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Lecciones

psicoanalíticas
sobre
MASCULINO
Y
FEMENINO
Paul-Laurent
Assoun

Nueva Visión
C olección F reud 0 L acan
D irigida por Roberto H arari
Paul-Laurent Assoun

Lecciones psicoanalíticas
sobre
MASCULINO
Y FEMENINO

Ediciones Nueva Visión


Buenos Aires
Assoun, Paul-Laurent
Lecciones psicoanalíiticas sobre masculino y femenino - 1- ed. -
Buenos Aires: Nueva Visión, 2006
128 p.; 20x14 cm. (Freud 0 Lacan)
Traducción de Viviana Ackerman
ISBN 950-602-536-3
1. Pasicoanálisis I. ASckerman, Viviana, trad. II. Título
CDD 150-195

Título del original en francés:


Legons psychanalytiqu.es sur M asculin et Fem inin
© Ed. Economica, 2005

Traducción de Viviana Ackerman

1.5.B.N.-10: 950-602-536-3
1.5.B.N.-13: 978-950-602-536-6

O 2006 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189)


Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que
marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed en Argentina
INTRODUCCIÓN

“Si nos fuera posible renunciar a n u e stra envoltura corporal


y u n a vez convertidos así en seres sólo pensam iento, proce­
dentes, por ejemplo, de otro plan eta, observar con la m irada
nueva y exenta de todo prejuicio las cosas terrenas, lo que
m ás ex trañaríam os sería, quizá, la existencia de dos sexos
que, siendo ta n sem ejantes, evidencian, no obstante, su
diversidad con signos m anifiestos.”1
Así form ula el creador del psicoanálisis la cuestión de la
diferencia sexual, en térm inos falsam ente o m ás bien sabia­
m ente ingenuos. P ara nosotros, “te rre s tre s ”, va de suyo que
hay hom bres y m ujeres. El género hum ano se compone de
dos m itades, y “la existencia de dos especies entre las
especies entre los hom bres” (clie E xislenz zweier Geschle-
chler unter den Menschen) es del orden de la evidencia. Ello
procede del hecho de que estam os arraigados en n u estra
corporeidad. Sugerencia notable: es el arraigo en la corporei­
dad (Leiblichkeit) lo que produce esta evidencia “prerreflexi-
va” de lo sexual. A p a rtir del m om ento en que existe la carne
(.Leib) hay lo “m asculino” y lo “fem enino” -m a n e ra de recor­
d ar que el cuerpo está sexuado, anclado en la sexuación y que
es a p a rtir de allí y por medio de esa brújula como el sujeto
se orien ta en el espacio. Dado que existe el cuerpo, lo sexual

] Freud, S., “Teorías sexuales infantiles” en Obras completas, Biblio­


teca Nueva, Madrid, 1981, t. n, p. 1263. G.W. VII, 174.
está presupuesto, ya que el arraigo corporal pre-supone la
diferencia sexual, confirm ada por la adhesión al cuerpo. Es
en tan to sexuados como somos de este mundo.
Lo cierto es que, si fuera posible desprenderse de esta
pertenencia corporal y ponerse en la m irada, como “seres
sólo pensam iento”, como en la prim era m añana del mundo,
este p lan eta en el que evolucionam os m ás bien d istra íd a ­
m ente, lo prim ero que nos s a lta ría a la v ista sería la
diferen cia sexual, ese “hecho fu n d am en tal” (G ru n d ta t-
sache) red escu b ierto como en un efecto de sorpresa.

U n a e v id e n c ia en ig m á tica

Así significa F reud dos cosas en un mismo impulso: por un


lado, que la oposición hom bres / m ujeres se plantea en parte
en este punto, a la m anera de un real prim ordial; por el otro,
rem ite a “u n a p u ra diferencia de pensam iento”. Por un lado
sa lta a la vista: “Masculino o femenino es la prim era diferen­
ciación que ustedes hacen al enfrentarse con otro ser hum a­
no...”;2 por el otro, nad a es m ás opaco, incluso abstracto: “la
m asculinidad o la fem inidad es un carácter desconocido”.
Es en tan to “diferencia de pensam iento” como, ju n to a la
clara diferencia hombres / m ujeres, surge la pareja “m ascu­
lino / fem enino”. E ste pasaje de lo sustantivo a lo adjetivo
constituye un punto de oscilación que abre toda una proble­
m ática: ju stam e n te va a aparecer que no todo lo masculino
está en el hombre, como tampoco lo femenino es el predicado
exclusivo de la m ujer. Es esto lo que, por de pronto, exige una
lógica de la sexuación.
¿A qué pensam iento corresponde entonces la dualidad de
lo m asculino y lo femenino, captada en su real inconsciente?
Tal es la preg u n ta que d espunta y que tiene consecuencias
clínicas incalculables: b asta recordar que la clínica analítica
en tera atestig u a una vacilación de esta evidencia bajo las

Freud, S., N uevas lecciones introductorias al psicoanálisis, Lección


XXXIII, en Obras Completas ob. cit., t. m, p. 3165; G. W. XV, 120.
form as de la neurosis, de la psicosis y de la perversión -sin
contar los momentos de “duplicidad sexual” que represen­
ta n las figuras de la hom osexualidad, del travestism o y de la
transex u alid ad - ¡en estos últim os casos el extraterrestre
eventualm ente podría dudar en cuanto a su identificación
del ser!
Si Freud recuerda esta in trig a es p ara subrayar que el
niño, por su lado, no se obsesiona con esto: en su “visión del
m undo” se opera la doble ecuación espontánea padre = hom­
bre, m adre = mujer; ahora bien, padre y m adre van de suyo
en la escena fam iliar; por lo tanto, el género hum ano se
re p a rte n atu ralm en te en dos m itades, tanto hem isferios del
m undo como del universo hum ano. Al menos es la posición
de p artid a del niño: luego, ese “hecho sexual” llegará a re­
velarse dram áticam ente problemático. Al punto que el sín­
tom a -bajo su forma m ú ltip le- es un testim onio de la
problem atización de esta dualidad y de sus efectos profun­
dos y activos. En efecto, revela que el sujeto “no se hace” tan
fácilm ente a e sta dualidad, de lo cual da pruebas su relación
sintom ática con la sexualidad.
Por lo dem ás, si la diferencia (Verschiedenheit) es flagran­
te, se observará que, en la formulación freudiana, no es
absoluta: los dos sexos tam bién son “idénticos” en cierta
m edida, lo que esboza la pregunta: ¿en qué m edida la
dualidad sexual redefine la unidad del hecho antropológico?
¿Acaso la “antropología” no está dividida en su entorno por
el “hecho sexual”?

La fu n c ió n m / f:
lo se x u a l y lo v iv ie n te

De hecho, es en el registro calificativo (mannlich vs weiblkh)


donde la pregunta encuentra el “saber del inconsciente”.
Por lo ta n to , este adjetivo e stá su stan tiv ad o como “m as­
cu lin id ad ” (M a n n lich k eit), en oposición a “fem inidad”
(W eiblichkeit o Fem initat).
Se hab lará, sustantivando el calificativo, de lo “Masculi­
no” (das M ánnliche), opuesto a lo “Fem enino” (das Weiblis-
che). Se observará u n a diferencia de régimen lingüístico: en
las lenguas germ ánicas, se pasa en una continuidad del
M ana al m annlich, del Weib al weiblich, m ientras que en las
lenguas rom ances, si se m antiene la continuidad en el pasaje
de la “fem enina” a lo “femenino”, se produce un desenganche,
del “hom bre” (homo) a lo “masculino” (masculinus). M uta­
ción del radical que podría constituir una indicación simbó­
lica.
De esta doble función, Freud designa lo que se pone en
juego en el otro extrem o de su trayecto, en una nota de uso
personal que perm aneció inédita durante mucho tiempo:
“E n cuanto al origen de Eros -posibilidad que con el naci­
m iento de lo viviente haya tenido lugar sim ultáneam ente
desagregación de sustancia m y f que, como lo presum e
P latón, quieren desde entonces reunirse. A unque no todo
encaja. O rigen de Eros y de la m uerte sería lo mismo. Pero,
¿de dónde proviene la sim ultaneidad de los dos aconteci­
m ientos?”3 Form idable esbozo de la cuestión, entregada en
estilo telegráfico, como si el creador del psicoanálisis conver­
sa ra consigo mismo en la an tesala de la m uerte acerca de
e sta perplejidad elem ental: la cuestión de lo viviente es
in sep arab le de la cuestión de lo sexual. Imposible plantear-
se la p reg u n ta por el origen de la vida sin chocar con la
cuestión del advenim iento de lo sexual a lo viviente. Pero éste
no es pensable sino en térm inos de corte y de “desagrega­
ción” - “sección” o “sexión” de donde surge esta dualidad m /
w (m annlich / weiblich)-, siendo un enigma la “sim ultanei­
dad de am bos acontecimientos”.
¿Cómo p en sar en últim a instancia la posibilidad de esta
irrupción de lo sexual en lo viviente? Si hay desagregación,
entonces Eros ha caído en la tram pa de Tánatos. M asculino
y fem enino están ubicados en el lugar estratégico de la
sección sexual. El propósito de las presentes Lecciones es
a tra v e sa r este enigm a y hacer oír la alusión freudiana final.

:i Nota del 22 de setiembre de 1938, citada por Ilse Grubrich-Simitis,


Les m anuscrita de Freud, PressesUniversitaires de France, 1997, p. 116.
El “hombrecito” sólo descubre esta ú ltim a cuestión, como
lo hemos visto y lo verificarem os sobre la m archa, en un
momento que decide de la suerte de su deseo. Es entonces
cuando se conecta con la cuestión del origen. Esto cae en el
momento adecuado: genus, género, es tam bién el origen.

Los “cu a tro d isc u r so s”:


lin g ü ístic a , b io lo g ía , so cio lo g ía ... p sic o a n á lisis

Todo esto constituye el meollo inconsciente del problema.


N ecesitam os retroceder an te e sta cuestión para ver proyec­
tarse en ella el m om ento analítico.
Digámoslo de entrada: el terreno e stá ta n minado que aquí
los discursos se exacerban. Empero, no h ay tre in ta y seis que
sean consistentes sobre la cuestión de lo masculino y lo
femenino. E sta está a tra p a d a en la lengua, en la sociedad, y
por últim o en la psique.
U na nota de los Tres ensayos sitú a el problema con
claridad: “H a de tenerse en cuenta que los conceptos ‘m ascu­
lino’ y ‘fem enino’, cuyo contenido parece ta n inequívoco a la
opinión vulgar, son, desde el punto de vista científico, ex­
trao rd in ariam en te complejos...”.4Toleran al menos tre s “di­
recciones”: un sentido de actividad y de pasividad, un senti­
do biológico y un sentido sociológico. Si se quiere denom inar
al prim ero “psicológico”, tam bién hay que convenir, como
Freud lo dirá b ru talm en te poco después a sus primeros
discípulos, que “[...] los conceptos d e ‘m asculino’y ‘femenino’
no valen nad a en psicología”5-¡a menos que la psicología no
valga nada p ara abordar la cuestión de lo masculino y lo
femenino! Todo ello parece hecho p ara d esalen tar también
toda referencia psicoanalítica. M ás bien hay que ponderar
este clivaje en tre “la opinión vulgar”, que se sitúa en él con
1 Freud, S., Tres ensayos para una teoría ,sexual, en Obras completas,
ob. cit., t. ii, p. 1223; G. W. V 121.
1 Sesión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena del 23 de febrero de
1910, en Les prem iers psychanalystes. M inutes de la Société psycha-
nalyíique de Vienne, Ediciones Gallimard, t. n, 1978, p. 422.
cierto confort y la cuestión que esto le abre al “punto de vista
científico”. ¡Es por la prueba de lo masculino y lo femenino
como la psicología se convierte en psicoanálisis! Luego se
verá cómo el psicoanálisis pone el pie en ese saco de nudos,
con F reu d en el rol de Tiresias que tra ta ría de no perder el
norte y de no p ag ar con alguna ceguera su clarividencia,
teniendo por única brújula el saber clínico del inconsciente...

La c u e s tió n gram atical:


el género
Tal vez h ay a que tom ar el im pulso más lejos aun o de m anera
m ás literal. Desde mucho tiempo antes de que el saber del
inconsciente se inm iscuyera en el asunto, lo masculino y lo
fem enino vienen trabajando su lengua. Por consiguiente,
hay que em pezar por abrir la gram ática. La lengua se topa
con la cuestión del género de las palabras. Se tra ta de la
clasificación morfológica de estas categorías gram aticales
que son los sustantivos y los pronombres (“él”, “ella”). Es el
género de las palab ras el que dicta las reglas de la “concor­
dancia” -¡con u n predominio masculino de la concordancia
en plural, prem onitorio de la dificultad inconsciente! ¿Signi­
fica esto que la lengua asim ila los nombres de los objetos a
seres m achos o hem bras? Decir que las palabras tienen un
sexo no expresa sino u n a p arte de la cuestión. Pues la lengua
“m asculiniza” y “fem iniza” a su antojo.
Pero adem ás h ay un fenómeno que viene a trastocar la
norm a gram atical. El “epiceno” es un fenómeno que indica
que la lengua fracasa esporádicam ente al accionar la dife­
rencia de género, incluso descuidando su regla. El térm ino
epikoinós quiere decir “común”, lo cual traduce la idea de que
un mism o vocablo asum e las dos funciones, las confunde o
m ás bien las suspende.
E n prim er lugar, se denomina epiceno un sustantivo que
re su lta común al macho y a la hem bra de una especie:
“ág u ila”, “codorniz”, “sapo”. No hay más que una voz para
designar el espécim en macho y el espécimen hem bra de la
especie nom brada.
E n segundo lugar, se designa con el térm ino “epiceno” una
palabra -su sta n tiv o , pronom bre o adjetivo- que no varía
según el género: “persona”* puede d esignar a un hom bre o a
u n a mujer; “tú ” no dice nada del sexo; “orden” puede aplicar­
se a un vocablo femenino o m asculino.
Los epicenos son las excepciones que confirm an la regla de
la categorización gram atical fu n d ad a en la distinción n atu ­
ral o convencional. P alab ras literalm en te bisexuales: son
herm afroditas lingüísticos que m u estran la precariedad de
“la identidad de género” en el orden de la lengua.

La c u e s tió n b io ló g ica : m a c h o y h em b ra

Al menos deberíam os situ arn o s en la dualidad ofrecida por


la vida entre lo que se llam a “m acho” y “hem bra” - la cual,
según Freud, “tolera la determ inación m ás clara”: “M ascu­
lino y femenino aquí e stá n caracterizados por la presencia
de células respectivam ente sem inales y ovocitos” {Samen,
Eizellen). O tam bién: “M asculinos son el producto sexual
masculino, el esperm atozoo y su vehículo; femeninos, el
óvulo y el organism o que lo hospeda”.6H e aquí m aterial para
la base histológica orgánica enunciada por “la ciencia anató­
m ica”. La testosterona, producto de los testículos, es el
andrógeno que viene a a testig u a r lo m asculino, en sim etría
con el estrógeno, portador de lo femenino.
L a d u alid ad m asculino / fem enino se escribe por medio
de la diferencia genética, la que h ace ju g a r la oposición
crom osóm ica XY / XX. Pero a ú n q u ed a la p reg u n ta: ¿por
qué y cómo se h a sexuado lo viviente? ¿Cómo se pasó de los
eucario tas, que se reproducen por clonación y simple
m itosis, a esos seres su scep tib les de m eiosis y de fecunda­
ción, de modo que se re q u ie re u n p a rten a irel La p reg u n ta

* El ejemplo presentado en el original francés es enfant, que puede ser


tanto “niño” como “niña”. El carácter epiceno de esta palabra será
retomado más adelante por el autor. fN. de T.J
fi Freud, S., N uevas lecciones introductorias al psicoanálisis, Lección
xxxin, en Obras completas, ob. cit., t. ni, p. 3165; G. W. XV, 121.
sigue a b ie rta; obsérvese cuánto de ella perm anece oculto: si
los “testículos” son los “pequeños testigos” visibles, disim u­
lan lo esencial.
El macho, en la vertiente del com portam iento, está carac­
terizado por “u n a actividad m u scu lar m ás potente, la
ag resiv id ad , la m ayor in ten sid ad de la libido” -lo que se
en c u e n tra en la virilidad cuando viene a p aro d iar esta
caracterización biológica que Freud tom a la precaución de
relativ izar subrayando que hay especies en las cuales estos
parám etro s supuestam ente distintivos de los machos se
en cu en tran en las hem bras -ad v erten cia en la que sobre­
vuela la som bra de la “m antis religiosa”.
La diferencia sexual se percibe en el momento en que se
constituye el dimorfismo sexual, es decir la diferencia de
talla, de m asa grasosa, de pilosidad y el conjunto de lo que
se da en llam ar los “caracteres sexuales secundarios”. Se
polariza en form a de lo “genital”-e l del macho como saliente
y convexo, el de la hem bra discreto y cóncavo (m ientras que
el cuerpo de la m ujer presenta u n a convexidad m am aria, el
hom bre no puede esperar sino de una convexidad m uscular
la com pensación a esta concavidad torácica). Salvo advir­
tiendo que el surgim iento del sexo femenino adquiere una
sobre-visibilidad, reforzada por la “m arca orgánica” de la
efusión de la sangre m enstrual.

La c u e s tió n social:
la v e s tim e n ta

D irijam os la m irada hacia lo social. E sta vez, se tra ta de


división de las funciones. En cada sociedad, los códigos
“m asculino” y “femenino” se en cu entran asignados por la
e stru c tu ra del parentesco. La afiliación a lo masculino y a lo
fem enino está regulada, en las sociedades tradicionales, por
ritos de iniciación debidam ente codificados. E n la lógica de
la m odernidad social, todo documento de identidad lleva
u n a mención, ju sto después del apellido y los nombres de
pila, del sexo, y ordena declararse de un lado o del otro de la
frontera donde lo sexual hace índice social. Función de
asignación altam ente coercitiva.
Estam os en el registro de lo “convencional”, en oposición
a lo “n a tu ra l” que im plica la biología. Lo social, sin embargo,
está trabajado por un secreto enloquecimiento: necesita fijar
a cualquier precio lo m asculino y lo femenino por medio de
los signos. E n prim er lugar, la vestim enta, pero tam bién el
peinado. B asta con leer los carteles: “masculino y femenino”,
dupla que reina en los letreros de las peluquerías. Las
góndolas de confección in d u m en taria prefieren “hombres /
m ujeres”. En cuanto a la “segregación u rin a ria”, como por
contraste, la oposición em puja hacia arriba (“dam as”/ “caba­
lleros”).
U na vez m ás, he aquí un punto de mezcla y trastocam ien-
to: puede m edirse el alcance transgresivo del travestism o si
se advierte que viene a introducir una confusión. Se com­
prende la sensibilidad a la prerrogativa de la vestim enta
para discernir lo “m asculino” de lo “femenino”, que expresa
la fam osa proscripción deuteronóm ica: “No llevará la m ujer
vestidos de hom bre, ni el hom bre vestidos de m ujer, porque
el que tal hace es abominación a Yavé, tu Dios”.’
“El hábito hace al monje”: ¡el proverbio es m uy audaz,
cuando se sabe que uno de los tem as mitológicos m ás
desarrollados es el de la m ujer disfrazada de monje o el de la
san ta trav estid a p ara cum plir con su vocación!8Puede adop­
tar, como coronación de su carrera tr ansgresora, el lugar del
papa. P a ra pruebas, obsérvese el ritu a l que ha sucedido a la
historia de “la papisa Je a n n e ” y que impuso la verificación
de los testículos (“pequeños testigos”)9 ¡lo cual recuerda que
la tia ra no hace al papa! Por lo dem ás, el papa protege ta n
poco lo femenino que reintroduce la potencia tu te la r de la
Diosa M adre en la figura m ariana.

' Lo Biblia, Deuteronomio, 22, 5, Biblioteca de Autores Cristianos,


Madrid, 1977, p. 231.
s E. Patlagean, “L’histoire de la femme déguisée en moine dans la
premiere hagiographie byzantine” en Etudes médiévales, 1976.
■'Alain Bourau, La i)a¡¡esse Jeanne, Aubier, 1988.
D e la c o n fu sió n d e lo s g é n e r o s
al m ito e n a cció n

Puede apreciarse la lección de e sta prim era exploración,


hecha p a ra d ar vértigo. La dualidad m asculino / femenino
está p e rtu rb a d a en el plano gram atical por el fenómeno de
los epicenos, en el plano biológico por el de los herm afroditas
o andróginos y en el plano social por el del travestism o.
En cada nivel, la norma dual -género gramatical, género
social, género biológico- se encuentra dividida y revelada por
una anomalía.
Este núcleo oscuro del problem a es el espacio que viene a
ocupar el mito. De H erm afrodito a Tiresias, la escritura
mitológica hace los máximos esfuerzos p ara entregar una
versión de aquella historia.
Tenem os pues n u estra cuestión enm arcada. Aquí resu lta
esencial la distinción de los discursos: si hay un punto
crónico de confusión [Verworrenheit], es el de lo masculino y
lo femenino. E n la m ateria, la culpa recae especialm ente en
Adler: en él, “los sentidos biológico, social y psicológico de lo
‘m asculino’ y lo ‘fem enino’ quedan aquí fundidos en un
estéril producto mixto [M ischbildung] ”.10 E sta “confusión
de los géneros” designa el punto de mezcla, de Verwirrung,
que el psicoanálisis está llam ado a asum ir. Como se sabe, es
su vocación: el psicoanálisis se especializa en este resto de
los discursos bio-, socio- e incluso psicológicos, sin dejar por
ello la últim a p alab ra a los mitológicos, al tiempo que
en cu en tra sus avances por la vía de la ciencia. No se propone
ni ev itar la cuestión de ese “desecho” que in te n ta n borrar los
discursos de la ciencia, ni disolverlo en la m agia de un relato.
El psicoanálisis provee la “criba” que perm ite discrim inar
los sentidos “biológico”, “social” y “psicológico”, es decir la
hipótesis del inconsciente.

10 Freud, S., “Historia del movimiento psicoanah'tico”, en Obras


completas, ob. cit., t. u, p. 1923.
M a scu lin o y fem en in o p u e sto s a p ru eb a
p or el in c o n sc ie n te

En u n a prim era parte, necesitarem os despejar la problem á­


tica freudiana, situando y tom ando p restad as las entradas
en este laberinto. La p rim era p u e rta de en trad a es el punto
de trastocam iento, es decir la bisexualidad. Ello nos dará
acceso, a p a rtir de este núcleo oscuro, a la cuestión, es decir
a la función pulsional de la pareja m asculino / femenino,
que abre a la cuestión de lo activo / pasivo y de lo fálico / cas­
trado. Por último, ello im plica abordar la cuestión en la
vertiente de la dialéctica edípica que provee, con la introduc­
ción de la alteridad, la coyuntura del advenim iento a lo
m asculino y / o a lo femenino, de la identificación y del fan­
tasm a.
Bisexualidad, pulsión, edipo: es lo que perm ite situ a r los
avances básicos. Así se dem uestra, en cada una de estas
etapas, el increm ento del núcleo de verdad inconsciente del
m ito y su desmitificación en la vertiente de lo real incons­
ciente.
Esto impone la verificación, en u n a segunda parte, por
medio de las figuras clínicas, de cómo la dialéctica tom a
cuerpo en el ordenam iento estru ctu ral del síntoma. La
psicopatología cobra sentido en psicoanálisis a p a rtir de
esta s funciones. Neurosis, psicosis y perversión se ordenan,
si se me perm ite la expresión, en torno de las respuestas
organizadas a esta pregunta. Aquí se tr a ta no de las en tid a­
des psicopatológicas, sino de las ecuaciones básicas de la
conflictividad de lo m asculino y lo femenino.
En u n a tercera parte, volveremos a lo que se pone enjuego
de la cuestión -lo que lleva a volver a in terro g ar, como do­
ble detonador, los efectos de retorno por u n a p arte en los
destinos socioclínicos, y por la o tra en el registro del cuerpo-
lo que perm ite ver el pasaje que posibilita reto m a rla proble­
m ática freudiana por la vía de la lógica lacaniana de la se­
xuación. Entonces h ab rá llegado el momento de calibrar la
“penetración” freudiana de la cuestión.
U n a c u e s tió n
y lo q u e e n e lla se ju eg a
El hecho de que hayamos cruzado la bifurcación de lo mascu­
lino y lo femenino, de la angustia11 al masoquismo12 pasando
por la prueba de las fobias,13 antes de dar la medida a las
relaciones entre cuerpo y síntom a,14 imponía encararla en sí
misma, de modo tal que las presentes Lecciones, prolongando
este movimiento, sitúen la red donde se entretejen estos hilos,
lo cual conduce, a través del “ser masculino”,15al interrogante
“¿qué quiere la mujer?”.16
Lo que se pone en juego en esta puntualización sobre la
cuestión re su lta considerable. Digámoslo de u n a buena vez:
la confusión de los discursos, enérgicamente biologizada o
indiscrim inadam ente culturalizada, llega al colmo en este
terreno. Es imperativo constatarlo, pues el aporte del psicoaná­
lisis se caracteriza por ser tomado con una gran ligereza en el
campo de los discursos que, a la sombra de lo viviente o de la
cultura, se ponen a salvo del enigma, aun cuando se tra ta de los
más “abiertos”. El discurso analítico no es solamente un com­
plemento en este dominio; a condición de ser correctamente
restituido, es la única posición que se confronta, en tanto van­
guardia, con la angustia de este interrogante articulando un
saber. Por eso vuelve a interrogar ese punto oscuro de
(dis)yunción de lo viviente con la cultura. A buen entendedor...
11P.-L. Assoun, Leqons psychanalytyques sur l’angoisse, lección IX, “L’homme
et la femme: le sexe de l’angoisw ", pp. 75-79.¡Lecciones psicoanáliticas sobre la
angustia, Buenos Aires, Nueva Visión, 20031
'■ P.-L. Assoun, Le<pns psychanalytyques sur le niasochisine, lección vi, “Le
masochisme et le feminin”, pp. 60-66.1 lecciones psicoanáliticas sobre el maso­
quismo, Buenos Aires, Nueva Visión, 2005. |
|;‘ P.-L. Assoun, Lecons psychanalytyqu.es sur les phobies.
11 P.-L. Assoun, Corps et symptome. Leqons depsychanalyse, lección xv, “Le
site somatique du symptome: le feminin”, pp. 312 sq .[Lecciones psicoanáliticas
sobre cuerpo y síntoma, Buenos Aires, Nueva Visión, 1998.]
li"’ P.-L. Assoun, “L’étre-homme inconscient. Figures freudiennes du
masculin"’, en “Le Masculin”, Trames n" 28, Editions Trames Associa-
tion, 1999, pp. 15-31.
P.-L, Assoun, Freud et la femme, Calmann-Lévy, 1983, 4a ed., Payot,
2003.[Frc«rfy la mujer, Buenos Aires, Nueva Visión, 1994.1
P r im e r a p a r t e

T E O R ÍA

L A S F U N C IO N E S
L ec ció n I
BISEXUALIDAD
Y BISEXÚACIÓN

La bisexualidad es un asunto que, con toda la confusión que


entrañ a, viene a p lan tear la cuestión de lo m asculino y lo
femenino y a to rn a rla insoslayable. No hay otra entrada, y
ninguna o tra resu lta tan obligada como ésta.
Se la aborda por medio de u n a doble paradoja.
E x trañ a noción la de sexo (Geschlecht): fuertem ente iden-
titaria, ya que designa u n a categoría identificatoria -s e es
“hom bre” o “m ujer”, obligado(a) a p re se n ta r la propia iden­
tidad al mismo tiempo que la “p a rtid a ” de nacim iento-,
incluye, con la distinción del otro sexo, la referencia a u n a
alteridad: se “tien e” un sexo porque no se tiene el otro.
La bisexualidad (B isexualitát) redobla la paradoja, for­
zándonos a p en sar la presencia de u n a dualidad de sexos
(.Zweigeschlechlichheit) en el in terio r de una sola y m ism a
individualidad.
E n psicoanálisis no hay otra teoría de la individuación
que este in-dividuo... dividido por el sexo.
De entrada, esto se relaciona con la pregunta siguiente:
¿en qué m edida la bisexualidad afecta, m ás allá de lo
orgánico, lo que se designa como p siq u e?
Entonces, ¿cómo pensar la bisexualidad y entender la
idea de u n a “bisexualidad psíquica”? He aquí el Schibboleth
planteado desde el principio en la cuestión masculino /
femenino.
Lo v iv ie n te y e l m ito

¿Cómo se p lan tea la cuestión de la bisexualidad para Freud?


E n un p rim er momento, como se sabe, la encuentra vía
Fliess, en la fase de eclosión del psicoanálisis. Jam á s se
in sistirá lo suficiente en el hecho de que W ilhem Fliess fue
su iniciador-m ediador en este tem a y que Freud jam ás lo
p erd erá de vista, aunque esta historia, que se inaugura tan
claram ente, concluye con un olvido, cayendo en Ja “psicopa-
tología de la vida cotidiana”.
S ostener que existe lo bisexual es afirm ar que hay, en el
mismo ser o en el mismo proceso, “lo” m asculino y “lo”
femenino. Pero vemos que nos indica la en trad a analítica en
la cuestión: lo bisexual -e s a “complicación” inherente a la
dualidad m asculino / femenino—, debe ser encarado y a tra ­
vesado p a ra ubicar la cuestión de las funciones inconscien­
tes, de lo m asculino y lo femenino en su propio lugar. En este
terreno, el m ito precede de lejos al psicoanálisis y la biología
la precede escasam ente. La biología cap ta la bisexualidad
bajo la form a de un ser que posee los dos órganos, macho y
hem bra, o características histológicas y / u hormonales
m ixtas.
Estos dos aluviones -m itológico y biológico- van a encon­
tr a r en la contribución de Wilhem Fliess un eslabón in ter­
medio. El abordaje biológico gira alrededor de la cuestión
fáctica; la p alab ra mitológica respeta su enigm a sin salir del
relato. Es en este punto donde la especulación fliessiana va
a cobrar todo su sentido.

E l h erm a fro d ita :


d el r e la to m ítico...

Es la figura del herm afrodita la que p resta su rostro y su


cuerpo a la bisexualidad. Es bajo la esta m p a del m onstruo
- e l herm afro d ita andrógino- como se expresa la tem ática de
la duplicidad sexual en un prim er momento. Por ende, hay
que p a rtir del relato mítico que lo comprueba.
Eí personaje mítico de H erm afrodito nació de la violación
de un joven muchacho por p arte de u n a m ujer, la náyade
Salmacis. Sitón es herm afrodita: “p o ru ñ a derogación de las
leyes de la naturaleza, ser ambiguo, Sitón fue ya hom bre,ya
m ujer”. Niño violentado por u n a náyade disoluta, nacido,
por m etam orfosis, del coito: “Así como al replegarse la
m ism a corteza en dos ram as, se las ve, cruzando, unirse y
crecer ju n ta s como u n a m ism a ram a, análogam ente, desde
que sus m iem bros se h an mezclado en un abrazo tenaz, ya no
son dos seres, y no obstante participan de una doble n a tu ra ­
leza; y sin que se pueda decir que es u na m ujer ni u n niño,
el aspecto no es ni el de u n a ni el del otro, al mismo tiempo
que es el de ambos”.1O bsérvese el aspecto confusionante del
coito.
El niño es un “semim acho”. Hijo de Herm es (Mercurio) y
de Afrodita (Venus), anhela, luego de su desventura, que
“todo hom bre que se haya bañado en esta fuente ya no salga
de ella sino como hombre a m edias y que no bien toque esas
aguas, pierda al in stan te sus fuerzas”.
Por consiguiente, H erm afrodito es u n a m ujer-niño o u n
niño-m ujer. ¿Qué ha ocurrido? E ste niño apenas púber,
inseguro en su sexo, invadido por la pulsión de u n a femini­
dad violenta que irrum pe b ru talm en te en la virilidad, se
convierte en un hombre, no sin re ten e r al mismo tiempo algo
de su infancia e integrando en él la fem inidad de su parlenai-
re. Relación co n tran atu ra en tre u n a m ujer lasciva y u n niño
macho inocente violentam ente “avivado”. E n ningún mo­
m ento puede desearla como hombre. Lo que aparece, al cabo
de esta cópula desordenada, es un injerto de lo femenino en
la m asculinidad. Ella lo hace hom bre obstaculizándole si­
m u ltán eam en te la ru ta del sexo m asculino. Recuérdese que
el herm afrodita nace de u n a violencia o de u n a hiperactivi-
dad de lo femenino que tom a por objeto “al hombre en
ciernes”.

'Ovidio, Les Metamorphoses, libro iv, Garniel-, 1966, pp. 119-121.


E n espejo, la ciencia de lo viviente se deja captar por la du­
plicidad sexual. Simbólicamente, Freud tom a contacto, a
p a rtir de sus años de estudiante de medicina, con el h erm a­
froditism o biológico bajo la forma m ás concreta, la de las
células sexuales de las anguilas que va a disecar a Trieste a
p a rtir de 1876.2 Así pues, habrá experim entado desde el
comienzo la cuestión de lo masculino y lo femenino, resbala­
diza como u n a anguila... “Nadie” [personne] jam ás ha descu­
bierto u n a anguila macho adulta, nadie jam ás vio, a pesar de
los in n u m e ra b le s esfuerzos desplegados a lo largo del s i­
glo, los testículos de la anguila”: ¡esta conclusión de la tesina
de 1877 p o d ría ser prem onitoria del carácter p ro b lem áti­
co de lo m asculino experim entado m ás tarde en el “ser
h a b la n te ” [parlétrej!
F reu d d ará su formulación en su ensayo sobre lo sexual:
“Pero la ciencia conoce casos en los que los caracteres
sexuales aparecen borrosos (verwischt), dificultando la de­
term inación del sexo ya en el terreno anatómico”.3El h erm a­
froditism o se presen ta como la reunión de caracteres m ascu­
linos y fem eninos en las partes genitales.4 Incluso puede
afirm arse que cierto grado de herm afroditism o anatómico
constituye la norma. Se lo sitúa bajo la forma de huellas del
ap a ra to del otro sexo, de supervivencias de órganos sin
función y de transform aciones funcionales. A propósito de la
hibridez (Zwitterschaft, Zw itterbindung), se constata una
disposición bisexual originaria que se ha desarrollado en
M onosexualitat con los restos del sexo atrofiado.
F reud, al redactar los Tres ensayos, exclama, dirigiéndose
- E. Jones, La vie et l ’oeuvre de Sigm und Freud, t. I, cap. ív, Presses
Universitaires de France, 1958; 1970, pp. 41-42. IVida y obra de Sig-
m u n d F reud,Barcelona, Anagrama, 2003.]
■!Freud, S., Tres ensayos para una teoría sexual, en ob. cit., t. n, p.
1176.;G. W. V, 40.
4Cf. T arufñy Neugebauer; Gley, Les aberrations de l ’instincl sexuel
(1884), Chevalier, Inversión sexuelle (1893); Krafft-Ebing, Arduin,
H irschfeld, Hermán, Fliess, Weininger, Geschlecht u n d C ha ra kter,
1903.
a Fliess: “ [...] evito tan to como puedo el tem a de la bisexua­
lidad”, salvo en dos lugares donde ello no es posible: “la
explicación de la inversión sexual” y “la tendencia homo­
sexual en los n eu ró p atas”.5 Aprovecha para recordar que
“herm afroditism o e inversión son totalm ente independien­
tes uno del otro: La inversión en el hombre es com pletam en­
te com patible con la m ás com pleta m asculinidad psíquica”.
E n el otro extremo, a propósito de las “m etam orfosis de la
p ub ertad ”, observa que “[...] ha sido posible realizar así el
experim ento (E. Steinach) de tran sform ar un macho en
hem bra, y viceversa [...]”.e E n consecuencia, F reud no se
m u estra desinteresado por esta s m anipulaciones biológi­
cas: “E s perfectam ente posible que nuevas experiencias
revelen que la disposición norm al de la glándula puberal sea
herm afrodita, merced a ello la teoría de la bisexualidad de
los anim ales superiores en co n traría un fundam ento anató­
mico”.
El punto aparece reafirm ado aunque problem atizado a
propósito de la “psicogénesis de un caso de hom osexualidad
fem enina”: “Los casos de hom osexualidad m asculina [...]
cum plían la condición, no siem pre dada, de p resen tar un
m arcado herm afroditism o som ático”.7

La L e c ció n so b re la b ise x u a lid a d

La problem ática de la bisexualidad se rem onta al horizonte


del pensam iento de los años 1860-1900, y Freud se deja
a tra p a r por dicha cuestión desde los orígenes, en los años
decisivos de la creación del psicoanálisis, en 1895-1897, por
interm edio de W ilhem Fliess, quien la elabora en una obra

s Freud, S., Carta a Fliess del 23 de julio de 1904, en “Pour ma propre


cause”, reproducido en Une question incontournable. La bisexualité
(Freud Fliess Weininger). Lysimaque, 1994, p. 34.
6Freud, S., Tres e?isayospara una teoría sexual, enob. cit., 1.1, p. 1220.
7 Freud, S., “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad
femenina”, en ob. cit., t. m, p. 2561; G. W., XII, 301 (en referencia a
Steinach).
publicada en diciembre de 1896, Les relations du ncz avec les
organes génitaux. Simbólicamente, p ara la Pascua de 1897,
en su segundo “congreso” de Breslau, Freud, ya fam iliariza­
do con la noción, recibe de alguna m anera su iniciación de la
Bisexualitdtslerhe fliessiana -m ie n tra s que en el momento
en que se desencadene la controversia resonante sobre el
plagio, h a rá gala de un extraño olvido sintom ático-.
No deja de ten er interés la observación de la dualidad de
los térm inos cuasisinónimos: Bisexualitat, que enuncia el
carácter binario de la sexualidad y Zweigeschlechtichkeii,
que enuncia la “dualidad” [duellilé; zwei] del sexo como
género (Geschlecht-lichkeit) y de “contra-sexuidad” (Gegen-
geschlechllichkeit), término del que Fliess va a apropiarse
m ediante u n a ínfim a pero no insignificante modificación de
las letras: Zwiegeschlechtigkeit (donde la “g” reem plaza la
“ch” de la ortografía corriente).8
¿Qué es lo que Freud etiqueta como “bisexualidad”, en tanto
lector de Fliess y luego de la cosa inconsciente? Algo que puede
juzgarse en los textos en los que se elabora dicha noción, desde
La relation du nez avec les organes génitaux (1897) h asta Le
cours de la vie:fondement d ’urte biologie exacle (1906) y De la vie
et de la mort (1909) -con el texto titulado Masculin et féminin
(1914) como la recapitulación.
P a ra Fliess se tra ta de rep resen tar lo viviente como
atravesado por estas dos tendencias: al quedar constituido
lo “m asculino”, éste hace p asar al estado latente lo “fem eni­
no”, así como lo “femenino” se constituye haciendo p asar lo
“m asculino” al estado latente.

La torp eza* sex u a l


La idea de la bisexualidad tiene un doble correlato, morfoló­
gico y relativo a la noción de proceso. En efecto, Fliess
* En este apartado el autor juega con la homoninúa entre el
sustantivo gauche (“izquierda”) y el adjetivo gauche (“torpe”). | N. de T.|
“Porge, E., Vol d ’idées? Wilhem Fliess, son plagiat et Freud suivi de
Pour ma proprc cause de Wilhem Fliess, Editions Denoel, 1994.
atribuye g ran im portancia a la idea de bilateralidad, y la
relación “derecha” / “izquierda” viene a figurar la realidad
bisexual: “en el hom bre y en la m ujer el lado derecho
corresponde a la sustancia del mismo sexo, y el izquierdo al
del sexo opuesto”.9Por otra parte, lo bisexual se inscribe en
el cuerpo bajo la form a de “ciclos”: si el modelo es el del ciclo
m en stru al distintivo de lo femenino, ciertam ente debe ha­
ber un ciclo sim étrico m asculino, que Fliess sitú a en medio
de u n a especulación numerológica y que estim a tiene 23
días. Cálculo destinado a encontrar la escritura de la rela­
ción sexual: 28 y 23 vienen a cifrar la duración de vida de una
“unidad de m a teria” respectivam ente “fem enina” y “m ascu­
lin a” y que encuentra su prueba orgánica en un uterus
maaculinus, localizado en la p ró stata.10
Es este hom bre gelin kt (“entorpecido” o “vuelto torpe”
[gauche]) el que resu lta m ás adecuado p ara figurar el enig­
m a bisexual: “Si un hom bre es ‘g elin kt’, entonces es más
femenino en todo su habitu s”, sin excluir la eventualidad de
agregar que “si u n a m ujer es gelinkt, entonces es más
m asculina que la m edia de sus com pañeras de sexo acentua­
das a la derecha”.11 Fliess hab rá tenido la intuición de la
torpeza [gaucherie] fu n d am en tal de lo sexual. Su teoría de
la sim etría despeja la idea de una disim etría radical. La
angustia h istérica hacia “los torpes” \les gauchesY2 podría
esclarecerse m ediante esta apuesta sexual inconsciente.

La D o p p e lg e sc h le c h tig k e it
E sta trilo g ía-bisexualidad, bilateralidad, biprocesualidad-
es lo que constituye la “doctrina” fliessiana, que se encierra
s Fliess, W., “Droite et gauche”, 1925, reproducido en Erik Porge,
Freud Fliess. M ytheet chimére de l ’auto-analyse, Anthropos / Economica,
1996, p 101.
1,1Fliess, W., M asculin et fem inin, 1914, traducido al francés en
Lifloral n" 23 / 24, 1987, Érés, p. 64.
11Ibídem, p. 65.
'-Pierre-Michel Bertrand, Histoire des gauchéis. Des gens á l’envers,
Éditions Imago, 2001.
en este neologismo, Doppelgeschlechtigkeit, “doble sexua-
cidn p erm an en te” que “atrav iesa la vida e n te ra ”, es decir “el
hecho de que todos los hom bres estén constituidos de su s­
tan cia fem enina, y todas las m ujeres de sustancia m as­
culina”.13
E n el hom bre, dom ina lo masculino (la sustancia m ascu­
lina); en la m ujer, dom ina lo femenino (la sustancia femeni­
na). Pero precisam ente la otra parte, p ara cada uno de los
dos sexos, exige ser rep resen tad a con obstinación.
P recisam ente, es del m aestro Fliess de quien F reudrecibe
esta enseñanza com pleta que los plagiarios habrían des­
m em brado: W eininger robándole lab isex u alid ad y Swoboda
la periodicidad, inducida de u n a ley demográfica.
Pero, ¿qué uso le va a dar?
E n la traducción puede verse lo que h a rá m ás tarde:
Fliess, al afirm ar “la constitución bisexual de los individuos
hum an o s”, supone que “en todo individuo el combate de los
caracteres sexuales sería el motivo de la represión”. E n
efecto “El sexo m ás fuertem ente formado, dom inante en la
persona, h a b ría reprim ido en la representación psíquica al
sexo inferior”. Entonces : “El núcleo del inconsciente, lo
reprim ido, sería en cada ser hum ano aquella parte suya que
pertenece al sexo opuesto (das Gegengeschlechtliche)”-14 E n
resum en: “E n el hombre, lo reprim ido inconsciente debe ser
llevado a las mociones pulsionales fem eninas; inversam en­
te, en la m ujer”, lo reprim ido inconsciente debe ser llevado
a las mociones pulsionales m asculinas.
Cuando F reu d le declara a Fliess: “Y me precipité literal­
m ente sobre tu acentuación de la bisexualidad, idea tuya
que cuento entre mis tem as m ás im portantes, desde el día de
la ‘defensa’ ”,15está proporcionando u n a prim era indicación:
no sólo la bisexualidad es tan im portante como la defensa,
sino que puede se r registrada por el creador del psicoanálisis
sólo p a ra ser inscripta en una teoría de la “defensa”, de la que
13Fliess, W., “Droite et gauche”, ob. cit., p. 100.
11 Freud, S., “Pegan a un niño”, enob. cit., t. n, sección VI, p. 2478; G.W., XII,
222 .
15Freud, S., carta de Freud a Fliess del 4 de enero de 1898, ibídem, t. ni, p. 3596.
se sabe que es la pieza m ae stra original de la teoría de la
conflictividad. Lo que le in tere sa a F reud en la bisexualidad
no es tanto la resp u e sta - “organológica”- que constituye
como la problem atización - “psico”-lógica- que elabora. Si
bien adm ira sinceram ente la “grandiosa sinceridad” de la
id e a -y a no perderá de v ista en lo sucesivo “la bisexualidad
general del hom bre”,16 y acu d irá a ella p a ra otorgarle una
mayor complejidad.

La h iste r ia
o la b isex u a lid a d d e l fa n ta sm a

El momento en que se opera este desprendim iento es lo que


atañ e p articularm ente al fa n ta sm a en su función histérica.
Se tra ta de aquello que se puede considerar el viraje de 1909,
en el escrito donde la bisexualidad adquiere u n poder de
nominación: “Un síntom a histérico es expresión, por un
lado, de u n a fan tasía m asculina y, por otro, de otra fem eni­
na, am bas sexuales e inconscientes”.17
P uede ap reciarse n ítid a m e n te lo que e s tá en juego:
“E sta significación b isex u al de los sín to m as histéricos,
com probable de todos modos en num erosos casos, es u n a
p ru eb a m ás de m i afirm ación a n te rio r de que en los
psicoanálisis de su jeto s psiconeuróticos se tra n s p a re n ta
con especial clarid ad la s u p u e sta b isex u alid ad original
del individuo”.18 E s tá todo dicho: ¡el texto bisexual del
fan tasm a histérico tra d u c e la a p titu d del neurótico p a ra
tra ic io n a r la “disposición b isex u a l” de la especie hum ana!
El fa n ta sm a h istérico co nstituye la v e rd a d e ra “pieza jus-
tificato ria” de la b isex u alid ad .
Esto es lo que sitú a a la “fantaseadora” [“fantaste”] en
posición de representar sim ultáneam ente los dos roles: tal es el
1GFreud, S., “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad
femenina”, en ob. cit., t. m, p. 2551; G. W., XII, 283.
17Freud, S., “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”,
en ob. cit., t. ii, p. 1352; G. W. VII, 197.
18Ibídem, p. 1352.
caso de la histérica que, imitando la agresión sexual, “sujeta la
ropa interior con la mano contra el cuerpo (como mujer) y con
la otra mano tra ta de arrancarla (como hombre)”.
Nadie resulta más adecuado para em blematizar el fantas-
m abisexual sublimado que Leonardo da Vinci, artista del sexo,
que mezcla en la representación del acto sexual elementos
masculinos y femeninos, con errores anatómicos reveladores.19
Pero tenem os el segundo viraje, el de 1919, con el examen
del fan tasm a paradigm ático en “Pegan a un niño”: “[La
p rim era de estas teorías es anónima.] [...] Se apoya en la
constitución bisexual de los individuos hum anos, y afirm a
que la lucha de los caracteres sexuales es en todos y cada uno
de ellos el motivo de la represión”.20 Por consiguiente, el
núcleo de la represión sería el “contrasexo”.
E n consecuencia, no es casual que la p u esta al día del
trabajo bisexual del fantasm a indique que llegó la hora de
poner en su lu g a r a F liess y a Adler, por cierto dándose la
espald a; llegó la hora, en efecto, de a ju s ta r las cu en tas al
m ism o tiem po con el cam peón de lo bisexual biológico y
con el del “complejo de la m asculinidad”. F reu d procede a
efectu ar un verd ad ero “testeo ” de las dos teorías sobre el
texto del fa n ta sm a en la sección vi de “P eg an a un niño”,
re fu ta n d o a am bos p a ra re a liz a r su p ropia intelección del
asu n to , cuyos alcances en cuanto a la lógica de la re p re ­
sión y al e s ta tu to de lo m asculino y lo fem enino en las
n e u ro sis ten d rem o s ocasión de ap reciar m ás ad elan te
(i n f r a , lecciones IV y V).

La id e n tific a c ió n b isex u a d a

D etrás del fan tasm a se revela la identificación.


P or medio de la identificación, el sujeto endosa altern ati­
v am ente el rol “m asculino” y / o “femenino”. Aquí encontra­

19 Freud, S., “Un recuedo infantil de Leonardo da Vinci”, en ob. c it.. t.


ii,
sección L p. 1577, G. W. VIII, 137-138 (en referencia a Reitler).
-ll Freud, S., “Pegan a un niño”, en ob. cit., t. u, sección VI, p. 2478; G.
W. XII, 222.
mos una referencia al “m astu rb ad o r”, que “en sus fantasías
conscientes procura infundirse tan to en el hombre como en
la m ujer de la situación fan tasead a”,21 lo cual supone la
identificación altern ativ a con los dospartenaires. El m astu r­
bador m asculino sólo puede obtener la ganancia esperada
representando, en su teatro, el doble rol, el del hom bre y el
de la mujer. Es su m anera de “reciclar” la escena prim aria en
su economía autoerótica y con un doble feeling.
Es lo que im pone p en sar la bisexualidad de las formacio­
nes inconscientes. Así, se sorprende “la inclinación del sueño
a utilizar bisexualm ente los símbolos sexuales”, lo cual “[...]
revela un rasgo arcaico, dado que la infancia desconoce la
diferencia de los genitales y atribuye los mismos a ambos
sexos “.22M ás allá del “simbolismo sexual bisexual”, hay que
destacar que “en muchos sueños se produce u n a modifica­
ción general de los sexos, de m an era que lo masculino queda
presentado por lo femenino y a la inversa”.23 El ejemplo dado
no fortuitam ente concierne a la identificación: “preferir ser
un hom bre” sirve p ara expresar “el anhelo de una m ujer”.
Confirmación de que el ejemplo es la cosa misma.

El “error d e F lie s s ”
y la eq u iv o c a c ió n d e A d ler
Por lo tanto ya es h o ra de ev alu ar esta teoría de una
“grandiosa sim plicidad”,24 lo cual tiene lugar en tre 1918 y
1919, entre el caso del Hom bre de los lobos y el estudio del
fantasm a de “P egan a un niño”. Por lo demás, F reud elige en
cada oportunidad a ju sta r sus cuentas al mismo tiem po con
Fliess, el amigo perdido, y con Adler, el discípulo apóstata,
es decir con la bisexualidad y con la “protesta m asculina”. Lo

21 Freud, S., “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”,


en ob. cit., t. n, p. 1352; G. W. VII, 197.
"Freud, S., La interpretación de los sueños, cap. vi, E, . en ob. cit., t.
i, p. 564, agregado de 1911.
2:iIbídem, agregado de 1925. [La traducción es nuestra. N. de la T.i
-‘Freud, S., “Pegan a un niño”, en ob. cit., sección vi, G. W., xn. ILa
traducción es nuestra. N. de la T. |
que sería “com ún” a estos dos pensam ientos ta n diferentes
—¡qué abism o en tre el pensador de lo bisexual y el creador de
la “psicología individual”!- sería “la sexualización del proce­
so de la rep resió n ”.
La compleja economía del Hom bre de los lobos perm ite
p recisar el problema: “Por lo tanto, la acentuación de la
bisexualidad como motivo de la represión sería insuficien­
te”.25M ás precisam ente, el error de Fliess consiste en “expli­
car la oposición de los sexos como la ocasión propiam ente
dicha y la Urmotiv de la represión”, lo que equivale a
“sexualizar la represión”. Por el contrario, ésta es ju sta m e n ­
te u n a acción psíquica, tal como lo expresa F reud cuando
afirm a “[...] me niego a sexualizar la represión de ese modo;
es decir, a explicarla por motivos biológicos en lugar de por
motivos p u ram en te psicológicos”.26

L a “c o m p lic a c ió n ” b isex u a l

* El hecho de que “ciertos elem entos del aparato sexual


m asculino sean tam bién, aunque atrofiados, p arte integran­
te del cuerpo femenino, e inversam ente” le perm ite a Freud
observar, en el campo histológico, que “la ciencia ve en esta
circu n stan cia un signo de una bisexualidad [Zwiegesch-
lechtlichkeit, de u n a Bisexualitat], como si el individuo no
fuera hom bre o m ujer, sino siempre am bas cosas, sólo que
a lte rn a tiv a m e n te u n a m ás que o tra”.27 H ay aquí un “carác­
te r desconocido” que la anatom ía no puede concebir.
F reu d lo expresa en la últim a formulación, en el Compen­
dio de psicoanálisis, a la m anera de un lam ento en forma de
co n statació n : “E n la vida psíquica sólo hallam os reflejos
de esa g ra n polaridad, cuya interpretación se ve dificultada

"r’Freud, S., “Una neurosis infantil: el Hombre de los lobos”, enob. cit.,
t. ii, p. 2002, sección ix; G. W., XII, 145.
2,iFreud, S., “Análisis terminable e interminable”, t. m, p. 3362; G. W.
XVI, 98.
’1' Freud, S., N uevas lecciones introductorias al psicoanálisis, Lección
x x x i i i , en o b . cit, t. m , p. 3165; G. W. XV, 121.
por el hecho, hace mucho tiempo sospechado, de que ningún
individuo se lim ita a las m odalidades reactivas de un solo
sexo, sino que siem pre concede cierto m argen a las del sexo
opuesto, igual que su cuerpo lleva, junto a los órganos
desarrollados de un sexo, tam bién los rudim entos atrofiados
y a menudo inútiles del otro. P a ra diferenciar en la vida
psíquica lo m asculino de lo femenino, recurrim os a u n a
equivalencia em pírica y convencional, precaria a todas lu ­
ces. Llamamos m asculino a todo lo fuerte y activo; femenino,
a cuanto es débil y pasivo. E ste hecho de que la bisexualidad
sea tam bién psicológica pesa sobre todas n u e stra s indaga­
ciones y dificulta su descripción”.28 Como si con ello signifi­
cara lo siguiente: “la bisexualidad es ta l que necesariam ente
viene a complicar n u e stra ta re a ”. La fórm ula parece circuns­
cribir la potencia de la bisexualidad, cuando ésta emite una
señal destinada a los p artidarios de lo Bisexual. P ara Freud
se tra ta , contra esos bard o s de lo B isexual, esos gnósticos
del sexo, de llevarlos a u n real y de estar a la a ltu ra de la
ta re a de complejización que se impone.

La d ob le deuda: F r eu d co n F lie s s

Freud menciona un extraño olvido: dirigiéndose a Fliess, en el


verano de 1900 (en aquel momento estaba muy interesado en
la precisión de los procesos de plagio, conflicto de anterioridad
en el que cuentan todas las fechas), le dice sin miramientos que
“laneurosis es ininteligible sin la hipótesis de unabisexualidad
originaria del individuo”,29 a lo cual Fliess replica que él ya se
lo había dicho literalm ente dos años y medio antes -con lo que
su interlocutor tiene que term inar por estar de acuerdo-. Es
fácil comprender la estupefacción de Fliess al oír de la boca de
su amigo (no por demasiado tiempo más) el enunciado literal de
su propia palabra. Hermoso símbolo de que Freud recibe de
2KFreud, S., Compendio del psicoanálisis, enob. cit., t. ni, p. 3406; G.
W. XVI, 115.
29Freud, S., Psicopatología de la vida cotidiana, cap. vn, G. W. IV. [La
traducción es nuestra; N. de la T.J
Fliess su propio mensaje: se lo atribuye tanto más inconscien­
tem ente cuanto que había hecho suya la idea de Fliess. Confir­
mación de que esta cuestión se expone al proceso por plagio, en
la m edida en que plantea la cuestión de la atribución: ¡soy .yo
quien lo dijo primero!
Por ende, F reu d se reconoce tanto m ás serenam ente como
“plagiario” del amigo Fliess cuanto que recibe de su clínica
la confirmación de la pertinencia de la idea: hab lará de la
bisexualidad de los individuos como formando p arte de las
“presuposiciones clínicas del psicoanálisis”,"0 sin excluir la
eventualidad de proceder m ediante una rectificación mayor,
que desplaza el eje de la represión hacia el conflicto entre el
yo y la moción sexual -to d a s cuyas consecuencias veremos
en la teoría freudiana de las neurosis (infra, E l yo y lo
sexual). P or o tra parte, Freud observa, reconociendo que “la
idea m ism a es tu y a”: “Recordarás que ya hace años, cuando
todavía e ras rinólogo y cirujano, te dije que la solución
rad icaría en la sexualidad, y que tú me corregiste años
después, señalándom e que residía en la bisexualidad. Com­
pruebo ah ora que ten ías razón”.31 Por lo tanto, contra la
acusación de plagio, Freud sugiere insidiosam ente un plagio
recíproco, rem itiendo a Fliess una pregunta: ¿quién plagia a
quién? F reu d hab ría sido el prim ero en afirm ar la prim acía
de lo sexual, y Fliess sería “el autor de la bisexualidad”, y
esta s aguas son llevadas hacia el molino de Freud, quien se
reserv a el derecho de “desbiologizarlas” y de “fundam entar­
las psicológicam ente”.
E n consecuencia, es lógico y provocador que le anuncie a
Fliess, ju sto an tes de su separación: “[...] mi próximo trabajo
se llam ará La bisexualidad hum ana , abordará el problema
en su raíz y d irá la últim a p alab ra que me sea dado decir so­
bre el tem a: la últim a y 1a m ás profunda. Por el momento sólo
cuento con u na cosa: con el principio fundam ental que desde
h ace a lg ú n tiem po vengo cim entando en la idea de que la
:t0Freud. S.. M últiple interés del psicoanálisis, segunda parte C, G. W.
VIII, 411. ILa traducción es nuestra. N. de la T.|
" Freud, S., Carta de Freud a Fliess del 7 de agosto de 1901, en Los
orígenes del psicoanálisis, ob. cit. t. tn, p. 3651.
represión -m i problem a c e n tra l- sólo es posible m erced a
u n a reacción en tre dos corrientes sexuales lo cual
culm ina en “el aspecto psíquico de la bisexualidad”. C ierta­
m ente, la bisexualidad es u n a idea tom ada p restad a y la
g ran llam arad a de la polém ica del plagio (1903-1906) ven­
d rá a 'd ra m a tiz a r su ap u esta.32
Así pues, vemos cuál es el nervio del diferendo. P ara
Fliess, la bisexualidad era u n a llave, p ara F reud es lo que
viene a revelar la estru c tu ra compleja de la cerradura.
Tam bién se tr a ta de u n a constatación antropológica: el
hom bre es u n anim al bisexual, m ás precisam ente: “[Tam­
bién] el hom bre es un an im al de indudable disposición
bisexual”.33 Dicho de otro modo: “el individuo expresa una
fusión (‘V erschmelzung) de dos m itades sim étricas, de las
cuales, tra s la opinión de m uchos investigadores, u n a es
p u ram en te m asculina y la o tra es fem enina”. El aporte
esencial de la bisexualidad queda para m ás adelante.
E n prim er lugar, puede verse su efecto irreversible de
desplazar la dualidad hombre / mujer hacía la dualidad
masculino / femenino. La bisexualidad hace estallar, en efecto,
la idea de “hombre” y de “m ujer”. Como lo entendió Weininger
desde el fondo de su propio callejón sin salida: “Las dos partes
que tra ta n de reunirse para la unión sexual siempre son una un
hombre, y la otra una mujer enteros y acabados (un H y una M),
pero que se encuentran repartidos según un a proporción cada
vez diferente entre los dos individuos de la pareja”.34 Así, el
hombre y la m ujer entran “enteros” en la relación sexual, pero
en cada ocasión (en cada hombre, en cada mujer, en cada acto
sexual, en cada tipo de relación entre un hombre y una mujer),
“una proporción diferente en cada ocasión” de masculino y de
femenino es lo que se reparte entre “los dos individuos de la
pareja.
E n segundo lugar, se p la n te a la cuestión del tropismo
fem enino de la dualidad-
“ Freud, S., Los orígenes del psicoanálisis, en ob. cit., t. m, p. 3651.
X1Freud, S., El m alestar en la cultura, sección iv, en ob. cit., t. m. p.
3043: G. W. XIV, 465, ríJ 1.
i1 Weininger, O., Sexe et caractére, p. 42.
Ello nos dispone p ara com prender la idea tan incongruen­
te de que “ [...] la disposición bisexual, postulada por noso­
tros como característica de la especie hum ana, es mucho
m ás p a te n te en la m ujer que en el hom bre”,35 conquista cuyo
peso podrem os ponderar m ás adelante. De este trabajo de lo
bisexual surge u n a im presión fuerte. Lo propio de lo femeni­
no es la dualidad de los estados. Se puede referir a lo
fem enino lo que se sostiene en un doble estado -fórm ula
cuyos alcances podremos calibrar al cabo del presente tra ­
yecto—,
A la bisexualidad, factor de complicación inevitable por su
carácter estru ctu ral, F reud rinde u n último homenaje al
c o n sta ta r que “la doctrina de la bisexualidad aún está
en vuelta en las tinieblas” [im Dunkeln].36 Pero precisam en­
te la única m anera de esclarecerla es restablecer la “co­
nexión con la doctrina pulsional”, lo que nos dej a acorralados
en v irtu d de la determ inación de las “funciones” masculino
/ femenino.

33Freud, S., “Sobre la sexualidad femenina”, en ob. cit. t. m, p. 3079;G. W.


XIV, 520.
36 Freud, S., El malestar en la cultura, sección iv, en ob. cit., t. m, p.
3043, nota 1701. G. W. XIV, 466.
L ec ció n II
MASCULINO, FEMENINO:
LAS FU NCIO NES INCO NSCIENTES

“La vida sexual está dom inada por la polaridad masculino-


fem enino”.1
Pero he aquí que se produce la siguiente paradoja: ¡la
intelección de la cuestión de lo m asculino y lo femenino se
to rna irresistible, cuando no victoriosa, no bien nos p ercata­
mos de la idea de que no vale nada -o no gran cosa- en el
plano “psicológico”! Esto rem ite al “meollo” de lo sexual: “La
sexualidad es u n hecho biológico que, aunque de u n a ex­
tra o rd in a ria im portancia p a ra la vida psíquica, es difícil
concebir psicológicam ente”. Por últim o, “[...] pero sólo la
A natom ía —m as no la Psicología- puede revelar la índole de
lo m asculino y de lo femenino.”2 Dicho de otro modo: “La
diferenciación no es psicológica”, y “no podéis d ar a los
conceptos [Begriffe] de lo m asculino y lo femenino contenido
ninguno nuevo”.3Lo cierto es que si bien esto “no nos procura
ningún nuevo conocimiento”,4" estam os habituados, consta­
ta Freud, a u tilizar tam bién masculino y femenino como
cualidades psíquicas [seelischen Q ualitaten]” dado que “he­

1 Freud, S., N uevas conferencias introductorias al psicoanálisis, xxxm.;


G.W. XV, 141. [La traducción es nuestra. N. de la T.J
2Freud, S., E l m alestar en la cultura, sección iv, en ob. cit., t. III, p.
3043, nota 1701; G. W. XIV, 465, nota.
3Freud, S., N uevas conferencias introductorias al psicoanálisis, xxxm,
en ob. cit., t.III, p. 3165; G. W. XV, 122.
4Ibídem.p. 3166.
mos transferido a la vida psíquica la tesis de la bisexuali­
dad”.5 P or ende, si “[...] solemos decir que todo hombre
p re sen ta tendencias instintivas, necesidades y atributos,
tan to m asculinos como femeninos [...]”tíeste “hábito” no
puede carecer de fundam ento. En consecuencia, hay que
avanzar.
Y lo que nos ayuda es la pareja activo / pasivo. M ediante
esta m etáfora m aterial la “doctrina de la bisexualidad” [clie
Lehre der Bisexualitat] empieza a encontrar su conexión con
la “doctrina pulsional” [Trieblehré].

A ctiv o y p asivo:
e l p a r v o lá til

Es u n hecho que la elucidación de lo m asculino y lo femenino


pasa por u n a reflexión sobre lo activo y lo pasivo. La ecuación
nos es en treg ad a en un texto decisivo: “La esencia de lo que
se denom ina ‘m asculino’ o ‘femenino’ en el sentido conven­
cional, biológico, empieza por recordar Freud, el psicoanáli­
sis no puede esclarecerlo; tom a los dos conceptos y los sitúa
en la base de sus trabajos”. Pero veamos el segundo tiempo:
“Al in te n ta r u n a mayor reducción, la m asculinidad se le
convierte en actividad y la fem inidad en pasividad, y esto es
m uy poco”.7
“Es dem asiado poco”, pero se puede agregar que es mejor
que nada. H ablar en térm inos de “activo” y “pasivo” es el
único medio de no callarse cuando se quiere abordar “psico­
lógicam ente” lo masculino y lo femenino, es decir d ar cabida
a su inscripción psíquica.
P or lo tanto, cuando el análisis insiste en trabajar, an alí­
ticam ente, como se debe, estas nociones que asume como un

Ibídem, p. 3165.
Freud, S., E l malestar en la cultura, sección IV, en ob. cit., p. 3043,
nota 1701; G. W.,XIV, 465.
7 Freud, S., Sobre la psicogénesis cíe un caso de homosexualidad
fem enina, en ob. cit., t. m, p. 2561; G. W., XII, 301 (en referencia a
Steinach).
dato -recibido como u n a convención y un saber de base de lo
v iviente- ¿qué ocurre? Su m ateria se convierte en un pro­
ducto volátil. El verbo empleado por F reu d [verwischen]
significa a la vez evaporarse -e s decir el hecho de transfor­
m arse en gas p a ra un líquido—y volatilizarse. Lo “activo”,
por lo tanto, no es sino el vapor de lo “m asculino”, así como
lo “pasivo” es el vaho de lo femenino. O tra formulación
metafórica: “[...] esta antítesis sexual se agota en la de
actividad y pasividad, aunque se suele identificar con exce­
siva ligereza la actividad con lo m asculino, la pasividad con
lo femenino, parangón que de ningún modo se confirma
invariablem ente en el reino anim al”.8 Verbassen designa,
p ara un color, el hecho de difum inarse, al punto de perder
nitidez o de “em palidecer”.
Por consiguiente, “activo” y “pasivo” son la versión vaporosa
y deslavada de lo “masculino” y lo “femenino”. Lo cierto es que
sólo en este “precipitado” o en este calco uno y otro adquieren
alguna concreción psíquica. Lo que provee la plomería meta-
psicológica es esta “soldadura” [Verlótung] de la actividad con
la masculinidad y de la pasividad con la feminidad...

La a c tiv id a d p u lsio n a l
p u esta a p ru eb a p o r la p a siv id a d

Chocamos con u n a paradoja, que concierne al ser mismo de


la pulsión. La “pulsión” es ese impulso [Trieb] activo por
definición. H ablar de “pulsión activa” re su lta un pleonasmo;
hablar de “pulsión p asiva” es u n a contradicción en los
térm inos.
Por consiguiente, hay que entender cómo Freud se explica
al respecto: “[...] hablam os de cualidades y tendencias aní­
micas 'm asculinas’ y 'fem eninas’, aunque las diferencias de
sexo no pueden aspirar, en realidad, a una característica
psíquica especial”.uComo es necesario referirse a ello “como

sFreud, S., E l m alestar en la cultura, sección TV, en ob. cit., t. n, p.


3043, nota 1701; G. W., XIV, 465-466, n. 2.
psicólogos”, es forzoso trad u cir al registro activo/pasivo: "Lo
que nom bram os ‘m asculino’ y ‘femenino’ en la vida [im
Leben] se reduce p ara la concepción psicológica a los carac­
teres de la actividad y de la pasividad”. Ahora bien, estas
“propiedades no deben ser referidas a las pulsiones m ism as,
sino a sus fines”. L apuntualización es la siguiente: sostener
que hay pulsiones activas y pulsiones pasivas no significa
nada: las pulsiones son “pedazos de actividad”. En cambio,
es legítim o h ab lar de pulsiones con finalidad pasiva, que
ten d ría n que ver con lo femenino.
En otros térm inos: “[...] la an títesis de masculino y feme­
nino, introducida por la función reproductora no puede
existir aú n en la fase de la elección pregenital de objeto. E n
su lugar, hallam os la antítesis constituida por las tenden­
cias de fin activo y las de fin pasivo, la cual irá luego a
soldarse con la de los sexos”.10
E sta nom enclatura precaria va a convertirse en un precio­
so operador metapsicológico. Es entonces cuando la metap-
sicología ofrece una referencia, la de ese destino pulsional
que se designa como “inversión en su contrario” [Verkehrung
ira Gegenteil] , es decir el “cambio de una pulsión de la
actividad en pasividad” [Wendung cines Triebes von der
A k tiv itá t zu r P assivitát]. Pero la transform ación atañe “la
finalidad de la pulsión”. Así sucede en el pasaje del sadismo
al m asoquism o y del voyeurismo al exhibicionismo, cuyos
efectos clínicos se verá (infra, El masoquismo o la pasión de
lo femenino), pasaje de finalidad activa - “atorm entar, con­
tem p lar” - a l fin pasivo - “ser atorm entado, ser contem pla­
d o -”.11
P asaje de un modo gram atical [das A ktivw n] al otro [das
Passivum ], sin excluir la posibilidad de pensar la extraordi­
n a ria operación gram atical m asoquista-exhibicionista que

9Freud. S., M últiple interés del psicoanálisis, segunda parte, en ob.


cit., t. ii, p. 1861; G. W„ VIII, 411.
111 Freud, S., “La disposición a la neurosis obsesiva”, en ob. cit., t. n, p.
1741; G. W. VIII, 448.
11 Freud, S., “Los instintos y sus destinos”, en ob. cit., t. I, p. 2045; G.
W., X, 219-220.
transform a el verbo en la form a activa [das aktive Verbum]
en verbo en form a pronom inal [ein reflexives M édium ]: en­
tonces hacerse ver o hacerse tener * se vuelve u n a finalidad
pulsional.12
Hay un principio que concierne a “cada dominio de la
experiencia de la vida psíquica”: “[...] u n a im presión pasiva­
m ente recibida evoca en los niños la tendencia a una reac­
ción activa”.13En fin, “tra ta de hacer él mismo lo que le h an
hecho a él”. “Rebeldía contra la pasividad” y “preferencia por
el rol activo” son elem entos básicos del comportamiento de
los dos sexos, aunque F reud observe que “[...] este viraje de
la pasividad a la actividad [,..]”14e s tá desigualm ente acen­
tuado en los niños y que, de este “com portam iento” precoz
tenemos el derecho de ex traer conclusiones prospectivas
“sobre la fuerza relativa de la m asculinidad y de la femi­
nidad”.
La agresividad signa la actividad, a riesgo de relevar su
carácter reactivo, el rechazo de dejarse hacer. Los m em ora­
bles “gritos” neuróticos -obsesivo e histérico, tal como la
explosión del hombrecito de las ra ta s cuando arroja a la cara
del padre todos los objetos posibles—vienen a llevarle a la
expresión e sta reactividad. El odio puede ser en este caso un
vector de contraactividad.

D e la “co m u n id a d ” p u lsio n a l...

Así pues, es haciendo ju g a r este diferencia activo / pasivo


como es posible, en sum a, s itu a r lo fem enino y lo masculino
en un marco explicativo. “Im agino las dificultades que plan­
tea al lector la precisa distinción in h ab itu al, pero im prescin­

* Se faire avoi.r, literalmente “hacerse tener” (o “ser perjudicado”)


debe traducirse como “ser cagado”, en un registro vulgar castellano que
en francés corresponde a un registro familiar. |.N. de T.]
l2Freud, S., “Los instintos y sus destinos”, cit..
13 Freud, S., “Sobre la sexualidad femenina”, en ob. cit., t. ni, p.
3084. ;G.W. XIV, 529.
11Ibídem, p. 3084.
dible, de activo-m asculina y pasivo-femenina, f...]”.lr’Pero
no se tr a ta de ceder: hay que conservar lo cortante [tra n -
chant j de esta distinción-separación [Scheidung 1en calidad
de antídoto p ara la “mezcla” cuyos daños hem os visto. Se
puede ag reg ar que esta distinción zanjada [tranchée] en ­
cuentra su complemento y su contrapeso en lo bisexual.
Lo que define la bisexualidad es esta reverberación: “En
la constante com unidad de tales instintos ‘activos’ y ‘p asi­
vos’ en la vida aním ica se refleja la bisexualidad de los
individuos, postulado clínico del psicoanálisis”.lfi

... a la m e z co la n z a n e u r ó tic a

La consideración de la dialéctica activo / pasivo a la luz de la


bisexualidad perm ite cen trar la cuestión.
El exam en de la economía pulsional del Hombre de los lobos
re su lta valiosísim o por la mezcolanza de las pulsiones p asi­
vas y activas que revela.
En su tu pida carrera libidinal, lo vemos pasivo con la
herm an a luego con el padre, activo con la m adre, hiperac-
tivo con los sirvientes... ¿Cómo explicarlo?
Em pieza padeciendo la seducción enérgica de la h erm a­
na, v erd ad era m ercenaria con pollera, que lo cabalga a la
m an era de los húsares. No obstante: “[...] no había desem ­
peñado el con su h erm an a el papel pasivo, sino que, por el
contrario, se había m ostrado agresivo queriendo ver desnu­
da a su herm ana, y siendo rechazado y castigado, lo cual
había provocado en el aquellos accesos de cólera de los que
tan to hablaba la tradición fam iliar”.17 Esto no le impide
en treg arse a fantasm as de índole nítidam ente m asoquista,
que culm inan en la flagelación del pene: “[...] tales tenden-

l5Freud, S., “Historia de una neurosis infantil”, sección IX enob. cit.,


t. ii, p. 2003; G.W. XII, 146.
16Freud. S., “Múltiple interés del psicoanálisis”, segunda parte,C, en
ob. cit., t. II, p. 1861; G. W. VIII, 411.
17Freud, S., “Historia de una neurosis infantil”, sección III, enob. cit.,
t. II, p. 1948; G. W., XII, 43.
cias pasivas hubieran de aparecer al mismo tiem po que las
activas sádicas o inm ediatam ente después de ellas”. L o
cual explica la heterogeneidad de su vida psíquica y de sus
posicionamientos, es decir el “flotam iento [Schw ankenJ ince­
san te” de las dos “posiciones libidinales”. Es así como surge
el circuito complejo: “Todo ocurre como si la seducción lleva­
da adelante por la h erm an a lo hubiera llevado al rol pasivo
y le hu b iera dado u n a finalidad sexual pasiva”. Bajo la
influencia persistente de este acontecimiento, su camino
está trazado a p a rtir de la herm ana por encima de N ania,
“[...] desde la actitud pasiva con respecto a la m ujer h a sta la
actitud pasiva con respecto al hombre [,..]”.19 En sum a,
estamos frente a un zigzag riguroso. De allí el cuadro de u n
hombrecito de los lobos agresivo y colérico, que altern a con
un ser sumiso. Y esto va desde la atracción claram ente
m asoquista de la posición pasiva -identificación con la m a­
dre su frien te- h asta la posición hiperactiva que encuentra
frente a los traseros de los domésticos, pasando por ese
rechazo de la posición pasiva que se inscribe como angustia.
V erdadera “ducha escocesa” o “ham aca” de m asculino y
femenino. Queda el cénit atestiguado por el “sueño de angus­
tia” del que em ana su sobrenombre: signa ■•] una explosión
directa de an g u stia ante aquella actitud fem enina con res­
pecto al hom bre [.. .]”20(el padre): “el Hombre” de los lobos, en
este sentido, ciertam ente es... ¡una efigie de lo femenino!
Todo esto se irá aclarando cuando elucidemos la posición
neurótica (in fra , Lo femenino del síntom a o la verdad de la
represión).

La p o stu r a h a c ia la castración :
d e la “a c titu d ” a la “su b le v a c ió n ”
Lo que queda esbozado a través de esta alquim ia activo /
pasivo es u n a actitud o postura hacia la castración que

lsIbídem, p. 1952.
1!l Ibídem, p. 1952.
-“Ibídem, p. 1979.
decide la filiación a lo m asculino y / o a lo femenino. La
expresión recu rren te en F reud es Einstellung: El térm ino no
es anodino. D esigna una actitu d in te rn a [innere Haltung],
u n a m an era de pensar ['Denkweise] o de sentir (G esinnung,
que tiene u n a connotación de “credo”). E n consecuencia,
afirm ar que h ay u n a “actitud activa o pasiva [aktive, passive
Einstellung] es designar la m an era de posicionarse respecto
de la castración, es de alguna m anera la filosofía íntim a sobre
la cuestión: de la actitud m asculina resuelta a la feminización
-q u e va h asta el “placer de la castración”- pasando por la
famosa “sublevación” “masculino” y “femenino” que expresan la
manera como el sujeto “piensa” la castración.
E sta p o stu ra o actitud no puede evaluarse sino respecto
de un m ovim iento fundam ental de “sublevación” [Stráuben]
-m e tá fo ra recu rren te que constituye en Freud u n indicador
de la subjetividad-. Lo que debe ser pensado en lo que genera
la castració n como “obstáculo” o “peligro” es, en oposición
a la tendencia [Streben] que va hacia u n objeto, u n a tenden­
cia contra. E spina clavada, obsérvese, en toda psicología de
las “tendencias”. La actitud hacia lo m asculino se determ ina
por este m ovim iento de “rechazo” literalm ente motor hacia
ese peligro de pasivización. Puede apreciarse su principio:
“La rep u lsa de la actitud fem enina es, por lo tanto, conse­
cuencia de la resistencia a la castración [das Streben gegen
die Kastration] [,..]”.21

La p u b erta d , m om en to d e v erd a d
d e lo m a sc u lin o y lo fem en in o
E n la génesis de esta “actitu d ” y de la constitución correla­
tiv a de las funciones, aparece u n a cesura: “Sólo con el
térm ino de la evolución en la pubertad llega a coincidir la
polaridad sexual con masculino y femenino.”2-

21 Freud. S., Una neurosis demoniaca en el siglo XVII, en ob. cit. 1. 111,
p. 2688; G.W. x ii, 336 .
22 Freud., S., “La organización genital infantil”, en ob. cit. t. m, p.
2700.;G.W. xm, 298.
E s el momento en que las cosas se clarifican, si cabe la
expresión: “Lo m asculino coincide con el sujeto, la actividad
y la posesión del pene; lo femenino perpetúa el objeto y la
pasividad”. E s entonces cuando “la vagina es apreciada como
el lu g ar de alojam iento [Herberge, literalm ente: el albergue]
del pene”. Así, todo parece encajar, al punto que podemos
preguntarnos por qué el momento de la pubertad llamado
adolescencia, en que los péndulos está n en hora, se presenta
tam bién como el momento máximo de opacidad de lo sexual.23
Sucede que a p a rtir de entonces “m uchachos” y “chicas”
disponen de las cartas del juego: situándose en la v ertiente
sujeto-activo-pene, está n conm inados a afiliarse a lo m ascu­
lin o -e s el m uchacho “sin am bages” o 1a chica que se tom a por
u n muchacho; o en la v ertien te fem enina (objeto-pasivo) que
se realiza por el lado del m uchacho por la fem inización y en
la chica en la función de acogida o de alojam iento vaginal del
pene. Esto aclara lo que, p a ra uno y otro sexo, se pone en
juego en la p rim era relación sexual. E s “la h ora H”, en que
los relojes deben ponerse de acuerdo, sin que quede excluida
la eventualidad de ad v ertir que dicha h ora no se inscribe en
el mismo cuadrante, en el m asculino y en el femenino...
Entonces ocurre por u n lado que el pene puede p en etrar
sin peligro, y que, por el otro es o no bienvenido.
Se comprende tam bién por qué, en esta hora de gloria del
objeto fálico que m arca “el despertar de la prim avera”, los ob­
jeto s anteriores, oral y anal, se encuentran redistribuidos,
m ien tras que “ard en ” la m irad a y la voz. Del “flechazo”24que
sacude al sujeto frente al enigm a opaco del otro sexo a las
“vocalizaciones”,25la m udanza viene a signar la cap tu ra de
lo sexual, introduciendo la diferencia de octavo... y la voz
de la pasión.
23 Assoun, P.-L., “Désordres et ratages. Un printemps oú éclot quelque
chose de neuF, en “Désordres amoureux de l’adolescence”, L ’École des
parents, Revue de la Fédération Nationale des Ecoles des Parents et des
Educateurs, número especial, noviembre de 2004, pp. 56-61.
21Assoun, P.-L., Leqons psychanalytiqu.es sur le regará et la voix, ob.
cit., pp. 139 y ss. [Lecciones psicoanáliticas sobre la m irada y la voz,
Buenos Aires, Nueva Visión, 1997.1
25Ibídem, pp. 155 y ss.
La im p o te n c ia
o el sín to m a m a scu lin o

El fenómeno m ás apto para perm itir captar el embrollo de lo


masculino y lo femenino en su anudamiento activo / fálico y
pasivo / castrado es el de la incapacidad o la impotencia sexual.
Por el lado del hombre, la “im potencia” es el momento en
que lo m asculino se encuentra acorralado, en que se halla
pasivizado de fa d o , sufriendo cruelm ente una situación en
la que se lo supone actor.
F reu d da de ello una definición ta n clara como realista en
“Sobre la degradación general de la vida erótica”. P ara que
sea lícito h a b la r de “impotencia psíquica” [psychische Impo-
tenz], debe verificarse que “los órganos ejecutivos de la
sexualidad reh ú san su colaboración al acto sexual, no obs­
ta n te aparecer antes y después perfectam ente intactos y a
p esar de ex istir en el sujeto una in tensa inclinación psíquica
a realizar dicho acto”.26
E sta discordancia -e n tre una apetencia psíquica intensa,
u n as g an as de actividad por un lado y un desfallecimiento
práctico sentido como una pasivización dolorosa por el o tro -
puede describirse, desde el punto de vista de lo vivencial, por
medio de la “sensación de un impedimento en su interior” y
como la “percepción de u n a contra-voluntad, que p ertu rb a la
intención consciente”.
Lo que funciona como u n a alerta es el hecho de que -e n
co n traste con alguna “anafrodisia” general-, la impotencia
suele ser selectiva. En otras palabi-as, los “órganos” que se
revelan no “ejecutivos” con algunos “objetos”, se vuelven eje­
cutivos llegado el caso cuando se les proponen otros objetos,
presentando u n a operacionalidad inesperada.
El enigm a se aclara si se torna en cuenta la génesis de la
vida libidinal, a través del exam en de sus “corrientes” cuya
reunión asigna un comportamiento amoroso “norm al”, “tie r­
no” y “sen su al” procedente de la elección de objeto infantil

~i;Freud, S.. “Sobre la degradación general de la vida erótica”, en ob.


cit., t. II, p. 1700; G. W. XII, 173.
prim ario. ¿Dónde se origina el hecho de que, en la im poten­
cia, se hayan desconectado?
La p u b ertad m arca “el ascenso de u na corriente erótica
que ya no desconoce sus objetivos”. M ás allá de la b arrera del
incesto, se tra ta de la búsqueda de objetos ajenos. E s tam ­
bién el mom ento de la fijación de los fan tasm as inconscien­
tes incestuosos. P a ra ev itar e sta “incestuosidad” interviene
la degradación psíquica del objeto sexual, medio de protec­
ción principal (preservativo psíquico), que libera la tern u ra
por los objetos.
El acceso a lo m asculino se hace por medio de la actividad.
¿Qué significa esto? ¿Se tra ta del hecho de ser el polo activo
-m o to r- de la relación sexual? ¿Es el hecho de la erección o
de la ap titu d p ara la erección?
E n realidad, la im potencia es irreductible a la “disfunción
eréctiF en la que en lo sucesivo en cu en tra su refugio médico.
“H acer de hom bre” equivale a inscribirse en la fase sujeto del
significante fálico, es suponer que ese significante trabaja
p ara él. E s al abordar la relación bajo el signo de este
activismo fálico cuando el sujeto accede al “ser-hom bre”.
E n consecuencia, es lo que paradójicam ente hace posible
el dejarse-ser pasivizado que es la erección cuyo mecanismo
fisiológico (relajación de los m úsculos del pene) m uestra el
carácter desactivante. El deseo puede distenderse - “des­
bandarse”- cómo si entonces el hom bre pudiera dejarse
llevar hacia el objeto de su deseo. M ientras que el sujeto
“dem asiado activo”, crispado en el control, ejerce la acción
fisiológica que entorpece el acto decisivo p ara la cópula.
Puede apreciarse la complejidad de esta noción de “activi­
dad”, susceptible de ser p a ra sita d a por u n a fijación maso-
quista (infra, H om osexualidad en masculino).

Lo fem e n in o fríg id o

Del otro lado, la frigidez histérica bien podría esclarecerse


como la resistencia a esta reivindicación m asculina, cuando
el cuerpo de la m ujer se resiste a so ltar la presa.
La frigidez, esa forma fem enina de la im potencia sexual,
se p resen ta como un rechazo obstinado del cuerpo al goce se­
xual, “rechazo de lo sexual” [Sexualablehnung]. El cuerpo de
la m ujer se niega a la vez a su partenaire. y a la sensación.
H ay u n aspecto de in tratab le obstinación en este rechazo:
“Estos casos de frigidez m eram ente inicial y pasajera cons­
titu y en el punto de p artid a de una serie gradual que culmina
en aquellos otros, lam entables, de frigidez perpetua, contra
la cual se estrellan todos los esfuerzos amorosos del m ari­
do”.27¿Cómo o rien tarse en esta delicada cuestión? En apa­
riencia, la m ujer frígida es hiperpasiva, está paralizada e
inhibida en el acto sexual. No obstante, todo bien mirado, en
su crispación puede discernirse u n a violenta puesta en acto.
La prim era pista indicada por Freud es la de la distinción: la
“anestesia” se instala durablem ente cuando “la zona del clítoris
se rehúsa a abandonar su excitabilidad”. Así, “[...] conocido es
que la anestesia en la mujer es, con frecuencia, sólo aparente y
local. Son anestésicas en la entrada de la vagina, pero en modo
alguno inexcitables en el clítoris y h asta en otras zonas”.28Si es
cierto que “la persistencia de la excitabilidad clitoridiana
dism inuye la función sexual de la mujer, haciéndola anestésica
p ara el coito”,29esto atestigua una actividad secreta, si cabe la
expresión, de la anestesia vaginal.
Pero he aquí u n a segunda pista. D etrás de esta anestesia
se h alla u n a fu erte fijación al modo de goce pregenital y a las
figuras paren tales. Tales m ujeres intensam ente fijadas a
sus p ad res se to rn a n “esposas frías y perm anecen sexual-
m ente an estésicas”.30La renuncia a “la sensibilidad sexual
fem enina”31 es correlativa de u n a fijación infantil, de modo
que “la frigidez cuenta en tre las condiciones genéticas de la
n eu ro sis”. La fijación a la m adre y a la elección de objeto

Freud, S., “El tabú de la virginidad”, en ob. cit., t. III, p. 2449.


-s Freud, S., Tres ensayos para una teoría sexual, en ob. cit., t. 2, p.
1224; G.W. V, 122.
'■'Freud, S., “Teorías sexuales infantiles”, en ob. cit., t. II, p. 1266.
“'Freud, S., Tres ensayos para una teoría sexual, en ob. cit., t. II, p.
1227; G. W. V, 128.
;iIFreud, S., “El sueño y la telepatía”, en ob. cit., t. II, p. 2643; G.W. XIII, 185.
m aterno original abre la conjetura de un cuerpo mortificado,
soberanam ente indiferente a la penetración.
A unque F reu d menciona u n factor constitucional,32 cier­
tam en te lo que decide la frigidez es u n a toma de posición
simbólica, es decir el rechazo del sucedáneo:33 la mujer
frígida se negaría al hom bre p ara reservarse al padre en la
m em oria fantasm ática. El calor del fantasm a incestuoso
viene a refrigerar el cuerpo m al ofrecido a sus insuficientes
sustitutos.
Más acá se encuentran “llam ativas relaciones entre la me­
lancolía y la anestesia [sexual”].34“Cabe preguntarse aquí por
qué la anestesia es una característica tan predom inante en la
mujer. Ello se debe al papel pasivo que ésta desempeña, [.. .].”35
Sim ultáneam ente hipersolicitada por el deseo masculino y
“m antenida a un nivel bajo”, la “tensión sexual” se expone en la
mujer a un destino de melancolización.
Queda por an alizar una ú ltim a pista, en sum a la m ás
específica, la que descubre la problem ática de la “desflora­
ción” y del “tab ú de la virginidad”. Si la anestesia acom paña
frecuentem ente el prim er acto, tam bién es susceptible de
m antenerse luego. El rechazo a la penetración conmemora
la envidia del pene y la cólera de la desfloración. L a frigidez
es la forma fría e in tratab le de la “cólera”: el cuerpo frígido
está todo él sublevado contra la pasivización. E n su rabia de
ser una m ujer, ella se niega a “dejarse tom ar” y se venga
fríam ente inscribiendo, en últim o análisis, la an g u stia en su
partenaire. M ientras que el hom bre im potente o eyaculador
precoz se en cu en tra en espejo identificado con su partenaire,
lo cual genera u n a fijación m asoquista.

Freud, S., N uevas conferencias de introducción al psicoanálisis, en


ob. cit., t. III.
:i:l Freud, S., “El tabú de la virginidad”, ibídem; G. W., XII, 174.
11 Freud, S., Los orígenes del psicoanálisis - Manuscrito G, en ob. cit. t.
III, p. 3503.
Freud, S., ibídem, p. 3506.
La ca str a c ió n -J a n o

En consecuencia, lo que se esboza al cabo de este trayecto no


es otra cosa, ciertam ente, que la postura hacia la castración.
En ella se e n c u e n tra u n a bifurcación capital, en tre la
c a stra ció n objeto de la an g u stia [K astrationsangst] que
corresponde a “la ac titu d m asc u lin a” y la castración como
g e n era d o ra de placer [K a stra tio n lu st], colmo de paradoja
que ab re la cu estió n de “la actitu d fem enina”. 56
E ste doble rostro de la castración cuestiona la función
inconsciente de la sexuación. Ello perm ite poner en escena
ese doble juego con la castración, en el cual hombre y m ujer
p a rtic ip a n según las m odalidades del juego de d istrib u ­
ción p a re n ta l al cual nos rem itirem os a continuación.

:í(iFreud, S ,,U na neurosis demoníaca en el siglo xvn, cap. III, enob. cit.,
t. III; G. W. XIII, 338.
L ec ció n III
MASCULINO Y FEM ENINO
PU ESTO S A PR U E B A PO R EL ED IPO

Se recordará que la distinción en tre “m asculino” y “fem eni­


no” no es originariam ente problem ática p ara el niño (supra,
Una evidencia enigmática). Llegó la hora de p reg u n tarse
cuándo y por lo tan to por qué se to rn a tal. Así, se ha vuelto
claro que la cuestión de lo m asculino y lo femenino —que se
h a dado como morfológica- no puede esclarecerse sino en la
dinám ica que aquélla organiza en el devenir del sujeto.
Conviene cen trarse en el momento en que se impone como
cuestionam iento, reservándonos la posibilidad de reto m a r­
la desde la escena prim aria de la prueba escópica.

La p ru eb a e sc ó p ic a

Hay que situ a r la distribución de las cartas del juego en el


m om ento del “d escubrim iento” de la diferencia sexual.
Ese m om ento exploratorio es aquel en que uno y otro sexo la
reciben en pleno rostro.
Ahora bien, digámoslo finalm ente: lo que organiza la
danza de las m iradas es menos la diferencia sexual en sí
m ism a que el “m iem bro” saliente [mannliche Glied], No se
tra ta del sexo m asculino en su integralidad anatóm ica:
“R esulta sorprendente constatar cuán poca atención suscita
en el niño la otra p arte del órgano genital masculino, los
testícu lo s, con lo que se le atrib u y e .” Al punto que “según
los análisis, no se podría adivinar que algo diferente del
pene pertenezca tam bién al órgano genital”.1E s im portante
ten er presentes estas m ism as especulaciones, no carentes
de trivialidad, como g aran tía m aterialm ente simbólica de
virilidad; no es difícil ocultar que pesan poco en la revelación
de la diferencia, dado que el apéndice fálico las eclipsa de­
cisivam ente.
Los dos niños, “m asculino” y “femenino”, sólo tienen ojos
p ara él. M ás aún: resu lta especialm ente visible p ara la niña,
que lo percibe inm ediatam ente, lo cual desencadena una
decisión: “Al in stan te adopta su juicio y hace su decisión. Lo
h a visto, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo”.2
Lo que sorprende cuando los dos representantes de la
especie h um ana, hom bre y m ujer, se entrevén - “reciben con
la v ista” [ins Gesicht] la diferencia-, es “una interesante
oposición de com portamiento [Gegensatz im Verhalten]. La
diferencia sexual se decide a p a rtir de cierta mirada.
E ste pasaje extraordinario m u estra el contraste entre un
m uchacho ausente y evasivo, indeciso y emotivo, bajo el
efecto de u n a “tem pestad de afecto temeroso”, m ientras que
la m uchacha, en este terreno, está sincronizada con el
acontecim iento, decidida y en este sentido racional y prag­
m ática. “He visto, he sabido y he querido”: es con este
esp íritu de decisión propio de la conquista de César como
e n tra la n iñ a en la cuestión fálica y franquea el Rubicón.
O bsérvese que la pequeña m ujer en tra en el complejo de
m asculinidad... sin complejo, m ientras que el “varón” a te s­
tigua en este dominio un “esp íritu de escalera” que bien
podría p esar en su destino ulterior. Comienza por suspender
la percepción, y recién después de haber entrado en la
pru eb a de la castración y bajo la am enaza fKastrationsdro-
hurtg] será capturado por la imagen: ¿acaso no podrá pade­
cer un destino análogo? Por lo tanto, la pequeña m ujer es
contem poránea de su percepción, allí donde el hombrecito
1 Freud, S., “Teorías sexuales infantiles”, G.W. XIII, 294. La traduc­
ción es nuestra.
2Freud, S., “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual
anatómica”, en ob. cit., t. III, p. 2899; G.W. XIV, 23-24.
aborda la diferencia con un corrim iento, incluso un desfasa-
je revelador y en un sentido irreversible.
Con lo cual es posible rev isar la “caracterología” de una
m ujer de afecto lábil, opuesta a la característica viril, el ser
dueño de sí. Puede observarse que el “miembro m asculino”
viene a funcionar como un “te st” cuyos resultados son sor­
prendentes. La “envidia del pene” en la m ujer no es una
disposición ontológica: es una envidia que la cap tu ra en esta
prim era m irada y a p a rtir de entonces ya no la abandonará.

La co y u n tu r a ed íp ic a
Todo ello va a especificarse con la coyuntura edípica -lu g a r
donde se determ ina la “p o stu ra” [Einstellung)] y donde se
distribuyen lo masculino y lo femenino. E sta tiene por efecto
un desprendim iento de la preh isto ria preedípica, que provee
la distribución p rim aria de las cartas.
F reu d no desdeña la postulación de u n a predistribución
constitucional de los lugares -disposición bisexual [bisexue-
lle Anlage]-, pero es en la relación con el otro, en su dimen­
sión objetal e identificatoria, como va a especificarse decisi­
vam ente.
¿Cómo llega el “pequeño Edipo” macho a afiliarse a su
sexo? ¿Cómo sucede que un pequeño ser, con “tendencias
bisexuales”, se convierta en m ujer? ¿Cómo, al hacerlo, al
confrontarse con suspartenaires en la distribución parental,
descubre él o ella lo que está enjuego de su problemática, es
decir la castración? La afiliación a lo masculino y a lo
femenino es, en últim a instancia, u n a resu ltan te de este
debate. Los actores son lo que Freud designa con la expre­
sión “niño varón” [enfant m asculin] o “niña m ujer” [enfant
féminin].
Es el momento en que “[...] la bisexualidad interviene
[eininengt] en los destinos del complejo de Edipo.”3 Por lo
tan to éste es el contexto existencial que perm ite determ inar
las relaciones de fuerza en tre bisexualidad y represión.
:sFreud, S., E l Yo y el E llo, en ob. cit., t. III, p. 2713; G.W. XIII, 261.
Esto supone situ ar m asculinización y feminización por un
lado en relación con el descubrim iento de la diferencia
sexual, y por el otro en la relación con los partenaires del
d ram a paren-tai: la M adre se plantea como el agente prim i­
tivo preedípico, que prodiga cuidados y ejerce una acción
pasivizante, an tes de ceder el lugar al agente paterno en el
d ram a propiam ente edípico, según las m odalidades diferen­
ciales del sexo.

E d ip o b ise x u a l

Volvamos a p a rtir precisam ente del resultado del proceso.


Se puede hacer un ajuste im portante con la fórmula
com pleta del edipo masculino: el pequeño hom brecito “no
sólo tiene u n a actitu d am bivalente hacia el padre y una
elección de objeto tiern a p ara con la m adre” (esto es el
“complejo de Edipo sim ple”), que es u n a “simplificación o
esquem atización que por lo dem ás está prácticam ente ju sti­
ficada”), “sino que se com porta al mismo tiempo como una
n iñ ita , m ostrando la actitud tiern a fem enina hacia el padre
y la actitu d celosa-hostil correspondiente hacia la m adre”.
Esto esclarece muy precisamente en qué punto la bisexuali­
dad resu lta un factor de “complicación” necesario (supra, La
doble deuda: Freud con Fliess): Esta intervención [Eingreifen]
de la bisexualidad hace difícil discernir las relaciones de las
elecciones de objeto e identificaciones primitivas” y “aun más
difícil describirlas de m anera concebible”.
P uede apreciarse en el pasaje una rectificación capital de
F reud: “la am bivalencia constatada en la relación con los
p ad res” no se debería solam ente al desarrollo de la actitud
de rivalidad a p a rtir de la identificación, sino que debería
“ser referid a a la bisexualidad”.
“Yo m ism o me estoy habituando a concebir todo acto
sexual como un proceso entre cuatro individuos [...]”/ escri­
bía F reu d al acusar recibo de la bisexualidad. Así pues, lo
vem os hablando en presente, como auscultor del complejo de
' Freud, S., Los orígenes del psicoanálisis, en ob. cit., t. IÍI, p. 3625.
Edipo, de las “sus cu atro ten d en cias in te g ra n te s ”.'5Es la
realización de un ciclo. Se puede ju z g a r el polvorín que
re p re se n ta el superyó, si se a d v ierte que e stá constituido
por esta doble identificación con e s tru c tu ra c u a te rn a ria .
Es tam bién este dosaje lo que decide las “disposiciones
sex u ales” y el clivaje h etero -h o m o sex ualidad (in fr a , H o­
m osexualidad en m asculino, H om osexualidad en fem en i­
no).

La p ru eb a d e in tim id a c ió n

“Los resultados de la am enaza de castración son diversos e


incalculables: afectan a todas las relaciones de un niño con
su padre y con su m adre y posteriorm ente con los hombres
y las m ujeres en general.” 6 Lo que decide la historia es la
intim idación: “Las m ás de las veces, la m asculinidad del
niño no resiste a esta p rim era intim idación” [E inschüch-
terung].
Pero he aquí el efecto lateral: “Si un fuerte componente
femenino, como nos expresam os, se presenta en él, adquiere
fuerza por medio de la intim idación de la m asculinidad”. E n
otras palabras: “Cae en u n a actitud pasiva hacia el padre, tal
como se la atribuye a la m ad re”.
Puede apreciarse la complejidad de los efectos de la
intim idación, es decir del efecto (fantasm ático) de la am ena­
za: es porque h ab ría sido suficientem ente intim idado por el
padre que el pequeño Edipo volverá a la renuncia que va a
perm itirle o rien tar su actividad hacia otras mujeres-objetos
diferentes de la mujer-objeto prohibida - la m a d re - , con la
reserva re sta n te de actividad.
Por consiguiente, la intim idación juega un rol de refuerzo
de los com ponentes fem eninos que es susceptible de hacer
que el sujeto se deslice hacia la pasivización que se basa en
la identificación con la m adre supuestamente pasiva hacia
el padre.

aFreud, S„ El Yo y el E llo, en ob. cit., t. III, p. 2713; G.W. XIII, 262.


Se com prenderá la im portancia de este dejarse-intimi-
dar, el cual decídela orientación hetero uhom osexual (infra,
H om osexualidad en femenino).
Es el pequeño “hom bre de los lobos” quien proporciona la
ilustración de esta lucha “a cuchillazos” entre tendencias
activas y pasivas. En él “[...] la victoria de la m asculinidad
se m u estra ta n sólo en que el sujeto reacciona con angustia
a los fines sexuales pasivos de la organización predom inante
(m asoquistas, pero no femeninos)”.7Por ende, no se tra ta de
u n a “moción sexual m asculina” sino “solam ente de una
moción sexual pasiva y de una sublevación contra ésta”.

E l co m p le jo d e E d ip o en fem en in o
U biquém onos “en fren te”, del lado de la niña.
El tra u m a escópico que abre el “complejo de m asculini­
dad” [M ánnlichkeitskom plex] se basa en el hecho de que “la
n iñ a no considera su falta de pene como un carácter sexual,
sino que la explica suponiendo que en un principio poseía un
pene igual al que h a visto en el niño, pero que lo perdió luego
por castración”.8Por lo tanto, si la niña hace un complejo de
su no-m asculinidad, es por falta de comprensión (de una
determ inación sexual) y por exceso de explicación, bajo el
efecto del prejuicio fálico. Ningún curso de “educación sexual”
podrá recu p erar este inicio titubeante y torcido.
Luego, es m enester recordar la bisexualidad en segundo
grado de la m ujer: “E ste [el hombre] cuentacon una sola zona
sexual dom inante, con u n solo órgano sexual, m ientras que
la m ujer tiene dos: la vagina, órgano femenino propiamente
dicho, y el clítoris, órgano análogo al pene masculino”.9

6 Freud, S., Compendio del psicoanálisis, en ob. cit., t. III, pp. 3407-
3408; G.W. XVII, 117.
"Freud, S., H istoria de una neurosis infantil, enob. cit., t. II, p. 2003;
G.W. XII, 146.
8 Freud, S., “La disolución del complejo de Edipo”, en ob. cit., t. III, p.
2751; G.W. XIII, 400.
51Freud, S., “Sobre la sexualidad femenina”, en ob. cit., t. III, p. 3079;
G.W. XIV, 520.
Esto corta en dos su “desarrollo”: “La vida sexual de la
m ujer se divide siem pre en dos fases, la prim era de las
cuales es de carácter m asculino, m ien tras que sólo la segun­
da es específicam ente fem enina”.10T ras haberse encontrado
som etida a la “prim acía del falo”y tras h ab er “vivido m ascu­
linam ente”,11 se ve comprometida, m ás allá del “descubri­
m iento de la castración” y de su “herida n arcisista”12en la
“conquista”* de la fem inidad. Téngase presente que lo feme­
nino en la m ujer es u n a “segunda vida”...
F reu d afirm a con cierta form alidad que “[...] en general la
m ujer tolera la m asturbación peor que el hombre, [...]”13
para subrayar que es la supresión de esta “actividad m ascu­
lin a” lo que se p lan tea como la condición del “desarrollo de
la fem inidad”.14
El asunto se ve severam ente complicado por el hecho de
que “la niña-m ujer” {enfant-füle] tiene como sitio originario
el lazo-con-la-madre de cuyo goce pasivizante resu lta vital
sacudirse. Como lo recuerda Freud, “las prim eras vivencias
total o parcialm ente sexuales del niño en relación con su
m adre son n atu ralm e n te de carácter pasivo. Es ésta la que
lo am am anta, lo alim enta, lo limpia, lo viste y lo obliga a
realizar todas sus funciones fisiológicas”!5-lo cual indica la
existencia de u n a lluvia de “pasividades”. Esto vale para el
niño varón y p ara la n iñ a m ujer pero, en esta últim a, adopta
un cariz dram ático. De allí “la sorprendente actividad sexual
de la niña en relación con su m adre”.16
Esto comienza con el juego de las m uñecas que consiste en
intercam biar los roles, en un ritual: la niña, sometida a la
* En castellano en el original. [N. de T.]
10Freud, S., “Sobre la sexualidad femenina”, en ob. cit., t. III, p. 3079.
11 Freud, S., “Nuevas conferencias introductorias al psicoanálisis”,
x x x i i . [La traducción es nuestra. N. de la T.|.

12Freud, S., “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual


anatómica”, en ob. cit., t. III, p. 2899.
13Freud, S., ibídem, p. 2900.
u Freud, S., “Sobre la sexualidad femenina”, en ob. cit., t. II; G.W. XIV,
520..
15Freud, S., Ibídem, pp. 3084-3085.
1(1Ibídem, p. 3085.
m anipulación m aterna, se pone en el lugar activo y la ubica
sim bólicam ente en el rol de la m uñeca a la que cuida con
esmero y a la que m antiene a su merced. Es este actuar-
contra-materno lo que abre como en u n contraataque un
activismo fálico de los más intensos: “Finalm ente, en la fase
fálica aparecen tam bién poderosos deseos activos dirigidos
hacia la m adre”,17los cuales culminan en el deseo de hacerle un
niño a la m adre o más bien de reem plazar al procreador que
acaba de hacer a ese nuevo niño -h erm an a o herm ano'8que ella
querría “haber hecho”-. luEs a p artir de la reacción empederni­
da contra la am enaza de convertirse en el objeto de la madre
donde nace la llam arada de actividad que adquiere un carácter
furibundo en la mujer... ¡supuestamente pasiva!

Lo fe m e n in o en có lera

Aquí hay que despejar el rol esencial del “ataque de agresi­


vidad” como ese momento de hiperactividad rabiosa hacia la
inclinación am orosa y su componente de pasivización.
El prim er enemigo es la m adre. La agresividad femenina
se forja en el lazo m aterno. Freud la hace culm inar simbóli­
cam ente en el rechazo de las m anipulaciones de limpieza que
signa la transform ación insurreccional del amor en odio.*1
El segundo objeto de hostilidad es el padre, al final del
estado de gracia cuya im portancia ya se verá, cuando un
castigo [Z ü chtigung] inmerecido crea el sentim iento de
inju sticia.21 U na vez que ha sido “expulsada de todos los
cielos”, ella efectúa la nueva separación.
El tercer enemigo potencial es el hombre. La pérdida de la
1‘ Ibídem, p. 3086.
,<s P.-L. Assoun, Frércs ct socurs. Leqons de psychanalyse, Anthropos,
Economica, 2- ed., 2001. [Traducción castellana: Lecciones psicoanáliti-
cas sobre hermanas y hermanos, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000.11La
traducción es nuestra. N. de la T. ¡.
1:1Freud, S., “Sobre la sexualidad fememnina”, sect. III, G. W. XIV,
532. | La traducción es nuestra. N. de la T.|
Ibídem. | La traducción es nuestra. N. de la T. 1.
Ibídem. [La traducción es nuestra. N. de la T.[.
virginidad “[...] desencadena tam bién u n a reacción arcaica
de hostilidad contra él” [el hom bre desflorador].22
E s lo que hace a la ex trañ a form a de fidelidad por medio
del odio de la m ujer hacia su desflorador.23“D arse” se hace
pagar por un resentim iento de los m ás durables, cuyas
huellas se pueden encontrar en el núcleo del cariño m ás vivo.
El furor sería en la m ujer el síntom a patognomónico de la
a n g u stia de castración. Por lo dem ás, e n cu en tra su p a r en
la agresividad reaccional en el hom bre, quien viene a m arcar
con violencia la sublevación contra el rol pasivo. Aquí y allí,
es la pasividad sublevada lo que constituye el principio de la
violencia.

V a terb in d u n g y v o to fá lico

H ay que conceder la m ayor im portancia a esta observación


de Freud: “La transición al objeto paterno se lleva a cabo con
ayuda de las tendencias pasivas [passive Strebungen], en la
m edida en que hayan escapado al aniquilam iento [Ums-
turzY'.24Por consiguiente, es m ediante estas pulsiones pasi­
vas que han sobrevivido a esta torm enta de actividad como
la niña [l ’enfant fém in in ] puede a tra v e sa r au ru ta hacia el
padre, y luego hacia el hom bre. A menos que consiga m an­
ten er su actividad y darle un nuevo florecimiento orientán­
dola hacia un objeto am ado del mismo sexo (in fra , E l feti­
chismo o el talism án sexual). Este recurso al padre es el que
asegura el pasaje del goce clitoridiano al goce vaginal.
E n oposición a K. H orney al referirse a la “envidia secun­
d aria del pene”, “utilizada p a ra la defensa contra las mocio­
nes fem eninas”, F reud sostiene tenazm ente que esas prim e­
ras mociones libidinales —en este caso falófílas—“tienen una
intensidad propia, superior siem pre a cuanto sobreviene
"Freud, S., El tabú de la virginidad, en ob. cit., t. III, p. 2453; G.W. XII,
179.
-:i Ibídem.
-'Freud, S., “Sobre la sexualidad femenina”, en ob. cit., t. III, p. 3086;
G.W. XIV, 533.
después, u n a intensidad que en realidad sólo puede ser
calificada de inconm ensurable”.25
Lo que da p a ra pensar es “una relación de oposición entre
la relación con el padre [Vaterbindung] y el complejo de
m asculinidad”, expresión de “la oposición general entre
actividad y pasividad, m asculinidad y fem inidad”.

La fe m in iz a c ió n resp ecto d el p ad re

Pero precisam ente, nos sorprendem os al constatar que, en


ambos sexos, lo que se pone en juego es el destino de la
feminización. Es lo que decide el “complejo paterno”, ¡desde
el caso de H aitzm ann al de Wilson!
Es el caso de la “neurosis dem oníaca” que da ocasión a las
form ulaciones m ás vibrantes de F reu d sobre la cuestión:
“No hay apenas ninguna de las tesis psicoanalíticas sobre la
vida aním ica infantil que resulte ta n repulsiva e increíble al
adulto norm al como la actitud fem enina del niño con respec­
to al padre y la fantasía de em barazo que le sigue”.26
Ello nos conduce al aspecto femenino de la aparición del
Diablo, prótesis del padre. F reu d no deja p asar por alto la
pregunta: “M as ¿por qué el padre rebajado a la categoría de
demonio m u estra en su cuerpo u n a característica de la
fem inidad?”.27 Es que “la actitud fem enina hacia el padre
sucumbió a la represión, no bien el varón com prende que la
com petencia con la m adre por el am or del padre tiene por
condición la renuncia al miembro genital propio, por lo tanto
la castración”. Entonces encuentra su forma de expresión
invertida en el “fantasm a opuesto” de “c a stra r al propio
p ad re”. Es e sta pasivización lo que resurge en este rasgo
femenino de la figura p atern a de la tern u ra, desplazada de
la m adre al padre.
O bsérvese la extraordinaria modificación de este in ter­
25 Ibídem, p. 3089; G.W. XIV, 537.
26 Freud, S., “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, en ob. cit., t.
III, p. 2688; G.W. XIII, 337.
27 Freud, S., ibídem, p. 2687; G.W. XIII, 336.
cambio recíproco edípico de lo m asculino / femenino. E stá
simbolizado por estas dos figuras fantasm áticas de un hijo
confrontado con la feminización respecto del padre y u n a
hija fecundante activa respecto de la madre.

A n g u stia y re p re sió n

E sta prueba de m asculinización / feminización perm ite si­


tu a r el afecto de los afectos que es la angustia,28 lo cual
posibilita oír la fórm ula ab ru p ta según la cual “la libido es
m asculina”, m ientras que “la an g u stia es fem enina”29 o in ­
cluso que la an g u stia constituye el elemento femenino, en
relación con la represión, elem ento masculino.
E n la m edida en que encuentre su verdad como an g u stia
de castración - e n rigor, un pleonasmo, en tanto y en cuanto
la an g u stia propiam ente dicha es de castración-, la a n g u stia
define ju sta m e n te ese punto lím ite entre pasivación - e n la
m edida en que el sujeto padece de m anera dolorosa u n a
potencia e x tra ñ a - y activación - e n la m edida en que se
subleva contra é sta -.
Es allí donde reencontram os e sta especie de invaginación
de la castración que, como resaltad o r supremo, suscita la
ang u stia y, como “atracción” violenta, asocia ese “extraño
placer” que es el “placer de la castración”.
N ada m ás apropiado en este sentido que situ a r al sujeto
dividido por lo sexual.
U na vez m ás nos vemos rem itidos a la lógica conflictiva de
la diferencia sexual, según las m odalidades c o n tra sta d a s
de la neurosis, la psicosis y la perversión.

2SP.-L. Assoun, Leqons psychanalytiques sur l ’angoisse.


29 Sesión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena del 24 de abril de
1907, en Les premiers psychanalystes. M inutes de la Société psycha-
nalytique de Vienne, Gallimard, t. I, 1976, p. 20.
S e g u n d a p arte

CLÍNICA

LAS ESTRUCTURAS
L ec ció n IV
LA NEU R O SIS O
LO FEM ENINO REPRIM IDO

Se recordará lo que F reu d entendió por bisexualidad, al


punto de atribuírsela: “estos problemas neuróticos no tienen
solución posible sino aceptando ante todo y por completo
[ganz und voll] u n a bisexualidad original en todo indivi­
duo”.1
E n otros térm inos, la cuestión neurótica, e] hecho neuró­
tico mismo, son ininteligibles sin esta “hipótesis” [Annahme]
de la bisexualidad, es decir ese “flotamiento” del individuo en
virtud de su participación en la sección sexual, de su “seccio-
nam iento”. Pero dicha participación no se deja apreciar sino
refractada en la lógica de la represión como “acción psíquica”
m aestra. Por lo tanto, las funciones masculino / femenino en
la neurosis se dejan evaluar por esta puesta en perspectiva
en la conflictividad psicosexual edípica.

La e sc e n a prim aria

“P a ra explicar por qué el resultado es a veces la perversión


y otras la neurosis, me valgo de la bisexualidad universal del
ser hum ano.”2 He aquí la “piedra an g u lar”.

1 Freud, S., Psicopatología de la vida cotidiana, cap. VI, en ob. cit., t.


I, p. 846; G.W. IV, 159-160.
2Carta de Freud a Fliess del 6 de diciembre de 1896, carta 52, en Los
orígenes del psicoanálisis, en ob. cit., t. III, p. 3554.
La dialéctica de lo activo / m asculino y de lo pasivo /
fem enino va a encontrar aquí tan to la oportunidad de ilus­
tra rs e como de verificarse.
Como se sabe, el síntom a neurótico se comporta como
“formación de compromiso” en tre la moción pulsional y la
prohibición. Pasivizado por el im pedim ento, el sujeto neuró­
tico reen cu en tra u n a actividad en y por el síntoma. Los dos
dialectos -obsesivo y fobohistérico- encuentran aquí un
esclarecim iento. “Siendo indiscutible que la h isteria presen­
ta u n a m ayor afinidad con la fem inidad, del mismo modo que
la neurosis obsesiva con la virilidad obsérvese qüe
p a ra F reu d se tr a ta de u n a certidum bre de base.3 Idea
afirm ada de entrada: “La im portancia del elem ento activo
de la vida sexual en la etiología de las obsesiones y la de la
pasividad en la patogenia de la h isteria parecen incluso
rev elar la razón de la conexión m ás íntim a de la histeria con
el sexo fem enino y de la preferencia del masculino por la
neurosis obsesiva”.4 C orrelativam ente, no h a cesado de
afirm arrel dominio de lo activo en el obsesivo, tan to en el
plano de la disposición pulsional donde prevalece “la activi­
dad p ro cu rad a por la pulsión de dominio” sádico-anal (p ara­
lelam en te a la “la actividad [...] aportada por el instinto
general de aprehensión”, “la corriente pasiva es alim entada
por el erotism o anal, cuya zona erógena corresponde a la
an tig u a cloaca indiferenciada”),5 como en el plano de las
m odalidades de participación activa en la seducción y en la
escena prim aria, el predominio de lo pasivo en la histérica,
abierto(a) a la dem anda seductora y que habría padecido el
deseo del otro.
A p a rtir de esta afinidad histérico / femenino, obsesivo /
m asculino, concluirá que “la pérdida del am or del objeto,
como condición de angustia, desem peña en la histeria un

:i Freud, S., Inhibición, síntom a y angustia, cap. VIII, en ob. cit, t. III,
p. 2866; G.W. XIV, 174.
'*Freud, S., “La herencia y la etiología de las neurosis”, en ob. cit., t.
I, p. 285; G.W. I, 421.
5Freud, S., “La disposición a la neurosis obsesiva”, en ob. cit., t. II, p.
1741; G.W. VIII, 448.
papel análogo al de la am enaza de castración en las fobias y
al del miedo al superyó en la neurosis obsesiva”.6
Es lo que funda el lugar común sólido de una m asculini­
dad de la neurosis obsesiva y de la fem inidad radical de la
histeria. ¿El hom bre ten d ría u n a inclinación a la obsesión,
así como la m ujer u n a preferencia por la conversión? Lugar
común que conviene no recu sar de en trad a, sino endosar en
un prim er m om ento p ara m ostrar, conforme al im perativo
planteado (su p ra , L a doble deuda: F reud con Fliess) cómo la
bisexualidad viene a complicarla seriam ente, lo que vuelve
a in terro g ar correlativam ente al hombre histérico y a. la
m ujer obsesiva, esos tipos “recesivos” pero reveladores. No
hay, por lo dem ás, neurosis obsesiva sin un “fragm ento de
histeria”, como tampoco h ay h isteria sin un componente
obsesivo.
Se recordará -a n te s de em barcarnos en los “dialectos”
neuróticos de lo m asculino y lo fem en in o -q u e el sujeto de la
escena p rim aria está condenado a u n a posición pasiva por
principio, ya que padece la seducción y / o el espectáculo,
salvo que desarrolle la actividad reaccional del síntoma. En
efecto, considérese “u n a de las situaciones básicas del deseo
infantil: la observación por el niño del acto sexual entre
adultos. Sucede que “d u ran te dichos m om entos se apoderan
del infantil espectador m asculino dos impulsos: el activo, de
ocupar el lu g ar del hom bre, y el contrario, pasivo, de identi­
ficarse con la m ujer” entendiendo que “las dos tendencias
agotan las posibilidades de placer que resu ltan de la situa­
ción”.7

La m u jer en ferm a de lo fem en in o


La m ujer histérica está en teram en te articulada con este
cuestionam iento del ser-m ujer. Responde a ello, como he-

BFreud, S., Inhibición, sín toma y angustia, cap. VIII, en ob. cit, t. III,
p. 2866; G.W. XIV, 174.
7 Freud, S., H istoria del m ovim iento psicoanalítico, sección III, enob.
cit., t. II, p. 1923; G.W. X, 98-99.
mos visto {supra, L a histeria o la bisexualidad del fa n ta s­
m a), m ediante u n a doble identificación: con su sentido
seguro del teatro , “hace de hom bre” y “ju eg a a ser m ujer”.
Esto revela, de paso, que el teatro, lugar de las m áscaras, es
radicalm ente el lu g ar de u n a pu esta en escena, según las
m odalidades trá g ica sy/o cómicas, de la am bigüedad sexual.
P or las vías del cuerpo (conversión) y de la angustia, logra
d a r expresión a este conflicto que encuentra en la escena
p rim a ria su condición traum ática. El “tra u m a ” signa el “mal
encu en tro ” donde se revela este desequilibrio.
El sujeto del síntom a está afectado por e sta indecisión que
figura ta n bien el personaje goethiano de Mignon evocado
por F reu d en el momento en que se confronta al comienzo con
el sujeto de la escena p rim aria traum ática: “¿Y a ti, pobre
niño [enfant], qué te han hecho?’8¿“N iña” [enfant], “varón”
[enfant]? Goethe, con u n a notable intuición, le h a dado un
e sta tu to sexual “n eu tro ”, más aú n que equívoco -epiceno
(supra, L a cuestión gramatical: el género).
L a h istérica m u estra el estatu to de todo sujeto, hom bre o
m ujer, tom ado en la dimensión fem enina de la desventaja.9

E l h o m b re h istérico :
la m a ch a h iste r ia

N unca se in sistirá demasiado, en espejo, sobre el giro freu-


diano de la teoría de la histeria, en los orígenes del psicoa­
nálisis, que consiste en sacar a la luz al hombre histérico,10
aquel que F reu d va a ir a descubrir a los hospitales vieneses.
La escena prim aria propiam ente prehistórica es la sesión
de la Sociedad de Medicina de Viena del 14 de octubre de

‘^Carta de Freud a Fliess del 22 de diciembre de 1897, citada en Jeffrey


M oussaief Masson. Le réel escamoté, Aubier, 1984, p. 132.
■'Assoun, P.-L., Le, préjudice et l ’idéal. Pour une clinique sociale du
tra u m a , Anthropos / Economica, 1999.
1(1Assoun, P.-L., “La mále histérique. Le masculin et ses masques”, en
C a h iersd el’A ssociationfrcudiennehiternationale,aL ’hystérieinasculiiie”,
Journées d ’étudc saniedi 20 et dimanche 21 novembre 1999, pp. 11-30.
1886, en la que Freud lee su inform e, “De la h isteria m ascu­
lina”, con el cual va a venir a h iste riz ar el discurso académ i­
co. Aquí el que habla es el alum no de C harcot p ara decir que
las m anifestaciones sintom áticas (perturbaciones visuales,
sensoriales y motrices, zonas histerógenas) se presentan
tanto en el hom bre como en la m ujer. C iertam ente, es a
Charcot a quien declara deber el descubrim iento de “la
frecuente aparición de la h iste ria en sujetos m asculinos”.11
Y lo que alega en este sentido es el accidente de trabajo, como
por ejemplo un obrero caído de un andam io observado en la
Salpétriére. Pero tam bién es el accidente de ferrocarril.
Después de las reacciones escépticas y condescendientes,
Freud se ve desañado por M eynert a mostrarle un caso de
h isteria m asculina. Por lo tan to lo encontram os, al igual que
Diógenes con su lin tern a, ¡buscando en los rincones del
hospital general a ese hom bre histérico!12
H istoria m ás bien burlesca, pues no se tra ta sim plem ente
de encontrar la rara auis; es que u n a vez localizada, es
negada como ta l por la m edicina establecida —es la reacción
estilo D iaphoirus de ese cirujano que le recuerda a su joven
colega que, dado q u eH ysteron significa “histérica” [“útero”],
¡lo que busca es u n a contradicto in adjectol Por ende, un
hom bre histérico es propiam ente un Unsinn, u n no-sentido
cuyo pensam iento compromete, no obstante, toda la teoría
freudiana de la h iste ria .13 “¿Cómo puede u n hombre ser
histérico?” [Wie kann d a n n ein M ann hysterisch sein?]. Se
tra ta de u n a preg u n ta de la que se ad u eñ ará el psicoanálisis
para sostener que sí lo es. Es con la “h isteria m asculina” [die
mannliche H ysterie] como F reu d se ve “empujado a la oposi­
ción”, ocupando de fa d o y asum iendo u n a posición histérica
en relación con el discurso de los am os-m aestros [m aitres].
Finalm ente, es fuera del hospital donde Freud descubre
“un caso clásico de h em ianestesia histérica en un hom bre”.
Ahora bien, ¿no nos encontram os con que lo único que recoge

"Freud, S Autobiografía, cap. I, en ob. cit., t. III, p. 2764; G.W. XIV, 37.
'-Jones, E.,La vie e tl’oeuvrede Sigm undF reud, PUF, 1.1, cap. xi, p. 255.
"Freud, S., Autobiografía, cap. I., en ob. cit.; G. W. XIV, 39.
es indiferencia? P ru eb a de que al satisfacer la dem anda se
la convierte en desprecio.'
Es en la “neurosis de g u erra” donde Freud reencuentra la
figura del hom bre histérico, “falso sim ulador” m agnífica­
m ente ilu strad o por el caso K auders.14
La v erd ad era diferencia de la h isteria m asculina y feme­
n in a es la diversidad de las escenas sociales: es en la obra de
trabajo o en el campo de batalla, es decir “al calor de la
acción” donde, bajo el efecto del traum a, se establece el
m ecanism o de la pasivización m asculina. “Así se comprobó
la h iste ria en sujetos m asculinos, especialm ente en indivi­
duos de la clase obrera, con insospechada frecuencia”.15
C onstatación clínica: F reud declara muy tem prano que “en
todos los casos de h iste ria por m í analizados (entre ellos dos
de h iste ria m asculina) he hallado cum plida esta condición
específica de la h iste ria - la pasividad sexual en tiempos
p resex u ales-, condición que, adem ás de dism inuir conside­
rablem ente la significación etiológica de la disposición here­
d itaria, explica la frecuencia infinitam ente m ayor de la
h iste ria en el sexo femenino”.16 El terror viene a hacer
zozobrar al sujeto, rompiendo la crisálida de la histeria:
tales son los “casos clásicos de h isteria trau m ática que
C harcot dem ostró en pacientes del sexo masculino, y en los
cuales un individuo no histérico anteriorm ente cae de pron­
to en la neurosis después de un susto único e intenso, como
un accidente de ferrocarril, u n a caída, etc.”.17Se tra ta de un
rasgo distintivo de la h isteria m asculina: surge bruscam en­
te, horadando la escena social, m ientras que la histeria
fem enina en treteje de alguna m anera la cotidianidad o la
d esg arra con sus “estallidos”.
F reud, siguiendo u n a perspicaz sugerencia de Abraham,
establece que el sujeto e n tra en la “psiconeurosis de guerra”

HEissler, K., F reud sur le front des névroses de guerre, PUF, 1979.
15Freud, S., “Charcot”, en ob. cit., t. I, p. 35; G.W. I, 32.
16Freud, S., “Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defen­
sa”, sección I. en ob. cit., 1.1, p. 286; G.W. I, 380-381.
17Freud, S., Estudios sobre la histeria, en ob. cit., 1.1, p. 52; G.W., XVII, 10.
m enos por el miedo al enem igo que por el horror suscitado,
en “el yo de paz” del sujeto, por los riesgos a los que lo
exponen los “golpes de au d acia” [W agnisse] de su impetuoso
“yo de guerra” viril.18
Por último, no se debe perder de v ista que “la tendencia
inconsciente a la inversión no falta nunca en la histeria
m asculina”.19Por otra p arte, la h iste ria m asculina se revela
selectivam ente en el seno de las “m asas de hom bres”, bajo el
“mono de trabajo” o uniform e.

M ascu lin o rep reso r


y m a scu lin o r ep rim id o

El proceso neurótico e n cu en tra aquí su explicación metapsi-


cológica. Freud subraya que la e n tra d a en la fase de latencia
se m anifiesta, en la neurosis obsesiva, por la erección de un
superyó de “u n a severidad inexorable” que exige la renuncia
al onanismo infantil precoz. Entonces interviene la siguien­
te paradoja: “El hecho de que precisam ente, en interés de la
conservación de la virilidad (miedo a la castración), quede
im pedida toda actividad de esta últim a, encierra u n a con­
tradicción”.20Sin excluir la siguiente precisión: “ello se debe
ya al modo norm al de elim inación del complejo de Edipo” y
que el obsesivo no es sino su modo exagerado y de alguna
m anera afanoso.
En efecto, es la preocupación por la defensa de lo m ascu­
lino fálico lo que exige e sta renuncia. Por ende, u n a instancia
de m asculinidad reprim e a otra. El neurótico obsesivo está
atrapado en sandwich en tre los dos movimientos. Allí surge,
en el resquicio, una posición femenina.

18Freud, S., “Introducción al simposio sobre las neurosis de guerra”,


en ob. cit., t. III, 2542.
'“Freud, S., Tres ensayos para una teoría sexual, I, en ob. cit., t. II, p.
1190; G.W. V, 165.
“"Freud, S., Inhibición, síntom a y angustia, en ob. cit., t. III, p.
2850;G.W. XIV, 144.
Lo m e lu s in e sc o
o lo fe m e n in o o b se siv o
Estos desarrollos vuelven a convocar a la clínica. Si el
obsesivo padece de sus obsesiones, actúa: realiza actos ritu a ­
les o acciones compulsivas. E n su artículo “Los actos obsesi­
vos y las prácticas religiosas” donde despliega, estableciendo
u n paralelism o con las “prácticas religiosas”, u n a suntuosa
fenomenología de la ritualización obsesiva, Freud utiliza
u n a expresión m etafórica intrigante: m elusinehafte Abges-
chiedenheit. Digamos provisoriamente: “aislam iento m elu­
sinesco”.
Veam os el pasaje donde F reud destaca el carácter privado
de estas actividades compulsivas, registro de las “activida­
des so litarias” al m argen del com portamiento social. Lo que
describe, en el momento de abordar el carácter radicalm ente
“secreto” de la escenificación ritual, es u n a verdadera divi­
sión de la agenda del obsesivo entre lo que se puede designar
respectivam ente como “actividad social” y “práctica obsesi­
va”: “La ocultación se hace, adem ás, m ás fácil a muchos
enferm os, por cuanto son perfectam ente capaces de cum plir
sus deberes sociales durante u n a parte del día, después que
h a n consagrado, en un aislam iento melusinesco, un cierto
núm ero de horas a sus misteriosos m anejos”.21
La expresión no es poética, es clínicam ente ju sta o, si se
quiere, poéticam ente ju sta. El hombre obsesivo es, en sus
m om entos, u n a M elusina... ¿Qué es lo que viene a hacer el
h a d a M elusina, esta m etáfora em inente de lo femenino, en
pleno d ra m a obsesivo?
Esto recuerda que el histérico(a) no es el único(a) ena-
m orado(a) de la p uesta en escena. Aquí tenemos u n a en el
obsesivo. É ste no puede cum plir sus ritu ales sino en secreto,
es decir en esta “separación” o “puesta ap arte m elusinesca”
[m elusinenhafte Abgeschildentheit].
Es conocido el rigor del a rte de la m etáfora en Freud.22Por
21Freud, S., “Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, en ob. cit.,
t. II, p. 1338; G.W. VII, 131.
" Assoun, P.-L., “Métaphore et métapsychologie. La raison métapho-
lo tanto, tenem os la obligación de p reguntarnos por qué
convoca u n a m etáfora de lo femenino en esta coyuntura
donde quien e stá concernido es, de un modo m anifiesto, el
hombre obsesivo.
El au to r de las “acciones com pulsivas” y de los ritos
asociados no sólo debe ser discreto o esconderse, sino que
debe realizar u n a operación de la cual la m ujer-hada Melu-
sina brin d a la im agen precisa y de alguna m anera tam bién
el referente. Se sabe que M elusina, m ujer serpiente, des­
pués de complejos av atares de su h isto ria m etam órfíca,
había sido p u e sta en la situación de llevar u na doble existen­
cia, ligada a u n a doble forma: como “m o rtal”, existencia
visible y caracterizada por u n a agradable presencia social y
como “m ujer-serpiente” d u ra n te sus “retiro s”, en los que no
se adm itía n in g u n a m irada, ni siquiera (sobre todo) la de su
esposo.23
Se puede denom inar femenino aquello que se desdobla, o
m ás precisam ente aquello que tolera dos estados de ser sin
disolverse. T am bién se sabe que la “cláusula del secreto” ha
sido despejada por F reud como condición general de la vida
am orosa de la m ujer. Esto vale p ara el “hom bre m elusines-
co”,24quien es de alguna m an era un hom bre en la práctica
social y “u n a m ujer” en su escena privada. El personaje de
Ham let, el hom bre del secreto, podría ser u n a figura emi­
nente de lo fem enino en este sentido.
Encontram os aquí la coyuntura m enstrual, que m ateria­
liza la posibilidad de alteración y de retiro periódicos como
u n a m arca de lo femenino.

rique chez Freud”, en “Passion de la métaphore”, Figures de la psycha­


nalyse, n" 11, Érés, 2005, pp. 19-33.
2:1D’Arras, Jean, M élusine, 1392 Stock, 1979; 1991.
Assoun, P.-L., “L’homme mélusinesque. Du féminin dans la névrose
obsessionnelle masculine”, Journées d’étude Espace analyíique, 2004,
en prensa.
La m u jer o b sesiv a :
la o b s e s ió n e n fem en in o

Esto coloca en espejo la cuestión de la neurosis obsesiva en


la m ujer. E n F reu d no se encontrará un estatuto de la m ujer
obsesiva al mismo nivel que el del hom bre histérico. Sin
em bargo allí está, en el paisaje clínico. ¿Cómo hay que
situ a rla en el “tablero”? ¿Como un dialecto obsesivo de la
lengua de la h isteria fem enina -d e modo que habría un
“fragm ento de obsesionalidad” en la histeria, así como hay
u n “fragm ento de h isteria” en la neurosis obsesiva m asculi­
n a - o bien como una m asculinización de la posición? P a ra
ad o p tar la inflexión obsesiva, la m ujer h ab rá debido ocupar
un rol activo, tan to en la posición libidinal (sádico-anal) y en
la seducción como en la identificación paterna. La “hija del
p ad re”, entonces, ten d ría u n a vocación de adoptar una
posición obsesiva. Esto significa un retorno en lo real del
deseo incestuoso -b ajo form a foboobsesiva- y de la am bi­
valencia. Allí la d em an d a del O tro e stá exacerbada, lo
cual da c u e n ta de los efectos de la severidad superyoica de
estilo m ascu lin o y de los florecim ientos de la an g u stia al
ra s de la p ra x is social. P a ra uno y otro sexos, el superyó
ad q u iere su fig u ra severa en la disolución del complejo de
Edipo y en la h isto ria que sigue a la p u b ertad . E v e n tu a l­
m en te, los rasgos obsesivos del padre p a sa n a la hija. E sta
identificación que viene a volver obsesiva la dem anda de
am or, lo cual sigue constituyendo la tendencia de fondo de lo
fem enino -s a lv o cuando el miedo a la p érdida se reviste de
u n a co raza c a ra c te ria l-, se produce cuando la n iñ a se
dirige al p ad re, momento determ inante de la dialéctica
edípica en lo femenino (supra, La fem inización respecto del
padre).

La fob ia:
el p á n ic o d e lo fem en in o
Obsérvese finalm ente en la fobia una tercera figura neuró­
tica, el encuentro de la castración que reto rn a alo real,25una
p u esta a prueba: el sujeto experim enta e sta im potencia en
situación. Padece dicha situación, al precio de caer en un
tiem po de mortificación.
El ataque de ang u stia en form a de pánico26 m arca esta
posición. El p arad ig m a de ello es el m om ento del juego de
los niños, señalado por Héléne Deutsch, en que uno de los
herm anos, ju g an d o “en el piso acuclillado, encorvado”,
con el herm ano “saltando encim a de él por a trá s”, lo sostiene
sólidam ente por la cin tu ra gritando: “yo soy el gallo y tú, la
gallina”.27H ay allí una ley: “nadie quiere hacer de gallina”,
de donde surge la angustia.
La forma propiam ente fóbica de la angustia, con esa
vivencia característica de e sta r “acorralado”, revela el temor
central de feminización: ya sea claustrofóbicam ente ence­
rrado, agorafóbicam ente expuesto, zoológicamente am ena­
zado, lo que siente es lo siguiente: el hecho de e sta r a la
m erced del O tro y de ya no “poder poder”, a lo cual responde
m ediante el pánico. E xperim enta u n a dolorosa pasiviza-
ción, ya sea que se encuentre a la merced del chofer que lo
lleva a u n lu g ar hacia el cual debe dejarse conducir, ya sea
que deba quedarse inmobilizado, en un tiempo m uerto y
m ortificante, en una fila de espera. Lo punzante, lo penoso,
es la pasividad;y su movim iento de rechazo: entonces, ya no
queda sino u n a form a de actividad posible, la an g u stia.
P ero u n a vez constituida, la fobia se p resenta como una
reacción, u n a actividad reaccional a esta pasividad, un
saber-hacer-con ella en esa situación.
En el centro oscuro de la fobia, se halla el miedo de los miedos,
el de ser “comido”, en realidad de ser acoplado [coitado] por la
arcaica divinidad paterna y / o por el “cocodrilo” materno. El
combate fóbico sitúa en la “vanguardia” este objeto revulsivo
con el cual libra un combate... de retaguardia.
25Assoun, P.-L., Legnns psychcinalytiques sur les phobies.
20Ibídem.
27Deutsch, H., “Un cas de phobie de poule”, 1930, en La psychanalyse
des névroses, Payot, pp. 79-88. Cf. P.-L. Assoun, LeQonspsychanalytiqu.es
su r les phobies, ibídem, p. 79.
E l y o y lo se x u a l
Lo que en señ an el intercam bio de la h isteria y la neurosis
obsesiva y su repercusión fóbica es la dialéctica, en el
corazón de la represión, en tre el yo y lo (bi)sexual.
E sto perm ite com prender la puntualización decisiva a
propósito del Hombre de los lobos, referencia relativa al
doble teclado: “Parece, en efecto, evidente que es el conflicto
en tre las tendencias m asculinas y las fem eninas, o sea la
bisexualidad, lo que engendra la represión y la producción
de la n eurosis”.28Pero sucede que “esta concepción es lacu-
n a r” y que es necesario introducir u n a corrección esencial
que com prom eta toda la “teoría de las neurosis”: “De las dos
tendencias sexuales, hay una que está o rientada hacia el yo
[ichgerecht], y la otra en perjuicio del interés narcisista: es
por ello que sucumbe a la represión”.
¿Cómo tra d u cir la expresión ichgerecht? Gerecht es lo que
se h a apropiado y que de alguna m anera es legítimo. Por lo
tan to , es lo que está legitim ado por el yo, del yo.
Así pues, tenem os aquí el caso m ás simple, el m ás visible
- y a que la teoría de la “p ro testa m asculina” h a sacado de ello
su buen provecho: es aquel en el que la tendencia yoica es
m asculina. El mismo yo es “protesta m asculina”, de modo
que la noción adleriana pierde valor explicativo general.
F re u d introduce aquí la idea capital de “m asculinidad n a r­
cisista”. Esto significa que la tendencia ichgerecht es m ascu­
lina, de modo que el su je to -h o m b re o m u jer-, para salvar su
m asculinidad psíquica, se subleva contra las tendencias
co n trarias dañinas y su pérdida femenina: “Es tam bién en
ese caso el yo, por lo cual la represión es puesta a trab ajar,
en beneficio de una de las tendencias sexuales”. Se reconoce
aqui la fiera figura del yo masculino, el cual busca dom inar
las cosas recusando la peligros tendencia femenina. Salvo
que se recuerde que no es m ás que un asunto del hombre: “En
las h em b ras tam bién la aspiración a la m asculinidad resu l­
ta sintónica con el yo [ichgerecht] en cierto período -e s decir,
is Freud, S., “Historia de una neurosis infantil (Caso del “Hombre de
los lobos”J”, en ob. cit., t. II, p. 2002.
en la fase fálica, antes que h ay a empezado la evolución de la
fem inidad [Feminitat]”. 29
Freud recusa con hum or la caricatu ra ad leriana según la
cual “el sujeto infantil -m ascu lin o o femenino— llegua a
b asar su p lan de vida en un a despreciación original del sexo
femenino y a proponerse como línea directiva [Leitlinie)e 1
deseo de ser un hom bre completo”.30Lo que constituye el mo­
tor de la su p u esta p rotesta m asculina es en realidad “la
perturbación del narcisism o prim itivo por la am enaza de
castración”.31
E n resum en: “E n los varones la aspiración a la m asculini-
dad [M annlichkeitstreben\ es, desde el principio, sintónica
con el yo [ichgerecht]; la actitu d pasiva, puesto que presupo­
ne u n a aceptación de la castración, se halla reprim ida
enérgicam ente”.32 E stas “sobrecom pensaciones” ju eg an un
rol esencial en el estar-en-el-m undo del hom bre que se
inscribe h a s ta en la escena an alítica (infra, E l fin de análisis
o la verdad de lo masculino ¡ femenino). Dicho de otro modo:
“El psicoanálisis estudía la p ro te sta m asculina en conexión
con el complejo de castración, pero no puede sostener su
om nipotencia ni su om nipresencia en las neurosis”.33

Lo fem en in o d el sín to m a
o la v erd a d d e la r ep r e sió n
Si la “p ro testa m asculina” no deja de p resen tar interés para
tener en cuenta este “caso”, A dler comete el craso erro r de
creer que “la represión adquiere siem pre el carácter de la

29Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, en ob. cit., t. III, p.


3363; G.W. XVI, 97.
‘"Freud, S., “Historia del movimiento psicoanalítico”, en ob. cit., t. II,
p. 1923; G.W. X, 99.
J1Freud, S., “Historia del movimiento psicoanalítico”, en ob. cit., t. II,
p. 1924.
:a Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, sección VIII, en ob.
cit., t. III, p. 3363; G.W. XVI, 97.
“ Freud, S., “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, en ob. cit., t.
III, p. 2689; G.W. XII, 338.
m asc u lin id ad ”. E sta u n ila te ra lid ad , que se obsesiona en
“la estrechez celosa del yo”, en el fondo equivale a no
apreciar como corresponde “el hecho de la represión” y el
exam en del funcionam iento fantasm ático perm ite enunciar
el veredicto: es form alm ente “incompatible con la repre-
• * M
sion .
Esto revela la necesidad de reintroducir lo femenino, sin
lo cual el trabajo del síntom a resulta ininteligible. Obsérve­
se que el feminismo esta ría mejor inspirado si tom ara por
blanco e sta representación m ás que la de Freud, que reintro-
duce los derechos inconscientes de la fem inidad recordando
que “en toda u n a serie de casos es la masculinidad la que queda
som etida a la represión por el m andam iento del yo”.34 La
teo ría de la castración suele ser confundida con u n a variante
de la p rotesta viril, cuando es exactam ente al revés.
E n térm inos m ás concisos: “La neurosis - “esa jovencita
venida de lejos”- “siem pre tiene un carácter ‘femenino’”.35
C ontra la idea adlerian a de que los sexos, m asculino y
fem enino, quieren “desalinearse” de lo femenino y m ante­
n erse en la línea de lo masculino, tenem os la solemne
aclaración freudiana: “ [...] aplicar la teoría de la protesta
m asculina. A mi juicio, el resultado de esta te n ta tiv a sería
el de h allar, como motivo de la represión, la tendencia a
abandonar [.Abrückenwollen] la línea fem enina [weiblichen
Linie]. Lo represor sería, pues, siem pre un im pulso in stin ti­
vo m asculino, y lo reprim ido, un impulso femenino del
mismo orden. Pero tam bién el síntom a sería resultado de un
im pulso femenino”.36
El vals-duda del Hom bre de los lobos (supra, ... a la
m ezcolanza neurótica) cobra aquí todo su sentido: ya la
m asculinidad se impone como protesta contra el sujeta-

34 Freud, S., “Historia de una neurosis infantil (Caso del “Hombre de


los lobos”)”, cap. IX, en ob. cit., t. II, p. 2002; G.W. XII, 145.
35Freud, S., Lespremierspsychanalystes. M inutes de la Sociétépsycha-
nalytique de Vienne, 23 de febrero de 1910, t. II, Gallimard, 1978, pp.421-
422.
36 Freud, S., “Pegan a un niño”, sección VI, en ob. cit., t. III, p.
2479.;G.W. XII, 223.
m iento y la sum isión al otro -convirtiéndose entonces en un
verdadero gallito-, ya cede a “la actitud hom osexual” que se
to rn a tan “inten siv a” que “el yo del pequeño sujeto no
consigue dom inarla [Bewaltigung] y se defiende de ella por
medio de la represión”.37 E n tre los dos casos extremos —
victoria de la m asculinidad y sum isión m aso q u ista- se
encu en tran mom entos de “sublevación” [S trauben ] contra la
moción sexual pasiva, verdadero foco de la dinám ica.
P o r lo tanto, el eje decisivo es ju stam en te “el conflicto
en tre el yo y la libido”.38 E s la omisión de este punto de vista
lo que agobia la concepción fliessiana de la bisexualidad de
abstracción, m ientras que la exageración de su rol condena
a u n a “psicología del yo”. De modo que la neurosis perm ite
com prender que lo que le faltab a a la idea de la bisexualidad
no e ra n ad a merlos que el yo como actor, es decir Como sujeto
de la represión.

:í~Freud, S., “Historia de una neurosis infantil (Caso del “Hombre de


los lobos”)”, cap. IX, en ob. cit., t. II, pp. 2002-2003; G.W. XII, 146.
38 Freud, S., ibídem, p. 2002.
L ecció n V
LA PERV ER SIÓ N O MASCULINO Y FEM ENINO
PU ESTO S A PR U E B A PO R LA DENEGACIÓN

¿Cómo situ a r el punto de basculación de la neurosis a la


perversión, es decir aquello que, en “la experiencia sexual
precoz”, decide la perversión o la neurosis, con el trasfondo
de “la bisexualidad universal del ser hum ano”?1

E l fa n ta sm a , term ó m etro d e lo m a scu lin o


y lo fem en in o : n e u r o sis v e rsu s p erv e rsió n

Es el fan tasm a lo que constituye un atajo, en la m edida en


que, al sostener el goce neurótico, se lo supone “realizado”
por el perverso. El texto “P egan a un niño” b rinda sim ultá­
neam ente la elaboración neurótica y lo que decide “la géne­
sis de las perversiones sexuales”, subtítulo del escrito que
indica lo que se pone en juego en el artículo. No b a sta con
h ab lar de “rasgo perverso” del fan tasm a (neurótico); convie­
ne com prender cómo la neurosis y su “negativo”, la perver­
sión, organizan u n a relación diferencial con el par m asculi­
no / femenino.
Hemos visto que es en este texto donde F reud pone a
prueba las hipótesis de Fliess-Adler, las cuales despliegan
en él toda su insuficiencia (supra, La histeria o la bisexuali-

1 Freud, S., carta de Freud a Fliess del 6 de diciembre de 1896, carta


52, en Los orígenes del psicoanálisis, en ob. cit., t. III, p. 3554.
dad del fantasm a). F racasan cuando se efectúa la prueba del
análisis del texto, pues el fantasm a es de tal n atu raleza que
pone en aprietos las teorías no psicoanalíticas, lo cual
significa que el fantasm a es el lugar mismo de vectorización
de lo m asculino y lo femenino.
Ello queda de manifiesto desde el título “Pegan a un niño”,
que rem ite a u n a sinopsis. La pasividad, en el corazón
mism o del fraseo fantasm ático -como voz g ram atical- *
proporciona la idea de una pasividad estru ctu ral que se
artic u la con un “generador”.
E n el fraseo final, “Pegan a un niño” [“U n niño es golpea­
do”] estam os en la modalidad pasiva, pero su significación es
sádica.
En fraseo original “el padre pega al niño”, se ve aparecer
la voz activa.
E n lo que a tañ e al fraseo interm edio, el que nos entrega la
verdad del fantasm a y el eslabón inconsciente, “yo soy
golpeado por mi padre”, lo pasivo queda patente, pero tam ­
bién es allí donde se realiza el goce inconsciente m ás activo,
m ien tras que “tiene, pues, u n indudable carácter masoquis-
t a ”.2Es aquí donde se revela la verdad estructural, es decir
que en el fan tasm a el sujeto se activa p ara ponerse en
posición de objeto. La actividad fan tasm ática se desarrolla
a p a rtir de este hacerse-objeto.
O bsérvese el desfasaje sistem ático entre la “forma” y la
significación.3
A hora bien, sucede que “la conciencia de culpabilidad es
siem pre el factor que transform a el sadism o en m asoquis­
mo.”4M ás explícitamente: “La transform ación [Unwandlung\
del sadism o en masoquismo parece ser un producto del
influjo de la conciencia de culpabilidad, que colabora a la
* El título del citado artículo en francés es “Un enfant est battu”, cuya
traducción literal sería “un niño es golpeado”. En la estructura grama­
tical francesa se trata de la voz pasiva, mientras que en español el
sintagma “pegan a un niño” es impersonal. | N. de la T.J
-Freud, S., “Pegan a un niño”, en ob. cit., t. III, p. 2469; G. W., XII.
;i Ibídem.
4 Ibídem, p. 2471.
represión [Verdrángungsakt]”.5 Por ende, ¡es la acción psí­
quica principal de la represión lo que nos impone esta
“pasivización”! U m kehrung de la actividad en pasividad en
el caso del varón, sustitución de la actividad por la pasividad
en el caso de la niñ a.6 Pero he aquí la gran lección de la
historia, en relación con lo m asculino y lo femenino: “[...] la
fan tasía de flagelación se deriva en am bos casos del ligamen
incestuoso al pa d re”/
Además, puede verse la im portancia de este trabajo del
fantasm a p a ra poner en evidencia el rol del factor de la
pasividad por un lado p a ra el “Edipo negativo” masculino
(supra, La coyujntura edípica), y por el otro p ara el rol del
padre en el edipo fem enino (supra, L a fem inización respecto
del padre).

El m a so q u ism o o la p a sió n p or lo fem en in o

El m asoquista interviene en e sta h isto ria con una autoridad


excepcional: a él le caben no sólo las palm as del m artirio sino
el título de cam peón de la pasividad. Como prueba de ello,
recordemos su definición adjetivada: “[...] el contenido ma­
nifiesto consiste en que el sujeto es am ordazado, m aniatado,
golpeado, fustigado, m altratad o en u n a forma cualquiera,
obligado a u n obediencia incondicional, ensuciado o hum i­
llado”.8 Más allá, “el concepto de m asoquism o reúne todas
las ac titu d e s p asiv as [passive E in ste llu n g en ] con respecto
a la vida erótica y al objeto sexual, siendo la posición
extrem a la conexión de la satisfacción con el voluntario
padecim iento de dolor físico o anímico producido por el
objeto sexual”,9 “cuyo único goce [el de los m asoquistas]

5Ibídem, p. 2474
Ibídem.
'Ibídem, p. 2477.
s Freud, S., “El problema económico del masoquismo”, enob. cit., t. III,
pp. 2753-2754; G.W. XIII, 374.
9 Freud, S., Tres ensayos para una teoría sexual, I, “Las aberraciones
sexuales”, en ob. cit., t. II, p. 1185; G.W. V, 57.
consiste en recibir del objeto amado todas las hum illaciones
y sufrim ientos”.10De suerte que es lícito referir al m asoquis­
mo toda pasivización de la actitud.
U na vez m ás, es en la tex tu ra del fantasm a donde aparece
la siguiente posición: el m asoquista asp ira a ubicarse en
“situaciones características de la fem inidad”, es decir a “ser
castrado”, “ser coitado”, “desflorado”, pero tam bién a “d ar a
luz” (acto pasivizado). Momentos, todos ellos, en que el otro
queda “reducido a la merced”. Si el hom bre m asoquista copia
a la m ujer, es p ara sostener y lab rar un acta de su goce.
Esto p erm ite pensar “[...] las m isteriosas tendencias
m asoquistas del yo.”11 Tanto m ás “m isteriosas” cuanto que
se h a visto su rol de polo de m asculinidad -con la noción de
“m asculinidad n arcisista” (supra, E l yo y lo sexual). Por
consiguiente, h ay que pensar que el yo es un Jano: es de él
de donde em an a la “sublevación”, señal de m asculinidad y es
en él donde yace la tendencia m asoquista.
Si en los casos de impotencia m asculina nos asombram os
al co n sta ta r “[...] una refinada actitud m asoquista [maso-
chistische E instellung], hondam ente arraig ad a quizá desde
mucho tiem po a trá s ”,12ello vale asimismo, obsérvese, p ara
la posición crim inal. En efecto, una vez m ás encontram os la
sorpresa, en los crim inales sexuales, —dado que la agresión
sádica se sostiene en una identificación, en una E infühlung
con la v íctim a- que se revela en el momento en que “se dejan
a tra p a r”* (por la instancia legal).13

* Para la expresión se faire avoir, véase nota p. 41. [N. de la T.j


10Freud, S., Lecciones introductorias al psicoanálisis, enob. cit., t. II,
p. 2.313; G.W. XI, 316.
11 Freud, S., M ás allá del principio del placer, en ob. cit., cap. II, p.
2511;G. W. XIII, 11.
12Freud, S., “Pegan a un niño”, enob. cit., t. III, p. 2476. cap. VI; G. W.
XII, 218.
1:íAssoun, P.-L., “L’inconscientducrime. L a‘criminologiefreudienne”’
en “Le crime”, Recherches en psychanalyse, Revue de l’Ecole Doctorale
Université Paris-7 Denis-Diderot, 2004, pp. 23-24.
H o m o sex u a lid a d e n m a scu lin o

¿Cómo p en sar la hom osexualidad, esa elección de objeto


determ inada de un objeto del mismo sexo, en relación con lo
masculino y lo femenino?
Freud tom a la precaución de distinguir “la actitud sexual”
[geschlechtliche Einstellung] y la elección de objeto, en un
pasaje sobre el que deberían m editar muchos otros discursos
que nutren, incluso se nutren, de esta confusión: “[...] un
hombre en el que predominan las cualidades masculinas y cuya
vida erótica siga tam bién el tipo masculino puede, sin embargo,
ser invertido en lo que respecta al objeto y am ar únicam ente a
los hombres y no a las mujeres. En cambio, un hombre en cuyo
carácter predominen las cualidades femeninas y que se con­
duzca en el am or como una m ujer debía ser impulsado, por esta
disposición femenina, a hacer recaer sobre los hombres su
elección de objeto, y, sin embargo, puede ser muy bien hetero­
sexual y no m ostrar con respecto al objeto un grado de inversión
mayor que el corrientemente normal.” 14
El exam en del trabajo del fan tasm a “Pegan a un niño”
había confirmado que la “actitu d fem enina” no tiene por
correlato u n a “elección de objeto hom osexual”.15
Esto rechaza la visión que, m ás allá de la moda uranista,
sostiene el estereotipo de “un alm a fem enina que por ello
debe am ar al hom bre, caída [geraten] por desgracia en un
cuerpo m asculino” o de “un alm a m asculina que se ve
irresistiblem ente a tra íd a por la m ujer, lam entablem ente
confinada en un cuerpo fem enino”.
F reud im plem enta u n a “serie com plem entaria” que supo­
ne la distinción de tre s elem entos: “caracteres sexuales
somáticos (herm afroditism o físico)”, “carácter sexual psí­
quico” -que corresponde a la actitud femenina o masculina-;
por último, modo de elección de objeto.1'5
11 Freud, S., “Sobre la psicogénesis de un taso de homosexualidad
femenina”, en ob. cit., t. III, p. 2560; G.W. XII, 299-300.
‘"Freud, S., “Pegan a un niño”; G.W. XII, 221.
16 Freud, S., “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad
femenina”, ob. cit cap. IV; G.W. XII, 300.
Así pues, la prim acía de la m asculinidad no lleva fa ta l­
m ente a la heterosexualidad. E l momento determ inante que
conduce a la heterosexualidad o a la hom osexualidad es la
elección de objeto. Y lo que decide de ello es la identificación.
F reu d describe con toda claridad a contrario el aconteci­
m iento hom osexualizante: “un joven fijado de m anera in h a ­
bitu alm en te larg a e intensiva en el sentido del complejo de
Edipo a la m ad re”. Este rasgo no b asta en modo alguno p ara
definir al homosexual; tam bién vale p ara el futuro hetero­
sexual. El arb itraje tiene lugar en la pubertad, tiempo en el
que hay que “cam biar a la m adre por otro objeto sexual”. Allí
se ubica u n a inversión [ Wendung] súbita: “el joven no ren u n ­
cia a la m adre, sino que se identifica con ella, se transform a
en ella y busca objetos susceptibles de reem plazar a su
propio Yo y a los que am ar y cuidar como él h a sido am ado
y cuidado por su m adre”.17
Esto es lo que resu lta determ inante; queda por añ ad ir la
“tendencia a u n a elección de objeto narcisista, m ás fácil de
ejecutar que el cambio hacia otro sexo”, así como “la a lta
valoración concedida al órgano viril y la incapacidad de
ren u n ciar a su existencia en el objeto erótico”, en fin, la
im posibilidad de am ar un objeto carente de pene.18

H o m o sex u a lid a d en fem en in o

S ería im p o rtan te asom arse ahora por el lado de lo femenino


y observar la disim etría que caracteriza al proceso.
U n a joven, como se recordará, em pieza a am ar locamente
a esa o tra m ujer que es su m adre y se desvía o se distrae de
ella lo suficiente bajo la referencia al padre. También se
recordará que la joven se h a vuelto ta n fálica que quiere
hacerle un hijo a la m adre. En la homosexual llam ada
17 Freud, S., Psicología de las m asas y análisis del yo, en ob. cit., t. III,
p. 2587; G.W. XIII, 119.
1!i Freud, S., “Sobre algunos mecanismos neuróticos de los celos, la
paranoia y la homosxualidad”, en ob. cit., t. III, p. 2616, G. W. XIII, 204-
205.
“activa”, hay que pensar, por u n lado, que ese voto fálico se
ha m antenido y que, por el otro, el padre, como objeto
inconsciente, no h a “actuado” p ara su scitar en ella las ganas
de volverse pasiva respecto de un hom bre. La hom osexual
“pasiva”, a su vez, decide dejarse am ar por una m ujer que
asum e la posición fálica, pero sin la violencia del falo m as­
culino.
Esto esclarece la elección de objeto resuelta por “la joven
hom osexual”, de quien sabem os que se inclina hacia la
D am a de sus pensam ientos en el m om ento en que se siente
excluida del juego edípico por el aum ento del deseo en la
pareja p arental. Lo m ás notable es que em pieza a am ar a su
Objeto según el “tipo de elección de objeto m asculino”. En
otros térm inos, su com portam iento amoroso se asem eja
fuertem ente a “la prim era fogosa pasión de un adolescente
por u n a a rtista fam osa”,19 no obstante desafiarlo bajo la
m irad a del padre, cuyo deseo conyugal está dem asiado
encendido.
F reu d lo expresa claram ente: “Un individuo fem enino que
se ha sentido masculino y ha amado en forma masculina no se
dejará im poner el papel femenino si h a de pagar esta
transform ación, no siem pre ventajosa, con la renuncia a la
m atern id a d ”.20El problem a es el siguiente: tra s h ab er dis­
frutado del goce masculino, ¿n u estra joven enam orada pue­
de re n u n c ia r a él sin sólidos daños? P ru e b a de ello es que
el deseo hom osexual activo en la m ujer se equipara, como
Lacan lo ha subrayado vigorosam ente, a u n a posición m as­
culina heterosexual: se puede denom inar “heterosexual”
[héterosexuel(le)] a quienquiera ame y desee a una mujer,
¡sea cual fuere su sexo! M ás precisam ente: “Llamemos
heterosexual, por definición, lo que am a a las m ujeres, sea
cual fuere su propio sexo”.21

ul Freud, S., “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad


femenina”, en ob. cit., t. III, p. 2554; G.W. XII, 288.
-"Ibídem, p. 2561.
21 Lacan, J., L ’É to u rd it, en Scilicet, riJ 4, 1973, p. 23.L“L’Etourdit” en
Escasión, ri-'l, Buenos Aires, Paidós, 1984. |
E l fe tic h ism o o el ta lism á n sex u a l

Recuérdese la escena prim aria de la perversión, que decide


la institución de la perversión: el sujeto recibe una revela­
ción que lo pasiviza severam ente.22
El “activism o” perverso está destinado a superar ese
m om ento de “desm oronam iento escópico”. La acción enérgi­
ca del desm entido [Verleugung] - n a d a m ás “enérgico” que
esa acción- va a abrir u n a instigación al acto. No hay que ser
tan am nésico como el perverso y olvidar que esto ha comen­
zado por u n a terrible am enaza de pasivización. El futuro
perverso sufre la castración de la m adre y va a hacer en lo
sucesivo todo lo que esté a su alcance p a ra suplir a toda costa
[“de pies y m anos”] esta falta, dado que h a jurado -ju ra m e n ­
to sellado por el acto de la deneg ación- proveer un falo a
la m ad re. L a m utilación del pie de las chinas ate stig u a a
qué precio se hace el modo de producción fetichista de lo
femenino.
No se puede desatender que, adem ás de la exacerbación
fetichista d istintiva de la perversión, la cláusula fetichista
sella el deseo heterosexual, como lo atestigua la referencia
del deseo m asculino a la ropa interior fem enina .* El fetiche,
en este sentido, es un talism án contra el peligro de la cas­
tración y u n vadem écum que regula la relación de lo m ascu­
lino con lo femenino.

E l g n o stic ism o sex u a l

Puede apreciarse el aporte original de la perversión al


asunto: la “visión del m undo” del perverso está totalm ente
artic u la d a con esta cuestión, es decir da cuenta de la escisión
tra u m á tic a de lo m asculino y lo fem enino. Se en cu en tra
u n trasfondo maniqueo que interroga esta dualidad. El
* En el original, le dessous (“ropa interior”), es decir “lo que está
abajo”. (N. de la T.J
22Freud, S., “El fetichismo”. Assoun, P.-L., Le fétichisme, “Que sais-
je?”, PUF, 2o ed., 2001.
perverso sueña, al cabo de su trayecto transgresor, el cual
adopta form as gnósticas de enfrentam iento del Bien y el
Mal, con su p erar la desgracia de la diferencia sexual. P ara
ello se erige en poeta de lo Bisexual cuya posición analítica
Freud se ocupa m uy bien de situ ar (supra, La doble deuda:
Freud con Fliess).
El objeto del perverso es, por elección, el de la am bigüedad
sexual. Es el caso de “L olita”,23ese ser que m anifiesta una
fem inidad incipiente y se m antiene a distancia de la m ujer
como prom esa p ara siem pre incumplida: es en esos parajes
donde se cristaliza el deseo perverso. Lo que re su lta distin­
tivo del perverso es la pretensión de p a sa r sin cesar de lo
masculino a lo femenino, de ju g ar con la diferencia sexual
p ara dem ostrar que él se b u rla de la castración. Es en este
sentido que, negándose a p a sa r por la caja de la culpabilidad
(como lo h a ría el neurótico, dem asiado buen pagador), paga
con su persona, atribuyéndose la misión de c u ra r al género
hum ano de esa enferm edad. Se tra ta , en la m ism a lógica, de
superar la diferencia sexual, ese “m al ontológico”. Himno al
Uno curado de la diferencia y de la alteridad. Así pues, uno
term ina por sentir, en la transgresión perversa, el incienso
quemado de la Diosa M adre, “el Otro p ara siem pre en su
goce”.24

2:'Nabokov, Vladimir, Lolita.


Lacan, J., Proface á Wedekind, L ’Eveil du printem ps, Gallimard,
L ección VI
t a p ^ irn s íT S !
O LO MASCULINO FORCLUIDO

La psicosis cobra todo su sentido en esta dialéctica de lo


masculino y lo femenino, en la medida en que nos topamos aquí
con la más directa prueba de verdad, contra la que el sujeto
psicótico se estrella haciéndose añicos. Lo que resulta “recha­
zado”, junto con “el mundo exterior”,1es lo mismo que permite
referirse a la diferencia sexual, es decir al operador de la
castración que el neurótico utiliza y del que el perverso sabe
burlarse. Este defecto de inscripción de la dualidad masculino
/ femenino es lo que lo hace salirse del camino.2 Reconstruir el
mundo de modo que pueda vivir en él supone dar una respues­
ta, por medio del delirio, a este terrible error. La cuestión ha
sido puesta al desnudo. El “caso Schreber” puede servir de
paradigma para esta enorme crisis o descarrilamiento.

El p r e sid e n te o la b e lla p a siv a

Lo que da el envión de la h isto ria es precisam ente un


pensam iento o “representación” cuya expresión hay que

1 Freud, S., “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”,


en ob. cit, t. III, p. 2746.
- Assoun, P.-L., “Le délire architecte. Figures freudiennes de la
construction”, en Délire et construction, bajo la dirección de Franck
Chaumon, Éditions Érés, 2002, pp. 11-22.
detenerse a escuchar: “que debía de ser muy agradable
[recht schón] se r una m ujer en el momento del coito [Beis-
c h la f unterliege]”.3
A F reu d no se le escapó esta confesión que provee el
germ en del delirio futuro.
Es “en torno de este fan tasm a de deseo [W unschphanta-
sie] donde estalló el conflicto”.4Aquí Schreber se ve dictarlos
térm inos de lo que se puede considerar como la suprem a
pasivización. B eisch la f es el coito fK oitus] o “cohabitación
carn al” [K ohabitation]: se entiende por ello el “sueño”
[.Schlaf] que se encuentra en la expresión “acostarse ju n to s”.
Unterliegen es, en efecto, padecer en el sentido literal de
yacer [liegen] debajo [unter] y en el sentido figurado de p a­
decer u n a derrota. Lo que se esboza es la im agen de una
m u jer som etida por su vencedor macho y “cubierta” por él,
rindiendo las arm as bajo el efecto de esta acción conquista­
dora. Se puede ver precisam ente en qué lugar se sitúa
Schreber: el de u n a bella cautiva fulm inada por su A lejan­
dro. Conflicto de roles entre el presidente y la bella cautiva
que deberán cohabitar de ahora en m ás ... ¡en la m ism a
“perso n a”!
P iénsese asim ism o en la creencia en los demonios, machos
(íncubos) o hem bras (súcubos), que supuestam ente poseen al
d u rm ien te im potente: acontecimiento que decide la pesadi­
lla. Tal es el encuentro de este goce desubjetivizante.
El afecto que surge de este espectáculo, de esta represen­
tación teatra l, se basa en las siguientes palabras: recht
schón, “radicalm ente bello”. Afecto estético que signa una
prom esa a la m anera de Tiresias (infra, Los dos goces: el
informe Tiresias). “Idea singularm ente bella” la de “ser una
m u jer en el momento del coito”.
He aquí el fraseo de un goce inigualable que no obstante,
y precisam ente a causa de ello, despierta al durm iente y
co n tra el cual se subleva. Signo de que aún no está m aduro
’ Freud, S., Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia
(“D em entia paranoides’’), autobiográficamente descrito, en ob. cit., t. II,
p. 1489; G.W. VIII, 244.
1Ibídem. [La traducción es nuestra. N. de la T. |
p ara ubicarse a la a ltu ra de este rol. Se expresa con lucidez
en su informe: “E sta idea e ra tan e x tra ñ a a toda mi n a tu ra ­
leza que si se me hubiera ocurrido en plena conciencia, la
habría rechazado con indignación, puedo asegurarlo; des­
pués de lo que viví desde entonces, no puedo descartar la po­
sibilidad de que alguna influencia e x tern a haya jugado para
im ponerm e esta representación”.5
El tiem po de realizar lo que está haciéndose: ésta es la
“sublevación” que va a d isp arar el conflicto devastador:
rebelión contra la intención del Dios paterno de “evirarlo”
[entmannen] y de “castrarle, u tilizarle como m ujer”.6

La c e n e sto p a tía
o el m a rtirio se x u a l

Aquí la psicosis se dem uestra como el retorno en la Leiblich-


keit de la forclusión de lo sexual. E sto se lee luego en la
constitución del síntom a. A ntes aú n de la constitución del
delirio, lo que revela lo que se está jugando es el violento
trance hipocondríaco.7La idea innegable e insoportable del
hom bre identificado con la “bella p asiva” que h ab ía cautiva­
do al sujeto a la salida del sueño debía h ab er emergido y
haber sido reprim ida p ara resu rg ir a través del cuerpo. De
ello da pruebas el terrem oto descripto por Schreber en el
momento de su admisión, según el inform e médico: “D uran­
te los prim eros años de su vida, h ab ría hecho la experiencia
de te n er algunos órganos del cuerpo com pletam ente destrui­
dos”.8Así pues, hab ría vivido todo u n período sin estómago,

3Schreber, D.-P., Mémoires d ’un névropathe, Seuil, 1975, cap. IV, p.


46. |La traducción es nuestra. N. de la T.].
“Freud, S., Una neurosis demoníaca en el siglo X V II, en ob. cit., t. III,
p. 2688; G.W. XIII, 338.
' Assoun, P.-L., “Le refoulé organique. Le travail inconscient de
l’organe”, en Trames, ne 30-31, abril de 2001, “II n’y a rien de plus réel que
le corps", pp. 26-27.
s Weber, Expertise médico-légale, 9 de diciembre de 1899, en D.-P.
Schreber, Mémoires d ’un névropathe, ob. cit., en “Annexes”, p. 306.
sin intestinos. Cuerpo delicuescente, putrefacto, despeda­
zado, am putado.
De lo que está hablando esta exploración desastrosa es de un
cuerpo hiperpasivizado, fulminado por la acción omniinvasiva
de u n a violación divina, aún en estado demoníaco, que padece
u n a mutación generadora de una indecisión radical del sexo.
Pero he aquí -acontecimiento literalm ente milagroso- que
ésta queda reparada providencialmente por obra de otra acción
que em ana del mismo Otro divino, el de los rayos regenerado­
res. El desmoronamiento de lo sexual se vive en un clima de “fin
del mundo” [Weltuntergang]. Es entonces cuando viene a
situarse en un prim er plano la “feminización”.

D e la E n tm a n n u n g a la V erw eiblich u n g

E sta “eviración” se significa a p a rtir del momento en que los


rayos divinos ironizan sobre cierta “M iss Schreber”,9 ¡voca­
ción de M iss Mundo, estrella universal! A m edida que “los
nervios fem eninos o nervios de la voluptuosidad” pen etran
en m asa en el cuerpo, lo que era vivido como la “ignom inia
am en azan te” de un “abuso sexual” por otros hom bres se
convierte en u n a idea viable. “M antenerse en el campo
viril”10se vuelve insostenible. Entonces, lo que describe es
u n a v erd ad era transexuación: transform aciones de las p a r­
tes genitales, “retracción verdadera del mundo viril”, ex­
tracción de los pelos de la barba, reducción que se acerca al
“tam año de] cuerpo de una m ujer’. 11 La “com postura” o
atavío, donde “la distinción de lo m asculino y lo femenino se
hacía en general autom áticam ente”,12juega un rol visible en
esta m etam orfosis. A tal punto el adorno hace a la m ujer...
Llega a to m ar como testigo al espectador virtual: “Me
atrevo a afirm arlo: quienquiera que me viera de pie ante un
espejo -so b re todo si la ilusión se sostiene en algunos
11Schreber, D.P., ob. cit., cap. ix, p. 114.
10Ibídem, p. 115.
11 Ibídem, cap. XI, p. 131.
12Ibídem, p. 143.
accesorios propios del ornato fem enino- estaría convencido
de ten er an te sí un busto fem enino”.13
La solución procede de la sum isión a este designio enig­
mático: “Se decidió entonces a la resistencia contra la c a stra ­
ción” y “a acom odarse [sich fügen] al rol femenino pensado
p ara él por Dios. Así pues, “dedicó algunas horas por día a su
fem inidad”.14 E sta es, pues, la versión schreberiana del
“H ágase T u V oluntad”, radicalizada como “lo O rdenado por
Tu V oluntad es”.15 Y lo que “Dios” exige es “u n estado
constante de goce”.16
Consultemos la “deposición” de Schreber en el momento de
cristalización de su delirio: “Lo esencial de su misión redentora
residirá primero y ante todo en el cumplimiento de su transfor­
mación en mujer. No es que él desee esta transformación en
mujer; se tra ta m ás bien de una necesidad inscripta en el orden
mismo del universo y a la cual, sencillamente, no puede
sustraerse - e n cuanto a él, preferiría, y cuánto, seguir m ante­
niendo su posición de hombre, y seguir colmado de honores, tal
como se lo otorgó la existencia. Pero p ara él, como para el resto
de la hum anidad, el más allá no podrá ser reconquistado sino
a ese precio, al precio de esta transformación en mujer que lo
aguarda, que intervendrá por la vía del milagro divino y que
llevará acaso años o decenas de años”.17

El cam bio* o la m isió n


Por consiguiente, Schreber está dispuesto a sacrificar su
preciosa m asculinidad -cu y as prerrogativas sociales y m u n ­
danas tiene bien presentes, y a las que por ende sigue
aprecian d o - en aras de la salvación del mundo. A p a rtir del
* En el original, revirement (“cambio de dirección”, “cambio brusco y
completo en la dirección”). El vocablo entra en una relación de parono­
masia con évirement, “eviración”. [N. de la T.]
1:í Ibídem, p. 228.
"Ibídem, p. 339
15Ibídem, cap. VIII, p. 197.
16Ibídem, p. 230
17Weber, 9 de diciembre de 1899, en ob. cit., p. 306.
m om ento en que “ha inscripto en (sus) estándares el culto
de la fem inidad”, debe hacer el duelo por las “vías de la
ambición viril”, especialm ente por su ex actividad profesio­
nal, a la cual se sigue considerando vinculado con toda su
alm a.18 Su exaltación de la fem inidad no le deja perder de
vista en ningún momento la prim a social de la m asculini­
dad. P ag a con su persona, se p re sta a la castración. Como
prueba, obsérvese el siguiente detalle: “producir el efecto de
un ser fem enino”19supone renunciar a los bigotes, em blem a
de la virilidad en lo sucesivo inadecuado y desplazado.
“Instigación-a-ser-m ujer” de la psicosis que esboza en
espejo el transexualism o (in fra , La “duplicidad sexual”)
como suplencia que hace escapar a la psicosis.
La “instigación-a-ser-m ujer”20introducida en L ’E tourdit
(1972) es el nom bre dado a la orientación fem enina del goce
en la psicosis (en contraste con la orientación fálica). Iden­
tificación precoz y m asiva con la m adre; uso de ropa fem eni­
na, autocontem plación en el espejo. “Al no poder ser el falo
que le falta a la m adre, le queda la solución de ser la m ujer
que carece de hom bres.”
Lo que m u estra de m anera irreem plazable “al espiritual
e ingenioso paranoico” es que “la m ente de Schreber” reen­
cuen tra, al cabo de su m artirio, u n a actividad fecundante.
La asunción de la pasividad recupera así u n a ola expansiva
de la iniciativa en el ju g a r a la madre universal.
F reu d establece una correlación en tre el “fantasm a de
deseo fem enino” con “la ausencia de hijo” [K inderlosigkeit],
es decir con la im posibilidad del acceso a la p atern id ad .
No es causal que sea a través del alejam iento de la señora
Schreber como pierde su com postura en la m asculinidad. Al
hacerlo, se re sitú a “en la actitud fem enina hacia el padre de
los prim eros años de la infancia”.21

18Ibídem , p. 151.
19Ibídem , p. 165.
20Lacan, J., L ’É tourdit, enA utres écrits, Seuil.
21 F reud, S., Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia
(“D ementia paranoides”), autobiográficamente descrito; G.W. VIII, 294.
[La traducción es nuestra. N. de la T. 1
G ra m á tica de la p sico sis:
e l M asku lin u m d isin tá x ic o

P aran o ia y erotom anía m u e stra n los destinos sexuales a


través de las disintaxia pronom inales.
Lo que podría pensarse son las diversas figuras de la
desunión de las dos polaridades m asculino / fem enino y
am or / odio.
C uestionam iento del M a sku lin u m , térm ino que designa
en alem án el génei’o gram atical. Delirio de celos, delirio de
persecución y erotom anía se organizan como variaciones
sintácticas alrededor del enunciado forcluido: “Yo, u n hom­
bre (una m ujer), amo a un hom bre (a u n a m ujer)”.
Sin excluirla eventualidad de precisar: “Los celos deliran­
tes contradicen al sujeto; el delirio persecutorio, al verbo, y
la erotom anía, al com plem ento.”22La función verbal rem ite
a la altern an cia am ar / odiar, el pronom bre sujeto y el objeto
a la alte rn ativ a m asculino / femenino.
Es esta experim entación de lo imposible de la diferencia
sexual lo que dem uestra la psicosis: del cuerpo esquizofré­
nico transform ado en “molusco” por no poder ser sostenido
por la inscripción de la diferencia sexual, h asta la explosión
m aníaca, donde el sujeto celebra un triunfo sobre la c astra­
ción en u n a om nipotencia m ás allá del corte m asculino /
femenino: es entonces cuando juega el doble rol, al precio de
engullir, por esta falta gram atical, el mundo real.

2- Ibídem, en ob. cit., t. II, p. 1519.


T e r ce ra p a rte

A PU ESTA S, FIG URAS


Y D ESTIN O S
L ecció n VTI
EL CUERPO, LO MASCULINO
Y LO FEM ENINO

El cuerpo es el horizonte fundam ental de lo m asculino y lo


femenino, en la m edida en que h a dem ostrado e s ta r atrave­
sado y dividido por la castración.
Es lo que queda corroborado por la conversión histérica,
por el trabajo del delirio en el cuerpo psicótico o por la
movilización del goce corporal en el dispositivo de la p erver­
sión. Q ueda el síntom a im propiam ente denom inado “psico-
somático”, ya que m arca m ás bien el retorno del goce físico
en el sujeto, a su cuerpo en estado de defensa. Al rep en sar la
relación cuerpo / síntom a por medio del inconsciente, “esla­
bón fa lta n te” en tre psique y soma,1F reud m u estra la inci­
dencia de lo sexual en el cuerpo m ás allá de la lógica
autoconservadora. É ste es el punto en el que F reud rompe
con la concepción médico-biológica del cuerpo.

El m om en to so m á tico d el fantasm a:
el m aso q u ism o co rp o ra l

Así pues, el síntom a se form a cuando, en ocasión de u n a


“lesión” o “inflam ación”, “los fantasm as que están al acecho
1 Carta de Freud a Groddeck del 5 de junio de 1917, en Georg
Groddeck, Qa et Moi, Gallimard, 1977, p. 44.
se ad u eñ an de u n medio de expresión”.2A hora bien, hemos
visto la bisexualidad estru ctu ral del fan tasm a (supra, La
histeria o la bisexualidad del fantasm a). Por consiguiente,
he aquí el órgano devenido, por incorporación del fantasm a,
el teatro del conflicto. M ás que con u n a im potencia para
fantasm atizar, estam os frente a un destino somático del fan­
tasm a, sexualización paradójica.
El sujeto sufre entonces de u n a afección de la que se
advierte que desplaza la relación de lo activo y lo pasivo en
la economía pulsional. Pero sim ultáneam ente el fantasm a
p asa al acto.
La perturbación sexológica -d esd e la eyaculación precoz
a la im potencia pasando por la frigidez- m anifiesta selecti­
vam ente e s ta activa posición m asoquista, en un "método” de
resistencia pasiva. Es después de esta identificación feme­
n in a cuando el sujeto se reh ú sa a ejecutar el acto.

Lo m e n str u a l y lo fem en in o:
el cu e r p o d el tab ú

Se conoce u n a patología “psicosomática periódica”, inscripta


en el cuerpo. La m enstruación, “m arca orgánica” principal
de lo sexual en la especie h um ana, es tam bién lo que
distingue absolutam ente lo femenino y lo atestig u a de algu­
n a m an era. Es por ello que Freud lo aborda solidariam ente
en la doble v ertien te de lo femenino y de la filogénesis.
“A hora ya me atrevo a creer que comprendo la neurosis de
angustia: el período catam enial sería su prototipo fisiológi­
co; la propia neurosis, u n a intoxicación que requiere el
fundam ento fisiológico de un proceso orgánico”.3 La m ens­
truación p re sen ta u n a paradoja: por u n a parte, Freud la
sitú a del lado del estado generador de excitación sexual -lo
que se d em u estra por la coincidencia y la correlación entre
-Freud, S., Lecciones introductorias al psicoanálisis, lección xxiv;
G.W. XI, 406. [La traducción es nuestra. N. de la T.|
:i Freud, S., Carta de Freud a Fliess del 1- de marzo de 1896, en Los
orígenes del psicoanálisis, en ob. cit., t. III, p. 3542.
la acentuación del síntom a histérico y el período m enstrual-4
por la otra, es u n m om ento selectivo de aislam iento y de
angustia.
¿Por qué la interrupción de la m enstruación viene acom­
pañ ad a de u n “aum ento de la libido”?5 Freud es explícito;
“[. •■] n u estra enferm a se encuentra en la edad crítica, la cual
trae consigo u n a sú b ita e indeseada exaltación de la necesi­
dad sexual”.6Se tra ta de un verdadero pattern metapsicoló-
gico: la “transform ación de la m ujer por las perturbaciones
de la m enstruación y de la m enopausia” proveen el “modelo
norm al” de u n aum ento de “la fuerza pulsional” y de la “vida
pulsional en el ello”, “por encim a de la capacidad de defensa
del yo”.7El acontecim iento de la m enopausia repite por lo
tan to el acontecim iento de la m enarca, como en u n a su erte
de fuera-del-tiem po del cuerpo.
Puede apreciarse que esta circunstancia propia de lo
femenino tiene un alcance filogenótico. Freud sitú a en ella
u n a “transform ación” principal que arran ca lo hum ano a lo
anim al, es decir “la regresión de la excitación olfativa por la
cual el proceso de la m enstruación actúa en la psique
m asculina”.8Es tam bién lo que articu la el “tabú de la m ens­
truación”, situado en el terreno de lo impuro [Unreinliche].
El tótem es de la m ism a sangre que el hom bre, y por ello la
proscripción de la sangre [Blutbann] (en relación con la des­
floración y con la m enstruación) prohíbe el comercio sexual
con la m ujer que pertenece al mismo tótem .9Se puede ver
que lo femenino es considerado ap arte, m ientras que “la
1 Fr eud, S. v Breuer, J., E studios sobre la histeria, caso Lucy. G. W. I,
171.
5 Freud, S., “Mis opiniones acerca del rol de la sexualidad en la
etiología de la neurosis”; G. W. VIII, 328. Lecciones introductorias al
psicoanálisis, XVI; G. W. xi, 260.
“Freud, S., Lecciones introductorias al psicoanálisis, XVJ., en ob. cit.,
t. II, p. 2280; G. W. XI, 260
"Freud, S., “Análisis profano (Psicoanálisisy medicina)”, cap. VII, en
ob. cit., t. III, p. 2948; G.W., XIV, 276.
,HFreud, S., E l m alestar en la cultura, cap. IV. [La traducción es
nuestra. N. de la T.|; G.W., XIV, 458.
9 Freud, S., Tótem y tabú, cap. IV; G.W. IX, 146.
pérdida del carácter periódico de la excitabilidad sexual”
anim al corre p areja con “el cambio en la relación entre la
m enstruación fem enina y la excitación m asculina”.10

E l tie m p o y e l cu erp o
E s tam bién el lu g ar donde puede situ arse una problem ática
del envejecim iento digna de los elem entos inconscientes que
e stá n e n ju e g o .11
Toda la evocación anterior m u estra la historización de lo
m asculino y lo fem enino. Se lo puede ex p resar reco rd an ­
do que la dosis de m asculino y de femenino va variando a lo
largo de las d istin tas etap as de la vida
Así pues, F reu d pun tu aliza el aum ento de m asculinidad
en el cuerpo femenino que envejece, lo cual queda atestig u a­
do por lareactivación de componentes sádico-anales.12Sim étri­
camente, el “demonio de mediodía”* masculino13 atestigua los
efectos de desintrincación: el sujeto se reh ú sa a suscribir a la
ley de castración, adoptando un sem blante de adolescencia,
cuyo alcance hem os visto p ara lo m asculino y p a ra lo feme­
nino. El cuerpo, en el plano del fantasm a, se encuentra
rejuvenecido, y ese “baño de ju v en tud ” se debe a la conexión
con un objeto flam ante que, bien m irado, da cuerpo a un
coadyuvante fálico.
* La expresión francesa le démon de m idi (“el demonio del mediodía”) se
refiere al apetito sexual que suele acometer a hombres y mujeres, pero sobre
todo a los hombres, alrededor de los cuarenta años, es decir en la mitad de
la vida, lanzándolos a sucumbir a tentaciones sexuales que no pocas veces
responden a fantasmas a los que no se habían entregado anteriormente. [N.
de la T.]
10 Freud, S., Compendio del psicoanálisis, en ob. cit., t. III, p. 3405; G.W.,
XVII, 75.
u Assoun, P.-L., “Le vieillissem entál’épreuvede la psychanalyse”, en
C om m ent accepter de vieillir?, bajo la dirección de Alain Houziaux; Paul-
Laurent Assoun, Jean-Denis Bredin, Marie de Hennezel, Les Editions de
l’Atelier, 2003, pp. 59-86.
12 Eissler, K., Freud sur le front des névroses de guerre, Presses
Universitaires de France, 1992.
13Assoun, P.-L., “Le démon de midi á l’épreuve de la psychanalyse”, en
Synapse, n" 99, 1993.
E l cu e r p o in to x ic a d o

Por últim o, ¿qué es lo que ju stifica el uso del “qu itap en as”14
que es la droga? Al hacerse independiente, m ás que de las
coerciones del m undo exterior, del gran problem a de la
castración, el sujeto se sitú a fu era del sexo o, m ás precisa­
m ente, se desconecta, por medio de su goce tóxico, de la
tensión m asculino / fem enino. Es lo que p erm ite e n te n d e r
la profunda intuición clínica de Lacan de que la droga es el
medio de “rom per el m atrim onio con el pipí”. M ediante su
juego peligroso, contraviene el juego del sexo, el cual req u ie­
re re g istra rse en el campo m asculino o en el femenino.
R ealiza u n a posición de excepción, acceso a u n goce que
distrae del trabajo de desear.

E l r eto r n o d e lo fe m e n in o

¿Qué d em u estra la som atización inconsciente? Por u n lado,


h ay “com placencia” del cuerpo en el síntom a; por el otro,
“rechazo”. E sto perm ite en ten d er la idea de que el m om ento
somático del síntom a constituye el retorno, tan to en el
hom bre como en la m ujer, de lo femenino rechazado. E s
propiam ente el m om ento en que el sujeto se ve recordando
que tiene u n cuerpo, así como el acontecim iento amoroso
recuerda al sujeto que es u n cuerpo.

14 Assoun, P.-L., “Le briseur de souci ou l’indépendance toxique.


T héses sur Yinconscient toxicom ane”, en Markos Zafiropoulos, Christine
Condamin, Olivier Nicolle, L ’inconscient toxique, Anthropos / Económi­
ca, 2001, pp. 91-118.
Lección VIII
DESTINOS SOCIOCLÍNICOS
d e LO MASCULINO Y LO FEMENINO

A hora que hem os calibrado la m edida de la a p u e sta estru c­


tu ra l de la p areja m asculino / femenino, es m om ento de
en carar la m a n era cómo e s tá ligada a la coyuntura social
donde interviene bajo la m odalidad edulcorada de la “iden­
tidad sexual” y de sus disfunciones. Si el discurso psicoana-
lítico de lo m asculino y lo fem enino se distingue del discurso
social, opera, en cambio, u n a penetración en lo colectivo.

El se x o p ertu rb a d o
La coyuntura actual es u n a suerte de disem inación que
parece sugerir un vals que va colocando lo “m asculino” y lo
“fem enino” en todos sus estados. Confusión que la teoría
queer de “la perturbación de género” (gender trouble) lleva a
la expresión, dejando “la orientación sexual” a la a rb itra rie ­
dad de u n a bisexualidad ta n difusa como errática. De allí la
ebriedad de un sexo fuera de la norma, no ju s t sex, por este
atravesam iento de la frontera, im ag in aria border Une con el
que la retórica posm oderna está encaprichada. El saber
freudiano ayuda a reencontrarse en el efecto de m ascarada,
que es el estilo general de la posm odernidad, desde el
travestism o h a s ta la transexualidad.
E stas figuras -d esd e los “bisexuales” h a s ta los transexua-
les, pasando por los tra v e s tís - ocupan la d elan tera de la
escena, ocultando, m ediante u n a retórica de la identidad
tran sg red id a, u n a confusión de lo “social”, lo “biológico” y lo
“psicológico”, decididam ente reincidente (supra, M asculino
y fem enino a prueba del inconsciente), que hemos visto
desplegarse desde la escena paradigm ática de la neurosis.
P or consiguiente, hay que abordarlos desde u n a problem á­
tica de la identificación, desde u na puesta en todos sus
estados.

M a sc u lin o , fe m e n in o y la zo so cia l

P rim ero conviene ev alu ar el marco general. R esulta notable


que la elaboración freu d ian a de las condiciones inconscien­
tes del lazo social1 cuestione, en cada etapa, lo m asculino y
lo femenino.
El exam en de la “m oral sexual cu ltural”, que sitú a a las
m ujeres como “portadoras de intereses sexuales de la h um a­
n id ad ”, pone en evidencia esa represión de lo femenino que
culm ina en el “tipo cu ltu ral” de “la m ujer anestésica” y “mal
casad a”.2
Situém onos en el corazón del lazo social: lo que encontra­
mos es el aju ste de cuentas en tre hombres que culm ina en el
asesin ato del padre. Lo femenino, por lo tanto, es rechazado
a esos confines desde donde va a regresar, en la “transposi­
ción m endaz de los orígenes”, como figura exacerbada de la
culpabilidad.3La Diosa M adre aparece, no obstante, como el
envés irreductible de lo m asculino patriarcal.4
F reu d se tom a el trabajo de aclarar que la diferencia
sexual no h a de ser considerada como tal en la institución
social: “Carece de todo sentido preg untar si la libido que

'Assoun, P.-L., Freud et les sciences sociales. Psychanalyse et théorie


de la culture, Armand Collin, 1993.
2 Freud, S., “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”; G.W.
VIII, 161. [La traducción es nuestra. N de la T.]
:1Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del yo”, cap. XII; G.W.
XIII. [La traducción es nuestra. N. de la T.l.
4Freud, S., “Grande es Diana Efesia”.
m antiene la cohesión de las m ultitudes es de n atu raleza
homosexual o heterosexual, pues la m asa no se halla dife­
renciada según los sexos y hace abstracción [absieht], p arti­
cularm ente, de los fines de la organización genital de la
libido”.5 Consecuentem ente, sería u n error hacer ju g ar lo
masculino y lo femenino como metáforas inm ediatas, a la m a­
n era de la psicología de las m asas’ de Le Bon, instalando un
líder viril frente a u n a m u ltitu d pasiva, con u n a afectividad
lábil y contagiosa según u n a m odalidad fem enina. Así pues,
si el modo de funcionam iento inconsciente del ejército está
fuertem ente “m asculinizado” en su modo de goce colectivo,
no es sin razón que se lo identifique con “la G ran M uda”, es
decir con u n a figura de lo fem enino caracterizada por una
potencia silenciosa.
Recuérdese que el núcleo del lazo social es accesible a
p a rtir de la hipnosis, relación que m u estra el efecto de un
agente hipnotizador ejerciendo su influencia en un paciente
hipnotizado y así pasivizado. El líder está en el lugar del
ideal del yo colectivo; hace sentir sus efectos de m asa, de idea­
lización y luego de identificación recíproca.
En el plano del “m a le sta r en la cu ltu ra”, por últim o, la
bipartición Eros y T ánatos6reproduce algo de la oposición de
lo femenino y lo masculino.
Sin em bargo, nos quedam os con la im presión general de
que lo fem enino es em pujado a los bordes del lazo social
desde donde vuelve a in terro g ar la m asculinización de la
norm a social. El doble tab ú , de la virginidad y de la m ens­
truación (supra, Lo m enstrual y lo femenino: el cuerpo del
tabú) podría sim bolizar este envés femenino de lo social.
Así pues, es en este contexto donde las form as de duplici­
dad sexual, verdadera “corte de los m ilagros” de la anom ia
sexual, pueden ser interrogadas.

5Freud, S., “Psicología d élas masas y análisis del vo”, cap. XII, en ob.
cit., t. III, p. 2608; G.W. XIII, 158.
“Freud, S., E l malestar en la cultura, en ob. cit., t. III, p. 3017.
La “d u p lic id a d se x u a l”

E ncontram os aquí a los “bisexuales”: “Ya sabemos que en


todas las épocas h a habido, como ahora hay, personas que
pueden to m ar como objeto sexual a miembros de su propio
sexo lo mismo que de] opuesto, sin que un im pulso interfiera
con el otro”.7 Si bien F reud recuerda aquí la bisexualidad
e stru ctu ra l (“todos los hom bres son en este sentido bisexua­
les”) de la que hemos partido, en este punto se tra ta de los
sujetos que efectivam ente hacen una elección dual de objeto.
E sta doble elección de objeto cuestiona menos de lo que se
supone en cuanto al linaje de la identificación. El “bi”, para
llam arlo según el procedim iento lingüístico de la troncación,
ta n apreciado por el hom bre “hiperm oderno”, está situado
por completo en la vertiente de la homosexualidad. Por lo
tan to se le aplica lo que ya se h a dicho (supra, Homosexua­
lidad, en masculino, Homosexualidad en femenino), no sin
ag reg ar ese “arrepentim iento” del lado de la m ujer que deja
su b sistir un a elección de objeto alternativo.

M a sc u lin o y fe m e n in o p u e sto s a p ru eb a
p o r la tr a n se x u a c ió n
No es casual que el transexualism o ocupe el podio. R esulta
sorprendente que el térm ino, ajeno a Freud, haya sido
introducido en el discurso de la sexología y de la endocrino­
logía por H arry Benjam ín8 an tes que Stoller le otorgara
esta tu to 9 por su teoría de “la identidad nuclear de género”
{core gender identity).
Se tra ta de fijar aquí la incidencia de la cuestión tran -
sexual en la problem ática freudiana de lo m asculino y lo
femenino.
7 Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, sección VI, en ob.
cit., t. III, p. 3358; G.W. XVI, 89.
KComunicación del 18 de diciembre de 1953 en la Academia de
Medicina de Nueva York, dedicada al travestismo y al transexualismo.
"Stoller, Robert, Une contribution á l ’étude de l ’identité de genre, 1964,
t. 1; Sexe et genre, 1968, t. 2; Recherches sur l ’identité sexuelle, 1975,
El ti’ansexual se sitú a de u n modo tal que se siente
perteneciente al otro sexo. “Convicción de u n sujeto biológi*
cam ente norm al de pertenecer al otro sexo” que culm ina
regularm ente en la dem anda de intervención quirúrgica y
endocrina (hormonal). C iertam ente, en el transexual hay
u n a apelación al Derecho.
El fenómeno transexual, ese trance de la sexuación, tuvo
por efecto paradójico hacer reintroducir una categorización
iden titaria. El género igender) recobra su sentido g ram ati­
cal (supra, La cuestión gram atical: el género), que perm ite
clasificar las p alab ras (artículos, desinencias), no sin deno­
ta r la identidad sexual (moral, política y cultural) por oposi­
ción al sexo biológico -posesión del órgano, estatu to hormo­
nal, caracteres sexuales secundarios- y no sin pen sar lo que
suele designarse como “disfória de género” (Fisk). .
El género se define como “la cantidad de m asculinidad o
de fem inidad que se encuentra en u n a p ersona”. Así pues, “la
identidad de género comienza con el conocimiento y la per­
cepción, conscientes o inconscientes, de que se pertenece a
uno y no al otro”. El tran sex u al revelaría la identidad de
género, m ás acá del sexo biológico: como MF, “él” no se siente
hom bre y vilipendia el órgano peniano (con el que juegan y
del que gozan el hom osexual y el travesti); como FM, “ella”
no se siente m ujer y vilipendia el órgano vaginal. De allí su
discurso: hab ría u n “erro r de la n a tu ra leza”, contra el cual él
(ella) apela a la cirugía p ara rectificar ese error en su cuerpo.
Al tran sex u al se lo supone seguro de su (verdadero) sexo (¡en
contraste con el neurótico!).
E sta doctrina tran sex u alista desestabiliza de alguna m a­
nera los principales desarrollos freudianos: en el lugar de la
com pleja teo ría de la identificación, se llega a a firm ar que
la fem inidad se adquiere m ediante el contacto de la m adre
-lo que Stoller denom ina “pulsiones protofem eninas”- y que
puede contam inar al varón, vía u n a huella (im printing) de
la unión simbólica con la m adre, así como del conjunto de la
conducta del entorno hacia el niño.
C iertam ente h ay u n a confusión identificatoria con la
madre: así F reud tom aba nota de la consecuencia de la idea
de la bisexualidad: “El género se desgarra en la diferencia
sexual”: h ay que recordar el enunciado hegeliano contra
toda tentación de requerir el género como g arante de alguna
identidad.
El índice simbólico de ello es la resistencia de la voz, que
afecta a lo sexual en lo que u n a octava separa una voz de
hombre de la de u n a mujer, en lo que se da en llam ar la “altura”.
He aquí el dram a de los transexuales: la voz es el elemento del
cuerpo m ás reacio a prestarse a la reasignación sexual.
¿Cómo puede ser, p ara un sujeto dotado del pene envidia­
do, que aspire a la beatitu d de desem barazarse de él? M ás
allá de la referencia a la psicosis-habiendo sido Schreber el
precursor m etafísico de la transexuación (su p ra ,E l cambio
o la m isión)—, puede pensarse en u n a identificación hiper-
m a te rn a (o hip erp atern a, en el caso inverso), que hace del
falo u n objeto molesto y ajeno. Estam os tocando, tanto como
en el m asoquism o, ese K astrationlust (supra, La castración
Jano) donde culm ina el ideal transexual.
No h ay m an era de darle un lu g ar a la cuestión transexual,
en su verd adera dimensión inconsciente, sino desplazando
el eje de u n a categorización id e n titaria a u n a lógica de la
sexuación (in fra , Lo ridículo y el extravío, La sexuacióny sus
funciones lógicas, Lo masculino “reventado”) radicalizando
la teoría de la identificación.

E l tra v estism o :
e l c a r n a v a l d el sexo
Situado por la sexología como “pulsión de disfraz” (Hirschfeld,
1910), el travestism o designa el comportamiento que consiste
en tom ar el modo indumentario distintivo del otro sexo.
C uando h ab la de disfraz, F reud lo refiere lisa y llanam en­
te a uno de los procedimientos de lo “cómico”.10Después de
todo, h ay que p a rtir de la evidencia de que la gente se
disfraza p a ra hacer reír: ¿o acaso u n hom bre disfrazado de
lüFreud, S., E l chiste y su relación con el inconsciente, cap. VII; G.W.
VI, 221
m ujer no se expone al ridículo? Se pone en la posición del
payaso. No es el “éxito” de la operación lo que se cuestiona:
sabemos que algunas form as de travestism o pueden satu rar
la fem inidad —al punto que el trav estí reconstituye una
m ujer “m ás v erd ad era que la n a tu ralez a” y que u n a “hiper-
fem inidad” puede hacer suponer u n a operación de travestis­
m o-. El fondo cómico de la operación de travestism o es que
se b u rla despiadadam ente de la diferencia sexual, que reve­
la, m ediante su m ascarada, la comedia de los sexos. Si el
hombre disfrazado puede im itar a la m ujer, ¿no será que
ésta suspende su ser en la v estim enta y en el m aquillaje, lo
que confirma la hum orada freudiana según la cual “la m itad
de la hum anidad podría ser ubicada en tre los fetichistas de
la ropa”,11 al e s ta r las m ujeres afiliadas a la moda? Por la
moda, fem enino y m asculino se revelan renovadam ente
recortados, en cada época, por los cánones de la alta costura.
Esto esclarece en espejo el disfraz convencional de la pros­
titu ta, quien s a tu ra la im agen fetichizada de la feminidad
p ara ju g a r su rol de carn ad a fálica.
L a m ultiplicación de las form as de disfraz rem ite, m ás
allá de algún juego con la identidad, a la cuestión central: el
hombre tra v e stí es el payaso de la m ad re fálica. “H ace de
m ujer” como se “hace de payaso”. P rovisto de los atrib u to s
v estim en tario s -fo rm a s v a ria d a s de em perifollam iento y
de accesorios y a d o rn o s- p ra c tic a su identificación, no sin
o cu ltar bajo la fald a el sexo que rev ela el a trib u to del hijo,
el “m iem bro”, el m an n lich e Glied con el que la equipa de
modo ficticio y del que, g rac ia s a su interm ediación, y a no
carece. ¡Qué so rp re sa si h iciera su rg ir de pronto de debajo
de las p u n tilla s, al ig u al que Polichinela de su caja, el sexo
filial, especie de postizo m aterno! A quí tenem os la esceni­
ficación cómica, digna de B aubo.12T am bién se comprende

11 Sesión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena del 24 de febrero de


1909, “La gánese du fétichisme”, publicada en Psychoanalytic Quciterly,
LVII, 1988; trad. fr. Revue d ’histoire de la psychanalyse, n- 2, PUF, 1989,
pp. 421-433.
13Freud, S., “Un paralelo mitológico a una imagen obsesiva plástica”,
en ob. cit., t. III, p. 2429.
la fuerza del clivaje que supone esta comedia de los viejos
harapos.
A la m an era del caballero de Eón, espía y travestí, el
trav estí es un “agente doble”, a la vez mimo de la m adre y tí­
tere fálico. Por otro lado, adopta e incorpora el estilo y los tics
de la m adre tra s haberla espiado cuidadosam ente. Al envol­
verse en estos aparejos, m uestra que masculino y femenino
se sostienen en un rol. Dedica su p uesta en escena de guiñol
al dram a de la castración jugando el doble rol, el de la m ujer
castrad a y el de la m adre fálica. En fin, el travestí es el bufón
de la castración -lo cual ilu stra el juego de “la loca” cuyo
éxito de espectáculo es h arto conocido.
Del otro lado, puede sopesarse el alcance transgresor del
disfraz de la m ujer que se pone un traje masculino: esta
“im itación” es el elem ento principal de la acusación contra
J u a n a de Arco. En el otro extremo de la historia, la figura de
“la Garqonne”,1:i la que, desafiante de los “cortadores de
tre n z as” se hace cortar el pelo -g esto cuya violencia trans-
gresiva cu esta calcular-, viene a introducir u n a mezcolanza
cuyo alcance tam bién podemos apreciar.
El dandy, a su vez, encuentra la m anera de en carnar u n a
figura de excepción cuya originalidad, por su singularidad
in d u m en ta ria y su estilo inim itable, ¡viene a su p erar victo­
riosam ente a lo femenino!

La fe m in id a d com o m ascarad a
Si el hom bre se trav iste en ocasiones, la m ujer está en u n a
relación de estru ctu ra con el travestism o: prueba de ello es
lo que Jo a n Riviére describe bajo el nombre de “feminidad
como m asc arad a”14 a través de su caso paradigmático.
La im agen que da esta m ujer es un em blem a de la m ujer
liberada. E n cu en tra la m anera de m anejar, al mismo tiempo

13M argeritte, Víctor, La Garqonne, 1922. Gallim ard, Folio, 1978.


11 Riviére, Joan, La fém inité comme mascarade (Womanless as a
M ascarade, International Journal o f Psychoanalysis, 1929), en Féminité
mascarade, Seuil, 1994, pp. 197-213.
que el éxito profesional, su rol de am a de casa, y exhibe
adem ás excelentes relaciones con el marido. M aneja la
palabra y la escritura. Pero he aquí que algo viene a ensom ­
brecer este cuadro: la eclosión de u n a viva angustia después
de sus apariciones en público y de sus conferencias. Pese a
sus cualidades intelectuales, sus dones prácticos, su in d u ­
dable capacidad de in tere sa r a u n auditorio y de llevar
adelante una discusión, la vemos presa, d u ran te la noche
siguiente a su ju ra, de u n a crisis de ansiedad, de un tem or
de haber cometido alguna torpeza o desacierto. Esto se
m anifiesta m ás adelante m ediante la necesidad compulsiva
de solicitar la atención y los cum plidos de los hom bres.
Efectivam ente, en este conjunto se encuentran en especial
las figuras correspondientes al estilo paterno. E stas gracias,
remilgos y m anifestaciones de coquetería llegan h asta caí­
das de ojos compulsivas.
Jo an Riviére diagnostica u n a rivalidad respecto de la
m adre y del padre. U na vez que h a m ostrado que posee el
pene del padre, aparece el miedo a la venganza. “La fem ini­
dad podía ser asum ida y llevada como u n a m áscara, a la vez
p ara disim ular la existencia de la m asculinidad y las re p re ­
salias que tem ía si se descubría lo que estaba en su pose­
sión”. El disfraz de m ujer, la exhibición u ltrajan te de la
feminidad, son utilizados como medio p ara evitar la an g u s­
tia de haberse guardado el falo paterno y... ¡para d isfrazarla
posición m asculina subyacente!
El au to r alega, en espejo, el com portam iento social incon­
gruente de esa otra m ujer: m ujer de interior, inteligente, se
encuentra intim idada por los hom bres que ejercen u n a
prerrogativa, artesanos, em presarios, tapiceros, mozos de
café, choferes de taxi, com erciantes, médicos, abogados, y
busca en sus personas concillarse y aplacar al padre, p resen­
tándose bajo la m áscara de la fem inidad convencional,
testim onio de amor y p rotesta de inocencia. Esto revela que
hay ocasiones en que hay que saber “hacerse la to n ta” p ara
inscribirse de m anera “a d ap tad a ” como m ujer en el juego
social. La m ujer se identifica en esta ocasión con el padre y
utiliza la m asculinidad así adquirida poniéndola a disposi­
ción de la m adre: se convierte en el padre p ara entregar el
falo a la m adre.
Amén de esta conducta de escape, la fem inidad se revela
creadora de lazo social -p o r ejemplo los salones organizados
alrededor de figuras fem eninas tutelares, en contraste con
los círculos, donde se encierran los hombres.

Lo m a sc u lin o com o fan farron ad a


También se disfraza el hombre “sin ambages”, el antitravesti.
Sus em blem as son el uniform e m ilitar y la sotana del
sacerdote, cuyo rol esencial se constata en las “m asas de
hom bres”, esas “m asas artificiales” o instituciones donde se
practican las form as de idealización y de identificación. Es
por ello, asim ism o, que la im potencia acosa a lo m asculino
como su decadencia social regularm ente descripta por la
escritu ra lite ra ria ,15es decir esa “angustia del hom bre liga­
da a la posibilidad de no poder”.16Entonces, la hora de gloria
del macho se convierte en la de su desdicha... En espejo, la
figura del “hiperm acho”17m u estra esta verdad ubuesca de
que la “hiperm asculinidad” hace surgir, bajo la forma de gue­
rrero m aquillado (el “indio” de Jarry), los afeites de la
fem inidad.
M arcar el paso\ éste es el ritm o de lo masculino m ilitari­
zado e instituido, lo que supone lan zar en cadencia y al
unísono el pie correcto (que re su lta ser... ¡“el pie izquierdo”!).
Es tam bién la posibilidad de la cojera. Lo que surge de todo
ello es, según u n a clínica situ ad a por la etnología de lo
m asculino y lo femenino, que no puede sino describir su
escritu ra, el “p a ta coja”.*18E n los mitos, cuentos y represen­

* En el original, el cloche-pied, tomado de la expresión adverbial á


cloche pied, “con u n a p a ta coja”. [N. de la T.J
15 Citton, Yves, Impuissances. Défaillances masculines et pouvoirs
politiques de M ontaigne á Stendhal, Aubier.
1GLacan, J., Le Sém inaire 10. L ’angoisse, 1963.
17J a rry , A., Le surm ále.
18 N eedham , Rodney, Unilateral figures, 1980, comentado por F.
H éritier, en M asculin, Fém inin, Odile Jacob.
taciones gráficas de A u stralia, Europa, África, T ierra del
Fuego, etc., se ve su rg ir la representación de la pierna
hu m an a derecha re m atad a por u n a cabeza de toro, es decir
u n a m itad de hom bre cortada verticalm ente vista las m ás de
las veces desde el lado derecho, p ro n ta p ara ponerse en
movimiento, con el brazo extendido, la pierna ligeram ente
flexionada, lista p a ra s a lta r o p ara deslizarse sobre la pierna
única de “m anco”, en un saltito a p a ta coja, acom pañada de
la pérdida de la sandalia. F u erza genésica del golpe acrecen­
tad a e intensificada, como un rayo con un punto de impacto
hiperconcentrado.
Lo que la etnología sitú a como un motivo de in trig a, para
el psicoanálisis es un viejo conocimiento: el sujeto incons­
ciente nunca pensó de otro modo lo masculino: como cuerpo-
falo. Lo m asculino en cu en tra la figuración brincadora de su
potencia... como “m anco”, rem itiendo al juego de la “pata
coja” de la sexuación. ¡La “bota de las siete leguas” podría ser
la expresión dinám ica de este unipiernismo!
Falo enm ascarado que perm ite h ab lar, según una homo-
fonía perceptible en el régim en lingüístico latino, de las
m áscaras de lo m asculino. El simbolismo fálico confirma
que, en espejo de la m ascarad a de lo femenino, lo “m asculi­
no” e stá “reducido a ser su propia m etáfora”.
L ecció n IX
MASCULINO Y FEM ENINO
DE FR EU D A LACAN:
LÓGICA DE LA SEXUACIÓN

La problem ática freu d ian a de lo m asculino y lo femenino


encontró en Lacan u n razonador ta n agudo que va a culm i­
n a r en u n a lógica de la sexuación equivalente, en el fondo, a
liberar la polaridad m asculino / femenino de sus connotacio­
nes mitológicas.

E l m arcad or sig n ific a n te :


e l v ic e v e r sa

Cuando Lacan afirm a que “en el psiquismo no hay nada por lo


cual el sujeto pueda situarse como ser de macho y ser de hem ­
bra”,1transcribe y traduce literalm ente, con su estilo propio, los
enunciados freudianos (supra, Masculino, femenino: las fu n ­
ciones inconscientes)', entendemos que los reproduce en su
letra. No basta con sostener que no hay m arcador propiamente
“psicológico” de lo masculino y lo femenino; de hecho, no hay
marcador subjetivo de lo que se podría denominar un “ser de
macho” y un “ser de hem bra”.
Entonces, ¿dónde encontrar un des-m arcador?
En u n a prim era aproximación, en el significante. El
problema reflota por el hecho de que no hay significante

1 Lacan, J., Le Sém inaire, livre XI, Les quatre concepts de la psycha-
nalyse, p. 186. [La traducción es nuestra. N. de la T.J
m asculino y significante femenino. La dualidad queda an u n ­
ciada por medio de esta “horquilla” presentada por la duali­
dad “H om bres m ujeres”2 “en la imagen de dos puertas
gem elas” que “sim bolizan las cabinas aisladas ofrecidas al
hom bre occidental p ara satisfacer sus necesidades n a tu ra ­
les fu era de la casa”, en fin, que “somete su vida pública a las
leyes de la segregación u rin a ria ”.3 Es el anuncio de que
“dam as y caballeros serán en consecuencia dos patrias para
esos niños”.
No es casual que este encuentro se m anifieste “fuera de la
casa”, en el espacio social (supra, Masculino, fem enino y lazo
social).
La escisión implica, en consecuencia, que uno correspon­
de a “d am as” o a “caballeros”, como en la historia de los
niños. Los dos viajeros, aunque “en el mismo barco”, no
descienden, por lo tanto, en la m ism a estación, o m ás bien
ésta no tien e el mismo nombre para uno y otro. Aquí, lo
m asculino y lo femenino están convocados p ara abrir los ojos
an te el ser del significante. Lacan sexúa el significante para
no dejarlo en la soledad del “árbol”, correlativo de su signi­
ficado solitario. La dualidad obliga a pensar en el desliza­
m iento. No h ay medio, p ara el significante “caballeros”, de
referirse a su significado privado, sino volviendo a p a rtir del
significante antónim o “dam as” y viceversa. Obsérvese que
“viceversa”, locución que expresa la reciprocidad, retom a su
sentido literal: con un tomillo (tour=vice)* invertido (versa)
[a tour renversé]. No se puede llenar el significante “caballe­
ros” sino invirtiéndolo en el significante “dam as”, en un
escarceo radical. El viceversa es el ser del significante
sexual.
Lo que qu ed a evocado aquí, como “testeadeor”, es el miope
que in te n ta ría , contrayendo la pupila, percibir la etiqueta o
el icono: ¿estoy en “caballeros”? ¿estoy en “dam as”? Es el
* Homonimia entre vis (tornillo) y vice- (prefijo que indica “en lugar
de”, “adjunto”) [N. de T.J
2 Lacan, J ., L ’instance de la lettre dans l’inconscient ou la raison depuis
Freud, en É crits, Seuil, p. 499. ILa traducción es nuestra. N. de la T. |
*tbídem, p. 500. [La traducción es nuestra. N. de la T.J
momento en que, como lo significa el lenguaje popular, “m ás
vale no equivocarse”. Es la miopía respecto de ese significan­
te desdoblado lo que caracteriza la especificidad de esta
“polaridad”. ¡Podría ser el principio de la miopía congénita
del sujeto hum ano frente a l a cosa sexual! Hemos m enciona­
do la d io p tría diferencial de la m ira d a según las m oda­
lidades de la escotomización perversa y de la represión
neurótica (supra, E l fetichismo o el talism án sexual) -com bina­
ción de astigm atism o y de miopía... que llega h asta... las
cataratas-.

La d a n za fálica:
él y ella, ser y te n e r

Esto perm ite releer la “d an za” de los sexos cuya p u esta en


escena hemos visto en Freud. Lo m asculino y lo femenino
son consustanciales a la polaridad ser / te n er el falo, ten ien ­
do presente que “la dialéctica del ser y del ten e r es válida
p ara los dos sexos”.4
Lo que Lacan designa como la “ficción m acha” es que “se
es lo que se tiene” y que “se tiene lo que se es”, lo cual implica
que “no se es lo que no se tiene”.5Lo que organiza la sexuación
de los pronom bres es el falo: “él no es sin tenerlo; ella es sin
tenerlo”.6
Esto nos rem ite a dos m odalidades del ser y del deber ser.
Como lo destaca Lacan, se dice “sé u n hom bre”, pero no se
dice “sé u n a m ujer”. M ujer, en térm inos freudianos, hay que
“hacerse”.
La dialéctica freudiana de lo activo y lo pasivo se encuen­
tra reinserta en la función de objeto. Así pues, si el maso-
quista se pone en posición de objeto, es p ara llevar la

' Lacan, J., Le Sém inaire V, Les form ations de l ’inconscient, 18 de junio
de 1958. [La traducción es nu estra. N. de la T.J
5 Lacan, J., Le Sém inaire XIV, La logique du fantasm e, 19 de abril de
1967. (La traducción es nuestra. N. de la T.]
“ Lacan, J., Le Sém inaire VI, Le désir et son interprétation, 11 de
febrero de 1959; Le Sé?ni.naire VIH, Le transferí, 12 de abril de 1961.
an g u stia al Otro, y si el sádico es el sujeto de sevicias, se
revela sujetado al Otro del goce.8 Redistribución de las
cartas que h abla del hum or de la historia.

E l r id íc u lo y e l ex tra v ío

Esto nos lleva a situ a r un doble desfasaje.


Por el lado del hombre, “en tanto es viril, un hombre
siem pre es m ás o menos su propia m etáfora”.9Es tam bién lo
que arroja sobre el vocablo “virilidad” “esa especie de sombra
de ridículo de la que sin embargo es necesario tom ar nota”.
Im posible identificarse con la propia m asculinidad sin “me­
dirla”. Recuérdese “la arrogancia” [Hochmut], que constitu­
ye el rasgo m asculino de orgullo respecto de la castración,
por lo tan to respecto del otro sexo.
E n espejo, es “lo que confiere a toda m ujer algo de ‘extra­
viado’”. C o n traste aparente con “el espíritu de decisión” de
la m ujercita de los orígenes evocada por Freud {supra, La
coyuntura edípica).
Si “el g ran secreto del psicoanálisis” es que no hay acto
sex u al,!0 se comprende el extravío de los partenaires que se
com prom eten en él.

La s e x u a c ió n y su s fu n c io n e s ló g ica s

¿Cómo se escribe esto? La introducción de las fórm ulas de la


sexuación que giran en la mathesis lacaniana11 debe ser
re stitu id a a la luz de la dialéctica de lo m asculino y lo
fem enino que esclarece a cambio. A decir verdad, su apuesta

'Lacan, J,, Le Sém inaire XIX, Ou pire..., 15 de diciembre de 1971.


8Lacan,. J., Le Sém inaire X, L ’angoisse.
9Lacan, J., Le Sém inaire XXII, R .S.I., 21 de enero de 1975.
111 Lacan, J., Le Sém inaire XIV, La logique du fantasm e, 12 de abril de
1967.
" Assoun, P.-L., Lacan, PUF, “Que sais-je?”, 2003, p. 112.
es hacer salir a la pareja de su prestigio im aginario p a ra
logicizar sus funciones.
Es un hecho que éstas intervienen en el contexto de la
cuestión del transexualismo: están producidas entre otras
para pensar una contra-teoría de “la identidad de género”
(supra, Masculiíio y femenino puestos a prueba por la tran-
sexuación).
Obsérvese que Lacan redistribuye con u n a claridad ex­
cepcionalm ente pedagógica lo que debe rem itirse a los dis­
cursos.
Ello da lu g ar a un redespliegue de la cuestión en tre s
tiempos (lógicos) rotundam ente diferenciados:
1) La diferencia sexual anatóm ica, situable desde el n aci­
miento e incluso antes, pero real mítico (lo cual nos rem ite
al discurso biológico).
2) El discurso sexual, sostenido por el “se” de la com uni­
dad, es decir el discurso am biente: el falo es concebido como
significante am o del discurso sobre el sexo, m ientras que es
el significado del goce (lo cual nos rem ite al discurso social).
3) La sexuación, es decir el m om ento de la “elección”, en u n
sentido irreductible a lo que es im puesto por la anatom ía y
a lo que es transm itido por el discurso de los otros—lo que nos
impone el punto de vista del sujeto (al que le da cabida el
discurso analítico).
La utilización de u n a lógica fregeiana perm ite el despegue
en relación con el prejuicio gram atical. Es un hecho que
Stoller gram aticaliza la cuestión (supra, La “duplicidad
sexual”). L a “identidad de género” se entrega im púdicam en­
te a u n tautologism o gram atical. La referencia a la “frase
agujereada” donde interviene la función proposicional cum ­
ple una ru p tu ra con una lógica ontológica y gram atical:
sujeto-esencia, cópula, atributo-predicado.
Se puede leer así las fórm ulas,12en estilo telegráfico.
En el campo del hombre, todos los hombres están en
relación con la función fálica, están sujetos a la castración y
caen en la órbita de su am enaza. Pero el Todo necesita una
'-Lacan, J., L ’E tourdit” v Le Scm inaire X X , Encoré.
excepción p a ra fundarse. Hay al menos Uno que no está
sometido a la función fálica, es decir el padre primitivo.
L ugar ocupado por el Urvater de la horda prim itiva, a quien
se le supone gozar de todas las m ujeres y castrar a los hijos,
privándolos de ellas. E ncarna con este título el goce absoluto
y lo sitú a como imposible = castración. De allí el universal
que caracteriza a lo masculino en su función lógica. El Goce
como interdicto -exclusión del goce absoluto- tiene por
correlato al universal el “todos los hom bres”. Por lo tanto, el
hom bre es todo-fálico; su goce e stá centrado por el signifi­
cante del falo.
E n el campo de la mujer, ellas tienen relación con la
función fálica, pero e stá en falta el Uno que dice no. La idea
freu d ian a de que las m ujeres abordan la castración sin
complejo adopta aquí otra escritura: ellas no se dejan intim i­
d ar por el Uno. Ni u n a sola puede ser considerada como sin
n in g u n a relación con el falo. En ausencia de am enaza de
castración, el goce absoluto no está excluido. De allí el no
todo que caracteriza a lo femenino en su función lógica.
Lo cierto es que una p arte del goce se inscribe en la función
fálica, según las m odalidades del complejo de castración en
lo femenino. Pero hay un goce suplem entario. E n consecuen­
cia, no h ay “colectivo”; ellas no form an un todo. Relación con
el falo del orden de lo indecidible, de lo contingente. La
im posibilidad del goce absoluto no está m etaforizada como
prohibición, lo cual plantea el germ en de ese goce suplem en­
tario.
Indem nización p a ra la mujer: “por ser no toda, en relación
con lo que designa de goce la función fálica, tiene un goce
suplem entario”, no “com plem entario”, porque si no “caería­
mos en el todo”. El Otro goce, goce del Otro. Que debe
situ a rse en tre la frigidez (rechazo de lo fálico) y el goce
extático (místico). Es decir ausencia de la función fálica, exal­
tación de otro goce.
T am bién el hombre psicótico tiene que vérselas con la
inexistencia de ese Uno que diría no: de allí su “instigación-
a-la-m ujer” {supra, El cambio o la misión).
Lo que surge de esta logicización del problema es, reflexio­
nando bien, la ru p tu ra con la problem ática de lo m asculino
y lo femenino como polaridad mitológica. R u p tu ra con lo
im aginario de la com plem entariedad de los sexos y del ciclo,
del estilo anim us et anim a o Yin y Yang. La adjetivación cede
el lu g ar al retorno del sustantivo: “hom bre” y “m ujer” están
sujetados a esta lógica. El resultado desorientador es que
“La m u jer” no existe, pero que por lo mismo lo Fem enino
-e n tié n d a se , el resto “no-todo” de la función fá lic a - se
convierte en la prueba de verdad de esta lógica uni-binaria.

Lo m a scu lin o “r e v e n ta d o ”

Esto perm ite redefm ir el lazo entre hom bre y m ujer: “para
quien está atestado por un falo, una m u jeres un síntom a”.13
“El goce, el orgasmo, coincide con - s i se me perm ite la
expresión-, la pu esta fuera de combate o la p u esta fuera del
juego del instru m en to por obra de la detum escencia”.14En
otros térm inos, el falo es m ás significativo en la vivencia
h u m an a por su caída que por su presencia: em ergencia del
“falo en el estado reventado”. Tenemos aquí a lo m asculino
abatido, agotado, deslomado: “ya no es m ás que un trapito,
ya no es sino un m ero testim onio, un recuerdo de te rn u ra
p ara l a partenaire”. 15U na m an era de dejarla con un “buen”
recuerdo...
Se comprende así en qué “la an g u stia está ligada a la
posibilidad de no poder”.16Lazo entre im potencia y cemento
social, ya que se tra ta de a p re tar los codos frente a la
castración (lo que constituye el fondo de la hom osexualidad
social). Pero, como lo observa Lacan al com entar con hum or
una falta de concordancia gram atical personal, si un hombre
puede decirle a una m ujer: “nunca te quise tan to ” [je ne ta i
ja m a is tant aimé), omitiendo la concordancia con el femeni-
1! Lacan, J., Le Sém inaire V , Les formations de l ’inconscient, 22 de
enero de 1958.
"L acan , Le Sém inaire X, L ’Angoisse, 6 de marzo de 1963.
Ibídem, 29 de mayo de 1963.
1(1Ibídem, 20 de marzo de 1963
no, es porque el objeto de am or hace caer algo de la m arca
sexual. El objeto de am or se conjuga en neutro, a la m anera
de u n absoluto singular. Pito catalán a la flexión sexual...
A la im posibilidad de la relación sexual, el am or ofrece lo
precioso de u n a “suplencia”...
CONCLUSIÓN

Es dable apreciar, a tra v és de este denso trayecto, la reform a


freudiana de la m an era de en ten d er el registro de lo m ascu­
lino y lo femenino. La bisexualidad es el Schibboleth* que
había que pronunciar bien p ara poder vadear la polaridad
sexual. Por u n lado, h ay que en ten d er la resonancia de la
afirm ación según la cual “las reacciones de los individuos
hum anos de ambos sexos e stá n integ rad as por rasgos m as­
culinos tanto como fem eninos”;1 por ei otro, dado que el
hom bre y la m ujer in terv ien en con su m asculinidad y su
fem inidad, hay que m u ltip licar por dos los actores de este
acto. Así pues, detrás de esta observación, quedó puesto al
descubierto el m undo revelado por la clínica freudiana.
Al hacer esto, F reu d produce un prodigioso desplazam ien­
to de la cuestión.
Ahora se puede ver que F reud le ha “robado” a Fliess la
verdad de su teoría de la bisexualidad... ¡allí donde sus otros
plagiarios se hab rían adueñado de sus elucubraciones! Es la
figura de la Esfinge, el oráculo edípico, la que proporciona el
verdadero alcance de la bisexualidad del Otro. Del hecho de
* Schibboleth significa “prueba decisiva que permite juzgar la capa­
cidad de una persona”. Se trata de un vocablo hebreo que se halla en un
relato bíblico según el cual la gente de Galaad reconocía a la de Efraín
cuando huía porque lo pronunciaban. |N. de la T.]
1 Freud, S., “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual
anatómica”, en ob. cit., t. III, p. 2900; G. W. XIV, 26.
que h ay a que ponerse de a cuatro en el acto sexual, lo cual es
situado precozm ente por Freud, Lacan ex traerá el enuncia­
do lógico de la im posibilidad de la relación sexual.
Es tam bién lo que hace que este dato, el m ás fam iliar del
m undo como lo es la diversidad hom bre-m ujer del que h e­
mos p artido {supra, Introducción), se revele como una di­
m ensión de la alteridad. C aptada desde el inconsciente, esta
dualidad se revela portadora de u n potencial de Unheimli-
che. D im ensión m onstruosa, ya que podría suceder que lo
que “m u e stra ” el m onstruo y aquello por lo cual éste angus­
tia sea como u n a alusión a esta deformidad princeps, re ­
surgim iento m onstruoso del real irreductible.

E l p a r a d ig m a fre u d ia n o de la sex u a ció n


Con el psicoanálisis verdaderam ente se desm orona el p a ra ­
digm a aristotélico de lo activo y lo pasivo.2La creencia en la
relación sexual sitú a lógicamente al macho del lado de la po­
tencia, la de realizar por la fuerza del calor la cocción de la
sangre y su transform ación en esperma, esa culminación
purificada que contiene el principio de la “form a”. Es el
pneum a agente lo que hace que el macho contenga m ás calor
que la hem bra, a su vez m ateria y receptáculo. Sexo caliente
que secreta esperm a, frente al sexo frío que hace sangre. Es
la form a que determ ina la semejanza y cuyo relajam iento
determ in a al m onstruo. En el fondo, el razonam iento conse­
cuente de la creencia en la relación sexual es aquello que
viene a desm orornarse con el saber del inconsciente.
F rente a este planteo, resulta sorprendente que Platón,
teórico del Eros, cuestione tan fatalmente la bisexualidad.3El
mito del Banquete hace surgir esa necesidad del corte de las
euadrípodas, esos seres bisexuados, castigados por su ambición
conquistadora, para que opere Eros. No hay que alvidar que al
cabo de la persecución amorosa, la últim a palabra surge del
recurso al decir de lo Femenino, vía Diotima.
2Aristóteles, De la généalogie des animaux, libro IV, 330-322.
3Platón, E l Banquete.
Freud, por su lado, retom a lo que el m ito postula como
origen en u n a historia, especialm ente edípica. La problem á­
tica quedó sellada por la doble versión bíblica del origen
sexual. Según la prim era, el hom bre ha sido creado de en­
trada macho y hem bra: “y los creó macho y hem bra”;4 de
acuerdo con la segunda, el hom bre está prim ero y, m ediante
u n a operación divina, de él se extrae el principio del “segun­
do sexo”.5 La prim era versión es estru ctural, la segunda
“genética”. E n efecto, la bisexualidad es ta l que está allí pero
no se pone enjuego sino en la historia: es entonces cuando,
zanjada la prueba fálica, se ve su rg ir a la Jiujer.6

La p o la rid a d se x u a l
y su q u ím ica

Freud, al ad h erir a la ley de la ciencia, no puede excluir que


la “bioquímica” nos “presente algún día u n a sustancia cuya
presencia provoque la excitación sexual m asculina, y otra, la
fem enina”.7 Form ulación profética en 1931, a ta l punto
F reud oye “resonar los pasos de la endocrinología pisándole
los talones” al psicoanálisis: la “ingenuidad” adquirió luego
forma de seguridad científica. No carece de aspirantes a
exhibir la molécula-testigo.
¡Sólo entonces la cuestión de lo “m asculino” y lo “femeni­
no” estaría realm ente arreglada! Se los distinguiría infali­
blemente por medio de la “quím ica sexual”.
Pero, sugiere Freud, ello supondría “descubrir en estado
aislado, bajo el microscopio, las excitaciones de la histeria,
de la neurosis obsesiva, de la melancolía”, erigidas en estado de
“toxicosis”.
Al no poder “a isla r” o “poner en evidencia la o las sustan-
'La Biblia, Génesis, ob. cit., cap. 1, versículo 27, p. 4.
'Ibídem, ob. cit., cap. 1, versículo 22, p. 3.
6Assoun, P.-L., Freud ct la fem m e, Payot, 4a ed, 2003.
7 Freud, S., Les resisten ces contra la psychanalyse en Oeuvres com­
pletes. Psychanalyse, t. XVII, PUF, 1992, p. 127. [La traducción es
nuestra. N. de la T.|
cias hipotéticas que se consideran en las neurosis”, estam os
lim itados a b u scar en “el cuadro de los síntom as de la neu­
rosis” y de “sus perturbaciones corporales y aním icas” la
clave de ese m asculino y ese fem enino que no se reduce a
la lógica de la molécula.

L a lib id o -u n a
y su s d o s fu n c io n e s

“La bisexualidad desprendida de su estrechez” es el llam ado


de advertencia que lleva al pensam iento de lo imposible de
la relación sexual.
F reu d en treg a con u n a nitidez provocadora un elemento
subversivo de la “polaridad masculino-femenino”. No hay
pues “libido fem enina”, dado que sem ejante “ensam bladura
está despojada de toda justificación”. F reud había afirm ado
an terio rm en te que, a pesar del contenido determ inado de los
“conceptos m asculino y fem enino”, “la libido es regularm en­
te de n a tu ra le z a m asculina, aparezca en el hombre o en la
m ujer e independientem ente de su objeto, sea éste el hombre
o la m u jer”.8 Esto no equivale a reconocer como única exis­
tente la “libido m asculina”. La verdadera fórm ula es la
siguiente: “No h ay más que u n a sola libido, que está al
servicio de la función sexual tan to m asculina como femeni­
n a ”.9 Por consiguiente, no es cierto que “una clase de libido
siga los fines de la vida sexual fem enina y otra clase los de
la vida sexual m asculina”. F reud sostiene en este caso un
monism o libidinal que, por supuesto, supone...¡de-sexologi-
zar la función sexual! En efecto, la sexología se basa en esta
distribución funcional. Queda por distinguir las m odalida­
des y los estilos de esta “adaptación” de la libido a las
funciones sexuales respectivam ente “m asculina” y “fem eni­
n a ”. He aquí la verdadera problemática.
s F reu d , S., Tres ensayos para una. teoría sexual, en ob. cit., t. II, p.
1223; G.W. V, 120.
11 F reud, S., N uevas conferencias de introducción al psicoanálisis,
XXXIII, G.W. XV, 141. I La traducción es nuestra. N. de la T.l
H ay que c a p ta r su modo de pensar, a tal punto este texto,
por un falso sentido, suele ser evocado p ara sugerir el
exclusivismo libidinal masculino. Lo que es prim ero, es de
hecho la libido en su pulsación, como u n “absoluto” en el
sentido físico -alg o como el gozar prim ario, intenso y e rrá ­
tico. Es en u n segundo tiem po lógico cuando “la libido-una”
debe conformarse a los fines de la “función sexual” que, a su
vez, se especifica ciertam ente en “m asculina” y “fem enina”,
lo cual supone que esté restrin g id a al telos de la función dual.
Aquí F reu d constata la dualidad de las m odalidades,
irreversible desde el advenim iento de la sexuación: todo
ocurre como si “a la libido se la forzara m ás cuando está
presionada [gepresst = literalm ente: presionada] al servicio
de la función fem enina”, m ientras que “la n atu raleza tiene
en cuenta m ás cuidadosam ente sus reivindicaciones que en
el casode la m asculinidad”. Formulación “teleológica”, F reud
es cuidadoso al indicarlo, es decir en térm inos de finalidad.
Pero es u n a m anera de p u n tu a r el problem a esencial. Es u n
hecho que la perpetuación de la finalidad sexual (biológica)
está de alg u n a m an era facilitada p ara el varón por su
agresividad, lo que hace a su libido “de alguna m an era
independiente del consentim iento de la m ujer”. El hom bre,
por el hecho de su agresividad y de poder prescindir v irtu a l­
m ente de la consideración del otro sexo, dispondría de u n a
suerte de “lib ertad ” en la articulación entre libido y función.
Aquí se h a querido ver el egoísmo del goce fálico, radical­
m ente “funcional”, al poder ser localizado el goce del Otro en
ese punto de dehiscencia funcional. E sta no-congruencia de
la libido con la función distintiva del goce con lo fem enino le
da a la libido toda su potencia de irreductible “salvaje”, allí
donde, en el hombre, la libido sería regulable por la función.
Por otra parte, es dable observar que en la m ujer que
presenta u n a función apropiada a la libido, é sta tom a b a s ­
ta n te n atu ralm e n te un giro “m asculino”. Por otro lado, se
h an podido observar los sinsabores de la m asculinidad, que
atestiguan la “desconexión” reg u lar de la libido de la fu n ­
ción, lo que los alinea entonces en el lado de lo femenino.
En todo caso, se comprende la dificultad de sincronización
de los dos regím enes sexuales. P ersiste el hecho principal de
que ambos sexos están sujetos a una sola y m ism a ley, la de
castración. P or últim o, el am or b rin da la oportunidad de
conectar in ten sam en te esas dos economías de goce heteró-
nom as -lo que le confiere ese carácter de acontecimiento
propiam ente inesperado, cuando no milagroso.

L os d o s g o ces:
el in fo rm e T ir e sia s

Todo bien m irado, esta observación capital abre, en efecto, la


cuestión de los dos goces. E s porque no hay libido “especial­
m en te” fem enina, distinguible de la libido m asculina, que
esto despeja la cuestión de la dualidad de los dispositivos.
Es así como hay que volver a entender el tan célebre
apólogo de T iresias en el relato de Ovidio.10 Tiresias es
requerido p a ra h acer de árbitro en un debate que tiene lugar
en el seno de la pareja divina. La discusión comienza por una
constatación efectuada por Jú p iter: “Sin duda alguna, le
h ab ría dicho a su esposa, la voluptuosidad que sienten
ustedes es m ás grande que la que experim enta el varón”, lo
cual su scita el rechazo rotundo de Juno. Entonces se impone
la consulta de la “opinión” de Tiresias, pues es el único
hom bre que h ab ría probado los dos “placeres de Venus”.
Efectivam ente, metam orfoseado en m ujer, un día en que
“con un golpe de bastón, había perturbado el acoplamiento
de dos g randes serpientes en una verde selva”, y tra s haber
pasado “siete otoños” en el sexo femenino, h ab rá tenido la
oportunidad de experim entar su propio placer, antes de
recu p era r su form a y su figura, por obra de un segundo golpe
propinado a la m ism a pareja de serpientes.
Es la interrupción del coito anim al lo que es “sancionado”
de la deslocalización del sexo. Pero es tam bién en esta
estad ía en lo femenino donde Tiresias adquiere su rol de
“árb itro ” en el espinoso debate. Su veredicto es inequívoco:
'"Ovidio, Métamorplwxcx, livre III, pp. 97-98.
“corrobora lo que sostiene J ú p ite r”, lo cual provoca la ira de
la diosa, que lo condena a la ceguera, castigo que será
compensado por Jú p iter, quien le concede el don de la
adivinación. ¿Por qué, después de todo, la diosa-m ujer se
hab ría ofendido tanto? ¿Porque h ab ría sido divulgado su
secreto? En sum a, no queda dem asiado claro. ¿Ella m ism a
cree en la superioridad de la voluptuosidad femenina? ¿Cree
en la suya propia? N ada deja en trev er la respuesta en el texto
del mito. Por lo demás, la obsesión por el goce femenino se
sitú a del lado masculino, fan tasm a obliga.
Lo que aparece claro, en todo caso, es que con el goce del amor
no se juega. Ovidio presenta el diálogo como una broma cuya
culminación, no obstante, es trágica - a l menos para el experto
Tiresias—.Lo cierto es que lo que ofende a la diosa es que su goce
sea dicho, y que en consecuencia circule en la divulgación del
discurso. Es necesaria la grosería de un hombre, aunque
interm itentem ente haya sido mujer, para hablar (del) goce. Su
voyeurismo, su “espionitis” del goce del Otro se paga por lo
tanto con la vista, y a cambio es recompensado con la videncia.
Quien enuncia el goce superior debe pagarlo con la ceguera. Es
cierto que, con su saber de lo masculino y lo femenino, habrá
recuperado una clarividencia. El futuro se le da a ver no bien el
enigma original queda zanjado.
¿Cuál es el interés que el apólogo presenta p a ra u n a
relectura psicoanalítica?
Comencemos por recordar que la “voluptuosidad” no es el
goce. No se tra ta de ev alu ar el placer cualitativo del hom bre
y de la m ujer. N ingún “inform e Kinsey” podría ser de
u tilid ad al respecto. F re u d nos h a advertido, a condición
de entenderlo bien: no hay libido fem enina especial. Pero sí
hay, por cierto, “conexión” distin ta y aun opuesta con la
libido en una y otra de las funciones sexuales.
La “conexión” m asculina abre la vía m ás “n a tu ra l” (en el
sentido recién desarrollado, de coalescencia de la libido y de
la función, la del goce fálico); la conexión fem enina supone
una restricción que bien podría decuplicarla por lo mismo
(“nueve veces m ás in ten sa”, ¡aum enta otra versión del mito
de T iresias!). Es por ello tam b ién que la libido, en su destino
femenino, tiene algo de radicalm ente rebelde a su función y
de errático, que asu sta al hombre.
Es acaso porque el hombre no le pide su opinión que ella
se dirige, p a ra gozar en serio...jal Otro!

M a scu lin o y fem en in o


o e l a cto d e am or

E ste desarrollo perm ite situ ar el amor como lo que sustituye


a lo im posible del acto sexual y de la relación sexual m ism a.
¿A quién se estrecha cuando se estrecha el cuerpo del otro?
¿Q uién es el que abraza? El hombre, por cierto, estrecha a la
m ujer en sus brazos. Pero F reu d situaba, a través del
m ovim iento de la m ujer reteniendo en ella al hombre p o rta ­
dor del falo, un gesto que sugiere un cambio del abrazo.
F reu d habík graficado el momento amoroso del poder inve­
rosím il de “lev an tar represiones y volver a in stitu ir perver­
siones”.11Se lo puede traducir del siguiente modo: el am or
en tre u n hom bre y u n a m ujer no es posible sino en tan to y en
cuanto uno y otra com prometan su masculino y su femenino
al punto de m ezclar con ello los cuadrantes. El acto de amor,
com prometido en el deseo, debe ser pensado, pese a su
p u n zan te unicidad, como un acontecimiento que im plica a
“cuatro personas”... y dos goces.
El am or, en efecto, compromete el deseo masculino en la
vía de u n a feminización, y compromete el deseo femenino en
la vía de u n a falicización. Si el deseo supone afiliarse al
propio sexo, desde el propio anudam iento, el am or equivale
de hecho a sobrellevar de a dos el peso de la castración. La
“p areja inconsciente”12se compromete, por cierto, con todas
las pilas del goce...¡en la inm anejable autogestión de la
castración!

11 Freud, S., “Introducción al narcisismo”, en ob. cit., t. II, p. 2032; G.W. X.


Assoun, P.-L., “Court traité freudien de l’amour”, en Le couple
inconscient, Anthropos / Economica, 2a ed., 2004.
D e la “r e p u d ia ció n de la fe m in id a d ”
al a tr a c tiv o d e lo fem en in o

La investigación freudiana tropieza con la “repudiación de


la fem inidad” [Ablehnung der W eiblichkeit]}3 E sta expre­
sión ha suscitado m uchas am bigüedades. Su promoción
como “motivo” im aginarizado requiere que se le restitu y a su
carácter lógico.
Obsérvese prim ero que lo que se p lan tea aquí no tiene
nada que ver con alguna vivencia psicológica, ni siquiera con
u n a motivación inconsciente. Se tra ta de u na posición lógica
que consiste en no aceptar algo, en rechazarlo - y en conse­
cuencia, solam ente en no considerarlo como bueno y “no
poder sufrir” ese algo. ¿Cuál es aquí el objeto de la exclusión?
La “fem inidad”.
¿Quién produce la A b lehnungl Los dos sexos, o m ás exac­
tam ente, uno y otro sexo. ¿Cómo consigue expresarse este
rechazo? E n el campo de la m ujer, como envidia, del pene; en
el campo del varón, como sublevación contra la pa-sividad.
Ambos sexos se encuentran en e sta repudiación. Paradó­
jicam ente, lo que crea la radical igualdad de los sexos en el
orden inconsciente y alim en ta la dinám ica de lo masculino
y lo fem enino es este rechazo del ser femenino.
S ería un erro r entender que ni los hombres ni las m ujeres
“am an ” la fem inidad. Por el contrario, más exactam ente
dicho, lo que se designa como “fem inidad” es lo íntim o ex­
cluido que designa a lo inconsciente como la dialéctica o
vaivén incesante entre “m asculino” y “femenino”. Por lo
dem ás, esto no hace m ás que esclarecer mucho más los
efectos de retorno misóginos y la feminización del perjuicio.
Cabe recordar que F reu d nunca escribió un tratad o sobre
la m asculinidad, que sería lo sim étrico de su conferencia
sobre “la fem inidad”. Lo que confiere su dinám ica a lo
“m asculino” y a lo “fem enino”, tan to a hombres como a
m ujeres, es lo insoportable de la feminidad. E sta es la

,;iFreud, S., “Análisis terminable e interminable”, en ob. cit., t. III, p.


3363; G.W. XVI, 97.
conclusión lógica de lo “ilógico” alojado en el corazón de lo
sexual.
¿Cómo en ten d er esta fórm ula? A decir verdad, no hay que
com prenderla, en la m edida en que tiene que ver con la
constatación o m ás bien con el relevam iento de lo real. Freud
te rm in a por situ arlo en la “roca subyacente” de lo biológico.
Es dable ver cómo se perfila y supera el fan tasm a ferenczia-
no de e s ta derivación de la diferencia sexual de u n a
oposición de dos seres a n tig u a m e n te asexuados, siendo “el
hom bre” aquel que tom a la delantera y “haciendo de m ujer”
el segundo.
¿No es aquí donde hay que ubicar el punto de dehiscencia
del viviente y de lo sexual que situaba Freud?
El envés de esto es lo que se halla en el corazón paradójico
del inconsciente, es decir esa especie de atracción [Anzie-
h u n g ] de lo fem enino que se h a visto culm inar en el “placer-
de-castración” (supra, La castración Jano).
H e aquí pues el punto culm inante de la revelación: que el
h o rro r de la posición pasiva se convierta en goce de ocupar
ese lu g ar -so b re lo cual el masoquismo nos brinda u n a
enseñ an za m ayor y estructural.

E l fin d e l a n á lisis
o la v e r d a d
d e lo m a sc u lin o /fe m e n in o

Lo que se juega como obstáculo al fin del análisis es, en la


paciente, “u n a aspiración positiva a poseer un órgano geni­
ta l m asculino” - e n otros térm inos, la envidia del p en e- y en
el paciente, “la lucha contra su actitud pasiva o fem enina
fren te a otro varón”, es decir el an alista.14E ste m om ento de
v erd ad ex p resa en el hom bre la p uesta al día de este meollo
inconfesable de lo reprim ido que es “la actitud fem enina
hacia el p ad re”.
Se com prende, a la luz del trayecto anterior, que no se
" Freud, “Análisis terminable e interminable”, en ob. cit., t. III, p.
3363.
tra ta sim plem ente del obstáculo técnico term inal, sino del
momento de verdad y de reexperim entación de ese núcleo de
lo reprimido.
E n otros térm inos, no es ta n to que el tem or a lo pasivo sea
el últim o obstáculo técnico del análisis; es que el análisis
h aría resurgir, en su térm ino, ese reprim ido del que Freud,
como se h a visto, hace la “piedra escandalosa” por excelencia
(supra, Vaterbingdung y voto fático). Así como el niño se
hab ía sublevado contra este tem or, del mismo modo “el
adulto” se subleva violentam ente contra esta tentación.

E l sexo, e l d eseo y la m u erte


Todo el trayecto an terio r puede ay u d ar a descifrar los
ultim a verba de F reud sobre la cuestión: F reu d encara en
estos térm inos, en cuanto a la genealogía del Eros, la coin­
cidencia o la sim ultaneidad del “nacim iento de lo viviente”
y de la “desagregación en su stan cia m y f ’.15 Por ende, el
acontecim iento de la sexuación sería coextensivo al viviente:
la dehiscencia m asculino / fem enino aparecería con la pri­
m era palpitación del viviente. P e ro -h e aquí la paradoja que
es tam bién el corazón del en ig m a- la sexuación -clivaje de
lo “m asculino” y lo “fem enino”- debería p ensarse como una
“desagregación” que evoca y convoca la m uerte. En u n a pa­
labra: “el origen de Eros y de la m uerte sería el mism o” -sin
excluir la contingencia vertiginosa de “la sim ultaneidad de
ambos acontecim ientos”.
Es lo que explica que, por un lado, lo m asculino y lo
femenino alim entan al Eros de m an era inigualable; que, por
el otro, expresan la no relación prim itiva que los pone en
afinidad íntim a con la m uerte. E sta es la lección principal de
la pulsión de m uerte,16 que estrecha, vía “el m ás allá del
principio del placer”, el lazo en tre Eros y T ánatos y anuda
deseo y goce.
’5Nota del 22 de septiembre de 1938, citada por Ilse Grubrich-Simitis,
Les manuscrits de Freud, Presses Universitaires deFrance, 1997, p. 116.
Freud, S., Más allá del principio del placer.
B asta agregar que si existiera la m ujer ¡acaso hace mucho
tiempo que la especie h u m an a h ab ría sido destruida por sus
pulsiones destructivas!17Así pues, es el conglomerado de lo
“m asculino’ y lo “femenino” lo que condiciona de facto la
supervivencia de la especie h u m an a, m ie n tra s que es por
la no-relación de lo masculino y lo femenino como puede
figurarse el fin de la especie. Todo ello se vuelve a ju g ar en
la relación sexual en su doble “valencia” de “pleno empleo”
y de imposible.
De e sta im posible deducción de lo “m asculino” y lo “feme­
nino” da testim onio el trabajo inconsciente de lo sexual, en
un rigurosa repetición: el neurótico se m ortifica por ello,
girando incansablem ente alrededor del asunto, con los re­
cursos del fantasm a; el psicótico se estrella contra esta
constatación, experim entando lo real por medio del delirio;
el perverso pretende salir del escollo aportándole una solu­
ción escandalosa, con los recursos de los m ontajes fetichis­
tas, pero a la castración sólo puede otorgarle el estilo de su
transgresión. T a n ta nulidad no puede en g añ ar a la castra­
ción.
Ello perm ite calibrar el efecto del saber freudiano: al no
cesar de ser incauto respecto de la relación con lo masculino
y lo fem enino -q u e sella lo inconsciente con lo sexual-, el
sujeto no juega allí el rol del incauto, siem pre y cuando sitúe
lúcidam ente, en ese punto, el verdadero lu g ar de su división.

17 F reud, W. B ullitt, Le P ré s id e n t Woodroow W ilson, Albín Michel,


1966.
ÍNDICE

Introducción............................................ !................................... 7
U na evidencia enigm ática........................................................8
La función m / f: lo sexual y lo viviente................................ 9
Los “cuatro discursos”: lingüística, biología,
sociología... p sico an álisis.................................................. 11
La cuestión gram atical: el g é n e ro ....................................... 12
L a cuestión biológica: macho y h e m b r a ............................. 13
L a cuestión social: la v e s tim e n ta ........................................ 14
De la confusión de los géneros
al mito en a c c ió n ............................................................... 16
M asculino y femenino
a prueba del in co n scien te................................................. 17
U na cuestión y lo que en ella se j u e g a ............................... 18

P rimera parte
T eoría. Las funciones

L ección I, B isexualidad y bísexuacíón..................................21


Lo viviente y el m ito ................................................................. 22
El herm afrodita: del relato m ítico........................................ 22
... a la cuestión biológica.................................................... 24
La Lección sobre la bisex u alid ad ...........................................25
La torpeza s e x u a l..................................................................... 26
La D oppelgeschlechtigkeit....................................................... 27
La histeria
o la bisexualidad del fa n ta sm a .........................................29
La identificación b ísexu ad a .................................................... 30
El “error de F liess”
y la equivocación de A d ler.................................................. 31
La “complicación” b ise x u a l.............................................. ..... 32
La doble deuda: Freud con F lie s s .......................................... 33

Lección II. Masculino, femenino:


LAS FUNCIONES INCONSCIENTES..................................................... 37
Activo y pasivo: el par v o lá til.................................................. 38
La actividad pulsional
a prueba de la p a siv id a d ....................................................39
De la “comunidad” pulsional................................................... 41
... a la m ezcolanza neurótica ............................ ................. 42
La postura hacia la castración:
de la “actitud” a la “sublevación” ..................................... 43
La pubertad, momento de verdad
de lo m asculino y de lo fe m e n in o ..................................... 44
La im potencia
o el síntom a m ascu lin o........................................................46
Lo fem enino fr íg id o ................................................................... 47
La castración -Jan o....................................................................50

L ección III. M asculino y femenino


A PRUEBA DEL EDIPO.....................................................................51
La prueba e sc ó p ic a .................................................................... 51
La coyuntura edípica.................................................................53
Edipo bisexual ............................................................................ 54
La prueba de intim idación..................................................... 55
El complejo de Edipo
en fe m e n in o ...........................................................................56
Lo fem enino en c ó ler a .............................................................58
V a te rb in d u n g y voto fálico ..................................................... 59
La fem inización
respecto del p ad re.................................................................60
A ngustia y rep resión............................................................... 61
S egunda parte
C l ín ic a . L a s e s t r u c t u r a s

Lección IV. La neurosis


o lo femenino reprimido..............................................................65
La escena prim aria......................................................................65
La mujer enferma de lo fem enino........................................... 67
El hombre histérico: la macha h iste r ia ................................ 68
M asculino represor
y m asculino reprim ido.......................................................... 71
Lo m elusinesco o lo femenino o b se siv o ................................ 72
La mujer obsesiva:
la obsesión en fem enin o........................................................74
La fobia: el pánico de lo fe m e n in o ..........................................74
El yo y lo se x u a l........................................................................... 76
Lo fem enino del síntom a
o la verdad de la rep resión ..................................................77

Lección V La perversión o masculino y femenino.


PUESTOS A PRUEBA POR LADENEGACIÓN........................................ 81
El fantasm a, termómetro de lo masculino
y lo femenino: neurosis vs. perversión.............................81
El m asoquism o
o la pasión por lo fem enino................................................. 83
Homosexualidad en m ascu lin o............................................... 85
Homosexualidad en fem enino............................................. . 86
El fetichismo
o el talism án s e x u a l.............................................................. 88
El gnosticism o se x u a l................................................................ 88

Lección VI. La psicosis


O LO MASCULINO FORCLUIDO ........................................................... 91
El presidente o la bella p a siv a ................................................ 91
La cenestopatía o el martirio s e x u a l..................................... 93
De la E n tm a n n u n g a la Verweiblichung .............................. 94
El cambio o la m is ió n ................................................................ 95
Gramática de la psicosis:
el M askulinum disintáctico................................................ 97
T ercera parte
A p u e s t a s , f ig u r a s y d e s t in o s

L ección VIL E l cuerpo, lo masculino


y lo femenino ............................... ............................................101
El mom ento somático del fantasma:
el m asoquism o corporal.................................................. 101
Lo m enstrual y lo femenino:
el cuerpo del ta b ú ..............................................................102
El tiempo y el cuerpo.............................................................104
El cuerpo in toxicad o..............................................................105
El retorno de lo fem enin o.....................................................105

Lección VIII. D estinos socioclínicos


de lo masculino y lo femenino.............................................107
El sexo p ertu rb ad o................................................................ 107
M asculino, fem enino y lazo s o c ia l.....................................108
La “duplicidad sexual” ......................................................... 110
M asculino y femenino
a prueba por la tran sexu ación ......................................110
El travestism o: el carnaval del se x o ................................. 112
La fem inidad como m ascarada...........................................114
Lo m asculino como fanfarronada......................................116

L ección IX. M asculino y femenino


de F reud a L acan:
lógica de la sexuación........................ .................................. 119
El m arcador significante: el v ic ev e r sa .............................119
La danza fálica: él y ella, ser y te n e r ................................ 121
Lo ridículo y el extravío........................................................ 122
La sexuación y sus funciones ló g ic a s ............................... 122
Lo m asculino “reventado” ....................................................125

C onclusión
El paradigm a freudiano de la sexuación......................... 128
La polaridad sexual y su quím ica......................................129
La libido-una y sus dos fu nciones......................................130
Los dos goces: el informe T ir e s ia s .....................................132
M asculino y femenino o el acto de a m o r ...........................134
De la “repudiación de la fem inidad”
a la atracción de lo fem enino.......................................... 135
El fin de análisis
o la verdad de lo m asculino / fem enino.........................136
El sexo, el deseo y la m u e r te ................................................137

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