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de misterio justamente en el interior de una visibilidad concreta.

Una vez más ve, escucha, toca,


así como en la tierra «ha visto, escuchado, tocado» en el Señor «la palabra de vida». Es muy
significativo que en la visión reciba la orden de comerse el libro, para incorporarlo y
comprenderlo en sí mismo. Él puede encontrar palabras para decir las cosas del cielo, palabras
que son de aquí abajo pero que en todas partes dejan espacio libre al siempre-más del cielo. La
forma del misterio no es afectada por ello. Juan se come el libro. El libro que ya no puede leerse
por fuera. Debe ser explicado desde dentro, desde el amor. Desde el amor que afirma y reconoce
con reverencia a Dios y a los misterios de Dios en el siempre-más del Hijo y que tan sólo los toca
en tanto son parte de la tarea, en tanto son una realidad encomendada que debe ser
comunicada.

Bien es verdad que los profetas del Antiguo Testamento han tenido visiones semejantes. Pero
esto aconteció en la promesa. Juan ve en el cumplimiento. Ve con todo el sentido del Cristo
vivido. Su mirada es una mirada posterior a la encarnación. Y lo joánico en su mirada es la
grandeza de su amor, que soporta ver tales cosas e incorporarlas a su misión, casi a pesar de
que el amor se sigue mostrando vivo en él. No es de ningún modo la mirada que simplemente
toma nota. Es mirada en la comprensión del amor, mirada del amor vivido. Mirada que
finalmente posee por fundamento el misterio que Juan ha experimentado al Señor como
hombre y como amigo. En el Antiguo Testamento la visión era una presentida. La visión de Juan,
en cambio, es una experimentada. En Juan, la experiencia se pone sobre el presentimiento,
como en el Señor el cumplimiento se reclina sobre la promesa.

En la vida terrena posterior al Apocalipsis, Juan tiene una imagen transformada del Señor, una
imagen casi inverosímil. Una verdadera imagen-siempre-más que completa el siempre-más del
Evangelio por medio de lo opuesto. Juan ha vivido el Verbum caro factum. Pero mientras el
Señor estaba en la tierra, la vivencia central era el Verbum. Entonces tenía la impresión de que
la palabra que comprendió, concibió y continuó a donar contuviese toda la fuerza del Señor.
Después del Apocalipsis, Juan ve más el caro factum: en la visión ve más las medidas que el
Señor ha tomado para hacerse hombre y que esas mismas medidas provienen enteramente de
su Ser-siempre-más.

El prólogo
La Palabra en el origen
1,1. En el origen era la palabra. Y la palabra era junto a Dios. Y Dios era la palabra.

En el origen era la PALABRA. Si la palabra era en el origen, la palabra no era el origen y el origen
no era la palabra. Pues la palabra era en el origen. El origen es inicio primordial, es principio, es
nacimiento. El puro origen es lo simplemente inconcebible, intangible, incoloro, intemporal, lo
que siempre precede a todo pensar y comprender, lo eternamente anterior, lo que eternamente
siempre ya ha sido. Es lo divino, lo abismal en Dios. Si existiera un devenir en Dios, el origen sería
su devenir eterno. Si fuera posible un crecimiento en Dios, el origen sería el crecimiento eterno.
Si existiera oscuridad en Dios, el origen sería la eterna oscuridad en Dios. Pero en el origen era
la palabra. La palabra es la expresión, la lengua, el cumplimiento, la luz. Así, en Dios, el origen
es siempre ya realidad, el surgir siempre ya ser, el abismo siempre ya luz. En Dios nunca existió
una oposición entre el origen y la palabra, pues la palabra era en el origen, el origen era en la
palabra, la palabra era no sólo junto a Dios, la palabra misma era Dios: y Dios era la palabra.

Pero el origen no era la palabra y la palabra no era el origen. Para ser viva, la vida que nosotros
conocemos está polarizada en opuestos. Toda vida del mundo es un surgir, que sólo entonces

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