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✞ ✞ ✞ Padre, en Tus manos abandono mi vida y todo mi ser, para que me vacíes de todos
los pensamientos, palabras, obras, deseos e imágenes que me separan de Ti.
Calma mi sed y sacia mi hambre, lléname de Ti. Con humildad te entrego mi intención
de consentir tu Presencia y acción en mí, sáname, transfórmame, hazme de nuevo.
Ahora mismo anhelo y te pido a nombre de tu Hijo Jesús que me des al Espíritu Santo;
pues ya dispuesta mi alma, por tu gracia y misericordia; espera la luz que abra mi
mente y mi corazón para escucharte y ahí en mi meditación dejarme encontrar,
sorprender, seducir, tocar, y guiar por Ti.
Dime lo que quieres de mi para hacer Tu voluntad y no la mía. Dame el don de la
contemplación y la gracia para ver, aceptar y perseverar sin apegos, en este camino
hacia la Gloria.
✞ ✞ ✞ Señor Jesús, que tu Espíritu, nos ayude a leer las Sagradas Escrituras en el mismo
modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús.
Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de
Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía
ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los
acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren.
Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo
pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén
✞✞✞
Jesús, enséñame a gustar la infinitud del Padre. Háblame, Señor Jesús, acerca del
Padre. Hazme niño para hablarme de él como los padres de la tierra conversan con sus
pequeños; hazme amigo tuyo para hablarme de él como hablabas con Lázaro en la
intimidad de Betania; hazme apóstol de tu palabra para decirme de él lo que
conversabas con Juan; recógeme junto a tu Madre como recogiste junto a ella a los doce
en el Cenáculo..., lleno de esperanza para que el Espíritu que prometiste me hable
todavía de él y me enseñe a hablar de él a mis hermanos con la sencillez de la paloma y
el resplandor de la llama (G. CANOVAI, Suscipe Domine).
“JESÚS: ASCIÉNDEME HASTA TU CORAZÓN”
«Galilea. Los once discípulos fueron al monte donde Jesús les había citado».
1 RITOS INICIALES
✞ ✞ ✞ Antífona de entrada Hch 1, 11
Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Volverá como lo habéis visto marcharse al
cielo. Aleluya.
Monición de entrada
Como a sus primeros discípulos, también a nosotros nos ha convocado hoy Cristo Jesús,
para que vivamos en la fe el acontecimiento que celebramos: la Ascensión del Señor,
cuando fue elevado a la gloria. Para la Iglesia naciente comienza un tiempo nuevo: la
tarea misionera y la espera del Espíritu Santo como nuestro guía y defensor.
Nos reunimos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
✞ ✞ ✞ Saludo al altar y pueblo congregado
Misa del Domingo: Ascensión del Señor, solemnidad, ciclo A. 24 de Mayo 2020
Solemnidad de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, cuando cuarenta días después
de la Resurrección fue elevado al cielo en presencia de los discípulos, sentándose a la
derecha del Padre, hasta que venga en su gloria a juzgar a vivos y muertos (elog. del
Martirologio Romano).
La Ascensión de Cristo es nuestra victoria, porque con Él, que es nuestra Cabeza,
esperamos llegar al cielo como miembros de su Cuerpo (cf. oración colecta). Jesús
Resucitado está sentado a la derecha del Padre y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin (1 y 2 lect.). Y mientras llega el día de
su venida, la Iglesia tiene que cumplir su misión de evangelizar, bautizar y enseñar a
guardar todo lo que nos ha mandado, sabiendo que Él estará con nosotros hasta el final
de los tiempos (Ev.). Esto nos debe llenar de esperanza en medio de las dificultades que
supone la evangelización.
Misa del día de la Ascensión del Señor (blanco).
Directorio sobre la piedad popular y la liturgia
La novena de Pentecostés
155. La Escritura da testimonio de que en los nueve días entre la Ascensión y
Pentecostés, los Apóstoles "permanecían unidos y eran asiduos en la oración, junto con
algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos" (Hech 1, 14), en
espera de ser "revestidos con el poder de lo alto" (Lc 24, 49). De la reflexión orante
sobre este acontecimiento salvífico ha nacido el ejercicio de piedad de la novena de
Pentecostés, muy difundido en el pueblo cristiano.
En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en las Vísperas, esta
"novena" ya está presente: los textos bíblicos y eucológicos se refieren, de diversos
modos, a la espera del Paráclito. Por lo tanto, en la medida de lo posible, la novena de
Pentecostés debería consistir en la celebración solemne de las Vísperas. Donde esto no
sea posible, dispóngase la novena de Pentecostés de tal modo que refleje los temas
litúrgicos de los días que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares se celebra durante estos días la semana de oración por la unidad de
los cristianos.
• Sean mis testigos hasta los confines de la tierra, dice el Señor. Sepan que estaré con
ustedes siempre, hasta el fin del mundo. Que el Señor Jesús esté siempre con nosotros.
• La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté
siempre con nosotros.
• Jesús, una vez más vengo a ponerme delante de Ti. Me conoces desde antes que
naciera, me has confiado dones maravillosos y me has amado hasta entregar tu propia
vida por mi salvación. ¡Gracias, Jesús, por todo!, ¡No permitas que tu amor sea estéril
en mí! Aumenta mi fe, te lo suplico. Quiero creer más en Ti, en tu gracia, en tu amor.
Aumenta mi confianza en Ti. Tú eres mi Dios, mi Padre, mi Buen Pastor. Ayúdame a
abandonarme sin temor en tus manos. Aumenta mi amor. Que nuestras vidas, Jesús,
queden tan unidas que yo no sea más que un reflejo de tu amor. Ayúdame a escuchar tu
voz en esta oración y dame la gracia de saber responder a tus llamados.
✞ ✞ ✞ Introducción por el Celebrante.
✞ ✞ ✞ Acto penitencial
Jesús nos ha asignado una tarea, o mejor, una misión. Pidamos perdón porque tantas
veces no hemos estado a la altura de sus expectativas y no hemos contado con su
presencia. (Pausa)
Señor Jesús: Tú hiciste tu vida entre la gente y partiste a la gloria del Padre. Tú
volverás, pues tu amor no tiene fin:
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, tú vives todavía entre nosotros por medio de tu Espíritu que nos da fuerza
y amor, pues tu amor no tiene fin:
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, nosotros no te vemos, pero nos has dado hermanos en los que podemos
verte, y una misión de verdad y de bondad entre ellos.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
• Señor Jesús, Tú que eres el eterno presente, el hoy, el ahora, y que nos llamas a la
Eucaristía dominical, tiempo de renovación perpetua. Tu que no eres historia, sino, Pan
Vivo bajado del Cielo. Acéptanos indignos, pero prosternados humildemente, y
perdónanos por no aceptar tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu divinidad en muchas de
las misas en las que nos congregamos. O por recibirte aún sin haber perdonado a
nuestros hermanos. O comerte y beberte consciente de que no hemos tenido una
verdadera contrición en nuestro propio corazón, una confesión sincera. ! Dios Padre! en
el nombre de tu Hijo amado, instrúyenos y concédenos por tu infinita gracia Aceptar a
Cristo como nuestro Señor y Salvador, nuestro alimento que da Vida; para morir con Él,
caminar por Él y gozar en Él. Amén.
Ten misericordia de nosotros, Señor, perdona nuestros desalientos, nuestras tristezas y
nuestros pecados. Ayúdanos a buscar la voluntad del Padre y llévanos a la vida eterna.
✞ ✞ ✞ Gloria a Dios.
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu
inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos
gracias. Señor Dios, rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único,
Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del
mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra
súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque
solo Tú eres Santo, solo Tú Señor, solo Tú Altísimo, Jesucristo. Con el Espíritu Santo, en
la gloria de Dios Padre.
✞ ✞ ✞ Oración Colecta:
2 LITURGIA DE LA PALABRA
✞ ✞ ✞ Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
No hay reflexión.
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• Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san
Lucas, como la segunda parte {«discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y
ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un
resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los
apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y
resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el
Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido
querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los
tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14).
Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del
que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos
de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la
tierra» (vv. 7s). Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a
ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido
por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben
salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras
lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la
misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas
a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios),
ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación-
hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13).
Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a
Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su
cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (Pascua) al
Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados
celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar
ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un
acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el
Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la Pascua desde
el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.
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No hay Reflexión.
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Ver Evangelio.
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Jesús no niega que el Reino de Dios tendrá una realización material; pero afirma que a
los auténticos discípulos no les es lícito hacer cálculos. La plenitud del Reino vendrá
cuando Dios lo quiera y en los momentos menos esperados. En cuanto a la Ascensión se
ofrece como respuesta a la pregunta de los apóstoles. Es necesario que el Maestro les
sea “quitado”, para que éstos comprendan, al fin, que él es verdaderamente el Señor,
que su Reino no es de este mundo, sino que debe construirse aquí y ahora bajo el
impulso del Espíritu, y gracias al testimonio misionero, hasta fines de la tierra. A partir
de aquí lo que importa es poner manos a la obra y dejar de “quedarse mirando al cielo”.
✞ ✞ ✞ Salmo
Sal 46,2-3.6-7.8-9
R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor
altísimo es terrible, emperador de toda la tierra.
R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas: tocad para Dios,
tocad; tocad para nuestro Rey, tocad.
R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Porque Dios es el rey del mundo: tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios
se sienta en su trono sagrado.
R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
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Ver Evangelio.
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San Pablo quiere inspirar nuestra esperanza cristiana que consiste en esperar
firmemente la realización de las promesas de Dios al hombre: total liberación y felicidad
en Cristo. Se subraya la causa de nuestra esperanza: la promesa ya se realizó en la
humanidad de Jesús, que resucitó de entre los muertos.
✞ ✞ ✞ Aleluya:
✞ ✞ ✞ “Padre, dame tu bendición”: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies
dignamente su Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Jesús ha partido físicamente, pero nos ha dejado una tarea: Llevar a todos el
mensaje de la Buena Nueva de salvación. Él permanece con nosotros y nos
acompaña en esta misión.
En aquel tiempo,
16 los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado.
17 Al verlo, lo adoraron; ellos, que habían dudado.
18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: - Dios me ha dado autoridad
plena sobre el cielo y la tierra.
19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para
consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el final de este mundo.
PALABRA DEL SEÑOR. R/ GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS.
• El evangelio según san Mateo concluye con la perícopa que narra la aparición del
Resucitado a los Once en Galilea. Mientras el recorrido terreno de Jesús llega a su
término, comienza la misión de los apóstoles, y precisamente a partir de la «Galilea de
los gentiles», donde había comenzado el ministerio de Jesús a favor de Israel (4,12).
En el grupo de los Once conviven la adoración y la duda, y recuerdan,
significativamente, el episodio de Pedro caminando sobre las aguas (14,31-33). Jesús,
como entonces, se acerca a él para pedirle la fe. Jesús se presenta a los suyos como el
Hijo del hombre glorioso (v. 18; cf. Dn 7,14) que, en virtud de su resurrección, sube a
Dios y, con plena autoridad, deja a los suyos la encomienda final de continuar su propia
misión, haciendo «discípulos a todos los pueblos» (v. 19). Ese «discipulado» se llevará a
cabo mediante la inserción en la realidad viva de Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- a
través del bautismo y la observación de todo lo que Jesús ha mandado (cf. Jn 14,23).
Precisamente este vínculo hace que entre la historia y el Reino eterno ya no exista
barrera alguna, sino continuidad. Cristo, resucitado y ascendido al cielo, no está, sin
embargo, lejos de la tierra; o, mejor aún, gracias a la ascensión de Jesús, la tierra ya no
está lejos del cielo. Mateo se abre con la «buena nueva» del nacimiento del Salvador, el
Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Y se cierra no con la partida de Cristo abandonando a
los suyos, sino con la promesa de su permanencia hasta el final de los siglos: Jesús
seguirá siendo para siempre el compañero de camino de la humanidad, hasta que ésta
llegue a su meta gloriosa, en el seno de la Trinidad divina.
www.EvangelioMateo.GiorgioZevini
La conclusión del evangelio según Mateo tiene la grandiosidad del final de una sinfonía:
cuando se apaga la música, el corazón la recuerda durante tiempo. El primer evangelio
se cierra dejando presagiar un nuevo comienzo confiado ahora a los discipulos. El
evangelista recuerda -casi como en un paréntesis- que el trabajo de la fe no se les ha
dispensado ni siquiera a los que vieron personalmente al Resucitado (v. 17; cf. Mc
16,14; Jn 20,24ss); sin embargo, el mensaje central del fragmento no consiste tanto en
la aparición de Jesus como más bien en la misión que confiere a los apóstoles.
El lugar escogido para reunirse con los Once remite a los orígenes del ministerio de
Jesús, al monte de las bienaventuranzas donde Él, nuevo Moisés, había promulgado la
ley de la nueva Alianza. Esa Alianza se vuelve ahora definitiva y se extiende a todos los
pueblos, dado que se fundamenta en el poder conferido al Señor glorioso (vv. 18s; Flp
2,9-11); Jesús confirma, en efecto, con una referencia implícita a Dn 7,14, que es el Hijo
del hombre, el Juez universal, tal como había proclamado ante el sanedrín al atraerse la
condena a muerte.
El que ha recibido del Padre la «autoridad plena» envía ahora a los apóstoles, a fin de
hacer discípulos a «todos los pueblos». En consecuencia, queda inaugurado el tiempo
mesiánico, que contempla a los gentiles como protagonistas junto con Israel y no ya en
una posición subordinada en la historia de la salvación (cf., sin embargo, Mt 10,5). Con
todo, la atención no está dirigida a las masas de una manera indistinta, sino a individuos
particulares llamados de manera personal a entrar en la comunión trinitaria mediante el
bautismo (bautizadlos es forma masculina antes que neutra) y mediante la adhesión a
todo lo que Jesús nos ha mandado. De ahí que la enseñanza del Maestro, custodiada por
los discípulos, deba ser transmitida a todos con fidelidad. La enormidad de la tarea
parece superior a las posibilidades humanas. Ahora bien, la última palabra del Señor
resuena como la noticia más consoladora, la certeza más reconfortante: el que ha
venido para ser el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, aunque ascendido al cielo, nos
acompaña a lo largo de nuestra peregrinación por la historia, hasta que ésta
desemboque en la gloria de la Pascua eterna y Dios sea todo en todos (cf. 1 Cor 15,28).
www.sermonwriter.com
1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo
con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la
Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los
acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final
de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los
acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu
palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo
pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén.
2. Lectura
a) Una clave de lectura:
El texto nos ofrece las últimas palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo. Es como si
fuese un testamento, su última voluntad para la comunidad, aquello que más le
preocupaba. A lo largo de la lectura, intentamos prestar atención a lo siguiente: "¿Sobre
qué aspectos insiste más Jesús en sus últimas palabras?"
b) División del texto:
Mateo 28,16-20Mt 28,16: Indicación geo-gráfica: vuelta a Galilea
Mt 28,17: Aparición de Jesús y reacción de los discípulos
Mt 28,18-20a: Las últimas órdenes de Jesús
Mt 28,20b: La gran promesa, fuente de toda esperanza.
c) El texto:
Mateo 28, 16-20
3. Un momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros
e iluminar nuestra vida.
4. Algunas preguntas para ayudarnos en la reflexión personal.
a) ¿Cuál es el punto que más te ha llamado la atención y que más te ha tocado el
corazón?
b) ¿Cuáles son las informaciones cronológicas y geográficas que ofrece el texto?
c) ¿Cuál es la actitud de los discípulos? ¿Cuál es el contenido de las palabras de Jesús a
los discípulos?
d) ¿En qué consiste "todo poder en el cielo y en la tierra " que ha sido dado a Jesús?
e) ¿Qué significa "hacerse discípula-discípulo" de Jesús?
f) En este contexto ¿cuál es el significado del bautismo "en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo?"
g) ¿Qué evocación del AT se transparenta en la promesa "Yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo?"
5. Una clave de lectura para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.
a) El contexto del Evangelio de Mateo
* El Evangelio de Mateo, escrito hacia el año 85, se dirige a una comunidad de judíos
convertidos que vivían en Siria-Palestina. Estaban pasando una profunda crisis de
identidad en relación a su pasado. Después de haber aceptado a Jesús como el Mesías
esperado, continuaban acudiendo a la sinagoga y observando la ley y las antiguas
tradiciones. Mantenían además una cierta afinidad con los fariseos y, tras la revuelta de
los judíos de Palestina contra Roma (65 al 72), ellos y los fariseos eran los dos únicos
grupos judíos que habían sobrevivido a la represión romana.
* A partir de los años 80, estos hermanos judíos, fariseos y cristianos, únicos
supervivientes, comenzaron a luchar entre ellos por la posesión de las promesas del AT.
Todos pretendían ser los herederos. Poco a poco, creció la tensión entre ellos y
comenzaron a excomulgarse mutuamente. Los cristianos no podían ya acudir a la
sinagoga y quedaron desconectados de su propio pasado. Cada grupo comenzó a
organizarse a su propio modo: los fariseos en la sinagoga; los cristianos en la Iglesia.
Ello agravò el problema de la identidad de las comunidades de judíos cristianos, ya que
suscitaba problemas muy serios que requerían una respuesta urgente: "La herencia de
las promesas del AT... ¿de quién es: de la sinagoga o de la Iglesia? ¿Con quién está
Dios? ¿Cuál es verdaderamente el pueblo de Dios?"
* Entonces Mateo escribe su Evangelio para ayudar a estas comunidades a superar la
crisis y a encontrar una respuesta a sus problemas. Su Evangelio es fundamentalmente
un Evangelio de revelación que pretende mostrar que Jesús es el verdadero Mesías, el
nuevo Moisés, en el que culmina toda la historia del Antiguo Testamento con sus
promesas. Es también el Evangelio de la consolación para todos aquéllos que se sentían
excluidos y perseguidos por sus propios hermanos judíos. Mateo quiere consolarles y
ayudarles a superar el trauma de la ruptura. Es el Evangelio de la nueva práctica, ya que
indica el camino por el que se llega a una nueva justicia, mayor que la de los fariseos. Es
el Evangelio de la apertura, pues indica que la Buena Noticia de Dios que Jesús nos trae
no puede permanecer escondida, sino que debe ser puesta sobre el candelero, para que
ilumine la vida de todos los pueblos.
b) Comentario del texto de Mateo 28,16-20
* Mateo 28,16: Volviendo a Galilea: Todo comenzó en Galilea (Mt 4,12). Fue allí
donde los discípulos oyeron la primera llamada (Mt 4,15) y allí Jesús prometió reunirlos
de nuevo, después de la resurrección (Mt 26,31). En Lucas, Jesús prohíbe a los suyos
que salgan de Jerusalén (Hch 1,4). En Mateo, la orden consiste en salir de Jerusalén y
retornar a Galilea (Mt 28,7.10). Cada evangelista tiene su modo particular de presentar
la persona de Jesús y su proyecto. Para Lucas, tras la resurrección de Jesús, el anuncio
de la Buena Noticia debe comenzar en Jerusalén para poder llegar desde allí a todos los
confines de la tierra (Hch 1,8). Para Mateo, el anuncio comienza en la Galilea de los
paganos (Mt 4,15) para prefigurar así el paso de los judíos hacia los paganos.
Los discípulos debían ir hacia la montaña que Jesús les había mostrado. La montaña
evoca el Monte Sinaí, donde se había llevado a cabo la primera Alianza y donde Moisés
recibió las tablas de la Ley de Dios (Ex 19 a 24; 34,1-35). Evoca la montaña de Dios,
donde el profeta Elías se retiró para redescubrir el sentido de su misión (1Re 19,1-18).
Evoca también la montaña de la Transfiguración, donde Moisés y Elías, es decir, la Ley y
los Profetas, aparecieron junto a Jesús, confirmando así que Él era el Mesías prometido
(Mt 17,1-8).
* Mateo 28,17: Algunos dudaban: los primeros cristianos tuvieron mucha dificultad a
la hora de creer en la Resurrección. Los evangelistas insisten en contarnos que dudaron
mucho y que fueron incrédulos frente a la Resurrección de Jesús (Mc 16,11.13.14; Lc
24,11.21.25.36.41; Jn 20,25). La fe en la Resurrección fue fruto de un proceso lento y
difícil, pero acabó por imponerse como la más grande certeza de los cristianos (1Cor
15,3-34).
* Mateo 28,18: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: La forma
pasiva del verbo indica que Jesús recibió su autoridad del Padre. Pero ¿en qué consiste
esta autoridad? En el Apocalipsis, el Cordero (Jesús resucitado) recibe de la mano de
Dios el libro con los siete sellos (Ap 5,7) y se convierte en el Señor de la historia, el que
debe asumir la ejecución del proyecto de Dios, descrito en el libro sellado, y como tal
debe ser adorado por todas las criaturas (Ap 5,11-14). Con su autoridad y con su poder,
vence al Dragón, que es el poder del mal (Ap 12,1-9), y captura a la Bestia y al falso
profeta, símbolos del Imperio romano (Ap 19,20). En el Credo de la Misa decimos que
Jesús subió al cielo y se sienta a la derecha de Dios Padre, convirtiéndose así en el Juez
de vivos y muertos.
* Mateo 28,19-20a: Las últimas palabras de Jesús: tres órdenes a los
discípulos: Revestido de la suprema autoridad, Jesús trasmite tres órdenes a los
discípulos y a todos nosotros: (i) Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes; (ii);
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (iii) y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado.
i) Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes: Ser discípulo no significa lo mismo
que ser alumno. Un discípulo se relaciona con un maestro. Un alumno se relaciona con
un profesor. El discípulo vive junto al maestro 24 horas al día; el alumno recibe
lecciones del profesor durante algunas horas, y vuelve a su casa. El discipulado supone
comunidad. Ser alumno supone solamente estar en un aula para las clases. En aquel
tiempo, el discipulado se solía expresar con la frase Seguir al maestro. En la Regla del
Carmelo se dice: Vivir en obsequio de Jesucristo. Para los primeros cristianos, Seguir a
Jesús significaba tres cosas relacionadas entre sí:
- Imitar el ejemplo del Maestro: Jesús era el modelo que se debía imitar y recrear en la
vida del discípulo y de la discípula (Jn 13,13-15). La convivencia diaria permitía una
continua revisión. En esta Escuela de Jesús se enseñaba solo una materia: ¡el Reino! Y
este Reino se reconocía en la vida y en la práctica de Jesús.
- Participar en el destino del Maestro: El que quería seguir a Jesús, debía
comprometerse con Él: "estar con Él en las tentaciones" (Lc 22,28), e incluso en la
persecución (Jn 15,20; Mt 10,24-25). Debía estar por tanto dispuesto a cargar con la
cruz y a morir con Él (Mc 8,34-35; Jn 11,16).
- Poseer en sí mismo la vida de Jesús: Después de la Pascua, se añade una tercera
dimensión: "Vivo, pero no soy yo quien vivo, sino Cristo que vive en mí" (Gal 2,20). Los
primeros cristianos intentaron identificarse profundamente con Jesús. Se trata de la
dimensión mística del seguimiento de Jesús, fruto de la acción del Espíritu.
ii) Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: La Trinidad es a
la vez la fuente, el destino y el camino. Todo el que ha sido bautizado en el nombre del
Padre que nos ha sido revelado por Jesús, se compromete a vivir como un hermano en
la fraternidad. Y si Dios es Padre, nosotros somos todos hermanos y hermanas entre
nosotros. Todo el que ha sido bautizado en el nombre del Hijo que es Jesús, se
compromete a imitar Jesús y a seguirlo hasta la cruz para poder resucitar con Él. Y el
poder que Jesús recibió del Padre es un poder creador que vence la muerte. Y el que ha
sido bautizado en el nombre del Espíritu Santo que nos ha sido dado por Jesús en el día
de Pentecostés, se compromete a interiorizar la fraternidad y el seguimiento de Jesús,
dejándose llevar por el Espíritu que permanece vivo en la comunidad.
iii) Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado: Para nosotros, cristianos,
Jesús es la Nueva Ley de Dios, proclamada desde lo alto de la montaña. Jesús ha sido
elegido por el Padre como el nuevo Moisés, cuya palabra es Ley para nosotros:
"Escuchadlo" (Mt 17,15). El Espíritu mandado por Él nos recordará todo lo que Él nos ha
enseñado (Jn 14,26; 16,13). La observancia de la nueva Ley del amor se equilibra con la
gratuidad de la presencia de Jesús en medio de nosotros, hasta el final de los tiempos.
* Mateo 28,20b: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo:
Cuando Moisés fue enviado a liberar al pueblo de Egipto, recibió de Dios una certeza, la
única certeza que ofrece una total garantía: "Ve, ¡Yo estaré contigo!" (Ex 3,12). Y esta
misma certeza les fue dada a los profetas y a otras personas enviadas por Dios para
desarrollar una misión importante en el proyecto de Dios (Jer 1,8; Jue 6,16). María
recibió la misma certeza cuando el ángel le dijo: "El Señor está contigo" (Lc 1,28).
Jesús, en persona, es la expresión viva de esta certeza, porque su nombre es
Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23). Él estará con sus discípulos, con todos
nosotros, hasta el final de los tiempos. Aquí se manifiesta la autoridad de Jesús. Él
controla el tiempo y la historia. Él es el primero y el último (Ap 1,17). Antes del primero
no existía nada y después del último no vendrá nada. Esta certeza es un apoyo para las
personas, alimenta su fe, sostiene la esperanza y genera amor y donación de sí mismos.
c) Iluminando las palabras de Jesús: La misión universal de la comunidad
Abraham fue llamado a ser fuente de bendición, no sólo para sus propios descendientes,
sino para todas las familias de la tierra (Gn 12,3). El pueblo de la esclavitud fue llamado,
no sólo a restaurar las tribus de Jacob, sino también para ser luz de las naciones (Is
49,6; 42,6). El profeta Amós dijo que Dios no sólo liberó a Israel de Egipto, sino también
a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir (Am 9,7). Dios, por tanto, se ocupa y se
preocupa, tanto de los israelitas como de los filisteos y de los arameos (¡que eran los
mayores enemigos del pueblo de Israel!). El profeta Elías pensaba que era el único
defensor de Dios (Re 19,10.14), pero tuvo que escuchar que además de él... ¡había
otros siete mil! (1 Re 18,18). El profeta Jonás quería que Yahvé fuese Dios solo de
Israel, pero tuvo que reconocer que Él es el Dios de todos los pueblos, incluso de los
habitantes de Nínive, los más acérrimos enemigos de Israel (Jon 4,1-11). En el Nuevo
Testamento, el discípulo Juan quería que Jesús fuese sólo del pequeño grupo, de la
comunidad, pero el mismo Jesús le corrigió y le dijo: ¡Quien no está contra nosotros,
está con nosotros! (Mc 9,38-40).
Al final del primer siglo después de Cristo, las dificultades y las persecuciones
probablemente llevaron a las comunidades cristianas a perder algo de su fuerza
misionera y a cerrarse en sí mismas, como si fueran las únicas que defendían los valores
del Reino. Pero el Evangelio de Mateo, fiel a una larga tradición de apertura hacia todos
los pueblos, les hizo saber que las comunidades no pueden cerrarse en sí mismas. No
pueden pretender para ellas el monopolio de la acción de Dios en el mundo. Dios no es
propiedad de las comunidades, sino que las comunidades son propiedad de Yahvé (Ex
19,5). En medio de la humanidad que lucha y resiste contra la opresión, las
comunidades deben ser sal y fermento (Mt 5,13; 13,33). Deben hacer que resuene en el
mundo entero, entre todas las naciones, la Buena Noticia que Jesús nos ha traído: ¡Dios
está presente en medio de nosotros! Es el mismo Dios que, desde el Éxodo, se empeña
en liberar a todos aquellos que gritan hacia Él (Ex 3,7-12). Esta es su misión. Si la sal
pierde su sabor... ¿para qué servirá? "¡No sirve ni para la tierra ni para el estercolero!"
(Lc 14,35).
6. Salmo 150 Alabanza universal
¡Aleluya! Alabad a Dios en su santuario, alabadlo en su poderoso firmamento, alabadlo
por sus grandes hazañas, alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo con el toque de cuerno, alabadlo con arpa y con cítara, alabadlo con tambores
y danzas, alabadlo con cuerdas y flautas, alabadlo con címbalos sonoros, alabadlo con
címbalos y aclamaciones. ¡Todo cuanto respira alabe a Yahvé! ¡Aleluya!
7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del
Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para
seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre,
podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y
reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.
Amén.
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No hay reflexión.
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Oración en familia
Sacerdote: Jesús, al partir para el Cielo, nos dejó la tarea de continuar su obra. No
tengamos temor de hacer lo que Él nos pidió, pues con el mandato nos ha dado su
gracia. Oremos al Padre para que nos dé las gracias que necesitamos para hacerlo como
Él nos lo pidió:
Todos: Señor, confiamos en tu promesa de asistirnos siempre. Haremos lo que
nos has pedido.
Papá: Te pedimos, Señor, por el Santo Padre y por todos sus obispos, para que te
anuncien en todo el mundo con valor y coraje.
Todos: Infunde en ellos tu sabiduría divina para que no haya quien pueda refutar sus
palabras y su doctrina.
Todos: Señor, confiamos en tu promesa de asistirnos siempre. Haremos lo que
nos has pedido.
Mamá: Jesús, Hijo de Dios, te pedimos, que abras nuestros ojos para darnos cuenta de
todas las necesidades espirituales y materiales que hay a nuestro alrededor.
Todos: Queremos, como Jesús nos lo pidió, llevar su Palabra y su amor a quien más lo
necesite.
Todos: Señor, confiamos en tu promesa de asistirnos siempre. Haremos lo que
nos has pedido.
Hijo(a): Amado Jesús, tú has confiado en nosotros para que continuemos tu obra
sanando a nuestro mundo enfermo de odio y avaricia.
Todos: Danos tu alegría y tu gracia para hacerlo sin dilación y sin miedo.
Todos: Señor, confiamos en tu promesa de asistirnos siempre. Haremos lo que
nos has pedido.
Hijo(a): Jesús, Dios y Señor nuestro, vemos con tristeza cómo nuestro mundo se
destruye por la falta del Evangelio.
Todos: Ayúdanos a anunciarles que en ti hay vida y esperanza y que tú eres la fuente
de la alegría y la paz.
Todos: Señor, confiamos en tu promesa de asistirnos siempre. Haremos lo que
nos has pedido.
Hijo(a): En especial te pedimos por los jóvenes de nuestra parroquia que ya te
conocen, para que no se queden estáticos ante su mundo.
Todos: Dales valor y alegría para que sean un canal de comunicación espiritual para
llevar la Buena Noticia a sus escuelas y universidades.
Todos: Señor, confiamos en tu promesa de asistirnos siempre. Haremos lo que
nos has pedido.
Sacerdote: Jesús, Hijo de Dios, que nos has encargado llevar tu Evangelio a los demás,
concédenos lo que hoy con fe te hemos pedido, para que podamos ser auténticos
testigos de tu presencia en el mundo. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos
de los siglos.
Todos: Amén.
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«Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (v.
20b). Con estas palabras de Jesús, que recoge de una manera significativa el nombre de
Emmanuel indicado por el ángel en el anuncio de su nacimiento, se cierra el evangelio
según Mateo. Jesús está con nosotros. Se ha hecho visible, compañero de nuestro
camino. Surge, por tanto, una pregunta: « ¿Estamos nosotros con él?». Su presencia no
es nunca una imposición. Jesús quiere que aprendamos a buscarle, como los sabios
venidos de Oriente; desea que escuchemos su Palabra cuando nos revela una manera
absolutamente inusual de enfocar la vida, proclamando bienaventurado al que es infeliz
según el mundo.
Está aún con nosotros en cada pequeño y pobre, que en el último día revelarán, en su
propio rostro, el rostro glorioso de Jesús, escondido a los ojos de los que se han negado
a amar. Está con nosotros en la comunidad de los hermanos reunidos para hacer
memoria de él, que, para la salvación de todos, se hizo pan partido y vino compartido en
la alegría: cuerpo entregado, sangre derramada. Jesús está con nosotros, pero nosotros
debemos estar con él disponiéndonos a seguirle incluso por el camino del Calvario
cuando el misterio de la cruz se cruce en nuestra vida. Si somos capaces de permanecer
con él como discípulos fieles, llegaremos al monte desde el que nos enviará cada día a
llevar el anuncio de su amor a todos los hermanos. Y con él estaremos en el Padre y en
el Espíritu, nuestra morada eterna.
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El último encuentro con Jesús. Con esta fiesta de la Ascensión termina prácticamente
la Pascua. Es el último encuentro de Jesús resucitado con los discípulos. Y se repiten en
él dos constantes que han estado presentes a lo largo de los cuatro evangelios. Por una
parte, la confianza que Jesús pone en los discípulos. Les dice que ellos van a ser los
encargados de continuar su obra. Las palabras de Jesús no pueden ser más claras: “Id y
haced discípulos de todos los pueblos”. En sus manos ha puesto Jesús el tesoro del
evangelio, del anuncio de la buena nueva de la salvación para la humanidad.
Pero, por otra parte, el autor de los Hechos de los Apóstoles no renuncia a dejar en claro
incluso en este último momento la incomprensión de los discípulos. Después de haber
seguido a Jesús por los caminos de Galilea y en su viaje hacia Jerusalén, después de
haber sido testigos directos de sus palabras y sus milagros, de su cercanía a los pobres
y su llamada a la conversión porque “el Reino de Dios está cerca”, después de haber
visto como el maestro era detenido, juzgado y condenado a muerte en cruz, después de
haber experimentado la resurrección, todavía los discípulos siguen sin comprender del
todo la misión de Jesús –y, por tanto, su misma misión como continuadores de aquella–.
Al final de todo no se les ocurre más que preguntar si “¿es ahora cuando vas a restaurar
la soberanía de Israel?” No se habían enterado.
Sólo la promesa del Espíritu Santo mantiene la esperanza de que los discípulos lleguen a
comprender del todo la misión de Jesús y su propia misión. Ese periodo tan especial que
va desde el día de la Pascua, el de la resurrección de Jesús, hasta su ascensión termina
con la fiesta de hoy. Pero el periodo de aprendizaje de los discípulos no ha terminado.
Necesitan recibir el Espíritu Santo que será el que les haga conocer de verdad el
significado de las palabras y de la vida de Jesús. De alguna manera, es necesario que
Jesús desaparezca de sus vidas para que abran su corazón a una comprensión más
profunda y verdadera de su figura. Hasta comprender que hay otra forma de presencia
de Jesús en medio de la comunidad, una presencia que será constante y firme hasta el
final de los tiempos.
Hoy en la Iglesia, en nuestra comunidad, en nuestro corazón, seguimos necesitando la
presencia del Espíritu que nos ilumine para comprender cuál es la esperanza a la que
nos llama Jesús, la riqueza de la gloria que es la herencia de los que creen en él, la
grandeza de la misión de ser testigos del amor de Dios para todos, sin límites ni
distinciones. Quizá nos convendría releer la segunda lectura y hacer con ella nuestra
oración para pedir al Padre que nos envíe el Espíritu de Jesús, porque, aunque como a
los apóstoles nos cuesta entender, queremos seguir su llamada a anunciar la buena
nueva de la salvación a todos los hombres y mujeres.
Para la reflexión. ¿Qué significa para mí anunciar el Evangelio a toda la creación? ¿Es
un mandato que afecta sólo a las curas y a las monjas? ¿Qué tendría que hacer para
anunciar el Evangelio a los que viven conmigo?
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2 Jesús, quisiéramos saber qué ha sido para ti volver al seno del Padre, volver a él no
sólo como Dios, sino también como hombre, con las manos, los pies y el costado con
esa llaga de amor. Sabemos lo que es entre nosotros la separación de las personas que
amamos: la mirada los sigue todo lo que puede cuando se alejan...
El Padre nos concede también a nosotros, como a los apóstoles, esa luz que ilumina los
ojos del corazón y que nos hace intuir que estás presente para siempre. Así podemos
gustar ya desde ahora la viva esperanza a la que estamos llamados y abrazar con
alegría la cruz, sabiendo que el humilde amor inmolado es la única fuerza adecuada para
levantar el mundo. www.santaclaradeestella.es
3 Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad
del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para
seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre,
podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y
reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.
Amén. www.ocarm.org
4 ¡Padre del Cielo y de la Tierra! También quiero partir motivado por el Espíritu Santo, al
cerro donde Jesús ha citado a los once, y con ellos Bendecirlo, Alabarlo, Glorificarlo y
darle Gracias por su amor tan inmenso, a estos corazones indignos e ingratos como el
mío. Reconozco que en mis días, hay dudas, hay temores, y mi fe es débil ante tanta
oscuridad en el mundo. Pero hoy, el mismo Divino Maestro nos dice que ha recibido el
Poder, y como no creerle, si es el mismo Dios Salvador. Concédeme Padre Eterno por tu
gracia más Fe, para dar testimonio y ser luz entre los míos, y motivado por la
inspiración del Espíritu enseñar tus mandamientos. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro
Señor que está con nosotros hasta el fin de este mundo, y por la intersección de María
Santísima muestra Madre. Amén. www.dario.res
5 Señor Jesús, Dios con nosotros, ayúdanos a reconocer tu presencia continua, para
que, impulsados por el Espíritu, vivamos en una perenne acción de gracias al Padre, que
te ha enviado a nosotros. Tú, que nos has considerado dignos de confiarnos el
Evangelio, haz que éste, imprimiéndose en nuestros corazones, pueda irradiarse a
nuestro alrededor y comunicar a nuestros hermanos la alegría de vivir como hijos de
Dios, amados desde siempre y llamados a la plena comunión contigo en el Reino de la
vida eterna. Amén. www.evangeliodeMateo.GiorgioZevini
5 Contemplación. ¿Cómo interiorizamos la palabra de Dios? La palabra en el
corazón de los Padres.
¡Oh bondad, caridad y admirable magnanimidad! Donde esté el Señor, allí estará el
siervo: ¿se puede dar una gloria más grande? [...] Ha asumido precisamente la
naturaleza humana, glorificándola con el don de la santa resurrección y de la
inmortalidad; la ha trasladado más arriba de todos los cielos y la ha colocado a su
derecha. Ahí está toda mi esperanza, toda mi confianza: en él, en el hombre Cristo, hay,
en efecto, una parte de cada uno de nosotros, está nuestra carne y nuestra sangre. Y
allí donde reina una parte de mi ser, pienso que también reino yo. Allí donde es
glorificada mi carne, allí está mi gloria. Aunque yo sea pecador, mi fe no puede poner en
duda esta comunión.
No, el Señor no puede carecer de ternura hasta el punto de olvidar al hombre y no
acordarse de lo que lleva en él mismo. Precisamente en él, en Jesucristo, Dios y Señor
nuestro, infinitamente dulce, infinitamente benigno y clemente, en quien ya hemos
resucitado, en quien ya vivimos la vida nueva, ya hemos ascendido al cielo y estamos
sentados en las moradas celestes. Concédenos, Señor, por tu santo Espíritu, que
podamos comprender, venerar y honrar este gran misterio de misericordia (Juan de
Fécamp, Confessio theologica 11,6). www.santaclaradeestella.es
Ya se ha concedido desde ahora a los santos no solo disponerse y prepararse para la
vida, sino vivir y obrar en ella, dado que la vida misma promete a los santos estar
siempre con ellos: . Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de
este mundo. (v. 20). En efecto, tras haber esparcido sobre la tierra las semillas de la
vida, después de haber llevado el fuego, Jesus no se marchó dejando solo a los hombres
el cuidado de hacer nacer y crecer la semilla y de encender el fuego. Él está realmente
presente y obra en nosotros el querer y el obrar.
La amistad de Dios por los hombres es inexpresable; su amor por nuestra estirpe supera
todo discurso humano y conviene únicamente a la divina bondad: esta es la paz de Dios,
que supera todo entendimiento. La unión del Señor con los que ama está por encima de
cualquier unión imaginable, de cualquier ejemplo que podamos poner: por eso la
Escritura se ha visto obligada a servirse de muchas imágenes para expresarla, porque
una sola habría sido insuficiente. Unas veces es la figura de la casa y del que la habita,
otras la de la vid y los sarmientos, otras las bodas, otras los miembros y la cabeza; sin
embargo, ninguna corresponde a la realidad de tal modo que, desde las imágenes, nos
sea posible remontarnos al conocimiento exacto de la verdad. En efecto, la unión debe
corresponder al amor, pero ¿qué realidad puede ser adecuada al amor divino?
Con todo, intentemos proceder. A lo largo de nuestra vida necesitamos muchas cosas,
pero ni son necesarias ni las usamos todas a la vez, siempre y para todos los fines, sino
que nos servimos ahora de una y luego de otra, según las vayamos necesitando. El
Salvador, sin embargo, esta siempre y del todo presente para aquellos que viven en el:
provee a todas sus necesidades y es todo para ellos.
Es precisamente el quien nos concede poder caminar y, al mismo tiempo, es el camino y
también la meta y el lugar del reposo. Nosotros somos los miembros, Él la cabeza: ¿es
menester combatir? El combate con nosotros y el mismo es quien asigna la victoria a
quien ha sido honrado. ¿Vencemos? Pues Él es nuestra corona. Con una maravillosa
violencia, con tiranía amiga, nos atrae solo a Él, nos une solo a Él (Nicolás Cabasilas, La
vida en Cristo, I, II). www.evangeliodeMateo.GiorgioZevini
6 Acción. ¿A qué me comprometo con Dios? Para custodiar y vivir la palabra.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La fidelidad del Señor dura por
siempre» (Sal 116,2).
Repite a menudo y vive esta Palabra: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20).
7 Para la lectura espiritual. Caminar con la palabra.
Existe otro mundo. Su tiempo no es nuestro tiempo, su espacio no es nuestro espacio;
pero existe. No es posible situarlo, ni asignarle una localización en ningún sitio de
nuestro universo sensible: sus leyes no son nuestras leyes; pero existe.
Yo lo he visto lanzarse, con la mirada del espíritu, cual «fulguración silenciosa», como
trascendencia que se entrega; en semejante circunstancia ve el espíritu, con
deslumbrante claridad, lo que los ojos del cuerpo no ven, por muy dilatados que estén
por la atención y a pesar de que subsista en ellos, después de todo, una especie de
sensación residual.
Existe casi una contradicción permanente en hablar de este otro mundo, que está aquí y
que está allí, como del «Reino de los Cielos» del evangelio, que puede hacerse inteligible
sin palabras y visible sin figuras, que sorprende totalmente sin confundir; pero existe. Es
más bello que lo que llamamos belleza, más luminoso que lo que llamamos luz; sería un
grave error hacernos una representación fantasmal y descolorida del mismo, como si
fuera menos concreto que nuestro mundo sensible.
Todos caminamos hacia este mundo donde se inserta la resurrección de los cuerpos; en
él es donde se realizará, en un instante, esa parte esencial de nosotros mismos que se
puso de manifiesto para unos por el bautismo, para otros por la intuición espiritual, para
todos por la caridad; en él es donde volveremos a encontrar a los que creíamos haber
perdido y están salvos. No entraremos en una forma etérea, sino en pleno corazón de la
vida misma, y allí haremos la experiencia de aquella alegría inaudita que se multiplica
por toda la felicidad que dispensa en torno a sí, y por el misterio central de la efusión
divina (A. Frossard, Ce un altro mondo, Turín 1976, pp. 142s [trad. esp.: ¿Hay otro
mundo? Rialp, Madrid 1981]). www.santaclaradeestella.es
«He aquí que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del tiempo» (Mt 28,20). Es
una frase de una sencillez absoluta, pero bajo cierto punto de vista es el centro y el
sentido de todo el evento cristiano. Al tomarla en serio, todo cambia: nuestro modo de
pensar, de celebrar, de vivir, se hace diferente. No es una expresión retórica, como
cuando se dice que los héroes de la patria, los gigantes de la cultura y de la ciencia, los
grandes filántropos, viven eternamente en medio de su pueblo, lo que en el fondo es
una manera amable de decir que están muertos. Estos piadosos intentos de ilusionar y
de ilusionarse no son del estilo del Señor.
Jesús está realmente con nosotros, y la percepción de esta presencia verdadera y
personal me desconcierta. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi
vida, mi única vida; este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis
pensamientos y mis decisiones; este hombre invisible que afirma estar siempre
conmigo?
Es extraño: hay momentos en los que su presencia es la de alguien con el rostro oculto.
No sé nada. Sin embargo, he apostado mi vida por Él. Y hay momentos en los que me
parece que no conozco a nadie como a él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su
voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como un viejo
amigo al que encontramos entre la muchedumbre.
Jesús está siempre con nosotros: éste es el fundamento de nuestra confianza, pero no
provoca ninguna jactancia.
Jesús está con nosotros, pero esto no supone que nosotros estemos siempre con él.
Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no la nuestra. «Pero cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18,8).
Es cierto que toda nuestra serenidad se basa en esta arcana inmanencia del Señor
Jesús. La búsqueda de cualquier otro apoyo contamina el carácter genuino de nuestra
esperanza y nos prepara para decepciones penosas, aunque purificadoras.
Jesús está siempre con nosotros: el drama de la soledad se vuelve, en el hombre que no
se cierra, una llamada a la fe. Se trata de ser capaz de ver a este compañero de viaje
que no nos deja nunca.
La tristeza que deriva de estar solos tal vez sea la tentación más radical. El hombre es
esencialmente alguien que aspira a entrar en comunión. Si toda comunión se le presenta
imposible, el alma padece una mutilación innatural y llega a desesperarse. Por eso, este
final del evangelio de Mateo contiene una de las verdades más preciosas para la vida
eclesial, y con ella debe volver a medirse continuamente el discípulo del Señor.
El cielo del espíritu es todavía más cambiante que el que se encuentra sobre nuestras
cabezas. Nuestros días son siempre diferentes.
Ahora bien, no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia
salvífica (G. Biffi, Meditazioni sulla vita ecclesiale, Piemme, Casale M. 1993, 59-62).
www.evangeliodeMateo.GiorgioZevini
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✞ ✞ ✞ Profesión de Fe
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor,
Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.
Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen.
Se finaliza la inclinación de la cabeza.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a
los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado
a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y
muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos,
el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Dirijamos nuestras súplicas al Señor Jesús, mediador nuestro, sentado a la derecha del
Padre, que vive y reina para siempre, intercediendo por nosotros.
- Para que asista continuamente a su Iglesia, a la que ha encomendado la misión de
proseguir el anuncio del Evangelio hasta su venida gloriosa. Roguemos al Señor.
- Para que inspire a los que gobiernan las naciones sentimientos de paz y de justicia.
Roguemos al Señor.
- Para que consuele a los que sufren en este mundo, de manera que se sientan
confortados con la fuerza poderosa del que ha vencido el dolor y la muerte. Roguemos al
Señor
- Para que los comunicadores sociales no perviertan con la falsedad el don precioso de la
realidad que nos rodea y sepan trasmitir la paz, verdadera noticia, sin impregnarla de
nada que le reste verdad. Roguemos al Señor.
- Para que ilumine los ojos de nuestro corazón, y así comprendamos cuál es la
esperanza a la que nos llama y la riqueza de gloria que nos ha prometido en herencia.
Roguemos al Señor.
Señor Jesús, que estás sentado a la derecha del Padre como Mediador nuestro, escucha
nuestras súplicas y ruega al Padre por nosotros, ya que ponemos toda nuestra confianza
en ti. Tú, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
• Jesús, nuestro Señor resucitado, vive para siempre, para interceder ante el Padre por
y con nosotros. Oremos, pues, por medio de Él, por las necesidades de la Iglesia y del
mundo, y digamos: R/ Señor, que venga a nosotros tu reino.
- Por la Iglesia, por todos sus líderes y sus miembros, para que todos aceptemos y
llevemos a cabo nuestra misión de vivir la Buena Noticia de salvación y de proclamarla
a todos los pueblos y culturas, roguemos al Señor. R/ Señor, que venga a nosotros tu
reino.
- Por la gente que está mirando al cielo esperando la ayuda de Dios, para que sus
plegarias sean atendidas; pero también para que miren a sus hermanos y, con bondad
y compasión, se comprometan en su servicio y ayuda, roguemos al Señor. R/ Señor, que
venga a nosotros tu reino.
- Por los que se dedican a la acción social y a proyectos de justicia y solidaridad, para
que trabajen sin descanso para llevar genuina justicia aun a los menos privilegiados,
siempre con espíritu de reconciliación y de amor, roguemos al Señor. R/ Señor, que
venga a nosotros tu reino.
- Por los enfermos terminales y por los agonizantes, para que un día se unan a Jesús, el
Señor, en la casa del Padre, y participen de su gloria, roguemos al Señor. R/ Señor, que
venga a nosotros tu reino.
- Por nuestras comunidades cristianas, para que Cristo esté vivo entre nosotros y nos
envíe su Espíritu, para edificarnos y confirmarnos unos a otros en la esperanza y en el
espíritu de servicio, roguemos al Señor. R/ Señor, que venga a nosotros tu reino.
Oh Dios de esperanza y de vida, tú no has abandonado a tu Hijo en la muerte, sino que
le has dado vida y gloria. En ti confiamos por medio del mismo Jesucristo nuestro Señor.
3 LITURGIA EUCARISTICA
Sacerdote: Orad hermanos para que este sacrificio, mío y vuestro, sea
agradable a Dios, Padre todopoderoso.
Todos: El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria
de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. (→ Este es el
Compendio de la Misa)
*** Se llevan al altar los dones; el pan y el vino. *** Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro
espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios
nuestro. *** Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
• Con gran alegría demos gracias al Padre, porque Jesús, aun ascendido al cielo, por
medio de su Santo Espíritu permanece todavía con nosotros: aquí en la Eucaristía, en la
Iglesia y en los hermanos que viven con nosotros.
a) Acción de gracias
El Señor esté con vosotros. R/ Y con tu espíritu. Levantemos el corazón R/ Lo tenemos
levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. R/ Es justo y necesario.
Prefacio I de la Ascensión del Señor. El misterio de la Ascensión
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en
todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha
ascendido [hoy], ante el asombro de los ángeles, a lo más alto de los cielos, como
Mediador entre Dios y los hombres, como Juez del mundo y Señor del universo.
No se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero
como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la
ardiente esperanza de seguirlo en su reino.
• Gracias, Jesús, por mostrarme una vez qué hermoso es el camino de la Luz. Quiero
avanzar por ese camino de la mano de tu Madre, la Sierva humilde y pura a quien se le
reveló la grandeza del amor de Dios. Quiero, Señor, ser portador de la luz verdadera
para mi familia, mis amigos y para todos aquellos con los que pueda compartir la
inmensa alegría de creer en Ti. Amén
Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y
también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan el himno de tu gloria
diciendo sin cesar:
b) Santo: con esta aclamación toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta o recita
las alabanzas a Dios.
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu
gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el
cielo.
c) Epíclesis Se implora el poder divino para que los dones se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes
la reciban.
Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por
Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas
todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin
mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso. Por eso, Padre, te suplicamos que
santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera
que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios.
d) Narración de la institución y consagración. Con las palabras y gestos de Cristo, se
realiza el sacrificio que él mismo instituyó en la última cena. Momento más solemne de la Misa; es la
transubstanciación: pan y vino desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Cristo. Dios se hace presente ante nosotros con todo su amor. ¡Bendito Jesus en el Santísimo sacramento
del Altar!
Porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y dando gracias te
bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman todos de él,
porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes".
Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dando gracias te bendijo, y lo pasó a
sus discípulos, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi
Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por
muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía".
e) Anámnesis. La Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los Apóstoles, recibió de Cristo
Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, su Reactualización, recordando principalmente su
bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al cielo.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia, en el
domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida
inmortal. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el
mundo.
A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo, Señor
nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
Padre eterno, te ofrecemos la Preciosísima Sangre de Jesús, con todas las
Misas celebradas en el mundo en éste día, por las benditas Almas del
Purgatorio. Y Concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellas la luz
perpetua. Amén.
h) Doxología final. Se expresa la glorificación de Dios y se concluye y confirma con el amen del
pueblo.
Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo Honor y toda Gloria por los siglos de los siglos. Amén
✞ ✞ ✞ Rito de la comunión
Significa "común unión". Al acercarnos a comulgar, además de recibir a Jesús dentro de nosotros y de
abrazarlo con tanto amor y alegría, nos unimos a toda la Iglesia en esa misma alegría y amor.
a) Introducción al Padrenuestro
Con las palabras de Jesús nuestro Señor oremos al Padre de todos para que su reino venga a cada
persona de la tierra.
Jesús, el Señor, vive ahora en el cielo, en la gloria del Padre; allí intercede por nosotros.
Por medio de Él, y con sus mismas palabras, oremos a Dios Padre.
• Unidos en el amor de Cristo, por el Espíritu Santo que hemos recibido, dirijámonos al
Padre con la oración que el Señor nos enseñó:
R/ Padre nuestro…
b) Rito de la Paz
Los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia humana y se expresan
mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor de todos los males, y concédenos la paz en nuestros días, para que
ayudados por tu misericordia, vivamos libres de pecado y protegidos de toda
perturbación, y aguardando la venida gloriosa de Jesucristo, nuestra esperanza.
R. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya
bastará para sanarme.
c) El gesto de la fracción del pan: Significa que nosotros, que somos muchos, en la comunión
de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1 Co 10,17)
d) Inmixión o mezcla: el celebrante deja caer una parte del pan consagrado en el cáliz.
Antífona de comunión Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. Aleluya.
Dios todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes gustar
los divinos misterios, te rogamos que el afecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí
donde nuestra condición humana está contigo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Señor Dios nuestro: Te damos gracias por confiar tanto en nosotros, al encomendarnos
la misma misión de tu Hijo, de forma que seamos su presencia viva en el mundo. Te
pedimos que podamos reinar aprendiendo de Él a servir constantemente a los
hermanos. Que ellos vean que Cristo vive porque nosotros somos su cuerpo visible para
el mundo. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
4 RITO DE CONCLUSION
Consta de saludo, bendición sacerdotal, y de la despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que
cada uno vuelva a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo al Señor.
✞ ✞ ✞ Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos
de los siglos. R/ Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! R/ ¡Venga tu Reino!
Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te
dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen
gloriosa y bendita! Amén.
✞ ✞ ✞ Bendición
1
Se puede utilizar la fórmula de la bendición solemne. Ascensión del Señor.
Dios todopoderoso, por medio de su Hijo, que ascendió hoy a lo alto de los cielos y os
abrió el camino para seguirle hasta su reino, os colme de bendiciones.
R. Amén.
Jesucristo, que después de su resurrección se manifestó visiblemente a sus discípulos,
se os manifieste también como Juez benigno cuando vuelva para juzgar al mundo.
R. Amén.
Y a quienes confesáis que está sentado a la derecha del Padre os conceda la alegría de
sentir que, según su promesa, está con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
R. Amén.
Papa Francisco
REGINA COELI. Domingo 28 de mayo de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al cielo, que sucedió
cuarenta días después de la Pascua. La página evangélica (cf. Mt 28, 16-20), la que
concluye con el Evangelio de Mateo, nos presenta el momento de la despedida definitiva
del Resucitado de sus discípulos. La escena está ambientada en Galilea, el lugar donde
Jesús les había llamado para seguirle y para formar el primer núcleo de su nueva
comunidad. Ahora esos discípulos han pasado a través del "fuego" de la pasión y de la
resurrección; al ver al Señor resucitado se postrarán delante, pero algunos todavía
tienen dudas. A esta comunidad con miedo, Jesús deja la gran tarea de evangelizar al
mundo; y concreta este encargo con la orden de enseñar y bautizar en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28, 19).
La Ascensión de Jesús al cielo constituye por eso el final de la misión que el Hijo ha
recibido del Padre y el inicio de la continuación de tal misión por parte de la Iglesia.
Desde este momento, desde el momento de la Ascensión, de hecho, la presencia de
Cristo en el mundo es mediada por sus discípulos, por aquellos que creen en Él y lo
anuncian. Esta misión durará hasta el final de la historia y gozará cada día de la
asistencia del Señor resucitado, el cual asegura: «Y he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Y su presencia lleva fortaleza ante las
persecuciones, consuelo en las tribulaciones, apoyo en las situaciones de dificultad que
encuentran la misión y el anuncio del Evangelio.
La Ascensión nos recuerda esta asistencia de Jesús y de su Espíritu que da confianza, da
seguridad a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Nos desvela por qué existe la
Iglesia: la Iglesia existe para anunciar el Evangelio. ¡Solo para eso! Y también, la alegría
de la Iglesia es anunciar el Evangelio. La Iglesia somos todos nosotros bautizados. Hoy
somos invitados a comprender mejor que Dios nos ha dado la gran dignidad y la
responsabilidad de anunciarlo al mundo, de hacerlo accesible a la humanidad. Esta es
nuestra dignidad, este es el honor más grande para cada uno de nosotros, ¡de todos los
bautizados!
En esta fiesta de la Ascensión, mientras dirigimos la mirada al cielo, donde Cristo ha
ascendido y está sentado a la derecha del Padre, reforcemos nuestros pasos en la tierra
para proseguir con entusiasmo y valentía nuestro camino, nuestra misión de testimoniar
y vivir el Evangelio en todo ambiente. Somos muy conscientes de que esta no depende
en primer lugar de nuestras fuerzas, de capacidades organizativas o recursos humanos.
Solamente con la luz y la fuerza del Espíritu Santo nosotros podemos cumplir
eficazmente nuestra misión de hacer conocer y experimentar cada vez más a los otros el
amor y la ternura de Jesús. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a contemplar los
bienes celestes, que el Señor nos promete, y a convertirnos en testigos cada vez más
creíbles de su Resurrección, de la verdadera Vida.
Homilía del Santo Padre en la concelebración eucarística.
Sábado 27 de mayo de 2017.
Visita pastoral del Papa Francisco a Génova.
Hemos escuchado lo que Jesús Resucitado dice a los discípulos antes de su ascensión:
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18). El poder de Jesús, la
fuerza de Dios. Este tema atraviesa las Lecturas de hoy: en la primera Jesús dice que no
corresponde a los discípulos conocer «el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con
su autoridad», pero les promete a ellos la «fuerza del Espíritu Santo» (Hch 1, 7-8); en la
segunda san Pablo habla de la «soberana grandeza de su poder para con nosotros» y de
la «eficacia de su fuerza poderosa» (Ef 1, 19). Pero, ¿en qué consiste esta fuerza, este
poder de Dios?
Jesús afirma que es un poder «en el cielo y en la tierra». Es sobre todo el poder de unir
el cielo y la tierra. Hoy celebramos este misterio, porque cuando Jesús subió al Padre
nuestra carne humana cruzó el umbral del cielo: nuestra humanidad está allí, en Dios,
para siempre. Allí está nuestra confianza, porque Dios no se separará nunca del hombre.
Y nos consuela saber que en Dios, con Jesús, está preparado para cada uno de nosotros
un lugar: un destino de hijos resucitados nos espera y por esto vale realmente la pena
vivir aquí abajo buscando las cosas de allí arriba donde se encuentra nuestro Señor (cf.
Col 3, 1-2). Esto es lo que ha hecho Jesús, con su poder de unir para nosotros la tierra y
el cielo.
Pero este poder suyo no terminó una vez que subió al cielo; continúa también hoy y
dura para siempre. De hecho, precisamente antes de subir al Padre, Jesús dijo: «Yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). No es una forma
de hablar, una simple tranquilización, como cuando antes de salir hacia un largo viaje se
dice a los amigos: "pensaré en vosotros". No, Jesús está realmente con nosotros y por
nosotros: en el cielo muestra al Padre su humanidad, nuestra humanidad; muestra al
Padre sus llagas, el precio que ha pagado por nosotros; y así «está siempre vivo para
interceder» (Hb 7, 25) a nuestro favor. Esta es la palabra-clave del poder de Jesús:
intercesión. Jesús tomado por el Padre intercede cada día, cada momento por nosotros.
En cada oración, en cada petición nuestra de perdón, sobre todo en cada misa, Jesús
interviene: muestra al Padre los signos de su vida ofrecida –lo he dicho–, sus llagas, e
intercede, obteniendo misericordia para nosotros. Él es nuestro "abogado" (cf. 1Jn 2, 1)
y, cuando tenemos alguna "causa" importante, hacemos bien en encomendársela, en
decirle: "Señor Jesús, intercede por mí, intercede por nosotros, intercede por esa
persona, intercede por esa situación…".
Esta capacidad de intercesión, Jesús nos la ha donado también a nosotros, a su Iglesia,
que tiene el poder y también el deber de interceder, de rezar por todos. Podemos
preguntarnos, cada uno de nosotros puede preguntarse: "¿Yo rezo? Y todos, como
Iglesia, como cristianos, ¿ejercitamos este poder llevando a Dios las personas y las
situaciones?". El mundo lo necesita. Nosotros mismos lo necesitamos. En nuestras
jornadas corremos y trabajamos mucho, nos comprometemos con muchas cosas; pero
corremos el riesgo de llegar a la noche, cansados y con el alma cargada, parecidos a un
barco cargado de mercancía que después de un viaje cansado regresa al puerto con
ganas solo de atracar y de apagar las luces. Viviendo siempre entre tantas carreras y
cosas que hacer, nos podemos perder, encerrarnos en nosotros mismos y convertirnos
en inquietos por nada. Para no dejarnos sumergir por este "dolor de vivir", recordemos
cada día "lanzar el ancla a Dios": llevemos a Él los pesos, las personas y las situaciones,
confiémosle todo. Esta es la fuerza de la oración, que une cielo y tierra, que permite a
Dios entrar en nuestro tiempo.
La oración cristiana no es una forma para estar un poco más en paz con uno mismo o
encontrar alguna armonía interior; nosotros rezamos para llevar todo a Dios, para
encomendarle el mundo: la oración es intercesión. No es tranquilidad, es caridad. Es
pedir, buscar, llamar (cf. Mt 7, 7). Es involucrarse para interceder, insistiendo
asiduamente con Dios los unos por los otros (cf. Hch 1, 14). Interceder sin cansarse: es
nuestra primera responsabilidad, porque la oración es la fuerza que hace ir adelante al
mundo; es nuestra misión, una misión que al mismo tiempo supone cansancio y dona
paz. Este es nuestro poder: no prevalecer o gritar más fuerte, según la lógica de este
mundo, sino ejercitar la fuerza mansa de la oración, con la cual se pueden también
parar las guerras y obtener la paz. Como Jesús intercede siempre por nosotros ante el
Padre, así nosotros sus discípulos no nos cansemos nunca de rezar para acercar la tierra
y el cielo.
Después de la intercesión emerge, del Evangelio, una segunda palabra-clave que revela
el poder de Jesús: el anuncio. El Señor envía a los suyos a anunciarlo con el único poder
del Espíritu Santo: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19). ¡Id! Es
un acto de extrema confianza en los suyos: ¡Jesús se fía de nosotros, cree en nosotros
más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos! Nos envía a pesar de nuestras
faltas; sabe que no seremos nunca perfectos y que, si esperamos convertirnos en
mejores para evangelizar, no empezaremos nunca.
Para Jesús es importante que desde enseguida superemos una gran imperfección: la
cerrazón. Porque el Evangelio no puede estar encerrado y sellado, porque el amor de
Dios es dinámico y quiere alcanzar a todos. Para anunciar, entonces, es necesario ir,
salir de sí mismo. Con el Señor no se puede estar quietos, acomodados en el propio
mundo y en los recuerdos nostálgicos del pasado; con Él está prohibido acomodarse en
las seguridades adquiridas. La seguridad para Jesús está en el ir, con confianza: allí se
revela su fuerza. Porque el Señor no aprecia las comodidades y el confort, sino que
incomoda y relanza siempre. Nos quiere en salida, libres de las tentaciones de
conformarse cuando estamos bien y tenemos todo bajo control.
"Id", nos dice también hoy Jesús, que en el Bautismo ha concedido a cada uno de
nosotros el poder del anuncio. Por eso ir en el mundo con el Señor pertenece a la
identidad del cristiano. No es solo para los sacerdotes, las monjas, los consagrados: es
de todos los cristianos, es nuestra identidad. Ir en el mundo con el Señor: esta es
nuestra identidad. El cristiano no está quieto, sino en camino: con el Señor hacia los
otros. Pero el cristiano no es un velocista que corre locamente o un conquistador que
debe llegar antes que los otros. Es un peregrino, un misionero, un "maratonista con
esperanza": manso pero decidido en el caminar; confiado y al mismo tiempo activo;
creativo pero siempre respetuoso; ingenioso y abierto, trabajador y solidario. ¡Con este
estilo recorremos las calles del mundo!
Como para los discípulos de los orígenes, nuestros lugares de anuncio son las calles del
mundo: es sobre todo allí que el Señor espera ser conocido hoy. Como en los orígenes,
desea que el anuncio sea llevado no con la nuestra, sino con su fuerza: no con la fuerza
del mundo, sino con la fuerza límpida y mansa del testimonio alegre. Y esto es urgente,
¡hermanos y hermanas! Pidamos al Señor la gracia de no fosilizarnos en cuestiones no
centrales, sino dedicarnos plenamente a la urgencia de la misión. Dejemos a otros los
chismorreos y las falsas discusiones de quien se escucha solo a sí mismo, y trabajemos
concretamente por el bien común y por la paz; arriesguémonos con valentía,
convencidos de que hay más alegría en el dar que en el recibir (cf. Hch 20, 35). El Señor
resucitado y vivo, que siempre intercede por nosotros, sea la fuerza de nuestro ir, la
valentía de nuestro caminar.
REGINA COELI, Domingo 1 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al cielo, que tuvo lugar
cuarenta días después de la Pascua. Los Hechos de los apóstoles relatan este episodio,
la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo (cf. Hch 1, 2.9). El
Evangelio de Mateo, en cambio, presenta el mandato de Jesús a los discípulos: la
invitación a ir, a salir para anunciar a todos los pueblos su mensaje de salvación (cf. Mt
28, 16-20). "Ir", o mejor, "salir" se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy:
Jesús sale hacia el Padre y ordena a los discípulos que salgan hacia el mundo.
Jesús sale, asciende al cielo, es decir, vuelve al Padre, que lo había mandado al mundo.
Hizo su trabajo, por lo tanto, vuelve al Padre. Pero no se trata de una separación,
porque Él permanece para siempre con nosotros, de una forma nueva. Con su
ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles –y también nuestra
mirada– a las alturas del cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el
Padre. Él mismo había dicho que se marcharía para prepararnos un lugar en el cielo. Sin
embargo, Jesús permanece presente y activo en las vicisitudes de la historia humana
con el poder y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: aunque no lo
veamos con los ojos, Él está. Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos
levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y
discriminados; está cerca de cada hombre y cada mujer que sufre. Está cerca de todos
nosotros, también hoy está aquí con nosotros en la plaza; el Señor está con nosotros.
¿Vosotros creéis esto? Entonces lo decimos juntos: ¡El Señor está con nosotros!
Jesús, cuando vuelve al cielo, lleva al Padre un regalo. ¿Cuál es el regalo? Sus llagas. Su
cuerpo es bellísimo, sin las señales de los golpes, sin las heridas de la flagelación, pero
conserva las llagas. Cuando vuelve al Padre le muestra las llagas y le dice: "Mira Padre,
este es el precio del perdón que tú das". Cuando el Padre contempla las llagas de Jesús
nos perdona siempre, no porque seamos buenos, sino porque Jesús ha pagado por
nosotros. Contemplando las llagas de Jesús, el Padre se hace más misericordioso. Este
es el gran trabajo de Jesús hoy en el cielo: mostrar al Padre el precio del perdón, sus
llagas. Esto es algo hermoso que nos impulsa a no tener miedo de pedir perdón; el
Padre siempre perdona, porque mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado y lo
perdona.
Pero Jesús está presente también mediante la Iglesia, a quien Él envió a prolongar su
misión. La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: "Id, pues, y
haced discípulos a todos los pueblos" (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, no es
facultativo. La comunidad cristiana es una comunidad "en salida". Es más: la Iglesia
nació "en salida". Y vosotros me diréis: ¿y las comunidades de clausura? Sí, también
ellas, porque están siempre "en salida" con la oración, con el corazón abierto al mundo,
a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y
la unión a las llagas de Jesús.
A sus discípulos misioneros Jesús dice: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos" (v. 20). Solos, sin Jesús, no podemos hacer nada. En
la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras,
incluso siendo necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro
trabajo, incluso bien organizado, resulta ineficaz. Y así vamos a decir a la gente quién es
Jesús.
Y junto con Jesús nos acompaña María nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre,
es Reina del cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros,
camina con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza.
DIRECTORIO HOMILÉTICO