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La historia desde la visión de San Agustín

 Biografía

Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín (en latín, Aurelius Augustinus

Hipponensis; Tagaste, 13 de noviembre de 354-Hipona, 28 de agosto de 430) Teólogo

latino, una de las máximas figuras de la historia del pensamiento cristiano. Excelentes

pintores han ilustrado la vida de San Agustín recurriendo a una escena apócrifa que no por

serlo resume y simboliza con menos acierto la insaciable curiosidad y la constante

búsqueda de la verdad que caracterizaron al santo africano. En lienzos, tablas y frescos,

estos artistas le presentan acompañado por un niño que, valiéndose de una concha, intenta

llenar de agua marina un agujero hecho en la arena de la playa. Dicen que San Agustín

encontró al chico mientras paseaba junto al mar intentando comprender el misterio de la

Trinidad y que, cuando trató sonriente de hacerle ver la inutilidad de sus afanes, el niño

repuso: "No ha de ser más difícil llenar de agua este agujero que desentrañar el misterio que

bulle en tu cabeza."

San Agustín se esforzó en acceder a la salvación por los caminos de la más absoluta

racionalidad. Sufrió y se extravió numerosas veces, porque es tarea de titanes acomodar las

verdades reveladas a las certezas científicas y matemáticas y alcanzar la divinidad mediante

los saberes enciclopédicos. Y aún es más difícil si se posee un espíritu ardoroso que no

ignora los deleites del cuerpo. La personalidad de San Agustín de Hipona era de hierro e

hicieron falta durísimos yunques para forjarla.


 ¿Qué es la historia?

La filosofía de la historia de San Agustín es una teología de la historia. En la historia

vista por San Agustín no solo aparece la justicia divina de Dios, sino también su

misericordia, por ello, la historia es al mismo tiempo que castigo, redención de este castigo.

Para el cristiano la historia se hace posible mediante el pecado, es decir, a través del

quebrantamiento de la ley divina, por el afán de conocer el bien el mal. Pero el pecado es

solo la posibilidad y el fundamento de la historia, pues tal como lo consiga Mora, J en el

texto, “la historia es, sin duda, historia de los pecados humanos, pero también de la

salvación de los mismos”, es desde esta concepción como San Agustín denomina a la

historia como: la historia del gran drama de la salvación.

Para ubicarnos en la visión de San Agustín, será necesario distinguir la época que

influyo en su concepción de la historia. Hacia el año 413 San Agustín empiezo a escribir su

libro Cuidad de Dios, el irrumpir de los pueblos barbaros sobre el Imperio había dejado de

ser un hecho pacifico, ese tiempo, representa un pasaje oscuro y apasionante de la historia,

pues es la época de la disolución del mundo antiguo, la llamada decadencia>> Ante esa
<<

gran crisis del mundo, San Agustín escribe su teología de la historia y todo contenido de su

visión debe ser entendido partiendo de esta única situación.

Desde este punto, no solo se parte de visión cristiana y agustiniana de la historia,

también se incluye la visión de la naturaleza. Para el cristiano, la naturaleza es el mal, pero

es el mal necesario e indispensable, porque tiene su sentido en la realización del drama de


la historia, pues la naturaleza no tiene ningún sentido sino ha sido hecha para que el hombre

pudiera desenvolverse en ella; en este orden, el cristiano concibe la naturaleza como parte

del hombre, el cual es definido justamente como un compuesto de dos elementos

contradictorios y, sin embargo, coexistentes: su miseria natural y su grandeza divina, su

radicación en el mundo y en la tierra y su posibilidad de llegar, por la gracia, hasta la

contemplación de Dios. La naturaleza es, como dirá posteriormente Hegel, lo que está ahí,

muda y paciente, para que sobre ella puede desenvolverse, como sobre un escenario, el

drama de la historia, un drama que puede ser llamado la tragedia humana.

¿Quiénes participan en la historia?

Según esta visión, el drama de la historia no tiene espectadores, sino únicamente actores.

Estos actores son los hombres, todos los hombres. Por eso el hombre es, en el fondo,

únicamente un actor, un ser que lleva la máscara y que por llevarla es llamado precisamente

lo que, al parecer, significa ‘máscara’: una persona. La personalidad del hombre consiste en

estar enmascarado, en este su desempeñar el papel que le corresponde, que le ha sido

asignado de ante mano desde los tiempos en que no había nada, ni siquiera tiempo, porque

todo estaba en el seno de Dios como modelo y paradigma. La historia, nace propiamente

cuando nace, por la voluntad de Dios, el tiempo y, con él, el mundo y, con el mundo, el

hombre. El cristiano se encuentra con un universo que ha surgido por la creación, que ha

tenido no solo un fundamento real, sino un comienzo en el tiempo. Pero el tiempo no tiene

sentido si no sirve justamente para que, a lo largo de él, se desenvuelva lo que es

esencialmente temporal: la persona humana y su dramática historia.


¿Qué participa en la historia?

La historia bosquejada por San Agustín es a la vez un intento de comprender la variedad

de las épocas y de los pueblos, el primer esfuerzo que se hizo en el mundo antiguo para no

convertir la historia universal en una crónica doméstica. La filosofía de la historia de San

Agustín es la historia de toda la sociedad humana, la cual se halla ligada, según sus propias

palabras, por <<la comunión y el lazo indisoluble de una misma naturaleza>> Ahora bien, esta

concepción toma como punto de referencia algo que va más allá de la evolución de un

pueblo o de la comunidad de la una raza, lo que hace a la visión cristiana muy distinta de

todas es la idea agustiniana de separar la ciudad terrenal de la ciudad divina, de dar lo que

corresponde a cada una de ellas: a César y a Dios.

La separación entre Dios y el César como separación entre la religión y el Estado, o en

el orden individual entre el hombre y el ciudadano, había sido preparada ya en el crisol de

una extraña fusión de creencias y esperanzas que se conoce como sincretismo. El rasgo

característico del régimen antiguo había sido la vinculación de lo estatal con lo religioso.

La cuidad terrenal era al mismo tiempo, la cuidad divina y el Estado-Cuidad era al mismo

tiempo concebido como Estado-iglesia, esto se había mantenido imperturbable hasta que

con la expansión de Roma resulto imposible de conservar. El mundo antiguo se había

mantenido firme dentro de sus estrechos límites mientras no hubo separación entre lo

religioso y lo profano, es decir, mientras hubo como en los comienzos, creencias verdaderas

y no, creencias a medias.


En realidad, la disolución del mundo antiguo comenzó cuando, tras la vacilacilacion y el

hueco dejado por la fe y la confianza en los dioses, apareció lo que denominamos el amor al

saber, la filosofía.

¿Qué debe contar la historia?

En la visión del cristiano, el drama de la historia no ocurre más que una sola vez. Por

eso la historia es verdaderamente dramática y no cabe pedir en ella ni paz, ni tranquilidad,

pues la historia es, por principio la inquietud misma, el vivir sin reposo hasta que el corazón

descanse en Dios. En la historia no hay para San Agustín ninguna paz y sosiego. El sosiego

se encuentra únicamente en la cuidad de los elegidos en la que no hay tiempo, variación ni

discordia, una ciudad divina que llega hasta este mundo bajo la forma y el aspecto de la

Iglesia. Para el cristiano hay dos ciudades y una sola patria verdadera: La ciudad de Dios.

La diferencia entre la cuidad de Dios y la cuidad de diablo, su nacimiento, su lucha y la

victoria final y definitiva de la primera constituye así el eje de la teología agustiniana de la

historia.

La cuidad divina es la cuidad de los hombres destinados a la salvación; la cuidad

terrenal es la cuidad de los hombres a que quienes la gracia no ha alcanzado. Esta

separación es solo interna, pues solo es conocida por Dios, porque solo en Él están los

nombres de los habitantes de los dos mundos. La presciencia divina de las cosas futuras, la

providencia de Dios que rige la historia de tal modo que no hay ni puede haber en ella nada

que no estuviera previsto y designado desde siempre. Sin embargo, el hombre es libre y es

definido como un ser que goza de la libertad, pero esta libertad que tan graciosamente le es

dada, es solo, la libertad para el pecado, la libertad para la historia.


La historia comienza con un pecado original, que es sabido de Dios, pero que produce

del hombre, de su libertad abusada, de su mismo ser y realidad defectuosa, principio de la

culpa y del mal. La oportunidad de ser parte de la sociedad de Dios se esfumo desde el

momento que el hombre hizo –por su libre albedrío humano– una elección que determino la

historia, una cadena en la que cada uno de nosotros está envuelto sin posibilidad de

evasión. La historia comienza con Adán, pero solo con un momento de la existencia de

Adán: con el pecado. Desde ese momento la historia quedo iniciada y dividida por las

disipaciones del cielo. Disposiciones del cielo más que acontecimientos en la tierra, pues lo

que caracteriza las etapas de la historia no es tanto lo que ocurre en ellas; lo que hace de la

historia un progreso no es el aumento del poder del hombre, sino más bien, la revelación

del Dios escondido. Todo lo que queda fuera de esta revelación, queda fuera de la <<historia

eterna>>.

La justicia de condenar a todos y la misericordia de salvar a algunos es lo que le da

sentido a la visión agustiniana de la historia, desde esta perspectiva no acaba todo bien, ni

todo mal, en ella mueren, con una eterna muerte sin reposo los condenados, pero viven con

una vida sin más inquietud y desasosiego los que están inscritos en el registro de una ciudad

que está constituida desde siempre, pero que solo quedara colmada cuando la historia, ese

sueño que es una pesadilla, hay terminado de ser soñada.

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