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“¡No le despreciéis!

¡Acaso

En su cerebro de infante

Guarda el sol que se levanta

Para alegrar nuestro caso

Es pobre, mas de dolor

El genio a la gloria sube,

Cual del roció la nube

Como del alma el amar

Su madre, al verle llorar,

Le dejó en la frente impreso

Como un escudo, su beso

Para que pueda luchar…

En su ruta solitaria

No le neguéis un cariño;

Que la lágrima del niño

Tiene sabor de plegaria

¡Amadle! Porque, en verdad,

Cual vuestros hijos pequeños,

Ese niño tiene sueños

Que abarcan la inmensidad;

Como los vuestros, ansia

Sin darse cuenta, un laurel,

Y largas horas de miel

Y triunfos de bizarría…”

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