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Covid 19: La sociedad en medio de un fuego cruzado

Mi aporte a sus reflexiones

Ser moderno es vivir bajo las reglas tradicionales


Desde su aparición, el Estado de Derecho o también llamado Estado
Moderno, fue concebido como la institución que sustituía al poder de los
Monarcas en el Absolutismo.
Las leyes son al mismo tiempo garantía de orden social y estructura que
permite proteger de sus enemigos a la población. Así como los
Príncipes y Monarcas fueron los principales responsables de proteger a
su pueblo -al proporcionarle los satisfactores de subsistencia y procurar
con ello la felicidad-, el Estado asumió como obligación estas mismas
funciones sin cambiar el objetivo. Monarcas y después Estado Moderno,
daban todo a su pueblo y lo que le pedía a cambio era
fundamentalmente, lealtad, sumisión y obediencia. Se suponía que en
los regímenes democráticos el soberano es el pueblo y el pueblo es el
Estado. Por tanto, pueblo y Estado son sólo categorías de análisis
teórico; lo que hay son personas; personas que se encuentran
sometidas a un régimen de gobierno parlamentario igualmente tirano
que en el régimen de soberanía, como lo llama Deluze.
Así, una vez que el Estado toma las riendas de la sociedad, hace que
ésta siga el camino que le conduce a la felicidad. Se trata de una
sociedad compuesta por trabajadores que en el nuevo orden social
Moderno, reciben un salario; con eso compran los satisfactores que les
permite sobrevivir para regresar al otro día al trabajo. Los trabajadores
se consumen, como dice Han en una rueda parecida a la del hámster y
que no tiene fin.
En la Modernidad (que dura en los países menos desarrollados hasta el
siglo XX), la historia de los individuos está escrita, porque esta historia,
abarca desde que éstos nacen hasta que mueren. Uno nace en una
familia, luego pasa a la escuela, después al trabajo; eventualmente a la
cárcel (si se violan las reglas del Estado); donde es sometido a procesos
de rehabilitación (igual que en los hospitales se le rehabilita) para la vida
social; por último, cuando muere, se va al panteón. Dice Deleuze que
desde que se nace en el capitalismo moderno, el individuo pasa de un
centro de encierro a otro.
Pero la vida así concebida en el capitalismo no es más que un transitar
de una institución a otra. Cada parada es un tiempo de encierro para el
individuo: cuando llega a la escuela, ya no está en su casa; cuando está
en el trabajo, ya no está en la escuela, etcétera. La escuela hace que
este sujeto transite de la casa a la escuela, pasando por las marcas de
aquélla; transita de la escuela al trabajo, pasando por las marcas de
aquélla, etcétera.
El paso por las instituciones del Estado Moderno, representan también
momentos de disciplinamiento. Porque, la función principal del Estado
es la disciplina del individuo. En cuerpo y alma, es sometido a diferentes
procesos de coerción muchas veces imperceptibles a su conciencia;
procesos que se le aplican independientemente de su voluntad. Incluso,
se logra tal satisfacción en las conciencias individuales que ven como
una necesidad su pertenencia a las instituciones estatales; las reclaman
como un derecho y el Estado, las convierte en eso: derechos
aparentemente ganados “en la lucha social”. El derecho a la salud; el
derecho a la educación; el derecho al trabajo; en suma, el derecho al
bienestar (o felicidad), se convierten en una función sustantiva de la
institución y en una necesidad individual y colectivas de la ciudadanía.
El desempeño de estas funciones sustantivas no sólo es vistas como
una conquista social y una forma de disciplinamiento, sino como un
conjunto de obligaciones del Estado.
Todo lo que hacían los individuos y los grupos formados por ellos, eran
supervisados; tutelados por el Estado. Nada escapa a su mirada. Esta
institución desarrolló los mecanismos de vigilancia necesarios para que
nade se saliera del molde. Los brotes o interrupciones del modelo social
del Estado eran rápidamente sofocados por la aplicación de la ley. A los
infractores, se les aislaba en la cárcel o al hospital, para rehabilitarlos.
Todo mundo estaba bajo la tutela y la amenaza de las normas. La
producción de bienes y monedas para adquirirlos, los precios, las
formas de distribución, las carreteras por las que se distribuyen los
productos; todo estaba bajo la mirada del Estado.
Como en los principados, el papel del ciudadano era obedecer y
ofrecerle lealtad al soberano; se trata de un ente poderoso que logra el
sometimiento y lealtad de la ciudadanía.
La globalización y sus implicaciones
El desarrollo del capitalismo fue tal que las máquinas del siglo XVIII
llegaron a tal grado de sofisticación que lograron ellas mismas crear
otras máquinas: los tornos, creaban pernos; las fundidoras de hierro, los
cuerpos de los motores de combustión de los autos; las máquinas de
vapor crearon el principio de pistones, etcétera.
El Siglo XX fue el parteaguas de la ciencia y el desarrollo de las
tecnologías. Las máquinas de control numérico, sustituyeron aquéllas
que se movían mecánicamente y con la presencia del operador
humano. Después los mecanismos digitales y actualmente los robots
que son capaces de crear otros robots, hasta acercarse peligrosamente
al símil humano. Las cintas de como “Ella”, las series de Black Mirror y
otras más, brincaron el umbral de la ficción para convertirse en la
realidad que nos ha tocado vivir.
Lo mismo pasó con otras áreas otrora vigiladas y reguladas por el
Estado. La economía nacional, la hacienda pública, la producción de
divisas, las formas de distribución de mercancías (que ahora son
producidas por máquinas de control numérico), etcétera, se mueven sin
la vigilancia del Estado. En el capitalismo globalizado (algunos dicen
descontrolado o desordenado), el propio ciudadano ha entrado en un
momento de “desobediencia civil” antes limitada por la normativa
estatal. Hoy se permiten comportamientos, prácticas o actos en la vida
social, que antes ni en sueños fueron posibles. La ciudadanía concibe
a estos actos por fuera de la sujeción estatal. Y no sólo eso: los concibe
como conquistas de este “nuevo orden” (de libertinaje, como otros).
Para algunos el momento actual es un momento de ampliación de las
libertades; para otros, se trata de una situación caótica en donde el
Estado y sus reglas, está cavando su propia tumba1.

1
Debemos recordar que el Estado es sólo una categoría teórica; una categoría que expresa o con la cual se
puede nombrar los proyectos, deseos; formas de ser y estar en el mundo de los individuos que viven en
socidad. Por eso Heller identifica al Estado con aquello que llama “la sociedad organizada”. Véase Hermann
Heller. Teoría del Estado.
Los críticos del capitalismo han estado esperando este momento. Hasta
antes de lo que estamos viviendo, afirmaban que no estaban dadas las
condiciones para una revolución. Quizá tampoco pensaron que ésta
sería más bien una involución. En todo caso el adjetivo, no importa
porque todo depende desde dónde se mire esta realidad convulsionada
por la aparición de una pandemia. Quién iba a decirlo que se necesitaba
un elemento que, como el alcoholismo, no distinguiera situación social,
raza o situación económica, para atacar la vida del ser humano: eso es
el Covid 19.
Entre dos fuegos: sálvese el que pueda
Con la presencia del Covid 19, el mundo experimenta una sacudida.
Miles de muertos; millones de infectados: sálvese el que pueda.
Quienes tienen mejores posibilidades de salvarse, lo que no quiere decir
que estén en el riesgo siempre latente en estos casos. Tienen mejores
posibilidades aquellos que pueden levantar murallas entre los posibles
contagiados y ellos; aquellos que históricamente han logrado levantar
murallas que impiden a los andrajosos penetrar en sus espacios;
aquellos que no tienen de qué preocuparse por comer diario sobre una
mesa y tres veces al día. Ellos no necesitan a nadie para ponerse a
salvo; pero por suerte para los que no tienen nada, son los menos. En
términos de la población total en el mundo, no son nada comparados
con aquellos que no tienen nada, por lo tanto, lo único que pueden
perder es la vida. Y a veces, hasta podrían celebrar que hoy, morirse no
resulta tan caro para nadie: aquí te mueres y por acá te convierten en
ceniza.
Esos desarrapados no tienen nada, ni a nadie en el modelo neoliberal.
En el nuevo orden mundial, los pobres –y de alguna manera los ricos-,
se encuentran en medio de un fuego cruzado que libra entre el viejo
Estado Nación y el rebosante Mercado que comercia todo. Todo se
vende y todo se compra. Al mercado lo que le interesa es vender y hacer
que el individuo consiga a toda costa comprar. El modo de adquisición
no tiene reglas: el caso es obtener lo que se desea2. Hay muchos
ejemplos que pueden ilustrar esta tesis; los métodos violentos que
2
Porque las cosas que vende el mercado, son convertidas en deseos para los individuos. Persigue tus deseos,
no te des por vencido, siempre hay un modo de alcanzarlos. En el neoliberalismo esta podría ser una frase
perfectamente comprendida y puesta en práctica por cualquier persona.
pueden verse en todas partes, son el pan de cada día en estos
momentos de convulsión social, incluso antes de la pandemia.
Pero hay que preguntarse, ¿por qué habría una guerra entre el Estado
Nacional, casi enterrado por los mercaderes neoliberales? La guerra es
por la conquista del poder.
El Estado Nacional, está en caída libre. Todo está ocupado por el
mercado y la violencia que se genera con su presencia. No se necesitan
datos duros para constar lo dicho. Basta mirar críticamente lo que pasa
todos los días para corroborarlo. “La conquista de los nuevos derechos
ciudadanos” convertidos en libertinaje social sin reglas estatales es la
prueba. Pero la presencia del Covid 19, rehabilita la necesidad de
protección. Y, la protección social, es una de las funciones principales
del Estado.
Como dijo el presidente de México “el Covid 19 nos cayó como anillo al
dedo”. Ya nadie creía ni hacía caso al Estado. Las personas se veían
con la libertad de hacer, pensar y ser lo que mejor les viniera en gana.
El miedo a las reglas impuestas por el Estado, estaban sepultadas,
porque no necesitaban de éste para lograr el paraíso de felicidad que le
prometía el mercado.
¿En dónde radica el poder del Estado? En la capacidad de sus
gobiernos para conducir a la sociedad; en su capacidad para
proporcionarle al ciudadano aquellos satisfactores que lo acercaran a la
felicidad (la cual era concebida como tener lo que se necesita: comer,
vestir, tener una vivienda, socializar, trabajar, etcétera). Es decir, se
tiene poder en tanto la población gobernada cree en el soberano. Y,
para creer es necesario constatar lo que recibe. A cambio, el soberano
dispone de lealtad, aceptación y obediencia: el que paga, manda.
Ante el peligro de morir, el individuo busca protección, alimentos; un
lugar para estar seguro del peligro que acecha en el afuera. Ese lugar
es su casa. Y si en casa tiene lo necesario para comer, socializar y
acceso a los bienes de consumo complementarios, como vestimenta,
calzado, etcétera, se puede ser feliz. ¿Quién será capaz de dar a ese
ciudadano la felicidad que tanto anhela en tiempos de incertidumbre y
peligro para su vida? Quien sea capaz de dale eso que necesita,
seguramente conseguirá su lealtad. Como los vasallos en el Régimen
Absolutista, la lealtad del ciudadano al Estado Nación, serán suficientes
para que éste vea y haga posible su felicidad. Pero, como se dice
coloquialmente “nada es gratuito”. El ciudadano está vendiendo su
lealtad a ese Ente y eso, no es poca cosa.
La pandemia cayó como anillo al dedo, porque sin la protección del
Estado, la población está en peligro. Al Estado le preocupa la población
porque depende de ella; al Mercado, le preocupan las ganancias o las
pérdidas porque la gente está en sus casas; porque no hay trabajadores
en las oficinas; porque no hay ventas; porque la producción se vino
abajo.
Al Estado le preocupa y le ocupa la vida; al Mercado, le preocupa que
la ciudadanía no compra ni produce nada. El pueblo se encuentra en
medio de un tiroteo cruzado entre el Estado que se fortalece y un
Mercado que pierde (sobre todo económicamente). Y aquí volvemos a
plantear la pregunta que desde niños nos hicimos cuando jugando en el
patio o en la calle, nos preguntamos: con quien te vas ¿con melón o con
sandía? En presencia del Covid 19, hay que tomar decisiones: con
quién te vas ¿con tu trabajo a pesar de que sabes que pones en riesgo
tu vida? O te mantienes con los mediocres apoyos económicos y
sociales que te brinda este moribundo Estado Nación, debilitado por la
conducta nihilista, egocéntrica y libertina de la actual ciudadanía.
Es necesario tomar decisiones
JR Carbajal
Ciudad de México a 30 de mayo de 2020

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