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Historia Medieval
Volumen 1
GERARDO RODRÍGUEZ
Director
SILVIA ARROÑADA
CECILIA BAHR
MARIANA ZAPATERO
Editoras
Cuestiones de
Historia Medieval
Volumen 1
ISBN 978-987-26952-2-4
Ediciones Selectus SRL, publica Cuestiones de Historia Medieval, vol. 1, en forma exclusiva para
el Departamento de Historia, de la Universidad Católica Argentina.
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6 AUTOR
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Directora
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Secretario
Pbro. Lic. Santiago Rostom Maderna
Índice
1. Introducción
La existencia de grandes diferencias sociales caracterizó a todos los períodos
de la historia romana. Todo parece indicar, sin embargo, que la estratificación
alcanzó en la Antigüedad Tardía un nivel extremo, superior al de épocas ante-
riores. La crisis del siglo III dio origen a una sociedad aún más polarizada que
la del Principado, en la que las tensiones y la erupción de conflictos violentos se
volvieron mucho más frecuentes. El reformado Estado Romano Tardío preten-
dió intervenir en el orden social para preservar ciertas estructuras que servían a
sus intereses y, sobre todo, garantizar la existencia de los grupos que constituían
el núcleo de su base fiscal. Resultado de este esfuerzo fue la gran masa de legis-
lación que intentaba, por distintos medios, fijar el carácter hereditario de la per-
tenencia a ciertos grupos, como los coloni y curiales, por mencionar sólo a los
ejemplos más destacados.
Hasta mediados del siglo XX, la historiografía concibió al Bajo Imperio
Romano como un Estado autoritario que mantenía, con una legislación altamen-
te represiva, un orden social casi inmóvil, cercano a lo que podría definirse como
un “sistema de castas”1. Las investigaciones de las últimas décadas han, sin
embargo, relativizado esta caracterización2. Sin duda, la sociedad del Imperio
1 Véase por ejemplo O. SEECK, Geschichte des Untergangs der Antiken Welt, vol. II., Berlín, Klett, 1901, p. 301 y A.
ALFÖLDI, A Conflict of Ideas in the Later Roman Empire, Oxford, Clarendon Press, 1952, p. 28.
2 Véase por ejemplo R. MACMULLEN, “Social Mobility and the Theodosian Code”, JRS 54, 1964, pp. 49-53; A. H.
M. JONES, “The Caste System in the Later Roman Empire”, Eirene, 8, 1970, pp. 79-96; A. CAMERON, The Mediterranean
World in Late Antiquity 395-600, Londres, Routledge, 1993, pp. 81-103 y A. DEMANDT, Geschichte der Spätantike, Munich,
Beck, 1998, pp. 241-245. Véase también A. MARCONE, “Late Roman Social Relations”, en A. Cameron y P. Garnsey
(eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 338
y ss.
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“The Study of Elites in Late Antiquity”, Arethusa 33.3, 2000, pp. 321-346. Un análisis bibliográfico detallado en A.
L. Schachner, “Social Life in Late Antiquity. A Bibliographic Essay”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado
(eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 41-93.
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III es rechazada en la historiografía reciente; para una defensa del concepto véase W. LIEBESCHUETZ, “Was there a
Crisis of the Third Century”, en O. Hekster et. al. (eds.), Crises of the Roman Empire (Impact of Empire 7), Leiden &
Boston, Brill, 2007, pp. 11-20.
5 Al respecto véase el brillante análisis de J. Matthews, “The Roman Empire and the Proliferation of Elites”,
Arethusa 33.3, 2000, pp. 429-446. Como señala este autor, el término “élite” tiene una naturaleza ambigua, aquí se uti-
liza exclusivamente para referirse a los nuevos grupos de estatus privilegiado que empiezan a surgir en el siglo III
pero que sólo son definidos legalmente en forma precisa en el siglo IV.
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directa con el emperador, gradualmente fue ocupando las posiciones clave den-
tro del Estado. Los nuevos desafíos a los que el Estado romano se vio enfren-
tado desde fines del siglo II revelaron la necesidad de continuar acrecentando la
capacidad de respuesta y ejecución de esa administración imperial.
Durante los reinados de Septimio Severo y sus sucesores, comenzaron a
hacerse claramente visibles las nuevas tendencias de desarrollo de la organiza-
ción estatal y del orden social romano. El creciente peso político del ejército y
las grandes recompensas económicas otorgadas a los soldados señalaban el ini-
cio de su transformación en un sector privilegiado de la sociedad. Septimio
Severo inició también el camino hacia la profesionalización de los oficiales mili-
tares, siendo el primero en otorgar comandos importantes a miembros del
orden ecuestre. La administración imperial fue ampliada considerablemente,
tanto para hacer frente a una complejización de las actividades tradicionales
como a nuevos desafíos6.
A lo largo de su carrera, los senadores del Principado habían normalmente
alternado entre puestos administrativos y militares, lo que hacía difícil una ver-
dadera especialización en esas funciones. Durante el siglo III, como consecuen-
cia de la crisis, el senado perdió en buena medida su participación en la dirección
del Estado. Los nuevos desafíos económicos y bélicos hacían necesario “profe-
sionalizar” muchas funciones dentro de la administración y del ejército que
antes habían sido desempeñadas rotativamente por una elite poco especializada
y, en cierta medida, “amateur”, los senadores. La situación forzó a dejar de lado
la tradición y a promover individuos de estratos inferiores hacia los puestos
directivos en virtud a su mérito y capacidad personal. El amateurismo fue des-
plazado y una nueva elite profesional asumió la conducción de las actividades
administrativas y militares. En el siglo III, esa nueva elite formó todavía parte
de un cada vez más extenso orden ecuestre.
Este proceso de profesionalización fue especialmente visible en el ejército,
donde un nuevo grupo de altos oficiales ecuestres asumió la dirección de las ope-
raciones militares. Durante el Principado, muchos de los comandos más impor-
tantes implicaban sólo desafíos moderados, pero en el siglo III la naturaleza de
las operaciones cambió radicalmente: ya no se trataba mayoritariamente del con-
trol de las fronteras, sino de campañas móviles contra incursiones enemigas den-
tro del territorio imperial. Este tipo de conflictos hacía necesario contar con ofi-
ciales altamente capacitados, dotados de habilidades tácticas y estratégicas a la
6 Véase E. LO CASCIO, “The Age of the Severans”, en A. K. Bowman, P. Garnsey y A. Cameron (eds.), The
Cambridge Ancient History – Vol. XII The Crisis of Empire A.D. 193-337, Cambridge, Cambridge University Press, 2005,
pp. 146-155.
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altura del desafío. Quienes reunían esos requisitos fueron promovidos hacia
puestos de mando sin importar su extracción social. Algunos de los emperadores
más capaces del siglo III, hombres como Aureliano, Probo o Diocleciano, llega-
rían al trono desde este nuevo grupo de oficiales de carrera a pesar de sus humil-
des orígenes. En el año 262, el emperador Galieno dispuso —en el contexto de
una reforma de emergencia de la organización y estrategia general del ejército
romano— que los comandos importantes y los gobiernos ligados a los mismos
no fuesen entregados, casi sin excepciones, más que a caballeros7, confirmando
lo que ya había sido una tendencia bajo sus predecesores8.
La supuesta animosidad de los emperadores contra el senado que los autores
antiguos vieron como la explicación para este gradual apartamiento de sus
miembros de los comandos del ejército debe, sin duda, ser rechazada. Durante
el siglo III no existía ya, como durante el Principado, una distinción tan clara
entre el senado y el orden ecuestre. La tendencia a incorporar en el ordo superior
a los miembros más distinguidos de las elites provinciales se profundizó en ese
período. Aún después de las reformas de Galieno, muchos de los oficiales ecues-
tres más distinguidos culminaron sus carreras recibiendo el status correspon-
diente a un miembro del senado. Por otra parte, los senadores no fueron priva-
dos de sus riquezas ni de sus privilegios. Es claro que ellos no eran el objetivo
central de las reformas de Galieno, sino que éstas apuntaban a incrementar la
efectividad del ejército.
Un desplazamiento similar del orden senatorial de las funciones directivas es
reconocible en la administración civil. La situación de lucha desesperada por la
supervivencia que los emperadores del siglo III debieron enfrentar hizo necesa-
rio priorizar la capacidad militar como objetivo fundamental del Estado. Para
ello era necesaria una administración eficiente que proporcionara los recursos
que el aparato bélico requería para operar en forma efectiva y, sobre todo, para
garantizar la lealtad de las tropas. Ello representaba un desafío considerable en
una época de caos económico, en la que las necesidades del Estado superaban
con creces su capacidad de recaudación fiscal. Este contexto había generado un
deterioro considerable en la calidad de la moneda y, a causa de ello, una alta
inflación. La respuesta a esta situación fue una profesionalización de la adminis-
tración, paralela a la desarrollada en el ejército. Los senadores fueron así dejando
7 Los motivos y objetivos de las reformas de Galieno son muy discutidos, véase A. H. M. JONES, The Later Roman
Empire, Oxford, Blackwell, 1964, pp. 24ss.; L. DE BLOIS, The policy of the emperor Gallienus, Leiden, Brill, 1976, pp. 57-
83; P. SOUTHERN, The Roman Empire from Severus to Constantine, Londres, Routledge, pp. 81 y ss.
8 Véase H. DEVIJVER, 1989, “Veränderungen in der Zusammensetzung der Ritterlichen Offiziere von Septimius
Severus bis Gallienus (193-268)”, en H. Devijver (ed.), Equestrian Officers in the Roman Imperial Army, Amsterdam,
Gieben, 1989, pp. 316-38.
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a las del Principado. El cambio central fue el nuevo papel del Estado, el que, tras
superar una serie de graves amenazas, asumió una forma nueva. Ante las dificul-
tades crecientes para obtener los recursos que podían garantizar su funciona-
miento, el Estado romano intervino cada vez en mayor medida en la sociedad
para intentar fijar las estructuras que servían a sus intereses. Los resultados
alcanzados fueron muchas veces contrarios a los pretendidos, pero el impacto
de esa intervención fue significativo y se convirtió en una de las improntas
características del imperio tardío. La crisis del siglo III generó un importante
nivel de movilidad social a medida que los fundamentos de la estratificación se
alteraban pero, una vez que, a fines del siglo, el nuevo orden se encontraba con-
solidado, las posibilidades de ascenso se restringieron considerablemente. La
nueva elite fue exitosa en garantizar los privilegios alcanzados para sus descen-
dientes, pero su misma naturaleza como elite estatal le imponía un carácter rela-
tivamente abierto para individuos con las habilidades requeridas, especialmente
en el plano militar. Los nuevos fundamentos de la estratificación social romana
se mantendrían, en sus líneas generales, inalterados hasta la caída del imperio en
occidente y durante el resto de la Antigüedad tardía en oriente.
3. La sociedad tardorromana de los siglos IV y V
Tras las profundas convulsiones del siglo III, el siglo IV fue un período de
relativa estabilidad económica (por lo menos en lo que se refiere al plano mone-
tario y fiscal)9, en el que el nuevo Estado romano profundizó, sin embargo, las
características asumidas durante la crisis. Si bien el sistema de división del poder
imperial de la tetrarquía fue dejado de lado a favor de un retorno al principio
dinástico, durante su largo reinado, Constantino dio forma definitiva a muchas
de las innovaciones administrativas y militares introducidas por Diocleciano y
sus colegas. Continuó así con la ampliación y profesionalización de la burocra-
cia, que recibió ahora una organización precisa mediante la creación de diferen-
tes departamentos abocados a funciones especializadas y de una serie de puestos
“ministeriales” de alto rango y dependientes directamente del emperador (los
más importantes de ellos, sin duda, el magister officiorum, el quaestor sacri palatii, el
comes sacrarum largitionum y el comes rerum privatarum)10. En el plano militar,
Constantino fue el creador de los ejércitos móviles permanentes, confirmando
algunos experimentos de sus predecesores en esta línea. El comando de los mis-
9 Véase G. DEPEYROT, “Economy and Society”, en N. Lenski (ed.), The Cambridge Companion to the Age of Constantine,
mos no quedó más en manos de los prefectos del pretorio, cuyas funciones fue-
ron ahora limitadas estrictamente al ámbito administrativo y judicial, sino de los
magistri militum, los nuevos generales en jefe, promovidos desde carreras exclusi-
vamente militares11.
La consolidación definitiva de la nueva elite burocrática y militar trajo apare-
jada una redefinición de las jerarquías tradicionales de estatus de la sociedad
romana. La corte imperial, compuesta por los altos funcionarios civiles y los
comandantes militares, desplazó al orden senatorial como nuevo pináculo de la
sociedad romana12. Eusebio relata cómo en los funerales de Constantino los
grandes generales y los oficiales de la corte fueron los primeros en rendir home-
naje al emperador fallecido. Los miembros del orden senatorial sólo fueron
admitidos en segundo lugar junto con otros oficiales públicos. Finalmente, el
cuerpo fue expuesto al resto del pueblo. La ceremonia ilustra claramente la defi-
nición de los rangos sociales13.
Si en el siglo III los altos funcionarios y oficiales habían permanecido, por lo
general, en el orden ecuestre, desde Constantino pasaron a ser integrados for-
malmente al rango senatorial. Si bien, por lo general, éstos no pasaban a sumar-
se efectivamente a las sesiones del senado, tenían de esta forma acceso a una
serie de privilegios legales y económicos de gran relevancia a la hora de preser-
var su posición y legarla a sus descendientes. De esta forma, la nueva elite se
sumó a un ampliado orden senatorial que cambió en forma profunda sus carac-
terísticas. Por otra parte, la creación de un segundo senado para la nueva capital
imperial fundada por Constantino ofreció, en un nivel antes impensado, opor-
tunidad para que muchos individuos exitosos del oriente del imperio se integra-
ran al ordo, especialmente los miembros más ricos de los órdenes curiales de las
grandes ciudades de esa región. Constancio II concedió a los senadores cons-
tantinopolitanos el derecho a utilizar el título de vir clarissimus, equiparándolos de
esta forma con los miembros del senado romano14. La tradicional aristocracia
terrateniente senatorial se vio así complementada por nuevos miembros que, si
bien contaban con una estructura patrimonial semejante a la del grupo al que se
integraban, le dieron al ordo un aspecto mucho más heterogéneo, especialmente
en lo que se refiere al origen geográfico y social de sus miembros, pero también
a su actividad y cultura.
11 A. D. LEE, “The Army”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late
15 Sobre este tema todavía son valiosos los análisis de O. HIRSCHFELD, “Die Rangtitel der romischen Kaiserzeit”,
Sitzungsberichte der Berliner Akademie, 1901, pp. 569–610 y J. B. BURY, History of the Later Roman Empire, Nueva York,
Dover, 1923, p. 34.
16 El título puede verse en su forma completa en ILS 1213, una inscripción de C. Ceionius Rufius Volusianus.
17 Las estimaciones varían, pero es probable que en el curso del siglo IV llegara a los 6.000 miembros, véase P.
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HEATHER, “Senators and Senates”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The
Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 184-210.
18 Sobre el senado en el siglo IV véase P. HEATHER, op. cit., pp. 184-210.
19 Sobre este grupo véase J. MATTHEWS, Western Aristocracies and Imperial Court A.D 364-425, Oxford, Oxford
University Press, 1990, pp. 1-31. Véase también A. MARCONE, “Late Roman Social Relations”, en A. Cameron y P.
Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press,
1998, pp. 354-356.
20 Euseb. Vit. Const. 4.24.
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tiva del nuevo estatus social de los obispos y del alto clero durante el siglo IV.
La figura de san Ambrosio, hijo de un prefecto del pretorio y consularis Aemiliae
hasta su designación como obispo de Milán, es paradigmática de este proceso
de integración y, asimismo, del nuevo papel de liderazgo político y civil accesible
a los obispos (véase infra la sección 4.3).
El orden ecuestre, el tradicional segundo grupo de estatus dentro de la socie-
dad romana, perdió mucho de su prestigio al quedar privado de sus miembros
más distinguidos, que pasaron a engrosar las filas de la nueva elite estatal.
Metafóricamente, podría hablarse casi de una fractura del ordo, mediante la cual
un sector pasaría a integrarse al nuevo y ampliado orden senatorial y otro a formar
parte de los órdenes curiales21. Aquellos de sus miembros que no lograron inte-
grarse en la burocracia y el ejército perdieron gradualmente los privilegios asocia-
dos tradicionalmente con el estatus de eques Romanus. Como curiales, se vieron
afectados por una legislación cada vez más represiva que enfocaba a sus propie-
dades como fuente de recursos fiscales para el Estado. El orden ecuestre perdió,
en este contexto, toda relevancia y, si bien no fue formalmente suprimido, dejó en
la práctica de existir. Aquellos funcionarios y oficiales de menor jerarquía, cuya
posición no les concedía un estatus senatorial, fueron identificados con grupos de
status específicos que reemplazaron la vieja dignidad ecuestre, se trata de los ya
mencionados perfectissimi y egregii. De esta forma, una nueva estructura estamental
se superpuso a la tradicional e hizo que ésta se tornara intrascendente.
Mientras que el nuevo orden senatorial concentraba crecientes privilegios lega-
les y económicos, la mayoría de los restantes grupos sociales eran gravados y con-
trolados más estrictamente por el Estado. Los curiales constituyen un ejemplo
emblemático. Los consejos de magistrados de las ciudades habían constituido,
durante el Principado, uno de los pilares sobre los que se apoyaba el Imperio
Romano. Integrados al grupo rector del Estado, habían participado entonces en
los beneficios de la pax romana y habían contribuido libremente a financiar nume-
rosas actividades y construcciones locales. Desde la crisis del siglo III, esa situa-
ción comenzó a modificarse drásticamente. Por una parte, las crecientes necesi-
dades del reformado Estado tardorromano y de sus ampliadas burocracia y fuer-
zas militares llevaron a una creciente exigencia de contribuciones económicas por
parte de los curiales, que no podían ya quedar sujetas a la libre voluntad de los
contribuyentes, sino que adoptaron un carácter regular y obligatorio22. Por otra
Véase, en líneas generales, F. MILLAR, “Empire and City, Augustus to Julian: Obligations, Excuses and Status”,
22
26 M. ROSTOVTZEFF, The Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford, Oxford University Press, 1926, pp.
502-41.
27 Véase una reseña sobre algunos de los trabajos más significativos en A. L. SCHACHNER, “Social Life in Late
Antiquity. A Bibliographic Essay”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late
Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 44-46.
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V. Los miembros más distinguidos de las curias de las grandes ciudades del impe-
rio, especialmente en el oriente griego, conservaron un importante nivel de pros-
peridad a pesar del cambio en las condiciones generales que afectaban su posi-
ción. Ello es visible en la creciente relevancia legal que adquiere en el siglo IV una
distinción interna al orden curial, la de los principales, los miembros más prestigio-
sos del consejo de una ciudad. Los principales serán reconocidos por diversas leyes
como un grupo específico con privilegios y derechos que los diferencian de los
restantes integrantes del orden. Una vez más, se reconoce aquí la tendencia típica
del período a la multiplicación de los subgrupos de estatus.
La tendencia a la nivelación y empobrecimiento de los estratos inferiores
urbanos y rurales de la sociedad romana se mantuvo durante el siglo IV. Las
investigaciones de las últimas décadas han, sin embargo, relativizado con razón
el excesivo énfasis de la historiografía tradicional en la decadencia económica
del período y en sus supuestamente desoladoras consecuencias sociales. Los
efectos de la tendencia al empobrecimiento no deben, en efecto, ser exagerados,
este proceso nunca alcanzó a homogeneizar a los estratos inferiores: la hetero-
geneidad económica y social de estos grupos persistió, aunque disminuida, en
todas partes. Los sectores campesinos se encontraron, ciertamente, entre los
más afectados por las incursiones bárbaras, las operaciones militares y la cre-
ciente presión fiscal. A esta última se sumaban las exigencias ilegales de los fun-
cionarios y las exacciones de los terratenientes. Las crecientes ataduras legales
con que el Estado intentaba garantizar la producción y las medidas coercitivas
de los grandes propietarios para conservar su fuerza de trabajo hicieron perder
importancia a las distinciones tradicionales entre esclavos y campesinos libres.
Ello es claramente visible en la extensa legislación imperial sobre los coloni, tra-
dicionalmente arrendatarios libres pero, desde el punto de vista legal, cada vez
más dependientes de sus señores en condiciones casi serviles. El sombrío pano-
rama trazado por los textos jurídicos debe, sin embargo, ser contrastado con
información proveniente de otras fuentes. Investigaciones arqueológicas reve-
lan, por ejemplo, que el pequeño campesinado siguió siendo próspero en
muchas regiones y que la situación de los coloni podía ser muy variada, incluyen-
do a algunos trabajadores rurales relativamente acomodados, especialmente
aquellos que arrendaban parcelas de los dominios imperiales28.
28 P. VAN OSSEL, “Rural Impoverishment in Northern Gaul at the End of Antiquity: The Contribution of
Arquaeology”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill,
2006, pp. 533-565.
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29 Véase por ejemplo E. ZANINI, “Artisans and Traders in the Early Byzantine City: Exploring the Limits of
Archaeological Evidence”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), op. cit., pp. 373-411.
30 Véase S. ELLIS, “Middle Class Houses in Late Antiquity”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), op.
4.1. La burocracia
Como se señaló, dos de los ejes de las reformas del Estado romano introdu-
cidas en el siglo III fueron la ampliación y profesionalización de la burocracia
imperial. El continuo incremento en el número de posiciones que debían ser
cubiertas ofreció amplias oportunidades para la integración de nuevos sectores
sociales a la capa rectora del imperio. El servicio en la administración permitió,
de esta forma, el avance social de muchos individuos que no pertenecían a las
elites tradicionales. A pesar de que una tendencia hacia la herencia del rango se
consolidó rápidamente también entre los funcionarios, siempre quedaban plazas
libres que permitían a individuos de sectores medios iniciar una carrera ascen-
dente hacia importantes privilegios y recompensas.
La Notitia Dignitatum es una fuente de crucial importancia para conocer la
estructura formal de la administración del Estado romano. Se trata de un listado
general de todos los cargos, departamentos y unidades (incluidas las militares)
que recopila la información tanto de la mitad occidental como de la oriental a
fines del siglo IV y principios del V. El texto está acompañado de detalladas ilus-
traciones que indican, entre otras cosas, también las insignias y símbolos de esta-
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Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 165.
35 Al respecto véase R. MACMULLEN, “Roman Burocratese”, en R. MacMullen (ed.), Changes in the Roman Empire.
Essays in the Ordinary, Princeton, Princeton University Press, 1990, pp. 67-77.
36 Sobre este punto véase Ch. KELLY, Ruling the Later Roman Empire, Cambridge Ma., Harvard University Press,
37 Ibidem, p. 28.
38 Véase por ej. C.Th. 6.27.14 = CJ 12.20.1.
39 Véase CH. KELLY, op. cit., pp. 43-51.
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4.2. El ejército
El ejército tardorromano compartía con la burocracia muchas características
comunes. Recordemos que, como se señaló, la estructura jerárquica de esta últi-
ma seguía el modelo general del primero. Las semejanzas más importantes tenían
que ver con la estructura piramidal de ambas organizaciones y con las grandes
diferencias de estatus que eran posibles entre sus integrantes. El ejército no era,
40 ILS 738.
41 Lib., Or., 42.24-25.
42 Sobre Flavio Filipo véase en general: Lib., Or., 42 y 72; ZÓSIMO, Historia Nova, ii.46.2-4. Véase también L. J. SWIFT
y J. H. OLIVER, “Constantius II on Flavius Philippus”, AJPh 83, 1962, pp. 247-264; T. D. BARNES, “Praetorian
Prefects, 337-361”, ZPE 94, 1992, pp. 249-260; J. Morris, A. H. M. Jones y J. R. Martindale (eds.), The Prosopography
of the later Roman Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 696-697.
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sin embargo, como la burocracia, un cuerpo reducido con una identidad propia
bien definida. En el siglo IV contaba con unos 500.000 efectivos distribuidos en
pequeñas unidades por todo el territorio imperial43. El peso del ejército dentro
del Estado era, en consecuencia, mucho mayor y su papel como instrumento de
defensa y coerción interna era central para que el ocupante del trono pudiera
preservar el poder44. Las fuerzas armadas representaban, además, el componen-
te más significativo dentro del presupuesto imperial y eran, de hecho, una fuerza
económica de gran magnitud. Desde el punto de vista de la movilidad social, el
ejército era un canal de ascenso todavía más importante que la burocracia. En
primer lugar, los soldados no eran reclutados mayoritariamente de estratos
medios y altos, como los funcionarios, sino que provenían generalmente de sec-
tores rurales de regiones periféricas del imperio o, incluso, de más allá de sus
fronteras. Este reclutamiento “externo” fue un fenómeno cada vez más fre-
cuente a lo largo del siglo IV y llegó a su máxima expresión en el V. Este proceso
es designado habitualmente, en forma poco feliz, como “barbarización”45. Por
sus grandes números, el ejército era, además, la vía de ascenso menos exclusiva
de la sociedad tardorromana.
Durante el Principado, un soldado podía ascender hasta el grado de centurión
y, en ocasiones excepcionales, adquirir el rango ecuestre, pero, salvo raras excep-
ciones, su carrera nunca podía llegar hacia puestos de comando, porque éstos
eran un monopolio del orden senatorial. La ya mencionada separación de los
senadores de los puestos de comando introducida por Galieno generó nuevas
posibilidades para las carreras militares. La desaparición de los legados senatoria-
les dio origen a una serie de comandos ecuestres a los que los soldados de las filas
podían, por lo menos, aspirar. La carrera militar se redefinió entonces en térmi-
nos más profesionales: la capacidad individual y la antigüedad eran, por lo menos
en la teoría, los principios en base a los cuales se concedían los ascensos. El
hecho de que se tratara de criterios independientes de la posición social del indi-
viduo abría importantes posibilidades de ascenso para soldados provenientes de
43 Véase H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), The Cambridge History of Greek
and Roman Warfare, Vol. II Rome from the Late Republic to the Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2007,
pp. 284ss.
44 A. D. LEE, “Warfare and the State”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), op. cit., pp. 379-423.
45 A. D. LEE, “The Army”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late
Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 223. El proceso es frecuentemente asociado a una disminu-
ción en la capacidad efectiva del ejército en el combate de las incursiones germanas, véase por ejemplo J. H. W. G.
LIEBESCHUETZ, Barbarians and Bishops: Army, Church and State in the Age of Arcadius and Chrysostom, Oxford, Oxford
University Press, 1990, pp. 52-53. Para un análisis crítico sobre el nivel de “barbarización” del ejército romano, véase
H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), The Cambridge History of Greek and Roman
Warfare, Vol. II Rome from the Late Republic to the Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pp. 280-281.
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46 R. GROSSE, Römische Militärgeschichte von Gallienus bis zum Beginn der Byzantinischen Themenverfassung, Berlín,
49 Los cambios en la estructura del ejército en este período son muy complejos y no es posible tratarlos aquí en
profundidad, al respecto véase el análisis de H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby
(eds.), op. cit., pp. 272-278.
50 Véase R. DUNCAN-JONES, “Pay and numbers in Diocletian’s army”, Chiron 8, 1978, pp. 549-51.
51 Véase, por ejemplo, A. E. R. BOAK, Manpower Shortage and the Fall of the Roman Empire, Ann Arbor, Michigan
indeseable, antes que como resultado de un problema general del ejército para
obtener reclutas.
En el otro extremo de la pirámide, la eliminación de las responsabilidades mili-
tares de los prefectos del pretorio y la creación de los grandes comandos regio-
nales (comites rei militaris, magister equitum, magister militum) dio origen a una nueva
aristocracia militar con acceso a los más importantes beneficios, privilegios y sím-
bolos de estatus de la sociedad romana, equiparables a aquellos de los máximos
funcionarios en el entorno del emperador. Los grandes comandantes del último
tercio del siglo IV y del siglo V adquirieron gran peso político en la corte imperial
y eran considerados, después del soberano, entre los personajes más prominentes
del Imperio. Ante gobernantes débiles, los comandantes podían incluso asumir
una posición de hegemonía sobre la totalidad del aparato estatal; el ejemplo más
conocido es el de Estilicón, pero se trata sólo del más prominente de toda una
serie de “señores de la guerra” romano-germánicos en este período.
La figura de Estilicón ilustra, en otro sentido, las posibilidades ofrecidas por el
ejército a individuos con capacidad militar y olfato político. A pesar de su origen
mixto, de padre vándalo y madre romana, y de su confesión arriana, Estilicón
logró ascender desde las filas al ser reconocido por Teodosio su talento y capa-
cidad. Tras desempeñar varias misiones importantes, Estilicón fue incluido, por
su matrimonio con la sobrina e hija adoptiva del soberano, en la familia imperial,
lo que lo colocaba en posición de aspirar al trono para él o para sus descendien-
tes. Tras la muerte de Teodosio, Estilicón, como regente del emperador niño
Honorio, ejerció de hecho el poder efectivo en el imperio occidental. La sucesión
de carreras similares de otros militares de origen germánico señala claramente el
papel continuado del ejército como vía de movilidad social54.
La espectacular carrera de Estilicón no puede, ciertamente, considerarse
representativa. Disponemos, sin embargo, de informaciones sobre otras trayec-
torias de ascenso más ilustrativas de las posibilidades disponibles para soldados
con las habilidades requeridas. Una inscripción nos permite reconstruir la carre-
ra de Valerius Thiumpus, fallecido a los 45 años de edad. Tras haber sido enlistado
como simple soldado en la legión XI Claudia, sirvió después como lanciarius
entre los comitatenses, para alcanzar luego el rango de protector y ser finalmente
ascendido a comandante de la legión II Herculia55.
4.3. La Iglesia
La Iglesia constituyó otra importante vía de ascenso en este período56. La
conversión de Constantino alteró en forma revolucionaria la posición social de
los miembros del clero. Éste pasó en poco tiempo de ser un grupo perseguido
o, por lo menos, tolerado con desconfianza, a ser uno de los destinatarios privi-
legiados del favor y el patronazgo imperial. Dentro del clero, el cambio más
radical fue el de la pequeña jerarquía dirigente, los obispos, que asumieron nue-
vas responsabilidades y un papel político de gran relevancia. Esta rápida conver-
gencia entre Estado e Iglesia fue puesta en relieve con gran fuerza simbólica por
el Concilio de Nicea del año 32558. Poco más de una década después de la con-
versión de Constantino, la unidad del Cristianismo ya se había transformado en
un objetivo central del poder imperial. Los instrumentos para alcanzar esa uni-
dad eran los obispos reunidos en torno al soberano, quienes pasaban a asumir
con él, a partir de ese momento, una relación cercana a la de sus funcionarios y
cortesanos, con todo el prestigio y beneficios que esa cercanía implicaba. Los
puestos jerárquicos dentro de la Iglesia conformaron entonces una nueva elite
imperial, estrechamente ligada con el Estado pero también con ciertos márge-
nes de autonomía. En este contexto, el significado social del obispado cambió
radicalmente, ahora podía constituir la culminación de un ascenso social suma-
mente exitoso, y garantizar el acceso a importantes beneficios, distinciones y pri-
vilegios asociados tradicionalmente con la pertenencia a la elite.
Aun antes de que el Cristianismo se convirtiera en la religión oficial del
Imperio, el personal eclesiástico se encontraba, al igual que la Iglesia misma, en
continua expansión, llegando a conformarse una verdadera carrera con puestos
definidos y una clara estructura interna. Durante el siglo III, como demostró G.
Schöllgen, se inició un proceso de profesionalización, al estipularse que el clero
debía ser mantenido por la Iglesia, transformándose de esta forma en una pro-
fesión. Estos procesos se aceleraron fuertemente después de Nicea, especial-
mente en las provincias occidentales, donde el desarrollo de la Iglesia era mucho
menor que en el Oriente, cuya tradición era mucho más larga y se remontaba a
la época apostólica. El número de sillas episcopales crecía en forma constante,
si bien su distribución geográfica seguía siendo muy desigual. Para el siglo V,
toda ciudad mediana del Imperio contaba con su propio obispo y también había
Véase A. MARCONE, op. cit., p. 365.
56
Sobre el concilio de Nicea véase, en líneas generals, M. EDWARDS, “The Council of Nicaea”, en M. Mitchell y F.
57
Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press,
2006, pp. 552-567.
58 G. SCHÖLLGEN, Die Anfänge der Professionalisierung des Klerus und das kirchliche Amt in der syrischen Didaskalie, JAC
59 W. ECK, “Der Einfluß der konstantinischen Wende auf die Auswahl der Bischöfe im 4. Und 5. Jahrhundert”,
The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 240-250
y R. VAN DAM, “Bishops and Society”, en M. Mitchell y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I
Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 250-257.
61 27.3.14.
62 C. Ioh. Hier. viii.
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Este nivel de vida sólo estaba, sin embargo, al alcance de los obispos de las
ciudades más grandes y prósperas, la mayoría de los prelados de los pequeños
centros urbanos que eran la norma en el imperio contaban con medios muchos
más modestos a su alcance. Aun así, es posible afirmar que los obispos se
encontraban, en la mayoría de los casos, en condiciones semejantes o superiores
a los de las elites locales en su ámbito de acción. Como custodios de la riqueza
y las propiedades de la Iglesia y, por lo tanto, como los principales proveedores
de asistencia para los pobres, los obispos fueron rápidamente asimilados al rol
de los magnates urbanos que tradicionalmente habían monopolizado el patro-
nazgo cívico. A pesar de los esfuerzos de algunos obispos por preservar el
carácter ascético y místico de su posición, la transformación de la jerarquía epis-
copal en un foco de liderazgo político, económico y cultural en los ámbitos local
y regional fue inevitable. La presencia de la Iglesia era, en efecto, mucho más
cercana que la del mismo Estado imperial. Sólo en las ciudades que contaban
con grandes reparticiones militares o administrativas podía el número de fun-
cionarios públicos superar el de los miembros del clero local.
La Iglesia representaba, en cierta forma, un Estado dentro del Estado, y el
clero era su burocracia. De hecho, éste guardaba importantes semejanzas en su
organización con aquélla de la administración imperial. En primer lugar, presen-
taba una estructura piramidal bien definida y altamente jerárquica. En segundo,
podían existir grandes diferencias internas en el estatus de sus miembros. Los
escalones más bajos del clero eran reclutados predominantemente entre los
estratos inferiores y no garantizaban inmunidad frente a los castigos corporales
y la tortura en procesos judiciales, lo que era una señal clara de su bajo estatus63.
Sólo estaban exentos del impuesto a las actividades comerciales (collatio lustralis),
en la expectativa de que la mayoría de los que ocupaban estas posiciones segui-
rían manteniendo su antigua profesión como ingreso paralelo a su actividad reli-
giosa. Los beneficios eran mucho mayores para aquellos que alcanzaban el nivel
de diáconos y sacerdotes, pues ello implicaba la inmunidad frente a todo tipo de
cargas curiales. Eso hacía estas posiciones muy atractivas como una de las vías
para la ya mencionada “fuga de curiales”, por lo que el Estado debió intervenir
intentando, a todas luces con poco éxito, limitar ese aprovechamiento de los car-
gos eclesiásticos64. Las frecuentes repeticiones de estas medidas son un indicio
de que los estratos medios y las elites urbanas eran el campo de reclutamiento
Cod. Theod. 11.39.10, 386.
63
Véase por ej. Cod. Theod. 12.1.49. Al respecto véase también R. VAN DAM, “Bishops and Society”, en M. Mitchell
64
y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University
Press, 2006, p. 346.
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más importante del clero65. A partir de la segunda mitad del siglo IV, la Iglesia
se transformó para esos sectores sociales en una alternativa atractiva al servicio
en el Estado, pues permitía el acceso a posiciones de poder y relevancia pública
semejantes a las que se asociaban tradicionalmente con la pertenencia a la elite.
En el siglo V, el debilitamiento del Estado en el Occidente del Imperio haría que
la opción por la carrera eclesiástica se volviera todavía más atractiva, incluso
para miembros de familias senatoriales131. Se conocen numerosos ejemplos de
individuos de familias con una larga y distinguida trayectoria de servicio público
que, dejando de lado esa tradición, se integraron a la jerarquía eclesiástica. Los
casos más notorios son, sin duda, Ambrosio de Milán y Juan Crisóstomo67.
Al igual que en la burocracia y el ejército, las relaciones personales y la riqueza
eran factores claves para el progreso dentro de la jerarquía eclesiástica68. Se
conoce la existencia de varias “familias episcopales”, que ilustran claramente la
importancia de este tipo de conexiones. Normalmente, se esperaba que quienes
accedieran a la silla episcopal hubieran cubierto antes las posiciones inferiores
de la jerarquía eclesiástica, pero la promoción acelerada (per saltum) en caso de
figuras notables era, en muchos casos, una exigencia misma de los fieles, como
ocurrió con Ambrosio en Milán, que fue bautizado y transitó por todos los car-
gos hasta llegar a obispo en el transcurso de una semana69. A pesar de las ven-
tajas derivadas de una posición social elevada, son muchos los ejemplos cono-
cidos de individuos procedentes de los estratos medios que pudieron alcanzar
posiciones prominentes en la Iglesia, baste mencionar sólo a Agustín de Hipona
o al papa Dámaso, quien provenía de una familia del bajo clero. La información
proporcionada por los relevamientos prosopográficos realizados para algunas
regiones del imperio indica que la mayoría de los obispos provenían de familias
curiales70. No obstante, existe información abundante sobre personas de baja
condición social que lograron acceder al episcopado. Alejandro de Comana, por
ejemplo, era un carbonero, mientras que Jorge, el obispo arriano de Alejandría,
nació en la tienda de un batanero. Spyridon Trimithous era un pastor, y Zenón
65 A. H. M. JONES, The later Roman Empire, 923-4: “The great majority of the higher clergy, the urban deacons and
priests and the bishops, were drawn from the middle classes, professional men, officials, and above all curiales.”
66 C. RAPP, Holy Bishops in Late Antiquity. The Nature of Christian Leadership in an Age of Transition, Berkeley, 2005, pp.
188-195.
67 Sobre Juan Crisóstomo véase J. N. D. KELLY, Golden Mouth. The Story of John Chrysostom, Ithaca (New York),
69 PAULINUS, Vita sancti Ambrosii, 9. Véase también PLRE 1.52 “Ambrosius 3”. Para un análisis detallado véase N.
MCLYNN, Ambrose of Milan. Church and Court in a Christian Capital, Berkeley, University of California Press, 1994, pp.
1-53.
70 C. RAPP, op. cit., pp. 183-188.
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73 Sobre este proceso véase R. W. MATHISEN, Roman Aristocrats in Barbarian Gaul: Strategies for Survival in an Age of
La consolidación del nuevo orden social surgido de la crisis del siglo III impli-
có una disminución en el nivel de movilidad. La acción del Estado cumplió en
ello un papel importante, al intentar fijar el carácter hereditario de la pertenencia
a diversos órdenes y grupos de estatus. El resultado de la legislación imperial no
fue, sin embargo, tanto una verdadera restricción de las posibilidades de ascenso
como una concentración de las mismas en algunas vías específicas que, como se
señaló, por sus peculiares características, no se vieron afectadas en forma signifi-
cativa por las medidas de restricción impuestas por el Estado. En consecuencia,
la mayoría de las trayectorias ascendentes se canalizaron, durante el siglo IV, en
torno a tres instituciones, la burocracia, el ejército y la Iglesia.
La existencia de un importante nivel de movilidad social a través de estos
canales es indiscutible. Más problemático es, sin embargo, determinar los facto-
res que permitían a algunos individuos aprovechar esas vías de ascenso para
alcanzar un estatus superior al de sus antepasados. La educación literaria cons-
tituía una condición casi imprescindible para una movilidad ascendente a través
de todos estos canales y ha sido identificada como uno de los factores clave en
muchos ejemplos de ascenso social acelerado de este período74. Este papel de la
educación hacía que la misma actuara, de hecho, como un limitador de las posi-
bilidades de ascenso de individuos de los estratos inferiores, dado que acceder a
una educación literaria completa implicaba disponer de medios económicos sig-
nificativos durante la niñez y la adolescencia. La educación fijaba, sin embargo,
un límite sólo para la movilidad intrageneracional, no para la intergeneracional.
Es decir, que el éxito económico podía permitir a un individuo de los sectores
bajos reunir los recursos para invertir en la educación de sus hijos y garantizar
un mayor ascenso para la próxima generación.
Sin duda, el dominio de la tradición literaria era un requisito ineludible para
cualquier individuo que quisiera desenvolverse en la elite senatorial y burocrática
del imperio. Sólo en el ámbito de la elite militar —compuesta en buena medida
por generales procedentes de provincias periféricas o, incluso, de origen bárba-
ro— su importancia era menor. En el resto de la elite, operaba como un criterio
central de pertenencia. Como lo revela claramente un pasaje de Amiano
Marcellino, no ser versado en cuestiones literarias era visto, en un senador, como
un defecto75. El prestigio de la cultura literaria no significaba, sin embargo, un
74 Sobre la importancia social de la educación en este período véase R. CRIBIORE, “The Value of a Good
Education: Libanius and Public Authority”, en Ph. Rosseau (ed.), The Blackwell Companion to Late Antiquity, Oxford,
Blackwell, 2009, pp. 233-245.
75 Amm. 14.6.1.
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ascenso social inmediato para todos aquellos que la dominaran, como lo demues-
tra la ambigua posición social de los gramáticos en la Antigüedad Tardía76.
Más allá del papel innegable de la educación, el ascenso social de un individuo
era el resultado de una multiplicidad de factores. Talento y formación eran un
excelente punto de partida y los recursos económicos una gran ayuda pero, en
una sociedad estructurada en torno a los lazos de interdependencia y patronaz-
go, el establecer relaciones sociales con miembros de la elite era el factor deter-
minante. De allí la centralidad de las instituciones identificadas como canales de
movilidad social en este período. En ellas, individuos de los estratos inferiores y
medios entraban en contacto directo con miembros de la elite. Esas relaciones
se encontraban mediatizadas por los códigos culturales de la pertenencia común
a esa institución, lo que hacía posible el establecimiento de lazos de patronazgo
diferentes de los existentes fuera de ese contexto.
En el siglo V, la gradual disgregación del Imperio Romano de Occidente sig-
nificó la desaparición del ejército y la burocracia como canales efectivos de
movilidad. La Iglesia persistió, pero en muchas regiones se transformó en un
refugio de las aristocracias provinciales, que pasaron a monopolizar las posicio-
nes dentro del alto clero, disminuyendo las posibilidades de ascenso de indivi-
duos de otros estratos sociales. En el Imperio Oriental, a pesar de una crisis que
puso en riesgo la supervivencia misma del Estado, estos canales de movilidad
social continuarían operando por toda la Antigüedad Tardía.
76 R. KASTER, Guardians of Language. The Grammarian and Society in Late Antiquity, Berkeley, University of California
Press, 1997.