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Los Evangelios de la Infancia de Jesús

La fe cristiana tiene su centro en el misterio pascual.

Por: André Manaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe.

Boletín ¡Ser discípulos! Aprende a defender tu fe


Tema: Preguntas jóvenes
Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe. Autor André Manaranche,

II. Tus preguntas sobre Jesús.


Los Evangelios de la Infancia de Jesús

Se llama así a los dos primeros capítulos de Mateo y de Lucas. Ahora bien, estos pasajes han planteado dos
cuestiones. En primer lugar, ¿por qué no están en los demás Evangelios? Y, en segundo lugar, ¿hay que tomar en
serio estos relatos que, más bien, parecen fábulas?

1. Es verdad que Marcos comienza por la vida pública de Jesús, y que Juan, después de comenzar hablándonos de la
Encarnación del Verbo, se salta también a la infancia de Cristo para hablarnos de su bautismo en el Jordán (Jn.1:33).
(Sin embargo, los exégetas discuten sobre Juan 1,13, texto que los manuscritos no transcriben de la misma forma. Si
se adapta el singular, como ocurre en la versión más antigua, nos encontramos con la concepción virginal de Jesús:
«... El, cuya generación no es carnal, ni fruto, del instinto, ni de un plan humano, sino de Dios»).

Pero, ¿Qué prueba eso? Que la fe cristiana tiene su centro en el misterio pascual y no en ninguna otra parte, como
es lógico. ¿Y de que es centro este centro? De un conjunto de verdades segundas, que no secundarias, y que, muy
pronto, la fe ha tenido que desarrollar para no quedarse sin base histórica. En efecto, ¿quién sería un Cristo que no
fuese Jesús, hijo de María? ¿Y cómo se convirtió en hijo de María? No se puede eludir esta profundización de lo
contrario el Resucitado se encontraría privado de su tronco como un niño huérfano. Aquí vuelves a constatar el error
que te señalaba anteriormente y que pretende que «todo lo que es tardío es falso». Los que sostienen esto poseen
una concepción regresiva de la verdad: sólo se fían de las fuentes. Entonces, ¿qué pasa con el Vaticano II?... ¡Amigo
mío, no seas de esos cristianos que, como en los autobuses, caminan hacia adelante mirando hacia atrás!

2. No, amigo mío: los Evangelios de la infancia no son culebrones escritos para satisfacer la imaginación popular.
Nada más lejos de la realidad. Ciertamente no nos presentan la historia como un historiador actual, cosa que
tampoco hacían los mejores historiadores de la antigüedad. ¡Lucas no cronometra, reloj en mano, la hora en que
Gabriel llega a Nazaret! Sólo se preocupa por presentar los hechos, subrayando su significado profundo. Y es una
suerte, porque una simple anécdota no puede salvamos. Pero, lejos de sucumbir a la mentalidad ambiental, Lucas y
Mateo la contradicen totalmente en dos puntos precisos.

En primer lugar, en la concepción virginal precisamente. Los judíos cristianos de la época hubieran preferido que
Jesús naciese de José. Primero, porque era mucho más fácil de entender y su explicación no era nada problemática;
mientras que la concepción milagrosa, ¿quién se la iba a creer?...

Además, eso permitía entroncar a Jesús con la familia real, lo que, evidentemente, era mucho más honorable para el
y para nosotros. Asimismo, eso exigía una explicación por parte del ángel Gabriel a José: «No temas, le hubiera
tenido que decir, tomar a esta mujer, de cuya pureza no sospechas -¡la conoces demasiado bien!-, pero que no te
atreves a disputársela a Dios, que la ha tomado para Él (entre nosotros, ¡bravo por tu humildad!). Naturalmente, no
es necesario decirle que el niño que lleva no es tuyo, pero tú le darás un nombre de parte de todo Israel. Así, gracias
a ti, su padre adoptivo, la genealogía que comienza en Abrahán será la de Jesús.» Al escribir algo así, Mateo no sigue
la opinión generalizada, sino que trata de revelar la verdad absoluta, al tiempo que calma sus inquietudes.

Lo mismo sucede con la estancia de Jesús en Nazaret. También en este punto los judeo-cristianos hubieran preferido
otro lugar distinto de esa aldea de provincias, de donde nada bueno podía salir (Juan 1,46). Les hubiera gustado que
Jesús viviese en un barrio elegante de Jerusalén y hubiese estudiado en un buen colegio... Tampoco aquí ceden los
evangelistas. Sólo mucho más tarde los apócrifos sucumbirán a la tentación.
Me temo que, también hoy, los que niegan la concepción virginal de Jesús se plieguen a su vez a la presión de la
cultura racionalista ambiental. ¿Dónde está, pues, la libertad?
Una mala comprensión
Siempre se rechazará un milagro en el que no tenga sentido alguno creer. Y, mucho más, si ofende los valores en
curso. Esto es lo que sucede en este caso.

La mayoría confunde la concepción virginal con la inmaculada concepción, y les parece una afrenta a los nacimientos
normales, lo cual es absolutamente falso. María no es pura por ser virgen, sino porque no tiene pecado, que no es lo
mismo.
La concepción virginal de Jesús
Abordemos juntos la última cuestión sobre Jesús, que es también una cuestión sobre María. Tú la expresas
discretamente y a tu manera, sin utilizar el lenguaje oficial de la Iglesia, pero, aun así, te plantea problemas. Tanto
más que la enseñanza habitual sobre este punto concreto dista mucho de ser la enseñanza de la fe.
Antes de comenzar, quisiera asegurarme de que no confundes, como otra mucha gente, incluso Académicos, la
concepción virginal de Jesús con la inmaculada concepción de María, su madre. Para María, la inmaculada
concepción es el hecho de haber sido concebida sin pecado original, a causa de la maternidad divina a la que había
sido destinada. Nosotros somos salvados de este pecado en el bautismo por liberación, María lo fue por
preservación. La concepción virginal de Jesús consiste en el hecho de que Este nació de una mujer virgen por la
acción del Espíritu Santo y, por lo tanto, no tiene padre humano en el sentido biológico del término.
La concepción virginal de Jesús se encuentra en el Evangelio (Lucas 1,34-35; Mateo 1,18 y 20) y, por lo tanto, no es
una idea discutible. El Credo recoge esta verdad y la introduce en la confesión de la fe, texto común a todas las
Iglesias cristianas. Tanto es así, que este punto concreto de la doctrina nunca fue cuestionado, ni siquiera en los
momentos en los que la comunidad cristiana se dividió. Es un error adjudicar al protestantismo primitivo una total
alergia a María: tal fobia fue muy posterior. En los comienzos de la Reforma nadie puso en duda la concepción
virginal de Jesús. ¿De dónde provienen, entonces, las dificultades que han terminado por alcanzar también a
numerosos miembros de la Iglesia católica? Creo que hay dos grandes explicaciones para ello. La primera es la
Sospecha lanzada por el racionalismo contra los Evangelios de la infancia. La segunda es la incomprensión de lo que
significa esta doctrina.

El plan de Dios no intenta infravalorar el matrimonio ni el amor conyugal.


Incluso los que no comparten esta teoría no conceden mucho valor a la virginidad. En nuestra época, permanecer
virgen más allá de una edad cada vez más precoz se considera algo anormal y poco saludable. Por otra parte, la
concepción del cuerpo humano no tiene en cuenta para nada lo moral o lo espiritual. Al contrario, el cuerpo es un
objeto de placer o un estorbo, cuya libertad hay que salvaguardar a cualquier precio, sobre todo para protegerse de
la amenaza del amor, es decir, de los hijos.
Hay gente que piensa que es grotesco que el cuerpo humano tenga un papel que jugar... en el plan de Dios. ¿Qué
relación puede haber entre un útero y el Amor de Dios?, se preguntan. Y por eso niegan la doctrina. Otros, por el
contrario, la aceptan, pero pensando que no tiene la menor importancia y que no vale la pena hablar de ello.
A todo esto hay que añadir que la Iglesia acaba de salir de una fuerte crisis, durante la cual numerosos sacerdotes y
religiosos se casaron: unos, en silencio, y otros, declarando públicamente su gesto como un gesto profético. Para
muchos de ellos, la Virgen representa un reproche.
Comprender bien lo que se cree
Ahora puedo ya, amigo mío, introducirte en el bello misterio de Nuestra Señora, que se resume en tres puntos:
novedad, gratuidad y audacia.

1. La concepción virginal de Jesús significa, en primer lugar, la novedad de Dios. La salvación que nos trae no es el
resultado de nuestros procesos humanos, biológicos o políticos, sino un don que se manifiesta en una intervención
inesperada de Dios que no se atiene al desarrollo normal de las cosas. Ciertamente, el Padre pide su seno a una
madre, pero es el quien toma la iniciativa y, además, pasa de padre. Al contrario de muchas tareas humanas
masculinas, la salvación escapa a nuestra creatividad... Otra huella de novedad tendrá lugar al final de la vida de
Jesús: su resurrección. Ya lo dijo el teólogo protestante Karl Barth: se trata de un mismo y único signo, el de un seno
virgen lleno y el de una tumba llena que se encuentra vacía.

2. La concepción virginal de Jesús significa que el Salvador procede del Amor gratuito de Dios y de nada más. El
embarazo ordinario procede de la masculinidad, de la necesidad sexual o de prolongación de la especie, cosas que,
evidentemente, no tienen nada de malo, pero que evidencian los límites humanos. Sólo Dios es capaz de querer sin
sentir necesidad alguna: Cristo es fruto de este Ágape absolutamente libre. Por eso su nacimiento nos puede traer la
salvación: porque es un regalo de la caridad en estado puro y absolutamente desinteresado.
3. Finalmente, y sobre todo, la concepción virginal de Jesús atestigua esta audaz realidad: que Cristo es el Hijo del
Padre desde el primer instante, y no un hombre cualquiera. Alguien dijo que «en Jesús, Dios no tuvo un hijo, sino
que nos dio su Hijo». El Padre no esperó a que un hombre y una mujer de buena familia y con excelente estado de
salud tuviesen un niño precioso, y que este niño bien educado estuviese vacunado y hubiese superado sus exámenes
universitarios y su servicio militar, para inocularle hacia la treintena (¡edad tranquila!) una sobredosis de Espíritu
Santo que le convirtiese en su hijo, o en algo parecido, al menos hasta que no se descubriese el pastel... El Padre no
tomó estas precauciones de pequeño burgués: cometió una locura desde el primer momento. Puedes, pues, adorar
a Jesús desde las Navidades, o incluso algunos meses antes («Oh, Jesús, viviente en María», decíamos todas las
mañanas en el seminario): es el Hijo en persona, es el. No es una carcasa humana en espera de divinización, y menos
en espera de una divinización provisional.

Fíjate bien en esto. Si la fe cristiana hubiese predicado la divinización de un hombre, los paganos no hubieran
encontrado dificultad alguna en creerlo, dado que estaban acostumbrados a conceder la gloria a sus emperadores
sin ninguna dificultad. Pero la fe dijo absolutamente lo contrario: no que un hombre se hizo Dios, sino que Dios se
hizo hombre. Y esto se le atraganta a mucha gente (quizá también a ti). En términos más cultos, la Iglesia no nos
enseña la apoteosis, sino la kénosis, no predica la elevación de un hombre, sino el rebajamiento de un Dios. ¡Así de
claro!

Así pues, acoge con alegría este signo que el Padre te da en María. No le digas, haciendo una mueca: «ha sido todo
un detalle por tu parte, Señor, pero, entre nosotros, lo habrías podido hacer de otra manera; te hubiera costado
mucho menos, y nos habría complicado mucho menos la vida, todo sea dicho sin que te enfades.» ¡No vayas a poner
pegas a la maravilla de regalo que se te hace! ¡No des lecciones al amor para que ahorre en la Economía de la
Salvación! ¡No tengas la cara de querer proponerle un plan más audaz, más astuto y más competitivo! ¿Qué sabes tú
del corazón del hombre? ¿Es tan ruin como tú lo crees?

Esto es lo que quería decirte sobre Jesús. Estoy terminando estas páginas el Miércoles de Ceniza, portada de la
Cuaresma. Hoy he ayunado, escribiendo para mi Dios y para ti. Ya es tarde. Buenas noches. ¡Y hasta mañana!...

« ¿,A qué país de soledad, cuarenta días y cuarenta noches, irás, empujado por el Espíritu?
¿Qué te pone a prueba y te desnuda?
Pero los tiempos son llegados, y Dios se convoca al olvido de lo que fueron vuestras servidumbres.
¿Por qué permanecer anclados en vuestras huellas, bajando vuestras frentes de ciegos de nacimiento?
¡Habéis sido bautizados!
El amor de Dios hace renacer todo. Creed a Jesús.- ¡es el Enviado! Vuestros cuerpos están unidos al suyo.
Aprended de Él a ser luz.
Ya vuestras tumbas se abren con la fuerza del Dios vivo.
Mirad ¡Jesús desciende! Llamadle.- ¡él os llama! ¡Venid! Es hoy,
El día en que la carne y la sangre están llenas de vida nueva» (12: Poema de Didier Rimaud).

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