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Justicia a la medida

El reciente regreso al país del exministro Andrés Felipe Arias, después de un


proceso de extradición surtido ante las autoridades norteamericanas, pone en
evidencia una realidad que desde tiempos coloniales se presenta en nuestro país:
la justicia opera de manera diferente dependiendo del tipo de persona a quien se
le aplica. Es conocido que antes de las revoluciones liberales los nobles y los
plebeyos recibían tratamiento legal diferente, pero lo que parecía bien en tiempos
del feudalismo resulta inaceptable en sociedades regidas por el sistema
republicano de estirpe liberal que tiene como fundamento el supuesto de la
igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin importar su sexo, etnia, condición
económica o confesión religiosa o política.
Sin embargo, el tratamiento del que ha disfrutado el exministro Arias por parte del
actual gobierno y su fuerza política, el uribismo, pone en evidencia que en
Colombia existe una justicia para Pablo Pueblo, el colombiano común y corriente,
y otra para aquellos que hacen parte o gozan de la protección de la elite política y
económica que controla el poder en Colombia.
Una serie de sucesos alrededor del proceso del exministro Arias permite sostener
lo anterior. En primer lugar, la conducta que el gobierno colombiano y su partido
político siguieron frente al proceso de extradición. Resulta exótico ver a un
presidente de la república, su vicepresidenta, el canciller y su embajador en los
Estados Unidos, haciendo todo lo posible para que un reo condenado por el
máximo tribunal de justicia penal no fuera extraditado para que purgue su pena en
el país. De manera que el presidente de la república y sus funcionarios, la cabeza
del estado, actúan coordinadamente para que no se cumplan las sentencias
emitidas por los tribunales del estado que presiden. Funcionarios estatales,
protegiendo a reos condenados por tribunales estatales, el estado contra el
estado. De ese tamaño es la contradicción. ¡La jefatura del estado reclamando
que no se cumpla el imperio de la ley!

Pero lo anterior es solo el comienzo. Los estados, en su afán por mostrarse como
el poder absoluto en la sociedad, se esfuerzan por exhibir a sus delincuentes, los
esposan, los muestran ante las cámaras de televisión, en ocasiones con
trasmisión en directo. En este caso sucedió todo lo contrario, un vuelo chárter
trajo al exministro en secreto; nadie se enteró con antelación de la fecha de la
extradición, menos la prensa, ni una fotografía del momento en que la justicia
colombiana colocaba sus manos sobre el reo fugado. De manera que pareció más
el recibimiento a un político honorable que no renuncia a sus pretensiones
presidenciales que a quien durante años usó todo recurso disponible para evadir
la acción de la justicia colombiana. Después, habiendo resultado imposible evadir
la acción de la justicia, se le envía de nuevo a la Escuela de Caballería como sitio
de reclusión, lugar en donde ya estuvo recluido bajo la medida de detención
preventiva mientras se le investigaba. Es decir, club por cárcel, a diferencia de
Pablo Pueblo que paga sus condenas en esos antros de hacinamiento y
enfermedad que en Colombia llamamos cárceles.

Pero ahí no para todo, además el partido Centro Democrático, con apoyo del
gobierno, anuncia la presentación de una ley a la medida de Arias, la Ley Uribito,
que busca abrir una nueva instancia para que revise su condena y le abra las
puertas de nuevo a su aspiración presidencial como candidato del uribismo. Pero
no es solo el gobierno, parte de la gran prensa asume la condición de
defensores de oficio de Arias, Vicky Dávila insiste en el dolor de la esposa y los
hijos de Arias, argumento nada jurídico, que ignora que todo condenado tiene una
familia que llora la pérdida de la libertad de su ser querido; a su vez, Julio
Sánchez reclama la dureza de la sentencia en comparación con las penas
contempladas en la JEP, olvidando que esta es producto de una negociación
política para parar una guerra.

Sin duda Arias cuenta con una serie de privilegios y poderosos defensores,
propios de un miembro de la más poderosa elite colombiana, con los que Pablo
Pueblo jamás podría siquiera soñar. Quizá la conciencia de ello fue lo que le
permitió salir riéndose tras el debate de moción de censura al que fue sometido en
el senado. Sin duda en Colombia, a pesar del rótulo republicano, hay una justicia
para los ciudadanos y otra para los miembros más encumbrados de la élite política
y económica.

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