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Guisado
curso: 2016-2017
UNIDAD I
Abarca los discursos del arte desde finales del s.XVIII y en el s.XIX desde los
grandes pintores revolucionarios, como David o Courbet cuya estética no puede
obviar las cuestiones éticas, unos paisajistas románticos: Turner, Friedrich,... en
los que la tensión entre forma y contenido aflora en cada obra; hasta un Ingres
mucho más interesado “sólo” en el lenguaje de la pintura y . Al final, al menos
aparentemente, los impresionistas incidirán en una pintura en superficie como
hasta entonces nadie había hecho. Con ellos, la centralidad del ojo empieza a
desenfocarse.
TEMAS DESARROLLO.
1. Pintura Neoclásica y el nuevo orden ilustrado
2. Caracter político del Realismo y la pintura de paisaje
3. El Impresionismo y la realidad, la responsabilidad del arte 4. Ingres y
los pintores modernos
Bibliografía:
AA.VV. Los discursos del arte contemporaneo, Ramon Areces. Madrid,
2011
ADDISON, Joseph, Los placeres de la imaginación y otros ensayos. La
balsa de la medusa. Madrid, 1991 AZNAR ALMAZAN, Sagrario. La
muerte ejemplar, en Revista Espacio, tiempo y forma, serie VII, t 12.
1999 BAUDELAIRE, Charles. El pintor de la vida moderna. Colegio
Oficial aparejadores e ingenieros. Murcia, 1995 BOIME, Albert.
Historia social del arte moderno. Alianza Forma. Madrid, 1994
CLAIR, Jean. La responsabilidad del artista, La balsa de la medusa.
Madrid, 1998
KRAUSS, Rosalind. La originalidad de la vanguardia y otros mitos
modernos, Alianza. Madrid, 2006
TEMA 1. HISTORIADORES Y TESTIGOS: LA HISTORIA Y LAS
HISTORIAS A. PINTURA Y REVOLUCIÓN
Los años centrales del siglo XVIII supusieron un importante cambio
en el mundo del pensamiento. La Ilustración estimula la
investigación científica, el progreso industrial, la instrucción y el
bienestar público... una mejora del ser humano. Los cambios
sociales, consecuencia de esta filosofía, impusieron el contraste
moral entre la virtud romana “cívica” y los usos de una corona y
una aristocracia francesa que, aunque habían patrocinado la vuelta
al gusto clásico (La Font) de los preceptos de Poussin y Lebrun,
mantenían sus placeres más excesivos “de vano gasto y puro
capricho” aristocrático propios del rococó (Antoine Watteau p ej.).
Algunos aristócratas de la talla de Madame Pompadour, el Marques
de Marigny o Madame Du Barry, buscaron en la fuente clásica un
modo de renovarse, pero sus persistentes intrigas y luchas por el
poder les hicieron poco convincentes a los ojos de un público cada
vez más poderoso y descontento. Su decadente mundo
(denunciado por Diderot o Voltaire) caerá bajo la guillotina y en el
gobierno centralizado que intentaría crear la Revolución Francesa,
David dedicará su pintura a promocionar y exaltar el poder del
Estado revolucionario.
• J. L. DAVID (1748-1825): El pintor jacobino. Para comprender todo
el rigor ideológico del Neoclasicismo en la Francia revolucionaria que
tiene su apogeo en David y su más brillante epígono en Ingres, es
necesario admitir la confianza que los pensadores tenían en el ser
humano. Las exigencias a la pintura eran básicamente sencillez y
una apuesta en escena clara y comprensible. Prevalece el dibujo,
la línea, por encima del color, el carácter más intelectual de la
pintura por encima del sensual. Pretenden crear un nuevo lenguaje
clásico cuyo modelo será la historia de la pintura centrada en los
maestros antiguos. David es uno de los primeros pintores que
dominando todas las técnicas y formas anteriores es consciente
que debe avanzar por un camino diferente. David lo verá todo y
todo se le hará visible. Sin embargo irá velando la Revolución para
construir un mito ideológico, más que un testigo David es un
historiador perverso.
El juramento de los Horacios será su primera gran obra,
perfectamente lograda tanto en la forma como en la iconografía
porque sabe escoger el instante en que mejor se ven las virtudes
romanas y exalta así un mundo heroico de pasiones simples y
verdades rotundas. La historia es bastante sencilla y plantea un
claro conflicto entre el amor de la familia y el deber patriótico,
cuando los hermanos Horacios salen a pelear con los Curiaceos en
representación de su pueblo, a pesar de estar emparentados por
matrimonio con ellos. Aunque el hecho histórico es cuestionado,
Rousseau en El Contrato Social, alude claramente a los juramentos
militares romanos como la entrega de la libertad natural en favor
del beneficio para el conjunto de la sociedad. De esta manera, el
interés público tiene prioridad sobre la conveniencia particular y el
privilegio tradicional. En este lienzo de colores suaves aplicados de
forma plana, los tres Horacios ordenados de perfil, dan un paso
hacia delante jurando ante las tres espadas que su padre les
tiende. En contraste con este varonil grupo que destaca el ethos (el
sacrificio cívico), las dos mujeres, débiles y emocionadas, el
contrapunto emocional, el phatos. Y todo en un gran espacio
cerrado organizado de dos formas muy diferentes, según dos
antiguas convenciones de representación que une la perspectiva
renacentista con el bajorrelieve histórico romano. La obra provoca
una soterrada angustia porque esconde la convicción de que solo
la violencia traerá la solución. Con las obras académicas, y a pesar
de ser un encargo real, El juramento de los Horacios y Los líctores
llevando a Bruto a sus hijos muertos, había nacido lo que con el tiempo
se vería como la versión jacobina de la estética neoclásica. Se plantea
claramente que la felicidad del tiempo presente está en correlación
con la recuperación de las formas propias de la grandeza antigua,
de la vieja Roma, la historia concebida como un valor moral clásico,
guió toda la actividad revolucionaria de David cuando, a partir de
1793, será el “gestor” artístico de la Revolución.
• Testigo de cargo: Marat y la muerte ejemplar. Desde el compromiso
(ya no hay un encargo explícito), entre protagonista e historiador
pintará La muerte de Marat, un lienzo con el que David pretende
legar un testimonio del mártir jacobino. Jean-Paul Marat, médico,
periodista (L’ami du peuple) y diputado jacobino en la Convención
Nacional al lado de Robespierre, Danton y David (los montañeses),
fue asesinado por la girondina Charlotte Corday en su pequeña
bañera redonda, donde le gustaba trabajar. En el momento del
atentado, Marat estaba escribiendo apoyado sobre una plancha,
vestido con una bata y con un turbante blanco en la cabeza. Al día
siguiente se el encargó el cuadro a David. El político aparece
representado, según el titulo original del cuadro, en su último
suspiro, justo en su límite existencial. El cuadro, en principio, no
muestra el hecho violento, sino un cadáver solitario a partir de
cuyos detalles debe ser minuciosamente reconstruida la escena
anterior. David ha rodeado a Marat en con detalles de su mundo
intimo (la manta verde, la sabana blanca o la caja de madera), a los
que ha añadido otros nuevos (el cuchillo blanco y la carta de la
asesina) y obviado otros (el papel pintado por el fondo neutro),
reconstruyendo la “escena del crimen”. El maquillaje de la realidad
(Marat está desnudo, muestran a un hombre bastante más joven,
expira con una leve sonrisa sin pedir ayuda, la bañera redonda es
ahora rectangular, Marat tiene en su mano la carta firmada por su
asesina,...) persigue a través de una imagen legendaria ejemplar y
transgrediendo el testimonio, subrayar la austeridad, el ejemplo y
grandeza de la victima y sus ideas, crear el mito, mostrar y recrear
“el martirio” del revolucionario, un sacrificio honroso, una muerte
ejemplar. El artista es ahora el historiador que reconstruye la Historia,
presentándonos la intención de una iconografía que no sólo
expresa por imitación los preceptos ideales de las virtudes antiguas
(Winckelman) del Neoclasicismo, sino que presenta un paradigma
moral nuevo, en la línea de Rousseau en su Contrato Social, la
“imaginería” de una religión cívica con sus propios mártires,
sincrética en la representación, pero en su proyección de futuro,
atemporal.
• Paul Cezanne. Las flores que pintó Cézanne son lo más tenaz de
su pintura, comenzando por la cercanía en la que ha situado flores
y frutas y que están por todos lados. Y si no hay flores de verdad,
basta con las pintadas en un jarrón, como sucede en Naturaleza
muerta con manzanas y naranjas (1895-1900) o en Naturaleza muerta
(1880-1890), que forman un modelo que se repite incesantemente en
sus lienzos: frutas sobre una mesa y flores pintadas sobre la
cerámica. Tan vivas y cercanas, tan persistentes, que las usa de
fondo en todas sus telas, desde la que tapiza el sillón donde se
sienta su amigo Achille Emperaire (1868) hasta la cortina donde el
Joven con calavera (1896-1898) reflexiona sobre la muerte. Muchas
de sus obras sólo se explican si entendemos que su estructura es
la misma que la de los pétalos de las flores, como ocurre en
Castillo negro (1902- 1905), donde la pintura, aplicada con paleta,
se extiende por la superficie en forma de placas trapezoidales que
se solapan entre sí. Se ha dicho en numerosas ocasiones que los
cuadros de Cézanne transmiten la sensación de ser papeles
arrugados. Pinte lo que pinte, castillos o jarrones, para Cézanne
todo tiene estructura de pétalo o de hoja, porque todo es como un
universo plegado en sí mismo y luego desplegado, que arrastra sus
líneas de fractura con él al abrirse. Flores que bañan y construyen
todo, como vemos en el retrato de Víctor Chocquet (1879-1882),
donde una especie de pétalos flotan desperdigados por el suelo y
las paredes. O, en Crisantemos (1896-), donde el jarrón con las
flores, que se encuentra él mismo decorado con otra flor, se apoya
a su vez sobre un mantel de flores y se recorta en su fondo sobre
otro. Todo ahí se apelmaza y se airea a la vez, se diría que todo
surge de lo mismo para volverse diferente. Esa estructura de pétalos
de flor constituye así la materia y razón de la pintura de Cézanne.
Materia porque es lo que le permite no sólo ordenar las pinceladas,
sino dotarlas de una función expresiva. Y razón porque esas
pinceladas-pétalos asumen el papel de establecer variaciones
incesantes de una misma forma, como la multiplicidad de las imágenes
reflejadas en el agua.
Reflejos en el agua. La piscina de la casa familiar en el Jas de Bouffan
(1876), uno de los cuadros más alegres que hay pintado nunca
Cézanne, es muy elocuente a este respecto. Los macizos florales
que bordean la piscina la salpican con sus colores y se derraman
caprichosos en el agua. Cézanne se desentiende de las sombras
que arrojan los grandes árboles, que sólo podrían generar una
mancha oscura y uniforme y, por lo tanto, apagar la transparencia
del agua, y se centra, sin embargo, en ese tapiz de salpicaduras
dispersas que las flores componen en el agua, cuyos colores
parecen reavivarla y agitarla hasta formar espuma. Es en el agua,
en el tenso tambor que refleja las cosas, donde se encuentran los
cimientos de su pintura. El agua sueña siempre el paisaje, algo que
se ve muy claro en esta vista del Jass de Bouffan, donde las cosas,
caídas en el agua, removidas y oxigenadas en ese espejo
inestable, adquieren una nitidez nueva, que ya no es la forma, sino la
del color. A través del color, las cosas pierden su visibilidad, para
ganar en visualidad. El pedestal del tritón a la derecha, desenfocado
y turbio, se solidifica de repente en el agua, se reafirma, pero tan
sólo porque su color allí se ha unificado, se ha dotado de una
especie de textura uniforme, de tupida enredadera que ha perdido
las manchas de claridad que lo perturban en el aire, más allá del
agua. Los destellos de luz abren agujeros en las cosas que el
agua, sin embargo, sutura. En el estanque del Jass de Bouffan,
Cézanne ha aprendido que el agua es siempre un testigo
intermedio del paisaje. El agua le acosa, le llama. Su pintura se
desentiende absolutamente de la atmósfera, del aire, para caer en
el agua y desde allí luego levantarse, bamboleante, desenfocada,
turbia.
• Conversaciones desde el agua. Cézanne no ha sido ajeno a asumir el
agua como suelo que inicia Monet en su barca-taller. Pero mientras
Monet necesita una máquina para desencadenar ese proceso,
Cézanne, por el contrario, abre la movilidad del agua en todo lo que
ve, lleva el agua en el ojo, la barca en las manos, como había
hecho precisamente Manet en su retrato de Monet trabajando en
su barca. Para Monet, el agua es tan sólo un motivo. Para Cézanne, por
el contrario, es un procedimiento, o un medio. Y es que la pintura de
Cézanne sigue cabeceando fuera del agua, persiste en su
bamboleo. Todas las cosas, ya sean manzanas, estatuas o
jugadores de cartas, asumen para Cézanne el rítmico balanceo del
agua y su inestabilidad. Las vemos siempre en precario equilibrio.
El ojo de Cézanne no equilibra las formas, sino que las mece.
A Monet desde su “seguridad del punto de vista” le va a costar
muchos años dejar de equilibrar las formas y comenzar a mecerlas.
En todos los cuadros en donde representa el agua, el espacio que
el agua abre, ese mismo que activa Cézanne, no existe. Durante
muchos años, prácticamente hasta las Ninfeas, Monet ve el agua, o
bien como un montón de pinceladas temblorosas, como ocurre en
muchas de sus marinas, o como un espejo turbulento donde las
cosas se refractan. El agua todavía no tiene la fuerza suficiente
para alzarse y transformar todo a su paso, como ocurría en los
cuadros de Cézanne. Monet no comprenderá la función
constructiva de ese plano acuoso hasta empezar a perder su vista,
muchos años después de la muerte de Cézanne. Y es que Monet
sólo ve agua en el agua, perfectamente pintada, es cierto, llena de
matices, pero no ve en ella nada significativo. Sólo manchas
caprichosas e inestables, fugaces y obstinadamente decorativas,
sin la tensión suficiente para organizarse según esa compleja y
mágica malla que aparecerá luego en las Ninfeas. Antes de las
Ninfeas, la mayor parte de las aguas que pintó Monet están vivas
para la representación, pero muertas, estancadas para la pintura.
La obsesión de Greenberg por encontrar las raices de Pollock en la
pintura de Monet desde el presentismo (pensando la historia desde
los vencedores), nos aleja de entender donde reside la materialidad
de su pintura, por ello desde el postimpresionismo podremos
entender el impresionismo, y es en este sentido la pintura de
Cézanne la que le ha enseñado que es en el reflejo del agua donde
se deben buscar los cimientos de la pintura. Así Las Ninfeas de
Monet no se entienden sin la experiencia de Cézanne.
UNIDAD II
Se pretende estudiar las primeras vanguardias del siglo XX desde
una óptica diferente a la formalista. La autonomía kantiana del arte
(juicio estético) se mantendrá como pensamiento articulador de las
diferentes propuestas, pero aceptando la tesis de Adorno de que la
elección de un lenguaje artístico vanguardista implica una posición
política. En Nueva York, en plena Guerra Fría, Greenberg y otros
formalistas (Alfred H. Barr) se empeñarán en "despolitizar” el arte e
iniciarán una nueva narrativa estrictamente formalista de manera que
la pintura, si quiere ser arte, deberá ser sólo pintura y deberá ser
contemplada desde una visión limpia de cargas políticas, sociales y
personales (pulsiones, memoria, inconsciente). Sus mismos
discípulos (fundamentalmente Rosalind Krauss a través de El
inconsciente óptico o desde la revista October) "matarán al padre"
con la idea de un ojo que, lejos de ser desinteresado, está
forzosamente connotado. .
TEMAS DESARROLLO.
5. Narrativa de Greenberg y Jackson Pollock
6. Responsabilidad del artista y pintores de acción 7. Greenberg se olvida
de los surrealistas. Duchamp
Bibliografía:
AA.VV. Los discursos del arte contemporaneo, Ramon Areces. Madrid,
2011
ADORNO, Theodor, Teoría estética
BAUDELAIRE, Charles. El pintor de la vida moderna. Colegio Oficial
aparejadores e ingenieros. Murcia, 1995 BENJAMIN, Walter, La
obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Itaca, Mexico,
2003 BOIME, Albert. Historia social del arte moderno. Alianza Forma.
Madrid, 1994
CLAIR, Jean. La responsabilidad del artista, La balsa de la medusa.
Madrid, 1998
GREENBERG, Clement, La pintura moderna y otros ensayos, Siruela,
Madrid, 2006.
KRAUSS, Rosalind. El Inconsciente óptico, Alianza. Madrid, 2006
KRAUSS, Rosalind. La originalidad de la vanguardia y otros mitos
modernos, Alianza. Madrid, 2006
B. EN LOS MUSEOS
El museo es uno de los lugares donde más explicito se hará todo
este cambio de discurso. La crítica a la institución que busca
analizar en tono de denuncia las estructuras de poder en el mundo
artístico ha afectado sobre todo al discurso histórico artístico que
hasta hace bien poco se establecía como paradigmático a través
del museo. El museo pierde su sentido normativizador y otros
discursos tienen que entrar en sus salas, otros modos de narrar
completamente diferentes.
• El MoMA ha sido el museo paradigmático del arte moderno, el
gran conservador de sus obras maestras, y, bajo la dirección de
Alfred H. Barr, su más importante narrador.
El museo abrió sus puertas el 7 de noviembre de 1929 gracias al
interés y a las donaciones de la clase alta neoyorkina. Alfred H.
Barr fue director desde el principio hasta 1967 y su sombra sobre el
MoMA es muy alargada, sobre todo por la profundidad con la que
arraigó su ideario en él. Barr es habitualmente presentado como un
formalista que armó una historia lineal y evolutiva del arte moderno.
Y es así como se revela en la colección permanente dividida, de
entrada, según una histórica y rigurosa “jerarquía de géneros”:
Pintura y Escultura, Dibujo, Grabado e ilustraciones de libros,
Arquitectura y Diseño, Fotografía y, finalmente, Cine. Un sistema
que Barr no seguiría en sus principales exposiciones temporales y
que ha sido abiertamente cuestionado. La disposición de las obras
de la colección permanente de pintura y escultura hasta su reciente
remodelación, presentaba un discurso lineal y evolutivo del arte del
siglo XX.
Las salas que llevaban de las obras de Cezanne a las del cubismo
y de éstas a las del futurismo y el suprematismo eran la
materialización de los eslabones de una sólida cadena estilística y
cronológica que el MoMA hacía incontestable y exitosamente
visible. Algo que no escapará al interés de Greenberg, cuando
modifique sustancialmente esta cadena con el único objetivo de
que termine triunfalmente en “altar” del expresionismo abstracto
norteamericano.
Y es que Barr y Greenberg son dos formalistas diferentes. De
hecho, la lectura de los textos de Barr los revelan cargados de
sutilezas y precauciones ante una actitud reduccionista frente al
arte de su tiempo. En 1936 Barr organizó las dos exposiciones más
importantes de su carrera: Cubismo y Arte Abstracto y Arte
Fantástico, Dadá, Surrealismo. Aunque ambas exposiciones se
abrían a una interesante y completa mezcla de técnicas y formatos
(desde la pintura y la escultura hasta la fotografía, el cine o los
carteles), lo cierto es que no podían evitar un argumento
abiertamente formalista, además de que a ambos movimientos los
trataba como tendencias esencialmente históricas. Barr atribuía los
cambios de estilo al agotamiento de los mismos en una evolución
imparable.
Para Schapiro, Barr era un formalista puro y duro, pero no lo era de
un modo tan radical e interesado como luego lo fue Clement
Greenberg. De entrada, el planteamiento de Greenberg de que
cada una de las artes progresaba hacia su “pureza” resultaba
demasiado estrecho para un Barr que en ambas exposiciones no
había dudado en abarcar pintura, escultura, composiciones,
arquitectura, teatro, cine carteles y fotografía. Barr buscó
posteriormente entretejer la alta cultura y la cultura popular en el
programa del museo porque para él este desleimiento de los lindes
era el rasgo distintivo de la modernidad. Algo impensable para
Greenberg.
El dilema sobre la adquisición de obras del Expresionismo
Abstracto resultó delicado. Los periódicos y revistas populares, la
mayor parte de los miembros del Congreso y el mismo presidente
Truman, consideraban “comunista” al arte abstracto. Las críticas de
personajes del mundo del arte tales como Francis Henry Taylor,
director del Metropolitan Museum of Art, o James S. Plaut, director
del Instituto de Boston, eran más “profesionales” pero apuntaban
en la misma dirección. Gracias, en parte, a Barr y, con más
contundencia, a Greenberg, el expresionismo abstracto se
convertirá en el paradigma de la democracia occidental. Al final, tan
político como cualquier otro. En la última remodelación del MoMA
en el 2001, aprovechando la inauguración de su nuevo edificio, el
director, Glenn D. Lowry, haya vuelto a apelar a Barr a pesar del
evidente intento que se ha hecho para contar las cosas de otra
manera, actualizando un poco los discursos.
A primera vista, poco ha cambiado. En la cuarta y quinta planta se
encuentra la colección permanente de pintura y escultura y es aquí
donde se encuentran algunas de las tímidas novedades. Parece
que intenta no favorecerse una visión lineal no evolutiva del arte
moderno. El anterior vía crucis que dirigía al espectador
cronológicamente hasta el altar principal del expresionismo
abstracto parece haber desaparecido.
El problema es que ha sido demasiado tímidamente sustituido. Las
salas en que se halla la colección permanente cuentan con cuatro
accesos, lo que rompe la linealidad y abre notablemente las
posibilidades de deambular con libertad por ellas. Eso se traduce
en una sensación laberíntica, (más de mapa que de árbol) un
ataque frontal al modelo cronológico favorecido desde su
fundación. La colección es ahora una mezcla de estilos que
conviven más o menos amistosamente invitando al espectador a
construir su propio recorrido. Las prácticas artísticas se han
transformado radicalmente y en esa coyuntura el MoMA ha optado
por la actitud más acomodaticia. Un museo mítico aparentemente
incapaz de lidiar con el arte de hoy. De momento, no parece ser el
lugar al que acudir para acercarse a las prácticas artísticas de
nuestros días ni donde se nos ofrece una aproximación crítica y
propositiva al arte moderno.
• La Tate Modern. Muy diferente parece el espíritu que anima a la
Tate Modern de Londres, inaugurada en mayo del 2000 (bajo el
auspicio de la Tate Gallery). Por un lado, su famosa Sala de
Turbinas invita regularmente a artistas en activo a intervenirla. Por
otro, la colección permanente ha buscado un concepto museístico
radicalmente diferente basado en la supresión de la cronología,
apostando con valentía por las líneas temáticas y argumentales.
Cuando la Tate Modern abrió sus puertas, en las salas se
mezclaban obras de las llamadas vanguardias históricas con
propuestas absolutamente actuales contextualizadas en líneas
temáticas que querían reflexionar sobre algunos de los temas
centrales del pensamiento actual.
Con ello, Adorno quiere plantear una revalorización del arte autónomo
y de su poder crítico, frente a la postura de Benjamin. Lo que le
interesa es volver a poner en primer plano la autonomía del arte
pero desde la capacidad dialéctica de las obras. Adorno objeta a
Benjamin el hecho de que enfoque dialécticamente la tecnificación
y la alienación social, sin tener en cuenta el aspecto dialéctico de la
obra de arte incluso manteniendo ésta su autonomía.
Las consecuencias de este pensamiento son devastadoras para
Adorno. Difumina o limita el arte no canonizado y el comprometido
políticamente, y además, su limitación estética equipara el proyecto
vanguardista de la “liquidación del arte” a la destrucción de la obra
cerrada. Para Adorno las tendencias vanguardistas constituyen la
señal de una superación sin más de la autonomía del arte, y por
ello una traición del arte a la sociedad vigente (antivanguardismo). La
autonomía del arte (moderna) es, para Adorno, irrenunciable.
Greenberg se encargará de salvar a la vanguardia aplicándole el
concepto de autonomía del arte.
Adorno parte de una visión histórica del arte según la cual éste no
puede ser definido sino que tiene su concepto en la constelación de
momentos que van cambiando históricamente por lo que, en
principio, el arte no podría deslindarse de su origen. Pero es que es
en el origen donde estaría el problema y las obras de arte desde su
caracter innovador vanguardista, sólo pueden llegar a ser tales
negando su origen, es decir, rompiendo su vieja dependencia
respecto a servidumbres y divertimentos.
Todo el significado político del debate Adorno/Benjamin, tan
importante en aquel momento, queda en suspenso en el periodo de
Greenberg. Desde un punto de vista político, la postura de
Benjamin significaría reconocerle al proletariado, de manera
inmediata, una función revolucionaria. A juicio de Adorno, mucho
más paternalista, la transformación sólo podría cumplirse de
manera mediata a través de los intelectuales concebidos como
sujetos dialécticos que interactúan con la clase o las masas. Para
Greenberg, al intelectual nada le va ni le viene en el círculo del
proletariado o incluso de las masas, incluida la clase media.
Los artistas minimal (Robert Morris, Donald Judd, Tony Smith)
buscarían, en principio, “objetos tautológicos” (que remitan a sí
mismos) ajenos a cualquier discurso de tipo iconográfico o
iconológico y al ilusionismo. Por eso sus propuestas suelen ser
figuras geométricas, simples, construidas de manera industrial.
Pero las cosas no son tan sencillas.
Didi-Huberman se para a pensar con la obra de Tony Smith y se da
cuenta de varias cosas. De entrada, la obra tiene una presencia y
frente a ella, por mínima que sea, tenemos que tomar una postura.
La obra tiene, además, una latencia: su medida, los seis pies, nos
permiten recordar la escala humana y, desde allí, el volumen de un
féretro. Ha convocado a la muerte. Se trata de una imagen dialéctica,
aunque no tal como Adorno la había entendido, sino en el sentido
en que la explica el Benjamin: una imagen capaz de recordarse sin
imitar, capaz de volver a poner en juego y criticar lo que había sido
capaz de volver a poner en juego. Su fuerza, su belleza, residían
en la paradoja de ofrecer una figura nueva hasta inaudita, una
figura realmente inventada de la memoria. Una imagen dialéctica
es una imagen auténtica, es decir, una imagen crítica, en crisis, una
imagen que critica la imagen y critica nuestras maneras de verla en
el momento que, al mirarnos, nos obliga a mirarla verdaderamente. Y
así puede proporcionar justamente el motor dialéctico de la
creación como conocimiento y del conocimiento como creación.
B. NUEVAS POSICIONES PARA VIEJOS PLANTEAMIENTOS
Ya hemos visto que lo que hace Benjamin es cambiar radicalmente
la constelación arte-política-estética en la que había cristalizado la
modernidad del siglo XX gracias a su entendimiento crítico de la
sociedad de masas. Por eso molesta tanto a Adorno: toda la
historia del pensamiento estético queda destrozada en el ensayo
de Benjamin.
• Anestesia de los sentidos. Pero a Susan Bück-Morss lo que más le
interesa del ensayo de Benjamin es el último trozo. En él, el filósofo
dice que la alienación sensorial yace en el origen de la estetización
de la política, que el fascismo administra. Lo que preocupa a Bück-
Morss es el hecho de que ambas cosas han sobrevivido hasta hoy
y, con ellas, el placer del hombre de contemplar su propia
destrucción.
En cierto modo lo que propone Bück-Morss es constatar la
incapacidad del arte de ser político tal y como Benjamin quería,
politizar la estética. Acepta, con Benjamin, el shock como la esencia
misma de la experiencia moderna y el hecho de que el ego
funcione como un amortiguador ante los innumerables shocks a los
que nos somete el mundo contemporáneo.
Estaríamos ante un sistema de conocimiento (el sistema sinestésico
de asociación de sentidos) que no está contenido dentro de los
límites del cuerpo, sino que comienza y acaba en el mundo, que
abre su ámbito al ámbito de la experiencia. El problema es que, en
el saturado mundo moderno, este sistema se ha programado para
detener los estímulos, el exceso de shocks, con lo que invierte su
función: “en lugar de experimentar, su meta es entumecer el
organismo, matar los sentidos, reprimir la memoria”. En este
contexto, parecería que el arte es una duplicación imaginaria de lo
real, una realidad compensatoria, es decir, una fantasmagoría cuyo
efecto es anestesiar el organismo, no entumeciéndolo, sino inundando
los sentidos, saturándolo.
Para Clement Rosset el arte “fantasmagórico” se contenta con echar
“un velo sobre lo real”
Parece que el arte, tal y como lo quería Benjamin, es imposible. O
así lo despacha Bück- Morss. Ella no se para a pensar en ninguna
propuesta artística actual para ver si el arte es capaz o no de
restaurar el poder de los sentidos. No analiza su capacidad política
en el mundo actual.
• Una amenaza para la Historia del arte. Los Estudios Visuales suponen
un claro cuestionamiento al concepto de autonomía que formulara
Adorno. La defensa por parte de Adorno del arte elevado y la crítica
a la industria cultural le llevó a ver en la cultura popular una nueva
forma de mercancía y a formular la teoría de la negación.
Rosalind Krauss en Welcome to the Cultural Revolution, vio en el
proyecto interdisciplinar de los Estudios Visuales un síntoma de
falta de disciplina en la Historia del Arte, un episodio culturalmente
desafortunado que en último término respondía a los intereses de
consumo del capitalismo tardío. Hal Foster constataba el peligroso
deslizamiento que suponía ampliar el territorio de la autonomía del
arte y de su espina dorsal, la historia, hacia lo visual y lo cultural.
Según Foster se podía encontrar un paralelismo entre los
imperativos sociales y las asunciones antropológicas, que
explicarían el paso de la historia a la cultura, y los imperativos
tecnológicos y las asunciones psicoanalíticas, que gobernarían el
paso del arte a lo visual. Y en este nuevo combinado, titulado
Cultura Visual la imagen sería una herramienta analítica que había
situado el artefacto cultural en nuevas vías si bien a costa de
olvidar toda formulación histórica. Desde esta posición teórica,
Foster vuelve a defender una autonomía que debe entenderse
como un antídoto a la alienación y al fetichismo de la mercancía.
Van Alphen señala que no se plantea que no exista ninguna
diferencia entre los objetos populares y fabricados en serie y los
tradicionalmente interpretados como Bellas Artes. Es, simplemente,
pensar que ambos pueden partir de los mismos temas y generar
preguntas semejantes, lo que en ambos casos transgrede el campo
de sus singulares genealogías.
• ¿Qué puede al arte? La Historia del Arte puede tener que ver con los
Estudios Visuales y Culturales si se ocupa de las obras de arte
como articulaciones históricas de cuestiones que no pertenecen
estrictamente al repertorio cosificado de las genealogías de la
Historia del Arte. Se impone un cambio metodológico, necesario para
una Historia del Arte más ambiciosa culturalmente. Pero lo
importante es que porque el arte piensa, ha pensado siempre,
podemos pensar con sus obras y sus imágenes, quizás con más
frescura y algo más de ambición.