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TEXTO 6Barbero, Molina y otros. – Selección: “El concepto de revolución industrial.

Algunas definiciones
posibles”. En: Historia económica y social general. Ediciones Macchi. Buenos Aires (2001), pág. 45-58.
Historia económica y social general
3.1.- El concepto de la Revolución Industrial. Algunas definiciones posibles.
El término “revolución” se usaba para comparar la situación de Gran Bretaña a la de Francia, señalando que si
en esta último país estaba en marcha una revolución social y política, en Inglaterra también se estaba viviendo un período
de profundos cambios en la economía y en la sociedad, uno de cuyos rasgos más visibles era el nacimiento y la
expansión de la industria fabril.
En el mundo académico, en cambio, el uso de la expresión fue mucho más tardío. En el momento en que Toynbee
enseñaba, el tema central que ocupaba a los estudiosos de la Revolución Industrial eran las consecuencias sociales del
proceso de industrialización, en particular, sus efectos negativos sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora.
El estudio del pasado podía brindar algunas claves para la comprensión de los problemas económicos del presente.
La expresión “Revolución Industrial” fue perdiendo el significado restringido con el que había nacido, como un
proceso que se había dado en Inglaterra entre las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del siglo XIX, pasando a
designar al proceso de nacimiento de la industria moderna, concepto aplicable a cualquier sociedad.
3.1.1.- La historiografía de la Revolución Industrial.
David Cannadine ha propuesto una periodización que da cuenta de la diversidad de interrogantes que han guiado
a la historia de la Revolución Industrial en los últimos cien años. Establece cuatro etapas, en las que los temas
dominantes –aunque no excluyentes- fueron sucesivamente las consecuencias sociales, las fluctuaciones cíclicas, el
crecimiento económico y los límites al crecimiento.
En la primera, entre la década de 1880 y la de 1920, el énfasis estuvo puesto en las consecuencias sociales de la
industrialización. La visión predominante enfatizaba los aspectos negativos de la Revolución Industrial, a la que
consideraba responsable del empobrecimiento y el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, como
resultado de la difusión del maquinismo y del sistema de fábrica, y de la concentración de la población en las grandes
ciudades industriales.
En la segunda etapa, entre los años veinte y cincuenta, predominó el análisis de los ciclos económicos –Crisis de
1929 y depresión de los años 30-, impulsaron a los estudiosos a interesarse por las fluctuaciones cíclicas en una
perspectiva histórica. En este marco, la Revolución Industrial aparecía como el punto de partida de una economía
caracterizada por un funcionamiento cíclico.
3.1.2.- De los años cincuenta a los años setenta: La Revolución Industrial y el desarrollo económico.
Entre mediados de los años cincuenta y mediados de los años setenta, el tema que estuvo en el centro de los
estudios sobre la Revolución Industrial fue el del crecimiento económico. Dos circunstancias contribuyeron a ello: por
una parte, la expansión económica de los países industriales; y por la otra, el problema del subdesarrollo, que se hizo más
visible a partir del proceso de descolonización y de la emergencia del Tercer Mundo.
En este contexto, la industrialización aparecía como la clave del desarrollo, y la historia podía servir tanto para
entender el éxito de los países ricos como para proponer recetas a los países pobres, con el fin de que salieran del atraso.
Esta pasó a ser considerada como la base inicial de los procesos de desarrollo, y en el caso inglés, como el primero de
crecimiento económico sostenido. En vez de ser vista como la causa de los problemas de las sociedades contemporáneas,
aparecía como la guía para las aspiraciones del futuro.
3.1.2.1.- La teoría del desarrollo y la Revolución Industrial.
En su obra Las etapas del crecimiento económico –Rostow (1965) uno de los economistas que formularon la teoría
del desarrollo- propuso un modelo para el estudio de la transición desde la sociedad tradicional – caracterizada por el
predominio de la agricultura y por una productividad limitada- hasta la sociedad industrial de consumo masivo. Según
Rostow, existían cinco etapas: la sociedad tradicional; las condiciones previas para el impulso inicial; el impulso inicial;
la marcha hacia la madurez y la era del alto consumo en masas. Este esquema lo veía como aplicable a todos los países, y
consideraba que los países subdesarrollados estaban en alguna de las etapas iniciales, de las que podrían salir aplicando
políticas económicas adecuadas.
En opinión de Rostow, las sociedades tradicionales tenían como principal limitación la existencia de un tope a nivel
de la producción obtenible per cápita, generado por la falta de acceso a las ciencias y a las técnicas modernas, o por la
imposibilidad de aplicarlas en forma regular y sistemática.
En la etapa de las condiciones previas comienzan a producirse cambios económicos, sociales y culturales o políticos
que favorecerán el paso a la sociedad industrial.
La fase clave es la del impulso inicial o despegue (take off), que Rostow identifica con la Revolución Industrial, a la
que considera la gran línea divisoria en la vida de las sociedades modernas. En ella se superan los obstáculos y
resistencias contrarios a un crecimiento permanente, que pasa a ser la condición normal.
Las condiciones esenciales para el take off son, según Rostow, la acumulación de capital y la innovación tecnológica,
y una variable clave es la tasa de inversión, que debe ser equivalente al 10% o más del ingreso nacional. Debe existir
también un sector empresarial o un grupo de funcionarios del Estado que esté dispuesto a liderar el proceso de
transformación.
Las características distintivas del take off son la difusión de nuevas técnicas en la agricultura y la industria (lo cual
incluye cambios radicales en los métodos de producción), el crecimiento de la producción industrial y la urbanización,
contribuyendo todo ello a la expansión del sector moderno de la economía y al incremento del ahorro y la inversión.
Es importante destacar que para Rostow este proceso tenía lugar en un lapso muy breve: tanto la estructura
económica como la social y la política se transformaban en una o dos décadas. La Revolución Industrial para él era
fácilmente identificable si se medía la aceleración de la tasa de crecimiento de la economía y se hallaba la proporción
entre la inversión y el producto nacional.
La etapa sucesiva –la marcha hacia la madurez- es caracterizada por Rostow como un largo intervalo de progreso
sostenido y de difusión de la innovación tecnológica, abarcando unos cuarenta años a partir del fin del despegue. En la
era del alto consumo en masa se cosechan los frutos del desarrollo, con un incremento del ingreso real per cápita que
permite el aumento de consumo de bienes y servicios duraderos, cuyo símbolo era para Rostow la difusión del
automóvil.
3.1.2.2.- El atraso económico en una perspectiva histórica.
Alexander Gerschenkron, economista interesado en la historia, publicó, en los años cincuenta, diversos artículos
que discutían la idea de una uniformidad en los procesos de industrialización como producto de una ruptura identificable
en el curso de pocas décadas, a la que llamaba “gran salto” (big spurt). Pero no creía en la inevitabilidad histórica de la
industrialización ni en que el camino para alcanzarla estuviera predeterminado, siguiendo una serie de etapas.
Para Gerschenkron los procesos de industrialización en los países atrasados presentan diferencias considerables con
los seguidos por la mayor parte de los avanzados, tanto en el ritmo del desarrollo como en las estructuras de producción
y organización de la industria. Consideraba que el ritmo del proceso de industrialización era más acelerado en los países
atrasados, fundamentalmente por la posibilidad con la que cuentan de poder copiar la tecnología de los países
desarrollados.
Además de ello, sostenía que el proceso de desarrollo podía ser reforzado por el uso de determinados instrumentos
institucionales y por la aceptación de ideologías de industrialización específicas.
Destacaba en primer lugar el papel que habían cumplido los bancos de inversión como proveedores de capital en
ciertos países europeos, como Francia, Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y Suiza. En Inglaterra la industrialización
había tenido lugar sin necesidad de recurrir a la banca para financiar la inversión a largo plazo.
Gerschenkron indicaba también que en otras naciones de desarrollo más tardío, como Rusia, el principal agente
impulsor de la industrialización había sido el Estado. Para poder conseguir el capital que la industria requería fue
necesario el funcionamiento de la maquinaria estatal que, por medio de la política impositiva, desvió las rentas de
consumo a la inversión.
Asimismo, señalaba que en los países económicamente atrasados la industrialización requiere un clima favorable de
ideas, una generalizada fe en los beneficios del desarrollo, sin la cual es muy difícil romper los diques del subdesarrollo.
Uno de los aportes más significativos de Gerschenkron, aún vigente, es la voluntad de combinar la elaboración de
modelos con la complejización del análisis de la realidad. Sostenía que del pasado no pueden extraerse más que
preguntas inteligentes que se formulen a los materiales actuales, pero no leyes a partir de las cuales construir el futuro. A
diferencia de Rostow –también de los marxistas-, se negó a aceptar la validez de un modelo uniforme de
industrialización, basado en la experiencia británica, ofreciendo una visión mucho más matizada de los procesos de
desarrollo económico.
3.1.2.3.- Los historiadores y la visión “prometeica” de la Revolución Industrial.
La economía del desarrollo tuvo también un fuerte impacto entre los historiadores.
En general, los historiadores compartían la noción de que la Revolución Industrial era el punto de partida de un
proceso de crecimiento espectacular y de progreso sostenido. David Landes –en su obra Prometeo liberado sobre el
desarrollo industrial en Europa-, para explicar el proceso de industrialización enfatiza la capacidad de los europeos para
manipular racionalmente al medio natural, el triunfo del hombre sobre la naturaleza gracias al progreso de la ciencia y la
tecnología.
Landes ve a la Revolución Industrial como la gran ruptura que en el lapso de menos de dos generaciones ha cambiado
al mundo para siempre, y la considera el inicio del proceso de modernización.
La Revolución Industrial era vista como una gran ruptura, que en el transcurso de algunas décadas había hecho
posible el paso de una economía agraria a una economía industrial.
Se trataba de la segunda gran ruptura que había tenido lugar, en el orden económico, desde los tiempos prehistóricos.
La primera había sido la Revolución Neolítica, signada por el nacimiento de la agricultura, alrededor de 5.000 años antes
de Cristo. Desde entonces, la vida económica se había basado en la agricultura como actividad principal, más allá de que
diversas sociedades hubieran desarrollado también una intensa actividad comercial y de producción artesanal de bienes.
Ambas cambiaron el curso de la historia, es decir, introdujeron un elemento de discontinuidad en el proceso histórico.
La Revolución Neolítica transformó a la humanidad, de un conjunto de tribus salvajes de cazadores (…) en una serie de
sociedades agrícolas más o menos independientes. A su vez, la Revolución Industrial convirtió a los granjeros y
campesinos en manipuladores de máquinas impulsadas por energía inanimada.
3.1.3.- La historiografía de la Revolución Industrial en los últimos veinte años: Los límites del crecimiento.
Desde mediados de los años setenta comenzó a ser crecientemente discutida la visión de la Revolución Industrial
que se desprendía de los trabajos publicados en las dos décadas anteriores.
En general, en las ciencias sociales se iba diluyendo el optimismo que había predominado desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial, y la teoría del desarrollo se vio seriamente cuestionada. La realidad había mostrado que la aplicación de
las recetas propuestas por los economistas no daba necesariamente los frutos esperados, y que la mayor parte de los
países del Tercer Mundo no habían logrado salir del subdesarrollo.
Todo ello repercutió sensiblemente en los estudios sobre la Revolución Industrial, que comenzó a ser mirada desde
otra perspectiva, en la que empezaron a considerarse no sólo los éxitos, sino también los fracasos. La industrialización
pasó a ser observada ya no como una progresión unidireccional, sino como un proceso cíclico: como un proceso a largo
plazo, más que como un acontecimiento espectacular a corto plazo; como un modelo de carácter multidimensional, más
que como un modelo único.
En el caso de la historia económica de Inglaterra, el cambio de perspectiva fue muy drástico. Teniendo en cuenta las
dificultades que debió enfrentar la economía británica desde finales del siglo XIX y su pérdida de liderazgo entre los
países industrializados, muchos buscaron las raíces de los males presentes en la características de su Revolución
Industrial.
En general, existe hoy una tendencia a ver la Revolución Industrial como un proceso lento, no como una ruptura
identificable en el término de pocas décadas. La mayor parte de los estudiosos tiende a acentuar la complejidad de los
procesos de industrialización; insistiendo en que los cambios tuvieron lugar en forma gradual y con fuertes diferencias
regionales.
Joel Mokyr –historiador-, afirma que Gran Bretaña era durante la Revolución Industrial una economía dual, en la que
coexistían un sector tradicional, que se desarrollaba gradualmente y de manera convencional, y un sector moderno, en el
que se estaban produciendo las transformaciones más significativas y en el cual se destacaban la industria del algodón, la
de los metales y algunas otras.
3.1.4.- ¿Revolución o evolución?
El historiador norteamericano Rondo Cameron, en un artículo publicado en 1982, sostiene que la expresión
“revolución industrial” es incorrecta, ya que para él no refleja la complejidad y las características de aquello que se
propone designar. Según Cameron, la palabra “revolución” da la idea de un cambio rápido –mientras que la
industrialización fue un proceso lento y evolutivo-, y la palabra “industrial” restringe su significado, ya que los cambios
afectaron no sólo a la industria, sino a la economía en general y también a la sociedad, a la política y a la cultura.
Propone el uso de la expresión “nacimiento de la industria moderna”.
La contraposición entre interpretaciones gradualistas y rupturistas no es nueva, ya que se remonta por lo menos a la
década de 1920. John Clapham remarcaba que la Revolución Industrial en Inglaterra no había sido violenta, sino que se
había tratado de un proceso parcial y gradual. Para ello se basaba en los datos del censo de 1851, que revelaban que el
avance de la industria fabril era lento y que las ocupaciones más difundidas seguían siendo la agricultura y el trabajo
doméstico.
Entre los estudiosos actuales que coinciden con esta visión gradualista de la Revolución Industrial podemos distinguir
dos posturas muy diferenciadas.
Los cuantitativistas –identificados con la New Economic History- se interesan sobre todo por la medición del
crecimiento económico, y utilizando técnicas muy sofisticadas proponen nuevos cálculos de crecimiento en los siglos
XIX y XX. Dichos cálculos revelan tasas mucho más bajas que las estimaciones realizadas en los años sesenta, y ello ha
llevado a muchos historiadores económicos a presentar a la industrialización como un proceso de cambio acumulativo, y
a algunos de ellos a negar la existencia de la Revolución Industrial.
Los historiadores más interesados en los cambios cualitativos generados por la industrialización –por ejemplo, en los
sistemas de producción y trabajo- ponen el énfasis en la lenta difusión que dichas transformaciones tuvieron a partir del
siglo XVIII. Sin discutir la pertinencia del concepto de revolución industrial, resaltan a la vez la profundidad de los
cambios y su gradual expansión. Para ellos las transformaciones no pueden medirse sólo en términos cuantitativos, y
menos aun con información agregada a nivel nacional que opaca las diferencias regionales. Consideran la revolución
como un proceso económico y social que dio un resultado mucho mayor que la suma de las partes.
3.1.5.- ¿En qué consistió la Revolución Industrial?
¿Cuál es el significado que los historiadores atribuyen hoy a la expresión “revolución industrial”? No existe una
única definición ni un consenso total acerca de su contenido. Para llegar a comprender su significado, el camino que
seguiremos será transcribir algunas definiciones para reflexionar luego sobre ellas, buscando los elementos que nos
permitan tener una noción lo más clara posible de dicha expresión, que a su vez no desdeñe los matices propuestos por
los diversos autores.
David Landes propone tres definiciones, que se refieren a los distintos usos que se le suelen atribuir:
a) “El término <revolución industrial>, en minúsculas, suele referirse al complejo de las innovaciones tecnológicas
que, al sustituir la habilidad humana por maquinaria, y la fuerza humana por energía mecánica, provoca el paso desde la
producción artesanal a la fabril, dando lugar así a la economía moderna”.
b) “El significado del término es a veces otro. Se utiliza para referirse a cualquier proceso de cambio tecnológico
rápido e importante. (…) En este sentido, se habla de una <segunda> o una <tercera> revolución industrial, entendidas
como secuencias de innovación industrial históricamente determinadas”.
c) “El mismo término, con mayúsculas, tiene otro significado distinto. Se refiere a la primera circunstancia
histórica de cambio desde una economía agraria y artesanal a otra dominada por la industria y la manufactura
mecanizada. La Revolución Industrial se inició en Inglaterra en el siglo XVIII y se expandió desde allí, y en forma
desigual, por los países de Europa continental y por algunas otras pocas áreas, y transformó, en el espacio de poco menos
de dos generaciones, la vida del hombre occidental, la naturaleza de su sociedad y sus relaciones con los demás pueblos
del mundo.
El historiador inglés Peter Mathias la define como “las fases iniciales del proceso de industrialización en el largo
plazo”, y señala que los dos criterios centrales para definir la Revolución Industrial son la aceleración del crecimiento de
la economía en su conjunto y la presencia de cambios estructurales. Pone el énfasis en que dicho crecimiento debe darse
en el largo plazo y responder no a un incremento de los factores de producción, sino a un aumento de la productividad
que se traduzca en un incremento del producto per cápita. Los cambios estructurales que acompañan dicho crecimiento
incluyen entre otros, la innovación tecnológica y organizativa, la modernización institucional, el desarrollo de un sistema
de transportes y la movilización de la fuerza de trabajo. Proceso que genera a su vez, modificaciones en la estructura de
la economía, en particular la reducción de la participación sectorial de la agricultura en el empleo y en el total de la
producción.
Otro historiador inglés, E. A. Wrigley, señala que “la característica distintiva de la Revolución Industrial, que ha
transformado las vidas de los habitantes de las sociedades industrializadas, ha sido un aumento amplio y sostenido de los
ingresos reales per cápita. Sin un cambio de este tipo, el grueso del total de los ingresos se hubiese seguido gastando
necesariamente en alimentos, y el grueso de la fuerza de trabajo hubiese seguido siendo empleado en la tierra. Al
aumentar la productividad del trabajo, gracias al proceso de innovación, se incrementa el producto por habitante.
Wrigley contrapone dos modelos de crecimiento económico, uno asociado a la economía orgánica avanzada, y el otro a
la economía basada en la energía de origen mineral –carbón en primer lugar-. El primero precede al segundo en el
tiempo, aunque existe una superposición de ambos.
Combinando estas definiciones podemos sostener que la Revolución Industrial consiste en un proceso de cambio
estructural en el que se combinan:
a) El crecimiento económico;
b) La innovación tecnológica y organizativa;
c) Profundas transformaciones en la sociedad.
El rasgo más característico de dicho proceso es el nacimiento y desarrollo de la industria fabril.
El crecimiento económico se debe principalmente al aumento de la productividad de la economía, y dicho aumento
de la productividad es posible gracias a la innovación tecnológica y organizativa. Los rasgos esenciales de la innovación
tecnológica son el uso de máquinas que reemplazan a la habilidad humana y la utilización de nuevas fuentes de energía
inanimada que reemplazan a la fuerza humana y animal.
La principal innovación organizativa consiste en el nacimiento del sistema de fábrica, como alternativa a las formas
de producción tradicional (la industria artesanal y la industria a domicilio).
La Revolución Industrial está acompañada por cambios estructurales en la economía y la sociedad. Por una parte, se
va produciendo un descenso de la participación de la agricultura en el total de la producción y de la proporción de mano
de obra empleada en el sector primario.
Otro cambio estructural lo constituye el proceso de urbanización. Van creciendo el número de ciudades, sus
dimensiones y la proporción de población urbana en relación con la rural.
El crecimiento de la industria y de los servicios y la difusión del sistema de fábrica dan nacimiento a nuevos sectores
sociales. Cambian las condiciones de trabajo y se va multiplicando el número de trabajadores empleados en las fábricas,
lo cual da origen al proletariado industrial, que se diferencia de los trabajadores del período preindustrial por sus
condiciones de trabajo. La nueva clase obrera está compuesta por trabajadores asalariados que no son propietarios de los
medios de producción, sino que venden su fuerza de trabajo. No trabajan en sus casas, sino en las fábricas, en las que
deben cumplir con una disciplina estricta. Viven mayoritariamente en áreas urbanas, en las cuales se va concentrando la
producción industrial.
Al mismo tiempo, crece el número de empresarios que invierten su capital en nuevas actividades y son propietarios
de industrias. Una nueva burguesía industrial va buscando su lugar entre los sectores propietarios.
Desde el punto de vista cronológico, la Revolución Industrial se inició en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo
XVIII, y de allí se fue difundiendo, con ritmos y características diversos, primero hacia el continente europeo y los
Estados Unidos, y más tarde hacia otras naciones.
La Revolución Industrial no tuvo lugar en forma abrupta. La mayor parte de los trabajos recientes ha insistido en
acentuar la complejidad del proceso de industrialización, señalando que los cambios tuvieron lugar de una manera
gradual y con fuertes diferencias regionales.
Pero el hecho de que se haya tratado de un proceso gradual no invalida la existencia de la Revolución Industrial
entendida como el punto de partida para el nacimiento de un nuevo tipo de sociedad y, por lo tanto, como uno de los
grandes hitos en la historia de la humanidad.

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