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UN SEDUCTOR DESCONOCIDO

Lori Copeland

—Te comportas como una bruja, tienes la lengua


de una víbora y... el cuerpo de un ángel.
Justo lo que un hombre como Garrett debía decir.
¿En qué lío se metía Chandra?
Ella estaba comprometida y la boda se celebraría
en unas semanas; sin embargo, aceptó hacerse pasar
por la esposa de un desconocido. Actuó tan bien su
papel, que ahora Garrett no permitiría que ella se fuera.
Atractivo y arrogante, él representaba todo lo que ella
despreciaba.
¿Por qué, entonces, la entusiasmaban sus besos y
sus caricias? ¿Qué había cambiado en ella?
CAPITULO 1

Una rubia elegante bajó del taxímetro de prisa y le pagó al conductor con manos
temblorosas. Sintió el viento áspero del anochecer y el aroma de su atractivo perfume se
filtró en el aire de la noche.
Chandra Loring se detuvo antes de entrar a uno de los más distinguidos edificios de
Oklahoma. Miró a su alrededor, el decorado festivo la dejó boquiabierta. Aunque estaban
a principios de diciembre, el salón de recepción parecía una imagen navideña. Enormes
coronitas hechas con ramas de pino atadas con moños rojos adornaban las paredes;
también había arbolitos de Navidad por todas partes. Había guirnaldas, que perfumaban
el ambiente con el aroma fresco de la madera. Se oían los villancicos de Navidad.
Chandra cerró los ojos un instante, se regocijaba con la música y el aroma. Sólo por
un momento olvidó su temor. La Navidad siempre despertaba la niña que había en ella.
Solía correr eufórica entre la gente en los negocios, disfrutando de la actitud renovada
que parecía tener todo el mundo, convirtiendo a los avaros en corderos, y a los más
cínicos en creyentes, aunque sólo fuera por un tiempo. Su propio apartamento reviviría
con el aroma de las comidas típicas de Navidad; envolvería los regalos con papel de
colores brillantes y esperaría con entusiasmo el momento de entregarlos a sus seres
queridos.
Dio una última mirada alrededor, y esperó el elevador. Levantó la vista al oír el
ruido que éste producía. Miró fascinada como lentamente bajaba desde el último piso.
Chandra dio un paso atrás. Estaba nerviosa de sólo pensar por qué estaba allí. Si
tuviera dos dedos de frente, daría media vuelta y se iría. ¡Cómo podía haberse dejado
convencer por su hermano Darrell! Esto era ridículo. Se mordió el labio y volvió a elevar la
vista para mirar cómo bajaba el elevador. Estaba detenido en el cuarto piso, y se oían
voces masculinas que hablaban ruidosamente. Parece que alguien está celebrando antes
de tiempo, pensó, y oyó que se cerraba la puerta y volvía a subir.
Se puso nerviosa. Sólo deseaba que pasara esta noche. Quería volver a casa antes
de lo pensado y conversar abiertamente con su madre sobre la boda que tendría lugar el
treinta y uno del mes. Se dio cuenta de que tendría que haberle avisado a su madre, pero
no lo había pensado siquiera. Había preparado sus maletas y tomado el primer avión.
Había llegado a casa para ver que sus padres habían salido en viaje de negocios. Chandra
caminaba de un lado a otro, recordaba la noche anterior cuando había venido su hermano
a hacerle compañía. El era astuto como un zorro y la había involucrado en la farsa más
descabellada que hubiera podido imaginar: a los treinta minutos de su llegada, la había
convencido de que se hiciera pasar por la esposa de su mejor amigo Cecil.
Caminaba impaciente y con firmeza. Todavía estaba a tiempo de librarse de la
actuación. No tenía que hacerlo. Después de todo, estaba comprometida con Philip, y
aunque era un hombre divertido, estaba segura de que no le gustaría todo esto, si llegaba
a enterarse. Ella no era el tipo de mujer que se enredaba en estas cosas, pero en un
momento de debilidad, había sucumbido a los ruegos de su hermano. Ocurre que Cecil, se
había postulado para un importante puesto en una empresa aeronáutica, y se había
enterado por rumores, de que el dueño prefería un hombre casado para dicho puesto. En
medio de la desesperación, Darrell y Cecil habían maquinado un plan para que Chandra
pasara por esposa de Cecil durante la fiesta que se ofrecería a los candidatos. De no haber
sido porque su hermano le había dicho que el "pobre y tímido Cecil" no podía encontrar
una "esposa" por una noche, ella nunca habría aceptado involucrarse en el plan.
Darrell le había explicado que una vez que Cecil se asegurara el puesto, el dueño y
su esposa se irían. Finalmente, Cecil podría decir que su matrimonio no había funcionado.
Tendría el empleo, Chandra le habría hecho un gran favor al amigo de su hermano, y todo
volvería a la normalidad.
Lo que más le molestaba era que ella jamás había mirado a Cecil, y sabía poco de
él.
Chandra se detuvo, un gesto de irritación distorsionó su rostro encantador. No, le
había prometido a Darrell que lo haría, y cumpliría. Pero si lo tuviera delante de sus ojos
ahora, lo ahorcaría. Si ese tal Cecil era tan desafortunado como decía su hermano, con las
mujeres, el trabajo y la vida, una noche no cambiaría las cosas. Pero, al menos, habría
ayudado en algo.
La puerta metálica del elevador hizo un fuerte ruido al abrirse, y bajaron tres
hombres que estaban algo ebrios.
— ¡Buenoooooo, feliz Navidad, señorita! —le dijo uno que llevaba una copa de
champaña y una botella bajo el brazo regordete—. ¿Me sostiene la copa, dulzura? Vamos
hasta aquí a la vuelta a buscar más. —Le dijo con la voz afectada por el alcohol.
Antes de que pudiera hacer algo, el hombre le había dado una copa de
burbujeante champaña. La miró sorprendida, luego miró al hombre que se alejaba con sus
dos amigos. Qué diablos voy a hacer con esto, pensó enojada. Entraron dos parejas
presurosas al elevador. Las dos mujeres la miraron con mala cara al ver que tenía una
copa en la mano: Chandra la sostuvo con firmeza y subió también al elevador. El
ascensorista se puso de pie y con suma lentitud cerró las puertas.
Se abrió la puerta de entrada una vez más, y apareció un hombre elegantemente
vestido; caminaba con aire altivo. Chandra podía oler el perfume masculino. Se cerró la
pesada puerta y el elevador comenzó a subir. Tratando de ser discreta, lo miraba de reojo.
Tenía puesto un elegante traje gris, y una camisa que era casi del color de sus ojos,
celeste. Lucía una corbata a rayas grises y azules, con una traba de oro que tenía la forma
de un avión. Con una mano muy masculina, acomodó el abrigo de cuero que llevaba
doblado en el brazo. Las uñas estaban prolijas. Su cabello castaño estaba apenas
despeinado por el viento, se advertía que era un poco crespo. Lo recorrió con la mirada.
Su cuerpo era atlético. Llevaba puestos zapatos de cabritilla gris.
—¿Qué piso, señores? —preguntó el ascensorista con no mucho entusiasmo.
—Tercero —gruñó el hombre, y al pasar la chocó a Chandra. Se derramó un poco
de champaña. El hombre que estaba a su lado se corrió para no ensuciarse.
Chandra no pudo sostener su mirada. Cambió la copa de mano.
—Cuarto, por favor —respondió nerviosa. Sintió que se ruborizaba. El hombre, sin
prestarle atención, miró hacia adelante. ¡Podía adivinar lo que pensaba! Su actitud
altanera decía que la consideraba una borracha, que había empezado a tomar antes de
llegar a la fiesta.
Chandra se sentía incómoda al lado de este hombre alto y atractivo. Recordaba las
instrucciones que Darrell le había dado por teléfono esa mañana. La había llamado, antes
de partir a último momento, para decirle que Cecil estaría de pie al lado del ponche a las
siete en punto. Tendría que buscar a un hombre alto, de alrededor de un metro ochenta,
de cabello oscuro. Le había dado la dirección y cortó la comunicación. No le había dado
tiempo para hacer preguntas. ¿Por qué no habré dejado que Cecil me pasara a buscar? se
dijo enojada. Darrell lo había sugerido, pero Chandra había rechazado la idea. No había
querido involucrarse en la farsa más de lo necesario, pero ahora se daba cuenta de lo
tonta que había sido.
El elevador se detuvo de repente, en el tercer piso, y todos perdieron el equilibrio
torpemente. Chandra tomó la copa con ambas manos para que no se cayera. El hombre,
que seguía a su lado, la miró de reojo y dio un paso al costado. La puerta, al abrirse, hizo
un chirrido y cuatro personas chocaron a Chandra al tratar de bajar. Le fue imposible
sostener la copa, y le manchó los pantalones al hombre.
El miró la mancha. Las otras cuatro personas se abrieron paso para salir, y la puerta
volvió a cerrarse.
—Disculpe —apenas balbuceó Chandra.
—No hay problema —dijo el hombre terminante, y miró hacia adelante otra vez—.
Le sugiero que tome esa porquería de una buena vez —agregó.
—Ah... —Chandra miró el vaso. ¡Ni siquiera le gustaba la champaña! Le sonrió,
sintiéndose culpable, y tomó un buen sorbo. El sabor amargo, avinagrado, casi le dio
nauseas. Respiró profundo, las lágrimas asomaban en sus ojos.
—Qué bueno —comentó desafiante. El no acotó nada.
Engreído, pensó acalorada, sosteniendo la copa con ambas manos. Ojalá no
estuviera allí, al lado de él. No importaba, se consoló pensando que bajaría en el piso
siguiente. ¡Lo primero que haría sería deshacerse de esa maldita copa!
—Cuarto piso —anunció el ascensorista. Se puso de pie y con lentitud abrió las
puertas. Dijo algo por lo bajo al ver que no había detenido el elevador a la altura del suelo.
— Un momento —agregó resignado, accionó la palanca. Esta vez el ascensor quedó por
encima del suelo del cuarto piso. Chanda se prendió de la barandilla con una mano; con la
otra sostenía la copa.— No, espere —ordenó el ascensorista, decidido a detener el
elevador donde debía. Observó el objetivo, y luego bruscamente se detuvieron casi a nivel
del suelo.
Chandra no pudo conservar el equilibrio y se cayó, y casi empujó al hombre que
estaba a su lado. Lo poco de champaña que quedaba en la copa se derramó sobre los
zapatos del hombre.
—¡Pero, qué hace! —gritó enfadado, mientras la mancha en sus zapatos
se agrandaba.
—Emm disculpe —dijo Chandra confundida. Cinco minutos antes se lo veía tan
elegante... Ahora tenía una mancha en el pantalón y otra en el zapato, como si hubiera
pisado barro, o algo así.
—¡Tendría que registrar esa copa como arma mortal, señorita! —dijo
acaloradamente al salir del elevador. Trató de sacudir el líquido del zapato.
Chandra hizo un esfuerzo y lo siguió; el ascensorista la ayudó a ponerse de pie.
—Gracias —murmuró amablemente, y vio que el hombre desaparecía en el
corredor. Dejó la copa sobre una mesa y se lamió las manos, que estaban pegajosas.
Lamentaba lo ocurrido... pero él era tan... ¡tan arrogante!, ¡bien merecido lo tenía!
Gracias a Dios Philip no es así, pensó reconfortada mientras caminaba por el
corredor. Quizá no tenían tantas cosas en común como le hubiera gustado a ella, pero al
menos él era un perfecto caballero. Nunca había abochornado a una mujer así. No, Philip
sería un marido perfecto y un padre perfecto también. Si tenían hijos varones, sería más
que perfecto. El deporte era para él una obsesión, todos los deportes, y esto la enloquecía
a veces, pero estaba segura de que a cualquier niño le gustaría tener un padre tan
atlético. Estaba orgullosa y a la vez atemorizada de ser su novia... Sacudió la cabeza.
Bueno, no empieces a pensar en esas cosas otra vez, Chandra, se dijo. Sólo estás
nerviosa por la boda, eso es todo. Miraba los números de las puertas, buscaba el
apartamento cuatro. Se detuvo en el pasillo, y sacó un papelito del bolso. Apartamento
cuatro, 14789 de la calle Yearling. Sí, éste era. De repente, se le aflojaron las rodillas y
empezó a temblar. ¡Daría cualquier cosa por librarse de este enredo ahora mismo!
Se acomodó el vestido negro que lucía, y se alisó el cabello, que quizás estaba
despeinado después de un viaje tan accidentado en el elevador. Satisfecha porque estaba
presentable, respiró profundo y tocó el timbre. De inmediato abrió la puerta un
mayordomo que se movía como si tuviera hemorroides.
—Buenas noches, señora —dijo mecánicamente.
—Buenas noches —respondió Chandra con simpatía.
—Su abrigo, señora.
Chandra le entregó su abrigo de piel blanca. El lo tomó ceremoniosamente, y le
pidió que lo siguiera.
Se oía el murmullo de las conversaciones y el ruido de las copas.
Llegaron a un ambiente grande que estaba iluminado sólo por velas que
centelleaban. Estaba decorado en tonos de azul y blanco, y todo el apartamento olía a
dinero. Chandra sintió que los pies se hundían en la alfombra blanca, acolchada. Seguía al
mayordomo entre la gente.
—Los anfitriones en seguida estarán con usted —dijo, y le sirvió una copa de
champaña—. Póngase cómoda, por favor.
—Gracias. Debo encontrarme con una persona —respondió, mientras buscaba el
ponche.
—Muy bien, señora — hizo una reverencia y se marchó.
En ese momento, no había nadie al lado del ponche. Se sentó en un sillón, desde
donde veía "el área del encuentro". Miró su reloj, que era de oro, y vio que todavía no
eran las siete. Miró la copa, y se ruborizó con sólo recordar la imagen del hombre del
elevador. Aunque no tenía importancia porque no volvería a verlo, se sentía incómoda por
lo tonta que había sido. Observaba a los invitados, y pensaba en las muchas cosas que
tenía que hacer antes de la boda. Lo que menos tenía que hacer era estar en esta fiesta
¡esperando a un desconocido! Tenía que enviar las invitaciones, hablar con los encargados
de la confitería, comprar los regalos para las madrinas... y ni qué hablar de todo el trabajo
que la esperaba después de la boda. Se había mudado al nuevo apartamento una semana
atrás, y dejado a su compañera, con quien había convivido durante los últimos tres años.
Con Philip habían decidido vivir en un apartamento hasta que pudieran comprar una casa.
Había muchas cajas que desempacar, y muchos detalles que atender. Desde que trabajaba
en el estudio de abogados de Philip como secretaria, nunca tenía tiempo para nada,
llegaba a casa demasiado cansada, preparaba una cena liviana y se iba a dormir cuando no
salía con Philip. Las salidas eran a veces una desilusión. Terminaban viendo un partido de
tenis o de hockey.
Se oyó una risa femenina y sensual. Chandra se dio vuelta y vio una mujer atractiva
que lucía un vestido rojo ajustado al cuerpo. Tenía una figura perfecta y el vestido no
escondía nada a los ojos de un hombre. Chandra abrió los ojos y se le aceleró el pulso al
ver al hombre que estaba de pie al lado del ponche. ¡Cielo santo! ¡Era el hombre que
había visto en el elevador! Le sonreía a esa mujer tan atractiva. Sus dientes blancos
brillaban en el rostro bronceado, atento a lo que la bella de rojo le decía. Comentaban
algo gracioso. Chandra miró el reloj. Eran las siete en punto. Seguramente, Cecil no había
llegado todavía, y era una extraña coincidencia que el engreído del elevador estuviera allí
hablando con esa mujer a la hora que ellos habían fijado. Chandra se hundió en el sofá,
tratando de pasar desapercibida. Cinco minutos después la dama de rojo, le tocó la mejilla
a "Ojos Azules" y murmuró algo. El respondió, le besó la mano, y le guiñó un ojo
seductoramente. Ella lo miró y luego se alejó. Chandra volvió a mirar el reloj, nerviosa
advirtió que eran siete y cinco pasadas.
El hombre que seguía al lado del ponche miró el reloj, y frunció el ceño. Se notaba
que esperaba a alguien. Se sirvió una copa de ponche.
Chandra cerró los ojos, desesperada. No había escapatoria. ¡ESE era Cecil! No
importaba lo que pensara al verla, pero le gustaba la idea de hacer quedar mal a su
hermano. Obviamente, Cecil le contaría que la había encontrado "bebiendo en el
elevador" antes de la fiesta.
Suspiró, se puso de pie y se acercó, mientras su corazón latía acelerado. La
observaba con insistencia. Darrell le había dicho que era tímido con las mujeres, que ni
siquiera se animaba a invitarlas a salir. Eso demuestra lo torpe que puede ser un hombre,
pensó con sarcasmo, y recordó la escena con la dama de rojo. Quizás el pobre Cecil no
tenía suerte, pero era de dudar. Este hombre parecía tan tímido como un pájaro. No,
Chandra conocía este tipo de hombre. Estaba acostumbrado a dominar la situación con las
mujeres, y con su apariencia, a ellas no les molestaba. Bueno, quizá podía engañarlo a
Darrell, pero no a ella. Disculpa, Cecil, viejo, se dijo, la fiesta ha terminado para ti y la
dama de rojo. Acaba de llegar tu "esposa".
CAPITULO 2

Chandra llegó hasta donde estaba el ponche justo cuando regresaba la dama de
rojo. Respiró profundo, se acercó a "su marido" y le tomó el brazo decidida.
—Hola, querido, disculpa que llegue tarde. —Le dijo con una sonrisa.
Al ver que se acercaba, él se había puesto tenso y a la defensiva. Cuando Chandra
le tomó el brazo, él dio un paso atrás, sorprendido por la actitud.
—¿Tarde? —y se preguntó qué trataría de hacer ahora esta alocada.
La dama de rojo se llegó hasta ellos, y la miró a Chandra que estaba del brazo de
Cecil.
—No sabía que tenías conocidos aquí —le dijo fríamente.
—Ah, ¿conoces a mi esposo? —dijo Chandra sonriendo, y sin soltar el brazo de
Cecil—. No me habías dicho que habías conocido gente, querido. ¡Qué vergüenza! —Le
hizo una mueca de disgusto a su "esposo". Se sentía mejor al descargar tensiones. Si su
hermano y este hombre querían una buena actuación, lo haría con gusto. Valía la pena ver
cómo reaccionaba Cecil.
—¡Esposa! ¿Es una broma? Nunca dijiste que fueras casado. —La dama de rojo se
estaba poniendo nerviosa, su pecho voluminoso subía y bajaba de agitación.
—Bueno... yo... —El hombre abría los ojos más y más a medida que Chandra se
acercaba y le tomaba una mano.
—Quizá lo olvidó por un momento —dijo con tono frío—. Le ocurre de vez en
cuando. — Quizá así lo dejaría en paz, pensó nerviosa, deseando que este fiasco terminara
de una vez por todas. Chandra lo miró y le dijo en voz baja:
—Mira, siento lo que ocurrió en el elevador. Creo que no es necesario que le
informes del incidente de la champaña a Darrell. Pero, si lo haces, quiero que sepas que la
copa no era mía. Era de otra persona.
—Ya veo —dijo—. ¿Podrías decirme que está pasando aquí?
—Bueno, en realidad, no sé —admitió Chandra, y miró alrededor desconcertada—.
Creo que lo mejor que podemos hacer es terminar con esto lo más pronto posible. ¿Por
qué no me presentas como tu esposa? Luego será más fácil.
— ¡Presentarte como mi esposa! ¿A quién?
Chandra le devolvió la mirada.
— ¡A quién! ¡Bueno, al hombre que te dará el puesto! ¿Tienes otro plan?
—No, en realidad no puedo decir que tengo otro plan, pero antes que nada quiero
advertirte que tengo sólo un traje. Te agradecería que dejaras esa copa de champaña —
dijo con sarcasmo, mirando la copa que aún tenía en la mano.
—Ah... sí, me había olvidado. —Con timidez, Chandra dejó la copa sobre la mesa.
—Bueno, veamos. ¿Quieres que te presente a John Rhodes como mi... esposa? ¿De
acuerdo?
—Sí, si ése es el hombre que te dará el puesto. ¿Por qué me preguntas a mí? ¡Por
Dios! ¿No es eso lo que tú y Darrell pensaron? Creí que el plan era hacerle creer que eras
casado para así tener más posibilidades de conseguir el trabajo.
—Mira, Rhodes no puede exigir esas cosas. Por si no lo sabe, eso es "discriminación
laboral", señorita —respondió y se deshizo de su brazo.
— ¡Sería un placer irme de aquí ya mismo, así que no tienes que ser tan... tan
engreído! Todo lo que sé es que Darrell me dijo que impresionarías más si fueras casado.
¿Quieres seguir adelante o no? En mi opinión, esto es vergonzoso. —Chandra ya estaba
harta de su actitud altanera.
El hombre, alto, de cabello oscuro, se quedó pensativo un momento; luego,
suspiró.
—¿Darrell dijo eso?
Chandra lo miró desesperada.
—Creí que entre los dos habían pensado este plan.
La miró de tal forma que sintió que se le aflojaban las piernas, sus dientes blancos
resaltaban sobre su piel bronceada.
—Bueno, será mejor que seas buena actriz porque ya están subiendo el telón.
Sonríe lo mejor que puedas porque vas a conocer al gran hombre. —En sólo segundos se
había convertido en un hombre agradable.
Chandra vio un hombre que se abría paso entre la gente. Lo acompañaba una
señora de cabello platinado. Chandra sintió placer cuando él la tomó de la cintura.
—Señor Rhodes, ¿cómo le va? —El joven le dio la mano a un hombre mayor.
—Bien, Morganson, y ¿cómo está usted?
—No podría estar mejor, señor. Señora Rhodes, está hermosa como siempre.
La señora Rhodes sonrió y estrechó su mano.
—Es un placer volver a verlo. —La miraba a Chandra con curiosidad.
—Señor y señora Rhodes, les presento a mi preciosa esposa... eh —la miró a
Chandra nervioso—, Eh... la señora Morganson —dijo finalmente.
—Un placer conocerla, querida. —La señora Rhodes tomó la mano de Chandra. —
Su esposo nos impresionó muy bien en la reunión esta tarde. —Se volvió hacia su esposo.
— No dijiste que el señor Morganson era casado, querido.
—Para serte honesto, Sara, tenía la impresión de que era soltero. Debe haber
algún error en su solicitud, Morganson. —John Rhodes tomó la mano de Chandra y la
acarició con energía.— No sabe lo feliz que me hace esta noticia, hijo.
—¿Soltero? Bueno, me temo que estaba muy equivocado —dijo Chandra riendo, y
se acurrucó al lado de Cecil. El se apartó como si ella fuera una mosca molesta. Decidida a
cumplir con su misión, lo miró con dulzura, y se acercó a él.— ¿No es así, querido?
Sus ojos azules parecían dos cubitos de hielo, pero con voz calma y fría dijo:
—Así es, señor Rhodes. Somos un matrimonio feliz. —Le quitó el brazo del suyo.
Chandra lo miró sorprendida, y no volvió a tomarlo del brazo. Si el tonto quería
desperdiciar la posibilidad de conseguir ese empleo, era asunto suyo.
—Bueno, bueno, bueno, esto es positivo. Le estaba diciendo a mi esposa que sería
difícil elegir la persona adecuada. Pero ahora creo que la elección será más fácil. Siempre
me ha gustado que mis hombres fueran casados, no es que sea el factor determinante,
pero... —el señor Rhodes sonrió—. No señor, no cambiará en su caso en absoluto,
Morganson.
—No sabía que usted buscaba un hombre casado, señor. Supuse que era suficiente
con tener capacidad.
Chandra lo miró ensimismada. ¿Por qué decía que no sabía que buscaban un
hombre casado cuando ése era el motivo por el que ella estaba allí?
—Bueno, no me malentienda, Garrett. Mi decisión será en base a capacidad
exclusivamente, pero será importante si el hombre es casado.
¿Garrett? Chandra miró al señor Rhodes suplicante. El pobre hombre no sabía ni
siquiera con cuál de sus candidatos estaba hablando.
—Siempre he sostenido que una buena mujer es esencial en el triunfo de un
hombre. —El señor Rhodes acarició a su esposa.— Sin mi Sara, no habría sido tan sencillo.
Claro que tuvimos nuestros , lentos difíciles, pero salimos adelante juntos, derribando los
obstáculos juntos. Sí, señor, una buena mujer sirve de equilibrio para un hombre.
—Eso puede aplicarse a algunos hombres, señor, pero no a todos. —El hombre de
ojos azules que estaba rígido al lado de Chandra hablaba tenso. En lo que se refería a
Chandra, estaba dando una pésima impresión; le decía a su futuro posible jefe que no le
interesaba demasiado el matrimonio. ¡Piedad! Deseaba que se abriera el suelo y la
tragara. ¡Qué situación difícil!
Le dio un codazo, y trató de cambiar el tema de conversación.
—Querido, tengo sed. ¿Podríamos tomar algo?
—Buena idea. Sentémonos a charlar. —El señor Rhodes hizo que lo siguieran hasta
una mesa en el extremo de la sala.— ¿Qué toma Morganson?
—Cerveza, señor.
—Gaseosa para mí —respondió Chandra mientras su "esposo" se sentaba al lado
de la señora Rhodes.
—Una cerveza y dos gaseosas, John —le dijo la señora Rhodes a su esposo.
—Ya vuelvo —John Rhodes desapareció entre la gente, y regresó con una bandeja
con cuatro tragos. La dejó sobre la mesa, y se sentó frente a Chandra. Siguió la
conversación con naturalidad.— ¿Dónde se hospedan?
—En el Holiday Inn.
—En casa de mis padres.
Se miraron alarmados y repitieron.
—En casa de los padres de ella.
—En el Holiday Inn.
Los Rhodes se miraron confundidos.
—Bueno, ¿en cuál de los dos lugares, hijo? —preguntó John y sonrió. El joven tosió
y bebió un sorbo de cerveza. La miró a Chandra y dijo con dulzura.
—De acuerdo, mi amor, tú ganas. Nos quedaremos en casa de tus padres. No
quería molestarlos, por eso sugerí el Holiday Inn.
—Molestarlos —repitió la señora Rhodes, riendo—. Creo que sería una placer
recibir a mis hijos. Me sentiría ofendida si no se hospedaran en mi casa.
El "esposo" de Chandra sonrió con timidez.
—No hace mucho que la señora Morganson y yo estamos casados, así que todo
esto es nuevo para mí.
Sara Rhodes sonrió comprensivamente.
—¿Cuánto hace que están casados?
Se miraron y respondieron a coro.
—Seis días.
—Cuatro semanas.
Chandra chilló otra vez.
—Basta, querido, no bromees más. ¡Por Dios! —esta gente creería que estaban
locos.
—Disculpa, querida. Por supuesto, tienes razón. Sólo que parece que nos
hubiéramos casado hace sólo seis días. —Le sonrió suplicante. Chandra lo miró con
sarcasmo y tomó un sorbo de gaseosa.
Algunas parejas empezaban a bailar en el centro del salón. Cecil la tomó de la
mano.
—Si nos disculpa, me gustaría bailar con mi esposa.
—Cómo no. Nos quedaremos aquí disfrutando de la música —dijo John Rhodes—.
Ustedes, tortolitos, diviértanse.
La llevó a Chandra al medio del salón y la tomó en sus brazos. Ella advirtió lo ancho
que era su pecho. La abrazaba con fuerza. Olía su perfume y un tenue aroma a cigarro.
Bailando se alejaron al otro extremo del salón, lejos de la mirada del señor y la
señora Rhodes.
—¿Cómo te llamas? —le dijo con los dientes apretados.
Chandra lo miró sorprendida.
—Chandra.
—Chandra. ¿Chandra qué?
—Chandra Loring, ¡por supuesto!, ¿qué pasa contigo? —Este hombre tenía
problemas.
—Bueno, Chandra Loring, será mejor que contemos nuestras historias o esto será
un enredo.
Bueno, honestamente, tendría que haber estado agradecido. Se estaba
comportando de muy mal modo.
Bailando llegaron a un salón iluminado a media luz, y la llevó a un rincón oscuro. La
miró a los ojos. Estaba muy cerca.
—Voy a decirte algo. He recibido una hermosa esposa. —Dijo con voz ronca,
mirándola a los ojos.
—Gracias —murmuró ella amablemente. Sentía que se debilitaba más y más.
El le acarició la piel delicadamente. Sentía el aliento fresco sobre la mejilla.
—Tienes la piel más suave que he visto —susurró admirado. Ahora le acariciaba los
labios con un dedo.— Y tu boca, tienes la boca que despierta en un hombre el deseo de...
—se detuvo. Su mano recorría el hombro de Chandra.
El pulso de Chandra se aceleraba. Estaba demasiado cerca de ella, sus senos
estaban presionados contra su pecho. Podía escuchar los latidos de su propio corazón,
estando tan cerca. Esta noche era una locura. Aquí estaba, en un lugar oscuro, en los
brazos de otro hombre, temerosa, no, deseando que la besara. ¿Dónde estaba su sentido
de lo bueno y lo malo? ¿Por qué no lo rechazaba y pensaba en Philip?
—Mira, Chandra —dijo y se apartó de ella; le acarició el cabello— deja que hable
yo, ¿sí? Cualquier cosa que diga, tú sígueme la corriente.
Chandra recuperó el aliento, y se alisó el cabello.
—Bueno, de acuerdo.
Se dio vuelta y la miró.
—Bueno. Esto se ha convertido en un buen enredo, pero podemos solucionarlo. —
Respiró profundo y la tomó en sus brazos otra vez.— ¿Seguimos bailando?
Chandra asintió y dejó que la abrazara. Parecía que ahora la sujetaba con más
fuerza que antes. ¿Qué le ocurría? Experimentaba sensaciones que nunca antes había
sentido. Tenía que controlarse, y antes de que fuera demasiado tarde.
Trató de apartarse un poco, y le dijo formalmente:
—No me abraces así.
A él le causó gracia, y la abrazó más aún.
—¿Por qué no? ¿No te parece que debemos dar la imagen de matrimonio feliz?
Después de todo, tú empezaste este juego. Creo que debo aprovechar la situación.
Chandra trató de librarse de sus brazos, le molestaba tremendamente su
arrogancia.
—¡No sé de qué estás hablando! Te recuerdo que ésta fue idea tuya y de Darrell,
no mía.
—Pero, ¿quién diablos es Darrell? —preguntó con desinterés.
—Darrell, Darrell Loring, mi hermano, tu amigo.
—Creo que no lo conozco, dulzura. Nunca lo he oído nombrar.
Chandra se sintió morir. Sus piernas se endurecieron, y su corazón latía más rápido
que de costumbre.
—¿No conoces a Darrell?
—Dije que no. ¿No hablé claro? —dijo descortésmente, y siguió bailando—. Sigue
bailando —le ordenó, y casi la arrastró—. Todo el mundo nos mira.
Chandra hizo un esfuerzo por seguirlo, estaba muy confundida. Finalmente
logró balbucear: —Tú no eres Cecil.
El hombre alto, de cabello castaño, la miró con expresión burlona. —¡BINGO!
Chandra no podía soportar más. ¿Con quién estaba bailando, la esposa de quién
era?, ¿de Garret Morganson? Por la expresión de su rostro, se podía adivinar que a él no
le causaba gracia alguna.
—Pero, ¿quién...
—Garret Morganson. Pero, ¿qué importa quién soy? Tú nos metiste en esto, ahora
haz tu papel toda la noche. Te lo advierto, Chandra, no sé cuál es tu juego, pero este
puesto es la oportunidad de mi vida, así que no hagas nada que pueda perjudicarme,
¿entendido? —La tomó de las manos con furia.
—Suéltame —le dijo agitada—. ¡Me lastimas!
—No hasta que me prometas que seguirás haciendo tu papel. —Le apretó las
manos con más fuerza.
— ¡De acuerdo! No haré nada que te perjudique.
Le soltó las manos, y la tomó de la cintura. Se oían los acordes de un vals. Bailaron
un rato, perdidos en sus propios pensamientos.
—Lo lamento —dijo Chandra suavemente, tratando de buscar una explicación—.
Creí que eras el amigo de mi hermano.
—Tu hermano debe ser muy buen amigo, para hacer que su hermana se haga
pasar por la esposa de otro hombre —respondió firmemente mientras seguía bailando.
—Yo no quería hacerlo —se defendió.
— ¿Qué hizo tu hermano? ¿Te apuntó con un arma directo a la cabeza?
—Por supuesto que no! Sólo que pensó que su amigo necesitaba ayuda, eso es
todo. Yo trataba de ayudar, simplemente.
—¿Así es? Bueno, Cecil no es el único hombre que necesita ayuda. Recuérdalo. Yo
también quiero ese puesto.
—De acuerdo, no tienes por qué hablarme en ese tono. Dije que te ayudaría.
—Apuesto a que sí lo harás —murmuró, pero parecía relajarse a medida que la
soltaba. Ella se sentía flotar en sus brazos a la luz de las velas que centelleaban en el
elegante salón. Era como bailar en una tierra encantada. Chandra se dejó llevar, sentía su
aliento en la mejilla. Lentamente, se dio cuenta de que su mano se deslizaba por su
espalda.
—Te quedaste muy calma. ¿En qué estás pensando? —Su voz estaba cargada de
sarcasmo.
—No estoy pensando, estoy bailando —respondió. Estaba disfrutando de su
cuerpo que parecía envolverla, pero sentía vergüenza de admitirlo. Debería estar
pensando en Philip. Y seguramente, pensaría en él dentro de un momento.
—Disculpa, fui muy duro contigo, pero esto es un poco desconcertante. —Su voz
era más agradable ahora.
—No hay problema —respondió ella temblando. No era tan así. Este era el papelón
más terrible que había hecho en toda su vida. Darrell Loring sería hombre muerto cuando
le pusiera las manos encima. —Discúlpame por todo esto —pudo apenas agregar.
—No me malentiendas, Chandra. Este trabajo es importante para mí, pero no me
gusta que una mujer se haya acercado a mí para que la presente como mi esposa. Me he
salvado del matrimonio durante treinta y seis años, y no estoy dispuesto a conseguir una
esposa en una fiesta.
—Dije que lo lamentaba —le dijo apretando los dientes, y los puños. No le gustaba
que la trataran como a una cualquiera—. No te preocupes. Todavía eres puro. No he
puesto en práctica mis derechos de esposa.
Sus ojos azules se reflejaron en los ojos almendra de Chandra.
—Bueno, no nos engañemos, puro no soy.
—No lo dudo —dijo ella sin rodeos—. Debí haberme dado cuenta de que no
eras el tipo de hombre tímido que es Cecil, en el momento en que te vi.
Garrett la miró con sinceridad.
—¿Por qué dices eso? No me conoces como para dudar de lo que soy. —Chandra
le sonrió con frialdad.
—No soy ninguna tonta. Sé qué tipo de hombre eres. Tímido, es lo último que diría
de ti.
Sus miradas se encontraron.
—Si no estuviéramos en un salón lleno de gente, señorita Loring, te demostraría
qué razón tienes. —Le guiñó un ojo seductoramente.
—Te sientes muy seguro de ti cuando se trata de mujeres, ¿no es cierto? ¿Nunca te
has detenido a pensar que quizás no todas las mujeres te encuentran atractivo?
Simuló estar pensando una respuesta.
—En realidad, nunca me he detenido a pensarlo. De todos modos, no me interesa
lo que piensen las mujeres de mí. —Le sonrió con suficiencia.— Me las arreglo bien con las
mujeres que conozco.
—Ya lo creo —Chandra deseaba que terminara la música. Se estaba cansando de
su compañero de baile.
—¿Qué haces en tu tiempo libre, además de ir a fiestas y hacerte pasar por la
esposa de un desconocido?
—No me hago pasar por la esposa de nadie. Cecil es un muy buen amigo de mi
hermano. —Este hombre la estaba poniendo muy nerviosa. Podía ser quizás el hombre
más atractivo que había conocido, pero su forma de ser era muy desagradable.
—Disculpa, me olvidé qué sensibles son las mujeres...
—Yo no soy sensible —le respondió terminante—. Y no te incumbe pero, trabajo
en un estudio legal en Kansas. Soy secretaria. ¿Qué haces tú cuando no tratas de
conseguir un empleo? —le preguntó con sarcasmo.
—No trato de conseguir un empleo. —Volvía a adoptar esa actitud altanera. Ahora
ella lo atacaba.— Soy un excelente piloto de prueba. —Chandra sintió que su pulso se
aceleraba. ¡Piloto de prueba! Un trabajo peligroso. ¡Qué le importaba lo que hacía! Podía
arriesgar su vida si quería. A ella, no le interesaba.
—¿Ah sí? —dijo—. Entonces, ¿por qué quieres conseguir este empleo?
El hizo un gesto de indiferencia.
—Es una buena oportunidad. Creo que es hora de afincarme en algún lugar. A mi
edad debería estar echando raíces.
—¿Buscar esposa está en tus planes? —preguntó Chandra.
—¿Qué? —Rió porque le causaba mucha gracia. Chandra lo miró sin inmutarse. La
pregunta no le parecía cómica en absoluto.
—Entiendo que no estás buscando una esposa.
—Claro que no, señorita. Nunca me atrapará el matrimonio.
—¿Atraparte? ¿Consideras el matrimonio una trampa? —Chandra preguntó
sorprendida. No hay diferencia, pensó ella. Ninguna mujer podría tolerar tu arrogancia por
mucho, tiempo.
—Digamos que me gusta la vida que llevo. Soy libre. No me complico con ninguna
mujer. No tengo que soportar lágrimas, caprichos, ni que me digan lo que tengo que
hacer. Nada de compromisos. Si no me gusta una mujer, simplemente le digo que
desaparezca.
—¡Que desaparezca! —Chandra no podía creerlo. —Eres el personaje de fantasía
de toda mujer. Somos muy diferentes. Yo prefiero el matrimonio con todo lo que eso
implica. —Le dijo acalorada.
—Buena suerte —le dijo con descaro.— Bienvenida a la felicidad matrimonial.
Parecía no importarle. Chandra hubiera querido ser la mujer que lo pusiera de
rodillas. Hasta habría tratado de hacerlo, si no fuera porque estaba enamorada de otro
hombre. Sería un placer observar cómo una mujer lo dominaba y le hacía comer las
palabras. Ya era bastante lo que lo había soportado, a él y a su conversación.
—Vuelvo a la mesa —dijo acalorada, y se libró de sus brazos. El la detuvo.
—Déjame —le dijo casi sin aliento. El engreído no haría una" escena allí, en medio
del salón.
—No te estoy tocando —rugió—. ¡Quédate quieta! ¡Carajo!
—Basta de palabrotas —lo miró por encima del hombro.
—No me digas lo que tengo que hacer. —Luchaba con la hebilla de su cinturón. —
Diré malas palabras si quiero. Tu vestido se enredó con mi cinturón.
Nerviosa, miró el vestido. Se ruborizó.
— ¡Dios mío! ¿Qué hacemos ahora?
—Sigue moviéndote. Veré si puedo aflojarlo.
Chandra imaginó que toda la gente pensaba que él la estaba molestando. Nunca se
había sentido tan incómoda.
Finalmente, la llevó al salón de entrada, mientras le sonreía a todo el mundo. Al
llegar allí, que estaba a oscuras, Chandra dejó escapar un suspiro.
—Es la situación más incómoda que he vivido —le dijo, aún de espaldas a él..
—¿Crees que a mí me gusta todo esto ? Cálmate, nadie nos vio.
—¡Nadie nos vio! El hombre de traje azul no nos sacaba los ojos de encima.
—Es sólo tu imaginación. ¿Por qué no tratas de desatarlo? Tus dedos son más
pequeños que los míos.
Chandra trató de darse vuelta para mirarlo.
—Estás bromeando.
—No, no estoy bromeando. No puedo desengancharlo. Prueba tú o nos
quedaremos aquí toda la noche... —Se detuvo a mitad de la oración.—0... tendré que
quitarme los pantalones aquí mismo.
—No harías una cosa así. —Dijo Chandra mirando a la pared.
—Como tú dijiste, dulzura, no soy tímido.
—Esto es de muy mal gusto. —Murmuró Chandra y trató de desenganchar el
vestido. Trató en vano de librarse de la hebilla de su cinturón. Sintió un calor en el cuello,
expresión de su deseo. La mano de Chandra rozaba el pantalón de él. Ella miró sus ojos
azules, consternada.
El se encogió de hombros, y le sonrió con inocencia.
—Disculpa, esto ocurre siempre que una mujer hermosa toca la hebilla de mi
cinturón en medio de la oscuridad.
Ya demostraba su deseo sin vueltas.
—Ayyyy.... —Chandra se apartó de él, y rompió el vestido.
—Cuidado —le aconsejó, tomándola de las manos—. Mira lo que has hecho.
Chandra no podía mirar el pantalón.
—¿Qué hice?
El bajó la mirada y vio pedazos de la tela de su vestido enganchados en la hebilla
del cinturón. La miró enojado.
—¿Te parece que esto no llamará la atención?
Ella miró los trozos de tela que colgaban sobre el pantalón gris.
—Disculpa —dijo sinceramente.
—Qué problema. No dejaré que lo saques. —La tomó de los hombros y la hizo
girar.— Vámonos de aquí antes de que pase algo más. Tú camina delante de mí. Nos
disculparemos con los Rhodes por irnos temprano.
—Pero, ¿y el agujero en mi vestido? Por lo menos tú tienes algo abajo, y no se nota
el agujero. Pon las manos al costado, y camina a mi lado. De acuerdo, ahora camina como
si nada hubiera pasado. Yo les explicaré.
Chandra se lamentó cuando salieron al salón de baile, y sonreía inocentemente a
las miradas inquietantes. Caminaba delante de él, que la llevaba de la cintura con
naturalidad. Si pudiera ponerle las manos encima a Darrel ahora, lo estrangularía.
Se acercaron a la mesa de los Rhodes, se detuvieron frente a la pareja sonriente,
Chandra estaba "pegada" a su "esposo".
—John, espero que nos disculpe, pero mi esposa tiene un terrible dolor de cabeza
y quiere que nos vayamos a casa.
John vio cómo la tenía abrazada y entendió la situación.
—No hay problema, hijo. No soy tan viejo como para no recordar lo que es estar
recién casado. —Le guiñó un ojo a Chandra.— Nosotros también estamos por irnos. Los
llevamos.
Chandra sintió que se le helaba la sangre. ¡Ay Dios!, él pensaba que estaban
ansiosos por llegar a casa y estar a solas. Lo último que ella soportaría era a este hombre
en su casa.
—No se moleste, señor. Podemos irnos solos —Dijo Morganson.
—Tonterías, muchacho. ¿Dónde es la casa de sus padres, señora Morganson?
—En la calle treinta y nueve, señor Rhodes, pero no es necesario que nos lleven. —
Chandra estaba asustada de verdad.
—No vivimos aquí nomás. ¿No es así, Sara?
—Claro, sería un placer llevarlos. Iré a buscar mi abrigo. —Se puso de pie y tomó a
su esposo del brazo.
Chandra caminaba delante de Garrett.
—Tendrás que dejarme ir a buscar mi abrigo —dijo Chandra entre dientes.
—Bueno, pero trae también el mío. —El miró a su alrededor incómodo.— No
quiero que nadie vea esto.
—¿Y el agujero en mi vestido? —Chandra protestó.— ¿No podrías ser un caballero
y traer los dos abrigos?
—Vamos, Chandra, dame un respiro —él estaba desconcertado por primera vez en
toda la noche.
—Esto es una pesadilla —murmuró, antes de pedirle a la mucama los abrigos—.
¿Dejaremos que nos lleven?
—Tendremos que aceptar —dijo con naturalidad, y dobló el abrigo, de modo que
cubría la parte delantera de los pantalones—. Después de dejarte en tu casa, iré a mi
hotel.
—No sé —Chandra tenía la mente en blanco.
—Bueno, bueno, bueno, ¿estamos listos? —El señor Rhodes caminaba detrás de
ellos con una sonrisa paternal.
—Listo, señor —dijo el joven con una sonrisa.
—Será mejor que te pongas el abrigo, querida —le aconsejó Sara, mientras salían
por el pasillo—. Hace mucho frío afuera.
—Lo llevaré por los hombros —sonrió—. Me gusta este fresquito.
Se moriría de frió antes de que vieran el agujero en la parte trasera del vestido. Se
acomodó el abrigo por los hombros.
Salieron y una ráfaga de viento se filtró por el agujero del vestido. Cuando llegaron
al auto los dientes de Chandra castañeteaban y se aferraba a su misterioso acompañante
en busca de calor. Se dejó caer en el asiento trasero; su "marido" le sonreía burlón. El la
abrigó con la chaqueta y la abrazó allí en la oscuridad. Ella estaba cómoda, deseaba estar
así en sus brazos. El le besó la oreja con suavidad.
—¿Tienes frío todavía?
—No, ya estoy bien —murmuró sobre su mejilla.
—Es sólo... he cumplido con mi tarea de esposo.
Chandra le dijo al señor Rhodes la dirección y se acomodó en los brazos de Garrett.
Estaba por terminar la noche, y se sentía muy cansada.
Diez minutos después, el Cadillac se detuvo frente a la casa de sus padres.
—Hemos llegado. Sanos y salvos. —Ambos bajaron del auto.
—Gracias otra vez, señor —le dijo al señor Rhodes y tomó a Chandra de la mano
para ayudarla a bajar.
—Un placer, Garrett. Pasaré a buscarte a las nueve. Hay algunas cosas que quisiera
ver contigo antes de tomar una decisión final.
—¿A la mañana, señor?
—Sí, a las nueve en punto. Buenas noches, señora Morganson.
—Buenas noches, señora y señor Rhodes —logró decir" Chandra con una sonrisa.
El auto negro desapareció en la noche y los dos jóvenes quedaron de pie en medio
de la calle, mirándose.
—Dijo que pasaría a buscarte a las nueve —le dijo Chandra ensimismada.
—Ya oí —respondió él de mal modo. El frío soplaba por debajo de su falda.
—Bueno, me estoy helando. Entremos. Ya me iré. Chandra sacó la llave de su bolso
y se la entregó. El abrió la puerta y entraron al calor del hogar.
Ella encendió la lámpara que estaba junto al sofá, y la luz inundó el ambiente. El
fuego del hogar se reavivó cuando Chandra agregó algunos leños. Se quitó el abrigo y lo
dejó sobre la silla. Se sintió tímida e incómoda al ver que él se calentaba las manos frente
al fuego. La sombra de su cuerpo se reflejaba en la alfombra. Las llamas que danzaban lo
tenían hipnotizado.
Chandra se apoyó en la silla, sin saber qué decir. Finalmente, respiró profundo y le
dijo:
—¿Ya te irás?
El salió del trance y se dio vuelta para mirarla.
—Chandra, ¿tú sabes lo que significa este puesto para mí, no?
Chandra respiró antes de responderle.
—Creo que sí.
—Entonces te sorprenderá saber que esta noche tendrás un huésped. Es tan tarde
ya que ni bien llegue a mi casa tendré que volver para encontrarme con el señor Rhodes.
Te guste o no, me quedo aquí esta noche —le dijo sin rodeos.
Chandra se puso de pie de un salto, perturbada por lo que él acababa de decir, su
paciencia se estaba terminando.
—No, no me sorprenderé, ¡porque no permitiré que te quedes aquí! Reconozco
que me he comportado como una tonta esta noche, presentándome como tu esposa,
pero mi actuación por hoy ha terminado. Eso era lo que te había prometido, señor
Morganson, así que puedes irte ya.
Garrett la miraba con la calma que poseen los esposos cuando han enfurecido a su
esposa. Se sentó en el sofá, como si estuviera en su propia casa.
—¿Se te pasó el ataque de locura?
—¿Te vas?
—He dicho que no.
—Entonces no se me pasó. —Se acercó a él, y le golpeó la cara.—Gritaré hasta que
te vayas.
—Adelante, no me molestará. —Le tomó la mano para impedir que volviera a
golpearlo.— Pero te diré lo que sí me molesta: perder la posibilidad de convertirme en el
vicepresidente de Rhodes Aircraft. Como ya te dije con toda paciencia un par de veces
esta noche, tú me metiste en este lío y tú me sacarás de él.
— ¡Con toda paciencia! ¡Has sido un grosero toda la noche!
—¡Y voy a ser más grosero aún! —le advirtió; su mirada la atormentaba.— Si no te
calmas ahora. Todo lo que te pido es que me permitas quedarme en el cuarto de
huéspedes. No quiero "privilegios".
—Si eso quisieras, te los negaría. —Ella lo miraba desafiante. La atrajo hacia él con
furia, y la miró a los ojos.
—Dulzura, hay muchas mujeres que aceptarían con gusto —y enfatizó—, no te
estoy invitando. Tienes que ser paciente, Chandra. Espera hasta que un hombre te invite a
su cama.
Chandra se ruborizó, tratando de deshacerse de sus brazos.
—Arrogante...
La sostenía con más fuerza, y se reía amenazante.
—No me insultes o no tendrás el placer de dormir en mi cama. Y no cometas
errores, Chandra Loring —su voz era algo ronca y sensual—. Te aseguro que es un placer
compartir una cama conmigo. —La empujó y se acercó al fuego.— Ahora que te he
demostrado que no quiero tu cuerpo, ¿por qué no me muestras el lugar donde dormiré
esta noche? —La miró, y le dijo con un tono de voz más razonable.— Después de esta
noche, todo habrá terminado. Mañana pensaré en una solución, pero ahora necesito
tiempo para pensar.

Enojada, Chandra se frotó las muñecas. Pensaba qué haría. El tenía razón, ella lo
había metido en este problema, y si con una noche podía librarse de él, tendría que darse
por vencida, y permitirle que pasara la noche allí. Haría cualquier cosa por terminar con
esta farsa y con Garrett Morganson. Nunca podría sentirse atraída por un tipo tan egoísta.
Philip sería un refugio después de esta noche con Garrett.
—De acuerdo, Garrett. Pero si tratas de hacer algo fuera de lugar, te advierto que
mis padres están durmiendo en el cuarto de arriba. —Dijo con énfasis. Por supuesto no le
diría que estaban solos en la casa.
—Disculpa, dulzura, pero yo no soy ese tipo de hombre —le sonrió
amigablemente.
—Y por cierto, tú no eres mi tipo —le respondió enojada.
—Permíteme que adivine qué tipo de hombre te gusta, esos que mandan flores y
escriben poemas. ¿Sí? —Se quedó de pie detrás de ella.—No tienes ni la más mínima idea
del tipo de hombre que agrada a una mujer.
—¡Me gustaría saber qué es lo que te gusta a ti! Ah, disculpa. Me olvidé. Vi una de
esas... La dama de rojo en la fiesta te devoraba con la mirada.
—Sí, y si no hubiera sido por ti, estaría... disfrutando de su compañía en este
momento —le respondió.
—Estoy segura de que así sería —le respondió con rudeza, mientras subía las
escaleras.
—No me dijiste qué tipo de hombre te gusta —le recordó, mientras subía detrás de
ella, tratando de seguirle el ritmo.
—Me gustan los hombres que tratan a las mujeres como corresponde: un hombre
que me regale flores, me trate dulcemente, susurre palabras dulces al oído, me envíe
cartas de amor, todas esas cosas que quizá nunca has pensado hacer por una mujer. Y sí,
me gusta la poesía.
Garrett se detuvo un momento, con una sonrisa en el rostro.
—¿Cómo puedes saber cómo trato yo a las mujeres?
Chandra también se detuvo y lo miró a los ojos.
—Las mujeres sólo significan una cosa para ti. Nunca me caerías bien, señor
Morganson, disculpa.
Garrett estaba muy cerca de ella, y eso la hacía sentir muy incómoda. La miraba.
Chandra sintió que su pulso se aceleraba. Le miró los senos sugestivamente modelados.
Allí se detuvieron sus ojos antes de seguir mirando su cuerpo. Chandra sintió que la había
desvestido con sólo mirarla. Nunca lo admitiría, pero en ese momento, pensó que este
hombre era lo que toda mujer deseaba en la cama.
Finalmente, él habló con tono firme y decidido.
—Si tuviera tiempo, señorita, te demostraría lo que significa ser mi mujer. Tendrías
todas esas cosas que quieres —la miró seductoramente—, y más también. Te lo aseguro.
Chandra sintió que se le aflojaban las piernas. Caminaron por el corredor. Ella le
señaló una puerta cerrada.
—Puedes dormir aquí esta noche.
Chandra oyó su risa mientras abría la puerta del cuarto.
—¿No vas a darme un beso de buenas noches, esposa?
—Quiero que salgas de aquí mañana a las nueve en punto. —Le respondió Chandra
fríamente; le daba la espalda.
Garrett se quedó mirando cómo caminaba, como movía las caderas
provocativamente. Controló un inoportuno deseo justo cuando la vio entrar al cuarto. Ella
dio un portazo. Cuidado, muchacho, se dijo en voz baja. Entró al cuarto y se tiró en la
cama. Las mujeres como ella sólo son problemas. Quieren el matrimonio, el hogar, la
rutina de criar hijos y nada más. Garrett Morganson no quería saber nada de matrimonio.
Cuando se librara de esa rubia metida, a la mañana siguiente, todo habría terminado.
Garrett se encogió de hombros, se quitó la ropa, y se quedó dormido ni bien apoyó
la cabeza sobre la almohada.
CAPITULO 3

Chandra puso algunas cucharadas de café en el papel de filtro, y enchufó la


cafetera. En segundos, el sabroso aroma del café inundaba la cocina. Corrió la cortina
recién almidonada y vio que el cielo estaba gris y hacía frío. Las ramas desnudas del viejo
algarrobo se mecían apenas con el viento. Se sirvió una taza de café y se sentó a la mesa,
pensaba en lo que había ocurrido la noche anterior.
Le había costado conciliar el sueño; cada vez que cerraba los ojos aparecía la
imagen de un hombre alto de ojos azules. Se sentiría aliviada cuando no viera más a
Garrett Morganson. Suspiró y tomó un sorbo de café. No pasaría el día pensando en
Garrett. Se sentaría a preparar las invitaciones de casamiento. Las escribiría esta semana y
las despacharía la siguiente.
—Buen día.
Chandra se sobresaltó al oír esa voz masculina que la saludaba. Levantó la vista y
vio a Garrett en la puerta; su cabello todavía estaba húmedo por la ducha.
—Buen día —le respondió con frialdad.
—Espero que no te moleste, usé la ducha y me afeité con una máquina que
encontré allí.
Chandra no pudo evitar sonreír. El se frotaba la cara.
—Ah, esa es mía. Disculpa, me olvidé mostrarte dónde está el baño. —Chandra se
puso de pie.— ¿Cómo te gusta el café? —le preguntó. Las tazas estaban en el segundo
estante. Su madre era un poco más alta que ella por eso las había guardado allí; pero
Chandra no llegaba al segundo estante.
—Solo, está bien. —Vio que Chandra tomaba un banquito y se subía. Chandra
estaba ocupada buscando la taza; no se dio cuenta de que él estaba de pie detrás de ella.
Le miraba la pierna delgada que ella había apoyado sobre el banquito.
—¿Puedo ayudarte? —él se estiró y la tomó de la cintura. Chandra se sobresaltó al
sentir sus manos, y tiró la taza que había tomado. La taza cayó justamente sobre su
cabeza.
—Hija de... —gritó él, y se llevó la mano a la cabeza. La herida sangraba.
—¡Ah, mi Dios! —Chandra se bajó del banquito para buscar una toalla de papel. La
humedeció con agua fría, y llevó a Garrett hasta la mesa para que se sentara.— Lo
lamento tanto... ¡No me había dado cuenta de que estabas detrás de mí! —exclamó, y le
limpió la herida.
—¡Ay! Cuidado —se movía en la silla como un niño con una rodilla lastimada—. ¿Es
muy profunda la herida? —preguntó pálido.
Chandra la examinó cuidadosamente, y luego afirmó:
—Sobrevivirás.
—Vamos, Chandra, no es gracioso, duele mucho. —Al tocarse advirtió que se le
había hinchado del tamaño de un huevo.
Chandra disimuló la risa y puso cara seria.
—Quédate quieto. Iré a buscar el botiquín. —Chandra volvió en seguida con un
botiquín de la Cruz Roja.— ¿Sigue doliendo?
—Sí —le dijo con expresión de dolor.
Chandra le dio una palmadita en el brazo, se burlaba de él. Le limpió la herida con
alcohol.
El respiró profundo y maldijo al sentir el alcohol en la herida. Qué cobarde, pensó
Chandra y enderezó su cabeza para ponerle una pomada en la lastimadura. Luego, le puso
un esparadrapo.
—Listo, quedó perfecto.
Ella se había apartado un poco de él cuando de repente él la atrajo con furia.
—Te causó gracia, ¿no?
—¿A mí? —Chandra preguntó con aire inocente, le brillaban los ojos.
—Sí, a ti. —Le respondió él, su boca estaba muy cerca de la de ella.— Eres una
bruja sádica.
Chandra casi no podía respirar estando tan cerca de él, la poca ropa que llevaba
puesta, el salto de cama apenas, era indecente, creyó. Se humedeció los labios; estaba
hipnotizada por el tono grave de su voz que la regañaba.
—Creo que lo menos que puedes hacer es besar la herida. Eso es lo que solía hacer
mi mamá.
—Yo no soy tu madre, Garrett —le recordó de buena manera.
—Ya lo he notado —le dijo con aire altanero, y la abrazó más. Chandra lo miró a los
ojos. La miraba; el deseo podía advertirse en su rostro. Chandra, sin saber por qué se
estiró y empezó a besarle la herida. De repente, con manos poderosas, él le tomó la cara y
la atrajo hacia él. Su corazón latía desenfrenado cuando la boca de Garrett se adueñó de la
suya. El beso fue suave. Estaba tan perturbada que le golpeó el pecho, y le apretó el cuello
con las manos.
Él estaba casi ahogado, y se separó de ella. La sentó sobre sí.
Chandra sintió su cuerpo poderoso, mientras él la tomaba en sus brazos. Sus labios
se adueñaron de los de ella, pero esta vez, con más pasión. Su lengua penetraba con
fuerza. Chandra temblaba, sentía que le acariciaba la espalda, el cuello, la cara y la oreja..
La besaba con sensualidad; respiraba agitado. Chandra podía sentir los músculos de las
piernas que rozaban las de ella. Ella también se dejaba llevar, y puso los brazos alrededor
de su cuello. Hacía un año que estaba comprometida con Philip, pero nunca la había
besado así. La sangre bullía dentro de su cuerpo, sentía algo inusual por dentro, una
necesidad que había que saciar, que debía saciar este hombre.
Garrett se apartó, respiraba con dificultad, y la miró a los ojos.
—Me equivoqué. Ahora me duele en dos lugares —dijo, le tocó seductoramente el
trasero, y así le dio a entender que la deseaba.
Chandra se sobresaltó y hundió la cabeza en su hombro. Respiró su perfume.
Dejó de tocarla de esa manera, y le acarició el cabello con ternura.
—Lo lamento, dulzura. —Le besó los ojos, la nariz, las mejillas, el cuello, al tiempo
que murmuraba.— Sabes que eres una mujer muy atractiva. —Su boca buscaba la de ella
otra vez. Chandra se anticipó esta vez, y sus lenguas se encontraron a mitad de camino.
Sus dedos estaban atrapados en el cabello rubio de Chandra. Apasionadamente, devoró la
dulzura de su boca. Chandra gimió, y se dejó envolver por una ola de deseo. Sus manos se
aferraban a su cabello con furia.
—Chandra, dulzura... —dijo él en un suspiro, le acariciaba el cuerpo.
—Garrett... yo... —Chandra había perdido el sentido de la realidad; lo único que
sentía era su boca que la besaba.— Tenemos que detenernos —le pidió.
—¿Quién dice eso? —Sus manos eran atrevidas; se deslizaban por su pierna.
Chandra hizo un esfuerzo por controlarse y se separó de él.
—Yo lo digo —dijo tratando de recuperar el aliento, y librarse de sus manos.
El volvió a besarla, y le dijo con tono de súplica.
—Somos adultos, ¿cuál es el problema?
Chandra se separó de él y quedó casi sin aliento, no quería soltarlo. Esto era una
locura. ¿Qué le estaba pasando?
—Garrett —lo amenazó débilmente, se dio cuenta de que en este momento estaba
totalmente indefensa en sus brazos—. No me acuesto con cada hombre que conozco... —
su voz se perdía.
Garrett se apartó de ella a su pesar, respiraba agitado.
—¿No harías una excepción esta vez...? —Sus ojos estaban empañados por el
deseo.
—No —murmuró ella con firmeza.— No hago excepciones. Garrett tembló, y la
soltó al instante.
—Disculpa, olvídalo.
—Olvidarlo —murmuró Chandra, con voz quebradiza. Se sentía desilusionada. El se
había dado por vencido con tanta facilidad...

El sonido agudo del teléfono los sobresaltó. Garrett se sirvió un café, se sentó a la
mesa; Chandra, confundida, atendió.
—¿Hola?
Nadie respondía; luego, una voz débil dijo:
—Señorita Chandra Loring, por favor.
Chandra estaba confundida. ¿Quién podía llamarla aquí? Muy pocas personas
sabían que ella estaba aquí ahora.
—Habla ella.
—Ah. Dios mío, Chandra. Habla Cecil Burgess.
—¿Quién?
—Cecil Burgess, el amigo de Darrell. Lamento no haber llamado antes, pero acabo
de salir del hospital.
—¿Del hospital? —Chandra no podía entender lo que pasaba. Garrett tomaba su
café muy tranquilo. Miraba el diario como si nada.
—Sí, cuando iba para la fiesta anoche un borracho me chocó y pasé la noche en el
hospital. Espero que no te hayas enfadado porque no fui. —Cecil hablaba como pidiendo
disculpas.
—No, lo pasé bien. Espero que no te hayas lastimado.
—Sólo algunos machucones, pero no tendré el auto por un tiempo. El otro
conductor no tenía seguro.
Naturalmente, pensó Chandra, siendo Cecil un hombre tan afortunado, ¿qué otra
cosa se podía esperar?
—Por cierto que te agradezco lo que hiciste por mí, Chandra. Quizás algún día
pueda agradecerte en persona —dijo Cecil amablemente.
—Ya lo creo, Cecil —dijo con énfasis. Garrett la miró sorprendido—. Espero que así
sea. Gracias por llamar.
Chandra colgó el auricular y miró al hombre de cabello oscuro que estaba sentado
a la mesa.
—Por Dios —dijo él, y buscó las páginas de los deportes—, cuántos Cecil que hay
por aquí.
—No seas así. Te dije que había un Cecil en realidad —dijo enfadada.
—Yo no lo dudé en ningún momento —dijo mientras miraba el diario.
De repente, Chandra sintió que todo lo pasado comenzaba a afectarla ahora; las
lágrimas rodaban por sus mejillas. Era un tremendo error el que cometía; ¿y por qué tenía
que ser con un hombre tan viril como Garrett?
Garrett la miró por detrás del diario, vio que las lágrimas se deslizaban por el
hermoso rostro de Chandra. Suspiró, se puso de pie y se arrodilló al lado de su silla.
—¿Qué hice ahora?
—Nada —dijo entre lágrimas.
—Nada. ¿Por qué estás llorando, entonces?
—¿Por qué no me detuviste anoche?, así hubiera evitado hacer el papel de tonta.
—Sus ojos estaban bañados en lágrimas. El la miraba serio. Garrett sacudió la cabeza y le
respondió.
—No sabía qué te proponías, Chandra. Me pareció que eras una cualquiera
buscando diversión.
—No me llames así. Odio eso. —Se sonó la nariz con una toalla de papel que tenía
en la mano.— Y basta de hablar así.
—¡La mierda!, cuando te acercaste y te presentaste como mi esposa, bueno...
carajo, Chandra, ¿qué se suponía que debía pensar?
—¿Qué pensaste? —Chandra no pudo resistir preguntarle.
—¿De veras quieres saberlo?
—Sí —respondió con valor.
—Creí que estabas más loca que una cabra. Pero cuando dijiste que Rhodes estaba
buscando un hombre casado para el puesto, bueno... hubiera hecho cualquier cosa
anoche si así conseguía el empleo. Eso es lo que me pone tan mal, Chandra. Tenía el
empleo sólo por mi capacidad. No me rechazaría por nada. Luego apareciste tú,
anunciando a los cuatro vientos que eras mi esposa... bueno, eso me puso muy mal.
—Dije que lo lamentaba, no se puede borrar lo ocurrido, Garrett. Si fuera posible,
lo haría —dijo entre sollozos.
—¿Por qué no hablaste claro desde el principio?... ¿o hiciste que Cecil pasara a
buscarte? —dijo y empezó a caminar de un lado para otro.
—Darrell me llamó antes de tomar un vuelo para darme una descripción de Cecil.
No fue muy preciso, y tú eres alto, con cabello castaño, y estabas de pie al lado del ponche
a las siete en punto. Allí es donde Cecil dijo que estaría. También parecía que esperabas a
alguien una vez que se fue esa loca que estaba contigo. Hasta miraste el reloj una vez —
trató de defenderse.
—Pero, carajo —dijo bastante nervioso—. Quería saber qué hora era. Había sido
un largo día. —Se detuvo, y sacó un pañuelo blanco del bolsillo.— ¿Puedes dejar de llorar?
Me vuelve loco. Esa es una de las razones por las que nunca me casé. Las mujeres y sus
caprichos. Andan siempre lloriqueando. Me pone nervioso.
—Lo lamento, Garrett —dijo sollozando. Chandra estaba sentada. Él se agachó y le
secó el rostro—. No lloro muy a menudo.
—Trata de consolarte cuando estés conmigo —le dijo serio y se puso de pie.
Esa ternura repentina hizo que Chandra se pusiera a llorar otra vez.
—No sé qué dirá Philip sobre todo esto.
Garrett hizo un gesto de furia con los puños, y la miró con cara de frustración.
—Ahora, ¿quién carajo es Philip?
—Mi novio.
—¿Tu qué? —Garrett se quedó boquiabierto, y se puso tenso.
—Es mi novio —dijo Chandra—. Nos casaremos a fin de mes. ¿Qué dirá cuando se
entere de que me he hecho pasar por la esposa de otro hombre y de que has pasado la
noche aquí, conmigo?
—No seas tan alarmista. No pasamos la noche juntos. —Garrett parecía enojado.
Chandra seguía sollozando. Con dedos temblorosos tomó una toallita de papel para
sonarse la nariz.— ¿Es verdad que te vas a casar con ese tipo? —Los ojos de Garrett
habían perdido el brillo.
—Sí. —Respondió con timidez. No podía mirarlo.
—Bueno, sostengo que esto no es tan dramático. Philip —Garrett dudó al
mencionar el nombre—, no tiene que enterarse de lo que ocurrió anoche.
—¿Qué harás con el empleo? —preguntó Chandra entre lágrimas.
—Con un poco de suerte podré conseguirlo esta mañana. —Miró ese cuerpo
delgado. Su cabello rubio estaba despeinado y su rostro bañado en lágrimas. Tocó la suave
mejilla, le apartó el cabello de la cara.— Vamos, Chandra, me destroza el corazón verte
llorar.
—Lo lamento... Garrett. —Al oír que ella pronunciaba su nombre, sintió algo
extraño. ¿Cómo sonaría dicho al oído mientras le hacía el amor?
Chandra se deleitaba observando su rostro. El había pronunciado su nombre de
una manera que nadie lo había hecho, con una voz melodiosa, profunda. Trató de
controlar el deseo de tocarlo, de acariciarlo.
Al escuchar una bocina en la calle volvieron al presente.
—Es el señor Rhodes —dijo Chandra espiando por la ventana al ver el Cadillac.
Soltó la cortina y se acercó a Garrett—. Deja que te preste al menos una camisa limpia de
mi padre —le ofreció, demorando un momento más las cosas—. Parecerá extraño que
lleves puesta la misma ropa de anoche.
—Gracias —le sonrió—, es muy amable de tu parte.
Chandra volvió en seguida con una camisa blanca y una corbata a rayas grises.
—Creo que eres casi del talle de mi padre —y le dio la ropa.
Garrett se quitó su camisa y se puso la ropa prestada. Chandra se inquietó al ver su
torso desnudo, sus músculos mientras él se abotonaba la camisa. Luego, se desabrochó
los pantalones para poner la camisa adentro.
—Veo que te libraste del trozo de tela de mi vestido.
—Sí, pero fue más divertido cuando tú trataste de sacarlo —se mofó.
—Creo que eso les dices a todas.
—No, no a todas. Sólo a las rubias hermosas de ojos almendra. —Le sonrió con
ternura mientras se acomodaba la corbata.
Chandra se sonrojó.
—Permíteme la chaqueta. —La hacía sentir tan... diferente, tan libre.
Volvieron a oír la bocina.
—Tengo que irme —dijo Garrett resignado, no dejaba de mirarla—Gracias por la
noche.
—De nada, lamento haber hecho el papel de tonta. —Chandra no quería que se
fuera.
—Bueno, gracias otra vez. Quizá nos volvamos a ver. ¿Vivirás aquí, después de
casarte?
—No, volveré a Missouri.
—Ah. —Garrett volvió a mirarla una vez más.— Bueno, gracias otra vez... Señora
Morganson —susurró—. Mandaré la camisa a lavar y haré que te la entreguen.
—Bien. Espero que se cure esa herida. —Le dijo Chandra desesperada. Garrett se
tocó el chichón de la cabeza.
—No es nada —le aseguró—. Creo que tu beso lo curó. —Se encontraron sus
miradas.
Por tercera vez, el señor Rhodes tocó bocina. Se estaba impacientando.
—Tengo que irme, Chandra.
—Adiós, Garrett.
El le guiñó un ojo seductoramente.
—Cuando vuelva tu padre, dile gracias por la camisa.
Chandra sintió que sus mejillas se enrojecían. El se había dado cuenta de que no
había nadie más en la casa.
Cuando se fue, Chandra se sentó a la mesa y miró por la ventana. Era una mañana
desapacible y fría. Era como si todo el calor se hubiera ido del cuarto. ¿Por qué se sentía
tan sola de repente? ¿Cómo podía un hombre dejar tanta soledad detrás de sí? Chandra
trató de aclarar sus pensamientos. ¿Se estaba volviendo loca? ¿Pensaba en Garrett
Morganson cuando tenía que enviar cien invitaciones de casamiento? Se casaría con un
hombre llamado Philip Watson, y sería mejor que no lo olvidara. La noche anterior y la
mañana habían sido un intervalo en su vida, algo que no olvidaría nunca, pero ya había
terminado. Era la última vez que vería a Garrett Morganson, piloto de prueba, el hombre
de ojos azules, el hombre más agradable que había conocido.

Pasó todo el día preparando las invitaciones para su casamiento. De a ratos,


pensaba en Garrett, se preguntaba si habría logrado el puesto tan importante para él. Al
fin de la tarde subió a su cuarto y se recostó. Se sentía muy sola. Pensó llamar a Philip a la
oficina, pero no lo hizo cuando —recordó que tenía entradas para un partido de Hockey
esa tarde. Cerró los ojos, y casi se había quedado dormida cuando sonó el teléfono.
—Hola, dulzura. Te habla Garrett. —Su voz sonaba muy alegre.
—¿Garrett? —Chandra se incorporó de repente. Estaba segura de que estaba
soñando.
—¿Estabas durmiendo, amor?
—Sí un rato nada más. —¿Qué le ocurría? No sonaba muy natural su voz.
—La señora Rhodes quiso que te llamara porque la esposa de uno de los ingenieros
organiza una reunión esta noche en nuestro honor. Como nuevo miembro de la empresa,
naturalmente quieren conocer mejor a mi esposa.
—Garrett —la voz de Chandra era firme—. Sabes que eso es imposible.
—Sí, lo es. Es una reunión formal. Ahora tendrás oportunidad de lucir ese vestido
que tanto te gusta.
—Garrett, ¿estás con alguien?
—Sí, dulzura. —Hablaba serio.
—Garrett, tenemos que decirles la verdad. No puedo seguir haciendo el papel.
Tenemos que terminar con todo esto. —Chandra se mordió el labio en un gesto de
frustración.
—Discúlpame un momento, dulzura. Quiero cambiar de teléfono.
Chandra oyó un murmullo mientras él cambiaba de teléfono. Enseguida volvió a la
línea.
—Chandra, ¿estás allí todavía?
—Sí, ¿qué ocurre?
—Hay problemas. Esta reunión es en mi honor, esta noche. Rhodes me contrató
esta tarde.
— ¡Felicitaciones!
—Sí, gracias, pero lo arruinaré todo si aparezco sin mi esposa. —Garrett estaba
desesperado.
Chandra no sabía qué hacer. No quería que él perdiera el empleo, pero no podía
seguir con esto toda la vida.
—Así que quieres que vaya contigo.
—Por esta última vez, Chandra. Prometo que buscaré una solución. Pero necesito
tiempo para pensar.
—Garrett, realmente quiero ayudarte, pero creo que entiendes mi situación. A
Philip le daría un ataque si se enterara.
—Ya lo sé, pero no se enterará.
—No puedo arriesgarme —respondió Chandra.
—Bueno, sólo una noche, es todo lo que te pido; vamos, Chandra. Llegaste hasta
aquí conmigo, no me dejes ahora.
Chandra cerró los ojos. Tenía que rendirse.
—De acuerdo, Garrett, iré, pero te lo advierto ahora mismo, ésta es última vez.
¿Está claro?
—Bueno, te paso a buscar en media hora.
—Un momento. No pensarás quedarte aquí otra noche.
—Sólo una noche. ¿Qué problema hay? Además, Rhodes insiste en pasar a
buscarnos otra vez. Ya pagué la cuenta del hotel.
Esto se estaba complicando más y más.
—Creo que me habías dicho que dejarías la ciudad ni bien consiguieras el empleo.
Hubo un silencio del otro lado de la línea.
—Yo no dije eso. Darrell debe haberlo dicho. No tengo idea de los planes de
Rhodes. Bueno, tengo que cortar. Paso por allí en un rato y solucionaremos todo esto.
—No sé, Garrett...
—Chandra —La voz de Garrett sonaba a orden, no había nada que discutir. —No
tengo tiempo para discutir contigo. En este momento, está en juego irá empleo, ¡y
vendrás a la fiesta conmigo!
Se oyó un click y ése fue el final de la conversación. Chandra estaba en la cama con
el auricular en la mano. ¿En qué se había metido? Bueno, sé algo con seguridad, se dijo y
colgó. Garrett Morganson tendrá que entender que ésta es la última noche que hago el
papel de esposa.
CAPITULO 4

—Luce hermosa, señora Morganson —Le dijo John Rhodes a Chandra cuando ella y
Garrett subieron a la parte trasera del Cadillac.
—Sí, es verdad —dijo Garrett y la miró con picardía. Ella llevaba puesto un
hermoso vestido color verde esmeralda. Apenas le había dicho un par de palabras desde
el momento en que él había llegado a buscarla, con el maletín en la mano. Sólo deseaba
que los vecinos no hubieran visto nada. Se preguntaba qué diría su padre de este ridículo
plan.
—Estás hermosa —le dijo al oído—. Te comportas como una bruja, pero —agregó
—, tienes el cuerpo de un ángel. Con ese vestido puedes volver loco a un hombre. —La
abrazó y la atrajo hacia él.
Con toda discreción, Chandra se apartó de él. Comportamiento de una bruja,
repitió para sí: ¿por qué no decía que estaba hermosa y nada más? Lo miró de mal modo,
como para darle a entender que no le agradaba el cumplido.
—Gracias, querido, pero creí que el rojo era tu color favorito —le respondió,
pensando en la mujer llamativa de la noche anterior.
—Bueno —hizo una pausa—, sólo para algunas mujeres. —Hizo un ademán
refiriéndose a las mujeres con mucho busto, y con una sonrisa burlona le miró los senos
pequeños.— A ti, te queda mejor el verde.
Con la mirada solamente, le dio a entender que estaba enfadada. Como pidiéndole
disculpas, la tomó en sus brazos, y le dijo al oído.
—De acuerdo, en realidad no creo que seas una bruja, pero, tu cuerpo lo tiene
todo. Ese vestido deja ver lo mujer que eres.
Chandra trató de apartarse de él otra vez. ¡Este hombre era incorregible! Hubiera
deseado hacerle tragar sus cumplidos.
—Bueno, me imagino que está tan contenta como nosotros por el nuevo puesto de
su esposo —dijo el señor Rhodes mientras se dirigían por la calle residencial.
—Sí, estoy muy contenta por él —contestó Chandra, un poco enojada.
—Creemos que Garrett tiene un gran futuro con Rhodes Aircraft —señaló a Sara
Rhodes.— Debe ser hermoso estar recién casados con toda una vida por vivir.
—Claro que lo es —dijo Garrett, tratando de llamar la atención de Chandra sin que
se dieran cuenta los Rhodes—. Vivir con Chandra es... hermoso. Le dio a mi vida más de lo
que cualquier hombre puede desear. —La miró acongojado.
—Querido, es demasiado. Bueno, sin ti, mi vida estaba vacía. —Dijo con la voz de
una niña. Se estaba sintiendo incómoda con él. Era un hombre totalmente diferente a
Philip. No podía permitir que su elegancia y encanto viril la confundieran. El sólo causaba
problemas a las mujeres que querían una relación permanente.
Se miraron con cara de pocos amigos, decididos a no desviar la mirada.
Sin saber lo tensa que era la situación en el asiento trasero, la señora Rhodes dijo
ingenuamente:
—Estoy segura de que ustedes, recién casados, querrán estar solos y no en una
fiesta ruidosa —rió—. Pero John y yo tenemos tan poco tiempo para llegar a conocer a
nuestros empleados que no quisimos dejar pasar esta oportunidad para conocerlos un
poco más. Nos recuerdan a mi hijo y su esposa —dijo con ternura.
—Sí —acotó el señor Rhodes—. Es difícil para un esposo reciente mantenerse lejos
de su esposa, ¿no es cierto, Garrett?
—Claro —dijo Garrett, sin dejar de mirar a Chandra. Levantó las manos como si
quisiera ahorcarla.
—Ahora que tiene el empleo, Garrett, ¿han pensado dónde les gustaría vivir? —
preguntó la señora Rhodes mientras iban por la autopista.
—Supongo que buscaremos un departamento pequeño —respondió Garrett con
naturalidad, y dejó de mirar a Chandra.
—Sabes, Sara, se me ocurrió esta tarde cuando Garrett se fue de la reunión, que
quizá les interese la casa que dejaron hace unos meses los Miller.
—Claro, John, no lo había pensado. La casa de Ed y Felicia sería muy cómoda para
Garrett y Chandra. —Se dio vuelta para mirar a Chandra, y le dijo—. Ah, querida, estoy
segura de que te encantará esa casa. Está a menos de tres kilómetros de la planta. Garrett
podría ir a trabajar caminando. Hay que hacerle algunos arreglos pero no muchos, y el
precio... bueno, ¿no volvió a comprar la empresa esa casa, John?
—Mmm, señora Rhodes —dijo Chandra dudando, y lo miró a Garrett muy asustada
—. En realidad, creo que un apartamento pequeño...
—Tonterías, Chandra —interrumpió el señor Rhodes—. ¿Por qué tener una casa
pequeña cuando podrías tener una casa grande por el mismo precio? Acomodaremos las
cuotas de acuerdo con su presupuesto. Necesitan una casa grande para poder organizar
todas las reuniones que requiere el nuevo puesto. No, creo que la casa de Ed Miller es
justo para ustedes.
Chandra se aferró a la pierna de Garrett suplicándole que pusiera punto final a esta
conversación. El le quitó la mano de la pierna y dijo con voz ronca:
—Es muy amable de su parte, señora Rhodes, pero...
—Entonces, no se hable más. Cuando vean la casa, se enamorarán de ella. Se lo
aseguro.
—Será una alegría ver revivir esa casa. —Sara Rhodes ya lo imaginaba — Por
supuesto, necesitarán muebles nuevos, todavía no tienen muebles, ¿no?
—No —dijo Chandra.
—Bueno, ése no es problema. Yo los ayudaré a comprarlos. La casa tiene cortinas
nuevas. La esposa de Ed hizo hacer algunas nuevas antes de que a su esposo lo destinaran
a una empresa satélite de la nuestra.
Chandra se sentía cada vez más incómoda. Si Garrett no ponía punto final a esto,
¡ella lo haría!
—Señora Rhodes, creo que usted debería saber que —la mano de Garrett se aferró
a su pierna. Era una señal para que se callara la boca.
—Lo que Chandra quiere decir, señora Rhodes, es que queremos que sepa que
apreciamos su ayuda, y que nos encantará ir a ver la casa.
Chandra dejó escapar un suspiro. Los ojos de Garrett la miraban con ira. ¿Qué
estaba haciendo? ¡No iba a comprar la casa!
—Ah, mi Dios, nos gustaría ayudarlos a afincarse. Conseguiré la llave de la casa,
iremos a verla mañana. —La señora Rhodes se dio vuelta para mirar a Chandra otra vez.—
¡Qué alegría! Estoy ansiosa por verla.
—En realidad, no quiero molestarla, quizás usted y el señor Rhodes tienen otros
planes... quiero decir... creo que me comentaron que ustedes viajan a menudo...
—Sí, es verdad, pero lo convencí a John de que nos quedáramos aquí una semana
antes de viajar a Inglaterra. Así podré ayudarlos en algo.
—Tú planeaste pasar la navidad con tu hermana, Sara, yo no —le recordó John a su
esposa.
—Ya lo sé, John, pero después de este viaje me gustaría que nos quedáramos en
algún lugar. Estoy cansada de viajar tanto.
El enorme auto negro se detuvo frente a una casa grande de ladrillos. La libustrina
perfectamente cuidada brillaba con adornos navideños.
El señor Rhodes estacionó el auto en uno de los últimos lugares que quedaban,
caminaron hasta la entrada de la casa, para protegerse del fuerte viento norte que
soplaba.
Un sirviente de chaqueta blanca les abrió la puerta, y entraron a la elegante sala.
—¡John y Sara! —la voz de la mujer llegó hasta ellos mientras se quitaban los
abrigos y se los entregaban al sirviente.
—Mis queridos, qué placer verlos. —Le tomó las manos a Sara y Chandra. Las
manos de la mujer estaban cargadas de joyas. Chandra vio que llevaba anillos en todos los
dedos.— Tú debes ser Chandra Morganson —dijo contenta.
—Sí, Gwendolyn; es la esposa de nuestro nuevo vicepresidente de Investigación y
Desarrollo. Chandra Morganson, la señora es la esposa de uno de nuestros mejores
ingenieros, te presento a Gwendolyn Parsons.
Chandra le dio la mano cortésmente.
—Un placer conocerla —murmuró.
—Y éste —tomó a Garrett del brazo—, es su elegante esposo, el hombre detrás del
"título", Garrett. —La señora Rhodes se sonrojó, al darse cuenta del término que había
empleado para presentar al nuevo empleado de John.
Garrett sonrió complacido y estrechó la mano de Gwendolyn Parsons.
—Un placer conocerla, Gwendolyn. Conocí a su esposo, estoy ansioso por trabajar
con él. —Tomó a Chandra de la cintura con toda naturalidad.
—Michael me habló muy bien de usted, Garrett. Es un placer tenerlo en la
empresa. Pasen y conozcan al resto de la gente. Después de todo, esta fiesta es para usted
y su encantadora esposa.
Durante media hora Chandra sonrió y estrechó las manos de, por lo menos,
cincuenta personas. Garrett no se separaba de ella, aparentaban ser una pareja feliz.
Después de un rato, Chandra se había acostumbrado al brazo de Garrett alrededor
de su cintura. El la tenía de la mano, mientras conversaban con otras parejas.
Chandra había tomado un sólo trago en toda la noche, lo tenía en la mano, en
realidad, mientras conversaba con los invitados. Garrett había estado muy ocupado
conociendo a sus nuevos compañeros como para darse cuenta de cuántos tragos había
tomado, pero Chandra sí lo había notado. Cada vez que un camarero pasaba sirviendo
tragos, él aceptaba uno. Después de un rato, Garrett se sentía "muy bien".
—¿No crees que estás tomando demasiado? —le preguntó Chandra con una
sonrisa, cuando se quedaron solos un instante.
—¿Yo? —preguntó Garrett inocentemente, y le hizo una mueca tonta—. No tomé
más de dos o tres tragos.
Ella no le creyó.
—¡Tres tragos! Realmente, Garrett, ya habías tomado tres antes de quitarte el
abrigo. Será mejor que no tomes más, ni siquiera has cenado —le recordó.
Garrett la llevó a un rincón de la cocina, dónde no había nadie, y la atrapó contra la
pared; estaba muy cerca de ella.
—Ahora pareces una esposa por la forma de hablarme. Me dices que cuide mi
lenguaje, y ahora, que no beba.
—No estoy tratando de decirte nada —le respondió con indiferencia. Estaba un
poco desconcertada de sentirlo tan cerca—. Sólo me pareció que te estabas poniendo un
poco alegre.— Chandra trató de sacárselo de encima.
—¿Y por qué no puedo ponerme alegre? —Le preguntó chispeante.— Acabo de
conseguir un excelente empleo, tengo una bonita mujerzuela, disculpa... señorita —se
corrigió, y le hizo una reverencia—, que hace el papel de esposa. Eso es suficiente para
que cualquier hombre esté alegre.
—Garrett, estás muy borracho —dijo Chandra, y trató de separarse de él. aunque
no pudo.
—Aaaah, vamos, muñeca; suéltate. Si vas a ser una buena esposa para ése...
¿cómo se llama?... Philpott...
—Philip —lo corrigió Chandra.
—Ah, sí, Philip. Bueno, como te decía, si vas a ser una buena esposa para ese tal
Philip, tendrás que soltarte un poco. —La tomó de la cintura y la obligó a sentir los
músculos de su cuerpo.— Lo que necesitas, señorita, es que un hombre te enseñe cómo
hacerlo —le dijo, y se inclinó para besarle el cuello.
—Garrett, basta —murmuró con rudeza, los labios de Garrett se deslizaban por su
oreja, y ella sentía escalofríos en la espalda.
—Ummm, qué buen perfume —le dijo, seguía besándole el cuello sensualmente
—'. ¿Por qué no olvidas tus prejuicios, y me sigues? —Los labios casi llegaban hasta los de
Chandra.
—Garrett... hummmmmm. —La súplica de Chandra quedó ahogada por el beso.
Sentía el sabor del alcohol en su boca, su lengua buscaba sentir la de ella. No supo por qué
razón, pero esta vez no hizo nada por resistir su beso. Por el contrario, puso los brazos
alrededor de su cuello, y se dejó doblegar por su cuerpo, sintió su lengua y el éxtasis.
—¿Ves cuánto mejor es así? —le murmuró con voz sensual; miraba con atención
sus ojos, su nariz; y luego capturó su boca una vez más. Sus manos se deslizaban —por la
espalda de Chandra, sus dedos acariciaban con suavidad cada parte de su cuerpo.
—Garrett, tengo que llevarte a casa —le dijo como reproche. El no le permitió
seguir hablando, volvió a besarla. Chandra sabía que tenía que separarse de él, pero no
tenía capacidad para razonar, la había perdido. Aunque sabía que él estaba un poco
borracho, y que por el alcohol hacía estas demostraciones de cariño, se dio cuenta de que
no quería que terminara ese abrazo.
—Essssa es una buena idea, vamos a casa. Quiero hacerte el amor. —Le dijo con
una voz no muy clara, afectada por la bebida. Sus manos eran más agresivas, ahora. Su
boca se adueñó de la de ella con más furia; su beso fue ardiente, una explosión de deseo.
Chandra no podía mantener si equilibrio, se le aflojaban las piernas, él la sujetaba con
demasiada fuerza. Ella sentía que ese deseo crecía a cada momento. Ella se aferró a su
pecho tratando de apartarse.
—Basta —dijo con voz áspera, casi sin aliento—. Tengo que sacarte de aquí, antes
de que alguien se dé cuenta de lo borracho que estás.
Garrett rió como un estúpido; cada vez le era más difícil hablar con claridad.
—Creo que tienes razón, nena. Creo que tomé demasiado. —Se apoyó en ella con
toda su fuerza, la tenía aprisionada contra la pared. Sus ojos azules se clavaron en los de
ella.
—¿Podrías hacer algo por mí, querida?
—Depende —le respondió escéptica—. ¿Qué quieres?
Garrett rió y escondió la cara en su hombro.
—Mientras salimos, tráeme un trago.
Chandra lo empujó, sentía asco.
—Lo único que puedes tomar es café, y bien fuerte. —Lo llevó hasta una silla y lo
obligó a sentarse.— Ahora, quédate allí sentado hasta que vuelva. Iré a decirle a los
Rhodes que nos vamos temprano. Luego, nos iremos. —Hizo una pausa y lo miró sin
lástima.— Lo digo de verdad, Garrett, no te muevas de esa silla —le advirtió.
Garrett la miró, su cabello castaño estaba despeinado, sus ojos azules, vidriosos;
sonreía como un angelito.
—No me moveré —le prometió.
—Será mejor que no lo hagas si no quieres arruinar las cosas —volvió a advertirle,
y salió de la cocina—. En seguida vuelvo.
Apurada, pasó entre la gente, buscando al señor y la señora Rhodes. Finalmente,
los encontró, estaban conversando con los Parsons. Les explicó, aunque no muy
claramente, que se retiraban, pidió disculpas y fue a hablar por teléfono. Respiró aliviada
después de haber ordenado un taxi, que llegaría de inmediato. Recogió los abrigos, y
volvió a la cocina.
Garrett estaba plácidamente sentado en la silla, tal cual ella lo había dejado.
Cuando la vio, una sonrisa iluminó su rostro otra vez.
—¿Nos vamos a casa así puedo hacerte el amor? —le preguntó alegre.
—Nos vamos a casa, pero no para eso. —Le dijo cortante, tratando de ponerle el
abrigo antes de que llegara el auto de alquiler.
—Pensé que para eso querías que me sentara en esa silla —murmuró
desilusionado; no hacía nada por ayudarla a que le pusiera la chaqueta—. Así íbamos a
casa y...
—Cierra la boca, y ponte el abrigo, Garrett. —Se había acabado su paciencia. Si por
una casualidad llegaban a aparecer los Rhodes y veían al vicepresidente en esta condición,
bueno, Garrett podía despedirse de su nuevo empleo. Lo cual, pensándolo bien, no era
una mala idea, pensó Chandra con rencor. Por lo menos, terminaría toda esta farsa, y mi
vida volvería a te normalidad.
Se habían puesto los abrigos, por fin, Chandra lo sacó por la puerta trasera;
sintieron el frío viento invernal. Con gran dificultad, logró que Garrett subiera al auto. Le
dijo la dirección al conductor, y subió ella también. De inmediato, la tenía en sus brazos
una vez más.
—Ven aquí, y dame tu calor, dulzura —la invitó con una voz sensual. Sus manos
buscaban el calor de su cuerpo, con atrevimiento. Chandra se libró de sus manos, y las
inmovilizó entre las suyas.
—Si no fuera porque estás tan borracho, te daría una bofetada.
El pudo soltarse y le hizo una mueca graciosa, inocente.
—Pero estoy borracho, tendrás que soportar mis malos modales.
Volvió a rodear su cintura, escondió la cara en su cuello, y le besó el pecho.
Chandra sentía su aliento suave y cálido sobre la piel. Sentía escalofríos por todo el
cuerpo. Las manos de Garrett exploraban sus senos.
—¿Te has olvidado de que estoy comprometida con otro hombre? —le preguntó
de mal modo, y le quitó la mano otra vez. Se sentía muy incómoda tratando de controlar
esos sentimientos salvajes y libertinos que él despertaba en ella.
—No, pero podría si dejaras de recordármelo —murmuró, y le besó el cuello otra
vez—. ¿Por qué tienes que casarte? ¿No preferirías estar libre en vez de atarte a un
hombre el resto de tu vida?
Chandra cerró los ojos, saboreando el beso de sus labios en la oreja. Ella contuvo la
respiración cuando él empezó a dibujar círculos con la lengua en su oreja.
—Sucede que quiero un hombre en mi vida. Quiero tener un hogar, hijos... —
murmuró con voz débil, mientras su lengua seguía viajando entre sus senos. Besaba sus
pechos redondos, respiraba agitado. Philip, tengo que pensar en Philip, pensó en silencio;
cerró los ojos con fuerza al sentir una ola embriagadora de erotismo que la cubría. ¿Cómo
podía estar disfrutando de eso? ¿Qué tenía este hombre que la hacía sentir así, que la
hacía olvidar que estaba a punto de casarse? En este preciso instante la hacía sentir la
mujer más deseable del mundo. Era curioso, pero aunque Philip era un verdadero
hombre, nunca había despertado en ella estos sentimientos salvajes e incontrolables, que
con tanta facilidad despertaba Garrett.
—Podrías tener hijos conmigo —le sugirió, casi sin aliento.
El corazón de Chandra latía descontroladamente al oír esa voz.
—Cuidado, Garrett, te despertarás para encontrarte con una esposa de verdad. —
Murmuró; su boca jugaba con la de él.
—Nada de esposa —dijo con firmeza—. Ven a vivir conmigo, sé mi amante. Te daré
todo lo que una esposa debe tener, te cuidaré. Podría resultar muy bien... —Hizo una
pausa.— Pero, hasta creo que podría resultar más que muy bien, excelente. —La besó con
pasión.
—No... —susurró desesperada, apartándose de sus palabras y sus manos—. Quiero
más que eso para mí. No lo lograríamos, Garrett, somos muy diferentes. No sé por qué
trato de hablarte si no me entiendes en ese estado —dijo enfadada, y él se dejó caer
sobre su hombro.
El auto se detuvo frente a la casa, y Chandra lo ayudó a bajar. Le pagó al
conductor, y el auto desapareció en la noche.
—¿Te gustaría escuchar mi versión de El hombre de la Mancha? —se ofreció
Garrett generosamente, se le adelantó y se quedó de pie frente a los peldaños. Empezaba
a entonar algunas notas de la canción, cuando Chandra le tapó la boca.
— ¡Garrett! ¡Los vecinos! —Le dijo a modo de advertencia.
—Cantaré alto para que ellos también me oigan —le aseguró agresivamente, su
voz sonaba ahogada porque ella no le permitía cantar.
—Bueno, date vuelta y entra a la casa —le sugirió, y lo empujó con firmeza.
Chandra abrió la puerta, y encendió la luz de la sala. Se quitó el abrigo y lo dejó
sobre el sofá, luego ayudó a Garrett a quitarse el suyo.
—Gracias —dijo él amablemente—, permíteme que te ayude a quitarte el abrigo.
—Ya me lo quité, imbécil,—se burló.
—Bueno, entonces —dijo, y se le acercó—, déjame que te dé un beso por
ayudarme a quitar el abrigo.
—Basta de besos por hoy, es hora de ir a la cama —dijo con firmeza y empezó a
caminar hacia las escaleras.
—De acuerdo, vamos a la cama —dijo sonriendo, y la tomó del cuello—. ¿A tu
cuarto o al mío?
—Tú dormirás en el tuyo; yo en el mío —dijo Chandra, y siguió camino.
—Bueno, quizá tengas razón. Necesito controlar mis facultades... facultades... estar
más sobrio para hacerte el amor —dijo, y se quitó la chaqueta y la tiró por la baranda.
Luego, se aflojó la corbata, se la quitó de un tirón y la tiró al suelo. Cuando llegaron a la
puerta del dormitorio donde dormiría él, Chandra se dio vuelta y vio que sólo tenía puesta
la ropa interior. Le sonreía desafiante.
—Me imaginé que querrías que estuviera listo cuando llegara aquí —le dijo
razonablemente.
—¡Dios me libre! —le dijo ella y se ruborizó—, ¡No podías haber esperado hasta
entrar al dormitorio!
—No te enojes conmigo —le dijo con dulzura, y se extendió para atraerla hacia él
—. Sabes que estoy muy borracho —le recordó con descaro.
Esto ya era demasiado. El le tomó la cara y la escondió en su pecho. Sintió una
sensación extraña en el estómago al estar en contacto con su piel; el aroma masculino de
Garrett la invadía. Sus manos temblaban cuando quiso alejarse de él, aunque no lo quería
hacer. Su cuerpo era uno de los más atractivos que ella había visto. Era alto, de hombros
anchos, cintura delgada, poderosos muslos... Sus ojos se detuvieron un momento en otra
parte; bajo la ropa interior, no era difícil adivinar cómo sería. Sobre eso no había dudas.
Sus ojos siguieron recorriendo su cuerpo, notó que estaba recubierto de oscuro vello.
Todo lo que se le ocurrió decir en ese momento fue la inoportuna frase:
—Eres muy peludo.
La boca de Garrett se le acercaba otra vez.
—Espero que te gusten los hombres así —murmuró, y le besó la nariz.
—No, no me gustan así. Philip... no es tan peludo. —Susurró tratando de evitar sus
labios.— Me... me gustan los hombres como Philip —mintió.
—Pero, ¿por qué mencionas ese nombre a cada rato? —Garrett la soltó; fue él
quien se separó esta vez.
—Me voy a casar con Philip. ¿No entiendes eso? —le dijo.
—Eres una tonta —dijo calmo, y entró al dormitorio—. Buenas noches. —Le hizo
una reverencia otra vez, Chandra sonrió ante semejante actitud. Un cortés caballero
inclinándose ante su dama en calzoncillos.— Chandra dio un paso atrás, y él le cerró la
puerta en la cara.
Se encogió de hombros y caminó por el pasillo hasta su dormitorio. Se dio una
ducha rápida, y se dejó caer en la cama. Estaba exhausta por lo ocurrido durante la noche.
Supuso que Garrett ya estaría dormido ya que no se oía nada de su dormitorio. Sonrió
para sí, pensando cómo se sentiría a la mañana siguiente después de haber tomado tanto
alcohol. Bien merecido lo tenía, pensó, si no podía dejar la cama por algunos días. Tendría
que agradecerle haberlo sacado de la fiesta antes de hacer un tremendo papelón.
Su cuerpo empezaba a relajarse un poco, cuando inoportunos pensamientos la
acosaron, recordaba sus besos. Por más que tratara de negarlo, esos besos y esas caricias
eran algo totalmente nuevo y excitante para ella. Quizá porque tenía experiencia en esas
cosas, no había dudas de que un hombre como Garrett sería un profesional haciendo el
amor. Philip la había excitado... hasta cierto punto, pero comparando los dos... bueno,
temía que ganaría Garrett con facilidad. Qué desperdicio que este hombre esté solo,
pensó cansada, ya se le cerraban los ojos. Ninguna mujer podría reclamarlo como suyo,
nunca. Sin saber por qué, Chandra sintió que los ojos se le nublaban, y se llenaban de
lágrimas. Ese pensamiento pareció golpearle el corazón, sintió un dolor en la garganta.
Tenía que sacarlo de su mente, y de su vida. En poco menos de tres semanas .estaría
casada. Ahora tenía que concentrarse en eso. Se dio vuelta en la cama y golpeó la
almohada. Maldito seas, Garrett Morganson, dijo en voz baja.
De repente se oyó un silbido agudo. Chandra se sobresaltó. Se incorporó en la
cama y trató de escuchar. Nuevamente, se escuchó el silbido, y su eco en la casa vacía,
esta vez seguido de una voz grave.
—¡Chandra!... Hey... ¡Chandra Loring!
¡Garren! Pensó que se había quedado dormido hacía rato. Se quedó acostada,
pensando que si no le respondía, quizá dejaría de llamarla
—Vamos, Chandra, respóndeme, dulzura. Sé que estás despierta oí que te dabas
vuelta. —Le dijo sin rodeos.
—¿Qué quieres, Garrett? —respiró cansada, sabía que si no le respondía ahora, él
insistiría hasta el cansancio.
—He estado pensando. Te gustan los hombres que te recitan poemas. Así que
decidí que te recitaría uno. ¿Me escuchas, dulzura?
—Sí, Garrett —le respondió Chandra—. No es necesario ahora, a la mañana. —Era
obvio que él estaba todavía muy borracho.
—No, si quieres un poema, tendrás un poema. También te comprare flores si
quieres flores.
—Duérmete, por favor. —Ella se dio vuelta para no oírlo, pero sabía, por el tono de
su voz, que sería en vano. Escucharía su poema.
Hubo un silencio. Chandra se alegró pensando que había vuelto a quedarse
dormido. Se desilusionó cuando volvió a oír su voz afectada por el alcohol, que llegaba
flotando hasta sus oídos.
—Había un granjero que una hija tenía. Que sabía mucho más de lo que debía. —
Pronunciaba las palabras con consistencia y claridad, tratando de conquistar a la dama.
Chandra se sentó en la cama, eso de la "hija del granjero" quedó grabado en sus
oídos. No soportaría uno de esos "poemas" subidos de tono que los niños contaban en la
escuela.
La voz de Garrett seguía flotando en el aire.
—Los muchachos la miraban —Chandra estaba cada vez más indignada—,
mientras ella el...
—¡Garrett Morganson! —le gritó Chandra.
—Sí, señora —le respondió él, obediente.
—No sigas con ese poema. ¿Me oíste?
No se oyó su voz, luego con un débil tono de voz le preguntó:
—¿No te gustó? —dijo desilusionado.
—Fue asqueroso —le dijo—, duérmete de una vez.
El silencio reinaba en la casa una vez más, cuando ella volvió a recostarse. Qué
coraje, este hombre, recitar semejante poema. Era un piloto de prueba guarango y
grosero.
Otra vez, se oyó un silbido.
—¿Qué pasa ahora?
—¡Tengo frío! Esta cama no tiene suficientes frazadas. —Se quejó a los gritos.
—Hay una en el armario, al lado de la cama.
—No la encuentro —le gritó—. Tendrás que venir a buscarla. —Pensando lo que
Garrett haría cuando ella encontrara la manta, Chandra saltó de la cama. Caminó con paso
firme hasta la sala de huéspedes y abrió la puerta.
—Está bien a la vista, Garrett... —Le dijo. Sintió de repente un par de manos
fuertes que la arrastraban a la cama.
—Ya lo sé, te estaba mintiendo —confesó Garrett, con sus manos trataba de
aquietar a Chandra—. Me sentía solo sin ti, mi esposa; no quiero dormir solo.
—Tú... déjame —farfulló Chandra.
—No hasta que no me digas que no estás enojada conmigo —le dijo Garrett, y la
sostenía con fuerza, la tenía aprisionada en la cama. Ella lo golpeó y casi le hizo perder el
equilibrio. Pero no podía con él, y con toda facilidad, la dio vuelta, y le sostuvo las dos
manos con una.
—Ahora, estoy esperando —respiraba lentamente, sus ojos directos a los de ella.
—¿Se supone que tengo que decirte que no estoy enojada por que razón? —le
preguntó, casi rindiéndose. La tenía totalmente bajo su dominio. No podía moverse.
—Por recitarte ese horrible poema. Tienes razón, fue desagradable, y con toda
humildad pido tu perdón. —Su voz era ahora un murmullo, sus manos de a poco, la
soltaban.
—No estoy enojada —dijo Chandra dulcemente—. No quiero que me trates como
a una de tus... bueno, el tipo de mujer que estás acostumbrado a tratar.
El rió, y se le acercó.
—¿Estuve haciendo eso? Si así fue, disculpa, aunque la mayoría de las mujeres que
trato son como tú. —Se detuvo, luego agregó—, bueno, no tanto como tú. No conocía a
nadie como tú, Chandra Loring. —Su voz era melodiosa; le acariciaba los mechones de
cabello que caían sobre su rostro.— Me perdonarás por mi deplorable comportamiento
de esta noche, ¿no es verdad? Para decirte la verdad, dulzura, estoy algo más que
borracho en este momento. —Le confesó.
—Estás perdonado —Chandra le dijo, lo único que quería era que la soltara.—
¿Puedo volver a mi cama ahora?
—No —la convencía—. Quédate conmigo un rato. —Le acariciaba con ternura la
cara.
—En verdad, no debería... —dijo Chandra, luego perdió hasta la capacidad de
seguir discutiendo con él. Estaba cansada de engañarse a sí misma. No quería dejarlo.
Dudando, ella tocó su cara también. Se maravillaba al sentir su piel—. ¿Sabes que te
habrás olvidado de todo esto cuando amanezca? —murmuró, sus dedos temblaban. Por
eso solamente se permitía seguir adelante con esto. Por eso solamente se permitía
acariciar su cara en la oscuridad. Sus manos se hundieron en el vello de su pecho. El dejó
que lo acariciara, y gimió. Ella lo tocaba con suavidad.
—Esa es una pena muy grande para un hombre que ha bebido mucho. —Las
caricias de Chandra lo llevaban al éxtasis. El la acariciaba por debajo del camisón, la atraía
hacia su piel desnuda.
— ¡Estás desnudo! —lo acusó ella, al sentir que nada se interponía entre sus
cuerpos.
—¡Tú también! —se defendió él, y le quitó el camisón y lo tiró al suelo.
Chandra no podía contra él. Al sentir su cuerpo, un fuego corrió por sus venas. Esto
no tenía nada que ver con todo lo que ella sabía o todo lo que creía; le pertenecía, y haría
lo que él quisiera. De alguna manera, no recordó siquiera a Philip. Todo lo que podía sentir
era la fuerza de la pasión de Garrett, y la exigencia con que la reclamaba. Sus manos
adoraban su cuerpo, que temblaba. Sus ojos la miraban con deseo.
—Quiero hacerte el amor, ¿lo sabías? —le preguntó con voz sensual.
—Sí, ya lo sé —se rindió Chandra.
El azul de sus ojos de repente se oscureció según crecía su pasión. Luego apareció
una llama de indecisión, cuando le dijo algo atormentado:
—Nada de relaciones firmes... nada de compromisos... no puedo prometerlo.
Ella le tapó la boca con la mano, para que no siguiera hablando.
—Nada de relaciones firmes... nada de compromisos, Garrett —dijo Chandra
suavemente.
Quizá no le ocurría a él, pero esta era la primera vez que Chandra se sentía así, no
podía decirle que no era un buen momento de su vida. No, siempre lo recordaría. ¿Cómo
se puede olvidar el paraíso?
Sus labios se unieron tentativamente. Chandra sintió lágrimas en sus ojos. Aunque
no la amaba, ésta sería una noche que él recordaría. Sería un dulce, dulce recuerdo.
El gimió y hundió la cabeza en su hombro. La abrazó con fuerza.
—Maldición, recuérdame que no beba nunca más.
Chandra sonrió y lo abrazó con más fuerza. ¿Qué le estaba pasando? ¿Se estaba
enamorando de este hombre? Sólo rompería su corazón, si así era.
Esperaba su beso, estaba ansiosa por recibir sus caricias. Esperó, esperó, esperó.
—¿Garrett? —lo codeó.
Hasta sus oídos llegaban débiles ronquidos. Se sentó en la cama, y contempló la
figura del hombre que estaba apoyado sobre su cuerpo.
—¿Garrett? —murmuró con mayor intensidad esta vez.
Los ronquidos eran cada vez más fuertes. Garrett se dio vuelta y se tapó la cabeza
con la almohada.
Chandra miró ese cuerpo lánguido a su lado. ¡Estaba dormido! ¡Totalmente
dormido! Y aquí estaba ella, dispuesta a entregarse a las ansias de su pasión, y él se
quedaba dormido. No sabía si reír o llorar. Hizo las dos cosas. Surgió la risa mientras las
lágrimas rodaban por sus mejillas.
Tendría que aceptar de rodillas, agradeciendo a su ángel guardián el no haber
hecho el papel de tonta. Pero, aquí estaba, sentada en la cama con el hombre más
atractivo, más viril que había conocido, y él estaba profundamente dormido. Tomó la
almohada y lo golpeó en el trasero.
—Maldito seas, Garrett Morganson, has sido sólo un estorbo a mi lado desde que
te conocí. ¿Cómo puedes hacerme esto... tú... piloto de pruebas?
Salió de la cama de un salto, y lo tapó. Abandonó el cuarto dando portazo (de
todas formas él ni siquiera habría oído el estallido de la tercera guerra mundial), y volvió a
su cuarto furiosa; se dejó caer en la cama destrozada. ¿Cómo podía haber perdido el
control? ¿Tan poco significaba su compromiso con Philip? Sólo pensarlo la aterrorizaba.
Quizá sólo quizá, no estaba enamorada de Philip. Cerró los ojos; empezaba a calmarse un
poco. Tenía que controlarse. No había pasado nada entre ella y Garrett. Podía casarse con
Philip sin ningún remordimiento... bueno, casi sin remordimiento. Olvidaría lo ocurrido
esta noche, y nunca volvería a pensar en eso. Probablemente, Garrett nunca recordaría
esta noche, y ella tampoco se la mencionaría. No, esta noche había aprendido una
importante lección que recordaría toda su vida.
Chandra se acomodó bajo las cobijas, estaba cansada. Quedó de espaldas,
desanimada, hasta que finalmente dejó de pensar. Era verdad, había aprendido algo muy
importante esta noche, y no lo olvidaría. Pasó un largo rato mirando el techo del
dormitorio a oscuras, tratando de descubrir qué era lo que había aprendido.
CAPITULO 5

A pesar de la terrible noche que había pasado, Chandra se levantó temprano y de


buen ánimo. Despachó las invitaciones de su boda y volvió al calor del hogar. Se sentía
demasiado bien para lo que había pasado, se encargó de las cosas de la casa con inusitado
entusiasmo, algo que había estado echando de menos últimamente.
No sé por qué me siento tan diferente esta mañana, se dijo, mientras limpiaba el
vapor de los vidrios para mirar la mañana, que se vestía de escarcha. Después de lo vivido,
debería sentirse muy mal, pero no sabía por qué razón, no se sentía así. Decidida a
disfrutar de esa sensación, cualquiera fuera la razón que la causaba, preparó el café. Me
pregunto cómo se sentirá él esta mañana, pensaba mientras preparaba algunas tostadas.
Tembló un poco al recordar qué cerca había estado del desastre con Garrett la noche
anterior. Chandra siempre había creído que el sexo era algo muy personal, algo que no
debía compartirse con cualquiera. Siempre había sentido que a pesar de las costumbres
morales de la época, era quizás un poco anticuada al pensar que el hombre debía ser
alguien especial. Para ella ese hábito de ir de cama en cama era símbolo de una vida vacía
y superficial. No era lo que ella quería de su vida.
El tostador expulsó la tostada, y Chandra la tomó justo antes de que cayera al
suelo. Hay que arreglar esta vieja máquina, pensó mientras untaba la tostada con
mantequilla y dulce. Estaba por morder un bocado cuando apareció Garrett en la puerta.
—¡Hola! —saludó muy suelto—, ¿tienes hambre?
El rostro de Garrett no tenía color, sus ojos denotaban cansancio, y su cabello
estaba sumamente despeinado y parecía pedir clemencia. En realidad, parecía un muerto
caminando.
—¿Tienes una aspirina? —apenas pudo decir.
—Claro que sí. —Le respondió con una sonrisa.— ¿Te duele la cabeza?
Garrett se apoyó en la puerta para no caerse.
—Sí creo que sí. Dolor de cabeza o una conmoción cerebral. —Lentamente sé
acercó a la mesa y se dejó caer en una silla.
—Ah —dijo ella con fingida comprensión—, ¿no te sientes bien? Quizás te pescaste
algún virus —se burló, y se mordió el labio para contener la risa. Se lo veía muy mal.
—Dame esa bendita aspirina, ¿quieres? ¿No ves que me estoy muriendo? —le
rogó, agarrándose la cabeza.
—De acuerdo, tenme la tostada. —Le entregó el trozo de pan cubierto de
mantequilla y mermelada de naranja, que estaba algo pegajoso.—No te la comas —le
advirtió mientras buscaba las aspirinas.
Garrett contemplaba la tostada que tenía en la mano. La arrojó con furia sobre la
mesa, se le revolvía el estómago.
Chandra volvió en unos minutos, con un frasquito de aspirinas en la mano. Sirvió
un vaso de jugo de naranja, y se lo alcanzó sin decir nada.
—¿Quieres un café? —le ofreció—, te hará bien.
—Tomaré cualquier cosa por sentirme mejor —dijo dándose por vencido.
Chandra le sirvió una taza de café y se la puso delante de los ojos. En verdad, sentía
pena por él ahora. Aparentemente, él no estaba acostumbrado a beber como lo había
hecho la noche anterior. Como si le hubiera leído el pensamiento, le preguntó con actitud
culpable:
—¿Qué pasó anoche? Lo único que recuerdo es haber ido a la fiesta. Después de
eso, mi mente está en blanco.
Chandra se sintió un poco desilusionada porque vio que él no recordaba nada de lo
que había ocurrido, pero luego razonó; así lo había esperado. Era mejor así.
—Espero no haber hecho ninguna tontería —dijo con voz no muy clara—. No tenía
que haber tomado tantos tragos con el estómago vacío. Hizo una pausa para tomar un
sorbo de café. Luego, la miró a Chandra, suplicante.— Bueno, ¿lo hice?
—¿Si hiciste qué? —le preguntó con tono inocente.
—¡Alguna tontería, carajo!
—Cuidado con tu lenguaje —le recordó con dulzura—. No, no creo... a menos que
quieras que te recuerde el incidente... cuando pusiste a la señora Rhodes de espalda en el
piso creyendo que estabas en una competencia de lucha.
—¡Ay, Dios mío! —Dijo en un grito. Ese aspecto de derrota en su rostro era
demasiado para Chandra. No podía tolerarlo. Se rió con ganas, y le dio una palmada
cariñosa.— Sólo estaba probándote. No, nos fuimos de la antes de que alguien pudiera
darse cuenta de que estabas borracho.
Los ojos azules de Garrett demostraban agradecimiento, y le tomó la mano.
—Supongo que tengo que agradecerte por eso —dijo.
Era agradable sentir sus manos juntas y Chandra experimentó placer por ese
sentimiento que la invadía.
—Ya había notado que habías bebido más de la cuenta —le dijo.
—Eres toda una dama, ¿lo sabías? —La miraba con ternura.
—Gracias, eres todo un hombre —le dijo sinceramente.
—¿Quién está disparando a esta hora de la mañana? —preguntó, cambiando el
tema de conversación repentinamente; no le quitaba los ojos de encima.
Chandra lo miró con dulzura, y tampoco dejaba de contemplarlo.
—Nadie, es la cafetera.
Se apretó la cabeza en un gesto de dolor.
—Se me parte la cabeza. —Al oír el ring del teléfono, se sintió más molesto aún.
Chandra atendió de inmediato para que no le molestara el ruido. La voz de Philip la
ensordeció por un momento.
—Hola, mi amor, ¿estabas sentada junto al teléfono?
—No... Philip —dijo incómoda—. No esperaba que llamaras hasta esta tarde.
Al oír el nombre de Philip, Garrett levantó la cabeza y la miró.
—No hay ninguna ley que le prohíba al novio llamar a su novia en cualquier
momento del día. —Dijo Philip feliz.— ¿Me extrañas, amor?
—Sí, te extraño, Philip. —Dijo con voz débil.— ¿Todo bien en la oficina?
—Todo está bien cuando tú estás aquí, pero los negocios andan bien, sí. ¿Cómo
van los planes de la boda? ¿Ya despachaste las invitaciones?
—Las despaché esta mañana. Sólo quedan algunos detalles de último momento. —
Chandra se sentía incómoda, hablando con Philip mientras Garrett estaba allí con ella.
Escuchaba cada palabra que decía.
—Sólo algunas semanas, mi amor, después seremos marido y mujer. ¿Te hace tan
feliz como a mí?
Ah, Philip, no sé qué decirte. Mis pensamientos están muy confusos, al igual que
ni vida. Tratando de responderle con sinceridad, le dijo:
—Cualquier mujer estaría orgullosa de ser tu esposa, Philip.
Los ojos de Garrett la miraban fijamente. Luego, él se sirvió un café. Se inclinó
sobre la mesada, y la contemplaba mientras ella hablaba con su novio.
—Soy un hombre afortunado —Philip hablaba muy enamorado— ¿Me amas?
Chandra se mordió el labio. Lo amaba... pero no como debía. ¡Ah, Dios! ¿Estaba
dispuesta a admitirlo?
—Philip, sabes que sí —le respondió con naturalidad.
—Bueno, entonces dilo —insistió él—. Siempre me dices que yo no lo digo a
menudo. Ahora, quiero escucharlo de tus labios.
Chandra tosió nerviosa. Philip nunca expresaba su amor con palabras. ¿Por qué
elegía este momento para que ella le declarara su amor?
—Te amo... —logró decir, al ver los ojos azules de Garrett que parecían
oscurecerse.
—Ahora me gusto. Bueno, tengo que irme, mi amor, tengo que estar en el tribunal
a las nueve. Te llamaré la semana próxima. No estaré en la ciudad el resto de la semana y
parte de la próxima.
—Ah, sí, el caso Marcell —respondió distraída, recordando las horas que había
pasado con las declaraciones del caso.
—Sí, espero terminarlo antes de nuestra luna de miel. No quiero que nos moleste
nada entonces. Tengo entradas para casi todos los partidos de esa semana en Ontario.
—Qué bien. —Estaba haciendo un esfuerzo por demostrar entusiasmo.
—Bueno, llámame cuando regreses.
Después de algunos comentarios más, Philip cortó. Ella colgó el auricular
lentamente, aliviada porque había terminado la conversación.
—Supongo que ese era Philibert —dijo Garrett mientras se acercaba a la mesa.
—Philip —lo corrigió ella bruscamente—. Sí, era él.
—Supongo que está demostrando impaciencia para inquietar a su novia.
—Es verdad —admitió halagada.
—Supongo que es todo lo que una mujer espera de un hombre —dijo hablando
para sí mismo—, constante, quiere un hogar, hijos, todo completo. Un modelo de virtud
—agregó con rabia.
—Es verdad —volvió a admitir ella. Philip era todo eso y ésas eran las cosas que
Chandra quería. ¿Por qué no sonaba mejor ahora que lo decía Garrett?
Volvió a sonar el teléfono, y Garrett hizo una mueca al oír el ruido inesperado.
Suspirando, Chandra levantó el auricular. Esta vez era la señora Rhodes que la
llamaba para avisarle que pasarían en una hora para mostrarles la casa de los Miller.
Chandra casi había olvidado que le habían prometido verla juntos.
—¿Qué haremos? —le preguntó mientras colgaba el auricular—. Quieren que
veamos la casa ahora a la mañana.
—Supongo que iremos a verla. —Dijo Garrett y se encogió de hombros.
—¿Qué harás cuando te ofrezcan comprarla? Quieren que... la compremos. —Su
voz se apagaba, estaba desesperada. Ni quería pensar lo que pasaría si ella y Garrett
realmente llegaban a casarse y tenían que buscar una casa para establecerse. Pensar en
eso la estaba poniendo demasiado nerviosa.
—Probablemente, tendré que comprarla —dijo sin vueltas—. Necesito dónde vivir.
Un lugar me da lo mismo que otro.
—¿Querrías una casa grande... para ti solo? —le preguntó con tono de duda,
mirándolo a los ojos.
—Quién sabe, quizá tienes razón. Uno de estos días puedo decidir tener una
relación permanente con alguien y traerla a vivir conmigo. —Se preparó para salir.
—Llevarla a vivir contigo... sin estar casados —Chandra se daba cuenta de que era
un caso perdido.
Garrett se detuvo a su lado, y la miró fríamente.
—¿Por qué te preocupas por mí? Supongo que tienes demasiado que hacer con los
preparativos de la boda.
Chandra le devolvió la mirada, se le debilitaba el pulso. Aun en la terrible condición
en que estaba, era atractivo, le cortaba la respiración, Deseaba rodearlo con los brazos y
besarlo hasta que se le pasara el dolor de cabeza que le quedaba como recuerdo de la
noche anterior. Si sólo pudiera sentir sus brazos una vez más... Sus pensamientos se
perdían. Estaba tratando de alcanzar un arco iris. En vez de admirar los puntos a favor,
tendría que buscarle algún defecto.
—Garrett —dijo con firmeza.
—¿Qué? —Seguía mirándola ahora que estaban en la puerta.
—¿Te gustan los deportes?
Garrett la miró sorprendido.
—¿Qué?
—¿Te gustan los deportes? —repitió ella—. Es una pregunta sencilla, ¿sabes?,
fútbol, baseball, tenis...
—Ya sé lo que quiere decir. Lo que no entiendo es qué tiene que ver con nuestra
conversación —dijo acalorado—. Creí que estábamos hablando de la casa.
—Sólo responde la pregunta —le dijo ella bruscamente.
—No, no me gustan los deportes. Me son indiferentes. A veces me interesa saber
quién ganó o perdió, pero puedo leerlo en los diarios. ¿Respondida tu pregunta?
Chandra lo miró de mal modo.
—Sí, respondida —le dijo con tono deprimido.
—Voy a ordenar mis cosas antes de que vengan los Rhodes. Dame dos aspirinas
por favor. —Le pidió Garrett y salió de la cocina.
Chandra se las dio, sus dedos temblaban un poco. Le costaría descubrir algo en él
que no le gustara, pero estaba decidida a buscar ese algo.
Las horas que siguieron fueron las más agitadas y deprimentes que Chandra había
vivido. Los Rhodes los llevaron a la casa de los Miller. Chandra se enamoró de ella. Era
grande, de estilo español y conquistó su corazón antes de que se abriera la puerta.
Descubrió cada habitación; se olvidó por un momento de que ella no viviría allí. Lo tomó
de la mano a Garrett y lo llevó por toda la casa. Estaba tan entusiasmada... Se maravilló al
ver las cortinas. Juntos, se detuvieron a mirar el dormitorio. Se ruborizó cuando él la miró
con una sonrisa y le dijo:
—Me parece que te gusta la casa.
—Mmmm, bueno... —Chandra trató de controlarse para no demostrar tanto
entusiasmo.— Bueno, no importa demasiado si a mí me gusta o no... Luego, otra vez dio
rienda suelta a su alegría.— Ah, Garrett, me encanta la casa. A ti también te gustará —le
dijo ansiosa—. Es la casa perfecta para ti. Cualquier chica que traigas... —Se detuvo
luchando contra los celos que sentía, luego siguió hablando más tranquila.— A cualquier
chica que traigas le gustará la casa.
Garrett le sonrió burlón.
—Bueno, sé honesta, Chandra. ¿Te gusta la casa o no? —A él le resultaba divertido
el tono entusiasta con que ella hablaba.
—Ah, Garrett, —se apretó la cabeza confundida—. Sé que me estoy comportando
como una idiota. Por favor, no te burles. Adoro esta casa.
El le tomó la cara con sus dedos largos.
—Entonces, a mí también me gusta; la compraré con una condición.
—¿Qué condición? —le preguntó, mirándolo a los ojos.
—Que me ayudes a amueblarla antes de que te separes de mí.
—Garrett...
—Nada de peros. ¿Qué tiene de malo un par de días más? —Le dijo con ternura.—
Alimenta el instinto maternal de la señora Rhodes y deja que te acompañe a comprar los
muebles. Ellos se van dentro de una semana, y luego podrás volver a tu... —se le
oscurecían los ojos—, a tu vida —terminó diciendo.
—De acuerdo —aceptó ella a su pesar. No encontraba la forma de negarse. Sabía
que estaba mal, sabía que ella saldría con heridas de esta batalla, pero no importaba. Si
podía pasar unos días más con él, lo haría. Luego, pagaría los platos rotos.
—Esa es mi dama —dijo con voz ronca. Su boca se acercó a la de ella. Ella gimió al
sentir que sus lenguas se encontraban, le puso los brazos alrededor del cuello. El la abrazó
con pasión, mientras devoraba la dulzura de su boca. Esta vez su beso fue diferente.
Parecía que entre ellos se despertaba una pasión más desesperada. La tuvo entre sus
brazos; su cuerpo, corpulento, la dominaba. Sus manos se deslizaban por su espalda.
Parecía que él no quería dejarla ir, como si no hubiera una vez más.
Chandra oyó que los Rhodes estaban en la sala y trató de separarse de él. El la
volvió a abrazar con furia, y murmuró su nombre.
—Chandra... vuelve aquí... —Esta vez su boca la besó con pasión casi
descontrolada. Pudo sentir el sabor de la sangre de su propio labio, Garrett la mordía
violentamente. Se preguntaba si la besaba por deseo o castigo.
—Disculpen —dijo John Rhodes al entrar a la sala—. Disculpen que los interrumpa
pero quisiera ver el dormitorio otra vez.
Garrett la soltó y Chandra sonrió apenas. Sus ojos azules eran fríos ; Chandra se
preguntó si habría hecho algo que lo enojara.
—No hay problema, señor Rhodes, se lo estaba mostrando a Garrett también.
Parecía que a Garrett le era muy difícil controlarse. Había entrado a la habitación
de espaldas a ellos, y miraba por la ventana algo apenado
—¿Qué piensa, Garrett? ¿Le gusta la casa? —le preguntó Rhodes esperanzado.
Garrett no le respondió de inmediato; luego, alto tenso, dijo:
—A Chandra le encanta la casa.
—Bueno, bien, bien, sabía que así sería. Pueden instalarse hoy si quieren. Si el
precio está bien, podemos arreglar de inmediato.
—¿Chandra? —Garrett la miró esperando su aprobación.
—A mí me parece bien —dijo, lo acariciaba con la mirada.
—Entonces, todo arreglado. Los Morganson acaban de comprar su primera casa —
dijo John Rhodes—. Esperen que le cuente a Sara. —Y salió de la habitación.
—¿Me prometes que te quedarás, no? —le preguntó Garrett, sin quitar la vista de
la ventana.
—Sí, me quedaré unos días, Garrett. —Se sentía algo confundida en ese momento.
Se estaba enamorando con todas sus fuerzas, y deseaba que él no llegara a darse cuenta
al leer sus ojos.
—Pero sólo hasta que se vayan los Rhodes —agregó—. Sólo me quedan algunas
semanas antes de...
—De la boda. —Garrett concluyó la oración.— Ya lo sé. Esto terminará antes de tu
boda, Chandra. Yo me encargaré personalmente.
—Gracias —le respondió calma. Pensaba con desesperación que quería que él le
pidiera que se olvidara de la boda, pero no tenía intenciones de hacerlo, aparentemente.
Se quedó mirándola un momento más, luego pasó a su lado.
—Bueno, terminemos con esto, por ahora —dijo y salió.
Sí, podríamos, Chandra pensó mientras caminaba detrás de él por la nueva casa.
Todo lo que tenía eran unos pocos días más, pero lo recordaría siempre.

Los acontecimientos se sucedieron tan rápido desde ese momento que Chandra
apenas podía creer que dentro de veinticuatro horas Garrett y ella se mudarían a la nueva
casa. No podía evitarlo, ella había demostrado entusiasmo. Sabía que no correspondía
actuar así, se regañaba a sí misma por soñar despierta, pero no tenía el valor para
controlarse. Cuando él entró al cuarto parecía iluminarse el día, de repente todo estaba
bien. Todo terminaría, pero por ahora era su hogar, y él era su esposo.
—¿Qué es esto, Chandra? —le dijo Garrett mientras ella acomodaba algunos platos
que había comprado. Garrett traía una sábana enroscada en la mano.
—Mi cama —le dijo con insolencia.
—¿Esto? —Garrett miraba la bolsa de dormir. —No creerás que te dejaré dormir
en esto, ¿no?
—Claro que sí. Creo que puedo armar mi cama, aquí, frente al fuego. Adoro estar
cerca del fuego en las frías noches de invierno —le confesó.
—¿No traen hoy los muebles del dormitorio? —le preguntó, pasando por alto su
intención de dormir frente al fuego.
—Sí, pero tú duermes...
—Puedes dormir en el dormitorio por ahora —le dijo él.
—¡No! —ella se puso de pie para hacerle frente—. No, no dormiré en esa
habitación. Quiero dormir aquí, Garrett... por favor. —Su mirada le pedía en silencio que
aceptara lo que le pedía. Prefería morir antes que dormir en ese cuarto enorme sola, sin
él.
—Maldición, Chandra... haz lo que te parezca —le dijo enfadado—. Sólo trataba
de... —No pudo seguir hablando.— Si quieres dormir aquí, duerme aquí.
¿Qué le ocurre? pensó, era su casa, su cama. Había estado molesto todo el día. En
realidad, había estado de mal humor, desde que había ido a visitar la casa el día anterior.
Chandra supuso que era porque tenía la responsabilidad de pagar una casa, cargar con
una esposa falsa, pero ella no tenía la culpa de eso. El insistía en seguir adelante con esta
actuación. Si quería que ella se fuera, todo lo que tenía que hacer era decírselo.
—Es tu casa, Garrett. No usaré tu dormitorio —le respondió decidida.
—De acuerdo, de acuerdo. —Levantó las manos en señal de rendición.— Duerme
en el asqueroso suelo. Seré todo un caballero y dormiré en la única cama que hay en toda
la casa.
—De acuerdo —dijo ella, y se dio vuelta a terminar de empacar algunas cosas—.
¿Por qué tanto alboroto, de todos modos?
—Eres terca como una cabra, por eso tanto alboroto —le respondió de mal modo,
y arrojó la bolsa de dormir frente al fuego.
—¿Y? Ese no es problema tuyo. No tendrás que vivir conmigo —le dijo con toda
naturalidad. Volvió a la cocina.
—Gracias a Dios —murmuró con tono sarcástico, y la siguió.
—Ya lo creo —se burló con arrogancia, y acomodó los platos y las tazas de café en
la alacena.
Siguieron trabajando, acomodando cosas toda la tarde; guardaron algunos
artefactos que habían traído la noche anterior. Después de haber cenado, Chandra tomó
un baño; estaba extenuada. Se sentía contenta de que Philip hubiera aceptado vivir en su
casa por un tiempo después de casados. Creía que no tendría la suficiente fuerza para
volver a vivir todo esto.
Se acostó en su bolsa de dormir, y movió los pies aliviada. Era un placer poder
relajarse y descansar. Garrett la había mirado con suspicacia al pasar a su lado cuando se
dirigía al baño. Esa mirada le decía que todavía estaba enfadado con ella.
Bostezó y se estiró, tratando de repasar mentalmente lo que había hecho. Había
llamado a Darrell a la oficina y dejado un mensaje: que había decidido quedarse con una
amiga hasta que regresara su madre. Con su horario de trabajo no tendría tiempo de
cuestionar su mensaje. Con un poco de suerte volvería a casa antes de que su hermano se
preguntara donde se había metido su hermana. Philip estaba de viaje de negocios, y
llamaría la semana próxima; lo mismo harían sus padres. Podía quedara con Garrett
cuatro o cinco días más. Después de eso, el juego habrá terminado.
Las llamas bailaban y chisporroteaban graciosamente, las sombras se reflejaban en
las paredes de la habitación. Afuera, el viento volvía a soplar. Hacía frío. Chandra se
acurrucó en la bolsa de dormir. Encentra calor en ella. Podía oír a Garrett que se movía
por el cuarto. Ya les habían entregado los muebles que habían elegido juntos. Eran de
madera de roble, pesados, adecuados para la casa de un hombre, el tipo de mueble que
también una mujer encontraría encantador. El había insistido en que ella los eligiera, y ella
lo había hecho con placer. Chandra suspiró y se dio vuelta para mirar cómo danzaban las
llamas que se reflejaban en el cielo raso. Dolía mucho pensar que decoraba la casa que
otra mujer disfrutaría, otra mujer que se convertiría en la amante de Garrett. La mujer que
algún día tendría hijos con él, dormiría en esa hermosa cama con él. Dejó de pensar en
eso. No podía soportarlo. ¡Philip! En él tenía que pensar. Mientras el fuego se consumía,
se quedó dormida; por su mente pasaban imágenes de jugadores de hockey patinando
con velocidad, tratando de matar al contrario, sentados en el banco de amonestados.
Chandra se incorporó con un sobresalto. ¿Qué era ese ruido? Oyó el fuerte viento,
luego, otra vez el ruido. Parecía que alguien estaba tratando de entrar por la puerta de
entrada.
Salió de la bolsa de dormir, transpirando, sin dejar de mirar la puerto que crujía. Se
arrastró por el suelo, sin hacer ruido, y llegó hasta el cuarto de Garrett. Su corazón latía
más y más. Podía oír el ruido a pesar del viento. Abrió la puerta del cuarto, y se acercó
hasta su cama; se oía su respiración. El no sabía que los dos estaban en peligro.
—¡Garrett! —lo llamó.
Garrett murmuró algunas palabras y se dio vuelta.
Desesperada ella fue hasta el otro lado de la cama, decidida a despertarlo sin
alertar al intruso. No se animó a ponerse de pie y encender la luz; tenía mucho miedo.
Quizá ni debía susurrar, pensó, y se detuvo junto a la cama una vez más.
Se decidió a despertarlo, extendió el brazo para sacudirlo.
Al sentir su mano, Garrett se incorporó como si lo hubiera golpeado.
— ¡Qué carajo..! —Ya estaba de pie, tratando de descubrir quién lo molestaba.
—¡Garrett! —Chandra le dijo.— Shhhh, alguien está tratando de entrar por la
puerta delantera. —Ella seguía de rodillas, agachada al lado de la cama.
—Chandra... —Garrett no comprendía bien, estaba algo dormido.— ¿Qué carajo
quieres a medianoche? ¿Qué haces allí en el suelo? ¿Te das cuenta de lo que podría
haberte hecho? —le dijo enojado.
—Disculpa —le dijo—, pero alguien está tratando de entrar.
—¿Estás segura? —preguntó enojado.
—¿Crees que inventaría semejante historia porque sí? Por supuesto que estoy
segura. —Respondió furiosa.
—De acuerdo, cálmate. Iré a ver de qué se trata. —Se puso el pantalón que había
dejado sobre la silla.
—Garrett... ten cuidado, tengo miedo. —La voz de Chandra era apenas un susurro
en la enorme habitación.
—Estoy seguro de que es el viento —refunfuñó, y se cerró la cremallera de los
pantalones.— Una razón más por la que no quiero casarme: la desenfrenada imaginación
de las mujeres. —Rugió, y la miró indignado. —Hay un bate en el armario que dejó uno de
los niños Miller. ¿Por qué no lo llevas? —le sugirió, sin prestar atención a lo que había
dicho sobre el matrimonio.
—Quédate aquí —le ordenó, y salió del cuarto.
Chandra se metió en la cama, buscando calor, sus pies estaban helados después de
haber andado arrastrándose por el suelo. No se oía nada. ¿Qué ocurriría si el ladrón había
entrado a la casa mientras ella trataba de despertar a Garrett? Podía estar esperando a
Garrett en cualquier rincón oscuro de la casa.
Chandra se frotó las manos, estaba nerviosa. No tenía que actuar como una
cobarde; debería estar con él, ayudándolo. Se levantó y sintió el frío en los pies otra vez.
Tenía que ayudarlo. Si le pasaba algo, nunca se lo perdonaría. En silencio avanzó
conteniendo la respiración, tratando de oír algún ruido. No lo veía a Garrett por ningún
lado; volvió a su bolsa de dormir. Se cubrió la cabeza. Ya no había llamas en el fuego, sino
brasas, que iluminaban con una tenue luz el cuarto. Permaneció tiesa como una estatua
mientras esperaba que Garren volviera después de revisar la casa. Momentos más tarde,
asomó la cabeza y pudo adivinar que Garrett estaba en la cocina, con el bate en la mano.
El se acercó a la bolsa de dormir, y en vez de alertarlo de su presencia, ella lo tomó
del tobillo, y lo llamó.
—Garrett, decidí volver aquí...
Las palabras se ahogaron en su garganta cuando él se abalanzó sobre ella, y le
impidió todo movimiento. Era tan pesado que casi no podía respirar.
—¡Garrett, basta! —gritó, tratando de quitarse de encima semejante! cuerpo—.
¡Sal de encima, bestia!
—Pero, ¿eres tú otra vez, Chandra? —Estaba muy indignado.
—Sí, soy yo, sal de encima —gritó—. ¡Me estás rompiendo el brazo!
—Voy a romper cada hueso de tu cuerpo si no dejas de andar en la oscuridad,
molestando, ¿está claro? —le dijo totalmente agitado.
—¿Espantaste al ladrón? —le preguntó de repente, y se sentó para poder mirarlo a
los ojos.
—No había ningún ladrón. Era el viento que movía una de las ventanas —dijo—.
Vamos, te vienes conmigo. —La tomó de un brazo y la levantó bruscamente.
—¿Adonde vamos? —le preguntó resentida. No tenía por qué tratarla de ese
modo. Estaba segura de que había un ladrón.
—Dormirás en mi cama el resto de la noche —le respondió, y siguió arrastrándola.
—¿Qué? ¡Claro que no lo haré! —protestó—. ¿Qué le diré a Philip?
—No me importa en absoluto lo que le digas a Philip —respondió de mal modo, y
la tironeó—. Me diste el susto de mi vida hace un rato. señorita, y no tengo intenciones de
dormir en esa cama hasta estar bien seguro de dónde estás. ¡Carajo!
—Tu lenguaje otra vez —le recordó, mientras entraban al cuarto y él la arrojaba
sobre la cama.
—Díselo a la pared. Hablaré como quiera.
—Eres un bruto, quiero decir un bruto malhablado —le dijo desafiante al aterrizar
en medio de la cama.
—Es verdad. Soy un repugnante, malhablado bruto. Ahora, duérmete antes de que
llame a tu prometido para que me libre de ti. —La amenazó, y se quitó los pantalones
indignado.
—Ni se te ocurra meterte en esta cama —le advirtió, histérica.
Garrett se metió en la cama, sin prestar atención a sus reclamos. Chandra se sentó,
se cruzó de brazos, y lo miró con odio. Era tan... ¡bruto! ¿Cómo había podido pensar que
estaba enamorada de él? Philip era un ángel comparado con este gorila. Bueno, ya era
suficiente. Pondría punto final a esta situación insoportable.
Chandra tomó la almohada y la puso, con toda intención, entre los dos. Luego
agregó su propia almohada, formando así una especie di barrera. Garrett ni se movió
mientras ella construía la muralla defensiva No le prestaba atención.
—Ni se te ocurra cruzar esa línea —le advirtió, y se levantó un poco para
asegurarse de que la escuchara—. ¿Entendiste?
—Eso no sólo es una actitud infantil —le dijo—, es una pérdida de tiempo. No
tengo intención de seducirte. Veremos qué pasa, simplemente.
Chandra sintió que estallaba de ira. Lo pinchó con la uña en e hombro. El se dio
vuelta y con ojos somnolientos la miró.
—¿Y ahora qué?
—Garrett, mira mis labios. Ahora, mírame con cuidado. El nombre de mi novio es
Philip. Philip Benjamin Watson III.
Con un gruñido Garrett volvió a darse vuelta.
—Sus padres podrían haber pensado algo mejor —dijo burlándose.
—Eres imposible.
—Y tú eres una mujercita tonta. Ahora, déjame dormir.
—Bueno, me callaré —dijo mientras se acomodaba en la cama—, pero en la
mañana me iré a casa, así que no trates de convencerme otra vez.
—No lo haré —le aseguró con voz somnolienta.
Bueno, pensó tristemente, ¡todo estaba saliendo tan bien hasta ahora! Bueno,
sería mejor. No podían seguir así para siempre. Mañana se iría a casa, y pensaría sólo en
su futura boda con Phelan... ¡Philip!

Chandra podía oír el viento que sacudía las ramas de los árboles, mientras quitó las
almohadas del medio y se acurrucó junto al objeto cálido que yacía a su lado. Hundió la
cara en ese calor, respirando el agradable aroma que llegaba hasta ella. Puso los brazos
alrededor de esa fuente de calor, deleitándose en el sentimiento sensual de estar al lado
de alguien que la hacía sentir tan bien, que la reconfortaba.
Sentía que le tocaba el cuello, el hombro, que los besos la acariciaban. Suspiró
deleitada, y se acomodó para que él pudiera besarla con más facilidad.
Los besos siguieron camino por sus senos, se detuvieron; luego sus labios mordían
los pezones, y éstos se endurecían. Chandra gimió, su boca buscaba satisfacción también.
Una boca ansiosa, húmeda se encontró con la de ella y respondió con la misma ansiedad.
Sus lenguas se encontraron con pasión.
Las manos que exploraban su cuerpo íntimamente, la tenían cautiva en un mundo
de placer sensual; enviaban escalofríos de placer por todo su cuerpo. Ella comenzó a
mover las manos, sus dedos se deleitaban también sintiendo los músculos fuertes. Oyó un
gemido mientras sus manos se deslizaban hacia abajo, acariciando, tocando, hasta que él
la detuvo. Chandra se sintió desilusionada, y retiró la mano, que volvió a tocarlo en
seguida.
—Chandra, por favor. —Una voz masculina le dijo.— ¿Sabes lo que me estás
haciendo? —La boca de Garrett volvió a encerrar la de ella con pasión.
—Mmmm... Garrett... —murmuró entre besos apasionados, sus manos se
deslizaban por su pecho—. Me siento tan bien contigo... —le dijo medio dormida,
mientras su boca le rozaba el cuello, y la besaba con intensidad. Una vez más, su boca se
encontró con sus senos, su lengua los lamía con suavidad. Gimiendo, él enterró su cara en
ellos y respiró la suave fragancia que ella transmitía.
—Dulzura, ¿estás despierta? —murmuró él con voz ronca, sus manos acariciaban
su cadera—. No quiero aprovecharme de ti, cariño, pero ahora no estoy borracho —
murmuró—. No puedo tomar más de ti. —Comenzó a besarle el cuerpo, incitándola.
—Te quiero, Garrett —murmuró Chandra, apenas consciente de lo que él había
dicho. Ella le acarició el trasero, sentía que la pasión crecía en él. Estaba algo dormida pero
lo suficientemente consciente como para darse cuenta de quién era el que le transmitía
calor.
—Ah, nena, te quiero —gimió él, y su boca, hambrienta, buscaba la de ella. Se
besaron lentamente, apasionadamente, el fuego dentro de cada uno crecía más y más. Se
tocaban con ansiedad, avivaban ese fuego a cada momento. La mano de Garrett llegó
hasta los más íntimos lugares de su cuerpo, así, la instaba a satisfacer sus necesidades
también. No tendría que permitirle esto, pensó derrotada, me casaré dentro de poco,
pero lo amo... Ah, Dios mío, me enamoré de él
Garrett se acostó sobre ella, la besaba con pasión, y totalmente descontrolado.
Chandra podía sentir su cuerpo temblando mientras se acomodaba sobre ella, él se
sostenía con los brazos.
—Quiero que esto sea algo especial —murmuró, sus ojos brillaban de deseo—. Te
quise desde la noche en que te conocí.
Ahora, ella buscaba su boca, ansiosa por sentirlo.
—Yo también te quiero, Garrett. Quiero siempre recordar esto que estamos
viviendo juntos. —Murmuró ella, y le acarició la cabeza.
—Lo recordarás. Lo prometo. Me recordarás siempre.
Comenzaron a moverse. Subieron hasta las alturas que antes sólo habían soñado.
Chandra sentía que las olas de deseo la envolvían, mientras Garrett le demostraba lo que
con palabras había prometido. Recordaría esto toda su vida, pensó mientras se aferraba a
él, su cuerpo se entregaba. El la llevó hasta el punto donde ella se dio cuenta de que
estallaría de deseo por él. Se arqueó contra su cuerpo rogando que le ofreciera
satisfacción. Cuando creyó que ya no soportaría más, él la llevó donde ella nunca había
pensado que se podía llegar, sus cuerpos hallaron un salvaje placer juntos.
Garrett la sostenía con fuerza, mientras atrás quedaba la niebla de ese momento
de pasión. Seguían besándose. Chandra, respirando agitada, hundió la cara en su hombro,
murmuró su nombre una y otra vez, cuando por fin recuperó el aliento. El le acarició el
cabello con ternura, le acomodaba algunos mechones húmedos que caían sobre su frente.
El advirtió algunas lágrimas y la atrajo hacia él para ofrecerle un refugio.
—¿Te lamentas ya? —le preguntó con voz suave, mientras la acariciaba.
—Nunca —murmuró ella, y lo miró directo a los ojos, y lo besó—. Siempre
recordaré esta noche, Garrett.
—Eres una mujer fantástica, ¿lo sabías? —le dijo admirado, y miraba su rostro que
se había sonrojado.
—Espero haberte hecho feliz. —Con los dedos dibujaba la línea de sus labios. Daría
cualquier cosa por escucharlo decirle que la amaba; por ver que demostraba que, de
alguna forma, se interesaba por ella.
—Claro que me hiciste feliz, amor, y no te irás en la mañana. —Dijo con firmeza, y
la aprisionó sobre la cama, y la tapó con la sábana.
—¿No quieres que me vaya? —su corazón dio un vuelco. Le dijo esas palabras con
tono esperanzado.
—Creo que tenemos que olvidarnos de esa discusión que tuvimos —su voz se
quebraba— y pensar muy bien en todo esto.
Chandra trató de controlar las lágrimas al escuchar lo que le decía. No le diría que
la amaba. Todo lo que le importaba a él era su trabajo y seguir con este juego ridículo.
Bueno, era una tonta, y se merecía todo lo que le estaba ocurriendo. No vaciló en decir
cuál era su opinión sobre el matrimonio. Garrett Morganson no le pertenecería a ninguna
mujer, menos que menos, a ella. Las lágrimas caían por la almohada, mientras los dos se
quedaban dormidos, una en los brazos del otro.
CAPITULO 6

—Es difícil creer lo que has hecho en esa casa en tan poco tiempo. —Le dijo Sara
Rhodes a Chandra a modo de cumplido, mientras tomaba un sorbo de té, en el
restaurante.— Al ritmo que van, decorarán la casa en muy poco tiempo.
Chandra sonrió, y siguió tomando su té también. Será mejor que la decore en muy
poco tiempo, pensó, porque no puedo quedarme más que unos días en casa de Garrett.
Sintió algo parecido al dolor que afectaba su corazón; se dio cuenta de que sus padres
volverían cerca del fin de semana de Europa, y tendría que regresar a su casa. Ya no era
necesario que hablara con su madre acerca de su matrimonio. Empezaba a darse cuenta
de que ella y sólo ella tenía que decidir si amaba a Philip lo suficiente como para seguir
adelante con él.
Se detuvo a contemplar la rosa roja que había en el jarrón sobre la mesa a la que
estaban sentadas ella y la señora Rhodes, conversando sobre los hermosos muebles que
había elegido para el comedor. Chandra volvió a pensar en la mañana cuando al
despertarse había visto que Garrett no estaba a su lado. Había tomado su almohada para
oler el aroma varonil. Hundiendo la cara en la almohada recordó cómo habían hecho el
amor la noche anterior. Era verdad que no tenía nada que lamentar. Sabía que algo
lamentaría tarde o temprano. Muy pronto se convertiría en la esposa de otro hombre.
¿Dónde estaba su sentido común?
Philip merecía más de lo que ella le daba, por cierto. Algo de lo que estaba segura
era que le contaría todo lo ocurrido antes de casarse con él. Era demasiado caballero
como para preguntarte los detalles. Pero ella los sabía. Ese era el problema. ¿Llegaría
alguna vez a ser la esposa que Philip merecía? Empezaba a creer que no. En su mente
sabía que después de esta noche soñaría siempre con el hombre alto, de ojos azules que
la sostenía con fuerza, murmuraba palabras apasionadas, sin importar en los brazos de
quién estuviera.
—..., te molestaría? —La voz de Sara Rhodes la trajo a la realidad.
—Perdón, señora Rhodes, ¿qué me preguntó? —Chandra sonrió tratando de
disculparse.
—Te pregunté si podía ver tu anillo. Es muy hermoso.
Chandra miró el anillo, los diamantes brillaban. Se quedó mirándolo un momento,
como si estuviera mirando la mano de un desconocido.
—Es hermoso, ¿no es cierto? —admitió, y le mostró la mano a la señora Rhodes.
Estos últimos días habían sido como un sueño para ella. La Chandra que estaba
comprometida con Philip era diferente de la persona que ahora estaba allí tomando té.
—¿Y tu anillo de bodas? —preguntó con naturalidad la señora, sus ojos admiraban
la gema.
—¿Anillo de bodas? Mmm... era un poco grande para mi dedo, lo mandé a
arreglar. —Inventó la excusa, y bajó la mano.
—Eres una chica muy afortunada, por estar casada con un muchacho así —sonrió
—. No sólo es el joven más atractivo que he conocido, sino que, como dice John, es uno de
los mejores pilotos de prueba de la empresa. ¿Sabías que quiere probar él mismo todos
los simuladores que diseña? Por supuesto, a John le dará un ataque. Dice que Garrett es
demasiado valioso para la empresa... bueno, quiero decir, hay otros hombres que pueden
hacer ese trabajo —concluyó.
—¿El trabajo de Garrett es peligroso? —preguntó Chandra, y se sintió nerviosa de
sólo pensar que él pudiera correr algún riesgo.
—No, querida. No tiene por qué serlo. Su trabajo es diseñar los nuevos aviones,
pero los hombres como Garrett —sonrió y se encogió de hombros—, sabes cómo son a
veces.
—Sí —suspiró Chandra—, ya me imagino.
—Bueno, pero no tienes por qué preocuparte —le dijo la señora Rhodes, y le
acarició la mano para reconfortarla—. Hubiera sido mejor que ni te lo mencionara.
—No me preocuparé —le prometió, sabía que dentro de algunos días ya no tendría
importancia.
Ya que habían hecho todo lo que pensaban ese día, la señora Rhodes aceptó
encontrarse con Chandra al día siguiente para seguir con las compras. Faltaban todavía los
muebles para la sala. Veinte minutos después, la señora Rhodes dejó a Chandra en su
casa, y prometió que pasaría a buscarla temprano al día siguiente.
Chandra acababa de quitarse el abrigo y dejar el bolso sobre la mesa cuando oyó el
timbre. Se preguntó quién sería. Corrió a abrir. Sabía que Garrett volvería al anochecer.
Aunque se haría cargo de su nuevo puesto a principios de año, le había dejado una nota
en la que le decía que había ido a la empresa para familiarizarse con la planta; luego
tendría que asistir a algunas reuniones en la tarde. Abrió la puerta. Se quedó boquiabierta
cuando vio un hombre que le entregaba un enorme ramo de rosas amarillas.
—¿Chandra Loring?
—Sí, soy Chandra Loring —balbuceó. Era el ramo de rosas más grande que había
visto en su vida.
—Firme aquí, por favor. —El hombre le dio un recibo de la florería para que lo
firmara.
—¿Cuántas rosas hay aquí? —preguntó con tono incrédulo mientras firmaba.
—Cuatro docenas, señora. Debe haber alguien a quien usted le agrada mucho. —
Sonrió, e hizo un gesto amable con el sombrero.
Chandra cerró la puerta con la espalda, tenía las manos cargadas de flores. No
podía imaginar quién las había mandado. Philip no tenía idea de que ella estaba allí, y
aunque lo supiera no le hubiera enviado esas rosas. No cuatro docenas.
Sus manos temblaban cuando tomó la tarjeta que acompañaba a las flores. La letra
era un poco desprolija: "Ya que no te agradó el poema todavía me quedan las cartas de
amor y las flores. Anoche fue hermoso. Garrett".
Chandra hundió la cara en la fragancia, le era difícil controlar las ganas de gritar.
Recordaba esa noche cuando había estado borracho. No sabía si matarlo a golpes o a
besos. Sólo sabía que ésta era la actitud más dulce que un hombre había tenido para con
ella. Recuperó la fuerza y se dirigió a la cocina para poner las flores en algún jarrón.
Encontró un recipiente y lo llenó de agua. Acomodó las flores y las puso sobre el hogar, al
lado de su bolsa de dormir. Con un suspiro de cansancio, se recostó y miró las flores. Los
hermosos y frágiles pétalos comenzaban a abrirse e inundaban el cuarto con su aroma.
Tan hermosas, tan frágiles. Al igual que su amor por ese hombre que se las había enviado.
En ese momento, Chandra tomó una decisión. Al poco tiempo que le quedaba por vivir
con Garrett lo disfrutaría al máximo. No sabía qué pasaría mañana, pero el hoy, lo viviría
con el hombre que amaba. Estaba muy cansada como para pensar que amaba a Philip. No
lo amaba. Ese había sido un peso grande de sobrellevar desde el momento en que había
aceptado su anillo de compromiso algunos meses atrás. No era que él no fuera un hombre
capaz de ser un buen esposo, eso estaba fuera de duda. Era sólo que no parecían tener
nada en común, nada además de esa atracción por el otro. A Philip le gustaban los
deportes, y a Chandra le aburría estar sentada en las tribunas. No quería pasar el resto de
su vida haciendo el papel de "viuda del fútbol". Quería un hombre, suspiró, un hombre
como Garrett en su vida. Un hombre con quien poder reír, hablar, discutir, y hacer el amor
todo el tiempo que quisiera. Pero sabía que nunca tendría un futuro con él. O quizá, si
quería vivir con él, él no se opondría a la idea. Era obvio que había disfrutado de su
compañía en la cama la noche anterior, pero ella no estaría dispuesta a iniciar una relación
así, tan inconstante. Su corazón se partiría con sólo pensar que tarde o temprano él la
reemplazaría por otra en la cama. No, cuando se fuera de aquí, lo haría convencida de que
había sido hermoso, pero, tan sólo una relación pasajera. Se le cerraban los ojos, la noche
anterior no había dormido en absoluto, soñaba con el mundo sin Garrett, sería frío,
desolado, triste.
Parecía que había pasado sólo un momento cuando sintió unos brazos fuertes que
la abrazaban, el débil aroma conocido, y una suave boca que saboreaba la suya. Abrió los
ojos y se encontró con dos ojos azules que la miraban vivaces de deseo.
—¿Qué haces en esa bolsa otra vez? —le preguntó con ternura. Estaba tendido a
su lado, apoyado en los codos y la miraba.
—Hola —dijo tímidamente—. Creo que me quedé dormida. Garrett le acarició la
cara.
—Tuviste una noche especial —murmuró, los dedos de Garrett acariciaban sus
labios.
—La más especial —le respondió con un susurro, su lengua se estiraba para tocar
sus dedos.
—Veo que ya recibiste las rosas. —Sus ojos la buscaban ahora con más intensidad,
trataba de descubrir algún signo de pesar por la noche que había pasado.— ¿Te gustan?
—le preguntó, su voz era profunda y suave como terciopelo.
—Son hermosas, Garrett. Gracias —Temblaba mientras él le acariciaba los labios.
—¿Gracias? —murmuró, sorprendido—. ¿Es eso todo lo que tienes que decir?
Esperaba que demostraras un poco más de gratitud.
—Tendría que matarte por haberme engañado, me dijiste que no recordabas lo de
la noche que estuviste borracho, pero no lo haré. —Se dio vuelta, lo abrazó, y lo provocó
para que la besara.
El gimió mientras la acercaba a su cuerpo, y escondió la cabeza en su cuello.
—No recuerdo todo, sólo algunas cosas, las más hermosas —agregó, y la besó con
toda sensualidad.
La besó lentamente, le besó el cuello hasta que ella se sintió agonizar, hasta que
llegó a ese punto detrás de su oreja que la hizo arquear, y aferrarse a él.
—¿No crees que tendrías que demostrarme cuánto te gustaron las flores? —le
dijo, y comenzó a morderle la oreja—. Dijiste que te gustaba que los hombres hicieran ese
tipo de atenciones: poemas, flores, cartas de amor...
Ella le desabrochó la camisa, y sus manos temblaron cuando se internaron en el
vello de su pecho.
—Sí —reconoció—. ¿Alguna sugerencia de por dónde empezar? Chandra se dio
cuenta de que Garrett respiraba profundamente al sentir que ella lo tocaba, lo acariciaba.
Se sintió atemorizada al ver que tenía cierto poder sobre él.
—Cuidado con lo que haces —le advirtió, y la sujetó con más fuerza—, esto puede
terminar antes de empezar.
—Pero se suponía que debía demostrarte mi eterno agradecimiento por esas
adorables rosas y el hermoso poema —se burló, y le hizo cosquillas con la uña alrededor
de la cintura.
—No dije que te detuvieras, sólo que no te apresuraras. —Su respiración era cada
vez más agitada, estaba quieto a su lado. Sus manos se deslizaban por su cuerpo
suavemente, explorando.— Carajo. —Chilló él cuando la mano de Chandra llegó hasta una
de sus íntimas regiones.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que cuides tu lenguaje? —le dijo, mientras lo
besaba otra vez. Al sentir su boca sobre la de ella el mundo parecía estar lleno de
explosiones de luces; él le desabrochó la blusa. Sus dedos se adueñaron de uno de sus
senos. Acarició la carne con furia: los besos salvajes enviaban ondas de placer por todo su
cuerpo. Se oyó un golpe a la puerta, que los sobresaltó. Garrett vociferó una mala palabra.
—¡Garrett! —lo regañó Chandra mientras se quedaban así, abrazados.
—¿Quién ca... diablos es? —preguntó—. Quien quiera que sea, es muy inoportuno.
Chandra hizo una mueca, y lo besó otra vez.
Se oyó otro golpe a la puerta, y Garrett se puso de pie de un salto.
—Tendrás que abrir —dijo indignado, tratando de calmarse.
— ¿No puedes abrir tú? —protestó ella—. Tengo que preparar la comida.
—¿En este estado? —le preguntó al mirarla.
Chandra se sonrojó al ver que tenía los pantalones abiertos. Tendría que abrir ella.
Se puso de pie, lo acarició, y se dirigió a la puerta.
—Me gustaron mucho las flores. Gracias otra vez.
El la tomó del brazo, sus ojos chispeaban.
—No he terminado contigo, señorita. Después seguiremos con los
agradecimientos. —La besó con furia, y la empujó hacia la puerta.
Chandra abrió y casi lanza una carcajada. Una adorable niñita estaba allí. Tenía
puesto un sombrero de Girl Scout. A su lado estaba su padre, un hombre grandote, que la
protegía.
—¿Quiere comprar galletitas, señora? —le preguntó el hombre a Chandra—.
Puede colaborar para mandar a una Girl Scout de campamento este verano.
—Galletitas de Girl Scout. —Chandra miró a Garrett con malicia—¿Tienes ganas de
comer estas galletitas, Garrett?
Garrett la miró de tal forma que no quedaban dudas sobre lo que podía hacer con
las galletitas.
Mientras él se bañaba, Chandra preparó una sopa y sándwiches de queso tostados.
Todavía tenía que comprar algunos regalos para Navidad y Garrett había dicho que la
acompañaría a hacer las compras.
—Tengo que volver a Texas de inmediato —le dijo mientras comían—. Tengo el
auto y algunas ropas en Arlington.
—¿Texas? No me digas que eres de allí —le preguntó Chandra, y se dio cuenta de
que recién ahora se enteraba de dónde había vivido él antes.
—Bueno, en realidad, soy de California —le dijo, y mordió el sándwich—, Pero
estuve trabajando en Arlington los últimos dos años en una empresa que diseña
helicópteros.
—Qué interesante. ¿También los pruebas?
—Pruebo cualquier cosa que vuela, y probé algunos que no volaban,
desafortunadamente.
Chandra siguió comiendo, se sintió algo inquieta ante la indirecta de Garrett.
—¿Hay alguien especial... —hizo una pausa. Tenía que elegir con cuidado las
palabras—. ¿Alguien especial que te espera en Arlington?
El levantó la mirada, y la concentró en ella. No decía nada.
—Nadie en especial. ¿Por qué? —le preguntó.
—Por nada —mintió—. Sólo para hablar de algo.
—¿Has hablado con Philip? —Esta vez había pronunciado bien el nombre.
—No, está de viaje de negocios. Hablaré con él la semana próxima.
No quería mirarlo ahora, tomó la sopa.
—No falta mucho para tu gran día, ¿no? —la voz de Garrett dejaba entrever un
tono de pesadumbre.
Ah, Garrett, pídeme que deje a Philip. Dime que me amas, que te opondrás a
cualquiera que discuta eso. Pídeme que me case contigo, que robe un banco contigo,
haz cualquier cosa menos preguntarme sobre mi boda con otro hombre.
—No, no falta mucho —dejó la cuchara, casi no tenía apetito. Garrett también dejó
de comer, y se levantó de la mesa.
—Bueno, creo que deberíamos salir ya.
—Iré por mi abrigo —murmuró ella, y se levantó también.
—Chandra —dijo, y la tomó del brazo.
—¿Sí? —Ella se detuvo, y lo miró con tristeza.
El parecía estar librando una batalla interior, había una expresión e dolor en sus
ojos azules. Quedaron mirándose, allí, en la cocina, con muchas cosas que decirse.
Chandra quería tocarlo, pero no movió un dedo. Si Garrett la amaba, ¡y Dios, cómo
deseaba que así fuera!, entonces, él tenía que decirlo.
El dejó caer la mano, dejó de mirarla.
—Nada... sólo, Chandra —dijo mientras caminaba.
—Gracias —respondió ella, sentía un nudo en la garganta—. Estaré lista en un par
de minutos.
El no diría esas palabras que ella tanto deseaba oír de sus labios.
Los negocios y las luces no eran iguales que siempre para Chandra esa noche.
Caminaban en silencio. Después de una hora de soportar ese silencio, Chandra decidió
cambiar el estado de ánimo de los dos. Aparentemente, estaban atravesando un intervalo,
pero ella aprovecharía la situación. Entraron a una juguetería, que estaba decorada con
brillante colorido. Chandra tomó una banda color naranja brillante con dos cuernitos de
adorno y se la puso en la cabeza. Parecía un personaje del espacio, o una chiflada de
veinticinco años. Se le acercó por atrás y lo tocó en el hombro. El estaba mirando un
trencito.
—Disculpe, señor, ¿podría decirme a qué hora pasa el próximo autobús? —dijo
imitando a Groucho Marx, subía y bajaba las cejas, y jugaba con un cigarro imaginario.
Garrett se dio vuelta para mirarla.
—El último salió para el parque de diversiones hace diez minutos.
—Ah, Dios mío. ¿Qué hago ahora? ¿Me lleva a casa, señor? —Se arrojó en sus
brazos.
Garrett miró alrededor, se sentía incómodo.
— ¡Por Dios, Chandra, nos mira todo el mundo!
—Ya lo sé. —Tomó otro adorno similar, pero de color rosa, y se lo puso a Garrett
en la cabeza—. Démosle algo de qué hablar.
Salieron del negocio minutos más tarde, con cinco dólares menos.
Garrett rezongaba en voz baja por el cambio que Chandra había logrado en su vida.
Estaba más ordenado. Ella advirtió que también sonreía.
Pasaron las dos horas siguientes riendo, comiendo algunos dulces y con los
adornos sobre la cabeza.
—Espero que no haya nadie de Rhodes Aircraft por aquí esta noche —le dijo
Garrett preocupado, mientras caminaban por la calle llena de gente, compartiendo una
manzana acaramelada. Con ese adorno rosa en la cabeza, realmente no tenía aspecto de
ser el vicepresidente de una empresa aeronáutica.
Chandra rió y le limpió un poco de caramelo que tenía en la nariz.
—Creo que se te ve muy elegante —le dijo sinceramente, luego lanzó una
carcajada.
—¡Chandra! —Un hombre alto, muy elegante se les acercó. Chandra y Garrett
estaban atentos mirando una típica escena navideña en un negocio.
—¡Gary! —dijo Chandra sorprendida—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Gary la tomó en sus brazos, y la revoleó un par de veces. Luego, la besó como si tal
cosa. Garrett se quitó el adorno de la cabeza rápidamente. Su rostro se convirtió en una
máscara helada al ver que un desconocido besaba a Chandra. Como ella no protestaba ni
se oponía, Garrett se la quitó de los brazos literalmente.
—Mira, viejo, la dama está conmigo — dijo amenazante, y apartó a Chandra.
—Bueno, disculpa, pero Chandra y yo nos conocemos hace mucho tiempo— Fui al
colegio secundario con su hermano, y ha sido como mi hermanita. —Dijo Gary sonriendo;
la mirada fría de Garrett no lo acobardaba en lo más mínimo.— Tú debes ser Philip. —
Extendió la mano para estrechar la de Garrett.
—Gary —dijo Chandra, riendo nerviosa—, él no es Philip. Es... un buen amigo mío.
Garrett Morganson. Garrett, te presento a Gary Norris —sonrió—, otro... buen amigo.
Garrett estrechó la mano de Gary a su pesar, luego se apartó, mientras Chandra y
él hablaban de los viejos tiempos.
Chandra trataba de apurar la conversación. Gary la abrazaba y le daba besitos.
Para Chandra esto no era nada nuevo, pero a juzgar por la mirada de Garrett, sería mejor
que se librara de él, y pronto.
Minutos después, siguieron caminando después de que Gary se despidió de
Chandra. Garrett la abrazó.
—Ese tipo es increíble, manosearte así en público. Tuvo suerte de poder salir de
aquí sano y salvo. —Dijo Garrett indignado mientras caminaban por la calle.
Chandra sintió miedo ante semejante demostración de celos por parte de Garrett.
Aunque sabía que no estaba bien, no pudo evitar mofarse de él.
—Pero, por Dios, Garrett, somos sólo amigos. Es casi como un hermano —dijo con
tono inocente—. ¿Por qué preocuparte por cómo me trata Gary?
—Hermano las... Estás comprometida para casarte, Chandra. Ese tipo lo sabe, pero
así y todo te manoseó. Me vuelve loco eso.
Casi la arrastraba por la calle, estaba muy indignado. Chandra tuvo que controlar
un grito de rabia. ¡El se estaba preocupando por su fidelidad a Philip! Después de lo que
habían hecho, eso sí que sonaba gracioso.
—Bueno, discuuuuuulpa. Te prometo que le diré a Philip lo bien que me cuidaste
—le dijo despectiva.
Garrett se detuvo y la atrajo hacia él.
—Tómalo a broma, si quieres, señorita, pero cuando estás conmigo, es mejor que
ningún hombre se acerque.
La atrajo hacia él, la besó con toda la pasión posible, para demostrarle que le
pertenecía. Sus labios atacaron los de ella con innegable furia. Ella le acariciaba el cabello
con las dos manos. Chandra trató de liberarse de sus brazos, pero apenas comenzado el
beso, se convirtió en exploración violenta, hambrienta. Chandra gimió mientras sentía que
sus manos la soltaban, y se concentraban en su pelo, sus manos temblaban. El se separó
murmurando su nombre sin quererlo, le besó los ojos, la nariz, las mejillas.
—Me estás volviendo loco, no sé qué me está pasando, Chandra Desde que
entraste a mi vida, no puedo pensar con claridad. —Volvió a besarla.— ¿Qué clase de
embrujo eres tú?
—Garrett, ¿no lo sabías? Quizá, sólo quizá, soy algo más que una relación pasajera
en tu vida. —Le dijo mientras intercambiaban besos desesperados.
—No, Chandra, no... No quiero saber nada de matrimonio... Sí admito que te
quiero. Pero he visto que el matrimonio destroza más de una relación. Conozco muchos
casos semejantes. ¿No es suficiente lo que estamos viviendo? —le dijo mirándola, sus ojos
le rogaban que lo entendiera.
El frío viento invernal soplaba con intensidad. Las lágrimas ya corrían por las
mejillas de Chandra.
—No, no es suficiente, Garrett. Eso nunca sería suficiente.
—No nos hagamos daño, Chandra. —Sus labios besaban las lágrimas, sus brazos la
rodeaban con ternura.— Déjame amarte.
—Esto no es amor, Garrett. Cuando se ama a alguien, uno se siente seguro.
Quieres estar con esa persona toda la vida. —Dijo sollozando.
—¿Es eso lo que te ofrece Philip? —le preguntó, sin soltarla—. Seguridad de por
vida, eso es demasiado pedir ¿sabes?
Chandra se dejó caer contra él, quería rendirse por su amor, quería decirle que
viviría con él, que lo seguiría hasta el confín de la tierra si él lo quería, pero no podía amar
ese estilo de vida. Se destrozaría viviendo así. Sí, eso era lo que Philip le ofrecía y quizá,
sólo quizá, ella lo aceptaría.
—Sí, eso es lo que él me ofrece —le murmuró con ternura, su corazón se partía—.
Lo mismo que se ofrece en cualquier matrimonio.
—Entonces, supongo que no tenemos nada más que decirnos, ¿no? —dijo Garrett,
y la soltó.
Chandra sacó un pañuelo del bolso, y se sonó la nariz.
—Creo que sería mejor que volviera a casa en la mañana. —Hizo una pausa,
esperando su reacción.
Garrett le dio la espalda, y ella se dio cuenta de que sus anchos hombros estaban
tensos.
—Sí, creo que probablemente eso sería lo mejor.
Chandra contuvo las lágrimas al oírlo. Bueno, así estaban las cosas. El quería que
ella se fuera. Finalmente, todo había terminado y se sentía extrañamente aliviada de que
así fuera. Todo lo que debía hacer ahora era volver a su vida normal y olvidarse de que
alguna vez en su vida había conocido a Garrett Morganson. Oh, mi Dios, dijo en voz baja
mientras caminaba detrás de él. Esta vez es la última.

Había empezado a llover, mientras ellos se dirigían a casa, en silencio. Chandra


había tratado, pero sin éxito alguno, de empezar una conversación amable, desinteresada.
Pero, él la miraba por la ventanilla, apenas le respondía.
Después de algunos minutos, se había rendido.
No se había sentido tan triste nunca en su vida. De repente, se le ocurrió que no
quería que la relación terminara de esta forma. No sólo amaba a Garrett, sino que
también le agradaba. Le agradaba mucho. El tiempo que había compartido tenía un
significado especial para ella. Cuando no discutían, se trataban con ternura, reían por las
mismas cosas, intercambiaban opiniones diferentes sin llegar a pelear. El nunca había
tratado de forzar sus gustos, tampoco ella se había enojado cuando él no pensaba igual.
Se aceptaban como eran. Por lo que Chandra podía entender tenían un solo problema,
aunque imposible de solucionar. Garrett no pensaba en la relación de igual modo que ella.
El estaba dispuesto a perderlo todo.
La llovizna se había convertido en una cortina de agua helada cuando llegaron a la
puerta de la casa. Chandra fue corriendo a abrir la puerta.
Decidida a que no se iría a la mañana con este estado de cosas, trató una vez más
de que las cosas mejoraran un poco.
—¿Quieres chocolate caliente? —le preguntó—. No hay nada mejor que una taza
de chocolate caliente en una noche fría como ésta.
—No, gracias. Me voy a dormir. Tengo que estar en la planta temprano. —Le
respondió terminante, y entró a su cuarto, sin siquiera mirarla. Chandra estaba cansada y
se sentó cerca del fuego, miraba y tocaba los pétalos de las rosas. Ni siquiera quería hablar
con ella. Ella sabía que él se iría por la mañana antes de que ella se despertara, así que si
no hablaba con él ahora, no tendría otra oportunidad. El resentimiento la invadía, la lluvia
era más intensa, era nevisca ya, y golpeaba las ventanas con furia. ¿Cómo podía ser tan
poco cortés y ni siquiera decirle adiós? Aunque tenían sus diferencias, ella lo había
ayudado. Es verdad, ella lo había metido en el problema, pero no tenía por qué sacarlo de
él.
De repente, se puso de pie, en sus ojos había un dejo de rebelión.
Bueno, piloto de prueba. No te saldrás con la suya. Lo menos que merezco es que
me digas adiós.
Con la furia de un ejército a punto de atacar al enemigo, se dirigió a su cuarto. El
sonido del agua que corría le decía exactamente lo que ella quería saber. El enemigo se
estaba bañando. No podría escaparse de ella si lo enfrentaba allí. Se quitó la ropa antes de
perder coraje, la arrojó al lado de la cama, y entró al baño.
Garrett, totalmente sorprendido, dio un paso atrás. Tenía el cabello y ara
enjabonados. Chandra sintió que el agua también llegaba hasta ella, humedecía el cabello.
Le habló, naturalmente como si estuvieran tomando el té.
—Garrett, quiero hablar contigo.
El abrió los ojos, y se quedó tieso.
—Ahora me estoy bañando, Chandra. Saldré en un momento. —Le respondió
bruscamente.
—Ya veo que te estás bañando. —Seguramente, él no se había imaginado que ella
haría semejante cosa.— Dije que quiero hablar contigo.
Sin prestarle mayor atención, siguió concentrado en su baño.
—Ahora estoy ocupado —dijo, y tomó el jabón.
—No te molestaré más de un minuto — dijo ella sin darse por vencida. Le quitó el
jabón de la mano y lo arrojó contra la puerta—. Bueno antes que nada, quiero decirte que
sé muy bien que he sido una terrible carga a tu lado desde la primera noche.
Garrett se mostraba arrogante, todavía estaba enjabonado. Se cruzó de brazos.
—Has dicho algo sensato.
—Y también sé que no quieres una relación firme en tu vida —siguió diciendo,
tratando de ignorar su cuerpo desnudo, allí delante de ella, tratando de que sus ojos
miraran sólo su rostro—, y quiero que sepas que no te culpo por eso. Pensé que como no
te vería en la mañana —se le quebró la voz, su valor estaba desapareciendo—, sólo quería
decirte adiós. —Lo miró con ojos llenos de amor y lágrimas que ya no podía controlar.—
No importa qué pienses de mí, yo nunca te olvidaré. Siempre serás un... amigo especial
para mí. No quería irme sabiendo que estabas enojado conmigo —terminó diciendo,
aliviada por haberle dicho todo.
El agua había enjuagado casi todo el jabón que Garrett tenía en el cuerpo. Seguía
de pie, con actitud insolente, cruzado de brazos. La escuchaba, pero era imposible saber
qué estaba pensando.
—¿Amigos? ¿Quieres considerarme un amigo? —le dijo finalmente.
—Sí, me gustaría que así fuera —le dijo sinceramente, deseando que cambiara de
actitud.
Garrett la rodeó con los brazos y cerró la ducha. Luego, la apoyó contra la pared
mojada. Su rostro estaba muy cerca de ella. Los ojos azules de Garrett la miraban con
intensidad. Después de un momento, le dijo en voz baja.
—Bueno, qué mal, Chandra, porque no sé por qué razón yo no siento lo mismo.
Chandra ahogó un débil sollozo, su corazón estaba destrozado. Ni siquiera le
interesaba su amistad, y menos que menos, otro tipo de relación.
—¿Por qué te desagrado tanto? —le dijo triste—. Cometí un error aquella noche.
Estuve tratando de remediarlo, Garrett.
—¿Crees que me desagradas? —le preguntó muy serio, su rostro se acercaba más.
—Bueno, ¿no es eso lo que me quieres decir? Me estás gritando. —Le recordó.
El resopló, y meneó la cabeza apenas.
—Mujeres —dijo por lo bajo. Le levantó la cara para mirarla directo los ojos.— Sí,
me gustas, y demasiado para colmo de males.
—¿De veras? —Surgió la esperanza en sus ojos.— No te imaginas cuánto mejor me
hace sentir lo que dices, Garrett. Ahora, puedo seguir viviendo con la idea de que por lo
menos no me odias. Si me caso con Phi...
La mano de Garrett le impidió seguir hablando.
—No quiero que pronuncies ese nombre en mi presencia. Estoy harto de oír hablar
de él —dijo apretando los dientes.
Chandra se sorprendió ante semejante reacción.
—Lo lamento, Garrett —se disculpó—. No sabía que odiabas a Philip.
—Odiarlo. —Garrett se le acercó, hasta que sus cuerpos se tocaron. Chandra
suspiró, no recordaba que estaban desnudos, las suaves curvas de su cuerpo sentían los
duros músculos de Garrett. Sentía cada parte de su cuerpo contra el de ella.— Odiarlo —
repitió con ira—. No puedo soportarlo, no soporto que menciones ese nombre. Cuando
pienso que Philip se acostará contigo, que se adueñará de lo que yo quiero... —Se detuvo,
y dio una trompada a la pared, justo al lado de su cabeza, como desafiando las palabras.
Chandra se estiró y le acarició la cara.
—Garrett, no tenía idea de... —No sabía qué decir, estaba confundida por la
intensidad de sus palabras.— Nunca me dijiste...
El la sujetó con fuerza, sus dedos se hundían en la carne.
—¿Qué es lo que no te dije? ¿Que me atrapaste? ¿Que me vuelvo loco cada vez
que esos ojos inocentes me miran? ¿Que me despierto a la noche pensando en ti? ¿Que te
deseo? ¿Es eso lo que nunca te había dicho? —Sus ojos estaban encendidos.
—No te enojes conmigo —le rogó, y lo obligó a que la besara, tratando de
compensar lo que lo había irritado — No quiero que te enojes.
—Maldita seas, maldita seas —dijo desesperado, mientras su boca capturaba la de
ella. Chandra se rindió en sus brazos, y dejó que la devorara. Su lengua la buscó, y sintió
un estremecimiento incontrolable que se adueñaba de su cuerpo. No sabía contra qué
estaba peleando Garrett Morganson, sólo sabía que lo amaba, y que estaría allí si la
necesitaba.
Sus manos se deslizaron por su cuerpo, frenéticas; sus labios le decían que la
necesitaba con urgencia. La levantó en sus brazos, su boca se en sus senos. Besó los
pezones, pasó la lengua por ellos, los reclamaba como si le pertenecieran. Chandra se
sumergió en un mundo de y deseo, mientras sus manos se deleitaban acariciando la
espalda de Garrett, para que relajara esos músculos tensos.
—Te amo, Garrett —le dijo en medio del delirio. Las palabras de amor salían de su
boca en un torrente. Si él admitiera que la amaba pensó mientras la mano de Garrett se
deslizaba entre sus piernas hasta llegar a su intimidad. Sabía que los hombres trataban al
sexo como algo natural, pero también sabía que lo que Garrett necesitaba en este
momento era algo más que sexo.
No, por más que lo negara, él estaba enamorado de ella. Lo supiera o no.
Su deseo era sobrecogedor. Ella oyó que murmuraba su nombre, y penetraba en su
cuerpo. No había ningún contralor en su comportamiento estaba perdido en una furia
total, en una intensidad salvaje, no podía esperarla. Chandra hundió la cabeza en su
pecho, se aferró a él con fuerza, mientras él temblaba.
—Perdón... perdón —susurró, y hundió la cara en su cabello—. No pensé que
pasaría esto...
—Está bien... —lo calmó, y le acarició el cabello, aún seguía vivo su deseo por él—.
Entiendo.
Su boca encontró la de ella con ansiedad, y dejó que se deslizara hasta el suelo de
la ducha.
—No hay nada que entender, dulzura —murmuró—. Te llevaré a la cama, porque
pienso que te debo algo.
La tomó en sus brazos, su boca proclamaba a gritos que seguía vivo el deseo por
ella. Abrió la puerta del baño y salió ansioso por llegar a la cama.
De repente, Chandra estaba volando por el aire, Garrett gritó una mala palabra que
llenó el espacio. Ella aterrizó, y confundida, se preguntó qué habría pasado. Garrett gritó.
Estaba tendido en el suelo en el baño, y se frotaba la espalda.
—Ay, Dios mío —y se acercó a él—. Garrett, querido, ¿estás bien?
—Creo que me rompí la espalda —hizo una mueca de agonía, tratando de
sentarse.
—Ahhh... deja que te ayude —le dijo, y lo tomó del brazo.
— ¡Espera! —dijo él, y se soltó—. Espera que recupere el aliento.
—Sí, querido. Espera que busque una toalla húmeda para tu cara. ¿Qué ocurrió?,
¿tropezaste? —le preguntó, y tomó la toalla.
—No —le gritó con los dientes apretados—. Pisé ese asqueroso jabón que tiraste.
Chandra se quedó tiesa. Cada vez que pensaba que seguiría con él, algo pasaba,
como esto, lo cual ponía de manifiesto su estupidez.
¿Por qué había arrojado ese jabón? Escurrió la toalla, y le secó la frente, estaba
transpirando.
—Bueno, ¿te sientes mejor ahora?
—No me duele la cabeza —le dijo irritado—, la espalda me está matando. ¿Sabes,
Chandra?, yo volaba en bombardeos cuando estaba destaca en Vietnam. Tuve que hacer
tres aterrizajes forzosos en mi carrera como piloto de prueba. He volado muchos
helicópteros en mal estado. Viví terribles plagas y una sequía mientras estaba en Texas. —
Se detuvo y suspiró profundo.— También estuve en un brote de malaria en el Congo, y
nunca tuve ni siquiera una venda en un dedo.
Chandra se ponía tensa, sus ojos tenían una expresión atormentada. Sabía lo que
pasaría.
—Ahora, se me ocurre —siguió Garrett con voz calma—, hace sólo una semana
que te conozco, y hasta ahora me corté la frente, me pesqué una borrachera que otro no
habría podido soportar, casi me desmayo la otra noche con tu susto por el fantasma, y
ahora... ahora —se detuvo otra vez—, quizá quede en una silla de ruedas el resto de mi
vida si el dolor que tengo en la espalda es una señal del tipo de lesión que tengo. Así que,
si no te molesta, déjame aquí que moriré en paz.
—No es justo, Garrett —le dijo ella—. Admito que soy responsable de algunas
cosas, pero no de todas. —Se puso de pie de un salto y se envolvió en una toalla.—
¿Quieres que te ayude o no? —le preguntó con aire petulante.
Garrett se incorporó de a poco, soportaba el dolor.
—No te hagas problema, Chandra —le dijo, y se apoyó en su mano.
Cuidadosamente, ella lo ayudó a ponerse de pie, le dolía de solo oír los gritos de
dolor. Su cuerpo era pesado, se movió con cautela hacia la cama, caminaba con dificultad.
—Pesas una tonelada —dijo, y se detuvo a recuperar el aliento.
—Deja de sujetarme —gruñó—. Debería estar más delgado después de lo que
cocinaste esta semana.
—¡Lo que cociné! ¿Qué tiene de malo lo que cociné? —bufó—. Nunca habías dicho
nada de lo que yo cocino. —Algunas veces lograba enfurecerla.
—No dije nada porque no quería herirte —le dijo: caminaba a paso de tortuga.
—¿No te gusta?
—He comido cosas mejores. —Se dejó caer en la cama.— Ayúdame a acostarme.
Chandra, a propósito, lo empujó contra la almohada; los gritos de dolor la
ensordecían.
—Disculpa —le sonrió con inocencia—. Pensé que te dolería más si lo hacía
despacio. ¿Quieres algo? ¿Aspirinas, que te frote la espalda, un revólver para que te
vueles la tapa de los sesos? —Se le acercó, y se dejó caer en la cama.— Quizá quieres que
te prepare algún plato especial antes de que te quedes dormido.
—Vete de aquí, y déjame sufrir con dignidad —le chilló, tratando de acomodarse
de modo que no le doliera tanto.
El enojo desapareció de la cara de Chandra cuando vio la agonía en su rostro.
—Lo lamento, Garrett —dijo, y se arrodilló a su lado—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—No sé, mi amor, lo único que sé es que duele mucho. —Se estiró y le apoyó la
cabeza sobre su pecho, le acariciaba el cabello con ternura.— Perdón por la broma sobre
lo que cocinas.
—Está bien, ya sé que soy un desastre cocinando —admitió—. Cuando ayudaba a
mamá a cocinar, mi hermano y mi padre se descomponían —Lo abrazó fuerte, pero no
más de un instante; él sentía un fuerte dolor.—Pero, sé hacer ricos pasteles y tortas de
navidad —agregó.
—Bueno, si no me molestara vivir comiendo dulces y panes navideños, no estaría
tan mal. —Dijo pensativo.— Pero quiero que sepas que lamento lo otro también —le
susurró sensualmente al oído.
—No tanto como yo —dijo ella, y levantó la cara para enfrentarse con el rostro de
Garrett.— Iré a buscar algo para ese dolor.
—No tenemos nada en casa, ¿sabes? —le dijo, haciendo una mueca.
—Ya lo sé. Voy hasta la farmacia de la esquina —le respondió distraída, pensando
en el frío y el aguanieve, que golpeaba las ventanas.
—No permitiré que salgas sola a esta hora de la noche —dijo Garrett enojado—, y
menos que menos, que camines bajo este frío.
Ella lo miró decidida. No se quedaría sentada mirando cómo sufría toda la noche.
—En seguida vuelvo —dio media vuelta, y saltó del cuarto.
—¡Chandra, vuelve aquí! —le gritó Garrett indignado, tratando en vano de
incorporarse en la cama. Se dejó caer otra vez, consternado por el dolor al oír que se
cerraba la puerta de la habitación.
Suspiró de dolor, y se cubrió los ojos con una mano.
—Loca muchachita —murmuró para sí—. Loca, maravillosa, adorable, sensual
muchachita...
CAPITULO 7

El aguanieve se había convertido en una densa lluvia que helaba.


Chandra volvía de la farmacia. Tenía las manos congeladas cuando le dio Garrett
una almohadilla de calor y un frasco de aspirinas. Los dientes castañeteaban.
—Si tuviera fuerza suficiente, te pondría sobre mis rodillas para darte una tunda —
la regañó, y aceptó los remedios—. Fue una tontería salir a la calle en este momento.
—Pero no tienes fuerza suficiente —le dijo mientras buscaba un enchufe para la
almohadilla—. Date vuelta —le dijo con naturalidad. Con mucho dolor, Garrett le
obedeció. —¿Qué harás?
—Pasarte esto por la espalda para que te alivie. —Puso un poco de pomada blanca
en la mano, y con sumo cuidado, la esparció por la espalda de Garrett. Lo hacía muy bien,
como si fuera cosa de todos los días.
—Hija de... —No terminó la expresión. Se aferró a la almohada.—Tus manos son
como dos barras de hielo.
—Calla y quédate quieto —lo regañó, lo miraba fascinada. Cuando terminó de
pasarle la pomada, Garrett se había relajado un poco. Hablaba con voz somnolienta. Ella lo
tapó con la colcha, apagó la luz, y se preparó para irse.
—¿Adonde crees que vas? —le preguntó medio dormido. —A la cama —le
respondió con un susurro, no quería molestarlo, ahora que parecía estar a punto de
quedarse dormido.
—¿No dormirás aquí conmigo? —le preguntó, y trató de tomarla de la mano.
—No, creo que no debo hacerlo, Garrett. Decidimos que me iría a casa en la
mañana, ¿recuerdas? —le recordó dulcemente, y le acarició la mano.
Su respiración débil llegaba hasta sus oídos. Ella se inclinó y le besó el cuello.
Ahora, estaba profundamente dormido; su cuerpo enorme, musculoso, estaba relajado.
Chandra le acomodó algunos mechones de cabello que caían sobre su frente. Parecía un
niño inocente, ahora que estaba dormido, pero Chandra sabía que no era así. Ya no era un
niño, era un hombre, y deseable. Se quedó mirándolo un momento, se preguntó por sus
padres, dónde estarían, si él los amaría. Había tantas cosas que no sabía sobre él, y ya no
tendría tiempo de averiguarlo tampoco.

Algo en su vida había ocurrido para que tuviera tanto repudio por el matrimonio.
Qué vergüenza, pensó, y se puso de pie. Podría resultar un perfecto padre, un perfecto
amante, y aunque él no lo creyera, un perfecto esposo, aunque no estaba dispuesto a
probárselo.
El aire parecía vivo cuando, a la mañana siguiente, Chandra abrió los ojos. El cuarto
estaba inundado de una luz brillante. Se sentó en su bolsa de dormir y miró a su
alrededor. En algún momento de la noche había cesado la lluvia, la temperatura había
descendido bastante. Se puso de pie de un salto y corrió a encender la calefacción.
Temblaba mientras se acercaba a la ventana, para mirar hacia afuera. El mundo, allí
afuera, era de hielo. Las ramas de los árboles se mecían por el peso de la capa de hielo
que las cubría; las más débiles se quebraban. Un sol muy débil brillaba sobre los arbustos,
y las calles, cubiertas de hielo también, convertían al lugar en un mundo de hadas.
Chandra se quedó inmóvil frente a la ventana, miraba maravillada las agujas de
hielo que colgaban de las ramas, y los techos de las casas, algunas de su altura casi. Esa
prisión helada parecía tener al mundo encerrado. No había autos por la calle. Las únicas
señales de vida eran las cortinas de humo que salían de las chimeneas de las casas
vecinas.
Era inevitable. Se iría a su casa hoy mismo. Con un suspiro de resignación, dejó
caer la cortina y tomó su salto de cama. Se ató el cinturón, fue a la cocina para llamar a la
señora Rhodes. No irían de compras esta mañana tampoco. Mientras conversaba con la
señora, preparaba el café, arrastrando el cable del teléfono al moverse de un lado a otro.
Le explicó que Garrett se había golpeado la espalda, por supuesto no le contó los detalles,
y que debía quedarse en cama hasta que se sintiera mejor. ¡Ja!, pensó al colgar, ¡eso me
encantaría!
Tomó el desayuno rápido, luego preparó una bandeja con huevos revueltos y
tocino, por primera vez no lo quemó, tostadas, dulce y café, para Garrett. También le
sirvió un vaso de jugo de naranja. Luego, se dirigió al cuarto.
El estaba leyendo una revista cuando golpeó a la puerta. Oyó un "estoy despierto",
abrió la puerta y entró.
—Es hora de torturar al paciente —le dijo con dulzura—. Sé que estás ansioso por
probar una de mis deliciosas comidas.
—¿Por qué no me das un analgésico primero? —le dijo burlándose— Puede aliviar
el efecto del tocino quemado.
—Te sorprenderás —le dijo, y le acomodó la bandeja sobre las piernas—. Esta vez
no se quemó.
—No bromees. —Parecía que le atraía la bandeja, la miraba con ansiedad. Ella le
dio la servilleta.— ¿Desayunamos juntos? —la invitó.
—No, ya desayuné, pero te haré compañía —y se sirvió un trocito tocino—. ¿Cómo
está tu espalda? —le preguntó, masticando el tocino crocante.
—Un poquito mejor. Creo que sólo es un tirón en un músculo. —Se concentró en
los huevos revueltos.
—¡Me alegro! Llamé a la señora Rhodes y le expliqué. Dijo que te quedaras en
cama hasta que mejores. ¿Puedo tomar un sorbito de jugo? —le preguntó amablemente,
y tomó el vaso.
—Eso es exactamente lo que pienso hacer —le dijo, mientras ella tomaba el jugo.
Luego, se sirvió una tostada.
—No sé si podré irme hoy — dijo Chandra, y untó una tostada con dulce de frutilla.
Garrett la miraba mientras ella tomaba un sorbo de su café—. Creo que no hay
automóviles en las calles —le explicó.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó, y preparó otra tostada.
—Deberías mirar por la ventana —le dijo ansiosa—. Hubo una fuerte tormenta de
nieve a la noche. —Tomó el último sorbo de jugo de naranja.—No hay un alma en la calle..
—Creí que hacía más frío aquí adentro esta mañana —Garrett dijo mientras se
disputaban el último trocito de huevo.
—Encendí la calefacción, en pocos minutos estará mejor. —Se limpió las manos y
miró la taza de café que Garrett se llevaba a los labios.
—¿Quieres el último sorbo? —le ofreció la taza.
—No, gracias, no tengo hambre. Es tu desayuno. Disfrútalo —le sonrió con
sinceridad.
—Eso es lo que quisiera hacer... —Terminó el café, y dejó la taza sobre la bandeja.
—¿Ya terminaste? —le preguntó sorprendida, viendo que no quedaba nada en la
bandeja—. Parece que el golpe no ha deteriorado tu apetito, —exclamó, y le retiró la
bandeja. Garrett la miró con ironía.
—Sí, no creería que yo solo comí todo esto.
—Bueno, dime si se te ofrece algo. Voy a ordenar mis cosas. Me voy a casa hoy,
¿sabes...?, si puedo. —Lo miraba fijo, esperaba que le dijera que no quería que se fuera.
Tomó una revista y se apoyó en la almohada.
—No te vayas antes del almuerzo —le dijo con sarcasmo—. Y comamos antes de lo
usual. Creo que pronto tendré hambre.
Pero, ¿será posible?, pensó mientras llevaba la bandeja a la cocina. ¡Los hombres
y su terrible apetito! Acababa de tomar un desayuno como para dos, y ya estaba
pensando en el almuerzo.
Bueno, de todos modos, seguramente no se iría hasta fin de la tarde.
Se sirvió otra taza de café, y comenzó a ordenar el servicio del desayuno.
Se encargó de la casa el resto de la mañana. Sólo se detenía para llevarle una
aspirina, algo de tomar, para ayudarlo a ir al baño, frotarle la espalda, hacer alguna
llamada que él debía hacer, o prepararle algún bocadillo a mitad de mañana. Una hora
más tarde quiso almorzar. Insistió en que dejara de trabajar y se sentara a comer con él.
Así sería todo el día. Cuando esa noche Chandra se recostó en su bolsa de dormir, estaba
cansada. Pensó que, tal vez, era hora de dejar atrás los hombres y tomara los hábitos
religiosos.
La mañana siguiente amaneció fría y desolada. No había señales de que el tiempo
mejorara, como para que ella pudiera volver a casa. Tendría que cambiar pronto, tenía
que estar en casa el viernes, a más tardar.
Esta mañana, Garrett estaba tan molesto como el día anterior. Chandra logró
mantenerse calma, atendiendo sus llamados con eficiencia y algo indiferente, y
descargándose con un grito cuando salía de la habitación.
Su paciencia se estaba agotando. Treinta minutos después del almuerzo, la llamó a
gritos.
—¿Qué ocurre ahora? —le dijo ella, su voz demostraba que estaba impaciente.
Entró al cuarto, tenía las manos y la nariz cubiertas de harina. Había decidido probar su
habilidad culinaria haciendo alguna torta navideña mientras esperaba que cambiara el
tiempo.
—Me estoy aburriendo. ¿Sabes jugar al póquer?
—No, no sé —le respondió de mal modo y volvió a la cocina.
—Hey —exclamó—. Vuelve aquí un momento.
Contó hasta diez, y luego se asomó por la puerta.
—¿Llamaste?
—No bromees, ¿no sabes jugar a las cartas? —le preguntó, su rostro, aburrido, la
miraba ansioso.
—Lo lamento, no sé. Pero te estoy preparando una sorpresa para la cena —le dijo
para reanimarlo.
El se dio cuenta de que tenía harina en las manos y en la cara.
—¿Estás cocinando algo? —trató de adivinar, pero no demostraba alegría ante la
idea de esa sorpresa.
—Sí, ¿por qué? —No tenía ganas de soportar sus comentarios acerca de lo que
cocinaba.
—¿No puedes dejar lo que estás haciendo y hacerme compañía un rato? —casi le
pidió.
Ella suspiró.
—Hay algunos juegos en el salón de juegos. ¿Quieres que los traiga?
Las masitas tendrían que esperar. Era obvio que la molestaría todo el tiempo, si no
tenía nada que hacer.
—No sé jugar a esas cosas —le dijo sin entusiasmo— pero aprenderé—Agregó y la
atravesó con la mirada.
—Entonces, te lo traeré. —En secreto, se sentía deleitada. Esos juegos sus
preferidos cuando niña. Hasta le ganaba a su padre fácilmente cada vez que jugaban. Le
encantaría derrotar a Garrett.
A los pocos minutos volvió con el juego, una caja que estaba llena de polvo.
—Ahora, todo lo que tienes que hacer —le explicó, colocó el tablero y le dio un
manojo de billetes de juguete—, es tratar de comprar todas las propiedades que puedas, y
luego establecer casas —abrió los ojos—, hoteles o lo que quieras, si puedes. Luego,
cuando yo llegue a tu territorio recibirás el dinero del arrendamiento. El que se queda sin
dinero primero, pierde. Soy el banquero.
—Espera un minuto, detente. ¿Por qué eres tú el banquero? —Los ojos azules de
Garrett la miraban con desconfianza.
—Tiene que ser uno u otro, y como no sabes bien el juego, seré yo —le contestó
altanera—. Toma, tú eres el hierro, y yo el perro. —Le entregó una barrita de hierro para
jugar en el tablero.
—No quiero jugar con el hierro —dijo frunciendo el ceño—, es de marica.
—Bueno, entonces jugaré yo. Tú toma el perro. —Y se intercambiaron las piezas.
—¿Seguro que no sabes jugar a nada con las cartas? —le preguntó al ver la
disposición del tablero.
—Seguro, arroja el dado a ver quién juega primero. —Se subió a la cama, se cruzó
de piernas, y se puso cómoda. Esto sería muy fácil.
—A ver, déjame entender de qué se trata. El objeto del juego es monopolizar y
mandar al otro a la bancarrota. —Garrett trataba de repasar las instrucciones que le había
dado Chandra a las apuradas.— ¿Correcto?
—Ya lo entendiste. Ahora, arroja los dados. —Ella miró las posiciones clave sin que
él se diera cuenta.
Al rato, Garrett ya le estaba ganando: había ganado posiciones, instalado cuatro
ferrocarriles, una compañía eléctrica, otra de agua, y numerosos hoteles, todo con dinero
de Chandra. Ella había terminado en prisión tres veces, pagado más de seiscientos dólares
por impuestos a las ganancias, y había contraído numerosas deudas.
—¿Quieres jugar otro? —le preguntó Garrett, sonriendo mientras recogía la pila de
dinero.
—No —le dijo un tanto desilusionada—. ¿Cómo lo hiciste? Siempre le ganaba a mi
padre cuando jugaba con él. —Estaba sorprendida de que le hubiera ganado tan pronto.
—Quizás, él te dejaba ganar —se encogió de hombros.
—Claro que no. Y aunque lo hiciera, creo que por eso era un cabañero.
—¿Qué querías que hiciera?, ¿que te engañara y te dejara ganar? —Garrett le
preguntó al ver que sus ojos chispeaban de rabia.
—Eres muy desagradable —le dijo, y se bajó de la cama.
—Ven aquí, gatita —le dijo él con dulzura, y apartó el juego—. Disculpa, te derroté
en tu especialidad.
Ella no esperó que lo pidiera otra vez. Se entregó a sus brazos y sus bocas se
encontraron en un beso. Ella cerró los ojos para deleitarse con el sabroso aroma de
Garrett, sus brazos la estrechaban. Se besaron con desesperación. Ella le había puesto los
brazos alrededor del cuello y sus dedos jugaban entre sus cabellos.
—Hola —dijo él con voz seductora cuando sus bocas se separaron.
—Hola — susurró ella, acariciándole la mejilla.
—Estuve esperando esto todo el día —le confesó él, y le mordió el labio.
—Yo también —le confesó ella, y escondió la cabeza entre sus cabellos.
Así se quedaron un momento, satisfechos de estar una en los brazos del otro,
deseando que el mundo y los problemas desaparecieran.
—Bueno, basta —dijo ella finalmente, aún en sus brazos. El pensamiento de que
tendría que dejarlo la conmovía.— Todavía tengo que terminar la cena y las masitas antes
de irme.
En silencio, Garrett le acariciaba el cabello; se ponía tieso al escucharla.
—No quiero que te vayas, Chandra —le dijo en un susurro.
Ella cerró los ojos, que estaban llenos de lágrimas.
—Tengo que irme, Garrett. Si no es esta noche, bueno, muy pronto. Los Rhodes se
van el sábado, y mis padres volverán de Europa en cualquier momento. Me gustaría
quedarme para siempre, pero no puedo.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y caían sobre el pecho de Garrett. El la abrazó
con más fuerza, y le besó la frente, no podía aceptar lo que ella le decía.
—Quédate conmigo. De alguna manera lo solucionaremos —su voz era un ruego.
—No resultaría, Garrett, lo sabes —dijo sollozando—. No puedo vivir como tú
quieres, y tú no puedes vivir como yo quiero. Finalmente, terminaríamos odiándonos. No
soportaría eso.
—El matrimonio no es la respuesta para muchos problemas del amor, Chandra,
¿no lo entiendes? —le dijo en un murmullo, su aliento le llegaba hasta su cabello—. Vi
cómo mis padres se destrozaban durante su matrimonio. Mi hermana se suicidó por una
mala experiencia matrimonial. Algunos de mis amigos se emborrachaban cuando sus
esposas los abandonaban y se llevaban a sus hijos con ellas —se le quebró la voz—, ¡por
Dios! Chandra, no podría vivir algo así. —Ella sintió que Garrett temblaba.
Le acarició la cara tratando de calmar su angustia.
—Pero eso no significa que siempre ocurra lo mismo, Garrett. Hay malos
matrimonios y muchos buenos también. Mira a mis padres, hace treinta años que están
casados, por supuesto que tuvieron discusiones, pero como se aman, lo han solucionado
siempre. Si viviera contigo tendría las mismas obligaciones para contigo que si nos
hubiéramos casado. ¿No ves? siempre que amas a alguien, corres el riesgo de salir
lastimado, haya papeles de por medio o no. Si no estás dispuesto a correr ese riesgo,
entonces eres un hombre terriblemente solo.
—Lo dices tan bien, Chandra, pero la vida no es así de simple. Cuando confías tu
vida a otra persona, y esa persona te falla, como le falló mi madre a mi padre, entonces te
formas ideas bastante firmes sobre lo que quieres de la vida. Tienes un hogar feliz. Yo vi
cómo mi padre moría de a poco hasta que finalmente la bebida y la tristeza lo
exterminaron. Yo vi al hijo de mi hermana casi destrozado después del accidente, cuando
su auto se estrelló. Había visto a su esposo en la cama con otra mujer. Si vives estas cosas,
luego dime cómo los problemas de la vida se resuelven en el altar.
Chandra sintió que el corazón se le destrozaba mientras escuchaba el relato de
Garrett, él temblaba por la emoción. Ella no sabía que había sido tan desdichado en su
vida. Deseaba besarlo para curar esa angustia, esa amargura, pero él se había encerrado
en una prisión imposible de abrir.
—No dije que el matrimonio fuera la solución para todos los problemas, sólo quise
decir que cuando se ama a alguien se tiene confianza en esa persona. Si te traicionan, por
supuesto, te sentirás herido, pero si a cambio recibes amor y confianza... —Le tomó la
cara y lo miró directo a los ojos.— Ah, Garrett —susurró—. Si recibes amor, entonces,
sabrás que no hay nada más maravilloso que amar y ser amado. La vida no hace
promesas, dos personas que se aman hacen sus propias promesas... y las cumplen. Y eso
ocurre todos los días.
—No sé, Chandra. No sé. —Hundió la cara en su cuello; él sentía las lágrimas de
Chandra en sus mejillas.— Por favor, amor, no llores. Sabes que me vuelvo loco cuando
lloras así. —La besó suavemente.— Creo que es necesario que hablemos sobre Philip.
Esta vez fue Chandra la que se puso tensa. Al oír el nombre de su novio, se sintió
culpable en brazos de Garrett. Se apartó de él, y se quedó mirando al techo.
—¿Qué quieres decir?
Garrett estaba a su lado, su rostro sin emoción alguna ahora, se tapaba la cara con
una mano.
—¿Lo amas? —le preguntó con la voz cargada de pesar. —Creí que sí... —La voz de
Chandra se quebraba.— En realidad, no lo sé, Garrett... —No sabía por qué pero no podía
decirle que era a él a quien amaba... a quien siempre amaría. Pero no podía arriesgarse a
que él comentara que no aceptaba ese amor, y ahora que él le había contado el motivo de
su comportamiento, dudaba que él llegara a aceptar la relación en con términos. Y ella no
podía aceptar las condiciones que él pretendía.
—No puedo pedirte que no te cases con él, Chandra. No tengo derecho de
pedírtelo. Siempre respeté a las mujeres de otros hombres, m he mantenido al margen...
hasta ahora. Todo lo que te pido es que lo pienses... asegúrate de que te pueda hacer
feliz. —Le acarició la mano—. Yo podría hacerte muy feliz si me lo permitieras, lo sabes.
—Sé que sí —le respondió calma, sus manos estaban entrelazadas—. Pero me
siento muy culpable por lo que le he hecho a Philip. Es un muy buen hombre. No lo
lastimaría por nada en el mundo. El me ofrece matrimonio y amor, Garrett. Tú me
ofreces... un tiempo en el paraíso. No sabes cómo me siento por haberlo engañado.
Garrett se dio vuelta, y se quedó mirándola.
—Eso es lo que estuve tratando de explicarte sobre el amor y el matrimonio.
Destrozarás a Philip si algún día llega a enterarse de lo que ocurrió entre tú y yo. Ahora —
hizo una pausa, sin quitarle los ojos de encima—, dime en qué forma el matrimonio
cambiará las cosas. —Dijo seriamente.
—Te olvidas —le dijo ella—, de que todavía no me casé con él, no hice ninguna
promesa, ninguna promesa de esposa. Cuando le prometa a un hombre mi fidelidad y
amor, puedes estar seguro de que será el único hombre en mi vida a partir de ese día, a
menos que él decida lo contrario.
—¿Le dirás a Philip algo sobre mí?
Chandra suspiró. Había estado pensando en eso durante mucho tiempo.
—Sí, pienso decírselo... contarle lo que pasó. No podría vivir con eso dentro de mí.
—¿Qué piensas decirle? —le preguntó Garrett calmo.
—Bueno, la verdad, por supuesto. Cómo me comporté como una tonta, cómo
llegué a la conclusión de que debía reparar el daño causado.
—¿Eso es todo? —le preguntó.
—No, también le diré que me mudé a esta casa contigo para seguir haciendo el
papel de esposa.
—¿Y? —insistió él.
—Y —murmuró—, que te dejé que me hicieras el amor dos veces.
—Te equivocas —la interrumpió—, no fueron dos, fueron tres veces.
—Fueron dos... lo sabes bien, Garrett. ¿No recuerdas? Una vez en tu cama, luego,
otra en la du... —Garrett le tapó la boca con la mano.
—Y una vez cuando casi me rompo la espalda —terminó la oración y la tomó en
sus brazos.— Tendrás que hacerlo todo tú, querida, pero si te voy a perder porque te irás
con otro hombre, pasarás otro día en mis brazos —Su boca se abrió sobre la de ella, en
sus ojos azules brillaba la llama de la pasión.— No hay nadie más en el mundo ahora. —La
besó.— Sólo tú y yo —Se mezcló el calor de los alientos. El gimió al tiempo que los labios
descendían sobre los de ella. La pasión los dominaba. Ella se entregó, se fundió en sus
brazos, el amor que sentía por Garrett era más fuerte que cualquier otra cosa. Si éstas
eran las últimas horas que pasarían juntos, ella no se reprimiría en absoluto. Esto sería
sólo un recuerdo que le acompañaría por mucho tiempo.
Las manos de Garrett desabrocharon la blusa, se la quitó, mientras lengua,
encendida, se encontraba con la de ella. Le soltó el sostén; impaciente también le quitó
esa prenda. Su mano se adueñó de un seno; con la otra mano la acostó sobre él.
—Lo lamento —le dijo entre besos profundos—, pero, tendrá que ser así esta vez...
por mi espalda...
—¿Lamentas qué? No tienes que disculparte por nada —le dijo mientras él
penetraba en ella, y le hacía sentir que la necesitaba.
—Garrett, no quiero lastimarte... —Otra vez la interrumpió con un beso; su lengua
penetró con fuerza en su boca ardiente. Despertó el deseo que la llevó a alturas
desconocidas. Sus manos la tocaban muy profundo, su respiración era agitada.
Ella se dejó caer sobre su pecho; la boca de Garrett devoraba su rostro, su cuello,
sus senos.
El se apartó un instante, con la boca atrapó uno de sus pechos. Con la lengua
dibujó lentamente, círculos, hasta que gimió, y dejó que sus manos se enredaran en su
cabello.
—Nunca conocí una mujer como tú —le dijo con aliento débil.—Cuando estoy
contigo me siento en el paraíso, podría enfrentar cualquier cosa, pero cuando no estás
conmigo y recuerdo cómo me siento cuando hacemos el amor, me siento atemorizado.
¿Por qué eres tan diferente a las mujeres que he conocido? —La besó apasionado. Su
beso fue descontrolado, brutal; él libraba una batalla dentro de su propio cuerpo.
Ah, Garrett, olvídalo todo, deseó en silencio, y dejó que su boca la sometiera.
El se calmó al ver qué ella dejaba escapar un gemido de dolor y unas lágrimas. Le
murmuró apasionado, y algo más tranquilo:
—Lo lamento, nena, lo lamento. Ámame, Chandra, te necesito, más ahora. Te
necesito como nunca necesité a nadie en mi vida.
Y Chandra obedeció. Le entregó todo su amor, y le permitió que entrara a su
cuerpo en un frenético acto de deseo. Se mecían perfectamente, dejando aparte todos los
temores. Con manos tiernas lo acariciaba, lo tocaba, lo besaba. En ese momento hasta le
habría entregado la vida, si se la hubiera pedido. Pero él no se lo pidió. Sólo se entregaba a
ella como ella se entregaba a él. Sus bocas se devoraban, causaban placer y regocijo.
Cuando ya no pudieron prolongar el momento, se abrazaron fuertemente al sentir que
olas de pasión los envolvían, sus cuerpos y almas afiebradas percibían sensaciones
indescriptibles. El tiempo no tenía sentido para ellos, se quedaron así, en ese mundo de
pasión, demasiado exhaustos como para mencionar uno el nombre del otro.
Ella seguía apoyada en su hombro, su aliento apenas se oía; pero finalmente pudo
hablar.
—¿Estás bien?, ¿no te duele? —le preguntó preocupada.
—Estaba demasiado ocupado como para darme cuenta —murmuró le acarició la
piel suave del trasero.— Si me dolió la espalda, valió la pena.
—Garrett, me preguntaba... ¿estuviste enamorado? —susurró, tocándole la piel
húmeda.
—Creí haberlo estado, pero siempre pude recuperarme. Contigo, será más
difícil.
Chandra se apoyó sobre el codo, en su rostro brillaba el amor.
—¿Quieres decir que estás enamorado de mí?
—Sabes que sí —le susurró fervientemente—. No hace falta que lo diga. —Volvió a
besarla con furia.
—Yo también te amo, Garrett. Siempre te amaré... no importa lo que pase —
prometió sintiendo sus labios.
—Ambos tenemos cosas guardadas. Tú tienes un novio... yo tengo recuerdos que
nunca perderé. —Distraído le acarició la piel sedosa de un seno, sus dedos jugaban con el
pezón.
—Y no es más fácil dar una respuesta ahora que cuando nos conocimos —agregó, y
le besó cada dedo de la mano.
—Te lo dije, no me gusta usurpar la propiedad de otro hombre, eres tú la que debe
decidir cómo quiere vivir.
—No viviré contigo, Garrett, lo sabes.
—Entonces, ¿te casarás con Philip? —La mano de Garrett se aferró a la de ella. Le
causaba dolor a Chandra.
—No sé... no sé. —Se sentía muy cansada.
—Puede que no te quiera cuando se entere de que hicimos el amor cuatro veces
—le advirtió Garrett; una vez más sentía la necesidad que vibraba en su estómago.
—Tres, Garrett, sólo tres veces —lo corrigió con voz somnolienta. Sus ojos
quedaron detenidos en los de ella, con la mirada le decía que no estaba de acuerdo.
—Ah... —sonrió ella, sus ojos vivaces por el deseo—. Bueno, creo que tienes razón
—se corrigió—, cuatro veces.
—Pero qué importa cuántas fueron. —El sonrió y, una vez más su boca se adueñó
de la de ella.

Los tres días siguientes fueron los más felices en la vida de Chandra.
permanecieron apartados del mundo, haciendo el amor, hablando de la infancia que cada
uno había tenido, haciendo el amor, comiendo dulces y tostando castañas en el fuego,
haciendo el amor, riendo de bromas inocentes, y haciendo el amor, y haciendo el amor... y
haciendo el amor.
Como ocurre con todo, llegó el final. La ciudad volvía a la vida cuando, el viernes a
la mañana, Garrett y Chandra se acercaron a la puerta. Se miraron un instante, ninguno
decía nada. Garrett extendió los brazos, y Chandra se entregó a ellos; sabía que sería la
última vez. El beso fue interminable y dulce, como nunca el deseo que uno sentía por el
otro, estaba escondido bajo las emociones. Ella lo abrazó fuertemente, y luego, él salió
para asistir a una reunión que el señor Rhodes le había pedido que presenciara. Chandra
se quedó en la puerta, saludándolo, y él la saludaba mientras se alejaba.
Ella no le había dicho que no la encontraría al volver esa tarde. El sólo pensar que
tendría que decirle adiós era algo que su alma no podía soportar. No, sería mejor que se
fuera antes de que él regresara. El se sentiría herido, pero se recuperaría.
Finalmente, logró derramar las lágrimas que había estado conteniendo todo el día.
No había llorado porque sabía que él se ponía mal cuando lo hacía. Garrett dio vuelta a la
esquina, y ella en silencio dijo "adiós", las lágrimas rodaban por sus mejillas, y en sus ojos
brillaba el amor.
Adiós, mi querido Garrett, y que Dios llene tu vida con la felicidad que mereces.
Entró y cerró la puerta suavemente, un sentimiento desolador se adueñaba de ella... todo
había terminado.
CAPITULO 8

Una vez dijo Tennyson, pensó Chandra con melancolía: "Es mejor haber amado y
perdido que no haber amado nunca". Pero, no sabía bien por qué, ese pensamiento no
reconfortaba en absoluto a la mujer rubia delgada, que estaba sola en la cama, mirando
caer la lluvia a través de la ventana. Había llovido casi todas las mañanas desde que
Chandra había vuelto a casa, hacía cuatro días.
Cuatro días, cuatro días sin el brillo de su sonrisa, el sonido profundo y alegre de su
risa, sin su boca que hacía que su cuerpo temblara mientras le susurraba palabras de amor
cuando, juntos, creaban la noche.
Escuchaba los pasos de su madre abajo en la cocina, un sonido que había
escuchado desde que era niña, sonido que la reconfortaba, pero, con todo, Chandra temía
que nunca volvería a sentirse reconfortada. Un copo de nieve, redondo, suave, se deslizó
por la ventana. En esa zona de Oklahoma nevaba poco en invierno; pero este invierno
sería frío y húmedo. A ese copo de nieve se unió otro, y luego otro, hasta que se abrió el
cielo y cientos de copos de algodón danzaron y jugaron en el aire.
Se levantó y se acercó a la ventana con cortinas de color rosado. Se sentó en el
marco de la ventana.
Con la nariz contra el vidrio vio que el mundo, allí afuera, comenzaba a cambiar. La
nieve se quedaba pegada a las ramas de los árboles, especialmente de aquel cedro frente
a su ventana. La imagen le hacía recordar una torta bañada con helado.
Los niños del barrio salían a jugar a la calle, se escuchaban sus chillidos de alegría
en el aire frío de la tarde. Chandra los miraba jugar; sus ojos estaban melancólicos y sin
vida. Cómo deseaba ser una niña otra vez. Días de alegría que no conocían la desdicha.
Días en que ella miraba a sus padres y se preguntaba cómo podían hacer para sólo
preocuparse por lo que podía ocurrir. Días en que el tío John le acariciaba la coronita de
rizos rubios y le decía: "No crezcas tan rápido, Chadee, disfruta tu infancia. Estos son los
mejores años de la vida, pequeña, no hay problemas, no hay preocupaciones. Algún día
crecerás y tendrás bastante". Bueno, tío John han llegado esos días. He crecido y tengo un
problema que no puedo solucionar.
Derramó una lágrima que rodó por su mejilla y cayó por la ventana junto con un
copo de nieve. No había derramado una sola lágrima desde que había llegado a casa de
sus padres el viernes anterior, para que ellos no notaran su tristeza. Su madre se había
sorprendido, y exclamado mientras la miraba desempacar su maleta.
"Chandra, querida, no te esperaba sino hasta el lunes", le había dicho. Margo
Loring había hecho una pausa, había advertido ese rostro desdibujado por las lágrimas. La
había abrazado y acariciado su cabello. "Está bien, querida. Si hay algún problema, lo
resolveremos juntas", le había dicho. Dios, con su infinito poder, da a las madres la
capacidad de saber cuándo hablar y cuándo escuchar, y Chandra era afortunada al tener
una madre así. Se había entregado a los brazos de su madre, su cuerpo temblaba, y había
llorado desconsoladamente. No podía hablar, tenía un nudo en la garganta. Su madre la
había acompañado hasta su habitación. Se había quedado con ella, hablando sobre su
viaje a Europa, la planta que pensaba comprar para la primavera, una tela bonita que
había visto en un negocio... había hablado de cualquier cosa para que su hija se sintiera
mejor, y no temblara. Finalmente, cansada, se había sumergido en un mundo de olvido,
un mundo oscuro pero cálido, donde no se sentía tanto el dolor. Medio dormida, había
pensado que debería reunir fuerzas para contarle a su madre, de una vez por todas, lo que
había ocurrido. Sabía que su madre estaría allí cuando ella se decidiera a hablar. Por
ahora, el mundo era demasiado doloroso para convivir con él. Había pasado tres días en
su cuarto, en silencio, tratando de poner sus pensamientos en orden. Su madre se había
encargado de traerle una bandeja con algo de comer. Chandra había pensado mucho en lo
ocurrido esa semana, pero todavía le resultaba imposible hablar del tema.
Seguían cayendo las lágrimas por sus mejillas mientras, al mismo tiempo, se
curaban las heridas. Durante un rato, Chandra sollozó su tensión, frustración, amargura,
desazón. Todo su dolor. Finalmente, cuando ya no tenía más lágrimas, se puso de pie, se
sonó la nariz, fue al baño y se lavó la cara con agua fría. Luego, un poco más calma bajó a
conversar con su madre. Había terminado; tenía que seguir viviendo.
—Bueno — dijo su madre, y dejó a un costado el mezclador que estaba usando—,
bienvenida a casa.
—Gracias, mamá. Creo que ahora me sentiré mejor. —Se sentó a la mesa.
—¿Quieres una taza de té caliente? —le preguntó Margo, y siguió con su tarea,
tratando de pasar por alto los ojos hinchados, y los sollozos que ocasionalmente dejaba
escapar Chandra.
—No, no tengo sed.
—No es necesario tener sed para disfrutar una taza de té. —Margo tomó dos
pequeños moldes para hacer masitas. Los enharinó. —Te sentirás mejor —le insistió.
—No importa, mamá. Si quieres una taza de té, te acompaño. —Chandra volvió a
sonarse la nariz, sus dedos seguían temblando por todo lo que había vivido.
—Bueno, espera que termine con el horno y te prepararé una. —Depósito la
mezcla chocolatada en el moldecito.
—Veo que estás preparando la torta favorita de papá otra vez ¿Cuántas haces por
semana? —le preguntó Chandra, con una débil sonrisa.
—Conoces a tu padre. Le gusta que, por lo menos, haga dos por semana.
Puso los moldes en el horno y la alarma en veinticinco minutos. Tomó la tetera y la
llenó de agua. Luego, la llevó al fuego.
Chandra sonrió con ternura al ver a su madre dando vueltas por la cocina otra vez.
Margo y Daniel Loring habían cumplido veintinueve años de casados el pasado junio, y ella
no recordaba haber oído una sola pelea entre ellos. Su madre se rió cuando Chandra se lo
comentó el día del aniversario. Margo le había asegurado que hubo muchas discusiones a
lo largo de los años, pero ninguna tan grave como para no poder solucionarla con
paciencia y amor. Ah, mamá, pensó con tristeza mientras la miraba trabajar, no todo
tiene solución, no importa cuánto uno quiera hallar esa solución.
—Se está poniendo muy feo el tiempo. Espero que tu padre pueda llegar sin
problemas. —Margo estaba preocupada, y distraída volvió a la cocina, la encendió y puso
la tetera al fuego.— Ah, ahora que recuerdo, llamó Darrell. Dijo que te mandaba saludos.
Creyó que estabas con una amiga —agregó pensativa, y se sentó frente a Chandra.
—Ya lo sé. Le dejé un mensaje en la oficina para decirle que allí estaría —respondió
Chandra.
La mirada de Margo advirtió que en los ojos de Chandra había melancolía. Le tomó
la mano y la acarició.
—¿Tienes ganas de hablar? —le preguntó suavemente—. Sabes que no me gusta
meterme en tus cosas, pero debo admitir que me sorprende mucho que hayas pasado una
semana con un hombre llamado Garrett cuando estás comprometida con Philip.
Con sólo escuchar su nombre, le dolía el corazón. El no la había llamado, tampoco
tratado de ponerse en contacto con ella desde que se fue. Sabía que no lo haría,
probablemente. Pero, de todos modos, cada vez que sonaba el teléfono, su corazón
saltaba.
Tomó la mano de su madre y le dijo:
—Sí creo que es hora de que te enteres de la historia.
Chandra le contó lo ocurrido, por cierto imposible de creer. Afloraban las lágrimas,
pero ella las secaba de inmediato. Luego, seguía adelante con la historia con voz firme y
decidida, pasando por alto la expresión de incredulidad y sorpresa de su madre. Margo
dejó que su hija hablara, no le hacía preguntas, aunque tenía muchas para hacerle.
Chandra era muy sincera con su madre, pero no le contaba hasta dónde ella y Garrett
habían llegado. Todavía no estaba lista para hablar de eso, y no quería que su madre se
preocupara pensando que ella estaba tan atada a este hombre extraño y maravilloso.
Cuando terminó la historia, ambas se quedaron sentadas, allí, en silencio, tomando
la taza de té.
—No sé qué decir. —Dijo finalmente su madre, rompiendo el silencio.
—No hay nada que decir, mamá. Garrett no quiere saber nada de matrimonio.
Tuvo una infancia muy desdichada, mala experiencia de sus padres y cree que todos los
matrimonios son un fracaso.
—Eso es muy triste, realmente. Parece que tuviera miedo de amar.
Margo se puso de pie y abrió el horno para ver cómo iban las tortas.
—No tiene miedo de amar. —Apenas murmuró Chandra, pensando en los últimos
días que habían pasado juntos. Garrett le había dicho una y otra vez que la amaba, pero
que no podía ofrecerle matrimonio.— Sólo tiene miedo de confiar en alguien.
—Conozco hombres así —admitió Margo—. Viven encerrados en sí mismos, y se
pierden muchos placeres de la vida, porque temen al dolor que eso les puede causar.
—Ha tenido mucho dolor en su vida, y pocos momentos felices, quisiera poder
curar esas heridas —dijo Chandra con melancolía, y se sirvió otra cucharada de azúcar en
el té.
—Chandra, ¡le has puesto cinco cucharadas de azúcar a ese té! —la reprendió su
madre.
Chandra miró al fondo de la taza, que estaba lleno de azúcar.
—¿De veras?
Margo sonrió y arrojó el contenido de la taza en el fregadero.
—Ah, mamá, ¿qué haré? —gimió Chandra desesperanzada—. Lo amo tanto...
Su madre volvió la mirada, preocupada.
—¿Te puede ofrecer lo que tú querrías para ser feliz en la vida?
Chandra pensó en lo que quería Garrett, nada de compromisos, nada de relaciones
permanentes. Sólo le había ofrecido compañía y una relación amorosa sensacional. Eso
no era lo que ella quería.
—No —dijo con amargura en la voz—. Puede hacerlo, pero no quiere.
—No es casado, ¿no?... —La voz de Margo se perdía.
—No, ¡no! ¡Claro que no! Ya te dije, es sólo que no quiere casarse.
—Bueno —la miraba con mayor determinación—, la próxima pregunta es: ¿qué
ocurre con Philip?
Chandra la miró algo perdida.
—No sé, realmente, no sé.
—Es un buen hombre, Chandra. Será un esposo fiel, pero si no lo amas...
—Lo amo de alguna forma... —protestó—. Pero, no me hace sentir como Garrett,
nadie me hará sentir como Garrett.
—Amar "de alguna forma" no es suficiente, querida. El hombre con quien te cases
merece todo tu amor, no sólo lo que queda después de haber amado a otro.
—Quizá pueda llegar a amarlo más —le dijo Chandra sinceramente sabía que
podría si se lo proponía.
Margo abrió la puerta del horno, el aroma a chocolate inundaba la cocina.
—Supongo que así sería, pero, ¿es eso lo que quieres realmente? —Dejó que se
enfriaran los moldes, y siguió la conversación con Chandra.—¿Aprender a amarlo?
—No quiero herirlo.
—Lo herirás más si te casas con ese sentimiento —le advirtió Margo—. Un hombre
puede darse cuenta de eso.
—Ya lo sé. Pienso ser totalmente honesta con él cuando venga para Navidad.
— ¡Mi Dios! —Margo se llevó las manos a la cabeza.— Me olvidé por completo.
Philip llamó mientras estabas descansando. Dijo que llegaría mañana a la noche.
—¿Mañana a la noche? —preguntó Chandra consternada—. ¿Por qué tan pronto?
—No lo sé, querida. Dijo que no te despertara, pero dejó ese mensaje. Disculpa,
me había olvidado de transmitírtelo.
Me pregunto por qué vendrá tan pronto, pensaba Chandra. Bueno, quizá sea para
mejor. Necesitaba verlo otra vez. Quizá, cuando lo viera entrar se olvidaría totalmente
de Garrett. Eso era imposible, lo sabía, era como pedirle peras al olmo, pero podía tener
la esperanza, ¿o no?
Cuando su padre llegó a casa, la nieve caía con fuerza sobre las calles y los techos
de las casas. Entró por la puerta trasera y se sacudió la nieve de los zapatos. Besó a sus
queridas "muchachas", como siempre las había llamado, y preguntó qué era lo que olía
tan bien. Chandra comenzaba a sentirse humana otra vez, el placer de estar en casa, con
sus padres, hacía que se olvidara de todo lo demás. Tenía que solucionarse todo, así debía
ser.
Después de cenar, prepararon un árbol de navidad que Dan había traído en el
auto. Trabajaron juntos, pusieron algunos adornos y luces de colores.
—Ojalá Darrell estuviera aquí —dijo Margo, y tomó un soldadito de madera con su
nombre, y lo acarició.— Este trabajo que tiene lo mantiene tan ocupado siempre...
—Vendrá para Navidad, Margo —dijo Dan paciente, y puso el Niño en el pesebre.
Se lo mostró a Chandra.— ¿Recuerdas éste, Chadee?
Chandra sonrió, y tomó el adorno en sus manos. Miró al Niño en el pesebre, los
pastores al lado, y María que lo miraba con adoración. Lo había hecho en tercer grado,
junto con un dibujo de sus padres.
—¿Recuerdas cuando te subiste a mí para mostrármelo? —le preguntó con ternura
y colocó la estrella en la punta del árbol.
—Sí —dijo ella sonriendo y algo confundida—. Sí, pero si quieres, cuéntalo otra
vez.
—Te subiste y le explicaste a papá los personajes que habías dibujado. —Su madre
entró en la conversación también riendo.— Señalaste el pesebre, los pastores, las ovejas,
la estrella que brillaba con fulgor en el este...
—Y cuando señalé la figura tiesa que estaba de pie al lado de la cuna, me miraste
seriamente y me dijiste "pero si ésa es la Virgen María".
Margo rió.
—Nunca olvidaré cómo te miró tu padre cuando te escuchó decir eso.
—Sí, y yo nunca olvidaré la forma en que los dos me miraron cuando dije: "tú
sabes, papi, la Virgen, y el niño". Sólo que les causaba gracia cómo lo pronunciaba al
cantar Noche de Paz.
Los tres rieron cuando el padre dijo:
—Aún puedo escuchar esa canción. —Luego, se puso serio.— ¿Dónde se fueron
esos tiempos, Chadee? —preguntó pensativo—. Me parece que ayer eras una niña de
nueve años con algunos dientecitos menos. Y ahora estás aquí, eres una hermosa mujer
ya, lista para tener hijos. Chandra abrazó a su padre.
—Ah, papá, quiero agradecerles a ti y a mamá por todos los años felices que viví en
esta casa. —Los ojos de Chandra se nublaron al imaginar todas las navidades que Garrett
había pasado solo, creciendo en un hogar sin amor. —Espero poder darles a mis hijos el
mismo amor que ustedes me han dado.
Se secaron las lágrimas, y Dan encendió las luces del arbolito. El pino revivió con
todas esas luces de colores, que contrastaban con los copos blancos que lo adornaban.
—Es el árbol más bonito que hemos tenido... —Rieron porque los tres pensaban lo
mismo y lo dijeron al unísono.
—Es lo que decimos todas las navidades —dijo Margo feliz, y guardó todas las cajas
vacías.— Todos los árboles de Navidad son hermosos cuando uno está con los que ama.
Dan y Margo pasaron por alto la expresión del rostro de Chandra. La mirada triste
reemplazó a la felicidad, y su cara se cubrió de melancolía. Se acercó a tocar el soldadito
de madera y en ese momento una lágrima corrió por sus mejillas. Le acarició la cara al
soldadito. No pensaba en su hermano Darrell. Su mente estaba con otro soldadito, que
era arrogante y terco. Se preguntó dónde estaría esta noche y con quién.
Para que sus padres no advirtieran ese llanto que pugnaba por liberarse,
Chandra, sin decir nada, tomó un par de botas y el abrigo del armario. Cerró la puerta ante
la mirada desconcertada y comprensiva de sus padres, una mirada que lo decía todo.
Aunque amaban a su hija con todo el corazón, estaba encerrada en un mundo de
melancolía del que sólo ella podía salir. Apagaron la luz, y del brazo, se dirigieron a su
cuarto.

El viento era helado y cortaba la piel, seguía nevando. Chandra respiró


profundamente y se sentó en los escalones de la entrada para ponerse las botas. Se
envolvió el cuello en una abrigada bufanda, se puso el sombrero, y salió. Mientras
caminaba por las calles, cubiertas de nieve, sintió que su ánimo revivía. Jugaba con el
aliento que era como una pequeña nube en el aire frío. Saludó a unos niños, que ansiosos,
ya habían hecho su muñeco de nieve. Ellos también la saludaron y la invitaron a jugar con
ellos. Ella les agradeció la invitación pero siguió camino, enterrándose en la nieve a cada
paso. Podía sentir el frío helado en las mejillas.
Estaba recordando los días felices de la infancia, y abrió la boca para tratar de
atrapar un copo de nieve, como lo hacía cuando niña. Algunos autos pasaron a su lado, los
conductores encontraban dificultoso seguir el camino correcto. Dio vuelta en otra
esquina, las luces del parque apenas brillaban entre la nieve que caía. Chandra había
pasado muchas horas de su infancia jugando en ese parque. Apresuró el paso, cruzó el
parque y luego, una calle que conducía a la calesita que estaba silenciosa en un día como
éste. Recordaba días del pasado cuando su hermano Darrell la traía aquí. Finalmente,
tenía que llevarla a casa por la fuerza, porque ella no quería dejar el parque. Ya en casa,
mamá se encargaría de ella. Estaba ansiosa porque llegara el día en que la dejaran ir sola a
la plaza. Pero cuando ese día llegó, las hamacas y los juegos habían perdido interés para
ella, y otras cosas ocupaban su mente. Como por ejemplo, conservar su título de mejor
bateadora en el barrio. Cuando tenía doce años podía batear y correr más rápido que
cualquiera de los varones. Casi siempre Darrell volvía a casa enojado y le pedía a su madre
que le enseñara a comportarse como una niña después de haber estado en el parque con
su querida hermanita.
Chandra siguió caminando y se sentó luego en un banco cubierto de nieve, aunque
trató de limpiarlo un poco con sus manos cubiertas por los cálidos mitones. Cuando llegó a
los catorce años descubrió que los varones hacían algo más que correr de base en base, o
arrojar viboritas para que las niñas chillaran. Un niño llamado Greg Loftis le dio el primer
beso, y desde ese momento se cumplió el deseo de Darrell. Chandra dejó de lado su bate,
pelota y guante, y empezó a usar maquillaje, y así se convirtió en toda una mujercita. No
volvió a escupir en público, se graduó en el colegio secundario y se inscribió en un curso
de secretaria. Una amiga la convenció de que se mudara a Kansas City y compartiera un
apartamento con ella. Así lo hizo, pronto consiguió el trabajo en la empresa legal del
padre de Philip. Trabajó allí hasta que Philip terminó el servicio y empezó a trabajar
también allí, con su padre. Desde el día en que se conocieron habían tenido una relación
amistosa. Después de salir durante un año él le había pedido que se casara con él. Un
poco a su pesar ella había aceptado la sortija y la propuesta de matrimonio. Esperaba que
sus sentimientos crecieran antes del momento del casamiento. Cada día que pasaba la
carga de ese sentimiento se hacía más pesada. El tiempo parecía volar, hasta este
momento en que había decidido volver a casa.
Planeaban casarse en la iglesia donde ella había sido bautizada. Su vestido de
bodas ya estaba listo y guardado en casa, era hermoso. La torta ya estaba encargada, las
invitaciones ya habían sido enviadas, los regalos todavía estaban envueltos. Lo único que
quedaba por hacer era la promesa... ¿podría hacerlo?
—¿Por qué no dejaste una nota, aunque sea?
Los sueños que pasaban por la cabeza de Chandra en ese momento terminaron
cuando la voz de un hombre irrumpió el silencio. En la tenue luz de la noche apenas podía
reconocer la figura del hombre que estaba de pie delante de ella, en la sombra de un
roble. Llevaba puesto un abrigo azul marino, y en su cabello había algunos copos de nieve.
No tenía que ver su rostro para darse cuenta de quién era. Escuchaba esa voz
constantemente en sueños.
—Lo menos que podrías haber hecho era decirme que te irías ese día. —Se
adelantó, y la miró con esos ojos azules apasionados.— Eso no se hace. —Le dijo
suavemente.
Ella levantó la mirada. Estaba tan cerca de ella que se aceleraba su pulso. Garrett la
miraba, tenía las manos en los bolsillos. Chandra deseaba ponerse de pie y tocarlo, pero
había tomado una determinación, y podía controlar el deseo de tocarlo.
—Pensé que sería mejor así —logró responderle.
—¿Mejor para quién? —le preguntó él con firmeza, sin quitarle los ojos de encima.
—Para los dos. Nos habíamos dicho todo lo que teníamos que decirnos. —Chandra
se puso de pie, tratando de disuadir esa mirada penetrante. Se acercó a la fuente y le dio
la espalda, lo sentía más que lo que lo escuchaba. El se mantuvo a cierta distancia,
mientras le hablaba.
—¿Crees que no tenemos nada de qué hablar?
—Creo que no. —Cerró los ojos al sentir que un dolor profundo la acosaba,
deseaba que él se fuera antes de que se pusiera a llorar desconsoladamente.
—Te extraño —la voz de Garrett se perdía en el aire, su tono era firme.
—¿Sí? —rió ella con ironía—. Nunca lo habría imaginado. Hace cuatro días que no
nos vemos... —pero no pudo terminar la oración. Garrett encendió un fósforo que iluminó
el aire, y luego un cigarrillo.
—Cuando volví a casa ese día, te habías ido. Esa maldita casa era como una tumba.
A la mañana siguiente fui a Arlington. Hace una hora que regresé.
Así le respondió la pregunta que ella no le había hecho, por qué no la había
llamado desde el día en que ella se había ido.
—¿Recuperaste el auto y la ropa? —le preguntó al no saber qué decir, en realidad
no le interesaba eso.
—Sí.
El silencio flotaba en el aire, ni uno ni otro trataba de hacer las cosas más fáciles.
Garrett fumaba su cigarro, el aroma envolvía a Chandra.
—Vuelve a mí, Chandra. —Nuevamente llegaba hasta sus oídos esa voz grave.
Ella cerró los ojos, luchaba contra ese deseo sobrecogedor que la impulsaba a
gritar: ¡Sí, sí, sí! Reuniendo coraje, respiró profundamente, y le contestó con calma:
—No puedo, Garrett.
—¿Por Philip? ¿Tanto quieres a ese tipo?
—No, no es por Philip, es por Garrett. No podré vivir como tú sugieres.
—Maldición, Chandra. —Se puso de pie y arrojó el cigarro a la nieve. El fuego débil
se apagaba lentamente.— No sé por qué pierdo el tiempo contigo, conozco por lo menos
cinco mujeres que aceptarían esa invitación gustosas, y por cierto, no exigirían
matrimonio.
Chandra se dio vuelta y lo miró con frialdad.
—Entonces, pídeselo a una de ellas, porque yo no estoy interesada.
—Por Dios, qué terca eres. —Puso las manos en los bolsillos otra vez, muy
perturbado y siguió mirando la nieve. Ella se acercó a él, mientras él le hablaba.— Seis
meses, probemos seis meses. Si después de ese tiempo me siento igual que ahora,
entonces, nos casaremos.
—Eso es un gran acto de tu parte —se mofó ella, y se apartó de él—. Quieres decir
que, con un poco de suerte, no me "despedirás" al cabo de esos seis meses.
Garrett se enfureció y le dijo:
—Sabes muy, muy bien que no te diría... eso, Chandra. —Su voz se quebraba.—
Maldición, te amo... lo sabes.
—Eso no es amor, Garrett. ¡Lo que estás sugiriendo es lujuria! ¡Hay una gran
diferencia!
—¡Lujuria! —Gritó Garrett lleno de ira.— No siento eso solamente —bajó el tono
de voz como si fuera un hombre asqueroso que sólo pensaba en el deseo—. Siento algo
más por ti, y lo sabes bien.
— ¿Te has detenido a pensar qué pasará si al cabo de seis meses quedo
embarazada? —le preguntó Chandra con voz calma.
El rostro de Garrett perdió color.
—No lo sé. Nunca me detuve a pensar en eso. —Se detuvo, y en su rostro se dibujó
una expresión altanera.— No me molestaría ponerme a pensar en eso un rato, pero, ¿no
te parece que deberíamos tomar precauciones? —le preguntó con el mismo tono de voz.
—Y no las hemos tomado —le recordó—. Supongo que después tendría que
explicarle al bebé "disculpa", Garrett Sin Nombre, tu papá me amaba pero la razón por la
que tienes ese nombre extraño es que tu papá no creía en la santidad del matrimonio. —
Su voz estaba colmada de sarcasmo.
—Eso no es justo. —El estaba indignado.— ¿Cómo te hago entender? Nunca pensé
en el matrimonio, esa idea nunca entró en mi mente... hasta hace poco. —Garrett le
rogaba que entendiera su posición.— No podrías haber dicho... un matrimonio a prueba,
tratemos de conocernos bien antes de dar semejante paso. —El había decidido
proponerle su idea con más discreción.
—No. —Chandra lo miró seriamente.— Si realmente me amaras, Garrett,
confiarías en mí lo suficiente como para saber que nunca te lastimaría. Por lo menos con
Philip, mis hijos tendrán un nombre legal. —Se iba furiosa.
—No te casarás con ese idiota. —Garrett la siguió por la calle, cubierta de nieve,
tratando de mantenerse a la par de ella.— Si es necesario iré el día de la boda y le
romperé el cuello. —Dijo con los dientes apretados.
De repente, Chandra se detuvo, y lo enfrentó, era claro que su paciencia se había
acabado.
—Ni se te ocurra amenazarme —le advirtió, y se agachó a recoger un copo de
nieve—. Yo te advierto sobre tu lenguaje durante esta conversación. —Hizo una bola de
nieve. Con todo decoro, como una perfecta dama, le arrojó la bola de nieve en la cara.
Su rostro dibujó una expresión de total desconcierto.
—Bueno... Chandra. —Dijo mientras se limpiaba la cara.— Eso fue una tontería —
la reprendió acalorado—. Somos adultos y debemos comportarnos... —No pudo seguir
hablando, otra bola de nieve le golpeó la cara.
De repente, sintió otra y otra y otra bola de nieve sobre su cara. Chandra se
escondió detrás de un roble, sus bombas daban en el blanco con total precisión. Ella
preparaba una tras otra y Garrett la bombardeaba también.
—Por lo menos, podrías dejarme preparar un arsenal —le gritó casi sin aliento.
—¿Crees que estoy loco? —le gritó, entre una ola de proyectiles que ella le
arrojaba—. No tendré misericordia. Prepárate para luchar hasta morir.
—Eres un matón. —Se puso de pie, y le arrojó una bola gigante.
—Y tú eres una niña malcriada que necesita una paliza. —Otra ola de bolas de
nieve pasó por al lado de su cabeza.— Yo me encargaré de eso.
—¿Ah sí? —se puso de pie, y lo enfrentó con actitud arrogante—. ¿Tú y un
ejército? —En ese momento sintió una bola de nieve en la espalda.— ¡Garrett! —le gritó
—. ¡Dame una oportunidad! —Aunque él estaba ganando la guerra, obviamente, ella no
estaba dispuesta a sacar la bandera blanca.
—No puedes hacer nada. ¿No te rindes?
Chandra siguió preparando bolas de nieve.
—Sí, me rindo —mintió, mientras seguía trabajando. Desde donde estaba Garrett
no se oía nada, y eso la inquietaba. Chandra no apartaba los ojos del árbol detrás del que
estaba escondido Garrett. Su pila de proyectiles era cada vez más grande. Si él se asomaba
recibiría una gran pila de nieve.
—Entonces, tendrás que comerte todas esas bolas que tienes allí.
Chandra se quedó tiesa, tenía el corazón en la boca. Garrett se le aproximaba. Ella
corrió con toda la velocidad que podía, esquivando árboles, y Garrett detrás de ella.
Cuanto más rápido corría ella, más se le acercaba él. Chandra se reía y al mismo tiempo
empezaba a perder velocidad. Miraba para atrás, y Garrett la alcanzó. Con un violento
abrazo la derribó y cayó sobre ella. Rodaron en la nieve; en el silencio de la noche sólo se
oía la risa de Chandra.
Finalmente se detuvieron, Garrett quedó sobre ella.
—¿Qué es lo que te causa tanta gracia? —dijo él casi sin aliento—. Tendrías que
estar aterrada, tengo intenciones de hacerte tragar todas esas bolas de nieve.
—¿Por qué? —preguntó ella con tono inocente. Aunque al mismo tiempo sentía
excitación por estar en contacto con su cuerpo. Le era muy familiar, le traía muchos
recuerdos.
—¿Por qué? —repitió él, sus ojos se fijaron en sus labios rosados.
Chandra ahogó esa risa en la garganta al ver que en sus ojos revivía el deseo. Con
manos temblorosas trató de librarse de él, cada fibra de su cuerpo lo reclamaba. El le
sujetó las manos, y le ordenó:
—Quédate quieta.
—No, Garrett —le rogó, sabía que no resistiría allí, bajo su cuerpo.
Garrett la sujetaba cada vez con más fuerza; su voz era algo triste y ronca.
—Sí, Chandra, hace cuatro días que no te tengo en mis brazos, he pasado cuatro
días solitarios. Ahora, deja de gritar y voy a disfrutarte. No te forzaré a nada. —Sus manos
la sujetaban, le daban calor; sentía su aliento cálido en la cara.
Resignada, dejó de luchar, y se relajó en sus brazos. La nieve caía sobre esas dos
figuras entrelazadas, el aliento de los dos formaba pequeñas nubes en el aire. Finalmente,
los ojos de Garrett atraparon los de Chandra.
—¿Por qué eres tan terca?
—Yo no soy terca, tú eres el terco. —Casi sin pensar en lo que hacía, le tocó la cara.
— ¿Por qué no dejaste las cosas como estaban? ¿Por qué tuviste que salir a buscarme,
Garrett?
Garrett no estaba escuchándola, sus ojos miraban cómo se movían sus labios
cuando hablaba. En sus venas corría sólo deseo.
—No me mires de ese modo —le pidió, sus dedos ahora dibujaban el contorno de
su boca.
—Quiero besarte, Chandra. Quiero algo más que eso, pero por ahora me
conformaré con sólo besarte.
Sus miradas se encontraron, en sus rostros había sólo amor. Chandra sabía que no
podía permitirle que la tocara, porque de ser así terminaría yendo a casa con él. Sus
manos temblaron al sentir la mejilla de Garrett sobre la suya. Era lo más que le permitiría.
—No quiero que me beses, Garrett —le dijo como súplica—. Dijiste que no harías
nada que yo no quisiera.
Garrett gimió, escondió la cara en el cuello de Chandra, y respiró su aroma.
—¿Alguna vez te dije qué bien hueles? —le dijo, sus manos se mezclaban con su
cabello húmedo por la nieve.
—No... no sé. —No podía hablar; estaba envuelta en una ola de deseo; él le besaba
la oreja, trataba de seducirla. Luego, siguió con las mejillas, su boca la buscaba
ardientemente.
Inesperadamente, se lo quitó de encima con un empujón, y de un salto se puso de
pie. Se sentía débil.
—Tengo que ir a casa, Garrett. Mis padres se preocuparán.
Garrett rodó en la nieve, y escondió la cara entre los brazos. No le respondió en
seguida. Chandra tenía puesta una máscara de tortura, y se alejaba de él.
—Espera un momento —dijo él resignado—. Acompáñame al auto, tengo algo para
ti.
Caminaron por la calle hasta donde estaba el auto de Garrett, pero no se dijeron ni
una palabra. Chandra estaba demasiado encerraba en su pena como para iniciar una
conversación, y no podía adivinar lo que Garrett estaba pensando. El caminaba a su lado,
no se tocaban. Llegaron hasta el Trans Am que estaba estacionado. El tomó un paquete y
se lo entregó.
—¿Qué es? —le preguntó.
—La camisa de tu padre. La que me prestaste. Disculpa que no te la haya devuelto
antes. —Se inclinó y apoyó las dos manos sobre e! auto miraba al suelo.
—Gracias, no era necesario. Ya me había olvidado de ese día.
—¿Ah sí? Gracioso... yo he pensado en ese día, y mucho.
Chandra se sentía herida por dentro al oír el tono de derrota que había en su voz.
—Bueno, creo que iré a casa —dijo, y se llevó el paquete al corazón, como si fuera
Garrett el que estaba sujetando.
—Sube, te llevaré. —Le abrió la puerta, y subió del lado del conductor.
Chandra estaba demasiado cansada y tenía demasiado frío como para contrariarlo.
Subió, y él puso el auto en marcha. En pocos minutos llegaron a su casa. Garrett apagó el
motor.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Chandra?
—Sí. —Ella miró por la ventana. Se sentía triste y desolada.
—¿No podría al menos darte un beso de despedida? —Le tomó la cara, agonizante.
—Garrett... —Ella sentía que estaba perdiendo el contralor de sí misma, los ojos
azules de él la dominaban.
El lo advirtió y con una sola mano le tomó la cabeza.
—Cuidaré mi lenguaje, si tú no eres terca —le dijo tratando de persuadirla.
—Eres imposible —le dijo rendida, en sus ojos brillaba el amor que sentía por él.
Chandra acercó sus labios a los de él.
La boca de Garrett se apoyó suavemente sobre la de ella.
—Dejaré que lleves este beso hasta donde quieras —dijo él mientras le rozaba la
boca irresistiblemente.
—¿Qué pasa si lo llevo hasta donde ha llegado ya? —dijo ella y pasó la lengua por
el borde de sus labios.
—Creo que no ha llegado lo suficientemente profundo —pensó y le dijo. Le
gustaba que por una vez ella lo sedujera.
Se quedaron en el auto, a oscuras, sus bocas se atraían hasta que los dominó el
deseo. Era una dura prueba de voluntad entre dos seres que querían ver quién se rendía
primero.
Al mismo tiempo, ambos perdieron el control. Con un gemido de agonía, la boca
de Garrett se adueñó de la de ella. La exploró con pasión, con besos penetrantes, que la
atrapaban por completo. Le hacía sentir cómo la deseaba. Chandra no podía acercarse a él
lo suficiente como para satisfacer su necesidad.
Ahora, le respondía, estaba ansiosa por sentir sus manos y su perfume. Sabía que
no estaba bien que le permitiera tocarla. El la quería, lo sabía, no le cabía duda, su cuerpo
comenzaba a sentir un calor intenso.
Se oyó un click: Dan Loring se asomaba a la puerta. Chandra saltó al ver a su padre.
—Tengo que entrar —le dijo nerviosa, y casi bajaba del auto.
Garrett la miró, su respiración era agitada.
—¿Puedo volver a verte?
—No, Philip estará aquí mañana. La boda... es el treinta y uno. —Casi no podía
hablar.— Entonces, ya estaré casada.
—Creo que así será —le dijo con tono frío—. No sigas con eso. Chandra. Acabo de
hacer mi última oferta.
—Adiós, Garrett. —Y abrió la puerta.
El se quedó mirando hacia adelante, mientras ella bajaba y cerraba la puerta de un
golpazo. En el silencio de la noche el ruido del motor hacía un eco. En la oscuridad, apenas
se veían las luces rojas del auto.
—No lloraré, no lloraré. —Se dijo Chandra, y pasó al lado de su padre.— No
volveré a llorar por Garrett Morganson.
A la mañana siguiente, Chandra bajaba a desayunar cuando sonó el timbre de la
puerta. Se preguntó quién podría ser a esa hora de la mañana. Abrió la puerta, y se
encontró con el mismo hombre de la florería. Afuera, la nieve se había cristalizado.
—Hola, ¿me creerá que le traigo otras cuatro docenas de rosas? —le preguntó, y le
entregó un ramo idéntico al que le había entregado dos semanas atrás en la otra
dirección.
—Ah, no. —Murmuró con los dientes apretados, firmó el recibo y tomó el ramo en
sus manos, con bastante dificultad.
Se apresuró a cerrar la puerta, y buscó la tarjeta entre las flores, otra vez era la
letra de Garrett:
"Si no quieres seis meses, ¿qué te parece seis semanas? Quiero ser justo... te amo,
Garrett".
Chandra estaba sumamente enojada. ¿Qué haría con este hombre imposible y
adorable?
—¿Quién vino, querida? —preguntó su madre, quien entraba a la sala con una taza
de café—. Ah, mi Dios —exclamó al ver las cuatro docenas de rosas en los brazos de
Chandra.
—El florista, mamá. Toma, son para ti. —Chandra le entregó las rosas, y tomó la
taza de café.
— ¡Para mí! —dijo Margo encantada, y buscó rápidamente la tarjeta—. Por Dios,
¿quién puede tener tanto dinero como para mandar tantas flores?
—No sé, no tenía tarjeta. —Dijo Chandra.— Quizá, te las manda Papá. —Estaba
inventando una mentira.
Margo la miró irritada.
—No lo creo. ¿Estas flores son tuyas, por una casualidad, Chandra Lea?
—Ahora no, acabo de dártelas a ti —dijo y acompañó a su madre a la cocina—.
Disfrútalas, aunque no las haya mandado papá, debería haberlo hecho.
—Estoy segura de que las envió tu Garrett —adivinó la madre, y llenó un jarrón con
agua para poner allí las hermosas flores—. Debe estar muy enamorado de ti.
Chandra se sirvió una taza de café, y se acercó a la ventana a contemplar cómo
caía la nieve.
—No es para tanto, madre, no es para tanto.
CAPITULO 9

El día del regreso de Philip había llegado antes de lo que Chandra esperaba. No era
que no quisiera verlo, estaba desesperada por encontrarlo nuevamente. Lo que ocurre es
que tenía mucho miedo. Después de pensarlo mucho la noche anterior, había decidido
que, no importaba cuál fuera el resultado de la conversación, nunca podría casarse con él.
Su madre tenía razón. No era justo que se casara con un hombre cuando amaba a otro.
Philip llegó al atardecer. Su Ferrari rojo se deslizaba por las calles cubiertas de
nieve. Chandra salió a recibirlo. Sus ojos se detuvieron en esa figura alta y elegante,
mientras él bajaba del auto. El le sonrió y corrió a su lado.
—Es una alegría estar contigo otra vez, dulzura —le dijo, y la tomó en sus brazos.
La besó con ansiedad, la sujetaba con fuerza. Chandra hizo todo lo posible por devolverle
ese beso, pero sentía como si estuviera besando a un desconocido. Los brazos de Philip no
son como los de Gar..., su pensamiento la estaba traicionando.
Philip se apartó un instante y la miró con detenimiento.
—Casi me había olvidado de lo hermosa que eres, bueno, casi, no del todo.
Su boca la envolvió una vez más en un beso de reencuentro. Chandra estaba tiesa
como una piedra, no podía demostrar entusiasmo ni nada parecido. Esta vez, ella se
apartó, lo tomó de la mano y lo llevó a la casa. Después de un saludo cálido a los padres
de Chandra, se quedaron charlando en la cocina, mientras Margo terminaba de preparar
la cena.
—Pollo frito y galletas calientes. Hace mucho que no como algo así. —Le dijo Philip
a Margo con tono de agradecimiento, y tomó un rábano de la bandeja que Chandra
llevaba a la mesa.— ¿Su hija cocina tan bien como usted?
Margo dejó de revolver la salsa y miró a su esposo, algo confundida.
—¿Nunca te cocinó nada, Philip? —preguntó Dan con naturalidad, llenando el
silencio.
Philip pensó un momento, y luego negó con la cabeza.
—No que yo recuerde, ¿no es cierto, Chandra?
Chandra siguió acomodando la mesa, sin levantar la mirada.
—Creo que no —respondió distraída.
—Bueno —sonrió—, ¿eres tan buena cocinera como tu madre?
—Yo más bien diría que... cocinamos diferente. —No podía decirle que era un
desastre cocinando. ¡Era suficiente con los insultos de Garrett!
—Sí, yo diría que es así. —Dijo Dan y se acercó a hacerle una caricia a su hija.—
Chandra tiene un estilo propio.
—Siempre le dejé hacer lo que quería en la cocina —dijo Margo, defendiendo sus
obligaciones como madre, esperaba que Philip recordara sus palabras después de que
Chandra le hubiera servido la primera comida.
—Bueno, una mujer tan hermosa como Chandra no necesita ser buena cocinera.
Con la belleza basta. —Dijo Philip, y le guiñó un ojo.
Un rato después se sentaron a la mesa, todos alabaron cada bocado de lo que
Margo había preparado. Cuando sirvió el pastel de manzana, con canela, azúcar y
manteca, Philip exclamó;
—No sé dónde voy a poner eso. Pero no me quedaré sin probarlo.
Después de cenar Margo insistió en que ella y Dan limpiarían la cocina, para que
Chandra y Philip salieran a caminar.
Cuando salieron Chandra se sintió reconfortada por él aire frío que acariciaba sus
mejillas. Caminaban, pero el silencio entre ellos era muy incómodo. Uno esperaba que
hablara el otro. Sé que se ha dado cuenta de que algo anda mal, pensó mientras
caminaban a paso rápido. ¿Pero cómo empiezo?
Como si hubiera adivinado que ella quería decirle algo, Philip la miró en el mismo
momento en que ella lo miraba. Ambos hablaron al unísono.
—Philip, quiero que hablemos...
—Chandra, hay algo que creo que tú...
Se detuvieron, la sorpresa estaba escrita en los rostros de los dos. Philip rió, y
Chandra también. La tensión estaba desapareciendo.
—Tú primero —dijo Philip respetuoso, la risa estaba también en sus ojos.
—Bueno, en realidad, tú primero —respondió Chandra, quería demorar el
momento inevitable lo más posible.
Philip respiró profundo, y le tomó la mano para seguir caminando.
—Creo que querrás saber por qué llegué antes de lo prometido —comenzó con
pesadumbre.
—Sí, es verdad, creí que llegarías dentro de unos días —le respondió—. Pero, me
alegra verte de nuevo, de todos modos, —se sentía culpable.
El le sostenía la mano con mucha fuerza; a medida que entendía la situación le
apretaba más la mano. Chandra sintió que lo amaba; mientras caminaban por la calle
cubierta de nieve. Por supuesto, no era el amor pasional, ardiente que sentía cuando
estaba con... el otro, era un amor que tenía más afecto que pasión como ingrediente. Era
como si estuviera hablando con Darrell, era una relación afectuosa, sencilla, agradable, al
saber que él se preocupaba por ella.
—Lamento no haberme comunicado esta última semana, pero con el juicio... —Era
como si se disculpara, pero la disculpa era sobreactuada.
—No hay problema —le aseguró Chandra—. Estuve saliendo todo el tiempo...
probablemente no me habrías encontrado en casa. —Sentía un tremendo remordimiento,
pasaban por su cabeza escenas de los momentos compartidos con el otro hombre.—
¿Estuviste solo?
—No, Janet vino conmigo. —El viento comenzaba a agitar con furia los árboles que
bordeaban la calle; Philip apuró el paso.
—¿Janet Rayburn? —preguntó Chandra pensativa, en su mente imaginaba— la
figura de la mujer alta, de cabello oscuro que trabajaba en la oficina con ellos. Janet había
sido siempre una buena empleada, trabajaba con entusiasmo. Personalmente, Chandra
había pensado que Janet sería la perfecta esposa para Philip. A ella le encantaban los
deportes tanto como a él. Acostumbraban a pasar largos ratos discutiendo jugadas de los
equipos favoritos, o hablando del partido del domingo anterior. Chandra nunca había
considerado a Janet una amenaza. Detuvo su mente... trataba de imaginar a Garrett en
ese escritorio. De repente, sintió celos. Si hubiera sido Garrett el que conversaba con ella
en el escritorio, Chandra la habría odiado.
—Sí, Marcy estaba enferma —respondió él con naturalidad.
Marcy Simmons era una señora bastante mayor que Janet quien trabajaba en el
estudio también. Acostumbraba acompañar a Philip o a su padre en viajes de negocios.
Había muchos papeles que copiar, ya que los juicios duraban bastante tiempo.
Ahora caminaban por las calles que estaban llenas de gente. En ese ambiente
navideño, todo el mundo salía a hacer compras. Las vidrieras estaban adornadas acorde
con la celebración. El ambiente era de fiesta. Al pasar por la tienda que una semana atrás
Garrett y Chandra habían visitado, ella se puso tensa. Se quedó mirando los duendecitos
que armaban juguetes mientras Santa Claus fumaba su pipa y se hamacaba en su silla
frente al fuego. Podía casi todavía sentir los labios de Garrett en el cuello cuando se había
acercado a susurrarle al oído lo que le gustaría que Santa Claus le trajera para navidad. Sin
darse cuenta, se quitó un guante, y se tocó el cuello, justo donde la había besado Garrett.
Allí era donde la besaba cuando quería enloquecerla.
Ante tantos recuerdos, tuvo que admitir para sí que se estaba debilitando cada vez
más. Estaba totalmente segura de que se rendiría ante él si se quedaba junto a él. Lo
amaba, y no estaba segura de poder enfrentar el futuro sin él. Quizás era mejor tener una
parte de él, antes que no tener nada. Le dolía el corazón al pensar que él quizá se cansaría
de ella al cabo de los seis meses, o semanas, o lo que fuera. No, sería mejor tratar de
volver a casa y olvidarse de Garrett por un momento, quitarlo de su mente.
—¿Tienes frío, mi amor? —Philip le tomó la mano que no tenía el guante puesto, y
la frotó.— Vayamos a tomar un café.
Fueron a un bar que estaba algo alejado de esa calle tan llena de gente. Había poca
luz allí, se acercaron a una mesa solitaria en un extremo .
—¿Quieres café u otra cosa? —ofreció Philip, se quitó los guantes y los dejó sobre
la mesa.
Realmente, tenía ganas de tomar algo más fuerte que el café, y respondió:
—Quisiera un trago de ananá, si los preparan.
—Si no los preparan, aprenderán. —Philip le tomó las manos.— Quiero hablarte,
Chandra.
Ella levantó la mirada, y habló con un tono grave.
—De acuerdo, yo también quiero hablarte.
Se les acercó una camarera, que estaba mascando goma.
Philip hizo el pedido, y volvió su atención a Chandra.
—Para serte honesto, no sé por dónde empezar, Chandra. —Sus ojos la miraban,
ella se había sonrojado.— Te dije que Janet Rayburn me acompañó en el viaje la semana
pasada.
—Sí —Chandra no apartaba los ojos de él. Philip estaba perturbado.
—Chandra... —Philip se pasó la mano por la cara en un gesto de impaciencia,
trataba de controlar sus pensamientos.— Bueno, sabes que siempre nos han gustado las
mismas cosas... —su voz casi se perdía.
—Sí, sé que le encantan los deportes al igual que a ti... sigue, Philip —lo instó, se
preguntaba por qué estaba tan incómodo.
—Una noche después de haber pasado un día agotador en el tribunal la semana
pasada, la invité a cenar. Tomamos unos tragos... una cosa llevó a la otra... —Había una
expresión atormentada en los ojos de Philip, la miraba a Chandra desesperanzado.— No
hay forma de decir esto sin lastimarte... daría cualquier cosa por no lastimarte, Chandra,
pero tienes que saberlo. Janet y yo pasamos la noche juntos, no sé cómo ocurrió... o ni
siquiera por qué... simplemente ocurrió.
Chandra se quedó mirando la cara de Philip, estaba angustiado, sus palabras
encontraban el eco en la cabeza de Chandra. Le estaba diciendo que había dormido con
Janet Rayburn. ¿Dónde estaba el dolor, la ira, la traición?
—No te culparía si me arrojaras la sortija a la cara —le dijo sinceramente—, pero si
así lo quieres, la boda se celebrará como habíamos decidido.
—¿Sientes algo por Janet? —le preguntó calma.
—Yo... los dos sentimos algo. No estoy seguro de qué se trata. —Philip bajó la
cabeza, estaba avergonzado.— Quizá sea porque a los dos nos gustan las mismas cosas.
Chandra comenzara a relajarse, una sonrisa se dibujaba en su rostro, él le tomó las
dos manos. De repente, comenzó a reírse con todas sus ganas. Esa risa clara llenaba cada
rincón del barcito; la situación le parecía sumamente irónica.
Ante tal reacción, Philip la miró confundido y preocupado al mismo tiempo.
—Mi amor, no te pongas histérica. Quizá no debí haberte dicho... pero te quiero
demasiado como para que nos casemos teniendo este secreto en mi mente. Quiero decir,
Chandra, el matrimonio sigue en pie, si así lo quieres.
Estaba perdido, no sabía qué hacer. Las pocas personas que había en el bar se
daban vuelta para mirarlos.
—Chandra... deja de reírte así —le ordenó de mal modo.
—Lo lamento, Philip —dijo entre risas—, no sabes lo feliz que me hace lo que has
dicho.
—¿Feliz? —Philip preguntó desorientado.— ¿De qué estás hablando? ¿No
entendiste lo que acabo de decirte, Chandra?
—¡Ah, Philip! —No dejaba de reír, estaba feliz de verdad. No tendría necesidad de
herirlo. ¡Gracias a Dios, no tenía necesidad de herirlo!— ¿Te acuerdas de que te dije que
necesitaba hablarte de algo, también?
—Sí, recuerdo.
—Bueno, agárrate fuerte a tu asiento, querido Philip, porque no creerás lo que voy
a contarte.
Mientras la camarera les servía los tragos, Chandra comenzó a contarle la historia,
sin omitir detalles de lo que había ocurrido desde su regreso a casa. Sus emociones sufrían
cambios muy marcados, iba de la risa al llanto mientras le contaba lo que sentía por
Garrett, y lo desesperada que estaba por vivir una situación así. Philip la escuchaba con
atención; cuando ella le contó que Garrett le había ofrecido su amor, le estrechó la mano
con firmeza. También le confesó que Garrett no tenía intenciones de casarse.
Terminó de contarle la historia, y estaba cansada. Se apoyó en el respaldo; aun así
sentía que se había quitado un tremendo peso de encima.
—Yo tampoco quería lastimarte, Philip, pero sabía que no podría casarme contigo
después de haber conocido a Garrett.
En los ojos de Philip brillaba la admiración y el amor, él se llevó los dedos de
Chandra a los labios y los besó con afecto.
—Eres una mujer excepcional, Chandra Loring... te he perdido, me temo. —Y
sonrió con ternura.
—Quiero que tú y Janet encuentren la felicidad juntos. Siempre pensé que ella era
la mujer perfecta para ti. Dile que yo pienso que eres un hombre maravilloso. Te he
perdido... estoy segura.
—Gracias, se lo diré. Estaba muy preocupado por cómo tomarías todo esto —le
confesó algo más tranquilo—. Le diré que nos has deseado felicidad, casi como yo lo
imaginaba.
—Un momento, Philip —le dijo con tono impertinente—. ¿Por qué estabas tan
seguro de que no lo tomaría mal?
—Porque te conozco, nena. Y creo que no me amaste en ningún momento, para
empezar. ¿No es así?
Su sonrisa radiante se opacó un poco, lo miró directo a los ojos, su amistad le
importaba.
—Creo que nunca estuve enamorada de ti, al menos no en la forma que tú
mereces, Philip. ¿Me perdonas?
—Sólo si me prometes que llamarán Philip al primer hijo que tengan.
—Me gustaría poder prometerte eso, pero creo que no será posible —le dijo con
tristeza—. Garrett y yo no llegaremos a nada.
—Quizá deberías probar, Chandra. Quién sabe, puede resultar —la alentó Philip,
con la esperanza de aliviar el dolor que veía en sus ojos.
—No lo creo. Además de todos los problemas que tenemos, soy una molestia para
él. Ha tenido más accidentes en este tiempo, desde que me conoce, que en toda su vida.
—Le confesó.
Mientras Chandra le relataba algunos de los accidentes de Garrett, Philip reía a
carcajadas.
—No es gracioso —lo reprendió Chandra seria—. Con esa lesión en la espalda pasó
un par de días en cama. —Por supuesto, no le había contado los detalles que llevaron a
semejante caída, lo del jabón y demás; no quería aburrirlo.
—¡Qué pareja! —le sonrió con picardía—. Sentados aquí, charlando sobre nuestras
nuevas experiencias amorosas, cuando deberíamos estar tristes y enojados por todo esto,
por estos "hechos desconcertantes".
—Sí, deberíamos estar hablando de cosas importantes, como por ejemplo, pensar
quién usará una torta de bodas de cinco pisos, trescientos bocados de menta decorados, y
todo lo que se ordenó, que es suficiente como para que flote un barco. —A ella le causó
mucha gracia y rió,
—Si conoces alguien, dile que le regalo cuarenta reservaciones en el Hilton para
una cena. También tengo para ofrecer la dirección de un negocio donde alquilan trajes de
etiqueta por un buen precio, para el treinta y uno de este mes.
Estaban tan entretenidos hablando de los planes de esa boda frustrada, que no
vieron al hombre alto, de cabello oscuro que entraba con una pelirroja despampanante.
Se sentaron a una mesa que no estaba muy lejos de ellos.
—¿Vuelves a Kansas en la mañana, o vas a ayudarme a llamar a todos los invi... —
de repente Chandra se quedó callada al reconocer a las dos personas que ocupaban esa
mesa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Philip, y se dio vuelta para poder ver mejor. Toda la
risa y la alegría de Chandra habían desaparecido apenas vio a Garrett.
—Es él —murmuró desesperada, sentía que el corazón le latía más de lo normal.
Vio a la mujer que estaba con él.
—¿Quién? —Philip trataba de ver las caras en la oscuridad.
—¡Garrett! Está allí en la mesa que está al lado del equipo de música. —Chandra
tenía deseos de llorar. Garrett la hablaba a esa mujer al oído, reía, y esa risa llegaba hasta
los oídos de Chandra.
—No bromees. Mira la mujer que está con él.
—¡Philip! —le dijo enojada—. No necesitas señalarla. Ya la vi. —Ahora Chandra
estaba muy deprimida, quería escapar de ese lugar sin que nadie la viera. Cambió de
parecer cuando Garrett levantó la mirada, sus ojos transmitían una expresión fría ahora
que había visto a Chandra y a Philip en esa mesa. Ignoró la presencia de ambos, y siguió
hablando con la pelirroja.
—Vámonos, Philip —le rogó Chandra. No podía soportar un momento más.
—¿Por qué tanta prisa? —La obligó a sentarse otra vez.— ¿No te parece que sería
demasiado evidente si nos fuéramos ahora? Relájate. Tomemos otro trago, luego, en el
momento oportuno, nos iremos. —Chandra se sentó, sin decir nada. Philip llamó a la
camarera para pedir dos tragos más.
—¿Conoces a la mujer que está con él? —le preguntó Philip tratando de reiniciar la
conversación. Le tomó una mano.
—No —dijo con tristeza—. No sabía que conocía a alguien en este sitio.
—Quizá sea sólo una amiga —sugirió Philip, y le acarició la mano.
—Sí, puede ser —aceptó aunque no estaba muy convencida. ¿Pensó que era tan
tonta como para creer eso?
La camarera les sirvió los tragos. Alguien puso una moneda en el equipo de música
y algunas parejas se pusieron de pie para bailar.
—¿Bailamos? —Philip se puso de pie y le extendió los brazos.
—No, Philip —protestó ella.
—Vamos, ¿qué tiene de malo?
Resignada, se puso de pie ella también y se acercaron a la pista. Mientras Philip la
tomaba en sus brazos, vio que Garrett se disponía a bailar con la pelirroja.
Chandra trataba de relajarse y disfrutar de la música. Estaban tocando una canción
romántica. Philip la sujetaba con firmeza. Se movían al compás de la música, la letra de la
canción era hermosa. De repente, se chocaron con otra pareja.
—Perdón —dijo Philip—. Creo que estábamos demasiado ocupados como para ver
dónde íbamos.
—No hay problema —respondió Garrett.
Chandra respiró profundo y se dio vuelta para mirar esos ojos azules. El también la
miró. Parecía detenerse el tiempo en ese momento. Sus piernas no la sostenían.
—Chandra —dijo.
—Garrett —lo saludó ella.
—Ah, ustedes se conocen —dijo Philip con una sonrisa. Chandra tuvo que controlar
sus deseos de darle un puntapié. ¿Qué estaba haciendo?
—Sí, nos conocemos —respondió Garrett.
—Bueno, ¿tomamos un trago todos juntos? Soy Philip Watson y tú eres Garrett...
—hizo una pausa, esperando que él le dijera su apellido. Le extendió la mano.
—Morganson.
—Garrett Morganson, perdón no entendí el nombre de tu amiga.
—No lo dije —respondió Garrett.
—Qué sentido del humor —rió Philip, pasando por alto los codazos de Chandra—.
Vamos a una mesa y tomemos un trago.
Se acercaron a una mesa en silencio. Philip se retrasó para escoltar a la pelirroja.
Chandra no podía creer que él se hubiera sentado al lado de esa mujer.
— ¿Cómo te llamas? —le preguntó abiertamente.
—Jill Jenson. —Ella lo miró a Garrett sin saber qué pasaba.
Garrett y Chandra estaban todavía de pie. La situación era un poco incómoda.
Philip se había autopresentado a Jill.
Sin decir palabra, Garrett la tomó del brazo y la ayudó a tomar asiento. Chandra
sintió una vez más el perfume que emanaba. Quería gritar, tirarse del pelo. Todas esas
emociones pasaban por su mente, al sentarse tuvo cuidado de no rozar su pierna. Philip
ordenó una vuelta de tragos, y luego se dispuso a empezar la conversación.
Chandra estaba a punto de estallar: Philip y Garrett conversaban como si nada,
sobre fútbol y aviones. Jill trató de conversar con Chandra. Pero, pronto abandonó la
tentativa: Chandra respondía sólo monosílabos.
Podía sentir el calor del cuerpo de Garrett. Trató de evitar que se encontraran sus
miradas. Si él le llegaba a guiñar un ojo, ella estallaría en lágrimas. Parecía que había
pasado mucho tiempo desde la última vez... sólo un día en el calendario, pero para ella era
una eternidad.
—¿Eres de aquí, Chandra? —intentó otra vez Jill, totalmente ajena a lo que
Chandra estaba sintiendo.
—Sí, pero viví los últimos tres años en Kansas.
Mientras ella hablaba, Garrett jugaba con el vaso. Ella quedó atrapada en los
círculos que él dibujaba en el vaso. Al ver cómo se movían sus dedos, recordó las muchas
veces que la había acariciado, cómo la había seducido, cómo sus manos habían explorado
su cuerpo, cómo su boca, en un arrebato de pasión, había recorrido su cuerpo también. El
siempre se tomaba su tiempo con ella. Siempre hacía que la unión entre los dos fuera un
momento compartido. Chandra recordó la última noche. Garrett le había hecho el amor
muchas veces esa noche, cada vez tan apasionadamente como la anterior. La última vez se
habían quedado despiertos hasta el amanecer, besándose y disfrutando uno en los brazos
del otro, murmurando las cosas que los amantes dicen después de una noche de amor.
—Me encanta Kansas —dijo Jill—. Tenía un novio que vivía allí. ¿Estás pasando las
vacaciones en casa?
—Me parece que los vasos están vacíos —interrumpió Philip, y llamó a la
camarera.
—Yo no quiero nada más —dijo Chandra—. ¿No te parece que deberíamos irnos
ya, Philip?
—Un trago más. Estamos paseando —explicó a los otros dos.
—Tomaré otro Bloody Mary —dijo Jill, contenta de estar allí.
—Un café para mí —dijo Garrett—. Tengo que conducir.
—¿Te molesta si invito a Jill a bailar? —le preguntó Philip a Garrett.
—No hay problema —respondió él.
Chandra miró a Philip aterrorizada. No la dejaría sola con él, ¿o sí?
Chandra se quedó a solas con Garrett, su corazón latía descontrolado. Ninguno de
los dos habló. Había una gran tensión en el aire.
—¿Querías bailar? —la voz desinteresada de Garrett irrumpió el silencio.
—No... no, gracias —respondió ella suavemente.
—¿Qué ocurre? Me parece que tu novio se volvió loco. Además, creo que lo está
pasando muy bien.
Chandra miraba cómo bailaban Philip y Jill al ritmo de la música que ahora tenía
mucho ritmo. No hizo ningún comentario sobre lo que había dicho Garrett acerca de
Philip. No tenía intenciones de contarle que habían dejado sin efecto los planes de la
boda.
—A él no le molestaría, es sólo que no tengo ganas de bailar —le respondió sin
rodeos.
—Como tú quieras. —Garrett volvió la atención a la pista de baile, no le prestaba
atención a ella.
—¿Dónde conociste a Jill? —Chandra debió haberse mordido la lengua antes de
preguntar eso. Era la última pregunta que le habría hecho. Pero, abrió la boca, y no pudo
evitarlo.
Garrett se dio vuelta para mirarla de frente. Su rostro llevaba una máscara de
indiferencia.
—¿Tiene alguna importancia?
—No... no, por supuesto que no. En realidad, no me incumbe —le dijo ella agitada.
—Creo que así es —le respondió él con sarcasmo.
La camarera llegó con el café para Garrett. Lo miró sugestivamente, y le entregó el
cambio.
—Llámame si necesitas algo —le dijo la muchacha con una mirada especial en sus
ojos azules.
—No quise meterme en tus cosas con esa pregunta sobre Jill. Sólo que no sabía
que conocías a alguien aquí.
—No la conocía hasta hace tres horas. La encontré en un bar, —dijo con
naturalidad, y. tomó un sorbo del café.
—¿La encontraste en un bar? —naturalmente la voz de Chandra decía que estaba
sorprendida.
—¿Qué tiene de particular? —le preguntó terminante—. Nos presentó un tipo del
bar. Dijo que con ella se puede jugar... al póquer. —Se acomodó en la silla, y la miró a
Chandra con agudeza.— ¿Tienes algo en contra de eso?
Chandra hizo una mueca, por dentro sentía celos. ¡Jugar al póquer!
—No, nada —respondió de mal modo, y miró su vaso vacío.
—Es atractiva, ¿no te parece?
—Es espectacular. —Chandra no permitiría que la hiciera perder el control sobre sí
misma.
Se quedaron en silencio, Garrett jugaba con los dedos sobre la mesa.
—¿Te fijaste cómo le queda el vestido que lleva puesto? —volvía a atacarla.
Chandra pensó que eso ya era suficiente.
—Discúlpame, Garrett —le dijo con los dientes apretados—. Me duele la cabeza,
quiero irme a casa. —Empujó la mesa y se puso de pie.
Garrett se corrió hacia atrás: se le había caído la taza de café encima. Balbuceó
una de esas malas palabras que Chandra odiaba, contuvo el aliento entre los dientes, y
miró la mancha que tenía en el pantalón.
—Ah, Garrett. —Se disculpó Chandra; trató de ayudarlo a limpiar la mancha.
Philip y Jill regresaban a la mesa cuando estalló la conmoción.
—¿Qué pasó? —exclamó Philip mirando la mancha en el pantalón de Garrett.
—Ay... le tiré la taza de café encima. —Chandra tomó otra servilleta y siguió
limpiando la mancha. Se inclinó, su mano pasaba cerca de la cremallera, pero esta vez no
se detenía. Una mano detuvo la de ella en el aire. Levantó la mirada, y se encontró con los
ojos azules de Garrett, que la miraban con una expresión divertida, pero incómoda.
—Está bien, Chandra.
Chandra miró avergonzada a Philip y a Jill, quienes la miraban sorprendidos.
Chandra se sonrojo.
—¿Te podemos ayudar, Garrett? Esa quemadura debe doler bastante. —Dijo
Philip ofreciendo su ayuda, y apartó a Chandra, que estaba incómoda.
—Creo que no es nada —dijo Garrett.
—¿No te podríamos conseguir algo para el dolor? —insistió, y se dirigieron a la
salida de la confitería.
—Es sorprendente cómo me estoy acostumbrando al dolor —dijo Garrett
resignado—. He convivido con el dolor durante las dos últimas semanas. —La miró a
Chandra con toda intención.— Iré a casa y me pondré alguna pomada.
—Lo lamento, Garrett, —Chandra sentía dolor por él. Por su torpeza se estaba
metiendo en problemas todo el tiempo. No debía haberle permitido esos comentarios que
le hicieron perder la calma.
—Olvídalo —la voz de Garrett le decía que no estaba enojado; él había advertido
cómo se sentía Chandra. Le tomó la cara. —Fue un accidente que me busqué.
—No, no fue así. Me comporté como una tonta... otra vez. —Respondió
suavemente.
—¿Te molestaría llevarnos a la casa de los padres de Chandra? Está haciendo
bastante frío como para volver caminando —explicó Philip. De paso, les daba a entender
que no estaban solos.
—No hay inconveniente. Será un placer. —Garrett tomó su abrigo, y ayudó a Jill a
ponerse el suyo.— Se está haciendo tarde. ¿Estamos listos?
Garrett los llevó hasta la casa de los padres de Chandra, el motor del Trans Am
hacía un ruido constante mientras ellos se bajaban.
Garrett no miró a Chandra. Philip le agradeció por traerlos.
El auto negro deportivo desapareció en la calle. Philip y Chandra se quedaron
solos, allí en la puerta. Con una expresión compasiva, Philip la abrazó y subieron juntos los
peldaños. Ella estaba agradecida porque él no había hablado ni una sola palabra, sólo le
había ofrecido su hombro para que llorara... y ella lo había aceptado.
—Espero que no te haya molestado mi comportamiento en el bar —dijo Philip al
entrar a la sala—. Sólo pensé que si Garrett te veía conmigo...
—Gracias, Philip, pero eso no molestaría a Garrett —suspiró—, él es muy
independiente.
—Me gustaría estar cerca de ti, y ayudarte a juntar los pedazos —se ofreció, tomó
la llave para abrir la puerta.
—No, ya he crecido. Tendré que aprender a vivir sin él. ¡Lo lograré! —le dijo, pero
lo dudaba.
El reloj sobre la mesita de luz marcaba las dos y diez, pero aún no había podido
conciliar el sueño. Después de dar vueltas durante una hora se había levantado a buscar
una revista para entretenerse, tratando de relajarse y dormir. Todo el mundo dormía en la
casa. Ella seguía pensando en Garrett. Estaba preocupada por saber si esa quemadura
había sido grave. Si sólo pudiera hablar unos minutos con él, se quedaría más tranquila.
¿Por qué te engañas, Chandra?, se dijo, lo que realmente quieres saber es si se fue a su
casa solo. ¿Qué ocurriría si lo llamaba e interrumpía algo?, meneó la cabeza, tratando de
alejar esos pensamientos de su mente. No, no tendría nada de malo llamar y preguntar
cómo estaba su quemadura. Eso era lo menos que podía hacer por un... amigo.
Bajó la escalera, y se sentó en uno de los peldaños alfombrados. Recordó las horas
que había pasado hablando con sus amigas cuando vivía en casa.
Sin hacer ruido, levantó el auricular, y marcó el número de Garrett. El teléfono
llamaba, contuvo el aliento, deseaba estar allí... y sola con él.
Una voz somnolienta, algo enojada, le contestó. El suelo estaba frío, y Chandra se
abrigó con su camisón bajo los pies.
—¿Hola?
—Hola., ¿te molesto? —se apresuró a preguntar, con la esperanza de que no se
enojara con ella por llamar a esta hora.
Como respuesta obtuvo un silencio, luego, Garrett dijo malhumorado:
—¿Eres tú, Chandra?
—Sí.
—¿Sabes qué hora es?
—Sí.
Del otro lado de la línea Chandra oyó un suspiro resignado, que aparentemente la
tranquilizó. Chandra podía imaginarlo en la cama, su torso desnudo, su cabello
despeinado.
—Bueno, ¿de qué se trata? —le preguntó calmo.
—¿No hay problema?... ¿estás solo? —Chandra se mordía el labio, estaba nerviosa.
Por favor, di que estás solo.
Hubo otra pausa.
—Estoy solo.
—Bueno, sé que no me incumbe... por eso te llamo —agregó—. Quería saber cómo
está la quemadura. —Se miró loa pies y jugaba con los dedos.
—No está mal —dijo cansado—. Tengo la esperanza de que cuando se cure, si se
cura, podré tener hijos.
—Ah —Chandra se ruborizó al pensar en lo que él acababa de decir.— Creo que
arruiné tu noche con esa mujer que encontraste en el bar.
Garrett rió en voz baja.
—No la encontré en un bar. Chandra. La conozco a ella y a sus padres desde hace
muchos años. Trabajaba en Arlington conmigo. Está visitando algunos parientes, y la
encontré por casualidad esta noche. Lamento haber dicho lo que dije sobre ella. Jill es una
buena chica.
—Eso no significa que no podría estar contigo ahora —le recordó Chandra, un
poco decepcionada.
—Dulzura, si tuviera un harem aquí, muchas mujeres mirándome a los ojos, lo
único que podría hacer sería cantarles una canción.
—Lamento lo del café, Garrett, pero estuviste muy mal en decir que Jill era una...
—no pudo seguir hablando.
—¿Te importa? —le preguntó al ver que estaba rendida.
—Sí. —Chandra no podía mentirle—. Lo lamento, sé que no es razonable, pero
estoy muy celosa de ella.
—No es justo, dulzura, te ofrecí ser la única dama en mi cama, y no aceptaste... en
varias ocasiones —le recordó.
—Lo sé —dijo ella, jugando con el cable del teléfono.
—Sólo tienes que decirlo —le ofreció Garrett otra vez—. Busco el auto y pasaré a
buscarte en unos minutos.
—No, te amo, y quiero decir lo que tú quieres oír... pero no puedo —susurró,
dominada por la pena.
—¿Qué dijiste?
—Dije que quiero pero no puedo.
—No, dijiste algo más —la presionó.
—¿Te referías a "te amo"?
—Sí, a eso. Dilo otra vez.
—Te amo, te amo, te amo —susurró con ternura, tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Dulzura, cómo desearía poder creer eso. El problema es que tú amas a otro
hombre también. Si sólo estuvieras ahora a mi lado, te haría olvidar que existe un hombre
que se llama Philip —murmuró con una voz sensual.
Chandra estaba sobrecogida por la emoción, no podía hablar. Cerró los ojos, y las
lágrimas le caían por el camisón. No podía decirle que no amaba a Philip. El esperaría que
ella fuera hacia él, y ella temía no poder negarse esta vez.
—¿Estás llorando otra vez? —le preguntó con una mezcla de ternura y enojo—. Te
lo advierto, si estás llorando, empezaré a usar mi vocabulario.
Ella sonrió al oír la amenaza. Sus lágrimas lo enloquecían, y las palabrotas que él
decía la hacían enojar.
—Eres un matón —susurró entre sollozos.
—Ya lo sé, quieres decir que soy un matón mal educado. —La voz de Garrett
estaba cargada de deseo.— Ven esta noche, Chandra, Déjame Que te tenga en mis brazos
y te demuestre qué bueno puede ser para los dos —le rogó fervorosamente.
—Creí que no podías estar con.., una mujer esta noche —dijo, atemorizada por la
intensidad con que había pronunciado esas palabras.
—Con sólo tenerte en mis brazos, estoy satisfecho, Chandra —dijo con sinceridad
—. Aunque te deseo más que a otras mujeres que he conocido, creo que contigo me basta
con tenerte entre mis brazos.
—Si realmente soy esa persona que te hace sentir bien, ¿por qué estamos tan
separados? —le preguntó con lágrimas en los ojos, y apoyó la cabeza en la baranda, que
estaba fría.
—En primer lugar, es asunto de Philip; en segundo lugar, tú eres muy terca. Si me
amaras, romperías ese compromiso ahora mismo y vendrías a mi casa. —El tono de su voz
era cada vez más sensual y tenso a la vez.
—Y si tú me amaras, me pedirías que fuera tu esposa, la madre de tus hijos, la
única mujer que necesitas —le dijo indignada.
—Ya te he pedido algunas de esas cosas —le dijo—. ¿Por qué no te contentas con
eso? ¿Me amas a mí y a Philip también? Bueno, nena, lo lamento, pero no funcionará.
—Eso no es verdad, Garrett. Quiero lo que quiere cualquier mujer: un hogar, un
esposo, seguridad.
—Maldición, Chandra... no discutiré contigo otra vez sobre el tema. Lo dejaré claro
de una vez por todas. Devuelve esa sortija, cancela la boda, y vuelve al lugar donde
perteneces. Luego, hablaremos de matrimonio. Si no lo haces —le advirtió—, pondré esta
casa en venta, compraré un lugar más pequeño, y trataré de recuperar mi vida pacífica,
tranquila, la vida que vivía antes de conocerte.
—Por mí, no hay problema... adelante. No me acobardaré por tus amenazas. No
romperé ese compromiso con la vaga esperanza de que me propongas matrimonio. Y no
iré a tu casa. —Ahora estaba indignada.
—Chandra Loring —Garrett gritaba.— Si pudiera ponerte una mano encima ahora,
te daría esa tunda que en veinticinco años nadie te dio, y que siempre mereciste.
Ella le contestó con palabrotas, él se ponía cada vez más nervioso.
—¿Qué te pareció eso, Garrett Morganson? He tenido que convivir con tu lenguaje
desde que te conocí. Y otra cosa —se puso de pie, y también gritaba—, no tendrás
oportunidad de ponerme una mano encima porque vuelvo a Kansas después de navi... —
se detuvo, al darse cuenta de lo que acababa de decir.
—Bueno, sigue, desahógate. Vuelves a Kansas, ¿cuándo? —dijo él, estaba más
alerta que nunca.
—No importa —dijo ella con odio.
—No, dijiste que te ibas el día de navidad, ¿no es verdad? ¿Por qué?
—Garrett, me equivoqué. —Trató de disculparse, enojada porque se le había
escapado esa información.
—Me estás mintiendo, y eso significa una cosa. No te casarás el treinta y uno, ¿no?
—le preguntó exigiendo una respuesta.
—De todos modos, no es asunto tuyo —murmuró, la enfermaba la forma en que
reñían siempre. Ella había sido una persona calma hasta que lo conoció a Garrett.
—Dime la verdad. Chandra —le ordenó—. ¿Philip ya no forma parte de tu vida?
—Así es —se rindió con esas palabras—. No me casaré con él. —Sería sencillo para
Garrett averiguar la verdad, ella misma podría admitirlo.— Pero tampoco iré a vivir
contigo —le advirtió acalorada para que no malentendiera la razón por la que había roto
el compromiso—. Vuelvo a mi trabajo, y a mi vida sana y ordenada.
—¿Ya está decidido? —le dijo con aire petulante, había cambiado su estado de
ánimo—. Bueno, no te sorprendas si las cosas no resultan como tú esperabas. —Hizo una
pausa y luego continuó.— Philip se libró de ti cuando se enteró de lo nuestro.
—Claro que no —le respondió—. Yo... nosotros... fue un acuerdo.
No estaba dispuesta a contarle la verdad.
—Entonces, tú rompiste el compromiso, no Philip —Garrett la presionaba—. ¿No
lo amas?
—No. Tienes razón, yo rompí el compromiso. Me había dado cuenta ya hace
tiempo de que no lo amo. Es decir, no lo amaba en realidad.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Garrett con aire solemne—. No sabes lo feliz que
me hace oír eso. —Hubo una pausa.— Ve a dormir. Hablaremos después.
El click casi le golpeó el oído. Chandra se quedó mirando el teléfono indignada,
luego colgó el auricular de un golpe.
— ¡Qué forma de hablarme! —dijo, y volvió a la cama.
Era, sin duda, el hombre que más fácilmente le hacía perder el control. No podía
esperar el día de navidad. Estaba ansiosa. Cuanto más pronto regresara a Kansas, mejor.
No podía soportar este tipo de diálogo o actitudes.
CAPITULO 10

Los pensamientos de Chandra podían ser decisivos, pero a la mañana siguiente no


se sentía tan segura de poder cumplirlos. Después de despedir a Philip, se sentó en la
cocina a tomar otra taza de café. La dominaba una gran pena. Si no fuera porque sus
padres se sentirían muy mal si no pasaba la navidad con ellos, prepararía sus maletas para
irse ya mismo. La navidad había perdido todo el encanto para ella. Sólo quería olvidar, y lo
más pronto posible.
Los días pasaban lentamente, y Chandra se dedicaba a la tediosa tarea de cancelar
todos los preparativos de la boda, y a tratar de sacar a Garrett de su mente. El había
llamado dos veces, pero ella se había negado a atenderlo. A medida que pasaban las horas
crecía el dolor. Cada vez que oía que en la radio pasaban una canción de navidad, corría a
apagarla. Tenía los ojos bañados en lágrimas, y trataba de evitar cualquier emoción. Tenía
penas suficientes para el resto de su vida.
Finalmente llegó la víspera de navidad; sólo faltaba un día para su partida.
—No soporto verte tan desdichada, querida —le dijo Margo mientras cocinaba
unas tortitas de maní esa tarde. Chandra estaba distraída mirando a su madre cómo
medía el azúcar, y los demás ingredientes.—No deberías ser tan terca. Llamó dos veces ya,
Chandra —le recordó.
—No quiero hablar con él, mamá. No tenemos nada que decirnos —respondió
Chandra calma.
—Discúlpame, pero no estoy de acuerdo —dijo Margo algo escéptica—. A mí me
parece que no han hablado lo suficiente. ¿No existe alguna forma de arreglar esto entre
ustedes?
—Sólo una forma, mamá, y creo que no te gustará la idea —dijo Chandra con
ironía.
—No sé, Chandra. Conozco los términos que él te planteó. Sé que estás educada
como para despreciar esa forma de vida, pero he vivido cuarenta y siete años para darme
cuenta suficiente de que el amor no siempre sigue las reglas de la sociedad —razonó
Margo.
—No me estarás sugiriendo que acepte su oferta, ¿no mamá? —Chandra creía en
los milagros pero no en esta ocasión, y menos que menos proviniendo de su anticuada
madre.
—Por supuesto que no —dijo ella, mirando la mezcla en la fuente—. Sólo quiero
decir que el amor es algo maravilloso y extraño al mismo tiempo. Cuando dos personas lo
encuentran, realmente, deben luchar por conservarlo. Debes luchar por las cosas
importantes de la vida, Chandra.
—¿Aun cuando signifique arriesgarse a obtener sólo amargura y penas? —
preguntó Chandra.
—A veces hay que correr riesgos, Chandra. La confianza entre dos personas es algo
muy valioso. Si no puedes confiar en la persona que amas, ¿entonces en quién confiar? —
Margo dejó la cuchara, y tomó las manos de su hija.— Puedo decirte que hagas lo más
sabio, Chandra. No puedo decirte qué es lo mejor. Todo lo que tu padre y yo queremos es
que seas feliz. Todos luchamos por tener una vida decente y buena, por amar a Dios, y
temerle, y por hacer lo mejor que podemos; pero, desafortunadamente, somos humanos
y cometemos errores... a veces somos débiles, a veces más fuertes. No somos perfectos. Si
lo que sientes por Garrett es real, ve a verlo y trata de hallar la solución. Ambos tendrán
que hacer compromisos. Será para el resto de sus vidas, pero vale la pena si se aman.
—Mamá, tú dijiste que si no confías en la persona que amas, entonces en quién
confiar. Lo amo, pero no sé si él me ama realmente —dijo Chandra casi vencida.
—El es un buen hombre. Si no lo fuera, no lo amarías —le respondió con la típica
sabiduría de las madres—. Yo conozco a mi hija.
Chandra le acarició las manos como demostración de afecto, en sus ojos
almendrados brillaba el amor.
—¿Cómo hiciste para saber tanto? —le dijo bromeando—. ¿O es que tengo una
madre que puede hacer que mis problemas parezcan menos serios?
—No soy ni sabia ni excepcional. Sólo tengo experiencia —dijo Margo
acariciándole la mano—. Piensa en lo que te he dicho, Chandra. Piénsalo mucho, y
también puedes pedirle a Dios. Hablando de esto, si vas a ir a la misa temprano será mejor
que te pongas en marcha. Tu padre y yo iremos a la de medianoche.
—Gracias, mamá... por todo —sonrió, y abrazó a su madre.
Mientras subía las escaleras para ir a cambiarse, Chandra pensó que sus problemas
seguían siendo igualmente serios, sólo que la carga era más liviana de llevar ahora.
En la iglesia se olía perfume a pino y acebo. El órgano tocaba las canciones
navideñas. Chandra tomó una vela y la encendió. Hizo una reverencia, entró a la capilla y
tomó asiento. Miró al altar que estaba cubierto de flores rojas. El coro cantaba himnos de
navidad, la gente se iba congregando con sus velas llameantes.
Chandra estaba tranquila; pensaba en lo que su madre le había dicho. ¿Sería
posible que ella fuera culpable de lo que siempre lo había acusado a Garrett: falta de
confianza? ¿Debería correr el riesgo y aventurarse al amor, con la sola esperanza de que
resultara bien? El coro cantaba ahora sobre un amor perfecto, y ese pensamiento penetró
en su mente: toda relación donde había amor de por medio podía causar desazón. ¿Qué la
hacía creer que ella era diferente de los demás, que ella merecía paz, armonía y seguridad
en su vida? Garrett había tenido muy poco amor en su vida, ¿por qué iba a creer que ella
le daría eso que él nunca había tenido?
La pequeña vela llameaba en sus manos; las notas de Noche de paz llenaban el
aire. Esta noche iría a verlo. Aceptaría su oferta, sus condiciones, y esperaría que al fin,
ganara el amor. Ella tenía suficiente amor para los dos, y allí, en la solemne atmósfera de
la iglesia decidió que le daría a Garrett el amor y la devoción de una esposa, tuviera el
"título" o no. El era el centro de su vida, y si sólo estuviera con ella ahora, su mundo sería
completo.
Alguien que llegaba tarde se abría paso entre la gente, murmurando disculpas,
pisando los pies de los que se ponían en su camino, o de aquellos que ya estaban
sentados. Chandra trató de concentrarse en un solo que cantaba admirablemente bien
uno de los niños del coro.
Segundos después, un hombre se sentó a su lado, dijo algo por lo bajo porque se
había sentado sobre el bolso de Chandra. Lo quitó, Chandra sintió que le tiraba del
vestido, y levantó al mirada. Sus ojos se encontraron con una mirada azul.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó sobresaltada por su presencia.
—Quiero hablar contigo, Chandra —murmuró Garrett algo tenso, y puso la mano
para recoger la cera de la vela que estaba cayendo.
—Bueno, pero yo no quiero hablar contigo —le respondió de mal modo; ¿y todo lo
que había pensado sobre cuánto lo amaba?, ya lo había olvidado.
—Ayúdame con esta vela —le ordenó—. Quemaré toda la iglesia.
Algunas personas comenzaban a mirarlos; algunos le pedían que hiciera silencio.
Gertrude Beason, una de sus vecinas, se había dado vuelta y lo miraba con los ojos
abiertos como platos.
—¿Dónde está el papel para recoger esto? —Chandra se puso roja de vergüenza.
—¿Qué papel? —preguntó él.
—El papel que siempre hay al lado de las velas, tonto. —Le sonrió a la señora
Beason, y le dijo ''Feliz Navidad".
—Yo no vi nada. Salgamos de aquí. Quiero hablarte. —Le ordenó.
—No —dijo ella con los dientes apretados—. Vete de aquí. Estás haciendo un
papelón.
Garrett la tomó de la mano con firmeza.
—Saldrás conmigo o tendré que arrastrarte. Este no es un lugar para hablar —le
dijo terminante.
Chandra lo miró, tomó su bolso y se puso de pie. Salió, Garrett la seguía,
murmuraba disculpas a su paso; le pisaba los pies a todo el mundo.
Las enormes puertas de madera quedaron atrás, salieron al atrio. Chandra trataba
de escaparse de él. Corrió hacia la puerta pero Garrett la alcanzó y la detuvo.
—¿Dónde has estado estos últimos días? —le preguntó exigiendo una respuesta—.
Estuve esperándote desde la noche que llamaste.
—¿De qué estás hablando? —le preguntó con una mirada dura—. Te dije que no
iría. —Trató de librarse de sus manos.— ¡Déjame!
—Ya sé lo que dijiste, pero creí que me amabas lo suficiente como para tratar de
encontrar la solución —le dijo indignado, y la tomó con más furia—. Quédate quieta.
Hablaremos te guste o no.
—¡Te amo! Tienes descaro. No fui yo la que se portó como una... prostituta —le
gritó.
—¡Una prostituta! ¡Eso es ridículo! Sabes que nunca pensé eso de ti. Puedo admitir
que dormimos juntos, pero sabes que te amo —dijo él en un susurro.
—Shhh, pueden oírte —le dijo en voz baja, y miró incómoda hacia el portón de la
iglesia—. No me amas lo suficiente como para casarte conmigo. Para ti soy sólo una
mujerzuela, Garrett Morganson. —Luchaba por no derramar las lágrimas que ya aparecían
en sus ojos.— Vete. No quiero oírte más. —No podía librarse de sus manos.
—Tengo algo que decir y me escucharás. Sé que herí tu orgullo cuando te pedí que
vivieras conmigo. Te pido perdón por eso. Esa semana que pasaste conmigo fue la más
feliz de mi vida.
—Sí, Garrett, heriste mi orgullo —le dijo atormentada, librándose finalmente de las
manos de Garrett—. Pero más que eso, ¡rompiste mi corazón! —Corrió hacia la puerta, las
lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Garrett la perseguía. Ella casi se cae al tropezar con
los peldaños. Se apoyó en la baranda, y siguió corriendo.
—No te—escaparás —dijo Garrett terminante, daba pasos largos, casi la alcanzaba
—. Hablaremos de nosotros, te guste o no. Te preguntaré algo, señorita y no me iré hasta
que me respondas —le gritó.
—Déjame en paz, tremendo... ¡bruto! ¿Quién te dijo que estaba aquí? —le gritó,
llegaba al final de las escaleras, buscaba por dónde escapar.
—Tu madre me dijo dónde estabas —dijo casi sin aliento.
—Mi madre —giró hacia la izquierda y corrió.
De repente, se frustró la carrera. Garrett blasfemó y se dio por vencido gritando
"mi Dios, no otra vez".
Chandra se dio vuelta, y lo vio en el suelo, en el último peldaño.
Al querer detenerse, ella patinó; se acercó para verlo mejor. Quería ver si era un
truco para atraerla, o si en realidad estaba lastimado. Se le acercó con cautela.
—¿Qué ocurre ahora? —el tono de su voz daba a entender que ya estaba harta de
sus accidentes.
—Nada extraño. Otro de los usuales accidentes que tengo desde que te conocí —le
respondió con tono altanero. Se estiró para quitarse una bota.
Chandra se acercó y vio que tenía el tobillo hinchado.
—¿El hielo en los escalones? —le preguntó interesada.
Garrett estaba ocupado mirando la lastimadura, con los dedos verificaba la
inflamación.
—Bueno, tendré que hacer reposo durante cuatro o cinco días.
—Parece que te hubieras roto algo —le dijo pensativa, y se inclinó para tocarle la
herida—. ¿Duele?
Garrett movió el pie como si lo hubieran quemado. Le dolía, y bastante.
—Claro que duele. No lo toques. ¿Eres sádica o algo así?
—Estoy segura de que te rompiste algo —le dijo totalmente segura—. Tendré que
llevarte al hospital. ¿Dónde está tu auto?
—Lo estacioné a una calle de aquí —le dijo, y se puso de pie lentamente, para ver
si podía caminar, aunque le dolía.
—Dame las llaves, iré a buscarlo.
El puso una mano en el bolsillo y sacó un manojo de llaves. Se las entregó con un
gesto arrogante.
—Tráelo entero, por favor.
Chandra lo miró con cara de pocos amigos.
—No soy yo la propensa a los accidentes —Le recordó.
Minutos después estacionó el Trans Am frente a la iglesia. Esperó que Garrett se
acercara, a los saltos, y subiera al auto.
—Te llevaré al hospital, pero no tengo intenciones de hablarte —le dijo fría, y
arrancó.
—Si quieres comportarte como una criatura, no puedo evitarlo —le dijo él, y se
agarró fuerte cuando ella golpeó el cordón al doblar para tomar la Main Street.
—Ni se te ocurra decir algo —lo amenazó—. Nunca conduje uno de estos.
—¡Fantástico! —dijo él.
Chandra manejó hacia el hospital en completo silencio. Sólo se oía alguna de las
acostumbradas expresiones de Garrett cuando ella cometía algún error. Lo miraba de tal
forma que él no se animaba a hacer ningún comentario. Ella sentía que las lágrimas
afloraban otra vez. Se regañaba por dentro por tratarlo en esta forma. No sabía qué se
apoderaba de ella cuando estaba con él. A la persona que más amaba trataba de la peor
forma. Treinta minutos antes había pensado que se arrojaría en sus brazos pidiendo que la
amara. Ahora, iban en el auto, como dos momias, uno pensando en el otro, pero no como
era de imaginar en dos personas que se quieren. Detuvo el auto frente a la entrada de
emergencia, y una enfermera se acercó con una silla de ruedas al ver que Garrett se movía
en un pie.
Chandra se quedó en la sala de espera.
Treinta minutos después, la enfermera lo trajo en la silla de ruedas para dirigirse a
la sala de rayos X. Pasados cuarenta y cinco minutos volvieron. La enfermera le sonrió al
pasar a su lado. Volvían a la sala de guardia.
—Me temo que se rompió el tobillo —le dijo amablemente—. El doctor le pondrá
un yeso. No es necesario que el señor Morganson pase aquí la noche. Puede llevarlo a
casa.
—Gracias —dijo Chandra—. ¿Está bien?
—Le duele un poco, pero es normal. ¿Toma un café? —le ofreció.
—No, gracias, esperaré aquí.
—Preguntó si usted lo vería ahora. —Se puso las manos en el bolsillo de su
guardapolvo.— Puede pasar y quedarse con él. El doctor tardará un ratito más.
Chandra se dirigió hacia la puerta. Había desaparecido la furia, su actitud
inmadura. Quería verlo, decirle que lo amaba, estaba cansada de tantas discusiones, y
sólo quería estar con él ahora.
Pasó por las puertas vaivén y se acercó a Garrett. Una enfermera gorda le levantó
la manga de la camisa y le insertó una aguja en el brazo izquierdo. Otra enfermera
desapareció detrás de un biombo. El levantó la mirada, y encontró los ojos de Chandra. En
esa mirada había un pedido de tregua. Sintió algo que no podía negar: lo amaba. Se acercó
a él y le dijo:
—Hola.
El sonrió y le tomó una mano.
—Hola —le devolvió el saludo.
Ella vio que estaba pálido, su rostro demostraba dolor.
—¿Estás bien? Dijo la enfermera que te dolía un poco. —Chandra sintió que se le
aflojaban las piernas. ¿Cómo podía haber pensado en escapar de él? Era todo para ella, su
sola presencia la llenaba de felicidad.
—No duele tanto... ahora que estás aquí —le dijo, mirándola directo a los ojos.
—Siempre estaré aquí, Garrett —admitió finalmente, el amor brillaba en sus ojos
—. Quiero que sepas que iré a vivir contigo. No puedo seguir riñendo contigo. Te amo
demasiado como para negar que podemos ser felices. Si la oferta todavía está en pie,
acepto humildemente. Quiero estar contigo mientras me ames. —Hablaba en voz baja, no
dejaba de mirarlo.
—¿Sabes cuántas noches he pasado despierto imaginando que me decías eso? —
Garrett la miraba de la misma forma en que ella lo miraba.
Las enfermeras abandonaron la sala, los dejaron a solas.
—Siempre supiste que te amaba —le susurró ella tímidamente, deseaba que la
tocara, deseaba sentir el calor de sus manos otra vez.
—Me has dicho lo que yo quería oír, pero tienes puesta la sortija de otro hombre.
—No amaba a Philip en la forma en que te amo a ti, Garrett.
Chandra se acercó y lo rodeó con los brazos.
—Sabía que tenías dudas sobre esa boda, pero honestamente, no sabía si te
casarías con él o no —le dijo sinceramente, la tomó de la cintura para atraerla hacia él.—
Tenía que estar seguro de que romperías ese compromiso antes de entregarte mi corazón.
Tenía que hacerlo, Chandra.
—Yo sabía que no me casaría con Philip. Lo supe la primera mañana cuando el
señor Rhodes pasó a buscarte. Pero, me obligaba a creer que sí me casaría con él. Sabía
que dentro de mí siempre estaría un piloto de pruebas de ojos azules, que se había
adueñado de mi corazón —confesó, y le acariciaba la mano.
—Me destrozaba, Chandra, cada vez que pensaba que estarías en sus brazos.
Nunca me permití pensar que algún día serías mía. Sabía que tu fidelidad hacia Philip
combinada con tu obstinación nunca te permitirían venir a mí. Me negaba a pensar que lo
que habíamos vivido llegaría a ser algo permanente. La noche en que me enteré que
habías roto el compromiso, tuve que controlarme para no salir corriendo a la casa de tus
padres y secuestrarte. Por primera vez, tuve esperanza, Chandra. Allí empecé a pensar
que podíamos tener un futuro juntos.
—¡Garrett! —exclamó—. ¿Si realmente sentías eso, por qué no viniste? ¿Por qué
esperaste tanto?
—Te olvidas, yo traté de verte, llamé dos veces, y tú te negaste a atenderme.
Luego, bueno, sentí un poco de orgullo. Creí que si me amabas tanto como yo a ti,
finalmente, te darías por vencida y vendrías a mí. Sabía que tenías plazo hasta hoy para
tomar una decisión. Luego, me ocuparía de ir a buscarte. No iba a dejarte ir a Kansas, de
ninguna manera.
Chandra sonrió, sus ojos brillaban con lágrimas.
—Me pusiste a prueba y te fallé. Siempre te dije que te amaba, que podías confiar
en mí, que no te lastimaría, y fallé. Lo lamento, realmente, lo lamento. —Hundió la cara en
su cuello, otra vez sentía el aroma familiar.
—Estoy dispuesto a dejarte pagar la deuda —la estrechó en sus brazos—. De aquí
en más te avisaré cuando ponga a prueba tu amor. Así prepararás tu actuación para
hacerme creer que eres mía... sólo mía. —Ella gemía, la abrazaba con tanta fuerza que casi
la partía en dos.
—Ah, Garrett —murmuró, las lágrimas mojaban el cuello de Garrett—. Quizá te
fallaré muchas veces, cuando deba decirte te amo y no lo diré, pero nunca te fallará mi
amor. Estará siempre vivo y fuerte, te lo diga o no. Sé que no tienes razón para confiar en
ningún amor, pero te prometo que el mío es para siempre.
Ella le tomó la cara y derramó algunas lágrimas.
—Y te agradecería que me besaras y me ayudaras a tranquilizarme —susurró entre
sollozos.
—Será un placer, mi dulzura. Será un placer. —Sus labios se encontraron como
sello de ese amor. Garrett se nutría del amor que Chandra le ofrecía. Hacía tiempo que no
la tenía así entre sus brazos, y no dudó en demostrarle toda la pasión que sentía.
Chandra se entregaba, su corazón estaba en éxtasis, sus manos le acariciaban el
cuello. Sabía, no tenía dudas de que había tomado la decisión correcta. Su madre había
tenido razón, como siempre. Si dos personas se aman realmente, valen la pena los
sacrificios. Si él le daba sólo un mes de toda su vida, ella lo tomaría y lo disfrutaría con la
misma intensidad que si hubiera vivido con él toda la vida.
—Creo que es hora de que te pregunte lo que he estado tratando de preguntarte
toda la noche —murmuró con ternura, le besó los ojos, para detener esas lágrimas.
—Estuve en el departamento de aprovisionamiento, señor Morganson, y tiene
suerte, queda un par de muletas, eh, perdón —dijo la enfermera al entrar a la sala.
—No es nada —Garrett respondió calmo, sus ojos miraban a Chandra.— Esta es la
dama sobre la que le hablé.
—Ah, sí. creo que debo felicitarlo —sonrió—. Así que usted y el señor Morganson
van a casarse en la víspera de navidad.
Chandra miró a la enfermera muy sorprendida; se dio cuenta de que ésta no era la
enfermera que los había atendido antes. Luego, miró a Garrett que tenía una expresión
picara en su rostro.
—¿Es verdad?
—Eso es lo que estuve tratando de decirte toda la noche, mi amor. Si no fueras tan
terca, te habrías enterado hace algunas horas.
—¿Me querías decir eso? —le dijo sin entender—. ¿No deberías pedírmelo? —
Estaba temblando, su pulso se había acelerado: le estaba pidiendo que se casara con él.
—No —susurró él, y acercó sus labios a los de ella—. Te lo quería decir. Aunque
tenga que arrastrarte hasta el altar, te casarás conmigo. Tendrás tu boda el treinta y uno.
Pero esta vez, en lugar de un hombre amable, seguro, como Philip, habrá un hombre alto,
sumamente bien parecido, malhablado, de pie a tu lado, cuya vida no tendría sentido sin
ti. —La besó, en sus labios se leía que adoptaba esa actitud altanera porque no sabía
cómo expresarle el profundo amor que sentía por ella.
—No puedo creer que me estás pidiendo que me case contigo. —Lo abrazó.— ¿De
veras, esto es lo que quieres? Te aseguré que viviría contigo si así lo quisieras. Nada de
ataduras, obligaciones... —La boca de Garrett no le permitió seguir hablando.
—Espero que tengas alguna forma especial... única de hacerme olvidar todo lo que
dije acerca del matrimonio —le sugirió al oído; le hablaba en voz baja para que la
enfermera no oyera.
—Pensaré en algo mientras te ponen el yeso —le respondió con voz seductora. Le
tocó la oreja con la lengua.— Dile al doctor que se dé prisa.
—Quizá, me dejarán ponerlo a mí —le susurró, sus manos le acariciaron un seno
cuando ella se inclinó sobre él—. Les diré que tengo negocios urgentes que atender.
—Te amo, te amo, te amo —dijo Chandra. Lo sorprendió con un beso apasionado,
y le mordió el labio—. Ah, mi amor... lo lamento. —Dijo Chandra al ver un puntito de
sangre en el labio.
El se limpió con la mano y luego se miró la manchita de sangre.
—Perdona, Garrett, soy tan torpe. —Chandra se quedó a su lado, se frotaba las
manos nerviosa. ¿Cuánto más tendría que soportar este pobre muchacho?
—No —dijo Garrett calmo—, no te hagas problema. ¿Qué tiene una herida más?
Estoy tan feliz esta noche que hasta no me importaría si me atropella un camión.
Chandra y Garrett miraron a la enfermera, y al mismo tiempo le preguntaron:
—¿No hay camiones por aquí a esta hora de la noche, verdad?
La enfermera rió.
—No, que yo sepa.
Chandra se volvió a Garrett, y le limpió algunas gotitas de sangre que salían del
labio.
—Mi amor, te prometo que cuando nos casemos, te vigilaré más de cerca y... te
prometo que aprenderé a cocinar bien.
—Yo prometo que cambiaré mi lenguaje cuando esté contigo, y no me enojaré por
pequeñas cosas. —Le dijo mientras ella seguía limpiándole el labio.
—Y yo no lloraré tanto, sé que eso te pone mal, aprenderé a controlar mis
reacciones. No te arrepentirás de haberme pedido que me case contigo, Garrett —le
aseguró, tras enunciar todos sus puntos débiles—. Hasta aprenderé a jugar al póquer.
—No es necesario —le dijo y le tomó una mano—. No quiero que cambies, en
absoluto. Por lo que a mí respecta, como dice la canción, "para mí estás muy cerca de la
perfección". Tus manos son muy pequeñas para sostener todo mi mundo, pero te lo daré
de todos modos. Te confío mi felicidad futura. Todo lo que quiero de ti, es tu amor. —Sus
ojos se oscurecían— Y lo quiero para el resto de mi vida. Habrá sólo una mujer en mi vida,
y a esa mujer le he pedido matrimonio. Aún no escuché su respuesta.—Ella te responde sí,
sí, una y mil veces —le dijo con una sonrisa radiante.
—Perdón por la interrupción —dijo la enfermera—, no habíamos tenido nada
sorprendente en esta sala desde el verano pasado cuando trajeron en un autobús a la
colonia nudista, pero... me temo que ha llegado el doctor.
—Me esperarás, ¿no? —Garrett no dejaba de mirarla.
—Toda la vida —le respondió y lo besó con ternura.
Parecía que había pasado horas cuando Garrett reapareció por la puerta de la sala
de guardia. Se movilizaba con la ayuda de un par de muletas, y en una de ellas llevaba un
globo amarillo.
Chandra se puso de pie de un salto, y lo tomó del brazo para guiarlo por el
corredor. En los pasillos había silencio, los pacientes se preparaban para dormir, todo el
edificio estaba calmo.
—¿De dónde sacaste ese globo? —se burló Chandra. —Esa maldita enfermera es
tan payasa como tú —dijo y se movía con dificultad—. Creo que con lo que cobran aquí, te
quieren enviar a casa con algo más que un dolor en... —la miró a Chandra y agregó—,
vamos.
—¿Te duele todavía? —le preguntó y lo tomó del brazo.
—Un poco. No sé, Chandra, pero todos estos accidentes me han desconcertado.
Siempre me jacté de ser cuidadoso, nada arriesgado, pero todo lo que ha ocurrido está
más allá de mi control —dijo algo preocupado, mientras caminaban hacia la puerta.
—Quizá sea uno de esos momentos en la vida en el que ocurren cosas extrañas —
le dijo tratando de suavizar las cosas. Lo tomó del brazo con firmeza; el pie sano pisó un
trozo de hielo en la entrada—. Le ocurre a todo el mundo. Quizá no vuelva a pasar. —Le
aseguró.
—No sé —dijo él con voz cansada, y se aferró a las muletas para no perder el
equilibrio.
—Quizá.
Chandra se detuvo para mirarlo, lo abrazó, sentía admiración por él.
—No importa lo que pase, estaré a tu lado. Cuidaremos uno del otro. Eso es lo
único importante, ¿no es verdad? El le sonrió y se inclinó para besarla.
—Sí, eso es lo que realmente importa... mi dulce mujercita. ¡Cuidado con mi labio!
—le advirtió, al tiempo que esas dos bocas se encontraban en un beso que significaba
muchas promesas para un mañana brillante.

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