Вы находитесь на странице: 1из 11

JESÚS G.

MAESTRO
Entrevista realizada por MONTSE FERNÁNDEZ CRESPO

«El arte, si no tiene ideas, no es arte.


Y la poesía, sin ideas, es simplemente un
sonajero»
          

Jesús G. Maestro (1967) es un teórico de la literatura que ejerce como profesor en la


Universidad de Vigo. Desde 2016 es director de la Cátedra de Filosofía Cervantina de
la Facultad de Filosofía de León (México). Es también editor y fundador de varias
revistas científicas (Theatralia, Anuario de Estudios Cervantinos, de las que es director,
y Crítica Bibliográphica). A partir de las ideas de uno de los mayores filósofos del siglo
XX, Gustavo Bueno —creador del materialismo filosófico—, ha construido una teoría
de la literatura cuya expresión más consistente es la monumental Crítica de la razón
literaria (2017), su obra más reciente, editada en tres copiosos volúmenes por Editorial
Academia del Hispanismo. Son muy visionadas asimismo las sesiones, charlas y
conferencias que cuelga en su canal de Youtube: un moderno sistema de difusión que
alcanza miles de visitas y que ha ayudado a expandir sus innovadores postulados en
torno a la literatura y otros asuntos. Por poner un solo ejemplo: la idea de que las
lenguas son tecnologías y no “señas de identidad” cultural.

              En la cabecera de su blog podemos leer una máxima de Platón que


adivinamos resume su pensamiento: «Debe lucharse con todo el razonamiento contra
quien, suprimiendo la ciencia, el pensamiento y el intelecto, pretenden afirmar algo,
sea como fuere».

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Sr. Maestro, ¿en qué momento de su trayectoria
comenzó a interesarse por el materialismo filosófico y cómo cayó en la cuenta de que las
teorías de Gustavo Bueno podían aplicarse a los estudios literarios?

—JESÚS G. MAESTRO: Yo comencé a interesarme por Gustavo Bueno y su obra durante mis
años de estudiante en la Universidad de Oviedo (1985-1990). Bueno era el profesor más
imponente de todos. Y también el más accesible de todos. Recuerdo que el 7 de noviembre de
1987 invité a Bueno a dar una conferencia en el café Dindurra de Gijón. Yo tenía 19 años. Vino
sin cobrar. El edificio, de estilo finisecular y modernista, quedó abarrotado. Solo tomó un café,
que el camarero me cobró a mí como responsable de aquel barullo que se formó. Ni lo invitaron.
En octubre de ese mismo año yo había entrevistado a Bueno en el diario de Oviedo La Nueva
España, donde colaboraba de forma habitual con noticias sobre la Universidad. Cuando me
licencié en 1990, quise hacer una tesis doctoral en literatura utilizando la filosofía de Bueno,
pero fue imposible. Mi directora me prohibió mencionar el nombre de Gustavo Bueno incluso
en las conversaciones académicas. Así que hice una tesis doctoral con Bueno recluido en mi
mente, pero con conceptos que, como el de transducción, solo podían comprenderse de forma
plena desde la Filosofía de la Ciencia del Materialismo Filosófico. Tuve que esperar al
momento oportuno, y ese momento surgió cuando cuatro años después, en 1994, tras
doctorarme en 1993, obtuve mi puesto de profesor, sin endogamia, y contra ella, fuera y lejos de
la Universidad de Oviedo, donde pude disponer de una enorme libertad investigadora: la
Universidad de Vigo. En ese momento comencé a contrastar de forma cada vez más crítica dos
cosas: por un lado, la Teoría de la Literatura que me habían enseñado e impuesto, y, por otro
lado, el resultado de lo que sería esa teoría literaria si la enfrentaba con el Materialismo
Filosófico de Gustavo Bueno. Inicié entonces el trabajo que podría considerarse como
preparatorio: viajes y estancias en universidades extranjeras (Francia, Alemania, USA, Suiza,
Italia, Polonia…). Pude comprobar que la situación fuera de España, desde el punto de vista de
la calidad de la enseñanza y de la investigación, era aún muchísimo peor que aquí, sobre todo en
el mundo anglosajón. En las Facultades de Letras ya no se enseñaba literatura, sino ideología. Y
se utilizaba la literatura como un pretexto para afirmar y promover ideales gremiales (lobbies),
ajenos a la ciencia y a la filosofía. Me di cuenta de que el objetivo de la Universidad actual no
es funcionar porque hay alumnos, sino para que haya profesores. Pero profesores con funciones
de ideólogos. La Universidad, en lugar de enfrentarse a las ideologías nescientes, pactaba con
ellas. Y los profesores cobraban por ello. El profesorado encontraba en esas ideologías,
apadrinadas por lo políticamente correcto, una forma muy rápida de ampliar su currículum. La
ideología pagaba —y paga— mucho mejor que la ciencia. Yo no hice eso. Fui por libre, y
académicamente contra todo eso. Como nadie lee mi obra, nadie se entera de lo que escribo. Ni
de lo que digo. Lo cual es una enorme ventaja. Con mis colegas hablo del tiempo, del aire, o de
lo duro que es el calor cuando la temperatura pasa de los 30º C. No me interesa que me lean mis
compañeros. ¿Para qué? Si no van a hacer nada útil con lo que yo escribo. A ellos les preocupa
su currículum, a mí me interesa la literatura. Y no creo que a mis contemporáneos les importe lo
que escribo o pienso mucho más que a mis colegas: unos y otros prefieren las ideologías de
moda, que asumen y consumen como terapia de grupo, para sentirse mejor. Las ideologías son
formas de autoayuda gremial. Tranquilizan a la gente. Les hacen creer que tienen amigos. Las
ideologías y los animales domésticos son un buen complemento a la soledad posmoderna. En
ese contexto de miseria científica y filosófica quise aplicar el Materialismo Filosófico de Bueno
a la interpretación de la literatura. Y fue lo que hice.

—ECP: En relación con la publicación de su obra Crítica de la Razón Literaria, ¿cuál sería
su aportación más novedosa a la teoría, crítica y dialéctica de la literatura?

—JGM: Hay muchas aportaciones nuevas y originales en esta obra. De hecho, todas las
cuestiones que se plantean, o son nuevas y originales, o no se plantean, porque no es un libro
que se haya escrito para repetir lo ya conocido, sino para ir contra ello. La obra tiene tres partes
claras y explícitas: una teoría, una crítica y una dialéctica. Un tomo para cada una. El primer
tomo construye una Teoría de la Literatura, articulada en 8 temas: 1) Postulados fundamentales,
contrarios al irracionalismo, al monismo y al relativismo posmodernos, así como a la falta de
crítica que hay de hecho en la crítica literaria oficial de nuestro tiempo; 2) una definición de lo
que la Literatura es, cosa que no veo en ninguna presunta teoría literaria contemporánea, porque
lo que leo es una renuncia indisimulada a enfrentarse a lo que es la literatura, sobre todo en el
mundo académico anglosajón, que es penoso; 3) una explicación sobre el origen de la
Literatura, algo que no me consta que nadie haya hecho con anterioridad; 4) una codificación de
los materiales literarios, que incorpora la figura del transductor, superando definitivamente la
tríada, ingenua a más no poder, de Jakobson (emisor, mensaje, receptor), que repetía en 1958,
en Indiana, como si fuera una novedad, lo dicho veinticinco siglos antes por Aristóteles en su
Retórica; 5) una Teoría del Conocimiento Literario, basada en una gnoseología (materialista
española), y no en una epistemología (idealista alemana), capaz de superar a Popper, un
teoreticista en el que han naufragado, sin saberlo, todos los estructuralistas y posestructuralistas
que escribieron desde el siglo XX hasta hoy; 6) una teoría de la ficción literaria, que nada tiene
que ver con los intentos llevados a cabo por las teorías literarias precedentes a la hora de
referirse a la ficción; 7) una teoría de los Géneros Literarios que, por primera vez en la historia
de la teoría literaria, no es ni aristotélica ni hegeliana, sino plotiniana, frente al modelo
porfiriano, que siempre se ha usado al hablar de géneros en literatura; y 8) un concepto de
Literatura Comparada que considera el comparatismo literario como una forma de depredación
de las literaturas ajenas a manos de la propia, y que afirma que la posmodernidad está
inhabilitada para el ejercicio de la Literatura Comparada, porque si todas las literaturas son
iguales, como dicen los posmodernos, entonces no hay nada que comparar. No hay nada más
chistoso que los escritos de un comparatista posmoderno, como Gnisci, por ejemplo. Sus
trabalenguas son graciosísimos. El tomo segundo expone una demostración de cómo se ejerce la
crítica literaria del Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, ante textos y autores
concretos. Y el tomo tercero es una exposición dialéctica de cómo el Materialismo Filosófico,
como Teoría y Crítica de la Literatura, se enfrenta a las demás teorías literarias, al revelar
explícitamente sus deficiencias, impotencias y limitaciones. Porque la mayor parte de las teorías
literarias, si no todas, son ablativas: amputan y cercenan materiales literarios esenciales. Y dicen
cosas caricaturescas: hablan de literatura sin autor, de literatura sin ficción, de literatura sin
palabras incluso… Así es como hacen una teoría de la literatura para teóricos de la literatura que
no se ocupan de la literatura y que no saben lo que es una teoría.

—ECP: ¿Qué valor tiene que se haga en una lengua como el español?

—JGM: No es una cuestión de lengua, sino de tecnología. Porque como he dicho muchas veces,
las lenguas no son signos de identidad cultural, sino tecnologías. El español es una tecnología
muy potente, sobre todo desde dos campos humanos muy importantes: la Literatura y la
Filosofía. Piense que ni en inglés ni en alemán se puede expresar la diferencia ontológica entre
ser y estar. Hay que tener cachaza para filosofar en esas lenguas. Lo mismo en literatura.
¿Cómo traducir al inglés el verso de Juan Ramón Jiménez «Dios está azul»? Es imposible. Las
lenguas son construcciones operatorias llevadas a cabo por seres humanos que no se limitan a
pensar o a escribir, sino a construir. La lengua no la hacen los hablantes. Esto es una gran
patraña, un espejismo con el que se consuelan filólogos y charlatanes, indistintamente. La
lengua la construyen quienes construyen realidades que exigen una nomenclatura inédita, la cual
solo puede provenir de ámbitos categoriales ajenos al lenguaje mismo, y en los que solo a
posteriori un lenguaje suficientemente potente puede proporcionar los términos necesarios, a
priori desconocidos para los hablantes. La onomástica verbal es posterior a la construcción
material. La Filología es la última de las operaciones. Porque las operaciones fundamentales y
fundacionales son materiales, técnicas, experimentales, científicas. Hechas las cosas, se les pone
un nombre. Una vez construida la realidad, se habla de ella. No a la inversa. La mentira está ya
en la Biblia. En el principio nunca estuvo —ni fue— el verbo. El principio es el hecho, la
acción, la operación. Sólo después de los hechos de los obreros llegan las palabras, los
charlatanes. Los hablantes son los consumidores de un lenguaje generado por los constructores
de una realidad que no es en absoluto lingüística. Los hablantes no hacen el lenguaje: lo usan. Y
no digamos los escritores... Los escritores son los parásitos del lenguaje. Sus explotadores. Los
vividores del lenguaje. Porque el lenguaje nace de los hechos, no de las palabras. Los creadores
del lenguaje no son los escritores, sino los científicos, los obreros, los técnicos, los constructores
de realidades operatorias inéditas, nuevas, materialmente efectivas. Las palabras vienen
después. Lo operatorio es previo a lo lingüístico. El escritor usa el lenguaje construido por otros
que no han sido nunca escritores. Las palabras que inventan los escritores, palabras como Trilce
(César Vallejo) o cronopio (Julio Cortázar), tienen el valor de las joyas y las anomias, y su
mismo destino: la contemplación inútil. O la recreación patológica. Sólo los filólogos se
divierten con ellas como un aprendiz de brujo con un grimorio. El español es una tecnología que
dispone de una filosofía potentísima, como es la escolástica renacentista, con la que Kant
aprendió a discurrir. Otra cosa es que los españoles de hoy —profesores incluidos— ignoren
esto por completo. El español es una tecnología hablada por 600 millones de personas, entre
nativos y usuarios. Una tecnología así no puede ignorarse, aunque esté proscrita en algunos
territorios de España. La dialéctica entre el mundo anglosajón y el Hispanismo es muy fuerte.
Desde España se mira a Europa en busca de interlocutores, cuando nuestros interlocutores de
preferencia están en Hispanoamérica. Europa se configuró históricamente contra España, esto lo
explicó muy bien Bueno en su libro España frente a Europa. Nuestros políticos actuales no
tienen apenas formación en Hispanismo. Ni en casi nada. No se puede esperar nada de ellos. La
lengua está en quienes la usan para construir cosas útiles. Las lenguas se dividen en lenguas
útiles y lenguas inútiles. Y las lenguas inútiles solo sirven para entretener a gente ociosa.
También para nutrir el tiempo de filólogos que se interesan por esas lenguas con inquietudes
presuntamente científicas, del mismo modo que el antropólogo se puede mostrar interesado en
preservar a un grupo de seres humanos en sus formas de vida más salvaje y primitiva, a fin de
estudiarlos cómodamente de este modo, privándoles de incorporarse a la civilización. Lo cual es
una depredación científica intolerable, equivalente a un experimento inhumano. Sólo las lenguas
útiles permiten al ser humano hacerse inteligible.

—ECP: A pesar de que en el “Prólogo” del Quijote el propio Cervantes insiste varias veces
--cuatro en concreto-- en que su texto “todo él es una invectiva contra los libros de
caballería”, no han dejado de hacerse interpretaciones sobre el verdadero propósito que le
movió a escribir esta novela (cuya trascendencia excede en mucho, como sabemos, a la
mera sátira de las disparatadas historias de los mencionados libros). Desde el
Romanticismo, algunos han querido ver el Quijote como una exaltación del ideal
caballeresco, del hombre valeroso que ansía liberar a los humildes de la injusticia. En
contrapartida, usted piensa que el mensaje que nos quiere transmitir Cervantes no es otro
que el de arremeter contra ese idealismo, contra el poco sentido común de este hidalgo
manchego quien, inmerso en las hazañas más extravagantes que su mente es capaz de
imaginar, se da de bruces con la verdadera realidad una y otra vez. […] Esta
interpretación se ajustaría más, por tanto, a lo que Cervantes expone en el “Prólogo”.
¿Existen otros escritos de Cervantes que defiendan tan abiertamente la supremacía de la
razón frente a otras capacidades humanas?

—JGM: Toda la literatura de Cervantes es una demostración del racionalismo humano. Toda.
Cervantes es el Spinoza de la literatura. El Quijote es la mayor burla y degradación que un
idealista puede recibir. Y paradójicamente lo han leído como si fuera un elogio del idealismo o
de la locura. Erasmo les encanta, y creen que Cervantes es soluble en la servidumbre y el
panfilismo erasmistas. Un idealista es alguien que se declara incompatible con la realidad, es
decir, un suicida. Ocurre que puntualmente todo idealista pacta con la realidad para no perecer
en los primeros cinco minutos: no se olvida de comer, de procurarse un alojamiento, un trabajo,
un seguro médico, una pensión, etc… Todos los idealismos son muy sui generis en este sentido.
El Romanticismo fue, y es, la mayor hormona de los idealistas, al considerar incluso la locura
como una forma superior de racionalismo. La gente se cree que somos lenguaje, y que decir «yo
soy bueno, yo soy justo, yo soy feliz» basta para serlo de hecho. La realidad no está hecha de
palabras. La Ontología no es Filología, a pesar de las tonterías que dejaron escritas en este
sentido Heidegger y otros, como Emilio Lledó, por ejemplo. Me río mucho cuando leo en
alguien que «el lenguaje es la casa del ser», como si el ser habitara en una mansión hecha de
palabras. ¿Acaso Emilio Lledó cuando se encuentra enfermo acude al Filólogo? Imagino que
visitará a un médico, ¿no? Si realmente creyera en sus propias palabras, cuando se encuentra
enfermo acudiría a un doctor en Filología, y no a un doctor en Medicina. En ninguna obra de
Cervantes hay desenlaces irracionales, ni inconsecuencias milagrosas. Es más: en ninguna de
sus obras hay una sola idea metafísica que actúe como causa o consecuencia operatoria de los
hechos. Cervantes reemplaza para siempre en la literatura el racionalismo teológico por el
racionalismo antropológico. Y en este punto su racionalismo, de genealogía católica, es un
racionalismo ateo. Como le digo, es el Spinoza de la literatura. Retrotraerlo a Erasmo es adoptar
una posición filológica acrítica, europeísta y completamente ingenua.

—ECP: Sin desdeñar la valía que la obra de Shakespeare posee, usted cree que este autor
es, en última instancia, una construcción que el imperio inglés ha levantado para tratar de
igualarlo con un escritor tan genial como Cervantes, cuyo Quijote numerosos críticos de
todos los países sitúan en la cumbre de la creación literaria. Lo cierto es que la atención
que mundialmente han conseguido que tenga Shakespeare sobrepasa no sólo a la de
Cervantes, sino a la que se le dispensa actualmente a otro grandísimo dramaturgo
contemporáneo suyo: Lope de Vega, con quien, a pesar sus muchas diferencias, sería más
apropiado establecer una comparación, por ser su homólogo en los teatros españoles de la
época. ¿En qué medida nuestro país, institucionalmente, sería responsable de ello? ¿Nos
hacemos valer poco los españoles en ese sentido?

—JGM: No considero que pueda afirmarse que Shakespeare, incluso a pesar de cuanto
Inglaterra ha invertido en ello política y académicamente, sobrepase a Cervantes. Eso es
imposible. Ambos se han convertido en marcas de sus respectivos países. Consignas en boca de
gentes que no han leído nada de ninguno de los dos. Pero al margen de esto, es innegable que la
literatura es una prolongación de la política, y que la Literatura Comparada así lo demuestra, al
responder a la dialéctica de Estados en el terreno de la interpretación literaria. Establecer una
relación de igualdad o de isovalencia entre Cervantes y Shakespeare es algo que sólo beneficia
al inglés, alguien que apenas escribió unas tres decenas de otras dramáticas, sin que quede nada
claro que todas son enteramente suyas, y unos 150 sonetos. Shakespeare no es un poeta, es un
sonetista. Compararlo con Lope de Vega es un chiste, porque Lope fue dramaturgo, poeta y
novelista, además de teórico del teatro, y promotor de una comedia nueva que él mismo
constituyó de forma definitiva. Por su parte, Calderón desborda a Shakespeare desde todos los
puntos de vista. Situaciones de este tipo sólo ponen de manifiesto que los españoles, desde los
Austrias, han estado siempre por encima de sus políticos, quienes no han sabido administrar
como es debido el patrimonio de su nación. La política, que es la administración del poder, es
decir, la organización de la libertad, ha sido un fracaso sistemático en España desde la caída del
Antiguo Régimen. Los españoles de a pie valen más que sus políticos y mandatarios. Los
políticos dan un mal ejemplo sistemático, que, por desgracia, se toma como referencia y modelo
por un sector de la población cada vez más amplio: incumplimiento de las leyes, descaro, malos
modales, desprecio por la educación científica, corrupción que no se juzga como es debido,
desobediencia de las instituciones públicas, falta de respeto a sus votantes y a su prójimo,
además de una tremenda negligencia en su servicio al país, etc... Como consecuencia de esto,
casi nadie se responsabiliza políticamente de su trabajo. No deja de ser irónico y revelador que,
por ejemplo, las feministas defiendan una determinada idea de mujer (la suya, que no tiene por
qué ser la de otras mujeres, que siendo mujeres no son feministas), y que los filólogos
hispanistas, en lugar de defender el Hispanismo, defiendan la Leyenda Negra, por ejemplo. ¿Por
qué? Ya lo he dicho: les interesa más su currículum que la Filología.

—ECP: Si bien Lope fue el creador de la comedia española, usted afirma que su oposición
al teatro clásico --de preceptiva aristotélica— se limitó tan sólo al aspecto formal. En
cuanto a los contenidos, usted opina que Cervantes fue más revolucionario que Lope: ¿en
qué aspectos?

—JGM: Lope de Vega es un revolucionario del Antiguo Régimen que no rebasa los límites del
Antiguo Régimen. Sus parámetros son aristotélicos, aunque él construya un teatro que vaya en
contra de los aristotelistas, los cuales hicieron de Aristóteles un canon de arte que poco o nada
tiene que ver con el propio Aristóteles. Unos y otros trafican con los mismos materiales. En este
punto, Lope de Vega coincide plenamente con Shakespeare, y con Calderón de la Barca: los tres
construyen obras y personajes que no pueden sobrevivir al Antiguo Régimen, y que son
incompatibles con un mundo posterior al siglo XVIII. A Cervantes le ocurrió justo lo contrario:
su obra exige la modernidad para poder ser interpretada, requiere una plenitud que desde el
Siglo de Oro no sólo resulta inalcanzable sino imperceptible. Por eso me hacía mucha gracia el
título de un libro como Calderón, nuestro contemporáneo. Nada más irreal. Calderón se habría
muerto de un infarto, si alguno de sus contemporáneos del Siglo de Oro le hubiera dicho que él
era como hoy somos nosotros. Por fortuna nada tenemos que ver con el racionalismo
calderoniano. No somos Pedro Crespo ni don Gutierre. Al contrario, el teatro de Cervantes no
cabe en el Siglo de Oro… Las novelas de Cervantes son superiores e irreductibles al siglo
XVII… Cervantes exige un mundo contemporáneo. La izquierda política nunca ha comprendido
a Cervantes, y en realidad no sabe qué hacer con él. No conozco un dramaturgo que sea capaz
de poner en escena la Numancia de Cervantes. Juan Carlos Pérez de la Fuente me confesó haber
usado mis libros y mis tesis sobre el teatro cervantino en su dirección para el Teatro Español de
Madrid, pero por desgracia no me fue posible ver la representación. De un modo u otro, a la
izquierda, Cervantes no le sirve para nada. Por su parte, la derecha política lo ha comprendido
perfectamente (los primeros en hacerlo fueron, desde luego, los autores del Quijote de
Avellaneda), y de hecho nuestra derecha ha comprendido muy bien que Cervantes le sirve para
muy poco: religiosamente…, es un católico ateo, como diría Gustavo Bueno, es decir, alguien
de formación católica que practica un racionalismo ateo; políticamente…, Cervantes no es
pacifista, sino todo lo contrario, sabe, como Maquiavelo, que sólo la guerra, por desgracia,
dirime los grandes conflictos en la dialéctica de la Historia de los Estados, y considera, además,
que la Política, la Diplomacia, las «Letras», en suma, han administrado muy mal los logros
militares, bélicos, conseguidos con las «Armas»; literariamente, Cervantes es un cínico, alguien
que crea una serie de obras de arte que deja a sus contemporáneos completamente atónitos,
porque les demuestra que el racionalismo de que disponen, el racionalismo del que dispone el
mundo en el siglo XVII, es por completo insuficiente para comprender lo que él ha hecho con la
literatura. El mundo necesitó de al menos dos o tres siglos para comprender el racionalismo
literario que exige la obra de Cervantes. La mayor parte de los cervantistas se han ocupado de
Cervantes para medrar académicamente, no porque tengan interés en su obra. No por casualidad
la mayor parte de ellos ha caído, una por una, en todas las trampas que les tiende el autor del
Quijote. Es muy divertido oír las interpretaciones que dan sobre sus novelas.

—ECP: Se han oído voces a favor y en contra de ofrecer una versión del Quijote en
español moderno, como la que ha publicado recientemente Andrés Trapiello. ¿Considera
que era un trabajo necesario?

—JGM: Considero que desde el punto de vista literario es una estupidez. Desde el punto de
vista económico, la pregunta debe dirigirse a su editor. Otra cosa es la que la estupidez sea
necesaria, mercantilmente.

—ECP: Ha argumentado en varios sitios qué es y qué no es literatura, sosteniendo que El


Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, por ejemplo, no lo es, aunque haya sido una lectura
obligatoria durante muchos años en los estudios de bachillerato. Indíquenos, por favor,
brevemente por qué no deberíamos considerarlo literatura.

—JGM: Yo tengo muy claro qué es y qué no es literatura. Y también tengo muy claro que no
tengo que decir a nadie qué debe (y subrayo la palabra debe) entender por literatura. Si alguien
quiere compartir mis ideas, puede hacerlo, y si no quiere, también. Esto sí debe quedar muy
claro. Yo no impongo mis ideas a nadie. Por eso cuando alguien me dice que no está de acuerdo
con lo que digo o escribo siempre respondo lo mismo: «¿Y a mí qué me importa?». Yo no hablo
ni escribo para estar de acuerdo o no con los demás. Expreso mis ideas. Punto. El acuerdo o el
desacuerdo me importan un bledo. Mi idea y concepto de literatura están claros: la literatura es
una construcción racional humana, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y
del enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico a los que confiere un
valor poético —que los alemanes llamaron estético—, a los que dota de un estatuto ficcional
absolutamente imprescindible, y que se inscribe en un proceso comunicativo pragmático y
social, de consecuencias históricas, geográficas y políticas, cuyos términos o elementos
fundamentales son cuatro: autor, obra, lector e intérprete o transductor. Todo lo que carezca de
alguna de estas propiedades y exigencias no es, conforme al Materialismo Filosófico como
Teoría de la Literatura, algo que pueda considerarse literatura. Por lo tanto, quede claro que
cuando hablo de literatura lo hago por referencia a una teoría, a una filosofía y a una ontología.
Si alguien quiere hablarme de su idea de literatura desde el punto de vista de la vida animal en
Urano o de su particular lista de la compra, yo no le voy a prestar atención. Y desde la
definición que sostengo de literatura, el El Jarama de Ferlosio sólo es literatura porque un
jurado le dio un premio literario, nada más. Y eso no basta. La literatura no es lo que diga un
jurado. Esa novela es un componente importante para el estudio de la sociología de la literatura
en torno a 1955, por ejemplo. Un informe neorrealista, nada más. Ahora bien, cada cual es muy
libre de considerar un triángulo equilátero como una especie ignota de hipopótamo andino, o al
Mi bemol mayor como una fórmula química del pleistoceno, pero tanto en un supuesto como en
otro tales afirmaciones implicarán ignorar la Geometría, en el primer caso, y la Teoría de la
Música, en el segundo. Importan los criterios, no las palabras. La Filosofía, en este punto, es
más importante que la Filología.

—ECP: Unos amigos que son profesores de enseñanza secundaria me comentaron una vez
con amarga ironía que hoy en día hasta una cabra podría ir pasando de curso en curso, tal
y como está diseñado el mecanismo de promoción de los alumnos, en el cual la simple
asistencia a clase, con independencia de su aprovechamiento, ya le garantiza ventajas
académicas. A pesar de lo perjudicial de este tipo de educación, donde no se premia ni el
talento ni el esfuerzo, muchos profesores, resignados, creen que oponerse es luchar contra
molinos. ¿Cómo debería ser, en su opinión, la verdadera educación y qué debería cambiar
en nuestra sociedad para que esta fuera posible?

—JGM: La culpa de que todo eso haya ocurrido, y siga ocurriendo, con la educación la tienen
los profesores. Los políticos no dan clase. Quien está en el aula es el profesor, no el pedagogo.
Aún menos el político. El profesor ha entregado su poder al pedagogo. Y no se ha enfrentado
nunca al poder político. Todo lo contrario: el profesorado actual ha sido una prolongación de la
política en las aulas con pleno asentimiento de la comunidad docente al respecto. ¿De qué sirve
llevarse todos los días las manos a la cabeza porque la educación está mal? ¿Es que no lo saben
ya? ¿Cómo es posible que cada día se hable del mismo tema, invariablemente, como si fuera el
primer día? La educación es una materia perdida, y los principales responsables de ello son los
profesores: ¿cuándo los profesores han hecho una huelga contra la imposición de programas
educativos ideologizados y contra la imposición de una pedagogía contraria al conocimiento
filosófico y científico? Nunca. Se han manifestado contra las guerras en Irak y demás, se han
manifestado incluso contra el uso del español en las aulas, pero no contra el uso de lenguas
inútiles en el ejercicio de la docencia, por ejemplo. Con su pan se lo coman. Soy profesor y sé
de lo que hablo. Al profesorado le encanta la burocracia, la administración, la ideología y el
consumo de política. Prefiere eso al conocimiento. Las excepciones son imperceptibles. Y más
que excepciones personales lo que hay son excepciones contextuales: en una situación un
profesor dice una cosa y en otra situación el mismo profesor dice la contraria. El profesorado es
lo más sumiso que hay al poder. Cobra y calla. Es de una obsecuencia intolerable. Y luego, en
público, finge asustarse de lo mal que está todo, como si la culpa fuera de los demás. A mi
juicio, hay que ser hoy día un suicida para dedicarse a la enseñanza. Es un trabajo inútil. Mejor
pagado que muchos, pero más inútil que ninguno. Por otro lado, nuestras sociedades no
necesitan a personas con conocimientos, y aún menos necesitan a personas inteligentes. ¿Para
qué? Lo que se necesitan son consumidores, y para consumir no hace falta ser inteligente ni
librepensador. Incluso si no tienes mucho dinero puedes consumir igual: hay comida basura, hay
vuelos de bajo coste, hay Uber en lugar de taxis, hay piratería informática en lugar de editoriales
y librerías de calidad, hay pisos turísticos en lugar de hoteles, hay bisutería en lugar de joyas…
El mundo, para bien y para mal —no entro a dirimir el perímetro de esta frontera moral—, está
hecho a la medida de los miserables prácticos. El capitalismo diseña y fabrica consumidores. Lo
demás es secundario. ¿Educación, para qué? Ser profesor es perder el tiempo, en el mejor de los
casos a cambio de un sueldo y de una seguridad social. Me dirán que eso es fundamental, y sí lo
es. De hecho, es una de las formas más lujosas de perder el tiempo por dinero. Hay quien me
dirá que no, como si yo no fuera profesor, y no supiera lo que tengo delante de mí. De risa.

—ECP: Aun así, las universidades de aquí parece que nada tienen que envidiar a las de
otros países europeos o norteamericanos. ¿Cuál sería, entonces, el motivo de esa “afición”
que tienen algunos estudiosos de nuestro país por conseguir becas para estudiar
precisamente literatura española fuera de nuestras fronteras?

—JGM: A mi juicio, en materia de Letras, las universidades españolas son tan buenas y tan
malas como las de cualquier otro lugar del mundo. Yo trabajé en USA, Francia, Italia, Canadá,
etc., y comprobé que somos todos iguales. Pero allí se maquillan mejor que nosotros: no se
critica nada. La omertà se cumple. ¿Cuántos profesores se han suicidado en las universidades de
los Estados Unidos? No se quiere saber eso. Es una tragedia. La pregunta es una comedia, si la
planteamos en España. En España hay más libertad en el mundo académico que en ninguna
parte, aunque esa libertad no llegue al uso del español, que está prohibido en algunas
universidades por la censura nacionalista. Eres libre para hacer muchas cosas fuera de la
Universidad. Dentro de ella das clase y, si quieres medrar, te dedicas a la burocracia. También
puedes hacer una investigación de diseño, para que te den sexenios y esos presuntos méritos,
sobre publicaciones que —seamos sinceros— nadie leerá jamás. Esta libertad también está
mermando debido al absurdo afán de parecerse a Europa y a Estados Unidos, lo que es un
grandísimo error. Son ellos los que deberían parecerse a nosotros. Las razones por las que la
gente quiere irse a otros países a estudiar literatura pueden deberse a muchas razones. Yo lo
hice, y puedo dar las razones por las que yo lo hice, que no tienen por qué ser las razones de los
demás. Y yo lo hice porque fui educado en la idea de que en el extranjero las universidades eran
mejores que las nuestras, que había más dinero y más recursos, que había más respeto hacia
nuestro trabajo y que no se daba la endogamia y el enchufismo que hay en España, porque había
meritocracia. Fui al extranjero, sí, fui a Estados Unidos y a Canadá, y a más sitios, y comprobé
que la endogamia allí no es geográfica, no se da en el espacio, sino en el tiempo, es decir, se
busca al amigo que está fuera de tu zona, para incorporarlo a la tuya, en lugar de buscar al
doctorando que nosotros mismos hemos formado: es un endogamia halotética (la que hay entre
los miembros de un matrimonio, o alianza entre términos de matrices diferentes), mientras que
la española es una endogamia autotética (la que se da entre dos hermanos, o entre términos que
proceden de la misma matriz). Comprobé que el trabajo se respeta allí, en el extranjero, tanto
como aquí, es decir, nada. Comprobé que allí había tanto dinero como aquí: al amigo todo, al
enemigo nada, y al indiferente, la legislación vigente. Comprobé que para medrar en el sistema
académico de Estados Unidos había que fingir, renunciar a ideas propias, asumir acríticamente
lo políticamente correcto (paronomasia intencionada), formar parte de camarillas, pelotear a los
superiores de forma muy astuta (esto es esencial, no vale hacerlo de cualquier modo), ser
enormemente sumiso, obedecer siempre, incluso en el nivel más alto de cualquier escalafón, y
practicar en todo momento la sumisión diferida, es decir, cumplir órdenes encadenadas. No hay
libertad para el yo en ningún estamento: tan esclavillo del sistema es un estudiante de grado
como un director de departamento o un chancellor. Me dije, «hasta luego: en España hay lo
mismo, pero mejor». Y comprobé, sobre todo, una cosa: lo que mienten mis colegas que
trabajan en el extranjero. En Vigo hice siempre lo que me dio la gana. Y todos contentos,
incluyendo mis colegas. El que quiera viajar, que lo haga. Es la mejor forma de valorar lo que
hay en el punto de partida. El timo del extranjero ya lo conozco. Y el de la Universidad,
también.

—ECP: Usted ha afirmado que la democracia pacta incluso con sus enemigos para
intentar fagocitarlos e ir así perdurando como sistema político. Pero creo entender que a
su juicio esto no podrá sostenerse a muy largo plazo, y que en algún momento la
democracia, tal y como la conocemos, colapsará y pasará a convertirse en un sistema más
de los que quedan codificados en la historia. La perspectiva no parece muy halagüeña,
pues las alternativas que se adivinan a esta democracia, que efectivamente es imperfecta,
no parecen tampoco demasiado amables. ¿Alberga la esperanza de que aún estamos a
tiempo para corregir los mecanismos de la democracia que fallan y no estar así abocados a
lo que parece un desastre?

—JGM: La democracia puede entenderse y aplicarse de muchas formas. La democracia


ateniense hoy sería intolerable, pues no es compatible con los Derechos Humanos actuales. La
democracia de la que habla Spinoza en el Tratado teológico-político no dejó de ser en su
momento, en 1670, un planteamiento utópico, por impracticable. Gustavo Bueno habló de «la
democracia efectivamente existente», a la que criticó con dureza. Correcto. Yo tiendo a hablar
de democracia posmoderna, que es la que tengo delante, un sistema de organización de la vida
social, política y económica ideológicamente indefinido, acrítico y tolerante de todo con todos,
y en el que todo es soluble en pactos explícitos o latentes. Las democracias posmodernas pactan
con todo, aparentemente con el pueblo pero realmente sin el pueblo. Todo es soluble en la
democracia: la droga, el terrorismo, la mafia, el narcotráfico, la corrupción, la demagogia, la
maternidad subrogada, los lobbies, los fanatismos religiosos, las lenguas inútiles, la violación de
las leyes políticas de la propia democracia, los imaginarios derechos de animales frente a los
derechos reales de las personas (como si un animal y una persona fueran iguales), los derechos
de culturas mitificadas o inventadas frente a individuos de carne y hueso (como si las culturas
fueran más importantes que las personas), hasta el punto de sobreponer la psicología a la
ontología, de modo que basta creerse algo para ser ese algo (basta imaginarse hombre para ser
hombre, aunque se haya nacido mujer), etc. Por el momento, la democracia se lo traga todo.
¿Hasta cuándo? Hasta que deje de haber dinero. Donde hay dinero hay de todo, y se tolera de
todo. Pero no siempre podrá tolerarse todo. Porque una rueda de radio infinito es una rueda que
no puede moverse. Hoy día las leyes de la democracia son las leyes del mercado. Sólo cuando
no tengamos dinero nos daremos cuenta de que vivimos en una sociedad que será democrática
pero que no servirá para nada. Hoy la democracia es un juego entre tramposos. Siempre estamos
a tiempo de corregir las cosas, pero no hay recursos humanos capaces de afrontar en estos
momentos las correcciones necesarias. Y nada ha descarrilado todavía del todo: las víctimas del
terrorismo han soportado la traición del Estado, los desahuciados por la crisis bancarias ya están
en el olvido, los pupilos de una educación esterilizante crecen aletargados en la lisergia del mito
de la felicidad, la prensa y la política siguen entreteniendo al personal de forma cada vez más
sofisticada, las escuelas son ludotecas, los centros de enseñanza media son guarderías y, por si
fuera poco, las universidades acogen generosamente todo tipo de patologías sociales,
reemplazando en más de un caso a los antiguos manicomios. ¿Qué hay que cambiar? ¿Y para
qué? Vivimos en un mundo feliz y pacífico. Cuando lleguen los chinos, e impongan sus propias
maneras de entender la «paz» y la «felicidad», los supervivientes a la necrosis de esta
democracia tendrán que lidiar con ellos. La guerra resolverá en su momento lo que sea
pertinente. Yo espero morirme antes.

—ECP: Desde Sócrates hasta hoy, ¿estima que hemos avanzado —si es que lo hemos
hecho— en el uso que hacemos de la razón?

—JGM: Hemos avanzado y hemos retrocedido. No todo depende de una cosa (monismo), ni
tampoco cada cosa va por su lado, sin más (relativismo). La razón no funciona de forma aislada.
La razón es la facultad humana que permite interpretar la realidad de forma compartida. Es
como el dinero: para que funcione, todos tenemos que tenerlo y usarlo. Es nuestra forma de
participar racionalmente, esto es, por raciones, si se quiere, en un todo inasumible por un único
individuo. Razonar es negar el monismo, es negar lo absoluto (todo está relacionado con todo).
Y negar también el relativismo (nada está relacionado con nada), porque siempre tiene que
haber una totalidad de la que formar parte. No se puede tener razón a solas. La razón que no se
puede compartir no es racional. El Yo, el individuo (autologismo), no puede tener razón nunca
por sí solo. Y el Nosotros, es decir, el grupo, el gremio, el lobby (dialogismo), debe ser capaz de
objetivarse más allá de sí mismo. Por eso la razón exige una norma, un sistema, una objetividad
que esté por encima de Yo (del individuo) y por encima del Nosotros (del gremio, de la secta,
del lobby). La razón ha de hacerse normativa. Por ello el feminismo radical será siempre un
fracaso: porque el mundo no puede reducirse a un grupo (ni feminista ni de ningún otro tipo),
del mismo modo que no hay un mapamundi de Gijón, ni un idioma hablado solo por una
persona. En este sentido es totalmente ridículo hablar de los derechos de las minorías: los
derechos de las minorías no son derechos, son privilegios. Por ese camino vamos directamente
al Antiguo Régimen. Al racionalismo no le está permitido retroceder, pero a las sociedades
irracionales, sí. Y la razón no ha existido desde siempre, y no tiene un seguro de vida. Pensemos
en el asesinato de Hipatia de Alejandría por el fanatismo cristiano del siglo V. Hoy la política es
algo extremadamente irracional. Y las democracias se hundirán precisamente por tolerar los
irracionalismos, cada día más potentes dentro de ellas. Es irracional hablar de los derechos de
los animales, porque quien así se expresa ni sabe lo que es el Derecho ni sabe lo que es un
animal. Es irracional tolerar a los enemigos de la democracia. Es irracional aceptar en un Estado
lo que legalmente impone la distaxia dentro de ese Estado. Dicho de otro modo: los
nacionalismos son absolutamente irracionales. Y su desenlace es la guerra. No hay experiencia
nacionalista que no haya concluido en una guerra. Pero nuestra sociedad está saturada de
cobardes, lo cual es muy tranquilizador…, por el momento. De cualquier modo, las relaciones
entre razón y política han sido siempre de traiciones mutuas. De los políticos no cabe esperar
nada. De los profesores, tampoco. Son tiempos de irracionalismo institucional. Veremos hasta
dónde llega. La razón siempre ha sido algo políticamente muy débil. Y hoy por hoy está
anémica perdida.

—ECP: ¿Cómo defendería usted la validez de los estudios humanísticos en general, frente
a quienes dicen que solo los estudios que llamamos científicos (o tecnológicos) tienen
alguna validez o utilidad para solventar los desafíos de la época actual?

—JGM: Los estudios no se pueden dividir entre Humanísticos (ni en general ni en particular) y
Científicos (o tecnológicos). Ya dije antes que la lengua es la principal tecnología, y los
filólogos se creen humanistas por ocuparse de la lengua. Algo ridículo, realmente. Porque la
lengua también es objeto del logopeda, del foniatra y del pediatra, entre otros que nada tienen
que ver con la Filología. La diferencia entre Humanidades o ciencias del espíritu y Tecnologías
o ciencias de la naturaleza viene del Idealismo alemán, y es una dicotomía hoy día lamentable y
paupérrima, pues se concibió y desarrolló hace dos siglos para la percepción e interpretación de
un mundo hoy inexistente, y definitivamente irrecuperable. Hoy día las ciencias son
construcciones complejísimas y monstruosas, absolutamente imposibles de reducir a dos
subconjuntos tan simples como lo humano y lo natural, el espíritu y la naturaleza, la cultura y la
ciencia, etc… Las ciencias son hoy campos categoriales constructores y amplificadores de la
realidad, una realidad que poco a poco se va conociendo, hoy sobre todo a través de la
nanotecnología. No comprendo, sin embargo, qué es lo que se quiere decir cuando se habla de
Humanidades, más allá del uso de una nomenclatura renacentista rehabilitada por el idealismo
alemán, y por una tradición, por otro lado, enormemente ingenua, que vive de vender un
crecepelo para calvos, es decir, una ilusión para estudiantes de letras. ¿Qué es el Humanismo
hoy? Un término que remite a la Historia del Pensamiento. Humanistas eran también los
asesinos nazis. La cultura es un mito, como bien explicó Gustavo Bueno en su obra homónima.
Una vez pregunté a una bibliotecaria que hablaba mal de quienes no leían por qué lo hacía. Le
pregunté si una persona que leía libros, y por lo tanto era, según ella, una persona culta, era
mejor que otra que no leyera libros. Insistí en preguntar si alguien que leía debía tener
privilegios legales en sus compras diarias, en la obtención del carnet de conducir o en la
adquisición de bonos del Estado, tarifas aéreas o ramos de flores el día de la madre. Hoy la
cultura es un complejo de superioridad que determinados grupos humanos exhiben frente a
otros. La cultura es la gremialización del individuo, su sumisión al grupo. Para ser culto hay que
formar parte de un grupo que te dota de esa cultura, es decir, de identidad cultural: el
nacionalismo, el animalismo, el feminismo, el respeto por eso o aquello, etc… En el Antiguo
Régimen la gente era religiosa, hoy es culta. Yo no tengo ningún interés en eso. El bienestar de
la cultura es el malestar de la libertad. Yo no quiero saber nada con la cultura. Toda forma de
cultura es una suerte de ideología intervenida por un gremio. En este sentido, el Humanismo es
una nomenclatura obsoleta. Hemos reemplazado a la religión por la cultura, y a Dios por la
Lengua. Y a la personalidad individual por la identidad del gremio que nos impone su lengua y
su cultura, es decir, religión y su divinidad. Prefiero la incultura. Me preserva de muchas
necedades.

—ECP: Para concluir esta entrevista, sé que a Gustavo Bueno le gustaba el conocido
madrigal de Gutierre de Cetina que comienza: “Ojos claros, serenos…”. ¿Sabe si era su
poeta preferido? ¿Quién es para usted el poeta más relevante en lengua española?

—JGM: Habría que responder a la pregunta desde un criterio definido, es decir, habría que
exponer antes cuáles son los criterios o parámetros de los valores que vamos a juzgar en la
poesía. Desde una perspectiva lingüística, Góngora y Quevedo son fundamentales. Góngora
necesitó tres siglos para que su racionalismo poético resultara comprensible. De ello se
encargaron los llamados poetas del 27, y en particular Dámaso Alonso, desde una filología muy
formalista y muy psicologista. Garcilaso expresa mejor que nadie el ideal de belleza
renacentista, como Jorge Manrique despide elegíacamente la Edad Media española al codificar
la idea de la muerte de forma perfectamente cristiana. Espronceda expone toda una teoría del
Estado en su «Canción del pirata». Lorca, sin embargo, es un poeta eufónico: dice cosas que
suenan muy bien, y que no significan nada, o que siempre significan lo mismo cuando
presuntamente tienen algún sentido. Es muy poco original, pero a la gente le encanta leer lo que
no entiende, y cuanto menos comprende lo que lee, mayor es su fascinación ante lo que de
hecho no tiene ningún sentido. Es muy curioso este fenómeno. Pero la literatura no es un
jeroglífico. A mi juicio, el Materialismo Filosófico tiene un poeta de referencia, que es Vicente
Aleixandre. Yo considero que la poesía es filosofía en verso. El arte, si no tiene ideas, no es
arte. Y la poesía, sin ideas, es simplemente un sonajero. Eso es lo que hacen los malos poetas,
convertir la poesía en un sonajero. Que no lo hagan en español. No es bueno que las lenguas
útiles se conviertan en un sonajero.

Вам также может понравиться