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HISTORIA ARGENTINA

De la Prehistoria a nuestros días. Tomo III. CNBSAS

LA “LIBERTADORA”: PROSCRIPCIÓN Y RESISTENCIA PERONISTA

“El frente opositor ampliado había vencido finalmente; su último y más vigoroso intento

había encontrado resistencias inesperadamente reducidas; la lluvia que desde el 19 al 21 de

setiembre arreció sobre Buenos Aires iba a ser retrospectivamente invocada como una de

las causas de la pasividad revelada por las bases populares del peronismo. Otra muy

evidente nace del hecho de que, para su clientela popular, éste era, más que un partido, el

Estado mismo, [...]; pese a las advertencias de las que el propio Perón no había sido avaro,

ese séquito popular hallaba difícil creer en la posibilidad de la derrota de ese Estado, que

contaba con tantas ventajas sobre sus adversarios [...]”

Halperín Donghi, Tulio: Historia Argentina. La democracia de masas. Paidós, Buenos

Aires, 1986.

“La Argentina atraviesa por la crisis más aguda de su desarrollo económico, más que

aquella que el Presidente Avellaneda hubo de conjurar `ahorrando sobre el hambre y la

sed ́ (...) El país se encontraba en aquellos tiempos con sus fuerzas productivas intactas.

No es este el caso de hoy: están seriamente comprometidos los factores dinámicos de su

economía y será necesario un esfuerzo intenso y persistente para restablecer su vigoroso

ritmo de desarrollo. Ese esfuerzo puede y debe cumplirse.”

Prebisch, Raúl. Informe Preliminar acerca de la situación económica. Buenos Aires, 26 de

octubre de 1955.

“Tal vez usted debería explicar al país(...) cuáles son las causas que nos han llevado -según

sus expresiones-`al borde del inminente desastre ́. Su respuesta nos debiera exponer las

razones por las cuales se ha paralizado el desarrollo económico del país, frenado la

industria, desmantelado el stock ganadero, acumulando una importante deuda pública

externa, desorganizando los instrumentos monetarios, cambiarios y comerciales de defensa

y promoción económica, disminuido el ritmo de crecimiento de la renta nacional y del

ingreso per capita (...)”

Cafiero, Antonio. Carta abierta al Ingeniero Alvaro Alsogaray, publicada por el semanario

El Economista el 4 de octubre de 1958. En De la economía socialjusticialista al régimen

liberal -capitalista. Buenos Aires, Eudeba. 1974.

¿Ni vencedores ni vencidos o la hora de la revancha?


Cuando el 23 de septiembre de 1955 en la Casa Rosada el general Eduardo

Lonardi recibía de manos de tres cadetes representantes de cada una de las tres

armas los atributos del poder presidencial, quedaba manifiesto que una vez más

los argentinos pasaban por alto las instancias constitucionales y las Fuerzas

Armadas volvían a convertirse en depositarias naturales del poder. Así lo

reconoció Perón al entregar su carta-renuncia al ejército y el ministro Lucero al

formar una Junta Militar para negociar una salida pacífica a la crisis con el

comando revolucionario. Como en el 43, en el 55 tampoco había un acuerdo

político previo sobre la organización del gobierno revolucionario y la presidencia

provisional de Lonardi se legitimaba por haber asumido con éxito la jefatura del

movimiento. En Cuyo el general Lagos se puso bajo sus órdenes y en Corrientes el

general Aramburu no tuvo demasiados elementos para cuestionar un

protagonismo que no se había sentido capaz de desempeñar. El almirante Isaac

Francisco Rojas, comandante de la flota revolucionaria, también lo reconoció

como jefe y presidente provisional, aún sin consultar con los capitanes Arturo Rial

y Jorge Perren, quienes desde Puerto Belgrano habían dirigido el operativo naval.

A través de un radiograma a un matutino porteño el almirante Rojas

comunicó a la ciudadanía las bases acordadas entre la Junta y los revolucionarios:

cese de las autoridades nacionales y provinciales, asunción de Lonardi como

presidente provisional, “ni vencedores ni vencidos”, solidaridad de las Fuerzas

Armadas y el pueblo, imperio de la Constitución y de la Ley Sáenz Peña, nuevos

padrones controlados por los partidos políticos, intervención del Poder Judicial y

mantenimiento de todas las conquistas sociales y obreras. El último punto había

sido garantizado por la Junta Militar a la conducción de la CGT a cambio de la

cooperación de la central confederal para mantener el orden interno.

Profundamente católico, el presidente provisional había retomado la frase de

Urquiza después de Caseros para manifestar su intención de llevar adelante un

gobierno de apaciguamiento y reconciliación. Las fuentes coinciden en afirmar

que su estilo político no desechaba actitudes paternalistas hacia los sectores

populares, fundadas en un convencimiento mesiánico acerca de su misión en

cuanto a restaurar los valores cristianos tan vilipendiados durante los últimos

meses del gobierno peronista. Pensaba recuperar el apoyo de los trabajadores a

cambio de mantener inalterable las organizaciones obreras y las conquistas


adquiridas y volver a los postulados de la revolución del 43. Sin embargo pronto

advirtió que no iba a ser fácil consensuar su proyecto con quienes lo habían

llevado al poder. La oficialidad militar revolucionaria abarcaba una amplia gama

de intereses y coexistían dos posiciones extremas que demostrarían ser excluyentes

tanto en el nuevo orden político; como entre el grupo de civiles que apoyó y

participó del gobierno provisional. Quienes compartían las expectativas del

presidente provenían del nacionalismo católico, del peronismo y -en sus

representantes más radicalizados-del ultranacionalismo de derecha. El nuevo

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ministro de Relaciones Exteriores, Mario Amadeo y los generales Uranga, en la

secretaría de Transportes y Bengoa en la cartera de Guerra; además del flamante

ministro de Trabajo, doctor Luis Cerruti Costa, abogado asesor de la UOM en el

gobierno peronista se manifestaban cercanos al proyecto de Lonardi. En el otro

extremo se situaban los autondenominados “demócratas”, liberales,

profundamente antiperonistas cuyo objetivo claro era borrar de la historia los

últimos diez años desmantelando todas las estructuras creadas por el régimen

caído y reduciendo al mínimo el poder del movimiento obrero. Eran los llamados

“gorilas” por la jerga popular y muchos de ellos pensaban en la revancha antes que

en el consenso. Algunos de los más comprometidos con las frustradas

conspiraciones militares de 1951-1952, se harían fuertes en puestos claves de la

Casa Militar: los coroneles Bernardino Labayru y Emilio Bonnecarriere, el general

Aramburu, el mayor Alejandro Lanusse -Jefe del regimiento de granaderos,

custodia presidencial-, el almirante Teodoro Hartung, ministro de Marina y el

capitán de navío Arturo Rial -subsecretario del arma-entre otros. La tendencia de

Lonardi hacia el grupo nacionalista a través de la creciente influencia de su

principal asesor -el doctor Clemente Villada Achával-en el nombramiento de

funcionarios de ese signo ideológico, y la demora del ministro Bengoa en hacer

efectivas las “purgas” necesarias en la oficialidad peronista tanto como en

reincorporar masivamente a la antiperonista, llevaron al presidente provisional a

una crisis que puso fin a su proyecto político y lo obligó a renunciar en el mes de
noviembre. La revolución tomaba otro rumbo.

La interna militar: los “gorilas” al poder

El grupo de oficiales que en el mes de noviembre decidió pedirle la renuncia

a Lonardi organizó un Consejo Militar Revolucionario que se pronunció por

encauzar la revolución “por las vías de una auténtica democracia republicana...”

Los tres ministros militares, el almirante Hartung, el coronel Arturo Ossorio

Arana -recién nombrado-y el vicecomodoro Ramón Abrahín se constituyeron en

delegados de los oficiales en asamblea ante el presidente y lo obligaron a dejar el

poder. El general Aramburu había alentado el pronunciamiento y asumía la

presidencia. Las tres armas habían acordado firmar un documento preparado por

el subsecretario naval Arturo Rial y suscripto por veinte oficiales por el cual se

reestructuraba el gobierno revolucionario. El almirante Rojas asumía la

vicepresidencia y el Consejo Militar se constituía en órgano de control del

Ejecutivo, con facultades legislativas. Estaba integrado por el vicepresidente y los

ministros de cada una de las tres armas. Su consentimiento era imprescindible

para la designación de ciertos cargos ejecutivos oficiando de este modo como el

reaseguro de la oficialidad gorila para alejar los peligros del proyecto nacionalista

contemporizador con el peronismo y daba al mismo tiempo cierta preminencia a

la Marina sobre las otras dos armas. Se concretó la apertura a los partidos políticos

considerados “democráticos” mediante la creación de una Junta Consultiva

Nacional integrada por los dirigentes de las distintas agrupaciones que se puso

también bajo la presidencia del almirante Rojas. Se contaron entre sus integrantes

Oscar Alende, Américo Ghioldi, Julio A. Noble, Horacio Thedy, Miguel Angel

Zavala Ortíz y Alicia Moreau de Justo. Constituyeron el aval político de la

revolución y contribuyeron a consolidar el rumbo liberal del gobierno. Otras

disposiciones surgieron de un documento preparado por la Marina en el que se

incluyeron la derogación de la constitución reformada del 49 y su reemplazo por

el texto constitucional de 1853, además del compromiso expreso de los miembros

del gobierno de no aceptar candidaturas o cargos en el futuro gobierno

constitucional y de mantener la independencia frente a las distintas opciones

políticas del contexto electoral. Distintos decretos leyes dictados entre fines de

1955 y abril de 1956 dispusieron la disolución del Partido Peronista y la

inhabilitación de todos los individuos comprometidos con el partido proscripto


para el desempeño de cargos electivos o de gobierno. Esta medida regiría el

tiempo que dispusiera el próximo gobierno constitucional. Dos días después de

haber asumido, el presidente Aramburu debió enfrentar un paro general dispuesto

por la conducción peronista de la CGT. La medida fue declarada ilegal y la central

confederal intervenida, nombrándose para el cargo al capitán de navío Alberto

Patrón a quien se le encomendó designar interventores militares en todos los

sindicatos. Dirigentes obreros provenientes del socialismo y del sindicalismo

independiente fueron requeridos por estos interventores y prestaron su

colaboración en esta campaña de desperonización del movimiento obrero

organizado. Una escalada de huelgas entre marzo y junio de 1956 fueron

reprimidas severamente y numerosos dirigentes peronistas fueron arrestados. El

descabezamiento de la cúpula gremial corría a la par de las medidas económicas

tomadas por Raúl Prebisch, tendientes a desplazar a los asalariados en la

redistribución del ingreso nacional. En este contexto aumentó la impopularidad

del gobierno y se sumaron a la oposición activa voluntades civiles en las fábricas y

en los gremios más numerosos, y militares entre la oficialidad peronista. Un

proyecto contrarrevolucionario estaba en marcha.

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El plan económico de la Revolución Libertadora

Quienes tuvieron a su cargo la misión de llevar a cabo la Revolución

Libertadora entendían que uno de sus principales objetivos era desarticular la

esencia de la política económica y social que el peronismo había desplegado

durante la última década. El Estado dirigista era el responsable de haber

dilapidado las reservas monetarias, de haber fomentado una política industrialista

que desatendió a la producción agrícola, de los saldos negativos de la balanza de

pagos y de la inflación que, contenida durante 1953 y 1954, había cobrado un

renovado impulso en los meses anteriores al golpe. Estas deficiencias no sólo eran

atribuidas al “desmedido e ineficiente estatismo”, sino también a una política que

se había encargado de incrementar el gasto público y ahondar el déficit fiscal para

subsidiar y sostener “artificialmente” el nivel de vida los sectores populares con el


objeto de garantizarse su fidelidad. La redistribución del ingreso había resultado

perjudicial -tal vez en menor medida de lo que a unos y a otros por distintos

motivos les gustaba declamar -para aquellos sectores que tradicionalmente habían

monopolizado el control de la economía. Sobre algunos datos de la realidad que

no podían ser discutidos aunque tal vez sí magnificados, se puso en marcha un

cambio de rumbo que, tras la fachada de un saneamiento, estaba

fundamentalmente destinado a alterar el orden social que el peronismo había

establecido. El Plan Económico puesto en marcha a partir de 1956 resultó, en

manos de un elenco dirigente que representaba a los intereses de la oligarquía

liberal, una herramienta de ajuste quizá más ortodoxa de lo que su propio autor la

había imaginado. No obstante su dureza, no pudo revertir ninguna de las variables

económicas que pretendían justificarlo y, a medida que crecían las voces de

protesta, no se escatimaron recursos represivos para intentar silenciarlas. La

recesión y la violencia política contribuyeron a que en el movimiento obrero se

consolidara la imagen de un paraíso perdido que de algún modo debía ser

recuperado. Aún cuando el poder de los sindicatos no había podido evitar la caída

del líder, se convertían ahora en un obstáculo insalvable para todos aquellos que

pretendieran retrotraer la situación al pasado preperonista. Los primeros efectos

de el Plan Económico alertaron a una clase trabajadora que, tras un comienzo

dubitativo, pronto se puso en pie de guerra. La experiencia de la revolución

libertadora significaba un anuncio para los sectores dominantes remisos a los

cambios: los años del peronismo no habían sido una “pesadilla”, sino la

manifestación de una realidad social que tendría un rol protagónico en los años

por venir.

Un especialista

A los pocos días del golpe, la cúpula militar convocó a un prestigioso

especialista que había tenido una activa participación en muchas de las decisiones

económicas adoptadas durante los años de la restauración conservadora (1930 -

1943). Raúl Prebisch era por entonces el Secretario General y principal ideólogo

de la CEPAL (Comisión Económica para el desarrollo de América Latina, 1948),

entidad que dependía del Consejo Económico y Social de la Organización de las

Naciones Unidas. Desde fines de la década de 1940, la CEPAL había llevado a

cabo un menudo análisis de las razones que explicaban las crisis cíclicas que
sufrían los países latinoamericanos. Consideraba que la división internacional del

trabajo condenaba a los países periféricos a un permanente deterioro de los

términos del intercambio en beneficio de los países centrales productores de

manufacturas industriales. Para superar esta deficiencia estructural, se debía

promover un desarrollo industrial “autosustentado” que permitiera generar los

capitales necesarios para encarar una instancia superadora de la “sustitución de

importaciones” que, a corto plazo, había provocado desequilibrios en la balanza

comercial debido a su necesidad de continuar importando bienes de capital. Este

proceso requería de una activa participación del Estado en todas las áreas de la

economía -especialmente en la promoción del desarrollo industrial -, y una

redistribución de la renta que incrementara el consumo de los sectores populares.

Si a simple vista existían al menos algunas coincidencias con la política

económica peronista, a diferencia de este -al menos en el plano doctrinario y

dejando de lado las decisiones que coronaron la última parte de su estancia en el

gobierno -, no se mostraba reticente a las inversiones extranjeras y al

endeudamiento externo, ya que veía en el capital extranjero una opción viable

para impulsar el desarrollo que conduciría a la independencia económica. El

socorro externo bien podría provenir de recientes instituciones que estaban

destinadas a lograr un ordenamiento monetario y financiero a nivel planetario. En

el año 1944 se llevó a cabo una reunión de representantes de los países aliados en

Bretton Woods (New Hampshire, EEUU), y de los acuerdos que allí se firmaron

surgió el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de

Reconstrucción y Fomento (BIRF). El FMI -que muy pronto quedó bajo el

control de los Estados Unidos -se encargaría de garantizar y, llegado el caso, de

sostener la estabilidad de la moneda de los países miembros. Entre otras funciones

también podía otorgar préstamos a corto plazo para equilibrar el déficit de las

balanzas comerciales. Como es de suponer, el eventual auxilio de FMI implicaba

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un grado de supervisión y condiciones que la Argentina peronista se había

mostrado reticente a aceptar. Pero ahora las cosas habían cambiado.


La revolución improductiva

A fines de octubre de 1955, Prebisch elevó al gobierno de facto el Informe

Preliminar acerca de la situación económica.. Pese a que hacía poco menos de un

año había elogiado algunos aspectos de la política peronista, en el Informe

presentaba un sombrío panorama en el que destacaban las consecuencias más

negativas del intervencionismo estatal -que sostenía empresas ineficientes -, del

aislamiento económico -que privaba al país de bienes de capital -y de una

irresponsable política de aumentos salariares que había conducido al proceso

inflacionario. Era necesario reducir el gasto público e instrumentar medidas que

permitieran aumentar el stock de divisas necesarias para superar el déficit de la

balanza comercial y emprender el desarrollo “autosustentado” que proponían los

ideales cepalinos.

En los primeros días de enero de 1956 se dio a conocer el Plan de

restablecimiento económico que finalmente sería reconocido con el nombre de su

autor. Uno de los objetivos primordiales era sanear la moneda, y para ello el

gobierno puso en práctica una devaluación y estableció un tipo de cambio libre, lo

que sumado al desmantelamiento del IAPI redundó de inmediato en beneficio de

los exportadores agropecuarios. A estas medidas se sumaba un congelamiento de

salarios que iba acompañado por una liberación de los precios de los productos

de primera necesidad. El Estado procedía desnacionalizar los depósitos bancarios,

a eliminar todo tipo de subvenciones, y a iniciar la privatización de muchas de las

empresas que hasta entonces controlaba. Para alentar el arribo de capitales y

estimular el desarrollo de industrias competitivas, se eliminaban las barreras que

habían tenido por objeto la protección de las manufacturas nacionales. El

abandono del comercio bilateral, la apertura de la economía y el ajuste

permitieron que la Argentina, ahora un país confiable, fuera admitido como

integrante del Fondo Monetario Internacional y estuviera en condiciones de

recibir su “ayuda”.

Aún cuando no sería lícito dudar de los objetivos desarrollistas que perseguía

Prebisch, quienes tuvieron a su cargo la implementación de las medidas se

encontraban estrechamente vinculados a “los intereses tradicionales” del aparato

“productivo, comercial y financiero” (Ferrer). Juan Llamazares, (Ministro de

Comercio, asesor de la Bolsa de Comercio), Alvaro Alsogaray, Eugenio Blanco

(Ministros de Industria y de Economía respectivamente, asesores de empresas


argentinas y extranjeras), Eduardo Busso, Alberto Mercier (Ministro del Interior y

Ministro de Agricultura, ambos terratenientes), y otras personalidades que

representaban a las familias más tradicionales, demostraron poco interés por

aquellos aspectos del Plan que encerraban un relativo aire transformador:

Si bien durante el primer año la devaluación y los capitales permitieron un

respiro, muy pronto el comercio exterior dio señales de que no se comportaba del

modo esperado. En 1957 la crisis se profundizó y el costo de vida continuó

aumentando. La tasa inflacionaria que en 1955 llegaba a un “desesperante” 12,3

%, ahora trepaba a un 30 %, y el saldo negativo de la balanza comercial ascendía

de los “intolerables” 1.600 millones a más de 9.000. Si algo faltaba par empañar

las ilusiones de Prebisch, la redistribución del ingreso a favor de los sectores

tradicionales no parecía lograr su objetivo de reactivación económica, ya que el

porcentaje de inversión del PBI había descendido.

Gorilas en la niebla

El costo social era muy alto, al punto que ya nadie recordaba aquellas

promesas de Lonardi cuando aseguraba que las conquistas sociales de los

trabajadores no serían vulneradas. Las consecuencias de la nueva política

económica -que habían sido anticipada por hombres que pertenecían al grupo

íntimo de Aramburu -motivaron la reacción de hombres ligados al peronismo

(Jauretche lo denominó retorno al coloniaje) y de otros como Rogelio Frigerio

desde la revista Que...

Si bien los resultados del ajuste comprometían a numerosos sectores de la

población, quienes se sentían especialmente conmocionados eran aquellos que

durante el gobierno depuesto habían experimentado una mejora real en sus

condiciones de vida y tenían pocas expectativas de que un retorno a la normalidad

les permitiera mantenerlas. La CGT (en manos de una comisión provisional a

cargo de Luis Natalini y Andrés Framini) comprendió que el golpe de palacio que

desplazaba a Lonardi y colocaba a Aramburu al frente del ejecutivo era el mejor

anuncio de la ofensiva que hasta ese momento había sido postergada. De nada

sirvió que la CGT declara la huelga general. A los pocos días del reemplazo de

Lonardi, la CGT quedó a cargo de un interventor (Capitán de Navío Alberto

Patrón Laplacette) y comenzaron las persecuciones que encontrarían un sustento

“legal” en la prohibición que muy pronto pesaría sobre el partido peronista y todo
aquello que pudiera recordarlo. En aras de aumentar la productividad, la

Libertadora arremetió contra la legislación laboral (se anuló la Ley de

Asociaciones Profesionales y, en mayo de 1956, se decretó la abolición de la

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constitución peronista de 1949). Pero el asedio económico y policial demostró

que quienes tenían a su cargo la desperonización no poseían ni margen de acción

ni dotes de estrategas para no terminar atrapados en su propia trampa.

Con la bendición de Perón desde el exilio, una nueva generación de líderes

sindicales encabezó la resistencia que desplegó una incesante lucha a través de

huelgas y sabotajes que fueron cercando al gobierno de facto. Su fracaso en el

terreno económico no le permitía siquiera imaginar una salida para el conflicto

social que se estaba gestando. En vista de las elecciones constituyentes, en 1957

autorizó aumentos salariales -comprometiendo aún más la situación económica e

intentó desarticular el dominio que el peronismo exhibía sobre los sindicatos. El

Interventor Laplacette reunió un “Congreso Normalizador” que no sólo no logró

su objetivo -terminó en un escándalo -sino que además dio origen a las “62

Organizaciones”; tras el alejamiento de los comunistas, las “62” se transformaron

en la presencia visible del partido proscripto. A fines de 1957, en La Falda

(Córdoba) se encargaron de elaborar un programa en el que se pedía mucho más

que un aumento de sueldo.

La Resistencia Peronista: ¿hacia la guerra civil?

Diversos grupos de militantes políticos y sindicales partidarios del exiliado

Juan D. Perón -a quien el gobierno provisional y sus simpatizantes describían

como "el tirano prófugo" -reaccionaron en estos meses iniciando lo que se

conocería como Resistencia peronista. (El término Resistencia, utilizado con este

sentido, era el mismo que denominó a los movimientos clandestinos desarrollados

en los países ocupados por el Eje en la segunda guerra mundial, circunstancia que

desconocían probablemente muchos jóvenes activistas de las décadas posteriores).

Su acción se reflejaba en el estallido de bombas y sabotajes y se sumaba a

movimientos gremiales; comenzaba así -explica Roberto Etchepareborda -"el


estado larval de guerra civil que minaría las actividades del país de ahora en

adelante". (Podría también sostenerse con fundamento que esa situación provenía

de los sucesos anteriores). En lo inmediato, el gobierno de la Revolución

Libertadora tenía poco que temer de esas acciones clandestinas; pero muy

diferente era el caso si ellas encontraban apoyo en los cuadros en actividad de las

Fuerzas Armadas. Como se ha visto antes, las acciones bélicas de septiembre de

1955 terminaron con el alejamiento de Perón cuando la situación estratégica

estaba lejos de estar claramente definida en el plano militar, especialmente entre

las filas del Ejército. Muchos oficiales habían permanecido leales al gobierno

peronista y otros solamente se plegaron a la insurrección a último momento y

cuando la actitud del líder justicialista demostró falta de voluntad para continuar y

profundizar la lucha. Más peligrosa aún para el gobierno era la situación si se

consideraban los sentimientos de los cuadros de suboficiales -fundamentales para

el control directo de las tropas -mayoritariamente peronistas.

"Movimiento de Recuperación Nacional"

En ese marco se desarrolló la conspiración encabezada por el general Juan

José Valle, que estalló la noche del 9 de junio de 1956 -liderada junto a dicho

oficial superior por su par Raúl Tanco -, bajo el nombre de Movimiento de

Recuperación Nacional. No contaron con el apoyo del conductor exiliado, quien

luego cuestionó a los alzados -señala Etchepareborda -por no haber actuado en

1955 en su defensa y haberlo hecho ahora a destiempo, sosteniendo en esas

críticas "la necesidad de una revolución social con todas sus características y

consecuencias". Desacuerdos diversos impidieron que se sumaran a la acción jefes

nacionalistas descontentos, como los generales Bengoa y Uranga. El plan rebelde

se basaba en copar guarniciones militares, llamar a la insurrección a través de

diversos medios de difusión y distribuir armas entre quienes acudieran a la

convocatoria. Entre los pasos a dar se incluían atentados contra figuras

caracterizadas del gobierno. Pero, como lo testimonian indudablemente varios

protagonistas, los servicios de inteligencia oficiales habían detectado indicios de lo

que se preparaba y las autoridades esperaban el golpe. El general Aramburu debió

viajar en esas horas a Rosario en visita oficial; partió dejando listos en Buenos

Aires los decretos para reprimir rápida e implacablemente la intentona mediante

la aplicación de la ley marcial.


Militares y civiles peronistas se lanzaron a la acción poco antes de la

medianoche del 9 en diversos puntos del país. En La Plata lograron sublevar una

fracción del regimiento 7 de infantería, incluyendo varios tanques, y con esas

fuerzas atacaron la jefatura de la policía bonaerense y algunas dependencias

militares. Coparon también el distrito militar y una radio de Santa Rosa, La

Pampa, lanzando al aire una proclama revolucionaria. Oficiales y suboficiales

peronistas intentaron dominar la Escuela de Mecánica del Ejército y los cuarteles

de Palermo (sede de los regimientos 1 y 2 de infantería) en la capital y la Escuela

de Suboficiales de Campo de Mayo. Otros grupos realizaron ataques dispersos en

diversos puntos del país y ocuparon estaciones de radio en Rosario y en Rafaela.

"Que nadie se equivoque..."

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Las fuerzas empeñadas en la insurrección eran insuficientes para lograr éxito,

no lograron nuevas adhesiones y, al no existir el factor sorpresa, la reacción

gubernista fue rápida y fulminante. Mientras Aramburu emprendía el regreso a

bordo del rastreador ARA Drummond por el río Paraná, el vicepresidente Rojas

comandó decididamente las acciones represivas en Buenos Aires. En la

madrugada del 10 se difundió por la cadena oficial el decreto disponiendo la

vigencia de la ley marcial en toda la República; en su reglamentación se establecía

que "todo oficial de las Fuerzas Armadas en actividad y cumpliendo actos de

servicio podrá ordenar juicio sumarísimo con atribuciones para aplicar o no pena

de muerte por fusilamiento a todo perturbador de la tranquilidad pública [...] se

considerará como perturbador a toda persona que: porte armas, desobedezca

órdenes policiales o demuestre actitudes sospechosas de cualquier naturaleza..." A

lo largo de la noche la rebelión fue sofocada. En La Plata principal foco de los

combates -ello ocurrió, tras fracasar el asalto a la jefatura de policía, con el

concurso de tropas leales del Ejército y la Armada; los intentos de copamiento en

Buenos Aires y Campo de Mayo fueron reducidos tras breves escaramuzas y, en

algunos casos, sin lucha. A las tres de la mañana Rojas habló por radio al país

reseñando los hechos; terminó afirmando: "...las fuerzas del Ejército, de la


Aeronáutica y de la Marina, que han sabido poner fin a un régimen de dictadura,

permanecen en perfecta unión y poseen la fuerza y la decisión necesarias para

consolidar los principios de libertad y democracia reimplantados por la

Revolución Libertadora. Que nadie se equivoque. La Revolución Libertadora

cumplirá inexorablemente sus fines, contando para ello con el apoyo de las

fuerzas morales de la República." También se difundió al público la noticia de una

serie de ejecuciones sumarias llevadas a cabo en la zona sur del Gran Buenos

Aires (en este caso la información oficial exageró el número de ejecutados,

seguramente como medio de amedrentar a otros posibles adherentes al

movimiento). Las ejecuciones continuaron cuando ya las operaciones militares

habían derrotado al movimiento y se prolongaron durante dos días. Contra

opiniones dentro del mismo gobierno o de miembros de la Junta Consultiva, los

fusilamientos no se detuvieron hasta la ejecución del general Valle el día 12

(Tanco logró asilarse en la embajada de Haití). El jefe rebelde -que se entregó para

que cesaran las ejecuciones -cayó ante un pelotón en la penitenciaría situada sobre

la avenida Las Heras, donde habían sido fusilados en 1931 Di Giovanni y Scarfó.

Entre las víctimas se contaron cinco civiles detenidos -antes de la publicación de la

ley marcial y sin haber ofrecido resistencia -, masacrados irregularmente en un

basural de José León Suárez por orden del oficial militar que comandaba la

policía provincial. De ese siniestro episodio se salvaron otros varios, logrando huir

(más tarde darían testimonio de los hechos). En total fueron fusiladas 27 personas

(17 militares y 10 civiles). Nunca antes ni después, en todo el siglo, se había

aplicado ni se volvería a aplicar formal y públicamente la pena de muerte para los

participantes en una rebelión militar. Tras reseñar los hechos narrados, Robert

Potash concluye: "... las medidas punitivas ya tomadas dejaron en el gobierno una

marca que afectó su futuro. Las ejecuciones de junio serían un tema político que

los críticos del gobierno aprovecharían. El recuerdo de "los mártires del 9 de junio"

fortaleció la resistencia a los esfuerzos del gobierno para apartar a la clase obrera

de su orientación peronista. Las consecuencias a largo plazo fueron aún más

serias..."

La Unión Cívica Radical se divide,... los militares también.

Durante los meses de mayo y junio un nuevo episodio de la interna militar

cada vez más ingobernable para Aramburu había provocado el alejamiento del
coronel Labayru y del Comandante en Jefe del Ejército, general Lagos,

reemplazado por el general Francisco Zerda. Ossorio Arana habría corrido la

misma suerte a no ser por el espíritu de cuerpo que todavía animaba a las tres

armas y que se iría deteriorando a medida que se complicara el clima político y la

situación económica. El 6 de julio, la tradicional comida de camaradería de las

Fuerzas Armadas dio espacio al general Aramburu para reiterar su voluntad de

llamar a elecciones generales a fines de 1957, manteniendo el compromiso de

absoluta prescindencia en el futuro proceso electoral. No sería tan fácil observar

esta conducta. El tema que pasó a primer plano en la consideración del gobierno

provisional fue el nuevo estatuto para la reorganización de los partidos políticos.

En el ámbito de la UCR se venía dando una profunda división entre Arturo

Frondizi, de reconocido liderazgo en el sector autodenominado Movimiento de

Intransigencia y Renovación; y las antiguas fracciones unionistas y sabatinistas, que

se fueron nucleando en torno de la posible candidatura de Ricardo Balbín.

Proscripto el peronismo, la Marina miraba con preocupación esta división

interna del partido mayoritario, dado que ponía en riesgo la salida electoral

moderada a que aspiraba la revolución Libertadora. El nuevo estatuto podía

obligarlos a la reunificación con sólo imponerlo como condición para ser

reconocidos sus candidatos. La oposición provino del Ejército y de la Fuerza

Aérea y el gobierno decidió permitir que las fracciones rivales de cualquier partido

presentaran candidatos propios. Una lectura más detenida de la actitud de estas

fuerzas permite pensar en la existencia dentro de la oficialidad de una corriente

favorable al proyecto económico que se movía detrás de la candidatura de

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Frondizi. Desde comienzos de 1956, los radicales intransigentes se habían puesto

en contacto con Rogelio Frigerio, director de la revista Qué a través de la cual se

esbozaban ideas nacionalistas en la pluma de los columnistas Raúl Scalabrini Ortíz

y Arturo Jauretche. Con respecto a las rivalidades interfuerzas, en el orden de

equilibrar el peso de cada una de las armas en el contexto político, tanto la

Aeronáutica como el Ejército tenían sobrados motivos para preocuparse por el


crecimiento de la influencia de la Marina como grupo de presión en la sociedad

militar y en el gobierno en particular.

En el mes de octubre el presidente Aramburu de acuerdo con el

vicepresidente Isaac Rojas anunciaron sorpresivemente elecciones para una

Asamblea Constituyente cuyo cometido sería reformar la Constitución. Hubo en

su momento distintas interpretaciones acerca de esta decisión y todas parecen

válidas. La adopción del sistema de representación proporcional podía indicar el

interés del gobierno por tener un test previo a las elecciones generales que le

permitiera medir el peso de cada fuerza política. Sea cual fuere la razón que

decidió la medida, lo cierto es que se aceleró la crisis en el Ejército. Decididos a

desplazar la pretendida hegemonía de la fuerza naval, algunos oficiales

nacionalistas fraguaron documentos que probaban los intentos de la Marina por

asumir el control hegemónico del gobierno e impedir la Convención Radical a

reunirse en Tucumán para votar la candidatura de Frondizi a las presidenciales. El

denominado “Plan Cangallo” ha sido estudiado en profundidad por Robert

Potash en base a las memorias del ministro Hartung y es interpretado por este

autor como uno de los últimos capítulos de la interna militar entre la oficialidad

gorila y los sectores nacionalistas del ejército, quienes quedaron desplazados a raíz

de estos acontecimientos. Lo que parecía ser un triunfo más de los navales resultó

en la práctica un fortalecimiento para Aramburu quien esta vez logró imponer una

significativa purga en la oficialidad del arma. Ganó en autoridad y esto significó

una pérdida de peso para la Marina. Aún durante los meses de marzo y abril de

1957 se sintieron los últimos efectos de la interna militar relacionados con la

decisión de Aramburu de reorganizar su ministerio con radicales de tendencia

balbinista. En el nuevo gabinete cobró peso el ministro del Interior, doctor Carlos

Alconada Artamburú, quien intentó en vano alterar el calendario electoral para las

elecciones presidenciales. Finalmente éstas fueron convocadas durante el mes de

noviembre y se fijaron para el 23 de febrero del año entrante. Como test electoral,

las elecciones de la Asamblea Constituyente habían dado al sector balbinista,

organizado como Unión Cívica Radical del Pueblo el 24,2 % de los votos

emitidos; mientras que el sector liderado por Frondizi había obtenido el 21,2 % de

los votos. La primera fuerza estaba representada por los votos en blanco que

sumaron el 24,3%. Los electores que se inclinaron por esta alternativa bien
pudieron ser peronistas alentados desde el exilio por el propio Perón a través de

su operador político John William Cooke. En todo caso era una franja de

electorado que podía definir la elección presidencial. El segundo semestre de ese

agitado año 57 había mostrado al gobierno el poder desestabilizante de la

resistencia peronista concentrada en las bases obreras y manifiesta en numerosas

huelgas y actos de sabotaje, consecuencia del descontento por la crisis económica

y en demanda de un aumento de salarios que disminuyera los efectos negativos de

la inflación. Mientras Aramburu y sus ministros civiles eran partidarios de una

respuesta moderada a las demandas obreras; Rojas y la Marina se inclinaban por

la represión y arresto de los dirigentes gremiales. La distancia entre el presidente y

el vice se ahondaba y se deterioraba la imagen del gobierno. Pegado al desprestigio

quedaba el gabinete balbinista y este sector del radicalismo comenzó a verse como

parte del oficialismo. En el otro extremo de la oferta electoral crecía la Unión

Cívica Radical Intransigente como la verdadera oposición y aumentaba sus

posibilidades de captar a un electorado disconforme con los resultados del

proceso abierto el 16 de septiembre de 1955.

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE DE 1957 Y LA REFORMA

CONSTITUCIONAL

Reunida en la ciudad de Santa Fe, la Asamblea Constituyente sesionó entre el

30 de agosto y el 23 de septiembre. Viciada de nulidad debido a la proscripción

del peronismo su actuación se vio opacada además por el justificado

cuestionamiento de la bancada opositora y por la progresiva deserción de los

convencionales que finalmente la dejaron sin quórum. La decisión de adoptar el

sistema de representación proporcional dio 120 bancas a los partidos favorables a

la reforma.

La Unión Cívica Radical Intransigente con 67 bancas y la presidencia de

Oscar Alende se hizo presente en la primera reunión preparatoria para impugnar

la validez del cónclave y retirarse del recinto. Los restantes convencionales

decidieron convalidar el mandato del gobierno revolucionario y resolvieron

declarar vigente el texto constitucional de 1853 con las reformas de 1860, 1866 y

1898 y excluir las de 1949. En concreto la Asamblea sólo logró incluir el artículo

14 bis, vigente hasta el presente, que garantiza los derechos sociales básicos, a
saber: condiciones dignas y equitativas para el trabajador, jornada limitada,

descanso y vacaciones pagas, salario mínimo vital y móvil, igual remuneración por

igual tarea, protección contra el despido arbitrario, estabilidad del empleado

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público, organización sindical libre y democrática, garantías gremiales como la

posibilidad de concertar convenios colectivos y recurrir a la conciliación y al

arbitraje, y el derecho de huelga. El Estado asumió asimismo la responsabilidad de

otorgar a la ciudadanía los beneficios de la seguridad social, que tendría el carácter

de integral e irrenunciable, bajo la forma de jubilaciones y pensiones móviles.

Además de su tarea revisora de la Constitución y una vez que cumpliera con el

cometido de volver al texto de 1853 y discutiera las enmiendas que considerara

necesarias, la Asamblea pudo haber planteado el tema de la legalidad del gobierno

provisional. Tenía en su poder la posibilidad de hacer efectivo el acatamiento del

gobierno revolucionario al estado de derecho que suponía jurar la constitución

reformada, para luego invitar al presidente y vicepresidente provisional a reasumir

las funciones como autoridades de jure.

Esto significaba cambios cualitativamente importantes que podían ser

capitalizados por el gobierno revolucionario para lograr la ratificación de lo

actuado hasta el momento o -por el contrario-servir a la ciudadanía para limitar el

poder arbitrario del gobierno hasta entonces de facto. Discrepancias ideológicas,

partidarias y personales malograron el normal desarrollo de la Asamblea y

envolvieron las sesiones en un clima de inoperancia altamente nocivo y

preocupante para el futuro democrático argentino.

Almirante Rojas: "necesario para la salud de la República"

En varias partes de sus Memorias... recogidas muchos años después por Jorge

González Crespo, el entonces vicepresidente provisional describe y comenta sobre

la base de sus recuerdos y apuntes de la época -los hechos que lo tuvieron como

protagonista central:

"En junio de 1956, mi servicio de inteligencia y su jefe [...] me informaron que se

habían detectado rumores de una contrarrevolución para poner al peronismo en


el poder [...] El 9 de junio a la noche, estaba en antecedentes de lo que iba a

ocurrir y la Marina fue alertada.[...] Entre los medios de acción [de los

complotados peronistas] figuraban el terrorismo, el ataque a cuarteles y la

desarticulación de los medios de transporte. Inmediatamente advertí que la

oportunidad era magnífica para dar un severo escarmiento al peronismo, ahora

subversivo. [...] Cuando ordené la vigencia de la ley marcial y del decreto ley

reglamentando el funcionamiento de los Consejos de Guerra Sumarios, sentí que

hacía algo muy necesario para la salud de la República [...] No lo hice por temor o

por odio [...] hice comunicar a las autoridades responsables [...] que no debía

efectuarse ninguna aplicación de la ley marcial antes del amanecer y que debía

requerirse mi autorización personal para hacerlo. Deseaba cubrir con mi

autoridad todas las responsabilidades de los escalones subordinados -que podían

proceder con ligereza o precipitación -y además deseaba evitar [...] confusiones

con resultados irreparables [...]"

En otras páginas amplía:

"Desgraciadamente al general Cuaranta, que era jefe de la SIDE [en realidad dicho

general no ocupaba ese cargo es esos días, sino que se desempeñaba como

Comisionado Especial, en cuyo carácter participó en la represión] no le llegó esta

información y entonces tuvo lugar aquel triste episodio de José León

Suárez..."[que igualmente él justifica basándose en la supuesta acción subversiva de

las víctimas del hecho]. Y afirma también, en otro párrafo posterior: "Y aquí se

produjo la irrefrenable escalada histórica de aquellos episodios".

ROJAS, ISAAC F. Memorias del Almirante... Conversaciones con Jorge

González Crespo. Buenos Aires, Planeta, 1993.

Política y violencia en los cincuenta

"Perón, siempre, tuvo una concepción de la política como guerra. (Sus adversarios o sus,

con frecuencia, feroces enemigos también). La guerra no es la continuación de la política

por otros medios, sino la negación profunda de la política entendida como el arte

humanista del entendimiento y el disenso entre las partes..." JOSÉ P. FEINMANN. La

sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política. Buenos Aires, Ariel, 1998.

Los sucesos de 1955 y 1956 alcanzaron un grado de violencia inédita en lo

que iba del siglo en materia de luchas por el poder político. Cuesta hoy entender

que se realizara un bombardeo aéreo -por lo demás, inevitablemente


indiscriminado y cruento por los medios disponibles -contra el centro de la ciudad

capital, o que del otro lado-el propio Perón incitara públicamente a la multitud

con la consigna de dar muerte a cualquiera que intentare alterar el orden. Y en

cada caso (como lo hicieran un siglo atrás los políticos unitarios que presionaron a

Lavalle para que matara a Dorrego o como lo expresó Rosas en su terrible

discurso al asumir su segundo gobierno), se alegaría que la culpa de la situación

era del adversario del enemigo -por haber generado a su vez violencia o por

planear hacerlo. El bien de la Patria era esgrimido -con consignas diferentes-para

justificar una violencia mayor. Aún la reflexión posterior incluía planteos que

justificaban el derramamiento de sangre en nombre de valores supremos o -

paradojalmente para ahorrar más sangre. (En su evaluación de los fusilamientos de

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junio de 1956, escribió años más tarde el contraalmirante Jorge Perrén -uno de los

líderes navales de la revolución en Puerto Belgrano en 1955 -"La drástica

represión del movimiento peronista [de junio de 1956] tuvo un alto costo en

términos políticos a largo plazo. Fueron juzgados severamente quienes asumieron

la tremenda responsabilidad; pero, muchos creímos que fue una medida inevitable

y que contribuyó decisivamente a consolidar el Gobierno de la Revolución

Libertadora; y, probablemente evitó otros enfrentamientos y quizás una guerra

civil con pérdida de vidas incalculablemente mayores...". Por su parte, el

historiador Potash comenta: "La conducta brutal de los jóvenes guerrilleros

argentinos en la década de 1970 debe algo al modo en que el gobierno de

Aramburu, producto a su vez de una revolución triunfante, trató a aquellos que se

rebelaron en 1956". El oscuro asesinato del ex presidente en 1970 intentaría, a su

vez, ser justificado públicamente invocando -precisamente -los fusilamientos de

Valle y sus seguidores en 1956. Como ha quedado señalado, nuestra historia está

sembrada de hechos de violencia política (y no sólo la nuestra, por algo

Hobsbawm dice que el estudio del pasado confirmar los temores de los que

suponen "que la historia -entre otras muchas y más importantes cosas -es el registro

de los crímenes y las locuras de la humanidad"). Pero explicar mediante amplias


generalizaciones los sucesos puntuales, no suele ser satisfactorio. ¿Cuándo

comenzó -en lo que hace a la historia reciente, la del último medio siglo-la espiral?

El régimen peronista conculcó las libertades públicas persiguiendo a sus

opositores políticos y sindicales cerrándoles las vías democráticas y tratando de

perpetuarse en el poder; algunos grupos opositores conspiraron e hicieron estallar

bombas en Plaza de Mayo en abril de 1953; esa noche los activistas del peronismo

destruyeron varias sedes de los partidos adversarios... En las fuentes de la época y

en los trabajos de investigación posteriores se encontrarán respuestas en todas las

direcciones a la pregunta ¿quién tiene la culpa?. No hay duda de que el uso de la

violencia suele generar (o a veces hace necesaria) una reacción similar, que suele

ser con frecuencia mayor. Lo cierto es que en aquellos años, los partidarios de una

u otra parcialidad encontraban justificativos para lanzar, al margen del espíritu y

aun de la letra de la Constitución, el poder del Estado contra la otra (si estaban en

el poder) o para alzarse en rebelión en caso contrario. Desde 1955 la proscripción

del peronismo se basó -entre otras cosas-en el argumento de que la doctrina y las

prácticas de ese movimiento eran incompatibles con una verdadera vía

democrática; pero esa proscripción anulaba la posibilidad de una democracia de

masas realmente participativa. Esa proscripción se prolongó como factor de

inestabilidad durante casi veinte años y fue una de las causas -sólo una entre

muchas otras -de la violencia posterior. Desde los 80 ́ la violencia como medio de

acción política sería repudiada por el discurso de casi toda la sociedad (e incluso la

hipocresía de los que expresan esos sentimientos sin compartirlos realmente

constituye un reconocimiento de la nueva escala de valores); pero previamente

aquella sangre derramada en 1955 -1956 se vio trágicamente opacada por los

crímenes de los 70.

"Educación democrática"

Si la educación había servido con eficiencia a los fines de adoctrinamiento de

la sociedad impulsados por Perón, no lo haría menos en función del fervor

"regenerador" que se impuso el gobierno nacido en septiembre de 1955. Una serie

de medidas que atendieron tanto a los requerimientos de orden académico como

a los que atañían a problemas de gestión educativa revelaron otra vertiente del

esfuerzo hecho por las nuevas autoridades para borrar todo rastro de la

administración anterior. Las consecuencias de la profunda polarización que


afectaba al país en el orden político-ideológico estaban a la vista y afectarían el

campo de la educación por largo tiempo.

Con respecto a la enseñanza primaria, sobre la base de los postulados de la ley

1420, se restituyeron las funciones del Consejo Nacional de Educación, cuidando

de garantizar fehacientemente su autarquía administrativa y pedagógio-didáctica, y

sin perder de vista que habría que establecer claramente las facultades

concurrentes de la Nación y de las provincias para servir a los principios del

federalismo en materia de educación. La reforma constitucional de 1957 abriría el

camino para que las constituciones provinciales se pusieran a tono con ella y se

resolviera por esa vía la cuestión de las responsabilidades educativas de cada

jurisdicción. En el nivel medio, más que plantear restituciones administrativas se

puso el acento en problemas de contenidos de la enseñanza. Para acelerar y

reforzar la regeneración moral de la Nación se apeló a la implantación de una

materia que debería resaltar el valor de las tradiciones democráticas y

republicanas. El decreto n°7625/55 dispuso la inclusión de Educación

Democrática en los planes de estudio de todas las modalidades de la escuela

secundaria con el propósito de formar ciudadanos libres y responsables.

Finalmente, la restitución también alcanzó a la universidad a través de la

reimplantación de la vigencia de la ley Avellaneda, con el objetivo primordial de

asegurar la autonomía de las casas de altos estudios y propender a que, desde su

propio seno, surgieran las modificaciones que le garantizaran a las universidades

nacionales una modernización libre de toda injerencia del poder político. El

decreto ley 6403/55 proveyó el marco indispensable para regular las relaciones

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entre el Estado y la Universidad y, desde el punto de vista orgánico, atender a los

aspectos funcionales vinculados con el ejercicio de la docencia. De todo ello

saldrían el nuevo estatuto universitario y se afirmaría, de una vez por todas, el

sistema de concursos de antecedentes y oposición para que los profesores

accedieran al ejercicio de la cátedra. Por otra parte, de acuerdo con el interés de

atender a la solución de cuestiones relativas a las particularidades regionales del


país, se crearon dos nuevas universidades: por decreto ley n° 154/55, sobre la base

del Instituto Tecnológico del Sur, la Universidad Nacional del Sur, con sede en

Bahía Blanca; por decreto ley n°22299/56 la Universidad Nacional del Noreste,

destinada a servir con éxito las necesidades de las provincias de Corrientes, Chaco,

Formosa y Misiones.

No obstante, el consenso existente respecto de las medidas tomadas en el

orden educativo, algunos sectores tradicionales del catolicismo reclamaron por el

tono laicista de la política establecida. Perón había suprimido la enseñanza

religiosa de las escuelas y las restituciones de la "Revolución Libertadora" habían

obviado esa reparación. Desde la democracia cristiana, por otro lado, se avanzó en

la propuesta de una redefinición de los vínculos entre el Estado y la educación a la

luz del "pluralismo espiritual e ideológico" que caracterizaba al país y demandaba,

entonces, un correlativo "pluralismo escolar". Se reivindicaba, además, el peso que

tenía en la cuestión el derecho de los padres para educar a sus hijos conforme a

sus convicciones y los principios de su fe. En la enseñanza superior, por su parte,

el artículo 28 del decreto ley 6403/55, contemplaba la posibilidad de crear

universidades libres por iniciativa privada, que se regirían por una legislación a

dictarse oportunamente. Como en otras épocas, detrás de estos planteos asomaba,

renovada, la disputa en torno de la educación que, desde antiguo enfrentaba a

católicos y liberales. Quedaba abierto el debate entre el principio de "la libertad de

enseñanza" y el monopolio estatal de la educación. La contienda no se resolvería

hasta 1958 y las argumentaciones en defensa de "la libertad de enseñanza"

esconderían ciertas falacias que sólo contribuyeron a aumentar,

considerablemente, la carga política e ideológica de la confrontación.

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