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DOLOROSO SEPTENARIO

ORACIÓN SOLO PARA EL PRIMER DÍA

S antísima Virgen adolorida, María Madre de Dios y Señora nuestra, aunque


indigno de estar ante tu virginal acatamiento, movido de tu piedad, y con
deseo de servirte, renuevo el afecto y voluntad con que te invoco como
patrona, madre y abogada mía, y firmemente propongo de amaros y serviros
en todo lo que me quede de vida: y os suplico por la sangre que derramó
vuestro amantísimo Hijo y por vuestros dolores, que os dignéis admitirme por
hijo vuestro, y me alcancéis gracia para que de tal manera obre en estos siete
días que dedico a la memoria de vuestros dolores, que todos mis
pensamientos, palabras y obras se dirijan a mayor gloria de Dios y vuestra; y
es mi intención rogar y suplicar a su divina Majestad por el buen gobierno y
aumento de la santa Madre Iglesia católica romana, paz y concordia entre los
Príncipes cristianos, extirpación de las herejías, exaltación de la santa Fe
católica, y por nuestro católico reino. Os suplico también que me hagáis
participante de todas las gracias é indulgencias concedidas a los que se ocupan
en considerar la pasión de vuestro adorable Hijo y vuestros dolores, para más
amaros, serviros, y en el fin de esta miserable vida alcanzar una buena y santa
muerte. Amén.

ORACIÓN 
QUE SE HA DE DECIR TODOS LOS DIAS

A fligida y desconsolada Señora, yo la criatura más indigna de estar delante


de tu soberana presencia, te suplico con todo abatimiento, que por tus
dolores te dignes ser mi guía, amparo y patrocinio, para que en el ejercicio de
este día pueda acertar a servirte y agradarte, a Ti me consagro y sacrifico
totalmente con todas mis potencias y sentidos; y cuanto pensare, dijere y
obrare, sea en recompensa de los dolores que con mis culpas te he ocasionado,
y me consigas perdón de ellas y una buena y reconocida muerte. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN

O h Señora llena de dolores, madre de Dios, hombre verdadero, criador,


conservador y redentor mío, en quien creo, en quien confío, y a quien
amo sobre todas las cosas: me pesa con todo mi corazón de haberle ofendido,
solo por ser quien es tan digno de ser amado; aborrezco mis culpas, porque
con ellas ofendí a mi Dios y ocasioné tus dolores; y ofrezco amarle y servirle
de aquí adelante. Pero soy tan frágil, que si Tú, Señora, no me alcanzas gracia
para cumplirlo, faltaré miserablemente a la palabra que te doy; y así te suplico
por la sangre de Jesucristo y por tus dolores, me la consigas. Amén.

DÍA PRIMERO

C onsidera, devoto siervo de María, como esta divina Señora, siempre fiel y
solícita observante de la ley de Dios, acude al santo templo de Jerusalén,
para cumplir un precepto que no la comprendía, llevando gozosa en brazos al
recién nacido infante Jesús, su amantísimo hijo, y al tomarlo en los suyos el
santo profeta Simeón, oye de la boca del inspirado anciano la terrible profecía
de la pasión y muerte del mismo Hijo tan amado que acaba de presentar. «Este
tierno Niño que tan gozosa habéis llevado al templo, le dice con dolorido
acento el piadoso siervo de Dios, será, Señora, motivo de grande pesadumbre
y cruelísima aflicción. Será también tropiezo y ruina de obstinados pecadores,
que ofuscados por las densas tinieblas de sus culpas, se estrellarán y caerán
deslumbrados por los divinos resplandores de esta luz; y será finalmente el
blanco de la envidia y encono de los mismos pecadores, quienes odiarán
su celestial doctrina, le perseguirán y le saciarán de improperios y tormentos
hasta hacerle morir clavado en cruz, en la cual serás también Tú misma
espiritualmente crucificada.» ¡Oh qué terrible estocada fue esta para el
sensible corazón de la Virgen Madre! ¡Qué espada de dolor para ese corazón
que solo palpitaba y vivía por el aliento de Jesús! ¡Ah, Madre mía
afligidísima! ¡Cómo ves ya de un solo golpe, en aquel amargo trance, todos
los insultos, suplicios y tormentos que la malicia de los hombres había de
descargar contra Jesucristo y contra Ti! Has, Madre mía, que esa espada de
dolor por la profecía de Simeón traspase mi corazón por las veces que he
renovado con mis culpas la pasión y muerte de tu hijo Jesús mi Redentor, y te
acompañe en tu amargura.

DEPRECACIÓN
¡Santísima Virgen y Madre dolorosa! poseído de cristiana compasión por el
agudo dolor que padecisteis al anunciaros el santo profeta Simeón la futura
pasión y muerte de vuestro santísimo hijo Jesucristo, mi adorable Redentor, os
suplico humildemente, que os compadezcáis también Vos de la penosa
tribulación en que tiene puesto a este pobre hijo y siervo vuestro la tiranía de
sus vicios y pasiones tan opuestas a la excelencia de vuestras virtudes y a la
pureza de vuestro celestial amor. Bien sabéis, Madre mía, que no tengo
rectitud de intención, suavidad de afectos, espíritu de resignación y
obediencia, humildad cristiana, ni nada que sea digno de Vos y de vuestro
dilectísimo Hijo tan amorosamente sacrificado para mi salud y redención; pero
tengo sí, dulce Madre, vivísimos deseos de adquirir todas esas virtudes, de que
estoy tan falto de corregir mi conducta pecadora, y de identificarme con Vos y
con Jesucristo mi amante Redentor, y me prometo conseguirlo por los infinitos
méritos de su sangre sacratísima, y por vuestra maternal intercesión, que
imploro con todas las ansias de mi corazón contrito y humillado. Haced que
llore mis pecados para evitar mi ruina final: libradme ¡oh! libradme, Virgen
pía, de la perdición eterna Oídme, Reina pía: valedme, tierna Madre:
salvadme, dulce y clementísima María. Amén.

DÍA SEGUNDO
Considera, alma piadosa, la dolorosa impresión que causaría en el tierno
corazón de María al llegará sus oídos el terrible edicto infanticida fulminado
por el sanguinario cruel Herodes para acabar con la vida de su recién nacido
hijo Jesús, de cuya aparición sobre la tierra recelaba el tirano su
destronamiento y ruina, y la grande inquietud que había de angustiar el alma
de la santísima Virgen en el peligroso tránsito por el desierto, camino
designado por la divina Providencia para refugio y asilo del perseguido infante
Jesús. Apenas el santo José, advertido de Dios por ministerio de un ángel,
anuncia á María su esposa, que es preciso huir, y huir sin demora, para salvar
al niño Jesús de la sangrienta persecución de Herodes, cuando la atribulada
Madre sin réplica alguna se pone en marcha, ocultando en su amoroso regazo
al Hijo de sus entrañas, y amada prenda de su corazón... Ni lo extremo de su
pobreza, ni las incomodidades y riesgos del camino, ni la consideración de una
tan larga distancia, son capaces de arredrar su ánimo fortalecido por el amor y
por la fe, y en alas de este amor y de esta fe emprende presurosamente su
largo viaje sin más compañía que la de su esposo y del niño Jesús,
entregándose en brazos de la divina Providencia... ¡O amor y dolor, superiores
a toda humana comprensión! cómo combatiríais el sensible corazón de María
en ese momento decisivo y cruel! ¡O amantísima Madre, y atribulada Señora!
¡cuántos sobre saltos y temores agitarían vuestro tierno pecho durante esa
fatigosa y agitada peregrinación! Permitidme, Virgen santa, acompañaros en
tan largo viaje con la ternura de mi corazón, y con el dolor de haber desterrado
de él a vuestro hijo Jesús por mis culpas.

DEPRECACIÓN 
Purísima y atribulada virgen María: yo os acompaño también con piadosa y
compasiva solicitud en vuestra penosa huida a Egipto, y os pido humildemente
me permitáis seguiros por el santo camino de las contrariedades y
tribulaciones de esta vida, para ser conducido por este trabajoso destierro al
salvador asilo de la virtud. Alcanzadme, Madre mía, las luces de la divina
gracia, para que acierte a escapar con paso firme y resuelto de las
persecuciones y asechanzas de mis vicios y pasiones, que son mis mortales
enemigos, hasta verme salvo y seguro en el inexpugnable recinto de la ley de
Dios durante mi fatigoso y arriesgado tránsito por el desierto de este mundo, a
fin de poder llegar felizmente al término de mi jornada, y alcanzar la dicha de
verme reunido con mi redentor Jesús, y
con Vos, amante Madre mía. Así lo espero por los infinitos méritos de su
sangre sacratísima, y por vuestro maternal favor, o pía, o clemente, o
dulcísima María. Amén.
DÍA TERCERO
Considera, alma devota, que deseosa y solícita siempre la Virgen santísima de
tributar a Dios los homenajes de su amor y rendimiento, había bajado de
Nazaret su patria a la ciudad de Jerusalén, en compañía del niño Jesús, que
contaba ya entonces doce años, y de José su casto y virtuoso esposo, y
considera como cumplidas ya las ceremonias de la ley, al salir del templo y
reunídose de nuevo con San José para regresará su pueblo, apenas estuvieron
fuera de la ciudad echaron menos al niño Jesús, a quien la Madre suponía en
compañía del esposo, así como este lo suponía en compañía de la Madre...
¡Oh! ¡cómo quedarían entonces afligidos los corazones de María y de José!
¡Qué dolor tan agudísimo traspasaría el tierno y amantísimo corazón de María
al verse sin la presencia y compañía de Jesús! ¡Qué susto y congoja asaltarían
su alma purísima! ¡En qué mar de aflicciones y tormentos fluctuaría su
espíritu durante los tres días en que tuvo perdido a su Hijo! ¡O dulce Madre!
yo me compadezco de vuestro penetrante dolor al veros sin la presencia
visible de vuestro Hijo y de vuestro Dios, y, unido a Vos, quiero buscarle con
tanto arrepentimiento, que merezca hallarle para siempre.

DEPRECACIÓN 
¡O acongojada Reina! ¡o amantísima y desolada María! por el gran de
desconsuelo que tuvisteis en la pérdida momentánea de vuestro hijo Jesús,
compadeceos de mí, sumiso hijo y siervo vuestro, que por mi sola culpa tantas
veces lo he perdido. Alcanzadme, Madre mía, gracia, para que, así como su
pérdida quebrantó vuestro amante corazón, así traspase también el mío un
vivo dolor de haberle perdido por mi culpa; y por la agudísima pena que
sentisteis en la ausencia de vuestro amabilísimo Jesús, permitidme asociarme
con Vos, imitando vuestra solicitud y diligencia en buscarle apesarado y
afanoso. Alcanzadme, dulce Madre, la gracia de hallarle clemente y propicio,
y la dicha
de no volver a perderle nunca más... ¡Oh! sí, alcanzadme por vuestra
mediación y valimiento su gracia y misericordia, y haced que esa misericordia
y esa gracia me sean prenda de virtud en esta vida, y después de gozo y gloria
en la eterna bienaventuranza. Hacedlo, Madre pía, vida, dulzura y esperanza
mía. Amén.

DÍA CUARTO
Considera, alma compasiva, el vehementísimo dolor que afligiría el tierno
corazón de María, al encontrar en la calle de Amargura al Hijo de sus
virginales entrañas cargado con el grave peso de la cruz, oprimido,
desfigurado, desangra do, lleno de oprobios, y caído al suelo desfallecido y
cubierto de mortal palidez. Apenas el juez Pilatos para satisfacer la rabia y
furor de los judíos, sedientos de la sangre del Justo, hubo pronunciado la
sentencia de muerte contra el Autor soberano de la vida, cuando estos
aprestaron la cruz en que había de ser clavado, cargáronla sobre sus delicadas
espaldas, y atada al cuello una gruesa soga, le arrastraron por las calles de
Jerusalén camino del Calvario, en medio de un diluvio de injurias, insultos,
blasfemias y escarnios. Noticiosa la soberana Virgen por el discípulo amado
de tan lastimoso espectáculo, vuela en alas de su amor, y a impulsos de la
congojosa amargura que embarga su maternal corazón, al encuentro" de su
amado Hijo, cruza las calles de Jerusalén, oye a distancia la confusa gritería de
un pueblo amotinado, siente el estrépito de las armas y el sonido lúgubre de la
fatal trompeta que denuncia como reo de muerte al soberano Autor de la vida.
Mas ¡ay! cuál quedaría la destrozada Madre, cuando al doblar una esquina se
encuentra con su querido Hijo, caído en el suelo, bañado en sangre,
atropellado por aquellos feroces verdugos, ¡y hecho el ludibrio y escarnio de
aquella soldadesca infernal! ¡O encuentro lastimoso! ¡o cruel espectáculo!
¡qué impresión causaría en el corazón de una madre, y madre como María!
¡qué dolor tan agudo y penetrante seria para ella ese lastimoso espectáculo! ¡O
dulce Madre! yo me compadezco de vuestro agudísimo dolor; yo deseo
seguiros penitente en el camino del Calvario, a fin de presentaros el lenitivo de
mi cristiana compasión.

DEPRECACIÓN 
¡O Madre afligidísima, y por todos conceptos llena de amargura!
Compadecido del acervo dolor que martirizó vuestro corazón en el cruel
encuentro de vuestro
Hijo en la calle de Amargura, al verle desfigurado, lleno de dolores, saciado
de oprobios y oprimido por el grave peso de la cruz, os suplico con humilde
rendimiento y sincero dolor de mis pecados, que me alcancéis gracia para
levantarme de mi mortal abatimiento, a fin de que fortalecido con el ejemplo
de vuestras soberanas virtudes, tenga valor para sostenerme en mis terribles
caídas en el camino del pecado, y socorredme para que no sucumba bajo su
peso, y renueve los tormentos de mi Salvador, y vuestro dolor y amarguras.
Alcanzadme luz con que conozca la fealdad de mis pecados, y gracia con que
deteste su malicia. Haced también que beba con ánimo resuelto y resignado el
cáliz de las tribulaciones y trabajos de esta vida, que el Señor se dignare
presentarme, para satisfacer por las penas debidas a mis culpas. Haced
finalmente, que me asocie con Jesús y con Vos en el camino del Calvario, a
fin de llegar derechamente por él a la región celestial. Amén.

DÍA QUINTO
Considera, alma devota de María, en este quinto dolor la agudísima espada
que traspasaría el alma purísima de esta Señora, al presenciar la crucifixión y
muerte de su Hijo santísimo; y prevén lágrimas de compasión y ternura al
contemplar el más triste de los espectáculos, y el mayor de todos los
sacrificios, consumado por tu amor en el ara del árbol santo de la cruz. Apenas
llegado el divino Isaac Jesucristo a la cumbre del Calvario, sitio destinado
para el sacrificio de su infinito amor, cargado con el enorme peso de la cruz,
llagado, cansado y sin aliento, sin concederle descanso ni alivio alguno, le
arrancan los crueles verdugos la corona de espinas para volverá hincársela
luego con más crueldad; le quitan en seguida sus vestiduras, rasgando y
abriendo más y más con esto las innumerables llagas y heridas de que estaba
cubierto su santísimo cuerpo, le tienden sobre la cruz, le dislocan con la mayor
violencia sus miembros, le clavan de pies y manos en la cruz, y la enarbolan
en presencia de Jerusalén, á vista del cielo y de la tierra, para que sean testigos
de su ignominia. A todo esto, estaba presente la desolada Virgen, madre del
más grande y puro amor. ¡Qué pena! ¡qué angustias! ¡qué dolor para su tierno
corazón! Queda crucificado el Hijo, y queda también crucificada la Madre por
el afecto de compasión que penetra su alma; de suerte, que no sufre pena
alguna el Hijo, que no lastime el corazón de la Madre. ¡O espectáculo el más
sangriento! ¡O cruz, que haces dos víctimas en
un mismo sacrificio! ¡O Madre afligida y por todas partes angustiada! Haced
que os acompañe en tan acerbo dolor, y quede yo también clavado en la cruz
con Vos y con vuestro santísimo Hijo, mi adorable redentor.

DEPRECACIÓN 
¡Purísima Virgen y angustiada Madre! asombrado y condolido os contemplo
al pie de la cruz en donde espiró para darme vida, Jesucristo mi adorable
redentor, bebiendo toda la amargura de su cruenta inmolación. Cuantas son
vuestras miradas, tantas son las espadas que traspasan vuestro cándido y
enamorado corazón; cuantas llagas veis en el cuerpo de vuestro Hijo, tantas
heridas se imprimen en vuestra alma; cuantas espinas traspasan las sienes de
Jesús, tantas son las saetas que hieren vuestro tierno pecho; y clavada os
halláis con Jesús, El en el cuerpo, y Vos en el alma. ¡Ay, dulce Madre!
traspasad mi corazón culpado con aquella espada agudísima que desgarró el
vuestro al pie de la cruz de vuestro Hijo espirante de amor y de dolor por mí,
miserable y desagradecido pecador... Yo soy... ¡oh! sí, yo soy el reo de su
atroz suplicio: yo soy quien desprecio é insulto a cada paso el grande
sacrificio de amor que hizo por mi eterna salvación. Yo me junto a cada
instante con la turba de verdugos deicidas que le crucificaron. ¡O Señora y
Madre mía! tened lástima y compasión de mí. Alcanzadme gracia para que
sepa crucificarme con mis vicios y pasiones, y para que ardiendo en vivas
llamas de virtud y santo amor, me asocie con Vos doliente y compasivo al pie
de la cruz del Redentor; para que adherido fuertemente a ella, durante todo el
tiempo de esta mi fatigosa mortal vida, pueda participar del fruto de la
redención, que espero alcanzar por los infinitos méritos de la pasión y muerte
de vuestro santísimo Hijo, y por vuestro misericordioso valimiento, o
clementísima, o tierna y dulcísima Madre mía!

DÍA SEXTO
Considera, alma compasiva, la triste escena, el doloroso espectáculo que
ofrece a tu vista la sexta estocada que desgarró el corazón de María al recibir
en su regazo el cuerpo inanimado de su Hijo. Consumada ya la obra de nuestra
redención, y agotados, por lo tanto, los tormentos de Jesús, no por esto
terminaron las penas de María, antes bien comenzaron para ella otras no
menos acerbas que anegaron en un mar de dolores su desfallecido corazón.
Inmóvil
perseveraba la afligida Madre al pie de la cruz de su inmolado Hijo, y
tristemente anhelosa de poderlo quitar del sangriento madero y recogerlo en su
amante seno... Mas ¡ay! ¡cómo hacerlo, destituida como se hallaba de todo
socorro humano! En semejante angustioso situación, José y Nicodemus, dos
nobles varones, inspirados por Dios, se acercaron respetuosamente a la
desolada Virgen, y logrado su permiso bajaron de la cruz el cuerpo inanimado
de Jesucristo, y lo depositaron en sus brazos maternales. Párate aquí, alma
piadosa, a contemplar a María en semejante cruelísimo pasaje... ¡Ah! ¡qué
nueva espada de dolor para su ya harto lastimado corazón! ¡Qué pena, qué
tormento, qué mar tirio puede imaginarse más atroz! ¡Oh! ¡cómo iría
registrando una por una las llagas de que estaba cubierto! ¡y con cuánta razón
puede dirigirnos aquellas palabras de Jeremías: ¡Oh vosotros todos los que
andáis por el camino, atended, y ved si hay dolor semejante a mi dolor! ¡O
Madre mía! como siervo fiel, deseo consolaros en vuestra aflicción, porque
grande es como el mar vuestra amargura.

DEPRECACIÓN 
¡O Reina de los mártires! Tierno y compasivo os contemplo sumergida toda en
un mar de quebranto, al sostener en vuestros brazos el sacrosanto cuerpo de
vuestro santísimo hijo Jesús, muerto y sacrificado por los hombres todos, sin
exceptuará sus desapiadados verdugos é implacables enemigos, a impulsos de
su amor finísimo y de su ardiente y acendrada caridad. Yo os contemplo en
vuestra desolación, o Madre tiernísima sin hijo, fiel esposa sin amante esposo,
estrella de gracia privada de la luz del sol, y sosteniendo apenas
pesarosamente esa vida vuestra que solo vivía de la vida y de la gracia de
Jesús. ¡Ah! inmenso como el mar hubo de ser vuestro quebranto, hondamente
inmensa vuestra pena y desolación. ¡Ay! ¡cuánto me confundo yo, Señora, al
reconocerme tan culpado como los bárbaros judíos y sayones ejecutores de la
pasión y muerte de Jesús mi redentor, y de todas las aflicciones y amarguras
de vuestro tierno y amante corazón. Pero Vos sois madre de misericordia y
refugio de los insensatos pecadores: tened, pues, Señora, tened lástima y
compasión de mí, que, si hasta ahora he sido rebelde hijo e indigno siervo
vuestro, quiero en adelante consagrarme todo a Vos por medio de la fervorosa
y compasiva meditación de vuestros acerbísimos dolores, llorando con
amargura y vivo arrepentimiento el cruel estrago que he causado en el sagrado
cuerpo de vuestro Hijo y en vuestro pecho maternal. Mas para esto necesito la
asistencia de la divina gracia:
alcanzádmela, clemente Madre mía, a fin de que después de esta vida triste y
pasajera, pueda acogerme en vuestro amante seno, y gozar eternamente de la
gloria celestial. Amén.

DÍA SEPTIMO
Considera, alma piadosa, el tristísimo cuadro de soledad y desolación de
María que hoy se ofrece a tu contemplación, sepultado el sacrosanto cuerpo de
Jesús tu redentor. Después que la dolorida é inconsolable Madre hubo
desahogado un tanto la grandeza de su dolor sobre el inanimado cuerpo del
Hijo descendido de la cruz, lamentando amargamente el bárbaro estrago que
los hijos del pecado habían hecho en aquel cuerpo impecable y adorabilísimo,
los piadosos varones José y Nicodemus, tras haberlo embalsamado, suplicaron
compasivos a la Madre afligidísima que les permitiese darle sepultura antes
que cerrase la noche. ¡Ah! ¡qué nuevo y acerado golpe ese para el corazón de
María! ¡qué terrible y agudísima espada de dolor!... ¡Desprenderse de aquel
santísimo cuerpo tan lastimosamente maltratado!... ¡Soltar de sus brazos
maternales aquel divino objeto de todos sus arrobos y ahora de todo su
quebranto... aquel Hijo de sus entrañas, ¡aquel Ser de su ser!, vida de su vida y
aliento de su amor! ¡Ay! ¡cómo resignarse ¡cómo resistirá semejante dolorosa
separación! ¡Oh! ¡cómo llegarían aquí al último punto de mortal congoja el
dolor y quebranto de María! ¡Ay, Madre mía amantísima! ¡cuán terrible, cuán
desgarradora hubo de ser esa triste despedida para vuestro tiernísimo y
desolado corazón! ¡O amarga soledad! ¡O separación dolorosísima y cruel! ¡O
Madre afligidísima! ¡cuánto me contrista y me conmueve el lastimoso cuadro
de vuestra inconsolable soledad!

DEPRECACIÓN 
¡O afligida y solitaria Virgen! ¡o tristísima y desolada Madre! Yo os
contemplo doliente y contristado, en el fúnebre desierto de vuestra amarga
soledad. Yo me presento á Vos, poseído de compasivo respeto, y con vivos
deseos de acompañaros en vuestro triste aislamiento, contemplando
mentalmente con Vos la dolorosa escena del Calvario, y los tormentos y la
sangrienta muerte de Jesús, de que fuisteis Vos inmóvil y quebrantada
espectadora. ¡Ay Madre mía afligidísima! Yo me acerco a Vos deseoso de
consolaros con filial y piadoso afecto, y de acompañaros y serviros en vuestra
desolada soledad. Yo vengo con
firme propósito de seguiros en vuestra vía dolorosa, ansioso de llegar por ella
al seno consolador y feliz de la virtud, llorando en la soledad de mi corazón
contrito y humillado, mis innumerables culpas y extravíos causadores de los
tormentos a Jesús y de vuestros dolores y amarguísima soledad. Mas para ello
necesito, Madre mía, el auxilio poderoso de la divina gracia, que rendidamente
imploro y espero alcanzar por los infinitos méritos de la pasión y muerte de
Jesús, y por la eficacia de vuestro maternal favor. Conseguidme esta luz
celestial, para que, guiado por ella, atraviese sin tropiezo el fragoso destierro
de este mundo de malicia y dolo, y logre la inefable dicha de acompañaros
para siempre en la patria celestial, que espero de la infinita misericordia de
Jesús mi salvador, y de vuestra piadosa intercesión, ¡o tierna! ¡o pía! ¡o
dulcísima Madre mía! Amén.

OFRECIMIENTO EN EL ÚLTIMO DIA


Purísima y angustiada Señora, reconocido a los grandes favores de vuestra
soberana beneficencia; os doy afectuosísimas gracias, y singularmente por los
que me habéis dispensado en estos siete días dedicados a la compasiva
consideración de vuestros dolores. Recibid, dulce Madre mía, estos humildes
obsequios, pues para que os sean gratos os ofrezco de nuevo mi corazón
herido con la espada que atravesó el vuestro. Aceptadlo, Señora, hacedle todo
vuestro, que para Vos es dedicado a vuestras angustias; vengad en él mis
pasadas ingratitudes, que han hecho más agudas vuestras heridas, y ayudadme
para que jamás se aparte de mí la memoria de vuestras acerbas penas. ¡O
Madre amorosa! si me alcanzáis esta gracia, os prometo que vuestras angustias
serán siempre las delicias de mi corazón; despediré continuamente suspiros
dolorosos por Vos; arderé en amor vuestro, y todo lo haré con el fin de
consolaros: para que perseverando fiel y constante en el llanto de mis culpas,
de los tormentos de Jesús y de vuestros dolores, pueda llegar algún día,
mediante vuestra poderosa intercesión, a gozar de aquella alegría que por
todos los siglos inundará vuestro corazón, y a disfrutar de vuestra dulce y
amable compañía en el cielo, que el Señor nos conceda a todos. Amén.

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