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DINÁMICA DE LA CONFIANZA
Conrad de Meester
Dios se revela a los ojos de Teresa como el que ama al pequeño, el que lo invita a su lado, y el
que, si el otro acepta la invitación, le colma de ternura maternal.
El hombre por su parte debe aceptar su pequeñez, lo cual implica sincera humildad. Ha de
“acercarse” a Dios como un niño.
Acercarme a Dios consciente de mi pequeñez significa reconocer que Dios es misericordioso; es
decir, creer en Él. Más todavía: tener la plena confianza de que ese amor divino me colmará, a pesar
de mi miseria. Y encarnar esa confianza en un gesto de abandono que traduzca mi amor.
Teresa ha leído que Dios invita al “pequeñito”, y que en él, si éste acepta, obra su amor.
CONCLUSIÓN:
Teresa es pequeña, pero es necesario que siga siendo pequeña, que se haga cada vez más pequeña,
hasta llegar a ser del todo pequeña, pequeñita.
Así la palabra “pequeñito” es para Teresa un ideal, un verdadero “camino”.
“Pequeñito” encierra más que un sinónimo de humildad. Indica una actitud de nuestro ser.
El “caminito” es un camino hacia la santidad, que consiste en reconocer con humildad la propia
situación de imperfección y en tener confianza en la misericordia de Dios, que nos concederá la gracia
de su amor.
Teresa piensa que Jesús tiene muchas almas “llenas de virtudes sublimes”, mientras que su propia
alma es “pobre y como un juguetito sin valor”. Pero Jesús encuentra en ella unas alegrías que no halla
en las primeras. “Entonces, concluye, me alegré de ser pobre y deseé serlo cada día más, para que a
Jesús le gustase cada vez más jugar conmigo”.
Teresa ha comprendido ya esa actitud tan propia de Dios hacia el pobre, que es la misericordia; en
su pobreza encuentra su alegría, su riqueza y un motivo para crecer más y más en el reconocimiento de
su pobreza.
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Teresa en la palabra “pequeñito” ha encontrado su ideal, su programa, su título de nobleza.
Teresa de niña: tiene un corazoncito cariñoso y sensible, un corazón de oro. Es muy cariñosa pero
a la vez sincera y muy efusiva. Es muy alegre, y dicen de ella que tiene unos ojos de cielo.
Tiene que haber sido un diablillo de lo más simpático. No carece de defectos: es muy nerviosa, se
emociona con facilidad, coge una rabietas terribles y es de una terquedad casi indomable.
En esta rica tierra comienza ya a germinar el don de Dios. “Como Nuestro Señor quería para sí
solo mi primer mirada, se dignó pedirme el corazón desde la cuna,...”, a la edad de dos años decide,
de una vez para siempre, hacerse religiosa como su hermana Paulina.
A los veintidós años escribe de aquella época: “Se me hacía ya atractiva la virtud y creo que me
hallaba en las mismas disposiciones que hoy, con un gran dominio ya sobre mis actos...Había
adquirido la buena costumbre de no quejarme nunca, aunque me tratasen injustamente”.
Sus padres la educan en la confianza en Dios: ¡ de nuevo una semilla preciosa! “La confianza en
Dios, escribe Celina, y el total abandono en sus manos eran en nuestra casa virtudes familiares”.
A los cuatro años pasa el invierno de la tribulación, al morir su mamá.
A los cinco cuando en un atardecer, admira la luz que el sol, al ponerse en el horizonte, proyecta
sobre el mar: “Estuve contemplando mucho tiempo aquel surco luminoso, imagen de la gracia que
ilumina el camino que debe recorrer la barquilla de airosa vela blanca...Allí, al lado de Paulina, hice
el propósito de no alejar de mi alma la mirada de Jesús, para que pueda navegar en paz hacia la
patria del cielo...”.
Primera Comunión: “¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma...! Fue un beso del amor. Me
sentía amada, y decía a mi vez: “Te amo y me entrego a ti para siempre”.
No hubo peticiones, ni luchas, ni sacrificios: hacía mucho que Jesús y la pobre Teresita se habían
mirado y comprendido...Ese día ya no fue una mirada; fue una fusión, ya no eran dos: Teresa había
desaparecido como la gota de agua que se pierde en el océano.
Una gracia eucarística: comprende, en una acción de gracias, de una vez para siempre que sufrir y ser
niño no son cosas que se excluyan mutuamente: “Sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrir,
y, al mismo tiempo, la íntima convicción de que Jesús me tenía reservado un gran número de
cruces...El sufrimiento se convirtió en mi sueño dorado...Hasta entonces, había sufrido sin amar el
sufrimiento; a partir de ese día, sentí por él un verdadero amor”. El sufrimiento, que primero era
objeto de miedo y de aversión, se convierte en deseo y atractivo, en seducción y acogida amorosa. Más
tarde franqueará un tercer grado de evolución y se convertirá en alegría.
Pero si desea el sufrimiento, es para poder amar y para corresponder al amor con un amor
exclusivo. Con frecuencia repetirá en la comunión: “¡Oh Jesús, dulzura inefable, cámbiame en
amargura todos los consuelos de la tierra...!” (Imitación de Cristo)
Pasaba una hora o dos en oración en la capilla: “Este era mi único consuelo. ¿No era acaso, Jesús
mi único amigo...? No sabía hablar con nadie más que con Él. Las conversaciones con las criaturas,
incluso las conversaciones piadosas, me cansaban el alma...Sentía que vale más hablar con Dios que
hablar de Dios, ¡pues se suele mezclar tanto amor propio en las conversaciones espirituales!”.
El sufrimiento continúa su obra de despojo y desprendimiento de alegrías terrenas. María, su único
apoyo, entra al Carmelo. Teresa toma la resolución “de no volver a apegar su corazón a nada en la
tierra”. En su habitación colgó una cruz de madera sin Cristo: gesto simbólico y bien expresivo de
alguien que ama mucho.
“En esa noche, en la que Él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa” .
Y Teresa comienza su carrera de gigante y ya no será vencida en ningún combate e irá de victoria en
victoria. Recibió la fortaleza de ánimo para siempre, la gracia de su total conversión, la gracia de salir
de la niñez. Esta última expresión descarta definitivamente una falsa dimensión de la auténtica
infancia “espiritual”.
Pero no es éste el único elemento destacable. El eje que une los dos polos es la misericordia: de un
lado, están los 10 años de debilidad; del otro, este momento único de omnipotencia todopoderosa, que
es más que suficiente: “La obra que yo no había podido realizar en 10 años, Jesús la consumó en un
instante, conformándose con mi buena voluntad”.
“...Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había
sentido antes con tanta intensidad...Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí
la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz!”
“Fue ante las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre, cuando se despertó la sed de almas en mi
corazón”.
“Un domingo, mirando una estampa de Nuestro Señor en la Cruz, me sentí profundamente
impresionada por la sangre que caía de una de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que
aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar
siempre presente en el espíritu al pie de la Cruz para recibir aquel rocío divino que goteaba de ella, y
comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas...”
“...El grito de Jesús en la Cruz: “Tengo sed”, encendía en mí un ardor desconocido. Quería dar
de beber a mi Amado, y yo mismo me sentía devorada por la sed de almas; pensaba en los grandes
pecadores y ardía de deseos de arrancarles del fuego eterno...”
Cuando viaja a Roma para pedir al Papa permiso para entrar en el Carmelo: Jesús la invita al
abandono en medio de las pruebas.
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“Tengo una confianza tan grande en Dios, que no podrá abandonarme; lo dejo todo en sus
manos”. Pero no, su lote es la Cruz.
¿Cómo vive Teresa, interiormente, esa amarga decisión? “En el fondo del corazón yo sentía una
gran paz, puesto que había hecho absolutamente todo lo que estaba en mis manos para responder a lo
que Dios pedía de mí. Pero esa paz estaba en el fondo, mientras que la amargura inundaba mi alma,
pues Jesús callaba. Parecía estar ausente, nada me revelaba su presencia”.
“¡Ay Paulina!, no puedo decirte lo que sentí, estaba como aniquilada, me sentía abandonada, y,
además, estoy tan lejos... Sin embargo, Dios no puede mandarme pruebas que estén por encima de
mis fuerzas...¡Paulina, no tengo más que a Dios, sólo a Dios!”.
Cuando llega la hora de ser invitada al abandono viene a su mente un símbolo: estar en las manos
de Jesús como un juguete en las manos de un niño, totalmente abandonada a sus caprichos, para que Él
la trate como quiera.
Santa Teresita no tarda en comprender: Jesús es el Dueño: “Si Él quiere romper el juguete, es
dueño de hacerlo. Sí, acepto todo lo que Él quiera”, escribe bañada en lágrimas, la misma noche de su
fracaso romano. “Triste..., al verse tirada por el suelo”, se ha vuelto capaz “de esperar contra toda
esperanza”.
Si el abandono de Teresa no logra llevar la alegría al fondo de su corazón, sí le hace mantener la
esperanza de “convertirse en prisionera” para el 25 de diciembre; pero su confianza se cimenta sólo
en Dios
Llega la Navidad de 1887 y Teresa no se encuentra tras las rejas del Carmelo. Jesús duerme en su
pesebre y en el “corazón roto” de Teresa, y no parece “echar siquiera una mirada” al juguete
“tirado por el suelo”. “Pedía a Jesús que rompiese mis ataduras. Y las rompió, pero de una forma
totalmente distinta a como yo esperaba...” “Fue una prueba muy dura para mi fe”. Forzada por la
cruda realidad (que es una gracia de Jesús, pues hace brillar la luz), Teresa comprende que Jesús le
está exigiendo que dé un paso más en la desnudez de la fe y del abandono, antes de concederle el
milagro.
“Aquél cuyo corazón vela mientras él duerme me hizo comprender que Él obra milagros en favor
de quienes tienen una fe como un grano de mostaza, pero con sus íntimos, Él no hace milagros hasta
haber probado su fe”.
La Madre Gonzaga retrasa tres meses la entrada al Carmelo, una vez dado el permiso el Obispo.
La Cruz se hace pesada y dolorosa. Teresa la acepta una vez más, y esta prueba “muy grande” del
retraso de tres meses “tan ricos en gracias” le hizo “crecer mucho en el abandono y en las demás
virtudes”.
“...Mis mortificaciones consistían en doblegar mi voluntad, siempre dispuesta a salirse con la
suya; en callar cualquier palabra de réplica; en prestar pequeños servicios sin hacerlos valer, etc...”
Antes de seguir a Teresa en el Carmelo, tres características del tipo de abandono que fue naciendo
en su alma:
1: El abandono de 10/1887 a 3/1888 nace de las pruebas; en ellas es donde tiene su punto de
partida.
2: Viene acompañado de tristeza
3: Se refiere al ámbito reducido de las dificultades con que se encuentra.
Más tarde, el abandono de Teresa evolucionará. Con el “caminito”, su abandono nacerá de una
visión determinada del mismo Dios, producirá alegría y se ampliará hasta ser una actitud general.
Sobre el sufrimiento
“Ya no tenemos nada que esperar sobre la tierra, nada más que el sufrimiento y siempre el
sufrimiento. Y cuando hayamos terminado, el sufrimiento seguirá allí tendiéndonos los brazos”.
Ahora es cuando el Esposo de sangre “quiere para sí toda la sangre del corazón”, ahora
“comienza el martirio”.
Descubrimiento de la humildad
Rodeada de grandes sufrimientos, y después de haber experimentado su debilidad, llegó al firme
convencimiento de que para subir es preciso descender, y que para crecer hay que menguar. “El tiene
que crecer y yo tengo que menguar” (Jn 3, 30) es un resumen perfecto.
En el Carmelo ese movimiento hacia abajo se intensifica. Teresa comprende que no hace falta ser
pequeño, sino hacerse cada día más pequeños para poder serlo.
El día de su profesión escribe: “Que nadie se ocupe de mí, que me vea pisada y olvidada como un
granito de arena tuyo, Jesús”.
Ella quiere ser en todo la última y la más pequeña.
¿Qué es lo que la empuja a ese continuo descenso? Un doble motivo: la necesidad de ser veraz
frente a la experiencia diaria de su debilidad, y el deseo de amar a Dios con la mayor pureza y la
mayor exclusividad posibles.
“Sí, la vida cuesta, es duro comenzar un día de trabajo ¡Y si al menos se sintiese a Jesús! Pero
no, Él parece estar a mil leguas,...”
Teresa ha comenzado a vivir los siete años y más de aridez y somnolencia.
“¡Al lado de Jesús, nada, ¡sequedad!, ¡sueño!...Teresa no puede decirle nada a Jesús, y sobre
todo Jesús no le dice absolutamente nada a ella”.
Teresa quiere hacerse cada vez más pequeña para amar. Amar más, amar con mayor pureza.
Es difícil demostrar nuestro amor en el sufrimiento, sin flaquear: “¡Que gracia cuando por la
mañana nos sentimos sin ánimos y sin fuerzas para practicar la virtud!”
“...Con un acto de amor, aun no gustado, todo queda reparado, y con creces”.
“¡Ay, cuanto cuesta darle a Jesús lo que pide...!; ¡Y qué suerte que cueste...! ¡Qué alegría
inefable es llevar nuestras cruces EN DEBILIDAD!
Teresa desea ser un granito de arena muy oscuro: para vivir muy escondido a los ojos de todos y
que sólo Jesús pueda verlo. Este amor exclusivo es siempre su sueño: ¡Sólo Jesús!
Teresa quiere vivir en el anonimato, “en su lugar, es decir, bajo los pies de todos”, pero “¡vista
por Jesús!”.
Pasar desapercibida a los ojos de los demás, para que su amor vaya directa y totalmente a Jesús.
Si no hay que buscar el aprecio de los demás, es igualmente necesario abandonar la propia estima,
y nuestra miseria es una buena ayuda.
“Cuando una se ve tan miserable, no quiere ya preocuparse de sí misma y sólo mira a su único
Amado”.
La debilidad tiene también su papel: “El grano de arena quiere poner manos a la obra sin
alegría, sin ánimo, sin fuerzas, y precisamente estos títulos le facilitarán la empresa; quiere trabajar
por amor”.
Sus faltas no servían más que para humillarla y hacer más fuerte el amor.
Teresa ha buscado encontrar fuerzas en Jesús: “Jesús ha hecho locuras por nosotros”; “Él conoce
nuestra pobreza y nuestra debilidad mucho mejor que nosotros”; “cuando no tenemos fuerzas para
hacerlo, Jesús combate por nosotros”; “nos ayuda sin parecer que lo hace”; y si Jesús parece
olvidarse de Teresa, “antes se cansará Él de hacerme esperar que yo de esperarlo a Él”.
Teresa se compara a una caña: “A la cañita no le importa en absoluto doblarse, ni tiene miedo a
romperse...Toda su confianza reside en su debilidad”.
El sufrimiento no romperá a Teresa, ¡Jesús se encargará de ello! Esta frase muestra la confianza de
Teresa en Jesús.
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En la estela del Cristo Sufriente
Su devoción a la Santa Faz: amar a Jesús, cuyo rostro doliente es para Teresa como el espejo de su
amor, e imitarlo en su profunda humildad.
“...Aquel cuyo reino no es de este mundo me hizo ver que la verdadera sabiduría consiste en
“querer ser ignorada y tenida en nada”, “en cifrar la propia alegría en el desprecio de sí mismo”.
El grano de arena quiere ser reducido a la nada: “El pobrecito no desea ya nada, nada más que el
OLVIDO...; ni siquiera el desprecio o las injurias, pues eso sería demasiado glorioso para un grano
de arena. Para despreciarlo, tendrían que verlo ¡Pero el OLVIDO...! Sí, quiero ser olvidada, y no
sólo por las criaturas, sino también por mí misma. Quisiera ser reducida a la nada de tal modo, que
no tuviera ya ningún deseo... la gloria de mi Jesús, ¡sólo eso! La mía, a Él se la entrego”.
(Carta 89) “¡No, no dejemos nada..., nada en nuestro corazón más que a Jesús...! Y no pensemos
que podremos amar sin sufrir, sin sufrir mucho”. “¡Suframos con amargura, sin ánimos...! Jesús
sufrió con tristeza. Sin tristeza, ¿cómo iba a sufrir el alma?”
“¡Y nosotras quisiéramos sufrir generosamente, grandiosamente...! ¡Quisiéramos no caer
nunca...! ¡Qué importa, Jesús mío, que yo caiga a cada instante! En ello veo mi debilidad, y eso
constituye para mí una gran ganancia...”
Si Jesús quiere que ella camine sin “caer a cada instante”, y comprueba que no tiene fuerzas para
hacerlo, lógicamente tendrá que sacar la conclusión de que Él mismo deberá hacerla avanzar.
Pero Teresa es muy consciente de que Dios puede dejar de venir en su ayuda: “Si lo haces, señal
de que te gusta verme por el suelo. Lo mejor es siempre lo que quiere Dios”, pues Teresa está
convencida de su amor; y por tanto su confianza no se derrumbará: “Entonces, no tengo porqué
inquietarme, sino que tenderé siempre hacia ti mis brazos suplicantes y llenos de amor... ¡No puedo
creer que me abandones!”.
“Los santos encontraban la Cruz precisamente cuando estaban a los pies de Nuestro Señor”.
“La santidad no consiste en decir cosas hermosas, ni consiste siquiera en pensarlas o en
sentirlas...consiste en sufrir, y en sufrir toda clase de sufrimientos”.
“¡La santidad hay que conquistarla a punta de espada! ¡Hay que sufrir..., hay que agonizar!”
Luego concebirá su camino hacia el amor perfecto de otra manera: eso será el “caminito”. Al
comprender mejor la misericordia de Dios, su primacía y su dinamismo, sacará de ese nuevo
conocimiento otro dinamismo: el de la confianza del “caminito”, que acabará desembocando en la
santidad, no por la vía de la “conquista” sino por la de la “acogida”, no “conquistando” sino
“recibiendo”. La debilidad se convertirá en amor, no por un camino directo sino por medio de la
confianza en la misericordia de Dios, que se compadece de la pequeñez de los que confían en Él. La
debilidad deja así de ser una simple ocasión, para convertirse en promesa.
“La confianza y nada más que la confianza puede conducirnos al amor” (escribirá más adelante,
cuando haya descubierto el camino de infancia espiritual).
Acto de ofrenda
“...A fin de vivir en un acto de perfecto amor, me ofrezco como víctima de holocausto a tu amor
misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las
olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu Amor,
Dios mío...”
Perderá su propia vida para vivir la vida de Dios. Su martirio, más que en soportar, consistirá en
recibir sin poder contener en sí lo que recibe. Dos símbolos ilustran ésta realidad: el fuego que
“consume” un holocausto y el río irresistible cuyas “aguas” se desbordan.
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Hay estrecha relación entre el “caminito” y la “ofrenda”: hay un diálogo, entre la confianza, ávida
de ser consumada, y la misericordia, que colma.
“Divino Salvador, sin miedo me abandono y duermo entre tus brazos cual niña confiada”
“Este deseo podría parecer temerario,...si se tiene en cuenta lo débil e imperfecta que era, y que
aún soy después de siete años vividos en religión. No obstante, sigo teniendo la misma confianza
audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos (que no tengo ninguno) sino
en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me
elevará hasta Él, y cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa”. Ésta es una de las mejores
formulaciones del “caminito”:
Una clara indicación del objetivo: ser santa y una gran santa
La percepción de sí misma: es muy débil
De los medios que emplea: se esfuerza, pero sus esfuerzos son “débiles” e insuficientes.
No tiene “mérito” y por lo tanto no piensa “apoyarse en ellos”
Su seguridad consiste en la “confianza audaz”, “en la esperanza en Aquel que es y que da
la virtud y la santidad”.
Esta esperanza, “temeraria” en apariencia, es legítima gracias a la misericordia de Dios,
que se “conformará” con sus débiles esfuerzos e intervendrá para santificar a la “débil”:
Él “la cubrirá con sus propios méritos” y-descendiendo y ascendiendo- la “elevará hasta
Él”, hasta la santidad.
1-: “Soy débil e imperfecta 1-: “Siento mi impotencia”, Teresa prevé sus
“imperfecciones y debilidades”.
2-: Desea “llegar a ser una gran santa” 2-: “Quiero ser santa”
3-: Su deseo es tan grande que puede parecer 3-: Sus deseos son “inmensos”
temerario.
5-: No tiene “ningún mérito”. 5-: Tendrá siempre “las manos vacías”.
6-: “No me apoyo en mis méritos”. 6-: No se atreve a “pedir al Sr. Que lleve cuenta de
sus obras, pues todas nuestras justicias tienen
manchas”.
7-: Confía “en Aquel que es la Santidad”. 7-: “Te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi
santidad”.
8-: Se apoya en los “méritos infinitos” del Señor. 8-: “Los tesoros infinitos de sus méritos son míos”.
9-: Será “cubierta” con sus méritos. 9-: Quiere “revestirse” de la propia justicia de
Dios.
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Teresa confiesa que ya no se siente abatida “por nada pasajero”, que tiene una gran
audacia, que piensa “todo el día en Dios”.
“Sólo la guía el abandono; ya no desea ni el sufrimiento ni la muerte, sino sólo, el amor;
ya no puede pedir nada con pasión, excepto que se cumpla perfectamente en ella la voluntad de
Dios; ya sólo en amar es su ejercicio”.
“Yo gozaba entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo constituirá
toda mi felicidad”.
El radiante cielo de su alma muy pronto va a cambiar. Una noche profunda la envuelve,
arrojando una terrible angustia sobre su fe en la existencia del cielo.
“La DOCTRINITA”
1) El tormento de los deseos incompatibles: deseo de las más heroicas hazañas, locuras,
deseos más grandes que el universo, que igualan las inmensas aspiraciones de las grandes almas
y las de las águilas.
Además de sus títulos de carmelita, esposa de Cristo y madre de las almas; quiere ser un
guerrero (un cruzado), sacerdote, misionero, mártir, profeta, doctor, apóstol.
2) La pacificación en el amor: “ comprendí que el amor encerraba en sí todas las
vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares...en una
palabra, ¡Que el amor es eterno...! ¡al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor!
...En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor...Así lo seré todo”. Y en ese momento
se apodera de ella una gran paz.
El amor que anhela Teresa es el amor como ideal. Es la búsqueda de un amor cada vez
mayor, para que ese amor sea cada vez más fecundo; un amor infinito en sí mismo. Un amor tan
pleno como sea posible, el “perfecto amor”, el amor de la más alta santidad.
Ahora no le importa no poder trabajar, pues ella “ama a sus hermanos que luchan”. Sus
pequeños actos de ferviente amor, gracias a los méritos de Cristo, adquirirán “un valor infinito”
para la Iglesia que lucha y que sufre.
3) El “caminito” hacia el amor: El camino que conduce al amor sin límites: “¡Oh, Faro
luminoso del amor, yo sé cómo llegar hasta ti! He encontrado el secreto para apropiarme de tu
llama”.
¿Cuál es ese secreto? Helo aquí: “No soy más que una niña, impotente y débil. Sin
embargo, es precisamente mi debilidad lo que me da la audacia para ofrecerme como víctima a
tu amor, ¡oh Jesús!” Ofrenda, esperanza, súplica, oblación de sí misma como víctima a Jesús, el
Amor Misericordioso, motivada por su propia debilidad. Todo eso, en efecto, es una “audacia”,
una confianza enorme fundada sólo en Dios.
“...Mi locura consiste en esperar que tu amor me acepte como víctima, consiste en
suplicar obtener la gracia de volar hacia el sol del amor con las propias alas del Águila
divina”
Teresa hace realidad su sueño en todo cuanto puede: todo el amor que su “caminito” le
va adquiriendo día a día, ella lo transforma en obras. “El amor se demuestra con obras”, “el
amor sólo con amor se paga”.
Carta magna de las “pequeñas cosas”: “Así se consumirá mi vida...No tengo otra forma
de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño
sacrificio, ni una sola mirada, ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas
cosas y haciéndolas por amor...Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré
flores delante de tu trono. No encontraré ni una sola en mi camino que no deshoje para ti... Y
además, al arrojar mis flores, cantaré (¿puede alguien llorar mientras realiza una acción tan
alegre?), cantaré aun cuando tenga que coger las flores entre las espinas, y tanto más
melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas”
Teresa muestra una gran constancia en la fidelidad. Teresa da con corazón alegre.
“Audaz abandono”: “no está en su modesto poder” elevarse como las águilas hacia el foco
divino de la Santísima Trinidad; ella es la extrema pequeñez. ¿Cuál será su reacción? Ni
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“tristeza”, ni “miedo”, ni deserción, aunque ruja la tormenta y “no le parezca que pueda existir
otra cosa que las nubes que la rodean”.
Abandono que es don y espera a la vez, oblación y expectación.
Audacia, en razón de los obstáculos y en virtud de su fe inquebrantable: Teresa “sabe que
más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no puede eclipsarse ni un
instante”.
Teresa anima a su hermana Leonia que está viviendo su tercer fracaso de vida religiosa,
pero que sin embargo, sigue decidida a consagrarse a Dios. En sus pruebas, en su soledad, en
sus deseos, en sus dificultades de carácter, Teresa la anima. Sigue insistiéndole en la fidelidad a
los pequeños actos de amor y en la confianza. Y es que Leonia es el prototipo de un “alma
pequeña”: débil, pero llena de buena voluntad.
Teresa, cual “pequeño Moisés” en la montaña, sostiene “con sus armas invencibles de la
oración y el sacrificio a sus dos hermanos espirituales que combaten en la llanura”.
Amar: lo único que hay que hacer: “En el momento de comparecer delante de Dios,
comprendo mejor que nunca que sólo una cosa es necesaria: trabajar únicamente por Él y no
hacer nada por uno mismo ni por las criaturas...” A las puertas de la eternidad se esfuerza por
convertir toda su vida en un “acto de amor”.
En medio de los sufrimientos, se siente “feliz de parecerse así más a Jesús, para salvar
almas”. Las rosas de que cubre su crucifijo simbolizan la aceptación de la voluntad divina: en
ella está su alegría, su descanso, su felicidad: “Lo que más me gusta es lo que Dios prefiera y
elija para mí”. Le da lo mismo vivir que morir: fiat voluntas tua.
La noche del alma y del cuerpo: El abandono de Teresa crece en heroísmo si pensamos en
las fuertes tentaciones contra la fe que sigue padeciendo: “¿ Existe un cielo...?” “ Mi alma está
desterrada, el cielo está cerrado para mí...” “Nadie puede comprender las tinieblas en que
vivo; mi alma está sumergida en la más oscura noche, pero estoy en paz”.
Teresa se mantiene en la paz, no pierde la serenidad, renueva incesantemente la profesión
de fe.
Escribe: “Creo que he hecho más actos de fe de un año a esta parte que durante toda mi
vida. Cada vez que se presenta el combate,...corro hacia mi Jesús. Jesús ha hecho crecer
enormemente en mi corazón el espíritu de fe”. Es el martirio del corazón, del amor, tan
largamente deseado. “Todo ha desaparecido para mí, sólo queda el amor”, decía durante estas
pruebas.
No hay duda de que tanto sufrimiento la lleva a practicar al máximo lo que había entendido
acerca de la confianza.
Cuando le preguntaron a Santa Teresita cómo se las arreglaba para no desanimarse nunca,
respondió: “Desde niña, me encantaban estas palabras de Job: “aunque Dios me matara,
seguiría esperando en Él” (Job 13, 15). Pero he tardado mucho tiempo en llegar a este grado
de abandono. Ahora ya estoy en él; Dios me ha introducido en él, me ha tomado en brazos y me
ha instalado en él...” La experiencia que tiene de la misericordia de Dios es su mejor garantía:
“Dios me ha ayudado y me ha llevado de la mano desde mi más tierna infancia, confía en Él.
Estoy segura de que seguirá ayudándome hasta el final”. “El sufrimiento podrá llegar a límites
extremos, pero estoy segura de que Dios nunca me abandonará”.
En esas pruebas Teresa lee el deseo de Dios de comprobar hasta dónde es capaz de llevar su
confianza y su abandono. En un momento de gran angustia, recurrió al Sal 22, 4 “Nada temo,
porque tú, Señor, vas conmigo”.
Esa confianza y el deseo de agradar inspiran su alegría casi constante, aun cuando esta
alegría tenga que llegar al heroísmo: “Yo creo que morirá riendo, tan alegre se encuentra”.
“Me atrevo a esperar que mi destierro será breve. Pero no es porque esté preparada, creo
que nunca lo estaré si el Señor no se digna, Él mismo, transformarme. El puede hacerlo en un
instante, y, después de todas las gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su
misericordia infinita”. Vemos hasta qué punto, se encuentra Teresa, al final de su vida,
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La misión
Hacia el final de su vida, Teresa se da cuenta claramente de que tiene una misión especial
que cumplir en la Iglesia. Manifiesta claramente su deseo de hacer el bien en la tierra después
de su muerte. “Presiento que mi misión va a comenzar: mi misión de hacer amar a Dios como
le amo yo y de dar mi caminito a las almas”.
“Pienso que Dios ha querido poner en mí algunas cosas que me hacen bien a mí y que
hacen bien a los demás”.
“La santidad no está en tal o cual práctica de piedad; consiste en una disposición del
corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra
debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.
“Ser pequeña es reconocer la propia nada y esperarlo todo de Dios (como un niño lo
espera todo de su padre, es no afligirse por las propias faltas). En una palabra, es no hacer
fortuna, no inquietarse por nada. Hasta en la casa de los pobres, mientras el niño es pequeño,
se le da todo lo que necesita; pero cuando se hace mayor, su padre se niega ya a alimentarlo y
le dice: “Ahora trabaja, ya puedes arreglártelas por tu cuenta”. Pues bien, precisamente por
no oír eso yo no he querido hacerme mayor, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida
eterna. Así que seguí siendo pequeña, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del
amor y del sacrificio, y ofrecérselas a Dios para su recreo. Ser pequeño es también no
atribuirse a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer
que Dios pone ese tesoro de la virtud en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo
necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse por las propias
faltas, pues los niños se caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho
daño”.
El centro de la doctrina de Teresa (para Conrad de Meester) está en la CONFIANZA.
A su deseo de totalidad se añade muy pronto la dimensión de lo infinito. Querer darlo todo
es condenarse a no darlo todo nunca, pues, cuando uno lo da todo, siempre quiere dar todavía
más. “Dios no puede poner límites a la santidad de Teresa: ¡para Él, el límite es no tenerlos!”
“El divino Mendigo de amor dice siempre gracias pidiendo cada vez más, en proporción a las
dádivas que recibe”.
El pensamiento de que un amor así, infinito e inagotable como el mismo Dios, sea
totalmente irrealizable no le asusta; hay otro pensamiento que la sostiene: “al alma que ama
nada le parece imposible”.
“El corazón, al entregarse a Dios, no pierde su afecto natural; al contrario, ese afecto
crece al hacerse más puro y más divino”.
“El amor se alimenta de sacrificios; y de cuantas más satisfacciones naturales se priva el
alma, más fuerte y desinteresado se hace su cariño”.
“Cuanto más le daba de beber a Jesús, más crecía la sed de mi pobre alma, y esta sed
ardiente que Él me daba era la bebida más deliciosa de su amor”. Cada vez que se sacia, se
produce nueva sed. Y así, su corazón va descubriendo sus propias posibilidades: siempre podrá
superarse a sí mismo, nunca habrá amado con su último amor. Teresa sabe cuáles son sus
verdaderas dimensiones: “¡Qué grande tiene que ser un alma para contener a Dios!”. Y
quisiera llegar hasta el límite: “Deseo que mi corazón le dé a Jesús todo lo que puede darle”.
“Tu amor, Jesús, es mi único martirio. Cuanto más yo lo siento arder en mí, tanto más mis
entrañas te desean”.
“Lo que me atrae hacia la patria del cielo, es la llamada del Señor, es la esperanza de
poder amarle al fin tanto como he deseado”.
Humildad
“Para avanzar por el caminito, hay que ser humildes, pobres de espíritu y sencillos”.
“No me abalanzo al primer puesto, sino al último, en vez de adelantarme con el fariseo,
repito llena de confianza la humilde oración del publicano”.
“Coloquémonos humildemente entre los imperfectos, considerémonos almas pequeñas a las
que Dios tiene que sostener a cada instante. Cuando Él nos ve profundamente convencidas de
nuestra nada nos tiende la mano; pero si seguimos tratando de hacer algo grande, aunque sea
so pretexto de celo, Jesús nos deja solas. “Cuando parece que voy a tropezar, tu misericordia,
Señor, me sostiene” (Sal 93). Sí, basta con humillarse, con soportar serenamente las propias
imperfecciones.”
“Traigo siempre presente en la memoria el recuerdo de lo que soy”.
“Sólo soy realmente lo que Dios piensa de mí”.
“Sí, me parece que nunca he buscado más que la verdad...Sí, he comprendido la humildad
del corazón”
El Misericordioso
“Dios es tan bueno como una madre. Al ser lo propio de su amor el abajarse, Dios, que es
amor, será ya en adelante misericordia para el pequeño”.
El prólogo del manuscrito A condensa toda la obra de Dios en Teresa: se trata de las
“delicadezas totalmente gratuitas de Jesús, y Teresa reconoce que en ella no había nada capaz
de atraer sus miradas divinas y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en
ella”.
Está en la espiritualidad teresiana, el continuar con los pobres esfuerzos, a pesar de su
profunda impotencia, porque el Misericordioso viene en ayuda de la buena voluntad que no
ceja.
“No tengo, pues, ningún mérito por no haberme entregado al amor de las criaturas, ya que
sólo la misericordia de Dios me preservó de hacerlo...Reconozco que, sin Él, habría podido
caer tan bajo como Santa María Magdalena, y las profundas palabras de Nuestro Señor a
Simón resuenan con gran dulzura en mi alma...Lo sé muy bien: Al que poco se le ha perdonado,
poco AMA. Pero sé también que a mí Jesús me ha perdonado mucho más que a Santa María
Magdalena, pues me ha perdonado por adelantado, impidiéndome caer...”
“Dinámica de la Confianza"
17
“Yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a
rescatar a los justos sino a los pecadores. El quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no
mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como Santa Maria Magdalena, sino
que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado a mí, con un amor de admirable
prevención, para que ahora yo le ame a Él con locura...”
La humanidad de Cristo
El Hombre Dios es para Teresa el summum de la condescendencia divina: Jesús es la
misericordia encarnada.
“Jesús, ¿quién te ha hecho tan pequeño? ¡el amor!” (San Bernardo)
“Yo no puedo temer a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí...” ¡Yo lo amo...!, pues
El sólo es amor y misericordia. La Santa Faz es un espejo en el que vemos “cómo nos ama”. A
los ojos de Teresa, la muerte de Jesús es “la más hermosa muerte de amor que se haya visto”.
“No temas, cuanto más pobre seas, más te amará Jesús. E irá lejos, muy lejos, para
buscarte si a veces te extravías”.
Pero, sobre todo, la Eucaristía le habla del amor de Jesús “que llega hasta la locura”; “el
Jesús de la EUCARISTÍA, es el Dios misericordioso”.
La humildad y la fe en el Amor Misericordioso son las dos condiciones requeridas para
poder embarcarse en el “caminito”.
“Todo es gracia” (decía siempre Teresa)
LA CONFIANZA
La constante experiencia de su debilidad y de sus faltas y la inmensidad de su ideal de amor
desembocan en el agudo sentimiento de sentirse inacabada: “Cuando más adelanta uno en este
camino de la perfección, más lejos se ve del final. Por eso me resigno a verme siempre
imperfecta, y encuentro en ello mi alegría”.
En lo que se refiere al grado de perfección personal que Dios, en su sabia providencia, ha
fijado para cada uno de nosotros, Teresa no renuncia a el. Hará “todo lo que esté en sus
manos”, y si luego tiene que confesar que es un “siervo inútil”, “esperará con todo que Dios le
de por pura gracia todo lo que desea”.
Sí, según la experiencia vital que manifiesta poco antes de morir, “nunca pudo hacer nada
ella sola” y por tanto no se apoya en su “propia fuerza, que no es más que debilidad”, se apoya
aún más “en las fuerzas de Aquél que en la Cruz venció el poder del infierno”.
“No hay nadie, fuera de Jesús, que pueda darnos infinitamente más de lo que nosotros le
damos a Él...”Por tanto, espera que Jesús le dará ese amor que ella no puede adquirir con sus
solas fuerzas, y esta esperanza reviste espontáneamente la forma de una oración: “si tuviésemos
el amor de todos los corazones, ese amor sería sólo suyo...Pues bien, danos tú ese amor”.
Teresa, pues, por el hecho de sentirse inacabada, se ve inducida a esperar que Dios supla su
deficiencia. Pero como se dirige a un Dios de misericordia, esta esperanza se vuelve confianza,
virtud ésta que no sólo implica fe en el poder del otro sino también en su fidelidad y en su
benevolencia, y que de esta manera encierra, junto con una certeza mayor de ser escuchada, un
matiz más pronunciado de familiaridad. Cuando Teresa, en los últimos años, utiliza las palabras
“esperar- espera-. Esperanza”, tenemos que sobreentender, implícitas, estas cualidades.
Teresa bebe su confianza en la misericordia de Dios, como en su fuente más profunda.
“Junto a ese Corazón se aprende la valentía, y sobre todo la confianza.
¡Se siente una paz tan grande al saberse uno tan absolutamente pobre y al no contar más
que con Dios!”
La “audacia” para ofrecerse como víctima al amor condescendiente (misericordioso) de
Dios, la “locura” de esperar que el Amor la acepte como víctima, el “abandono con confianza
total a su misericordia infinita”, el “abandono” del niñito que se duerme sin miedo en brazos
de su padre, la “esperanza ciega” que tiene en su misericordia: todo eso lo resumirá Teresa en
ésta fórmula: “La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor”.
“Mi camino es todo él de confianza y amor”.
“Ante los abismos de amor y misericordia del corazón de Jesús hay que comportarse con
amorosa audacia y con una confianza totalmente filial”.
“Dinámica de la Confianza"
18
“Por más imperfectas que seamos, Jesús nos transformará en llamas de amor, con tal que
lo esperemos todo de su bondad”.
Ser siempre niños es ser humildes y “esperarlo todo de Dios”.
Finalmente, cuando le preguntan qué es el “caminito”, responde: “es el camino de la
confianza y del abandono total”.
Santa Teresita será siempre la santa del amor y de la confianza. El “caminito” es el último
camino de perfección que Teresa pensó en la tierra, y el último que podía pensar. Y la “infancia
espiritual”, dado que fue pensada en función del ideal, es en definitiva un camino de confianza.
Esa confianza es una confianza sumamente amorosa.
Su súplica confiada
Teresita repetía ésta máxima de San Juan de la Cruz: “el alma tanto alcanza de Dios cuanto
ella de él espera”.
Le decía a una hermana: “Conserva tu confianza inalterada, es imposible que Dios no te
responda, pues él proporciona siempre sus dones a nuestra confianza”.
“La confianza hace milagros”.
“Es imposible que no sean plenamente escuchados todos esos mis grandes deseos de los
que le hablo a Dios con tanta frecuencia”.
“No tenemos que tener miedo a desear demasiado ni a pedir demasiado a Dios”.
La magnificencia divina
“Acepta ser como ese niñito. No dejes de levantar tu piececito, por la práctica de todas las
virtudes, para subir la escalera de la santidad. No llegarás a subir ni el primer peldaño, pero
Dios sólo pide la buena voluntad. Vencido por tus esfuerzos inútiles, no tardará en bajar Él
mismo y, tomándote en brazos, te llevará para siempre a su reino”.
“Fíjate, si hacemos todos los poquitos esfuerzos que están en nuestras manos y lo
esperamos todo de la misericordia de Dios, y no de nuestras pobres obras, se nos
recompensará igual que a los más grandes santos”.
“Acepta el tropezar a cada paso, incluso caer, llevar tu cruz débilmente, ama tu
impotencia, y tu alma sacará más provecho que si, en alas de la gracia, realizases con
entusiasmo actos heroicos que llenarían tu alma de satisfacción personal y de orgullo”.
“la cáscara es dura, pero le aseguro que el fruto es exquisito. Dios no juzga como
nosotros, por las apariencias”.
Pobreza y obras
“Dios tiene necesidad de nuestro amor”. “El amor sólo con amor se paga”, y ese amor
demuestra su autenticidad con las obras: “El amor se demuestra con obras”. “Amándolo,
comprendí que mi amor no tenía que traducirse tan sólo en palabras”; de lo contrario nos
quedaremos en“pensamientos hermosos, que no son nada sin las obras”.
“Hay que hacer todo lo que está en uno, dar sin llevar cuentas, renunciarse
constantemente, en una palabra demostrar el amor con todas las buenas obras que se pueda”.
“No pienses, que seguir el camino del amor sea seguir un camino de descanso, hecho todo
él de dulzura y de consuelos.
¡No, es todo lo contrario! Ofrecerse como víctima al amor es entregarse sin reservas a los
caprichos de Dios, es esperar compartir con Jesús sus humillaciones y su cáliz de amargura”.
Lo deslumbrante y lo pequeño
El poner manos a la obra, cosa necesaria, no siempre equivaldrá a obtener resultados, lo
cual no es necesario. Y así, a fin de cuentas, uno será siempre el servidor inútil que espera que
Dios pondrá lo que falta. De ahí se sigue que “la obra” no siempre es sinónimo de “perfecta
ejecución”, a menudo significará (y esto es muy propio del “caminito”) únicamente el esfuerzo,
el intento de realizarla: portador real de amor, testigo de debilidad, recurso a la misericordia.
La obra de la renuncia
El “caminito de infancia espiritual” pasa también por la renuncia a todo lo que no se
compagina con el pobre que se apoya sólo en Dios. “El único bien que vale la pena es amar a
Dios con todo el corazón y ser pobre de espíritu aquí en la tierra”.
El pobre de espíritu debe despojarse de todas las seguridades puramente terrenas: “¡Nos
hace tanto bien reconocer que sólo Él es perfecto, que sólo Él debe bastarnos cuando quita la
rama que sostiene al pajarito!”
Teresa insistía “en que su caminito de humildad y de amor no era otro que el de San Juan
de la Cruz: nuestra nada y el todo de Dios. Hay que despojarse de lo que brilla...”
Hay que renunciar incluso al deseo de no caer: “¡Qué pocas son las almas que aceptan
caer, ser débiles, estar contentas de verse por el suelo y que los demás las sorprendan así!”
“Es necesario aceptar ser siempre pobres y sin fuerzas”. Entonces, esperaremos con una
confianza más pura: “Esta impotencia no debe nunca hacernos sufrir, sino que debemos
dedicarnos únicamente a amar”.El humilde de espíritu no se aflige ni se inquieta ni se preocupa
por el futuro; vive en paz, no pierde ni la alegría ni el ánimo, vive momento a momento.
Renuncia también al éxito, al deseo de ver frutos: “No hay que trabajar tanto con el fin de
realizar una obra perfecta cuanto por hacer la voluntad de Dios”. “Ofrece a Dios el sacrificio
de no recoger nunca frutos, es decir, de sentir durante toda tu vida repugnancia a sufrir, a ser
humillada, de ver que todas las flores de tus buenos deseos y de tu buena voluntad caen al
suelo sin producir nada”.
Renuncia al mérito: Para Teresa, los méritos son posesiones, derechos. Parecen aminorar su
pobreza, y, por lo tanto, su total dependencia de Dios. Su fe se volvería así menos pura, su
confianza menos ciega y su amor menos desinteresado. Y quiere prescindir santamente de ello.
En consecuencia, no puede admitir que las gracias que ha recibido le hayan sido dadas en virtud
de sus propios méritos: “sé que por mí misma ni siquiera merecería entrar en el purgatorio”.
Lo más hermoso de esta actitud y que Teresa incluye en el programa de su “caminito de
infancia espiritual” es la ausencia de cualquier intención de hacer valer las propias riquezas, el
deseo de esperarlo todo únicamente de la bondad de Dios, incluso la gracia de poder demostrar
nuestro amor con las obras.
Abandono a la acción de Dios: en amor infinito de Dios hay que “aceptarlo, arrojarse en
él, dejarse inundar y consumir por él”; mediante el arte de la apertura que se reduce a una
amorosa cooperación personal en sus distintos aspectos: en el sufrimiento, el abandono y sobre
todo la confianza:
El sufrimiento: “entregarse al amor es entregarse al sufrimiento”. Llegó a definir
su “caminito” como “el sufrimiento unido al amor”.Pero el sufrimiento del
“caminito” tiene su peculiaridad: que no ha de ser pedido. Cuando llega, el alma
debe acogerlo con amor, pero manteniéndose siempre en total abandono en cuanto a
la cantidad, la intensidad o la elección. “Yo no pido nada, eso sería salirme de mi
camino de abandono”. “No quisiera pedir nunca a Dios mayores sufrimientos. Si
Él los aumenta, los soportaré con alegría, pues vendrán de su mano. Pero si los
pidiese, serían sufrimientos míos, y tendría que soportarlos yo sola”.
“Dinámica de la Confianza"
21
La obra de la confianza
“Yo confío en ti”. La confianza en el otro supone siempre un acto de fe en su bondad, en su
poder, en su sensibilidad, en su fidelidad, un acto de fe que me resulta más fácil si tengo ya
experiencia de su ayuda.
La confianza supone un cierto grado de familiaridad, de “confidencia”: al percibir en el
otro el poder y el deseo de ayudarme, me acerco a él; al tener confianza, acabo por confiarme:
mi confianza es siempre un don de mí misma, me pongo un poco en manos de mi amigo.
Así, la confianza viene acompañada de la humildad: si yo no reconociese mi necesidad y
con frecuencia mi incapacidad para remediarla por mis propias fuerzas, no podría salir de mi
misma y refugiarme en el otro.
¿Cómo puedo tener confianza en alguien a quien no amo de antemano? Y a medida que mi
confianza se va haciendo más fuerte y más pura, irá ganando terreno la atención al otro por él
mismo. Puede incluso ocurrir que yo renuncie a exponer mi necesidad: aquel en quien tengo
confianza ya se preocupará por descubrirla y en tenderme la mano del modo más conveniente.
La ayuda del otro me parece una gracia, una pura liberalidad. La confianza me dispone
inmediatamente para el agradecimiento.
La perseverancia en la confianza
“La esperanza es una larga paciencia”
La labor de la confianza deberá proseguirse sin cesar. Sus resultados no los veremos de
inmediato. Y Teresa nos lo advierte. Pero en esta repetición es donde se ejercita la confianza y
también la caridad: en cierto sentido, la caridad esperada se vive confiando. Si no se alcanza de
Dios lo que se espera de Él, es porque no se ha esperado suficientemente: por la perseverancia,
nuestra confianza está llamada a purificarse, a intensificarse hasta alcanzar, hasta ser lo que
espera.
En el “camino de infancia espiritual”, hay que imitar a Teresa: cuanto más amaba, con
mayor confianza esperaba: “¡Confío en Ti, te espero a Ti de Ti y para Ti!”
soportar más; pero no tengo miedo, pues si los sufrimientos aumentan, Dios aumentará al
mismo tiempo mi valor”.
Dado que el valor y el ánimo dependen de Jesús, no tenemos que preocuparnos por el
mañana: “No debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso
es faltar a la confianza y meternos a creadores”. No, vivir el “ahora”, “nada más que por
hoy”, pensar sólo “en el momento presente”, sufrir “sólo en este momento”, “minuto a
minuto”, pues “momento a momento se puede soportar mucho”. Según Teresa, el camino de los
pobres de espíritu exige “vivir al día, sin hacer provisiones espirituales” y sin “buscar
augurios”.
Y para vencer las dificultades, aconseja sabiamente “pasar por debajo” de ellas, es decir,
“no mirarlas demasiado de cerca, no razonarlas, sino correr hacia Jesús”.
4º La gratitud: “Cuando pienso en todas las gracias que Dios me ha concedido tengo que
contenerme para no derramar incesantes lágrimas de gratitud”.
Pero no nos alarguemos. Sería un error insistir demasiado multiplicando las expresiones de
agradecimiento porque en la amistad ¿no es el don de uno mismo la respuesta mejor y la más
verdadera al don recibido?
1º: La mortificación está al servicio del amor: “todas las mortificaciones corporales sin
el amor no son nada, comparadas con la caridad”.
2º: La mortificación viene inspirada por las exigencias concretas del amor (por ejemplo
el amor al prójimo, el deber, la Regla) en todas las ocasiones que providencialmente se
“ofrecen”, y que por eso mismo se convierten en verdaderas cruces “buscadas”.
3º: La práctica sin tensiones ni coacción de ninguna clase: Teresa prefiere “practicar la
mortificación de una manera que deje más libre al espíritu”.
4º: Teresa da prioridad a la mortificación espiritual.
5º: Por lo que se refiere a los instrumentos: “En ese campo hay que ser muy
moderadas, pues con frecuencia se mezcla en ello más de inclinación natural que de otra
cosa”; no obstante, ella misma los utilizó mientras se lo permitieron.
Los ejemplos
Santa Teresita ofrece una serie de ejemplos:
Santa Cecilia, por “su abandono sin miedos”.
Madre Genoveva, una santa que se “santificó por medio de virtudes ocultas y
ordinarias”.
Beato Teófano Venard, que fue “la sencillez en persona, que llevó una vida
ordinaria, que siempre estuvo alegre, que quiso mucho a su familia y a la Madre de
Dios, y que vivió las dificultades con amoroso abandono”.
El ejemplo más alto del caminito: La Virgen María. La Gloriosa Madre de Cristo
aparece a los ojos de Teresa como el prototipo de los “pequeñitos”, María es la
“servilla”, “la humilde”. “Que no es cosa imposible caminar tras sus huellas”,
dice Teresa, “al practicar tú siempre las virtudes humildes, el camino del cielo
dejaste iluminado. Quiero ante ti, María permanecer pequeña”. Teresa señala en
María el marco de una vida ordinaria que invita a creer, a tener confianza, a
abandonarse.
Justicia misericordiosa
“Yo sé que hay que estar muy puros para comparecer ante el Dios de toda santidad, pero
sé también que el Señor es infinitamente Justo. Y esta justicia que asusta a tantas almas, es
precisamente lo que constituye el motivo de mi alegría y de mi confianza. Ser justo no es sólo
ejercer la severidad para castigar a los culpables, es también reconocer las intenciones rectas
y recompensar la virtud. Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia”.
Teresa no sigue el camino del temor que conduce a la justicia “severa”, sino el camino de
la confianza que conduce a la experiencia del amor. Su mismo “Juez” la llevará en sus brazos.
El arrepentimiento confiado
Teresa, convencida del primado de la misericordia, no duda en establecer la actitud que ha
de seguir frente a sus propias faltas.
Para repararlas, elige el amor: “una mirada de amor dirigida a Jesús y el reconocimiento
de la propia miseria lo reparan todo”.
Lo que caracteriza, para Teresa, esa mirada de amor es la confianza en la bondad divina.
Las faltas “entristecen” a Dios, pero (dice Teresa) “yo pienso que eso es sólo cuando los
suyos, sin darse cuenta de sus continuas indelicadezas, hacen de ellas una costumbre y no
piden perdón...Pero cuando sus amigos, después de cada indelicadeza, vienen a pedirle perdón
echándose en sus brazos, Jesús se estremece de alegría”, como el padre del hijo pródigo.
En esa actitud, Teresa tiene sus patronos: San Agustín, Santa María Magdalena... Le gusta
su arrepentimiento, pero le gusta sobre todo “la amorosa audacia” de la Magdalena: “Siento
que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del Corazón de
Jesús...”
“El recuerdo de mis faltas me humilla, y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia
fuerza, que no es más que debilidad; pero, sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y
“Dinámica de la Confianza"
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de amor. Cuando uno arroja sus faltas, con una confianza enteramente filial, en la hoguera
devoradora del Amor, ¿cómo no van a ser consumidas para siempre?”.
“Si el mayor pecador de la tierra, arrepintiéndose de sus ofensas en el momento de la
muerte, expira en un acto de amor, inmediatamente, sin calcular por un lado las innumerables
gracias de las que ese desdichado ha abusado y por otro todos sus crímenes, Dios no tendrá en
cuenta más que su última oración y lo recibirá sin tardanza en los brazos de su Misericordia”.
Teresa y el purgatorio
“No puedo temer el purgatorio”. “Sé que el fuego del amor tiene mayor fuerza
santificadora que el del purgatorio”.
“Dios, que es todo Él dulzura, atemperará al máximo la pena temporal debida al pecado, a
causa de nuestro amor”.
“...a los que son humildes y se abandonan en Él con amor, Dios, respondiendo a su
confianza, les inspirará en la hora de la muerte un acto de contrición perfecto que borrará toda
deuda, y por lo tanto no irán al purgatorio.”
“Hermana, Usted no tiene suficiente confianza (decía Teresa) tiene demasiado miedo a
Dios, y le aseguro que esto a Él le duele. No tema el purgatorio por los sufrimientos que allí se
padecen, sino desee no ir allá por darle gusto a Dios al que tanto le cuesta tener que imponer
al hombre aquella expiación. ¿No busca Usted agradarle en todo? Pues entonces, si tiene una
confianza inquebrantable en que Dios la purifica a cada instante con su amor y no deja en
Usted la menor huella de pecado, esté totalmente segura de que no irá al purgatorio”.
(hablando a otra hermana): “¿Usted quiere la justicia de Dios? Pues tendrá la justicia de
Dios. El alma recibe exactamente lo que espera de Dios”. (más tarde, tras un sueño sobre esa
hermana): “está en el purgatorio, sin duda porque no confió lo suficiente en la misericordia de
Dios”.
“Cuando se ama no puede haber purgatorio”.
“El amor y la confianza hacen que todo se perdone, incluso el purgatorio”.
A.M.D.G.