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RESEÑA HISTORICA

La Pena De Muerte En Colombia 1821-1910.


Héctor Elías Hernández Velasco
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Como afirma Hernández Velasco, el propósito principal del libro consiste en
establecer la evolución legislativa sustancial y adjetiva que rigió en cuanto a la
pena de muerte, destacando la función que cumplía en la realidad política
colombiana, enmarcándola en todo el tejido de prácticas punitivas reinantes en el
país. Para dar cuenta de cómo el autor procede para cumplir este propósito
podemos decir que se plantea el siguiente interrogante: ¿Por qué la práctica
patibularia en la historia colombiana ha sido concomitante con el proceso de
formación del Estado Nación? El autor retoma el relato de las tragedias de
fusilados, de sacerdotes salvando almas y de plazas públicas abarrotadas de
curiosos frente a los patíbulos, en que las penas corporales aplicadas en el siglo
XIX fueron historias repetitivas durante la vigencia de la pena capital en Colombia
y se ejecutaban en las plazas públicas abarrotadas de curiosos frente a los
patíbulos. Esto sucedió hasta la abolición definitiva de la más antigua forma de
sanción punitiva, con el Acto Legislativo número 3 de 1910.

La permanencia de tales elementos punitivos en nuestra legislación, como


encerrar, confiscar los bienes, torturar y matar, el autor los explica como
consecuencia de que el régimen penal colombiano del siglo XIX, giró en torno a
los antiguos estamentos peninsulares. Se determinó entonces que la normatividad
decretada por el poder legislativo colombiano, debería estar en el primer orden
seguida por la legislación española que incluía las Pragmáticas, Cédulas,
Ordenes, Decretos y Ordenanzas del Gobierno, sancionadas hasta el 18 de marzo
de 1808, recopilación de indias, Nueva recopilación de Indias y las Siete partidas.

De forma evidente afirma el autor que la aplicación de la legislación española se


mantuvo inmodificable hasta que se sancionó el código penal nacional, Ley 27 de
junio de 1837, primera codificación en el ámbito sustantivo con el que se inició el
trasplante de instituciones mediante una normatividad que se perpetuó en la
práctica durante un siglo. Esto con base en la estructura del código francés de
1810, y el español de 1822, afianzándose de esta manera la injerencia de dicha
legislación en nuestro medio

Entonces según el autor, el actuar con base en los parámetros de continuidad


legislativa, hace apenas entendible que los códigos establecieran un conjunto de
penas corporales idénticas, que daban muestras de un gran estatismo legislativo.
En esencia resultó que las penas privativas de la libertad y la pena capital se
constituyeron en las dos instituciones por excelencia de ese régimen penal
decimonónico, porque subsume las demás formas de penalidad.

Posteriormente, prosigue Velasco, narra cómo surgió el presidio destinado para la


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privación de la libertad en función de las obras públicas. En el gobierno de José
Ignacio Márquez, (1837-1841), se le dio especial importancia a que las mujeres
que hubieren sido condenadas a presidio debían sufrir su pena cumpliendo
trabajos de mínimo ocho horas, en una casa de reclusión, casa de trabajo, o
cárcel donde la privación de la libertad estuvo vinculada al trabajo artesanal como
labor «acorde al sexo».

Los delitos sancionados con pena de presidio eran todos aquellos que de una u
otra forma atentaban contra el orden institucional emergente. Se dispuso
entonces que la religión católica era la religión de todos los colombianos,
solamente las constituciones de 1853 y 1863 se apartaron de tal postulado al
declarar la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y el Estado.

La fuerte discusión ideológica entre liberales y conservadores por la abolición de la


pena de muerte, se había iniciado desde el año de 1849, cuando fue abolida esta
pena para los delitos políticos de: rebelión, sedición, traición, y conspiración, pero
se seguía aplicando para los delitos comunes de: parricidio, asesinato,
envenenamiento, piratería, y cuadrilla de malhechores. Para estos delitos
solamente sería abolida tal pena en 1863 con la Constitución de los Estados
Unidos de Colombia, sin embargo, en el Estado de Santander, en su Constitución
de 1857, había consagrado el principio de la inviolabilidad de la vida humana en el
Título Segundo, artículo tercero, como un derecho que el Estado reconocía a sus
miembros.

El autor concluye que las diversas constituciones escritas en el siglo XIX fueron
modificadas por diferentes cartas políticas y sus códigos penales debido a la
necesidad de mantener el poder impulsado por la fuerza de la tradición, y la
influencia redentora de la religión católica que acompañaba estas prácticas.
Entonces hubo una lucha de un siglo entre las formas tradicionales y las formas
modernizadoras europeas de impartir justicia mediada por la necesidad de
conservar el poder para lo cual la pena de muerte resultaba eficaz frente a los
contradictores.

Podemos decir que si el autor no cuestiona la referencia a que los religiosos


católicos salvaban las almas de los condenados, da por hecho que tales
afirmaciones son verdaderas. Por lo tanto, si en la constitución 1863 se declara la
libertad de cultos y la separación de la iglesia y el Estado, el autor implícitamente
toma una posición de manera ambigua en favor de la tradición católica, aunque la
reconoce como elemento tradicional que acompañaba la práctica con su papel
redentor de la pena de muerte.

Si el autor no toma una posición frente a lo religioso como factor influyente en las
decisiones de poder enmarcadas en el ejercicio de la pena de muerte deja un
vacío en el análisis mostrando por omisión un acto de conveniencia, y no de
objetividad científica frente a esos hechos.

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Pena de muerte y Politización del patíbulo en Colombia: 1800-1910
José Wilson Márquez Estrada

José Márquez en el libro, intenta revelar las transformaciones del ordenamiento


jurídico penal republicano que posibilitaron la práctica patibularia en Colombia, su
abolición, restauración e implementación contra el contradictor político.

Para lograr este objetivo podemos decir que el autor intenta responder la siguiente
pregunta: ¿Cómo es la influencia de la pena de muerte española en la aplicación
de dicha pena en la época de la República en Colombia? En su respuesta el autor
se remite al periodo de la Republica donde se empezaron a trasformar las
prácticas penales consideradas oprobiosas que simbolizaban la arbitrariedad del
dominio español como el uso legal de la tortura y el tribunal de la Inquisición.

Como parte de la transformación, en 1937 se sancionó el primer código penal, y


hasta mitad del siglo XIX se derogó la pena de muerte lo cual quedó consagrado
en la Constitución de 1863, gracias a la influencia modernizadora europea, y
francesa y a pesar de lo consignado en la Constitución de 1963 en donde se
abolió la pena de muerte, la carta política de 1886 la legalizó con el código penal.
Solamente hasta la expedición del acto legislativo No 3 de 1910, se puso término
final a esta práctica patibularia, de origen español resistente a la República y las
ideas liberales, a excepción de la pausa en su aplicación que impusieron los
radicales.

En el Código penal de 1937 plantea Márquez que desde el derecho natural se dio
una separación tajante entre delito y moral, que permitió una división entre pecado
y delito, estableciendo que la función de la pena debería apartarse de la idea de
expiación del delincuente y se orientara a la prevención del delito.

Para explicar estos hechos el autor plantea que las prácticas Religiosas, e
Inquisitivas como la aplicación de la pena de muerte y la tortura, de la colonia
española calaron tan hondo en la conducta de los colombianos, que aún en la
república, a pesar de las ideas modernizadoras europeas, francesas, y de las
ideas liberales, fue casi imposible abolir la pena de muerte como conducta
punitiva.

El autor da por hecho que las prácticas patibularias son heredadas desde la época
precolombina, y de dominación española, como si esa fuera la única causa posible
de este tipo de prácticas en la Nueva Granada. Al enfocar las causas de la
conducta patibularia sólo a sus antecedentes históricos, limita el análisis
descuidando otro tipo de causas que desde el mismo presente, y provenientes de

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otras cadenas de acontecimientos e interacciones desencadenarían este tipo de
conductas. Es decir, que las secuencias cronológicas de acontecimientos no son
suficientes para determinar que los antecedentes históricos son la única causa de
la aplicación de la pena de muerte en el siglo XIX en Colombia, ya que existieron
fuerzas internas y externas que actuaron de manera independiente como causa de
esta conducta punitiva. Márquez no indaga en qué medida es posible que, no el
liberalismo de los principios humanitarios del liberalismo francés, sino el
utilitarismo liberal, al crear desigualdad, puede ser otra causa, tal vez indirecta o
paradójica, del uso de la pena de muerte como forma de detentar el poder a través
de una figura legal.

Además, de remitirnos al origen de la imputación de la pena de muerte en el siglo


XIX e inicios del XX en sus raíces precolombinas y coloniales desconociendo, por
un lado, la responsabilidad de aquellos actores de la historia que la
protagonizaron, y por otro, la influencia de otras fuerzas externas como el
liberalismo utilitarista, sería como dejar un hueco en la historia, o abrir un saco
para descargar las culpas y de esta manera justificar dichos hechos. Esto traería
como consecuencia que los lectores desprevenidos de este enfoque, lo tomaran
como modelo mental para interpretar otras realidades justificando los hechos del
presente con el pasado para quitarse la responsabilidad de sus propios actos, o
pasar por alto la responsabilidad de otros frente a sus palabras y actuaciones. De
esta manera, el agente de alguna acción punitiva en nombre de una ley injusta
pasaría a ser una víctima de la historia, y no un victimario de la sociedad.

Por otra parte, Márquez al hacer un recorrido cronológico del ordenamiento


jurídico penal Republicano no indaga sobre en forma suficiente sobre la dinámica
interna de dicho ordenamiento, sino que se limita a nombrarla y explicarla desde lo
teórico sin confrontarla con estudios de caso que permitieran develarla para
entender sus contradicciones.

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Condenados a la pena de muerte en Colombia: 1886 y 1910
Mario Aguilera Peña

El propósito de Aguilera Peña es mostrar que la pena de muerte en Colombia fue


una práctica del partido conservador quien tuvo al partido liberal como su opositor.
Para lograr esto, el autor expone su propuesta como una respuesta a la siguiente
pregunta implícita: ¿Cuáles fueron las razones para que el partido conservador
implementara la pena de muerte como un mecanismo de control social y
sostenimiento del poder?

En este orden de ideas, Aguilera Peña se remite a la historia afirmado que los
gobiernos liberales derogaron la pena de muerte, primero en 1851, para los delitos
políticos, y posteriormente, para delitos comunes, hasta la consagración de la
"inviolabilidad de la vida humana", como precepto de la Constitución de 1863.
Además asevera que el restablecimiento del patíbulo entre 1886 y 1910 estuvo
acompañado de otras medidas de control social. Los gobiernos de la
Regeneración pretendieron sentar las bases de un nuevo orden social que
reposara sobre los valores de la moral cristiana. Se infiere que los conservadores
partían del supuesto de la existencia de un país anarquizado por la lucha
partidista, el olvido de sus tradiciones, la errada política educativa y el conflicto
Iglesia-Estado desatado en el pasado período liberal.

Frente a los siguientes hechos Aguilera Peña refiere de manera impersonal que la
Carta Constitucional de 1886 prohibió la pena de muerte para delitos políticos y la
ordenó para los delitos comunes. El reo condenado a muerte en sentencia de
primera instancia podía apelar ante el Tribunal Superior de Distrito en su
respectivo departamento y, en caso de no resultar favorable la providencia, tenía
derecho al recurso de casación ante la Corte Suprema de Justicia.

Luego continúa, en los fallos de la Corte Suprema afirmando que los enemigos de
la pena capital encontraron suficientes motivos para controvertir su existencia,
principalmente en contradicciones frente a la estimación de la prueba indiciaria
pero la Corte concluía que los indicios en que se fundaba la condena no excluían
la posibilidad de la inocencia del reo. Luego de agotar el recurso ante la Corte, el
condenado tenía la penúltima oportunidad de salvar su vida solicitando la
conmutación al presidente de la República. El Ejecutivo resolvía la petición

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contando con dictamen previo del Consejo de Estado, el cual era obligatorio en el
evento en que fuera favorable; si era adverso, la vida del reo podía depender del
buen humor del presidente, de la petición de una autoridad religiosa, de las
circunstancias de orden público, de la presión de la prensa, de la solicitud de la
Primera Dama. Se planteó entonces que ese derecho de los condenados había
sido usado en forma injusta al beneficiar sólo a los delincuentes de alta posición
social. En esta parte del texto, Aguilera no explicita si tal injusticia la cometen los
liberales o los conservadores. Luego con ese mismo modo impersonal continúa
diciendo, que las declaratorias de estado de sitio, especialmente las motivadas por
las dos últimas guerras civiles de 1895 y 1899-1902, quebrantaron gravemente el
procedimiento penal en dos direcciones. Esto equivalía al recorte del derecho de
defensa al no hacer tránsito la sentencia a la Corte Suprema, lo cual era
obligatorio para los tribunales, bien fuera que el reo interpusiera o desistiera del
recurso de casación.

Con respecto al otro efecto de las guerras que fue ensanchar la aplicación de la
pena de muerte a los delitos cometidos por alzados en armas, el autor vuelve a
tomar posición defendiendo a los liberales. En este sentido dice que esto sucedió
con el tratamiento de delincuentes comunes que recibieron algunos de los
guerrilleros liberales durante la guerra de los mil días. Estos miembros del partido
liberal no fueron ni traidores ni asaltantes: sus acciones en la guerra respondieron
a motivaciones políticas encaminadas a desmontar la hegemonía impuesta por el
partido conservador.

En suma, el autor concluye que las razones del partido conservador para
implementar la pena de muerte obedecieron a la necesidad de ganar en la guerra,
de mantener el poder, de conservar su identidad conservadora como si el fin
justificara los medios. Para darle este enfoque al texto y no evidenciar los
aspectos negativos del partido liberal, el autor utiliza los pronombres impersonales
cuando enuncia que el recurso de hablar con el presidente para salvar la vida del
reo sólo beneficiaba a los delincuentes de alta posición social. Entonces, mostrar a
los Liberales como las víctimas y a los Conservadores como victimarios en estos
hechos históricos condiciona al lector para que tome posición política frete a la
historia de manera polarizante.

No obstante Aguilera termina su discurso de manera imparcial afirmando que, el


rechazo social a la pena de muerte fue en aumento debido a que los verdugos
prolongaban torpemente el suplicio de los reos. La espontánea censura social a
todo lo que encerraba el ritual sangriento del patíbulo fue un factor que contribuyó
a la abolición de la pena de muerte, en la medida en que flaqueaba la relación
público-reo-espectáculo.

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