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En la raíz
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Escrito: Julio de 1918
Para aquellos que miran debajo de la superficie, la actual guerra universal hace que más de una
verdad antropológica se haga evidente de manera sorprendente; y de estas verdades ninguna es más
profunda que la relativa a la inmutabilidad esencial de la humanidad y sus instintos.
Hace cuatro años una gran parte del mundo civilizado trabajó bajo ciertas falacias biológicas que
pueden, en cierto sentido, ser consideradas responsables de la extensión y duración del actual
conflicto. Estas falacias, que fueron el fundamento del pacifismo y otras formas perniciosas de
radicalismo social y político, se referían a la capacidad del hombre para evolucionar mentalmente
más allá de su anterior estado de sumisión al instinto primitivo y a la pugnacidad, y para conducir
sus asuntos y sus relaciones internacionales o interraciales sobre la base de la razón y la buena
voluntad. Que la creencia en tal capacidad no es científica y es infantilmente ingenua, está fuera de
la cuestión. El hecho es que la parte más civilizada del mundo, incluyendo a nuestro propio
anglosajón, tuvo en cuenta lo suficiente estas nociones como para relajar la vigilancia militar, poner
énfasis en los puntos de honor, confiar en los tratados y permitir que una nación poderosa y sin
escrúpulos se entregue sin control e insospechadamente en casi cincuenta años de preparación para
el robo y la matanza en todo el mundo. Estamos cosechando el resultado de nuestra simplicidad.
La aplicación específica de la verdad científica sobre los instintos nativos del hombre se
encontrará en la adopción de un programa internacional post-bélico. Obviamente, debemos tener en
cuenta la subestructura primordial y disponer el mantenimiento de la cultura con métodos que
soporten la prueba de fuego de la tensión y las ambiciones conflictivas. En la diplomacia
desilusionada, el armamento amplio y el entrenamiento universal serán la única solución a las
dificultades del mundo. No será una solución perfecta, porque la humanidad no es perfecta. No
abolirá la guerra, porque la guerra es la expresión de una tendencia humana natural. Pero al menos
producirá una estabilidad aproximada de las condiciones sociales y políticas, y evitará la amenaza
del mundo entero por la codicia de cualquiera de sus partes constituyentes.