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Escritoras mexicanas de

hoy

Gabriella de Beer. Ensayista. Miembro del Departamento de Lenguas Romances del


City College de Nueva York. Una versión abreviada de este texto apareció en el
número 48 (primavera de 1994) de Review: Latin American Literature and Arts
(Americas Society, Nueva York), dedicado a las escritoras latinoamericanas
contemporáneas.

La literatura mexicana reciente no sólo despliega una variedad y una vitalidad más que
alentadoras, también una participación femenina que viene a transformar la historia
cultural de nuestras letras. A la revisión de las escritoras nacidas en las décadas de los
cuarentas y los cincuentas, se dedica este texto más que entusiasmado por las páginas de
nuestras novelistas y poetas y dramaturgas, mujeres de letras.

A medida que nos acercamos al fin de siglo y contemplamos en retrospectiva la


literatura mexicana de los últimos cien años, nos sorprende el volumen y la variedad de
escritos y escritores.

Un aspecto descollante de esa actividad es la presencia de un número significativo de


mujeres escritoras. Digamos de entrada que las mujeres escritoras no son ni una
novedad ni una aberración. Han existido a lo largo de todo el siglo y desde antes, pero
su número y prominencia nunca fueron tan manifiestos como en las cuatro últimas
décadas.

A la pregunta hipotética de ¿qué sucede hoy en la literatura mexicana escrita por


mujeres?, hay respuestas muy diversas. Las escritoras activas son tantas que no resulta
difícil recitar un catálogo de nombres, prueba de que lo extraordinario se ha vuelto
ordinario. Seis de las autoras que ejemplifican la amplia gama del discurso femenino
contemporáneo nacieron en los cuarentas y cincuentas: Brianda Domecq (1942), María
Luisa Puga (1944), Silvia Molina (1946), Angeles Mastrella (1949), Laura Esquivel

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(1950) y Carmen Boullosa (1954). Son tan similares y diferentes entre ellas como
cualesquiera otras seis que se hubiera seleccionado. Precisamente esas similaridades y
diferencias las convierten en representativas de las escritoras mexicanas de hoy.

Brianda Domecq nos dice en BD/De cuerpo entero (1991) que nació en Nueva York de
padre español y madre norteamericana y, por consiguiente, el inglés fue su primera
lengua. Comenzó a escribir en español relativamente tarde en su vida, como a los 25
años. Hizo en ese momento un esfuerzo consciente por apartarse de su origen
norteamericano y de su lengua y cultivar sus raíces mexicanas. Fue después de casarse y
criar a sus hijos cuando decidió estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de
México y dedicarse a escribir, el pasatiempo de su infancia y adolescencia. Domecq es
muy consciente de su status de mujer y de escritora. Cree que la literatura escrita por
mujeres forma un corpus muy específico, con un contexto, voz y visión propios, al que
hay que juzgar de acuerdo con sus propios méritos.

La primera obra de ficción que publicó Domecq, la novela Once días…y algo más
(1979), se basa en el secuestro y los once días de cautiverio que vivió y sufrió en 1978.
Esta novela de carácter autobiográfico pone a prueba toda la habilidad de Domecq como
narradora, porque su autora, basándose en esa experiencia, crea una historia singular.
Con los ojos vendados, imagina el aspecto de los secuestradores, la mejor manera de
acercarse a ellos, en que tono de voz hablarles y cómo convencerse a sí misma de su
propia cordura. La facilidad excepcional que posee Domecq para divertir, lisonjear,
distraer y convencer con el lenguaje es evidente en esta primera novela que expone su
capacidad de narradora.

Brianda Domecq aprendió de su padre, quien le contaba cuentos infantiles, el arte de la


narración y la dramatización, y no deja de ser natural que le atraiga el cuento corto.
Bestiario doméstico (1982) es una colección de relatos de temas diversos, muchos de
ellos sobre mujeres, sus relaciones con los hombres, la sexualidad y el envejecimiento.
En estos cuentos Domecq demuestra su dominio del lenguaje. Se vale de este para
sugerir significados, mantener en suspenso y absorber al lector. Como en su novela
anterior, recurre al humor para transformar en liviano lo grave.

La antología Acechando al unicornio: la virginidad en la literatura mexicana (1988) está


en consonancia con el interés de Domecq y por las escritoras y por las mujeres como
temas y objetos de dominación en una sociedad patriarcal. Este volumen nos brinda una

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colección de textos breves (cuentos, capítulos de novelas) escritos por autores
mexicanos sobre la virginidad, desde la época colonial hasta el presente. Lo precede un
estudio sobre el tema en la sociedad mexicana así como su frecuencia en las letras
mexicanas. A través de ejemplos Domecq rastrea el culto a la virginidad y al himen, y
los mitos y costumbres que lo rodean.

La segunda novela de Domecq, La insólita historia de la Santa de Cabora (1990), en


proceso de gestación por 17 años, tal vez sea el punto cumbre de su producción literaria
hasta la fecha. En esta larga novela, Domecq crea o recrea la historia y el personaje de
una figura histórica del siglo XIX, Teresa Urrea. Hija ilegítima de amo y sirvienta,
Teresa rompe todos los mitos, tabúes y tradiciones y se convierte en objeto de un culto,
una revolucionaria, y la fuerza dominante en una sociedad patriarcal. La trama, larga y
compleja, esta cuidadosamente tejida, con cada hilo en su lugar. Después de La insólita
historia de la Santa de Cabora, no nos queda más que esperar con anhelo las próximas
publicaciones de Domecq.

María Luisa Puga empezó a escribir de niña; desde los nueve años llevaba un diario o
cuaderno y entonces tomó la temprana decisión de ser escritora. Puga nunca estudio
literatura a nivel formal. Tomó cursos y leyó por su cuenta, primero sumergiéndose en
la literatura inglesa y después en los escritores del boom latinoamericano, en los
austriacos y en los italianos. Su interés por la literatura se nutre de la lectura
ininterrumpida de diferentes escritores, desde mexicanos hasta norteamericanos, rusos y
franceses. Puga se considera algo así como una “fuereña” por haber abandonado la gran
ciudad dos veces, una en 1968 por diez años, cuando vivió en Europa y Africa Oriental,
y después en 1985, cuando partió a vivir a Zirahuén, Michoacán. Allí encontró el lugar
ideal para escribir, libre de las exigencias del mundo literario, que suelen ser de carácter
tan poco literario. En Michoacán, Puga tampoco forma parte de la sociedad rural y
también allí se considera “fuereña”. No obstante, este entorno le proporciona la
tranquilidad y la ausencia de distracciones que ella anhela. A pesar de la necesidad que
siente de silencio e intimidad, Puga participa activamente en talleres literarios para
niños, adultos y maestros. Ese trabajo ocupa un lugar importante en su vida porque
proporciona un espacio literario a quienes no han tenido la oportunidad de trabajar con
la lengua y disfrutar de la lectura. La autora también colabora regularmente en El
Economista; considera su trabajo periodístico como una conversación entre ella y el
lector.

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Miembro de una generación de escritoras consagradas en la escena literaria, Puga tiene
una opinión sensata de las mujeres escritoras y del concepto de “literatura feminista”.
Para ella, el ascenso de las escritoras muestra su evolución desde una especie de
aislamiento que insistía en temas feministas hasta la incorporación más completa al
mundo literario, mundo enriquecido con los puntos de vista de las mujeres sobre la
naturaleza humana y toda una amplia gama de tópicos.

La lista de publicaciones de Puga es impresionante. Su primer libro, Las posibilidades


del odio (1978), está compuesto por seis novellas o cuentos muy largos que se
desarrollan en Kenia y que juntas forman una unidad. Estas narraciones son textos
separados y sus temas -odio, racismo y colonialismo- se pueden extender a otras
ciudades y países. Pánico o peligro (1983) se vale de la protagonista para explorar la
vida de la Ciudad de México en los años ochenta. Una mujer joven, Susana, sujeto y
objeto de su propio discurso, escribe para comunicar sus sentimientos, por que se niega
a adaptarse al papel asignado por la sociedad y sobre su relación con otras tres mujeres
jóvenes, amigas suyas desde la infancia. El estilo es denso, una mezcla de diálogo con
otros personajes, de relato de acontecimientos del pasado y de la reacción a ellos de la
protagonista-narradora. El lector sigue los rodeos de la vida de Susana mientras ella
lucha por descubrir su lugar en la sociedad mexicana.

Puga es tan diestra en el cuento corto como lo es en la novela. Dos colecciones dignas
de atención, Accidentes (1981) e Intentos (1987), sobre variados lemas, demuestran su
habilidad para recrear la conversación. Esta capacidad también se observa en su última
novela, Las razones del lago (1992), en la que se dirige a un entorno rural (una
población de Michoacán), valiéndose de perros callejeros como narradores.

María Luisa Puga es sin lugar a dudas una escritora en serio. Su vida y actitud hacia la
profesión la han hecho versátil y prolífica. Trabaja con ahínco en varios proyectos,
algunos de los cuales verán luz pronto.

Silvia Molina hizo su debut literario en 1977 con una novela, La mañana debe seguir
gris, que ganó el premio Xavier Villaurrutia. Comenzó a escribir de niña, pero sólo
hasta que participó en un taller literario se dio cuenta de que tenía vocación. Esta
vocación se afianzó cuando estudió literatura en la Universidad Nacional Autónoma de
México o, como ella dice, cuando aprendió a leer. La experiencia universitaria le
compensó su anterior acercamiento a la literatura que, según ella, hizo más para

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distanciarla que para atraerla a la lectura. La mañana debe seguir gris contiene
elementos que caracterizarán las obras posteriores de Silvia Molina: un marco de
referencia histórico, la búsqueda de identidad por parte de la protagonista y un estilo de
prosa escueto y pulido. La trama de su primera novela, considerada autobiográfica por
muchos, trata de una joven que parte de su país a finales de los sesentas, rompe con su
familia y se une a un amate. Molina niega la interpretación biográfica de la novela,
rechaza que hable de sí misma en alguna de sus obras y reivindica que ella se inventa a
través de sus textos en un juego con reglas complejas. Atribuye su éxito a una ruptura
con el tipo de novela que se había escrito en México hasta entonces, al aura de
autenticidad que crea mediante el uso de nombres de gente real en una obra de ficción y
al personaje de una mujer rebelde como protagonista.

Esta inclinación de la escritora por los contextos históricos se pone de manifiesto en


Ascensión Tun (1981) y La familia vino del norte (1989), dos novelas muy disímiles.
La primera refleja el interés de Molina por la antropología y la historia y trata de las
luchas étnicas que tuvieron lugar en Yucatán a mediados del siglo XIX y el milagroso
ascenso de un muchacho maya huérfano. Aunque se trata de una novela muy breve y
aparentemente simple, posee una estructura compleja resultado de un trabajo histórico-
documental. La familia vino del norte es la vida de un general en los años veinte,
después de la Revolución. Ese general, Teodoro Leyva, es el abuelo de la protagonista,
Dorotea, quien después de la muerte de este, no puede resistir la tentación de descubrir
sus secretos. A medida que la investigación avanza, Dorotea va evolucionando personal
y profesionalmente en busca de su identidad. En esta novela Silvia Molina afina su
oficio de narradora y crea una obra de múltiples dimensiones. Nos remonta en el tiempo
a los años de Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Benjamín Hill; construye puentes
que van de este período a los años sesenta y setenta; desarrolla a la protagonista
principal hasta convertirla en una mujer joven y convincente que busca definir su propia
individualidad.

Otros textos de Molina son su novela, Imagen de Héctor (1990), y las notables
colecciones de cuentos cortos Dicen que me case yo (1989) y Un hombre cerca (1992).
También escribe crítica y libros de niños, textos ilustrados que hacen la historia y las
leyendas de México atractivas y comprensibles a lectores jóvenes. Silvia Molina
también es directora de una pequeña editorial.

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Carmen Boullosa es una autora apasionada para quien la escritura comenzó casi como
una llamada espiritual cuando era adolescente. A los 15 años, empezó a escribir poesía y
prosa y decidió que esta sería su profesión. Más tarde, con más madurez y experiencia,
se percata de que la ambición sin disciplina no conduce a nada. Ni su temprana pasión
ni la absorción por la profesión han disminuido: su persona y su mundo se definen por
la escritura, parte integral de su vida cotidiana.

La obra de Carmen Boullosa es abundante y variada. Incluye obras de teatro, novelas y


poesía. Sus primeras publicaciones fueron de poesía: El hilo olvida (1978) y La
memoria vacía (1978). Su primera novela, Mejor desaparece (1987), la terminó siete
años antes de publicarla; la segunda, Antes, apareció en 1989 y la terminó antes de
publicar la anterior. Para Boullosa, cada obra es una experiencia emocional y aterradora,
y prefiere dejar descansar su manuscrito antes de desprenderse de él. Desde entonces
(1989), ha publicado tres novelas, Son vacas, somos puercos (1991), El médico de los
piratas (1992) y Llanto, novelas imposibles (1992).

La literatura y las actividades relacionadas con ella consumen a Carmen Boullosa.


Aprendió el arte de la composición tipográfica y de la encuadernación y ha publicado
algunas obras, suyas y de otros, en pequeñas ediciones. Ha escrito para el teatro, y ha
dirigido obras y supervisado puestas en escena en el teatro-bar que regentea. Considera
necesario hacer lecturas de poesía para que, además de ser leídas, sus palabras se
escuchen. Boullosa lleva a cabo todas esas actividades con una compulsión y pasión
casi espirituales.

Las novelas de Boullosa, variadas en tema y estructura, son difíciles de catalogar y


atraen a un público de lectores más limitado. Su autora esta absorta en la historia, los
mitos y en el poder de las palabras. La prosa ha de estar viva, mantenerse por sí sola,
afectar al lector e ir más allá de la anécdota. Mejor desaparece, su primera novela, se
desarrolla en el México del siglo XX. Es una obra fragmentaria, cuya trama sobre un
viudo que no puede imponer su autoridad sobre sus tres hijas nos sumerge en un mundo
al borde de la demencia.

Antes ganó el premio Xavier Villaurrutia y, aunque recuerda a su primera novela, sus
divertidas anécdotas aligeran la lectura. Antes parece autobiográfica pero la autora
insiste en que no lo es. La novela, narrada por la más pequeña de tres hermanas, trata de
la educación y los acontecimientos, en el hogar y en la escuela, que constituyen el

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mundo de la narradora. Como en Mejor desaparece, también aquí muere la madre. Pero
Antes no es una novela propiamente realista pues contiene muchos elementos
sobrenaturales y fantásticos.

En 1990, Boullosa publicó Son vacas, somos puercos, una novela ambientada en el
siglo XVII y desarrollada en la isla de Tortuga entre piratas de una comunidad en la que
están proscritas las mujeres. En 1992 se publicaron El médico de los piratas y Llanto,
novelas imposibles, obras que llevan al Lector a mundos extraños y difíciles. La
imaginación de Boullosa no para; trabaja constantemente produciendo y afinando ideas
para otros libros. Para ella, un libro debe ser una obra de arte sometida a la disciplina
del oficio. En la actualidad, prepara una novela sobre un arqueólogo que acompaña a
Maximiliano y Carlota a México, y otro sobre mujeres piratas.

Tanto Angeles Mastretta como Laura Esquivel escribieron primeras novelas que se
convirtieron en best-seller. Ambas han abierto brecha en la historia editorial rompiendo
records de ventas en México y en el extranjero con la traducción de sus novelas a varias
lenguas. Arráncame la vida (1985) de Mastretta nos lleva al mundo de la política de los
años treinta y cuarenta en México en un estudio sobre la interacción del poder en el
gobierno y en las relaciones entre hombres y mujeres. En Como agua para chocolate
(1989), Esquivel nos transporta a las primeras décadas del siglo y a la Revolución
mexicana. Su historia trata del destino de las hijas en una familia encabezada por una
madre dominante. Curiosamente las recetas y la cocina forman el marco de referencia
de la novela y ejercen poderes mágicos en lo que de otro modo sería una narración
realista.

A Angeles Mastretta el éxito le llegó por sorpresa. Antes de publicar Arráncame la vida,
era periodista, dirigía entrevistas en televisión y radio y también un museo. Su novela
fue cobrando forma en su imaginación durante un tiempo y la escribió en un año,
cuando el editor le dio un adelanto de las regalías en compensación por el salario que
perdía. Ganó el premio Mazatlán de Literatura y pasó de inmediato a una edición tras
otra y a múltiples traducciones. La obra se desarrolla en Puebla, donde Mastretta nació y
vivió los 20 primeros años de su vida, y sigue la carrera política del corrupto, cruel e
inhumano general Andrés Ascencio y su manipulación del poder. La narra su esposa,
Catalina, una mujer joven e ingenua que pasa por un proceso de autodescubrimiento y
desarrollo, llega a tener ideas propias y toma la determinación de llevarlas a cabo. Para
Mastretta, la trama de su novela es una mezcla de realidad y ficción: realidad en tanto

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que existió ese general sobre el que escucho historias de horror cuando era niña, y
ficción porque la narradora es más una mujer de hoy que de los treinta o cuarenta. Las
letras de canciones populares desempeñan un papel importante en la novela y sirven de
conexión entre sus diversos niveles. Mastretta atribuye el éxito de su novela a varios
factores: se lee bien y con facilidad, sus personajes son atractivos e interesan a lectores
de ambos sexos, y es una historia sobre el poder. Cuando se le acusa de escribir
“literatura fácil”, Mastretta se indigna y dice, “si yo me propusiera escribir libros
oscuros podría escribir libros oscuros. Quiero regalarles a los lectores un boleto de
avión a otro mundo”.

El segundo libro de Mastretta, Mujeres de ojos grandes (1990), es una colección de


cuentos cortos sobre una serie de “tías” en un momento crucial de sus vidas. Esas
mujeres son a la vez cautivadoras, divertidas, serias y, sobre todo, extraordinarias.
Descubren que su mundo podría ser diferente y que podrían vivir de otra manera. Este
libro también ha alcanzado gran éxito y ha sido traducido a muchas lenguas. Para
Angeles Mastretta, entrar en el mundo de la ficción ha sido un proceso de evolución que
se remonta a sus primeros años en Puebla y a la veneración por su padre, que escribía en
una vieja Olivelli, a su afición a contar historias y a su desarrollo algo tardío como
lectora de literatura seria. Es consciente de su “condición femenina” y le atribuye una
tendencia a posponer sus intereses profesionales y su incapacidad para decir “no” a las
innumerables peticiones de artículos y presentaciones personales. No obstante, no se
considera una teórica del feminismo y lo único que quiere es ser aceptada como
escritora, no como mujer que escribe. Sus lectores esperan con expectativa su próxima
novela sobre una mujer en la época de la Revolución, pero con actitudes más típicas de
los setentas.

La única obra de Laura Esquivel que se ha publicado hasta la fecha, Como agua para
chocolate, es un best-seller en México y en los Estados Unidos. Ha sido traducida a
muchas lenguas y la versión única, un éxito extraordinario en México, ha atraído a
grandes públicos en otros países. En realidad, la película ha hecho de la novela un éxito
aun mayor.

Para Laura Esquivel, su nacimiento como escritora de ficción no fue planeado. Su


carrera comenzó en el campo de la enseñanza y después se paso al teatro y a la literatura
de niños. Dirigió talleres de literatura infantil y escribió guiones para teatro, cine y
televisión. Cuando la producción de películas era baja en México, se embarcó en la

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escritura de su novela y le dio la estructura de una película ideal, aunque nunca creyó
que llegaría a serlo. Lo consideraba un guión suyo que no iba a sufrir en manos de los
editores. En la trama hay un elemento autobiográfico, el personaje de la madre
dominante que no le permite casarse a su hija más pequeña porque su obligación era
cuidarla a ella. La autora recuerda a una tía abuela solterona que se ocupó de su madre
viuda hasta que esta falleció.

Otro elemento autobiográfico deriva de las recetas auténticas que ha habido en la


familia de Esquivel por generaciones. Para Laura Esquivel, cocinar posee cualidades
casi místicas: nos transporta al pasado, un pasado encerrado en recetas que mantienen
vivas nuestras tradiciones. Como agua para chocolate revaloriza la cocina como espacio
sagrado y evoca la nostalgia por los rituales y la naturaleza. La comida y la química que
implica cocinar, desatan fuerzas internas que se combinan con fuerzas externas para
concitar un mundo equilibrado.

La acción ocurre en un rancho mexicano en la época de la Revolución. La protagonista,


Tita, la hija menor, soporta con resignación, venganza y humor no poderse casar con el
hombre amado. Paulatinamente Tita se convierte en el símbolo de una nueva sociedad
configurada por las fuerzas externas de la Revolución. La trama se entreteje con
elaboradas recetas cuyos ingredientes producen a veces efectos mágicos y cómicos.

¿Qué le depara el futuro a Laura Esquivel como escritora? Además de guiones de cine,
trabaja en una novela de misterio desarrollada en el año 2200. Su vasto público de
admiradores esta a la expectativa.

La literatura mexicana contemporánea escrita por mujeres es un fenómeno que hay que
tomar en cuenta.

Sin duda es demasiado pronto para predecir cómo responderán los críticos a este
conjunto de escritoras mexicanas treinta años después. Pero una vista panorámica de lo
que sucede actualmente nos revela que las mujeres nacidas en los cuarentas y cincuentas
trabajan activamente y producen narrativa, poesía y teatro. Contribuyen con sus talentos
a la sociedad a través de talleres de redacción, en la preparación de ediciones y
participan en todo tipo de actividades literarias. Domecq, Puga, Molina, Mastretta,
Esquivel y Boullosa son representativas de esta generación. Comparten algunas
características y difieren en muchas otras. Algunas se han consagrado por completo a

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escribir en una decisión consciente de que la literatura iba a ser su profesión. Otras
llegaron a la escritura relativamente tarde. No todas coinciden en si el hecho de ser
mujeres ha contribuido al éxito de sus obras.

Las escritoras que hemos presentado si coinciden en que tienen una deuda con otras que
las precedieron, especialmente con Rosario Castellanos (1925-1974), Elena Garro
(1920) y Elena Poniatowska (1933). Son también conscientes de que hubo otras
escritoras con obra importante; sin embargo, en su momento estas no recibieron el
reconocimiento que merecían. A cada quien le atemoriza a su manera el interés que ha
despertado su obra, sobre todo fuera de México y del mundo de habla hispana. Ninguna
siente que la sociedad o el mundo de las letras la haya discriminado o colocado en una
categoría diferente por ser mujer. Todas están convencidas de su profesionalismo y de la
seriedad de su trabajo. Su máxima esperanza es que las consideren buenas escritoras, no
mujeres que escriben.

Podría decirse que en ningún momento de la rica historia de la literatura mexicana ha


habido tantos escritores jóvenes y, entre ellos, un número tan extraordinario de mujeres.
Si estas seis escritoras -Brianda Domecq, María Luisa Puga, Silvia Molina, Ángeles
Mastretta, Laura Esquivel y Carmen Boullosa- son representativas del conjunto, es un
buen augurio para el futuro.

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