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Javier Ros Codoñer
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1. La familia en la revelación....................................................................................9
“Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí, desde tantas
partes del mundo, como una comunidad que agradece y da testimonio con
júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para
amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera
de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona
aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su
solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. Así
lo enseña en su Magisterio: “Dios, que es amor y creó al hombre por amor,
lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el
matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, ‘de manera
que ya no son dos, sino una sola carne’ (Mt 19,6)”. Ésta es la verdad que la
Iglesia proclama sin cesar al mundo.
Mi querido predecesor Juan Pablo II, decía que “el hombre se ha convertido
en “imagen y semejanza” de Dios, no sólo a través de la propia humanidad,
sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer
forman desde el principio. Se convierten en imagen de Dios, no tanto en el
momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión”. Por eso he
confirmado la convocatoria de este V Encuentro mundial de las familias en
España, y concretamente en Valencia, rica en sus tradiciones y orgullosa de la
fe cristiana que se vive y cultiva en tantas familias.”
por Dios desde el principio, esto es, desde la creación del vínculo que liga al
hombre a su mujer y que es más imperioso que los vínculos mismos de sangre
que lo ligan a sus progenitores, es la monogamia: “Por eso deja el hombre a
su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn
2,24). No hay duda de que en el relato del Génesis se presenta el matrimonio
monogámico como conforme con la voluntad de Dios. No obstante, la Biblia
presenta casos de poligamia, que está muy ligada al ideal de la fecundidad y a
la preocupación por tener una familia poderosa, hechos que hacen desear hijos
numerosos. Los patriarcas del linaje de Set son presentados como monógamos,
por ejemplo, Noé (Gn 7,7), en tanto que la poligamia hace su aparición en el
linaje reprobado de Caín: Lamek tomó dos mujeres (Gn 4,19).
En la época patriarcal, Abrahán tenía, al principio, una sola mujer, Sara,
pero, como ésta era estéril, Abrahán tomó a su esclava Agar, como se lo había
propuesto la misma Sara (Gn 16,1-2). Abrahán tomó también como esposa
a Quetura (Gn 25,1), pero esto se cuenta después de la muerte de Sara (Gn
23,1-2). Normalmente, los patriarcas siguieron las costumbres de su ambiente.
Según el código de Hamurabi, hacia el 1700 antes de nuestra era, el marido no
puede tomar otra esposa sino en caso de esterilidad de la primera. E incluso se
ve privado de este derecho si su esposa le proporciona una concubina esclava.
Incluso en estos casos, se observa una monogamia relativa: no hay nunca sino
una sola esposa titular. Pero hay otros ejemplos que rebasan este límite. Jacob
toma como esposas a las dos hermanas, Lía y Raquel, y cada una de ellas le
da su esclava (Gn 29,15-30; 30,1-9). Esaú tiene tres mujeres, las tres con el
mismo rango (Gn 26,34; 28,9; 36,1-5).
En Israel, bajo los jueces y bajo la monarquía, desaparecen las antiguas
restricciones. Gedeón tenía “muchas mujeres” y, por lo menos, una concubina
(Jue 8, 30-31). La bigamia es reconocida como un hecho legal por Dt 21,15-
17, y los reyes tenían un harén, a veces numeroso. Mucho más tarde, y de
manera teórica, el Talmud fijó el número de cuatro para un particular y de
dieciocho para un rey. En realidad, sólo los reyes podían permitirse el lujo de
un harén numeroso; las gentes corrientes debían contentarse con una o dos
mujeres.
Parece, no obstante, que la monogamia era el estado más frecuente en
la familia israelita. Los libros de Samuel y de los Reyes, que comprenden
todo el período de la monarquía, no señalan entre los particulares más casos
de bigamia que el del padre de Samuel. Así mismo, los libros sapienciales,
que presentan un cuadro de la sociedad de su época, no hablan tampoco de
poligamia. Salvo Si 37,11, los numerosos pasajes que hacen referencia a la
La familia en la revelación 15
animales, va mucho más allá del acto generativo; implica, como característica
que procede del haber sido creados a imagen de Dios, la posibilidad de
establecer relaciones de comunión personal. Dios, comunión de amor entre
Personas, deja en el ser personal que crea su impronta divina, de modo que
también la creatura, sexuada como varón o como mujer, pueda establecer una
comunidad amorosa.
La unión matrimonial es una communio personarum. La imagen de Dios
es completa en la comunión interpersonal porque Dios es comunión de
personas, de manera que el misterio de la Trinidad es el fundamento último
de la comunión personal que se establece entre los esposos. El Nosotros divino
constituye el modelo eterno del nosotros humano.
Todo lo anterior lleva a afirmar que la una caro no es cualquier tipo de
relación sexual, sino una unión sexual matrimonial y que, por otra parte, la
procreación no es el único fin de la unión matrimonial. El amor entre los
esposos los lleva a la mutua donación de sí mismos, a su realización plena como
personas en el seno de la “unidad dual” que forman; en una palabra, a vivir
el amor que procede de Dios mismo y que hace que su relación matrimonial
crezca en santidad. Esta donación amorosa se expande en la apertura a la vida
y en la recepción de los hijos. En palabras de Gaudium et Spes (nº 24): “El
hombre y la mujer, creados “unidad dual” en su común humanidad están
llamados a vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejan en el mundo
la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman
en el íntimo misterio de la única vida divina”.
parece lógico pensar que el versículo del Génesis se refiere a la íntima relación
de Cristo con su Iglesia, relación ésta que se entiende en términos salvíficos.
La originalidad del autor de Efesios consiste en haber hecho de la relación
Cristo-Iglesia un modelo normativo en el que fundar la relación entre el
marido y la mujer. Así, el versículo de Gn 2,24, que en un primer momento
se aplica a la relación Cristo-Iglesia, sirve después para aludir a la relación
matrimonial. La habilidad del Apóstol ha consistido en partir de la realidad
humana del matrimonio como unión conyugal creada por Dios, para aplicar
el esquema de esa unión a la relación esponsal que se establece en la otra
realidad que forma Cristo en unión con la Iglesia.
Esta relación matrimonial, inserta en la relación salvífica de Cristo con la
Iglesia, justifica la consideración del matrimonio como sacramento.
la idea primitiva del matrimonio, tal como Dios lo había concebido, pues “al
principio no fue así”. Jesús, en conclusión, devuelve la relación matrimonial a
su situación de origen divino, que seguía teniendo vigencia en época de Jesús
igual que la sigue teniendo hoy en día. La indisolubilidad del matrimonio
que se deriva de la especial relación que produce la una caro y todo lo que ella
lleva aparejado (no es mera relación sexual) es característica irrenunciable del
matrimonio. Ésta es la situación que, en consonancia con las afirmaciones de
Jesús, defiende la Iglesia Católica.
Explicación aparte merecen los incisos de Mateo, 19,9 y 5,32. En ambos
parece, a simple vista, que la fornicación de la mujer pueda ser un motivo que
justifique el divorcio. Sin entrar aquí en un análisis exhaustivo que excedería
los límites de este cuestionario, hay que decir que la exégesis de estos incisos
ha dado lugar a interpretaciones muy distintas. Por ejemplo, hay quienes
consideran (los griegos separados y la mayor parte de los protestantes) que los
incisos prevén una excepción a la regla general en el contexto y así piensan que
el divorcio completo, con segundo matrimonio, viviendo la mujer repudiada,
estaría permitido en el caso de adulterio de la mujer repudiada. Pero esta
solución no es verosímil si nos atenemos al contexto: Jesús se pone por encima
de las discusiones de las escuelas rabínicas, de modo que no parece lógico que
acabe mostrándose partidario de la opinión de Samay que sólo autorizaba
el divorcio en caso de adulterio de la mujer. Los críticos neoprotestantes y
modernistas interpretan que el sentido de estos incisos es tan contrario al
conjunto de la doctrina de Jesús sobre el matrimonio que deben ser una
interpolación redaccional del evangelista que pretende acomodar el mensaje
evangélico a destinatarios judeo-cristianos que no habrían renunciado a ciertos
usos mosaicos antiguos. Esta interpretación atenta contra la inspiración de la
Sagrada Escritura, pues lleva a admitir que se pueda falsificar la enseñanza de
Jesús.
Algunos exégetas modernos piensan que las preposiciones μ y ὸς,
del texto griego de Mateo 19,9 y 5,32 respectivamente, que, a primera vista,
parecen indicar una excepción, no tienen aquí realmente este sentido. μὴ, en
19,9, ha de entenderse como negación prohibitiva: “Todo el que repudia a su
mujer – ni siquiera por… –”. Παρεκτὸς, además del sentido excluyente de
“fuera de”, “excepto”, tiene un sentido incluyente de “además”, “incluso”, que
es el que aparece en 5,32: “Todo el que repudia a su mujer – aun en caso de…
–”. Se ha determinado también el sentido de la palabra πορνεία, de modo que
no designaría en los incisos el adulterio, como se piensa comúnmente, sino el
estado de concubinato, una unión que es matrimonio no real sino aparente o,
lo que es lo mismo, falso matrimonio, nulo y, por tanto inválido. En el caso de
22 María Luisa Viejo
esta unión irregular, no sólo se puede sino que se debe “despedir” a la mujer;
es necesario que el hombre se “separe” de su compañera, y una segunda unión,
en este caso matrimonial, es posible porque la primera unión no fue verdadero
matrimonio.
En conclusión, uniendo el sentido de las partículas y el de la palabra
πορνεία, la traducción de los incisos sería la siguiente:
“Todo el que repudie a su mujer – excepto en caso de concubinato (en el
que, evidentemente, es preciso despedirla) – la hace adultera” (5, 32).
“Todo el que repudia a su mujer – no en estado de concubinato (es decir,
no de falsa esposa que, evidentemente, debe ser despedida) – y se casa con otra
comete adulterio (19,9).
Los cuatro textos, con los dos incisos, tienen que ser leídos en el contexto
general de la doctrina del Nuevo Testamento sobre el matrimonio y en el
ámbito de la tradición eclesial. La exigencia de Jesús, en el contexto en el que
hace su intervención referida al matrimonio, es la indisolubilidad de la unión
matrimonial.
la superioridad del marido, sino como una forma de actuar según el modelo
de Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre y que entendió la soberanía
como servicio fraternal.
En Ef 5, 22 y 24, se exhorta a las mujeres a estar sumisas a sus maridos
“como al Señor”, expresión que acentúa la referencia a Cristo, dotando al
sometimiento de las mujeres a sus maridos de una estrecha relación con la
sumisión de todo cristiano a la voluntad de Cristo, en el sentido de que todo se
lo debemos a Cristo porque de Él viene la salvación. A diferencia de Colosenses,
Efesios da la razón que justifica el sometimiento: “porque el marido es cabeza
de la mujer” (5,23). Esta frase ha sido piedra de choque que ha originado no
pocos problemas. Pero, cuando nos preguntamos qué ha querido expresar san
Pablo con esta afirmación, no podemos desligar la frase del contexto en el que
está situada, porque de él depende su interpretación.
La afirmación de que Cristo es cabeza de la Iglesia explica el modo en
el que debe entenderse que el varón es cabeza de la mujer. En resumen, las
afirmaciones del Apóstol vendrían a decir: “el varón es cabeza de la mujer de la
misma manera que (en la forma en la que) Cristo es cabeza de la Iglesia”. Esto
pone de manifiesto la referencia fuertemente cristológica que envuelve esta
exhortación a las mujeres. La cuestión crucial es entender qué supone para la
Iglesia – y por ende para la relación marido-mujer – que Cristo sea su cabeza.
La supremacía de Cristo se ejerce en términos salvíficos, de modo que el título
de “salvador” explica esencialmente que Cristo es cabeza de la Iglesia porque la
ha redimido entregándose por ella. La grandeza de su “ser cabeza” corresponde
a la grandeza del servicio. Obviamente, esta presentación de la capitalidad de
Cristo hace que la relación marital, en la que el marido es cabeza de la mujer,
sufra una sacudida, porque no se está tratando de defender aquí una simple
autoafirmación del marido, sino una donación amorosa como servicio.
La importancia que cobran los términos de “sumisión” y “amor” transciende
el significado que tenían en la sociedad pagana y entran en una dimensión
salvífica importantísima, ya que se llenan de un contenido nuevo, capaz de
expresar la relación que vincula a la Iglesia con Cristo.
LA FAMILIA EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Joaquín Gil
Los sujetos del Magisterio son el Papa y los Obispos. La forma predominante
de ejercer el poder supremo por todo el Colegio episcopal es el Concilio
ecuménico, aunque puede revestir otras formas, ya que también el poder
26 Joaquín Gil
Los fines del matrimonio son el amor mutuo entre los cónyuges y la
procreación y educación de la prole. El Magisterio señalará la ordenación
del matrimonio y el amor conyugal a la procreación y educación de la prole,
ante el intento moderno de separarlos, o incluso sacrificar la procreación a las
presuntas exigencias del amor conyugal.
El primero en tratar más directamente la anticoncepción será Pío XI,
que califica como el primer error contra el bien de la prole, las prácticas
anticoncepcionistas. La contracepción es un acto intrínsecamente deshonesto
que por su objeto es culpa grave. Esta doctrina, afirma la Encíclica Casti
connubi, pertenece al depósito de la Revelación, y ha de tenerse por definitiva e
irreformable: “No puede existir ninguna razón, aun gravísima, que pueda hacer
conforme a la naturaleza y honesto, lo que es intrínsecamente deshonesto”.
La insistencia en el amor interpersonal, sobre todo a partir del Concilio
Vaticano II, podría hacer temer que pudiera quedar postergado el fin
procreativo de esa misma sociedad. Pero este temor quedó eliminado con dos
afirmaciones claras de la ordenación no solo del matrimonio, sino también del
mismo amor conyugal, a la procreación y educación de la prole.
Por ello, “no puede haber contradicción entre las leyes divinas de la
transmisión de la vida y el fomento del auténtico amor conyugal”. La sincera
intención y la apreciación de los motivos no bastan para orientarse hacia la
verdadera solución de los conflictos, sino que la índole moral de la conducta
depende de “criterios objetivos, que mantienen íntegro el sentido de la mutua
entrega y de la humana procreación en un contexto de genuino amor”. Estos
criterios han de tomarse de dos fuentes: “de la naturaleza de la persona” y de la
32 Joaquín Gil
naturaleza “de sus actos” personales, que han de mantener “íntegro el sentido
de la mutua entrega y de la humana procreación, en un contexto de amor
genuino”.
El Concilio Vaticano no entró en el tema de la anticoncepción química,
sino que dejó este tema para una enseñanza posterior del Pontífice, que
realizará Pablo VI en su Encíclica Humanae Vitae. En la transmisión de la
vida, los cónyuges no son libres de proceder a su propio arbitrio, como si
fueran señores y jueces, sino que deben adecuarse al designio de Dios Creador,
expresado en el mismo ser del hombre y de la mujer, y en su amoroso
encuentro sexual. Esta doctrina, en su principio fundamental, se resume de
esta manera: “La Iglesia, al exigir que los hombres observen las normas de la
ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto
matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida”. Y la justificación
es que “esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada
por la inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede
romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el
significado unitivo y el significado procreador”. Por esto, alterar y manipular
el gesto conyugal, contrariando el designio de Dios, no significa atacar una
“cosa”, sino que es violar la “persona” en cuanto tal.
La imposibilidad de separar esta conexión no es un hecho biológico
simplemente. Es más en este sentido existen períodos o ritmos naturales en
los que la conexión no se da. Es en cambio, una exigencia propiamente moral:
incluso en los períodos en los que la unión y procreación están en conexión,
el hombre puede (como posibilidad física) intervenir, y de hecho alguna vez
interviene, para separarlas; pero haciendo eso, contradice una exigencia de
naturaleza ética, lo cual significa rechazar el designio de Dios. Así se comprende
la “diferencia esencial” que existe entre el recurso a los periodos naturales y
el recurso a la anticoncepción. Introducirse en los periodos de infecundidad
responsablemente (por motivos razonables) es lícito. La pareja no hace otra
cosa sino insertarse en el designio de Dios Creador. Distinto es el caso de
la anticoncepción: ésta, por iniciativa del hombre –desde fuera y contra tal
designio- disocia los dos significados del acto conyugal y excluye en forma
unilateral y directa el significado procreador, y altera el significado unitivo.
Juan Pablo II mantiene firmemente lo propuesto por el Concilio Vaticano
II y después en la encíclica Humanae Vitae. Cuando los esposos, mediante
el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios
Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo
de su comunión sexual, se comportan como “árbitros” del designio divino y
“manipulan” y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona
La familia en el Magisterio de la Iglesia 33
“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Porque... Cristo, el nuevo Adán,... manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS
22).
“El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen
de Dios no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es
semejante a Dios como ser racional y libre; significa, además, que el hombre
y la mujer, creados como ‘unidad de los dos’ en su común humanidad están
llamados a vivir una comunión de amor, y de este modo, reflejar en el mundo
la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman
en el íntimo misterio de la única vida divina” (Mulieris Dignitatem, 7).
Esta expresión típica de la teología del cuerpo del Siervo de Dios Juan
Pablo II, hace referencia a la capacidad del cuerpo humano para expresar la
vocación radical del hombre y la mujer a la donación fecunda de sí.
En la experiencia de la “soledad originaria” el hombre descubre gracias a
su cuerpo su primera identidad personal como único ser sobre la tierra capaz
de autodeterminación y autoposesión. En la experiencia de la “unidad de los
dos” ligada a la diferencia sexual, el hombre descubre su vocación radical a la
donación fecunda de sí.
El significado esponsal del cuerpo es, por tanto, la vocación a la entrega de
sí que distingue esencialmente la sexualidad humana de las distintas formas
que ésta adquiere en el mundo animal. No tenemos un cuerpo porque sería
algo que nos quedaría del reino animal, del que la humanidad constituiría
el estadio más desarrollado. Si éste fuera el caso, el cuerpo sería un peso,
una traba, un resto pesado de un origen que no estaría de acuerdo con la
dignidad de lo que tenemos la impresión de ser en cuanto criaturas dotadas de
espiritualidad. Si consideramos el cuerpo de este modo, deberíamos liberarnos
40 Juan Andrés Talens
Gloria Casanova
vivida. Este volver la mirada a algo anterior, a un origen cuya plenitud ahora
se anhela, alcanza toda su significación vital cuando se inaugura la vía de la
interioridad: este origen, esta plenitud, no está más allá, sino más acá, en la
propia interioridad personal.
Así, conocer adecuadamente el amor es darse cuenta de la dimensión
restrospectiva del mismo, según la cual el amor ha intervenido en la constitución
de nuestra existencia: en otras palabras, es darse cuenta de que la “existencia
es amable”. El amor que hace amable mi existencia trasciende toda ella, pues
la ha amado haciéndola ser. Esto nos da pistas acerca de algo muy importante:
la dinámica del amor abre un acceso privilegiado al conocimiento de Dios
creador. En el fondo, como señala la filosofía medieval, el amor de Dios se
manifiesta al crear, y por tanto toda acción humana de amar tiene su fuente
en el amor de Dios que crea. Que el acto creador de Dios sea fuente de todo
amor humano determina que ningún acto humano de amar nace del vacío,
sino que hunde sus raíces en la propia estructura existencial del hombre, una
existencia que “proviene del amor y es para amar”.
En definitiva, en la medida en que el amor busca una plenitud anunciada,
una felicidad todavía no realizada pero en cierto modo tenida como posibilidad
existencial y conocida desde el anhelo, en esa misma medida el amor es vocación
porque es un quehacer, es una acción con un significado de respuesta a lo que
se ha conocido como prometido y que, por lo tanto, debe comprometer toda
la existencia. En efecto, el amor exige un compromiso vital porque lo que
el amor promete es una plenitud de vida. Podríamos preguntarnos ¿cómo
sabemos de esta promesa? Sabemos de ella porque la anhelamos, y sin este
horizonte de sentido nuestras acciones, nuestra historia, no tendrían fuerza
suficiente para afrontar los obstáculos y querer seguir viviendo a pesar de todo.
Esta necesidad vital de amar y ser amados desvela el carácter amable de nuestro
ser, pues alguien a quien se promete un bien semejante es alguien amado y
requerido para alcanzar una plenitud.
Todo lo expuesto nos permite afirmar que nuestra existencia no es la
existencia de un individuo que, una vez constituido, entra en relación con los
demás, sino que más bien sucede lo contrario: somos interpersonales, y eso
quiere decir que somos “siempre” en relación pues somos “constitutivamente”
en relación. En este sentido, la familia es la expresión más clara de la naturaleza
vocativa del amor, porque ella es el ámbito humano en el que somos llamados
a la existencia. El ámbito familiar muestra hasta qué punto el amor está ligado
a la existencia humana, hasta qué punto amor y existencia se coimplican.
Los amores familiares 49
ya que la plenitud del amor humano pasa por la progresiva apertura del eros
al ágape.
Eros es el amor desiderativo, nacido al mismo tiempo de una carencia
existencial y de una cierta nostalgia del bien que podría satisfacer esa carencia.
El eros es, por tanto, un amor tendencial, ya que nace de una atracción y
tiende a la consecución de aquello que lo atrae y que aún no posee; es un amor
“pasión” en el sentido clásico de término, según el cual el ser humano se ve
afectado (sujeto paciente). La raíz de esta carencia que el eros delata conecta
con un profundo sentimiento humano que es universal: “el hombre se siente
solo”. Solo ante el mundo, solo ante los demás hombres, incluso solo ante
sí mismo. La sensación de que somos más de lo que podemos comprender
de nosotros mismos nos lleva a sentir cierto abandono existencial, que nos
empuja a un referente de sentido que está “fuera” de cada uno de nosotros y
“antes” de cada uno de nosotros. La propia nostalgia del bien que el eros desea
define al amor erótico como una dinámica que busca ir más allá de sí misma
para dejar de ser deseo y transformarse en posesión de lo deseado, es decir,
en gozo. El gozo sólo puede darse cuando el bien encontrado realmente llena
aquella carencia existencial de la que el eros es testigo. En definitiva, el amor
eros representa la esperanza que supone saberse destinatario de un gran bien
prometido y todavía no alcanzado.
Ágape es la copertenencia en el amor; con él se inaugura una verdadera
comunión interpersonal, es decir, una convivencia en la que las acciones de
la persona que ama tienen como fin lograr el bien para la persona amada.
Es copertenencia en el amor porque, a diferencia de lo que ocurre con eros,
es necesaria una reciprocidad activa, de modo que el amor de comunión
no es posible si la persona amada no recibe el don de quien le ama como
invitación.
Eros y ágape guardan entre sí una relación intrínseca puesto que manifiestan
una única dinámica en el amor: no son dos fases, sino dos modos distintos y
necesarios para el amor humano. Es verdad que el amor de comunión tiene
unas características muy diferentes del amor desiderativo, tan diferentes
que incluso en muchas ocasiones podrían verse como opuestas. Pero tales
diferencias manifiestan la necesidad que eros y ágape tienen el uno del otro.
En efecto, el amor desiderativo “anhela” lo que aún no posee, mientras que
el amor de comunión “participa” del bien anhelado y ya en cierto modo
alcanzado. Así, el amor eros pone en el futuro su plenitud, mientras que
el amor de comunión – ágape – es plenitud y gozo en el presente; ello no
impide que el amor de comunión anhele mayor grado de comunión y, por
tanto, espere del futuro mayor plenitud, pero su anhelo siempre se asienta
54 Gloria Casanova
en una presencia y un gozo actual de lo amado. Por otra parte, el amor eros
indica incompletud, finitud, imperfección, mientras que el amor ágape
indica acabamiento, plenitud. Además, el amor eros se sitúa en el orden de la
afectación o pasión, de modo que su originarse no depende de la libertad sino
que surge espontáneamente; por ello mismo, el amor eros como tal y desde
sí mismo no implica una responsabilidad, pues propiamente no hay acción,
sino más bien reacción. Sin embargo, el amor ágape es la expresión máxima
de libertad, pues la libertad aparece en el momento en que hay una toma
de posición ante la dinámica del eros, lo que inaugura el nivel propiamente
moral del amor, en el que se da una responsabilidad en la acción y aparecen el
compromiso y la fidelidad como valores morales. Por último, el amor eros es en
su origen unidireccional, mientras que el amor ágape exige entrega y recepción
recíprocas: para enamorarme no necesito que el otro me corresponda, para
poderlo amar con plenitud sí.
que llamamos ágape, en el que el hombre y la mujer pueden afirmar: “yo soy
tu bien y tú eres mi bien”.
La copertenencia de las personas en el amor de comunión propia del
matrimonio – ágape – necesita integrar la dinámica erótica, de lo contrario se
caería inevitablemente en una relación matrimonial meramente contractual.
Por contra, un amor entre el hombre y la mujer que no se plantee un
compromiso total es un amor definido fundamentalmente como deseo, pues
supone un anhelo que se prohíbe a sí mismo la plenitud del bien que anhela y
que sólo la perfecta entrega puede realizar.
En definitiva, pretender acallar la voz del eros en aras de la consecución
del ágape supone privar a este último de la inclinación originaria que le
permitía atisbar el verdadero sentido del amor humano. Como señala
Benedicto XVI, eros y ágape no son dos movimientos opuestos, el primero
descendente, inclinado a lo sensible, y el segundo ascendente, inclinado a la
entrega desinteresada de sí, sino las dos caras de la única dinámica del amor
humano. Frente a la visión espiritualista del ser humano que no hace justicia
a la totalidad del ser del hombre, la antropología adecuada descubre en el
eros una cierta potencia obediencial, una necesidad de apertura y docilidad a
otra instancia que la transcienda y que le oriente en la búsqueda de su fin. El
verdadero modo humano del amor eros necesita abrirse a la plenitud del ágape,
al tiempo que el verdadero modo humano de amor ágape necesita apoyarse en
el eros y servirse de él.
sexual. Esta complementariedad define el ser del ser humano varón y del ser
humano mujer. ¿Qué significación tiene esta complementariedad? No se trata
solamente de una complementariedad biológica, pues ésta sólo implicaría a la
dimensión física del ser humano, se trata más bien de una “complementariedad
personal”, esto es, que implica a toda la persona, en su doble dimensión
espíritu corpórea y que por tanto tiene su manifestación y posibilidad de
realización también en el cuerpo. En definitiva, la complementariedad sexual
es el lenguaje corpóreo de la vocación esponsal de la persona. Somos sexuados
porque estamos llamados a la entrega esponsal, realización completa de la
verdad del amor. Por ello, un lenguaje de la relación sexual que no hable de la
complementariedad sexual entre el varón y la mujer es un lenguaje equivocado,
que no hace justicia al ser de la persona humana que es varón o mujer.
Por tanto, puede decirse que las relaciones de amor entre las personas
homosexuales convierten a la persona en un sujeto abstracto, en la medida en
que hacen abstracción de la complementariedad sexual propia del significado
esponsal del cuerpo. Sacando este elemento fuera de la relación interpersonal,
impiden la entrega y recepción de la totalidad personal -en cuerpo y alma-
que caracteriza a la verdad del amor. Esto sucede incluso en las relaciones
más estables y que aparentemente verifican una entrega total de las personas
implicadas. Por ello tampoco puede haber, en estricto sentido antropológico,
verdadera fidelidad en este tipo de relaciones, ya que no hay una acogida de la
totalidad de la persona amada, sino reductiva, pues se hace abstracción de algo
esencial y constitutivo del amado. Del mismo modo que la anticoncepción
falsea el lenguaje del amor entre los esposos, pues expresa algo así como un “te
quiero toda menos tu maternidad” cuando la maternidad es una dimensión
esencial, no accidental, de la mujer, así el amor homosexual falsea también la
verdad del amor esponsal cuando dice “te quiero todo aunque nuestro amor
imposibilite por sí mismo la fecundidad propia del verdadero amor”. Este
es uno de los rasgos por los que se ve que el amor homosexual es siempre
romántico, ya que se cierra, por naturaleza y no por defecto, a la fecundidad
propia de la verdad del amor de comunión esponsal humano – ágape –.
El amor entre personas homosexuales prioriza la atracción sexual sobre la
complementariedad sexual, es decir, el elemento de complacencia, definido
sobre todo desde la esfera afectiva, sobre el elemento ontológico y de aceptación
de la realidad, que es esencialmente un acto de agradecimiento definido desde
la esfera de la libertad. En el caso de las personas homosexuales, el amor que se
tienen no reconoce el valor y significado profundo de la complementariedad
sexual varón mujer, relegando a un segundo plano esta complementariedad
por considerarla accidental, es decir, irrelevante para el amor que se tienen, o
60 Gloria Casanova
Justo Aznar
Sin ninguna duda, se puede afirmar que el periodo de la vida humana que
transcurre desde la fecundación hasta la consolidación de la implantación del
embrión en el útero de su madre, un periodo de aproximadamente 14 días,
es el momento en el que la vida humana sufre más ataques, que en su gran
mayoría conllevan la destrucción de ese ser humano naciente. En efecto, en
este periodo de la vida del ser humano, el embrión puede ser destruido como
consecuencia del uso de algunas de las técnicas de regulación de la fertilidad;
de la utilización de técnicas de procreación asistida, especialmente de la
fecundación in vitro; de las diversas de experiencias que se pueden realizar con
estos embriones, especialmente las relacionadas con la clonación humana y la
producción de líneas celulares a partir de embriones humanos clonados, y del
diagnóstico genético preimplantacional y la producción de niños de diseño. No
cabe ninguna duda, que por el número de vidas humanas que se pierden como
consecuencia de la utilización de estas técnicas, se puede afirmar, como antes
se ha referido, que estos primeros 14 días de la vida humana son el período en
que ésta sufre mayores ataques, lo cual desde un punto de vista moral viene
agravado porque dichos ataques se llevan a cabo sobre el ser humano en su
etapa de mayor debilidad y también de mayor inocencia.
Javier Ros
Hoy en día más de mil millones de niños son víctimas de la pandemia del
SIDA, de la pobreza y de los conflictos armados. La ausencia de los niños
en la escena social como protagonistas y sujetos de pleno derecho siempre
produce beneficios económicos inmediatos a quien ejerce la autoridad desde
el paradigma excluyente del “yo” y el “ahora”.
Alberto Serrano
creciente predominio de las parejas con un solo hijo. Creo que las consecuencias
de este fenómeno están todavía por explorar, pero invito a la reflexión sobre el
mismo y sobre su incidencia en el proceso de interiorización de ciertos valores
morales relevantes para la vida en sociedad como la fraternidad, la solidaridad
y la capacidad de desarrollar comportamientos cooperativos, entre otros.
Javier Ros
decir, no existe para satisfacer una función social concreta, sino que es capaz
de dar respuesta a una gama potencialmente indefinida de funciones y tareas
sociales con elevadas cotas de calidad. La familia es una relación social plena,
en un “fenómeno social total”, tal y como se ha demostrado a lo largo de la
historia.
Las principales funciones que la familia cumple en toda sociedad son las
siguientes:
No obstante junto con estas tares que la familia está llamada a desempeñar en
la sociedad y para las cuales está capacitada, existen diversas disfuncionalidades
en la institución familiar, es decir, situaciones que dificultan en gran medida o
incluso pueden impedir la puesta en activo de las funciones mencionadas.
Las disfuncionalidades son principalmente de tres tipos. Por una parte se
dan discapacidades, es decir familias que carecen de ciertos miembros y por
tanto están incapacitadas para alguna de las dos relaciones consustanciales
a la familia, la que se da entre hombre y mujer o la que surge entre las
generaciones. Las patologías son otra disfuncionalidad en el seno de la familia,
se pueden encuadrar aquí los comportamientos desviados como la violencia
psicológica o física, los abusos… Finalmente la tercera discapacidad serían los
desequilibrios familiares, que aparecen con la falta de armonía en el reparto
del poder en el ámbito privado, cuando se da el ejercicio hegemónico por
Familia y sociedad 107
parte del varón, de la mujer o por parte de los hijos, situación está última cada
vez más frecuente.
Junto con las disfuncionalidades familiares existen realidades en nuestra
sociedad que se pretenden encuadrar en el marco conceptual de la familia como
“nuevas formas familiares” y realmente no contienen elementos suficientes
para ser consideradas como tales. Ejemplo evidente de esta situación es el mal
llamado matrimonio homosexual, con o sin niños.
según la orientación sexual de cada uno. En este plano de discurso, los seres
humanos se autoconfigurarían independientemente de haber nacido varón o
mujer. La heterosexualidad pasaba a ser una de las opciones más de práctica
sexual, incluso se la llega a definir como herramienta al servicio del poder
patriarcal.
Dentro de esta línea de actuación se enmarca la eliminación del vocabulario
jurídico e institucional de conceptos como “padre”, “madre”, “esposo”, “esposa”
ya que según esta ideología, evidencian roles construidos por la sociedad
patriarcal y atentan contra la libre construcción de la realidad familiar. El
primer paso se dio en la Conferencia de Pekín y un ejemplo evidente es la
eliminación dichos conceptos en el sistema legal español o su desaparición
en diversos materiales educativos, intentando así suprimirlos del mundo
simbólico de las nuevas generaciones.
Sin embargo todo este proceso del feminismo radical ha llevado a una mayor
masculinización social y a una negación de los valores que tradicionalmente
se habían considerado femeninos, sin tener porqué serlo. Así por ejemplo, la
mujer ha tenido que masculinizarse para entrar de un modo competitivo en
un mundo laboral hecho por y para varones.
Las diferencias varón-mujer son enriquecedoras de la vida humana y
necesarias para el desarrollo armónico de la persona. A partir del Informe
Kinsey se habla de más de dos géneros sexuales: masculino, femenino, gay,
lesbiana, bisexual y transexual. No obstante los supuestos nuevos conceptos
que pretenden ampliar los añadidos al código varón/mujer no son más que
preferencias sexuales o confusiones en la identidad personal que nada añaden
al código simbólico fundamental varón/mujer. Es cierto que muchas veces
el ámbito doméstico ha ido ligado a la mujer y que las estructuras sociales,
también la familia, han sido instrumento de dominación sobre el otro, en
este caso la mujer. Se hace por ello necesario hacer de la familia espacio de
donación relacional entre hombre y mujer al servicio de la vida así como lugar
privilegiado de vivenciar modelos de masculinidad y feminidad cada vez más
humanos.
III De los principios rectores de la política social y económica, cuyo tenor literal
dice: “Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica
de la familia.”, y que es reiterado en el artículo 33.1. de la Carta de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea, de 7 de diciembre de 2000, relativo a la
vida familiar y vida profesional, todo ello, en defensa y promoción del bien
común, de la humanidad en general y de la persona en particular.
La familia, como sujeto de derechos específicos, es un centro de
imputación de derechos y deberes. Su compleja formación de la voluntad
general ha admitido diversas soluciones culturales, siendo la patria potestad
una ineluctable respuesta a la natural indefensión del niño, del menor de edad
y del incapaz. La comunión entre los progenitores es la norma suprema en el
ejercicio de la patria potestad. Cuando esa concordia no existe los problemas
abundan. La historia registra dos tipos de soluciones; el continuo recurso
a la heterocomposición (judicial, generalmente) o el voto dirimente del
pater familias. No es difícil ver como el debilitamiento de la autoridad y la
representatividad del padre se correlaciona con la destrucción o disolución de
la familia. La tradición judeocristiana y greco-romana así como otras muchas
culturas, que reconocen una mayor responsabilidad y representatividad del
padre sobre el conjunto familiar, lejos de ser un privilegio, ha sido siempre
un ejercicio de responsabilidad y solicitud por el bien común familiar, en
beneficio de la persona familiar como sujeto individual y de la comunidad de
personas que integran la familia como sujeto social.
Los derechos de la familia son reflejo de la dimensión social del ser humano
y de los derechos de la persona como individuo. Son los derechos impresos en
la conciencia del ser humano y en los valores comunes de toda la humanidad
inherentes a la familia. La procreación heterosexual y la dinámica evolutiva o
de etapas de la vida son datos incontrovertibles extraídos de la naturaleza, de
modo evidente a cualquier forma de pensar o de aproximarse a la realidad.
Los derechos fundamentales de la familia, principalmente, son los
siguientes:
Artículo 16 DUDH.
“1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin
restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y
fundar una familia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio,
durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2. Sólo mediante el libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá
contraerse el matrimonio”.
Es inalienable para los esposos, es decir, son éstos las únicas personas
legitimadas para procrear en el amor engendrando la vida, y por ende, son
los únicos sujetos activos y pasivos, constitutivos y constituyentes, del germen
originario de la institución familiar, así como aquellos a quienes les compete el
ejercicio exclusivo y preferente de los derechos y deberes dimanantes de dicha
responsabilidad.
Los esposos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad, e instalados
en la dinámica del amor y de la entrega mutua y sin reservas, por decisión
voluntaria y libre, son los que de forma exclusiva debieran convocar a la
existencia a nuevos seres humanos, quienes se verán así acogidos en el amor y
desde el amor, como la mejor garantía de su desarrollo personal equilibrado
y pleno. En palabras de Tomás Melendo: “Del amor, también del humano,
nada se entiende desde la perspectiva egotista del yo. Resulta luminoso, por el
contrario, cuando empieza a conjugarse en términos de tú. Pero no alcanza su
dimensión más cumplida, su coronamiento terminal, hasta que introduce en
su órbita las exigencias gozosas de un tercero: cuando se modula por referencia
a él”.
El efectivo ejercicio del derecho a fundar una familia del que son titulares
los esposos, es el germen originario de la denominada civilización del amor y
de la cultura de la vida, puesto que una verdadera familia no es posible sin amor
y sin vida. Sin una verdadera entrega o donación (amor y vida) de los esposos
no puede hablarse de familia. La característica principal que se desprende de
la fundación de una familia es la comunión, fruto de la entrega o donación
verdadera de los esposos. Sin comunión de los esposos no se puede hablar de
matrimonio ni de familia, sí de sociedad de intereses o de conveniencia por
124 Alejandro López Oliva y Francisco Jiménez Ámbel
Artículo 16 DUDH.
“1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin
restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y
fundar una familia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio,
durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio”.
ser amado por otras personas. De ahí arranca todo proceso educador coherente
con la dignidad humana.
La educación es principalmente un arte y todo arte requiere inspiración y
la inspiración se recibe cuando hay amor y oficio. Para que exista una auténtica
obra educativa no basta una buena teoría o una doctrina que comunicar.
Hace falta algo mucho más grande y humano: la experiencia existencial de
cercanía, vivida diariamente, que es propia del amor y que tiene su espacio
más propicio ante todo en la comunidad familiar. La educación es pues, un
proceso singular en el que la recíproca comunión de las personas está llena
de grandes significados, siendo los padres, por el mero hecho de serlos, los
primeros y principales educadores de sus propios hijos, especialmente en el
ámbito o la dimensión religioso-moral.
La estructura orgánica de la familia emerge de la comunión de personas
que al comienzo de la familia se expresa como amor conyugal, y que se
completa y perfecciona extendiéndose a los hijos con la educación, adoptando
una dinámica de reciprocidad, de manera que, los padres-educadores en
humanidad son, al mismo tiempo, educados en dicha humanidad, lo que es
expresión del principio de la cohesión familiar significado fundamental del
cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,12). El principio
de honrar simétrico existente entre padres e hijos es el reconocimiento y el
respeto del hombre como fin en sí mismo, ésta es la condición fundamental
de todo proceso educativo auténtico.
Artículo 35 CE
“1. Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la
libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una
remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin
que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”.
José Raga
vida digna. Y es, a esa renta a la que, como dato inamovible, deben someterse
las decisiones de consumir, así como en qué consumir, precisamente para
hacer efectiva la dignidad esperada de la vida humana.
Alterar ese orden natural, convertir en dato el consumo, que por su
misma naturaleza es incógnita – no podemos olvidar que no existe un umbral
predeterminado que garantice la plena satisfacción de las necesidades – es una
forma de esclavizar al hombre y a la unidad familiar a la posesión de bienes
que, en virtud del principio de escasez, se presentan en cantidades limitadas,
con lo que lo que realmente se está garantizando con tal perversión, es la
permanente insatisfacción.
Se verá de forma nítida en esos matrimonios tardíos en espera de unos
bienes que se consideran imprescindibles, y que cada año se incrementan en
cantidad y en variedad, con la absurda pretensión de que llegará un día en el
que todo se habrá conseguido, abriéndose así la puerta para la constitución de
una nueva familia en la que se viva el amor, la fraternidad, la solidaridad…
cuando quizá sea ya demasiado tarde para un proyecto tan atractivo.
La misma educación familiar con los más jóvenes, está presidida,
seguramente sin pretenderlo, por decisiones de corte economicista y
consumista. El consumismo educativo aparece desde los primeros momentos
del alumbramiento, bien es cierto que con escaso poder educativo todavía, pero
sí con un gran poder condicionante para la vida futura. Los fastos asociados
con el nacimiento de un hijo son contrarios a la grandeza de lo que supone
la presencia de una nueva persona que viene a enriquecer a la comunidad de
la que ya forma parte. Pero esos gestos de perversión del acontecimiento, son
sólo el preámbulo del consumismo educativo que se desarrollará a lo largo de
la vida del niño, comenzando, desde la temprana niñez, por sepultar al infante
con bienes superfluos a los que la escasa capacidad del niño margina pero no
es capaz de renunciar. Es esa etapa vital que podría enmarcarse bajo un lema
suficientemente expresivo: “de todo y con marca”.
El desarrollo de la vida va complicando y encareciendo aquellas atenciones
superfluas, hundiendo a la familia en la ciénaga consumista que ella misma
se proporcionó, dando lugar a una angustia permanente para mantener unos
niveles de consumo a los que no se puede acceder desde los niveles efectivos
de renta familiar. La educación consumista se extiende, como no podía ser de
otro modo, a los proyectos de vida futura de los hijos en el seno familiar. Así,
la atmósfera educativa del joven a la hora de elegir estudios, ya en la etapa
preuniversitaria pero más aún en la educación superior, es la del rendimiento
esperado de la opción determinada. La inclinación por los estudios de
elevada remuneración en el ámbito laboral es general, con renuncia, incluso
Familia y economía 135
susceptible, sin duda alguna, de ser prestado por personal contratado por un
precio – y, por otro, valorando el coste externo de la educación – identificando,
una vez más erróneamente, la educación con la enseñanza y, en ocasiones, con
la simple escolarización –, suma de costes que se compararán con la renta
esperada del miembro familiar en su actividad externa – por lo común, se sitúa
en la mujer – y si el balance es positivo se optará por subcontratar la función
familiar con agentes externos, porque los directamente responsables de aquella
función han preferido las rentas visibles externas para satisfacer necesidades
con bienes superfluos.
En mi opinión, sin dejar de reconocer la grandeza de quienes optan por
menores rentas, con restricción del consumo superfluo y gran dedicación
familiar, entristece la aceptación tan generalizada del planteamiento opuesto,
eludiendo ab initio la responsabilidad contraída con la propia familia y con la
comunidad, en la edificación de un núcleo familiar sano, célula e ingrediente
esencial para una sociedad sana.
de aplicar este método hay que preguntarse qué pretende el sujeto económico,
singularmente o agrupado en una comunidad, cuando toma decisiones en
el ámbito familiar, bien sea en cuanto al número de hijos – decisiones de
procreación –, bien en cuanto al modo de crianza o bien decisiones respecto
el tipo de educación. La respuesta no puede darse por supuesta, al menos en
una dimensión económica, al modo al que Ludwig von Mises afirma que
toda acción humana es una acción económica, porque se desarrolla con la
pretensión de mejorar. La afirmación no puede ser más válida si aceptamos
que ver nacer a un hijo, o participar en su crianza, o responsabilizarme por su
educación, me hace sentir mejor espiritualmente, humanamente, socialmente,
sin esperar otro tipo de retribución o compensación. Una variable, la de
la “utilidad espiritual” o, al menos, la de la “utilidad íntima o inmaterial”
que precisa tenerse en cuenta en actividades y decisiones se producen y se
desarrollan en un escenario de altruismo, por lo que el beneficio esperado no
es el fin que hay que relacionar con el medio empleado para conseguirlo, y del
resultado de la relación decidir si la conducta ha sido económica – eficiente
o eficaz – o, por el contrario, ha sido una conducta ineficiente y por tanto
contraria al principio de economicidad que enunciara en su momento Lionel
Lord Robbins.
Por ello, frente a mis primeras líneas de respuesta a esta cuestión, que
como tal me parece de importancia extrema, he querido matizar el error en
el que podemos encontrarnos si aplicamos una metodología económica con
aspiraciones cuantitativas, para enjuiciar las acciones de los sujetos que no
se encuentran guiados por fines económicos de maximización de resultados
tangibles y mensurables, sino por móviles que difícilmente encajarían en tales
propósitos.
Para situar con más claridad el problema sugeriría a quien acceda a estas
líneas que se pregunte a sí mismo, qué pretendía cuando en su matrimonio
decidieron concebir un hijo, con la ayuda de Dios.
¿Pensaba en las rentas que el hijo aportaría a la familia ayudando a su
subsistencia? ¿Calcularon bien el volumen de recursos que dedicaban a su
crianza y educación para asegurar un retorno acorde con las tasas ordinarias
del mercado? ¿Contabilizaron todos los costes para que, a falta de rendimiento
satisfactorio, pudiera exigirse la devolución del capital invertido? Y si se
quiere que llegue a una cuestión más provocativa, parecería económicamente
aceptable la decisión parricida del hijo, cuando los padres hubieran alcanzado
la cota máxima de acumulación de patrimonio hereditario? Para todas estas
cuestiones, el análisis económico tendría una respuesta muy nítida y evidente
que, no por serlo sería más real.
144 José Raga
esa solidaridad que, como decía Juan Pablo II en su Carta encíclica Sollicitudo
Rei Socialis, no es el tono lastimoso y estéril que puede sentirse ante cualquier
necesidad o carencia ajena, sino el empeño, la determinación firme y
perseverante de resolver aquella carencia o necesidad, poniendo lo mejor
de lo que podamos disponer. En otro lugar, y hablando específicamente de
necesidades económicas, nos dirá el recordado siervo de Dios Juan Pablo II,
que nuestra obligación en el socorro alcanza, no sólo a los bienes que excedan
de nuestras necesidades, sino también a los bienes necesarios.
Son numerosos los casos, y su evidencia eludiría la necesidad de su
mención, cómo en momentos de precariedad económica – y la humanidad
ha tenido experiencias abundantes de ello – los padres no regatean aceptar el
hambre para que los hijos puedan alimentarse. Es un ejemplo elocuente de
solidaridad.
Pues bien es evidente y a todas luces notorio, que la familia desarrolla
tareas extraordinarias en esa función social de atención, de tutela, de cuidado,
de los que carecen de lo indispensable: quizá de un oído dispuesto a oírles,
de una palabra dispuesta a mostrarles que no viven en la soledad, de una
mirada para comunicarles que su vida importa a la comunidad, de un corazón
para manifestarles el amor que la sociedad siente por ellos. Eso lo veremos
en orfanatos, en asilos, en hospitales; lo veremos con quienes deambulan sin
rumbo determinado por las calles en el frío invierno, con los ebrios, con los
toxicómanos; los veremos en la atención a inmigrantes, a reclusos, a personas
entregadas a la prostitución. Todos ellos, son también miembros de la gran
familia humana.
Pero con ser grandes todos estos servicios, cuya prestación tiene en su
fundamento esa cultura de valores familiares que une a todos sus miembros en
unos objetivos comunes, parecen aún poco si los comparamos con el servicio
que la familia presta a la sociedad con la educación de sus miembros, con la
permeabilidad de los valores humanos entre las generaciones precedentes y las
subsiguientes.
Ese testimonio que los padres transmiten a los hijos, que los nietos ven
como referente en sus abuelos, es el que hace de la familia una verdadera
escuela de humanidad, de la cual brotarán nuevos miembros para impregnar
la sociedad de paz, de armonía, de fraternidad. Sólo este camino asegura una
comunidad ausente de violencia y grande de espíritu. Este tributo, unido al
de la procreación, como previo a la educación, es el mayor de los bienes que la
familia proporciona para el bien de la sociedad.
El Estado y las instituciones en las que se manifiesta su administración,
debería reconocer lo que la familia es, y lo que la familia, precisamente por
150 José Raga
Quizá la razón hay que buscarla en la propia literalidad del termino “bien–
estar” y no tanto del que debería haber imperado del “bien–ser”. La escasa
natalidad, el temor y dudas para permitir el nacimiento de un hijo, viene a
complementarse por la elusión de responsabilidades ante la atención de los
ancianos. La falta de familia como comunidad de amor, se hace mas patente
todavía cuando observamos las muestras de insolidaridad intergeneracional.
Una falta de solidaridad que se manifiesta hacia la generación siguiente en
la escasez de nacimientos y, mas aun, en las prácticas abortivas; y hacia la
generación anterior, en actitudes como las de aparcamiento puntual – fines
de semana y vacaciones – en centros hospitalarios, o alojamiento definitivo en
residencias o asilos.
¿Tiene algo que ver en esto, el Estado de Bienestar del que disfruta la
sociedad actual? Decir que no, sería una respuesta temeraria, pues nadie
consigue aislar plenamente sus decisiones y actitudes del entorno en el que se
producen. Bien es cierto que nada semejante se proponía la edificación de la
mencionada estructura, basada en su origen en aquel Manifiesto de Eisenach,
surgido del pensamiento social de los autores que configuraron la Verein für
Sozialpolitik – Asociación para la Política Social – y que el Canciller Bismack
pondría en práctica en Alemania, para atender las situaciones de dificultad
económica personal a la que encontraba abocada una parte significativa de la
población, como consecuencia de las crisis económicas de finales del siglo XIX
y principios del XX.
Sin embargo, una cosa era las intenciones y los propósitos y otra, quizá
muy distinta, los resultados derivados de la aplicación en un momento
histórico determinado y en una comunidad específica. Quizá la novedad del
experimento no permitía vislumbrar efectos perversos como resultado de
la aplicación de un modelo que pretendía fines tan nobles. No obstante, la
experiencia hoy permite abundar en conclusiones que se habrían considerado
falsas doctrinas en cualquier tiempo pretérito.
Familia y economía 151
2. La Conciliación familiar-profesional
¿Una realidad o un cuento?
¿Una necesidad o una moda?
Hay personas que creen que el trabajo es lo más importante. Que todo
lo demás es secundario, incluso su propia familia. Pero se equivocan. Los
expertos en psicología laboral señalan que los llamados workaholics “son
victimas de su propia percepción de la realidad, que se retroalimenta a través
de su inconsciente adicción al trabajo”. Ahora mismo, el 8% de la población
activa española dedica más de 12 horas al día a su profesión para huir de sus
problemas personales, según un informe de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT).
Disfrutar del trabajo y estar comprometido con la empresa es una cosa. Ser
adicto a todo ello, otra bien distinta. En opinión de los expertos en psicología
laboral, lo que marca la diferencia entre estas dos formas de vivir una profesión
es “la manera en la que uno se siente cuando está en el trabajo, así como la
razón que le mueve a dedicar más horas y energía de las que debería”. Las
respuestas a estos interrogantes residen en el interior de cada uno, añaden
estos especialistas.
Entre los síntomas que acompañan a los llamados workaholics destaca, en
primer lugar, que la ocupación profesional es lo que más les importa. De
hecho, en los casos más extremos, es lo único que aparentemente les satisface
en sus vidas. La familia, los amigos y el deporte son secundarios e incluso
terciarios.
Para justificar sus constantes ausencias, estas personas suelen estar
permanentemente conectados con su quehacer laboral, de manera que no les
quede tiempo para nada más. Otra característica típica de estos adictos es
que se sienten culpables cuando no están trabajando. El tener que regresar a
sus hogares por la noche les incomoda y ya no digamos cuando se van con la
familia de vacaciones, de hecho en verano y Navidad se disparan el número de
separaciones a nivel mundial. Las horas dedicadas a descansar o a divertirse a
menudo, les parecen ridículas, una auténtica pérdida de tiempo.
Y así, poco a poco, los adictos al trabajo van perdiendo todas sus relaciones
sociales. Lo que les acaba uniendo a otras personas es el mero interés profesional,
que los mantiene constantemente al margen de sus verdaderos sentimientos.
En todo este proceso, debido a que los workaholics están tan centrados en
los problemas derivados de su actividad profesional, a menudo pierden toda
conciencia de lo que les sucede por dentro. Finalmente, después de varios
La conciliación de la vida familiar y laboral 159
Supondrá un coste de 61,3 millones de euros anuales (el doble del coste
actual), por las cotizaciones que dejará de percibir la Seguridad Social.
La futura ley prevé eliminar la necesidad de acreditar un periodo mínimo de
180 días cotizados en los últimos cinco años para que las madres trabajadoras
cobren la prestación de maternidad. Se crea una nueva prestación destinada
a la trabajadora que durante la lactancia (hasta los 9 meses del bebé) deba
cambiar su puesto de trabajo por otro compatible con su situación, pero no
pueda hacerlo.
La verdadera igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres tal como
promulga el mismo método Optimiza debería de buscar una participación
activa y equilibrada de ambos sexos en todas las áreas de la sociedad eliminando
todas las barreras para la participación económica, política y social. La realidad
de la empresas actual refleja una complejidad interna que evita que la igualdad
se lleve a la realidad y no sea una condición necesaria que demuestre la calidad
empresarial. Es cierto que cada empresa es un mundo, que cada empresa es
diferente, tanto en estructura como en recursos, por lo que no se pueden
poner soluciones estándar porque lo que es adecuado para unos no sirve para
otros.
Por lo tanto en cuanto a la familia se refiere la Ley de Igualdad no
cambiará la percepción que hoy se tiene en cuanto a la conciliación familiar-
profesional. Otras medidas de choque que pasan inadvertidas y que serían más
contundentes en cuanto el beneficio de la familia se obvian y éstas, a mi juicio,
de escaso valor para los beneficiarios reales, pero de alto coste económico para
las arcas del Estado, sí que se tienen en cuenta.
España es uno de los países que menos ayudas facilita para ser madre en toda
Europa. Pero, ¿qué ocurre desde el punto de vista laboral? Según el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS) , el 77,8% de los españoles opinan que las
mujeres de familias numerosas tienen cada vez más dificultades para encontrar
un empleo y lo comento desde el punto de vista de género, porque según
esta misma fuente , hoy sólo el 39,9 % de parejas se corresponsabilizan de las
tareas de la casa, cuando el 99,8% quieren la igualdad de género. A todo esto
se une que ya no sólo estamos hablando desde el punto de vista del número
de hijos sino de cuándo se tienen hijos, actividad cada vez más programada y
tardía. De hecho las madres españolas tienen sus hijos cada vez más mayores
162 José M.ª Guijarro
(pasados los treinta años). Hace apenas cinco años estaba en veintinueve, poco
a poco se está recuperando el índice de fecundidad, el cual tocó suelo en el
año 1996 (1,17) . Por supuesto, hoy , a nadie presuntamente se le discrimina
en el trabajo por su condición familiar, pero no de una forma latente sino
en muchos momentos expresado públicamente por quien tiene que tomar
la decisión de un ascenso o promoción, de un incremento de sueldo o de un
destino , lo primero que se pone en tela de juicio no es su valía profesional
demostrada sino cuál es su condición familiar actual de hecho es una evidencia
que hoy incluso cuando las personas optan por un puesto laboral, en raras
ocasiones desvelan cuál es su condición familiar o su estado civil.
Es más no sólo el riesgo es a nivel interno de la empresa sino todo lo que
lleva alrededor de ella. Cada vez más vemos que las acciones que se llevan
en pro o beneficio de la familia desde el punto de vista de ayuda económica
son contrarrestadas por otras que las neutralizan. Y me explico. Hoy para
trabajar es casi fundamental, por no decir necesario el disponer de un vehículo
propio. La deducción para familias numerosas de un 50% del impuesto de
matriculación en la adquisición de automóviles nuevos entró en vigor el 1 de
enero de 2001, después de la aprobación en el Parlamento de una enmienda
a la Ley de Acompañamiento de los Presupuestos Generales del Estado de ese
año. En un principio, el texto de la enmienda preveía una deducción del cien
por cien en el Impuesto de Matriculación para aquellas familias numerosas
que adquirieran un monovolumen. En el trámite parlamentario, se decidió
incluir en la deducción a todos los automóviles de turismo de cinco plazas o
más, y se rebajó al 50% el importe de la deducción. La lógica dice que si uno
tiene tres hijos o más no debe comprarse un coche pequeño. Por fuerza, no
se desplazará con su familia con cierta comodidad hasta que no se compre, al
menos, un monovolumen. En el 2008 se aprobó la Ley de Calidad del Aire
y Protección de la Atmósfera, que es un nuevo impuesto ecológico que grava
la matriculación de los coches según la cantidad de gases contaminantes que
emiten a la atmósfera.
La ley en su disposición adicional octava establece un impuesto especial
en la matriculación: “Los tipos de gravamen se establecerán en función de
las emisiones de dióxido de carbono por kilómetro recorrido”, de forma que
el que menos contamine no pagará nada y el que más contamine pagará el
tipo máximo. La ley incide en los impuestos de matriculación de algunos
vehículos. Las familias numerosas tienen por ley unas exenciones en el
impuesto de matriculación. Pero al generarse este nuevo impuesto, les supone
un encarecimiento de entre 1.200 y 1.500 euros de media en la compra de un
coche. La discriminación se produce porque las familias numerosas no pueden
La conciliación de la vida familiar y laboral 163
No hay que olvidar, sin embargo, que los convenios colectivos pueden
mejorar estas condiciones. Las obligaciones del empresario en lo relativo a
la mujer en periodo de lactancia son similares a las concernientes a la mujer
embarazada o que ha dado a luz recientemente. Dichas obligaciones se
desarrollan en torno a la evaluación de riesgos, la información y formación, la
vigilancia de la salud y la adopción de las medidas preventivas.
La conciliación de la vida familiar y laboral 165
Porque le faltan dos cualidades esenciales, sin las cuales – como advierte
D. von Hildebrand –, no existe amor conyugal. Estas cualidades son la
“exclusividad” y la “apertura radical al otro”.
La exclusividad no es propia de la amistad, ya que cualquiera puede tener
varios muy buenos amigos. Y, del mismo modo, nuestros amigos podemos
compartirlos con otras personas sin merma alguna de nuestra amistad.
Esto se debe a que la amistad no requiere la entrega total, que es propia del
amor conyugal. Éste, sin embargo, implica esencialmente la mutua decisión
de que “yo soy para mi amado y mi amado es para mí”, de modo que nos
pertenecemos “totalmente”. Es este deseo de pertenecer a otro exclusivamente
lo característico de la vinculación radical que es el amor conyugal. Se trata de
una vinculación personalísima, pues, no mira al beneficio psicofísico que cada
cónyuge obtiene del otro respectivamente, sino que se trata de una donación
incondicional y definitiva. Camino que ciertamente se debe recorrer.
La sexualidad que no está integrada en la entrega de “todo” el corazón
y que no expresa la apertura sin reservas al varón o la mujer que son objeto
recíproco del amor conyugal, se convierte en una acción desprovista de su
genuina intencionalidad y, en consecuencia, en una acción devaluada. La
relación sexual es la sístole del nosotros.
¿Por qué amistad + sexualidad no equivale a amor conyugal? Porque se
trata de planos distintos. Sería lo mismo que preguntar, ¿por qué una bicicleta
no equivale a un coche de carreras? Porque tratándose de dos vehículos, sin
embargo, las carreras que pueden establecer son incompatibles.
Psicología de la familia 173
6. ¿Qué es el enamoramiento?
La vida del hombre (cada día es una metáfora de su vida entera) tiene
diferentes intensidades, se parece a un baile, a una liturgia, es como un
concierto sinfónico de sonidos agudos (el día de mi boda, de mi graduación, mi
cumpleaños) y graves (la muerte de un familiar, un suspenso, una enfermedad,
Psicología de la familia 177
Herminia Cid
Son numerosos los autores que desde hace años advierten del malestar en el
que parece estar instalada la entera comunidad educativa, incluso la UNESCO
ha hablado en términos de “emergencia educativa”. Por un lado, los padres
viven el drama de no saber qué hacer con sus hijos y esperan que la escuela supla
la impotencia que sufren; por otro lado, los profesores que quieren enseñar
también sufren impotencia ya que los alumnos no quieren aprender. Muchos
alumnos están desmotivados ante contenidos fragmentados y se constata
una tendencia a relevarse contra las normas y las personas, generalizándose
los problemas de disciplina. La escuela está sometida a vertiginosos cambios
sociales: por una parte, la cultura que transmite, fundada sobre la idea de la
abolición del yo, es solidaria con el nihilismo imperante. Por otra parte, se
le pide reaccionar en contra de la degradación por medio de cursos sobre la
droga, el ambiente, la salud, la educación sexual.
Actualmente los jóvenes y los adultos viven ausentes de su propio yo, de su
propia humanidad y, esta es la hipótesis del origen último del fracaso escolar,
de la huída de la realidad, de la violencia, de la desmotivación, es decir, de
la crisis educativa: el olvido del propio yo como exigencia de un significado.
Este profundo descuido se manifiesta en una falta de compromiso con su
propia humanidad, viviendo los distintos fragmentos de la vida sin vibrar por
el descubrimiento de su significado. Entonces la vida se vuelve cada vez más
árida porque se introduce un escepticismo que paraliza la vida y no permite
establecer ninguna relación verdadera con nada, quedando sólo la instintiva
que nos deja en la apariencia. Esta debilidad, entendida como una falta de
conciencia de lo que somos, impide que la realidad y lo que en ella acontece,
sea un camino en el descubrimiento de nosotros mismos.
180 Herminia Cid
Charles Péguy afirmaba hace años que las crisis de la enseñanza no son
crisis de enseñanza, son crisis de vida. El problema de fondo es, como afirmaba
Augusto del Noce, el “nihilismo sin inquietud”, es decir, la incapacidad del
hombre de percibir la consistencia última de la realidad. Hoy en día, la relación
que establece una persona con la realidad es frágil y dado que inevitablemente
se encuentra con la finitud de la vida, no puede más que pensar que la nada
es el verdadero sentido del ser. Eliminada la pregunta fundamental sobre el
significado de la vida, el hombre sustituye dicho deseo de significado, por un
indefinido número de deseos finitos.
que uno vive, ha de comprobar lo que es bueno para él, lo que es verdadero y
justo, aquello a lo que adherirse consciente y decididamente, dejando de lado
lo caduco o lo que es fruto de momentos y circunstancias particulares.
De esta verificación se forma una conciencia crítica y, al mismo tiempo
es un método respetuoso con la identidad cultural de los pueblos, porque se
trata de invitar a cada uno a hacer cuentas con la propia tradición, partiendo
de ella. La experiencia de encuentro con otras culturas, hoy en día, hace más
clara la importancia de este método expuesto, porque respeta la identidad
cultural de los pueblos. Sólo verificando la tradición en la que cada uno ha
nacido puede producirse el diálogo que conserve toda la fuerza de la cultura
y de la historia.
La escuela nació para ofrecer la propia tradición cultural a los más jóvenes,
eran las mismas comunidades las que se organizaban para ofrecer este servicio;
por esto, la escuela ha de estar al servicio de las familias. Los alumnos que llegan
allí no son números, no nacen de la nada, proceden de familias que participan
de tradiciones. Por consiguiente, la escuela es ciertamente un lugar decisivo
en la edad más importante en que se determina la personalidad de cada uno,
debido a los descubrimientos, contactos y evoluciones que provoca.
La educación en la escuela no es un proceso paralelo a la enseñanza, sino
que se educa enseñando. Si no se realiza esta identidad, la escuela es sólo un
adiestramiento técnico y la educación un factor sentimental. La enseñanza es
la modalidad con la que se introduce en la realidad, crítica y sistemáticamente.
Se comprende de este modo, que las distintas materias sean una manera de
aproximación a la realidad y, que las disciplinas – matemáticas, literatura, física,
filosofía… –, sean educativas, porque permiten comprender el mecanismo
Familia y educación 187
propio de las cosas. Si no existiera esta relación con la realidad, las materias se
perderían en sí mismas, no tendrían ningún valor.
La educación – en el sentido de ayudar a conocer – implica en el plano
didáctico dos factores relativos al contenido que se quiere dar a conocer.
En primer lugar, la seriedad en el empleo de la razón y, por lo tanto, uso
escrupuloso de los métodos adecuados a la realidad que se quiere conocer, tal
como enseñó ya Aristóteles. Y en segundo lugar, una tensión constante hacía
la totalidad, tensión por reconducir el particular a la totalidad, leer el detalle
a la luz de la totalidad. Es lo mismo que sucede con un radio de una rueda de
bicicleta; fuera de la rueda es un trozo de alambre, sin embargo, adquiere todo
su significado en relación con la rueda y toda la bicicleta.
En nuestros días, está ausente tanto la figura del maestro como la del
estudiante. Esto se debe a que se ha afianzado en la escuela europea de los
últimos treinta años una cultura poshumanista, que ha abolido la dimensión
del hombre, primando una concepción de tipo positivista y estructuralista,
de tipo sociológico y psicológico, por la cual la dimensión libre del hombre
se diluye; la categoría de acontecimiento ha desaparecido de la Historia; la
literatura y la lingüística de tipo semiológico y estructural ha ignorado la
profundidad de la existencia. Ésta es la cultura que se transmite en el ámbito
de la escuela y de la universidad. Ha desaparecido la figura del maestro; éste se
ha convertido hoy en un técnico de la información, olvidándose su vocación
de educador en sentido fuerte.
Gracia Arolas
tiene como finalidad última reinstalar la verdad, la justicia y la paz (el perdón)
para despertar la ilusión por recuperar el amor con toda la confianza.
Es posible el cambio. Pero ellos, ¿qué quieren hacer en realidad? ¿Salir del
conflicto o instalarse en él? Es como aquel que se va cojeando al servicio de
urgencias porque ha sufrido un esguince dolorosísimo en un pie, llega y le dice
al traumatólogo: “Doctor, córteme la pierna, no puedo más”. Dice el médico:
“¡No hombre¡ Si la pierna esta sana, no se preocupe, esto con un vendaje e
inmovilización durante un mes está resuelto, luego un mes de recuperación y
listo, a correr.” Es como cuando se va al abogado a pedir la separación (corte
la relación), pero veamos primero, ¿dónde se instaló el problema? ¿Qué pasó?
¿Qué se perdió por el camino?
Las personas y con ellas el vinculo familiar son mucho más que cualquier
crisis o conflicto. Con la separación se pierden muchos bienes espirituales y
materiales es misión del orientador plasmar las consecuencias trágicas para
toda la familia que supondría la separación. El abogado, el psicólogo, el
terapeuta familiar deben actuar de orientadores familiares antes de proponer
soluciones drásticas y rápidas que en realidad no resuelven el conflicto sino
que lo cristalizan.
Cuando una persona opta por un acto violento en lugar del dialogo es
porque no sabe dialogar o piensa que no se le va a escuchar. El resultado
de las relaciones superficiales es que agostan las raíces de la conyugalidad: la
confianza, el perdón y la verdad.
1. Los genes.
Los cromosomas XX (femeninos) y XY (masculinos), están ya conformados
en el momento 0 del nuevo ser humano, es decir en el momento de la
fecundación, no obstante más de 30 genes dispersados en otros cromosomas
conformaran también la masculinidad en su caso o la feminidad.
La orientación de la familia 199
Son los padres los que deben guardar celosamente cuidando el ambiente
donde se desarrolla la persona (familia, colegio) para que estos genes se expresen
adecuadamente en un fenotipo correspondiente. El fenotipo se hará presente
indefectiblemente con rasgos morfológicos y fisiológicos (hormonales) bien
diferenciados del hombre o mujer.
La decisión sobre el sexo de las personas es una decisión cerrada ya en el
momento de la fecundación. Por lo tanto a los padres, maestros y al ambiente
social les queda como responsabilidad secundar, y no actuar de elementos
disruptivos, en el desarrollo y maduración propias de cada sexo.
Nuestro cuerpo nos profetiza. En sí mismo nos da ya la identidad. En
él reside la meta fundamental en nuestra vida terrena: el proyecto donde se
apoya lo más genuino de la existencia humana que es dejar sembrados nuestros
genes en el futuro de la especie. Esto sucede dejando ser lo que somos, siendo
biológicamente: hombres y mujeres.
2. El cerebro.
A nivel psicológico el cerebro viene bañado por las hormonas propias de
cada sexo, que unido al aprendizaje y a las experiencias en los primeros años de
la vida de 0 a 6 años irán conformando una identidad precisa. Así será de vital
importancia guardar en la infancia todo aquello que suponga una agresión
para la identidad de la persona en desarrollo: abusos sexuales, asignación
de sexo cambiado, cambio de roles de los padres, aislamiento, complejo de
inferioridad, baja autoestima, aprendizaje equívoco de las manifestaciones
afectivas arbitrarias entre personas, por ejemplo besarse en la boca los padres
y los hijos.
Es importante preservar de relaciones sexuales tempranas y educar en
la castidad hasta la completa maduración cerebral y genital. Las primeras
relaciones sexuales cuando son precoces y no adecuadas (con personas del
mismo sexo o bien con personas adultas) condicionan la identidad sexual de
un joven en un momento vital de duda existencial en todos los ámbitos de la
vida.
3. Ontológicamente
A nivel ontológico el joven debe aprender que él para qué de la sexualidad
es la familia, la entrega y donación total al otro u otra, la procreación y la
educación de los hijos.
Tener dudas no tiene mucha importancia, sí tienen importancia los hechos
y los condicionamientos familiares o sociales que persisten a lo largo del tiempo
200 Gracia Arolas
salen a trabajar o a otras actividades, o cuando los niños están enfermos. Son
menos habituales los casos de cuidados diarios como dar de comer a los nietos,
acompañarlos para ir o volver del colegio, o cuidarlos en vacaciones.
Con respecto a las razones principales por las que los mayores ayudan a sus
hijos, predominantemente se citan: satisfacción propia (58%, “Me satisface
hacer algo por ellos”), necesidad de los hijos (45%, “Porque lo necesitan”), y el
sentimiento de utilidad (21%, “Porque de esa forma me siento útil”). Sentirse
necesitado es un sentimiento crucial para el bienestar de la persona mayor.
Las relaciones entre los padres y los hijos son uno de los vínculos afectivos
más significativos a lo largo de todo el ciclo vital. Desde los primeros momentos
de vida de los hijos, e incluso antes, durante el período de desarrollo prenatal,
los padres se ocupan de cubrir las necesidades físicas y emocionales de los
hijos, procurándoles un entorno seguro y cálido donde crecer y desarrollarse
de forma óptima.
A medida que los padres avanzan en su itinerario vital, con la llegada de la
adultez tardía y de la ancianidad, se produce un mecanismo de compensación,
siguiendo la norma de la reciprocidad: al llegar los padres a la ancianidad, los
hijos intervienen dando su atención y cuidado, de la misma forma que años
atrás hicieron los padres con ellos. Las relaciones entre padres mayores e hijos
adultos jóvenes son beneficiosas para ambos: los padres se benefician de la
relación con la “generación puente” obteniendo información y consejo sobre
temas de actualidad, nuevas tecnologías, etc.; mientras que los hijos reciben de
sus padres ayuda material y consejo. Cuando los progenitores llegan a la vejez,
sus hijos han alcanzado la mediana edad y, normalmente, les ofrecen diversos
tipos de apoyo.
La circunstancia por la que los hijos adultos cuidan de sus padres mayores,
de modo semejante a como lo hacen con sus propios hijos, se ha definido con
el término rol inverso o inversión de roles, es decir, los roles se han invertido
con los hijos, siendo ahora “padres para sus padres”. La madurez filial se
alcanza cuando el hijo adulto ve a sus padres como individuos que, aunque
necesiten ayuda, siguen siendo adultos con sus propias necesidades, derechos
e historias personales. La responsabilidad filial es el sentimiento de obligación
personal hacia el bienestar de los padres que tienen los hijos adultos. Puede
implicar un sentido de obligación o disposición a proteger y cuidar a los padres
mayores, incluyendo una dimensión preventiva que fomenta la autosuficiencia
y la independencia de los mayores como por ejemplo animando a sus padres
a realizar las tareas de que son capaces, ayudándoles a encontrar tareas
enriquecedoras, y a tomar decisiones respecto a su propia vida.
Las personas mayores y sus hijos tienen contactos frecuentes, como
ya hemos comentado. Concretamente, el 37 por ciento de los hijos ven
diariamente a sus padres y/o madres, y el 40 por ciento de los padres e hijos
hablan telefónicamente a diario. En este contacto frecuente existen diferencias
en función del género de la persona mayor, de manera que las mujeres mayores
se relacionan sobre todo con aquellos hijos que tienen más cerca. Las mujeres
La persona mayor en la familia 207
mayores que tienen más contacto con sus hijos son las casadas, con una mejor
salud percibida, y que no necesitan ayuda para realizar las actividades de la vida
diaria. Además, también son las hijas las que asumen con mayor frecuencia
el papel de cuidadoras de padres enfermos o ancianos, mientras que los hijos
varones se responsabilizan de la toma de decisiones y apoyo financiero a la
familia.
Estos estilos de ser abuelo no se mantienen de forma rígida, sino que los
abuelos van modificando su comportamiento a medida que los nietos crecen.
Por tanto, no podemos hablar de un estilo clásico, sino de un patrón de
relación con los nietos, pudiendo diferenciarse tres grupos:
Con independencia del tipo de abuelo que se sea, el hecho de tener un nieto
supone la creación de una nueva relación, y una nueva posición dentro de la
familia, que puede estimular, no sólo el desarrollo de uno mismo como abuelo
o abuela, sino de los nietos/as y de la familia como una unidad. El ser abuelo
y abuela es una parte importante del ciclo de la vida para muchas personas,
tanto como experiencia personal como por su impacto en otras personas.
Como todo cambio vital, convertirse en abuelo requiere nuevas
adaptaciones, un cambio en la propia identidad y en la definición de uno
mismo. El nacimiento de cada nieto demanda una redefinición del propio
yo del abuelo, y un vínculo influido por su pasado adulto y su infancia. Se
crea un nuevo vínculo que puede ser altamente satisfactorio para el abuelo/a,
pero que también puede ser vivido como un paso más en el proceso de
envejecimiento.
Por otra parte, los abuelos pueden tener contactos más satisfactorios con
los nietos, en una relación con menos obligaciones y responsabilidad de la
que tuvieron en su relación con sus hijos. Los abuelos no tienen sobre su
relación con sus nietos el mismo control que tiene la generación de los padres
La persona mayor en la familia 211
La relación entre los abuelos/as y los nietos/as puede verse influida por
varias variables, como son: la edad de los abuelos/as y los nietos/as, el sexo
de ambos, la línea familiar, la frecuencia de contacto, y la realización de
actividades conjuntas.
En primer lugar, el rol de los abuelos como “activos”, “pasivos” o “distantes”
suele estar relacionado con la edad de los abuelos y los nietos. Es decir, los abuelos
más jóvenes y con buena salud son más activos y participantes, mientras que
los más ancianos son más pasivos y distantes. Los abuelos jóvenes y los nietos
pequeños muestran una mayor cercanía emocional, y, a medida que los nietos
crecen, tiende a instaurarse una relación más duradera y satisfactoria, más
espontánea y voluntaria, pasando los abuelos a ser confidentes y amigos. En
general, la mayoría de las investigaciones afirman que las relaciones abuelos-
nietos disminuyen a medida que aumenta la edad. Sin embargo, esto no
significa que exista un cambio, al contrario, muchas investigaciones sugieren
que las relaciones abuelos-nietos a lo largo del ciclo vital se caracterizan más
por la continuidad. En otras palabras, hay diferencias en función de la edad
en diferentes dimensiones, pero esas diferencias no se observan en lo que se
refiere a la percepción de afecto por los abuelos.
En relación al sexo de los abuelos y los nietos, numerosos estudios
revelen diferencias en la modalidad de relación. Estas diferencias se centran,
fundamentalmente, en la percepción de afecto y admiración, ya que, en
general, las nietas refieren una mayor percepción de afecto que los nietos y
ven a las abuelas más afectuosas que a los abuelos. En cuanto a los roles de los
abuelos, podemos decir que mientras el abuelo ejerce de “ministro de asuntos
exteriores” (su papel es más instrumental), la abuela ejerce de “ministra del
212 Mari Paz Calatayud
interior” (con un papel más expresivo). En general, las figuras del abuelo y la
abuela poseen gran importancia como personas significativas en el desarrollo
de las chicas, en tanto que no pueden ser consideradas en igual medida en el
caso de los chicos adolescentes. Además, las abuelas se sienten más satisfechas
con su papel que los abuelos, puede que por su mayor experiencia con las
relaciones familiares íntimas.
En tercer lugar, en lo referente a la línea familiar, la mayor parte de los
estudios consideran relevante el papel de los abuelos maternos respecto a los
abuelos paternos, y es la abuela materna la que obtiene puntuaciones más altas
entre los cuatro abuelos. Por tanto, los abuelos maternos desempeñan un rol
más significativo en la vida de sus nietos que los paternos dado que suelen ser
más cercanos para los nietos, y tienden a participar más en épocas de crisis,
siendo la relación más fuerte y con mayor contacto, la que mantienen los nietos
con la abuela materna. A este fenómeno se le ha denominado “inclinación
matrifocal”, donde las generaciones suelen estar más íntimamente unidas por
la rama materna).
Con respecto a la frecuencia de contacto, se ha observado que influye sobre
el grado de satisfacción experimentada por los protagonistas de la relación
(abuelos y nietos), sobre la tolerancia recíproca, y sobre la percepción de
utilidad e importancia de la misma interacción. Evidentemente, la mayor parte
de los abuelos mantiene contacto con los nietos cuando las circunstancias lo
permiten, pero la mayoría de los nietos identifican como abuelos cercanos
emocionalmente a aquellos que, de hecho, son también cercanos físicamente
puesto que viven en la misma ciudad o, incluso, en la misma casa. Los nietos
que eligen a sus abuelos como favoritos suelen vivir en el mismo pueblo o
ciudad, y se considera que tienen mayor influencia sobre ellos que los que
viven a distancia.
Por último, la realización de actividades conjuntas, se ha podido constatar
que la realización de actividades comunes favorece la creación de lazos más
estables y duraderos entre los abuelos y los nietos, y aumenta en ellos la alianza
y la complicidad. Estas actividades conjuntas pueden ser clasificadas en dos
tipos: actividades lúdicas y de ocio, que proporcionan una satisfacción en la
relación, son más distendidas y actividades de atención y cuidado del abuelo
hacia el nieto, que comportan una responsabilidad y un compromiso por parte
del abuelo. Como es lógico, el tipo y frecuencia de estas actividades variará
según la edad y el sexo del nieto y del abuelo, pero, independientemente de
estas variables, la actividad que aparece con más frecuencia es la conversación
acerca de muchos temas como son la vida pasada del abuelo, sus experiencias
de la vida, del colegio de los nietos, sus amistades, deportes, etc.
La persona mayor en la familia 213