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Cuestiones de

Historia Medieval

Volumen 1
GERARDO RODRÍGUEZ
Director

SILVIA ARROÑADA
CECILIA BAHR
MARIANA ZAPATERO
Editoras

Cuestiones de
Historia Medieval

Volumen 1

Facultad de Filosofía y Letras


Departamento de Historia
Cuestiones de historia medieval / Gerardo Rodriguez ... [et.al.] ; dirigido por Gerardo
Rodriguez. - 1a. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Selectus, 2011.
v. 1, 560 p. ; 23x16 cm.

ISBN 978-987-26952-2-4

1. Historia Medieval. I. Rodriguez, Gerardo. II. Rodriguez, Gerardo, dir.


CDD 909.07

Fecha de catalogación: 30/05/2011

© 2010 Facultad de Filosofía y Letras


Universidad Católica Argentina
depto_historia@uca.edu.ar

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Ilustración de tapa: Estampas medievales 1, de


MARITÉ SVAST

ISBN, vol. 1: 978-987-26952-2-4


ISBN, O. C.: 978-987-26952-0-0

Ediciones Selectus SRL, publica Cuestiones de Historia Medieval, vol. 1, en forma exclusiva para
el Departamento de Historia, de la Universidad Católica Argentina.

Ediciones Selectus SRL


Talcahuano 177, piso 2
Tel.: (54 11) 4381-8000
Buenos Aires - Argentina
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TÍTULO 5

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Rector
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de Filosofía y Letras

Decano
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Autoridades del
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Dr. Miguel Ángel De Marco

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6 AUTOR

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Instituto de Historia Argentina y Americana

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Mag. María Fernanda de la Rosa

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Instituto de Historia de España

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Centro de Historia del Antiguo Oriente

Directora
Dra. Roxana Flammini

Secretario
Pbro. Lic. Santiago Rostom Maderna

Facultad de Filosofía y Letras. Departamento de Historia


Av. Alicia Moreau de Justo 1500
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
depto_historia@uca.edu.ar
TÍTULO 7

Índice

Cuestiones de historia medieval: miradas latinoamericanas actuales de


la Edad Media, GERARDO RODRÍGUEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
La Edad Media: periodizaciones y valoraciones posibles, ALBERTO
ASLA, JORGE ESTRELLA, GERARDO RODRÍGUEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
La “Larga Edad Media”, reflexiones y problemática, MARÍA
FILOMENA COELHO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
La Edad Media en la Web, ALBERTO ASLA, RUBÉN BEVILACQUA . . . . . 43
Movilidad social en el Imperio Romano Tardío, DARÍO N. SÁNCHEZ
VENDRAMINI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Tardía Antigüedad: Registros literarios de sucesos históricos, RUBÉN
FLORIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
El mundo germánico, particularidades y paralelismos, MARÍA LUJÁN
DÍAZ DUCKWEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Épica latina medieval. Panorama introductorio, RUBÉN FLORIO . . . . . . 151
La transmisión de la cultura latina en el siglo VI: Anicio Manlio
Severino Boecio, CLAUDIO CALABRESE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
“Público” e “privado” nos textos jurídicos francos, MARCELO
CÂNDIDO DA SILVA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
As limitações do poder régio no reino hispano-visigodo de Toledo
(séculos VI-VII), RENAN FRIGHETTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
O Homem entre as duas cidades: Isidoro de Sevilha, Etimologias, livro
XI, RUY ANDRADE DE OLIVEIRA FILHO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Herejías y controversias teológicas en el período carolingio (750-920),
ALFONSO HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269
8 ÍANDICE
UTOR

Ideología y mentalidad restauracionista en la documentación eclesiás-


tica del reino leonés del siglo X: una propuesta de análisis, MARTÍN
F. RÍOS SALOMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295
Córdoba: la joya que brilló en Occidente, DIEGO MELO CARRASCO . . 309
La aristocracia bizantina durante los siglos X y XI, VICTORIA
CASAMIQUELA GERHOLD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327
Una relectura crítica acerca de la tradición en el Decretum de Burchard
de Worms, ANDREA VANINA NEYRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369
Las Cruzadas, 1095-1291, AURELIO PASTORI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 393
El poder de los Papas medievales. Cambios y permanencias, LUIS
ROJAS DONAT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 431
El mundo escandinavo durante la Edad Media: itinerarios desde
Europa a Norteamérica. (Siglos IX-XV), NELLY EGGER DE IÖLSTER . 469
Escritoras medievales, ANA BASARTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 501
El poder de la imagen o la imagen del poder. Un acercamiento a la
cuestión del ícono, JORGE RIGUEIRO GARCÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 523
Representaciones de los viajes de la Sagrada Familia (siglos V-XV),
PATRICIA GRAU-DIECKMANN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 561
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Movilidad social en el Imperio Romano Tardío

DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI


Universidad Nacional de Córdoba

1. Introducción
La existencia de grandes diferencias sociales caracterizó a todos los períodos
de la historia romana. Todo parece indicar, sin embargo, que la estratificación
alcanzó en la Antigüedad Tardía un nivel extremo, superior al de épocas ante-
riores. La crisis del siglo III dio origen a una sociedad aún más polarizada que
la del Principado, en la que las tensiones y la erupción de conflictos violentos se
volvieron mucho más frecuentes. El reformado Estado Romano Tardío preten-
dió intervenir en el orden social para preservar ciertas estructuras que servían a
sus intereses y, sobre todo, garantizar la existencia de los grupos que constituían
el núcleo de su base fiscal. Resultado de este esfuerzo fue la gran masa de legis-
lación que intentaba, por distintos medios, fijar el carácter hereditario de la per-
tenencia a ciertos grupos, como los coloni y curiales, por mencionar sólo a los
ejemplos más destacados.
Hasta mediados del siglo XX, la historiografía concibió al Bajo Imperio
Romano como un Estado autoritario que mantenía, con una legislación altamen-
te represiva, un orden social casi inmóvil, cercano a lo que podría definirse como
un “sistema de castas”1. Las investigaciones de las últimas décadas han, sin
embargo, relativizado esta caracterización2. Sin duda, la sociedad del Imperio

1 Véase por ejemplo O. SEECK, Geschichte des Untergangs der Antiken Welt, vol. II., Berlín, Klett, 1901, p. 301 y A.

ALFÖLDI, A Conflict of Ideas in the Later Roman Empire, Oxford, Clarendon Press, 1952, p. 28.
2 Véase por ejemplo R. MACMULLEN, “Social Mobility and the Theodosian Code”, JRS 54, 1964, pp. 49-53; A. H.

M. JONES, “The Caste System in the Later Roman Empire”, Eirene, 8, 1970, pp. 79-96; A. CAMERON, The Mediterranean
World in Late Antiquity 395-600, Londres, Routledge, 1993, pp. 81-103 y A. DEMANDT, Geschichte der Spätantike, Munich,
Beck, 1998, pp. 241-245. Véase también A. MARCONE, “Late Roman Social Relations”, en A. Cameron y P. Garnsey
(eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 338
y ss.
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58 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

Tardío presentaba una compleja y muy jerarquizada estructura en la que el


Estado definía legalmente una gran variedad de grupos y subgrupos de estatus
con características y prerrogativas precisas, limitando, en teoría, las posibilidades
de movimiento entre ellos. La movilidad social fue, sin embargo, en este período,
una realidad inocultable, resultado muchas veces de la acción misma del Estado.
Tanto el ascenso como, sobre todo, el descenso social de individuos y grupos
son fenómenos que el historiador puede asir sólo con dificultad, particularmen-
te en lo que se refiere al mundo antiguo, para el que no se dispone de ningún
tipo de informaciones susceptibles de ser cuantificadas. Las fuentes del período
sólo permiten trazar panoramas generales e impresionistas sobre las tendencias
de cambio de la estructura social y ponen estrechos límites a la capacidad del
investigador para precisar los detalles de ciertos fenómenos. Conocemos las bio-
grafías de muchos individuos de este período, pero los datos disponibles son en
la gran mayoría de los casos fragmentarios y ambiguos. Las carreras que cono-
cemos mejor han dejado más vestigios por ser excepcionales y es discutible en
qué medida puedan ser la base para conclusiones de alcance general.
A pesar de estas limitaciones, las investigaciones de las últimas décadas han
trazado un panorama amplio sobre la historia social de la Antigüedad Tardía y
corregido muchos énfasis equivocados de la historiografía tradicional, resultado,
en parte, del excesivo peso que la misma otorgaba a las fuentes jurídicas3. El
objetivo de este trabajo es presentar una revisión crítica de ese panorama gene-
ral y prestar atención a algunos aspectos particulares que han recibido menos
atención, especialmente, los mecanismos mediante los cuales operaba la movili-
dad social. En efecto, más allá de constatar la presencia de un importante grado
de movilidad, la historiografía no ha profundizado sobre los procesos mediante
los cuales individuos o grupos veían alterada su posición.
Como punto de partida, es necesario distinguir dos grandes tipos de movili-
dad, diferentes desde el punto de vista de los mecanismos sociales que están en
su base. Por una parte, es posible identificar lo que podría denominarse como
“movilidad estructural”, es decir, el desplazamiento de grupos sociales comple-
tos como resultado de un cambio en los fundamentos de la estratificación. El
Imperio Romano Tardío se caracterizó, como veremos, por un alto grado de
este tipo de movilidad, ya que el orden social heredado del Principado tuvo que
adaptarse a las nuevas realidades generadas por la crisis del siglo III. En segundo
3 Para un brillante y breve panorama sobre la investigación de las últimas décadas sobre este tema véase P. BROWN,

“The Study of Elites in Late Antiquity”, Arethusa 33.3, 2000, pp. 321-346. Un análisis bibliográfico detallado en A.
L. Schachner, “Social Life in Late Antiquity. A Bibliographic Essay”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado
(eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 41-93.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 59

lugar, existen amplias evidencias de movilidad individual durante el período, es


decir, del cambio relativo en la posición de una persona en el espacio social con
respecto a su posición de origen o estatus familiar. Estos dos tipos de movilidad
están, por supuesto, íntimamente relacionados, ya que el descenso relativo de un
grupo fomenta el desplazamiento de parte de sus integrantes hacia los sectores
que preservan o adquieren una posición superior en la jerarquía social. La
segunda y tercera sección del presente capítulo se concentran en el primer tipo
de movilidad, mientras que la cuarta analiza en detalle los canales de ascenso
individual en el período.
2. La crisis del siglo III y los orígenes del orden social tardorromano
La estructura social del Principado romano no pudo resistir los profundos
cambios generados por el complejo conjunto de procesos normalmente designa-
do en la historiografía como “crisis del siglo III”4. El retroceso demográfico ini-
ciado por el impacto recurrente de una serie de epidemias (la primera de ellas, la
célebre “plaga antoniniana” descrita por Galeno), el nuevo desafío militar plan-
teado por las cada vez más importantes incursiones germánicas y por el nuevo
imperio persa sasánida, la crisis económica y la caótica situación fiscal, fueron
factores que sacudieron los fundamentos del imperio e impulsaron una profunda
reforma del Estado y, con ella, una alteración de los principios de la estructura
social. Ese contexto ofreció inusitadas posibilidades de movilidad social, tanto
ascendente como descendente, a medida que los principios de la estratificación
se alteraban. En muchos sentidos, la crisis del siglo III aceleró las principales ten-
dencias de desarrollo que ya se podían reconocer durante el Alto Imperio. Una
de las más importantes fue la creación de una nueva “elite”, una aristocracia de
servicio ligada a las funciones administrativas y militares del Estado5.
Desde el establecimiento del régimen político centralizado del Principado por
Augusto, la vieja aristocracia republicana había iniciado su transformación, de
una clase dirigente, en una burocracia de funcionarios dependiente del poder
imperial. La expansión de la administración llevó ya durante el Alto Imperio a
la creación de un nuevo cuerpo de funcionarios ecuestres que, por su relación
4 La aplicabilidad del concepto de crisis al cambio estructural experimentado por el Imperio Romano en el siglo

III es rechazada en la historiografía reciente; para una defensa del concepto véase W. LIEBESCHUETZ, “Was there a
Crisis of the Third Century”, en O. Hekster et. al. (eds.), Crises of the Roman Empire (Impact of Empire 7), Leiden &
Boston, Brill, 2007, pp. 11-20.
5 Al respecto véase el brillante análisis de J. Matthews, “The Roman Empire and the Proliferation of Elites”,

Arethusa 33.3, 2000, pp. 429-446. Como señala este autor, el término “élite” tiene una naturaleza ambigua, aquí se uti-
liza exclusivamente para referirse a los nuevos grupos de estatus privilegiado que empiezan a surgir en el siglo III
pero que sólo son definidos legalmente en forma precisa en el siglo IV.
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60 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

directa con el emperador, gradualmente fue ocupando las posiciones clave den-
tro del Estado. Los nuevos desafíos a los que el Estado romano se vio enfren-
tado desde fines del siglo II revelaron la necesidad de continuar acrecentando la
capacidad de respuesta y ejecución de esa administración imperial.
Durante los reinados de Septimio Severo y sus sucesores, comenzaron a
hacerse claramente visibles las nuevas tendencias de desarrollo de la organiza-
ción estatal y del orden social romano. El creciente peso político del ejército y
las grandes recompensas económicas otorgadas a los soldados señalaban el ini-
cio de su transformación en un sector privilegiado de la sociedad. Septimio
Severo inició también el camino hacia la profesionalización de los oficiales mili-
tares, siendo el primero en otorgar comandos importantes a miembros del
orden ecuestre. La administración imperial fue ampliada considerablemente,
tanto para hacer frente a una complejización de las actividades tradicionales
como a nuevos desafíos6.
A lo largo de su carrera, los senadores del Principado habían normalmente
alternado entre puestos administrativos y militares, lo que hacía difícil una ver-
dadera especialización en esas funciones. Durante el siglo III, como consecuen-
cia de la crisis, el senado perdió en buena medida su participación en la dirección
del Estado. Los nuevos desafíos económicos y bélicos hacían necesario “profe-
sionalizar” muchas funciones dentro de la administración y del ejército que
antes habían sido desempeñadas rotativamente por una elite poco especializada
y, en cierta medida, “amateur”, los senadores. La situación forzó a dejar de lado
la tradición y a promover individuos de estratos inferiores hacia los puestos
directivos en virtud a su mérito y capacidad personal. El amateurismo fue des-
plazado y una nueva elite profesional asumió la conducción de las actividades
administrativas y militares. En el siglo III, esa nueva elite formó todavía parte
de un cada vez más extenso orden ecuestre.
Este proceso de profesionalización fue especialmente visible en el ejército,
donde un nuevo grupo de altos oficiales ecuestres asumió la dirección de las ope-
raciones militares. Durante el Principado, muchos de los comandos más impor-
tantes implicaban sólo desafíos moderados, pero en el siglo III la naturaleza de
las operaciones cambió radicalmente: ya no se trataba mayoritariamente del con-
trol de las fronteras, sino de campañas móviles contra incursiones enemigas den-
tro del territorio imperial. Este tipo de conflictos hacía necesario contar con ofi-
ciales altamente capacitados, dotados de habilidades tácticas y estratégicas a la
6 Véase E. LO CASCIO, “The Age of the Severans”, en A. K. Bowman, P. Garnsey y A. Cameron (eds.), The

Cambridge Ancient History – Vol. XII The Crisis of Empire A.D. 193-337, Cambridge, Cambridge University Press, 2005,
pp. 146-155.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 61

altura del desafío. Quienes reunían esos requisitos fueron promovidos hacia
puestos de mando sin importar su extracción social. Algunos de los emperadores
más capaces del siglo III, hombres como Aureliano, Probo o Diocleciano, llega-
rían al trono desde este nuevo grupo de oficiales de carrera a pesar de sus humil-
des orígenes. En el año 262, el emperador Galieno dispuso —en el contexto de
una reforma de emergencia de la organización y estrategia general del ejército
romano— que los comandos importantes y los gobiernos ligados a los mismos
no fuesen entregados, casi sin excepciones, más que a caballeros7, confirmando
lo que ya había sido una tendencia bajo sus predecesores8.
La supuesta animosidad de los emperadores contra el senado que los autores
antiguos vieron como la explicación para este gradual apartamiento de sus
miembros de los comandos del ejército debe, sin duda, ser rechazada. Durante
el siglo III no existía ya, como durante el Principado, una distinción tan clara
entre el senado y el orden ecuestre. La tendencia a incorporar en el ordo superior
a los miembros más distinguidos de las elites provinciales se profundizó en ese
período. Aún después de las reformas de Galieno, muchos de los oficiales ecues-
tres más distinguidos culminaron sus carreras recibiendo el status correspon-
diente a un miembro del senado. Por otra parte, los senadores no fueron priva-
dos de sus riquezas ni de sus privilegios. Es claro que ellos no eran el objetivo
central de las reformas de Galieno, sino que éstas apuntaban a incrementar la
efectividad del ejército.
Un desplazamiento similar del orden senatorial de las funciones directivas es
reconocible en la administración civil. La situación de lucha desesperada por la
supervivencia que los emperadores del siglo III debieron enfrentar hizo necesa-
rio priorizar la capacidad militar como objetivo fundamental del Estado. Para
ello era necesaria una administración eficiente que proporcionara los recursos
que el aparato bélico requería para operar en forma efectiva y, sobre todo, para
garantizar la lealtad de las tropas. Ello representaba un desafío considerable en
una época de caos económico, en la que las necesidades del Estado superaban
con creces su capacidad de recaudación fiscal. Este contexto había generado un
deterioro considerable en la calidad de la moneda y, a causa de ello, una alta
inflación. La respuesta a esta situación fue una profesionalización de la adminis-
tración, paralela a la desarrollada en el ejército. Los senadores fueron así dejando
7 Los motivos y objetivos de las reformas de Galieno son muy discutidos, véase A. H. M. JONES, The Later Roman

Empire, Oxford, Blackwell, 1964, pp. 24ss.; L. DE BLOIS, The policy of the emperor Gallienus, Leiden, Brill, 1976, pp. 57-
83; P. SOUTHERN, The Roman Empire from Severus to Constantine, Londres, Routledge, pp. 81 y ss.
8 Véase H. DEVIJVER, 1989, “Veränderungen in der Zusammensetzung der Ritterlichen Offiziere von Septimius

Severus bis Gallienus (193-268)”, en H. Devijver (ed.), Equestrian Officers in the Roman Imperial Army, Amsterdam,
Gieben, 1989, pp. 316-38.
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62 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

paso a un nuevo grupo de burócratas de carrera promovidos en base a su capa-


cidad individual y con gran experiencia en áreas específicas de la gestión estatal.
Los nuevos desafíos requerían, por otra parte, un personal más numeroso. La
tendencia continua a la subdivisión de provincias señalaba la necesidad de incre-
mentar el número de posiciones administrativas para lograr un control más efec-
tivo del territorio imperial.
Estos desarrollos no fueron el resultado de políticas planificadas, sino más bien
el efecto acumulativo de medidas de emergencia. El Estado y el ejército debieron
transformarse para no ser destruidos. El éxito relativo alcanzado por Aureliano,
Probo y, sobre todo, por Diocleciano y sus colegas en la tetrarquía, demostró la
utilidad de estos cambios y contribuyó a consolidarlos definitivamente. El amplio
programa de reformas llevado a cabo por Diocleciano representó la culminación
de las tendencias de cambio a lo largo del siglo III y permitió una estabilización
de la situación militar y una mejora en la economía. La burocracia tardorromana
alcanzó entonces las características generales que la definirían en los siglos IV y
V. La subdivisión de las provincias, la conformación de las diócesis y prefecturas,
la introducción de un complejo sistema de tasación y censo fiscal, la separación
entre actividades militares y civiles dentro del Estado, son todos hitos fundamen-
tales del desarrollo de una administración profesional de grandes dimensiones,
por lo menos para los estándares de la época precedente.
Esta gradual transformación del Estado imperial produjo un profundo cam-
bio en la estructura de la sociedad romana y, con él, un inusitado grado de movi-
lidad social, tanto ascendente como descendente, a medida que los distintos gru-
pos debían adaptarse a la nueva situación. Los senadores conservaron su poder
económico o, incluso, lo acrecentaron, dado que los grandes latifundistas fueron
los menos afectados por la crisis económica y podían extender sus dominios
adquiriendo las tierras de campesinos empobrecidos o endeudados. Como ya se
señaló, fue su posición política la que se modificó drásticamente. Las funciones
directivas civiles y militares que durante el Principado habían sido el patrimonio
natural del orden senatorial pasaron, durante el siglo III, a otras manos.
La nueva elite burocrática y militar que asumió la dirección de las tareas esta-
tales durante la crisis fue la gran beneficiaria de la misma. El servicio en puestos
de alta responsabilidad administrativa o de comando sobre contingentes de tro-
pas era generosamente recompensado y ofrecía, además, numerosas posibilida-
des adicionales de enriquecimiento. Muchos de los integrantes de esta nueva
elite habían alcanzado esta posición partiendo desde orígenes humildes. Ello era
especialmente cierto en el ejército, donde soldados de origen campesino y pro-
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 63

venientes de provincias periféricas podían ascender desde las filas en virtud de


su coraje y capacidad de mando. El siglo III vio así carreras espectaculares,
impensables durante el Principado, que llevaron a algunos individuos desde los
estratos rurales de provincias poco romanizadas hasta el mismo trono imperial.
Los miembros de la nueva elite conservaron durante el siglo III la pertenencia
al orden ecuestre pero constituían dentro de éste un sector especial y poco inte-
grado al resto, que seguía, como durante el Principado, compuesto mayoritaria-
mente de terratenientes de todas las regiones del Imperio.
Los soldados y los funcionarios de escasa jerarquía no formaron parte de la
nueva elite pero se constituyeron como nuevos sectores privilegiados dentro del
conjunto de la sociedad. Los salarios de los integrantes del ejército crecieron
considerablemente durante el período y se vieron acompañados de importantes
privilegios financieros y tributarios. Otros grupos vieron, por el contrario, cómo
su posición relativa se deterioraba significativamente: es el caso de los decurio-
nes de las ciudades del imperio. El incremento en la presión fiscal recayó fuer-
temente sobre los estratos de propietarios medianos de todas las ciudades y,
especialmente, de las pequeñas. A ello se sumaban las crecientes exigencias
administrativas del Estado, que forzaba a las elites urbanas a asumir, en su nom-
bre, numerosas y costosas funciones. Si bien los integrantes más ricos de este
ordo pudieron seguramente transferir la presión hacia sectores inferiores y apro-
vechar la crisis para extender sus propiedades, la mayoría de los decuriones (o
curiales, como pasa a designárselos en el siglo IV) debía hacer frente a las nuevas
exigencias en un contexto ya complicado por la crisis económica.
Los estratos bajos urbanos y rurales fueron, sin duda, los más duramente afec-
tados por la crisis. El retroceso económico tuvo un impacto igualador, con una
tendencia a anular las pequeñas diferencias existentes entre campesinos y artesa-
nos según su disponibilidad de tierras o capital de trabajo. El retroceso demográ-
fico generado por epidemias y guerras no parece haber dado lugar a una mejora
en los ingresos y en la capacidad de negociación de los estratos bajos. Por el con-
trario, un deterioro es claramente reconocible en las fuentes de la época. Ello fue
consecuencia, sin duda, de la fuerte represión ejercida por los sectores dominan-
tes y por el Estado, que garantizó una continuada extracción del excedente gene-
rado por campesinos y trabajadores urbanos. El retroceso de la esclavitud y la
difusión de otras formas de dependencia, como el colonato, son un reflejo del
empobrecimiento generalizado de los sectores bajos y de los nuevos mecanismos
a disposición de los sectores dominantes para su explotación.
De la crisis del siglo III surgió un nuevo orden social sobre bases diferentes
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64 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

a las del Principado. El cambio central fue el nuevo papel del Estado, el que, tras
superar una serie de graves amenazas, asumió una forma nueva. Ante las dificul-
tades crecientes para obtener los recursos que podían garantizar su funciona-
miento, el Estado romano intervino cada vez en mayor medida en la sociedad
para intentar fijar las estructuras que servían a sus intereses. Los resultados
alcanzados fueron muchas veces contrarios a los pretendidos, pero el impacto
de esa intervención fue significativo y se convirtió en una de las improntas
características del imperio tardío. La crisis del siglo III generó un importante
nivel de movilidad social a medida que los fundamentos de la estratificación se
alteraban pero, una vez que, a fines del siglo, el nuevo orden se encontraba con-
solidado, las posibilidades de ascenso se restringieron considerablemente. La
nueva elite fue exitosa en garantizar los privilegios alcanzados para sus descen-
dientes, pero su misma naturaleza como elite estatal le imponía un carácter rela-
tivamente abierto para individuos con las habilidades requeridas, especialmente
en el plano militar. Los nuevos fundamentos de la estratificación social romana
se mantendrían, en sus líneas generales, inalterados hasta la caída del imperio en
occidente y durante el resto de la Antigüedad tardía en oriente.
3. La sociedad tardorromana de los siglos IV y V
Tras las profundas convulsiones del siglo III, el siglo IV fue un período de
relativa estabilidad económica (por lo menos en lo que se refiere al plano mone-
tario y fiscal)9, en el que el nuevo Estado romano profundizó, sin embargo, las
características asumidas durante la crisis. Si bien el sistema de división del poder
imperial de la tetrarquía fue dejado de lado a favor de un retorno al principio
dinástico, durante su largo reinado, Constantino dio forma definitiva a muchas
de las innovaciones administrativas y militares introducidas por Diocleciano y
sus colegas. Continuó así con la ampliación y profesionalización de la burocra-
cia, que recibió ahora una organización precisa mediante la creación de diferen-
tes departamentos abocados a funciones especializadas y de una serie de puestos
“ministeriales” de alto rango y dependientes directamente del emperador (los
más importantes de ellos, sin duda, el magister officiorum, el quaestor sacri palatii, el
comes sacrarum largitionum y el comes rerum privatarum)10. En el plano militar,
Constantino fue el creador de los ejércitos móviles permanentes, confirmando
algunos experimentos de sus predecesores en esta línea. El comando de los mis-
9 Véase G. DEPEYROT, “Economy and Society”, en N. Lenski (ed.), The Cambridge Companion to the Age of Constantine,

Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 237-244.


10 Sobre el desarrollo de la burocracia durante el reinado de Constantino véase Ch. KELLY, “Bureaucracy and

Government”, en N. Lenski (ed.), op. cit., pp. 183-204.


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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 65

mos no quedó más en manos de los prefectos del pretorio, cuyas funciones fue-
ron ahora limitadas estrictamente al ámbito administrativo y judicial, sino de los
magistri militum, los nuevos generales en jefe, promovidos desde carreras exclusi-
vamente militares11.
La consolidación definitiva de la nueva elite burocrática y militar trajo apare-
jada una redefinición de las jerarquías tradicionales de estatus de la sociedad
romana. La corte imperial, compuesta por los altos funcionarios civiles y los
comandantes militares, desplazó al orden senatorial como nuevo pináculo de la
sociedad romana12. Eusebio relata cómo en los funerales de Constantino los
grandes generales y los oficiales de la corte fueron los primeros en rendir home-
naje al emperador fallecido. Los miembros del orden senatorial sólo fueron
admitidos en segundo lugar junto con otros oficiales públicos. Finalmente, el
cuerpo fue expuesto al resto del pueblo. La ceremonia ilustra claramente la defi-
nición de los rangos sociales13.
Si en el siglo III los altos funcionarios y oficiales habían permanecido, por lo
general, en el orden ecuestre, desde Constantino pasaron a ser integrados for-
malmente al rango senatorial. Si bien, por lo general, éstos no pasaban a sumar-
se efectivamente a las sesiones del senado, tenían de esta forma acceso a una
serie de privilegios legales y económicos de gran relevancia a la hora de preser-
var su posición y legarla a sus descendientes. De esta forma, la nueva elite se
sumó a un ampliado orden senatorial que cambió en forma profunda sus carac-
terísticas. Por otra parte, la creación de un segundo senado para la nueva capital
imperial fundada por Constantino ofreció, en un nivel antes impensado, opor-
tunidad para que muchos individuos exitosos del oriente del imperio se integra-
ran al ordo, especialmente los miembros más ricos de los órdenes curiales de las
grandes ciudades de esa región. Constancio II concedió a los senadores cons-
tantinopolitanos el derecho a utilizar el título de vir clarissimus, equiparándolos de
esta forma con los miembros del senado romano14. La tradicional aristocracia
terrateniente senatorial se vio así complementada por nuevos miembros que, si
bien contaban con una estructura patrimonial semejante a la del grupo al que se
integraban, le dieron al ordo un aspecto mucho más heterogéneo, especialmente
en lo que se refiere al origen geográfico y social de sus miembros, pero también
a su actividad y cultura.

11 A. D. LEE, “The Army”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late

Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 213.


12 D. S. POTTER, The Roman Empire at Bay AD 180-395, Londres, Routledge, 2004, pp. 386 y ss.

13 Euseb. Vit. Const. 4. 67.

14 CTh. 4.5, 4.6.


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66 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

La importante expansión de la dignidad senatorial trajo aparejada una cierta


devaluación en su prestigio, reconocible en la creación paralela de una jerarquía
de rangos para reconocer hacia el interior del orden a aquellos miembros mere-
cedores de una mayor distinción. Por sobre el rango tradicional de los clarissimi
se crearon entonces dos grupos más, los spectabiles y los illustres, reservado el pri-
mero para funcionarios de gran importancia —como los ocupantes de los pues-
tos ministeriales en el entorno del emperador o los magistri del ejército— y el
segundo para las posiciones de mayor jerarquía en la cumbre de la estructura
burocrática imperial —como los procónsules, vicarios, magistri scriniorum y
muchos otros—. Cada grupo contaba con derechos y privilegios específicos cla-
ramente definidos. Por debajo de los clarissimi, se utilizaron a su vez las designa-
ciones de perfectissimi y egregii para funcionarios y oficiales de menor jerarquía15.
Estos apelativos habían sido empleados desde el siglo II para designar a équites
al servicio del emperador, pero adquirieron en el siglo IV un significado propio.
La creación, por otra parte, del título de comes (literalmente, compañero del
emperador, como lo evidencia su forma completa: comes domini nostri Constantini
invicti et perpetui Augusti)16 dio origen a un muy exclusivo grupo de estatus desti-
nado a distinguir y recompensar a los miembros más importantes de la nueva
elite que prestaban sus servicios en contacto cercano con el emperador, es decir
su corte, designada, significativamente, comitatus. Pronto se hizo necesario reali-
zar distinciones también hacia el interior de este reducido grupo y, para ello, se
reconocieron tres rangos diferentes de comites. La transformación culmina
durante el reinado de Valentiniano I, cuando una extensa actividad legislativa
define con precisión los rangos de precedencia de los miembros de la corte, de
la administración y los altos oficiales del ejército. La compleja reestructuración
de la dignidad senatorial durante el siglo IV pone en evidencia la tendencia hacia
la multiplicación de los grupos y subgrupos de estatus que es típica del período.
Hasta principios del siglo IV, el senado era un reducido cuerpo de tan sólo,
aproximadamente, unos 600 integrantes. Estaba compuesto por grandes terrate-
nientes que, por lo general, habían heredado esa pertenencia de sus antepasados
y mantenían una conexión especial con la ciudad de Roma como sede tradicional
de las sesiones del ordo. Tras la muerte de Constantino en el año 337, la membre-
cía del orden senatorial abarcaba algunos miles de personas en todo el imperio17,

15 Sobre este tema todavía son valiosos los análisis de O. HIRSCHFELD, “Die Rangtitel der romischen Kaiserzeit”,

Sitzungsberichte der Berliner Akademie, 1901, pp. 569–610 y J. B. BURY, History of the Later Roman Empire, Nueva York,
Dover, 1923, p. 34.
16 El título puede verse en su forma completa en ILS 1213, una inscripción de C. Ceionius Rufius Volusianus.

17 Las estimaciones varían, pero es probable que en el curso del siglo IV llegara a los 6.000 miembros, véase P.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 67

y la conexión específica con la ciudad de Roma había perdido importancia. Otros


lugares, como la nueva capital oriental, Constantinopla, y las residencias imperia-
les habituales (por ejemplo Tréveris, Milán o Ravena) constituían focos de con-
centración incluso más importantes para los nuevos integrantes del orden. Los
sucesores de Constantino continuaron esta tendencia. Durante el siglo IV, el
rango senatorial siguió siendo hereditario, pero el servicio en la burocracia y el
ejército pasaron a ser las formas más comunes de acceder al mismo. El senado
dejó de constituir de esta forma un cuerpo definido y cohesionado para transfor-
marse, en última instancia, en una distinción formal y en una serie de privilegios
asociados al desempeño de determinados puestos en la jerarquía estatal18.
Un núcleo de familias aristocráticas conservó en Roma las viejas tradiciones
senatoriales. El senador pagano Símaco es un representante emblemático de
este grupo. El cursus honorum de estos senadores incluía, sin embargo, sólo unos
pocos puestos honoríficos muy espaciados en el tiempo: el otium y el cultivo de
la literatura clásica eran la verdadera ocupación de este cuerpo, una verdadera
reliquia en el contexto del nuevo escenario de poder imperial establecido en el
siglo IV19. Fuera de los círculos de estas familias aristocráticas, la mayoría de los
nuevos senadores del siglo IV eran burócratas y oficiales de carrera, que alcan-
zaban ese estatus en virtud a sus años de servicio y a las promociones asociadas
con los mismos. Pertenecían, en su enorme mayoría, a los sectores terratenien-
tes del imperio, miembros del antiguo orden ecuestre y de los órdenes curiales
de las ciudades más ricas.
La conversión de Constantino dio origen a una nueva elite, al integrar a la
Iglesia Católica a la esfera de intereses del Estado. La jerarquía del clero accedió
entonces a una posición de liderazgo legitimada por la autoridad imperial. Esa
posición implicó el acceso a una serie de privilegios legales y exenciones impo-
sitivas del tipo de las sancionadas por la legislación imperial para los integrantes
de la elite estatal. Los obispos adquirieron dentro de la sociedad tardorromana
un papel particularmente protagónico, distinguidos por el emperador, que se
consideraba a sí mismo también uno de ellos20. La integración de algunos miem-
bros de la aristocracia tradicional a la jerarquía eclesiástica fue la sanción defini-

HEATHER, “Senators and Senates”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The
Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 184-210.
18 Sobre el senado en el siglo IV véase P. HEATHER, op. cit., pp. 184-210.

19 Sobre este grupo véase J. MATTHEWS, Western Aristocracies and Imperial Court A.D 364-425, Oxford, Oxford

University Press, 1990, pp. 1-31. Véase también A. MARCONE, “Late Roman Social Relations”, en A. Cameron y P.
Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press,
1998, pp. 354-356.
20 Euseb. Vit. Const. 4.24.
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68 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

tiva del nuevo estatus social de los obispos y del alto clero durante el siglo IV.
La figura de san Ambrosio, hijo de un prefecto del pretorio y consularis Aemiliae
hasta su designación como obispo de Milán, es paradigmática de este proceso
de integración y, asimismo, del nuevo papel de liderazgo político y civil accesible
a los obispos (véase infra la sección 4.3).
El orden ecuestre, el tradicional segundo grupo de estatus dentro de la socie-
dad romana, perdió mucho de su prestigio al quedar privado de sus miembros
más distinguidos, que pasaron a engrosar las filas de la nueva elite estatal.
Metafóricamente, podría hablarse casi de una fractura del ordo, mediante la cual
un sector pasaría a integrarse al nuevo y ampliado orden senatorial y otro a formar
parte de los órdenes curiales21. Aquellos de sus miembros que no lograron inte-
grarse en la burocracia y el ejército perdieron gradualmente los privilegios asocia-
dos tradicionalmente con el estatus de eques Romanus. Como curiales, se vieron
afectados por una legislación cada vez más represiva que enfocaba a sus propie-
dades como fuente de recursos fiscales para el Estado. El orden ecuestre perdió,
en este contexto, toda relevancia y, si bien no fue formalmente suprimido, dejó en
la práctica de existir. Aquellos funcionarios y oficiales de menor jerarquía, cuya
posición no les concedía un estatus senatorial, fueron identificados con grupos de
status específicos que reemplazaron la vieja dignidad ecuestre, se trata de los ya
mencionados perfectissimi y egregii. De esta forma, una nueva estructura estamental
se superpuso a la tradicional e hizo que ésta se tornara intrascendente.
Mientras que el nuevo orden senatorial concentraba crecientes privilegios lega-
les y económicos, la mayoría de los restantes grupos sociales eran gravados y con-
trolados más estrictamente por el Estado. Los curiales constituyen un ejemplo
emblemático. Los consejos de magistrados de las ciudades habían constituido,
durante el Principado, uno de los pilares sobre los que se apoyaba el Imperio
Romano. Integrados al grupo rector del Estado, habían participado entonces en
los beneficios de la pax romana y habían contribuido libremente a financiar nume-
rosas actividades y construcciones locales. Desde la crisis del siglo III, esa situa-
ción comenzó a modificarse drásticamente. Por una parte, las crecientes necesi-
dades del reformado Estado tardorromano y de sus ampliadas burocracia y fuer-
zas militares llevaron a una creciente exigencia de contribuciones económicas por
parte de los curiales, que no podían ya quedar sujetas a la libre voluntad de los
contribuyentes, sino que adoptaron un carácter regular y obligatorio22. Por otra

Véase G. ALFÖLDY, Historia Social de Roma, Madrid, Alianza, 1987, p. 253.


21

Véase, en líneas generales, F. MILLAR, “Empire and City, Augustus to Julian: Obligations, Excuses and Status”,
22

JRS 73, 1983, pp. 76-96.


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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 69

parte, la integración de numerosos curiales (generalmente, aquellos de mayor


riqueza) a la administración y al ejército significaba, por las exenciones impositi-
vas otorgadas a quienes ejercían esas funciones, que las crecientes exigencias del
Estado debían ser afrontadas por un número más reducido de contribuyentes.
La combinación de estos fenómenos tuvo, en muchos lugares del imperio, un
efecto ruinoso sobre los consejos urbanos, que se vieron obligados a afrontar
contribuciones que excedían su capacidad en un momento de crisis y retracción
de la economía. Los curiales reaccionaron ante esta situación tratando de evadir
un estatus que se tornaba, para muchos de ellos, en una pesada carga antes que
en un privilegio. La mejor vía era, por supuesto, un ascenso al estatus senatorial
o una integración en la burocracia y el ejército, como es atestiguado específica-
mente por Libanio en un célebre pasaje de su oración fúnebre para el empera-
dor Juliano23. Por otra parte, el número de exenciones disponibles se incrementó
considerablemente al quedar también los titulares del rango de perfectissimus libe-
rados de las cargas curiales24. Esa “fuga” de curiales acentuaba la presión sobre
quienes permanecían en esa posición forzando un círculo vicioso de nuevas
fugas y concentración del peso fiscal en cada vez menos contribuyentes. El
Estado romano reaccionó intentando inmovilizar a los miembros de las curias
mediante una serie de leyes que fijaban el carácter obligatorio y hereditario de
su posición. La situación de los curiales es, de hecho, uno de los temas más fre-
cuentes de la legislación tardorromana, 192 leyes se ocupan de ellos en el código
teodosiano (la mayoría concentrada en el libro XII) y otras 180 en el corpus iuris
civilis de Justiniano25.
La crisis de los curiales fue considerada por el gran historiador M. Rostovzeff
como uno de los factores más importantes en su explicación de la decadencia de
la civilización antigua y fue uno de los temas recurrentes en la historiografía
sobre el período durante gran parte del siglo XX26. El deterioro en la posición de
los curiales es indudable; sin embargo, las investigaciones de las últimas décadas
han relativizado la generalidad y gravedad de este proceso, señalando la existencia
de importantes diferencias regionales27. Se conocen, en efecto, cuantiosas refe-
rencias a curiales de grandes riquezas durante todo el siglo IV e, incluso, parte del
23 Libanio, Or. 18, 146-147.
24 D. S. POTTER, The Roman Empire at Bay AD 180-395, Londres, Routledge, 2004, p. 395.
25 D. CLAUDE, Die byzantinische Stadt im 6. Jahrhundert, Munich, Beck, 1969, p. 107.

26 M. ROSTOVTZEFF, The Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford, Oxford University Press, 1926, pp.

502-41.
27 Véase una reseña sobre algunos de los trabajos más significativos en A. L. SCHACHNER, “Social Life in Late

Antiquity. A Bibliographic Essay”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late
Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 44-46.
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70 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

V. Los miembros más distinguidos de las curias de las grandes ciudades del impe-
rio, especialmente en el oriente griego, conservaron un importante nivel de pros-
peridad a pesar del cambio en las condiciones generales que afectaban su posi-
ción. Ello es visible en la creciente relevancia legal que adquiere en el siglo IV una
distinción interna al orden curial, la de los principales, los miembros más prestigio-
sos del consejo de una ciudad. Los principales serán reconocidos por diversas leyes
como un grupo específico con privilegios y derechos que los diferencian de los
restantes integrantes del orden. Una vez más, se reconoce aquí la tendencia típica
del período a la multiplicación de los subgrupos de estatus.
La tendencia a la nivelación y empobrecimiento de los estratos inferiores
urbanos y rurales de la sociedad romana se mantuvo durante el siglo IV. Las
investigaciones de las últimas décadas han, sin embargo, relativizado con razón
el excesivo énfasis de la historiografía tradicional en la decadencia económica
del período y en sus supuestamente desoladoras consecuencias sociales. Los
efectos de la tendencia al empobrecimiento no deben, en efecto, ser exagerados,
este proceso nunca alcanzó a homogeneizar a los estratos inferiores: la hetero-
geneidad económica y social de estos grupos persistió, aunque disminuida, en
todas partes. Los sectores campesinos se encontraron, ciertamente, entre los
más afectados por las incursiones bárbaras, las operaciones militares y la cre-
ciente presión fiscal. A esta última se sumaban las exigencias ilegales de los fun-
cionarios y las exacciones de los terratenientes. Las crecientes ataduras legales
con que el Estado intentaba garantizar la producción y las medidas coercitivas
de los grandes propietarios para conservar su fuerza de trabajo hicieron perder
importancia a las distinciones tradicionales entre esclavos y campesinos libres.
Ello es claramente visible en la extensa legislación imperial sobre los coloni, tra-
dicionalmente arrendatarios libres pero, desde el punto de vista legal, cada vez
más dependientes de sus señores en condiciones casi serviles. El sombrío pano-
rama trazado por los textos jurídicos debe, sin embargo, ser contrastado con
información proveniente de otras fuentes. Investigaciones arqueológicas reve-
lan, por ejemplo, que el pequeño campesinado siguió siendo próspero en
muchas regiones y que la situación de los coloni podía ser muy variada, incluyen-
do a algunos trabajadores rurales relativamente acomodados, especialmente
aquellos que arrendaban parcelas de los dominios imperiales28.

28 P. VAN OSSEL, “Rural Impoverishment in Northern Gaul at the End of Antiquity: The Contribution of

Arquaeology”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill,
2006, pp. 533-565.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 71

La situación de la plebe urbana era levemente mejor, porque sólo sufría la


presión fiscal del Estado, estando libre de las obligaciones impuestas por los
señores de la tierra. Por otra parte, en las ciudades eran mayores las posibilida-
des de acceder a mecanismos de asistencia tanto del Estado (por ejemplo, las
distribuciones de productos alimenticios a los habitantes de Roma y Constan-
tinopla), como de la Iglesia o de grandes patrones aristocráticos. Los sectores
mercantiles y artesanales eran los más prósperos, pero también los que podían
ser más afectados por la situación económica y por los requerimientos del
Estado. Las diferencias regionales eran en este punto muy importantes, las pro-
vincias afectadas por incursiones bárbaras u operaciones militares veían la eco-
nomía de sus ciudades deteriorarse rápidamente y, con ella, la posición de
comerciantes y artesanos. Sin embargo, numerosos centros urbanos del imperio
conservaron una economía pujante por todos los siglos IV y V. Las fuentes lite-
rarias no tienen mucho que decir sobre estos grupos sociales porque reprodu-
cen los prejuicios de las elites en relación con estas actividades. Recientemente,
una serie de investigaciones arqueológicas ha permitido una nueva mirada sobre
los sectores productivos urbanos, revelando su existencia e importancia durante
toda la Antigüedad Tardía29.
Investigaciones arqueológicas recientes confirman la heterogeneidad econó-
mico-social de las poblaciones urbanas durante la Antigüedad tardía, aunque el
número de casos analizados es todavía muy bajo para permitir conclusiones
generales de gran alcance. Específicamente, el estudio de las características de las
viviendas revela la existencia de sectores medios urbanos prácticamente ignora-
dos por las fuentes literarias, que podían aspirar a imitar, en forma más modesta,
ciertas características y comodidades de las viviendas típicamente aristocráticas.
A falta de un término más preciso, los grupos sociales asociados con este tipo de
viviendas son designados por los especialistas como “clase media”. En algunos
casos particulares, la presencia de evidencias epigráficas, artísticas y de otro tipo
permite identificar las ocupaciones de los poseedores de las viviendas estudiadas.
No existe un sector ocupacional que pueda identificarse claramente con ese
estrato social, es más bien claro que tanto granjeros como oficiales públicos de
baja posición, abogados y otros profesionales podían, en ocasiones, alcanzar el
nivel económico que hacía posible financiar ese estilo de vida30.

29 Véase por ejemplo E. ZANINI, “Artisans and Traders in the Early Byzantine City: Exploring the Limits of

Archaeological Evidence”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), op. cit., pp. 373-411.
30 Véase S. ELLIS, “Middle Class Houses in Late Antiquity”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), op.

cit., pp. 413-437.


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72 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

En conclusión, la tendencia al empobrecimiento de los estratos inferiores


rurales y urbanos no debe ocultar la existencia de numerosos individuos que, a
pesar de no pertenecer a la elite, podían alcanzar un relativo éxito económico y
social. Dentro de estos estratos medios deben incluirse una serie de grupos que
contaban con reconocimiento especial por parte del Estado, cuyo aspecto más
importante era la concesión de privilegios, sobre todo bajo la forma de exencio-
nes frente a los requerimientos tributarios y las liturgias (munera) urbanas. Entre
ellos pueden mencionarse numerosos collegia que agrupaban a los representantes
de ciertas actividades que el Estado consideraba de especial importancia, como
los navicularii 32, y aquellos que desempeñaban ciertas ocupaciones, como médi-
cos, gramáticos, profesores de retórica, abogados, etc. A éstos deberían añadirse
los miembros del bajo clero, que desde la conversión de Constantino también
gozaban de privilegios y exenciones especiales y, por supuesto, los veteranos y
soldados. Un reconocimiento importante al que muchos de estos grupos acce-
dían era el de ser considerados como honestiores, con las consecuentes ventajas
que ello implicaba frente a procesos legales y cumplimiento de penas. Desde el
punto de vista de la movilidad social estos “estratos medios” son especialmente
interesantes. Todo indica que ellos constituían el punto de partida de la movili-
dad ascendente que permitía a algunos individuos integrarse a la elite.
4. Vías de ascenso social
Los esfuerzos del Estado romano por inmovilizar a una gran parte de la
población en su ocupación y lugar de residencia por razones económicas y fis-
cales parecen haber tenido el paradójico efecto de acrecentar el nivel de movili-
dad social en comparación con los períodos precedentes de la historia romana.
Algunos grupos tradicionales de estatus perdieron su atractivo o se tornaron
desventajosos, lo que actuó como un gran estímulo para que sus integrantes
buscaran acceder a los nuevos círculos de privilegio33. Los esfuerzos legislativos
por garantizar el carácter hereditario de las posiciones sociales no quedaron, sin
embargo, sin efecto. Los límites que imponían a la movilidad eran reales, si bien
el poder imperial carecía de los medios de control para imponer su cumplimien-
to estricto en todos los ámbitos y casos. El resultado de estos límites era la cre-
ciente importancia de algunas vías de ascenso que, por responder a otros inte-
reses específicos del Estado y los sectores dominantes, quedaban libradas de las
restricciones generales que obstaculizaban ese tipo de movilidad. La acción del

32 A. H. M. JONES, The Later Roman Empire, Oxford, Blackwell, 1964, p. 828.


33 A. MARCONE, op. cit., pp. 363-364.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 73

Estado romano era en ese punto contradictoria y contribuía —al legitimar el


ascenso de determinados individuos hacia posiciones de privilegio exentas de las
cargas tributarias generales— a minar la base fiscal que la extensa legislación
social buscaba preservar.
Las vías más importantes de movilidad ascendente en la sociedad tardorro-
mana funcionaban en torno a algunas instituciones que respondían, como ya se
indicó, al cumplimiento de objetivos centrales del Estado imperial. Se trata, con-
cretamente, de la burocracia, el ejército y la Iglesia. Una característica común al
clero, las fuerzas militares y la administración era el contacto directo que permi-
tían entre individuos de estratos medios y superiores, facilitando el estableci-
miento de relaciones sociales mediatizadas por esa pertenencia común antes que
por la distancia social entre ellos. El papel de estas instituciones como vías de
movilidad puede reconocerse en el hecho de que no todos los grupos que han
sido identificados como integrando los “estratos medios” de la sociedad tardo-
rromana ofrecían las mismas posibilidades de ascenso. Tan efectiva como la
intervención del Estado a la hora de limitar la movilidad social de los miembros
de un grupo era la relación del mismo con los estratos dominantes. Las posibi-
lidades de ascenso social de individuos sin contacto directo con la elite imperial
eran muy limitadas.

4.1. La burocracia
Como se señaló, dos de los ejes de las reformas del Estado romano introdu-
cidas en el siglo III fueron la ampliación y profesionalización de la burocracia
imperial. El continuo incremento en el número de posiciones que debían ser
cubiertas ofreció amplias oportunidades para la integración de nuevos sectores
sociales a la capa rectora del imperio. El servicio en la administración permitió,
de esta forma, el avance social de muchos individuos que no pertenecían a las
elites tradicionales. A pesar de que una tendencia hacia la herencia del rango se
consolidó rápidamente también entre los funcionarios, siempre quedaban plazas
libres que permitían a individuos de sectores medios iniciar una carrera ascen-
dente hacia importantes privilegios y recompensas.
La Notitia Dignitatum es una fuente de crucial importancia para conocer la
estructura formal de la administración del Estado romano. Se trata de un listado
general de todos los cargos, departamentos y unidades (incluidas las militares)
que recopila la información tanto de la mitad occidental como de la oriental a
fines del siglo IV y principios del V. El texto está acompañado de detalladas ilus-
traciones que indican, entre otras cosas, también las insignias y símbolos de esta-
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tus de cada posición34. Sobre el funcionamiento interno de la burocracia dispo-


nemos de una fuente de excepcional riqueza, si bien algo tardía para el período
aquí considerado, el De Magistratibus de Juan Lido. Se trata de un análisis, con
fuertes tintes autobiográficos, de la historia de algunas instituciones burocráticas
romanas, escrita por un funcionario que desempeñó su carrera en
Constantinopla, en el departamento judicial de la prefectura de Oriente durante
el reinado de Justiniano. La legislación imperial recopilada en el Código
Teodosiano ofrece, finalmente, un completo panorama sobre el funcionamiento
interno de la administración.
Dentro de la sociedad tardorromana, los funcionarios civiles no constituían un
grupo de estatus uniforme. Por el contrario, la carrera burocrática se caracteriza-
ba por una estructura altamente jerárquica, en la que cada escalón contaba con
prerrogativas, privilegios y símbolos precisos que identificaban su posición. A
pesar de esta acentuada estratificación interna, los funcionarios constituían, en
muchos aspectos, un grupo uniforme con una identidad y un ethos definido, visi-
ble, por ejemplo, en el peculiar y rebuscado latín característico de la administración
tardorromana, que fungía casi como una jerga profesional, impenetrable para los
no iniciados35. La organización interna de la administración seguía un modelo
militar. La burocracia era de hecho, designada, al igual que el ejército, como militia,
si bien se distinguía entre militia armata (las fuerzas armadas) y militia officialis (la
administración). Al igual que los soldados, los funcionarios civiles portaban un ela-
borado uniforme, uno de cuyos elementos más importantes era el cingulum, el tra-
dicional cinturón militar romano. Esta ancha tira de cuero estaba decorada con
elaboradas insignias que revelaban al conocedor la posición del individuo en las
diversas escalas jerárquicas. Los distintivos de los altos funcionarios que integra-
ban la corte imperial eran particularmente espléndidos y reflejaban el prestigio que
derivaba de su cercanía con la figura sagrada del emperador36.
Además del lenguaje técnico y de los complejos símbolos de estatus, una serie
de elaboradas ceremonias y rituales impregnaban la vida de los funcionarios tar-
dorromanos, constituyendo un tercer elemento definitorio de su identidad. El
missorium de Teodosio, una gran bandeja labrada de plata conservada en la Real
Academia de Historia en Madrid, ofrece la posibilidad de observar la representa-
ción idealizada de una de las ceremonias centrales en la vida de los funcionarios,
34 Véase Ch. KELLY, “Emperors, Government and Bureaucracy”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge

Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 165.
35 Al respecto véase R. MACMULLEN, “Roman Burocratese”, en R. MacMullen (ed.), Changes in the Roman Empire.

Essays in the Ordinary, Princeton, Princeton University Press, 1990, pp. 67-77.
36 Sobre este punto véase Ch. KELLY, Ruling the Later Roman Empire, Cambridge Ma., Harvard University Press,

2004, pp. 20-21.


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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 75

el recibimiento de manos del propio emperador de un ascenso (véase fig. 1).


Teodosio aparece sentado en el trono con sus colegas más jóvenes, Valentiniano
II y Arcadio, a sus costados. Cada uno lleva una diadema de perlas, y está coro-
nado por un halo. En frente de Teodosio se encuentra un funcionario ricamente
vestido que, después de haber adorado la púrpura, recibe los codicilli que certifican
su nueva posición. Las manos del funcionario están cuidadosamente veladas para
evitar el sacrilegio que implicaría tocar a la persona de un emperador. Estas cere-
monias expresaban la cercanía y dependencia de los funcionarios respecto del
ocupante del trono, la fuente de su poder y de sus privilegios.
Esta rica cultura interna generaba un fuerte espíritu de cuerpo que transforma-
ba a la burocracia en un mundo aparte, una sociedad dentro de la sociedad, en la
que operaban reglas particulares37. La administración civil del imperio era un cuer-
po reducido (insignificante en comparación con las burocracias de los Estados
modernos, pero significativamente mayor que todo lo conocido antes en el
Imperio Romano) y ello reforzaba el espíritu corporativo. Esto no significa, por
supuesto, que las diferencias sociales perdieran toda relevancia hacia el interior del
cuerpo, pero sí que aquéllas se encontraban mediatizadas por otros factores. La
presencia de un fuerte espíritu corporativo no implica la ausencia de conflictos
internos, por el contrario, las disputas eran crónicas, producto de una organiza-
ción signada por múltiples superposiciones de las esferas de actividad de las dis-
tintas ramas y departamentos. Esta conflictividad operaba, en última instancia,
como mecanismo de control en beneficio del poder del emperador. Por otra
parte, la estructura piramidal de la administración generaba una intensa compe-
tencia por los ascensos, reflejada en las reglas estipuladas para las promociones a
los puestos superiores. Los principios de antigüedad, servicio activo y mérito indi-
vidual eran reconocidos legalmente como la base de la carrera burocrática38. El
Estado romano se encontraba, sin embargo, muy lejos de ser una organización
meritocrática: la constante repetición y defensa de estos principios en la legisla-
ción imperial señala que los mismos eran vulnerados con frecuencia por la riqueza
y las relaciones sociales de individuos poderosos. La influencia de estos factores
era, además, permitida en algunos casos por leyes específicas. Todo ello generaba
una tensión permanente entre criterios e intereses diferentes que tornaban el
ascenso de un individuo por la jerarquía en un proceso complejo e impredecible39.

37 Ibidem, p. 28.
38 Véase por ej. C.Th. 6.27.14 = CJ 12.20.1.
39 Véase CH. KELLY, op. cit., pp. 43-51.
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76 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

Individuos provenientes de los estratos medios se encontraban, sin duda, en


desventaja, frente a colegas de familias ya establecidas dentro de la burocracia
imperial. Los hijos de funcionarios contaban, por ejemplo, con privilegios reco-
nocidos legalmente para la obtención de ascensos. Todo ello no implicaba, sin
embargo, que hombres nuevos no pudieran progresar por los escalones de la
jerarquía burocrática. Varios factores podían compensar las desventajas sociales
de algunos funcionarios. En primer lugar, los ingresos que podían obtenerse de
un puesto administrativo variaban enormemente según el tipo de cargo y sus
funciones específicas pero había amplio margen para el despliegue de talentos
individuales. Los salarios eran, por lo general, un componente muy secundario
de los ingresos de cualquier burócrata. La verdadera rentabilidad de un cargo
dependía de las “tarifas” adicionales que podían exigirse de los interesados por
el desempeño de cualquier tipo de funciones o, en el caso de los especialmente
lucrativos puestos asociados con la recaudación de impuestos, de lo que podía
extraerse de los contribuyentes por sobre las tasas fijadas por el Estado. Los
funcionarios actuaban en todos los ámbitos como mediadores entre el poder
imperial y el resto de la sociedad y esa función de intermediación les permitía
beneficiarse de las transferencias de recursos y de servicios entre ambas esferas.
El concepto moderno de corrupción es inadecuado para describir este fenóme-
no. Por una parte, el Estado no combatía las “tarifas” como intrínsecamente
malas, por el contrario, sus esfuerzos se concentraban en regularlas para evitar
excesos. Por otra parte, el poder imperial se beneficiaba al transferir una porción
importante del costo de su aparato administrativo fuera de su responsabilidad y
tenía, por lo tanto, interés en la continuidad del sistema.
Una serie de factores relativamente independientes de la posición social original
de un funcionario podían afectar considerablemente su capacidad de obtener
ingresos de su puesto. La suerte y la capacidad individual eran, en este sentido,
variables de gran peso. Quien podía obtener ingresos mayores a los de sus com-
petidores por la obtención de un ascenso tenía buenas posibilidades de utilizar
esos recursos para inclinar la decisión a su favor. El éxito inicial podía así trans-
formarse en un círculo virtuoso de ingresos crecientes y promociones aceleradas.
El avance más allá de los rangos medios de cualquier departamento de la adminis-
tración imperial constituía, sin embargo, un gran desafío, dado que, a partir de ese
punto, los escalones de la pirámide jerárquica se estrechaban considerablemente.
El patronazgo de individuos influyentes era una condición sine qua non para ingre-
sar a los rangos más elevados de la administración, pero aquellos funcionarios que
eran “hombres nuevos” podían obtener esos favores en base a lealtad y servicios
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 77

distinguidos. Los contactos que dentro de la burocracia se establecían entre indi-


viduos de estratos medios y superiores eran propicios para generar ese tipo de
relaciones de patronazgo. La promoción de un individuo sin una extensa red de
relaciones familiares era para su protector, en cierta forma, una garantía de la con-
tinuada dependencia de ese funcionario de sus favores y protección.
En resumen, un funcionario procedente de los estratos medios de la sociedad
podía subir por la jerarquía burocrática hasta los puestos más distinguidos a partir
de una combinación de suerte, habilidad, mérito y patronazgo. Numerosas carre-
ras individuales pueden ilustrar elocuentemente estas posibilidades. Un caso espe-
cialmente interesante es el de Flavio Filipo. Procedente probablemente de Chipre
—como parece probarlo una inscripción erigida en allí en su honor40—, sus orí-
genes eran aparentemente humildes, si bien la declaración de Libanio de que su
padre era un “fabricante de salchichas” no debe tomarse al pie de la letra41. En
todo caso, Filipo tuvo acceso a la educación necesaria para convertirse en nota-
rio e iniciar una próspera carrera burocrática. El apoyo del emperador Constan-
cio lo llevó incluso a ocupar el puesto de Prefecto del Pretorio del Oriente42.
Tales espectaculares casos de ascenso social en una sola generación, como el
recién reseñado, constituían, sin duda, un fenómeno excepcional. Sin embargo,
los obstáculos eran menores para aquellos que realizaban el recorrido en el
transcurso de algunas generaciones. Si un individuo lograba el ingreso al cuerpo
burocrático romano, sus descendientes podían construir sobre ese éxito y contar
con ventajas para profundizar el avance y alcanzar nuevas alturas. Una adecuada
política familiar cimentaba mediante alianzas matrimoniales el nivel alcanzado y
constituía, de esta forma, un mecanismo fundamental para la movilidad social
intergeneracional.

4.2. El ejército
El ejército tardorromano compartía con la burocracia muchas características
comunes. Recordemos que, como se señaló, la estructura jerárquica de esta últi-
ma seguía el modelo general del primero. Las semejanzas más importantes tenían
que ver con la estructura piramidal de ambas organizaciones y con las grandes
diferencias de estatus que eran posibles entre sus integrantes. El ejército no era,

40 ILS 738.
41 Lib., Or., 42.24-25.
42 Sobre Flavio Filipo véase en general: Lib., Or., 42 y 72; ZÓSIMO, Historia Nova, ii.46.2-4. Véase también L. J. SWIFT

y J. H. OLIVER, “Constantius II on Flavius Philippus”, AJPh 83, 1962, pp. 247-264; T. D. BARNES, “Praetorian
Prefects, 337-361”, ZPE 94, 1992, pp. 249-260; J. Morris, A. H. M. Jones y J. R. Martindale (eds.), The Prosopography
of the later Roman Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 696-697.
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78 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

sin embargo, como la burocracia, un cuerpo reducido con una identidad propia
bien definida. En el siglo IV contaba con unos 500.000 efectivos distribuidos en
pequeñas unidades por todo el territorio imperial43. El peso del ejército dentro
del Estado era, en consecuencia, mucho mayor y su papel como instrumento de
defensa y coerción interna era central para que el ocupante del trono pudiera
preservar el poder44. Las fuerzas armadas representaban, además, el componen-
te más significativo dentro del presupuesto imperial y eran, de hecho, una fuerza
económica de gran magnitud. Desde el punto de vista de la movilidad social, el
ejército era un canal de ascenso todavía más importante que la burocracia. En
primer lugar, los soldados no eran reclutados mayoritariamente de estratos
medios y altos, como los funcionarios, sino que provenían generalmente de sec-
tores rurales de regiones periféricas del imperio o, incluso, de más allá de sus
fronteras. Este reclutamiento “externo” fue un fenómeno cada vez más fre-
cuente a lo largo del siglo IV y llegó a su máxima expresión en el V. Este proceso
es designado habitualmente, en forma poco feliz, como “barbarización”45. Por
sus grandes números, el ejército era, además, la vía de ascenso menos exclusiva
de la sociedad tardorromana.
Durante el Principado, un soldado podía ascender hasta el grado de centurión
y, en ocasiones excepcionales, adquirir el rango ecuestre, pero, salvo raras excep-
ciones, su carrera nunca podía llegar hacia puestos de comando, porque éstos
eran un monopolio del orden senatorial. La ya mencionada separación de los
senadores de los puestos de comando introducida por Galieno generó nuevas
posibilidades para las carreras militares. La desaparición de los legados senatoria-
les dio origen a una serie de comandos ecuestres a los que los soldados de las filas
podían, por lo menos, aspirar. La carrera militar se redefinió entonces en térmi-
nos más profesionales: la capacidad individual y la antigüedad eran, por lo menos
en la teoría, los principios en base a los cuales se concedían los ascensos. El
hecho de que se tratara de criterios independientes de la posición social del indi-
viduo abría importantes posibilidades de ascenso para soldados provenientes de
43 Véase H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), The Cambridge History of Greek

and Roman Warfare, Vol. II Rome from the Late Republic to the Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2007,
pp. 284ss.
44 A. D. LEE, “Warfare and the State”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), op. cit., pp. 379-423.

45 A. D. LEE, “The Army”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late

Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 223. El proceso es frecuentemente asociado a una disminu-
ción en la capacidad efectiva del ejército en el combate de las incursiones germanas, véase por ejemplo J. H. W. G.
LIEBESCHUETZ, Barbarians and Bishops: Army, Church and State in the Age of Arcadius and Chrysostom, Oxford, Oxford
University Press, 1990, pp. 52-53. Para un análisis crítico sobre el nivel de “barbarización” del ejército romano, véase
H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), The Cambridge History of Greek and Roman
Warfare, Vol. II Rome from the Late Republic to the Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pp. 280-281.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 79

estratos inferiores. Ello no significa que la riqueza y las conexiones sociales no


influyeran en el transcurso de una carrera militar, pero todo indica que esos fac-
tores tenían peso, sobre todo, en los rangos superiores, donde la participación de
individuos de los estratos elevados era mayor. Los hijos de oficiales accedían
generalmente a promociones aceleradas, pero no llegaban a monopolizar los
comandos importantes. Como señalaba R. Grosse en su clásico estudio, el talen-
to podía posibilitar el ascenso desde las filas hasta la cima de la jerarquía militar46.
Los ingresos y la posición social de los soldados mejoraron en forma gradual
pero continua durante el Principado, a medida que el papel político de los ejér-
citos crecía y su centralidad para la preservación del poder imperial se volvía
indiscutible. Desde finales del siglo II, las crecientes amenazas militares externas
reforzaron esa posición, transformando al ejército en el actor central en la lucha
del Estado romano por su supervivencia, posición que se vio reflejada en una
mejora de las remuneraciones y del prestigio social de los efectivos militares. El
siglo III representó el punto cúlmine de este desarrollo, generando una identi-
ficación cercana entre poder militar y poder imperial. La transformación interna
del ejército en este marco ya fue reseñada en las secciones precedentes. La
expansión y la profesionalización de las fuerzas militares alteraron las jerarquías
internas de la oficialidad, resultando en la pérdida del tradicional monopolio del
orden senatorial sobre los puestos de comando. Los nuevos oficiales ecuestres
demostraron las posibilidades abiertas por las reformas militares para el ascenso
social de individuos que habían probado su capacidad de liderazgo y su habili-
dad táctica en las campañas del período.
Más allá de las posibilidades de ascenso, había otros incentivos que hacían
atractiva la pertenencia al ejército y podían compensar los reducidos salarios de
los rangos bajos. Al igual que sucedía con los funcionarios, los soldados goza-
ban de una serie de privilegios y exenciones generales que los libraban de la pre-
sión fiscal del Estado. Más aún, las tropas cumplían un papel central en la recau-
dación impositiva, lo que les permitía en muchos casos beneficiarse de la misma.
Al igual que ocurría con los funcionarios, el desempeño de estas tareas abría
importantes vías informales de enriquecimiento. Las fuentes de la época presen-
tan a menudo a los soldados como enemigos de los contribuyentes antes que de
persas y germanos. La frecuencia de estas actitudes predatorias contra la pobla-
ción civil del Imperio aumentó seguramente a partir del reinado de Constantino
como consecuencia de la reubicación de la mayoría de las unidades militares

46 R. GROSSE, Römische Militärgeschichte von Gallienus bis zum Beginn der Byzantinischen Themenverfassung, Berlín,

Weidmann, 1920, p. 196.


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80 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

lejos de las fronteras y en asentamientos urbanos. Las posibilidades de ascenso


no estaban, por otra parte, restringidas al servicio activo: quienes lograban vivir
lo suficiente como para retirarse de las filas eran recompensados con tierras47 y
podían reintegrarse a la comunidad en una posición relativamente acomodada,
a lo que se sumaba la exención de las cargas curiales y otros tributos, y también
determinadas ventajas frente a procesos legales, como la inmunidad frente a
cierto tipo de castigos vergonzantes48.
Si el siglo III fue para el conjunto del ejército un período de avance a medida
que la estructura social se transformaba, el siglo IV fue, por el contrario, un
período de consolidación y complejización de la jerarquía interna. Tras las refor-
mas de Constantino y los cambios introducidos por sus sucesores, la estructura
del ejército romano se volvió más heterogénea y fragmentada a medida que se
difundía la especialización de funciones y la creación de contingentes de tropas
para operar como reservas móviles en teatros regionales. Este proceso de diver-
sificación interna estuvo acompañado de una estratificación jerárquica en la que
diversos regimientos y compañías de elite adquirieron privilegios y beneficios
especiales49.
La situación de los soldados comunes parece, en este contexto, haberse dete-
riorado, ya que sus ingresos reales cayeron como consecuencia de la inflación50.
Tradicionalmente, se veía en este deterioro una de las causas de las crecientes
dificultades de reclutamiento que el ejército romano habría experimentado en el
siglo IV, lo que habría acrecentado, a su vez, la dependencia de combatientes de
origen germánico51. La idea de que el ejército romano tenía problemas para
completar sus unidades en este período se basa, sin embargo, exclusivamente en
fuentes jurídicas y hay argumentos convincentes a favor de una relativización de
esta interpretación52. La legislación se refiere, en efecto, sobre todo a los hijos
de soldados, pues ellos estaban en teoría obligados a heredar la posición de sus
padres53. La renuencia de los hijos de veteranos debe entenderse, en mi opinión,
como una consecuencia de un relativo ascenso social que volvía esa posición

Véase Cod. Theod. 7.20.3.


47

Dig. 49.18.1 (castigos vergonzantes), Cod. Theod. 7.20.2.2 (inmunidades impositivas).


48

49 Los cambios en la estructura del ejército en este período son muy complejos y no es posible tratarlos aquí en

profundidad, al respecto véase el análisis de H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby
(eds.), op. cit., pp. 272-278.
50 Véase R. DUNCAN-JONES, “Pay and numbers in Diocletian’s army”, Chiron 8, 1978, pp. 549-51.
51 Véase, por ejemplo, A. E. R. BOAK, Manpower Shortage and the Fall of the Roman Empire, Ann Arbor, Michigan

University Press, 1955.


52 Véase H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), op. cit., p. 296 y ss.

53 Cod. Theod. 7.22. 1.


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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 81

indeseable, antes que como resultado de un problema general del ejército para
obtener reclutas.
En el otro extremo de la pirámide, la eliminación de las responsabilidades mili-
tares de los prefectos del pretorio y la creación de los grandes comandos regio-
nales (comites rei militaris, magister equitum, magister militum) dio origen a una nueva
aristocracia militar con acceso a los más importantes beneficios, privilegios y sím-
bolos de estatus de la sociedad romana, equiparables a aquellos de los máximos
funcionarios en el entorno del emperador. Los grandes comandantes del último
tercio del siglo IV y del siglo V adquirieron gran peso político en la corte imperial
y eran considerados, después del soberano, entre los personajes más prominentes
del Imperio. Ante gobernantes débiles, los comandantes podían incluso asumir
una posición de hegemonía sobre la totalidad del aparato estatal; el ejemplo más
conocido es el de Estilicón, pero se trata sólo del más prominente de toda una
serie de “señores de la guerra” romano-germánicos en este período.
La figura de Estilicón ilustra, en otro sentido, las posibilidades ofrecidas por el
ejército a individuos con capacidad militar y olfato político. A pesar de su origen
mixto, de padre vándalo y madre romana, y de su confesión arriana, Estilicón
logró ascender desde las filas al ser reconocido por Teodosio su talento y capa-
cidad. Tras desempeñar varias misiones importantes, Estilicón fue incluido, por
su matrimonio con la sobrina e hija adoptiva del soberano, en la familia imperial,
lo que lo colocaba en posición de aspirar al trono para él o para sus descendien-
tes. Tras la muerte de Teodosio, Estilicón, como regente del emperador niño
Honorio, ejerció de hecho el poder efectivo en el imperio occidental. La sucesión
de carreras similares de otros militares de origen germánico señala claramente el
papel continuado del ejército como vía de movilidad social54.
La espectacular carrera de Estilicón no puede, ciertamente, considerarse
representativa. Disponemos, sin embargo, de informaciones sobre otras trayec-
torias de ascenso más ilustrativas de las posibilidades disponibles para soldados
con las habilidades requeridas. Una inscripción nos permite reconstruir la carre-
ra de Valerius Thiumpus, fallecido a los 45 años de edad. Tras haber sido enlistado
como simple soldado en la legión XI Claudia, sirvió después como lanciarius
entre los comitatenses, para alcanzar luego el rango de protector y ser finalmente
ascendido a comandante de la legión II Herculia55.

54 Sobre la carrera de Estilicón véase ILS 1277.


55 ILS 2781. Para otro ejemplo interesante véase ILS 2783.
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82 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

4.3. La Iglesia
La Iglesia constituyó otra importante vía de ascenso en este período56. La
conversión de Constantino alteró en forma revolucionaria la posición social de
los miembros del clero. Éste pasó en poco tiempo de ser un grupo perseguido
o, por lo menos, tolerado con desconfianza, a ser uno de los destinatarios privi-
legiados del favor y el patronazgo imperial. Dentro del clero, el cambio más
radical fue el de la pequeña jerarquía dirigente, los obispos, que asumieron nue-
vas responsabilidades y un papel político de gran relevancia. Esta rápida conver-
gencia entre Estado e Iglesia fue puesta en relieve con gran fuerza simbólica por
el Concilio de Nicea del año 32558. Poco más de una década después de la con-
versión de Constantino, la unidad del Cristianismo ya se había transformado en
un objetivo central del poder imperial. Los instrumentos para alcanzar esa uni-
dad eran los obispos reunidos en torno al soberano, quienes pasaban a asumir
con él, a partir de ese momento, una relación cercana a la de sus funcionarios y
cortesanos, con todo el prestigio y beneficios que esa cercanía implicaba. Los
puestos jerárquicos dentro de la Iglesia conformaron entonces una nueva elite
imperial, estrechamente ligada con el Estado pero también con ciertos márge-
nes de autonomía. En este contexto, el significado social del obispado cambió
radicalmente, ahora podía constituir la culminación de un ascenso social suma-
mente exitoso, y garantizar el acceso a importantes beneficios, distinciones y pri-
vilegios asociados tradicionalmente con la pertenencia a la elite.
Aun antes de que el Cristianismo se convirtiera en la religión oficial del
Imperio, el personal eclesiástico se encontraba, al igual que la Iglesia misma, en
continua expansión, llegando a conformarse una verdadera carrera con puestos
definidos y una clara estructura interna. Durante el siglo III, como demostró G.
Schöllgen, se inició un proceso de profesionalización, al estipularse que el clero
debía ser mantenido por la Iglesia, transformándose de esta forma en una pro-
fesión. Estos procesos se aceleraron fuertemente después de Nicea, especial-
mente en las provincias occidentales, donde el desarrollo de la Iglesia era mucho
menor que en el Oriente, cuya tradición era mucho más larga y se remontaba a
la época apostólica. El número de sillas episcopales crecía en forma constante,
si bien su distribución geográfica seguía siendo muy desigual. Para el siglo V,
toda ciudad mediana del Imperio contaba con su propio obispo y también había
Véase A. MARCONE, op. cit., p. 365.
56

Sobre el concilio de Nicea véase, en líneas generals, M. EDWARDS, “The Council of Nicaea”, en M. Mitchell y F.
57

Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press,
2006, pp. 552-567.
58 G. SCHÖLLGEN, Die Anfänge der Professionalisierung des Klerus und das kirchliche Amt in der syrischen Didaskalie, JAC

Ergänzungsband 26, Münster, 1988.


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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 83

muchos otros asignados a determinadas regiones rurales (los chorepiskopoi), el


número total habría superado los 2.00059.
El concilio de Nicea introdujo entre los obispos una jerarquía interna mode-
lada en la organización estatal. La primacía de los prelados de las capitales pro-
vinciales fue sancionada por el concilio, y con ella se asociaban una serie de pre-
rrogativas que hacían del “obispo metropolitano”, en la práctica, una autoridad
superior. La idea de establecer una correspondencia entre la organización polí-
tica del territorio y su organización eclesiástica chocaba, sin embargo, con el tra-
dicional papel dirigente de algunas sedes episcopales, como Alejandría,
Antioquía, Roma, Cartago, etc., que mantenían una preeminencia más allá del
límite de sus provincias. La jerarquía se tornó así más compleja, al reconocerse
en la práctica un tercer nivel superior al metropolitano. La primacía de las capi-
tales de las diócesis imperiales fue reafirmada por el concilio de Constantinopla
del año 381, estableciéndose al mismo tiempo una precedencia general de los
obispos de Roma y Constantinopla por su estatus de capitales imperiales60.
El proceso de expansión y estructuración interna de la Iglesia estuvo acompa-
ñado en el siglo IV por un espectacular enriquecimiento. Las donaciones impe-
riales la dotaron con importantes centros de culto en el espacio urbano y con
extensas propiedades en el rural. El reconocimiento de la Iglesia como heredero
legal legítimo permitió completar esas concesiones imperiales con gran cantidad
de donaciones particulares, algunas de ellas provenientes de las familias más pro-
minentes de la nueva aristocracia cristiana. Todo ello, junto con las exenciones
impositivas concedidas por Constantino, transformó a la Iglesia, en el siglo IV, en
un poder económico sin paralelos en la sociedad tardorromana. Una porción de
sus ingresos era redistribuida en el marco de diversos esquemas de asistencia a los
fieles urbanos de los estratos inferiores, pero la jerarquía eclesiástica tenía la mayo-
ría de esos recursos a su disposición y amplia discrecionalidad para su empleo. El
historiador Amiano Marcelino comenta críticamente sobre el espléndido estilo de
la vestimenta y el carruaje del papa Dámaso, y sobre el lujo propio de reyes que
caracterizaba su mesa61. Su nivel de vida era, como revela una anécdota transmi-
tida por san Jerónimo, envidiable incluso para miembros del Senado62.

59 W. ECK, “Der Einfluß der konstantinischen Wende auf die Auswahl der Bischöfe im 4. Und 5. Jahrhundert”,

Chiron 8, 1978, p. 567.


60 Sobre este proceso véase D. HUNT, “The Church as a Public Institution”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.),

The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 240-250
y R. VAN DAM, “Bishops and Society”, en M. Mitchell y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I
Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 250-257.
61 27.3.14.
62 C. Ioh. Hier. viii.
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84 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

Este nivel de vida sólo estaba, sin embargo, al alcance de los obispos de las
ciudades más grandes y prósperas, la mayoría de los prelados de los pequeños
centros urbanos que eran la norma en el imperio contaban con medios muchos
más modestos a su alcance. Aun así, es posible afirmar que los obispos se
encontraban, en la mayoría de los casos, en condiciones semejantes o superiores
a los de las elites locales en su ámbito de acción. Como custodios de la riqueza
y las propiedades de la Iglesia y, por lo tanto, como los principales proveedores
de asistencia para los pobres, los obispos fueron rápidamente asimilados al rol
de los magnates urbanos que tradicionalmente habían monopolizado el patro-
nazgo cívico. A pesar de los esfuerzos de algunos obispos por preservar el
carácter ascético y místico de su posición, la transformación de la jerarquía epis-
copal en un foco de liderazgo político, económico y cultural en los ámbitos local
y regional fue inevitable. La presencia de la Iglesia era, en efecto, mucho más
cercana que la del mismo Estado imperial. Sólo en las ciudades que contaban
con grandes reparticiones militares o administrativas podía el número de fun-
cionarios públicos superar el de los miembros del clero local.
La Iglesia representaba, en cierta forma, un Estado dentro del Estado, y el
clero era su burocracia. De hecho, éste guardaba importantes semejanzas en su
organización con aquélla de la administración imperial. En primer lugar, presen-
taba una estructura piramidal bien definida y altamente jerárquica. En segundo,
podían existir grandes diferencias internas en el estatus de sus miembros. Los
escalones más bajos del clero eran reclutados predominantemente entre los
estratos inferiores y no garantizaban inmunidad frente a los castigos corporales
y la tortura en procesos judiciales, lo que era una señal clara de su bajo estatus63.
Sólo estaban exentos del impuesto a las actividades comerciales (collatio lustralis),
en la expectativa de que la mayoría de los que ocupaban estas posiciones segui-
rían manteniendo su antigua profesión como ingreso paralelo a su actividad reli-
giosa. Los beneficios eran mucho mayores para aquellos que alcanzaban el nivel
de diáconos y sacerdotes, pues ello implicaba la inmunidad frente a todo tipo de
cargas curiales. Eso hacía estas posiciones muy atractivas como una de las vías
para la ya mencionada “fuga de curiales”, por lo que el Estado debió intervenir
intentando, a todas luces con poco éxito, limitar ese aprovechamiento de los car-
gos eclesiásticos64. Las frecuentes repeticiones de estas medidas son un indicio
de que los estratos medios y las elites urbanas eran el campo de reclutamiento
Cod. Theod. 11.39.10, 386.
63

Véase por ej. Cod. Theod. 12.1.49. Al respecto véase también R. VAN DAM, “Bishops and Society”, en M. Mitchell
64

y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University
Press, 2006, p. 346.
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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 85

más importante del clero65. A partir de la segunda mitad del siglo IV, la Iglesia
se transformó para esos sectores sociales en una alternativa atractiva al servicio
en el Estado, pues permitía el acceso a posiciones de poder y relevancia pública
semejantes a las que se asociaban tradicionalmente con la pertenencia a la elite.
En el siglo V, el debilitamiento del Estado en el Occidente del Imperio haría que
la opción por la carrera eclesiástica se volviera todavía más atractiva, incluso
para miembros de familias senatoriales131. Se conocen numerosos ejemplos de
individuos de familias con una larga y distinguida trayectoria de servicio público
que, dejando de lado esa tradición, se integraron a la jerarquía eclesiástica. Los
casos más notorios son, sin duda, Ambrosio de Milán y Juan Crisóstomo67.
Al igual que en la burocracia y el ejército, las relaciones personales y la riqueza
eran factores claves para el progreso dentro de la jerarquía eclesiástica68. Se
conoce la existencia de varias “familias episcopales”, que ilustran claramente la
importancia de este tipo de conexiones. Normalmente, se esperaba que quienes
accedieran a la silla episcopal hubieran cubierto antes las posiciones inferiores
de la jerarquía eclesiástica, pero la promoción acelerada (per saltum) en caso de
figuras notables era, en muchos casos, una exigencia misma de los fieles, como
ocurrió con Ambrosio en Milán, que fue bautizado y transitó por todos los car-
gos hasta llegar a obispo en el transcurso de una semana69. A pesar de las ven-
tajas derivadas de una posición social elevada, son muchos los ejemplos cono-
cidos de individuos procedentes de los estratos medios que pudieron alcanzar
posiciones prominentes en la Iglesia, baste mencionar sólo a Agustín de Hipona
o al papa Dámaso, quien provenía de una familia del bajo clero. La información
proporcionada por los relevamientos prosopográficos realizados para algunas
regiones del imperio indica que la mayoría de los obispos provenían de familias
curiales70. No obstante, existe información abundante sobre personas de baja
condición social que lograron acceder al episcopado. Alejandro de Comana, por
ejemplo, era un carbonero, mientras que Jorge, el obispo arriano de Alejandría,
nació en la tienda de un batanero. Spyridon Trimithous era un pastor, y Zenón
65 A. H. M. JONES, The later Roman Empire, 923-4: “The great majority of the higher clergy, the urban deacons and

priests and the bishops, were drawn from the middle classes, professional men, officials, and above all curiales.”
66 C. RAPP, Holy Bishops in Late Antiquity. The Nature of Christian Leadership in an Age of Transition, Berkeley, 2005, pp.

188-195.
67 Sobre Juan Crisóstomo véase J. N. D. KELLY, Golden Mouth. The Story of John Chrysostom, Ithaca (New York),

Cornell University Press, 1998, pp. 4-5.


68 Véase C. RAPP, op. cit., pp. 195-207.

69 PAULINUS, Vita sancti Ambrosii, 9. Véase también PLRE 1.52 “Ambrosius 3”. Para un análisis detallado véase N.

MCLYNN, Ambrose of Milan. Church and Court in a Christian Capital, Berkeley, University of California Press, 1994, pp.
1-53.
70 C. RAPP, op. cit., pp. 183-188.
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86 DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

de Maiouma un tejedor de lino. Ambos continuaron en sus profesiones incluso


después de su avance al episcopado71.
Si bien tales carreras eran una excepción dentro de la Iglesia, el ascenso de
individuos de los estratos inferiores a través de su jerarquía parece haber sido,
en algunos aspectos, más sencillo que en la burocracia estatal. Ello era conse-
cuencia del menor papel que la educación desempeñaba como factor de avance
en el clero en comparación con la administración pública. Sin duda, algunos de
los obispos más prominentes de este período eran verdaderos “doctores de la
Iglesia” y pertenecían a una muy reducida elite intelectual. La educación más allá
de la simple alfabetización no era, sin embargo, un requisito imprescindible para
acceder al obispado, lo que permitía casos de movilidad acelerada partiendo
desde los estratos inferiores que en la burocracia habrían sido imposibles72.
El papel de la Iglesia como vía de ascenso social perdió relevancia en el siglo
V, especialmente en las provincias occidentales. La paulatina desintegración del
aparato estatal romano privó a las aristocracias provinciales de uno de sus ámbitos
naturales de acción. Los puestos jerárquicos dentro del clero sirvieron entonces
como un sucedáneo para reemplazar esa pérdida. Este proceso es claramente
reconocible en la Galia y, en menor medida, en Hispania73. La dignidad episcopal
adquirió entonces un claro componente aristocrático y el acceso a la misma por
personas de los estratos medios o inferiores se volvió absolutamente excepcional.
5. Conclusión
Es indiscutible que, como señala el consenso historiográfico de las últimas
décadas, el mundo tardorromano estuvo caracterizado por un importante nivel
de movilidad social. Esta afirmación debe, sin embargo, ser matizada en algunos
aspectos. El nivel de movilidad fue excepcional en el siglo III y en la primera
parte del IV, pues el cambio en los principios de estratificación implicó un des-
plazamiento masivo de grupos sociales hacia nuevas posiciones. La estabiliza-
ción alcanzada por las reformas de Diocleciano y Constantino culminó con ese
cambió general y definió un nuevo orden que sería mantenido en sus líneas
generales hasta la caída del imperio occidental. Desde este momento, la movili-
dad estructural se tornó marginal y la información disponible señala el predo-
minio de desplazamientos individuales, en buena medida, como reacción a las
redefiniciones de las posiciones de algunos grupos en el período anterior.
Ibidem, p. 177.
71

Ibidem, pp. 178-183.


72

73 Sobre este proceso véase R. W. MATHISEN, Roman Aristocrats in Barbarian Gaul: Strategies for Survival in an Age of

Transition, Austin, 1993.


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MOVILIDAD SOCIAL EN EL IMPERIO ROMANO TARDÍO 87

La consolidación del nuevo orden social surgido de la crisis del siglo III impli-
có una disminución en el nivel de movilidad. La acción del Estado cumplió en
ello un papel importante, al intentar fijar el carácter hereditario de la pertenencia
a diversos órdenes y grupos de estatus. El resultado de la legislación imperial no
fue, sin embargo, tanto una verdadera restricción de las posibilidades de ascenso
como una concentración de las mismas en algunas vías específicas que, como se
señaló, por sus peculiares características, no se vieron afectadas en forma signifi-
cativa por las medidas de restricción impuestas por el Estado. En consecuencia,
la mayoría de las trayectorias ascendentes se canalizaron, durante el siglo IV, en
torno a tres instituciones, la burocracia, el ejército y la Iglesia.
La existencia de un importante nivel de movilidad social a través de estos
canales es indiscutible. Más problemático es, sin embargo, determinar los facto-
res que permitían a algunos individuos aprovechar esas vías de ascenso para
alcanzar un estatus superior al de sus antepasados. La educación literaria cons-
tituía una condición casi imprescindible para una movilidad ascendente a través
de todos estos canales y ha sido identificada como uno de los factores clave en
muchos ejemplos de ascenso social acelerado de este período74. Este papel de la
educación hacía que la misma actuara, de hecho, como un limitador de las posi-
bilidades de ascenso de individuos de los estratos inferiores, dado que acceder a
una educación literaria completa implicaba disponer de medios económicos sig-
nificativos durante la niñez y la adolescencia. La educación fijaba, sin embargo,
un límite sólo para la movilidad intrageneracional, no para la intergeneracional.
Es decir, que el éxito económico podía permitir a un individuo de los sectores
bajos reunir los recursos para invertir en la educación de sus hijos y garantizar
un mayor ascenso para la próxima generación.
Sin duda, el dominio de la tradición literaria era un requisito ineludible para
cualquier individuo que quisiera desenvolverse en la elite senatorial y burocrática
del imperio. Sólo en el ámbito de la elite militar —compuesta en buena medida
por generales procedentes de provincias periféricas o, incluso, de origen bárba-
ro— su importancia era menor. En el resto de la elite, operaba como un criterio
central de pertenencia. Como lo revela claramente un pasaje de Amiano
Marcellino, no ser versado en cuestiones literarias era visto, en un senador, como
un defecto75. El prestigio de la cultura literaria no significaba, sin embargo, un

74 Sobre la importancia social de la educación en este período véase R. CRIBIORE, “The Value of a Good

Education: Libanius and Public Authority”, en Ph. Rosseau (ed.), The Blackwell Companion to Late Antiquity, Oxford,
Blackwell, 2009, pp. 233-245.
75 Amm. 14.6.1.
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ascenso social inmediato para todos aquellos que la dominaran, como lo demues-
tra la ambigua posición social de los gramáticos en la Antigüedad Tardía76.
Más allá del papel innegable de la educación, el ascenso social de un individuo
era el resultado de una multiplicidad de factores. Talento y formación eran un
excelente punto de partida y los recursos económicos una gran ayuda pero, en
una sociedad estructurada en torno a los lazos de interdependencia y patronaz-
go, el establecer relaciones sociales con miembros de la elite era el factor deter-
minante. De allí la centralidad de las instituciones identificadas como canales de
movilidad social en este período. En ellas, individuos de los estratos inferiores y
medios entraban en contacto directo con miembros de la elite. Esas relaciones
se encontraban mediatizadas por los códigos culturales de la pertenencia común
a esa institución, lo que hacía posible el establecimiento de lazos de patronazgo
diferentes de los existentes fuera de ese contexto.
En el siglo V, la gradual disgregación del Imperio Romano de Occidente sig-
nificó la desaparición del ejército y la burocracia como canales efectivos de
movilidad. La Iglesia persistió, pero en muchas regiones se transformó en un
refugio de las aristocracias provinciales, que pasaron a monopolizar las posicio-
nes dentro del alto clero, disminuyendo las posibilidades de ascenso de indivi-
duos de otros estratos sociales. En el Imperio Oriental, a pesar de una crisis que
puso en riesgo la supervivencia misma del Estado, estos canales de movilidad
social continuarían operando por toda la Antigüedad Tardía.

76 R. KASTER, Guardians of Language. The Grammarian and Society in Late Antiquity, Berkeley, University of California

Press, 1997.

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