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Arde Bogotá
Dedicatoria
Agradecimientos
Capítulo-1
Capítulo-2
Capítulo-3
Capítulo-4
Capítulo-5
Capítulo-6
Capítulo-7
Capítulo-8
Capítulo-9
Capítulo-10
Capítulo-11
Capítulo-12
ARDE BOGOTÁ
Un abrazo a todos.
AGRADECIMIENTOS
Valentina.
Nadie salió del sótano cargando con otra de la grandes
bolsas de basura. Su caminar desigual, apoyado en su bastón,
contrastaba con la facilidad con la que transportaba su pesada
carga. Nadie introdujo la bolsa en la furgoneta y renqueó
hasta la cabina del vehículo. Se subió con dificultad al alto
asiento, cerró la puerta y arrancó. El vehículo se perdió en la
noche húmeda de Bogotá y Roto decidió que había llegado el
momento de dormir. No cerró la ventana de su cuarto, desde
la que se veía un pedazo quebrado del cielo. Segundos antes
de ceder ante el sueño pensó que, quizá, contemplaba por
sobre ella.
Roto sintió un dolor agudo en el pecho y se olvidó de la
capa. Por un momento creyó que una de aquellas flechas le
había acertado a él mismo, pero el dolor se extendió por su
brazo izquierdo hasta alcanzar la mano. Roto echó la cabeza
hacia atrás y alzó la vista al cielo. A través del manto
desgarrado observó el tejado del edificio vecino. Un gran
cartel rojo y amarillo anunciaba la mejor cerveza de
Colombia, la Poker. Roto observó sus zapatillas verdes, con la
mancha marrón a la que se le unía una reciente y roja, sangre.
Era la misma escena que había contemplado en el cuadro de
Nadie.
El dolor se hizo más agudo. Sentía una opresión en el
pecho que se irradiaba hacia sus extremidades. Le costaba
respirar y se sentía débil, desvalido. Roto era consciente de
que le estaba dando un infarto. Escuchó gritos y ruidos de
pelea, pero apenas podía moverse, sabía que su maltrecho
corazón estaba dando sus últimos latidos.
Roto se moría, tal y como había visto en el cuadro de
Nadie.
Capítulo 5
Lo primero que vio Roto al abrir los ojos fue una roca
ardiente que caía desde el cielo y que amenazaba con
aplastarlo. Tardó varios segundos en darse cuenta de que
aquel meteorito, o lo que quiera que fuese, no era una
amenaza real, sino que estaba pintado en el techo de la
inmensa cúpula en la que se encontraba. Roto tenía el torso
desnudo y estaba tumbado sobre una superficie dura y fría.
Trató de levantarse pero sus manos estaban sujetas por unas
firmes ataduras que le impedían moverse, así como sus
tobillos. Roto estaba tumbado sobre el altar de mármol que
ocupaba el centro de la estancia abovedada.
Una sombra se cernió sobre él. Era Nadie, que lo miraba
con los ojos enrojecidos y respiraba agitadamente. El pintor
vagabundo portaba un cuchillo de un metal azulado que
emitía un ligero brillo. Iba desnudo, a excepción de un calzón
andrajoso que le cubría sus partes, y su piel estaba decorada
con unas extrañas runas pintadas de una sustancia espesa de
color rojo. Tenía una expresión en su rostro que a Roto le
recordó a Selene. Nadie rezumaba locura.
—¿Por qué me has… atado? —dijo Roto.
—Es la única salida.
—¿De qué estás hablando?
—De la salvación, de evitar que suceda la catástrofe —dijo
Nadie, quien se acercó al altar con el cuchillo en alto. Sus ojos
estaban perdidos en algún lugar lejano.
—Me estás asustando.
—No tengas miedo —. Nadie se agachó a su lado y le dio
un beso en la frente—. Sólo será un instante.
Nadie pasó el filo del cuchillo azulado por el pecho de
Roto, a la altura del corazón. El joven sintió el frío contacto
del metal y se estremeció.
—¿Qué… qué vas a hacer?
—Lo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Nadie hundió un centímetro el cuchillo en el pecho de
Roto, que chilló por el dolor y el miedo.
—Por favor. Quiero vivir… no he podido avisar a
Valentina —suplicó Roto.
—He tenido una visión —susurró Nadie—. Para salvar el
mundo hace falta un gran sacrificio, la muerte de un inocente.
Me gustaría que hubiera otra forma, pero… no la hay.
Perdóname.
Una lágrima cayó por la mejilla de Nadie en el mismo
instante en el que hundía el cuchillo en el corazón de Roto.
Capítulo 8
que sucedía. La visión no era nítida, pero Roto pudo ver como
un hombre con gabardina se adelantaba hasta quedar a
menos de un metro de Nadie. Entonces el pintor bajó los
brazos y unas sombras enormes surgieron a ambos lados de
Nadie. Roto percibió la duda y el miedo en los miembros de la
hermandad. Sintió los gritos, sintió una vibración en el aire y
supo que había sido provocada por veinte ballestas al
disparar. El cuerpo de Nadie recibió los impactos y se movió
como una marioneta descontrolada y cayó de rodillas. Las dos
sombras inmensas se mantenían a ambos lados de Nadie. Roto
estaba indeciso. Percibía, con sus asombrosas nuevas
habilidades, que la energía vital de Nadie estaba al mínimo.
Tenía que ayudarle. Roto agarró con fuerza el bastón de
Nadie, su instinto le decía que podía utilizarlo contra los
hombres de la hermandad. Se disponía a salir del agua cuando
un grito mudo le perforó el cerebro.
—¡Márchate! —. Era la voz de Nadie.
Roto se hundió un metro más en el agua y entonces fue
consciente de que llevaba más de un minuto sin respirar y
supo con toda certeza que ni siquiera necesitaba hacerlo.
También se dio cuenta de que podía ver bajo el agua turbia y
oscura. El corazón de Nadie había obrado un cambio
milagroso en él. Entonces la energía de Nadie aumentó de
manera abrupta. En pocos segundos el pintor vagabundo
recuperó su energía que siguió creciendo de forma
exponencial. Roto vio como Nadie se erguía y se iluminaba
con luz propia lo que provocó los gritos de los hombres de la
hermandad. Más virotes de ballesta impactaron en el cuerpo
de Nadie, pero esta vez ni se inmutó. El brillo se hizo tan
lentamente.
—Al suelo —gritó el de la pistola con fuerte acento
costeño.
—No les quiero hacer daño. Sólo he venido a hablar con
Valentina.
—Es el pelao loco que vino a joder el otro día.
—Hijueputa —dijo el de la pistola—. Al suelo o te reviento.
Roto tragó saliva. No por miedo, sino porque había oído
esa misma frase hacía unas horas. La pistola que llevaba el
guardia de seguridad era la que había visto en su cabeza.
—Ya vas a ver, maricón.
El guardia alzo la porra y trató de golpear a Roto, que se
hizo a un lado y esquivó el golpe con facilidad. Roto tuvo la
impresión de que el hombre se movía a cámara lenta. Sin
apenas esfuerzo sujeto la mano de su oponente y apretó. El
guardia gritó y dejó caer la porra.
—Te voy a llenar de plomo, careverga —dijo el costeño.
El hombre apuntó con el arma pero antes de que pudiese
disparar Roto lo embistió y lo lanzó contra el muro que
rodeaba la propiedad. De nuevo lo hizo sin esfuerzo como si
moverse a la velocidad del rayo y lanzar a un tipo de más de
cien kilos a tres metros de distancia fuera un juego de niños.
Ni siquiera tuvo que usar el bastón de Nadie. Se sentía
invencible, podría hacer frente a cualquier reto y evitar la
amenaza de los hombres de la hermandad. Acabaría con ellos,
salvaría la ciudad y vengaría a Nadie.
Roto sintió la presencia de Valentina muy cerca. Alzó la
vista y la vio en la ventana del segundo piso. La joven había
sido testigo del incidente de Roto con los guardias y lo miraba
asombrada. Los ojos de la chica reflejaban reconocimiento.
Roto sonrío y el corazón se le llenó de júbilo.
De pronto una luz intensa surcó el cielo y se produjo una
tremenda explosión en la distancia. Roto miró hacia arriba y
contempló con horror como una lluvia de bolas de fuego se
precipitaba sobre la ciudad.
—¡Hijueputa vida! —dijo un guardia y echó a correr por el
jardín.
A pesar de que Roto sabía que aquello iba a suceder no
pudo dejar de asombrarse. Los meteoritos se estrellaban
contra los edificios y los derribaban como si fueran castillos
de naipes. Las explosiones destellaban por todas partes.
por los aires y cayó al suelo varios metros más allá. Roto
apenas podía respirar, sentía como si se hubiera quebrado por
dentro. Antes de que pudiera levantarse una sombra alada
descendió sobre Roto, que rodó hacia un lado guiado por el
instinto. Un pie desnudo se hundió en la tierra medio metro,
justo en el lugar en el que, milésimas de segundo antes, se
hallaba la cabeza de Roto.
El joven aguantó el dolor y apeló a toda su energía. Se
levantó y lanzó un rapidísimo tajo lateral dirigido a la cintura
de su oponente. Anakias esquivó el ataque con elegancia y
FIN
Capítulo 2
Capítulo 3
es la historia.
Capítulo 4
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pareció extrañarle.
—¡Bah! Francia no será un problema. Les aplastaremos
igual que hemos hecho con los checos —dijo el comandante
Keiler—. París está a tiro de piedra de nuestros tanques.
—Puede, pero ¿qué me dice de Inglaterra? —dijo Rudolf—.
Los tanques no pueden cruzar el mar hasta Londres. Los
ingleses tienen la mejor fuerza aérea del mundo y sus aviones
arrasarán nuestras ciudades de nuevo.
—Tonterías. La Luftwaffe dispone de los mejores aviones
del mundo. Les haremos papilla antes de que asomen sus
ridículas hélices por nuestro territorio —replicó Keiler con
desprecio.
—El señor Mayer ha señalado un punto importante, su
aviación pueden hacernos mucho daño, pero si uno controla
el cerebro no tiene que preocuparse por las manos —dijo el
teniente Wolf—. Créame, Rudolf, existen otras formas de
tomar Londres que a base de cañonazos.
—¿Está hablando del batallón Fantasma? —preguntó
Reynar Vogts, un próspero terrateniente. Reynar tenía
familiares bien posicionados en el ejército alemán y le
gustaba exhibir sus conocimientos, aunque casi siempre
fueran erróneos— ¿Es cierto que existe un contingente de
doscientos mil hombres ocultos en algún lugar de Europa,
esperando para cruzar el canal de la Mancha y asediar
Londres? Hay gente que jura haberlos visto en los hayedos de
los Cárpatos, al norte de Praga.
—Si semejante batallón existe debe de estar formado por
hombrecillos verdes de diez centímetros de alto —bromeó el
teniente Wolf—. Ocultar una fuerza así a los servicios de
inteligencia de medio mundo es una tarea solo al alcance del
mago Merlín. Pero no creo que el rey Arturo nos lo preste,
¿no creen? Es británico.
La gente rio a su alrededor. En toda Europa circulaba la
misma leyenda sobre el batallón fantasma, pero no había
ningún dato creíble al respecto. Era uno más de los rumores
que surgían en tiempos prebélicos. La conversación derivó
hacia temas más prosaicos, batallones, escuadrones, logística
e intendencia, asuntos que no despertaban ningún interés en
Rudolf, que fumaba en silencio.
Un estruendo se escuchó al otro lado de la pared del
salón.
—¿Qué demonios ha sido eso? —dijo el comandante
Keiler.
—Aquí, señor —informó uno de los soldados de la escolta,
que señaló unas rendijas de ventilación.
El ruido se repitió, seguido de un murmullo de voces.
—¿Qué hay ahí detrás? —preguntó el comandante Keiler.
Rudolf tardó unos segundos en contestar. Tenía un mal
presentimiento.
—La sala de la vajilla.
—¿Cómo se accede a ella?
Las malas sensaciones fueron en aumento. Su hijo era un
joven osado e irresponsable. No era descabellado pensar que
estaba detrás del incidente, pero no podía permanecer en
silencio ni tampoco mentir, solo empeoraría las cosas.
—Desde esa puerta —dijo, con aparente normalidad.
—¡Inspeccionen la sala! —rugió el comandante.
Capítulo 5
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