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Notas
metodológicas
De
los
delitos
y
de
las
penas
puede
ser
un
tanto
desconcertante.
A
primera
vista,
su
contenido
resulta
familiar
y
de
fácil
comprensión.
Se
8ene
la
impresión
de
entender
todo
y
de
poder
sinte8zar
sin
dificultad
el
pensamiento
del
autor.
No
obstante,
a
medida
que
se
lee
y
relee
la
obra,
y
se
estudian
los
comentarios
enriquecedores
de
sus
diferentes
exegetas,
se
percibe
que
se
trata
de
una
impresión
engañosa.
La
convicción
de
haber
“percibido”
todo
el
contenido
de
la
obra
se
tambalea,
ante
diversos
obstáculos
y
dificultades,
que
he
clasificado
en
tres
categorías.
1. Ante
todo,
una
pluralidad
de
definiciones,
principios
generales
y
dis8nciones
importantes
están
diseminadas
en
diferentes
lugares,
lo
que
no
facilita
la
comprensión.
Ello
llega
incluso
al
punto
de
que
pasen
desapercibidas:
Beccaria
las
presenta
a
cuentagotas,
a
medida
que
aborda
algunas
cues8ones
par8culares
(la
pena
de
muerte,
la
tortura,
la
pron8tud
del
cas8go,
etc.)
para
posicionarse
en
relación
con
ellas.
Frente
a
ello,
en
la
discusión
de
una
cues8ón
par8cular,
en
ocasiones
no
retoma
de
forma
explícita
sus
principios
mayores,
que
más
bien
aparecen
implícitos
en
la
argumentación.
Para
afrontar
estas
dificultades,
mis
análisis
no
seguirán
necesariamente
el
orden
de
presentación
de
las
materias.
Incluso
en
ciertos
momentos
haré
decir
a
Beccaria
más
de
lo
que
dice,
pero
solo
si
considero
que
no
estoy
traicionando
su
pensamiento.
2. Una
segunda
dificultad
se
deriva
del
hecho
de
que
Beccaria
elaboró
su
obra
en
una
época
en
que
el
derecho
estaba
experimentado
una
transformación
terminológica
radical.
En
efecto,
el
lenguaje
del
derecho
penal
moderno
estaba
en
proceso
de
desvincularse
del
lenguaje
del
derecho
tout
court,
para
cons8tuirse
como
campo
semán8co
diferente.
El
propio
Beccaria
fue
uno
de
los
ejes
de
estas
transformaciones.
Por
una
parte,
su
bagaje
conceptual
provenía
de
textos
filosóficos
y
polí8cos
an8guos;
por
otra,
en
ocasiones
parece
u8lizar
una
misma
palabra
tanto
en
su
acepción
an8gua
como
en
la
nueva.
Por
lo
demás,
tenemos
tendencia
a
desconsiderar
el
problema,
y
a
interpretar
a
par8r
del
sen8do
moderno.
Estos
significados
diferentes
pueden
modificar
nuestra
interpretación
del
texto;
incluso
siendo
conscientes
del
problema,
podemos
cometer
errores,
dudar
o
ser
incapaces
de
saber
qué
opción
tomar.
Este
fue
el
caso
en
relación
con
la
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar.
En
ese
punto
me
he
visto
obligado
a
señalar
mis
dudas
y
las
soluciones
adoptadas.
Estas
dificultades
se
presentan
sobre
todo
en
relación
con
las
cues8ones
de
jus8cia,
ley,
delito
(o
crimen)
y
cas8go
(o
pena)…
en
suma,
nociones
claves
que
recibían
usualmente
un
sen8do
muy
amplio
antes
de
la
primera
mitad
del
s.
XVIII,
por
ejemplo,
en
Hobbes,
Puffendorf,
Montesquieu,
etc.
Desde
la
mitad
del
s.
XVIII,
esta
tendencia
se
invierte,
y
se
comienza
a
restringir
cada
vez
más
su
significado.
En
algunos
pensadores
posteriores
a
Beccaria,
como
Bentham,
el
rastro
de
este
sen8do
amplio
todavía
subsiste.
Tomemos
el
ejemplo
de
la
palabra
“jus8cia”,
sobre
la
que
llama
la
atención
Casamayor
(1979:
6),
uno
de
los
comentaristas
de
Beccaria.
El
problema
no
es
nuevo,
dice
el
autor,
sino
que
se
remonta
a
8empo
atrás,
y
persiste
hasta
nuestros
días.
En
realidad,
la
palabra
jus8cia
experimenta
con
frecuencia,
mediante
una
serie
de
desplazamientos
semán8cos,
dos
grandes
reducciones:
en
primer
lugar,
se
pasa
de
“jus8cia”
a
“judicial”,
en
el
sen8do
del
derecho
posi8vo;
a
con8nuación,
de
“judicial”
a
“jus8cia
criminal”
y
a
“pena”.
Se
comienza,
dice
el
autor,
con
“la
pregunta,
perfectamente
natural,
de
‘¿qué
es
lo
justo?’”
(ibid.)
y
se
acaba
prestando
atención
a
la
jus8cia
penal
(p.
7).
Este
prejuicio,
escribe
Casamayor,
“reside
en
la
importancia
otorgada
al
cas:go”
(p.
6).
Poco
a
poco
se
va
a
emplear
la
palabra
jus8cia
“en
beneficio
de
un
ente
muy
limitado”,
la
jus8cia
criminal,
“que
no
es
totalmente
representa:va
de
la
sociedad
en
la
que
funciona”
(ibid.).
El
autor
recuerda,
con
acierto,
que
“la
Jus:cia
(en
sen:do
propio)
es
la
función
única
y
jus:ficadora
de
toda
sociedad
organizada.
No
solo
hay
un
ministro
de
Jus:cia,
sino
que
lo
son
todos:
el
de
Hacienda
[…],
el
de
Trabajo
[…]”
(ibid.:
6-‐7),
etc.
3. En
tercer
lugar,
la
obra
es,
desde
un
cierto
punto
de
vista,
un
manifiesto
polí8co
elaborado
con
la
intención
de
producir
una
reforma.
Por
ello,
Beccaria
invoca
todo
8po
de
argumentos
para
sostener
sus
tesis,
estén
o
no
de
acuerdo
con
aspectos
fundamentales
de
su
modo
de
pensar.
De
este
modo,
llega
incluso
a
colocar
un
argumento
humanista
junto
a
otro
muy
represivo,
siempre
que
ambos
conduzcan
al
mismo
resultado
prác8co.
El
autor
parece
adoptar
esta
estrategia
para
maximizar
sus
posibilidades
de
concitar
el
apoyo
de
un
auditorio
con
opiniones
divergentes.
Los
argumentos
contra
la
pena
de
muerte
ilustran
bien
esta
tác8ca
de
recurrir
a
todo
para
impulsar
una
reforma
humanista,
de
modo
que
si
se
hace
una
interpretación
literal
del
texto,
no
se
llega
a
saber
en
qué
posición
se
sitúa
el
autor.
Los
puntos
de
vista
de
la
dignidad
humana
y
de
la
u+lidad
en
Beccaria
La
filoso]a
polí8ca
y
jurídica
de
Beccaria
parece
impulsada
por
una
doble
preocupación:
el
respeto
de
la
dignidad
humana,
y
la
búsqueda
de
la
vida
buena.
De
acuerdo
con
el
autor,
todas
las
grandes
fuentes
de
nuestros
principios
morales
–la
revelación,
la
ley
natural
y
las
convenciones
humanas-‐
8enen
un
mismo
fin:
conducirnos
“a
la
felicidad
en
esta
vida
terrestre”
(Beccaria,
1764a:
4).
Se
trata
del
punto
de
vista
de
la
u8lidad
(en
sen8do
amplio).
Beccaria
se
propuso
analizar
las
leyes
humanas
para
ver
lo
que
los
individuos
habían
hecho
con
ellas.
Quería
saber
si
estas
leyes
permiian
acceder
a
tal
obje8vo.
Se
convenció
de
los
contrario:
“examinemos
la
historia,
y
veremos
que
las
leyes,
que
son
o
deberían
ser
pactos
concluidos
entre
hombres
libres,
en
la
mayor
parte
de
las
ocasiones
no
han
sido
sino
el
instrumento
de
las
pasiones
de
un
pequeño
número
[…]”
(ibid.:
7).
En
consecuencia,
tenía
una
consideración
crí8ca
sobre
las
leyes
de
su
época.
El
autor
razona
como
si
se
hubiese
planteado
la
pregunta
¿nuestras
leyes
son
adecuadas
para
ayudarnos
a
realizar
en
la
8erra
una
vida
cada
vez
mejor?
Beccaria
denuncia
la
fractura
que
se
da
“entre
las
leyes
tal
como
son
y
tal
como
deberían
ser”
(Shackleton,
1972:
360).
En
su
opinión,
es
necesario
analizar
las
leyes
polí8cas
para
ver
si
son
efec8vamente
necesarias
en
atención
a
este
interés
general
(la
buena
vida).
No
obstante,
también
es
necesario
ver
en
qué
medida
respetan
la
dignidad
humana
y
la
libertad
de
los
individuos.
La
libertad
polí8ca
del
individuo
es
para
Beccaria,
como
para
muchos
otros
autores
de
su
época,
un
valor
que
es
necesario
preservar
contra
los
abusos
de
otros
individuos
y
de
las
autoridades
(las
“pasiones
de
una
minoría”).
El
autor
ve
una
suerte
de
oposición
entre
libertad
y
seguridad.
Las
leyes
otorgan,
o
pueden
otorgar,
la
seguridad,
pero
reducen
la
parte
de
libertad.
Por
ello,
solo
debemos
crear
leyes
verdaderamente
necesarias,
ya
que
cuantas
más
leyes
se
hagan,
más
se
afectará
la
libertad
individual.
Del
mismo
modo,
la
sanción
debe
ser
la
menor
posible,
para
no
usurpar
la
libertad
de
los
individuos
o
poner
su
seguridad
en
causa.
En
suma,
el
punto
de
vista
de
la
u8lidad
debe
armonizarse
con
el
de
la
dignidad
y
la
libertad.
En
Beccaria,
la
búsqueda
de
una
vida
buena
se
corresponde
con
el
interés
general.
En
consecuencia,
un
observador
imparcial,
que
no
considere
únicamente
sus
propios
intereses,
intentaría
alcanzar
este
obje8vo
actuando
de
acuerdo
con
el
siguiente
principio:
“el
máximo
de
felicidad
repar:do
entre
la
mayor
can:dad
de
personas”
(“la
massima
felicità
divisa
nel
maggior
numero”)
(Beccaria,
1984,
Int.:
23).
Esta
fórmula,
y
otras
tesis
semejantes,
han
sido
denominadas
como
“principio
de
u8lidad”,
“principio
del
máximo
de
felicidad”
(greatest
happiness
principle)
o
incluso
“principio
de
la
felicidad
pública”.
No
discu8ré
aquí
este
principio,
pero
debo
llamar
la
atención
sobre
una
ambigüedad,
ya
señalada
por
Shackleton
(1972:
359-‐360),
ya
que
es
de
gran
relevancia
en
el
marco
de
la
racionalidad
penal.
La
ambigüedad
se
deriva
del
hecho
de
que
inicialmente,
en
Francis
Hutcheson,
este
principio
(“the
greatest
happiness
of
the
greatest
numbers”)
quería
decir
que
la
mejor
acción
es
la
que
busca
“el
máximo
de
felicidad
para
el
mayor
número
posible
de
personas”,
y
no
“el
máximo
de
felicidad
para
la
mayoría”.
En
la
formulación
de
Beccaria,
como
señala
Shackleton
(ibid.),
la
idea
de
maximizar
los
dos
polos
de
la
cues8ón,
la
suma
de
la
felicidad
y
el
número
de
personas
que
gozan
de
ella,
se
pierde.
En
efecto,
Beccaria
u8liza
el
adje8vo
compara8vo
“maggiore”
(mayor)
con
el
sustan8vo
“número”,
en
lugar
de
usar
el
superla8vo
“massimo”
(“el
máximo
de
personas”,
o
“el
mayor
número
posible”)
(ibid.).
Dicho
de
otro
modo,
en
el
marco
de
la
racionalidad
penal,
esta
ambigüedad
tendrá
consecuencias
tan
graves
como
las
tendrá
oponer
la
"mayoría
abstracta"
a
la
"minoría
[supuesta]
de
desviados",
o
a
los
intereses
de
la
víc8ma.
Esta
oposición
también
se
hace
a
través
de
las
categorías
"público"
y
"privado".
Este
principio
será
ar8culado
para
reforzar
las
dicotomías,
más
que
para
atenuarlas.
Si
se
considera
que
la
mejor
acción
es
la
que
procura
el
máximo
de
felicidad
al
máximo
de
personas,
se
impulsa
a
buscar,
ante
todo,
la
mejor
acción
para
las
dos
partes
en
li8gio,
y
a
ver
en
qué
medida
no
será
igualmente
la
mejor
solución
para
todo
el
mundo,
o
para
el
mayor
número
posible.
Quizás
se
hace
más
di]cil
quitar
la
cobertura
a
la
mayoría
(o
al
dominio
del
público).
En
el
marco
de
la
doctrina
de
la
severidad
máxima,
y
del
u8litarismo
penal
clásico,
este
género
de
razonamiento
prematuro
se
ve
facilitado
por
la
teoría
de
la
disuasión.
En
efecto,
opone,
en
línea
de
principio,
la
mayoría
al
desviado
y
a
la
víc8ma,
en
tanto
postula
que
la
punición
es
una
medida
necesaria
para
el
bien
común.
¿Cómo
se
sitúa
Beccaria
en
relación
con
esta
oposición
entre
mayoría/minoría
o
entre
público/privado?
Para
comprender
a
Beccaria
y
a
algunas
contradicciones
de
su
pensamiento,
es
necesario
dis8nguir
entre
sus
"ideas
generales"
y
su
"teoría
de
la
pena".
En
efecto,
algunas
de
sus
ideas
no
8enen
vínculo
con
tal
teoría,
o
no
establecen
con
ella
más
que
relaciones
errá8cas.
De
este
modo,
Beccaria
se
da
cuenta
de
que
las
autoridades
8enen
tendencia
a
presentar
el
interés
general
como
opuesto
al
interés
de
las
partes,
mientras
que
ello
no
es
necesariamente
así.
Esta
(falsa)
oposición
sirve
para
jus8ficar
algunas
leyes
y
sus
penas.
En
efecto,
el
autor
señala
"sacrificar
las
cosas
[tal
como
se
manifiestan
en
la
realidad]
a
las
palabras,
separando
el
bien
general
de
los
intereses
par:culares,
es
tener
[...]
una
falsa
idea
de
la
u:lidad"
(Beccaria,
1965,
§40:
73).
En
síntesis,
para
él
la
felicidad
pública
no
es
dis8nta
del
interés
de
las
partes,
y
la
jus8cia
consiste
en
"mantener
la
unión
de
los
intereses
par:culares"
(ibid.,
§2:
10).
No
obstante,
en
su
teoría
de
la
pena
Beccaria
opone,
por
principio,
el
interés
de
las
partes
al
interés
público.
Por
ello,
dirá
que
el
perdón
de
la
víc8ma
se
opone
a
la
protección
de
la
sociedad,
que
la
simple
indemnización
a
la
víc8ma
no
responde
al
interés
público,
etc.
En
el
plano
de
las
ideas
generales,
Beccaria
es
igualmente
consciente
de
que
la
búsqueda
de
la
felicidad
pública
puede
poner
en
cues8ón
la
dignidad
de
los
individuos,
incluso
si
debe
respetarla.
Por
ello,
el
autor
considera
que
no
basta
con
probar
que
las
leyes
son
ú8les
al
público,
ya
que,
a
pesar
de
ello,
pueden
chocar
con
la
dignidad.
En
un
pasaje
mal
situado
en
su
obra,
Beccaria
enuncia
un
principio
de
ámbito
general
que
es
capital
para
comprender
su
pensamiento:
"no
hay
libertad
cuando
las
leyes
permiten
que
en
ciertas
circunstancias
el
hombre
deje
de
ser
una
persona
para
conver:rse
en
una
cosa"
(ibid.,
§25:
43).
El
autor
señala
igualmente
que
"incluso
si
un
cas:go
produce
efectos
beneficiosos,
no
es
necesariamente
justo,
ya
que,
para
ser
justo,
debe
ser
necesario"
(ibid.,
§25:
43).
"Necesario"
significa
aquí
"absolutamente
necesario",
es
decir,
que
no
existe,
en
un
caso
concreto,
otro
modo
más
respetuoso
de
la
libertad
para
resolver
el
correspondiente
li8gio.
Por
lo
demás,
Beccaria
escribe
que
es
una
falsa
idea
de
la
u8lidad
querer
decirle
a
la
razón
"¡sé
esclava!"
(ibid.,
§40:
73).
No
solo
la
razón
no
debe
ser
ser
esclava
de
la
u8lidad,
sino
que
no
debe
suponer
que
esta
pueda
"mandar
sobre
los
sen:mientos";
como
máximo
puede
es8mularlos
(ibid.).
Por
otra
parte,
como
veremos,
su
concepción
del
contrato
social
también
sirve
de
límite
a
la
u8lidad.
No
obstante,
estas
ideas
generales
entran
igualmente
en
conflicto
con
su
teoría
de
la
pena.
Por
ejemplo,
en
el
caso
de
un
hurto,
habría
debido
aceptar
el
perdón
de
la
víc8ma,
una
forma
de
negociación
entre
las
partes
o,
incluso,
la
indemnización
(con
o
sin
intereses
sancionadores).
Su
teoría
de
la
disuasión
exige
siempre,
en
cambio,
la
certeza
de
la
punición.
Siempre
en
el
plano
de
las
ideas
generales,
puede
decirse
que
la
libertad,
la
dignidad
de
la
persona
y
el
interés
de
las
partes
(en
tanto
que
expresión
de
la
jus8cia)
son
prioridades
para
Beccaria
o,
mejor
aún,
son
los
principios
reguladores
de
la
búsqueda
de
la
felicidad.
En
este
sen8do,
"la
mayor
felicidad
posible
para
el
mayor
número
posible"
indica
la
finalidad
a
obtener;
el
respeto
de
la
libertad,
de
la
dignidad
de
la
persona
y
del
interés
de
las
partes
son
criterios
para
evaluar
los
medios
legí8mos
de
realizar
esa
finalidad.
Estos
aspectos
del
pensamiento
de
Beccaria
lo
alejan
tanto
de
su
propia
teoría
de
la
pena
como
de
la
perspec8va
de
Bentham.
De
este
modo,
se
encuentra
en
Beccaria
un
discurso
anclado
en
la
dignidad
humana,
que
dejaría
traslucir,
como
lo
ha
señalado
oportunamente
Hart
(1982),
la
influencia
de
la
tradición
iusnaturalista.
Este
discurso
va
a
atemperar
su
u8litarismo,
y
a
darle
una
orientación
é8ca
bastante
par8cular.
En
efecto,
puede
decirse
que
Beccaria
no
aísla
por
completo
el
"reino
del
cálculo"
del
"reino
de
los
derechos
fundamentales",
mientras
que
Bentham
sí
lo
hace.
Braive
(1987:
11)
apunta
que
Bentham
es
considerado
a
veces
como
el
padre
del
u8litarismo
moderno.
En
su
opinión,
esto
"supone
hacerle
jus:cia,
pero
también
honrarle
en
exceso",
ya
que
el
gran
nombre
de
Beccaria
le
precedió,
mientras
que
Bentham
se
inscribe
en
un
movimiento
de
ideas
que
se
propaga
durante
los
siglos
XVIII
y
XIX.
Sin
duda,
Braive
8ene
razón;
no
obstante,
si
aquel
comentario
puede
parecer
en
cierto
sen8do
injusto
con
Beccaria,
desde
otra
perspec8va
no
lo
es
en
absoluto:
Beccaria
nunca
ha
sido
un
u8litarista
puro,
mientras
que
Bentham
es
el
proto8po
de
ello.
A
los
ojos
de
Bentham,
las
proposiciones
de
Beccaria
sobre
la
dignidad
humana
crean
una
confusión
entre
una
ac8tud
verdaderamente
racional
y
una
mala
meta]sica
(Hart,
1982).
En
su
opinión,
basta
con
dejarse
guiar
por
un
razonamiento
u8litarista:
"no
es
necesario
admi:r
ninguna
excepción"
(Bentham,
1969a:
9).
El
autor
8ende
a
presuponer
que,
desde
un
punto
de
vista
psicológico,
la
naturaleza
ha
colocado
al
individuo
"bajo
el
imperio
del
placer
y
del
dolor"
(ibid.).
De
este
modo,
cuando
evoca
temas
claves,
como
la
esclavitud,
los
derechos
de
las
mujeres
(al
voto,
pero
también
a
par8cipar
en
jurados,
a
ejercer
funciones
públicas,
etc.)
y
la
pena
de
muerte,
su
razonamiento
muestra
un
cálculo
u8litarista
rela8vo
al
bien
público,
sin
tener
en
cuenta
cualquier
"derecho"
surgido
de
una
concepción
de
la
moralidad,
del
derecho
natural
o
del
contrato
social.
Más
aún:
la
dignidad
humana
y
el
valor
del
individuo
serían
principios
esenciales
para
Beccaria,
mientras
que
no
lo
son
en
absoluto
para
Bentham
(Hart,
1982:
50).
De
este
modo,
si
Bentham
(1840,
1,
14C:
231-‐258)
se
rebela
(en
general)
contra
la
pena
de
muerte,
ello
es
debido
a
que
la
considera
inú8l
y
un
desprecio
de
los
legisladores
(p.
252),
mientras
que
para
Beccaria
es
inú8l,
absurda
e
ilegí8ma
(contraria
al
contrato
social).
La
teoría
del
contrato
social
como
fundamento
y
límite
del
derecho
de
penar
Cuando
Beccaria
publica
su
libro,
el
Estado
dispone
ya
de
un
amplio
abanico
de
jus8ficaciones
religiosas,
polí8cas
y
morales,
de
su
derecho
de
crear
leyes
y
dotarse
de
medios
para
hacerlas
respetar.
La
punición
es
uno
de
ellos:
es
una
prác8cas
ya
an8gua,
que
se
ejerce
en
toda
la
sociedad:
en
la
iglesia,
en
la
familia,
en
los
lugares
de
aprendizaje,
etc.
Como
los
gobiernos
también
imponen
penas,
los
discursos
de
jus8ficación
de
estas
prác8cas
no
están
ausentes.
Para
jus8ficar
la
intervención
del
derecho,
se
evoca,
por
ejemplo:
a) Bien
la
obligación
de
restablecer
el
orden,
por
medio
de
la
expiación
del
mal
por
el
mal;
b) Bien
una
pretensión
de
corrección
del
individuo;
c) Bien
la
necesidad
del
ejemplo
del
cas8go,
o
in8midación,
para
proteger
a
la
sociedad;
d) Bien
la
idea
de
hacer
jus8cia,
sobre
todo
mediante
una
suerte
de
reparación
posi8va,
o
de
pacificación
entre
las
partes,
siendo
la
punición
una
medida
de
úl8ma
instancia.
Esta
úl8ma
jus8ficación
estaba
mucho
menos
extendida
en
materia
penal
en
la
época,
y
por
ello
conviene
excluirla.
Por
lo
que
se
refiere
a
las
tres
primeras,
8enen
tendencia
a
presentarse
bajo
la
forma
de
dos
grandes
perspec8vas
filosóficas:
i)
el
punto
de
vista
retribu8vo,
que
sos8ene
la
obligación
de
restablecer
el
orden
haciendo
pagar
el
mal
con
mal;
ii)
el
punto
de
vista
u8litarista
penal,
que
reúne
los
obje8vos
de
la
corrección
y
la
disuasión.
En
el
s.
XVIII,
la
teoría
u8litarista
de
la
pena
otorgará
la
preeminencia
a
la
disuasión
como
medio
de
defensa
de
la
sociedad.
Para
el
retribucionismo
penal,
el
fundamento
del
derecho
de
penar
reside
en
que
la
Jus8cia
requiere
que
la
persona
sea
penada
de
acuerdo
con
su
falta,
porque
ha
decidido
libremente
desobedecer
a
la
ley.
En
consecuencia,
el
cas8go
es
el
único
modo
de
borrar
la
falta,
y
de
dar
sa8sfacción
a
Dios,
a
la
moral
y
al
Derecho.
Dicho
de
otro
modo,
se
debe
cas8gar
al
culpable,
incluso
si
la
punición
no
sirve
para
enmendar
o
disuadir
a
nadie.
Por
ello,
el
fundamento
del
derecho
de
cas8gar
es
la
obligación
de
restablecer
el
respeto
a
la
ley
por
el
sufrimiento
del
culpable
de
acuerdo
con
su
falta,
sin
que
ningún
otro
método
sea
apropiado
para
pagar
el
precio
del
desorden.
Para
los
u8litaristas
en
general,
en
el
origen
del
fundamento
del
derecho
de
penar
se
halla
la
idea
de
seguridad
de
los
individuos
o
del
grupo.
Su
razonamiento
es
el
siguiente:
antes
de
la
formación
de
las
sociedades,
en
el
estado
de
naturaleza,
el
derecho
de
penar
pertenece
a
cada
individuo,
que
debe
protegerse
o
vengarse
de
las
ofensas
de
las
que
haya
sido
objeto.
El
derecho
natural
le
concede
un
derecho
de
defensa,
en
su
caso
de
venganza.
Cuando
los
enemigos
se
unieron
en
sociedad,
el
derecho
que
originariamente
tenía
todo
par8cular
pasó
al
soberano,
que
debía
proveer
la
seguridad
de
sus
súbditos.
El
derecho
de
penar
detentado
por
el
soberano
se
reproduce
en
el
derecho
(natural)
de
penar
de
los
individuos.
En
el
seno
de
la
sociedad,
algunas
infracciones
contra
los
par8culares
se
convierten
en
ataques
contra
la
ley
(penal)
del
soberano.
En
consecuencia,
el
derecho
de
penar
se
funda
tanto
sobre
la
necesidad
de
proteger
de
modo
eficaz
a
la
mayoría
de
los
individuos
cuanto
sobre
la
de
hacer
respetar
la
ley.
A
par8r
de
ello,
hay
una
bifurcación
entre
los
u8litaristas.
La
doctrina
de
la
severidad
máxima,
por
ejemplo,
no
limita
el
derecho
de
penar
del
Soberano
por
el
derecho
natural:
el
Príncipe
debe
ser
libre
de
modificar
la
ley
y
de
hallar
un
modo
eficaz
de
defender
la
sociedad.
La
pena
severa,
es
decir,
excesiva,
no
es
necesariamente
una
pena
injusta;
basta
que
la
autoridad
considere
que
es
necesaria
para
proteger
al
grupo.
Otros
autores,
como
Locke
(1690:
176-‐178),
consideran
que
en
el
estado
de
naturaleza
los
individuos
solo
8enen
el
derecho
de
infligir
penas
proporcionales
a
las
faltas,
que
sean
suficientes
para
inspirar
el
temor,
dando
así
ejemplo
a
otros
e
in8midando
al
culpable.
En
consecuencia,
solo
pueden
transferir
al
soberano
este
derecho
que
la
ley
natural
les
ha
otorgado.
En
suma,
nos
encontramos
en
esta
variante
u8litarista
la
idea
de
la
necesidad
de
una
cierta
proporción
entre
la
falta
y
la
pena
(que
incluye,
no
obstante,
el
obje8vo
de
la
disuasión).
Por
ende,
el
fundamento
del
derecho
de
penar
consiste
en
la
necesidad
de
proteger
a
la
sociedad
con
el
ejemplo.
En
la
mejor
de
las
hipótesis,
esta
u8lidad
está
limitada
por
la
noción
(amplia)
de
proporcionalidad.
Por
muy
llama8vo
que
pueda
parecer,
Beccaria
no
opta
por
una
de
las
dos
maneras
de
fundamentar
el
derecho
de
penar.
Su
teoría
de
la
pena
es,
sin
duda,
una
teoría
u8litarista
de
la
disuasión
y,
en
este
sen8do,
comporta
–lo
quiera
Beccaria
o
no-‐
el
segundo
fundamento.
No
obstante,
Beccaria
va
a
combinarla
con
otro
fundamento
del
derecho
de
penar,
sin
intentar
con
ello
adaptar
su
teoría.
El
origen
de
las
leyes
y
de
las
penas
(o
de
las
sanciones)
Pueden
enmarcarse
las
grandes
líneas
de
la
filoso]a
polí8ca
y
jurídica
de
Beccaria
formulando
dos
interrogantes:
"¿por
qué
tenemos
necesidad
del
gobierno,
de
las
leyes
y
de
las
sanciones
legales?"
y
"¿cómo
podemos
dis:nguir
el
derecho
legí:mo
de
penar
del
simple
poder
legal
de
penar?".
A
con8nuación
examinaremos
la
primera
cues8ón,
mientras
que
la
segunda
se
tratará
en
la
sección
siguiente.
Las
respuestas
a
estas
cues8ones
cons8tuyen
la
nueva
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar
de
Beccaria.
El
autor
presenta
lo
esencial
en
las
dos
primeras
secciones
(§§
1-‐2)
de
su
obra
(versión
original).
Antes
de
proceder
a
su
examen,
conviene
recordar
que
el
lenguaje
de
Beccaria
puede
dar
lugar
a
una
doble
interpretación:
o
bien
otorga
a
los
conceptos
de
derecho,
ley,
delito
o
cas8go
el
sen8do
estricto
y
moderno
de
jus8cia
penal,
crimen,
sanción
penal,
etc.,
o,
por
el
contrario,
les
otorga
un
sen8do
más
amplio.
En
la
primera
interpretación,
se
encuentra
desde
el
inicio
en
la
"botellas
de
las
moscas":
su
pensamiento
se
aplicaría
exclusivamente
a
las
leyes
penales,
quizás
también
a
las
administra8vas,
pero
no
al
derecho
en
su
conjunto.
En
la
segunda
las
reflexiones
de
Beccaria
sobre
el
origen
de
las
leyes
y
de
las
sanciones
8enen
un
alcance
más
amplio,
semejante
al
de
las
reflexiones
de
otros
teóricos
preclásicos
del
derecho
natural,
del
contrato
social,
etc.
Esta
interpretación
es
la
única
que,
en
mi
opinión,
hace
jus8cia
al
texto
de
Beccaria.
En
efecto,
es
más
bien
absurdo
pensar
que
el
autor
habría
concebido
dos
fundamentos
dis8ntos
para
las
leyes,
uno
correspondiente
a
la
ley
civil
y
el
otro
a
la
penal.
Más
aún:
es
muy
probable
que
el
autor
haya
conservado
en
este
punto
el
sen8do
amplio
de
tales
conceptos
(ley,
cas8go,
etc.),
ya
que
es
el
sen8do
usual
que
le
otorgaban
sus
predecesores.
La
descripción
que
me
parece
más
justa
y
provechosa
para
el
texto
es,
por
lo
tanto,
la
que
opta
por
una
interpretación
amplia
de
estas
nociones.
Al
mismo
8empo,
es
la
más
interesante
y
produc8va
para
nosotros,
en
la
actualidad.
Para
responder
a
los
interrogantes
rela8vos
al
origen
del
gobierno,
diversos
iuspublicistas
han
elaborado
lo
que
se
denominan
"teorías
del
contrato
social".
Éstas
son
divergentes
en
múl8ples
aspectos,
pero
presentan
rasgos
comunes.
Grosso
modo
vienen
a
decir
lo
siguiente:
los
individuos
vivirían
inicialmente
en
un
estado
caracterizado
por
una
libertad
completa,
donde
cada
uno
haría
lo
que
quisiese.
Se
trata
del
estado
de
naturaleza.
Por
diferentes
razones,
que
varían
en
función
de
los
teóricos,
esta
experiencia
resultó
mal,
y
los
individuos
decidieron,
de
común
acuerdo,
firmar
un
contrato
o
pacto
social
(también
denominado
"contrato
originario")
para
crear
un
gobierno,
y
posteriormente
unas
leyes,
para
garan8zar
la
paz
social
y
la
seguridad
de
los
individuos.
Estas
teorías,
como
señala
Höffe
(1993:
213),
pretenden
legi8mar
las
relaciones
civiles
y
el
derecho
estatal,
así
como
"jus:ficar
un
orden
polí:co
fundamental"
(el
Estado).
No
relatan
–y,
con
frecuencia,
no
pretenden
relatar-‐
un
acontecimiento
histórico.
Los
autores
saben
que
su
teoría
es
una
ficción,
pero
la
consideran
ú8l
para
reflexionar
sobre
las
condiciones
de
legi8midad
del
Estado
y
de
los
gobiernos.
En
consecuencia,
se
trata
más
bien
de
teorías
norma8vas,
que
pretenden
precisar
en
qué
condiciones
o
por
qué
razones
un
orden
polí8co
dado
es
razonable
y
justo.
También
Beccaria
imagina,
de
modo
razonable
pero
fic8cio,
cómo
habrían
sucedido
las
cosas
en
el
estado
de
naturaleza,
con
la
intención
de
sentar
las
bases
de
un
orden
polí8co
y
jurídico
justo.
En
el
estado
de
naturaleza,
dice,
los
individuos
son
independientes,
están
aislados,
y
son
enteramente
libres
de
hacer
lo
que
quieran,
ya
que
no
hay
ley
(humana)
alguna.
No
obstante,
esta
libertad
total
8ene
una
gran
desventaja:
sin
leyes,
los
individuos
viven
en
un
estado
de
guerra
perpetuo,
que
hace
inú8l
toda
libertad,
ya
que
ni
siquiera
están
seguros
de
poderla
disfrutar.
Todos
y
todas
pueden
matar
a
otra
persona,
pueden
someterla
a
la
esclavitud,
apropiarse
de
sus
bienes,
etc.,
a
poco
que
tengan
la
intención
y
los
medios
de
hacerlo.
Has8ados
de
vivir
en
esta
situación
en
la
que
todo
es
posible
pero
en
la
que
reina,
en
contrapar8da,
una
gran
incer8dumbre
a
la
hora
de
salvaguardar
los
privilegios,
incluida
la
libertad,
los
individuos
han
decidido
unirse,
y
sacrificar
"una
parte
de
esta
libertad
para
gozar
del
resto
con
más
seguridad
y
tranquilidad"
(Beccaria,
1764c,
§1:
8).
De
esta
unión
nace
una
convención
entre
las
partes:
el
contrato
social
que
forma
el
gobierno.
El
contrato
indica
al
gobierno
"las
condiciones
bajo
las
que
los
hombres
independientes
y
aislados
se
unirán
en
sociedad"
(ibid.).
En
Beccaria
estas
condiciones
se
resumen
en
dos
puntos:
asegurar
el
máximo
de
libertad
y
paz
social.
La
libertad
y
la
seguridad
de
toda
persona
deben
ser
protegidas
contra
usurpaciones
y
ataques,
provenientes
tanto
de
otros
sujetos
como
de
la
autoridad.
Por
ello,
el
papel
del
poder
legí8mo
es
muy
complejo:
debe
administrar
la
parte
de
libertad
que
los
individuos
le
han
entregado,
a
cambio
de
la
paz
social.
Éstos
solo
han
concedido
al
gobierno
(en
sen8do
amplio)
la
menor
parte
posible
de
su
libertad,
a
estos
fines.
Por
ello,
el
poder
legí8mo
es
aquel
que
se
apropia
lo
menos
posible
de
la
libertad
y
la
seguridad
de
los
individuos,
ya
que
la
soberanía
de
una
nación,
su
derecho
legí8mo,
representa
para
Beccaria
"la
suma
de
todas
las
porciones
de
libertad
sacrificadas
para
el
bien
común"
(ibid.).
El
poder
debe
administrar
esta
parte
de
libertad
que
la
nación
ha
sacrificado
para
tener
la
paz,
pero
sin
abusar
de
su
derecho
de
administrador.
Tarea
compleja,
ya
que
comprende:
i)
la
protección
de
los
individuos
en
general
frente
a
la
agresión
por
parte
de
otra
persona;
ii)
la
protección
del
agresor
frente
a
la
reacción
informal
de
los
demás,
o
frente
a
su
demanda
de
aumentar
indefinidamente
las
penas;
y
iii)
la
protección
del
agresor
contra
los
impulsos,
pasiones
y
usurpaciones
que
emanan
del
poder,
incluida
la
propensión
de
la
jus8cia
criminal
de
tender
"en
general,
más
al
rigor
que
a
la
indulgencia",
según
la
expresión
de
Muyart
de
Vouglans
(1785:
23).
El
autor
subraya
que
es
"la
necesidad
es
lo
que
obliga
a
los
hombres
a
ceder
una
parte
de
su
libertad"
(Beccaria,
1764a,
§2:
10).
El
autor
no
se
refiere
en
este
punto
a
cualquier
sen8miento
de
inseguridad,
sino
a
la
necesidad
primordial
de
seguridad,
que
es
fundadora
de
la
sociedad.
Los
individuos
8enen
necesidad
de
leyes,
tribunales
o
lugares
para
regular
sus
diferencias
de
forma
pacífica.
¿Ha
de
suponerse
que
el
poder
legisla8vo,
una
vez
cons8tuido,
puede
instaurar
cualquier
ley
para
asegurar
la
protección
de
la
mayoría?
¿Los
tribunales
pueden
interpretar
las
normas
a
su
gusto,
con
el
mismo
fin?
En
fin,
¿el
poder
ejecu8vo
puede
favorecer
cualquier
tendencia
a
la
severidad?
La
respuesta
es
no,
ya
que,
dice
Beccaria
[en
el
momento
del
pacto]
"es
seguro
que
cada
individuo
no
quiere
poner
a
disposición
[de
las
autoridades]
sino
la
menor
parte
posible
[de
libertad]"
(ibid.).
En
línea
de
principio,
los
poderes
legisla8vo,
judicial
y
ejecu8vo
deben
tener
en
cuenta
esta
exigencia
de
jus8cia,
que
consiste
en
preservar
el
máximo
de
libertad
de
los
individuos.
Sin
duda
Beccaria
también
está
preocupado
por
el
hecho
de
que
siempre
habrá
li8gios
que
opongan
a
los
individuos,
y
que
es
necesario
proteger
el
pacto
social
"contra
las
usurpaciones
de
cada
sujeto
par:cular"
(ibid.).
El
gobierno
establece
leyes
(ordinarias)
y
tribunales
(suscep8bles
de
tomar
decisiones
e
imponer
sanciones)
para
hacer
respetar
las
leyes,
y
asegurar
la
paz
social.
Evocando
la
transgresión
de
las
leyes
(en
sen8do
amplio),
Beccaria
afirma
que
"necesitarían
[las
leyes]
mo:vos
sensibles
(mo8vi
sensibili)
para
impedir
el
espíritu
despó:co
de
volver
a
sumir
las
leyes
de
la
sociedad
en
la
situación
previa
de
caos"
(Beccaria,
1764b,
§1:
26-‐27,
traducción
retocada).
¿Cuáles
son
estos
mo8vos
sensibles?
Beccaria
responde:
"las
penas
[en
el
sen:do
amplio
de
las
sanciones]
establecidas
contra
quienes
infringen
las
leyes"
(ibid.:
le
pene
stabilite
contro
agl'infracoori
delle
leggi).
Beccaria
insiste:
"dije
mo:vos
sensibles
(sensibili
mo8vi)",
porque
-‐en
su
opinión-‐
hay
personas
que
no
asumen
de
forma
automá8ca
sus
obligaciones,
o
que
proceden
a
usurpar
los
derechos
de
los
demás.
Por
ello,
hace
falta
mo8vos
que
afecten
de
manera
inmediata
a
los
sen8dos,
para
contrapesar
las
pasiones
individuales
contrarias
al
interés
general.
En
ello
vemos
delinearse
su
teoría
de
la
disuasión,
incluso
si
aún
no
está
presente;
en
efecto,
para
el
autor
el
origen
de
los
tribunales
y
de
la
penalidad
(en
sen8do
amplio)
reside
en
la
necesidad
de
hacer
efec8vas
las
leyes.
El
lector
intuye
el
problema:
¿es
necesario,
al
menos
en
este
punto,
interpretar
la
palabra
pena
en
el
sen8do
estricto
del
derecho
penal
moderno,
es
decir,
con
exclusión
de
todos
los
demás
mo8vos
y
sanciones
jurídicas?
¿Es
necesario
ver
en
la
expresión
mo:vi
sensibili
una
alusión
a
este
sen8do
estricto,
y
considerar
que
Beccaria,
al
menos
a
par8r
de
este
punto,
limita
su
discurso
a
las
penas
criminales?
¿Intenta
decirnos,
de
este
modo,
que
las
obligaciones
creadas
por
los
contratos,
por
las
leyes
administra8vas
y
por
una
"infinidad
de
maneras
de
causar
daños
al
margen
de
las
convenciones"
(Puffendorf,
1673:
122),
no
necesitan
mo8vos
sensibles
para
incitar
a
los
individuos
a
respetar
las
leyes?
En
su
dificultad
formal,
la
expresión
resulta
ambigua.
No
obstante,
puede
dársele
un
sen8do
amplio.
En
efecto,
cabe
recordar
que
antes
de
Beccaria
los
iuspublicistas
también
habían
sugerido
que
todo
el
derecho
necesita
sanciones.
Hobbes
(1649:
246)
consideraba
que
una
ley
no
sirve
para
nada
"si
no
se
hace
que
las
penas
acompañen
a
la
desobediencia".
Puffendorf
(1673:
120)
escribe
que
los
soberanos
deben
otorgar
"fuerza
de
Ley
Civil"
a
toda
decisión
de
los
tribunales,
y
que
"la
fuerza
y
la
eficacia
de
las
Leyes
Civiles
consisten
en
la
Sanción
Penal"
[en
sen8do
amplio].
Por
su
parte,
Bentham
(1970:
133)
afirma
que
la
fuerza
de
ley
se
refiere
a
"los
mo:vos
sobre
los
que
se
sustenta
para
producir
los
efectos
que
pretende".
Esta
variedad
de
expresiones
para
evocar
la
fuerza
de
ley
en
general
me
parece
bastante
próxima
a
la
expresión
"mo8vos
sensibles"
empleada
por
Beccaria.
Una
segunda
posibilidad
consiste
en
dar
a
la
expresión
"mo8vos
sensibles"
un
sen8do
estricto.
De
este
modo,
solo
designaría
las
sanciones
jurídicas
más
duras.
Beccaria
habría
operado
un
desplazamiento
de
sen8do
completo
hacia
lo
penal
y
hacia
su
teoría
de
la
disuasión.
Me
parece
di]cil
probar
que
una
de
las
dos
interpretaciones
es
la
correcta.
Con8núo
dando
prioridad
a
la
primera,
ya
que
resulta
coherente
con
esta
parte
del
texto,
que
se
refiere
al
origen
de
las
leyes
y
de
las
penas
en
el
derecho
estatal.
No
obstante,
no
puede
rechazar
por
completo
la
hipótesis
de
un
deslizamiento
de
Beccaria
a
par8r
de
este
momento.
Sea
como
fuere,
cabe
precisar
que
todas
las
leyes
del
Estado
comportan
para
Beccaria
un
aspecto
nega8vo,
ya
que
el
autor
las
ve
como
limitadoras
de
la
libertad
de
los
individuos.
Comparte
con
otros
una
visión
del
mundo
polí8co
y
jurídico
según
la
que,
a
medida
que
el
pequeño
círculo
de
las
leyes
se
agranda,
la
superficie
del
gran
círculo
de
la
libertad
se
reduce.
Esta
imagen
nega8va
de
la
ley
se
man8ene
más
o
menos
implícita
en
Beccaria,
pero
será
proclamada
explícitamente
por
Bentham.
Este
afirma
con
claridad
que
si
la
acción
puede
ser
en
ocasiones
un
mal,
la
ley,
en
sí
misma,
siempre
es
un
mal.
De
este
modo,
concurren
"el
mal
de
la
enfermedad
y
el
mal
del
remedio"
(Bentham,
1969a:
32).
No
obstante,
para
Bentham
la
ley
es
un
mal
no
tanto
porque
afecte
a
la
libertad,
sino
porque
reduce
la
felicidad.
La
libertad
de
acción
de
los
individuos
no
es
necesariamente
un
bien
que
haya
de
protegerse.
Como
ha
puesto
de
relieve
Long
(1977:
29),
Bentham
está
más
interesado
en
la
búsqueda
de
la
felicidad
y
de
la
seguridad
que
en
la
protección
de
la
libertad,
ya
que
ésta
solo
sería
un
presupuesto
rela8vo
de
los
otros
dos
obje8vos.
La
necesidad
fue
lo
que
obligó
a
los
hombres
a
ceder
una
parte
de
su
libertad;
no
obstante,
nadie
quiere
poner
a
disposición
de
la
comunidad
más
que
la
menor
parte
posible,
que
sea
suficiente
para
comprometer
a
los
otros
a
defenderla.
El
conjunto
de
estas
pequeñas
partes
posibles
cons:tuye
el
derecho
de
penar;
todo
lo
que
se
añade
es
abuso,
y
no
jus:cia;
es
un
hecho,
pero
no
un
derecho
(Beccaria,
1764a,
§2:
10).
Figura
1
La
teoría
del
contrato
social
de
Beccaria
o
“fundamento
y
límites
del
derecho
de
penar”
“ E s t a d o
d e
n a t u r a l e z a ” :
n e c e s i d a d
[ f u n d a d o r a ]
d e
sacrificar
la
libertad
[total]
para
vivir
en
paz
en
sociedad
Definiciones y enunciados
La
figura
1
resume
la
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar
de
Beccaria.
A
lo
largo
de
su
obra,
las
formulaciones
de
este
género
se
repiten
una
y
otra
vez,
para
subrayar
que
las
leyes
y
las
penas
deben
ser
vistas
como
la
suma
de
las
pequeñas
porciones
de
libertad
concedidas
por
cada
individuo;
representan
la
voluntad
general,
que
es
la
reunión
de
las
voluntades
par8culares
(Beccaria,
1764a,
§28:
48).
¡Qué
cambio
fundamental
en
el
modo
de
reconocer
el
derecho
legí8mo
de
penar!
En
efecto,
se
puede
hablar
de
una
verdadera
revolución
copernicana
en
el
modo
de
abordar
la
intervención
jurídica.
Hasta
ese
momento,
se
jus8ficaba
de
forma
sistemá8ca
el
derecho
de
penar
como
una
obligación
moral,
o
por
la
necesidad
de
proteger
mediante
el
cas8go
el
orden
establecido.
Beccaria,
por
su
parte,
va
a
jus8ficar
su
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar
de
una
manera
completamente
diferente:
por
la
necesidad
de
proteger
la
libertad
de
los
individuos,
entre
ellos,
y
en
relación
con
el
poder
del
Estado,
aun
reconociendo
que
una
cierta
forma
de
coerción
o
de
punición
es
legí8ma,
en
la
medida
en
que
las
leyes
sean
realmente
necesarias,
la
protección
de
los
individuos
que
se
enfrentan
a
los
tribunales
se
vea
asegurada,
y
que
las
decisiones
judiciales,
incluidas
las
rela8vas
a
sanciones,
sean
lo
menos
restric8vas
posible.
En
estas
breves
páginas,
Beccaria
propone
otra
prioridad
para
reconocer
la
legi8midad
de
la
punición:
la
parte
mínima
de
libertad
que
ha
sido
entregada
para
el
bien
común.
Lo
que
es
más
relevante
aún:
estas
condiciones,
que
son
a
la
vez
límites
del
derecho
de
penar,
son
cláusulas
del
contrato
social,
y
preceden
a
toda
ley
ordinaria.
En
suma,
Beccaria
diseña
aquí
una
teoría
de
la
intervención
jurídica,
anclada
en
el
principio
de
intervención
mínima.
¡Cómo
no
sumarse
a
ella!
Las
reacciones
a
la
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar
de
Beccaria
¡Qué
“infamia”!
¡Qué
“inep8tud”!
¡Qué
“sen8miento
de
humanidad
afectada”!
Y,
sobre
todo,
¡qué
idea
tan
peligrosa!
¿Se
puede
imaginar
un
contrato
que
sirva
de
fundamento
al
derecho
sagrado
de
penar,
y
que
complique
a
la
vez
la
tarea
del
Príncipe,
de
la
República,
de
la
u8lidad
o
de
la
Moral
(puni8va)?
¿Necesitamos
el
consen8miento
de
los
enemigos
del
pueblo
para
poder
desarmarlos?
¿Un
culpable
puede
elegir
su
pena,
tras
haber
elegido
su
crimen?
El
problema
del
derecho
de
penar
está
regulado
desde
hace
mucho
8empo,
¿por
qué
entonces
esta
irrefrenable
necesidad
de
volver
a
él?
Este
aspecto
del
pensamiento
de
Beccaria,
sin
duda
el
más
original
e
interesante,
ha
provocado
un
aluvión
de
crí8cas
y
prevenciones.
U8litaristas
preclásicos,
u8litaristas
clásicos,
retribucionistas
y
otros,
todos
de
la
mano,
lanzan
un
“grito
de
la
razón”
contra
lo
que
será
interpretado
(equivocadamente)
como
el
“grito
del
corazón”
del
respetable
autor
italiano.
Un
primer
ejemplo
de
referencia
es
el
de
Muyart
de
Vouglans
(1767),
u8litarista
preclásico,
que
también
defiende
el
obje8vo
de
disuasión.
El
autor
recuerda,
en
su
refutación
a
Beccaria,
que
éste
había
sido
presentado
por
el
Abad
Morellet
como
un
defensor
de
la
humanidad.
Y
bien,
añade,
“yo
no
he
sen:do
este
dulce
estremecimiento”
del
que
todo
el
mundo
habla;
“el
sen:miento
que
más
me
ha
afectado,
después
de
haber
leído
algunas
páginas
de
esta
obra,
ha
sido
el
de
la
sorpresa,
por
no
decir
más:
en
efecto,
no
me
esperaba
encontrar,
bajo
el
nombre
de
un
Tratado
de
los
delitos
[…]
una
defensa
de
esta
desafortunada
porción
del
género
humano
[…]”
(ibid.:
4-‐5).
Muyart
de
Vouglans
está
par8cularmente
sorprendido
por
esta
idea
de
“que
el
derecho
de
penar
no
:ene
más
fundamento
que
la
ar:culación
de
todas
las
porciones
de
libertad
que
cada
uno
puede
ceder…”
(ibid.:
7).
En
efecto:
Ante
todo,
no
puede
sino
sen:rse
rechazo
ante
la
singularidad
de
este
pretendido
Contrato
Social
sobre
el
cual
el
autor
ha
edificado
su
nuevo
sistema;
un
contrato
en
el
que
se
supone
que
los
hombres
habrían
cedido
la
menor
porción
de
libertad
posible,
mientras
que
se
habrían
reservado
tácitamente
el
derecho
de
privar
a
los
demás
no
solamente
de
su
libertad,
sino
incluso
de
su
vida,
sin
temer
correr
la
misma
suerte;
un
Contrato
en
que
el
cada
hombre,
como
dice
el
autor,
se
hace
el
centro
de
todas
las
combinaciones
del
Universo,
y
habría
pretendido
vincular
a
los
demás
sin
vincularse
a
sí
mismo
...¿Dónde
estaría
esa
igualdad,
esa
reciprocidad
que
debe
sustentar
la
base
de
todos
los
compromisos?
¿Dónde
estaría
esta
proporción
exacta
que
debe
darse
entre
el
delito
y
la
pena
[…]?
De
este
modo,
en
relación
con
el
delito
de
homicidio,
habría
que
convenir,
al
menos,
que
se
daría
una
injus:cia
soberana
en
no
poder
hacer
sufrir
a
los
homicidas
la
misma
pena
que
ellos
hacen
sufrir
a
los
demás
y,
en
consecuencia,
que
el
sistema
del
autor
presentaría
manifiestamente
un
defecto
en
este
punto
(Muyart
de
Vouglans,
1767:
85-‐87).
Este
texto
8ene
un
valor
profé8co,
ya
que
ese
fundamento
del
derecho
de
penar
no
prosperará.
Y
la
consigna
es
que
ese
pretendido
contrato
quiere
vincular
a
los
demás,
par8cularmente
a
las
autoridades,
sin
que
se
vincule
a
él
el
propio
culpable.
¡Qué
contrato
tan
extraño!
Este
“sistema
defendido
por
el
autor”
con8núa,
“no
solo
es
contrario
al
Derecho
natural
y
al
Derecho
de
gentes”,
“sino
que
es
contrario
a
todo
:po
de
Derecho
posi:vo”
(ibid.:
87).
Estos
comentarios
son
muestra
de
que
la
teoría
de
Beccaria
se
percibió
como
original,
pero
fue
mal
recibida.
Si
Muyart
de
Vouglans
8ene
razón,
en
el
sen8do
de
que
la
teoría
choca
con
el
discurso
del
derecho
natural
de
la
época,
es
porque
la
tesis
de
Beccaria
supera
todos
los
límites
concebibles
del
derecho
de
penar.
Beccaria
incita
incluso
a
Muyart
de
Vouglans,
par8sano
de
la
tortura
y
de
los
suplicios,
a
invocar
el
principio
de
la
proporción
exacta
entre
el
delito
y
la
pena
para
defenderse
contra
este
“nuevo
sistema”
que
amenaza
los
derechos
posi8vos
y
la
racionalidad
penal.
En
su
reflexión
sobre
los
límites
del
derecho
de
penar,
Beccaria
ha
ido
mucho
más
allá
de
lo
que
la
noción
de
pena
proporcional
le
permiia,
en
relación
con
los
límites
del
derecho
de
penar.
Muyart
de
Vouglans
se
ve
de
inmediato
afectado
por
la
conclusión
a
la
que
aboca
la
teoría
de
Beccaria,
según
la
cual
no
se
podría
torturar,
ni
condenar
a
suplicios
o
–incluso-‐
a
una
muerte
rápida
a
los
culpables
de
un
gran
número
de
delitos
para
los
que
no
se
ha
hallado
todavía
un
medio
“más
eficaz”
(ibid.:
90).
La
diferencia
con
Beccaria
es
bien
percep8ble
en
este
punto:
el
derecho
de
penar
se
aborda
desde
la
perspec8va
de
responder
al
mal
con
el
mal:
la
venganza,
la
expiación,
la
defensa
del
orden
público
por
la
severidad
del
ejemplo,
la
in8midación,
etc.
El
segundo
caso
de
referencia
proviene
de
un
admirador
de
Beccaria:
Jeremy
Bentham.
Cabe
tener
en
cuenta
que
el
autor
está
convencido
de
que
“en
relación
con
el
origen
del
derecho
de
penar
no
hay
nada
par:cular
que
decir:
es
el
mismo
que
el
de
todos
los
otros
derechos
del
gobierno”
(Bentham,
1840,
1,
IL,
1C:
17).
Por
lo
demás,
Bentham
ni
en8ende
ni
acepta
la
idea
de
un
contrato
como
límite
al
derecho
de
penar.
Haciendo,
sin
duda,
una
referencia
velada
a
Beccaria,
el
autor
escribe:
Autores
respetables
han
sostenido
que
las
penas
no
podían
ser
legí:mas
sino
en
virtud
de
un
consen:miento
anterior
por
parte
de
los
individuos:
como
si
en
una
suerte
de
acto
solemne
hubiesen
declarado
querer
someterse
a
tal
pena
por
tal
delito,
a
condición
de
que
todos
los
demás
sean
some:dos
de
la
misma
forma.
Sin
duda,
puede
hallarse
cierta
huella
de
tal
pacto
en
las
formas
de
gobierno
en
las
que
el
pueblo
par:cipa
en
la
legislación;
no
obstante,
incluso
en
las
democracias
esta
idea
del
consen:miento
no
sería,
con
frecuencia,
más
que
una
ficción
tan
peligrosa
como
infundada.
Lo
que
jus:fica
la
pena
es
su
u:lidad
o,
mejor
dicho,
su
necesidad.
Los
delincuentes
son
enemigos
públicos:
¿qué
necesidad
hay
de
que
los
enemigos
consientan
en
ser
desarmados
y
contenidos?
(Bentham,
1840,
I,
IL,
1C:
17).
Si
quieres
gozar
de
la
seguridad,
dicen
las
leyes
cuando
establecen
las
penas,
es
necesario
que
obedezcas
nuestras
órdenes;
si
quieres
ser
independiente,
ya
no
:enes
seguridad
alguna.
[...]
El
derecho
que
habías
adquirido
por
convención
social
queda
cancelado
desde
el
momento
en
que
violes
esta
convención
[...]
perderás
todos
los
derechos
que
habías
adquirido
por
esas
obligaciones;
perderás
tu
vida,
tu
honor,
tus
bienes,
todos
los
derechos
de
la
sociedad.
Si
eras
un
ciudadano,
te
conver:rás
en
el
enemigo
de
la
patria;
y
nosotros,
que
expresamos
la
voluntad
general,
ordenaremos
al
cuerpo
encargado
del
poder
ejecu:vo
de
imponerlo
sobre
este
enemigo,
y
hacer
recaer
sobre
su
cabeza
las
penas
que
hemos
pronunciado
[...]
(Filangieri,
1788,
IV:
11-‐12).
¡Qué
di]cil
hallar
propósitos
más
alejados
del
lenguaje
de
Beccaria
y
de
su
concepción
del
contrato
social
como
límite
del
derecho
de
penar!
El
autor
jamás
habría
otorgado
tanta
libertad
a
los
intereses
de
la
sociedad,
es8gma8zado
al
desviado
como
un
enemigo
al
margen
del
pacto,
pretendido
que
no
habría
derecho
a
la
protección
frente
al
poder,
etc.
Sin
embargo,
esta
concepción
contractualista
"an8-‐beccariana"
es
la
que
Filangieri
va
a
proponer.
Sin
duda
haciendo
alusión
a
Beccaria,
dirá
que
el
derecho
de
penar
"no
supone
la
cesión
del
derecho
que
cada
uno
tenía
sobre
sí
mismo,
como
han
creído
diversos
autores
polí:cos,
sino
la
cesión
del
derecho
que
cada
uno
tenía
sobre
los
demás"
(ibid.:
13).
El
Estado
ya
no
queda
limitado
por
el
contrato
social;
por
el
contrario,
su
poder
se
incrementa,
ya
que
absorbe
y
acumula
el
derecho
represivo
de
cada
uno.
Esta
concepción
del
contrato
social
es
puramente
u8litarista,
ya
que
no
respeta
las
libertades
individuales;
además,
es
profundamente
moderna,
ya
que
la
sociedad
toma
el
lugar
del
Príncipe,
que
ya
no
es
sino
el
representante
de
la
voluntad
general;
es,
por
lo
demás,
tristemente
banal,
en
el
sen8do
de
que
invierte
la
teoría
de
Beccaria
para
ponerla
"boca
abajo":
el
derecho
de
penar
ya
no
es
definido
mediante
la
cuota
de
libertad
que
debe
respetarse,
sino
por
la
falta
que
es
necesario
disuadir
o
penar.
Los
argumentos
se
añaden,
se
encajan,
casi
se
repiten.
La
idea
de
considerar
el
derecho
de
penar
desde
un
ángulo
diferente
para
reflexionar
sobre
sus
límites
más
allá
de
la
noción
de
proporcionalidad
parece
intolerable
para
la
racionalidad
penal
moderna,
en
el
momento
de
su
formación.
El
proceder
de
Beccaria
choca
con
un
prejuicio
cultural
generalizado;
el
mal
de
la
punición,
si
es
proporcional
a
la
falta,
se
percibe
aún
como
una
virtud
moral
indispensable,
o
como
una
obligación
polí8ca
insuperable
para
el
orden
público.
Sin
duda,
con
su
teoría
de
la
disuasión,
Beccaria
va
a
cortar
la
rama
del
árbol
en
la
que
se
asentaba.
El
resultado
es
que
no
solamente
esta
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar
no
prospera,
sino
que
todas
las
teorías
u8litaristas
o
retribucionistas
de
la
pena
van
a
oponerse
a
esta
idea
de
medir
su
legi8midad
por
el
rasero
de
la
parte
de
libertad
que
dejan
a
los
jus8ciables.
Figura
2
La
teoría
u8litarista
clásica
de
la
pena
criminal
de
Beccaria
El
obje8vo
de
los
cas8gos
no
puede
ser
otro
que
impedir
al
culpable
causar
nuevos
daños
a
sus
conciudadanos,
y
disuadir
a
los
demás
a
cometer
daños
semejantes.
En
consecuencia,
es
necesario
elegir
las
penas,
y
una
manera
de
infligirlas,
que,
en
el
caso
concreto,
causen
la
impresión
más
eficaz
y
duradera
posible
sobre
el
espíritu
de
los
hombres,
y
la
menos
cruel
con
el
cuerpo
del
culpable
(Beccaria,
1965,
§12:
24).
En
otro
pasaje,
Beccaria
(1764a,
§16:
30)
se
plantea
la
pregunta:
“¿Cuál
es
el
obje:vo
polí:co
de
los
cas:gos?
El
terror
que
inspiran
a
los
demás
hombres”.
Su
teoría
de
la
pena
está,
por
tanto,
esencialmente
anclada
en
la
disuasión.
En
efecto,
en
la
sección
consagrada
a
la
finalidad
de
la
pena
(§12),
no
hace
ninguna
referencia
a
la
corrección
del
culpable.
En
un
texto
más
tardío,
Beccaria
(1791:
706-‐707)
modifica
un
poco
su
posición.
En
ese
punto
dis8ngue
con
más
claridad
el
delito
criminal
de
lo
que
llama
los
"delitos
polí:cos"
(esto
es,
infracciones
penales
y
administra8vas
menos
graves
contra
las
normas
sanitarias,
de
buenas
costumbres,
etc.).
Además,
sos8ene
que
en
el
primer
caso
el
obje8vo
de
la
disuasión
sigue
siendo
el
más
importante,
mientras
que
el
de
la
corrección
está
subordinado.
Por
el
contrario,
en
el
caso
de
los
"delitos
polí:cos",
que
son
menos
graves,
el
orden
de
prioridades
se
invierte:
ante
todo,
se
debe
buscar
la
corrección
del
culpable
y,
en
segundo
lugar,
el
ejemplo
(Beccaria,
1791:
706).
No
obstante,
la
idea
del
ejemplo
está
siempre
presente:
la
pena
debe
servir
también
como
disuasión.
Por
lo
demás,
para
Beccaria
el
obje8vo
de
corrección
no
significa
la
posibilidad
de
seguir
un
determinado
tratamiento,
pero
en8ende
que
este
fin
exige
penas
menos
severas
y
menos
es8gma8zantes.
No
obstante,
cabe
precisar
que,
en
un
cierto
sen8do,
en
Beccaria
este
obje8vo
de
corrección
se
confunde
con
la
disuasión
especial.
En
consecuencia,
se
trata
ante
todo
de
una
teoría
de
la
disuasión
(general
y
especial).
Bentham
(1970:
149)
dirá
que
la
corrección
está
dirigida
sobre
todo
hacia
el
presente,
ya
que
pretende
modificar
en
el
individuo
las
condiciones
que
lo
impulsan
a
pasar
a
la
acción,
mientras
que
la
disuasión
se
dirige
hacia
el
futuro,
ya
que
se
acompaña
de
la
esperanza
de
impedir
que
las
personas
no
condenadas
pasen
a
la
acción.
En
otras
palabras,
Beccaria,
como
la
mayoría
de
los
u8litaristas
de
su
época,
favorece
sobre
todo
el
proyecto
polí8co
de
controlar
los
comportamientos
futuros
de
la
población.
Finalmente,
es
necesario
tener
en
cuenta
que
en
la
teoría
de
la
disuasión
la
necesidad
de
la
pena,
se
da
por
descontada
("es
necesario
penar
con
certeza
para
alejar
del
delito")
y
es,
al
mismo
8empo,
una
condición
de
aplicación
de
la
pena
("si
la
pena
es
inú:l,
no
es
necesario
penar").
En
su
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar,
Beccaria
había
escrito
que
"las
penas
son
tanto
más
justas
cuanto
[...]
mayor
[es]
la
libertad
que
el
soberano
deja
a
sus
súbditos"
(Beccaria,
1764a,
§2:
9);
en
su
teoría
de
la
pena
cambia
la
perspec8va:
"para
que
una
pena
sea
justa
solo
debe
tener
el
rigor
necesario
para
alejar
del
delito"
(ibid.,
§28:
50).
Se
ve
con
claridad
que
la
palabra
"justa"
es
la
que
disuade
(criterio
de
eficacia),
sin
"despilfarro
de
severidad",
y
no
la
que
salvaguarda
el
máximo
de
libertad
de
los
individuos.
El
principio
de
la
racionalidad
y
de
la
pena
como
"obstáculo
polí+co"
Antes
de
ver
en
qué
consiste
este
principio
en
la
teoría
de
la
pena
de
Beccaria,
me
parece
necesario
clarificar
dos
sen8dos
diferentes
de
la
noción
de
"libertad",
tal
como
se
entendía
en
los
siglos
XVII
y
XVIII.
Se
dice
a
menudo
que
el
pensamiento
clásico,
en
su
conjunto,
ha
sostenido
expresamente
el
principio
del
"libre
albedrío"
en
materia
penal
(por
oposición
a
un
punto
de
vista
naturalista
o
determinista).
Sin
embargo,
esta
afirmación
debe
ser
ma8zada.
Algunos
aspectos
de
la
noción
de
"libertad"
en
los
siglos
XVII
y
XVIII
Digamos
que
la
cues8ón
de
la
libertad
se
colocó
en
esa
época
al
menos
de
dos
maneras
rela8vamente
diferentes:
una
correspondiente
a
una
antropología
filosófica,
es
decir,
a
una
concepción
filosófica
del
ser
humano,
y
otra
referente
a
una
filosoga
polí:ca.
Además,
se
manifiesta
otra
trama
discursiva,
en
la
que
la
cues8ón
de
la
libertad
puede
aparecer
o
no:
se
trata
de
una
filosoga
psicológica
de
la
acción
o
de
la
capacidad
de
razonamiento
y
decisión,
que
no
presupone
necesariamente
la
existencia
de
una
"voluntad
libre"
en
el
ser
humano.
Las
dos
concepciones
de
la
libertad
y
esta
tendencia
a
querer
desarrollar
una
teoría
psicológica
de
la
acción
humana
dan
lugar,
en
materia
penal,
a
dos
grandes
aproximaciones
a
la
cues8ón
de
la
libertad:
la
primera
privilegia
el
presupuesto
de
una
"libertad
de
la
voluntad"
en
el
ser
humano
(concepción
de
la
naturaleza
del
ser
humano)
y
la
segunda
la
capacidad
del
ser
humano
de
asociar
ideas,
de
evaluar
lo
que
le
conviene
o
de
razonar
(de
forma
"libre"
o
"determinada").
Vamos
a
desarrollar
estos
puntos
de
vista.
1. Ante
todo,
la
noción
de
libertad
ha
sido
empleada
en
el
marco
de
una
antropología
filosófica
(concepción
del
ser
humano)
para
designar
la
libertad
de
decisión,
o
una
suerte
de
libertad
de
la
voluntad.
Esta
noción
de
libertad
es
sinónimo
de
libre
albedrío
(free
will),
y
afirma
que
el
espíritu
humano
8ene
el
poder
de
suspender
libremente
su
forma
de
pensar
y
de
actuar
para
elegir
otra.
La
noción
de
libertad
se
opone
aquí
a
la
de
"necesidad
natural"
o
"determinismo",
y
denota
un
poder
par8cular
del
espíritu
humano.
Burlamanqui
(1747:
17),
por
ejemplo,
define
la
libertad
como
"la
fuerza
del
alma
por
la
que
ésta
modifica
y
regula
sus
operaciones
como
le
place,
de
modo
que
puede
bien
suspender
sus
deliberaciones
y
acciones,
bien
con:nuarlas
o
bien
orientarlas
en
otra
dirección;
en
una
palabra,
determinarse
y
actuar
a
su
elección,
según
lo
que
juzgue
más
conveniente".
En
esta
concepción,
si
el
ser
humano
causa
voluntariamente
un
daño
a
otra
persona
es
porque
ha
querido
libremente
hacer
el
mal,
ya
que
existe
una
"libertad
de
la
voluntad"
(y
no
solamente
del
actuar
humano).
2. En
segundo
lugar,
la
noción
de
libertad
fue
igualmente
empleada
en
el
marco
de
una
filoso]a
polí8ca
para
significar
sobre
todo
la
presencia
o
ausencia
de
una
cierta
libertad
(]sica)
de
acción
(liberty,
freedom),
esto
es,
la
posibilidad
de
poder
ejercer
su
voluntad,
tanto
sea
libre
(en
el
primer
sen8do)
o
determinada
por
fuerzas
materiales.
En
este
contexto,
la
noción
de
libertad
se
opone,
sobre
todo,
a
la
de
"coacción",
y
no
a
una
concepción
determinista
o
naturalista
del
ser
humano.
Indica
simplemente
un
"campo
(polí8co)
de
acción"
en
el
que
el
individuo
dotado
de
un
cierto
poder
de
movimiento,
de
una
cierta
fuerza
o
de
una
cierta
inteligencia
puede
actuar
a
su
modo.
Este
campo
de
acción
es
una
suerte
de
esfera
de
libertades
(polí8cas
y
jurídicas)
individuales.
Hobbes
(1651,
2P,
21C:
221)
dirá,
por
ejemplo,
que
una
piedra
o
un
hombre
postrado
en
su
cama
por
la
enfermedad
no
8enen
el
poder
de
moverse,
pero
un
perro
o
un
hombre
recluidos
con
cadenas
no
8enen
la
libertad
de
moverse.
"Libertad"
no
significa
en
este
contexto
un
poder
de
autodeterminación
del
espíritu
humano,
capaz
de
suspender
los
efectos
de
condicionamientos
sociales
y
psicológicos,
sino
la
ausencia
de
un
obstáculo
externo
a
la
acción
de
seres
animados
o
inanimados.
Dicho
de
otro
modo:
una
filoso]a
determinista
podría
u8lizar
sin
dificultad
esta
noción
de
libertad
para
designar
simplemente
la
"ausencia
de
obstáculos"
]sicos,
polí8cos
o
jurídicos
a
la
acción
humana.
En
efecto,
Hobbes
(1651,
2P,
21C:
221)
define
la
libertad
por
"la
ausencia
de
oposición"
y
en8ende
por
oposición
"los
obstáculos
exteriores
al
movimiento".
Para
el
autor,
esta
definición
vale
tanto
para
las
criaturas
sin
razón,
o
inanimadas,
como
para
los
seres
razonables:
en
efecto,
si
una
cosa
está
vinculada
o
cercada
de
manera
que
no
pueda
moverse,
salvo
dentro
de
un
espacio
determinado,
delimitado
por
la
oposición
de
algún
cuerpo
exterior,
se
dice
que
esta
cosa
no
8ene
la
libertad
de
avanzar.
Para
Hobbes,
por
lo
tanto,
"un
hombre
libre
es
aquel
que,
tratándose
de
cosas
que
su
fuerza
y
su
inteligencia
no
le
permiten
cumplir,
no
está
impedido
de
hacer
las
que
:ene
la
voluntad
de
hacer"
(ibid.:
222).
Por
ello,
puede
decirse
que
un
ser
humano
o
un
perro
son
libres
o
no
de
hacer
esto
o
aquello.
"El
uso
de
la
expresión
voluntad
libre,
dice
Hobbes,
no
conduce
a
inferir
ninguna
libertad
de
la
voluntad,
del
deseo
o
de
la
inclinación,
sino
solo
la
libertad
del
hombre,
que
consiste
en
que
no
se
halle
frenado
cuando
hace
lo
que
le
dicta
su
voluntad,
deseo
o
inclinación"
(ibid.).
No
hay
contradicción
entre
el
hecho
de
que
la
voluntad
sea
determinada
por
las
leyes
de
la
naturaleza
y
el
que
el
hombre
sea
"libre"
en
el
sen8do
de
tener
la
posibilidad
"externa"
de
ejecutar
esta
voluntad
(determinada).
En
este
sen8do,
si
una
ley
prohíbe
un
comportamiento,
reduce
la
libertad
de
acción
de
los
sujetos
y
se
presenta
como
una
suerte
de
obstáculo
(polí8co)
externo
a
esta
libertad.
Por
ello,
puede
sostenerse
(o
no)
la
necesidad
de
defender
una
libertad
(polí8ca)
mayor
o
menor
de
los
sujetos
de
la
Ciudad
sin
pretender
al
mismo
8empo
que
los
individuos
tengan
una
suerte
de
poder
de
libre
albedrío
(free
will).
Cuando
Bentham
evoca
la
noción
de
libertad,
lo
hace
en
este
sen8do
de
libertad
polí8ca
de
acción.
Su
concepción
se
aproxima,
en
cierta
medida,
a
la
de
Hobbes.
De
este
modo,
para
Bentham
la
libertad
no
se
define
más
que
nega8vamente,
esto
es,
por
la
ausencia
de
un
control
externo
o,
si
se
quiere,
por
la
ausencia
de
coerción
(Long,
1977:
25).
Por
otra
parte,
a
diferencia
de
Hobbes,
Bentham
no
está
preocupado
en
absoluto
por
las
cues8ones
del
libre
albedrío
o
del
determinismo.
Considera
que
los
principios
de
la
acción
prác8ca
del
ser
humano
remiten
a
un
ámbito
de
postulados
u8litaristas,
con
independencia
de
las
nociones
de
libre
albedrío
o
determinismo
(Long,
1977:
41).
Si
Bentham
guarda
silencio
en
este
sen8do,
quizás
es
porque
rechaza
comprometerse.
En
consecuencia,
se
da
un
puente
entre
esta
segunda
acepción
de
la
palabra
libertad
("libertad
de
acción")
y
una
suerte
de
filoso]a
psicológica
de
la
acción,
que
en
ocasiones
puede
eclipsar
un
tanto
el
debate
entre
libre
albedrío
y
determinismo.
Esto
es
lo
que
hace
Bentham.
3. En
efecto,
de
forma
paralela
a
esta
doble
significación
de
la
noción
de
libertad,
algunos
teóricos
(Condillac,
James
Mill,
Bentham,
etc.)
han
intentado
elaborar
una
filoso]a
psicológica
de
la
acción.
A
estos
efectos,
han
estudiado
el
funcionamiento
del
espíritu
humano,
para
conocer
mejor
las
operaciones
mentales
que
se
ponen
en
marcha
en
el
momento
de
actuar,
de
modo
que
se
pueda
intervenir
en
este
mecanismo.
Para
ello,
han
centrado
su
reflexión
sobre
los
conceptos
de
voluntad,
intención,
mo8vación,
etc.,
frecuentemente
en
el
marco
de
una
psicología
"asociacionista",
es
decir,
de
una
psicología
de
la
acción
centrada
en
la
asociación
de
ideas.
Se
trataba,
en
este
ámbito,
de
una
reflexión
sobre
la
capacidad
de
elegir
del
ser
humano
(o
de
los
seres
animados).
No
obstante,
por
muy
sorprendente
que
ello
pueda
parecer,
este
discurso
no
presuponía
necesariamente
una
capacidad
de
libre
albedrío
en
el
sen8do
de
una
libertad
de
la
voluntad.
Bentham,
por
ejemplo,
influido
entre
otros
por
Condillac
(Long,
1977:
23),
ya
había
intuido
el
interés
de
un
estudio
cienifico
del
actuar
humano,
centrado
en
lo
que
se
puede
observar
y
no
en
una
hipótesis
sobre
la
naturaleza
del
ser
humano
(Long,
1977:
25).
El
autor
desarrolla
una
psicología
de
la
acción,
más
orientada
hacia
la
capacidad
empírica
de
razonamiento
del
individuo
que
hacia
la
idea
de
una
voluntad
libre
o
determinada.
La
par8cularidad
de
este
discurso
psicológico
y
pragmá8co
es
que
los
conceptos
u8lizados
(intención,
querer,
etc.)
pueden
conducir
al
lector
a
inferir
la
idea
de
libertad
(en
el
sen8do
de
libre
albedrío),
cuando
ésta
no
forma
parte
necesariamente
de
los
presupuestos
del
discurso.
Volveré
sobre
ello.
4. ¿Qué
sucede
en
materia
penal?
Por
regla
general,
la
noción
de
libertad
en
el
sen8do
de
libertad
polí8ca
está
presente
con
frecuencia
en
el
discurso
de
los
reformadores
clásicos,
sea
cual
fuere
su
teoría
de
la
pena,
pero
la
idea
de
libre
albedrío
no
está
siempre
presente,
o
no
es
importante.
La
primera
aproximación,
defendida
por
los
retribucionistas,
afirma
y
reconduce
el
principio
de
una
libertad
de
la
voluntad
o
decisión
(free
will).
Consideran
que
el
individuo
es
naturalmente
libre
de
elegir
sus
comportamientos,
independientemente
no
solo
de
toda
coacción
exterior
(como
la
pobreza),
sino
incluso
de
fuerzas
interiores
irracionales,
como
la
emoción
o
la
pasión.
El
ser
humano
se
en8ende
dotado
tanto
de
un
cuerpo
como
de
un
espíritu.
Aunque
el
cuerpo,
a
través
de
los
deseos,
emociones
y
pasiones,
pueda
influir
o,
incluso,
imponerse
al
espíritu
o
a
la
voluntad,
se
considera
que
el
individuo,
si
hace
buen
uso
de
la
razón,
puede
for8ficar
su
voluntad
y
dominar
sus
pasiones,
emociones,
etc.
En
consecuencia,
los
retribucionistas
pusieron
el
acento
en
la
propia
noción
de
libertad
de
la
voluntad
y
en
la
capacidad
del
individuo
de
elegir
entre
el
bien
y
el
mal.
Subrayaron
el
postulado
del
libre
albedrío
y
establecieron
una
cadena
lógica
entre
la
voluntad
libre,
la
responsabilidad,
la
imputación
o
el
reproche
y
la
penalidad.
Se
tuvo
cuidado
de
calificar
el
concepto
de
voluntad
como
libre
y
se
insis8ó
en
el
hecho
de
que
el
individuo
merece
la
penalidad,
ya
que
era
libre
de
obedecer
o
no
a
la
ley
y
debía
ser
considerado
como
moralmente
responsable
de
sus
acciones.
No
obstante,
si
por
cualquier
razón
(enfermedad
mental,
menor
edad,
etc.),
se
acredita
que
esta
voluntad
libre
está
ausente,
o
no
está
suficientemente
formada,
la
responsabilidad
individual
es
inexistente,
o
está
atenuada.
Por
ello,
la
pena
o
bien
no
se
jus8fica
o
bien
debe
ser
atenuada.
La
teoría
retribu8va
no
puede
sobrevivir
sin
esta
concepción
del
ser
humano,
ya
que
está
anclada
en
la
idea
de
que
la
pena
es
una
suerte
de
remedio
a
un
mal
moral.
Con
todo,
como
veremos
en
el
capítulo
sobre
Kant,
esta
afirmación
no
es
sostenible
a
la
inversa:
esta
concepción
filosófica
del
ser
humano
no
exige
una
teoría
retribu8va.
La
segunda
aproximación
es
defendida
por
los
u8litaristas,
pero
éstos
se
dividen
en
dos
grupos.
Algunos
acogen
la
concepción
del
libre
albedrío,
aunque
no
ocupa
un
lugar
central
o
indispensable
en
su
teoría
de
la
pena;
otros,
en
cambio,
simplemente
ignoran
de
forma
deliberada
este
debate
entre
libre
albedrío
y
determinismo,
como
Bentham.
De
este
modo,
dejan
el
campo
libre
a
una
diversidad
de
interpretaciones
(determinista,
defensora
del
libre
albedrío
o,
incluso,
intermedia).
En
cualquier
caso,
los
u8litaristas
no
jus8fican
la
pena
del
mismo
modo
que
los
retribucionistas.
Sus
propuestas
sobre
el
principio
de
libre
albedrío
no
ocupan
un
lugar
central,
y
este
principio
no
se
halla
en
el
núcleo
de
su
explicación
del
comportamiento
desviado.
La
posición
de
Bentham
(1789)
ilustra
cómo
se
va
más
allá
de
la
cues8ón
del
libre
albedrío.
El
autor
se
limita
a
determinar
en
qué
circunstancias
la
penalidad
es
o
no
ú8l,
ya
que
para
un
u8litarista
clásico
la
pena
inú8l
no
se
podría
jus8ficar.
La
pena
ú8l
es
la
que
puede
efec8vamente
disuadir:
no
se
jus8fica
sino
como
“obstáculo
polí8co”
a
la
acción.
En
consecuencia,
su
jus8ficación
depende
menos
de
la
libertad
de
la
voluntad
que
de
su
eficacia
disuasoria.
¿De
qué
depende
la
eficacia
disuasoria
de
la
pena?
Entre
otras
cosas,
de
la
capacidad
de
los
individuos
de
asociar
la
idea
de
comportamiento
a
la
idea
de
pena;
en
suma,
de
la
capacidad
de
reflexión,
razonamiento,
comprensión
o
cálculo
de
los
individuos.
Dicho
de
otro
modo,
puede
insis8rse
en
la
capacidad
de
reflexión
sin
hablar
del
libre
albedrío.
En
efecto,
para
los
u8litaristas
la
libertad
de
la
voluntad
no
cons8tuye,
propiamente
hablando,
un
punto
de
par8da
lógicamente
necesario
de
la
teoría
de
la
disuasión
y,
por
ello,
de
la
jus8ficación
de
la
pena.
Algunos
u8litaristas
añadieron
explícitamente
a
su
perspec8va
la
tesis
de
la
voluntad
libre,
pero
otros
dejaron
de
lado
este
debate,
para
quedarse
con
lo
que
es
directamente
observable:
la
voluntad
(o
intención),
la
conciencia
(o
comprensión),
la
capacidad
de
calcular
o
de
an8cipar
las
consecuencias
del
comportamiento,
etc.
Dicho
de
otro
modo:
se
considera
que
la
sanción
legal
influye
sobre
el
espíritu
y
la
conducta
de
los
individuos,
pero
la
naturaleza
de
esta
influencia
puede
ser
connotada
de
forma
diversa.
Es
como
si
la
tesis
del
efecto
de
disuasión
de
las
penas
diese
lugar,
entre
otras
posiciones
más
complejas,
a
dos
interpretaciones
extremas:
una
centrada
sobre
la
libertad
y
la
otra
sobre
el
determinismo.
Los
u8litaristas
se
preocupan
menos
de
jus8ficar
la
pena
por
un
aspecto
moral
que
por
un
razonamiento
pragmá8co,
con
lo
que
nada
les
impulsa
a
realizar
un
debate
sobre
el
determinismo.
Su
razonamiento
se
inspira
en
ap8tudes
psicológicas
de
los
individuos:
su
comprensión
de
las
cosas
y
sus
mo:vos.
Emplean
los
conceptos
de
voluntad
o
intención
(state
of
the
will,
inten:on,
etc.),
pero
sin
calificarlos
necesariamente
como
libres.
Lo
que
importa,
sobre
todo,
es
que
el
estado
mental
del
individuo
en
cues8ón
le
permita
comprender
las
consecuencias
de
su
acto
y
asociar
las
ideas
de
delito
y
de
pena.
La
menor
edad,
la
enfermedad
mental
y
la
intoxicación
por
alcohol
o
drogas
son
los
casos
en
que
la
capacidad
de
comprensión
del
acto
y
la
asociación
de
ideas
se
consideran
ausentes,
reducidas
o
problemá8cas.
Bentham
(1789:
174)
interviene
en
este
punto,
para
señalar
que
la
razón
que
se
invoca
con
carácter
general
para
establecer
una
excepción
a
la
aplicación
de
la
pena
en
estos
casos
se
formula
a
menudo
de
manera
errónea
o
confusa.
En
efecto,
dice
el
autor,
se
pretende
que
determinadas
personas
no
han
podido
"hacer
un
uso
libre
de
su
voluntad"
(ibid.).
Dicho
de
otro
modo,
según
Bentham,
el
problema
en
este
punto
es
simplemente
que
la
amenaza
de
la
pena
no
ejerce
influencia
alguna
sobre
la
voluntad
del
individuo,
ya
que
otros
factores
predominantes
la
hacen
ineficaz.
Por
ello,
la
única
manera
correcta
de
jus8ficar
la
excepción
consiste
en
decir
que
no
es
necesario
penar,
ya
que
la
pena
es
ineficaz,
y
no
que
tales
individuos
no
puedan
hacer
un
uso
libre
de
su
voluntad.
Hasta
donde
se
alcanza
a
ver,
Bentham
no
niega
directamente
la
existencia
del
libre
albedrío,
ni
sos8ene
una
tesis
determinista,
sino
que
8ende
a
considerar
este
debate
como
carente
de
interés,
o
expresión
de
una
confusión
entre
una
ac8tud
verdaderamente
racional
y
una
maldad
meta]sica.
No
obstante,
para
el
autor
la
idea
de
la
racionalidad
del
individuo
lo
conduce
a
una
libertad
de
decisión:
"Todo
individuo
se
gobierna,
incluso
de
forma
inconsciente,
mediante
un
cálculo
acertado
o
erróneo
de
penas
y
placeres"
(Bentham
1840,
1:
21).
En
suma,
esta
segunda
aproximación
se
dis8ngue
de
la
primera
en
diversos
puntos.
Ante
todo,
en
vez
de
poner
el
acento
sobre
la
libertad
moral
de
elegir
entre
el
bien
y
el
mal,
esta
aproximación
destaca
fundamentalmente
la
capacidad
psicológica
(abstracta)
del
individuo
de
razonar,
es8mar
o
calcular
el
placer
y
el
sufrimiento
que
se
derivarían
de
su
acto,
ya
que
de
esta
capacidad
depende
la
propia
eficacia
de
la
pena.
En
segundo
lugar,
las
excepciones
a
la
punición
no
se
jus8fican
por
la
ausencia
de
voluntad
libre,
sino
por
la
inu:lidad
de
la
pena
en
determinadas
circunstancias.
La
sanción
no
tendría
ninguna
posibilidad
de
ser
disuasoria
(eficaz)
ante
individuos
que
no
saben
lo
que
hacen,
o
que
son
incapaces
de
evaluar
las
consecuencias
de
sus
actos
en
términos
de
placer
y
sufrimiento.
Para
un
u8litarista
clásico,
la
pena
es
inú8l
solo
si
se
en8ende
incapaz
de
producir
un
efecto
de
disuasión.
La
figura
3
resume
estas
dos
aproximaciones.
En
estas
condiciones,
los
u8litaristas
clásicos
pueden
"transmi8r"
fácilmente
la
teoría
de
la
disuasión
a
los
u8litaristas
posi8vistas
del
s.
XIX,
haciendo
que
esa
finalidad
con8núe
siendo
viable
en
un
ambiente
teórico
determinista.
De
este
modo,
se
puede
comprender
por
qué
la
teoría
clásica
de
la
disuasión
se
integró
en
la
perspec8va
u8litarista
determinista
de
la
escuela
posi8va
italiana,
a
pesar
de
las
reservas
(de
otro
orden)
de
Ferri.
Frente
a
ello,
la
tesis
de
la
voluntad
libre
y
la
jus8ficación
retribu8va
de
la
pena
con8núan
siendo
incompa8bles,
desde
una
perspec8va
puramente
filosófica,
con
una
perspec8va
posi8vista
que
combina
u8litarismo
y
determinismo.
Figura
3
Dos
líneas
de
fuerza
clásicas
sobre
la
capacidad
de
decisión
de
los
individuos
Fundamento
Tipo
de
elección
Conceptos
claves
Finalidad
privilegiado privilegiada privilegiados de
la
pena
Primera
Voluntad
libre Elección
entre
el
Voluntad
libre,
Penar
para
aproximación:
la
(libre
albedrío) bien
y
el
mal intencionalidad,
"hacer
pagar
el
libertad
de
la
responsabilidad,
mal
con
el
voluntad imputación,
mal"
(incluso
culpa aunque
la
pena
sea
inú8l)
Segunda
Capacidad
de
Elección
(o
Voluntad
(o
Penar
para
(si
es
aproximación:
la
razonar
o
de
cálculo)
entre
el
intención),
posible)
disuadir
capacidad
de
comprender
el
placer
y
el
comprensión
(o
a
los
individuos
asociar
ideas
(la
acto
sufrimiento consciencia),
(prevenir
otras
pena
como
(inteligencia,
mo8vos transgresiones)
"obstáculo
discernimiento,
polí8co") etc.)
y
de
asociar
las
ideas
de
delito
y
pena
La
teoría
de
la
disuasión
y
el
principio
de
la
racionalidad
de
los
sujetos
La
teoría
de
la
pena
de
Beccaria
se
inscribe
en
la
segunda
aproximación
descrita:
no
exige
el
presupuesto
de
una
voluntad
libre,
pero
insiste
en
la
racionalidad
y
capacidad
de
cálculo
y
asociación
de
ideas
de
los
individuos.
Por
esta
razón
he
decidido
denominarlo
principio
de
la
racionalidad
(tout
court),
más
que
"principio
de
la
voluntad
libre
y
racional",
que
ha
sido
reservado
para
los
retribucionistas.
No
obstante,
Beccaria
forma
parte
de
este
subgrupo
de
u8litaristas
que
también
parecen
haber
aceptado
el
presupuesto
del
libre
albedrío.
Si
nos
ceñimos
al
contenido
de
De
los
delitos
y
de
las
penas,
es
muy
di]cil
demostrar
que
Beccaria
admite
la
tesis
del
libre
albedrío,
y
es
evidente
que
no
le
otorga
una
gran
importancia.
Sin
embargo,
no
puede
afirmarse
que
la
rechace.
En
la
sección
que
consagra
a
su
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar,
tal
vez
bajo
la
influencia
del
iusnaturalismo
y
de
las
teorías
del
contrato
social,
predomina
la
noción
de
libertad
polí:ca
de
acción.
La
libertad
se
opone
aquí
a
la
coerción
o
a
un
uso
8ránico
del
poder.
Precisamente
en
este
sen8do,
y
no
en
el
de
libre
albedrío,
se
toma
en
consideración
la
noción
de
libertad
en
su
estudio.
La
expresión
"pactos
concluidos
entre
hombres
libres"
(uomini
liberi),
empleada
por
Beccaria
(Beccaria,
1764a,
Int.
7;
1764b,
1:
23),
remite
a
la
idea
de
individuos
"sin
coacciones"
(en
el
sen8do
de
Hobbes
y,
más
tarde,
de
Bentham),
más
que
a
la
de
individuos
dotados
de
libre
albedrío.
Puede
decirse
igualmente
que
en
De
los
delitos
y
de
las
penas
no
se
halla
reflexión
alguna
sobre
la
responsabilidad
moral
de
los
sujetos,
vinculada
a
la
tesis
del
libre
albedrío.
A
mayor
abundamiento,
como
se
verá
infra,
su
teoría
de
la
pena
se
fundamenta
por
completo
en
una
psicología
asociacionista
de
la
acción
humana.
Sin
perjuicio
de
ello,
en
los
textos
más
tardíos,
Beccaria
parece
cómodo
hablando
de
"voluntad
libre"
(libera
volontà)
(Beccaria,
1791:
710)
y
derivando
una
serie
de
conclusiones
a
par8r
de
un
razonamiento
que
toma
en
consideración
la
mayor
o
menor
maldad
("malizia")
del
acto.
De
este
modo,
por
ejemplo,
dirá
que
una
persona
de
la
clase
superior
(noble)
que
comete
un
delito
criminal
(que
es
para
el
autor
el
8po
más
grave
de
delitos)
merece
ser
penado,
en
este
caso,
con
la
misma
pena
que
se
impone
a
la
plebe
("pena
de'Plebei").
¿Por
qué?
Porque
puede
suponerse
una
maldad
mayor
en
un
noble
que
llega
a
cometer
tal
delito
que
en
un
miembro
de
la
plebe.
En
consecuencia,
incluso
si
algunas
penas
son,
en
relación
con
otros
8pos
de
delitos,
excesivamente
severas
para
la
clase
superior,
devienen
en
los
delitos
criminales
proporcionales
a
esa
maldad
mayor.
Cuanto
más
libre
es
el
individuo
de
todo
condicionamiento
externo,
más
malvado
ha
de
ser
para
cometer
un
delito.
De
ello
se
deriva
que
la
temá8ca
dominante
en
Beccaria
es
la
de
la
asociación
de
ideas
y
de
la
capacidad
de
reflexión
de
los
individuos.
Puede
decirse
que
la
posición
de
Beccaria
en
este
punto
se
aproxima
(también)
a
las
reflexiones
enunciadas
por
Condillac.
Como
ha
puesto
de
relieve
Debuyst
(1995:
106-‐107),
el
ser
humano
actúa,
según
Condillac,
por
asociaciones
de
ideas,
que
es
lo
que
lo
diferencia
de
los
animales.
Algunas
de
estas
asociaciones
son
desconcertantes,
por
su
carácter
no
controlable
(ibid.:
107).
Se
sitúan
en
el
nivel
de
la
conciencia,
con
su
carácter
agradable
o
desagradable,
y
es
el
carácter
desagradable
lo
que
obstaculiza
tal
comportamiento
o
suscita
una
reflexión
en
el
individuo.
De
este
modo,
si
la
idea
de
la
pena,
asociada
a
un
comportamiento
específico,
se
evoca
en
el
nivel
de
la
conciencia
como
algo
desagradable,
puede
disuadir
al
individuo
de
actuar,
o
al
menos
conducirle
a
reflexionar
antes
de
intervenir.
Cuando
hay
reflexión,
el
individuo
llega
a
la
decisión
de
tener
o
no
tener
en
cuenta
la
asociación
verificada.
En
consecuencia,
el
individuo
puede
neutralizar
el
efecto
disuasorio
de
la
pena
y
actuar
o,
por
el
contrario,
renunciar
a
hacer
el
gesto
suscep8ble
de
comportar
consecuencias
nega8vas.
En
este
punto
surgen
ecos
del
determinismo
o
del
libre
albedrío.
Los
que
creen
en
la
libertad
del
ser
humano
van
a
calificar
esta
decisión
como
expresión
de
una
voluntad
libre;
frente
a
ello,
los
que
sos8enen
que
el
comportamiento
humano
está
determinado,
van
a
decir
que
la
orientación
de
esta
decisión
depende
de
la
fuerza
de
los
diversos
factores
que
impulsan
en
un
sen8do
u
otro.
Debuyst
(1995:
107)
subraya
que
para
Condillac
las
asociaciones
de
ideas
en
tanto
que
tal
pueden
derivarse,
entre
otras
cosas,
de
un
condicionamiento.
Se
trata,
por
ejemplo,
de
vínculos
que
se
forman
en
el
curso
de
la
educación,
y
que
pueden
ser
válidos
o
no.
De
este
modo,
si
nuestra
educación
nos
ha
acostumbrado
a
vincular
la
idea
de
vergüenza
a
una
afrenta
concreta,
y
la
de
honor
a
matar
a
quien
nos
haya
hecho
esa
afrenta,
puede
decidirse
matar
a
quien
nos
ha
ofendido.
En
este
caso,
para
evitar
la
deshonra
se
comete
un
crimen.
Puede
verse
con
facilidad
la
asociación
de
ideas
que
proviene
de
una
forma
de
condicionamiento
por
medio
de
la
educación,
y
que
genera
un
prejuicio
inaceptable
("para
salvaguardar
el
honor
es
necesario
matar
a
quien
nos
ha
ofendido").
No
obstante,
Condillac
cree
que
cabe
huir
de
estas
asociaciones
condicionadas,
por
medio
de
la
reflexión
y
la
toma
en
consideración
de
la
experiencia
(ibid.).
Con
todo,
la
naturaleza
de
esta
reflexión
(libre
o
no)
queda
indeterminada.
La
sanción
legal
(o
social)
atribuible
a
una
acción
defendida
también
puede
verse
como
el
origen
de
una
asociación
de
ideas
(tal
acción
equivale
a
tal
dolor)
del
individuo.
No
obstante,
esta
asociación
choca
con
otros
condicionamientos
sociales,
y
no
es
la
única
asociación
de
ideas
suscep8ble
de
realizarse
en
el
individuo.
Por
ello,
el
sujeto
puede
sustraerse
a
los
efectos
de
ese
8po
de
asociación
por
otra,
o
por
la
reflexión:
puede
respetar
la
ley,
o
no
hacerlo.
Por
este
mo8vo,
la
teoría
de
la
disuasión
de
la
pena
de
Beccaria
en
realidad
queda,
como
las
reflexiones
de
Condillac,
a
medio
camino
entre
el
determinismo
y
el
libre
albedrío,
y
no
sería
reconducible
por
entero
ni
a
uno
ni
a
la
otra.
Las
reflexiones
de
Condillac
apuntalan,
en
cierta
medida,
la
tesis
de
un
eventual
efecto
de
disuasión
por
la
asociación
de
ideas
entre
una
prohibición
y
una
sanción,
pero
ante
todo
muestran
que
las
acciones
de
los
individuos
se
derivan
de
otra
serie
de
asociaciones
más
inmediatas
o
relevantes,
que
pueden
desac8var
por
completo
el
temor
a
una
sanción
legal.
A
modo
de
referencia,
el
temor
a
un
rechazo
por
el
grupo
de
pares,
el
peso
de
otras
interpretaciones
culturales
de
la
situación,
etc.,
pueden
conducir
al
individuo
a
transgredir
la
norma
jurídica.
En
suma,
en
Beccaria
la
teoría
de
disuasión
es,
en
su
conjunto,
bastante
ingenua,
y
se
acepta
tal
cual,
aunque
también
podamos
hallar
en
el
autor
un
razonamiento
paralelo
mucho
más
complejo
y
su8l
sobre
sus
límites.
En
efecto,
una
pluralidad
de
consideraciones
de
Beccaria
permiten
entender
que
sueña
con
una
suerte
de
poder
mágico
de
las
penas,
mientras
que,
por
el
contrario,
otros
pasajes,
más
numerosos,
nos
hacen
ver
que
está
lejos
de
convencerse
plenamente
de
las
oportunidades
de
éxito
de
tal
empresa.
Basta
a
estos
efectos
con
decir
que
la
ingenuidad
de
su
teoría
reside
en
que
sobrevalora
el
efecto
de
obstáculo
de
la
sanción
legal,
y
deja
entender
que
es
la
pena
–y
solo
ella-‐
la
que
juega
ese
papel
(Beccaria,
1764a,
§6:
15).
A
mayor
abundamiento,
considera
que
si
la
pena
legal
no
sobrepasa
el
daño
come8do,
ya
no
cumple
el
papel
de
obstáculo,
lo
que
está
lejos
de
resultar
evidente
en
gran
número
de
situaciones,
teniendo
en
cuenta
los
efectos
globales
del
sistema
jurídico
en
su
conjunto.
Más
aún:
es
necesario
tener
en
cuenta
igualmente
los
efectos
de
una
mul8tud
de
asociaciones
de
ideas
culturales
que
pueden
sostener,
paralelamente,
la
norma
jurídica.
En
consecuencia,
el
legislador
se
presenta,
para
Beccaria,
como
un
"arquitecto
hábil
cuyo
rol
es
oponerse
a
las
fuerzas
destruc:vas
de
la
gravedad,
y
poner
en
marcha
las
que
contribuyan
a
la
solidez
del
edificio"
(ibid.).
El
legislador
aparecería
como
un
ingeniero
de
la
conducta
humana,
que
8ene
la
pena
como
instrumento.
La
posición
de
Beccaria,
en
este
sen8do,
es
reduccionista
y
utópica,
parecida
a
la
de
Hobbes,
que
comparaba
al
legislador
con
un
geómetra
(Halévy,
1904,
III:
347-‐348):
del
mismo
modo
que
una
geómetra
puede
construir,
par8endo
de
definiciones
arbitrarias,
toda
la
geometría,
el
legislador
que
gobierna
la
ciudad
"puede
construir
sinté:camente
el
orden
social
por
completo,
al
modo
de
los
geómetras"
(ibid.).
La
teoría
de
la
pena
de
Beccaria
se
caracteriza
por
una
psicología
asociacionista
simplista.
El
autor
escribe,
por
ejemplo,
que
"el
cas:go
es
más
ú:l
cuanto
más
próximo,
ya
que
cuanto
menos
:empo
pase
entre
el
delito
y
la
pena,
más
fuerte
y
duradera
permanece
en
el
espíritu
la
asociación
de
las
ideas
de
delito
y
pena"
(Beccaria,
1764a:
37,
subrayado
propio).
Del
mismo
modo,
puede
comprobarse
el
carácter
estereo8pado
de
su
visión
de
las
clases
pobres,
y
el
hecho
de
que
su
proyecto
polí8co
de
control
se
dirige
especialmente
al
pueblo.
De
este
modo,
con8núa
el
autor,
"es
de
la
mayor
importancia
que
la
pena
siga
con
pron:tud
al
delito,
si
se
quiere
que
en
el
espíritu
ordinario
la
pintura
seductora
de
un
delito
beneficioso
evoque
de
inmediato
la
idea
estrechamente
asociada
de
la
pena"
(ibid.:
38;
subrayado
propio).
Este
principio
de
la
analogía
entre
el
delito
y
la
pena,
sostenido
tanto
por
los
u8litaristas
como
por
los
retribucionistas
clásicos
(Kant),
Beccaria
(1764a:
38)
lo
jus8fica
afirmando
que
contribuiría
"en
gran
medida
a
estrechar
aún
más
la
relación
entre
el
delito
y
la
pena".
Su
teoría
de
la
pena
pretende
producir,
en
los
individuos
más
"vulgares",
la
asociación
de
las
ideas
de
delito
y
pena,
de
modo
que
se
obstaculice
el
paso
a
la
acción.
"Está
demostrado"
dice
el
autor,
"que
la
vinculación
de
ideas
es
el
cemento
que
sos:ene
todo
el
edificio
del
entendimiento
humano;
sin
ella
el
placer
y
el
dolor
serían
sen:mientos
aislados
y
sin
efecto
alguno"
(Beccaria,
1764a,
§19:
37).
No
obstante,
Beccaria
señala
límites
a
la
teoría
de
la
disuasión,
a
pesar
de
que
no
haya
visto
que
se
trataba
reamente
de
límites;
no
obstante,
en
otros
momentos
el
autor
nos
advierte
explícitamente
de
la
existencia
de
ciertos
límites.
De
este
modo,
en
su
opinión,
"cuanto
más
extraños
son
los
hombres
a
las
ideas
generales
y
a
los
principios
universales,
son
más
incultos,
y
actúan
en
mayor
medida
bajo
la
influencia
de
asociaciones
inmediatas,
desatendiendo
las
lejanas
y
complicadas".
Si
este
enunciado
es
cierto,
cons8tuye
un
límite
de
envergadura
a
su
intención
de
producir
un
efecto
disuasorio
entre
el
"vulgo"
en
relación
con
la
pena,
ya
que
se
trata
frecuentemente
de
una
asociación
lejana
y
abstracta.
De
hecho,
Beccaria
va
a
servirse
de
esta
consideración
para
jus8ficar
la
necesidad
de
la
pron8tud
del
cas8go,
y
no
para
destacar
los
límites
de
la
teoría.
Por
lo
demás,
en
otro
pasaje
el
autor
escribe:
"del
mismo
modo
que
las
leyes
simples
y
constantes
de
la
naturaleza
no
pueden
evitar
las
perturbaciones
que
sobrevienen
en
el
curso
de
los
planetas,
las
leyes
humanas
son
incapaces
de
impedir
el
problema
y
el
desorden
que
resultan
de
las
fuerzas
de
atracción,
numerosas
y
opuestas,
del
placer
y
el
dolor"
(Beccaria,
1764a,
§41:
74).
Por
ello,
el
autor
explica
con
claridad
que,
incluso
si
la
ley
penal
obedeciese
a
este
ideal
de
simplicidad
y
constancia,
lo
que
no
puede
hacer,
no
cons8tuiría
jamás
un
obstáculo
verdaderamente
eficaz,
ya
que
las
asociaciones
de
ideas
son
demasiado
variadas
y
numerosas.
Esto
significa,
en
consecuencia,
que
un
individuo
puede
respetar
la
ley
por
mo:vos
dis:ntos
de
la
pena
criminal,
pero
que
también
puede
transgredirla,
con
independencia
de
la
naturaleza,
fuerza
y
constancia
de
la
pena.
De
ello
se
deriva
un
escollo
de
una
teoría
exclusivamente
elaborada
en
función
del
efecto
disuasorio
de
la
pena.
El
principio
de
exclusión
de
las
"medidas
alterna+vas"
y
la
crí+ca
del
perdón
Con
ayuda
de
este
principio,
y
del
que
le
sigue,
Beccaria
va
a
minar
específicamente
las
líneas
de
fuerza
moderadoras
de
su
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar.
Ante
todo,
el
autor
integra
en
su
teoría
u8litarista
de
la
pena,
sin
darse
cuenta,
algunos
principios
clave
de
la
an8gua
teoría
retribu8va
de
San
Anselmo:
dis8ngue
la
reparación
posi8va
de
la
punición,
y
considera
aquella
insuficiente
para
resolver
el
conflicto
y
disuadir
al
culpable
y
a
los
demás
individuos.
En
segundo
lugar,
reduce
su
teoría
del
contrato
social
exclusivamente
al
derecho
criminal,
y
sos8ene
que
el
contrato
social
obliga
al
legislador
y
a
los
jueces
a
pensar
en
sen8do
fuerte
(en
materia
criminal),
con
el
fin
de
dar
ejemplo
con
el
cas8go.
Finalmente,
Beccaria,
como
San
Anselmo,
separa
por
completo
la
noción
de
jus8cia
de
la
de
perdón,
y
privilegia
la
primera
en
detrimento
de
la
segunda.
A
mayor
abundamiento,
cri8ca
toda
forma
de
perdón,
tanto
se
trate
de
la
clemencia
estatal
como
de
la
proveniente
de
la
víc8ma.
Esta
úl8ma
no
debe
tener
influencia
alguna
sobre
la
jus8cia
penal,
y
la
primera
"debería
ser
excluida
de
una
legislación
perfecta"
(Beccaria,
1764a,
§46:
79).
De
este
modo,
Beccaria
modifica
sus
prioridades,
y
las
"cláusulas"
del
contrato.
En
su
teoría
del
fundamento
del
derecho
de
penar,
la
ley
y
la
sanción
legí8mas
son
las
que
aseguran
la
mayor
libertad
posible
a
cada
sujeto,
en
relación
con
el
poder
del
Estado;
en
su
teoría
de
la
pena,
la
sanción
legí8ma
es
la
que
produce,
sin
excesos,
el
efecto
de
disuasión,
y
no
debe
ser
nunca
inferior
al
mal
causado.
En
consecuencia,
resulta
evidente
que
la
necesidad
de
preservar
la
libertad
se
ve
sus8tuida
por
la
de
promover
el
ejemplo.
A
par8r
de
este
momento,
el
Estado
debe
reducir
el
margen
de
libertad
de
sus
súbditos
para
intentar
producir
la
disuasión:
el
culpable
deviene
un
objeto
o
un
simple
medio
para
el
Estado.
Principio
temible
que
va
a
endurecer
su
teoría
de
la
pena.
En
efecto,
en
materia
penal
va
a:
a)
militar
contra
toda
forma
de
desjudicialización
o
negociación
entre
las
partes
en
la
resolución
del
li8gio;
b)
otorgar
un
rol
completamente
secundario
a
la
víc8ma,
que
pierde
su
poder
de
transigir
y
decidir;
c)
relegar
las
sanciones
civiles
(indemnización,
admonición,
ordenanzas
de
todo
8po,
etc.)
y
el
perdón
(incluido
el
de
la
víc8ma)
al
nivel
de
soluciones
incompletas,
insa8sfactorias,
privadas
o
arriesgadas,
incluso
en
relación
con
los
delitos
más
insignificantes.
La
punición
(en
sen8do
fuerte)
ya
no
es
una
alterna:va
de
úl8ma
instancia
frente
a
las
demás
soluciones:
deviene
la
regla
general.
En
efecto,
aunque
señala
que
la
pena
"que
no
se
deriva
de
una
necesidad
absoluta
es
:ránica",
Beccaria
afirma,
en
su
teoría
de
la
pena,
que
el
ejemplo
es
una
necesidad
inexorable.
En
relación
con
ello,
el
autor
escribe:
En
ocasiones
nos
abstenemos
de
penar
un
delito
poco
importante,
cuando
el
ofendido
lo
perdona.
Se
trata
de
un
acto
de
generosidad,
pero
contrario
al
bien
público.
Un
par8cular
puede
perfectamente
no
exigir
la
reparación
del
daño
causado,
pero
el
perdón
que
otorga
no
acaba
con
la
necesidad
del
ejemplo.
El
derecho
de
penar
no
pertenece
a
ningún
ciudadano
par8cular,
sino
a
las
leyes,
que
son
el
órgano
de
la
voluntad
de
todos.
Un
ciudadano
ofendido
puede
renunciar
a
su
porción
de
este
derecho,
pero
no
8ene
poder
alguno
sobre
el
derecho
de
los
demás
(Beccaria,
1764c,
§20:
105).
El
argumento
del
contrato
social
se
evoca
para
neutralizar
los
efectos
jurídicos
de
un
acuerdo
entre
la
víc8ma
y
su
agresor,
o
el
perdón
de
aquélla:
en
opinión
de
Beccaria,
nada
puede
sus8tuir
a
la
pena.
Por
lo
que
se
refiere
al
derecho
(estatal)
de
gracia,
solo
se
jus8fica
"por
el
carácter
absurdo
de
las
leyes
y
la
crueldad
de
las
condenas"
(Beccaria,
1764a,
§46:
79).
En
suma,
este
derecho
es
"la
más
bella
prerroga:va
del
trono",
pero
también
"una
desautorización
tácita
del
príncipe
[...]
en
relación
con
el
código"
(ibid.).
Un
Príncipe
que
solo
se
preocupa
"de
la
felicidad
de
su
pueblo",
sobre
todo
se
preocupa
por
las
penas
(ibid.).
La
esperanza
de
la
impunidad
[penal]
se
convierte
para
Beccaria
en
la
mayor
amenaza
para
la
jus8cia
y
la
disuasión.
El
legislador
debe
ser
clemente,
pero
las
leyes
y
los
operadores
de
jus8cia
deben
ser
"inflexibles"
(ibid.:
80).
Beccaria
retoma
en
este
punto
la
posición
y
los
prejuicios
propios
de
su
siglo.
Se
forma
muy
rápidamente
un
amplio
consenso
contra
el
derecho
de
gracia;
este
consenso
se
ex8ende
desde
la
doctrina
de
la
máxima
severidad
hasta
el
retribucionismo,
pasando
por
el
u8litarismo
clásico.
El
principio
de
proporcionalidad
(ver+cal)
y
de
exceso
(moderado)
de
la
pena
¿En
qué
medida
se
debe
penar
(para
obtener
tal
o
cual
resultado)?
Frente
a
la
doctrina
de
la
severidad
máxima
preclásica,
el
saber
penal
clásico
también
va
a
intentar
responder
a
esta
pregunta
sobre
la
cuania
de
privación
que
debe
imponerse
a
los
transgresores
de
una
ley
penal.
Para
responderla,
se
retorna
una
y
otra
vez
a
las
nociones
de
proporcionalidad,
"exceso
de
pena"
e
"igualdad".
El
pensamiento
u8litarista
clásico
va
a
ar8cular
las
dos
primeras,
el
retribucionista
la
primera
y
la
úl8ma.
1. La
noción
de
"proporcionalidad"
no
parece
tener
un
sen8do
filosófico-‐jurídico
preciso,
y
restringido
a
las
sanciones
penales,
hasta
el
final
de
la
primera
mitad
del
s.
XVIII.
En
el
Derecho
judaico
solo
designaba
un
límite
superior,
en
caso
de
fracaso
de
otras
soluciones
más
sa8sfactorias,
incluida
la
tenta8va
de
transacción
(Draï,
1991).
Si
es
necesario
–por
el
comportamiento
del
culpable
tras
la
infracción-‐
penar
un
ilícito
para
evitar
una
negación
del
Derecho,
no
puede
hacerse
más
allá
del
daño
que
tal
hecho
representa.
Se
manifiesta
una
aversión
par8cular
contra
las
infracciones
menores
que
son
penadas
"desproporcionadamente".
Por
lo
demás,
para
otros
pensadores,
como
Locke
(1690:
177),
la
noción
de
"pena
proporcionada
a
la
infracción"
comprende
dos
ideas:
la
de
reparar
el
daño
causado
y
la
de
"impedir
que
se
produzca
uno
semejante".
En
este
caso,
la
noción
de
"proporción"
se
vincula
al
obje8vo
de
disuasión,
pero
no
implica
aún
de
forma
explícita
la
necesidad
de
un
exceso
de
pena
para
producir
tal
efecto.
En
Montesquieu
(1748,
6L,
9C
y
16C),
la
noción
de
proporcionalidad
comprende
ya
algunos
aspectos
que
serán
valorizados
por
Beccaria
y
Bentham,
pero
aún
se
inserta
en
un
marco
teórico
abierto
y
diversificado.
La
paz
entre
las
partes
parece
una
solución
completamente
aceptable,
y
"todo
lo
que
la
ley
denomina
pena
es
efec:vamente
una
pena"
(p.
92):
la
mera
condena
puede
ser
una
pena
(p.
91),
pueden
darse
consejos
(p.
93),
pagar
daños
e
intereses
(p.
103),
etc.
Los
u8litaristas
clásicos
van
a
conservar,
en
mi
opinión,
una
parte
de
ese
sen8do
de
escala
y
límite
que
tenía
la
noción
de
proporcionalidad,
pero
también
van
a
modificarla,
bloqueando
el
acceso
a
otras
soluciones
o
sanciones
no
penales,
y
a
endurecerla
en
diversos
sen8dos.
La
noción
de
proporcionalidad
incluso
se
vinculará
a
la
idea
de
un
obligatorio
"exceso
de
pena"
en
relación
con
el
daño
causado.
En
la
medida
en
que
la
proporcionalidad
va
a
interpretarse
de
acuerdo
con
estos
principios,
la
indemnización
no
se
considera
como
una
sanción
"proporcional"
(incluso
si
incluye
intereses
puni8vos),
mientras
que
la
multa
puede
ser
aceptada
como
tal,
en
relación
con
algunas
infracciones
contra
la
propiedad.
Una
vez
más,
tanto
los
u8litaristas
como
los
retribucionistas
defenderán
la
noción
de
proporcionalidad,
si
bien
con
un
sen8do
diferente
para
unos
y
otros.
Para
los
u8litaristas,
la
proporcionalidad
se
verá
como
una
suerte
de
escala
de
gravedad
del
conjunto
de
los
delitos
y
de
las
penas
en
un
cuerpo
legisla8vo,
lo
que
denomino
la
proporcionalidad-‐escala
o
"ver8cal".
Esta
apelación
se
corresponde
con
el
lenguaje
de
Beccaria
(1764a,
§27:
47),
que
habla
de
"una
escala
de
penas
proporcionadas
a
los
delitos".
La
imagen
(u8litarista)
de
la
proporcionalidad
es
teóricamente
compa8ble
con
la
idea
de
un
exceso
de
pena.
En
efecto,
como
dice
Beccaria,
"para
que
un
cas:go
produzca
el
efecto
querido
[la
disuasión],
basta
con
que
sobrepase
la
ventaja
resultante
del
delito
[...]"
(ibid.).
Por
ejemplo,
si
se
ha
come8do
un
robo
de
500
$,
una
multa
de
600
$
posee
un
plus
de
pena
y
resulta
proporcional
al
delito,
siempre
que,
a
modo
de
referencia,
la
pena
del
homicidio
sea
superior
a
la
del
robo.
Si
las
penas
de
robo
y
homicidio
son
idén8cas,
o
escasamente
diferentes,
un
u8litarista
clásico
diría
que
no
hay
proporción
entre
los
delitos
y
las
penas.
Los
retribucionistas
van
a
representar
la
proporcionalidad,
más
bien,
en
el
marco
de
la
noción
de
igualdad.
Ésta
se
presenta
como
una
suerte
de
equilibrio,
de
relación
por
correspondencia
intrínseca,
de
equilibrio
o
iden8dad
entre
una
acción
par8cular
y
la
pena
que
le
corresponde.
La
pena
debe
ser,
en
8po
y
en
cuania,
lo
más
conforme
posible
al
delito
(“una
muerte
por
una
muerte”).
La
proporción
no
pretende
en
este
caso
la
disuasión,
sino
simplemente
el
restablecimiento,
en
la
medida
de
lo
posible,
de
la
situación
anterior
al
delito.
Esta
noción
de
proporcionalidad
es
teóricamente
incompa8ble
con
la
búsqueda
consciente
de
un
plus
de
pena.
Yo
la
llamaría,
para
dis8nguirla
de
la
precedente,
la
proporcionalidad-‐espejo
u
“horizontal”.
A
modo
de
referencia,
quien
mata
debe
ser
condenado
a
muerte,
pero
el
suplicio
no
está
autorizado,
ya
que
el
obje8vo
no
es
aterrorizar
a
la
población
para
producir
la
disuasión.
En
línea
de
principio,
no
puede
añadirse
suplemento
de
pena
alguno
a
los
fines
de
disuasión.
Volveremos
sobre
ello
en
el
capítulo
siguiente.
Beccaria
formula
y
jus8fica
su
noción
proporcionalidad-‐escala
del
modo
siguiente:
en
su
opinión,
“cuanto
más
dañinos
para
el
bien
público
sean
los
delitos,
más
fuertes
deben
ser
los
obstáculos
[polí:cos]
que
los
evitan”
(Beccaria,
1764a,
§6:
15),
es
decir,
las
penas.
“Por
ello,
debe
haber
una
proporción
entre
los
delitos
y
las
penas”
(ibid.).
En
la
nueva
“aritmé:ca
polí:ca”
(ibid.)
que
propone,
el
legislador
debe
actuar
“como
un
arquitecto
hábil”
y
establecer,
en
relación
con
las
diferentes
categorías
de
delitos,
“una
escala
correspondiente
de
penas,
desde
la
más
grave
a
la
más
leve”
(ibid.:
16).
Basta
con
que
el
legislador
“marque
los
puntos
principales
y
respete
el
orden,
evitando
aplicar
a
los
delitos
de
primer
grado
las
penas
del
úl:mo”.
Es
evidente
que
se
trata
de
una
proporcionalidad
“ver8cal”.
La
noción
de
proporcionalidad
en
los
u8litaristas
está
anclada
en
la
idea
de
disuasión
(y
no
en
la
de
“reparar
los
daños
de
manera
justa”).
Uno
de
los
obje8vos
de
la
proporcionalidad-‐escala
es
producir
la
propia
disuasión.
Ello
quiere
decir
que
debe
establecer
un
mínimo
de
pena
por
debajo
del
cual
nunca
puede
descenderse.
A
mayor
abundamiento,
este
mínimo
debe
abarcar
un
plus
de
pena
para
superar
las
ventajas
del
mal
causado.
De
este
modo,
tal
aritmé8ca
polí8ca
no
es
moderadora
sino
en
relación
con
el
sistema
anterior,
y
no
es
compa8ble
con
el
principio
de
ul:ma
ra:o.
Otra
jus8ficación,
sin
duda
especialmente
ingenua,
de
la
proporcionalidad-‐escala
sería
impedir
el
paso
de
algunos
delitos
menos
graves
a
otros
más
graves.
Beccaria
creía
que
si
el
robo
se
penaba
como
el
homicidio
todo
ladrón
comenzaría
a
matar,
más
que
a
robar,
como
si
la
razón
principal
que
le
incitase
a
robar
(más
que
a
matar)
fuese
la
menor
pena:
Si
un
cas8go
igual
afecta
a
dos
delitos
que
comportan
para
la
sociedad
un
perjuicio
diferente,
nada
impedirá
que
los
hombres
cometan
el
delito
más
grave,
si
éste
comporta
una
ventaja
mayor
(Beccaria,
1764a,
§6:
17).
Finalmente,
la
noción
de
proporcionalidad
también
pretende
proponer
un
límite
más
allá
del
cual
no
se
debe
penar.
En
este
sen8do
el
concepto
parece
crí8co,
y
en
ciertas
condiciones
juega
efec8vamente
ese
papel.
En
relación
con
el
abuso
más
flagrante
del
an8guo
sistema
8ene
un
efecto
saludable:
contribuye
a
convencer
de
que
no
es
apropiado
ejecutar
a
un
ladrón.
Su
papel
fue
igualmente
importante
en
la
lucha
contra
la
idea
de
las
penas
indeterminadas,
sostenida
especialmente
por
el
“modelo
médico”
de
la
Escuela
posi8va
italiana
de
fines
del
s.
XIX.
Todavía
hoy
puede
cumplir,
siquiera
de
modo
marginal,
esta
función
de
denuncia,
ya
que
nuestro
sistema
aún
produce
regularmente
aberraciones,
como
la
condena
de
pequeños
infractores
(reincidentes
o
no)
a
largas
penas
de
prisión.
No
obstante,
aunque
sirva,
a
estos
efectos,
para
denunciar
determinados
abusos,
es
necesario
reconocer
que,
tal
como
está
formulado
en
el
marco
de
la
racionalidad
penal
moderna,
su
papel
es
con
frecuencia
represivo:
obstaculiza
las
medidas
alterna8vas,
significa
“ni
demasiado
ni
excesivamente
poco”,
y
es
más
fácilmente
cri8cado
en
relación
con
el
“demasiado
poco”
que
con
el
exceso.
Bentham
(1840,
I:
29)
decía:
“las
penas
:enen
un
mínimo
y
un
máximo.
Hay
razones
para
no
quedarse
corto,
tanto
como
para
no
excederse”.
No
obstante,
desde
el
punto
de
vista
de
la
sociedad,
considera
el
autor,
“el
mayor
peligro
está
en
el
ámbito
de
lo
menos,
ya
que
la
pena
sería
ineficaz”
(ibid.:
58).
En
este
punto,
el
autor
está
de
acuerdo
con
Muyart
de
Vouglans,
representante
del
pensamiento
preclásico.
No
obstante,
el
autor
celebra
que
tal
error
es
poco
probable,
ya
que
un
“ligero
grado
de
atención
basta
para
evitarlo”.
Por
lo
demás,
"la
tendencia
natural
del
espíritu
humano
y
de
los
legisladores"
es
cometer
el
error
del
exceso,
"tanto
por
la
an:pada
que
conduce
a
una
severidad
exagerada,
como
por
una
carencia
de
compasión
en
relación
con
hombres
que
se
representan
como
peligrosos
y
viles"
(ibid.).
A
pesar
de
ello,
más
allá
de
la
idea
de
las
penas
mínimas
–que
se
vincula
a
la
proporcionalidad
o
a
la
disuasión-‐
el
límite
superior
de
la
penalidad
está
marcado
por
excepciones
y
por
reglas
tendentes
a
ampliarlo,
como
el
criterio
de
la
reincidencia.
Foucault
(1975:
97)
llama
nuestra
atención
sobre
una
de
las
paradojas
de
la
noción
de
proporcionalidad
en
el
marco
de
una
lógica
u8litarista.
"La
pena
debe
generar
los
efectos
más
intensos
en
quienes
no
han
come:do
la
infracción".
Esto
"conduce
a
la
paradoja
de
que,
en
el
cálculo
de
las
penas,
el
elemento
menos
interesante
es
el
culpable"
y,
cabría
añadir,
la
propia
víc8ma
y
la
relación
entre
ambos.
Esto
comporta
que
la
proporcionalidad
debe
"abrirse"
a
la
finalidad
de
la
disuasión,
lo
que
fue
perfectamente
comprendido
por
Bentham,
como
se
verá
a
con8nuación
en
la
discusión
sobre
el
plus
de
pena.
2. La
idea
del
plus
de
pena
comporta
una
serie
de
ambigüedades
y
contradicciones
en
las
posiciones
u8litaristas.
Ante
todo,
en
un
sen8do
estricto
puede
decirse
que
el
pensamiento
u8litarista
no
respeta
este
principio
más
que
en
relación
con
los
delitos
contra
los
bienes.
En
efecto,
en
las
infracciones
contra
las
personas
los
u8litaristas
adoptan
más
bien
una
posición
retribucionista,
en
el
sen8do
de
que
la
punición
no
supere
el
talión.
En
relación
con
el
homicidio,
Beccaria
y
Bentham
no
llegan
hasta
una
posición
retribucionista,
ya
que
se
oponen
a
la
pena
de
muerte.
Ello
no
quiere
decir
que
las
penas
propuestas
no
sean
represivas,
sino
simplemente
que
el
criterio
del
plus
no
opera
en
este
caso.
Con
los
retribucionistas
sucede
lo
contrario.
Su
criterio
de
"pena
igual
al
delito"
no
es
per8nente
más
que
en
relación
con
los
delitos
contra
la
persona.
Respecto
de
los
ilícitos
patrimoniales,
la
pena
igual
al
delito
sería
la
mera
indemnización,
algo
que
los
retribucionistas
no
aceptan,
sino
que
"demandan"
un
plus,
aunque
evitan
denominarlo
así.
Tales
autores
recurren
más
bien
a
la
noción
de
"sufrimiento".
En
este
sen8do,
hay
un
acuerdo
tácito
entre
las
dos
doctrinas:
los
delitos
contra
el
patrimonio
deben
regirse
de
hecho
por
el
criterio
u8litarista
del
plus;
los
ilícitos
contra
las
personas
por
el
criterio
retribucionista
de
la
pena
igual
al
delito
(o
algo
menor).
Esto
es
posible
en
la
medida
en
que
las
penas
son,
en
todo
caso,
de
tal
severidad
que,
para
las
dos
categorías
de
delitos,
podemos
tener,
de
acuerdo
con
nuestra
inclinación
personal
y
sin
consideración
del
criterio
formal,
la
impresión
de
disuadir
o
de
retribuir.
La
idea
del
plus
de
pena,
en
relación
con
los
delitos
patrimoniales,
es
también
ambigua,
lo
que
permite
que
la
severidad
se
introduzca
sin
demasiada
dificultad.
Es
imposible
decir
si
el
plus
ha
de
valorarse
en
relación
con
el
daño
(o
con
el
beneficio)
sin
consideración
de
un
resultado
empírico
efec8vo
o,
por
el
contrario,
en
función
de
su
capacidad
de
alejar
efec:vamente
a
los
individuos
del
delito.
Al
menos
a
primera
vista,
ambas
maneras
de
ver
se
hallan
tanto
en
Beccaria
como
en
Bentham.
El
razonamiento
de
Beccaria
sobre
el
modo
de
es8mar
el
plus
de
pena
es
oscuro:
entra
en
contradicción
con
algunos
ejemplos
seleccionados
por
el
autor,
y
en
ocasiones
da
pie
a
interpretaciones
diversas.
No
obstante,
me
arriesgo
a
reconstruir
las
dos
interpretaciones
que
el
texto
parece
autorizar.
La
primera
pone
de
relieve
el
criterio
que
resulta
más
coherente
con
su
proyecto
global
de
lograr
una
cierta
moderación
en
las
penas;
la
segunda,
un
criterio
que
se
centra
en
una
doctrina
de
la
eficacia,
y
que
es
más
favorable
a
la
escalada
de
las
penas.
Considero
que
Bentham
opta
más
bien
por
la
segunda,
mientras
que
Beccaria
defiende
la
primera,
incluso
si
encontramos
referencias
que
van
en
los
dos
sen8dos
en
cada
uno
de
ellos.
Llamaría
a
la
primera
el
"criterio
del
excedente
moderado",
y
a
la
segunda
el
"criterio
del
excedente
eficaz".
El
criterio
del
excedente
moderado
en
Beccaria
se
resumiría
del
siguiente
modo:
el
plus
de
pena
debe
implicar
idealmente
un
pequeño
excedente,
en
relación
con
el
valor
del
"daño
[obje:vo]
causado
a
la
sociedad"
(Beccaria,
1965,
§8:
18).
En
el
cálculo
de
este
daño
obje8vo,
no
se
debe
intentar
[en
exceso]
tener
en
cuenta
"la
intención
del
culpable"
(ibid.,
§7:
17),
es
decir,
su
grado
de
maldad.
Con
ello
parece
decir
que
este
plus
debe
incluir
o,
en
la
más
severa
de
las
hipótesis,
ser
independiente
de
la
pérdida
del
beneficio
obtenido
por
el
delito.
De
este
modo,
en
la
hipótesis
más
severa,
si
se
roba
una
mercancía
de
un
valor
de
50000
$,
se
debe
devolver
la
mercancía
y
recibir
una
multa
(principio
de
analogía)
que
sobrepase
por
poco
ese
valor
obje8vo
del
daño.
Cualquier
persona,
reflexionando
sobre
ello,
no
elegiría
robar
en
estas
circunstancias,
ya
que
perdería
el
producto
de
su
robo,
y
aún
debería
desembolsar
más
que
el
valor
de
la
compra
del
producto.
No
obstante,
Beccaria
(ibid.,
§27:
47)
también
deja
entender
que
este
cálculo
puede
(¿eventualmente?)
tener
en
cuenta
la
"certeza
de
la
punición".
Seguramente
con
ello
quiere
decir
que
si
la
punición
de
determinados
delitos
es
muy
incierta,
por
ejemplo
en
materia
de
ilícitos
económicos,
este
plus
debe
aumentar,
para
compensar
la
pérdida
de
la
certeza.
Beccaria
retoma
en
este
punto
un
argumento
de
la
doctrina
de
la
severidad
máxima
preclásica.
Este
criterio
combinado,
por
tanto,
con
el
obje8vo
de
la
disuasión,
produce
una
cierta
cautela
de
moderación
(o
de
no
elevación
de
las
penas)
y
la
idea
de
la
racionalidad
de
los
individuos.
El
criterio
del
excedente
eficaz
se
halla
probablemente
en
Beccaria,
si
bien
con
una
formulación
desafortunada.
En
efecto,
en
lugar
de
limitar
de
forma
puramente
racional
lo
que
es
necesario
para
alejar
del
delito,
de
acuerdo
con
su
teoría
("que
el
mal
de
la
pena
sobrepase
[un
poco]
el
bien
que
se
deriva
del
delito"),
Beccaria
(1764a,
§28:
50)
escribe
que
"para
que
una
pena
sea
justa,
no
debe
tener
más
que
el
grado
de
rigor
suficiente
para
alejar
del
delito".
La
idea
queda
incompleta,
y
abre
las
puertas
a
una
aproximación
empírica
centrada
en
la
eficacia
de
la
pena.
En
efecto,
considerado
literalmente,
este
criterio
prescribe
que
el
plus
de
pena
debe
ser
suficientemente
poderoso
para
alejar
de
forma
efec:va
a
todos
los
individuos,
o
para
contrapesar
las
fuerzas
y
tentaciones
posibles
e
imaginarias
que
empujan
a
los
individuos
al
delito.
Por
ejemplo,
cualquiera
podría
pretender
que
si
el
plus
no
es
suficiente
para
alejar
del
delito,
ya
que
la
criminalidad
aumenta
o
no
disminuye,
debe
ser
aumentado.
El
resultado
es
que
lo
que
determina
lo
que
es
justo
no
es
la
teoría
virtual
de
la
disuasión,
sino
más
bien
su
eficacia
efec8va.
En
mi
opinión,
Bentham
va
a
desarrollar
el
criterio
del
excedente
eficaz.
Sería
errado
decir
que
ambos
autores
comparten
el
mismo
punto
de
vista
en
relación
con
el
cálculo
del
quantum
de
las
penas.
Su
punto
de
par8da
es,
aparentemente,
semejante
al
de
Beccaria,
en
la
medida
en
que
señala
que
"es
necesario
que
el
mal
de
la
pena
sobrepase
el
beneficio
del
delito"
(Bentham,
1840,
1:
50).
No
obstante,
la
idea
de
un
plus
moderado
no
se
formula.
Además,
a
diferencia
de
Beccaria,
por
beneficio
el
autor
en8ende
"la
fuerza
que
impulsa
al
hombre
al
delito",
es
decir,
"toda
ventaja
real
o
aparente
que
ha
servido
de
mo:vo
para
el
delito"
(ibid.)
y
la
pena
"es
la
fuerza
empleada
para
prevenirlo".
Se
ve
con
claridad
que
Bentham
está
más
próximo
de
una
teoría
de
la
acción
humana,
y
pretende
determinar
o
influir
en
esta
conducta
por
medio
de
la
pena.
A
mayor
abundamiento,
"una
pena
ineficaz
es
doblemente
un
mal:
un
mal
para
el
público,
ya
que
deja
cometer
el
delito;
un
mal
para
el
delincuente,
ya
que
le
pena
en
vano".
Bentham
otorga
mucha
más
importancia
a
la
eficacia
que
a
la
jus8cia.
Se
desliza
progresivamente
en
un
pozo
sin
fondo;
pasa
de
la
idea
de
que
la
pena
debe
sobrepasar
al
delito
en
un
plano
hipoté8co
y
racional
a
aquélla
según
la
que
la
pena
debe
efec8vamente
impedir
el
delito.
Si
la
pena
falla,
ello
no
prueba
que
su
hipótesis
es
falsa,
o
que
la
teoría
es
insuficiente,
sino
que
la
pena
no
es
suficientemente
severa.
En
consecuencia,
puede
verse
que
la
teoría
de
la
disuasión
deviene,
con
facilidad,
excesivamente
represiva.
Además
de
ello,
en
el
campo
de
los
ilícitos
contra
las
personas
no
existe
una
base
sólida
para
aplicar
el
criterio
del
plus
moderado,
ya
que
concurre
una
gran
dificultad
para
es8marlo
a
par8r
de
un
valor
rela8vamente
obje8vo.
Esta
dificultad
es
tanto
mayor
cuanto
se
rechazan
en
materia
penal
los
criterios
empleados
en
otros
ámbitos
del
Derecho
(seguros
en
caso
de
accidentes
de
trabajo,
criterios
de
indemnización
en
derecho
civil,
etc.).
De
ello
se
deriva
igualmente
un
curioso
consenso
con
el
retribucionismo,
en
el
que
uno
se
aproxima
irresis8blemente
al
otro,
según
el
ámbito
de
infracciones
de
que
se
trate
(contra
el
patrimonio
o
contra
las
personas).