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Artilugios de lo fantástico en Mariana Enriquez

MORGANA CARRANCO

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Los acercamientos a los cuentos de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) son brutales.

El leerlos provoca algo en nosotros, ya sea evidente: rechazo, incomodidad, miedo; o sutil:

por ejemplo, darse cuenta, al terminar la lectura, que durante ella se ha estado conteniendo

la respiración. Mucho se ha dicho de Mariana Enriquez, lo más evidente, pero no por ello

trivial, que está reconfigurando la literatura de terror y fantástica de Argentina, que su

poderosa prosa es también un reclamo social y político. Sin embargo, poco se ha hablado

de la obra en sí misma, de los instrumentos de los que se vale la autora para construir sus

cuentos.

Así, a través de esta presentación y a la luz de las teorías de lo fantástico de

Rosalba Campra y Ana María Morales, pretendo examinar algunas de las estrategias

narrativas que construyen este tipo de literatura en Mariana Enriquez, el mecanismo que la

subyace; para ello utilizaré el cuento “El aljibe” del libro Los peligros de fumar en la cama

(Anagrama, 2017, publicado originalmente en 2009).

“EL ALJIBE”, UNA HISTORIA DE MIEDO

[…] Tenían miedo. Siempre tenían miedo. En verano, cuando Josefina y Mariela
querían bañarse en la Pelopincho, la abuela Rita llenaba la pileta con apenas diez
centímetros de agua y vigilaba cada chapoteo sentada en una silla bajo la sombra del
limonero del patio, para llegar a tiempo si sus nietas se ahogaban. Josefina recordaba que
su madre lloraba y llamaba a médicos y ambulancias de madrugada si ella o su hermana

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tenían unas líneas de fiebre. O las hacía faltar a la escuela ante un inofensivo catarro.
Nunca les daba permiso para dormir en casa de amigas, y apenas las dejaba jugar en la
vereda; si lo hacía, podían verla vigilándolas por la ventana, escondida detrás de las
cortinas. A veces Mariela lloraba de noche, diciendo que algo se movía debajo de su cama,
y nunca podía dormir con la luz apagada. Josefina era la única que nunca tenía miedo,
como su padre. Hasta aquel viaje a Corrientes” (Enriquez 55-56, las cursivas son mías).

En el párrafo anteriormente citado resalta, sin duda, el tema del miedo. Además, las frases

en el cuento nos apuntan ya hacia un cambio en la vida de la protagonista: “Josefina era la

única que nunca tenía miedo, como su padre. Hasta aquel viaje a Corrientes” (56, las

cursivas son mías). ¿Pero que es lo que pasa en Corrientes? Se trata de un encuentro con

doña Irene, cuyas consecuencias se ven presagiadas por el tiempo atmosférico, por la

espesura de las plantas y por la presencia de un personaje-irruptor, la bruja; y de un

elemento-umbral, un pozo:

[…] Ese día el cielo estaba nublado, pero el calor era pesado, como siempre en
Corrientes antes de una tormenta. […] No la llamaban bruja, le decían La Señora; su casa
tenía un patio delantero hermoso, un poco demasiado recargado de plantas, y casi en el
centro había un aljibe pintado de blanco; cuando Josefina lo vio se soltó de la mano de su
abuela y corrió ignorando los aullidos de pánico, para verlo de cerca y asomarse al pozo.
No pudieron detenerla antes de que viera el fondo y el agua estancada en lo profundo” (56-
57).

Hay varios elementos que ya vaticinan que algo le va a suceder a Josefina. De

acuerdo con la tradición de la literatura fantástica existen en el texto ciertas “informaciones

[que] pueden desempeñar […] una función covalidante, de contraste con el acontecimiento

transgresivo; o bien crear, en el plano semántico, una atmósfera en concordancia con éste”

(Campra 184). De esta manera, el estado atmosférico, con el cielo nublado y el ambiente

caluroso presagian la tormenta no sólo del espacio, sino también la que va a experimentar

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la protagonista. El pozo, en el mismo sentido, contribuye a crear un ambiente adecuado

para lo fantástico; según El libro de los símbolos de Tacher “a los pozos, manantiales y

fuentes se los ha[…] considerado desde tiempos inmemoriales lugares sagrados, hogares

de espíritus y fuentes de sabiduría y curación” (Ronnberg et al. 610). No obstante, también

tienen una connotación negativa:

Hay leyendas japonesas que hablan de encuentros con dioses y monstruos en los pozos.
Uno puede caer en un pozo profundo y ahogarse. Desde la Antigüedad hasta el presente,
los humanos han envenenado maliciosamente los pozos de sus vecinos y enemigos, un
desastre, sobre todo, en las tierras áridas donde el pozo bien puede ser la única fuente de
agua. Asimismo, el pozo de posibilidades de la psique puede contaminarse mediante
actitudes destructivas o sus energías solo se pueden experimentar como algo tóxico (610).

El pozo, entonces, además de ser parte de esa información covalidante funge como indicio,

como umbral, uno de esos elementos que “signan casi todo intento por acercarse a lo

fantástico y encontrar su especificidad. Así, lo fantástico pareciera crearse siempre en el

territorio evanescente y limítrofe en el que conviven dos órdenes que, al ponerse en

contacto conjuran una franja conflictiva dentro de cuyos estrechos límites se crea la sola

oportunidad posible para hablar de fantástico” (Morales, “De lo fantástico en México” IX).

Lo anterior se ve acentuado si pensamos que no sólo se trata de un pozo, sino de un reflejo,

porque Josefina, la protagonista “solo quería ver si el agua reflejaba su cara, como siempre

sucedía en los aljibes de los cuentos, su cara como una luna con cabello rubio en el agua

negra” (Enriquez 57). Un reflejo implica una visión especular, opuesta, contraria, que es

precisamente lo que le pasa a Josefina: la posesión de los miedos se invierte dentro de su

familia.

Efectivamente, la vida de la protagonista cambia después de la visita a Corrientes,

aunque no queda claro por qué. Ahora es ella la única de su familia nuclear que tiene

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miedo todo el tiempo, tanto que le impide llevar una vida íntegra. En el relato nos

enteramos de cómo es su vida. De cómo sólo pudo estudiar hasta la secundaria porque el

miedo le impedía salir. De cómo todo la sofoca, la oprime, la estrangula. Años después,

gracias a unas “pastillas nuevas, celestes, casi experimentales” (62) su angustia se reduce

un poco y es cuando comienza a salir con su hermana, Mariela, a tomar un café. No

obstante, en una de esas ocasiones Josefina nota rara a su hermana:

[…] Pero parecía inquieta, y ya no con el nerviosismo de las primeras salidas,


cuando debía estar preparada para llamar de urgencia a un taxi —o a una ambulancia, en el
peor de los casos— para llevar a Josefina de vuelta a casa o a la guardia de un hospital.
Acomodó los mechones de largo pelo rubio detrás de las orejas y encendió un cigarrillo.
—Jose —le dijo—, hay una cosa.
—¿Qué?
—¿Te acordás cuando viajamos a Corrientes? Vos tendrías seis años, yo ocho…
—Sí.
—Buen, ¿te acordás que fuimos a una bruja? Mamá y la abuela fueron porque ellas
eran como vos, así, tenían miedo todo el tiempo, y se fueron a curar.
[…]
—Y yo me acuerdo que la bruja dijo que podían volver si les pasaba otra vez. A lo
mejor podrías ir. Ahora que estás mejor. Yo sé que es una locura, parezco la abuela con
sus boludeces de la provincia, pero a ellas se les pasó, ¿o no? (63-64, las cursivas son
mías).

Josefina siente volver la zozobra durante esta conversación, los miedos regresan, pero

ahora los acompaña un enojo que la impulsa a viajar a Corrientes con Mariela, porque “si

no se aferraba al enojo y lo dejaba llevarla […] hasta La Señora, nunca podría salir de ese

encierro, y […] valía la pena morir intentándolo” (66).

Sin embargo, cuando llega con doña Irene, ella le dice que no hay nada que pueda

hacer y le explica:

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—Me dieron una pena, una pena. Las tres con malos pensamientos, con carne de
gallina, con un daño de muchos años. Yo me sobresaltaba de mirarlas nomás, eructaba, no
les podía sacar de adentro los males.
—¿Qué males?
[…]
—¡Males! No se pueden decir. —La Señora se llevó un dedo a los labios, pidiendo
silencio, y cerró los ojos—. Yo no podía sacarles lo podrido y meterlo adentro mío porque
no tengo esa fuerza, y no la tiene nadie. No podía fluidar, no podía limpiar. Podía nomás
pasarlos, y los pasé. Te los pasé a vos, nena, cuando dormías acá. El Santito decía que no te
iba a atacar tanto, porque estabas pura vos. Pero el Santito me mintió, o yo no le entendí.
Ellas te los querían pasar, que te iban a cuidar decían. Pero no te cuidaron. Y yo lo tuve que
tirar. A la foto, la tiré al aljibe. Pero no se puede sacar. No te los puedo sacar nunca porque
los males están en la foto tuya en el agua, y ya se habrá podrido la foto. Ahí quedaron en la
foto tuya, pegados a vos (70-71).

ENTRE LO FANTÁSTICO Y LO MARAVILLOSO

Clasificar “El aljibe” como fantástico es intrincado porque pareciera que el paradigma de

realidad representado se amplía, que la presencia de la bruja, sus poderes, y de los miedos

como algo mágico, terminan por aceptarse. Por momentos aparenta que se encuentra

dentro de lo maravilloso, ya que, de acuerdo con la investigadora Ana María Morales,

“Mientras en lo fantástico la alusión a la excepción, a la transgresión, amenaza el mundo,

en lo maravilloso la descripción de la excepción lo completa y remodela” (Morales,

“Transgresiones y legalidades. Lo fantástico en el umbral” 33n4). No obstante, en el relato

que nos ocupa tampoco es claro que el paradigma de realidad se extienda para incluir los

acontecimientos anteriormente mencionados, no se sabe con certeza si la causalidad entre

los eventos en Corrientes y los miedos de Josefina son una amenaza o una excepción, y a

continuación explicaré por qué.

Para la teórica Rosalba Campra, lo fantástico se plantea a partir de

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una esfera A totalmente independiente de una esfera B y sin posibles puntos de contacto
entre ellas […] Con una motivación o sin ella […] se produce una superposición que lleva
a A y B a coincidir total o parcialmente, de modo momentáneo o definitivo: son todas las
posibilidades que quedan abiertas y que definen un universo de significaciones que varía
según el período histórico y el autor, pero en el cual se perfila una realidad donde la certeza
ha desaparecido (166-167).

“El aljibe” está construido mediante un narrador en tercera persona, por lo que “La verdad

de los hechos es aquí un efecto de la narración” (171). De esta manera, se nos narra un

paradigma de realidad A, que alude a espacios extratextuales como Buenos Aires y la

provincia de Corrientes en Argentina, donde las acciones son llevadas a cabo por una

familia donde la madre, la abuela y Mariela sienten miedo, en contraste con el padre y

Josefina que no lo experimentan. El paradigma B se define con la llegada a Corrientes, con

la visita a la casa de doña Irene. Cuando la familia vuelve a Buenos Aires regresan también

de ese otro mundo correntino donde son aceptados los acontecimientos mágicos. Sin

embargo, existe un cambio irrefutable, que pone de manifiesto la superposición entre los

dos paradigmas: la inversión de las poseedoras de los miedos, Josefina ahora siente un

temor paralizador.

Dicha superposición se evidencia, de acuerdo con Ana María Morales, con la

presencia de un “fenómeno [que] necesita considerarse ilegal para que constatemos que las

reglas existen, y el sistema legal no se puede intercambiar con otro ni permitir

adecuaciones” (Morales, “De lo fantástico en México” XII-XIII). Dicho fenómeno se da “en

el interior del texto y [es] constatable[…] por el discurso de distintas instancias textuales”

(XVI). Los personajes son una de estas otras instancias que contribuyen a la construcción

del paradigma de realidad; se pueden advertir las reglas del paradigma A a través de sus

discursos directos.

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De este modo, sabemos que Josefina tras escuchar “el relincho de un caballo o un

burro […] pensó que debía ser el Alma Mula, el espíritu de una muerta que transformado

en mula no podía descansar y salía a trotar de noche”, se lo cuenta a su padre y conocemos

que “él le besó la cabeza, dijo que eran pavadas y a la tarde lo había escuchado gritarle a

su madre: «¡Que tu vieja deje de contarle pelotudeces a la nena! ¡No quiero que le llene la

cabeza, ignorante supersticiosa de mierda!»” (Enriquez 59, las cursivas son mías). Así, el

padre asienta que el sistema de reglas del paradigma A no permite acontecimientos del tipo

“sobrenatural” o “supersticioso”.

Empero, es Mariela quien establece de manera rotunda que la idea de que la Señora

sea capaz de hacer algo por Josefina, de ayudarla, es ilegal: “Y yo me acuerdo que la bruja

dijo que podían volver si les pasaba otra vez. A lo mejor podrías ir. Ahora que estás mejor.

Yo sé que es una locura, parezco la abuela con sus boludeces de la provincia, pero a ellas

se les pasó, ¿o no?” (63-64). Existe, entonces, en el relato, una “irreductibilidad de sus

fenómenos a ser aceptados como legales, incluso como excepción, dentro de los marcos de

lo posible cotidianamente, es decir, su relación no sólo con la ilegalidad de su aparición,

sino también con la desconfianza e inquietud que provoca en los personajes o narradores”

(Morales, “Credibilidad, percepción y reacción: los vaivenes de lo maravilloso a lo

fantástico” 157-158n6).

Por otro lado, pero en consonancia con la constatación de elementos ilegales en “El

aljibe”, en el plano del discurso, el mismo narrador cuenta que “Años después, [Josefina]

sentada frente a uno de sus tantos psicólogos, había tratado de explicarse y racionalizar

cada miedo: a lo mejor le había escuchado contar esas historias a la abuela porque eran

parte de la mitología correntina” (Enriquez 59-60, las cursivas son mías). Entonces, esas

historias que cuenta la abuela y la madre de Josefina, incluyendo la adoración a San La

Muerte, los poderes de La Señora, Añá, el Alma Mula, etcétera, son parte de esa mitología,

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de ese conjunto de narraciones maravillosas, ajenas del tiempo histórico o de esa historia

ficticia que representa ciertos aspectos de la condición humana (“mito”), representadas

también en el cuento de Enriquez.

Por último, es necesario considerar que la focalización del narrador en Josefina,

hace que mucho de lo que se cuenta sea poco confiable porque no hay que olvidar que lo

de Jose es considerado en el universo del relato como un trastorno psicológico, que

requiere tratamiento, por lo tanto, lo que piensa es cuestionable. Se trata de un personaje

no confiable, que percibe los acontecimientos desde un estado alterado de consciencia.

CONCLUSIÓN

Debido a lo manifestado anteriormente, considero que “El aljibe” pertenece a lo fantástico,

porque nunca remodela del todo, aunque pareciera estar muy cerca, el paradigma de

realidad A; así como por la existencia de diversos elementos en el relato que revelan

ilegalidades, que indican una transgresión o “un escándalo racional, en tanto en cuanto no

hay sustitución de un orden por otro, sino superposición. De aquí nace la connotación de

peligrosidad [del cuento], la función de aniquilación –o agrietamiento, por lo menos– de

las certezas del lector [implícito u otra instancia narrativa]” (Campra 159-160).

REFERENCIAS

Campra, Rosalba. “Lo fantástico: una isotopía de la transgresión”. Teorías de lo fantástico,

editado por Jaime Alazraki y David Roas, Arco/Libros, 2001, pp. 153–91.

Enriquez, Mariana. “El aljibe”. Los peligros de fumar en la cama, Primera edición,

Editorial Anagrama, 2017, pp. 53–71.

“mito”. Diccionario de la lengua española, 2018a ed., Real Academia Española,

https://dle.rae.es.

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Morales, Ana María. “Credibilidad, percepción y reacción: los vaivenes de lo maravilloso

a lo fantástico”. Rumbos de lo fantástico: actualidad e historia, editado por Ana

María Morales y José Miguel Sardiñas, Cálamo, 2007, pp. 155–77.

---. “De lo fantástico en México”. México fantástico: antología del relato fantástico

mexicano; El primer siglo, 1. ed, Oro de la noche [u.a.], 2008, pp. VII–XLII.

---. “Transgresiones y legalidades. Lo fantástico en el umbral”. Odiseas de lo fantástico ;

selección de trabajos pres. en el III Coloquio Internacional de Literatura

Fantástica ; Odisea de lo fantástico (Austin, septiembre de 2001), editado por Ana

María Morales y José Miguel Sardiñas, 1. ed, Coloquios Internacionales de

Literatura Fantástica, 2004, pp. 25–37.

Ronnberg, Ami, et al. El libro de los símbolos: reflexiones sobre las imágenes

arquetípicas. Taschen, 2011.

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