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Actividad 2° año sobre los mitos.

LEÉ y RESOLVÉ las consignas.

Mito de Perseo

El valiente Perseo Cuando los antiguos griegos querían conocer el futuro, consultaban el oráculo. Y
fue el Oráculo de Delfos el que le predijo a Acrisio, el rey de Argos, que su único nieto lo mataría.
Aunque parecía imposible que algo tan terrible sucediera, el oráculo se consideraba infalible así
que Acrisio no quiso correr riesgos. Y como no se animaba a ordenar la muerte del niño, decidió
arrojar al mar a su hija Dánae y a su nieto Perseo en una pequeña barca, para que las olas hicieran
lo que él no se atrevía a hacer. Durante muchos días y noches, Dánae y Perseo navegaron a la
deriva. Pero Zeus no los abandonó y, cuando estaban por morir de cansancio y hambre, envió una
suave brisa que arrastró la barca hasta la costa de la isla de Sérifos. Allí los rescató Dictis, el
hermano del temible rey Polidectes. Como Dictis era un hombre bueno, los llevó a su casa y los
protegió durante años. Y recién cuando Perseo se convirtió en un joven valiente y talentoso,
decidió que era tiempo de presentarlos a su hermano, el rey. Apenas la vio, Polidectes se enamoró
locamente de Dánae y le propuso matrimonio. Pero ella no lo amaba y se negó a ser su esposa. Al
rey no le importó su rechazo, pues estaba acostumbrado a hacer su voluntad y los caprichos
guiaban sus actos. El único problema era Perseo, quien cuidaba mucho a su madre y nunca se
separaba de ella. Con el fin de sacárselo de encima, Polidectes ideó un plan: anunció que iba a
casarse y que cada habitante del reino debía darle un caballo como regalo de bodas. El astuto rey
sabía que Perseo no iba a conseguir un caballo y el día en que todos sus súbditos se presentaron
con los animales, le dio la posibilidad de hacerle otro regalo. Le pidió la cabeza de Medusa, la única
de las Gorgonas que no tenía el don de la inmortalidad. Perseo aceptó de inmediato y se
comprometió a matarla y a volver con su espantosa cabeza. La tarea parecía imposible y
Polidectes dio por hecho que se había librado de Perseo, quien seguramente moriría en el intento.
Pero por su valentía y porque era hijo de Zeus, el joven héroe contaba con la ayuda de los dioses.
Para que lograra su cometido, Atenea, la diosa de la sabiduría, de la guerra y de las artes, le regaló
un escudo tan pulido que brillaba como un espejo. Hades le dio su casco, que volvía invisible a
quien lo llevaba puesto. Hermes, el mensajero de los dioses, le entregó unas sandalias con alas
que daban el poder de volar. Y Hefesto, una indestructible espada de bronce. Con esas armas y
atributos, y un morral al hombro, Perseo fue en busca de su objetivo. Y guiado por Atenea y
Hermes, llegó a la morada de las hermanas de las Gorgonas: las Greas. Estas espantosas mujeres
habían nacido viejas y tenían, entre las tres, un solo ojo y un solo diente, que dejaban en una cajita
cuando estaban en su casa y que usaban solo cuando salían. Perseo se apoderó del ojo y del
diente, y les dijo que se los devolvería cuando le confesaran dónde encontrar a las Gorgonas. Al
principio, las horribles viejas se negaron. Pero pronto comprendieron que no podrían vivir sin el
ojo y sin el diente, y tuvieron que explicarle cómo ir a la casa de sus hermanas. Entonces, cumplió
su promesa: les devolvió el ojo y el diente, y voló hacia la guarida de sus enemigas. Las Gorgonas
eran todavía más feas que las Greas: sus enormes dientes parecían los de un jabalí y tenían los
pies de bronce. De la espalda les nacían horrorosas alas y en la cabeza, en el lugar del pelo, un
montón de serpientes se retorcían y hacían un ruido aterrador. Aunque lo más espantoso era su
poder de convertir en piedra a todo el que se atrevía a mirarlas. Atenea ya le había hablado de ese
maléfico don, así que Perseo evitó mirarlas a la cara. Con la ayuda del escudo lustrado como
espejo, luchó con ellas de espaldas, guiando sus golpes hacia la imagen que se reflejaba en el
bronce. La diosa también le había revelado cómo distinguir a Medusa, la única Gorgona mortal. Y
de un golpe con la espada, logró cortarle la cabeza. Al ver a su hermana decapitada, las dos
Gorgonas inmortales se lanzaron sobre el héroe inútilmente, porque Perseo consiguió huir
poniéndose el casco de Hades, que lo volvió invisible. Con la misión cumplida, guardó la cabeza de
Medusa en el morral, se calzó las sandalias aladas y voló hasta la morada del gigante Atlas. Pero
Atlas no fue amable con él y no le permitió descansar en su casa. Por eso el héroe sacó de su bolso
la cabeza de Medusa, se la mostró y el gigante se convirtió en piedra. Luego, las sandalias
voladoras lo llevaron a Etiopía. Allí salvó a Andrómeda, la hija del rey, cuando iba a ser devorada
por un monstruo marino. Después, se casó con ella y vivió un tiempo de felicidad, hasta que
decidió volver a Sérifos con su esposa. Apenas llegó a su patria adoptiva, Perseo se enteró de que
Dánae vivía en el templo de Atenea. Se había refugiado allí huyendo de la persecución de
Polidectes, que seguía insistiendo en casarse con ella. Entonces comprendió que el rey lo había
enviado a realizar una tarea tan peligrosa porque quería alejarlo de su madre y, furioso, se
presentó ante él con la cabeza de Medusa. Como el tramposo Polidectes desconocía su poder, la
miró y quedó petrificado. El agradecido Perseo les devolvió a los dioses los dones que le habían
prestado y a Atenea le regaló la cabeza de Medusa. Y después de realizar estas tareas, se embarcó
rumbo a Argos, su ciudad natal. Cuando Acrisio supo que su nieto había regresado, recordó el
oráculo y temió por su vida. Por eso huyó a Tesalia, sin revelarle a nadie adónde iba. Y como el
reino quedó sin rey, Perseo fue declarado su sucesor en el trono. Poco después se celebraron unos
juegos atléticos en Tesalia, y el joven rey de Argos se presentó para demostrar su destreza en el
lanzamiento del disco. Sin embargo, cuando le tocó el turno, el disco se desvió y pegó en la cabeza
de un forastero que miraba el espectáculo y que murió en el acto. Muy pronto, Perseo descubrió
que el anciano a quien había matado accidentalmente era su abuelo Acrisio, que vivía de incógnito
en Tesalia intentando evitar el terrible augurio. Pero nadie escapa de su destino. A pesar de que
no había sido su intención, Perseo sentía que había cometido un crimen. Por eso decidió renunciar
al trono de Argos y le propuso al rey de Tirinto intercambiar los reinos. El trato se cumplió y, desde
entonces, vivió feliz en su nueva patria junto a Andrómeda, con quien tuvo muchos hijos, nietos y
bisnietos. Uno de sus descendientes fue el héroe más famoso de la Antigua Grecia: Hércules.

RESPONDÉ LAS CONSIGNAS DE CONTROL DE LECTURA.


a. Acrisio pretendió que las olas hicieran lo que él no se atrevió a hacer. ¿Qué era?

b. Para los antiguos griegos, “el oráculo se consideraba infalible”. Investigá qué eran los oráculos y
qué revelaban. Después, explicá qué significa la frase citada. Completá tu respuesta copiando la
parte del mito donde se demuestra la infalibilidad del oráculo.

c. ¿Cuál era el plan de Polidectes? ¿Por qué estaba seguro de que Perseo moriría tratando de
cumplir su pedido?

d. ¿Por qué los dioses ayudaron a Perseo? Nombrá los elementos que le dieron y para qué le
sirvieron.

e. Perseo renunció al trono de Argos. ¿Qué motivo tuvo para hacerlo?


RESOLVÉ LA CONSIGNA DE ANÁLISIS DE ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS
PROPIOS DE UNA NARRACIÓN

Analizalá de manera completa este relato incluyendo todas las


categorías de análisis posibles (se toma como ejemplo la actividad
anterior).
Narrador:
Tiempo:
Espacio:
Disposición del relato:
Personajes:

LEÉ EL SIGUIENTE MITO, Y DESPUÉS CONTESTÁ LAS PREGUNTAS QUE SIGUEN.

Dédalo era el ingeniero e inventor más hábil de sus tiempos en la antigua Grecia.

Construyó magníficos palacios y jardines, creó maravillosas obras de arte en toda la región. Sus
estatuas eran tan convincentes que se las confundía con seres vivientes, y se creía que podían ver
y caminar. La gente decía que una persona tan ingeniosa como Dédalo debía haber aprendido los
secretos de su arte de los dioses mismos.

Sucedió que, allende el mar, en la isla de Creta, vivía un rey llamado Minos. El rey Minos tenía un
terrible monstruo que era mitad toro y mitad hombre, llamado el Minotauro, y necesitaba un
lugar donde encerrarlo. Cuando tuvo noticias del ingenio de Dédalo, lo invitó a visitar su isla y
construir una prisión para encerrar a la bestia. Dédalo y su joven hijo Ícaro fueron a Creta, donde
Dédalo construyó el famoso laberinto, una maraña de sinuosos pasajes donde todos los que
entraban se extraviaban y no podían hallar la salida. Y allí metieron al Minotauro.

Cuando el laberinto estuvo concluido, Dédalo quiso regresar a Grecia con su hijo, pero Minos
había decidido retenerle en Creta. Quería que Dédalo se quedara para inventar más maravillas, así
que los encerró a ambos en una alta torre junto al mar. El rey sabía que Dédalo tenía la astucia
necesaria para escapar de la torre, así que también ordenó que cada nave que zarpara de Creta
fuera registrada en busca de polizones.

Otros hombres se habrían desalentado, pero no Dédalo. Desde su alta torre observó las gaviotas
que flotaban en la brisa marina.

—Minos controla la tierra y el mar —dijo-, pero no gobierna el aire. Nos iremos por allí.
Así que recurrió a todos los secretos de su arte, y se puso a trabajar. Poco a poco acumuló una
gran pila de plumas de todo tamaño. Las unió con hilo, y las modeló con cera, y al fin tuvo dos
grandes alas como las de las gaviotas. Se las sujetó a los hombros, y al cabo de un par de pruebas
fallidas, logró remontarse en el aire agitando los brazos.

Se elevó, volteando hacia uno y otro lado con el viento, hasta que aprendió a remontar las
corrientes con la gracia de una gaviota.

Luego construyó otro par de alas para Ícaro. Enseñó al joven a mover las alas y a elevarse, y le
permitió revolotear por la habitación. Luego le enseñó a remontar las corrientes de aire, a trepar
en círculos y a flotar en el viento. Practicaron juntos hasta que Ícaro estuvo preparado.

Al fin llegó el día en que soplaron vientos propicios. Padre e hijo se calzaron sus alas y se
dispusieron a volar.

-Recuerda todo lo que te he dicho —dijo Dédalo—. Ante todo, recuerda que no debes volar
demasiado bajo ni demasiado alto. Si vuelas demasiado bajo, la espuma del mar te mojará las alas
y las volverá demasiado pesadas. Si vuelas demasiado alto, el calor del sol derretirá la cera, y tus
alas se despedazarán. Quédate cerca de mí, y estarás bien.

Ambos se elevaron, el joven a la zaga del padre, y el odiado suelo de Creta se redujo debajo de
ambos. Mientras volaban, los labriegos detenían su labor para mirarlos, y los pastores se apoyaban
en su cayado para observarlos, y la gente salía corriendo de las casas para echar un vistazo a las
dos siluetas que sobrevolaban las copas de los árboles.

Sin duda eran dioses, tal vez Apolo seguido por Cupido.

Al principio el vuelo intimidó a Dédalo e Ícaro. El ancho cielo los encandilaba, y se mareaban al
mirar hacia abajo. Pero poco a poco se habituaron a surcar las nubes, y perdieron el temor. Ícaro
sentía que el viento le llenaba las alas y lo elevaba cada vez más, y comenzó a sentir una libertad
que jamás había sentido. Miraba con gran entusiasmo las islas que dejaban atrás, y sus gentes, y el
ancho y azul mar que se extendía debajo, salpicado con las blancas velas de los barcos. Se elevó
cada vez más, olvidando la advertencia de su padre. Se olvidó de todo, salvo de su felicidad.

—¡Regresa! —exclamó frenéticamente Dédalo—. ¡Estás volando a demasiada altura!

¡Acuérdate del sol! ¡Desciende! ¡Desciende!

Pero Ícaro sólo pensaba en su exaltación. Ansiaba remontarse al firmamento. Se acercó cada vez
más al sol, y sus alas comenzaron a ablandarse. Una por una las plumas se desprendieron y se
desparramaron en el aire, y de pronto la cera se derritió. Ícaro notó que se caía. Agitó sus brazos
con todas sus fuerzas, pero no quedaban plumas para embolsar el aire. Llamó a su padre, pero era
demasiado tarde. Con un alarido cayó de esas espléndidas alturas y se zambulló en el mar,
desapareciendo bajo las olas.

Dédalo sobrevoló las aguas una y otra vez, pero sólo vio plumas flotando sobre las olas, y supo que
su hijo había desaparecido. Al fin el cuerpo emergió a la superficie, y Dédalo logró sacarlo del mar.
Con esa pesada carga y el corazón destrozado, Dédalo se alejó lentamente. Cuando llegó a tierra,
sepultó a su hijo y construyó un templo para los dioses.
Luego colgó las alas, y nunca más volvió a volar.

CONTESTÁ LAS PREGUNTAS DE LAS PÁGINAS QUE SIGUEN.


1- Explicá detalladamente los motivos por los que Minos encerró a Dédalo.
2- Resumí en 3-4 líneas el contenido de la historia.
3- ¿Cuál puede ser la moraleja que nos deje este relato?

RESOLVÉ LA CONSIGNA DE ANÁLISIS DE ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS


PROPIOS DE UNA NARRACIÓN

Analizalá de manera completa este relato incluyendo todas las


categorías de análisis posibles (se toma como ejemplo la actividad
anterior).
Narrador:
Tiempo:
Espacio:
Disposición del relato:
Personajes:

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