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Miguel Ángel Torregroza Beleño

Universidad Santo Tomás


Lic. Filosofía y Lengua Castellana
César Vásquez

POR LA ESCALERA DE JACOB: LECTURA Y ESCRITURA

Para vengarme de esta migaja de ignominia a la que he


sido condenado, ejerceré el terror, contagiaré la peste,
irradiaré mi enfermedad a todos los vientos desde el falso
trono de la poesía.

-Gonzalo Arango

Comenzar a escribir es, en el marco del aprendizaje humano, uno de los procesos
que más permeados están de incertidumbre, desazón, frustración, y en casos
cuando la fortuna nos favorece, satisfacción. Para los que tuvimos la dicha de
acceder al privilegio de la alfabetización no le resultará extraño poseer un vago
rumor de las desavenencias que se experimentaron con el primer acercamiento a la
escritura; proceso doblemente complicado, ya que el aprendizaje de la escritura -en
la forma en que se aborda tradicionalmente- viene acompañado de un proceso no
menos complejo como el de la lectura.
La lectura, elemento complicado en sí mismo que implica una de las primeras
relaciones que deben establecerse entre lo común y lo extraño, puede decirse que
es una herramienta que se sitúa un nivel por debajo de la escritura en el sentido que
la primera es en primera instancia una habilidad pasiva, se configura como un
elemento donde el neófito no tiene más labor que la de recibir una carga abismal de
elementos inasibles para la sensibilidad, que van desde las letras, hastas su
unificación en palabras. Esta complejidad crece a medida que se realiza el tránsito a
un elemento que dentro de sí guarda el carácter de la actividad, la escritura.
El proceso escritural implica utilizar todos aquellos elementos que nos fueron
impregnados cuando ejercíamos el papel de recipiente vacío, le demanda a nuestra
mente un esfuerzo por traducir al papel lo que yacía entre el sopor de sí misma, con
estos primeros ejercicios de actividad, vienen los primeros ejercicios de creatividad.
Miguel Ángel Torregroza Beleño
Universidad Santo Tomás
Lic. Filosofía y Lengua Castellana
César Vásquez

No se ha de creer que las dificultades en el aprendizaje de la escritura que se han


esbozado a manera de introducción, de alguna manera agotan todo lo que este
medio del espíritu tiene de dificultoso, las complicaciones de la escritura se mueven
más allá de problemáticas cognitivas o que competerían a las didácticas o las
teorías del aprendizaje; el propósito de lo que aquí convoca es no el posible ubicarlo
de manera apodíctica en el cerebro y ciertamente tampoco en la psique.
Así como la lectura en cierta parte de su ejecución ya incluye los elementos
adquiridos mediante la lectura, la escucha y la observación, en su faceta de
creación estética se vale de todos esos elementos, adicionando una especie de
rasgo misterioso que oscila entre la inspiración y la genialidad, por ello, con el ánimo
de despejar en alguna medida la oscuridad que recurre a la creación a través de la
escritura, se señalarán una serie de contradicciones, frustraciones, reflexiones y
posturas que emergen del arte de hilar posibilidades con palabras.
Cuando se ha crecido lo suficiente en materia física y espiritual, llega un punto en el
que los hombres sienten la necesidad de encontrar medios para expresar sus más
altas aspiraciones, es así que algunos le encuentran en la música, otros en la
danza, aquellos, en el deporte, estos en la pintura; yo encontré este medio en la
escritura. Los ingenuos ejercicios literarios que le siguieron a esta tambaleante
realización, constaron más que en la expresión espiritual antes aludida, en la
imitación casi inconsciente de los modelos literarios a los que tenía acceso, esto
era, una literatura destinado para la infancia y escrita por esos que subestiman toda
capida infantil, sobre estimándose a sí mismos; por lo cual estos productos no eran
ni un medio de expresión ni un asomo mínimo de la personalidad literaria, no fue
sino varios años después, debido a mi exposición a más serios trabajos literarios
que emprendí una desafortunada faena de escribir una novela, que por lo demás,
decidí borrar de la faz de Tierra por su vacuidad y ligereza.
A la luz de este primer fracaso infantil aprendí una lección que aún se extiende por
todo lo largo de mis intentos estéticos, la lectura es el compañero fundamental de
todo intento creativo, es necesario por ello establecer una relación especial e íntima
con la lectura, ya que de ahí es posible extraer los insumos necesarios sobre los
Miguel Ángel Torregroza Beleño
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Lic. Filosofía y Lengua Castellana
César Vásquez

que es posible reflexionar e innovar con miras a un enriquecimiento de la propia


creación. Aquí es de suma importancia recalcar que cuando se habla de lectura, no
es únicamente la de libros o enciclopedias, la lectura en el mismo sentido que
Heidegger le da a la hermenéutica, es un ejercicio inseparable de la constitución
misma de la existencia, somos seres ​comprendientes y por lo tanto somos seres
lectores;​ es así que aquí el ejercicio lector se articula en todos y cada uno de los
escenarios en los que nuestra mirada y pensamiento conducen al espíritu humano,
ya que todo se vuelve significado, todo se torna en signo, todo la vida es escritura,
toda existencia es lectora.
Con esta realización fundamental empieza un nuevo proceso de maduración en
materia literaria, de ahí la anteriormente mencionada dificultad creciente de los
procesos de lectura y escritura, ya que en un punto dado sus obstáculos ya no
radican tanto en la imposibilidad de relacionar significantes con significados o en el
uso adecuado de las palabras, sino que existe un momento de quiebre en la
biografía de todo aquel que pretende escribir, en el que su labor se torna en una
obsesión, en un transtorno obsesivo de pulcritud en la ejecución, una casi enfermiza
fijación en los detalles de la palabra.
Los sinónimos dejan de bastar como sucedáneos más o menos acertados para
explicar la idea fundamental que se emplaza en el alma; las figuras literarias dejan
de ser un recurso utilizado por obra de la casualidad o la familiaridad, para ser un
recurso técnico de cuyo dominio depende gran parte de la perfección estética de la
obra; la originalidad comienza a abrirse paso como la preocupación fundamental de
quehacer del escritor, ya no bastan los destellos de inspiración, la literatura cuando
llega a posicionarse como la guía de la vida de un sujeto, termina exigiendo para su
emergencia una serie de espacios, tiempos y momentos que solo un privilegiado o
un despreocupado puede permitirse.
Figuras como Proust y como Van Gogh son las muestras de las exigencias que
exige a los hombres un destino encaminado al arte, ambos claramente en extremos
opuestos de la jerarquía económica, que sin embargo compartían ese mismo
padecer anímico que solo recae en los hombres con la sensibilidad suficiente para
Miguel Ángel Torregroza Beleño
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detectar dentro de sí el malestar que los acecha. Proust utilizó su herencia para
abastecerse con una habitación aislada de todo estímulo exterior para que su mente
se concentrara enteramente en la producción de su obra, excentricidad a los ojos de
legos y diletantes, mas necesidad inexorable para los caprichos del arte, junto a un
padecimiento increíble para el escribiente. Solo en unas condiciones de ese calibre
podría haber salido a la luz una obra semejante a ​À la recherche du temps perdu​,
con toda su extensión, toda su ruptura sintáctica, con su prolijidad para la
descripción, con su fantástico detalle.
De la misma manera Van Gogh en un extremo de mayores dificultades materiales,
también exige una serie de espacios que son fundamentales para la emergencia de
De sterrennacht​, un taller que no podía sostener, el alcoholismo, la necesidad de
escapar de su propia condición terrenal a través del arte o las sustancias, son todas
en cierto sentido muestra de lo tortuoso que puede llegar a ser el destino artístico,
pintado de continuo por la fatalidad; con esto no pretendo reforzar la tesis heredada
de los poetas malditos de que el único camino al arte es el del exceso y la
autodestrucción, pero tampoco negaré que estos elementos ofrecen
interpretaciones sugerentes como que el arte y la fatalidad tienden a cruzar sus
caminos o por lo menos a acariciarse.

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