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Pero lo anterior es solo el comienzo. Los estados, en su afán por mostrarse como
el poder absoluto en la sociedad, se esfuerzan por exhibir a sus delincuentes, los
esposan, los muestran ante las cámaras de televisión, en ocasiones con
trasmisión en directo. En este caso sucedió todo lo contrario, un vuelo chárter
trajo al exministro en secreto; nadie se enteró con antelación de la fecha de la
extradición, menos la prensa, ni una fotografía del momento en que la justicia
colombiana colocaba sus manos sobre el reo fugado. De manera que pareció más
el recibimiento a un político honorable que no renuncia a sus pretensiones
presidenciales que a quien durante años usó todo recurso disponible para evadir
la acción de la justicia colombiana. Después, habiendo resultado imposible evadir
la acción de la justicia, se le envía de nuevo a la Escuela de Caballería como sitio
de reclusión, lugar en donde ya estuvo recluido bajo la medida de detención
preventiva mientras se le investigaba. Es decir, club por cárcel, a diferencia de
Pablo Pueblo que paga sus condenas en esos antros de hacinamiento y
enfermedad que en Colombia llamamos cárceles.
Pero ahí no para todo, además el partido Centro Democrático, con apoyo del
gobierno, anuncia la presentación de una ley a la medida de Arias, la Ley Uribito,
que busca abrir una nueva instancia para que revise su condena y le abra las
puertas de nuevo a su aspiración presidencial como candidato del uribismo. Pero
no es solo el gobierno, parte de la gran prensa asume la condición de
defensores de oficio de Arias, Vicky Dávila insiste en el dolor de la esposa y los
hijos de Arias, argumento nada jurídico, que ignora que todo condenado tiene una
familia que llora la pérdida de la libertad de su ser querido; a su vez, Julio
Sánchez reclama la dureza de la sentencia en comparación con las penas
contempladas en la JEP, olvidando que esta es producto de una negociación
política para parar una guerra.
Sin duda Arias cuenta con una serie de privilegios y poderosos defensores,
propios de un miembro de la más poderosa elite colombiana, con los que Pablo
Pueblo jamás podría siquiera soñar. Quizá la conciencia de ello fue lo que le
permitió salir riéndose tras el debate de moción de censura al que fue sometido en
el senado. Sin duda en Colombia, a pesar del rótulo republicano, hay una justicia
para los ciudadanos y otra para los miembros más encumbrados de la élite política
y económica.