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Michael Schmidt-Salomon

Helge Nyncke

¿Cómo llego a Dios, por favor?,


preguntó Cerdito.
Un libro para todos los que no
se dejarán engañar

Alibri

Texto: Michael Schmidt-Salomon


Ilustraciones: Helge Nyncke
Traducción: Yuri Callirgos

Michael Schmidt-Salomon
Helge Nyncke

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Un cerdito y un pequeño erizo
estaban sentados en la bañera
riéndose con todas sus fuerzas.
Así como siempre hacían cuando
el sol brillaba o cuando la lluvia
caía sobre la tierra.

"Oye, ¡¿Acaso no la estamos


pasando muy bien?!", dijo Cerdito.

"¡No puede ser mejor!", respondió


Erizito y extendió sus brazos hasta
donde más no podía. "¡Podría
abrazar a todo el mundo!!"

"¡Brillante idea!", respondió


Cerdito. "Pero primero vamos a
recoger algunas manzanas. Estoy
hambriento."

"Bueno", dijo Erizito.

En cuanto ambos habían salido de la casa, notaron algo extraño. Durante la noche, alguien había pegado un cartel
en la pared de su casa. "A quien no conoce a Dios, ¡le falta algo!", decía el cartel.

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Cerdito se lo leyó a
Erizito que no había
prestado mucha
atención en la escuela.

"Cerdito, ¿tú conoces a


Dios?", preguntó
Erizito.

"No", respondió
Cerdito.

"Ni yo", dijo Erizito.

Esto les causó mucho


miedo a los dos. ¡No
sabían que se estaban
perdiendo de algo! Así
que comenzaron a ir en
busca de Dios.

"Cómo llego a Dios, por favor?", preguntó Cerdito a todos los animales que se atravesaron en su camino. Pero nadie
había oído hablar de un Dios; ni Ganso, ni Conejo, ni siquiera Topo. Pero el astuto Zorro conocía la respuesta.

"Una vez oí a unos seres humanos discutiendo acerca de Dios", dijo Zorro. "Ellos le han construido unas casas muy
grandes allá en el Monte de los Templos".

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"¿De qué estaban
discutiendo?", preguntó
Erizito.

"Creo que ellos no se ponían


de acuerdo en cuál de las
casas vivía en verdad el
señor Dios", respondió Zorro
y añadió muy despacio: "Si
quieren un consejo, creo que
no deberían subir allí! Las
personas allí no están muy
bien de la cabeza! "

Cerdito y Erizito, tan bien


educados como eran,
agradecieron a Zorro por sus
buenos consejos. Pero ellos
eran tan curiosos que, a
pesar de la advertencia,
subieron la montaña. Ellos
tenían que saber de lo que
se estaban perdiendo!

Tan pronto como llegaron a la cima de la montaña descubrieron tres grandes casas que se encontraban una al lado
de la otra. Ellos nunca habían visto nada tan enorme.

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"Este Señor Dios debe ser gigantesco si necesita casas tan grandes como estas!", dijo Erizito. Y, le entró un poco
de miedo: "Cerdito, ¿no crees que mejor deberíamos volver a casa?"

"¡De ninguna manera, Erizito!", dijo Cerdito. "Ahora que hemos llegado tan lejos ¡debemos conocer al Señor!"

Eso sonaba muy valiente, pero en secreto, Cerdito también estaba un poco asustado. Pero no quería que Erizito se
diera cuenta.

Erizito y Cerdito se
acercaron a la primera
casa. Un hombre con un
gracioso sombrero negro
y largos rizos estaba
parado frente a ella.

"¿Cómo llego a Dios por


favor?", preguntó Cerdito.

"Este es el Templo del


Señor, una sinagoga",
explicó el hombre. Y él
sabía de lo que estaba
hablando, porque aquel
hombre era un "rabino",
un sabio judío.

"¡Qué bien!", dijo Erizito.


"¿Está el señor en casa?
¿Podríamos tener una
breve charla con él? No
tomará mucho tiempo… "

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"¡Sólo si tu madre es
judía!", respondió el
rabino.

"¿Judía?", preguntó
Erizito. "¡Mi madre es una
eriza!"

"Y la mía una porcina",


agregó Cerdito.

"¡Lo siento!", dijo el


rabino. "Sólo los Judíos
pueden entrar en el
templo durante esta
ceremonia. ¡Y cerditos no
pueden entrar nunca! "

"¡Eso no es nada
amable!", dijo Cerdito.

"¡Dios, el Todopoderoso,
no es amable!", explicó el
rabino. "Él es todo
conocimiento y también puede ser muy afectuoso, ¡pero también puede enojarse mucho cuando no sigues sus diez
mandamientos!" Y para demostrar esto, les contó la historia del gran diluvio.

"Un día", dijo el rabino, "Dios, el Señor, se enojó tanto con los hombres que decidió destruir toda vida sobre la
Tierra."

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"¿Toda vida?", preguntó Cerdito asombrado. "¿Todos los bebés, los abuelitos y todos los animales? ¿cerditos,
erizos, mariposas y conejillos de indias también?

"Sí, toda vida", respondió el rabino. "Con excepción de una pareja de cada especie. Dios escogió a Noé para que
reúna a todos estos animales en su barco, el Arca de Noé. Entonces Dios dejó que lloviera durante mucho tiempo
hasta que todos los demás seres humanos y los demás animales se ahogaron".

Erizito y Cerdito guardaron


silencio por un momento. No
les era posible imaginar
tantos bebés, abuelitos,
cerditos, erizos y conejillos
de indias ahogados.

"¡Eso es muy malo!", Cerdito


pensó y decidió pisar muy
fuerte el pie del Señor Dios
en caso lo conociese alguna
vez.

"¿Qué cosa tan mala


hicieron los seres humanos
para tener que ser
ahogados?", quería saber
Erizito.

"¡Ellos le rezaron a otros


dioses!", respondió el rabino.

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"Oh, ¿de modo que hay
otros dioses?", se
sorprendió Erizito.

"¡No!", dijo el rabino. "Los


seres humanos solo lo
imaginaron. En realidad,
esos dioses existen sólo
como fantasmas de rayas
azules y verdes en las
cabezas de algunos
hombres… "

"Oh", dijo Cerdito. Y pensó


por un momento. "Si el
hombre puede imaginar
dioses", dijo muy despacio,
"¿cómo sabemos que usted
no imagina a su Dios
también?"

¡Esa es una muy buena


pregunta Cerdito! Pero, por
desgracia, al rabino no le
gustó en lo más mínimo. Se enojó terriblemente y comenzó a vociferar tan fuerte que Erizito y Cerdito tuvieron que
escapar tan rápido como pudieron.

"Apuesto a que sólo inventó la historia para asustarnos!", dijo agitado Cerdito mientras huían. "Pero, ¿quién podría
ser tan tonto para creer una historia así?" "Bueno, yo te aseguro que no creo en un Dios que ahoga conejillos de
indias ¡sólo porque algunas personas ven fantasmas!", dijo Erizito.

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Y así, Erizito y Cerdito fueron a la segunda casa. "Venid a mí todos ustedes que están débiles y agobiados!", decía
el hombre que estaba parado delante de la casa. Vestía una graciosa gorra púrpura sobre la cabeza y una extraña
prenda que llegaba hasta el suelo. "¿Cómo llego a Dios, por favor?", preguntó Cerdito al hombre. Resultó que él era
un verdadero obispo, así que él sabía de lo que estaba hablando.

"Esta es la casa de Dios, ¡una iglesia!", explicó el obispo. "Cuando nos reunimos en el nombre del Señor, ¡El está en
medio de nosotros!"

"¡Bien!", dijo Erizito. Y


caminaron hacia la iglesia.

Estaba muy oscuro adentro


y también olía un poco
raro. "Entonces, ¿donde
está este Señor Dios?",
preguntó Cerdito.

El obispo apuntó hacia la


parte delantera. Erizito y
Cerdito vieron una
espeluznante imagen de un
hombre semidesnudo
cuyas manos y pies
estaban clavados a una
cruz con grandes clavos
puntiagudos. En la cabeza
el hombre llevaba una
corona de espinas y su
cuerpo estaba cubierto de
sangre por todas partes.

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"¡Ay!", dijo Erizito. "¿Eso no
dolerá bastante?"

"Dios, el Señor, nos envió a


su hijo, Jesucristo, ¡que
murió en la cruz por
nuestros pecados!", explicó
el obispo.

"Oh, el Señor no tenía que


haber hecho eso", dijo
Cerdito. "Erizito y yo
siempre hemos sido
buenos…"

"¡El Señor limpió nuestros


pecados con la sangre de
Jesús!", dijo el obispo.

"¿Con sangre?... ¡Qué


asco! ", respondió Cerdito.
"Y yo siempre pensé que
debía lavarme con jabón",
se preguntaba Erizito.

"Dios nos dio una buena noticia: si lo seguimos, ¡el reino de los cielos nos estará esperando!", dijo el obispo.

"Bueno, ¡la gente aquí no parece muy feliz!", pensó Cerdito. "¡Más bien parece como si ellos estuvieran muy tristes!"

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No, Cerdito no quería quedarse allí por más tiempo. Pero entonces descubrió algo que le llamó mucho la atención:
¡Montones de galletas! Estaban servidas en un gran plato de oro que estaba sobre la mesa, en la parte delantera. Y
dado que Cerdito estaba con hambre aun, se metió algunas en la boca rápidamente.

¡Pero esto no le gusto nadita al obispo! "Por el amor de Dios, ¿qué estas haciendo!", gritó furiosamente.

"Estoy comiendo unas


galletas porque estoy muy
hambriento", dijo Cerdito

"Pero estas no son


galletas, ¡son el cuerpo de
Cristo!", exclamó el obispo.
Señaló al hombre en la
cruz: "¡Es la carne de
Jesús, que se sacrificó por
nosotros!"

Oh, ¡eso hizo que Cerdito


se sintiera muy mal! A el le
gustaba comer manzanas y
zanahorias, también
hongos, ¡pero no un
hombre que había muerto
hace muchos años!
Rápidamente, escupió las
extrañas galletas y tomó de
la mano a Erizito.

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"¡Vayámonos de aquí inmediatamente!", exclamó. "¡Estos son caníbales! Si se comen al hijo del Señor Dios, quien
sabe lo que harán con pequeños erizos y cerditos… "

Después de salir de la iglesia, Cerdito y Erizito no se sentían con ánimos de visitar la tercera casa. Pero por otro
lado, todavía querían saber de lo que se estaban perdiendo. Así que juntaron todas sus fuerzas y lo intentaron por
última vez.

Un hombre con una


abundante barba estaba
parado delante de la tercera
casa. Él se había puesto un
paño en la cabeza, lo que
hizo que Erizito recuerde a
su abuela Frida. Aunque,
por supuesto, la abuela
Frida no tenía barba.

"¿Cómo llego a Dios, por


favor?", preguntó Cerdito.
"En esta mezquita
encontraran a Alá, el
Señor", dijo el hombre. Él
debía saber, porque él era
un mufti, un estudioso
islámico. "¡Pasen!", dijo el
muftí.

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"Tengo curiosidad por lo que nos espera aquí", susurró Erizito mientras entraban en la mezquita cruzando la
gigantesca puerta. Cerdito asintió su cabeza mostrando también su curiosidad.

"Para conocer a Dios, es decir Alá, tienen que hacerse musulmanes!", explicó el muftí.

"¿Y cómo me hago musulmán?", preguntó muy curioso Erizito.

"Bueno, en primer lugar, tendría que ser capaz de repetir la declaración de fe islámica", explicó el muftí. "Y usted
debe seguir fielmente los mandamientos de Alá. En primer lugar, ¡debe orar cinco veces al día!"

"¿Cinco veces?", preguntó Cerdito.

"Sí", respondió el muftí. "Y, antes de cada oración, ¡siempre deben asearse cuidadosamente!"

"¿Lavarme cinco veces al día?" decía Erizito mientras parpadeaba repetidamente. "Eso significa lavarme treinta y
cinco veces a la semana, ¡y ciento cincuenta veces al mes!" A Erizito le hubiera gustado calcular cuántas veces que
sería al año, pero eso era demasiado difícil para él.

"Sorprendente, ¿el Señor Dios tiene una manía por la limpieza?", Cerdito se preguntó a sí mismo. Meterse a la
bañera con Erizito una vez a la semana era necesario y suficiente, ¡pero no treinta y cinco veces!

"¡Yo no rezaría cinco veces al día!", dijo Erizito. "¡Tengo otras cosas que hacer!"

"¡Entonces usted no puede ser musulmán!", explicó el muftí.

"Bueno, ¡entonces me quedaré así nada más!", dijo Erizito encogiendo sus hombros. "No creo que sea tan malo…"

"¡No tan malo?", los ojos del muftí destellaban. "¡Si no obedecen al Señor, terminarán en el infierno y se quemaran
en el infierno por siempre!"

"¿Sólo porque no nos lavamos tan seguido?", se preguntó Cerdito.

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"¡Porque estarían faltando a
los mandamientos que Alá le
dio al profeta Mahoma!", dijo
el muftí.

"Bueno, ¿y quién sabe si


Mahoma sólo invento todo
eso?", preguntó Cerdito.
"Tal vez él no era un profeta
en realidad, y sólo se estaba
burlando de usted…"

Oh, ¡hubiera sido mejor si


Cerdito no hubiese dicho
tales cosas! Porque ahora el
muftí estaba herido en sus
sentimientos. "¡Ustedes
malignos no creyentes!",
gritó mientras corría
apresuradamente hacia
Cerdito y Erizito.
Ambos corrían a la salida de la mezquita lo más rápido que podían.

Pero, ¡oh sorpresa!: afuera, el rabino y el obispo ya los estaban esperando. "¡Atrápenlos!", exclamó el rabino. "¡Ellos
han blasfemado!"

"¡Y ellos han profanado el cuerpo de Cristo!", vociferó el obispo.

"¡Y también han insultado al profeta!", gritó el muftí, quien recién salía corriendo de la mezquita.

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Erizito y Cerdito estaban paralizados de miedo. "oh-oh, ¡creo que estamos en serios problemas!", tartamudeo
Cerdito.

"¡Están poseídos por el demonio, pero yo los exorcizare muy pronto!", gimió el obispo

"¡No lo harás! ¡Nosotros hemos exorcizado demonios mucho antes que ustedes existieran!", respondió el rabino.

"¡El profeta fue el primero en


mostrar cómo se trata
apropiadamente a los no
creyentes! ", respondió el
muftí. "¡De cualquier manera,
nuestro infierno es mucho
más caliente que el suyo!"

"¿Qué mejilla!", exclamó el


obispo y golpeó al muftí con
la Biblia en la cabeza.
"¡Nuestro infierno es el peor
de los peores!"

Y así, una discusión muy


seria surgió entre los tres
siervos de Dios. Poco
después ya se golpeaban tan
fuerte que no se dieron
cuenta de que Cerdito y
Erizito se escapaban a
escondidillas.

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Cuando llegaron a casa
Erizito dijo: "Cerdito, ya sé
qué nos estaba faltando todo
el tiempo… "

"¿Qué es?", preguntó


Cerdito.

"¡Sin Dios no tenemos


miedo!", dijo Erizito.

"¡Así es!", dijo Cerdito. "Pero,


¿extrañas el miedo?"

"¡No!", respondió Erizito. "¡El


Señor Dios y sus raros
servidores pueden
permanecer bien lejos de
mí!"

Erizito y Cerdito, una vez


más, observaron el
misterioso cartel. "¡Yo creo
que solo sobra una palabra!", dijo Cerdito, y tachó la palabra "no" con un plumón grueso. "De hecho, debería decir:
"A quien conoce a Dios, ¡le falta algo!" justo aquí…", dijo Cerdito mientras se tocaba la frente y reía.

Erizito asintió con aprobación: "¡La gente del Monte de los Templos están locos de verdad! ¡Yo creo que Dios no
existe! Y si existiese, ¡seguramente no viviría en esos castillos de fantasmas!"

"Claro, ¡tienes toda la razón Erizito!", dijo Cerdito. "Pero ¿qué vamos a hacer ahora con el cartel? ¿Lo dejamos
colgando aquí?"

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"¡No!", respondió Erizito.
"¡Tengo una mejor idea!" Y
Erizito arrancó el cartel de la
pared y lo utilizo para hacer
muchos aviones de papel.

Después, Erizito y Cerdito


dejaron que los aviones
vuelen muy alto en el cielo.

¡Eso fue muy divertido!


Finalmente nuestros dos
amigos pudieron, una vez
más, reírse con todas sus
fuerzas. Así como hacían
siempre cuando el sol
brillaba o cuando la lluvia
caía sobre la tierra.

Y la moraleja de la fábula es: Si no conoces a Dios, alégrate de ello.

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P.D.

Sólo si alguien sigue con lo mismo:


"¿Quién no conoce a Dios, debe ser
bastante hueco!"
Un secreto yo te voy a decir
(Y si quieres lo puedes compartir)
La fe en Dios en todo nuestro planeta
Es sólo una mala magia, sólo una broma
Rabinos, sacerdotes, y muftíes también
Son "monos sin pelos" como tú y como yo
Sólo que por allí ven algunos "fantasmas"
Y visten graciosas gorras y vestimentas.

No pudieron engañar a nuestro Cerdito, y


más bien
El reía y se burlaba de todos ellos…

Michael Schmidt-Salomon, nació en 1967, es un escritor freelance, filósofo y músico, entre otras cosas. Actúa como portavoz de la junta directiva de la Fundación Giordano Bruno. Sus
publicaciones en Alibri Verlag son: Erkenntnis aus Engagementn (1999); Stollbergs Inferno (Philosophischer Roman, 2003), Manifiest Evolutionären des Humanismus. (2005, 2006);
Aufklärung ist Ärgernis… Karlheinz Deschner: Leben - Werk - Wirkung (editor, con Gieselbusch Hermann, 2006), Die Kirche im Kopf. Von "Ach, Herrje!" Bis "Zum Teufel" (con Carsten Frerk,
2007).

Michael Schmidt-Salomon vive en Eifel cerca de Trier, con su "familia post-familiar" (2 hijos biológicos + 3 hijos afines + 3 niños más grandes). Para más información, por favor visite:
www.schmidt-salomon.de/

Helge Nynke, nació en 1956, tiene un diploma en diseño, es un ilustrador y escritor. Ha ilustrado, escrito e inventado innumerables libros escolares, especializados y de literatura infantil,
juegos y películas de animación para niños, así como ensayos de crítica literaria, guiones, textos libres para adultos. Además de estas actividades, también ha encontrado el tiempo para el
diseño de obras de arte o el amueblamiento de hospitales infantiles. Helge es padre de cuatro ninhos y creador de multiples ideas, vive y trabaja en Mühlheim / Main.

Este libro fue auspiciado por la Fundación Giordano Bruno, www.giordano-brunostiftung.de/


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Cubierta: Helge Nyncke

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