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«Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es
el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (San
Agustín). Esta misma idea es recogida y desarrollada por León XIII en su encíclica Divinum illud
(1897, DH 3328). También Pío XII en Mystici Corporis vuelve sobre este tema, pero lo hace de
forma más amplia (1943, DH 3807). Presenta al Espíritu como Espíritu de Cristo, pues Él lo
derrama sobre su Iglesia. El Espíritu Santo es quien empuja a todos sus miembros a una mayor
semejanza con Cristo. Y sobre todo, es el Espíritu el lazo de unión de los miembros del Cuerpo
místico entre sí y con Cristo Cabeza.
La expresión alma de la Iglesia nos hace ver como más cercanas las acciones que el
Espíritu ejerce en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Es su principio vital, ya que al recibir el
Espíritu Santo quedamos constituidos ontológicamente en hijos de Dios en Cristo, incorporados a
su Cuerpo. Él es quien actuando en la Palabra y en el Magisterio de los pastores lleva a la Iglesia
al conocimiento pleno de la verdad, y quien obrando por los sacramentos desarrolla en los fieles
la vida divina hasta la plenitud de la gloria. Él distribuye sus gracias y carismas entre todos los
miembros de la Iglesia, fieles y pastores, para que todos cooperen en la edificación del único
Cuerpo de Cristo.
La iglesia en su origen y en su vida es el fruto de las misiones del Hijo y del Espíritu
Santo. San Pablo, en (cf. Gal 4, 4-6) (“Dios envío a su hijo y Dios envío a nuestros corazones el
Espíritu del hijo”). El término misión implica una referencia a la persona que envía (el Padre) y a
la persona que es enviada. Las misiones del Verbo y del Espíritu deben ser pensadas en su nexo
con las procesiones divinas. Así, la Iglesia, que depende en su ser y en su misión de las misiones
trinitarias, puede ser descrita como la fecundidad ad extra de las procesiones trinitarias. Es el
término y el fruto en la creatura de la participación en la vida divina. Es una manifestación en el
tiempo de la vida trinitaria.
CEC 737 y 738: “la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia. La
misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del E.S., sino que es su sacramento, está incluida
en ellas. La misión de la Iglesia no es una tercera misión respecto a las misiones trinitarias, es
sacramento en la historia de las misiones trinitarias: permanencia en la historia de las misiones
del Hijo y del Espíritu. La Iglesia es obra de la Trinidad, pero por apropiación se habla del
protagonismo del Espíritu Santo. Porque la Iglesia es en la historia signo e instrumento de unidad
(LG1) y el Espíritu es el amor y la unidad en la Trinidad.
Reconocer el vínculo que existe entre Cristo y el Espíritu Santo en la Iglesia, porque
manifiesta en la historia el vínculo que existe entre Cristo y el Espíritu Santo en la economía
salvífica.
1.2 Descripción del protagonismo del ES en la obra sacramental del hombre nuevo
Sto. Tomás: De Veritate q.24, 4: describe la acción del Espíritu Santo; el Espíritu Santo
llena con su influjo a la Iglesia. Realiza la obra de la unidad y plenitud de la Iglesia:
Prepara la Iglesia, abriendo los corazones que deben acoger el anuncio del evangelio (cf.
Hch 16,14).
Engendra la Iglesia y cumple la obra de regeneración a través de los sacramentos. La
economía sacramental de la Iglesia es radicalmente pneumatológica (cf. Mt 28; CEC 1076
Pentecostés: el tiempo de la Iglesia). El Espíritu Santo es la causa de la eficacia de los
sacramentos, pero además ha guiado a la Iglesia en la determinación de las formas
litúrgicas (SC 11).
No deja de obrar personalmente en los corazones de los fieles y hombres de buena
voluntad (Rm 8, 14.26).
Guía a la Iglesia a través del ministerio apostólico en la triple función de regir, enseñar y
santificar. Tiene su origen en el don de la gracia, no es una modalidad de organización de
que la Iglesia se dota a sí misma. El Espíritu Santo unifica a la Iglesia en la comunión y el
ministerio (LG 4).
Enriquece permanentemente a la Iglesia a través de carismas personales o comunitarios,
derramados en la Iglesia para afrontar su misión en cada momento histórico.
El Espíritu Santo como alma de la Iglesia: El papel invisible que desarrolla el Espíritu en
la Iglesia es como el alma (Sto. Tomás, S. Juan Crisóstomo, S. Agustín). Cristo es
fundamento y cabeza de su cuerpo en virtud del Espíritu Santo, que mantiene la unidad
entre Cristo y su Cuerpo (Scheffczyk).
El Espíritu Santo como corazón de la Iglesia: Sto. Tomás compara al Espíritu Santo con el
corazón, porque “invisiblemente vivifica y unifica a la Iglesia”, como el corazón 'ejerce
un influjo interior en el cuerpo humano' (III, q. 8, a. 1, ad 3).
La Iglesia, Templo del Espíritu: respeta la distinción, superando el límite de las imágenes
anteriores: el Espíritu Santo habita la Iglesia, pero no se identifica con ella. Es una imagen
del epistolario paulino (cf. Ef 2, 21-22) y se encuentra referida tanto al cristiano bautizado
como a la Iglesia en cuanto tal.
San Pablo insiste en el hecho del don del Espíritu. La Iglesia es vivificada porque el
Espíritu distribuye en ella sus dones. Habitando en la Iglesia, el Espíritu Santo hace de la Iglesia
un pueblo santo. Cumple su característica específica de ser el Santificador. En la Teología
Oriental se ha hablado del misterio de “Pentecostés permanente”. Ad Gentes 4 y Lumen Gentium
4 asumen esta perspectiva. Ventajas de esta imagen:
CEC 738: La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que
es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar
testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad. CEC
780: La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la
comunión con Dios y entre los hombres. El término sacramento se usa para describir a la Iglesia.
La categoría de «misterio» recoge en sí misma las demás categorías e imágenes que se usan para
la Iglesia.
El misterio de Dios, escondido desde siempre y dado a conocer, es la misma vida de Dios y su
libérrima decisión de comunicar a los hombres las riquezas de su gloria (cf. 1 Cor 2,7; Rom
16,25; Col 1,26-27). Ese designio divino se realiza por medio de nuestra inserción vital en Cristo
(cf. Ef 1,4-10; 1 Cor 1,19; Col 1,27). Por eso, Cristo es para Pablo la realización del misterio de
Dios, ya que en él y por él se cumple el designio del Padre (cf. Col 2,2; 4,3; Ef 3,2- 5). Lo que
Cristo realiza visiblemente, y en ese sentido revela, es nuestra inserción en un solo cuerpo, que es
la Iglesia, bajo Él como cabeza (cf. Ef 1,9-10; Ef 1,23). Cristo realiza el designio salvífico de
Dios en la Iglesia. Ese es el misterio que Pablo predica y del cual es ministro (cf. Ef 3,3-6).
Sacrosanctum Concilium:
El uso en SC no suscita mayor problema. Son citas de los santos Padres y está usado en
contexto litúrgico y sacramental del texto, no doctrinal. Busca señalar que la Iglesia constituye la
expresión del Misterio de Cristo. SC 5: “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de la Iglesia entera”. Cita de San Agustín SC 26: “Las acciones litúrgicas
no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es
decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos”. Cita de San
Cipriano
Lumen Gentium:
“La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios
anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y
su misión universal.” Indica la raíz cristológica de la sacramentalidad de la Iglesia: in Christo.
Solo en Él se puede decir que la Iglesia es sacramento.
La categoría de sacramento sirve como vínculo entre los capítulos I (La Iglesia brota de la
Trinidad) y II (acontece históricamente como sujeto pueblo de Dios). “Cristo, elevado de la tierra,
atrajo así a todos los hombres (cf. Jn 12,32). Al resucitar de entre los muertos(cf. Rom 6,9), envió
su Espíritu de vida a sus discípulos y por medio de Él constituyó a su Cuerpo, la Iglesia, como
sacramento universal de salvación.”
GS43: GS 45: AG 1:
Otros textos: Referencia a la Iglesia con horizonte sacramental. La Iglesia como signo de
salvación en el mundo. Cita LG 48. Todo el bien que el pueblo de Dios puede dar a la familia
humana deriva de su ser sacramento universal de salvación, no proviene de la Iglesia misma, sino
de ser sacramento en Cristo. Sobre los principios doctrinales de la actividad misionera. La Iglesia,
enviada por Dios para ser sacramento universal de salvación.
“Todo esto tiene lugar sacramentalmente por obra del Espíritu Santo” esta afirmación nos
adentra en la relación entre Iglesia y sacramentos, en relación particular a la Eucaristía, pues ella
es el centro de la economía sacramental. Es necesario pensar el nexo entre la Iglesia y los
sacramentos. Algunos de los desarrollos sobre este tema han caído en riesgos reduccionistas:
Pensar los sacramentos como una autorrealización de la Iglesia. (Rahner: “la Iglesia y los
sacramentos”) Afirma que la Iglesia como permanencia de Cristo en el mundo es el
protosacramento, el punto de origen de los sacramentos en el sentido propio de la palabra.
Los siete sacramentos son las modalidades de autorrealización de la Iglesia según las
circunstancias históricas en que se hacen presentes. Esto implica una preexistencia de la
Iglesia respecto a los demás sacramentos, olvidando que son los sacramentos los que
constituyen el origen de la existencia cristiana y de la Iglesia. La Iglesia existe en cuanto
engendrada por la gracia, no es generadora de la gracia.
Transformar en sacramento toda realidad visible: Pansacramentalidad. Identificación del
signo con el sacramento, perdiendo la visión de la eficacia sacramental. La Iglesia es
como un sacramento, en cuanto que es constituida y generada por los sacramentos, que
son el memorial eficaz de la acción salvífica de Jesucristo por el Espíritu. La Iglesia se
expresa en los sacramentos porque de ellos recibe su ser Iglesia. No hay, por tanto, una
reciprocidad simétrica entre la Iglesia y los sacramentos.
3. La catolicidad de la Iglesia y su dinamismo Misionero CEC 830 - 856
Católica: universal según la totalidad o según la integridad: Católica, porque Cristo está
presente en ella. Donde está Cristo, está la Iglesia. En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de
Cristo unido a su Cabeza. Ella recibe de Él la plenitud de los medios de salvación que Él ha
querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la
sucesión apostólica. Ha sido enviada en misión a la totalidad del género humano. Carácter de
universalidad del pueblo de Dios. Tiende siempre a reunir a la humanidad entera bajo Cristo
Cabeza, en la unidad de su Espíritu.
Antiguo Testamento
El futuro pueblo de Israel y la salvación universal: Yahvé llama a Abraham para
hacerle padre de una gran nación y bendecirlo (cf. Gn 12,2). Esa misma promesa se repite
luego a Isaac y Jacob. La bendición y la promesa desbordan el ámbito de Abraham y de
los patriarcas: “Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra” (cf. Gn 12,3). A través
del pueblo que nacerá de Abraham, todos los pueblos recibirán la bendición de Yahvé.
Esa es la intención divina que animará todas sus intervenciones en la historia.
Origen y valor de la expresión Aplicado a la Iglesia aparece por primera vez con Ignacio
de Antioquia (a.110) en un doble sentido (no se excluyen): universalidad, totalidad de la
Iglesia, y autenticidad, verdad de la Iglesia. En s. III su significado ya está establecido:
Iglesia católica es la Iglesia verdadera a través del mundo. La expresión “Iglesia católica”
no fue asumida enseguida por los Concilios.
Breve historia de la idea de catolicidad. Desde el inicio, los Padres tenían el sentimiento
de pertenecer a un único cuerpo de extensión universal. Entienden la catolicidad siempre
con los dos sentidos - universal/local y cualitativo - antes indicados. Usaban muchas
imágenes para expresarla. En la Edad Media se liga la idea de catolicidad de la Iglesia a la
de la fe. En los siglos XIV y XV la catolicidad se sitúa más en un marco epistemológico
(verdades que hay que creer: “veritates catholicae”) y cristológico (catolicidad de la
gracia y redención) que eclesiológico. En los siglos XVII y XVIII (contra la Reforma) se
hace insistencia en la universalidad local de la Iglesia y se olvida la catolicidad cualitativa
de la fe. En el siglo XX se vuelve a una noción más cualitativa de catolicidad. Ahora no
se buscará tanto demostrar como manifestar el misterio de la Iglesia; se tratará menos de
apologética y más de cristología.
LG 13a: “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por
lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los
tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola
naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (cf. Jn
11,52). Para esto envió Dios a su Hijo, a quien constituyó en heredero de todo (cf. Hb 1,2), para
que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todos, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de
Dios. Para esto, finalmente, envió Dios al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, quien es para
toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de asociación y unidad en la
doctrina de los Apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones (cf. Hch
2,42 gr.).
Todos los hombres están llamados a hacer parte del Pueblo de Dios. Por eso, este pueblo
que permanece como uno y único, ha de extenderse por todo el mundo, pues debe crecer y
dilatarse. Debe extenderse en las coordenadas del tiempo y del espacio para que se cumpla el
designio de Dios. Dios decidió reunir a sus hijos dispersos, y cumple su propósito enviando a su
Hijo y al Espíritu Santo. (LG 2, 3 y 4) nos han ilustrado el origen trinitario de la Iglesia, y es ese
origen trinitario el que ahora nos explica la necesidad de la Iglesia en el designio salvífico y en la
extensión y dilatación de ésta.
La Iglesia es calificada no solo como el pueblo de Dios, sino como el pueblo de los hijos
de Dios. El principio de pertenencia al pueblo es la incorporación a Cristo. Cristo es el principio
de comunión y de unidad en la doctrina de los apóstoles. Todos los hombres están llamados por
Dios (convocatio) a participar del pueblo de Dios, para ser reunidos y congregados (congregatio)
por el Hijo y el Espíritu Santo. Se usan los términos convocatio y congregatio para hablar de la
Iglesia.
Todos los creyentes extendidos por el mundo están en comunión con los demás por el
Espíritu Santo. La comunión con el Espíritu Santo acontece sacramentalmente, es decir, se recibe
la comunión en la Eucaristía. (LG13b): “Así, pues, el único Pueblo de Dios está presente en todas
las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no
terrestre, sino celestial. Todos los fieles dispersos por el orbe comunican con los demás en el
Espíritu Santo, y así, «quien habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos». Y
como el reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18,36), la Iglesia o el Pueblo de Dios,
introduciendo este reino, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario,
fomenta y asume, y al asumirlas, las purifica, fortalece y eleva todas las capacidades y riquezas y
costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno. Pues es muy consciente de que ella debe
congregar en unión de aquel Rey a quien han sido dadas en herencia todas las naciones (cf. Sal
2,8) y a cuya ciudad ellas traen sus dones y tributos (cf. Sal 71 [72], 10; Is 60,4-7; Ap 21,24).
Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el
que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos
sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu.”
(LG 13d): “Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios,
que simboliza y promueve paz universal, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea
los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general,
por la gracia de Dios llamados a la salvación.”
Afirmación fundamental: “Omnes vocantur homines”: todos los hombres están llamados a
esta unidad católica del pueblo de Dios que prefigura y promueve la paz universal. “Esta”
es un pronombre que nos ayuda a ver que estamos hablando de la Iglesia católica.
“Todos los hombres están llamados” constituye el principio fundamental que tiene que
ver con la realidad histórica. A esta unidad pertenecen y se refieren de diversas formas: 1)
perteneciendo; o 2) estar ordenado a dicha pertenencia. La relación de los hombres con la
Iglesia es de diferentes tipos. Se ordenan a ella, tanto los fieles católicos como los otros
cristianos (ecumenismo), e incluso, todos los hombres en general están llamados a la
salvación por la gracia de Dios. Hay grados diferentes de pertenencia: una pertenencia
plena o una no plena (que están ordenados a la Iglesia en cuanto a la salvación).
En la primera parte de (LG 13), se nos presenta el designio salvífico de Dios de reunir a
todos los hombres en la Iglesia. El último párrafo, describe la relación de todos los
hombres con la Iglesia, e introduce los demás números (LG 14, 15 y 16) de esta 2a parte
del capítulo II de LG. Introduce en cuanto a la pertenencia o la ordenación (estar
ordenado a dicha pertenencia). *En este apartado sobre la catolicidad puede hablarse
también de: - la relación Iglesia Universal – Iglesias particulares. Necesidad de la Iglesia;
“Extra Ecclesiam nulla salus”. Grados de pertenencia a la Iglesia.
4. La santidad de la Iglesia
CEC 823: La fe confiesa que la Iglesia [...] no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo,
el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo santo', amó a su Iglesia
como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio
cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios (LG 39). La Iglesia es, pues, “el
Pueblo santo de Dios” (LG 12), y sus miembros son llamados “santos” (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1;
16, 1). Paradoja del misterio de la Iglesia: la confesamos santa, y sin embargo la vemos
manchada por el pecado de sus hijos a lo largo de toda su historia.
Antiguo Testamento
o El concepto bíblico de santidad define la esencia divina: Dios es el totalmente
otro, el “separado”, el plenamente santo (cf. Is 17,7; 54,5; Os 11,9). Pero además
Dios es quien santifica al hombre (cf. Lev 21,8; 22,32) y le exige santidad en su
conducta (cf. Lev 11,44). Es Dios quien configura y determina el contenido
bíblico de la santidad.
o Por tanto, cualquier realidad queda santificada por su relación con Dios. Es santo
el pueblo de Israel, en cuanto elegido por Dios para sí (cf. Ex 19,6; Dt 7,6; 14,2; Is
62,12). Son santas sus asambleas (cf. Lev 23,2), sus reyes (cf. 1Sam 24,7) y sus
sacerdotes.
Nuevo Testamento
o El concepto de santidad se enriquece. Dios envía a su Hijo al mundo para
comunicar su propia vida a los hombres. Cuantos creen en Él son hechos hijos de
Dios por el bautismo y el Espíritu. La santidad cobra una dimensión trinitaria,
cristológica y personal.
o En la Iglesia brilla la santidad del pueblo de Dios: A la Iglesia se le atribuyen las
características del antiguo pueblo de Dios, y entre ellas la santidad. Pedro:
“Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”
(cf. 1Pe 2,9); y antes dice que los cristianos se unen a Cristo “para un sacerdocio
santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por mediación de
Jesucristo” (cf. 1Pe 2,5). San Pablo enseña que Dios nos ha destinado a ser santos
(cf. Ef 1,4; Col 1,12). Llega incluso a considerar santo a cada uno de los
cristianos, pues con tal nombre los saluda normalmente en sus cartas (cf. Rom 1,7;
1 Cor 1,2; 2 Cor 1,1, etc.).
o Su santidad sobrepasa la del antiguo pueblo de Israel: la santidad de la Iglesia no
es un mero título o adjudicación externa, como en el caso del antiguo pueblo. La
santidad en el Nuevo Testamento es ontológica, operada por el Padre mediante su
Hijo, con la acción del Espíritu Santo. Esa santidad afecta al mismo ser del
creyente porque lo hace participar de la misma vida de Dios.
o La Iglesia es esponsalmente santa: Cristo amó a la Iglesia como a su esposa y se
entregó por ella para santificarla, para presentársela santa e inmaculada (cf. Ef
5,25-27). Esa entrega de Cristo a su Iglesia esposa hace que sean una sola carne.
Por tal unión, la Iglesia es santificada.
Distinción: Santidad objetiva: la obra de Cristo y del Espíritu Santo a través de los
sacramentos, ministerios y carismas.
Santidad subjetiva: Los bautizados que responden al don salvífico en sus existencias. La
Iglesia es absolutamente santa en sentido objetivo y relativamente santa en sentido subjetivo, a
partir de la libertad. Es necesario explicar el dato de la realidad del pecado, sin prescindir de la
realidad de la Iglesia. Von Balthasar en “Casta meretrix”: “que la Iglesia tenga mártires [...] es
algo que puede comprenderse, pero que la Iglesia de Cristo elegida por Él para ser santa e
inmaculada, sea un cuerpo manchado por el pecado, es incomprensible. Sin embargo, así es
verdaderamente. El santo cuerpo de Cristo es un cuerpo en el que se está obrando la redención,
sin haberse realizado completamente. La Iglesia consta de pecadores. Su oración es oración
propia del pecador. Como la cizaña está siempre, así crece en la Iglesia el pecado. No por ello es
menos real la santidad de la Iglesia, que es santa por lo que Dios pone en ella”. ¿Cómo pensar
santidad y pecado en referencia a la iglesia?
Crítica: No distingue entre Iglesia y Reino, atribuye a la Iglesia lo propio del Reino de
Dios. Quería evitar a la Iglesia la responsabilidad de los pecados de los hombres. Prescinde de la
historia de la salvación y su desarrollo.
Preocupación por una comunión con el todo. Comunión universal de la Iglesia, que no es
uniformidad. Requiere un horizonte universal, de la plena Tradición católica, cuya
garantía es Pedro.
Búsqueda de una verdadera renovación por la aplicación de los principios a una situación
nueva. El ámbito propio de la renovación es la que se da en la vida de los fieles.
Sentido común.