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La Alianza -II-

Diácono Orlando Fernández Guerra

Al cumplirse tres meses de la salida de Egipto, el pueblo de Israel llegó al desierto del
Sinaí, y acampó al pie del monte que lleva el mismo nombre (Ex 19,1). En aquel lugar iba a
producirse la gran manifestación de Dios. Este suceso tuvo tal importancia para la historia de
Israel, que las tradiciones relativas al Sinaí abarcan en la Escritura un bloque de enseñanzas
que van, desde el capítulo 19 del libro del Éxodo, todo el libro del Levítico, y hasta el capítulo
10 versículo 10 del libro de los Números. Exactamente 59 capítulos, con 1967 versículos
dedicados a la alianza sinaítica. En ningún otro lugar del Antiguo Testamento hay un cuerpo
de tradición tan gigantesco, referido a un solo acontecimiento.
¿Qué fue lo que en realidad ocurrió allí? La Biblia nos cuenta que Dios se presentó al
pueblo desde la cima de la montaña, luego de tres días de purificación, dada la santidad de
su presencia (Ex 19,10-15). Nadie debía acercarse bajo pena de muerte (Ex 19,12-13). Esta
revelación nos es descrita de la siguiente manera: “Al tercer día por la mañana hubo truenos
y relámpagos y una nube espesa en el monte, mientras el toque de la trompeta crecía en
intensidad, y el pueblo se echó a temblar en el campamento... El monte Sinaí era toda una
humareda, porque el Señor bajo a él con fuego; se alzaba el humo como de un horno, y toda
la montaña temblaba” (Ex 19,16-18).
Esta estremecedora descripción, hecha a base de fenómenos naturales: truenos y
relámpagos, fuego y humo, sonar de trompetas, temblar de montañas y una nube espesa
que lo dominaba todo, era la manera ordinaria como los hombres del Antiguo Testamento
imaginaban la presencia de Dios (Sal 18,8-15; 29,3.7-8; 46,7; 68,34; 83,15-16).
Por todo el campamento cundía el miedo (Ex 19,16). Y Dios dijo a Moisés: “Baja al
pueblo y mándales que no traspasen los límites para ver al Señor, porque morirían
muchísimos” (Ex 19,20). El Señor se manifiesta poderoso, impresionante, inaccesible.
Impresiona tanto, que provoca temores de muerte.
El libro añade: “Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de
trompeta y la montaña humeante (…) Y dijeron a Moisés: Háblanos tú y te escucharemos;
que no nos hable Dios, que moriremos. Moisés respondió al pueblo: No teman, Dios ha
venido para probarlos para que tengan presente su temor y no pequen” (Ex 20,18-20). El
relato termina diciendo escuetamente: “El pueblo se quedó a distancia y Moisés se acercó
hasta la nube donde estaba Dios” (Ex 20,21). Con este relato se nos cuenta, la gran
manifestación de Dios, en el contexto de la Alianza Sinaítica.
Pero no es la única Alianza que Yahvé hace con su pueblo. En el libro del Génesis,
Dios hace alianza con Noé después del diluvio, cuyo signo visible es el arcoíris (Gen 9,11-
13). Con Abrahán pacta el Señor una alianza, cuyo signo es la circuncisión (Gen 17,10-13).
Después del Sinaí, vuelva a ratificar su alianza con David, prometiéndole un descendiente en
el trono, como garantía de continuidad de la vida religiosa nacional. Pero la Alianza por
excelencia, es la del Monte Sinaí. Ésta será para los israelitas, la referencia continua de la
gloria de Dios, en medio de una experiencia sensible y concreta.
Yahveh y el pueblo han quedado unidos por la misma sangre, por la misma vida, son
como miembros de una familia: “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Jer 7,23; 30,22;
Ez 36,28). Con motivo de esta alianza, el Señor dio a su pueblo una Ley fundamental: el
Decálogo, o Diez Mandamientos, que contienen algunas exigencias y normas de vida para
las relaciones con Él y la convivencia entre los hombres.

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