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Nadie sabe cómo llegaron pero ahí están, aunque sean inútiles e incluso nocivos. No
obstante, por más arraigados que estén, se pueden modificar, ya que nuestro cerebro es
maleable.
Si hiciéramos un ranking de las quejas que más a menudo tenemos de nosotros mismos,
la ganadora sería seguramente la de no poder deshacernos de un hábito que no nos gusta,
es inútil, nos hace mal, nos hace ver menos atractivos o incomoda a otros.
“Llamamos hábito a las conductas que una persona repite regularmente -explica la
licenciada Lila Isacovich, coordinadora académica de la Fundación Buenos Aires-.
Generalmente, no son conscientes, sino casi automáticos. Pero cuando nos vemos
impedidos de realizarlos por razones ajenas a uno, como cambios de hábitat, sucesos
imprevistos o interrupción de una rutina, solemos sentir malestar o fastidio, incluso
angustia.”
“El cerebro -cuenta Bachrach- ama conservar energía; es decir, es muy eficiente y
productivo predecir qué es lo que vos harías cuando te enfrentás a ciertos disparadores
o estímulos. Es una forma de simplificar el proceso consciente de tener que elegir, que
gasta mucha más energía. ”
El hábito, en suma, permite desarrollar tareas rutinarias con eficiencia. La palabra rutina
es clave, porque establecer nuevas rutinas permite que los hábitos indeseados sean
reemplazados por otros.
Instinto primitivo
Charles Duhhig, periodista del New York Times especializado en ciencias, autor de un
apasionante libro llamado "El poder de los hábitos", asegura que un hábito se instala
para satisfacer algún tipo de necesidad o carencia y que para saber cuál es ésta, hay que
ir haciendo un camino inverso.
Hay que resaltar dos secretos más de los hábitos. Uno, que están muy ligados a la parte
más primitiva de nuestro cerebro, y dos, que seguir la rutina que supone el hábito
proporciona una recompensa. Por ejemplo, calmar la ansiedad, sentirse más atractivo o
defenderse de un eventual peligro.
“Al área del cerebro involucrada en aprender y retener los hábitos -explica el Dr.
Bachrach-, se la conoce como ganglio basal. Se encuentra en el medio del cerebro, muy
cerca de las áreas responsables de nuestras necesidades básicas de supervivencia e
instintos, como el hambre. También, del área que produce la respuesta al miedo y detecta
amenazas disparando nuestro instinto de agresión o autodefensa, la amígdala, y del área
que crea deseos sexuales, el hipotálamo. Eso determina que tengamos muchos de
nuestros hábitos fijados en relación con nuestras necesidades básicas de supervivencia.”
Ejercicios de repetición
Charles Duhhig enfatiza en su libro que, para cambiar los hábitos, hay que saber que
nuestro cerebro es maleable. Si el hábito es algo adquirido, puede adquirirse algo nuevo
que ocupe su lugar.
A los padres, se nos insiste en que debemos inculcar buenos hábitos a nuestros hijos,
repitiendo una y otra vez “ponete las medias, acostate temprano, lavate los dientes”
porque es la manera de lograr que hagan esas pequeñas tareas de manera automática. Y
esto funciona aun en adultos.
Lozanov habló también del valor de lo emocional: un entorno amable, con menos estrés,
es más propicio para incorporar nuevas conexiones neuronales que la tensión y el
disgusto.
Cada cigarrillo, cada chocolate a medianoche, cada gasto excesivo cuando estamos tristes
o enojados es producto de nuestra decisión; y podemos decidir otra cosa.