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Introducción.

Para desatar algunos nudos (y atar otros)

‘Don Primo prefirió callar. Ante la justicia es lo


mejor y ante los jueces rabiosos como pintaba ése,
mucho mejor. Su mirada se escondió como perdiz en
el churque de las cejas; su voz, como un tero en el
matorral del bigote. Simuló el más cumplido
recogimiento. Toda su actitud era una demanda de
perdón. Astucia pura. En los humildes muros del
silencio la araña de la astucia hilaba su tela’
Juan FILLOY, Los Ochoa.

Las últimas dos décadas se han multiplicado los trabajos de investigación


dedicados a las instituciones de control social en América Latina: policías, cárceles,
hospitales, manicomios y escuelas han sido sistemáticamente barridos por la
historiografía; sus archivos y expedientes han sido revisados y expuestos a la mirada de
los especialistas (Aguirre 2000). Los resultados han sido muy positivos; se ha
enriquecido la historia social latinoamericana, hasta entonces centrada en actores más
‘clásicos’, como los trabajadores y los campesinos. De igual manera, han quedado
puestas de manifiesto las estrategias seguidas por la elite y las clases dominantes para
imponer un modelo de ciudadano, varón, ‘normal’ y ‘sano’ a fines del siglo XIX y
principios del XX. El grueso de la literatura se ha concentrado –con justa razón, por
cierto-, en este período, y ha insistido en dar cuenta del notorio poder regulador y
normalizador del que hicieron gala los Estados nacionales.
Este libro nace de una desconfianza en esta aparente unanimidad que parece estar
destilando la historia del control social. Esa monocromía resulta de una atención casi
exclusiva a los actores públicos y las élites (científicas, estatales, políticas) considerados
dueños de capacidades materiales y simbólicas a todas luces imbatibles (Ruibal 1993).
Quienes encaramos la tarea de producir este libro pensamos necesaria una revisión que
coloque a la discusión en un punto más equilibrado, y permita valorar en su justa medida
los procesos reformadores, y en un sentido más general, las instituciones de control social
en América Latina desde mediados del siglo XIX.
Esta revisión apunta a poner en tela de juicio la magnitud y periodización del éxito de
los profesionales del control social en los tiempos de la constitución de las sociedades
agro-minero-exportadoras en el continente. ¿En qué consiste el disenso con respecto a
algunas de las conclusiones y metodologías de la historiografía del control social?
Sintetizamos nuestras objeciones:
I) Consideramos que se ha exagerado la importancia de las nuevas instituciones
penitenciarias, sanitarias y educativas desarrolladas en la segunda mitad del
siglo XIX y que la historiografía del control social les ha asignado una
capacidad desmedida para reordenar la realidad. Este desfasaje entre la
interpretación del accionar de las instituciones y sus prácticas y habilidades
‘reales’ proviene, no exclusivamente, de una lectura a veces crédula de la
documentación oficial, del ejercicio de auto-exaltación (Vezzetti 1985a:373)
del positivismo del cambio de siglo. En ese sentido, muchas veces esta
historia del control social ha dejado de lado la sabiduría contenida en aquel
refrán que alerta sobre la distancia entre el dicho y el hecho. Sólo en tiempos
recientes se han venido produciendo avances en torno a una visión más
realista del funcionamiento de las instituciones de encierro (Ablard 2000;
Bassa 2002).
II) Por otro lado, la centralidad que han tenido los textos producidos por las
instituciones de control social en las estrategias de investigación, ha
minimizado e incluso eliminado la percepción de otros actores en estos
procesos, como ha señalado Carlos Aguirre (2003:11). De allí que los actores
pertenecientes a ámbitos oficiales o de élite parecen ser protagonistas
exclusivos de esta historiografía (Zimmermann 1994; Barreneche 2001;
Salvatore 2001), teniendo muy poco en cuenta la presión y los saberes de los
sectores subordinados para influir, resistir o resignificar a esa agenda
implementada desde arriba.1 La literatura le ha dado prioridad e incluso
exclusividad en el análisis a los agentes estatales y ha desdeñado la capacidad
de los propios sectores subalternos o de otras elites para participar, alterar o
sabotear los procesos de normalización y control social que comienzan a
construirse a fines del siglo XIX (una notable excepción en Armus 2001).
Descubrir las intenciones y discursos de la élite no significa conocer todo el
universo en torno a la cuestión del control social. No se trata de ver sólo
aquellos casos en los que hubo resistencia –muchas veces eficaz- al ejercicio
de control social, sino también aquellas numerosas ocasiones en que hubo
negociaciones, apropiaciones y mutaciones desde abajo (Scott 1990; 1994).
Aportes recientes (Drinot 2003a y 2003b) y algunos de los artículos incluidos
en este volumen procuran mostrar que sectores subalternos, corporaciones y
grupos sociales y políticos tenían sus propias ideas sobre lo que se debía hacer
con los cuerpos, con la enfermedad y con la educación y movilizaban sus
recursos, imágenes y poder en función de sus intereses.
III) No está de más recordar que los saberes especializados, que durante algún
tiempo se creyeron exclusivos de las élites, escapaban de los estrechos
círculos de ‘notables’ y ‘científicos’ en los que fueron producidos. A través de
intrincados procesos sociales y comunicativos alcanzaban a niveles más
generales de la población, incluso populares (Caimari 2004). Popularizado a
través de los folletines populares y las obras de divulgación, el know how
sobre el funcionamiento de los aparatos psiquiátricos, penitenciarios,
educativos y sanitarios estaban extendidos más allá de los gabinetes
antropométricos en que nació. Y la difusión de esos saberes era tal que
sectores subalternos lograban apropiarse del discurso criminológico o
psiquiátrico y procuraban usarlo a su favor (Ablard 2000; Bohoslavsky 2003).

1
Caimari (2004:17) ha puesto de manifiesto la apropiación de esta agenda intrínsecamente represiva por
parte de las ideologías más radicales dentro del movimiento obrero argentina a principios del siglo XX.
Silvia Mallo (2004:29) mostró cómo los sectores pobres de la Buenos Aires tardocolonial se sirvieron de la
justicia para hacer valer sus derechos frente a los más poderosos. En igual sentido para Cusco, Walker
(2001). De igual manera, Salvatore (2003) ha señalado las formas de contestación de los ‘subalternos’
durante el segundo cuarto del siglo XIX argentino. Paulo Drinot (2003a) ha indicado la agencia de las
prostitutas limeñas en el proceso de reglamentación de su actividad. Para el caso de Río de Janeiro,
Schettini Pereira (2001).
Así, lo que durante algún tiempo fue considerado como un monopolio de los
savants o los leguleyos, puede ser más fructíferamente considerado como una
arena, un espacio en tensión entre distintos actores. Conceptualizar a los
saberes como un área de disputas, permite ver que los participantes no
necesariamente ponen en tela de juicio las normas e ideas que regulan el juego
(por ejemplo, la idea de ‘estado peligroso’ o el derecho del Estado a intervenir
en la vida privada), pero si que tratan de alterar los significados originales,
posponer la aplicación de una decisión u obtener espacios más amplios para
negociar.
IV) Esta historiografía del control social se ha concentrado en aquellas áreas y
situaciones en las cuales el pensamiento positivista y criminológico logró
imponerse, pero ha dejado de mirar las ocasiones en que falló o debió
disminuir sus expectativas. La literatura muchas veces ha extendido como una
caracterización nacional aquello que probablemente sólo fuera válido para las
ciudades capitales y otras áreas urbanas importantes, pero se ha tendido a
excluir el análisis de los fenómenos ocurridos en las periferias nacionales.
Este libro intenta mirar algunas regiones e instituciones en las que presupuesto
oficial obligaba a realizar prácticas institucionales que eran contradictorias
con los discursos oficiales acerca de lo que debían ser las cárceles, la justicia,
la educación o el control social. En muchos casos, el ingreso y aceptación
generalizada de la Scuola Positiva entre las autoridades fue mucho más tardío
que en las ciudades capitales o en las instituciones más importantes, lideradas
por las élites científicas y políticas.2 No se trata de simples fenómenos de
‘atraso’ intelectual o de ‘modernización incompleta’ sino de statu quo en los
que era posible descubrir una apropiación solo instrumental de la terminología
‘de avanzada’, pero combinada con prácticas arcaicas e incompatibles con ese
mismo ideario. En términos concretos, el proyecto finisecular de
encuadramiento social tuvo limitaciones materiales claras, aún en aquellos
países que le dieron un apoyo abierto, como fue el caso de la Argentina entre
1890 y 1930. Por otro lado, como advirtió Hugo Vezzetti (1985a:363) hace ya
2
Para la tardía llegada del higienismo a la arquitectura urbana fuera de Buenos Aires, cfr. Del Barco y
Espinoza (2004).
dos décadas, no hay que considerar al despliegue e intersección de la
psiquiatría, el higienismo y la pedagogía como resultado de la ‘coherencia
teórica de sus nociones’ sino como una ‘lógica estratégica que responde más a
ciertos objetivos de poder’.3
No es tanto asunto de sostener que no hubo una intención de control social por
entonces, sino de saber hasta qué punto se tornó efectiva y real esa voluntad, qué
significados (variados y competitivos) involucró para todos los participantes y qué
obstáculos ideológicos y materiales, muchas veces insalvables, encontró ese deseo. Dado
que ‘hasta las más arraigadas convicciones ideológicas podían llegar a rendirse ante la
urgencias más mundanas’ (Gayol y Kessler 2002:21), es lícito preguntarse por las
prácticas desarrolladas por las instituciones de control y normalización. Esta
preocupación por las prácticas lleva a intentar un acercamiento entre las historias de las
instituciones (de signo conmemorativo, tradicional, factual) y las perspectivas de historia
social que se han preocupado por los rasgos innovadores de esas instituciones y su
vinculación con proyectos identificables de control social. Así, este tipo de acercamiento
(propuesto por Barreneche 2001:16), intenta sino cicatrizar, al menos reducir la brecha
entre ambos enfoques.
En este libro se procuran señalar tanto las prácticas coercitivas de las dirigencias
estatales y sociales como las prácticas de los sujetos sobre los que esta coerción se
ejerció. Se habla de resistencias y de luchas, de negociaciones y de sumisiones. Así,
aparecen en el escenario figuras que rara vez la historiografía atiende a la hora de hablar
de construcción de instituciones de sujeción social. Esclavos y libertos brasileños que
jugaron con –y se aprovecharon de- la ley, y aun de su condición de ‘inferiores’,
negociando los límites de su dominación (Ricardo Ferreira); criminales patagónicos que
se enfrentaron a un sistema penitenciario y judicial ineficiente, incoherente y desfondado,
sarcásticamente encargado de promover su re-socialización (Ernesto Bohoslavsky);
instituciones destinadas a recuperar una infancia débil, pero con un presupuesto que
desafiaba los pretenciosos objetivos moralizadores en un territorio argentino (María
Silvia Di Liscia), reformas educativas que promovían la docilidad del estudiantado y a la
vez hacían culto de la libertad (Patience Schell); figuras tensionadas entre una
3
Zapiola (2003) ha señalado las diversas concepciones que competían acerca de cómo tratar la ‘cuestión
infantil’.
modernidad que exige respeto a la ley escrita, pero que requiere también la violación de
la ley para mantener en alto el honor (Elisa Speckman); monjas convertidas en carceleras
de mujeres, y erigidas en cancerberas de un proyecto de modernización penitenciaria que
era el resultado del desinterés del Estado chileno (María José Correa); y los peligrosos e
imprevisibles ‘locos’, sin vigilancia ni limitación alguna, que ‘contaminaban’ el
venturoso futuro argentino (Jonathan Ablard); encerrados en una colonia laboral
psiquiátrica, estos enfermos permanecían abandonados durante décadas, sin que fueran
visibles las férreas intenciones positivistas de control social en la pobreza del tratamiento
(Daniela Bassa).
Las particularidades de las instituciones de control social se han sistematizado en la
primera parte del libro. Así, los artículos de Di Liscia, Bassa, Correa, Schell y
Bohoslavsky plantean, desde diferentes ángulos de análisis, las prácticas y los límites que
recorren cárceles, asilos y escuelas de ámbitos tan dispares como la llanura pampeana, el
México porfiriano, el desierto patagónico y Santiago de Chile. La sobre-representación
de investigaciones sobre casos de Argentina obedece a una intención de diferenciar las
conclusiones aplicables al caso latinoamericano en general, y al argentino en particular.
Asimismo, la gran producción de las ciencias sociales sobre el control social en
Argentina, entendimos, ameritaba un acercamiento más detallado de sus premisas y
resultados.
En la segunda parte, la mirada se ciñe en los sujetos ‘controlados’ y en sus posibles
agencias y capacidades. De tal manera, el trabajo de Ricardo Ferreira sobre la compleja
relación entre esclavos y señores en la zona de São Paulo, la pericia psiquiátrica de
mujeres inmigrantes en Buenos Aires (Jonathan Ablard) y los intentos de gestión privada
de la justicia en México (Elisa Speckman), son ejemplos de la existencia de las
intenciones de las élites sociales y científicas de generalizar las normas modernas a
conjuntos sociales difíciles de sojuzgar. Pero también son testimonio de las resistencias a
esos proyectos de control, de la existencia de proyectos alternativos y de prácticas no
necesariamente compatibles con el declamado triunfo de la impersonalidad de la ley, la
modernidad jurídica y la soberanía del Estado. La línea sugerida, entonces, si bien ya a
esta altura no es excesivamente original, no está de más recordarla: dejar de pensar a los
‘controlados’ como meros depositarios de la opresión estatal y social y considerarlos
como figuras que no dejaron de ser –por lo general- víctimas de una distribución desigual
de bienes materiales y simbólicos pero que, así y todo, reaccionaban frente a ese orden de
distintas maneras que vale la pena historiar.
A lo que se apunta es a un cambio de enfoque sobre la historia del control social.
Los que en las últimas décadas fueron retratados como simples víctimas de la
domesticación positivista de cuerpo y alma, podrían ser considerados bajo otros prismas.
El que aquí se sugiere apunta a considerarlos como sujetos que intentaron adaptarse y
apropiarse de un juego que no habían propuesto ni buscado. En este proceso, mostraron y
mejoraron sus herramientas individuales y colectivas para hacerse de una forma selectiva,
crítica e instrumental de aquellas reglas que le resultaban más útiles o que constituían,
desde su propia perspectiva, la mejor de sus opciones. Estos sujetos desarrollaron
procesos de cognición sobre su situación y definían cuáles eran sus alternativas (las
cuales se alineaban desde la resistencia activa a la adhesión entusiasta). Los enfermos
mentales y sus familias, los esclavos y libertos, las encarceladas y los alumnos son
algunos de los sujetos que se intenta retratar en este libro, y que muestran una capacidad
creativa y recreativa no siempre reconocida por la historiografía.
Quisiéramos evitar que estas líneas fueran interpretadas como un llamamiento a
un modelo de racional choice que parta del absurdo modelo de reconocer la igualdad de
saberes y recursos entre los sujetos que intervienen en los organismos y procesos de
control social. Si bien todos los involucrados en estas instituciones y situaciones cuentan
con un número de herramientas culturales, sociales, económicas y personales para
gestionar sus intereses, de esto no se desprende que se tenga el mismo número de
ventajas, saberes y recursos (Caimari 2003-24). Es claro que había diferencias sociales,
de género, profesionales y culturales, y que esas diferencias pesaban y los propios
protagonistas podían reconocerlas. Claro está que, por ejemplo, la relación entre el
médico psiquiatra dotado de prestigio académico y salario y el supuesto alienado que es
auscultado, medido e interrogado es abiertamente asimétrica. Pero de esa asimetría muy
seguramente insalvable, no se desprende que la víctima –el Primo Ochoa con que se abre
esta introducción, pergeñado por Juan Filloy- sólo pueda desarrollar el papel de
‘controlado’.
Al momento de formular la invitación a participar de este volumen, nuestra intención
era ofrecer una mirada singular a un momento clave de la historia latinoamericana,
poniendo de manifiesto la propia agencia de los sectores ‘controlados’, las
contradicciones de las instituciones estatales y el funcionamiento cotidiano de los
'‘aparatos de control’, más allá de la orgullosa auto-narración de los intelectuales
involucrados en su gestión (criminólogos, médicos, psiquiatras, educadores, sanitaristas,
entre otros). Con un enfoque asentado en lo que, por comodidad conceptual, podríamos
llamar ‘historia social’, diferentes investigadores con sede en universidades del
continente americano y de Europa han tratado de aportar a la percepción de un panorama
más complejizado sobre los sujetos e instituciones de control en sectores de las
sociedades mexicana, argentina, chilena y brasileña durante sus fases de ‘modernización’.
En definitiva, hemos procurado dar cuenta de la pregunta acerca de qué hay, qué
queda, finalmente, del éxito del control social del Estado y de la imposición burguesa, de
la racionalización científica totalizadora y del desprecio de la élite por las masas en la
América Latina de mediados del siglo XIX en adelante. Conscientes del desafío,
confiamos en las enormes posibilidades que se han abierto a la investigación y a la
reflexión histórica, que cada vez más, hacen un uso crítico y selectivo de la impactante
obra de Michel Foucault.

¿Hay vida después de Foucault?

El recorte de temas presente en el libro obedece, como es lógico, a los ámbitos de


especialización de los investigadores, y obliga a reflexionar sobre la necesidad de
profundizar en la búsqueda de explicaciones, iniciada ya, magistralmente por otras obras
sobre América Latina4. La historia sobre el control social no nace con Foucault, pero sin
duda se revitaliza y fructifica con su obra (Aguirre 2003:8-9). Los primeros pasos parten
de la historia del derecho y la criminología; la historia intelectual y sobre todo, desde la
historia social marxista, como herencia de los estudios sobre trabajadores y de la
‘represión burguesa’, tendiente a domesticar a la clase trabajadora (Bergalli, 1972; Del

4
Ver las compilaciones de Salvatore y Aguirre (1996), Aguirre y Buffington (2000), Aguirre y Salvatore
(2001). En el ámbito argentino, el trabajo inicial de Ruibal (1993), la compilación de Gayol y Kessler
(2002) y la obra de Caimari (2004), de indispensable consulta. Una reseña de los avances y límites de la
historiografía del control en Argentina, Rafart y Bohoslavsky (2003;17ss). Y para México, cfr. Trujillo y
Padilla Arroyo (2003:127-140).
Olmo, 1984, Terán, 1986, Biagini, 1989, Portantiero, 1989). En ese sentido, la
interpretación marxista clásica entendía a la cárcel como un dispositivo de control
disciplinario al servicio de la estructura social burguesa. El encierro físico era la forma de
‘normalizar’ y ajustar al proletariado a los nuevos mecanismos capitalistas, bajo la lógica
productivista del trabajo (Melossi y Pavarini, 1980; Garcés 1999:31-33).
El impacto de la obra Foucault se inició a mediados de los años ‘70, tras la rápida
traducción de Surveiller et Punir al español y no ha terminado aún. La historia social y
los estudios culturales sobre instituciones y sujetos marginales son quizás los herederos
que más se han aprovechado de tales perspectivas. Como han asegurado Aguirre y
Salvatore (2001:8-9), la presencia de estos estudios ha sido central en la historiografía
latinoamericana, sobre todo en relación con las instituciones de castigo y confinamiento,
los estudios de las culturas subalternas y el conocimiento de los significados atribuidos a
los cuerpos humanos. Una breve y rápida mirada, a principios del siglo XXI, nos
confirma que el análisis del poder, en el sentido de la localización de la violencia más allá
del Estado y del disciplinamiento de las costumbres hacia la moral del cuerpo, ha servido
para remover la alineación mecánica de la ideología con la ‘superestructura’ y del poder
con la ‘estructura’. La visión foucaultiana permitió superar el marco económico
reduccionista con que se pensaba a las instituciones carcelarias. La noción de Foucault de
que el poder se encuentra disperso en los cuerpos permitió concebir a la impregnación
moral laboral como ‘productiva’ y nutritiva para múltiples reinterpretaciones e
investigaciones. Como ha mostrado Caimari (2004:19), la prisión en la mirada
foucaultiana era parte de un continuum que incluía a hospitales, cuarteles, monasterios y
manicomios y que ‘desnudaba la difusa maquinaria de poder detrás de las hipócritas
promesas del liberalismo burgués […] un archipiélago disciplinario al servicio de la
dominación de clase’.5
La biopolítica, la observación panóptica y las tecnologías de la dominación

5
Para el caso argentino, las afirmaciones de Salvatore (2001:114) sobre el funcionamiento del ‘Estado
médico-legal’ entre 1890 y 1930 van en una sintonía similar: ‘Dentro de ese estado oligárquico funcionaba
una maquinaria diferente, más eficiente y silenciosa, que controlaba y disciplinaba los cuerpos, las almas y
las mentes de vastos segmentos de la población de acuerdo con una racionalidad médica’. La singular obra
de Vezzetti (1985b), ya un clásico en la historiografía argentina sobre la historia de la psiquiatría y la más
tardía de Salessi (1995), que vincula medicina y la construcción cultural de la homosexualidad, constituyen
también otros ejemplos de brillante aplicación de un modelo teórico exitoso en la interpretación de los
discursos sobre el poder y el cuerpo.
también han recibido -¡y cuántas!- fervientes críticas de los historiadores y sociólogos.
Las defensas de Veyne (1984) y la de Deleuze (1990) se basan sobre todo en el doble
carácter de filósofo y de historiador de Foucault –incluso, diría Veyne, como historiador
anti-metafísico-, en la medida que permite reflexionar sobre las estructuras del poder en
la sociedad occidental, donde éste carece de esencia, y se transforma en relación. De
acuerdo a Deleuze (1981: 53), después de Foucault ya no es posible referirse únicamente
a la determinación económica para comprender los procesos de domesticación social
dentro del capitalismo, aun cuando se trate de un uso económico del cuerpo. De ahí que
Foucault siga siendo fructífero para interpretar, sobre todo en lo referido al siglo XIX
francés, el enlace entre poderes y saberes, que permitió la naturalización de artefactos
sociales, como la locura o la medicina clínica, que recuperaron su historicidad (Veyne
1984: 200). En Europa occidental y Estados Unidos desde la década de 1980, el impulso
llegó a la historia de la psiquiatría; no sólo la dedicada al análisis intelectual sino a los
sujetos del control; enfermos, locos y criminales.6
Las críticas a Foucault han ahondado en cierta incapacidad metodológica para el
análisis histórico, en la imposibilidad de observar la compleja tensión entre la estructura
general y los sujetos. La metáfora de Léonard sobre Foucault refiere a un caballero-
filósofo que, al galope, devorador, recorre los siglos de historia francesa, arremetiendo
contra los hechos interpretados durante años por los historiadores, supuestos jornaleros
minuciosos de los detalles. Vigilar y castigar es, para él, una obra grandiosa, de
fulgurantes y espectaculares colores (del rojo sobre rojo de los suplicios al gris sobre gris
de la cárcel, diría Deleuze) pero a la vez, de grandes inexactitudes y generalizaciones que
impiden su aceptación completa. Para Léonard (1983), el sometimiento del cuerpo es una
empresa clerical antes que laica y la normalización masiva no fue total, puesto que se han
subestimado los resortes y mecanismos de resistencia al orden tanto como la aparición de
situaciones de desorden.
Asimismo, también se ha señalado la inquietante ‘ausencia del sujeto’ en el análisis
foucaultiano y de aquellos que lo han seguido; ‘maquinarias’ y aparatos sin ‘maquinistas’
que ejercen el poder, difuminándose así el carácter concreto de la dominación. Carencia

6
Para España, ver como ejemplos de la aplicación del modelo foucaultiano Álvarez Uría (1983) y Peset
(1983). En Inglaterra y Estados Unidos, son claves Rotman y Scull (cfr. Micale y Porter, 1994) y la revista
History of Psquiatry de Oxford University, desde la década de 1990.
seria, difícil de compaginar con la brillantez de la propuesta general, y que ocasiona un
malestar profesional y preguntas de un abordaje arduo: ¿qué historia se puede escribir sin
sujetos que dominan?, ¿cómo interpretar el papel de aquellos que lucharon por
desenmascarar la opresión, para ir más allá de las estructuras de la violencia y la
opresión, y articular las ‘fuerzas de liberación’? La lista puede seguir: ¿qué marco de
interpretación ideológica puede dar forma a las relaciones entre sociedad y Estado?, y
dentro de esto, ¿qué sucede con las prácticas sociales en las instituciones de control y
disciplinamiento? (cfr. Garcés 1999:48)
La serie de preguntas que estamos formulando parecen responder a una segunda
generación de interrogantes sobre el control social, un poco más distanciados respecto a
la obra de Michel Foucault. Desde vertientes habermasianas sobre el impacto de la
modernidad, se ha sugerido una reflexión diferente a las explicaciones estructurales sobre
el papel de la burguesía en el orden social disciplinario. La ‘leyenda negra’ del panóptico
y el bio-poder, entonces, no se tiñe de rosa, pero sí recibe señales de moderación, sobre
todo desde los historiadores menos afectos a las grandes periodizaciones y más ceñidos a
la evidencia empírica.7 De ahí que el estudio de las instituciones públicas –judiciales,
educativas, represivas, hospitalarias, psiquiátricas, etc.- constituya un objeto de estudio
privilegiado para estas puntualizaciones y observaciones al marco interpretativo
foucaultiano.
Incluso la crítica sobre los alcances explicativos del modelo de Foucault aparecieron
entre los especialistas en historia del siglo XIX francés. Estos historiadores sospechan de
los esquemas generados desde el positivismo sobre la hegemonía de las clases dirigentes.
Esta impugnación se inclina por utilizar por interpretaciones racionalistas que crucen la
historia de las instituciones de control social con la historia de la impersonalidad y la
productividad que asumen todas las instituciones masivas durante la Modernidad (Grob
1994; Micale 1985). En América Latina, algunas de las objeciones provienen del análisis
de los recursos que desplegaron los estados nacionales para poner en pie ambiciosos
proyectos de ortopedia social (Zimmerman, 1998), pero además, de la múltiples visiones
de las élites del continente (Aguirre y Buffington, 2000). Estos y otros datos bis invitan a
una reflexión más compleja acerca de las problemáticas que se abordan en este libro,

7
Ver el Dossier ‘Crimen y Castigo’, Historia Social, Universidad de Valencia, nº 6, invierno 1990.
atendiendo a las abigarrada superposición y relación entre las diferencias de género,
nacionalidad, etnia y clase en el continente americano, lo que obliga a una amplia
apertura teórica para afinar el análisis social (Cañizares, 1998).

Este libro no habría sido posible sin el apoyo del Instituto Interdisciplinario de
Estudios de la Mujer (Universidad Nacional de La Pampa) y del Instituto de Desarrollo
Humano (Universidad Nacional de General Sarmiento). Quisiéramos agradecer también
la corrección del manuscrito realizada por el Servicio para la Escritura y la Lectura de la
Universidad Nacional de La Pampa.

E.B. y M.S.D.
Otoño del 2005

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