundo, entonces la revolución
internacional deja de ser una necesidad inmediata que guía la práctica
política, para tornarse una especie de suplemento extra, enteramente
optativo, una meta lejana a la que de tanto en tanto se le rinde
homenaje. Una consecuencia de esto fue la tendencia a reducir el
papel de los partidos comunistas en el resto del mundo al de “patrullas
fronterizas” para el Estado soviético. Su deber primordial era evitar
cualquier posibilidad de intervención militar contra Rusia. Con ese fin
se los indujo a limitar su rol al de reformistas que actuaban como
grupo de presión, cabildeando a sus respectivas burguesías,
minimizando su actividad revolucionaria para no alienar a posibles
amigos y aliados.

Los primeros frutos de esta orientación fueron la subordinación del


Partido comunista chino al Kuomintang (partido burgués nacionalista
“progresista”), cuyo resultado fue la aplastante derrota de la revolución
China de 1925-27 por parte del mismo Kuomintang; y la subordinación
del Partido comunista de Gran Bretaña a los dirigentes “izquierdistas”
del Consejo General de la TUC (Confederación General Sindical),
quienes al mismo tiempo que posaban como “Amigos de la Unión
Soviética” en el Comité Sindical Anglo-soviético, estaban traicionando
y entregando la huelga general de 1926. Más tarde, otros frutos
incluyeron los Frentes populares de mediados de la década de 1930, y
el sacrificio de la revolución Española (y por lo tanto de la República
española) a Franco, en aras de una posible alianza soviética con las
democracias burguesas de Gran Bretaña y de Francia; y
eventualmente la disolución del propio Comintern en 1943 para
demostrar buena voluntad hacia los Aliados durante la segunda guerra
mundial.

Pero para someter a los partidos del Comintern a tales manejos hubo
que transformarlos no solo ideológicamente sino también
orgánicamente. La inmensa mayoría de sus militantes eran sin duda
trabajadores sinceros que entraron a militar en los partidos comunistas
para derrocar al capitalismo. Aceptaron la teoría del socialismo en un
solo país justamente porque no comprendieron lo que ella implicaba.
Por otra parte, su posición de clase los empujaba continuamente a
actuar contra su propia burguesía, abandonando su papel de
“guardias fronterizos” de la Unión Soviética. Para imponerles este rol,
hubo que cambiar la naturaleza de los partidos, para que ya no
existiese la democracia interna, ni el control por parte de la mayoría de
los militantes. Hubo que burocratizarlos, dotándolos de una jerarquía
de funcionarios cuya lealtad primordial era a la clase dirigente de la
Unión Soviética, y no a sus propios militantes, ni a la clase obrera.
Esto no fue difícil para el estalinismo, dado su poder, su prestigio, y
sus fondos. A fines de la década de 1920, el Comintern y sus partidos
ya estaban completamente controlados por funcionarios leales a
Stalin.

Pero este proceso tenía límites intrínsecos. Para funcionar


eficazmente como patrulla de frontera para la Unión Soviética, más
eficazmente que el cuerpo diplomático soviético, los partidos
comunistas tenían que disponer de ciertas fuerzas, tenían que tener
apoyo de masas, y por razones históricas ese apoyo provendría
principalmente de la clase obrera. Para conseguir y conservar ese
apoyo, los partidos deberían responder, por lo menos hasta cierto
punto, a las necesidades de la clase obrera. Así como la burocracia
social-democrática actúa de mediador entre el proletariado y la
burguesía, en beneficio de ésta, las burocracias de los partidos
comunistas median entre los intereses de su propio proletariado y los
del capitalismo de Estado ruso, en beneficio de éste.

Simultáneamente, sin embargo, la doctrina del socialismo en un solo


país generó en el seno del comunismo internacional una segunda, y
contradictoria, tendencia. Esta doctrina, nacionalista en lo que se
refiere a Rusia, abrió las puertas al nacionalismo dentro de todos los
partidos comunistas. Trotsky comprendió claramente lo que
significaría la nueva doctrina:
Si existe la posibilidad de lograr el socialismo en un solo
país, entonces se puede creer en esta teoría no sólo después
sino también antes de la conquista del poder. Si el
socialismo puede lograrse dentro de las fronteras de la tan
atrasada Rusia, ¿cómo no habría de lograrse en un país
avanzado como Alemania?… El Comintern comenzará a
desintegrarse; lo reemplazará una ideología social-
patriótica.108
Durante un tiempo, la lealtad a la Unión Soviética eclipsó esta
tendencia nacionalista. Pero el propio rol de guardias fronterizos de
Rusia hizo que los partidos comunistas se relacionasen con la
burguesía nacionalista en países subdesarrollados (como en China), o
con los dirigentes sindicales reformistas (como en Gran Bretaña), o
con la burguesía “democrática” (los Frentes Populares en Francia y en
España), y esto favoreció la contaminación nacionalista. La tendencia
a actuar como guardias fronterizos predominó hasta la Segunda
guerra mundial; la prueba es que en general los partidos del
Comintern aceptaron la línea soviética (durante la alianza de Hitler y
Stalin) de que la guerra era “imperialista”. Cuando Alemania invadió a
Rusia en 1941, la línea rusa cambió la guerra mundial se convirtió en
una “guerra popular anti-fascista” que exigía la suspensión inmediata
de toda lucha independiente por parte de los trabajadores, la
subordinación de toda reivindicación obrera a la victoria de los Aliados,
y la conversión de comunistas en super-patriotas. Evidentemente, la
tendencia nacionalista pasó a primer plano.

Después de la Guerra esta tendencia creció rápidamente. En aquellos


países donde partidos comunistas llegaron al poder por sus propios
esfuerzos (China, Yugoslavia, Albania) el nacionalismo triunfó
completamente, y la consecuencia lógica fue una ruptura abierta con
Moscú. En los partidos comunistas que fueron instalados en el poder
por el Ejército Rojo (Polonia, Hungría, Alemania oriental, etc.), y en
partidos pequeños, perseguidos o exiliados, y por lo tanto
dependientes de Moscú (por ejemplo el griego y el portugués), la
tendencia al nacionalismo permaneció muy débil. Pero pasó a dominar
en aquellos partidos con base obrera masiva que podían aspirar al
poder (sobre todo el caso italiano).109 El fenómeno eurocomunista es
el reflejo ideológico de este proceso.

Pasemos a considerar los elementos que hemos esbozado en la


evolución del estalinismo europeo occidental: política reformista y de
cabildeo, dependencia de los dirigentes sindicales, alianzas con la
burguesía “de izquierda” o “progresista”, nacionalismo, y organización
burocrática. ¿Acaso no son éstos los mismos elementos que
constituyen la social democracia? No es sorprendente, entonces, que
las posiciones ideológicas del estalinismo occidental vías
parlamentarias nacionales al socialismo, rechazo explícito de la
dictadura del proletariado, etc. sean cada vez más indistinguibles de
las de la social democracia. La semejanza se refleja incluso en la
división entre el eurocomunismo de izquierda y el de derecha. El
Eurocomunismo de izquierda es una especie de vuelta al kautskismo
su perspectiva es de una transición (más o menos rápida) al
socialismo por la vía parlamentaria, aunque por supuesto que apoyada
por movimientos de masas.110 El eurocomunismo de derecha
equivale aproximadamente a las posiciones de Bernstein, ya que
prevé a lo sumo coaliciones (como el “compromiso histórico” italiano),
y por lo tanto está más a la derecha que el ala izquierda de la social
democracia tradicional. (En Gran Bretaña, por ejemplo, el “marxista”
Eric Hobsbawm miembro del Partido comunista está claramente a la
derecha de Tony Benn, una importante figura de la izquierda
laborista.)

Para concluir: el “marxismo” estalinista ha adoptado dos formas. La


primera, en Rusia, fue la ideología de la burocracia
contrarrevolucionaria que se instaló como clase dirigente de un
capitalismo de Estado, pero en nombre del socialismo. La segunda,
que se ve principalmente en Europa, comenzó siendo la ideología de
los títeres burocráticos de Rusia, pero hoy en día es la ideología de un
sector de la burocracia del movimiento obrero, que ya tiene intereses
independientes. Estas dos formas son distintas entre sí y no pueden
equipararse. Pero en relación a la cuestión fundamental del marxismo
la revolución obrera internacional, la autoemancipación de la clase
trabajadora mundial ambas están en contra de ella. Por eso, ninguna
de las formas del estalinismo es parte de la auténtica tradición
marxista.

En el tercer mundo, el “marxismo” estalinista ha tenido una evolución


bastante diferente.

El nacionalismo tercermundista
El primer marxista que reconoció la trascendencia de los movimientos
de liberación nacional en el tercer mundo fue Lenin. Su análisis del
imperialismo demostró la “esclavitud colonial y financiera a la que está
sometida la inmensa mayoría de la humanidad, cuyos amos son una
insignificante minoría de los países capitalistas más ricos y
avanzados,”111 y mostró que esta esclavitud provocaría
inevitablemente una oleada de revueltas y guerras de liberación. Lenin
imaginaba una futura alianza mundial entre la revolución proletaria,
principalmente en Occidente, y los movimientos de liberación nacional,
principalmente en Oriente, que derrotaría al imperialismo, aplastándolo
en un movimiento de pinzas. Por eso Lenin insistía que era
sumamente importante para los comunistas apoyar a estos
movimientos nacionalistas, sobre todo cuando éstos se hallasen
luchando contra su “propio” imperialismo.

Pero al mismo tiempo Lenin era consciente del riesgo de esta


estrategia para quienes la siguiesen perder la claridad de la diferencia
marxista “entre los intereses por un lado de las clases oprimidas, de
los trabajadores y explotados, y por el otro el concepto general de los
intereses del conjunto de la nación, que implica en realidad los
intereses de la clase dominante”.112 Por lo tanto, las tesis de Lenin
sobre esta cuestión, presentadas al Segundo Congreso de la
Internacional comunista, recalcaban

… la necesidad de resistir resueltamente la tendencia a


atribuirles un colorido comunista a los movimientos de
liberación democrático-burgueses en los países atrasados…
La Internacional comunista debe formar una alianza
temporal con la burguesía democrática en los países
coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse con ella, y
debe en toda circunstancia defender la independencia del
movimiento obrero, por embriónico que éste sea.113
Lenin advirtió también contra “el engaño que practican
sistemáticamente las potencias imperialistas” que a menudo crean
Estados independientes políticamente, pero completamente
dependientes económica y militarmente. Llegó así a la siguiente
conclusión:

Dadas las condiciones internacionales que existen hoy en


día, no hay salvación posible para las naciones débiles y
dependientes salvo en una unión de repúblicas soviéticas…
No se logrará la derrota final del capitalismo a menos que el
proletariado, y luego las masas trabajadoras en todos los
países y naciones del mundo, se afanen voluntariamente por
aliarse y unirse.114
Sin embargo, la política de la Internacional comunista bajo Stalin,
dictaminada por la necesidad de ganar amigos para la Unión
Soviética, cayó en todos los errores contra los cuales Lenin había
advertido. El caso clásico fue por supuesto China, donde el Partido
comunista chino no solamente entró al Kuomintang (partido burgués
nacionalista), sino que además aceptó la prohibición a toda crítica a
los principios de su fundador Sun Yat-sen, y hasta entregó la lista de
sus militantes a los dirigentes del Kuomintang. Chiang Kai-shek,
principal dirigente del Kuomintang, fue nombrado miembro honorario
de la Internacional comunista.

La atribución de “colorido comunista” a movimientos nacionalistas


burgueses, y la fusión de los partidos comunistas con nacionalismos
burgueses, se intensificaron después de la Segunda guerra mundial,
cuando el apoyo selectivo a movimientos de liberación nacional en
colonias del imperialismo enemigo pasó a ser un elemento importante
en la lucha por el poder global entre la Unión Soviética y los Estados
Unidos.115 En las décadas de 1950 y 1960 se había llegado a una
curiosa situación: casi todos los movimientos y regímenes
nacionalistas en el tercer mundo se autotitulaban “marxistas”; mientras
que gran parte de la izquierda en los países avanzados, incluyendo la
izquierda no estalinista, y parte del linaje trotskista, consideraban
ahora a los movimientos de liberación nacional y a la revolución
socialista como prácticamente sinónimos.

Prácticamente todos los partidos de la Segunda Internacional habían


sido cortados con la misma tijera, así que pudimos tomar al SPD
alemán como modelo para nuestro análisis. Pero los movimientos de
liberación, justamente porque son nacionalistas, son tan diversos entre
sí, tanto en su práctica como en su teoría, que ninguno de ellos puede
servir como “representante” de los demás para este análisis. Al mismo
tiempo dar cuenta de todos o incluso de varios de los sistemas
ideológicos que surgieron de estos movimientos es imposible aquí por
razones de espacio. Lo que haremos, entonces, será estudiar el tema
central de casi todas las encarnaciones del “marxismo”
tercermundista: la independencia nacional a través de la guerrilla. Nos
referiremos especialmente a China y a Cuba, porque son los dos
casos más “puros” de este tipo de revolución, y porque además
poseen otras cualidades interesantes. El maoísmo nació en el seno
del estalinismo, luego desarrolló su propia estrategia independiente, y
más tarde, una vez que hubo conquistado el poder, rompió con la
Unión Soviética. El castrismo, por otra parte, en sus comienzos no era
ni marxista ni comunista, y entró al campo soviético, adoptando una
ideología “marxista”, solamente después de llegar al poder. Pensamos
que este breve examen de este tipo de “marxismo” alcanzará para
revelar su esencia, su base de clase.

La guerra de guerrillas involucra, primordialmente, ubicar el centro de


la lucha revolucionaria no en la ciudad sino en el campo. El primer
“marxista” que dio este paso fue Mao, y lo hizo porque la clase obrera
china había sido aplastada por el Kuomintang en 1927. Su objetivo era
salvar a los vestigios del Partido comunista chino del reino de terror
instaurado por Chiang Kai-Shek en las ciudades.116 Mao fue en
primer lugar a Kiangsi, y más tarde, cuando ésta fue atacada por las
fuerzas del Kuomintang, emprendió la increíble Gran Marcha a Yenan
en el noroeste, una de las regiones más atrasadas y remotas del país.
Es más difícil para el ejército y la policía rastrear revolucionarios en el
campo que en la ciudad. Esta consideración práctica es todavía muy
importante para los defensores de la guerrilla como estrategia
revolucionaria. El Che Guevara, por ejemplo, tras comentar que “los
movimientos obreros deben hacerse clandestinos, sin armas, en la
ilegalidad y arrostrando peligros enormes,” agrega: “no es tan difícil la
situación en campo abierto, apoyados los habitantes por la guerrilla
armada y en lugares donde las fuerzas represivas no pueden
llegar”.117

Sin embargo, la estrategia de la guerrilla involucra no solamente una


reubicación geográfica de la lucha, sino también un cambio
fundamental en su contenido social. El obrero no puede hacerse
guerrillero sin dejar de ser obrero, y la guerrilla no es una posibilidad
realista para el conjunto de la clase obrera. ¿Qué clase social habrá
de reemplazar entonces a la clase obrera como agente
revolucionario? La principal respuesta de los teóricos de la guerrilla es:
el campesinado.118

Bastante nos hemos extendido en la primera parte de este escrito


sobre cuán incompatible con el marxismo es esta sustitución del
proletariado por el campesinado. Recalquemos, sin embargo, que esto
no es así solamente porque los teóricos guerrilleros contradicen las
opiniones expresas de Marx y de Lenin sobre las capacidades
revolucionarias del campesinado. Para el marxismo, como hemos
demostrado, el proletariado es fundamental. La clase obrera no es el
instrumento de la revolución, sino que la revolución es el instrumento
de la clase obrera, ya que sólo ésta encarna, y está ligada a, las
fuerzas productivas y las relaciones de la producción capaces de
elevar a la humanidad a una nueva etapa de desarrollo social, donde
ya no exista la opresión de clase.

Fue imposible insertar en el marxismo la doctrina del socialismo en un


solo país sin hacer al mismo tiempo varias otras revisiones teóricas.
De igual modo, la teoría de la revolución socialista campesina
demuele por completo al materialismo histórico. El campesino no es el
producto de relaciones de producción capitalistas, sino pre-
capitalistas. Si el campesinado fuese la clase socialista, la revolución
socialista hubiese sido posible desde hace más de mil años; el
capitalismo y la revolución industrial habrían sido etapas innecesarias
en la historia de la humanidad, y el papel determinante del desarrollo
de las fuerzas productivas desaparecería por completo. Sería cuestión
solamente de tener fuerza de voluntad, e ideas correctas.

Esta es precisamente la noción que se manifiesta en los argumentos


de los maoístas y de intelectuales simpatizantes como Charles
Bettelheim es decir que el socialismo puede construirse en China o
cualquier otro país, por pobre y atrasado que sea; basta que exista un
liderazgo político correcto.119 Esta noción también aparece en la
posición de Castro, Guevara y Debray, según la cual no es necesario
esperar que existan condiciones revolucionarias objetivas, ya que los
revolucionarios (léase guerrilleros) pueden crearlas ellos mismos.120
El resultado no es materialismo marxista, sino un idealismo
desenfrenado.

Este abandono de la centralidad del proletariado resultaba


problemático para quienes, como Mao, aún sentían cierta lealtad
ideológica a la tradición marxista (filtrada por un prisma estalinista).
Por lo tanto, Mao aludía siempre a la “dirección proletaria” del
campesinado.121 Pero, dado que el proletariado no jugó el menor
papel en la revolución China (en 1949 Mao escribió “Esperemos que
los obreros y empleados de todos los oficios sigan trabajando y que la
vida comercial continúe normalmente”122), esto sólo podía significar
dirección por parte del Partido “proletario”. Y, dado que el Partido
comunista chino casi no tenía militantes obreros123, esto sólo podía
significar dirección “proletaria” ideológica. Otra vez el idealismo! La
ideología, desvinculada de su base social, es transferida a otra clase
social, a la que supuestamente transforma.

De hecho, el maoísmo está impregnado de un idealismo extremo,


cuya versión vulgar es la teoría del “prohombre”. Ejemplos incluyen la
noción de que la Unión Soviética se transformó de dictadura del
proletariado en dictadura de la burguesía cuando Jruschov reemplazó
a Stalin; el uso de terminología de clase (“burgués”, “terrateniente”,
etc.) como calificaciones morales;124 el absurdo culto al “pensamiento
de Mao Tse-tung” y el culto al propio Mao (“el Gran Timonel”, “el sol
que nunca se pone”).125

Es importante subrayar que el culto a Stalin sólo surgió una vez que
éste llegó al poder, mientras que el culto a Mao comenzó antes de su
conquista del poder. Esto es porque la clase obrera revolucionaria no
tolera cultos a líderes místicos; por eso Stalin tuvo que aplastarla para
poder gobernarla. En cambio, es típico de revueltas campesinas
considerar a sus jefes como semidioses. Si pensamos en los cultos a
Kim Il Sung, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Che Guevara, etcétera,
notamos que este burdo idealismo es una característica compartida no
sólo por los varios “marxismos” de liberación nacional, sino también
por movimientos nacionalistas abiertamente no-marxistas (por ejemplo
Mahatma Gandhi, y el culto a Sun Yat-sen en el Kuomintang).

Esto es exactamente opuesto al marxismo. Ya no es el ser social el


que determina la conciencia, sino la conciencia social (o sea la
dirección) quien determina el ser social. Si los teóricos de la guerrilla
campesina fuesen coherentes, renegarían del marxismo. Es más, si lo
que pretenden estos teóricos fuese cierto o sea, si la guerrilla fuese la
vía al socialismo los postulados más esenciales del marxismo se
verían refutados. No consideramos que China, Cuba, Vietnam, etc.
sean socialistas. Pero dejemos de lado esta cuestión por el momento.
El carácter idealista de las teorías guerrilleristas sugiere
inmediatamente que la relación entre el ejército guerrillero y el
campesinado no es en absoluto lo que parece ser. Porque el idealismo
en sí tiene raíces sociales la existencia de clases o estratos sociales
que viven a costa del trabajo de otros, y por ello terminan creyendo
que sus propias ideas son la clave a la sociedad.

Para elucidar este problema, hace falta volver al análisis del


campesinado francés hecho por Marx en El dieciocho brumario de Luis
Bonaparte:
Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa,
cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que
entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de
producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer
relaciones mutuas entre ellos… En la medida en que
millones de familias viven bajo condiciones económicas de
existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus
intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas
de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto
existe entre los campesinos parcelarios una articulación
puramente local y la identidad de sus intereses no engendra
entre ellos… ninguna organización política no forman una
clase. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de
clase en su propio nombre… No pueden representarse, sino
que tienen que ser representados. Su representante tiene que
aparecer al mismo tiempo como su señor, como una
autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de
Gobierno que les proteja de las demás clases y les envíe
desde lo alto la lluvia y el sol.126
Marx define aquí la característica fundamental del campesinado,
determinada por las condiciones sociales de su existencia: su
incapacidad de autoemanciparse. El campesinado puede luchar a
menudo ferozmente pero no puede convertirse en clase dirigente. El
campo puede derrotar a la ciudad en muchas batallas, pero no puede
ganar la guerra, ya que el campo no puede dirigir a la ciudad, y es en
ésta donde están ubicadas las principales fuerzas productivas. Por
eso fracasaron la revuelta campesina de Wat Tyler en Inglaterra en
1381, Emiliano Zapata en Méjico, y un sinnúmero de revueltas
campesinas que se repiten a través de la historia china.127 Para
adquirir cohesión como fuerza política nacional, el campesinado
necesita que lo dirija una clase, o parte de una clase, de origen
urbano. Para Lenin, Marx y Trotsky, esta dirección sería provista por el
proletariado, no “yendo al campo” sino luchando para derrocar al
Estado en las ciudades. Para Mao, Castro, Guevara, etc. esta
dirección no la suministraría el proletariado sino los cuadros del
ejército guerrillero, que provenían (y sólo podían provenir) casi
exclusivamente de la intelectualidad urbana.

¿Qué tipo de relación existe entre los líderes guerrilleros y el


campesinado? En primer lugar, el grueso del ejército guerrillero
consiste de campesinos, pero sólo una pequeñísima minoría del
campesinado participa en el ejército guerrillero (en Cuba las fuerzas
armadas castristas fueron a lo sumo un par de miles; en China los
números fueron muchísimo mayores 300.000 al comienzo de la Gran
Marcha, 20.000 a su fin, y varios millones durante el apogeo de la
guerra pero aun así sólo una minúscula fracción de los 500 millones
de campesinos chinos.) Esto es inevitable, dado que la esencia de la
táctica guerrillera es la agilidad, y el poder desaparecer rápidamente
después de atacar.

Dada esta táctica, inevitablemente el guerrillero campesino deja de ser


campesino, para convertirse en un soldado profesional; sus acciones y
su ideología se desvinculan de su origen de clase, y se transforman
bajo la disciplina militar de jefes militares de clase media. Esta relación
es por lo tanto muy distinta de la que se da entre obreros e
intelectuales en un partido leninista, donde los militantes obreros
siguen siendo obreros, y donde la participación de los intelectuales,
aunque necesaria, es siempre condicional a su aceptación de la
perspectiva y de la disciplina de la lucha proletaria.128

La relación entre el ejército guerrillero y el conjunto del campesinado


es también muy diferente de la relación entre el partido leninista y la
clase obrera. La meta del partido leninista es conducir al conjunto de
la clase obrera en su lucha por los intereses de ésta. En cambio el
ejército guerrillero lucha en nombre de la masa campesina. Por
supuesto que los guerrilleros necesitan el apoyo del campesinado, y le
ofrecen a cambio ayuda, protección, y el aliciente de la reforma
agraria. Guevara, sin proponérselo, expresa en forma purísima el
elitismo idealista inherente en la estrategia guerrillera:

Ya habíamos identificado al guerrillero como un hombre


que hace suya el ansia de liberación del pueblo y, agotados
los medios pacíficos de lograrla, inicia la lucha, se convierte
en la vanguardia armada de la población combatiente. Al
comenzar la lucha, lo hace ya con la intención de destruir un
orden injusto y, por lo tanto, más o menos veladamente con
la intención de colocar algo nuevo en lugar de lo viejo.
Habíamos dicho también que… de casi todos los países
poco desarrollados económicamente, los lugares que
ofrecían condiciones ideales para la lucha eran campestres y
por lo tanto la base de las reivindicaciones sociales que
levantará el guerrillero será el cambio de la estructura de la
propiedad agraria.129
Tenemos así, en primer lugar, al guerrillero con sus ideales de un
orden social justo, “un verdadero sacerdote de reformas” como lo
llama Guevara; en segundo lugar la elección de la zona rural como
campo de batalla porque aparece ventajoso militarmente; en tercer
lugar el programa de reforma agraria. Guevara prosigue:

Al campesino siempre hay que ayudarlo técnica, económica,


moral y culturalmente. El guerrillero será una especie de
ángel tutelar caído sobre la zona para ayudar siempre al
pobre y para molestar lo menos posible al rico, en los
primeros momentos del desarrollo de la guerra.130
Mao también da instrucciones estrictas al Ejército Rojo sobre cómo
deben comportarse con el campesinado: “Sean corteses y ayuden
cuando puedan. Devuelvan todos los artículos que tomen prestado.
Repongan artículos dañados… No compren nada sin pagar, etc.”131
La relación de poder que existe entre el campesino y el guerrillero
hace que estos mandatos morales sean necesarios; en realidad es
una continua tentación comportarse de otro modo. En cambio, es
impensable que una organización obrera al enviar a sus militantes a
puertas de fábrica tenga que dar órdenes de ” No asalten a obreros!
No los obliguen a comprar nuestro periódico!”

La verdadera base de este elitismo no es la cultura superior del


comando guerrillero, ni tampoco siquiera el hecho de que posean
armas, sino que es primordialmente la divergencia en sus objetivos de
clase. El objetivo de clase fundamental del campesinado es la
posesión de la tierra. El objetivo fundamental de los intelectuales
revolucionarios que dirigen la guerrilla es la toma del poder estatal
para lograr la liberación nacional. La guerrilla no lucha por llevar al
campesinado al poder, sino que utiliza al campesinado en su lucha por
conquistar ellos mismos el poder. El ejército y el partido de Mao lo
ejemplifican bien. El Partido comunista chino continuamente frenaba la
lucha espontánea de los campesinos por la tierra, para no poner en
peligro la coalición nacional en la guerra contra el Japón.132

La lucha de los países oprimidos por su liberación nacional contra un


status colonial como en Argelia, o contra un régimen títere del
imperialismo, como en Cuba, es progresista, y como tal debe ser
apoyada; pero no deja de ser esencialmente una tarea democrático-
burguesa. El Estado-nación es producto del capitalismo, y la tarea
histórica del proletariado es superar esta división del mundo en
distintos Estados. Por lo tanto, el apoyo marxista a la liberación
nacional difiere del apoyo burgués y pequeñoburgués, tanto en su
motivación como en su método. Para la burguesía y pequeña
burguesía, la liberación nacional es una lucha por establecer su
territorio, por poder gobernar ellos mismos su propio rincón del globo.
Como tal, la liberación nacional es para ellos el objetivo primordial,
cuyo logro debe unir a todas las clases “nacionales”. Para los
marxistas, en cambio, la liberación nacional no es el fin sino un medio;
la lucha contra la opresión nacional es necesaria porque ésta
constituye un obstáculo a la eventual unificación voluntaria de la clase
obrera internacional en una “unión de repúblicas obreras”. Por lo tanto,
cuando el proletariado participa en la lucha, debe conservar su
independencia de clase, para así poder llevar la revolución más allá de
la liberación nacional con la que se contentarían la burguesía y
pequeña burguesía en un proceso de revolución permanente.

De esto se deduce que la estrategia de guerrillas (salvo como


complemento secundario a una revolución obrera) es incompatible con
la perspectiva proletaria internacionalista. Resulta evidente también
que ninguno de los “marxistas” nacionalistas en el tercer mundo ha
logrado trascender la posición nacionalista. Este hecho, amén de
todos los otros argumentos, indica que la base de clase de su
“marxismo” no es el proletariado sino la pequeña burguesía.133

Nos falta aún considerar otro aspecto del problema. Una vez lograda
la liberación nacional (si ésta no se transforma en revolución
internacional), se hace necesario consolidarla y conservarla, en un
mundo capitalista ferozmente competitivo. La élite guerrillera
pequeñoburguesa que llega al poder impulsada por la guerra
campesina, se halla entonces en una situación similar a la de los
dirigentes bolcheviques después de la destrucción de la clase obrera
durante la guerra civil. La diferencia principal es que, al no tener
vínculos orgánicos con la clase obrera mundial a través de un partido
revolucionario internacional,134 su única opción posible es la vía
estalinista tratar de lograr el crecimiento económico a través de la
acumulación de capital, basada en la explotación de los obreros y
campesinos. Esto a su vez significa que esta élite necesita
consolidarse como la nueva clase dominante.135

En esta situación ocurren dos cosas. En primer lugar el culto del noble
guerrillero que se sacrifica por su pueblo se transforma en una
ideología de obreros (y campesinos) que deben sacrificarse por la
nación. El socialismo pasa a ser una doctrina de ascetismo (ensalzado
en el mundo desarrollado por Bettelheim y otros, como crítica al
“economismo”). En segundo lugar, las estructuras aparentemente
fluidas y radicalmente nuevas de la revolución nacionalista acaban por
solidificarse en un Estado burocrático unipartidario, de corte
estalinista. Vemos así que los paralelos que existen entre el
nacionalismo tercermundista y el estalinismo soviético no se deben
simplemente a un común origen ideológico y orgánico (que se da en
China pero no en Cuba), ni a la dependencia de ayuda material rusa
(que se da en Cuba pero no en China desde principios de la década
de 1960), sino que provienen fundamentalmente de una situación de
clase parecida, y tareas económicas parecidas.

En conclusión el “marxismo” nacionalista tercermundista, al igual que


el kautskismo y el estalinismo, no es en su origen una ideología de
revolución proletaria sino de un sector de la pequeña burguesía
situada entre el trabajo y el capital. El kautskismo y el estalinismo son
ideologías de burocracias que se han elevado por encima de sus
bases obreras. El nacionalismo tercermundista es la ideología de la
clase media intelectual oprimida por el imperialismo. A diferencia del
kautskismo y del estalinismo, tiene un cierto contenido “revolucionario”
en aquellos países que no han logrado aún su liberación nacional. Al
igual que el estalinismo en Rusia y Europa oriental (pero no el
kautskismo, ni el estalinismo en Occidente), es capaz en ciertas
circunstancias136 de convertirse en la ideología de la clase
dominante. Es una ideología que formalmente está aun más distante
del marxismo que el kautskismo o el estalinismo. Sólo se la acepta
como marxismo, o como una versión del marxismo, gracias al trabajo
previo del estalinismo, que consiguió enterrar la auténtica tradición
marxista bajo una montaña de distorsiones, y debido a la extrema
debilidad del marxismo proletario durante las décadas de 1950 y 1960.

De modo que el kautskismo, el estalinismo y el nacionalismo


tercermundista, a pesar de las diversas diferencias que tienen entre sí,
tienen mucho en común. Primordialmente están comprometidos con el
Estado nacional (nacionalismo y nacionalización de la propiedad), y
rechazan la autoemancipación de la clase trabajadora. Ya Engels en
el Del socialismo utópico al socialismo científico había descubierto por
otra vía que estas características son típicas de la última etapa del
desarrollo capitalista:

El Estado moderno, cualquiera sea su forma, es una maquina


esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista
colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas asuma en
propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta
mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo
obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de
abolirse con estas medidas, se agudiza.137
Estos “marxismos”, porque abandonaron las posiciones de clase del
proletariado, terminan apoyando la próxima etapa del capitalismo.

Con esto hemos completado nuestro examen de las principales138


transformaciones del marxismo desde la muerte de Marx, y podemos
volver a nuestro punto de partida la auténtica tradición marxista.

La auténtica tradición marxista


La auténtica tradición marxista no es difícil de identificar. Comienza
con Marx y Engels, pasa por el ala izquierda revolucionaria de la
Segunda Internacional (especialmente Lenin y los bolcheviques en
Rusia, y Rosa Luxemburgo y la Liga Espartaco en Alemania), llega a
su apogeo en la revolución rusa y los primeros años de la Tercera
Internacional (Comintern), y se mantiene viva, en dificilísimas
circunstancias, en la Oposición de Izquierda y en el movimiento
trotskista de la década de 1930. La historia y la teoría de esta tradición
han sido copiosamente analizadas, defendidas, y en ciertos aspectos
criticadas, por militantes de nuestra tendencia política.139 Aquí, por
razones de espacio, sólo podemos mencionar algunos aspectos.

Los principales protagonistas de la auténtica tradición de Marx y


Engels son, evidentemente, Lenin, Luxemburgo y Trotsky, pero
existieron además muchas otras figuras importantes Mehring, Clara
Zetkin, el joven Bujárin, James Connolly, John McLean, Victor Serge,
Alfred Rosmer, etc., además de centenas de millares de luchadores
obreros.

Esta tradición ha luchado siempre por unir la teoría y la práctica, y por


lo tanto nunca se ha contentado con repetir catecismos, ni con aceptar
dogmas acríticamente, sino que se ha esforzado siempre por aplicar el
marxismo a un mundo en continua transformación. Los principales
aportes incluyen teorías sobre el partido (Lenin), la huelga de masas
(Luxemburgo), la revolución permanente (Trotsky), el imperialismo y la
economía mundial (Luxemburgo, Bujárin, Lenin y Trotsky), el papel
contrarrevolucionario del estalinismo (Trotsky), el fascismo (Trotsky), y
la restauración del elemento dialéctico, activista, a la filosofía marxista
(Lenin, Gramsci y Lukács).

Durante casi toda su existencia exceptuando solamente el período


revolucionario de 1917 a 1923 ha sido la tradición de una muy
pequeña minoría. Esto es una pena, pero es inevitable. Las ideas
dominantes en cada sociedad son las ideas de la clase dominante, y
para la inmensa mayoría de los trabajadores la conciencia
revolucionaria sólo se logra en el transcurso de la lucha revolucionaria.
Por lo tanto, es imposible la permanente coexistencia de un
movimiento de masas auténticamente marxista con el capitalismo. Su
sola presencia constituye una amenaza al orden capitalista, y a menos
que la amenaza se haga realidad, será eliminada por la clase
dominante. Por lo tanto es una tradición cuyos avances y retrocesos
reflejan, en última instancia, los avances y retrocesos de la clase
obrera.

Esta tradición no es monolítica, sino que está caracterizada por


vigorosos debates. Pensemos, por ejemplo, en Lenin y Luxemburgo
sobre el partido y sobre la “cuestión nacional”; en Lenin y Trotsky
sobre el tipo de revolución que tendría lugar en Rusia; en los debates
internos del Partido bolchevique antes y después de 1917. Tampoco
es una tradición libre de errores por ejemplo Trotsky en 1938 opinaba
que el capitalismo era incapaz de seguir desarrollándose, y
consideraba que la Rusia estalinista seguía siendo un Estado obrero.
Pero esta tradición está unida por su base de clase la clase obrera
mundial140 y por lo tanto en un sentido importante es una tradición
cumulativa, donde cada generación de marxistas agrega al edificio
teórico construido por sus predecesores.

También es nuestra tradición la tradición que el Socialist Workers


Party de Gran Bretaña, y los representantes de nuestra tendencia en
diversos países, han tratado de continuar y desarrollar durante más de
treinta años. No hemos afrontado todavía coyunturas históricas de
guerra, revolución y contrarrevolución. Estas condiciones son la
prueba de fuego para teorías y movimientos, ya que demuestran
claramente sus insuficiencias, pero también permiten su pleno
florecimiento, con mayor visibilidad. Por ello, nuestros logros teóricos y
prácticos parecen poca cosa comparados con los de nuestros
predecesores. Sin embargo, nuestros aportes teóricos más
importantes, y las posiciones políticas que nos distinguen el análisis
del capitalismo de Estado en los Estados estalinistas, la teoría de la
“revolución permanente desviada” en el tercer mundo, la teoría de la
“economía de armamento permanente” y el análisis de la nueva crisis
económica, la crítica a la burocracia sindical141 tienen dos cosas en
común: surgieron como respuestas a cuestiones problemáticas para el
movimiento obrero en su lucha por transformar a la sociedad, y
tomaron como punto de partida y subrayaron como conclusión el
principio fundamental del marxismo la autoemancipación de la clase
trabajadora. En La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el
comunismo Lenin escribió: “la teoría revolucionaria… sólo se forma de
manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de
un movimiento verdaderamente revolucionario y verdaderamente de
masas”. Lograr esta unidad es, por supuesto, la principal tarea que
afrontamos.

Posdata a la primera edición en


castellano
Este ensayo fue escrito en 1983 para International Socialism, la revista
teórica trimestral del Socialist Workers Party (Gran Bretaña), o sea
para un público lector ya familiarizado con la teoría del SWP. Esto nos
permitió referirnos tan brevemente en el capítulo anterior a “nuestros
aportes teóricos más importantes y las posiciones políticas que nos
distinguen”. Dado que los lectores de habla hispana no han tenido
oportunidad hasta ahora de leer nuestra teoría, es necesario agregar
unas páginas para explicar y ampliar lo anterior.

Los fundadores de nuestra tendencia142 rompieron con la Cuarta


Internacional en 1950. Durante las décadas funestas de 1930 y 1940,
cuando el fascismo y el estalinismo lograron borrar casi
completamente al marxismo auténtico, el movimiento trotskista, a
pesar de sus muchos defectos y errores, mantuvo la tradición. En gran
medida esto fue gracias a la obra de Trotsky, quien defendió, amplió y
generalizó la herencia revolucionaria del leninismo. Las tres
posiciones fundamentales para ello fueron: su oposición a la teoría del
socialismo en un solo país;143 su oposición a los Frentes Populares, o
sea a la colaboración con la burguesía “democrática” (o “progresista” o
“nacional”); y su insistencia siempre en la necesidad de construir
partidos revolucionarios leninistas, y una Internacional leninista, lo cual
surgía de su rechazo a la idea de que el estalinismo fuese la
continuación o culminación del leninismo.144

Nuestra tendencia reivindica esta tradición. Pero en un mundo en


continua transformación no es posible mantener una tradición a través
de la simple repetición de dogmas recibidos; además la herencia
política de Trotsky contiene errores y contradicciones que ayudaron a
sumir a sus discípulos en profundas crisis teóricas a fines de la
década de 1940.

En primer lugar, su análisis del estalinismo. Durante sus últimos años,


Trotsky sostuvo que: 1) la burocracia estalinista se había vuelto
contrarrevolucionaria tanto dentro de la Unión Soviética como
internacionalmente, pero que, a pesar de ello, 2) la Unión Soviética
seguía siendo un Estado obrero (aunque gravemente degenerado)
dado que no existía la propiedad privada.

Cuando, después de la Segunda guerra mundial, el estalinismo


estableció varios “países satélites” cuya economía y relaciones de la
propiedad eran idénticas a las de la URSS, estas dos posiciones se
volvieron incompatibles. Si Hungría, Polonia, etc. eran Estados
obreros porque la propiedad había sido nacionalizada, entonces ya no
podía decirse que el estalinismo era contrarrevolucionario. Por otra
parte, si se consideraba que el estalinismo era contrarrevolucionario, y
que los “países satélites” no eran más que un producto de éste,
entonces el criterio de la propiedad nacionalizada no puede servir para
definir a un Estado obrero, y eso tendría consecuencias para el
análisis de la URSS.

Había que elegir, y no era sólo cuestión de etiquetas teóricas. La


razón de ser del trotskismo era la naturaleza contrarrevolucionaria del
estalinismo. Si éste había logrado derrocar al capitalismo y establecer
Estados obreros en varios países, las magras fuerzas del trotskismo
no tenían nada que aportar al proceso histórico. Más aún, una vez que
se acepta la noción de que se pueden establecer Estados obreros
gracias al Ejército Rojo, sin revoluciones obreras, es fácil aceptar que
otras fuerzas sociales pueden substituir a la clase obrera, lo cual
socava los cimientos del marxismo.

Finalmente, tras muchos cismas y vacilaciones, se tomó partido. La


mayoría de la Cuarta Internacional prefirió aferrarse a la letra de las
formulaciones de Trotsky, a costa de su espíritu revolucionario. Así se
inició un largo proceso de seguidismo, e incluso capitulación, al
estalinismo. Pero la elección no fue unánime por ejemplo Natalia
Sedova, la viuda de Trotsky, no siguió este camino.

Los fundadores de nuestra tendencia política, especialmente Tony


Cliff, resolvieron el dilema desarrollando la teoría del capitalismo de
Estado. Cliff no fue el primer marxista que definió a la Unión Soviética
como capitalista de Estado, pero su obra más importante, escrita en
1947,145 fue la primera que combinó un minucioso estudio empírico
de las relaciones de la producción y de la estructura del Estado en la
URSS con una teorización del fenómeno del capitalismo de Estado a
partir de las ideas del marxismo clásico.

La teoría del capitalismo de Estado brindó una descripción científica


del Estado y de la economía en la URSS, reconociendo que la clase
obrera no controlaba ni a uno ni a la otra. Pero un mérito aún mayor
fue su reafirmación del papel indispensable de la clase obrera, y de la
democracia obrera, en la construcción del socialismo. Con el pasar de
los años, la cuestión del capitalismo de Estado se volvió cada vez más
importante. China, Cuba, Vietnam, etc. adoptaron una retórica
socialista, pero ninguno de ellos encarnaba el poder obrero. Para los
adherentes a la teoría del capitalismo de Estado, estos regímenes no
representaban ningún misterio, pero para aquéllos que se aferraban a
la fórmula “propiedad estatal = socialismo” estas experiencias fueron
una fuente de repetidas ilusiones y desilusiones, mientras que la idea
de la autoemancipación obrera se hacía cada vez menos importante.

Hubo que explicar, sin embargo, la dinámica de clase de las


revoluciones en China, Cuba, etc. En 1960 Cliff escribió un artículo
fundamental, en el que caracterizó a estos procesos (basándose en la
“teoría de la revolución permanente” de Trotsky) como “revolución
permanente desviada”. Al no existir un movimiento obrero
revolucionario independiente, la lucha anti-imperialista fue realizada
por un sector de la clase media intelectual con el apoyo del
campesinado. A esta clase le convenía nacionalizar la propiedad, pero
no le convenía el poder obrero.

La segunda dificultad teórica importante que Trotsky legó fue una


perspectiva económica incorrecta. En el Programa de Transición,
documento que elaboró al fundar la Cuarta Internacional, adujo que el
capitalismo había llegado a su última crisis, su agonía mortal ni el
desarrollo de las fuerzas productivas, ni mejoras en el nivel de vida de
la clase obrera, serían ya posibles. En 1938 este análisis era creíble,
pero diez años más tarde era evidente que el capitalismo ya no estaba
en crisis: había comenzado su auge más prolongado, que habría de
durar casi treinta años.

La mayoría de los trotskistas, especialmente Ernest Mandel, su


economista más destacado, prefirieron una vez más seguir recitando
viejas fórmulas, y se negaron a aceptar la existencia del “boom”
económico. Nuestra tendencia, en cambio,146 estudió el “boom”,
llegando a comprender tanto sus causas como sus limitaciones.

Según nuestra teoría de la “economía de armamento permanente”, el


masivo y permanente presupuesto bélico durante la Guerra Fría
consumía una fracción importante de la plusvalía, que de otro modo
hubiese sido reinvertida para aumentar la composición orgánica del
capital. Esto logró amortiguar durante un tiempo la causa esencial de
las crisis capitalistas, o sea la baja tendencial de la tasa de ganancia.
Este fenómeno no podía durar para siempre, y contenía sus propias
contradicciones. A los Estados Unidos y a Inglaterra les resultó cada
vez más difícil competir con Alemania y Japón (que no gastaban en
armamentos); cuando trataron de reducir su presupuesto militar, la
tasa de ganancia disminuyó, y comenzó un nuevo período de
crisis.147

Este análisis fue importantísimo para nosotros. Durante las décadas


de 1950 y 1960 nos permitió trabajar con expectativas realistas, en
vez de pensar, como los reformistas y algunos aspirantes a
revolucionarios como Marcuse, que el capitalismo había superado sus
contradicciones económicas fundamentales. Durante las décadas de
1970 y 1980 nos ha permitido comprender que, si bien la crisis no es
una repetición mecánica de la catastrófica crisis de la década de 1930,
es profunda y orgánica, y no tiene solución gradual, reformista ni
nacional. En otras palabras esta crisis, aunque no produce
automáticamente una situación revolucionaria, sí crea las condiciones
objetivas para que ocurra una revolución internacional.

Otra deficiencia de la teoría marxista clásica era la cuestión de la


burocracia sindical. Ésta se consolidó solamente después de la muerte
de Marx. Trotsky describió con gran perspicacia a la burocracia
sindical inglesa en la década de 1920, pero no llegó a elaborar una
teoría general. Esta cuestión es fundamental para todo revolucionario
relacionarse seriamente con la clase obrera implica también
relacionarse con sus organizaciones de masas, los sindicatos.

Muchos grupos de izquierda consideran que lo fundamental es tener


dirigentes sindicales “de izquierda” y no “de derecha”; por lo tanto su
estrategia se orienta a ganar elecciones sindicales para conquistar el
aparato. Nuestra tendencia, en cambio, sostiene que los funcionarios
sindicales constituyen un estrato social con características e intereses
propios. Por lo tanto, los revolucionarios tienen que organizarse dentro
de los sindicatos a nivel de base, reconociendo que los trabajadores
tienen que poder actuar independientemente de sus dirigentes.148

Esta breve e incompleta lista de nuestros aportes muestra que nuestra


tendencia ha tratado seriamente de desarrollar la teoría marxista en
todos los sentidos, afrontando el desafío del mundo contemporáneo.
Con el pasar de los años probablemente descubriremos deficiencias y
errores en nuestras teorías, pero éstas tienen por lo menos el
importante mérito de no ser un ejercicio académico. Por el contrario,
constituyen un aspecto de la tarea absolutamente fundamental:
construir partidos obreros revolucionarios independientes de la
socialdemocracia y del estalinismo: dos inmensos obstáculos a la
revolución obrera en el mundo entero.

John Molyneux, octubre de 1986

Notas
MEOE: Marx y Engels, Obras escogidas (Editorial Progreso, Moscú,
sin fecha)

LOE: Lenin, Obras escogidas (Editorial Progreso, Moscú, 1980)

LTT: Lenin, Obras escogidas en tres tomos, tomo I (Editorial Progreso,


Moscú, 1969)

KMSW: Karl Marx: Selected Writings, ed. D. McLellan (Oxford, 1978)

1a MEOE, p117.

1b Trotsky, Resultados y perspectivas, en 1905 tomo 2 (Ruedo ibérico,


Paris, 1971), p172.

2 Lukacs, History and Class Consciousness (Londres, 1971), p1.

3 Resulta irónico que esta reducción del marxismo a una simple


cuestión de método haya resurgido recientemente en los escritos y
discursos de la tendencia Militant en el Partido Laborista británico (ver
por ejemplo Laurence Coates en Socialist Worker, Londres, 8 de
enero de 1983). Por supuesto que para el grupo Militant no se trata de
una posición teórica, sino de un mecanismo político para evitar tener
que definirse en relación a cuestiones tan embarazosas (para este
grupo ‘trotskista’ entrista) como la revolución, la dictadura del
proletariado, etc.

4 Lukacs, op. cit. p1.

5 Trotsky, In Defence of Marxism (Londres 1966), p11.


6 Marx, Prologo de la Contribución a la Crítica de la Economía
Política, MEOE, p182.

7 KMSW, p63.

8 Ibid, p63.

9 Ver las Tesis sobre Feuerbach, MEOE, p25.


10 Engels, “On the History of Early Christianity”, en Marx y Engels,
Basic Writings on Politics and Philosophy (Nueva York, 1978) p209.

11 Engels, Anti-Dühring (Pekín, 1976), p18.


12 KMSW, p212.

13 MEOE, pp43-4.

14 Ibid, p43.

15 Towards a Critique of Hegel’s Philosophy of Right: Introduction


(1844), ibid, p73. Recordemos tambien el importante papel que jugó
Engels en esa época, basándose en su experiencia con la clase
obrera inglesa en Manchester.

16 Citado en ¿Qué hacer?, LTT, p149.


17 Ibid, p142.

18 Ver J. Molyneux, Marxism and the Party (Londres, 1978), pp46-50.

19 MEOE, p41.

20 Marx a Weydemeyer, 5 de marzo de 1852, MEOE, pp703-4.

21 LEO, p297.

22 Ver K. Mannheim, Ideology and Utopia (Londres, 1976). Para


Mannheim, los intelectuales independientes son el grupo más capaz
de trascender su propia posición social, y llegar a una síntesis de
todas las perspectivas socialmente determinadas. Nigel Harris ha
señalado las semejanzas entre esta noción y el “elitismo
explícitamente intelectual de Kautsky (copiado por el joven Lenin)”,
Beliefs in Society (Londres, 1971) p222.
23 Ver la segunda Tesis sobre Feuerbach de Marx. Para una versión
ampliada de este argumento, con ejemplos tomados de la historia de
la ciencia, ver P Binns, “What are the tasks of Marxism in
philosophy?”, en International Socialism, segunda serie, número 17.
24 Siempre y cuando entendamos por “objetivo” lo que Gramsci llama
“humanamente objetivo”, y no “una objetividad extrahistórica ni
extrahumana”. Ver Gramsci, Selections from the Prison Notebooks
(Londres, 1971) pp445-6.

25 La sociedad capitalista, porque está basada en el trabajo


enajenado, tiene la apariencia de una entidad independiente de los
individuos, y más allá de su control. Tanto el sociólogo burgués Emile
Durkheim, que consideraba que la sociedad es una realidad moral
externa a las personas que la constituyen, y que aconsejaba “tratar a
los hechos sociales como cosas”, como el filósofo estalinista Louis
Althusser, quien sostenía que “la historia es un proceso que no tiene
sujeto”, cometen el mismo error de reificación un proceso intelectual
que no es más que un reflejo de la realidad material de la alienación.

26 Aunque en el futuro quizás sea posible distinguir a grosso modo


entre la ciencia de la época burguesa y la ciencia de la época
socialista.

27 Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, LOE,


p15.

28 No siempre fue así. Cuando la burguesía todavía luchaba por


imponerse como la nueva clase dirigente, sí necesitaba poder
transformar a la sociedad. De allí surgen los grandes logros de sus
teóricos en filosofía (de Descartes a Hegel), política (de Maquiavelo a
Rousseau) y economía (Smith y Ricardo). De allí surge la famosa
distinción que hace Marx entre los economistas políticos clásicos, que
hicieron auténticos descubrimientos científicos, y los “pugilistas
contratados” de la burguesía que les siguieron.

29 Marx, The German Ideology (Nueva York, 1947) p40.

30 Lukacs, Lenin (Londres, 1970) p9.

31 Ibid, p90.

32 MEOE, p371.
33 Marx hace referencia a este mismo punto metodológico cuando
escribe que “La anatomía humana contiene la clave a la anatomía del
mono”. Marx, Grundrisse (Harmondsworth, 1973), p105.

34 Por ejemplo: “(Los hombres) comienzan a diferenciarse de los


animales en el instante en que comienzan a producir sus medios de
subsistencia”. KMSW, p160.

35 MEOE, p381.

36a Ver Marx, Crítica del programa de Gotha, MEOE, pp337-8.

36b MEOE, p48.

37 Por esta misma razón, el apoyo a la autodeterminación nacional no


es un principio automático. Hay situaciones en que ésta contradice los
intereses del conjunto de la clase obrera, y por eso es objetivamente
reaccionaria. Por ejemplo: el nacionalismo eslavo durante el siglo XIX
(según Marx); la autodeterminación del pueblo servio durante la
Primera guerra mundial; el nacionalismo escocés y el galés hoy en
día.

38 Engels, Carlos Marx, en MEOE, p390. .

39 KMSW, pp167-8.

40 “No hace falta ser especialmente agudo para deducir de las


enseñanzas del materialismo acerca de la bondad original y la
igualdad de dotes intelectuales de los hombres, la omnipotencia de la
experiencia… la influencia del medio ambiente sobre el hombre… etc.,
la necesaria conexión entre el materialismo y el comunismo y
socialismo.” KMSW., p154.

41 1 Tesis sobre Feuerbach, MEOE, p24.


42 3 Tesis sobre Feuerbach, MEOE, pp24-5.
43 Ibid.

44 Karl Marx, Early Writings, ed. T. B. Bottomore (Londres, 1963)


p202.

45 Ibid, p203.
46 Engels, Discurso frente a la sepultura de Marx, MEOE, p451.

47 Marx, Prologo de la Contribución a la Crítica de la Economía


Política, MEOE, pp182-3.

48 KMSW, p214.

49 Marx, Early Writings, op. cit., p69.

50 Ibid, p120.

51 Ibid, p59.

52 Estas crisis inevitables no implican que el capitalismo vaya a


disolverse por sí solo, aunque la crisis profunda crea la posibilidad de
su derrocamiento.

53 No es casual, ni una mera minucia técnica, que El Capital esté


basado en la teoría del valor trabajo, ni que el doble carácter social de
la mercancía se derive del doble carácter social del trabajo (trabajo
abstracto y trabajo concreto).
54 Marx, Early Writings, op. cit., p129.

55 Ibid, p132.

56 Ibid, p122.

57 Marx, Capital (Londres, 1974) p582..


58 Marx, Early Writings, op. cit., p604.

59 Marx, Capital vol. I, op. cit., p604.


60 Muchos de estos pasajes, y una refutación tajante de la tesis “joven
Marx versus viejo Marx”, están en Istvan Meszaros, Marx’s Theory of
Alienation (Londres 1975), pp217-253. Un análisis brillante, aunque no
sin errores, de lo indispensable que es el trabajo alienado para la
estructura y lógica del Capital, está en Raya Dunayevskaya, Marxism
and Freedom (Nueva York, 1964).
61 Marx, Capital vol. III (Moscú 1966) p250.
62 Lukacs, History and Class Consciousness, op. cit., pp53-4 y 63-4 y
Dunayevskaya, op. cit., p143.
63 Ver Lucio Colletti, “Marxism: Science or Revolution” en From
Rousseau to Lenin.

64 Hilferding, Prefacio a Finance Capital, citado en P Binns, op. cit.


p123.
65 Nuestro Programa, LEO, p29.

66 El Destino Histórico de las Enseñanzas de Carlos Marx, LOE, p12.

67 Este argumento, y otros que expondré posteriormente, están


basados en el relato de las transformaciones del marxismo que hace
Nigel Harris en Beliefs in Society, op. cit.

68 Las simientes del reformismo existieron desde los comienzos del


SPD. Ver la “Crítica al Programa de Gotha” de Marx, y la “Carta
Circular” de Marx y Engels, Selected Correspondence (Moscú 1965)
p327.

69 Entre 1900 y 1905 hubo un promedio de sólo 1.171 huelgas por


año, en las que tomaron parte un promedio de 122.606 huelguistas
por año. (Cifras calculadas del Sozialgeschichtliches Arbeitsbuch,
Materialien zur Statistik der Kaiserreichs 1870-1914, Munich 1975),
p132.

70 Kautsky, The Class Struggle (el programa de Erfurt) (Nueva York,


1971).

71 Ibid, p7.

72 Ibid, p8.

73 Ibid, p88.

74 Ibid, p7.

75 Ibid, p159.

76 Marx, The First International and After (Harmondsworth 1974) p80.

77 Kautsky, The Class Struggle, op. cit. Los subrayados son míos. .
78 Citado en M. Salvadori, Karl Kautsky and the Socialist Revolution
(Londres 1979) p22.

79 Hay una notable semejanza entre esto y la estrategia de la


tendencia Militant en el Partido Laborista Británico, que preconiza un
Acta del Parlamento que permita la rápida nacionalización de los “200
monopolios más importantes”. La diferencia es que el partido de
Kautsky ya tenía por lo menos un programa socialista, mientras que
Militant necesita primero conseguir que el Partido Laborista adopte tal
programa.

80 Citado en M. Salvadori, op. cit., p162.

81 Kautsky, The Class Struggle, op. cit., p189.

82 Kautsky, citado en Lenin, Marxism on the State (Moscú 1976) p78.

83 Ver el brillante análisis de Rosa Luxemburgo, La Huelga de Masas,


el Partido Político y los Sindicatos.

84 M Salvadori, op. cit., p108.

85 Ibid, p111. De igual manera, Kautsky pensaba que “el problema de


la dictadura del proletariado puede tranquilamente dejarse para el
futuro”.

86 Ibid, p110.

87 Para un desarrollo de estos temas ver John Molyneux, Leon


Trotsky’s Theory of Revolution (Brighton, 1981), Introducción.

88 La ausencia de una burocracia sindical en Rusia es un factor


importante para una explicación materialista sobre por qué se dieron
de distinto modo las cosas en Rusia (no nos referimos simplemente a
la posición individual de Lenin, sino más bien a por qué su posición
tuvo tanto apoyo mientras que sus camaradas internacionalistas
Luxemburgo y Liebknecht se vieron tan aislados).

89 Citado en M. Salvadori, op. cit., p324.

90 Lenin, Collected Works (Moscú 1962) vol. 33, p65.


91 Me refiero a una elección entre dos alternativas porque los cuadros
bolcheviques tuvieron que elegir efectivamente entre sus principios y
el poder (aquéllos que vacilaron se quedaron sin nada). Sin embargo,
dadas las circunstancias, era inevitable que la inmensa mayoría
elegiría el poder, siempre y cuando no se diese una revolución en otro
país, lo cual hubiese cambiado completamente los términos de la
ecuación.

92 Citado en Isaac Deutscher, Stalin (Harmondsworth 1976) p272.

93 Stalin era un individuo perfectamente adaptado a esta tarea, ya que


la hipocresía, la mentira y el engaño parecen haber sido, o haberse
vuelto, una necesidad orgánica de su personalidad.

94 Ver la afirmación de Marx en La ideología alemana: “el comunismo


solamente es posible como acto de los pueblos dominantes `todos a la
vez’ y simultáneamente, lo cual presupone que el desarrollo universal
de las fuerzas productivas y las relaciones entre las naciones a nivel
global están estrechamente ligados al comunismo”, KMSW, p171. Ver
también Engels, The Principles of Communism (Londres, sin fecha)
p15.
95 “La victoria final del socialismo en un solo país es por supuesto
imposible. Nuestro contingente de obreros y campesinos que está
defendiendo el poder soviético es uno de los contingentes de un gran
ejército internacional.” Lenin, Collected Works, op. cit., vol. 26, pp470-
1. La mayoría de las afirmaciones de Lenin sobre el socialismo en un
solo país fueron recopiladas por Trotsky en The History of the Russian
Revolution (Londres, 1977), Apéndice II, pp1219-57.

96 Citado en Trotsky, The Third International After Lenin (Nueva York,


1970) p36.

97 Stalin, The Foundations of Leninism (Pekín 1975) p212.

98 Ibid, pp28-9.

99 Trotsky, La revolución traicionada (Madrid 1991) p248.

100 Carta de Engels a Danielson, septiembre de 1892, citada en N.


Harris, Of Bread and Guns (Harmondsworth 1983) p168.
101 Stalin, discurso a ejecutivos de empresas, 1931, citado en Isaac
Deutscher, op. cit., p328.

102 Lenin, Collected Works, op. cit., vol. 10, p411.

103 J. Stalin, On the Opposition (Pekín 1974) pp595-619.

104 J. Stalin, Marxism and Problems of Linguistics (Pekín 1976), p48.

105 Engels, citado por Lenin en El Estado y la revolución, LOE, p321.
106 Deutscher, op. cit., pp472-9.

107 El Estado y la revolución, LOE, p274.


108 Trotsky, The Third International After Lenin, op. cit., p72.

109 Otros factores influyeron en este proceso: cuando el estalinismo


ruso logró desarrollar sus propias armas nucleares tuvo menos
necesidad del estalinismo occidental; la pérdida de autoridad
ideológica por parte de la Unión Soviética después de las denuncias
de Stalin hechas por Jruschov en 1956; y los efectos cumulativos de
los cismas yugoeslavo y chino, la revolución húngara en 1956, y la
revuelta checoeslovaca en 1968.

110 Algunos (casi todos ellos críticos de izquierda fuera de los


partidos comunistas) han resuscitado la noción centrista de combinar
consejos obreros con democracia parlamentaria. Esta fue la política,
debido a presión por sus bases, tanto de los mencheviques en 1917
como del USPD (Social Demócratas de izquierda) en la revolución
Alemana de 1919. En ambas ocasiones esta táctica sirvió para
debilitar a los soviets y desmovilizar a la clase obrera.

111 Lenin, “Tesis sobre la Cuestión Nacional y Colonial,” en Theses,


Resolutions and Manifestos of the First Four Congresses of the Third
International (Londres, 1980), p77.

112 Ibid, p77.

113 Ibid, p80.

114 Ibid, pp80-1.


115 Por supuesto que el estalinismo adoptó una posición muy distinta
hacia las naciones oprimidas en su propio campo. Los movimientos
nacionalistas dentro de la Unión Soviética, o en Europa del Este, o en
su “esfera de influencia” (Afganistán) han sido ferozmente reprimidos.

116 A las dificultades propias del Partido comunista chino se agregaba


la línea ultra-izquierdista del Comintern en esa coyuntura (el “tercer
período”), que exigía la preparación inmediata de insurrecciones
armadas. Ver N Harris, The Mandate of Heaven (Londres 1978), pp16-
18.

117 Che Guevara, La guerra de guerrillas (MINFAR, La Habana, sin


fecha) p13. Además “el guerrillero ejercerá su acción en lugares
agrestes y poco poblados” (p. 16).

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