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CUENTO CON OGRO Y PRINCESA

Ricardo Mariño

Fue así: yo estaba escribiendo un cuento sobre una Princesa. Las princesas, ya se sabe, son lindas,
tienen hermosos vestidos y, en general, son un poco tontas. La Princesa de mi cuento había sido
raptada por un espantoso Ogro. El Ogro había llevado a la Princesa hasta su casa-cueva. La tenía
atada a una silla y en ese momento estaba cortando leña: pensaba hacer “princesa al horno con
papas”. Las papas ya las tenía peladas.

Es decir había que salvar a la Princesa.

Pero no se me ocurría cómo salvarla. El cuento estaba estancado en ese punto: el Ogro dele y dele
cortar leña y la Princesa, pobrecita, temblando de miedo. Me puse nervioso. Más todavía cuando
el Ogro terminó de cortar, acarreó la leña hasta la cocina y empezó a echarla al fuego. En cualquier
momento dejaría de echar leña y acomodaría a la Princesa en la enorme fuente que estaba a su
lado. Agregaría las papas, un poco de sal, y zas, ¡al horno! ¿Qué hacer?

Se me ocurrió buscar en la guía telefónica. Descarté llamar a la policía (en las películas y en los
cuentos la policía siempre llega tarde); tampoco quise llamar a un detective (no soporto que
fumen en pipa en mis cuentos). Por fin, encontré algo que me podía servir:

“Rubinatto, Atilio, personaje de cuentos. TE 363-9569”

-Hola, ¿hablo con el señor Atilio Rubinatto?

-Sí, señor, con el mismo.

-Mire, yo lo llamaba… en fin, por la Princesa…

-¿Qué le pasa? ¿Está triste?

-Sí, más que triste.

-¿Qué tendrá la Princesa?

-La van a hacer al horno.

-¿Al horno?

-Sí, con papas.

-¿Quién?

-¿Quién qué?

-¿Quién la va a cocinar?

-El Ogro, ¿quién va a ser?


-Pero mire un poco. ¡Las cosas que pasan! Y uno ni se entera. Ya no se puede salir a la calle.
Adónde iremos a parar. Casualmente, hoy le comentaba a un amigo que…

-Escúcheme, Rubinatto.

-Sí.

-Lo que yo necesito es que usted participe en el cuento.

-¿Qué cuento?

-En el que estoy escribiendo. Quiero que usted haga de héroe que salva a la Princesa.

-Bueno, no le niego que la oferta es interesante, pero, en fin, últimamente estoy muy ocupado.
Tengo trabajo atrasado…

-¿Trabajo atrasado?

-Claro. Tengo que hacer de sapo pescador que se transforma en sardina en un cuento que se llama
“Malvina, la sardina bailarina”. Además, me falta repartir como treinta cartas en un cuento donde
hago de “viejo cartero bondadoso”. Es un personaje muy lindo, todos los chicos lo quieren…

-¿Piensa dejar que el Ogro se coma a la Princesa? Usted no tiene sentimientos. Es un monstruo.

-Ya le digo, ando muy ocupado. No sé, si me hubiera avisado con tiempo, lo hacía gustoso…
Llámeme en otro momento.

-¡Qué otro momento! Si esperamos un minuto más, chau Princesita. Rubinatto, usted no puede
hacer esto, qué pensarán sus admiradores…

-Es cierto…

-Van a pensar que usted es un cobarde, un…

-Está bien, está bien. Veré qué hago. No, usted tiene que decirme qué hago, ¿qué hago?

-Y… puede hacer de vendedor de manteles. Ahí está. Listo. Usted hace de vendedor de manteles.
Llega hasta la casa del Ogro. Llama a la puerta. Cuando el Ogro abre, usted le da un par de
sopapos. Después desata a la Princesa y escapan… ¿qué le parece?

-¡Ni loco! ¿De vendedor de manteles? De Príncipe o nada. Y al final, después que la salvo, me caso
con ella.

-No, de vendedor de manteles.

-¡De Príncipe!

-¡Vendedor de manteles!

-¡Príncipe o nada!
-Está bien, haga de Príncipe… me va a arruinar el cuento, pero por lo menos salva a la Princesa.

Y llego en un caballo blanco y tengo una gran capa dorada.

-Sí, todo lo que quiera, pero apúrese porque si no…

-Y ahora la meto en la fuente y listo –dijo el espantoso Ogro, pellizcando el cachete de la Princesa.

En eso se escuchó que alguien gritaba fuera de la casa-cueva:

- ¡Ehh! ¿Hay alguien en la casa?

¿Quién sería? El Ogro se asomó a la ventana. Vio que del otro lado de la verja de su casa-cueva
había un tipo muy extraño montado en un caballo blanco. Llevaba una capa dorada pero se notaba
que se había vestido de apuro. Tenía la ropa mal puesta, la camisa afuera, una bota sin atar, y el
pelo desprolijo.

-¿Qué quiere? –le preguntó el Ogro desde la ventana.

-Soy el Príncipe Atilio.

-¿Y a mí qué me importa? –contestó el maleducado del Ogro.

-Es que ando vendiendo manteles…

-Manteles, ¿eh?

-Sí. Tengo algunos en oferta que le pueden interesar. Lavables. Estampados. Confeccionados en
fibras de tres milímetros. En cualquier negocio cuestan dos o tres pesos. Yo, el Príncipe Atilio, se lo
puedo dejar en tres centavos.

El Ogro lo pensó. La verdad que no le venía mal un lindo mantelito. La cueva estaba hecha un asco.
Y ya que se iba a dar un festín de “princesa al horno con papas”, ¿por qué no estrenar un
mantelito si estaban tan baratos?

-Espere. Ya le abro –dijo por fin el Ogro.

Atilio bajó del caballo.

Acá viene la parte de las piñas.

-Tomá. Agarrá el mantel –le dijo el Príncipe Atilio.

Cuando el Ogro lo agarró, le dio una trompada que lo hizo volar exactamente 87 metros y 34
centímetros. Pero el Ogro se levantó, arrancó un sauce de más de 3.600 kilos y se lo dio por la
cabeza al Príncipe. Antes de que el Ogro saltara sobre él a rematarlo, el Príncipe agarró una piedra
de más o menos cuatro mil kilos y se la tiró sobre el dedito gordo del pie derecho. El Ogro la
esquivó y rápidamente hizo un pozo en la tierra de un metro y medio de diámetro y diez metros
de hondo, para que el Príncipe cayera adentro.

Era una pelea muy dura.

El Príncipe, queridos lectores, desgraciadamente cayó al pozo.

El Ogro volvió contento a su casa.

Pero cuando llegó, la Princesa ya no estaba. La había desatado el caballo blanco del Príncipe. La
Princesa subió al caballo y juntos fueron a sacar al Príncipe Atilio del pozo.

-Amada mía –le dijo el Príncipe Atilio desde allá abajo al reconocer el rostro angelical de la
Princesa.

-Amado mío –respondió la Princesa.

-He venido a salvarte –le dijo el Príncipe.

-¡Oh! ¡Qué valiente!

-He venido por ti.

-Has venido por mí.

-Pero si no me sacas de aquí, no podré salvarte.

-Oh, si no te saco de ahí, no podrás salvarme.

-Amada mía.

-Amado mío.

-¿Por qué no se apuran un poco, che? –se quejó el caballo-. Va a venir el Ogro y este cuento no se
va a terminar nunca.

Huyeron.

Se casaron, fueron felices, pusieron una venta de manteles y nunca se acordaron del Ogro.

FIN
N° 251 | Lecturas | 21/4/09 | 11 comentarios
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Services35
por Alicia Almirón
“Fue así: yo estaba escribiendo un cuento sobre una Princesa.”
Este es el comienzo de Cuento con ogro y princesa (1) de Ricardo Mariño, cuyo narrador-
protagonista se nos presenta como un escritor de cuentos. Es decir, ya desde el inicio, el autor
nos está poniendo en contacto con el acto de ficcionalizar. Este recurso metaficcional nos
muestra esa toma de distancia que permite a la ficción reflexionar sobre sí misma. El narrador
continúa haciendo referencia a que el cuento es “sobre una princesa” y comienza a desgranar
las cualidades del estereotipo “princesa de cuento”: “son lindas, tienen hermosos vestidos y en
general son un poco tontas”.
Este tipo de obras de la literatura infantil actual realizan no sólo un desmontaje de la
construcción ficcional, sino que, además, desde una actitud paródica (en este caso hacia un
género, el del cuento tradicional o cuento maravilloso), plantean al lector una suspensión de la
lectura; lo obligan a reflexionar sobre el armado de la ficción y sus características.
El narrador también nos dice que a la princesa de su cuento “había sido raptada por un
espantoso ogro” y avanza en detalles -con la mayor naturalidad- acerca de que (el
ogro) “pensaba hacer ‘princesa al horno con papas'”. Mariño mismo -en un artículo teórico
para la revista Piedra Libre- destaca lo siguiente: “Característico de los textos absurdos es el
tono desapasionado y lacónico de la voz que narra” (…) “La estrategia decisiva es encajar lo
insólito en el envoltorio lingüístico de lo conocido” (2). Nos está hablando entonces del tono
con que se debe narrar este tipo de relatos que incluyen lo absurdo y que de esa manera es
como éste es captado con mayor efectividad por el lector. Continuando con el tema del ogro
que se quiere comer a la princesa, podríamos pensar tal vez en una alusión, desde la
contemporaneidad, a las prácticas de canibalismo que aparecían en los cuentos populares o
tradicionales en sus orígenes, hacia la Edad Media, que no estaban por cierto destinados a los
niños, pero que con el tiempo fueron justamente adaptados para ellos, suprimiendo esas
acciones que podían “perturbar” las mentes infantiles, y que aquí el autor lo actualiza y lo toma
como motivo, resignificándolo desde el humor.
Siguiendo con el relato, el narrador dice categórico: “…había que salvar a la Princesa”. Pero
no se me ocurría como salvarla. El cuento estaba estancado en este punto.”. De manera que
el cuento continúa con ese juego acerca de los momentos en que el autor de ficción no sabe
cómo continuar; qué opciones elegir o bien no ocurrírsele ninguna. El narrador-protagonista,
declarado él mismo como escritor del cuento, parece distanciarse cada vez más de sus
personajes, a la vez que éstos parecieran independizarse de él: “el Ogro dele y dele cortar
leña y la Princesa, pobrecita, temblando de miedo. Me puse nervioso.”. Esto crearía un efecto
de extrañamiento en el lector, ¿cómo es posible que el autor de la ficción tenga miedo de lo
que hacen sus personajes?, ¿no es justamente el autor quien toma decisiones sobre las
acciones de los mismos?
La solución disparatada que elige el narrador-escritor es consultar la guía telefónica. Y más
aún el resultado: encontrar un aviso en el que un “personaje de cuentos” se ofrece para
trabajar. Este segmento nos recuerda la obra Seis personajes en busca de un autor de Luigi
Pirandello. A esa posible relación intertextual Mariño le agrega el toque de absurdo que en
este fragmento estaría dado en ese cruce entre soportes textuales contemporáneos -“páginas
amarillas” (o sección de avisos) de la guía telefónica- y un cuento maravilloso que se va
distorsionando cada vez más en el juego paródico.
Recordemos algunos conceptos referidos a la parodia: “El texto paródico es reescritura de un
texto anterior (…) por afirmación y negación, identidad y diferencia, (…) la parodia desmonta y
niega los valores del modelo en el momento mismo en que lo afirma, e incluso, le hace un
homenaje.” (3)
Una vez que nuestro narrador-escritor lee el aviso -“Rubinatto, Atilio, personaje de cuentos. TE
363-9659″- y llama a este personaje, se suscita un diálogo de lo más desopilante, incluida una
alusión intertextual a un poema de Rubén Darío:
“-Hola. ¿Hablo con el señor Atilio Rubinatto?
-Sí señor, con el mismo.
-Mire, yo lo llamaba… en fin, por la Princesa…
-¿Qué le pasa? ¿Está triste?
-Sí, más que triste.
-¿Qué tendrá la princesa?”
Y luego -como si fuera algo de lo más natural- continúa:
“-La van a hacer al horno.
-¿Al horno?
-Sí. Con papas.
-¿Quién?
-¿Quién qué?
-¿Quién la va a cocinar?
-El Ogro, ¿quién va a ser?”
Cuando el escritor-protagonista le comunica a Atilio Rubinatto que es el ogro quien se la va a
comer, en la contestación del personaje (“-Pero mire un poco. ¡Las cosas que pasan! Y uno ni
se entera. Ya no se puede ni salir a la calle. Adónde iremos a parar…”) aparece la inclusión de
géneros discursivos como las conversaciones cotidianas, entre vecinos o conocidos, con su
tono inevitable de lugares comunes.
El modelo clásico del cuento tradicional se retoma cuando el narrador-escritor le pide luego a
Rubinatto que participe en el cuento: “-Quiero que usted haga de héroe que salva a la
Princesa.”. Si recordamos a Vladimir Propp (4) y las 31 funciones que halla en los mismos,
podemos convenir que en este cuento aparecen: la salida del héroe; el donante (que podría
ser el narrador-escritor); la lucha entre héroe y antagonista y el triunfo del héroe.
Atilio, el personaje solicitado, le responde al “autor” que tiene trabajo atrasado en cuentos
tales como “Malvina, la sardina bailarina” u otro en el que debe cumplir el papel de “viejo
cartero bondadoso”. Esto puede leerse como una referencia crítica a aquella tradición de una
literatura infantil pasada de moda, edulcorada, con rimas “pegadizas” y personajes
“abuenados”; es decir cuentos que se suponen potables para ser leídos por los niños. La
investigadora María Adelia Díaz Rönner la caracteriza como un “didactismo moralizante”, en el
que es “evidente el gesto proteccionista, de retórica conservadora”. Para esta tradición literaria
el niño sería un “alma” pura e incontaminada, y las obras para él destinadas tendrían que
contener “arquetipos de personajes y de acciones en constante “abuenización”, y en las que,
por supuesto, “se excluye la trangresión.” (5)
Volvemos a nuestro cuento y vemos que el “autor” finalmente convence a Rubinatto para que
sea el personaje de su cuento. Éste, en principio, dice: “Está bien, está bien. Veré qué hago.”.
Pero después reacciona: “No, usted tiene que decirme qué hago.”. A través de este breve
segmento en que el personaje le reconoce al “autor” su rol director de la obra, nuevamente se
destacan los mecanismos de la ficción.
Seguidamente aparece otro diálogo, de tono más exaltado, en que el narrador-escritor le pide
a Rubinatto que -para disimular ante el ogro- vaya disfrazado de vendedor de manteles. Allí se
suscitará una discusión porque Atilio exclamará: “-De Príncipe o nada. Y al final, después que
la salvo, me caso con ella.”. Estas líneas parecen atender a dos temáticas; por un lado a los
finales cristalizados de los cuentos de princesas y, por otro lado, a la actitud de estrellato de
algunos actores de televisión.
Contradictoriamente el narrador-escritor dice: “…me va a arruinar el cuento pero por lo menos
salva a la princesa.” ¿Por qué lo arruinaría si hay una lógica propia en este tipo de relatos en
los que el príncipe salva a la princesa? Los investigadores Claudia López y Gustavo
Bombini toman palabras de Italo Calvino cuando sostienen que “lo cómico es una forma de
salir de un único sentido”. Y seguidamente afirman que “La ironía es una forma de dar a
entender lo contrario de lo que se dice. Los humoristas, los lectores irónicos, son aquellos
capaces de abrir en el lenguaje la contradicción.”(6) Y así el “personaje” Atilio Rubinatto irá
como “príncipe” a rescatar a la princesa pero vendiendo “mantelitos” (aquí se ridiculiza al
héroe, además de agregarle lugares comunes al relato, como que llega en un caballo blanco).
Al final del cuento, en el enfrentamiento entre el príncipe Atilio y el Ogro, sucede una serie de
acciones exageradas, hiperbólicas, tales como que uno de ellos levante y arroje una piedra
de “más o menos cuatro mil kilos” o el otro arranque un árbol de“más de 3.600 kilos”. Todo ello
precedido por un segmento autorreferencial advertido por el narrador: “Acá viene la parte de
las piñas.”.
El príncipe finalmente caerá adentro de un pozo; la princesa será desatada por el caballo
blanco y juntos (princesa y caballo) irán a sacar al príncipe Atilio del pozo. Al encontrarse la
pareja se suscitará un diálogo amoroso -casi de melodrama- entre los dos personajes, y a
continuación el Príncipe (desde adentro del pozo) le dirá a la Princesa:
“-He venido a salvarte.
-¡Oh! ¡Qué valiente! (le responde la Princesa)-He venido por ti.
-Has venido por mí (continúa la Princesa)-Pero si no me sacas de aquí no podré salvarte.
-Oh, si no te saco de ahí no podrás salvarme.
-Amada mía.
-Amado mío.”
Y será la princesa quien saque al Príncipe del pozo. Esta inversión de roles, propia del juego
paródico -en que el protagonista (Príncipe) y antagonista (Ogro) son ridiculizados-, es un
recurso que creemos que no llega al extremo de “desmoronamiento de un género” (tal como lo
plantean López y Bombini (7) para el caso de ciertos textos y el género periodístico) pero sí
podríamos decir que “lo dan vuelta”. Pone en tensión el verosímil de género (en este caso al
cuento de género maravilloso) para que lo podamos pensar en primer término desde sus
características, pero luego proyectándose hacia la literatura infantil en general.
El cuento termina con el clásico final feliz (“Se casaron, fueron felices…”) pero esto adicionado
con un detalle actual y por tanto anacrónico para los cuentos de princesas: “pusieron una
venta de manteles y nunca se acordaron del Ogro.”.
Cuento con ogro y princesa se estaría proponiendo como otra forma de hacer literatura, desde
el humor y la parodia. “Los límites traspasados por el humor -sostiene Mariño- tienen que ver
con la revelación de una faz insospechada de las cosas, una subversión de lo conocido.” (8)
Mientras que -como afirman López y Bombini- “exagerar, invertir, parodiar, ironizar, disminuir,
violar las normas, las convenciones” (9) y todos los procedimientos que aparecen cuando se
hace humor, es una forma de combatir los sentidos cerrados y proponer una nueva forma de
comunicarmos. Cuento con ogro y princesa nos lleva a visualizar una nueva forma de escritura
en la literatura infantil; a disfrutar de ella por el humor que incluye; que no solamente nos lleva
a la risa, sino que también nos invita reflexionar sobre la literatura misma.

Notas

(1)
Mariño, Ricardo. Cuento con ogro y princesa. Ilustraciones de Laura Cantón. Buenos Aires, Ediciones Colihue,
1987. Colección El Pajarito Remendado. Existe edición entregada con el periódico Página/12 (Buenos Aires,
1999).
(2) Mariño, Ricardo. “La venganza del peor del grado”. En: revista Piedra Libre, N° 9; Córdoba
(Argentina), CEDILIJ, mayo de 1992; pág. 22.
(3) Bravo, Víctor. “La parodia, metamorfosis de la identidad”.En: Figuraciones del poder y la ironía. Esbozo
para un mapa de la modernidad literaria. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1996; pág.18.
(4) Nota de Imaginaria: Propp, Vladimir. Morfología del cuento. Madrid, Ediciones Akal, 1985.
(5) Díaz Rönner, María Adelia. “Literatura Infantil de ‘menor’ a ‘mayor'”. En: Jitrik, Noé (editor). Historia Crítica
de la Literatura Argentina. Vol. 11. Buenos Aires, Emecé, 2000; pág.522.
(6) López, Claudia y Bombini, Gustavo. ¡¡¡Nada serio!!! Textos para reír con todo. Buenos Aires, Libros del
Quirquincho, 1990. Colección Libros para nada. Pág. 8.
(7) López, Claudia y Bombini, Gustavo. Op. cit.; pág. 68
(8) Mariño, Ricardo. Op. cit.; pág. 22.
(9) López, Claudia y Bombini, Gustavo. Op. cit.; pág 68.
http://www.imaginaria.com.ar/2009/04/cuento-con-ogro-y-princesa-o-como-desmontar-el-verosimil-del-genero-
maravilloso/

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