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RESEÑA DEL TEXTO: “DERECHOS HUMANOS”

DEL AUTOR: MAURICIO BEUCHOT PUENTE

L.P. SILVIA ANDRELI DÍAZ NAVARRO1


L.F. LUIS GABRIEL MATEO MEJÍA2

En este estudio se plantea la postura filosófica del iusnaturalismo, no como


un simple principio filosófico, aspecto metodológico o una ideología, sino
como una postura de sentido significativo. Fuertemente arropada de una
interpretación analógica, con la que este conocido investigador nos regresa
a la mesa del diálogo, en materia de fundamentación de los derechos
humanos. Desde la introducción, el autor, menciona el paisaje de este
tratado, conjuntando algunas investigaciones publicadas y otras recién
formuladas, estructurando todos sus estudios de esta materia en una visión
de conjunto. De forma indicativa y declarativa, la visión de este tratado nos
arroja luz sobre la situación conceptual e ideológica de los derechos
humanos, tanto en la historia reciente de Norteamérica, como en
Latinoamérica y México.

Para enfatizar los rasgos conceptuales y racionales de este estudio,


Beuchot comienza con la teoría de los derechos humanos, especialmente
en la propuesta de Ronald Dworkin, que con una base doctrinal de J. Rawls,
retoma el principio natural primigenio en donde descansa el iuspositivismo
para fundamentar los derechos humanos, como garantías de la misma
naturaleza y condición humana. Separa así, el método de la ideología, es
decir, se proyecta una compatibilidad entre el iusnaturalismo como método,
con el iuspositivismo como ideología, refiriéndose a Bobbio. Puesto que,
este último, hace resaltar los hechos de facto que tienen las constituciones
y las leyes, de aquellos elementos que no requieren de la experiencia de la

1
Silvia Andreli Díaz Navarro. Licenciado en Pedagogía, UNAM. Licenciada en Prescolar, SEP y Maestra en Tecnologías para
la Educación, UDAVINCI. Docente de Asignatura.
2 Luis Gabriel Mateo Mejía. Licenciado en Filosofía, IF. Ingeniero en Desarrollo de Software, UnADM y Maestro en

Tecnologías para el Aprendizaje, UDG. Docente de asignatura.


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sociedad en conjunto, como puede ser el mismo concepto de derecho, de
libertad, de responsabilidad, de igualdad, de equidad y de dignidad.

En cuanto a la ética discursiva, se analiza la propuesta de Adela Cortina,


puesto que los derechos humanos son mínimos discursivos. Para esto, la
ética mínima cortiniana, externa la diferencia entre la ética formal y la ética
material, a través de una hermenéutica critica, asumiendo un
iusnaturalismo procedimental. Es decir, la formalidad del lenguaje y el
discurso, contienen un mínimo de elementos sustanciales que dan pauta al
reconocimiento del otro, con una cierta condición de responsabilidad y
racionalidad, por lo que la materialidad o los aspectos positivos del derecho
y la jurisprudencia, vienen consecuentes al reconocer la capacidad de
diálogo, de negociación y de acuerdo, así como los elementos de base que
permiten la socialización en un marco legal. En este contexto, los actores
del diálogo, son previamente vlidados o referenciados a las características
mínimas que implica la propia naturaleza humana para dialogar y actuar
con sentido moral.

De igual manera, entrando de lleno en la postmodernidad, se analizan las


propuestas de Foucault y Savater. En el primero se retoma el aspecto de
derecho absoluto, especialmente considerado por facciones partidistas o
gobiernos vigentes, que con la bandera de institucionalización, caen en el
paralogismo de lo univoco con respecto a los derechos, y terminan por
absolutizar derechos de unos, sin considerar las desventajas equitativas o
igualitarias para con otros. De igual manera, en el segundo pensador, más
acertado en un derecho que corresponde consecuentemente con las
virtudes personales y cívicas, describe el derecho natural, como una base
irreductible a la superficie de la institucionalización. Savater, en su lucha
por salir de las esferas de lo postmoderno, critica el dogmatismo ciego que
implica considerar los derechos naturales, como simples naturales,
aludiendo así a las contradicciones que vive la sociedad. Una sociedad
acrítica al entretejer un derecho que sigue siendo en gran parte, ajeno. Por

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lo tanto, este pensador alude a la crítica o pensamiento crítico, que debe
incluir la aceptación de los derechos humanos, agregando inclusive el
derecho a la diferencia y al pensar diferente, para con ello, conseguir una
vivencia más profunda y genuina en materia de leyes y soberanía jurídica.
La sociedad requiere superar un simple status quo de convivencia normal
o normalizada, para adentrarse en aspectos críticos o críticas constructivas
hacia el interior de la vivencia subjetiva y real de la sociedad.

En este tratado, se observa una aplicación de la hermenéutica analógica.


En donde la analogicidad, se separa de lo univoco y de lo equivoco, que
pueda resultar la tensión polarizada de las posturas que dan fundamento a
los derechos humanos. Sin dejar a un lado los límites de dichos principios
o conceptos, el aspecto analógico se distancia de cualquier posibilidad de
engaño metafórico o utópico, para situarse en un centro racional y realista.
Sin embargo, no está ajeno a la sistematicidad que requiere la
estructuración argumentativa de los conceptos, donde su lógica de sentido
en cada uno de estos, dan plena visión y peso a la fundamentación
filosófica de los derechos humanos.

Después de este contexto, Beuchot llega a una propuesta de


fundamentación filosófica, en la que resaltan algunas tesis prioritarias.
Primero, se revisa el regreso a un iusnaturalismo renovado, más aún, se
camina en dirección de un iusnaturalismo renovado tomista, donde se
analiza de una forma útil, en la jurisprudencia, y no solamente práctica, en
la legalidad, el realismo prudencial y proporcional, que implica considerar
la falacia iusnaturalista. Como bien se señala, dicha falacia implica la
imposibilidad de concluir un deber o una norma, partiendo de las premisas
que plasman la naturaleza o sustantividad de los seres. En otras palabras,
se considera falaz, pasar de la naturaleza humana a los derechos o valores
que puedan implicar la existencia de la vida humana. Pero es aquí donde
la fuerza de la hermenéutica analógica muestra un proceder apropiado o
asertivo, puesto que justifica la necesidad de ontologizar, tanto la

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naturaleza humana como el concepto de derecho humano, por lo que
ambos conceptos son análogos con ciertas limitaciones y con su debida
proporcionalidad. De igual manera, son en parte distintos, pues la riqueza
de la diferencia no elimina la identidad de lo que significa cada concepto.
En esta forma, la metafísica implícita en la fundamentación de los derechos
humanos, no es un peligro para la metafísica explicita que puede
comprehender la condición humana.

En el centro de este debate, se observa que no solo es posible y necesario


la fundamentación del derecho, sino que además, se requiere
universalizarlo. Por tanto, el fundamento de universalidad de los derechos
humanos, sugiere la superación de la anterior falacia iusnaturalista, sin caer
por otro extremo en el equivoco de un derecho absolutista. Esto es, se
requiere fundamentar el universal dialógico y el universal analógico, siendo
éste último, consecuente con un mestizaje cultural que aúna en una voz, el
diálogo y la proporción de la prudencia intelectual, como virtud del juicio
moral. Universal que conduce a la formulación de la igualdad, la libertad y
la fraternidad. Al respecto de estos últimos derechos, se han logrado
conquistas amplias en los dos primeros, pero se insiste en que falta
desarrollar más la fraternidad como derecho y marco de legalidad. Para
ello, es necesario evitar la universalidad relativa, atendiendo a elementos
de virtud moral y sobre todo, a la frónesis intelectual, que configure la
iurisprudentia y por ende, la jurisprudencia. Como ya lo mencionaba
Sócrates y el mismo Aristóteles, el objeto de la reflexión conlleva a la
formación del carácter y del juicio recto, apropiado a la realidad y
mensurable con respecto a los hechos humanos, este juicio, no podría ser
otro que uno, inteligente y prudencial.

Siguiendo con la fundamentación filosófica de los derechos humanos en


América Latina, Beuchot retoma el contexto situacional y circunstancial que
proviene desde un legado histórico en el barroco, pasando por el mestizaje
y por la colonización. Desde esta perspectiva, la riqueza intelectual y

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pastoral, tanto de pensadores independientes como de frailes católicos,
despliega un mestizaje universal de toda la raza humana, considerando al
hombre y a la mujer como un verdadero microcosmos, que es un concepto
filosófico que encierra, en una alegoría, la inconmensurabilidad del
macrocosmos o del universo mismo. Se observa nuevamente la riqueza de
la hermenéutica icónica y simbólica, que contribuye a reconocer los
derechos humanos desde la tradición, la historia, la cultura y el patrimonio
común.

Desde estos ámbitos, no puede faltar la consideración de la tolerancia


como acompañante de los derechos humanos, puesto que contiene una
noción histórica y filosófica muy importante. Por ejemplo, en la alta y baja
edad media, pensadores como Escoto, San Agustín, Tomas Moro y Santo
Tomas de Aquino, insisten en una relación iglesia-civilidad, que permita la
inserción de grupos mayoritarios, con una convivencia pacífica, con
respecto a los grupos minoritarios. A su vez, en la historia moderna, se
observa la necesidad de tolerar y asimilar bien dicho concepto. Por ejemplo,
pensadores como Bayle, Leibniz, y Spinoza, insistirán en la racionalidad
emergente entre las relaciones civiles y los gobiernos consolidados. Por
ejemplo, es clásico el tratado ‘Teológico Político’ de Spinoza, donde se
insiste en la separación entre los procederes de la iglesia y el estado,
siendo este último, el garante de la convivencia social pacifica, incluyendo
la tolerancia religiosa y de libertad de creencias. De igual manera, aspectos
como la secularización de la sociedad en función del desarrollo de las
escuelas y las universidades, proveyeron a las nacientes sociedades,
culturas que implicaban la relación estrecha y con respeto, a pesar de las
distintas ideologías de gobierno y las nacientes nociones causales de las
ciencias modernas.

Equiparablemente en México, en la época de la colonia que abarca los


siglos XVI, XVII y XVIII, encontramos el iusnaturalismo como una
fundamento filosófico y científico de los derechos humanos. No fue hasta

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entrado el siglo XVI y con éste la modernidad, que se hizo un debate más
amplio sobre este tema, no fue debido a la falta de pensadores en la alta y
baja edad media, sino al impacto que tuvieron las formaciones de las
nuevas colonias en América, especialmente la colonia hispanoamericana,
en donde el español gesto todo un renacimiento cultural, intelectual y social.
Así pues, ya en el siglo XVI, fray Bartolomé de las Casas, conocedor de las
teorías de Vitoria y de Soto, habla de la ley natural, que es propiedad tanto
de los indios colonizados, como de los españoles y mestizos. Ciertamente,
tiene una base teologal divina, incurre directamente en la situación precaria
de los indios a favor de su dignidad y sus derechos.

Así también, en el siglo XVII, el agustino Juan Zapata y Sandoval,


retomando la postura de Bartolemé de las Casas, insistirá en la justicia
distributiva y en la aplicación de las garantías que son objeto los indios,
como resultado del abuso por parte de algunos colonizadores y
encomenderos, que desde España, intentan aplicar leyes justas o de
nobleza, sin considerar el verdadero contexto y realidad local de los
pueblos de la nueva España. Después de todo, la hidalguía formó parte de
ciertos prejuicios raciales, que no ayudaron a formular un criterio apropiado
de derecho. Posteriormente, en el siglo XVIII, el jesuita Francisco Javier
Alegre, junto con otros contemporáneos, mantuvieron la formulación de un
principio naturalista que insertara, de forma contundente, la noción de alma,
persona e individuo, en cualquier situación o nación que emanara de los
imperios colonizadores de aquella época. Así vemos que, en apego a las
creencias cristianas, la formulación de principios solidos y racionales,
nunca estuvieron alejados del acontecer latinoamericano.

Llegamos así, a los derechos humanos en la filosofía jurídica mexicana


reciente. En donde resalta la postura axiológica, como la de Luis Recaséns
Siches, quien plantea un humanismo filosófico-jurídico, con inclinación al
positivismo reinante del siglo XX. En este espacio, los derechos humanos
son principios máximos y supremos de estimación jurídica, por lo que

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dichos criterios no pueden estar al margen de la constitucionalidad y del
civismo. De igual manera, se observa el iusnaturalismo de Héctor González
Uribe, quien en su ‘Teoría política’ y otros estudios, resalta el carácter
sustancialmente natural del derecho, y por consiguiente, de los derechos
que garantizan la dignidad de las personas. Es de resaltar que gracias a
este movimiento jurídico, se hereda la búsqueda por el pensamiento y se
abren las ventanas a los estudios filosóficos de mayor complejidad en
nuestro país. Así pues, pensadores como Virgilio Ruiz Rodríguez, Jorge
Adame Goddard, y Javier Saldaña, llevan la impronta de la aserción de la
dignidad, el personalismo, la fundamentación científico-filosófica y el
debate dialectico, para sustentar los derechos como base de la convivencia
social moderna.

Otros autores como Abelardo Villegas, introducen la fundamentación de los


derechos humanos en el historicismo, especialmente el de sentido de
continuidad y convergencia de los hechos acontecidos. Continuidad con la
misma historia y convergencia con respecto a los ideales de sociedad que
contextualiza los métodos historiográficos modernos. Nuevamente, Agustín
Pérez Carrillo, retoma el iuspositivismo, en el cual, una vez establecida y
definida la semántica, que precisamente regula la función del lenguaje, se
justifican los principios o derechos con base a un criterio constitucional, que
por norma básica, es positivo. De igual manera Paulette Dieterlen y Rodolfo
Velázquez, siguen la secuela de la fundamentación de los derechos
humanos como normas morales, con una variante analítica, pero que
enfatiza el término derecho como un concepto multívoco, por lo que las
exigencias a la responsabilidad, la libertad y las relaciones con los otros, se
hacen referentes morales obligados para delimitar la definición del mismo.
Por consiguiente, la definición de derecho moral conlleva a la definición de
derecho humano.

Finalmente, en un tercer bloque, se hace una revisión de la práctica de la


defensa de los derechos humanos en México. En donde se entretejen la

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ley, la justicia y el derecho, desde algunos juristas y teólogos relevantes del
siglo XVI, como es el caso de Francisco de Vitoria, quien plantea una
definición de guerra justa, pero con una inclinada acepción, que demanda
el respeto y la igualdad de los hombres en Latinoamérica, en este sentido,
favorece el resarcir el daño, solamente en caso de que sea de gravedad y
atente una sociedad demarcada por sus actos de injusticia o barbarie. Por
su parte, Domingo de Soto, retoma aspectos tomistas y aristotélicos, para
concebir una idea de ley, que además requiere ser justa y natural, tanto en
su aspecto teologal de bondad, como en su aspecto moral y social de
igualdad.

Podemos agregar la revisión que se hace a Bartolomé de las Casas, quien


en definitiva, es el galardonado en la defensa y liberación de los indios de
la Nueva España. Puesto que vislumbra la modernidad con su
conglomerado de complejidades y contrariedades, aún en un sentido
conceptual y jurídico, llevando el sentido del humanismo, -no solamente
cristiano-, sino racional, virtuoso y prudencial. Otros dominicos como es el
caso de Julián Garcés, Bartolomé de Ledesma y Predo de Pravia,
contribuyeron al legado del humanismo y la configuración actual que se
tiene en materia de legalidad y derecho en México, puesto que influyeron
con sus diálogos, debates y propuestas, ante las instancias eclesiales en
Europa y en México, para la defensa de la dignidad de todos los
novohispanos.

BIBLIOGRFÍA:

BEUCHOT PUENTE, Mauricio. Derechos Humanos. Historia y Filosofía.


Editorial Fontamara. México. 2004.

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