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2017 - 09 - 14

Lecciones de Derecho Mercantil. Volumen I. 14ª ed. agosto


2016
Segunda parte. Derecho de sociedades

Segunda parte. Derecho de sociedades

Lec c ió n 1 6

Las sociedades mercantiles

CÁNDIDO PAZ-ARES

Sumario:

I. Caracterización del contrato de sociedad


1. Concepto y elementos del contrato de sociedad
2. Naturaleza y efectos del contrato de sociedad
A. La eficacia obligatoria
B. La eficacia organizativa
3. Vicios del contrato de sociedad. La doctrina de la sociedad de hecho
4. El sistema de tipos societarios
A. Tipos generales y tipos especiales
B. Tipos personalistas y tipos corporativos
C. Tipos universales y tipos particulares
II. La mercantilidad de las sociedades
5. Distinción entre sociedad mercantil y sociedad civil
A. Planteamiento
B. La mercantilidad objetiva
C. La mercantilidad subjetiva
D. Recapitulación
E. Régimen jurídico de la sociedad mixta
6. La cuestión del numerus clausus de los tipos societarios mercantiles
7. Las sociedades irregulares
III. La personalidad jurídica de las sociedades mercantiles
8. Los atributos de la personalidad jurídica
A. Concepto de personalidad jurídica
B. Denominación social
C. Nacionalidad
D. Domicilio
9. Los límites de la personalidad jurídica
10. Las cuentas en participación
A. Caracterización
B. Constitución y efectos
C. Extinción

I. CARACTERIZACIÓN DEL CONTRATO DE SOCIEDAD

1. CONCEPTO Y ELEMENTOS DEL CONTRATO DE SOCIEDAD

Llamamos contrato de sociedad a cualquier agrupación voluntaria de personas que se


obligan entre sí a contribuir para la consecución de un fin común (art. 1665 CC). Así,
frente a los contratos sinalagmáticos donde la el interés de una parte se satisface y se
opone al de su contraparte –p. ej., en una compraventa–, los contratos asociativos
suponen la agregación de los esfuerzos de sus miembros para conseguir un fin que
satisface el interés de todos: el socio –se diría– no va a obtener sus beneficios a costa de
los otros socios, sino del reparto del resultado obtenido en común. De esa definición se
desprenden los tres elementos esenciales de la sociedad y que vienen a ser los propios
de todo contrato (art. 1261 CC): a) el consentimiento manifestado en la voluntad de
asociarse; b) el objeto, consistente en la aportación que hacen los socios; y c) la causa,
cifrada en el fin común que se persigue con la sociedad.

Toda sociedad se constituye para conseguir un fin común, que normalmente será la
obtención por la sociedad de un beneficio económico a repartir entre ellos (arts. 116 I C.
de C. y 1665 CC). Para que sea común, el fin social debe establecerse en interés de todos
los socios; de ahí que sea nulo excluir a uno de ellos de todas las ganancias para
atribuírselas a otro (v. art. 1691 CC). No obstante, el fin común puede ser no lucrativo,
como lo ponen de manifiesto las sociedades que persiguen la ayuda mutua entre sus
socios (p. ej., las cooperativas y las mutuas de seguros), o el auxilio de la actividad
principal de aquéllos (como en las agrupaciones de interés económico o las sociedades
de garantía recíproca). Luego, ese fin genérico –lucrativo, mutualista o consorcial– se
concretará en el objeto social, esto es, la actividad económica o empresarial específica
que se ha programado desarrollar para la consecución del fin común (p. ej., la
producción de energía eléctrica, la venta de calzado, la fabricación de muebles, etc.).

Finalmente, el contrato de sociedad exige que todos los socios contribuyan a la


consecución del fin común, lo que se traduce en que todos ellos deban obligarse a
realizar una aportación idónea para alcanzarlo. Esa aportación puede tener un
contenido concreto muy variado (art. 1088 CC): la nuda propiedad (STS de 10 de marzo
de 1949), la garantía de solvencia, el good-will subjetivo o la imagen de una persona, una
lista de clientes o de proveedores, el compromiso de no competir con la sociedad, etc.
Normalmente esas aportaciones generarán un patrimonio común, aunque no
necesariamente, como la aportación exclusiva de trabajo, caso de una orquesta (SAP
Ciudad Real, de 6 mayo 2002). No obstante, junto a ese deber de aportación específico se
debe incluir otro más genérico y de contornos más difusos, derivado del deber de buena
fe (cfr. arts. 1258 CC). Se trata del deber de fidelidad del socio a la sociedad, que le obliga
a observar un comportamiento conforme con el fin social pretendido, renunciando a
obtener ventajas propias a costa del sacrificio de la sociedad. La traducción de ese
principio es muy variada (p. ej., prohibición de competencia del socio con la sociedad).
Su correlato del lado de la sociedad es el principio de paridad de trato.

No es por el contrario elemento del contrato de sociedad la observancia de una forma


concreta. De acuerdo con el principio general del artículo 1278 del Código Civil, el
contrato de sociedad no precisa para su existencia de ninguna forma especial. La forma
sólo será necesaria para la validez del contrato (forma ad solemnitatem) cuando la Ley lo
exija para algún tipo especial [p.ej., para las sociedades de capital]. Otra cosa será la
prueba de existencia del contrato (ad probationem) , lo que lógicamente será carga de los
contratantes.

En consecuencia, siempre que en un contrato se encuentren esos elementos antes


apuntados, estaremos ante un contrato de sociedad, incluso aunque las partes del
mismo no hayan sido conscientes de ello al contratar o incluso lo hayan calificado de
otro modo; así, serán sociedades, por ejemplo los casos de una explotación apícola (SAP
Burgos de 20 de septiembre de 2005), una caseta de feria (SAP Sevilla 24 de julio de
2003), o los pactos de compra de cupones o loterías (SAP Málaga núm. 261/1999, de 9
abril). Otro tanto cabe sostener de figuras más sofisticadas como los pactos parasociales
o los protocolos familiares, que en su naturaleza responden a una lógica societaria, e
incluso de las llamadas comunidades de bienes empresariales –las conocidas en el
tráfico con las siglas C.B.–, que aunque reconocidas como tales en los ámbitos laboral o
tributario, a efectos jurídico privados son verdaderas sociedades. En estos casos la
normativa a aplicar será la prevista de forma supletoria, que el caso de sociedades con
objeto empresarial será la sociedad colectiva (arts. 121 y ss. C de C) y en el caso –más
raro– de un objeto no empresarial será la sociedad civil (arts. 1665 y ss. CC).

2. NATURALEZA Y EFECTOS DEL CONTRATO DE SOCIEDAD

La regulación básica del contrato de sociedad se encuentra en los artículos 1665 y


siguientes del Código Civil. Esa normativa, aunque de forma inmediata regula el tipo
específico de la sociedad civil, ha trascendido esa función para ser una suerte de parte
general del Derecho de sociedades, constituyendo el referente último en cuestiones de
principios societarios o en reglas de complemento e integración contractual de todo el
derecho de la organización societaria. Como todo contrato, el de sociedad despliega una
eficacia obligatoria entre las partes del mismo, pero, y esto es característico del mismo,
despliega además una eficacia organizativa, más o menos acusada según la función que
las partes asignen a esa sociedad.

A. La eficacia obligatoria

En tanto que contrato obligatorio , del de sociedad surgen derechos y obligaciones de


contenido patrimonial, que, no obstante, y dada su causa asociativa no se rigen por las
reglas propias de las obligaciones sinalagmáticas. Así, por ejemplo, y puesto que la
aportación se debe a la sociedad y no a los otros socios, un socio no puede negarse a
realizar su prestación en tanto su consocio no la realice (v., art. 1100 CC, en cuanto a
mora, o art. 1124 CC, sobre resolución por incumplimiento). Supuesto lo anterior,
formar parte de una sociedad determina el nacimiento de un complejo haz de derechos y
obligaciones que integran lo que se conoce como condición de socio . Con carácter
general, las obligaciones principales de los socios son la de aportar, la de administrar y
la de contribuir a sufragar las pérdidas. Los derechos son de dos tipos: administrativo y
económico. Entre los primeros se encuentran los relativos a la gestión y al control
(derecho a administrar, a la rendición de cuentas, de información y de voto). Entre los
segundos figura el derecho al beneficio, a la cuota de liquidación y el reembolso de
gastos. Este catálogo de derechos y obligaciones ha de estudiarse a la luz de dos valores
centrales del Derecho de sociedades: el ya citado deber de fidelidad , que completa las
obligaciones que derivan del propio contrato (art. 1258 CC), y modula el ejercicio de los
derechos en él reconocidos (art. 7 CC) y el principio de igualdad de trato entre socios
concreción de la buena fe (arts. 7 y 1258 CC y art. 97 LSC).

B. La eficacia organizativa

El de sociedad es también un contrato de organización , en el sentido de que unifica el


grupo y le dota de capacidad para tener relaciones externas. Es lo que se conoce como
personalidad jurídica de la sociedad y que depende y surge de la voluntad de las partes
de actuar y presentarse como un grupo unificado en el tráfico (arts. 1669 CC y 116 C. de
C.). Un recto entendimiento de la noción de personalidad jurídica hace que pierda gran
parte de su dramatismo, reivindica su carácter jurídico privado y contractual y la
desvincula del cumplimiento de formalidades o requisitos administrativos. Para
comprender su significado baste pensar en un sencillo ejemplo: un grupo de alumnos
que proponen a un profesor hacer un trabajo en grupo: desde el momento en que se
deciden presentarse así, como grupo, manifiestan su voluntad de que no ser tratados
individualmente sino de que esa agrupación sea tratado como una persona distinta de
sus miembros: frente al docente el grupo hablará a través del representante que elijan,
aquél comunicará a éste las condiciones del trabajo, las modificaciones en los plazos de
entrega, etc., y la nota que se imponga al grupo se aplicará a cada uno de sus miembros,
sufriendo todos ellos, por ejemplo, el incumplimiento de uno de ellos que impida su
entrega a tiempo. Como es patente, es la voluntad de ser grupo y de manifestarse como
tal lo que hace que al exterior ese grupo se unifique y forme una elementalísima
persona jurídica.

Ahora bien, si la voluntad de los socios es la de colaborar entre sí para obtener un fin
común pero sin constituir en el tráfico un grupo unificado, la sociedad existirá pero será
una sociedad sin personalidad jurídica o sociedad interna. En efecto, del mismo modo
que en el caso anterior es posible que esos alumnos propongan al profesor hacer un
trabajo, colaborando entre ellos para su realización, pero dejando claro al docente que
cada uno entregará su propio trabajo; es decir, que aunque colaboren en la recolección
de datos, material bibliográfico, uso de equipos informáticos etc., su voluntad es que esa
colaboración sea irrelevante frente a terceros, en este caso el profesor, que además es
perfectamente consciente de que los alumnos colaboran entre sí con ese fin. En
consecuencia, el profesor se comunicará con cada uno de ellos por separado, no habrá
representante común y cada uno recibirá su propia nota. Como se ve, es la voluntad de
los alumnos de configurar su colaboración en esta forma la que impide que el grupo se
personifique en sus relaciones con terceros.

De lo anterior se deduce con claridad que existen dos tipos de sociedades: de una parte,
la externa o personificada, que se estructura como una organización y que es la más
habitual en el tráfico –civil, colectiva, anónima, limitada, etc.– y de otra la interna, que
sólo tiene efectos obligatorios –p. ej., sociedades de medios o de ganancias–. En este
último supuesto, las relaciones externas no son relaciones unificadas del grupo, sino
relaciones disgregadas o individuales de los socios que, como relaciones «particulares»,
se rigen por el Derecho común. Esas son precisamente las sociedades a que refiere el
artículo 1669 del Código Civil: «No tendrán personalidad jurídica las sociedades cuyos
pactos se mantengan secretos entre los socios, y en que cada uno de éstos contrate en su
propio nombre con los terceros. Esta clase de sociedades se regirá por las disposiciones
relativas a la comunidad de bienes» . Y eso, se ha de insistir, sin relación con la
publicidad o el conocimiento de los terceros: aunque el Código Civil habla en tales casos
de «pactos secretos», eso hay que leerlo en clave actual como pactos reservados o
irrelevantes frente a terceros: recuérdese que el profesor sabía de los pactos entre los
alumnos y no por eso dejan de ser secretos o reservados en el sentido del Código.

No obstante, las sociedades sin personalidad jurídica plantean otro problema: el de su


relación con la comunidad de bienes. En efecto, el artículo 1669 del Código Civil indica
que las sociedades sin personalidad jurídica se regirán por las reglas de la comunidad
de bienes. No obstante, el alcance de esa remisión debe ser limitado. En efecto, las reglas
de la comunidad de bienes se aplicarán a la sociedad interna en todo lo relativo a los
aspectos jurídico reales que se puedan plantear con ocasión de la relación societaria,
pero no a los obligacionales, que se regirán por las normas del contrato de sociedad. En
efecto, al no tener personalidad jurídica y no ser por tanto sujeto de derechos, la
sociedad interna no puede tener un patrimonio propio; de ahí que los elementos
patrimoniales usados para obtener el fin social deban ser titularidad inmediata de cada
uno de los socios; eso sí, las relaciones de los socios entre sí serán las pactadas, es decir,
las propias del contrato de sociedad al que han llegado. Supóngase que varios abogados
concluyen una sociedad de medios y resultados por la que compran a medias los
equipos que necesitan para su actividad y pactan las reglas de su uso y el reparto de las
ganancias: la fotocopiadora que puedan comprar no será propiedad de la sociedad, que
es interna y carece de personalidad, sino que será propiedad por cuotas de cada uno de
ellos; ahora bien, las reglas de su uso y las de reparto de las ganancias serán las propias
del contrato de sociedad que han pactado.

3. VICIOS DEL CONTRATO DE SOCIEDAD. LA DOCTRINA DE LA SOCIEDAD DE HECHO

La doble vertiente organizativa y obligacional del contrato de sociedad tiene un


extraordinario interés a la hora de analizar la problemática de su nulidad. En las
sociedades internas, el tratamiento de los vicios del contrato puede confiarse a las reglas
generales de nulidad (arts. 1300 y ss. CC), pero en las sociedades externas la aplicación
de esas reglas generales plantea serias dificultades. El problema fundamental reside en
que el ordenamiento no puede hacer tabla rasa de los hechos producidos y de los
intereses surgidos al amparo de la sociedad viciada que de facto ha venido funcionado
en el tráfico (p. ej., obligaciones contraídas por la sociedad). Para hacer frente a tales
cuestiones se elabora la doctrina de la sociedad de hecho . Su núcleo puede resumirse en
los siguientes términos: una vez puesta en marcha e inserta en el tráfico, la sociedad no
puede ser extraída retroactivamente del ambiente en el que ha actuado mediante el
ejercicio de la acción de nulidad. En esos casos, la sociedad nula o anulable será tratada
mediante técnicas que surtan efectos desde ahora (ex nunc) . A tal fin hay que
considerar el motivo de nulidad como causa de disolución. Entonces, la sociedad viciada
será, en principio, válida tanto ad extra como ad intra , pero podrá solicitarse su
disolución por cualquiera que se halle legitimado para interesar la nulidad. Instada la
disolución, se procederá a liquidar la sociedad viciada de conformidad con las normas
generales sobre liquidación y la liquidación la hará desaparecer del tráfico.

4. EL SISTEMA DE TIPOS SOCIETARIOS

A. Tipos generales y tipos especiales

Definido el concepto amplio de sociedad, hemos de determinar qué figuras legales se


incluyen en él. De entrada se puede distinguir los llamados tipos generales; es decir, los
tipos básicos o más elementales de sociedad y que serían la sociedad civil (arts. 1665 a
1708 CC) para las sociedades que luego veremos no tienen la condición de empresario y
la sociedad colectiva (arts. 125 a 144 C. de C. y también, arts. 170 a 174 y 218 a 237 C. de
C.) como tipo elemental de sociedad que asume la condición de empresario. Sobre esos
tipos fundamentales, poco usados y residuales en la práctica, surgen los llamados tipos
especiales , más complejos y sofisticados y que son los preferidos por diversos motivos
por los operadores jurídicos a la hora de organizar una actividad económica. Así, y sin
ánimo de exhaustividad, se puede formar el siguiente elenco: las cuentas en
participación (arts. 239 a 243 C. de C.); el condominio naval (arts. 589 y ss. C. de C.); la
unión temporal de empresas (arts. 7-10 de la Ley 18/1982, de 26 de mayo, de régimen
fiscal de las agrupaciones y uniones temporales de empresas); la agrupación de interés
económico (Ley 12/1991, de 29 de abril, de agrupaciones de interés económico); la
sociedad comanditaria simple (arts. 145 a 150 C. de C.); la asociación (Ley Orgánica
1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de Asociación); las sociedades anónima,
limitada y comanditaria por acciones (Ley de Sociedades de Capital de 1 de julio de
2010,); la sociedad agraria de transformación (disp. adic. del Decreto-ley de 2 de junio de
1977 y estatuto regulador de las sociedades agrarias de transformación aprobado por el
RD 1776/1981, de 3 de agosto); la sociedad de garantía recíproca (Ley 1/1994, de 11 de
marzo, sobre el Régimen Jurídico de las Sociedades de Garantía Recíproca), la
cooperativa (Ley 27/1999, de 16 de julio, de Cooperativas, a la que se añade la legislación
autonómica) y las mutuas y entidades de previsión social (arts. 13-17 de la Ley 30/1995,
de 8 de noviembre, de Ordenación y Supervisión de los Seguros Privados y Reglamentos
de desarrollo).

Los tipos especiales pueden tener, a su vez, subtipos , fruto de la introducción de


especialidades en el tipo básico (p. ej., las sociedades anónimas y de responsabilidad
limitada laborales, las sociedades anónimas deportivas, las cooperativas de crédito, las
sociedades y agencias de valores, etc.).

B. Tipos personalistas y tipos corporativos

En función de cuál sea la estructura societaria que originen, nos encontramos, bien con
tipos personalistas o sociedades de personas , o bien con tipos corporativos o sociedades
de estructura corporativa .

Las sociedades de personas se constituyen en atención al vínculo personal de los socios y,


en buena medida, dependen de la identidad de sus miembros. El intuitu personae
representa presupuesto básico tanto en su génesis como en su funcionamiento y explica
los rasgos básicos de su configuración. Éstos son cuatro: 1) intransmisibilidad de la
condición de socio; 2) personalización de la organización (p. ej., principio de
unanimidad en la adopción de decisiones, disolución de la sociedad en caso de muerte
del socio, funcionamiento informal, etc.); 3) descentralización de la administración
(autoorganicismo, no hay separación entre propiedad y gestión, tampoco hay separación
entre los órganos, etc.); y 4) comunicación patrimonial (autonomía limitada del
patrimonio, responsabilidad personal e ilimitada de los socios, etc.). Las formas sociales
que se integran en la categoría son: la sociedad civil, la colectiva, la comanditaria
simple, la agrupación de interés económico, cualquier sociedad interna, incluyendo las
cuentas en participación, así como las uniones temporales de empresas y el condominio
naval, formas las dos últimas a medio camino entre la sociedad interna y la externa.

Las sociedades de estructura corporativa se caracterizan por la autonomía de la


organización respecto de las condiciones y vicisitudes personales de sus miembros. Las
características más salientes de su estructura jurídica son: 1) movilidad de la condición
de socio; 2) estabilidad de la organización (principio mayoritario, régimen estatutario,
objetivación de las causas de disolución, formalización de la organización, etc.); 3)
centralización de la administración (separación entre propiedad y gestión,
diferenciación de órganos, heteroorganicismo u organicismo de terceros, etc.); y 4)
aislamiento patrimonial (responsabilidad limitada de los socios). Las formas sociales
que obedecen a este modelo son: la asociación, la sociedad de responsabilidad limitada,
la anónima, la comanditaria por acciones, la agraria de transformación, la de garantía
recíproca, la cooperativa y las mutuas de seguros.

C. Tipos universales y tipos particulares

Desde el punto de vista de su funcionalidad o campo de aplicación, los tipos especiales


societarios pueden agruparse en otras dos categorías: universales y particulares . Los
tipos universales pueden emplearse con independencia de las actividades a desarrollar y
de los fines perseguidos. Es el caso de las sociedades colectiva, comanditaria, de
responsabilidad limitada y anónima. La sociedad civil es un tipo cuasi-universal, pues
no puede emplearse para realizar actividades mercantiles (v. infra § 3.I). Son tipos
particulares aquellos que se han construido por el legislador para alcanzar finalidades
específicas. Los más significados son la asociación (fin no lucrativo), la agrupación de
interés económico (fin consorcial), y la cooperativa (fin mutualista).

II. LA MERCANTILIDAD DE LAS SOCIEDADES

5. DISTINCIÓN ENTRE SOCIEDAD MERCANTIL Y SOCIEDAD CIVIL

A. Planteamiento

La mercantilidad de la sociedad –es decir, la determinación de la naturaleza civil o


mercantil de una concreta sociedad– es una cuestión compleja que presenta dos
vertientes. La mercantilidad objetiva o carácter civil o mercantil que tiene la sociedad
como contrato dentro de nuestro sistema dualista de derecho privado –al igual que se
plantea la cuestión, p. ej., con la compraventa o el depósito–, y la mercantilidad subjetiva
o mercantilidad de la sociedad como persona jurídica –al igual que se plantea–.
Obviamente, esta última sólo tiene sentido respecto de las sociedades externas o
personificadas y nos ayudará a determinar qué sociedades tienen la condición de
empresario y, por lo tanto, quedan sometidas a su estatuto.

B. La mercantilidad objetiva

En principio se puede decir que es mercantil cualquier contrato de sociedad contraído


«con arreglo a las formalidades» del Código de Comercio (art. 116 C. de C.). Ahora bien,
la expresión «formalidades de este Código» no debe interpretarse en el sentido de que
serán mercantiles aquellas sociedades que simplemente adopten cualquiera de las
formas o tipos societarios recogidos en el Código de Comercio (art. 122 C. de C.)]. La
referencia a «las formalidades de este Código» hay que entenderla no sólo en el sentido
de usar una forma mercantil sino además en el de exigir que la actividad sea mercantil,
implicándose una y otra de forma recíproca: la adopción de una forma o tipo mercantil
se reserva al desarrollo de una actividad mercantil (art. 136 C. de C., así como los ya
derogados arts. 117 II y 123 IX C. de C.) y, viceversa, el desarrollo de una actividad
mercantil exige la adopción de un tipo o forma mercantil (art. 122 C. de C.).

C. La mercantilidad subjetiva

La cuestión de la mercantilidad subjetiva sólo se entiende desde la evolución que ésta ha


experimentado a lo largo de los últimos ciento veinte años. En el Código de Comercio el
criterio para la atribución de la condición de comerciante a una sociedad se encuentra
en el ejercicio de la actividad mercantil: son comerciantes las sociedades constituidas con
arreglo a un tipo mercantil (art. 1.II C. de C.). Tiene lógica que esto sea así, pues, como
acabamos de ver, el tipo mercantil se reservaba en principio para la actividad comercial
y el desarrollo de la actividad mercantil exigía la adopción de un tipo acorde con ella.
Queda, entonces, la mercantilidad del tipo vinculada a la mercantilidad del sujeto y el
legislador asegura la coherencia entre los dos apartados del artículo 1 del Código de
Comercio (son comerciantes quienes ejercen habitualmente el comercio; y lo son las
sociedades con forma mercantil pues sólo éstas se encuentran en disposición de ejercer
habitualmente el comercio).

Esta correlación inicial entre mercantilidad del tipo y mercantilidad del sujeto se
flexibiliza con la entrada en vigor del Código civil, cuatro años después que el de
comercio. El artículo 1670 del Código Civil pone al servicio del tráfico civil –que, como
sabemos, comprende las actividades agrícola, ganadera, pesquera, extractiva y
profesional– las organizaciones del derecho mercantil, técnicamente más perfectas
(sociedad colectiva, sociedad comanditaria, etc.). El Código Civil permite así que la
actividad civil adopte para su desarrollo los tipos o formas del Código de Comercio. Se
rompe entonces la correlación inicial entre tipo mercantil y actividad mercantil, pero en
un único sentido: la actividad mercantil sigue exigiendo para su desarrollo la forma
mercantil, pero la forma mercantil ya no está reservada para la actividad mercantil pues
puede utilizarse para el desarrollo de la actividad civil . El resultado de esta ruptura es la
aparición en el tráfico de las llamadas sociedades mixtas: sociedades objetivamente
mercantiles, pues su forma es mercantil y subjetivamente civiles, pues no pueden ser
comerciantes al no ejercer el comercio, esto es, al no desarrollar una actividad mercantil
(art. 1.2 C. de C.).

Por fin, la legislación especial posterior al Código de Comercio y al Código Civil termina
vinculando la mercantilidad subjetiva a la adopción de ciertos tipos societarios. En
concreto, éstos son la sociedad anónima, la sociedad de responsabilidad limitada, la
sociedad comanditaria por acciones, la sociedad de garantía recíproca y la agrupación
de interés económico (art. 2 LSC; art. 4 LSGR; art. 1.I LAIE). Se consagra así la doctrina
del comerciante por razón de la forma , en virtud de la cual las sociedades referidas se
consideran comerciantes con independencia de la actividad a la que se dediquen. De
este modo, los terceros pueden confiar en el dato inequívoco de la forma para saber si la
sociedad en cuestión es comerciante, sin tener que averiguar a qué tipo de actividad se
dedica.

D. Recapitulación

Después de esta evolución, la cuestión de la mercantilidad queda como sigue:

(i) Una sociedad que se dedique a una actividad mercantil –p. ej., la distribución de
bebidas refrescantes– tiene que adoptar necesariamente una forma o tipo mercantil
(mercantilidad objetiva [arts. 119 y 122 C. de C.]). El sujeto que nace de ese contrato de
sociedad es siempre un comerciante , pues desarrolla una actividad mercantil de forma
habitual (mercantilidad subjetiva [arts. 1.1 y 2 C. de C.]).

(ii) Una sociedad que se dedique a una actividad civil (p. ej., auditoría, consultoría,
explotación artesanal, etc.) puede adoptar bien una forma civil, o bien una forma
mercantil (sociedad mixta; mercantilidad objetiva). El sujeto que nace de ese contrato no
será en ningún caso un comerciante .

(iii) No obstante lo anterior, serán siempre comerciantes, con independencia de cuál sea
su actividad u objeto, las personas jurídicas que nazcan de los siguientes tipos
societarios: sociedad anónima, sociedad de responsabilidad limitada, agrupación de
interés económico, sociedad de garantía recíproca y sociedad comanditaria por acciones
(mercantilidad por razón de forma).

E. Régimen jurídico de la sociedad mixta


Para cerrar el tratamiento de la cuestión de la mercantilidad, hay que determinar cuál
es el régimen jurídico de las sociedades mixtas o sociedades civiles con forma mercantil.
Éstas se rigen por las reglas de los tipos societarios del Código de Comercio que adopten .
En concreto, si han acogido la forma de sociedad colectiva, les serán de aplicación las
reglas de este tipo societario. Ahora bien, como ya hemos señalado, las sociedades
mixtas son sujetos civiles y por ello, deberán quedar sustraídos del estatuto del
comerciante. Éstas son precisamente «las reglas que se oponen a lo dispuesto en este
Código (civil)» cuya aplicación expresamente se excluye en el artículo 1670 del Código
Civil. En concreto, ello significa que las sociedades mixtas no vendrán obligadas a
inscribirse en el Registro Mercantil, ni deberán observar el deber de llevanza de
contabilidad, etc.

6. LA CUESTIÓN DEL NUMERUS CLAUSUS DE LOS TIPOS SOCIETARIOS MERCANTILES

El Código de Comercio dispone que «por regla general» las compañías mercantiles se
constituirán adoptando alguna de las formas siguientes: 1) regular colectiva; 2) la
comanditaria simple o por acciones; 3) la anónima; 4) la sociedad de responsabilidad
limitada. La duda que plantea esa norma es si los socios en ejercicio de la libertad
contractual pueden crear tipos mercantiles distintos a los anteriores, lo que es tanto
como preguntarse si en nuestro sistema jurídico existe un numerus clausus o un
numerus apertus de tipos societarios. La doctrina más autorizada se decanta por el
principio del numerus clausus , ya que desde el punto de vista de la seguridad del tráfico,
el principio de numerus apertus resulta altamente perturbador. En efecto, del mismo
modo que con los derechos reales, si se permitiese la invención de nuevos tipos sociales
los terceros con los que la sociedad contrata o en general entra en relación no sabrían a
qué atenerse, en especial en cuanto a su régimen de responsabilidad: la proliferación de
figuras societarias nuevas generaría una confusión tal en el tráfico societario que lo
colocaría al borde del colapso. En contra de ello no puede invocarse la expresión «por
regla general...» utilizada en el artículo 122 del Código de Comercio, mención debe
interpretarse en el sentido de permitir la constitución de sociedades con arreglo a tipos
distintos de los tipos universales allí mencionados pero que gocen de reconocimiento legal,
esto es, que sean formas típicas . Así, no habrá ningún problema para constituir
sociedades bajo la forma de tipos particulares que no se mencionan en el artículo 122
del Código de Comercio pero que se recogen en otras leyes, como la agrupación de
interés económico, sociedad de garantía recíproca, etc.; pero sí que lo habrá para crear
ex novo un tipo societario distinto. Ya dentro de las formas típicas, la elección de una u
otra vendrá determinada por las conveniencias, las circunstancias y las preferencias de
los socios. Eso sí, el corsé de tener que elegir un tipo social preestablecido se contrapesa
por la libertad de configuración interna del tipo elegido, de forma que si bien es cierto
que la autonomía de la voluntad no puede crear tipos nuevos, es igualmente cierto que
la organización interna de los mismos, aspecto que sólo interesa y afecta a los socios
(cfr. art. 1255 CC), es de una maleabilidad y disponibilidad total; por ejemplo, en cuanto
al reparto de beneficios, reglas de adopción de acuerdo, peso y poder de cada socio
dentro de la sociedad, etc. Eso sí, con los límites lógicos de las normas imperativas de la
contratación dirigidas generalmente a la protección de partes débiles (p. ej., pactos
leoninos, art. 1696 CC).

7. LAS SOCIEDADES IRREGULARES

Llamamos sociedad irregular a la que no cumple con la obligación de constituirse en


escritura pública e inscribirse en el Registro Mercantil, tal como se establece en el
artículo 119 del Código de Comercio. El problema que plantea este tipo de sociedad está
en determinar si tiene personalidad jurídica o no. La respuesta entendemos que ha de
ser afirmativa puesto que, como se vio, la publicidad no tiene virtualidad para atribuir
personalidad jurídica a ninguna sociedad, incluidas las mercantiles; ésta depende, en
última instancia, de la voluntad de los socios manifestada en el contrato. Pero es que,
además, negar la personalidad jurídica de la sociedad irregular perjudica precisamente
a quienes supuestamente se pretende beneficiar (a los terceros). En efecto, si se
mantiene que la sociedad carece de personalidad jurídica habría que entender que los
actos celebrados entre la sociedad y los terceros serían nulos (art. 118 C. de C., a
contrario ) y que sólo se podría exigir responsabilidad a los administradores por lo
actuado, pues la sociedad no tendría patrimonio propio con el que responder (art. 120 C.
de C.). Una lectura sin prejuicios del derecho vigente, en concreto del artículo 116 del
Código de Comercio avala esta argumentación: la sociedad mercantil, una vez
constituida, tendrá personalidad jurídica. En contra no se puede invocar la referencia
de ese mismo precepto a la constitución «con arreglo a las disposiciones de este código» .
Como sabemos, en esa mención no se está aludiendo a la observancia de las
«formalidades» contempladas en el artículo 119 del Código de Comercio ( v. gr.: escritura
pública e inscripción en el registro mercantil), sino, más bien, a la adopción de uno de
los tipos societarios previstos en el mismo (v. supra I.2). Y ésta es también la solución
que se ha seguido en la legislación especial para las sociedades de capital y las
agrupaciones de interés económico no inscritas (arts. 36 y ss. LSC y arts. 1 y 22 LAIE).

En realidad, la no inscripción en el Registro Mercantil de una sociedad sólo plantea un


problema de falta de publicidad . De ahí que la no inscripción de las sociedades
mercantiles tenga unas consecuencias particulares vinculadas a esa falta de publicidad: la
primera, respecto de los pactos no inscritos [v. infra a) ]; la segunda, respecto de la
responsabilidad de los gestores [v. infra b) ].

a) La consecuencia fundamental de la no inscripción es la inoponibilidad de los pactos


sociales . Ésta se explica por el juego del llamado principio de publicidad negativa: los
actos sujetos a inscripción no inscritos (y no publicados en el BORME) no será oponibles
a los terceros de buena fe (art. 21.1 C. de C.). En el caso concreto de las sociedades
irregulares, no serán oponibles a los terceros de buena fe los contenidos del contrato que
se desvíen del régimen dispositivo del tipo social . Se protege así la apariencia que el
silencio del Registro deja subsistir. Así sucede si en una sociedad colectiva irregular se
atribuye a uno solo de los socios la administración social. Este pacto no tendrá eficacia
alguna frente a terceros de buena fe, pues no es público y los terceros no tienen medio
de conocerlo. Frente a ellos operará la regla dispositiva del Código de Comercio que
atribuye la administración de la sociedad a todos los socios (art. 129 C. de C.).

b) También el régimen de responsabilidad de los gestores se hace más riguroso en las


sociedades irregulares . En efecto, la no inscripción de la sociedad en el Registro
Mercantil activa la responsabilidad solidaria (entre ellos y con la sociedad) de los
administradores por la actuación de la sociedad en el tráfico (arts. 120 C. de C., 32.1 LSC
y 7.2 LAIE). Esta respuesta del ordenamiento se explica desde dos razones: necesidad de
proteger a los terceros que se relacionan con sujetos no inscritos y necesidad de
incentivar la inscripción de las sociedades. Esta responsabilidad no es sustitutiva de la
correspondiente a la sociedad, sino añadida o adicional respecto de la que asumen la
propia sociedad y sus socios.

III. LA PERSONALIDAD JURÍDICA DE LAS SOCIEDADES MERCANTILES

8. LOS ATRIBUTOS DE LA PERSONALIDAD JURÍDICA

A. Concepto de personalidad jurídica


Ya sabemos que la personalidad jurídica de las sociedades nace con la perfección del
contrato de sociedad. Ahora bien, sólo de forma metafórica se puede decir que nazca o
surja un nuevo sujeto de derecho. En rigor, lo que hace el derecho es que ad extra se
aúne la actuación de las personas físicas que forman parte de la sociedad y ad intra se
produzca la separación del patrimonio de los socios a favor de uno común (art. 38 CC).
La personalidad jurídica no pasa de ser en realidad más que un mecanismo de imputación
de derechos y obligaciones que siempre desemboca en los únicos y verdaderos sujetos de
Derecho que pueden existir, los seres humanos. Así, en el ejemplo planteado al inicio, el
grupo recibe la calificación pero es realmente cada alumno quien la ve reflejada en su
expediente. El uso del concepto «persona jurídica» simplemente es una forma de ahorro
lingüístico.

De ahí que en gran medida hablar de los atributos de la persona jurídica no sea más que
una forma de hablar antropomórfica, ciertamente muy expresiva pero que
técnicamente presenta, como se verá, sus limitaciones.

B. Denominación social

El primer atributo de la personalidad jurídica es la denominación social. La


denominación tiene una función identificadora y habilitadora: permite identificar al
grupo y, a la vez, le permita actuar como tal en el tráfico externo. La regulación
detallada de los requisitos formales y materiales que han de reunir las denominaciones
sociales se encuentra en las respectivas normas que regulan cada tipo social y, en el caso
de las mercantiles, en el Reglamento del Registro Mercantil.

(i) Requisitos formales . Para garantizar su función de identificación, la configuración de


la denominación se somete a tres principios: unidad, visibilidad y novedad. La sociedad
sólo puede tener un nombre o denominación, que deberá estar formado por letras o
números para que sea susceptible de expresión en el lenguaje oral o escrito. El principio
de novedad se instrumenta a través de la prohibición de identidad en lo sustancial (p. ej.,
Valencia Cementos/Cementos Valencia; Refrescos Coca-Cola/Coca-Cola; Cerámicas San
José/Cerámicas de San José; Smith/Esmiz, etc.). En este punto la mera semejanza entre
denominaciones no basta. Tampoco cabe apreciar identidad entre denominación social
y nombre comercial coincidentes. El titular de la denominación, como el titular del
nombre civil, no puede verse privado de ésta porque un sujeto lo haya registrado
previamente como marca o como nombre comercial (ver sobre esto Lección 8.ª).

(ii) Requisitos materiales . Los requisitos materiales de la denominación social varían


según estemos ante una denominación objetiva (formada con expresiones elegidas
arbitrariamente) o subjetiva (formada con nombres de personas físicas). La composición
de las denominaciones subjetivas se rige por el principio de voluntariedad. Eso significa
que el nombre o el sobrenombre de una persona natural sólo puede pasar a formar
parte de una denominación cuando aquélla lo haya consentido (art. 401 RRM). El
consentimiento se presume prestado cuando la persona natural cuyo nombre se integra
en la denominación es miembro de la sociedad. Si la sociedad es personalista, la pérdida
de la condición de socio exige retirar el nombre. Si es sociedad de capitales, la retirada
del nombre sólo será posible cuando el socio saliente se haya reservado tal derecho (art.
401.2 y 4 RRM). La composición de las denominaciones objetivas exige que éstas sean
congruentes con los principios del ordenamiento y las normas de corrección social ( v.
gr.: no ofender a la ley, al orden público o a las buenas costumbres [art. 404 RRM]).
Además, las denominaciones no pueden aprovecharse de expresiones dotadas de valor
oficial, ni pueden inducir a error en la naturaleza de las entidades ( v. gr.:
denominaciones que hagan referencia a una actividad no incluida en el objeto social).

Para asegurarse de que en la práctica se observan los principios establecidos, el


Reglamento del Registro Mercantil adopta una serie de cautelas: obligación de obtener
del Registro Mercantil central certificado que garantice su originalidad, prohibición de
que se autoricen escrituras societarias sin aportar esa certificación, etc. Si se infringen
tales reglas, la denominación será nula, pero no lo será la sociedad –v., no obstante, la
disp. adic. XVII de la Ley 17/2001, de 7 de diciembre, de Marcas, que establece la
disolución de pleno derecho de la sociedad cuando haya una sentencia judicial que
imponga el cambio de denominación por violación de un derecho de marca–.

C. Nacionalidad

La nacionalidad en el ámbito de las personas jurídicas tiene el significado particular de


actuar como mecanismo de selección de normas aplicables al contrato de sociedad tanto
en su dimensión obligatoria como en su dimensión organizativa (lex societatis) . Así,
decir que una sociedad es española no es más que indicar que esa sociedad se rige por el
derecho español del tipo social correspondiente.

El criterio para la atribución de la nacionalidad a las sociedades es el de la constitución:


la sujeción a la ley española viene determinada por la constitución de la sociedad con
arreglo a las normas españolas (arts. 28 CC y 15 C. de C.), lo que sólo exige que su
domicilio estatutario o formal esté en España, con independencia de dónde tenga la
sociedad su centro efectivo de explotación o administración. Así, una sociedad
constituida en Vigo, con sede estatutaria en esa ciudad pero administración en Oporto
deberá será una sociedad española sometida a nuestro derecho. Dicho esto, hay que
reconocer que gran parte de la doctrina entiende que la nacionalidad de las sociedades
anónimas y a las sociedades de responsabilidad limitada se atribuye en atención al
criterio del domicilio efectivo o sede real . Según éste sólo serían españolas aquellas
sociedades que no sólo tengan su domicilio estatutario en España, sino además su
domicilio efectivo o sede real en territorio español, o lo que es lo mismo, aquéllas cuyo
principal centro de explotación se encontrara en España (arts. 8 y 9 LSC). Sin embargo,
esta solución no es admisible al chocar con los principios de derecho comunitario. En
efecto, si la legislación especial optara por el modelo del domicilio o sede real, sus
preceptos deberían considerarse materialmente derogados por las normas de Derecho
comunitario (arts. 43 y 48 del Tratado de Amsterdam, antes 52 y 58 TCEE). Así lo
confirma el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (sentencias «Centros»
«Inspire Art» y «Uberseering»), según las cuales el artículo 58 del Tratado de las
Comunidades Europeas exige el reconocimiento por los Estados miembros de las
sociedades válidamente constituidas con arreglo al Derecho de cualquier otro Estado
miembro, con independencia de su domicilio efectivo o sede real y sin que el interés
general pueda justificar la denegación de tal reconocimiento. Así, una sociedad
constituida en Alemania, con domicilio estatutario en Berlín pero sede real en Mallorca
será una sociedad alemana y se deberá reconocer como tal. De acuerdo con esta
exigencia, los artículos 8 y 9 de la Ley de Sociedades de Capital han de ser releídos en
función del criterio de la constitución y reservados, si acaso, a aquellos supuestos
excepcionales en los que la sociedad anónima y la sociedad de responsabilidad limitada
realizan todas sus actividades económicas en nuestro país y, por lo tanto, carezcan de
todo rasgo de internacionalidad (pseudo-foreign companies) . Se evita así el fraude de ley
que supondría someter a Derecho extranjero un contrato de sociedad sin que exista
elemento alguno de internacionalidad en el mismo. Y no obstante, incluso en este último
caso, el Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea parece haberse inclinado en el
caso «Inspire Art» de 2003 por aplicar incluso a estas falsas sociedades extranjeras la ley
de constitución.

D. Domicilio

La sede de las sociedades es el lugar elegido contractualmente por las partes para
localizar su actividad jurídica y a él anuda el ordenamiento múltiples funciones (p. ej.,
lugar de cumplimiento de las obligaciones [art. 1171.II CC], el lugar de reunión de la
asamblea o de otros órganos sociales [art. 175 LSC], etc.). El domicilio ha de consignarse
en el contrato de sociedad y referenciarse en toda su documentación (art. 24 C. de C.). El
domicilio no es sólo una población o término municipal; es una finca o lugar concreto
donde se sitúa la sede social (no obstante, v. STS de 9 de marzo de 1994). Los principios
que rigen la determinación del domicilio son tres: territorialidad, unidad y libertad.

(i) Principio de territorialidad . De acuerdo con el principio de territorialidad, el


domicilio estatutario de una sociedad española –esto es, constituida conforme a derecho
español– ha de estar localizado en España (arts. 9 LSC; y 3 LGC, etc.). Esta exigencia
decae en los supuestos de existencia de un convenio internacional vigente en España
que autorice a nuestras sociedades a trasladar el domicilio a otro país manteniendo su
nacionalidad (arts. 92 y 93 LME y 20.2 y 379 RRM). Excepcionalmente pueden entonces
existir sociedades españolas con domicilio fuera de España (art. 94 LME) y, a la inversa.

(ii) Principio de unidad . En virtud del principio de unidad, la sociedad tiene vedada la
posibilidad de establecer varios domicilios (art. 41 CC; art. 9 LSC; art. 3 LGC, etc.). El
tráfico jurídico requiere de certidumbre acerca de la localización de las actividades de
las sociedades. Además, las funciones que está llamado a desempeñar el domicilio son
incompatibles con la posibilidad de desdoblamiento (p. ej., determinar la competencia
registral [art. 17 RRM]). Tampoco cabe admitir los domicilios rotatorios , pues contradice
el principio de estabilidad que responde a las mismas exigencias de certeza que el de
unidad.

(iii) Principio de libertad . En virtud del principio de libertad, los socios pueden fijar el
domicilio social en función de su conveniencia y sin estar vinculados por la necesidad de
coincidencia del domicilio social con un centro de intereses efectivos de la sociedad
(domicilio real). No obstante, en caso de divergencia entre el domicilio real u operativo y
el domicilio estatutario «los terceros podrán considerar como domicilio cualquiera de
ellos» (art. 10 LSC). Este criterio es aplicable a cualquier sociedad (v. SSTS de 29 de
marzo de 1967 y 28 de noviembre de 1998).

9. LOS LÍMITES DE LA PERSONALIDAD JURÍDICA

Mantener a ultranza la separación entre socios y sociedad puede conducir a situaciones


que repugnan al sentido jurídico. El argumento de que los socios son terceros extraños
respecto de la sociedad al gozar ésta de personalidad jurídica independiente no puede
servir de pretexto para la consumación de ningún fraude. Por ello, doctrina y
jurisprudencia han reconocido la necesidad en esos casos de levantar el velo, esto es,
desconocer la personalidad jurídica . Sin embargo, lo cierto es que para solucionar estos
casos no hace falta levantar el velo. Bastará con analizar la finalidad de la regla objeto de
aplicación para concluir que resulta extensible a la sociedad (art. 1258 CC). Esto es lo que
llamamos extensión de la imputación , así, por ejemplo, entenderemos que se viola la
prohibición impuesta a los extranjeros de comprar determinados terrenos en territorio
nacional cuando son adquiridos por una sociedad española de la que forman parte
exclusivamente tres socios alemanes. En otros casos, en particular cuando los socios no
responden por las deudas de la sociedad, como en las sociedades de capital, hay que
extender a los socios la responsabilidad por dichas deudas. Entonces habrá que acudir a
fundamentos autónomos de responsabilidad. Esto es lo que llamamos extensión de
responsabilidad . La doctrina reconoce la existencia de cuatro fundamentos autónomos
en los que apoyar esta extensión de responsabilidad: (i) infracapitalización , que se
produce cuando una sociedad opera con un capital manifiestamente menguado para el
objeto social que practica, pero, en rigor, sólo legitima la extensión de la responsabilidad
frente a aquellos acreedores que no han podido anticipar y neutralizar en sus contratos
tal situación, p. ej., exigiendo una garantía (acreedores extracontractuales y acreedores
ignorantes, básicamente); (ii) confusión de patrimonios , que tiene lugar cuando el único
socio o la sociedad dominante tienen confundido o mezclado su patrimonio con el de la
sociedad por haber contravenido las obligaciones contables que aseguran la
conservación del capital (arts. 25 y 28 C. de C.); (iii) confusión de esferas , que se produce
cuando se desdibuja hacia fuera la separación entre la sociedad o el socio utilizando, por
ejemplo, adoptando nombres similares, utilizando las misma oficinas, etcétera y se crea
la apariencia frente a terceros de que quien actúa es el socio; y (iv) dirección externa o
dominación , que se manifiesta cuando de hecho, una sociedad no es gestionada por sus
órganos, sino directamente por los órganos de la sociedad dominante o, en su caso, el
socio de control. Con todo, ha de observarse que éste es un supuesto más problemático,
como tendremos ocasión de comprobar con más detalle al analizar los grupos de
sociedades (v. infra , Lección 28).

10. LAS CUENTAS EN PARTICIPACIÓN

A. Caracterización

Las cuentas en participación (art. 239 C. de C.) son el único tipo de sociedad interna que
conoce el Derecho Mercantil. Se trata de una fórmula asociativa entre empresarios
individuales o sociales que hace posible el concurso de uno de ellos (el partícipe) en el
negocio o empresa del otro (gestor), quedando ambos a resultas del éxito o fracaso del
último. Su condición de sociedad no ofrece dudas: el fin común perseguido es la
obtención de ganancias mediante la explotación del negocio del gestor y ambas partes
contribuyen a su consecución. Por lo que respecta al origen negocial, éste se encuentra
fuera de toda duda a la vista de lo dispuesto en los artículos 239 a 243 del Código de
Comercio.

La cuenta en participación es un tipo mercantil , no por razón de la materia, sino de los


sujetos. En efecto, del artículo 239 del Código de Comercio se desprende que las cuentas
en participación son mercantiles y, por tanto, sujetas a la disciplina del Código de
Comercio, siempre que se constituyan entre comerciantes. No vemos, sin embargo,
dificultad para que se recurra a ellas en el tráfico civil, creando una forma análoga
usando de la libertad contractual o utilizando las mismas cuentas para posibilitar que
un tercero no comerciante se interese en la actividad de un profesional liberal, por
ejemplo.

B. Constitución y efectos

El Código de Comercio sigue el principio de libertad de forma en la constitución de las


cuentas en participación. Por lo demás, las partes gozan de la más amplia libertad para
establecer las condiciones de la relación.

En la esfera interna , las relaciones patrimoniales se asientan sobre el deber de


aportación. El partícipe queda obligado a entregar al gestor o dueño del negocio el
capital convenido que podrá consistir en dinero o bienes y lo aportado pasa al dominio
del gestor, salvo que otra cosa se diga en el contrato. No se crea, por tanto, un
patrimonio común entre los partícipes. El gestor, por su parte, vendrá obligado: (i) a
gestionar el negocio con la diligencia de un buen comerciante y, aunque el Código no lo
diga responderá del dolo y de la culpa lata pues la gestión se hace en interés ajeno, como
en las sociedades personalistas; (ii) a rendir cuentas de su gestión y a liquidar al
participe en la proporción que se haya convenido al cierre del ejercicio (art. 243 C. de
C.). Si nada se pacta será anualmente. En cuanto a la esfera externa , la cuenta en
participación no da lugar a la creación de un ente jurídico con personalidad; por ello
tampoco trasciende a las relaciones con terceros.

C. Extinción

No están previstas en el Código las causas de extinción de las cuentas, pero dada su
naturaleza societaria serán de aplicación las reglas sobre disolución de sociedades (art.
1700 CC y concordantes). A título de ejemplo pueden indicarse las siguientes: mutuo
disenso, transcurso del tiempo señalado en el contrato, muerte o incapacidad del socio
gestor, de no existir pacto de continuar la cuenta con sus herederos, quiebra del socio
gestor en razón a su inhabilitación para el ejercicio del comercio subsiguiente a la
misma, etc. La extinción de la relación jurídica de cuentas en participación implicará, en
todo caso, la liquidación de ésta conforme a lo convenido en el contrato.

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