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EDUCACIÓN Y CONSENSO

¿una utopía?

Estamos en los preliminares de la campaña electoral por la Presidencia de la República.


Establecer y practicar una política de consenso sería lo importante en educación. Eso
implica deponer sensibilidades que llevan a responder antes que a proponer. Muchos de
los actores que se presentan a las elecciones presidenciales como para el Congreso, son
personajes conocidos que ejercieron poder como funcionarios y que hoy en lugar de mirar
a futuro, están empantanados en “esclarecer” a quien ose recordar la historia. Esta no
está marcada a partir de Fujimori – Montesinos sino de pensamientos retrógrados que hoy
se arropan de un nuevo discurso. La década pasada es un referente de una década (la
del 90), pero la crisis que llevamos a cuestas viene desde los años 50 del siglo pasado.

La intolerancia es el cerrojo que no permite construir el consenso. Es como llaman “una


relación perversa” que se ha ido haciendo parte de la política educativa, para creer que el
discurso actual en educación mimetizado por el neoliberalismo, es la receta que hay que
aplicar.

Nadie llama a construir un consenso. ¿Por qué? ¿Pasará lo mismo que cuando se habla
de autocrítica? La tarea que existe por la educación nacional tiene un camino avanzado
que es necesario seguirlo enriqueciendo con el aporte de todas las tendencias que
deseen realmente participar, pero sin hegemonías sino en democracia. Es necesario fijar
objetivos, metas, estrategias e instrumentos sobre la base del consenso. Pero eso
requiere deponer egoísmo, intolerancia, y reemplazarlas por respeto al otro, tolerancia,
equidad, solidaridad y sobre todo compromiso que rechace consignas que mediatizan
acuerdos.

Asimismo deberíamos aprender a respetar a las nuevas generaciones y saber hacerles


espacio para que desarrollen su pensamiento, sus propuestas. ¿Estarán dispuestos los
líderes políticos, académicos y demás profesionales a aceptar una política de consenso
planteada por la nueva generación de ciudadanos que aflora en esta época? ¿Por qué
seguimos con los mismos referentes histórico-políticos y se trata de opacar cualquier
intervención que roce con el establecimiento de ciertas cúpulas académicas?

Es el caso del consenso en educación. La búsqueda del consenso ha sido siempre una
demanda y un objetivo real para poder seguir adelante profundizando los avances
logrados. Aunque los grupos políticos, los gobiernos y las organizaciones sociales han
hablado mucho de la necesidad de buscar acuerdos, no siempre han colocado ese
objetivo en un lugar destacado, ni lo han perseguido con empeño.

Tenemos una prueba palpable en lo que ha sido el Acuerdo Nacional espacio de diálogo y
concertación institucionalizado como instancia de seguimiento y promoción del
cumplimiento de las políticas de Estado. Fue ratificado mediante el Decreto Supremo No.
105-2002-PCM, del 17 de octubre del año 2002. Su conformación es tripartita, donde
participan el Gobierno, los partidos políticos que cuentan con representación en el
Congreso de la República y organizaciones representativas de la sociedad civil a nivel
nacional. (Página web: http://www.acuerdonacional.pe)
Allí está el Acuerdo como la Puerta de Alcalá “…viendo pasar el tiempo…” El énfasis
puesto en el diálogo convocado algunos lo confunden con una tertulia de café o de
amigos que no tiene más objetivos que hablar y hablar un día tras otro. Y en eso se gasta
el tiempo. Al término de estos años nos encontramos con nuevos llamados al diálogo, a la
concertación.

Es bueno recordar que el diálogo tiene una finalidad y si ella no se comparte, se fracasa.
Si el objetivo es a través del acuerdo llegar a un consenso, es necesario que éste se haga
partiendo de las políticas de Estado que señala el Acuerdo Nacional (31 en total) que se
agrupan en cuatro grandes objetivos: 1. Fortalecimiento de la Democracia y Estado de
Derecho; 2. Desarrollo con Equidad y Justicia Social; 3. Promoción de la Competitividad
del País; 4. Afirmación de un Estado Eficiente, Transparente y Descentralizado. (Página
web: http://www.acuerdonacional.pe).

Uno de los objetivos que está referido a educación, lleva como encabezamiento: equidad
y justicia social en el punto 12. Se formula: Acceso universal a una educación pública
gratuita y de calidad y promoción y defensa de la cultura y del deporte. Se dice “Nos
comprometemos a garantizar el acceso universal e irrestricto a una educación integral,
pública, gratuita y de calidad que promueva la equidad entre hombres y mujeres, afiance
los valores democráticos y prepare ciudadanos y ciudadanas para su incorporación activa
a la vida social. Reconoceremos la autonomía en la gestión de cada escuela, en el marco
de un modelo educativo nacional y descentralizado, inclusivo y de salidas múltiples. La
educación peruana pondrá énfasis en valores éticos, sociales y culturales, en el desarrollo
de una conciencia ecológica y en la incorporación de las personas con discapacidad.”
(Página web: http://www.acuerdonacional.pe). Demasiados contenidos para tan poco
tiempo. O mejor, poco tiempo para demasiados contenidos. Tiempo transcurrido en donde
los resultados son magros y no van al ritmo de la demanda de desarrollo del país.

Todo lo referido a educación está dirigido a transformar el sistema educativo. Pero hay
quienes no tienen esa intención y lo que quieren es poner pequeños parches o hacer las
cosas en una dirección diametralmente opuesta, el consenso pareciera que se inicia pero
se frustra.

Sin querer somos herederos de un consenso modificado históricamente que viene desde
el inicio de los 90 del siglo pasado: el llamado Consenso de Washington. Hemos creído
que sólo tuvo que ver con lo económico, pero la realidad es otra y la estrategia también.
Este no es el consenso que queremos.

Hurgando la historia de este consenso encontramos que en el campo de las políticas


educativas hemos sido “domesticados” por programas de reformas y la “retórica” de
expertos que han pretendido legitimarlas. Así empezamos a jugar en la cancha que otros
se encargaron de preparar y marcar. Seguimos desde entonces un solo guión en América
Latina y por supuesto en el Perú: diagnósticos, propuestas y argumentos oficiales sobre la
crisis de la educación que tenemos y propuestas de salida. Todo ello sin la participación
del principal actor: el maestro.

En este escenario se ha distinguido el llamado modelo educativo promoviendo y


respondiendo sin decirlo ni expresarlo a preguntas, que se hacían pero que tenía réplicas
disuasivas y que nos decían qué era lo conveniente. Preocupaba entonces como hoy:
¿Cómo entienden los neoliberales la crisis educativa?, ¿quiénes son, según esta
perspectiva, los culpables de ella?, ¿qué estrategias deben ser definidas para salir de
dicha crisis?, ¿quiénes deben ser consultados?

A consecuencia de este “consenso” se desarrolló un discurso centrado en la crisis en la


educación y la necesidad de aceptar nuevas medidas, Se empezó a hablar de que en la
perspectiva económica de nuestro país, el sistema educativo enfrenta una crisis de
eficacia, de eficiencia, de productividad, es decir la relación entre la cantidad de bienes y
servicios producidos y la cantidad de recursos utilizados. También nos decían y nos dicen
que hemos crecido cuantitativamente sin garantizar el incremento cualitativo similar. Se
ha cumplido con la universalización de la educación mediante el deterioro de la calidad de
las instituciones educativas y los resultados que presentan; pero existe una profunda
crisis en la gestión. La receta neoliberal recomienda –previa negociación del préstamo
correspondiente- una asignación más eficaz de los recursos y no de aumentos. Los males
que padece el sistema que se expresan en la exclusión y marginalidad educativa, nos
hablan de una ineficacia del sistema educativo.

Se nos dice que no se puede combinar cantidad y calidad con criterios igualitarios pues es
una falsa premisa promovida por quienes siguen doctrinas populistas. Pero se empieza a
hablar de educación para la competitividad y se le moteja a la educación con otros
calificativos como: para la calidad, para la paz, para los derechos humanos, para la
ciudadanía y otros calificativos, que hacen perder el norte de lo que debe ser la educación
auténtica con sus conocimientos y valores centrados en la persona y su desarrollo físico y
anímico.

Nos ofertan que el sistema educativo debe ser regulado (mismos mercados) por una
lógica interinstitucional flexible y meritocrática. Y la acatamos sin ningún recato. “Así será
pues”… dicen los padres de familia y los profesores cuando se les pide opinión. En esa
danza nos encontramos. Se olvida fácilmente que la educación es un derecho y no una
oportunidad que tienen las personas emprendedoras y también consumidoras de ese
llamado mercado escolar y sus ofertas. Así hoy tenemos poco a poco la educación
reducida a mercancía alejada de los derechos sociales. Hoy competimos en las
instituciones educativas para comprar las ofertas que el consumismo educativo sirve en el
mercado. Un ejemplo son las “ofertas” educativas que los medios promocionan.

¿Pero quiénes son los culpables de esta crisis? Unos dicen que el Estado; otros el
sindicato de docentes, pues sus pliegos de reclamo han retrasado cambios, exigen más
recursos, criterios igualitarios, expansión de la escuela pública; unos terceros imputan a la
sociedad la paternidad de la crisis pues está cimentada en un indisciplina social que
plantea la necesidad de construir una escuela pública que sea gratuita y de calidad para
todos. ¿Por qué se opina así? Dicen que se ha perdido el componente cultural que
sustenta la competencia y el éxito o el fracaso que se fundamentan en criterios
meritocráticos, que hizo perder la ética individual. Que se ha delegado en el estado
paternalista la solución de los principales problemas del individuo, haciéndoles perder la
responsabilidad de su éxito o fracaso. ¿Ese discurso ya no lo venimos escuchando desde
hace tiempo?

El mensaje es que la transformación de la educación depende sólo de la capacidad, la


iniciativa, el esfuerzo y el mérito incesante de cada individuo (maestros, alumnos,
personal no docente, padres, etc.) para cambiar su propio trabajo en su propia escuela.
¿Y dónde queda la política de estado? ¿Dónde quedan los derechos humanos en
educación de niños, jóvenes y adultos? Con esta oferta tenemos un reforzamiento del
individualismo, del egoísmo, dándole a la solidaridad un contenido mendicante.

La receta que se propone desde el neoliberalismo para remontar la crisis educativa


recomienda que el sistema educativo debiera pensarse como mercado regido por el
principio de la competencia. Debe haber mecanismos de control de calidad y que la
educación responda a las demandas del mercado de trabajo. La evaluación y el
establecimiento de estándares de calidad permitirían dinamizar y mejorar los
aprendizajes, estimulándose la eficacia y la eficiencia.

En esta fórmula calza muy bien la descentralización de funciones y responsabilidades que


permite remontar el centralismo. La delegación de funciones a nuevos entes creados en
las regiones y sus instituciones haría posible que el modelo económico garantice una
educación para los fines que busca. ¿Se habla acaso del derecho de participación? ¿Del
derecho al consenso?

No por gusto se promueve dentro de esta estrategia el diseño de nuevos currículos de


contenidos básicos, sistema de evaluación. En cuanto a las instituciones educativas se les
evalúa a través de un sistema de acreditación que haría posible su mejoramiento.

En este escenario quienes hacen el diagnóstico, las conclusiones, el diseño del sistema y
los ajustes a realizar son los expertos. Son ellos los que saben lo necesario para la
solución de los problemas. ¿Les consultan algo a los docentes, a los directores? ¿Por qué
no?

Estamos en el trance de aplicación del modelo y los resultados no aparecen. El híbrido del
sistema educativo nacional que se esmera por no aparecer como neoliberal, sin embargo
sigue las pautas y las recetas que en otros lares han fracasado. ¿Qué ha pasado con el
sistema voucher propuesto por Friedman en 1955 y tratado de aplicar en los 90 en
nuestro país? ¿Y qué de las escuelas charter, otro modelo ofertado? ¿Qué detuvo la
aplicación de estas experiencias? Las denuncias que se hicieron desde algunos
investigadores educativos y el sindicato demostraron que ambos modelos se han
desarrollado con dificultades al punto que hoy se promueve la asociación público-privada
(APP) para la contratación de servicios educativos. Por ejemplo según el Banco Mundial
en América Latina, la única APP con un experimento aleatorio es el caso de los voucher
en Colombia (América Latina y el Caribe: Lecciones de las mejores prácticas en la
promoción de la educación para todos. Harry Anthony Patrinos. Banco Mundial.
Cartagena de Indias, Colombia, 2006). Pero ahora en nuestro país se promueve la
alianza público-privada para la implementación de tecnología, la actualización docente,
pero no se demuestra aún el impacto en el aprendizaje y evaluación de los alumnos.
¿Cómo puede nuestro sistema educativo adoptar estas modalidades en un país diverso?
Estamos en el tíovivo que el sistema económico nos propone para conseguir sus fines sin
tener en cuenta las realidades donde el sistema educativo nacional debe desarrollarse.
¿Cómo enfocar la educación intercultural en el marco de un modelo que relega a la
persona y privilegia la competitividad, la meritocracia, la calidad y se olvida de la equidad,
de la inclusión plena?

En las últimas décadas hemos dado bandazos en diseños, experiencias y no hubo tiempo
para evaluarles y poderlas replicar. La falta de un referente ideológico doctrinario en
nuestro sistema educativo que se sirva de marco e inspirador de las iniciativas que se han
dado desde los años 50 (propuesta del Gral. Mendoza en época del Gral. Odría) pasando
por la Reforma Educativa de los años 70 (gobierno Militar de Velasco A.) donde la
propuesta quedó en el llamado Libro Azul, creación del filósofo Augusto Salazar Bondy y
otros académicos de prestigio, hasta las ulteriores en donde se nos vendió el nuevo
enfoque pedagógico (“descubrimiento” de expertos que desconocían los antecedentes
pedagógicos de la educación) del cual queda poco y sí mucha confusión.

¿Qué quedó de todo esto? ¿No hubo interés ni respeto por la educación de las futuras
generaciones peruanas? Hasta hoy esperamos la autocrítica prometida. Todo ello es una
muestra de que no se trabajó en el campo del consenso ni desde el gobierno, ni desde el
sector y menos desde los docentes representados por su sindicato. Cada cual asumió una
tendencia y quienes estaban en el gobierno impulsaban lo que creían que era lo
adecuado. Como no se tiene un referente que guíe los cambios que deben hacerse, se
aceptaron todas las recetas, recomendaciones y programas que los expertos de Agencias
y Bancos recomendaban. ¿Vendían?

El resultado es evidente. Crisis educativa que no reporta cifras alentadoras en el


aprendizaje de los alumnos. Los cambios educativos perpetrados sin un referente
ideológico, pedagógico y dentro de un modelo de desarrollo definitivo, van camino a ser
débiles contra nuevas arremetidas del mercado con sus ofertas que no responden al perfil
de los profesionales que requiere el país. Una nota periodística de estos días nos decía
que las carreras que tienen mayor demanda en el país son: Ingeniería Civil, Electrónica e
Informática son las más solicitadas. Administración, Turismo y Gastronomía también son
requeridas. Y en las técnicas resaltan Mecánica Automotriz, Farmacia y Soldadura. (LA
REPÚBLICA. Lima, 06 de enero de 2011). ¿Cómo se articulan estas ofertas con el
desarrollo de las regiones del país? ¿Se toma en cuenta en la formación el tipo de
profesional que requerimos? ¿Cuánto peso tiene en la oferta el que somos un país
intercultural?

En este escenario ¿cómo concertar para construir un sistema educativo que responda no
a discursos políticos de coyuntura, sino a una proyección de futuro? Contamos ahora con
un Consejo Nacional de Educación que viene reflexionando en torno a lo que podría ser el
modelo de sistema educativo que el Perú requiere. Sin duda un aporte sustantivo, pero
que no se convierte en política de estado. ¿Por qué? ¿Dónde la comunicación se trunca?
¿Existe una entidad técnica especializada en el Ministerio de Educación encargada de
investigar y procesar estas experiencias e iniciativas? ¿En qué se sustentan los cambios
emprendidos? ¿Sólo en el poco aprendizaje de los alumnos? ¿En la falta de preparación
de los docentes? ¿Por qué no es la política educativa errática aplicada?

El Consejo Nacional de Educación ha dado a conocer en lo que denomina Recuento 2010


Eventos realizados, información importante que debe ser procesada y articulada para una
mejora de la propuesta educativa. Pero ¿cuál es el canal a utilizar? Cuidado que como en
épocas anteriores quedemos expertos en hacer documentos, pero ineficientes en
procesarlos y darle forma de política educativa. La dinámica a utilizar debe cambiarse.
Desde hace décadas se dice que el gran problema del cambio educativo es el Ministerio
de Educación. Y no falta razón. Ejemplos existen y muchos.

Mientras no se cambie la forma de concebir lo educativo como clientelismo, seguiremos


incrementando la crisis de la que fue pretexto para aceptar las recetas neoliberales que
aportan sí al campo educativo –de repente- pero no en la formulación de la política
educativa del país.
Los candidatos en la contienda electoral no traen nada nuevo. Repiten lo de siempre en
nombre de los que menos tienen. El momento exige ser ciudadanos democráticos que
creemos en principios que tienen como eje central el desarrollo humano a partir del
consenso y no cautivos a viejas recetas maquilladas para la ocasión. ¿Será posible esta
utopía? (08.01.11)

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