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“El erotismo de la sublevación”, entrevista a Franco Berardi, Bifo.

Por Benedetta Pinzari y Marianna Sica

Antes del 19 de octubre has difundido una reflexión en la que hablabas de

sublevación. ¿Qué significa para vos sublevación?

Sublevación es una palabra rara y también ambigua, originaria de un léxico militar.

La he usado en un librito de hace un par de años, precisando con mucha insistencia

el hecho de que la sublevación que necesitamos hoy tiene que ser un proceso casi

físico. Un sublevarse del cuerpo, que no puede tener nada de militar pero sí debe

tener muchísimo de erótico. Estoy hablando de la reconstrucción de una energía

social que parece haber desaparecido. Me pareció importante volver sobre esa
palabra desde el momento que me di cuenta que otros en el movimiento sentían su

fascinación, incluso debo decir su rica ambigüedad. Por esta razón me pareció casi

necesario decir algo al respecto. El mensaje que he difundido tenía más que nada un

carácter de esperanza, la esperanza del proceso iniciado el 14 de diciembre de 2010,

con los estudiantes sublevados en Roma e Inglaterra, de manera muy dura y al

mismo tiempo muy feliz, contra la barbarie que el capitalismo financiero europeo

estaba provocando.

Tres años después las cosas han cambiado mucho, posiblemente para peor, en

términos de relaciones sociales  y también dentro del cuerpo social de la realidad

europea. Así que mi mensaje intentaba decir que lo que debemos hacer es salir del

error de la batalla final. Una equivocación en la que esta vez nadie ha caído porque

un poco de ejercicio anti-policial es parte de lo inevitable en una situación como

ésta. Ahora espero sobre todo la continuidad del proceso. Es el único modo de que la

sublevación salga de las explosiones de ira y se transforme en un proceso de efectiva

autonomía social. Naturalmente esto es un deseo. No creo que en este momento

estemos asistiendo a un proceso que tenga características de continuidad. Es verdad

que las explosiones se están multiplicando en estas últimas semanas, empezando por

por la manifestación por la defensa de la constitución, que puede tener las

características ambiguas que se quiera, pero representa uno de los muchos elementos

de oposición contra la dictadura financiera.

La huelga de los sindicatos de base, el 19 y lo que venga, todavía esporádico, tiene

un efecto en las plazas: una explosión que debe traducirse en la cotidianeidad.


¿Conseguiremos superar este límite y dar continuidad al proceso de luchas y de

autonomía? Esta es la pregunta que debemos plantearnos.

¿Sobre qué contenidos generales debe apoyarse un proceso de sublevación

continua?

Hay una palabra que ha salido de Bolonia hace un par de años, que es de absoluta

actualidad, y que se ha desarrollado muy poco. Esta palabra es insolvencia. La

insolvencia es el núcleo más profundo de una posible revuelta de la sociedad

europea. Insolvencia no sólo significa la negativa a pagar una deuda que no hemos

contraído, sino también la negativa a pagar la deuda simbólica de una democracia

que no tiene ya ningún contenido ni ninguna realidad. Es una deuda simbólica que

confirma la subordinación política, por tanto la subordinación económica. Lo

primero, la insolvencia. En segundo lugar, autorganización del trabajo cognitivo. La

ofensiva financiera golpea primeramente el sistema educativo y el sistema cultural.

El trabajo cognitivo autónomo, cuya energía es innovadora, es el verdadero núcleo

central en el variopinto conjunto del trabajo precario contemporáneo.

Por tanto, insolvencia y autorganización del trabajo cognitivo son, en mi opinión,

dos núcleos temáticos sobre los que el movimiento podría y debería construir su

continuidad.

¿En qué situación europea y transnacional se daría este proceso de sublevación

permanente?

En primer lugar debemos ser capaces de evaluar en qué punto se encuentra la

penumbra en Europa. La noche es larga porque cuando se razona sobre procesos que
no son únicamente políticos, sino también sociales y culturales, no basta confiarse a

la inventiva o a la acción imprevisible que en política es siempre posible y factible.

Es necesario tener en cuenta qué hay en las profundidades de las relaciones sociales

de la sociedad europea y también en la cultura. Yo diría en el psiquismo de la

sociedad europea. Allí se encuentra algo que da miedo, esta es la cuestión. La

sociedad europea, en la impotencia política que ha golpeado al trabajo, es cada vez

más incapaz de recomponerse para resistir y para invertir la ofensiva. En esta larga

condición de impotencia, Europa está viendo emerger las formas conocidas del

populismo, del fascismo, del racismo, del miedo, de la agresividad de la

disgregación, del aislamiento, de la depresión. Esto es lo que emerge y se traduce en

términos políticos. Oímos hablar de lo que está sucediendo en Francia, que junto con

Italia es el país más triste de todo el continente en este momento. Oímos hablar de la

confirmación electoral y el crecimiento inexorable del Frente Nacional. Cualquiera

que haya estudiado un manual de historia de secundaria sabe que esto está en el

orden de lo inevitable. La clase dirigente europea no puede fingir que no sabe que la

palabra nación en Francia, desde hace al menos dos siglos, está extremadamente

ligada con las palabras pueblo y Estado, no como en Italia o en España. En Francia

el pacto de estabilidad de la señora Merkel, la imposición del equilibrio

presupuestario impuesto por los agentes de Goldman Sachs –como el señor Mario

Draghi y los otros Mario que circulan por el territorio europeo– significa una ofensa

intolerable para la trinidad estado-pueblo-nación. Y esto puede gustar o no, a mí no

me gusta, pero es un hecho.


La derecha y la izquierda se han unido horriblemente en este tema en el referéndum

del 2005 contra la denominada constitución europea, en el que el Frente Nacional y

la izquierda derrotaron  conjuntamente al neoliberalismo europeo. Esto debería

enseñarnos algo, que Francia es un país donde el nacionalismo y la defensa de la

sociedad pueden llegar a identificarse en el momento que son atacados, como ocurre

actualmente, por una entidad política extranjera como Alemania. Siento decir esto,

pero la cuestión es que vamos hacia la quinta guerra franco-alemana. De Napoleón a

la guerra franco-prusiana, de la primera a la segunda guerra mundial, la historia del

mundo en los últimos dos siglos se ha caracterizado por el resurgimiento de un

conflicto que no solamente tiene caracteres nacionales, sino que se manifiesta bajo

la forma de plaga nacionalista. El Banco Central Europeo ha despertado a la bestia

nacionalista precisamente en el país en que esta bestia se vuelve más poderosa

cuando resurge. ¿Estamos a tiempo de parar esta locura, que lleva directamente al

hundimiento de la Unión Europea y al fascismo, a la guerra? ¿Estamos a tiempo?

¿Somos capaces de detenerla? Esta es la pregunta que me hago. Y también me

pregunto si hay alguien en la clase política europea que se dé cuenta del absurdo que

estamos permitiendo a la clase financiera. ¿Hay alguien que diga al menos en la

situación de impotencia en que la política parece encontrarse?

Volviendo al 19 de octubre, los media mainstream han construido y propalado

una narración que por un lado ha silenciado e intentado ocultar el proceso de

construcción de la jornada, y por otro ha creado un clima de tensión y de

criminalización a su alrededor, utilizando y agitando el clásico dispositivo del

miedo. Viendo la gran participación del 19 de octubre parece que este dispositivo
del miedo ha fallado: ¿ha sido así en tu opinión, y dónde hay que buscar las

razones de su fracaso?

Recuerdo los días previos a Génova en el 2001, cuando algún indeseable corrió la

voz de que se habría arrojado sangre infecta sobre la policía o incluso que

trescientos treinta féretros estaban llegando a Génova. En esos días oí decir que en

los hospitales de Roma había que hacer sitio para los posibles heridos.

El dispositivo del miedo puede haber funcionado en cierta medida porque quizás en

vez de 80-90.000 personas podrían haber sido 200.000. Esto prueba no tanto que el

dispositivo del miedo ya no funcione, sino más bien que la gente ya no puede más,

es decir que las dimensiones de la rabia han alcanzado niveles de peligro, y todo el

mundo lo sabe. Sin embargo no podemos contentarnos con esto. La rabia por sí sola

no beneficia a la sociedad. Cuando la rabia no lograr encontrar una estrategia, no se

traduce en formas de vida, de reorganización, de autonomía, amenazando con

provocar autolesiones. Por tanto el dato de la manifestación es impresionante: se

esperaban 25.000 personas y han sido al menos el triple. Sin embargo no podemos

limitarnos a contar cuántos somos. No podemos limitarnos tampoco a repetir cada

mes el ritual. Es un ritual útil por razones simbólicas, también por razones de

autoreconocimiento que no hay que subestimar, pero tras este autoreconocimiento

hay que llevarlo a alguna parte: a la vida diaria, al trabajo, a la escuela, a la

universidad, a los barrios. Mientras no consigamos trasvasar esa fuerza al día a día

corremos el riesgo de que se presente de manera estéril.


Otra significativa mistificación mediática de la plaza el 19 de octubre tiene que

ver con su composición y con el intento de describir a los precarios, a los okupas,

a los migrantes, a los estudiantes que han llenado las calles de Roma como

jóvenes sin esperanza, fracasados, protestones y parásitos contraponiéndolos a

una juventud autoemprendedora, dinámica, que se pone en juego a sí misma y sus

propias competencias, empeñada en la construcción de un futuro deseado. ¿Qué

te parece a ti, a este respecto, la jornada del 19 de octubre, en relación a su

composición real y a sus reivindicaciones y expresiones?

Uno de los límites de la movilización y de la iniciativa está precisamente en el hecho

de que, por ejemplo, nos cuesta relacionar y poner en común el trabajo precario en

general, trabajo precario cognitivo y trabajo dependiente. Esta es una de las

dificultades más dramáticas de nuestro tiempo. Es una dificultad tan profunda en el

plano estructural, que ni siquiera estoy seguro que la consigamos superar. En los

últimos años hemos asistido a explosiones obreras -pienso en Cerdeña, Taranto, el

rol que la FIOM ha jugado en muchos momentos, que no logramos componer, si no

es en la plaza, ritual e  intermitentemente, en un proceso de autorganización de la

sociedad con el movimiento de los estudiantes o con las fatigosas y descoordinadas

explosiones del trabajo precario. En definitiva, ¿qué necesitamos? Necesitamos una

institución política, una consigna. El plan es el del salario para todos, el salario o la

renta de ciudadanía desligada de la contingencia laboral. Sin embargo me parece

más importante la reducción general del horario de trabajo, -ya sé que decir esto

provoca risa. Pero mientras no nos demos cuenta de que el tiempo de trabajo es el

verdadero núcleo esencial de la esclavitud contemporánea y de la división entre


ocupados y desocupados, o de nuevo entre jóvenes y mayores, no llegaremos al

núcleo central de la cuestión. Mientras no nos demos cuenta de que esto tiene que

convertirse en el centro del discurso, estaremos siempre a la defensiva. Pensemos en

lo siguiente, que no deja de escandalizarme: el que durante treinta años intentan

convencernos de que si los jóvenes quieren tener una renta entonces los mayores

tienen que trabajar más tiempo. Al decirlo me da la risa. Y tengo que reírme

doblemente al pensar que toda la clase política lo repite diariamente y gran parte de

la sociedad lo cree. Esto es contrario a las leyes fundamentales de la lógica antes

incluso que a las de la sociedad y la política. Por tanto, una ofensiva cultural sobre

este tema es probablemente una de las claves que nos permitirían recomponer una

sociedad que por el momento, a parte de los gloriosos sábados por la tarde, para el

resto se encuentra incapaz de solidez unificada y de autonomía compartida.

¿Crees que tiene algún fundamento real la representación mediática de una

fractura dentro de la sociedad entre una masa de “empobrecidos” que demandan

casa y renta y una presunta clase de “cognitarios” que en cambio tiene la

posibilidad de construir a partir de sí misma y del autoemprendimiento un modo

para mantenerse en medio de la crisis? En relación al discurso que sostienes

respecto al tiempo de trabajo, ¿cuánto se explota o se autoexplota un

“autoemprendedor”?, ¿cuánto tiempo de trabajo invierte diariamente?

En los años noventa, por repensar la historia reciente, la división entre trabajo

precario y trabajo cognitivo tenía su fundamento real y salarial dado que el trabajo

cognitivo se encontraba en condiciones de fuerza contractual y de agrado de la

empresa, del hacer empresa en condiciones de crecimiento. Desde el inicio del


nuevo decenio esta situación ha cambiado. Se trataría de entender por qué ha

cambiado, qué ha pasado en la relación entre capital innovador y capital tradicional,

qué ha pasado dentro de la composición del trabajo. En los últimos diez o quince

años ya no existe ninguna condición de privilegio del trabajo cognitivo. Es cierto

que existen raras excepciones de enriquecimiento y fortuna de la autoempresa, pero

el trabajo cognitivo se identifica cada vez más con el trabajo precario, del que

constituye gran parte. Por tanto, es cierto que el trabajador cognitivo se ve obligado

a ejercer sobre sí mismo una violencia permanente, porque más que otros se ve

obligado a vivir como competencia su situación social. A este nivel habría que

desarrollar una crítica cultural que recoja precisamente los efectos de auto-violencia

y de auto-empobrecimiento que comporta. Recientemente he leído un libro de un

autor inglés, Jonathan Crary, titulado “24/7,” veinticuatro horas al día y siete días a

la semana. Es un libro sobre el sueño, en el que el autor explica que al inicio del

siglo XX la humanidad dormía diez horas por noche, en los años sesenta la media

era ocho horas, mientras que hoy el americano medio duerme seis horas. ¿Qué ha

pasado? Quien se ve obligado a dormir poco, no sólo sufre y empeora su calidad de

vida, sino que también hace tonterías en su vida cotidiana. Es por esto que la

autoexplotación no produce efectos de enriquecimiento, ni para la sociedad ni para

el propio trabajador.
Publicado 30th October 2013 por Lobo suelto

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