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Los delitos sancionados con pena de presidio eran todos aquellos que de una u
otra forma atentaban contra el orden institucional emergente. Se dispuso
entonces que la religión católica era la religión de todos los colombianos,
solamente las constituciones de 1853 y 1863 se apartaron de tal postulado al
declarar la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y el Estado.
El autor concluye que las diversas constituciones escritas en el siglo XIX fueron
modificadas por diferentes cartas políticas y sus códigos penales debido a la
necesidad de mantener el poder impulsado por la fuerza de la tradición, y la
influencia redentora de la religión católica que acompañaba estas prácticas.
Entonces hubo una lucha de un siglo entre las formas tradicionales y las formas
modernizadoras europeas de impartir justicia mediada por la necesidad de
conservar el poder para lo cual la pena de muerte resultaba eficaz frente a los
contradictores.
Si el autor no toma una posición frente a lo religioso como factor influyente en las
decisiones de poder enmarcadas en el ejercicio de la pena de muerte deja un
vacío en el análisis mostrando por omisión un acto de conveniencia, y no de
objetividad científica frente a esos hechos.
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Pena de muerte y Politización del patíbulo en Colombia: 1800-1910
José Wilson Márquez Estrada
Para lograr este objetivo podemos decir que el autor intenta responder la siguiente
pregunta: ¿Cómo es la influencia de la pena de muerte española en la aplicación
de dicha pena en la época de la República en Colombia? En su respuesta el autor
se remite al periodo de la Republica donde se empezaron a trasformar las
prácticas penales consideradas oprobiosas que simbolizaban la arbitrariedad del
dominio español como el uso legal de la tortura y el tribunal de la Inquisición.
En el Código penal de 1937 plantea Márquez que desde el derecho natural se dio
una separación tajante entre delito y moral, que permitió una división entre pecado
y delito, estableciendo que la función de la pena debería apartarse de la idea de
expiación del delincuente y se orientara a la prevención del delito.
Para explicar estos hechos el autor plantea que las prácticas Religiosas, e
Inquisitivas como la aplicación de la pena de muerte y la tortura, de la colonia
española calaron tan hondo en la conducta de los colombianos, que aún en la
república, a pesar de las ideas modernizadoras europeas, francesas, y de las
ideas liberales, fue casi imposible abolir la pena de muerte como conducta
punitiva.
El autor da por hecho que las prácticas patibularias son heredadas desde la época
precolombina, y de dominación española, como si esa fuera la única causa posible
de este tipo de prácticas en la Nueva Granada. Al enfocar las causas de la
conducta patibularia sólo a sus antecedentes históricos, limita el análisis
descuidando otro tipo de causas que desde el mismo presente, y provenientes de
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otras cadenas de acontecimientos e interacciones desencadenarían este tipo de
conductas. Es decir, que las secuencias cronológicas de acontecimientos no son
suficientes para determinar que los antecedentes históricos son la única causa de
la aplicación de la pena de muerte en el siglo XIX en Colombia, ya que existieron
fuerzas internas y externas que actuaron de manera independiente como causa de
esta conducta punitiva. Márquez no indaga en qué medida es posible que, no el
liberalismo de los principios humanitarios del liberalismo francés, sino el
utilitarismo liberal, al crear desigualdad, puede ser otra causa, tal vez indirecta o
paradójica, del uso de la pena de muerte como forma de detentar el poder a través
de una figura legal.
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Condenados a la pena de muerte en Colombia: 1886 y 1910
Mario Aguilera Peña
En este orden de ideas, Aguilera Peña se remite a la historia afirmado que los
gobiernos liberales derogaron la pena de muerte, primero en 1851, para los delitos
políticos, y posteriormente, para delitos comunes, hasta la consagración de la
"inviolabilidad de la vida humana", como precepto de la Constitución de 1863.
Además asevera que el restablecimiento del patíbulo entre 1886 y 1910 estuvo
acompañado de otras medidas de control social. Los gobiernos de la
Regeneración pretendieron sentar las bases de un nuevo orden social que
reposara sobre los valores de la moral cristiana. Se infiere que los conservadores
partían del supuesto de la existencia de un país anarquizado por la lucha
partidista, el olvido de sus tradiciones, la errada política educativa y el conflicto
Iglesia-Estado desatado en el pasado período liberal.
Frente a los siguientes hechos Aguilera Peña refiere de manera impersonal que la
Carta Constitucional de 1886 prohibió la pena de muerte para delitos políticos y la
ordenó para los delitos comunes. El reo condenado a muerte en sentencia de
primera instancia podía apelar ante el Tribunal Superior de Distrito en su
respectivo departamento y, en caso de no resultar favorable la providencia, tenía
derecho al recurso de casación ante la Corte Suprema de Justicia.
Luego continúa, en los fallos de la Corte Suprema afirmando que los enemigos de
la pena capital encontraron suficientes motivos para controvertir su existencia,
principalmente en contradicciones frente a la estimación de la prueba indiciaria
pero la Corte concluía que los indicios en que se fundaba la condena no excluían
la posibilidad de la inocencia del reo. Luego de agotar el recurso ante la Corte, el
condenado tenía la penúltima oportunidad de salvar su vida solicitando la
conmutación al presidente de la República. El Ejecutivo resolvía la petición
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contando con dictamen previo del Consejo de Estado, el cual era obligatorio en el
evento en que fuera favorable; si era adverso, la vida del reo podía depender del
buen humor del presidente, de la petición de una autoridad religiosa, de las
circunstancias de orden público, de la presión de la prensa, de la solicitud de la
Primera Dama. Se planteó entonces que ese derecho de los condenados había
sido usado en forma injusta al beneficiar sólo a los delincuentes de alta posición
social. En esta parte del texto, Aguilera no explicita si tal injusticia la cometen los
liberales o los conservadores. Luego con ese mismo modo impersonal continúa
diciendo, que las declaratorias de estado de sitio, especialmente las motivadas por
las dos últimas guerras civiles de 1895 y 1899-1902, quebrantaron gravemente el
procedimiento penal en dos direcciones. Esto equivalía al recorte del derecho de
defensa al no hacer tránsito la sentencia a la Corte Suprema, lo cual era
obligatorio para los tribunales, bien fuera que el reo interpusiera o desistiera del
recurso de casación.
Con respecto al otro efecto de las guerras que fue ensanchar la aplicación de la
pena de muerte a los delitos cometidos por alzados en armas, el autor vuelve a
tomar posición defendiendo a los liberales. En este sentido dice que esto sucedió
con el tratamiento de delincuentes comunes que recibieron algunos de los
guerrilleros liberales durante la guerra de los mil días. Estos miembros del partido
liberal no fueron ni traidores ni asaltantes: sus acciones en la guerra respondieron
a motivaciones políticas encaminadas a desmontar la hegemonía impuesta por el
partido conservador.
En suma, el autor concluye que las razones del partido conservador para
implementar la pena de muerte obedecieron a la necesidad de ganar en la guerra,
de mantener el poder, de conservar su identidad conservadora como si el fin
justificara los medios. Para darle este enfoque al texto y no evidenciar los
aspectos negativos del partido liberal, el autor utiliza los pronombres impersonales
cuando enuncia que el recurso de hablar con el presidente para salvar la vida del
reo sólo beneficiaba a los delincuentes de alta posición social. Entonces, mostrar a
los Liberales como las víctimas y a los Conservadores como victimarios en estos
hechos históricos condiciona al lector para que tome posición política frete a la
historia de manera polarizante.
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