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El Periférico de Objetos.
Ubú Rey.
Nuestro primer trabajo en 1990 fue encarar la obra "Ubú Rey" en el viejo Parakultural. A
pesar de que nuestro trabajo sobre "Ubú Rey" aún estaba bastante atravesado por líneas
pertenecientes a los espectáculos de títeres ya comenzaba a vernos un tipo de público
que por lo general no solía ir al teatro a ver títeres; un público más habituado al teatro de
actores. Accionábamos sobre una mesa cubierta con una larga tela negra. Los
manipuladores estaban con la tradicional indumentaria requerida en los espectáculos de
objetos: vestidos de negro, neutralizados, todos con capuchas, guantes... etc. De todas
formas nuestro incipiente éxito de debió a que el resultado del trabajo era sumamente
herético y sanguinario y eso produjo algo desconcertante en la mirada inadvertida de una
platea que venía a ver un trabajo con títeres.
"Variaciones sobre B..." (1991) fue nuestro segundo espectáculo. Era una obra basada en
los materiales básicos de la estructura beckettiana, tanto literarios como dramáticos: La
desnudez, la frustración, la oscuridad, el silencio, la inmovilidad, las acciones forzadas, el
humor de la tragedia, la soledad. En nuestro imaginario becketiano los objetos se dejarían
morir a menos que una fuerza externa los manipule, los invite a la acción.
Antes de continuar con este tema quería considerar un aspecto técnico de nuestro
trabajo. Mientras que en el teatro o la danza, es el actor o el bailarín quién dinamiza el
tiempo y el espacio, en el teatro de objetos lo que se desplaza y dinamiza el tiempo y el
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Todo esto provoca la presencia de un nuevo ordenamiento de los signos escénicos. Hay un
espacio que no es propio. Un tiempo que no es el propio. ¿Cómo lograr, si es que se lo
desea, la integración del objeto y del sujeto que lo maneja? ¿Cómo producir
complementariedad en esa situación? O por el contrario ¿cómo lograr que el objeto se
recorte como cuerpo extraño si lo deseo? ¿Debe ser físicamente compatible o
incompatible el trabajo de su manipulador?
En definitiva como se pregunta José María Valenzuela en su estudio sobre los objetos:
"Cómo funcionar para que como público me produzca inquietud pero no distanciamiento,
no un alejamiento racional del suceso que estoy viendo por su inverosimilitud. Que lo que
veamos sea escandaloso pero que la ambigüedad circule y no produzca una tendencia
espontánea en el observador de eliminarlo del campo perceptivo"
Que haya un sujeto producido por las evoluciones del Objeto. Y a la inversa un objeto
como resultado de las evoluciones del Sujeto. Objeto y sujeto dos polos de similar
atracción a la hora de desarrollar el suceso.
"Variaciones ..." era un espectáculo dividido en dos partes. En la primera parte en ese
intento por cambiar la imagen tradicional del manipulador, se reemplazó su ropa neutra
por un guardapolvos y un barbijo que reforzaban en la puesta la idea de asepsia y de
experimentación científica.
La apariencia de vida del objeto entonces era algo que parecía flotar continuamente en la
escena, desaparecía sólo por momentos para volver a aparecer, volviéndose por esta
nueva aparición, tremendamente sugestiva. Pero no sucedía nada que no se pudiera
explicar, nada que no estuviese a la vista. El misterio no era otra cosa que teatro.
En este trabajo jugaban un papel importante las miradas de los actores. Los barbijos
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funcionaban como máscaras ocultando la parte inferior del rostro. Potenciando la mirada,
sintetizando el gesto para acercarlo al universo objetal. Los ojos de los actores
comunicándose entre sí, cargando de intención lo que ocurría en la escena, adelantaban,
en algunos casos, la acción y resignificaban hasta el menor detalle pero, además, creaban
una nueva instancia paralela a la acción propiamente dicha. Las miradas de los actores
dando cuenta de otra historia paralela a la narrada por el objeto: la del vínculo entre los
personajes-experimentadores encarnados por los actores. Por otra parte, el barbijo
inflándose y desinflándose hacía visible la respiración agitada de los intérpretes, y por
ende también podía percibirse su emoción a través de este elemento tan sintético y
sugestivo, desde una aparente impasibilidad de sus rostros silenciosos.
Beckett como uno de los autores más radicales de nuestro siglo. Sus obras eran material
que circulaba por el grupo. Del mismo modo que Alfred Jarry había sido elegido como
autor por su irrupción irreverente en el panorama teatral, Beckett fue elegido por sus
características periféricas. Principalmente fue elegido por la noción de "sujeto" en su
trabajo. Noción que corresponde en muchos aspectos al nuestro, a saber:
Trabajo desde la forma. Forma e idea dos ejes de una misma maquinaria. Obviamente, al
trabajar con objetos, nuestro trabajo es eminentemente formal. La forma como idea. Hay
un discurso plástico-dramático determinante en los trabajos casi más importante que el
discurso lógico de las palabras.
Y al tratarse aquí, (de igual forma que en "Variaciones sobre B...") de muñecas antiguas
en escena volvió a producirse y a radicalizarse el suceso de la animación de los objetos.
Quizás aquí con más fuerza ya que la forma era temática. Hablábamos precisamente del
renacer luego de estar muerto, de la necesidad de revivir para poder morir en paz.
Ocurre con "El Hombre de Arena" un fenómeno bastante particular de identidad con el
teatro de objetos. Muchas veces nos preguntan sobre un aspecto: ¿por qué usamos
objetos para trabajar?. Nosotros intentamos utilizar los objetos en aquellas circunstancias
en las que el teatro de actores no funcionaría con la misma fuerza. Mostrar aquello que
para el teatro de actores en imposible. Sucesos que tienen más que ver con un universo
plástico, propio de los elementos, imposible de reproducir por el hombre, que resonaría
falso con un cuerpo humano. Artificio e ilusión expuestos, sin ninguna aspiración realista.
Una artificialidad que se trabaja y se exhibe sin pudor a los ojos de un público que nunca
creerá que eso sucede realmente, ya que se trata de objetos, pero emocionalmente será
partidaria de lo que ve.
Es además una disciplina con la cual nos movemos con comodidad y conocemos. De la
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misma forma puedo responder que sentimos que en algunas circunstancias un muñeco no
puede superar a un actor y allí se utiliza al actor.
Pero en el caso del "Hombre de Arena" no sé cómo se podría haber hecho ese
espectáculo sin la presencia de los objetos. Nadie representa mejor la muerte que los
objetos. Un actor podrá manifestarse en registros emocionales impensables para los
registros de un objeto, pero para poder crear una apariencia de muerte, y para permitir
que la vida resurja de esa muerte – muerte que por otra parte es el estado natural del
objeto- sólo tuvimos que dialogar con los objetos, o mejor dicho, dejar que ellos dialoguen
con nosotros.
El trabajo nos llevó más de seis meses de elaboración. Fuimos pasando por momentos de
destrucción total de lo hallado. Nuestros procedimientos no siempre son a partir de lo
constructivo – literalmente hablando. La máquina de producción pasa varias veces por
etapas de destruir lo construido, cierta depresión en las etapas más displacenteras, para
volver a construir. Esta es la forma periférica de encontrar la esencia de cualquier materia.
Solemos adquirir objetos que después no nos sirven o son destrozados o transformados.
Podemos trabajar durante mucho tiempo sobre ellos para sólo abandonarlos después.
Esta especie de ablandamiento material y mental nos permite poseer un basurero, no sólo
de ideas sino también de objetos, que van formando parte de un stock permanente a los
que recurrimos cuando la desesperación nos invade. En nuestros espectáculos hay
muchos elementos utilizados – y, creo finalmente, de manera orgánica- que en realidad
eran resabios de otras concepciones.
En "El Hombre de Arena" contamos con seis muñecas antiguas. De esas muñecas para
coleccionistas que se venden en casas de antigüedades. Esas muñecas que antaño solían
ser utilizadas como adorno en las casas de nuestras abuelas, fueron pervertidas en el
escenario. Se las desfuncionalizó sacándolas de su utilidad inmediata. Tratamos de no
modificarlas o de modificarlas lo menos posible. De utilizarlas como fueron adquiridas
para poder representar, de alguna manera, los objetos de la infancia, los juegos de la
infancia, la impronta de los personajes de nuestra infancia. Un pasado en estado de
fermentación que se impone y tiñe la realidad. Debemos tener en cuenta también la
apariencia antropomórfica de estos objetos, su contextura que los acerca tanto a un
cuerpo humano. Utilizar un objeto de este arsenal hace vibrar dentro nuestro ese sentido
antiguo o remoto, sentido que quizás no deseamos que se movilice. Obviamente esto
también le sucede al público.
En La Deshumanización del Arte, José Ortega y Gasset, refiriéndose a las figuras de cera,
dice "Cuando las sentimos como seres vivos nos burlan descubriendo su cadavérico secreto
de muñecos, y si las vemos como ficciones parecen palpitar irritadas. No hay manera de
reducirlas a meros objetos. Al mirarlas, nos azora sospechar que son ellas quienes nos
están mirando a nosotros. Y concluimos por sentir asco hacia aquella especie de cadáveres
alquilados. La figura de cera es el melodrama puro".
Como apariciones desconcertantes estas estéticas visiones, sustitutas del actor y del
hombre, irrumpieron en la escena de "El Hombre de Arena" con su particular potencia y
se instalaron en nuestro grupo, el Periférico de Objetos, para no irse nunca más.
Cámara Gesell.
El siguiente trabajo, en 1993, fue "Cámara Gesell", una obra conformada por una
secuencia de escenas breves y crueles. A diferencia de "Variaciones sobre B..." y de "El
Hombre de Arena" en donde la dramaturgia correspondía a una escritura realizada en
base al producto de los ensayos, a las pruebas de acciones y a situaciones con los actores,
aquí contamos desde el principio con un relato escrito anteriormente por mí, con vistas a
ser representado por El Periférico. La historia fue originada también a partir de una
lectura psicoanalítica: ante un pequeño problema familiar aparece en un niño el deseo de
ser raptado, de ser llevado a otro hogar, al hogar que él cree que es su verdadero hogar.
Una fantasía muy recurrente: Tomás, un niño que se siente impulsado a abandonar a su
familia ya que considera que sus padres no son esos con los que vive. Que sus verdaderos
padres, los que él merece, ya vendrán a buscarlo. Así va pasando por varias familias y
varias instancias, comprobando, lamentablemente, que esa sensación primera de
malestar familiar no lo abandona y se repite como si nunca terminara de abandonar su
primera familia. "Cámara Gesell" relata en diez breves escenas la violenta biografía de
Tomás, signada por relaciones crueles, obscenas y trágicas. A esa altura ya una constante
en nuestro espectro dramático: La profundización de la negra visión del hombre y el
mundo. Nuevamente lo siniestro a la hora de direccionar un relato. Lo microsocial. La
apariencia de una familia conocida y tranquilizadora emerge y desaparece continuamente
en el escenario. La familia como estructura que se repite a modo de cajas chinas hacia una
macro-familia, instituciones, estado. La manifestación del mal en lo familiar, en lo
cotidiano. La posibilidad de que un suceso parezca familiar y reconocido pero a la vez
pertenezca a una ignota raza para el espectador. Sabotear la posibilidad de razonamiento
del espectador, para eso dirigirse siempre a su sistema nervioso.
Y esta forma abierta permitió que "Cámara Gesell" fuera puesto por otros directores. Y
obviamente de maneras muy diferentes a la estrenada por El Periférico de Objetos. A
pesar de que el texto fue concebido para la puesta que realizamos con muñecos, en dos
oportunidades más fueron tomados por directores de actores. En una de las
oportunidades fue también André Carreira quien tradujo al portugués el material para
ponerlo en escena en su espectáculo "Albun Sistemático de la Infancia".
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Creo que estos son síntomas de una lenta reubicación del dramaturgo en las zonas de
cambio de concebir la teatralidad.
Podría intentar una enumeración de los lenguajes escénicos que recorren "Cámara
Gesell":
La mezcla de actor y de muñecos manipulados fue en este caso nuestra nueva zona de
experimentación. En esta oportunidad la actriz que personificaba a Tomás no manipulaba
objetos, y sí se relacionaba con ellos, pero sin que en ese juego de relación participaran
los manipuladores.
El carácter siniestro del juego entraba inmediatamente en contraste con la imagen naif,
infantil del mundo de las muñecas. Por otro lado la visualización del manipulador y su
rostro, sumados a la interacción de muñecos y actriz, conformaban un arsenal que
permitía un lúdico acontecimiento de desesperación: "La constante interrelación de los
órdenes de convivencia entre Tomas y los demás personajes en cuanto a contrastes de
tamaños, texturas, posibilidades y destinos". Para lograr ésto el trabajo de la actriz fue
llevado a un comportamiento subrayado por el tratamiento de cosidad: la reducción del
camino expresivo facial y del movimiento corporal y gestual, la estética de la pequeñez, la
rigidez expresiva mimetizándola con la estética del muñeco. Expresividad del actor
reducida al campo de la posibilidad del objeto. No al revés. La síntesis objetual como otra
zona de identidad en el trabajo. Sabemos que en la síntesis del trabajo con los objetos
también reside su fortaleza. Se hace siempre necesario simplificar la expresión, alejándola
de la realidad naturalista. Que potencie reduciendo a lo esencial las características del
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trabajo. Para lograr ésto fue necesario conservar de la actuación lo mínimo indispensable,
sólo lo que le era necesario para hacer presente la vida. Simplicidad pero también
particularidad, que cada movimiento o visión sea mínimo pero inexorable, único.
El diseño de ese espacio particular, de alguna manera, ponía al espectador en una zona de
peligro. Lo que conocemos como una Cámara Gesell es aquel dispositivo de vidrios
espejados diseñado por Arnold Gesell para elaborar diagnósticos de desarrollo en los
niños. La cámara es un receptáculo que nos permite ver a través de un vidrio hacia un lado
mientras que desde el otro si alguien intenta vernos se encontraría con un espejo. Cámara
que luego fue, y es, utilizada siempre con criterios de ocultamiento y develación, tanto en
bancos como en oficinas de seguridad o departamentos de policía.
Para que exista la mirada desconcertada del público, que vea saboteada su expectativa,
considero que es necesario que la situación se vele como conocida pero inmediatamente
se devele ante sus ojos y resulte ofensiva a la vista. La intención era crear zonas de razas
cruzadas. Un teatro de zonas bastardas, si se quiere. Alejarnos de la intención mimética y
crear una "teatralidad mestiza" según un término de Sanchís Sinisterra. Había en la
propuesta, entonces, una clara voluntad de introducir al espectador en un espacio de
extrañamiento, que su permanencia en ese espacio como espectador no fuera neutra,
pero sin tocarlo, sin necesidad de hacerlo participar activamente del espectáculo. La
expectación como un lugar de seguridad social efectivo atravesado por el misterio de lo
aún inexplorado. En todos nuestros espectáculos el lugar del público tiene estas
características. Siempre habrá un elemento que le estará marcando que está viendo un
espectáculo de teatro. En "El Hombre de Arena" por ejemplo, como la escena estaba
conformada por la gran caja de tierra, tierra que durante el espectáculo era removida y
comenzaba a volar por la pequeña sala, a modo de asepsia se entregaba con el programa
de mano un barbijo para que se pudiera respirar bien y ver el espectáculo con
tranquilidad. Una pequeña ironía sobre las aristas de la no comunicación por las que
intenta transitar la mente humana frente a los crímenes que se hacen difíciles de digerir.
Máquina Hamlet.
"Máquina Hamlet" fue el siguiente espectáculo. Era el año 1995. A esa altura nos
preguntábamos: ¿por qué la obsesión de hacer teatro con estos elementos? La respuesta
era simple: el teatro nos parece el lugar preciso para desarrollar el tipo de emociones que
devienen de trabajar con procedimientos que podríamos llamar Periféricos.
Una búsqueda desde un punto más extremo desde donde transmitir un hecho simple, ya
no como hecho simple, sino a varios niveles. Y que la visión desde ese punto abra áreas de
sentimiento que proporcionen un sentido más profundo de la realidad cotidiana de la
imagen conocida. Develar las otras realidades de esa imagen.
Intentar realizar una obra que atrape esta nueva realidad cruda y viva y la fije en el
escenario. Entonces ¿por qué no tomar un clásico y exponerlo a estas consignas de
trabajo? Sumando a nuestro favor el conocimiento que el espectador ya tiene sobre el
clásico. Transgredir esa información. Construir un clásico periférico.
Y para transgredir lo conocido a esa altura intuíamos que se hacía necesario trabajar con
leyes autónomas y periféricas. No alcanzaba sólo con oponerse frontalmente a la ley
conocida en el sentido estricto del término. Eso no creaba nuevos espacios.
Roland Barthes en El placer del texto se pregunta: "¿El lugar más erótico de un cuerpo no
está acaso allí donde la vestimenta se abre? Es la intermitencia, apunta luego, la que es
erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas, entre dos bordes, es ese centelleo el
que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición. Son siempre sus
articulaciones lo que hace avanzar el develamiento del enigma o del destino". Se trata de
encontrar la posibilidad de representar la dialéctica del deseo.
Un actor de carne y hueso, solo o con un objeto, frente a un espectador de carne y hueso.
Es evidente que ese momento escénico se convertiría en único para representar esa
dialéctica del deseo.
expectativa sobre lo teatral o sobre lo que considera un espectáculo de teatro: que vea
algo que lo modifique, que relacione ese espacio con un espacio en donde se desarrollará
una experiencia inolvidable, sólo para iniciados. Que vea algo que afecte su sistema
nervioso. Y que esa experiencia sea única también para nosotros como creadores, para
todos. No tenemos demasiadas respuestas, cada vez menos; menos mensajes, más
interrogantes. Si como creador siento que miro al mundo con desconcierto, transmitir
esos interrogantes, entonces. Balbucear los terrores. No dejará de ser una manifestación
política. Toda decisión estética es una decisión política.
Hacer "Máquina Hamlet" fue una decisión política, pero ante todo para el P. de O. fue una
decisión de estética periférica. Primero, como relaté antes, transitamos la etapa de
búsqueda de la tragedia clásica como molde sobre el cual pararnos y trabajar los
elementos de creación periférica. Llegamos entonces a "Hamlet" a sabiendas de que el
público que vendría a vernos contaría a priori con una cantidad de información y de
infinitos prejuicios a partir de las infinitas puestas que ya habían visto de la obra,
(elementos estos con los cuales nosotros podíamos jugar). Pensábamos, entonces, hacer
una versión periférica de la obra de Shakespeare, pero el encuentro con el texto de Müller
nos anunció que esa re-lectura ya había sido hecha. De entrada nos encontramos con un
texto sumamente críptico pero que estaba a punto de estallar en nuestras manos. Por eso
nos conmovió. Sabíamos que Müller nos hablaba y nos informaba desde otro segmento de
la información. Consideramos a "Máquina Hamlet"como un texto periférico, obsceno,
fragmentado, referencial. El público en Argentina al ver la obra recibió principalmente
emociones. Veía la obra con su estómago, la escuchaba con su pecho. Sabía de qué
estábamos hablando. No entendía quizás su totalidad, pero sentía la obra. Días después
comenzaba a digerir el relato. Estos son comentarios del público que escuchamos durante
los cinco años de presentación de la obra en Buenos Aires.
La obra fue preparada con la ayuda de un dramaturgista, Dieter Welke, que trabajó junto
a nosotros en la lectura desmenuzada, durante los primeros quince días y se sumó luego a
la última parte del trabajo durante el mes final. El trabajo del dramaturgista como ayuda,
puente hacia el texto desde una mirada esclarecedora fue uno de los pilares de la puesta.
No hay costumbre en Buenos Aires de este tipo de mirada sobre un trabajo en proceso.
Este rol de dramaturgista lo suele hacer el mismo director. Pero para nosotros la
posibilidad de esa mirada objetiva cuando con el fragor del trabajo uno comienza a
perderla, fue encomiable.
"Máquina Hamlet" en Buenos Aires se convirtió durante esos cinco años en una salida
obligada, un espectáculo de cierto éxito, sin nosotros entender demasiado el porqué, ya
que creo que nuestro grupo con este tipo de espectáculos produce en el espectador
medio más disenso que consenso. No había en nuestra puesta condescendencia, ni guiños
reconocibles ni mucho menos moralejas, es decir, que, por sus componentes, no podría
ser exitoso. Siento que la gente salía conmocionada de la sala y quizás no podía explicarse
bien el por qué le ocurría eso. No se podría decir que nuestra M. H. conformaba a todo el
público (en el sentido de poder encontrarse con el objeto que se estaba esperando ver y
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sentir empatía por él) y sin embargo la gente llenaba la sala. El mismo Müller dice que "lo
que tiene éxito ya no puede dividir al público. Mas el público está dividido en clases. Por
ello cuando una obra surte efecto no puede alcanzar el éxito unánime y en cuanto empieza
el éxito se acabó el efecto". Nuestro objetivo fue crear nuestro objeto y exponerlo al
público, objeto que, en definitiva, rechazaría la unificación de las ideas; no nos importaba
realmente que todos salieran agradecidos y contentos; sí interesados, y producir a partir
de este interés una conmoción que obviamente no podría unificarlos. Fomentar la
contradicción de la platea, que no era otra cosa que trabajar nuestra propia contradicción
como artistas. Que sintieran que el paso por ese teatro los conmocionaba como nos
conmocionó el material a nosotros. Eso es lo que pido cuando voy a ver teatro. Y pocas
veces ocurre. Que el público sienta lo que nosotros queremos sentir siendo espectadores.
Recurriendo nuevamente a Roland Barthes en El placer del texto, podríamos ver que él
distingue por un lado el lugar que produce el éxito, que contenta, que colma de euforia,
que proviene de la cultura y no rompe con ella ya que está ligado a una práctica
confortable de ella, progresista, políticamente correcta, en definitiva necesaria como
objetivo para los hacedores de cultura dentro de los límites que impone esa misma
cultura. Por el otro lado el lugar que "pone en estado de pérdida, desacomoda, tal vez
incluso hasta una forma de aburrimiento", dice Barthes, "hace vacilar los fundamentos
históricos, culturales, sicológicos, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus
recuerdos". En definitiva que lo pondría en crisis.
La primera, entonces, es la que puede producir una forma de éxito y la segunda generaría
la forma de eficacia.
Aquel que mantiene las dos textualidades, dice Barthes, en su campo, participa al mismo
tiempo y contradictoriamente en el hedonismo profundo de toda cultura y en la
destrucción de esa misma cultura. Propone moverse, entonces, sin temor sobre ese límite
entre lo más prudente, más conformista, más escolástico, lo que denominamos y
entendemos por la cultura, y entre lo móvil, lo vacío, lo destruido, casi en estado de
degradación.
Y aunque es cierto que la mirada crítica del artista que busca una ruptura en general
considerará al límite más subversivo, por su carácter herético e innovador, como el más
privilegiado para detenerse en él, porque es en definitiva el de la violencia, citando
nuevamente a Barthes "no es la violencia la que impresiona al placer, la destrucción no le
interesa. Lo que quiere en definitiva el placer, placer como deleite de las sensaciones
cualquiera sea su signo, es el lugar de una pérdida, es la fisura, la ruptura con lo
esperado".
¿Pero es placer lo que estamos buscando? ¿No se trataría tal vez de una mirada casi
desconcertada frente al abismo?
En el Kunsten Festival de Bruselas tuve la oportunidad de ver una versión de "Julio César",
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por el grupo italiano Sociedad Rafaello Sancio. Sentí en esa platea algo que difícilmente
siento cuando voy al teatro: actores que eran la encarnación de la verdad escénica, y no se
trataba de actores profesionales ni mucho menos. Todo lo que pasaba allí era novedoso y
terriblemente hermoso. Máquinas asesinas o escénicas, prolongaciones de órganos
materiales y antropomórficos, agregados al actor que era su propietario y su víctima
trágica. Y en todo esto no había retórica teatral. No estaba en juego el bien decir y el
persuadir, ni la intención de transmitir al espectador culturalmente informado, de la
forma más ordenada posible, el mensaje teatral y escénico. Ese espectáculo era asomarse
al paraíso y al infierno al mismo tiempo. No había representatividad en esos sucesos que
permitieran al público comprender y tranquilizarse.
Los cuerpos artificiales de los actores no hacían más que mostrar su insatisfacción con el
modelo textual de cultura, de la visión convencional de la realidad. Ese teatro entonces
producía y destilaba su contraveneno. A la manera de la comedia, que en su sentido más
profundo convierte en espectáculo digerible la angustia de los demás, ese espectáculo
construía una máquina que destilaba crítica de sí misma. Ahí, creo, se escondía el secreto
de esa indefinible e inclasificable belleza, en esa elección esencial: la manifestación
celestial del delito. Y escudándose quizás en Rilke en sus "Elegías de Duino", "Pues lo bello
no es sino el comienzo de lo espantoso, que podemos soportar", nos proponía que
soportemos territorios desconocidos (y peligrosos) de la experiencia humana.
Sentí que esa compañía era (a la manera Mülleriana) sumamente eficaz a la hora de hacer
teatro, que degradaba, ponía en duda los principios indubitables del arte escénico.
Y allí aparece el tenebroso y peligroso mecanismo artístico que nos conecta con el centro
del hombre y su necesidad: la indeterminación y por supuesto la contradicción sobre lo
que está y lo que no está permitido en materia de arte. Advierte Kant: "el arte puede
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tratar cualquier tema; debe ser independiente de la moral, del horror que pueda despertar.
El único sentimiento imposible de ser promovido por el arte es el asco". Y no poca gente se
puede llegar a ver envuelta en este ultimo tipo de sensación al ver los espectáculos de la
S.R.S..
Para nosotros ver ese espectáculo fue volver a creer en el teatro y su utilidad. Y a
comprender por qué nos aburre el teatro en general. Era penetrar por unos instantes en el
reino de la muerte de toda estética imperante y parasitaria. Y de cierto tipo de belleza.
Imposible nuevamente que un actor pudiera encarnar tamaña degradación con tanta
rapidez y eficacia.
muñecos y de esta manera su sufrimiento (el del público) podría atenuarse un poco, del
mismo modo que en los espectáculos de títeres para niños al terminar la función los
titiriteros, ya con las luces de la sala prendidas y la cara descubierta, muestran los
muñecos y su funcionamiento a los niños para que, al conocer el truco, no tengan más
miedo. Es que hay una tremenda obscenidad simplemente ya en el hecho mismo de
mover un objeto. Ya que el objeto no debería moverse. La inmovilidad es su estado
natural. Pero paradojalmente ver esos objetos quietos en el escenario es necesitar que se
pongan en marcha. Un objeto factible de ser movido, en inmovilidad, conlleva un latente
llamado al movimiento. Una tensión que marca con más intensidad ese estado de
quietud.
Es, además, imposible no mirarlos y verse reflejado en ellos, a pesar de que no hay caras
reales. Son miradas, retratos de los deseos y de los sufrimientos, del miedo, rictus,
caricatura descarnada de lo que es nuestro mundo humano y real. Esta muerte viva es la
que preexiste en la imaginación del público.
Y hay, por último, otra certera intuición que circula por la mente del espectador: la de una
reproducción estandarizada, una serie ilimitada de ellos. Es muy probable que pensemos
que detrás de esos muñecos, que en escena terminan destruidos por los actores, habrá
miles más esperando en fila el mismo destino. Y esta intuición de reproducción conlleva la
idea de manipulación de la realidad como posibilidad escalofriante y a la vez falsa,
distanciada. Ironía pura.
Y la realidad es que estas víctimas complacientes nunca dejan de ser objetos. Nadie
esconde esa zona. Todo está iluminado desde el principio. No hay sombras engañosas
para que alguien crea algo que no lo es. Tampoco aquí nuestros torpes cuerpos artificiales
(sustitutos, sucedáneos, versiones degradadas o mejoradas de los actores y del público)
son utilizados o empujados como una composición retórica hacia una mejor comprensión
del universo humano. Tampoco aquí se intenta hacer creer que esos objetos son personas
reales.
En uno de los momentos más festivos de la puesta, por medio de un fraguado sorteo, era
"invitado" a pasar por la fuerza al escenario a un muñeco que estuvo desde el principio de
la obra colocado en la primer fila, como un espectador más en la platea. Este muñeco
tenía un número en su solapa. Todos los espectadores tenían números en sus solapas ya
que se les repartían al inicio del espectáculo diciéndoles que iban a participar de un
sorteo. El número del muñeco es el ganador ya que es el único que hay dentro de la bolsa.
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El muñeco, entonces, era sacado de su asiento, era arrastrado al fondo del escenario y
ultimado con un disparo en la cabeza. Luego se lo ataba contra la pared y, mientras se
limpiaba el lugar, un actor le arrojaba dardos utilizándolo de blanco. Seguidamente se
ofrecía a alguien del público si quería pasar él también a dardear al muñeco. Y en varias
oportunidades la gente aceptó como un juego pasar a arrojarle dardos a quién en algún
momento estuvo sentado a su lado. Con mucha gracia y con muchas ganas de participar si
es que se lo piden. M. H. también habla de alguna manera de la mirada sobre esa realidad
sociopolítica cruda y terrible cuando no nos toca directamente. Acostumbrados a una
relación con la violencia por medio de los medios, de la televisión, podemos expresar
quejidos y hacer muecas ante las terribles escenas que nos brinda el aparato en la mitad
de nuestro living, pero hacemos oídos sordos al que grita en la casa de al lado o en la
puerta de nuestra propia casa ya que no nos permite concentrarnos en la maldad del
mundo televisado. Auschwitz es mucho más terrible cuando lo veo por TV. desde casa
comiendo fideos, ironizaba nuestro lacerante dramaturgista Welke.
Circo Negro.
Como dije antes M. H fue un suceso en nuestra carrera. ¿Qué hacer después de eso? Era
nuestra preocupación. Todo el mundo esperaba otra M. H. obviamente.
"Circo Negro" fue el paso que nosotros necesitamos dar. Un trabajo de 1996 enmarcado
en el humor negro. De alguna manera en todos nuestros trabajos hay cierto hilo de
humor, pero aquí fue buscado de una forma más directa. El espectáculo como una suerte
de cuestionario sobre la usanza circense. Números de relativa eficacia que ponían sobre el
tapete un tema que realmente veníamos arrastrando de los anteriores trabajos: la
posibilidad de discernir públicamente si para representar la muerte era preferible utilizar
un actor o un muñeco.
Dos actores. Uno de ellos con una pequeña muñeca parada de cabeza en equilibrio sobre
su ancha frente. El otro los señalaba con la sonrisa congelada y recitaba:
Cuando se para sobre la cabeza del hombre, ella piensa: Algún día me caeré y me
romperé la cabeza.
Algún día nos quedaremos así pegados para siempre, piensa él.
Seguido de esto relataban con mínimas acciones una sintética secuencia en la cual la
muñeca equilibrista terminaba cayéndose de la cabeza de su compañero de cuerda al
vacío. Y moría.
El actor que relataba el hecho, ante el grito mudo del equilibrista que perdió a su
compañera, decía:
Una regla en los viejos juegos de circo: siempre se debe dar la impresión de que se puede
dejar la vida en el número.
El circo como un rito primitivo, como mirada sobre el origen de los gestos. El peligro, el
amor, la vida y por supuesto la muerte, en una irónica y autorreferencial mirada, nuestra
marcha periférica por las carpas.
Y siempre el escenario: lugar privilegiado para poner en juego aquella dialéctica del deseo,
de la sugestión. El escenario remitiendo a restos de alguna batalla, al trabajo con los
desperdicios del pensamiento teatral tradicional.
Zooedipous.
"Zooedipous" fue el último espectáculo. Una coproducción con el Teatro General San
Martín y el Kunsten Arts Festival de Brusellas. Creado en el año 1998.
ese objeto no era un objeto encontrado o fabricado especialmente para tal fin? ¿Cómo
recibiría el público un objeto radicalmente perturbado, arrancado de su función y
expuesto brutalmente en una escena? ¿Y cuál debía ser ese objeto radical? Esas eran
preguntas que a esa altura nos debíamos hacer.
Direccionados, en un primer momento del trabajo de mesa, por el filósofo T. Abraham nos
adentramos en el mundo edípico sin preconceptos y sin saber hacia qué costa remaríamos
finalmente. Como en los anteriores trabajos, se empleó más de un año en construir y
destruir un aparato formal que contuviera nuestras necesidades. Ese mismo
procedimiento nos fue alejando de lo clásico y nos iluminó el camino al mundo
zooedípico: la posibilidad de manipular materia orgánica. Fue también la particularidad
kafkiana, empujada por Deleuze y Guattari, la que nos remitió al lugar edípico con total
naturalidad. En un pequeño capítulo de Kafka para una literatura menor, Deleuze y
Guattari, realizan una conexión entre Edipo y Kafka.
Hay también en escena un trabajo importante con insectos vivos. En realidad también fue
un antiguo deseo de trabajar, no sólo con lo kafkiano, sino con lo animal y con insectos
vivos lo que terminó de posibilitar hacer una obra de esas características.
Voy a transcribir una parte del texto escénico que fue escrito a partir de improvisaciones
en los ensayos. Primero, a la manera de "Máquina Hamlet", hubo un gran espacio para la
lectura de materiales y su discusión. A diferencia de aquel trabajo con Müller, aquí no
había un texto previo que pudiera anclar nuestra tormenta de ideas. Aquí la situación se
tornaba más difícil ya que estábamos hablando de necesidades de orden escénico.
Animales vivos, posición del público ante ese hecho, posición del público ante la muerte
en escena. El texto de la obra cuenta la acción a manera de didascalia:
Lento camino. Del padre hacia la madre. Ella lo aplasta ni bien lo tiene a su alcance.
En el mismo momento, en una gran pantalla iluminada detrás de ellos, la gran mano
asesina aparece.
En la proyección se ve lo mismo.
La cuchara.
La peste.
Tomar la sopa. Antes haber intentado disolver el nudo. Imposible pensarlo. La urgencia por
proceder como se debe. La ley impone.
Actores comiendo sopa. Manifestando ser la misma persona que aparece en la pantalla.
Gritos de los padres. Algo diluido en la sopa de gallina les produce un fuerte dolor. Tratan
de disimularlo
Habla el Oráculo – Pollo. Relata el destino trágico de la familia antes de ser devorado.
Entra en escena Edipo-Objeto. No se había ido tan lejos. Mosca o huevo del que sale una
pierna endurecida. Un ala de insecto. Edipo fue llevado a ciegas de Tebas a Corinto. Todos
ya en el final del camino.
Hay un secreto, a atrapar por el público, que propone la obra en el escenario. Creo que
cada obra nuestra contiene un secreto para no develar y que excedería la obra. O
revelarlo de la manera más sutil posible. Pero siempre teniendo en cuenta que ese
develado no informará sino que abrirá un nuevo espacio, no hará otra cosa que
desconcertar, crear una nueva incógnita.
representación.
Esa gallina era algo antes de estar en la escena. Tenía funcionalidad. Tenía anonimato.
También sucede que el público tiene un prejuicio sobre eso. Que no lo tiene con el actor.
El actor aparece en el escenario. El espectador se toma unos minutos en comprender que
va a hacer ese hombre, quién es realmente, por qué está ahí. Se toma un tiempo de
conocimiento. No pasa eso con los objetos. Mucho menos con lo animal. Porque ellos son
algo ya en su cabeza. El público lo nota sólo al verlos ahí, en la escena. Se hace entonces
necesario trabajar ese prejuicio y superar la antigua utilidad del objeto-gallina.
Administrarle una existencia independiente, extraña. Sumarle al de la existencia real del
objeto el valor que revelaría su existencia en ese escenario. La gallina de alguna manera,
como el resto del grupo, debió dejar de representarse a sí misma para intervenir en la
representación de "Zooedipous".
En "Zooedipous", por ejemplo, el trabajo más arduo fue lograr zonas orgánicas que se
relacionen con la imagen que todos tenemos de Edipo, y que quizás para terminar siendo
una distorsión completa de la tragedia. No nos interesaba contar la fábula de una tragedia
que todos conocíamos. Pero sí intentar transmitir la esencia de la imagen con mayor
violencia y penetración. La imagen devuelta en la distorsión como un registro nuevo de
apariencia para el que observa. Tentativa de crear una esfera de comportamiento
autónomo de nuestro Edipo periférico. Expresar las cosas del modo más crudo posible que
el sistema nervioso sea capaz de soportar. Una manipulación de lo dramático con total
independencia de la razón.
En definitiva, como en nuestras anteriores puestas, trabajar las ideas como una serie de
fragmentos sin respetar necesariamente una fábula lineal, prestando mayor atención a
nuestra historia, a la historia de la producción periférica que a la historia de Edipo,
Gregorio Samsa, Nathaniel, Hamlet o Vladimir y Estragon.