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4.

Rivalidad en las provincias

U no de los principales problemas del gobierno de Benito J~árez después


de la caída del imperio de Maximiliano en 1867 fue una sene de rivalida-
des entre facciones por el dominio de los gobiernos estatales. Gran parte
de la lucha política y la mayoría de las insurrecciones del periodo se
debieron a esas rivalidades estatales, que a menudo amenazaron conver-
tirse en guerra civil dentro de los estados e incluso en el ámbito nacional.
La realidad fundamental de la política mexicana era que los años de
guerra habían creado dirigentes en cantidad mayor de la que podían
absorber los puestos existentes, a la vez que habían militarizado la políti-
ca. Las oportunidades eran reducidas y la rivalidad era intensa. Obligados
a echar mano de tácticas de fuerza en busca de estabilidad política, los
gobernadores propendían a privilegiar a las facciones burocráticas y gru..
pos de influencia que les fueran leales, lo que impulsaba a las facciones
rivales a acusarlos de tiranos y a enfrentarse aún más a esos goberna-
dores.
La devoción al republicanismo liberal era débil y en todas partes es-
taba reblandecida por la competencia por controlar los puestos públi-
cos. El uso del fraude y de la fuerza se volvió norma política. Las elec-
ciones republicanas sólo eran el escenario en que desempeñaban sus
papeles el fraude y la fuerza: el cargo se utilizaba para asegurar unos
resultados electorales dados, no para asegurar elecciones honradas. Co-
mo los mexicanos no creían en la limpieaa de las elecciones, la insurrec-
ción de los "perdedores" contra los "ganadores" era una actividad nor-
mal después de las elecciones, y la violación del proceso electoral la
justificaba inevitablemente. Sin importar quién fuese el triunfador, el
uso de esas tácticas hacía que los perdedores se lanzaran o amenazaran
con lanzarse a la revuelta. La deplorable situación social del campo
acrecentaba el descontento y facilitaba el reclutamiento para las insu-
rrecciones de facción.
Juárez, como jefe de partido, tendía a apoyar a sus aliados locales,
sobre todo para excluir a sus adversarios de posiciones locales de fuer-
za. ~orno los gobernadores solían tratar de monopolizar todas las opor-
tunidades políticas en los estados, cualquier presidente habría tenido
que apoyar a los gobernadores cuyas facciones estatales secundasen las

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Ja política del presidente. Esa lamentabl• n .
flllas Y . be
n° ·d--nte trabajara con go rnadores coadyuvantes ad '"" eccsadad d
e que el
res1 ""' . ·1 I 1 . . , cmás d 1
p d una guerra c1v1 oca s1 no intervenía conduio . e peli-
o-ro e . . 1 l . 1·d , ~ a u na frc
~·. ncia pres1denc1a en a n va I ad faccionaJ en los estad 5 cuente
inJdereres en la rivalidad local achacaban siempre su derrotaº • Lo~ per-
1
de o
. oficial a menud o le ech a ban 1a cu1pa a la intervención pa a.dviole_n-
cia : ó bº d . res1 encial
y a veces iban a caer en 1~ . r ,ta e 1a fa~c1ón <?posit~ra nacional.
De hecho Juárez perm1t1ó, o no pudo impedir, la victoria electoral de
algunos gobernadores O
que no pertenecían

al círculo de sus aliados 'co-
mo Félix DÍaz en axaca y Ge r Ón1mo Treviño en Nuevo León; más
adelante cada uno de ellos habrí~ de aprovechar su cargo oficial para
paner los recursos de su respectivo estado al servicio de la rebelión
contrajuárez. Segurame~te la?1entó después Juárez haber permitido en
esos casos el g:rado de hberahsmo y de libertad local que tan caro le
costó a su gobierno. Sus sucesores, por consiguiente, se metieron aún
más en la política de los estados por razonP.s que se habían vuelto acer-
vo común de los políticos en funciones.
Un examen de l~s riv~lidades y del~ int~omisión presidencial en tres
estados revel~ la diversidad ~e expenencias en estos temas y explica
cuán irremediablemente per?1da_ estab~ la esperanza de que pudiera se-
guirse el modelo d: repubhcan1smo hb~ral. Los estudios de caso· po-
drían e~cogerse casi al a~ar: dado lo universal del fenómeno, pero en
los comienzos de la Reoubhca Restaurada los estados de Guerrero Si-
A. '

naloa y Yucatán son vivos ejemplos que señalan gráficamente cómo se


aseguraba el presidente gobernadores favorables a su alianza, cómo las
rivalidades )ocales se entretejían con las facciones nacionales, cómo
las elecciones provocaron insurrecciones y cómo los perdedores en las
luchas locales acabaron por aliarse a la oposición porfirista.

GUERRERO

Todos los peligros latentes para el republicanismo y la estabilidad política


se encuentran en el caso del estado sureño de Guerrero. Durante tres
decen!os anteriores a la Reíorma, su poderoso caudillo fue el general
Juan Alvarez, quien había comenzado la insurrección de ~yutla que de-
rribó a Santa Anna en 1855. 1 Como presidente de Méxi~~' Alvarez fo~~ó
el gobierno en que J uárez fue figura destacada como ministro d~ Jusuc1a.
~urante la Guerra de los Tres Años, y nuevamente du~~nte la 1nt~rv~n-
ción francesa, Alvarez se hizo cargo de la jefatura m1htar del eJército
liberal en el sur. Además de Álvarez, el estado de Gu~rrero produjo otras
destacadas figuras militares, dos de las cuales sirvieron como gobernado-

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res del estado en la década de 1857 a 1867. Uno fue Diego, el hijo de
Juan Álvar~z, y otro fue Vice~te Jiménez, el leal lugarteniente del ~audi-
llo. Diego Alvarez.y Vicente Jiménez llegaron a generales y combatieron
en ambas guerras con brigadas bajo su mando. 2 •
A principios de 1866 los ejércitos estatales repub~1c~~os expulsaron
del estado a las autoridades militares y civiles de Maxtmihano y empuja-
ron hacia el norte. La brigada de Diego Álvarez ~irvió con ~orfirio ~faz
en Puebla y en el sitio de México, mientras la bnga?a de Vicente J1mé-
nez se unió al general Escobedo en Querétaro. Seguidamente el general
Jiménez condujo a su brigada de regreso a Iguala en Guerrero, y _el 7
ge junio de 1867 se pronunció contra el go~ernador ~el estado, Diego
Alvarez. Los dos generales reconocían al gob1er?o nacional, los dos ~ro-
l!letían su apoyo a Benito J uárez y los dos ten1~n poderes de ca_ud~llo,
Alvarez en los distritos de la costa del sur y J iménez en los d1stntos
montañosos del norte. Jiménez aseguraba apoyar las aspiraciones demo-
cráticas de los r.ueblos, que sufrJan una servidumbre feudal establecida
por la familia Álvarez. 3 Diego Alvarez señalaba sus títulos legales, que
Juárez~ a falta qe elecciones durante los años de guerra, le había prorro-
gado por decreto en agosto de 1866. Mientras la disputa estaba en su
apogeo,Juan Álvarez murió en agosto de 1867.• ,
A mediados de junio Jiménez derrotó a las fuerzas de Alvarez; en
agosto ocupó la capital del estado y en noviembre invadió el distrito de
Tiapa. Todo mundo sabía que Guerrero estaba al borde de una guerra
civil que bien podía esparcirse a otras regiones y tal vez afectar a la nación
entera. Diversas personas y hasta una comisión de diputados suplicaron
a Juárez que nombrara un gobernador interino para llevar a cabo las
elecciones programadas de 1867 y entregar el puesto al triunfador. Igna-
cio M. Altamirano, destacada figura de la Reforma y ciudadano de Gue-
rrero, instó a J uárez a·que optara por esta clase de solución. Díaz también
intercedió ante Juárez en favor de una solución pacífica. Jiménez insistió
en q~e eso era todo lo que él quería. Un presunto medi~dor avisó a J uárez
que ~varez ,~~tregaría el estado a cualquiera que no fuese Jiménez ni
Altamirano. J 1ménez no pretende el mando del sur", escribió Altamirano
a Juárez, "pero tampoco quiere verse proscrito."5
La sol.ució!1 d~ Juá~ez, sin embargo, fue la de sostener "el principio
de auto~1d~d . Diego Alvarez debía permanecer en la guhernatura hasta
ser s'!stltu~do_ por un sucesor legalmente elegido, y Jiménez debía re-
nunnar pubb~amente al Plan de Iguala y presentarse al ministro de
Gu~rra a explicar su conducta.6 Transigir era tanto como invitar a las
faccio!1es que por todo el país estaban fuera del poder a que pidieran
cambios en las gubernaturas. Además, destituir a Alvarez ni siquiera era

86
. ir sino conceder todas las peticiones de Jiméncz. Jiméne
trans1gárez que no podía desconocer el Plan de Iguala el aJz contes-.
a Ju d . , , cu segu'
t6 estaba apoya o ~ontra 1a uranía de Alvarcz por much ' n
6
afirJllb,razarían las armas si se retiraba el Plan. Además Jiméons puedblo_s
q'6uecon
a " d. , cz a m,-
franqueza, eso es pe trme que cometa un suicidio políti ..
1
~¿Dónd~ estaríamos?", preguntó a Juárez, "si_ e~ 1_854 y 1855 se le c~u~
biera brindad~ a ~a:°ta Anna ese resp~to al pnnc1p10 de autoridad ... ?"'
Desde el pnnc1p10'6hasta
d
el fin, al tiempo que los observadores insi -
úan en que "la cuesu n_ e uerrero " era un asunto local, las divisioness
G
gionales fueron refendas desde luego y por completo a las divisio-
~:s en el ámbito ~~cion:u. Jimén~z era un reconocido porfirista, y Díaz,
en Guerrero, era Jtmen1sta. Hacia fines de la Guerra de los Tres Años
el entonces coronel Porfirio Díaz combatió bajo el general Jiménez para
derrotar a Leonardo Márquez Y a Félix Zuloaga en Jalatlaco, Guerrero.
Durante la intervención francesa, Jiménez y Díaz unieron sus fuerzas en
Chilaca en noviembre de 1863, y Jiménez acompañó a Díaz en la cam-
paña de Oaxaca. Cua~do Díaz huró de sus captores franceses en Pué-
bla, se presentó ante J1ménez en T1xtla en octubre de 1865 con un solo
sirviente. Jiménez puso a sus órdenes dos batallones que se convirtieron
en núcleo de la que habría de llegar a ser la gran División de Oriente. 8
Díaz apreciaba a Jiménez y ad~más detestaba a Álvarez. Después del
ataque a Puebla, Díaz ordenó a Alvarez que guarneciera a Puebla, mien-
tras Díaz perseguía a M,árquez. 9 A un amigo que tenía en Guerrero,
Díaz escribió acerca de Alvarez que "lo veo como a un niño y como tal
lo tolero". 10
La frecuente correspondencia entre Díaz y Jiménez en el último tri-
mestre de 1867 trató en parte de la deseada influencia que Díaz pudie-
se ejercer sobre Juárez para una solución pacífica en Guerrero y en
parte de la influencia que Jiménez pudiese ejercer en las elecciones pa-
ra una victoria porfirista en el estado. De hecho, la campaña electoral
de Díaz contenía una "estrategia suriana". "Creo que con Guanajuato,
Puebla y Guerrero", escribía Justo Benítez a mediados de octubre, "ten-
dremos suficiente para hacer las elecciones tremendamente discutidas y
hacerlas depender de una solución en el Congreso.,, Además, Guerrero
e~a un estado conveniente para presentar en él candidatos porfiristas a
~iputado que ya hubieran perdido en otros distritos, ~n vista .~e l~s
siete cundes aseguradas en los distritos controlados por J1ménez. Envie
ª [~naro] Olguín a Tiapa o a cualquier otro dist~ito de Guerrero",
escr~bía Benítez a Díaz, "a supervisar la elección de diputado a favo~ de
[Felipe] Buenrostro y de Olgufn como suplente." 11 .El anterior enviado
de Jiménez a Juárez escribió a Díaz que "nuestro buen Zenteno repre-

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sentará a Tiapa". Sin duda Jiménez se daba cuenta_de que ~u labor
electoral en Guerrero a favor de Díaz aseguraba un unportant~ apoyo
fuera del estado para su precaria posición dentro de éste; tr~~aJaba pét-
ra la candidatura de Díaz, aseguró al general. La buena nouc1a le llegó
a Dfaz a principios de _di~iembre: "En ~l estado de Gue,rr~ro ha ~ido
usted elegido por unan1m1dad para presidente de la Repubhca en s1etc
colegios electorales" .12 •
La otra alianza no era ~n feliz. Juárez no podía habe~ ~stado com-
pletamente satisfecho con Alv~rez, que repre~ntaba a la vteJa clase cau-
dillista y que no era tan sumiso como, por eJemplo, los gobernadores
Domingo Rubí de Sinaloa, Miguel Auza de Zacatecas o Manuel Cepeda
Peraza de Yucatán. Álvarez también estaba apremiando a Juárez en bus-
ca de una solución a la "cuestión de Guerrero" y solicitaba que enviara
tropas federales para aplastar a Jiménez. Juárez le pidió a Alvarez que
esperara hasta qué llegaran otros determinados ~nformes a la ciudad de
México. Indignadó, Álvarez contestó que "eso significa que no son sufi-
cientes los informes enviados por mí, [aunque soy] gobernador y co-
mandante militar del estado, y nunca he dado !Dotivo al Supremo Go-
bierno para dudar de mi palabra de honor".1' AJvarez, sin embargo, si
bien culpable de peores delitos contra la federación que la falta de pu-
blicación de una convocatoria discutible, no podía ser tirado por labor-
da como León Guzf!lán en Guanajuato o Juan N. Méndez en Puebla;
Juárez necesitaba a Alvarez como contrapeso del porfirista Ji.ménez. Sin
embargo, durante unas elecciones nacionales no era posible enviar a
Guerrero tropas federales. La política nacional estaba trastornada, y
J uárez esperó.
Entre tanto se realizaban elecciones en toda la nación: Jiménez publi-
có la ~0-9vocator~a en ~u. región y envi~ al Congreso los paquetes electo-
rales. 1 Alvarez no rec1b1ó la orden a tiempo, celebró las elecciones tar-
día~ente y declaró nul~s las elecciones de Jiménez. La legislatura
nacional fue convocada sin estar presente la delegación de Guerrero, y
todo el problema le fue trasladado al Congreso.
Cuando el Congreso inició sus sesiones a principios de diciembre
tuvo. 9ue hacer frente al "asunto de Guerrero", y estableció su propi~
comisión temporal sobre el estado. Un mes más tarde -la comisión per-
manente de Puntos Constitucionales presentó una moción para anular
l~s resultad~s de Jiménez. El primer día de debate el tema a discusión
giró sobre s1 .el Congreso debena , sesionar
· como cuerpo . . so-
le01slattvo
bre una cuesttón pol1'u·
. ca o b.ten como colegio
· electoral sobreo·un proble-
ma de elecciones · La di·scus1·ó n se mantuvo en su ropa1.e legal pero los
orad ores en favor de Ja soluc1·ó n polfttca
· fueron porfiristas
~ ' Zama-
(Mata,
88
n)· el otro punto de vista fue apoy d
Barró , á d a o por . .
co!Ja, dé Inda). Dfas m s tar e Zamacona d Juaristas (C
pon ' d d l
d que en ca a uno e os asuntos expue t
esenmasca 6 ende.
J·as,
. ·en o fi d i-. • s os al Co
r el probl
ema
01c1 uesto frente a rente os ,acciones p 1·di'ó .d ngreso ~.... h
P fuego asegurand o que el gobierno
t,í~fl al
. · un1 ad
era cul abl ' pero echó rnás
~ a-

Jena profundo descontento en el país Ase P e de haber prod


·do un fi · gur6 que el · u-
et ala era legal y pací 1co, que numerosas P mov1rniento
de Igu í .. ersonas de 1
boS campos, as como 1a com1sión espe .al d a prensa y
de ªrr rnero habían pedido al presidente que ene~ 1
e Congreso sobre
Gue , . . . l l . v1ara una autorid d .
'al para d1ngir as e ecc1ones, pero que el b. a 1m.
arc1
P{dos . . go 1emo había h h
sordos. Al igua1 que en Guana_Juato y Puebla I ec o
o "n y Méndez), la política del gobierno había sido l( ods c,~sos de Guz-
rna ario uno d e 1os contrapesos para deJar . en posesi·ó a e sacar del es-
cen . . ,, E n a1otro que goza
de l favor del ejecutivo . n pocas palabras, diio medi·ante ' ,. d
1a po
· · h b' d' d :, ' 11t1ca e
e.acciones el ejecutivo a 1a agu iza o el problema y hab' .
1i •ó h. 1a 1mped1'd o la
solución. La moc1 n, que se izo ley por 74 votos contra 40, ordenaba
que se contaran todos los v?tos de Guerrero, sin declararlos válidos ni
inválidos en tanto no se pacificara el estado. 1s
Juárez se vio pr?fundamente involucrado conforme el "asunto de
Guerrero" se comphcaba durante 1868. En marzo envió calladam t al
. O Ar G ene
general Francisco . ce a uerrero como "mediador". Arce llevaba
bajo su mando tro~as ~ederales. en número suficiente para derrotar a
Jiménez, el cual se nndió en abnl. En los términos del sometimiento, Ji-
ménez debía presentarse ~~ Méxic~ sin · perder su grado, la brigada
jimenista debía ser desmov1hzada y Alvarez no debía perseguir a los ji-
menistas. 16 J!ménez demoró todo el verano su marcha de Guerrero, ale-
gando que Alvarez estaba d~stituyendo de sus puestos a los jimenistas.
Juárez trató de persuadir a Alvarez de que él también saliera del estado,
para que "nadie (..J pueda argüir que usted es un obstáculo para unas
elecciones libres". Alvarez se negó a salir del estado alegando que Jimé-
~ez seguía fomentando activamente el desorden. En realidad Jiménez,
Alvarez y Arce estaban preparando el terreno para las elecciones de
gobernador. 17 Por ú ltimo Jiménez marchó a la ciudad de México_en
agosto Y, fue puesto en disponibilidad sin mando de tropas en la captt~.
Arce y Alvarez se enzarzaron en acusaciones personales cuando el pn-
mero trató de heredar la facción de Jiménez. En otoño, el Ministerio de
1
Guerra mandó desbandar la División del Sur, de filiación alvarista. ª So-
lamente Arce conservó tropas armadas y las elecciones para gobernador
le dieron el cargo.19 . .
Esta ojeada a los sucesos de Guerrero prueba !as dt~ersas afirmacio-
nes hechas más arriba: rivalidad entre caudillos, violencia electoral, par-

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ticipación nacional y la absoluta necesidad de la injerencia presidencial
no ya para salvar el republicanismo sino para salvar la paz. De paso,
J uárez consiguió un gobernador leal y digno de confianza.

SINALOA

El caso del estado noroccidental de Sinaloa se caracterizó por el mismo


complejo conjunto de factores que trastornó a Guerrero, y la resolución
inmediata de los problemas ocultos revela que estaban operando las mis-
mas fuerzas. Al quedar liberado del régimen francés aquel estado, el
general Ramón Corona había hecho ascender a todos los hombres pode-
rosos. El gobernador Antonio Rosales había sido muerto en combate;
después de un destructivo periodo de lucha de facciones, el general Co-
rona y algunos oficiales suyos elevaron en mayo de 1865 al general Do-
mingo Rubí al cargo de gobernador y comandante militar del estado.
Rosales se rebeló contra Rubí, acarreando la guerra civil a la región
además de las batallas contra los franceses y contra las rebeliones de los
indígenas yaquis y mayos, en una de las cuales fue muerto Rosales en
septiembre de 1865. Después de eso Rubí fue el hombre de Corona en la
gubernatura.
Otros importantes hombres que en Sinaloa contaban con seguidores
personales eran el teniente coronel Jorge García Granados y el general
Angel Martínez. García Granados era un general republicano sin man-
do en 1865 por una anterior rebelión contra Rosales. En dos posterio-
res intentos de sobornar a la "brigada mixta" (de indígenas· y republica-
nos), García Granados fue capturado y condenado a muerte, pero en
ambas ocasiones logró escapar. En 1866 estaba nuevamente mandando
tropas a las órdenes de Corona. Al acabar la guerra, J uárez nombró a
Corona comandante de la IV División en Guadalajara. Directamente
respo~sable ante Corona por las fuerzas federales de Sinaloa era el ge-
neral Angel Martínez, jefe ~itular de la facción de Tepic en Sinaloa que
se había negado a seguir a Manuel Lozada, de Tepic, cuando éste reco-
noció el imperio de Maximiliano. En ese conjunto de inciertas alianzas,
Juárez cultivó la lealtad del gobernador Domingo Rubí, llamándole
"uno de los colaboradores en la gran obra de regeneración".2() Rubí se
volvió hombre de confianza de Juárez .
. E? las elecc!ones de 1867 Rubí hizo campaña para gobernador C0_!1S-
t1tuc1onal de Smaloa. Contra él se presentaron otros tres: el general An-
gel Martínez, comandante de la guarnición de Mazatlán; Manuel Mon-
zón,_ prefecto de Culiacán, y Eustaquio Buelna, juez de distrito. Rubí
desutuyó a Monzón de la prefectura para "garantizar la libertad de las

90
_. nes", y Buelna no contaba con amplio apoyo; la contiend
.., . Rubí y Marú nez. Segun
.-Jecc10 , B ueIna, los part1.d anos
. de Martínez
a se re-
..
du10 a . uti11-
'J fuerzas federa1es con 1a amenaza de sublevarse s1 no ganaba
zaban . fi n, y
de Rubí, para sus propios _ines, aprovechaban la influencia del go-
05
l nador. La tormentosa elección fue a parar a la legislatura estatal la
· b re que tanto Martínez como Rubí
t,eral resolvió a med'1ad os d e d'ICiem '
C:taban incapacitados por haber ocupado cargos durante las elecciones
; haber violado la li1:>ertad del sufragio. Tanto el partido de Martínez
como el de Rubí se vieron envueltos en amenazas, alborotos y violencia
que llegaron a las calles, agitaron la legislatura e incluso invadieron los
hogares de miembros del Congreso. Al final la legislatura retiró su ante-
rior decreto y declaró a Rubí gobernador y a Monzón subgobernador.21
Inmediatamente se lanzó a la vorágine el general Corona. Buscó y
obtuvo órdenes de Juárez para dirigirse a Mazatlán "para organizar las
fuer.zas acantonadas en ese estado". 22 Precisamente cuando Corona salía
de Guadalajara, los coroneles Garcia Granados y Adolfo Palacio, con
Ireneo Paz, periodista y editor, y veinticinco oficiales de las fuerzas esta-
tales en Culiacán, se estaban pronunciando contra la elección del gene-
ral Rubí. Sus acusaciones eran concretas: Rubí había apoyado su propia
candidatura desde su puesto oficial cambiando prefectos por militares
que le eran leaJe . Esos hombres tenían instrucciones de trabajar en
favor de su elección gastando fondos públicos para labores electorales,
utilizando los p riódico oficiales para sostener y promover su candida-
tura, obligando a la legislatura local a declarar el triunfo suyo y orde-
nando detener la persona que se oponían a su elección. Los insu-
rrectos proponían designar Manuel Monzón gobernador interino
mientras se efe tuaban nueva elecciones.23
Rubí pidió a Marúnez que, n su calidad de comandante de Maza-
tlán, sometiera a Jo rebelde . Martíncz alegó que no podía contar con
su tropa· • p ro ofr ció ir él solo a Culiacán si Rubí prometía retirar
los cargos contra los r, beJd . ub( : ?~gó, mandó ~raer la unida~ de
la guardia na ional de Cosalá y e d1ng1ó a toda prisa a Concordia a
levantar más tropas. Pidió a Juár z que le aprobara el haber tomado
quince mil pesos de los fondos federales de la aduana. Juárez ordenó a
Rubf que actuara de acuerdo con Corona "y no tardará usted en hacer
que de aparezcan de e e_es~do todos los gérmenes de de~orden, pues
ahora más que nunca es 1nd1spensable conservar en forma 1nalt rabie la
pai pública de la nación"._2•. .•
Otras unidades se adhirieron en breve a la rebehón del Plan de Elo-
ta. Formulado por el general Jesús Toledo, el nuevo plan pedía desco-
nocer a todos los funcionarios estatales elegido y poner el poder en

91
manos del general Martínez. 25 Al día siguiente la legislatura del estad
otorgó plenos poderes al gobernador Rubí y ~laus~ró sus sesiones. ~
poco tiempo llegó el general Corona; trató stn éXJto de convencer a
Rubí de que renunciara al gobierno a reserva de nuevas elecciones·
ofreció sin éxito a Martínez cincuenta mil pesos para comprar a lo~
rebeldes; acabó por dar el mando militar a Martínez y salió para Manza-
nillo a reunir tropas y organizar las finanzas. No había hecho más que
irse Corona cuando Marúnez, aceptando el mando rebelde del Plan de
Elota, se proclamó gobernador provisional a reserva de nuevas eleccio-
nes, todo en nombre del gobierno nacional, al que prometía obedien-
cia. Otros dos distritos se unieron a los rebeldes, y el gobernador Rubí
pidió oficialmente la intervención federal. 26
Juárez reaccionó con rapidez y en forma total. Envió a Corona a Si-
naloa con toda la IV División y ordenó a Martínez que se presentara
inmediatamente en la ciudad de México. Luego entregó el mando de
Mazatlán al general Bibiano Dávalos, ordenó al general Sóstenes Rocha
que saliera de San Luis Potosí a cubrir Guadalajara con su brigada de
la II I División de Escobedo y dispuso el financiamiento desde los depó-
sitos federales de Colima, Jalisco y Mazatlán. Enseguida escribió Juárez
a Martínez que

cualesquiera que hayan sido las razones para lanzar un movimiento


revolucionario [... ] el gobierno no puede ni debe aprobar ese paso,
porque la aprobación a semejante acto establecería pronto un fatal
precedente, que causaría grandes males en el futuro. Es necesario
terminar para siempre con los levantamientos y desórdenes de tiem-
pos anteriores. 27

J uárez tenía razón, pero )os alineamientos políticos y las elecciones


fraudulentas hacían inevitables los "movimientos revolucionarios".
La IV División llegó en partes desde fines de febrero hasta mediados
de abril. Los combates se extendieron por el estado, y el resultado tan
pronto se inclinaba hacia un bando como hacia el otro. Para mayo esta-
ba derrotado Martínez, y huyó a San Francisco, California; Toledo, Gra-
nados, Palacio y Paz fueron detenidos en Tepic. Corona pidió a Juárez
piedad para Martínez, pero recibió la respuesta de que Martínez no la
merecía y debía recibir todo el peso de la ley en un tribunal militar. Es
ext~aña la observación final de J uárez a Rubí, visto el alcance de la re-
~hón y el gasto de hombres y dinero que requirió su aplastamiento:
No tenemos nada grave que temer de esos hombres, porque no pue-
den contar con el apoyo de la opinión pública". 28

9'2
Porfirio Díaz no se mezcló directamente en el asunto d s·
l l
Una contienda oca por el poder.. Sin embargo, Jesus , Te inaloa; era
oledo J
García Granad os h a bfan combatido anteriormente a las órd y orge
Díaz , y Toledo
,
ya estaba en contacto con Díaz desde
D' .
enes de
enero de 1868
Toledo quena que 1az usara la influencia que pudiera t ·
. ener ante el
gobierno para convencer a Juárez de que permitiera a los 1•
R b ' . nsurrectos
derrocar a u I y reco~oc1era el nuevo régimen rebelde. Díaz contestó
que dudaba que el gobierno aprobara jamás un régimen de insurrect
"sin embarg?, ha~é valer mi amistad con el Sr. Juárez para que e~t~
asunto termine bien [... ] de acuerdo con sus ideas". Por conducto de
un amigo co~ún en l~ ciudad de México, Díaz empezó a aconsejar a
Toledo una via de acción más prudente que la franca rebelión. Díaz le
dijo en confianza a Manuel González que estaba contento de "que no
haya pode: huf!l~,no que me obligue a tomar parte en otra guerra sin
bandera n1 glona como la de sofocar a los rebeldes de Sinaloa, "escán-
dalo al que a mi juicio es fácil ponerle fin con un poco de tacto en
lugar de a punta de bayonetas". 29
Toledo y García Granados fueron capturados y condenados a muerte
por un tribunal militar, pero Juárez conmutó la sentencia por cuatro
años de prisión con pérdida del grado. Justo Benítez actuó como defen-
sor de uno de los rebeldes capturados y creyó que Díaz podría ser de-
signado presidente del tribunal militar, cargo que instó a Díaz a acep-
tar. Para el mes de octubre Toledo estaba otra vez en contacto con
Dfaz para pedirle favores, a lo que Díaz contestó: "Es un placer servir a
hombres de su clase". Granados escribió a Díaz en diciembre de 1868
quejándose del trato que le daba el gobierno.~ Jesús Toledo, García
Granados, Ireneo Paz y Adolfo Palacios volvieron a alzarse en la insu-
rrección de San Luis Potosí de 1869-70 y trataron de convencer a Díaz
de que los dirigiera. García Granados fue muerto en esa revuelta, pero
Toledo y Paz tomaron parte con Díaz en las rebeliones de La Noria y
Tuxtepec. 31
Los sucesos de Sinaloa vuelven a demostrar cómo la lucha local de
facciones amenazaba la paz de la nación, cómo la violencia electoral era
parte del sistema y preludio de guerra, c?mo tuvo que, mezclarse ~l pre-
sidente y cómo la oposición estatal al régnnen fue atra1da a la nacional.

YUCATÁN

Yucatán ha sido siempre una anomalía en México, pero.~ie1npre ha af~c-


tado a la república en gran medida. ~I hombre que surg10 de la campana
republicana contra el régimen in1penahsta en Yucatán fue Manuel Cepe-

93
d~ Peraza, antiguo liberal, exg~bernador, en un tiempo exili~do del Mé~
x1co de Santa Anna. Para la primavera de 1867 Cepeda hab1a limpiad
~ucatán de fuerzas imperialistas y había ini~iado la cai:np~ña contra M¡
nda. El sitio de Mérida duró del 21 de abnl al 15 de Junio. Cuando los
imperialistas capitularon con la condición de su libre salida al extranjero
Cepeda estableció el gobierno del estado y se puso a las órdenes d~
Juárez. 32
Probablemente era inevitable que Cepeda fuera el hombre fuerte en
Yucatán durante cierto tiempo, y es igualmente probable que tanto
Díaz como Juárez lo supieran. Díaz recomendó al gobierno el ascenso
de Cepeda a general brigadier y envió a éste la membresía honoraria
de una asociación patriótica filantrópica en la que participaban las figu-
ras políticas más importantes de Yucatán, Chiapas y Tabasco. 33 La aso-
ciación era un vehículo electoral manejado por Ignacio Altamirano para
la candidatura de Díaz a la presidencia, pero al parecer sus objetivos
eran demasiado vagos para producir compromisos firmes. Cepeda agra-
deció ambas cosas a Díaz y le solicitó que hiciera valer su influencia en
el gobier no para que le mandaran ayuda militar a Yucatán para la gue-
rra de castas contra los indios, guerra que los republicanos heredaron
del Imperio.M
Lá intervención de Díaz ante el gobierno en procura de ayuda mili-
tar a Yucatán fue tema de muchas comunicaciones, en los últimos me-
ses de 1867, entre Díaz y los dirigentes yucatecos, a quienes Díaz dio la
firme impresión de que estaba de acuerdo con que la República hiciera
un fuerte despliegue de fuerzas federales contra los indios. 35 Sin embar-
go, Díaz nunca logró convertir su apoyo militar a la causa de ellos en
apoyo político para la suya propia. Por lo visto, a juzgar por la ignoran-
cia exhibida por todos sus partidarios sobre las noticias electorales yuca-
tecas, Díaz no tenía agentes que trabajaran allí. En cambio Cepeda en-
vió a Juárez su agradecimiento por el ascenso militar, su adhesión
política y media docena de diputados al .Congreso Nacional -dos del
Consejo de Gobierno escogido personalmente por Cepeda. 36
En noviembre de 1867 empezaron a suceder en Yucatán diversos
acontecimientos. En la villa de Peto se inició un movimiento reacciona-
rio, que Cepeda sofocó antes que acabara el mes, mandando más impe-
riali~tas al extranjero.57 El 11 de diciembre estalló en la guarnición de
Ménda una revuelta más seria. Siete imperialistas yucatecos, a los que
Cepe?a había permitido salir de Yucatán regresaron de Cuba, se pro-
nun_c1aron contra Cepeda, sobornaron a la guarnición y capturaron el
gobierno del estado. El imperialista Marcelino Villafaña se declaró go-
bernador y comandante militar del estado. Hubo descabelladas procla-

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rumores de otras personas en favor de la independencia de Yuca-
mas Yn pro de la reina de España o de Santa Anna. 38 En cierto inomen-
tánd, e la rebatiña Villafaña se puso a las órdenes de Díaz, diciendo que
tO e b. . l ,, . ,
noda al go temo nac1ona y que un1camente se opon1a al gobierno
~ec~epeda. Durante unos días se creyó que habían matado a Cepeda,
ero reapareció en Campeche. El ministro de Guerra dio a Díaz la or-
ren de alistar la brigada del general Ignacio Alatorre de la II División
• • en y uca tá n. 39
ara serv1c10
P Oíaz adoptó al principio la posición enérgica de que la situación en
Yucatán era un asunto grave de importancia nacional que exi~ía una
total respuesta militar. Expresó ese punto de vista a la delegación del
Congreso de Yucatán, que había abrigado la esp~r~nza de que_ Díaz fue-
ra a la península en persona con toda la II D1v1s1ón. U na bngada, ]es
contestó, "la considero insuficiente". No había suficiente transporte,
municiones ni artillería, agregó, pero "no han querido escuchar". 40 No
obstante, a fines de diciembre las opiniones de Díaz reflejaban las de la
oposición en el Congreso. Juan Torres, diputado porfirísta por Oaxaca,
escribía que el asunto de Yucatán era un movimiento local contra Cepe-
da, "que podría reprimirse mediante un cambio de gobernador". Para
entonces Cepeda había demostrado que era juarista. Díaz estuvo de
acuerdo: era puramente local. A otro diputado porfirista, José María
Mata, Díaz le escribió que "el asunto de Yucatán es puramente local y
se refiere a la persona del gobernador". Luego añadió el concepto que
fue su perenne postura personal como jefe de la oposición y más tarde
como presidente: "En mi opinión estrictamente privada, este negocio
debería tratarse con política, teniendo las fuerzas armadas en reserva,
pero sin obligar a los insurrectos a la indispensable necesidad de defen-
derse de espaldas a la pared". 41
Los sucesos de Yucatán se precipitaron con rapidez. El general Díaz
acompañó personalmente a la primera brigada hasta Veracruz en enero
de 1868 para supervisar el embarque. Villafaña murió en combate el 31
de enero; Alatorre y Cepeda capturaron Mérida el 2 de febrero. Enton-
ces Cepeda volvió a asumir los poderes del gobierno, y Alatorre escri-
. bió a Juárez que Cepeda era sumamente impopular. Mantener en el
cargo a Cepeda, según dijo, haría necesario conquistar el estado y librar
una batalla i~ce~ant~, contra sus habitantes: "La verdad es que lo recha-
zan por unan1m1dad . Alatorre recomendaba que J uárez enviara a Yuca-
tán a un "~iplomático [... ] con plenos poderes".42
Juárez metió mano directamente en los asuntos de Yucatán. Escribió
a Cepeda, lo felicitó por la victoria militar y le pidió que celebrara las
elecciones para gobernador con "plena libertad para los ciudadanos ,,.

95
Co~ referencia al "diplomático", Juárez info~~ó a Alatorre que ''ha .
reCido conveniente que vaya el diputado [Ehgio] Aneona, porque ti pa.
buenas relaciones en ese estado".43 Ancona llegó y dirigió las eleccioi~;:
que confirmaron a Manuel Cepeda Peraza como gobernador y a José
Maria Vargas como subgobernador. 44 Cepeda regresó de Campeche
se hizo cargo del mando del gobierno el 2 de agosto de 1868.15 Y
La gubernatura de Manuel Cepeda Peraza fue dando tumbos de cri-
sis en crisis durante seis meses hasta que brotó la insurrección el 31 de
enero de 1869. La legislatura del estado declaró el estado de sitio ·
entregó el gobierno al comandante militar, coronel José Ceballos. Cebf
llos horrorizó al pueblo de Mérida e inquietó en extremo a los círculos
políticos de la nación cuando detuvo y ejecutó a ocho hombres a princi-
pios de febrero. 46 Los rebeldes desconocieron al gobierno y nombraron
gobernador a Liborio Irigoyen. Antes de un mes el coconel José A Ce-
peda derrotó a los rebeldes en Peto. El gobernador Manuel Cepeda
murió el 3 de marzo. El subgobernador José María yargas dimitió y en
abril la legislatura del estado asignó los cargos interinos al coronel José
Cepeda y a Manuel Cirerol. 47 Después José Cepeda dirigió las eleccio-
nes para gobernador en noviembre de 1869. Cuando terminaron, un
observador escribió a J uárez que Agustín O'Horán había ganado, pero
que José Cepeda y Cirerol se apoderaron de las mesas en Mérida con
trescientos hombres armados y "el señor don Manuel Cirerol fue ele-
gido".48 ·
Cirerol y José Cepeda Peraza protestaron el cargo el primero de fe-
brero de 1870 por un periodo de dos años. Después impusieron una
reforma a la Constitución del estado que alargaba a cuatro años el pe-
riodo gubernamental. Cuando llegó 1872 y no convocaron elecciones
para la renovación de poderes, estalló una nueva rebelión en la parte
oriental del estado en marzo de ese año. Los rebeldes protestaron leal-
tad al gobierno federal y a la Constitución de 1857 y pusieron en el
mando al coronel Francisco Cantón; el c~al aplastó a las fuerzas estata-
les enviadas en su contra. José Cepeda murió en combate en Quintana
Roo, y los rebeldes ocuparon Mérida. Nuevamente puso el gobierno
central a Yucatán bajo la ley marcial y despachó fuerzas federales. El
general federal, Vicente Mariscal, estableció el orden y nombró a Olega-
rio Molina gobernador interino y a Francisco Cantón comandante mili-
tar de la zona oriental. Juárez mandó entonces a Ignacio Alatorre a
Yucatán para que dirigiera las elecciones para gobernador constitucio-
nal; la legislatura del estado lo declaró ciudadano de Yucatán y lo elevó
al cargo de gobernador interino. El historiador estatal Acereto sostiene
que las subsiguientes elecciones para gobernador fueron un despliegue
frau de y violencia,· que en
d
ellas se asesinó y se hirió a "candt'd t
. . a os
de . ,, hubo agresiones e 1a po11cía y se terminó por impon
ficia1es , h . " er a
o ! el castellanos Sánc ~z pasando por encima de los partidarios del
M1~ ·e1 cantón, cuyo partido, apoyado por el Dr. O 'Horán, había triun-
c0Jº en realidad en las verdaderas elecciones".49
fa iurante la presidencia de Lerdo, Yucatán siguió siendo tan inestable
mo lo había sido bajo J uárez. Sería dificil imaginar una disyuntiva al
c;oceder de Juárez en el a~unto ~entro del espíritu de las instit~ciones
fepublicanas, porque el ánimo reinante en Yucatán no reconoc1a en la
ráctica el liberalismo. Sea como fuere, tanto Manuel Cepeda como
bastellanos Sánchez mandaron a la ciudad de México diputad,os colabo-
radores, cosa que probablemente no hubiera hecho Cantón. Este luchó
a favor de los porfiristas en la guerra civ~l de 1876.

Los asuntos de Guerrero, Sinaloa y Yucatán ponen al descubierto la lucha


faccional que existía en los estados. Las elecciones fueron manifiestamen-
te fraudulentas en los tres casos; la división era dolorosamente palpable
y todos los partidos se negaban patentemente a aceptar las fórmulas
legales del liberalismo republicano. Si Juárez hubiera tratado de mante-
nerse apartado de las luchas estatales, la nación se habría sumergido en
guerras civiles.
Juárez despachó agentes a cada uno de los tres estados: Arce a Gue-
rrero, Corona a Sinaloa, y Azcona, y más tarde Alatorre, a Yucatán.
Arce fue como "mediador" con tropas y surgió como gobernador des-
pués de que aniquiló una de las facciones y que Juárez mandó desmovi-
lizar el ejército de la otra. La acción fue buena para Guerrero, buena
para la nación y buena· para el partido juarista. También Corona fue
como mediador a Sinaloa, pero Rubí no quiso renunciar como lo hizo
Cepeda en Yucatán, ni se logró comprar a Martínez. Los métodos elec-
torales que precedieron a la insurrección sinaloense demostraron que
no había diferencia entre los dos contendientes desde el punto de vista
de los principios liberales. Se podría haber encontrado motivo legal pa-
ra apoyar el primer decreto de la legislatura sinaloense, el que invalidó
la elección tanto de Martínez como de Rubí. Eso habría podido desin-
flar en alguna medida las velas de la rebelión, ahorrando así fuer tes
gastos al erario estatal y al federal. Ahora bien, semejante planteamien-
to tal vez habría dado impulso a otras revueltas en aquellos estados en
que los perdedores impugnaban los resultados de las elecciones, como
ocurrió en San Luis Potosí en 1869. También podría haber puesto en
duda los procedimientos electorales normales que, como se ha visto
eran necesarios para el proceso político y parte integrante del misrno~

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h b 'd Ancona favoreciera la reelección de Cepeda por
Nod. ay r.rut· as e q~~ue Ancona era juarista, y al no cambiar los jefes
m~, ~os t eg ~mos¿;u hallándose la entidad bajo la ley marcial, habría
po tllc~s, dso lre t l ºcción de Cepeda Elecciones posteriores en Yucatán
garanuza o a ree e ·
fueron más violentas.
El ejército también intervino en cada uno de los tres casos. J uárez
pidió la autorización del Co~greso des~u~s de despachar tropas _hacia
Yucatán. Envió unidades a S1naloa a peuc1ón del gobernador Rub1, que
por voluntad de la legislatura del estado conservó luego todo el poder.
En el caso de Guerrero, Juárez despachó las tropas en for~a subrepti-
cia. En los años por venir iba a hacerse cada vez más cornente el des-
pliegue de tropas federales hacia las zonas en que se producían luchas
faccionales estatales, suavizado la primera vez por el temor de los libe-
rales a la reacción conservadora en Yucatán. También proporcionó Yu-
catán otro estreno: la primera suspensión de garantías constitucionales
por el Congreso en la República Restaurada. Los diputados antigobier-
nistas la impugnaron desesperadamente, pero después les fue cada vez
más dificil parar otros casos en que se decidía de esa misma suspen-
sión.50
D~ra~te el r~sto de la vida de la República Restaurada, esos tres esta-
d_os s1gu1eron siendo altamente volátiles, lo que demostró que la oposi-
ción no aceptaba los resultados obtenidos mediante la intervención fe-
de~al. A la vez que ~os triunfadores en esos episodi~s mantenían su
cah~ad de _b~enos miembros_ de la alian~a juarista, los perdedores se
volvian porfinstas. Se hai:-á evidente que diez años de esos escándalos al
afecta~ ca~,ª año a uno~ otro estad~, crearon para 1876 un "Círculo,de
Porfin~tas de tal .magnitud que la insurrección de Tuxtepec obtuvo el
po~encial necesano para derribar al gobierno de Sebastián Lerdo de
TeJada.

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