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e

Charles Minguet

Humboldt: el otro
descubrimiento
Prólogo de Leopoldo Zea
Traducido del francés por
Jorge Padin Videla

Edición a cargo de
Hernán Tabeada

Volumen I
Nota del editor................................................................ .. ............................vii
Humboldt: el mito, por Leopoldo Zea............................................................. ix
Prefacio a la edición francesa, por Charles Minguet.......................................xv

I Alejandro de Humboldt, científico y viajero............................................ 1


II Humboldt y la población blanca de las posesiones españolas
de América (criollos y españoles)

Nota preliminar..................................................................................17
7 Datos numéricos, distribución geográfica, densidad
y “calidad" de la población..................................................................31
2 Cuadro de la sociedad americana......................................................43
3 Los conflictos.....................................................................................65
4 Modos de vida, mentalidad, prejuicios y creencias
de la sociedad blanca...........................................................................93
5 Las élites hispanoamericanas.............................................................IOS
6 Humboldt y las misiones españolas..................................................133

III Humboldt y el indio americano


Nota preliminar....................................................................................173
7 Definición y alcances del indigenismo humboldtiano.......................177
2 Humboldt y la antropología................................................................207
3 La población indígena: demografía y estadísticas.............................217
4 Morfología, antigüedad y orígenes del hombre indio........................233
5 Significado y alcance del estudio humboldtiano
sobre el hombre americano..................................................................2S1
6 La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt................263
7 Las civilizaciones amerindias: la "civilización"
y las civilizaciones...............................................................................307
Las cualidades morales del indio, sus condiciones de vida 323El gran
hispanista y latinoamericanista francés Charles Minguet (Lézignan
El gran hispanista y latinoamericanista francés Charles Minguet (Lézignan 1925-
París 1998) publicó en 1968 su obra Alexandre de Humboldt, histo-
rien et géographe de l’Amérique espagnole, 1799-1804 (París, Maspéro, 2
vols.), que marcó un hito en los estudios sobre Humboldt, especialmente en
Francia. La obra fue traducida al castellano y publicada en 1985 por el
Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos de la Univer-
sidad Nacional Autónoma de México. Habiéndose agotado hace tiempo
tanto la obra original francesa como la traducción, en 1997 Minguet publi-
có una segunda edición, “entiérement revisée et refondue” (París-Montreal,
L’Harmattan, 522 pp.), y fue su voluntad también que se tradujera, con el
presente título.
La obra que ofrecemos es la versión castellana de esa segunda edición
francesa. Para realizarla, se ha revisado enteramente la primera traducción,
y se han cotejado con el original las citas de documentos o estudios escri-
tos originariamente en castellano.

Hernán Taboada
Primera edición. Año 2000

D. R. © Año 2000, Instituto Panamericano de Geografía e Historia


Ex Arzobispado 29, Col. Observatorio, 11860 México, D. • ¡Deh@laneta.apc
Página WEB: http://servidor.rds.org.mx/ipgh/ Correo electr me

ISBN 968-6384-49-9

Impreso en México
Humboldt: el mito

Por Leopoldo Zea

La Alemania de fin de siglo y de milenio está recordando a Alejandro de


Humboldt, el sabio que hace dos siglos visitó la región de América bajo do-
minio colonial español. La misma España le había hecho la invitación para
estimular los estudios que sobre la naturaleza de la región venían realizan-
do sabios españoles y otros nativos de esta América. Estudios motivados
por una metrópoli ilustrada y para replicar las calumnias de los científicos
igualmente ilustrados que, sin conocer la región, como el francés Buffon, el
holandés De Pauw y otros, hablaban de la inferioridad de su tierra, fauna,
flora y humanidad, en relación con el Viejo Mundo. Algo que sólo podría
cambiar la Europa al otro lado de los Pirineos.
El inquieto científico y viajero alemán se preparaba para visitar países
de Europa y regiones hacia el extremo oriental de la misma, cuando recibió
con agrado la invitación del gobierno español para visitar sus colonias en
América, incluidas las Filipinas. Algo nuevo, desconocido, de lo que sólo
hablaban con desprecio sabios que nunca habían visitado el Nuevo Conti-
nente. Lo que vio Humboldt sorprendió a la Europa de su tiempo: era una
región del mundo con una naturaleza extraordinariamente rica y con gente,
nacida allí, capaz de poner esa riqueza al servicio de sus pueblos.
En Alemania se está conmemorando el bicentenario de esta visita. Se
destaca entre las celebraciones la realizada por la Casa de las Culturas del
Mundo, con sede en Berlín. Esta institución convocó a un Simposium entre
los días 31 de mayo y 3 de junio, cuyo tema era Alejandro de Humboldt en
la Modernidad. Sena un intercambio de puntos de vista entre intelectuales
alemanes, franceses, latinoamericanos y norteamericanos. Por América
Latina se invitó al brasileño Haroldo de Campos, la argentina Beatriz Sarlo,
el colombiano Jorge Arias de Greiff y los mexicanos Jaime Labastida y el
que esto escribe.
El intercambio de ideas fue extraordinariamente importante porque, pa-
ra sorpresa de los alemanes, los puntos de vista de los latinoamericanos no
sólo eran distintos, sino opuestos. Los alemanes recordaban al hombre de
ciencia que había desarrollado, nuevos conocimientos sobre la naturaleza
y gente de una región de la tierra, insuficientemente conocida, aunque
calumniada. Contra lo que decían sabios europeos, que nunca habían esta-
do en América, el nuevo continente poseía extraordinarias riquezas y gente
capaz de explotarlas en su beneficio. ¿Por qué en beneficio de España y no
de Europa?
Humboldt con este descubrimiento había aportado a la Europa de la
Modernidad todo un continente. Para los latinoamericanos este mismo sa-
bio había mostrado a los nativos de la América que visitó que su mundo era
extraordinariamente rico y que los sabios con los que entró en contacto
eran suficientemente capaces de ponerlo al servicio de sí mismos. Todo un
Continente entraba así, sin complejos, a la Modernidad.
Varios de los ponentes alemanes mostraron su sorpresa por este enfo-
que. ¡Están ustedes hablando de un mito! Humboldt no es eso, ni pretendió
ser algo más de lo que fue. Pese a sus descubrimientos era sólo un mediador
que aportó nuevos datos a la ciencia, pero que como científico no originó
nuevas leyes que llevasen su nombre, como Newton, Darwin y otros. En
este campo su hermano Guillermo fue superior.
Alejando de Humboldt, se replicó, no sólo aportó nuevos conocimien-
tos sobre la naturaleza, la tierra, fauna y flora, sino que hizo algo más, su ex-
periencia en América originó toda una cosmología, una visión del mundo
que abarca la totalidad de la naturaleza y lo humano, como quedó expuesto
en su libro Cosmos. Fue en esta obra que habló de la diversidad de las
expresiones de lo humano, sin menoscabo de su capacidad para poner la
naturaleza a su servicio. La ineludible diversidad de sus concreciones igua-
la a los hombres entre sí, iguales por ser todos y cada uno distintos indivi-
duos, personas, pero no tan distintos que unos tuvieran que sobreponerse o
subordinarse a otros.
El Cosmos, replicaron, fue un fracaso. Lo que Humboldt expuso en el
campo social, moral y político no tuvo nunca posibilidad de realización,
ya que la América que él visitó sigue en la misma situación. En primer
lugar, se dijo desde el ángulo latinoamericano, parece que se sigue hablan-
do de esta región de América como lo hicieron los sabios europeos, sin co-
nocerla, como en cambio la conoció Humboldt. En segundo lugar, hablar
del fracaso de Humboldt por su obra monumental sería como hablar del
fracaso de Platón por su República, de Aristóteles por su Política, de Des-
cartes por su Discurso del Método, de Marx por El Capital, y así de todos
los grandes filósofos que hablaron del Hombre y su lugar en el Mundo.
La sorpresa alemana se acrecentó cuando se habló de la presencia su-
puestamente mitológica de Humboldt en lugares de esta misma región de
América que no visitó en el sur, como Brasil, el Río de la Plata y Chile. A
Brasil no pudo llegar, dijo Haroldo de Campos, porque se le negó la entra-
HUMBOLDT: EL
MITO
da, ya que las autoridades portuguesas lo consideraron un espía de España.
Al Cono Sur llegó su compañero Bonpland, secuestrado por el ilustrado
tirano del Paraguay, el doctor Gaspar de Francia. El nombre de Humboldt
está en todas partes, aun en insospechados lugares: estatuas, colegios, ca-
lles, comercios, parques etcétera.
¡Ése no es Humboldt, es un mito que ustedes han fabricado, no sabemos
para qué! Explicaron que en la Alemania del Este, la comunista, al ser
incorporada a la Alemania Federal, se sirvieron de la obra de Humboldt
para reclamar mayores beneficios. ¿Qué es lo que ustedes los latinoameri-
canos esperan obtener de nosotros? Se replicó con un rotundo “¡Nada!”,
nosotros pura y simplemente conmemoramos a un hombre que alentó a
nuestra gente en algo que venía buscando y reclamando, las riquezas de su
tierra y el derecho a ponerlas a su servicio y beneficio.
“Ustedes —se agregó— deben sentirse orgullosos de que un hombre de
este país se haya convertido en mito en todo un continente, de Alaska a
Tierra de Fuego, con una visión multirracial y multicultural que ahora se ha
extendido a lo largo y ancho del continente. El orgullo por un mundo
mestizo, multicolor, del que ahora se habla y por el que se lucha en Europa.
La mejor y más amplia expresión de modernidad”.
Los numerosos asistentes a la reunión irrumpieron en varias ocasiones
en aplausos y otras muestras de aprobación al enfoque supuestamente míti-
co de Humboldt, que también sostuvieron otros participantes alemanes.
Los ponentes alemanes que habían sido replicados mostraron su satisfac-
ción por el encuentro y discusión, que daba luminosidad a la figura de
Humboldt y le otorgaba una dimensión insospechada. El Simposium cum-
plía su función.
Uno de los últimos ponentes alemanes hizo un cuidadoso análisis, con
estadísticas, de la importancia que la publicación de los trabajos de
Humboldt adquieren en su tiempo en varios países de Europa, en especial
en Gran Bretaña, Francia y Holanda, países que disputaban a España la
hegemonía de la tierra descubierta en 1492 por Cristóbal Colón.
Humboldt mostró la riqueza de la región que había visitado y en donde
México llamó especialmente su atención. La tierra rica en metales precio-
sos como oro, plata y selvas por explotar, con riquezas animales y vegeta-
les, además con una situación geográfica cuyo brazo, Centroamérica, llegaba
hasta Panamá. Con mares que le ligan por un lado con Europa y Africa y por
el otro con Asia y Oceanía. Para afirmar su poder, Europa podía hacer un
Canal que le permitiese cruzar del Atlántico al Pacífico. Así lo intentó
Francia en Panamá.
Las estadísticas no mostraban el interés sobre estos mismos estudios en
Estados Unidos, a pesar de que Humboldt mantenía una vieja amistad con
Thomas Jefferson, uno de los padres de la nación estadounidense, desde los

xi
tiempos en que éste fue embajador de Estados Unidos en Francia. Se con-
testé que en esa época Estados Unidos iniciaba su carrera como nación, y
sin embargo, fue esta nación y no Francia la que abrió el Canal en
Panamá
para comenzar a imponer el poderío que disputaría a Europa.
¿Entregó Humboldt a Jefferson secretos sobre las riquezas de México
y
la región? Entonces no eran riquezas de México, y lo que supo de ellas lo
escribió y publicó. Además Humboldt veía en Jefferson y sus ideas al-
go que debería estar al alcance de la América bajo dominio español. Lo
que
no supo es que el mismo Jefferson reduciría estos beneficios a los que le
eran racial y culturalmenle semejantes. Esto fue evidente para Simón
Bolí-
var. admirador de Humboldt y no de Jefferson.
Simón Bolívar tuvo otra visión de América situada entre los Océanos,
que la ligaban con todas las expresiones de Humanidad. Una región del
mundo asunüva y no expansiva, que se acrecentaría asimilando todas las
expresiones de lo humano que existen en la tierra. Ante los sorprendidos
alemanes se recordaron las palabras de Bolívar al convocar la reunión en
el
Istmo de Panamá en 1824; “Parece que si el mundo hubiese de elegir su
capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, co-
locado, como está, en el centro del globo, viendo por una parte el Asia y
por
la otra África y Europa"
El mito Humboldt tomaba las dimensiones que anuncian, para el nuevo
milenio, la Modernidad en su expresión más amplia. El mito deja de serlo
para convertirse en realidad. Satisfechos quedaron alemanes y latinoameri-
canos. Todos ganamos en información, alentando ideales a realizar. Espe-
cialmente importantes en esta visión fueron, entre otras, las de los alemanes
Hanno Beck, Ottmar Ette y Ule Hcrmanns, que fue una de las organizadoras
del Simposium. Humboldt, el incansable viajero convertido en mito, por la
dimensión de su visión llevó la misma a otros lugares hasta su muerte, en
1859, año en que cumplía noventa años.

•••

En México, puestos en murcha los homenajes a Alejandro de Humboldt,


impulsados por Jaime Labastida, el embajador de Alemania ya había ofre-
cido la participación de su gobierno. Se invitó también al embajador de
Francia porque fue en este lugar y en francés que escribió su obra científica,
“iPor supuesto que lo haremos! —dijo— pero el gran sabio es ante todo
alemán y no quisiéramos interferir con Alemania".
Pero, ¿quién fue Humboldt, que escribió en francés y en Francia sus
estudios sobre la naturaleza americana y disertó sobre su viaje en tertulias
que organizaba en París7 Fue en París donde recordó lo que vio, la naturale-
za y la gente con la que convivió. Gente, destacaba, que trocó sus utensilios
científicos por armas y con ellas muchos murieron para alcanzar su inde-
pendencia.
La visita de Humboldt había sido en gran paite el detonante del polvo-
rín que sería la guerra de independencia. En París, conversó con un joven
venezolano al que le expuso lo que había visto, descubierto, pero no había
visto al hombre que pondría en marcha el cambio. El joven que estaba ante
Humboldt: Simón Bolívar. Años después confesó su incapacidad y dolor
por no haber descubierto al gran hombre y al mito de esta nuestra América.
Luchando junto con otros mis por poner la riqueza de su suelo al servicio
de las gentes que también eran parte de ella.
Era el otro descubrimiento, el que no alcanzó a atisbar Cristóbal Colón,
que puso al servicio de sus reyes, los de España, el suelo, la flora, fauna y la
gente que descubrió sin saber con plenitud lo que había descubierto.
Humboldt: el otro descubrimiento, es el nombre que lleva ahora el libro de
Charles Minguet en su segunda edición en lengua española hecha también
en México. Fue este título que me propuso mi propio y siempre recordado
Charles Minguet. Libro que descubre, pone a flote, la humanidad del con-
trovertido mito alemán.
En esta obra el mito toma cuerpo, carne, la propia, y hace patente lo que
un mito significa. Aquello que sin proponérselo puede hacer un hombre o
una mujer trascendiendo su propia e ineludible humanidad. Charles
Minguet muestra al hombre que fue Alejando de Humboldt, en el viaje que
por un azar de la biografía y la historia le llevó a un Continente que no
estaba en sus propósitos conocer. ¿Cómo se quedó sorprendido de lo que
veía y de la ingenua sabiduría de esa gente, frente a su rica naturaleza y
capacidad para ponerla al servicio de su pueblo?
La primera edición en castellano de este maravilloso libro la hizo la
Unversidad Nacional Autónoma de México. Agotada la edición se propuso
a su autor una segunda, de ser posible aumentada. Es la que se publica aquí
bajo el patrocinio del Gobierno de México y el Instituto Panamericano de
Geografía e Historia. Edición aumentada y corregida por su autor.
Van esta palabras que, si bien son parte del homenaje que se rinde en
París a Alejandro de Humboldt, son en mayor parte homenaje al amigo
Charles Miguel, al que me duele siempre no encontrar cuando regreso a
Francia. Aquí va también mi afecto a Rosa, su compañera, que recordaba
cómo a lo largo de su vida con Charles convivió con el mito cuya huma-
nidad se empeñaba en descubrir
Prefacio a la edición francesa

Alejandro de Humboldt no ha tenido en nuestro país la audiencia que


merece. Si nuestros compatriotas conocen el nombre de Humboldt, es sobre
todo gracias a los trabajos filológicos y filosóficos de Guillermo, su herma-
no mayor, cuya gloria ha eclipsado durante mucho tiempo la de Alejandro.
Es de lamentar, tanto más que Alejandro de Humboldt escribió gran parte
de sus libros en francés y vivió en nuestro país una gran parte de su larga
existencia. Si los alemanes nunca dejaron de rendirle un justo homenaje,
por el contrario los franceses se han mostrado ingratos hacia ese genio que
reunía lo serio del espíritu germano y el calor del espíritu latino. En Fran-
cia, en efecto, con excepción de algunos trabajos de Jean Théodoridés
sobre las relaciones entre Alejandro de Humboldt y los científicos france-
ses de su época, no existe todavía ningún estudio de conjunto. Especial-
mente su obra americanista, era conocida únicamente por los especialistas.
De este modo, debemos expresar nuestra gratitud al profesor Marcel
Bataillon, que nos ha alentado a emprender este trabajo, y a Robert Ricard,
profesor de la Sorbona, que ha tenido la amabilidad de dirigir nuestras
investigaciones con un cuidado y una benevolencia por la que le estamos
muy reconocidos.
Nuestros agradecimientos van también a Pierre Monbeig, profesor en la
Sorbona, director del Instituí des Hautes Etudes de l’Amérique Latine, quien
ha querido acogernos en su instituto, donde hemos- podido trabajar con
provecho, gracias a la riqueza de la Biblioteca y del Centro de Documenta-
ción Económica y Social.
Dirigimos nuestros agradecimientos a todos aquellos que, fuera de Fran-
cia, nos han prestado su ayuda:

En España: a los directores del Archivo de Indias y de la Escuela de


Estudios Hispanoamericanos de Sevilla; a los directores del Archivo Histó-
rico Nacional, de la Biblioteca Nacional y del Instituto de Cultura Hispáni-
ca de Madrid.
profesor Hans Schneider, Universidad de Hamburgo; a los profesare 3 Kuri
R. Biermann, Fritz Lange y E Streseman, de la Alexander-von-lluinholdi
Kommission, Academia de Ciencias de Berlín; al profesor Johannei
Eichhorn, de Potsdam; al doctor Richter, secretario general de la Univmi
dad Humboldt de Berlín; al profesor Rudolf Plank, de Karlsruhc.

En América Latina, al profesor Silvio Zavala, de México; al doctor


Manuel Pérez Vila, director de la Fundación John Boullon, de Curaca'..
Venezuela; a los profesores Pablo Vila, Instituto Pedagógico Guillermo
Morón, Ramón Sánchez Díaz y Walter Dupouy, Academia Nacional de
Historia, Caracas. Nuestros colegas Bemard Marchand y Frcdcríku de Kittcr,
de la Universidad Central de Venezuela, Caracas; G. F. Pardo de Lcygonicr,
miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia, París, y
nuestros buenos amigos A. Castel, consejero de la Embajada en Quilo,
luego en Caracas, y Gastón Diehl, agregado al ministerio de Asuntos Exte*
riores.
Dirigimos por fin nuestro agradecimiento al profesor Jcan Drcsch, di-
rector del Instituto de Geografía y a sus colaboradores Fernando Joly, pn>
fesor de cartografía y Gérard Gau, cartógrafo.

Charles MingueI

3 Extracto de la Introducción de Charles Minguet a Alexandre de Humboldt,


Voyages dans l'Amérique équinoxiale, tomo i, París, Franfois Maspéro, 1980
(La
Découverte, núm. 23), pp. 5-25.
Alejandro de Humboldt, científico y viajero*

Nacimiento de un genio
Nada, al parecer, había preparado a Alejandro de Humboldt para convertir-
se, después de Cristóbal Colón, en el segundo descubridor de América.
Nacido en 1769, en una parte de Alemania, Prusia, que no mantenía
relaciones marítimas frecuentes con los otros continentes, y que no poseían
ninguna colonia, Humboldt fue criado en el seno de una familia rica, cuyos
antepasados, por el lado paterno, sirvieron al rey de Prusia. El abuelo era
capitán; el padre, comandante del ejército prusiano y chambelán del prín-
cipe imperial. Del lado materno, Alejandro era de origen francés y escocés.
El primer antepasado conocido es un emigrado francés protestante, origi-
nario de Blauzac, en el Gard, que era agricultor. ¡Se llamaba Jean Colomb!
Los abuelos del lado materno se enriquecieron en las manufacturas de vi-
drio.
En el castillo de Tegel, residencia berlinesa de la familia, Alejandro
recibió una educación muy cuidadosa, juntamente con su hermano
Guillermo, dos años mayor que él. El padre, que frecuentaba, junto con su
amigo el rey de Prusia, la logia masónica Concordia, eligió para sus hijos a
los mejores preceptores. Fue así que los dos hermanos adquirieron una
cultura inmensa, mediante el estudio de las “antigüedades” clásicas y de
los filósofos franceses y alemanes de la Enciclopedia y la Aufklárung de la
época de Goethe.
A pesar de esas condiciones materiales e intelectuales excepcionales,
Alejandro no fue feliz en Tegel. Sintió su infancia y su adolescencia como
un gran sufrimiento. Fue un alumno mediocre, que tuvo grandes dificulta-
des para asimilar la enseñanza recibida. Los problemas intelectuales e in-
cluso físicos, pues tiene una salud frágil, pueden ser atribuidos a la falta de *
Amuandko dp Humiioi ot, niufrinro y IMv Hl MtUM OT, Clt NlItHM > VUUMO
Al UWIMM
,iU viajmo
l* Meei\\\VN con ÑU madre, scgün el testimonio de iodos, incluyendo a
>o hermano QuilHtmo, U «flora Humboldt era una mujer distante.
Vn Humboldt cvprmn* por primera ve* sufrimiento a su amigo
t irislebcn I \ aquí, en Tfcgcl. que pasé la mayor parte de esta triste exis
ICTK ra, en medio de personas que me amaban, que querían mi felicidad y
con las cuales no armonizaba totalmente, en una presión multiplicada por
m»l, en una soledad que me privaba de todo, en un estado que me obligaba
i disimular constantemente, a sacrificarme
Desde t 7$$- t ?$b, -Meandro y su hermano comentaron a frecuentar los
salones Se les vera sobit todo en LOS circuios judíos de Berlín, en la librería
Nicolai. con V», Mcndelssohn > sobre todo con LOS Herí.
A partir de PSA Aleyandro comienza sus estudios universitarios supe
ñores, frunció en Francfort sobre el Oder, luego en la Universidad de
Gotoaga. donde akaaia a su hermano. En I “NO emprende el primero de nu-
merosos viajes a erases de Europa, que pueden ser considerados a la ve*
«na suene de preparación pan el gran viaje a América, y como una evasión
ddmoAc familiar
Con si maestro v amigo Georg Forster 1 parte para Inglaterra y Francia
Liega a Parts en el momento en que el pueblo se prepara a celebrar la fiesta
de te Federación. B espectáculo de te Francia revolucionan* lo impresio-
na pifuitinif, y san duda confirmó k> esencial de sus ideas políticas.
“El espectáculo de los purismos, escribe, su reunión nacional, la de su
Templode teLibertad aun inacabado. panel cual yo también transporté mi
arena, ledo eso flota en mi alma como un suedo"
A su regreso. HnmboMt va a segur kx cursos de laAcademia de Comer-
án ée Hamkrgo <1790-179l k donde traba conocimiento con numerosos
eatniem, rrpririiternr españoles y portugueses.
Después de haber publicado sus primeros trabajos de botánica, de quí-
na y de maneraftogia. Atepadro entra a laAcademia de Minas de Freiberg.
S« cañera pmeoe es* áefinmvnmeme trazete. Serí ingeniero de minas. A
su saliia de b Academia, apmtir de 1792. realiza, como asesor del Depar-
mnraaa de Mnr y de fundiciones de Prusia. cuatro inspecciones de las
praapaies exp0MacioaesunaerasdePrasuL.de Francoaia.de Bañera y de
Anta. So iufimgnble uetrndnl en d campo de la protección de la vida
dei mmero. dd prrfrmnnnnrnin de tos aparatos de segundad (inventa
■n mascara de gas L sns vahajes sobre la flora, la fisiología química de tes

GcmgF—er i i"5-i-1794.?- proiesor. geógrafoy escritor alemán quepanki-


pi nd segunda naje de Cook alrededor dei mada (1772-1775», dd cual pUbfccó m
«lm.hÍmtehemÉniLngn»qKapBÍUn.Kpáfcnnylne«óp
nr te incepennin dd icmmm de Mapedn a te República Francesa. A te caÉte de
tes pMotiamáenhmoaad» de te Re*oiaaóa.maae desesperado en Paró en 1794.
plantas etc, sirven pura que se le nombre director general de Minas de
Silesia, puesto que recitara, pero ucepta el de consejero superior de Minas
Kl acontecimiento que entonces sobreviene, la muerte de su madre en
noviembre de 17%, pone fin a una carrera tan brillantemente empezada. Su
verdadera vida comienza en el momento en que esta mujer que, según él
creía, no lo habla ainado, desaparece. Tiene palabras terribles: "Tú sabes,
mi querido amigo, que mi corazón no podía ser herido por este lado, puesto
que desde hacia mucho éramos extraños uno al otro”.
En diciembre de 1796 Humboldt renuncia a la administración prusiana.
Escribe entonces. "Mi viaje está definitivamente decidido Me preparo
todavía unos años más y reúno los instrumentos; permanezco en Italia un
año y medio, para familiarizarme completamente con los volcanes, luego
iremos a Inglaterra pasando por París (...) y luego en camino hacia las Indias
occidentales en un barco inglés”.

A través dd vasto mundo


En junto de 1797 recibe su parte de la herencia, que es considerable: se
eleva a 312 000 francos oro de la época. ,Por fin es libre, tiene los medios
para viajar!
Mientras prosigue sus trabajos sobre galvanismo, astronomía, química,
botánica y mineralogía en Jena, Dnesdc y Salzburgo. parte hacia París en
abril de I79S. Ahí conoce a cierto número de estudiosos franceses y traba
amistad con un cirujano de marina. Auné Bonpland/ que será su compañe-
ro de VKJC en América. Mientras que en Salzburgo Humboldt había proyec-
tado un Maje a Brasil, en París Bougainville acepta reclutarlo para un viaje
alrededor del mundo, organizado por el Directorio, que debía durar cinco
años. Pero la expedición, por falta de presupuesto, es cancelada. “Los bar-
cos estaban listos para partir, escribe Alejandro (...) el primer año, debíamos
pasar a Paraguay y Patagoma (._) el segundo año a Peni. Chile. México y
California, d tercero a los mares del Sur (el Pacífico], el cuarto a Madagascar
y el quinto a Guinea (.„) ¿Qué tristeza indescriptible cuando en catorce días
todas, todas estas esperanzas se desmoronaron'"
DESDE ENTONCES, PRESA DE UN FRENESÍ CASI enfermizo. Alejandro busca un
DESUNO, NO IMPORTA PARA DÓNDE, para Egipto. Africa del norte. Indias ORIEN-
TALES. EN OCTUBRE DE 1798, HUMBOLDT y Bonpland deciden marchar a Marse-
lla. DONDE intentan embarcarse Imposible Dejémosle la palabra
:
Amé Boap4and( 1773-1858). nacido en la Rochela, (rocano de manoLcicekiiic
compañero de viaje de Humboldt en América. Después de su regreso a Francia en
IMM. BoapUnd volvió a América en 1816, donde intentó implantar en Argentina
aptataoenes agrícolas, destruidas sucesivamente por las guerras aviles o naoonaies
que mataron esas comarcas. Fue mantenido prisionero sin razón por seis años
(1821-1827) por el dictador de Paraguay, el docior Francia.
Aisaxohd be Humboldt, csemíhco y viajero

Quería pasar d miento en Argelia v eo el Atlas, donde todavía hay en


la pro viada de Coastantma, según Desfooiains, cuatrocientas plantas
deaooaocidas. De ahí quena alcanzar a Booapaite en Sufetula. Túnez y
Tripok coa la caravana que va a Meca. Esperamos en vano dos meses.
Nuesare equipa^ csnha embalado y corríamos todos los días a la playa
La fragata Jananos, que debíamos llevamos, había naufragado y todo
el eqnpaje se perdió.

HmaMdi mema emonces ir a Túnez, pero los acontecimientos en


la opnáratia dd dey de Argel provocan la suspensión del tráfico
■nriñmn. fhnbokl decide partír para Espada, donde tiene la esperanza,
enlacen de Levante. ~de hacer [_)eapnniavera una excursión a Esmima”
Sepn. can Ampliad, por la costa mediterránea de Marsella a Valencia.
En Caám. ea Tarragona, en Balagucr. en Vdencia, queda maravillado
can lanqnezade naa agncuknra “exótica**: para él “¡el país se parece aquí
ana jardas cieno. rodeado de cactos y de agaves? Datileros de cuarenta y
dncaompBk cargados de fimos, compiten a altura al lado de los conventos.
Las caropns pateca ser una selva de árboles dd pan. de olivos y naranjaJes"
Ea VUncu ao puede embarcarse Decide entonces marchar a Madrid,
dmde llega con Boopland en 1$ de febrero de 1799. Concibe un proyecto
dr viaje* las Filipinas. Presentado al rey de España Carlos IV. en Aranjuez,
d 15 de mayo de 1799, gracias al apoyo de don Francisco Mariano Luís de
Uwpíjo. emonces ministro de Asuntos Extranjeros, Humboldt obtiene un
pasaporte para las colonias españolas de América. Es para él una suerte
inesperada, pues la Corona española no abría el acceso a sus posesiones de
ultramar mis que ocasionalmente. No cabe duda que su condición de inge-
niero de minas pesó de forma decisiva en el otorgamiento del pasaporte. En la
memoria autobiográfica dirigida al rey, Humboldt insistió hábilmente en este
aspecto: "Me dediqué a la práctica de minas por tres años, y la suerte favore-
ció del tal manera mis trabajos que las minas de alumbre, de cobalto e inclu-
so las de oro de Golderonach empezaron a dar ganancias a las arcas del rey",
Humboldt y Bonpland salen de Madrid en mayo de 1799 para La Coro-
ña y en junio del mismo año se embarcan en la fragata Pitorro para Vene-
zuela. Alejandro expresa así su entusiasmo:

¡Qué suerte se me presenta' ¡Mi cabeza gira de alegría! [...] ¡Qué tesoro
de observaciones voy a poder hacer para enriquecer mi trabajo sobre la
construcción de la Tierra! [ ..J Voy p coleccionar plantas y fósiles para
hacer mis observaciones astronómicas, con instrumentos excelentes (...)
Pero esto no es el fin principal de mi viaje Mi atención no debe jamás
perder de vista la armonía de las fuerzas convergentes, la influencia del
universo inanimado en el reino animal y vegetal (...) ¡El Hombre debe
querer lo Bueno y lo Grande!

¡En rata hacia América!


Aprovecha una serie de seis días en las Canarias (19-25 de junio de 1799)
para subir al pico del Teide e interesarse por la suerte de los guanches
(primeros habitantes de las Islas Afortunadas y víctimas de un genocidio);
después de atravesar el Atlántico sin incidentes, Humboldt desembarca en
Cumaná, el 16 de julio de 1799. Los dos viajeros se quedan cuatro meses,
en el curso de los cuales visitan la península de Araya y las misiones de los
indios chaimas, gobernados por los capuchinos. El primer contacto con el
Nuevo Continente provoca en Humboldt un entusiasmo indescriptible.

Por fin estamos aquí, en el país más divino y más maravilloso. Plantas
extraordinarias, anguilas eléctricas, tigres, loros y muchos, muchos in-
dios puros, semisalvajes, una raza de hombres muy bella y muy intere-
sante (...) Desde nuestra llegada, corremos de un lado a otro como locos:
los tres primeros días, no hemos podido observar nada, pues siempre se
deja un objeto para tomar otro ( ..) Siento que sería feliz aquí.

A fines de noviembre de 1799 Humboldt alcanza Caracas por barco No


es parco de elogios para la extrema cortesía con la cual es recibido: HPor
todas partes, escribe, las órdenes del rey y de su primer secretario de Estado,
el señor Urquijo (...) son ejecutadas con mucho celo y presteza. Sería muy
ingrato si no hiciera el mayor elogio de la manera en que soy tratado en las
colonias españolas” Fueron sobre todo la hombría de bien, la lealtad y la
hospitalidad españolas las que lo sorprendieron.

El soberbio Orinoco
El 7 de febrero de 1800 parte rumbo al Orinoco. Después de haber visitado
la provincia de Valencia, alrededor del lago del mismo nombre, luego Puer-
to Cabello sobre la costa del Mar Caribe, al oeste de Caracas, va a San
Fernando, sobre el río Apure, se embarca, el 30 de marzo de 1800, sobre este
afluente del Orinoco y por fin entra al río gigante el 5 de abril. De ahí
remonta el Orinoco hasta el Río Negro, hasta los confínes de Brasil (San
Carlos de Río Negro), luego regresa al Orinoco por el Casiquiurc, río que
enlaza la cuenca del Amazonas con la del Orinoco.
Este viaje de setenta y cinco días constituye por sí solo una hazaña.
Recorrió, por unos 2 250 kilómetros, regiones infestadas de mosquitos,
pobladas de indígenas a menudo antropófagos (¡ay 1). donde tigres y coco-
AUUAXDW OC HUMSOUJT, CSKTtñOO Y YlAJtMO

driles son numeroso* y donde los establecimientos europeo* (misione*


y guarniciones), muy alejadas unas de otras, son escasas, Humboldt y
Bonpland dieron prueba de una valentía y de una resistencia física increí-
bles, tamo mis que no dejaron de recolectar especímenes de plantas y
animales, de tomar miles de medidas barométricas, cronométricas,
termométncas etc. y de escribir un diario donde están consignados todos
los detalles interesantes a la vez para el historiador, el geógrafo, el sociólo-
go y el etnólogo.
A propósito de las dificultades del viaje, Humboldt escribe: "Durante
cuatro meses, dormimos en las selvas, rodeados de cocodrilos, boas y tigres
(que incluso atacan las canoas) y no comiendo más que arroz, hormigas,
mandioca, pisang y a veces monos, tomando el agua del Orinoco**.
Sobre su estado de salud, precisa en I SOI: “Estoy creado para ios trópi-
cos (...) nunca estuve tan continuamente bien como desde hace dos AÑOS (...)
He residido en ciudades donde arreciaba la fiebre amarilla ¡y nunca tuve el
menor dolor de cabeza! (...) Mi salud resistió de manera inconcebible**.

De la Habana a Bogotá
Vuelto a Cumaná el 26 de agosto de 1800, después de una visita a las
misiones de los indios caribes Y una estadía de un mes en Nueva Barcelona,
Humboldt se embarca en este último puerto hacia Cuba, el 24 de noviem-
bre de 1800. La travesía es muy dura y llega a la Habana el 19 de diciembre.
Consagra tres meses y medio de su estadía a visitar una parte de la isla. Ahí
aumenta su hostilidad a la esclavitud: el aspecto de los ingenios, donde
sufren y mueren los esclavos africanos, lo llena de indignación. Las pági-
nas que consagra más tarde a este problema son aquellas a las que más
apegado estará.
El 15 de marzo de 1801 parte de Cuba hacia Batabanó en dirección a
Cartagena (en Nueva Granada, la actual Colombia). En efecto, planea alcan-
zar, por la costa pacífica, la expedición alrededor del mundo del capitán
Baudin. Tiene siempre presente su proyecto de circunnavegación. Helo
aquí pues de nuevo en tierra fírme el 30 de marzo de 1801. Muy bien recibi-
do por las autoridades de Cartagena, va a pasar algunos días en la propie-
dad de don Ignacio de Pombo; se embarca el 21 de abril en el río Magdalena,
que va a remontar durante cuarenta y cinco días hasta Honda. De Honda va
por vía terrestre hasta Bogotá, donde llega el 6 de julio, y se lo recibe con
magnificencia. Conoce al ilustre botánico hispano-granadino don José
Celestino Mutis,4 que le abre ampliamente las magníficas colecciones de la
expedición botánica real que había dirigido en la región de Bogotá; reanu-

4' Celestino Mutis (1732-1808), director de la expedición botánica española a


Nueva Ganada (1783-1789).
Alejandro de Humboldt, CIENTÍFICO y VIAJERO
da la marcha el 8 de septiembre de 1801, hacia Popayán, tornando el cami-
no más difícil: el paso de Quindio, es decir, que debe franquear las dos
cordilleras que separan las dos cuidades. Llega a Popayán en noviembre.
Luego es el descenso hacia Quito (6 de enero de 1802), después de ha-
ber atravesado temibles páramos y sufrido grandes intemperies. Su estadía
en Quilo y en la región durará seis meses. Ahí su arrobamiento llega al
máximo.

El Chimborazo
El Virreinato de Quito está cubierto de volcanes colosales, ¡algunos de los
cuales están activos! Ante todo realiza dos veces la ascensión del Pichin-
cha (26*28 de mayo). Dibuja el mapa completo de los volcanes de esta zona
privilegiada. Pichincha, Antisana, Tunguragua, Cotopaxi, Cayambé-Urcu,
Corazón, Carguairazo, Altar, Illianza etc. Después de un trayecto que lo
lleva a Riobamba (9 de junio), puede por fin alcanzar el Chimborazo, cuyo
ascenso intenta, acompañado por Bonpland y por el joven ecuatoriano
Carlos Montúfar.5 No llegarán a la cima, pues son abatidos por el apunamien-
to y el frío. Sin embargo, llegan a 4 S8S metros de altura (la cima está a
5 670 metros).
Por fin, he aquí el Perú, que la expedición va a atravesar hasta Cajamarca,
capital del antiguo imperio inca. A lo largo del trayecto, Humboldt obser-
va, describe y evoca los prestigiosos vestigios de la civilización inca, sus
tambos, sus fortalezas, sus calzadas, sus leyendas. Después de una breve
estadía en la parte amazónica del Perú (Jaén-Rentema), Humboldt toma la
ruta de Lima. Alcanza la costa pacífica a fines de septiembre de 1802, justo
a tiempo para observar el paso de Mercurio por el puerto del Callao; descu-
bre la célebre corriente fría peruana que desde entonces lleva su nombre y
se embarca para México, el 24 de diciembre de 1802, a las cuatro de la tar-
de, en la corbeta Castor. Hace una parada en Guayaquil, donde se queda un
mes y medio; retoma el camino hacia Acapulco, donde desembarca el 22 de
marzo de 1803. Pide por escrito al virrey Iturrigaray el permiso para visitar
la Nueva España (México) y desde el 27 de marzo parte para México.

En Nueva España
En el camino, visita las minas de Taxco. Llegado a la magnífica capital de
ese reino (entonces la ciudad más poblada de las dos Américas), Humboldt
va a vivir en la sociedad de los sabios y de los letrados mexicanos o espa-
ñoles. Frecuenta la Escuela de Minería, visita los principales monumentos

5 Carlos Montúfar y Larrea (1778-1816), hijo del marqués de Selvaalegre, de


Quito, acompañó a Humboldt de Quito a Cuba. Coronel de los ejércitos insurgentes
de América, fue fusilado por los españoles en 1816.
de México y de los alrededores, los talleres, las manufacturas, las pirámides de
Teotihuacán etcétera.
En mayo de 1803 hace una excursión a las minas de Pachuca y de Regla.
En abril, va a Guanajuato donde visita el complejo minero, muy rico.
En septiembre está en Valladolid, Michoacán (hoy Morelia) y en esa
provincia realiza el ascenso del volcán de Jorullo, que había surgido repen-
tinamente del suelo en dos días, en 1759. Después de una excursión aToluca,
donde sube al famoso Nevado, vuelve a México, donde participa en el
jurado de la Escuela de Minería y dicta tres conferencias (octubre de 1803)
El 20 de enero de 1804 Humboldt toma camino de Veracruz; al pasar por
Puebla, visita los obrajes de tejido, donde son vergonzosamente explota-
dos los trabajadores (aunque son hombres libres), según el sistema de en-
deudamiento perpetuo de la tienda de raya.
Al pasar, estima la altura del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl. En Cholula,
visita la famosa pirámide precolombina. Más adelante realiza el ascenso
del volcán de Perote. En Jalapa levanta un plano de las capas de vegeta-
ción, descripción que sigue siendo clásica en la creación de la geografía
tridimensional.
Llegados a Veracruz el 19 de febrero, los dos compañeros se embarcan
para Cuba el 7 de marzo de 1804. Recuperan las treinta y cinco cajas de her-
barios y de colecciones embarcadas durante su primera visita. Antes de su
partida, Humboldt envía un informe a la Sociedad Patriótica de la Habana
sobre la supuesta presencia de oro o de metales preciosos en el macizo de
Guanabacoa. No encontró más que pirita de hierro (el oro de los tontos) y
aconseja a sus amigos cubanos abandonar la búsqueda de hipotéticos me-
tales preciosos en benéfico de la agricultura, “verdadera riqueza del país".

De París a Berlín (1804-1807)


El 29 de abril de 1804 Humboldt y Bonpland, antes de regresar a Europa,
Van a Estados Unidos donde permanecerán hasta el 30 de junio. El 1° de
julio Humboldt está en Washington, donde el presidente Jefferson lo recibe
en varias ocasiones. El 9 de julio los dos viajeros salen de Filadelfia y, tras
una larga travesía, llegan a Burdeos el 3 de agosto de 1804.
Humboldt va a permanecer en Francia hasta 1827, lo cual no significa
que deje de viajar; pero su residencia principal será París. En mayo-junio
de 1805 está en Roma con Gay-Lussac 6 y Leopold von Buch 7 para reencontrar
a su hermano, entonces embajador en esa ciudad. En julio-agosto está en
Nápoles, donde realiza tres ascensos al Vesubio, cuya erupción observa.

6Gay-Lussac (1778-1850), físico y químico, profesor, amigo de Humboldt.


7 Von Buch (1774-1853), célebre geólogo alemán.
Entre septiembre y noviembre de 1805 va de Roma a Berlín por el San
Gotardo, en diciembre el rey de Prusia lo nombra chambelán De nuevo en
París, entre 1807 y 1811, visita también Viena, donde su hermano está en
servicio. En París comienza su gran amistad con Fran^ois Arago 8 y Gay-
Lussac Humboldt participa en los trabajos del Instituto de Francia, del
cual es nombrado miembro extranjero en 1810. Sus proyectos de viaje lo
tientan, concibe una expedición al Tíbet, luego a India y Asia Central, ya
sea por vía terrestre o por el Cabo de Buena Esperanza.
En 1814, en el momento de la invasión, Humboldt interviene ante el
comandante en jefe de las fuerzas de ocupación prusianas para proteger el
Museo de Historia Natural de París. Tendrá otras intervenciones en 1815
Humboldt consagra en este período su celo y su talento a la preparación
y a la edición de su viaje a América en colaboración con Bonpland. El
primer volumen aparece en 1807, y el trigésimo y último verá la luz en
1834. Entre tanto, publica bajo un formato menor sus Tableaux de la nature
(1808) en Alemania y Francia, su Es sai politique sur le royaume de la
Nouvelle-Espagne (1811, París) y un gran número de comunicaciones y de
artículos en francés y en alemán para las principales revistas científicas.
Como es también chambelán del rey, debe al mismo tiempo cumplir con
misiones diplomáticas por cuenta de Prusia: primero en París (donde sin
embargo rechaza el puesto de embajador que se le propone en 1815), luego
en el Congreso de Aix-La Chapelle (1818), donde acompaña al rey Federi-
co Guillermo III; por fin, en el Congreso de Verana (1822). En el curso de
todos estos años, mantiene una enorme correspondencia con los estudiosos
y las instituciones científicas de todo el mundo. Participa también en la
creación de la Sociedad de Geografía de París, la primera de este tipo. En
1820 y 1822 una delegación de parlamentarios mexicanos, conducida por
Lucas Atamán, que será más tarde ministro, va a visitarlo a París, en vista de
la creación de una compañía minera. De este periodo data su proyecto
de establecerse definitivamente en México, en los años 1824-1825.
Pero el rey de Prusia lo necesita y le ordena volver definitivamente a
Berlín, lo cual hace en 1827 Humboldt va a desplegar una intensa activi-
dad científica: ciclo de conferencias en la Singakademie de Berlín, donde
se desarrollan sus ideas sobre la descripción física del mundo (es el em-
brión del libro que publicará más tarde bajo el título de Cosmos), presiden-
cia de una comisión real destinada a ayudar a los jóvenes artistas; trabajos
sobre el magnetismo terrestre, conferencias en la Academia de Ciencias de
Berlín; y, casi todos los años, deberá desde entonces acompañar al rey a los
baños de Teplitz.

8 Fi 190ÍS Arago (1786-1853), físico y hombre político francés, liberal, amigo de


Humboli ______________________i i
Aniftfiwnw HiaxiiT. nunmt vm—i
Viaje a Rusia > Asia Central
En 1829 por fin va a poder realizar en paite su sueño de viajar a Asia.
Invitado por el ministro Cancrín, realiza un largo merodeo a través de Ru-
sia, en compañía del biólogo C G Ehrenberg y del mineralogista G. Rose
De San Petersburgo los tres viajeros pasan por Moscú, Nijni-Novgorod,
Perm. Tobolsk y Bamaul, y alcanzan Sibería por Scmipalatinsk y Omsk
hasta Orenburg De ahí alcanzan el Volga en Samara y llegan a Astrakán,
exploran el delta del Volga y el Mar Caspio. Los 15 000 kilómetros del
viaje, de los cuales 5 000 en barco, fueron recorridos entre el 12 de abril y
el 24 de octubre de 1829.
Es el último viaje que Humboldt hará. Tiene entonces sesenta años. Le
quedan treinta años de vida, que va a consagrar a sus trabajos Histoire de la
géographie du Nouveau Continent (publicada entre 1836 y 1839), a la
publicación de su Voyage en Asie Céntrale (1836) y a la preparación de
la obra de su vida, Cosmos (l845* 1862). Humboldt participa en las activida-
des científicas de las numerosas academias de las cuales es miembro. Aso-
ciación de Ciencias de Berlín, Instituto de Francia, Sociedad de Geografía
de París, Academia Real de Ciencias y de Letras de Bélgica, Academia Real
Irlandesa. Real Sociedad de Londres, Academia Austríaca, Academia Ro-
mana Pontificia de los Nuevos Linceos, Academia de Ciencias de San
Petersburgo, Real Academia Española etcétera.
Su instalación definitiva en Alemania no le impidió moverse. Aprove-
cha misiones diplomáticas que le son confiadas para volver a menudo a
París (1831,1835.1838,1841,1842-1843, 1844-1845,1847-1848) y para
permanecer varios meses en cada viaje. En 1848, de regreso a Berlín y
luego de su último viaje a Francia, participa en los funerales de las víctimas
de la revolución de marzo, mostrando así públicamente sus simpatías por el
partido de la libertad. ¡Tiene entonces setenta y nueve años!
Humboldt trabajó a marchas forzadas hasta el último soplo de su larga
vida. El 15 de marzo de 1859, unos meses antes de su muerte, pudo leerse
en los diarios de su patria un anuncio donde suplica a sus numerosos co-
rresponsales que no le escríban; en efecto, recibe cada año 1 600 y 2 000
cartas, misivas, mensajes y documentos, manuscritos y proyectos de viaje y
expediciones coloniales; esta masa de correo le impide consagrarse a sus
propias investigaciones, que va a proseguir, “a pesar, precisa, de la disminu-
ción de mis fuerzas físicas e intelectuales".

Muerte de un sabio, balance de una vida


En abril de 1859 Alejandro de Humboldt se debilita; siente que sus fuerzas
lo abandonan rápidamente. El 6 de mayo, a las catorce y treinta, expira en
su departamento de la Oranienburgerstrasse, en presencia de su sobrina
Gabnele von Bülow y de su sobrino August von Hedemann. Muere pues sin
descendencia directa. Nunca se casó y no parece haber dejado hijos natura-
AUUANDK) Dft HUMMLOT, OBWTttCO Y VUJMO
les. Por otra parte nos preguntamos cómo habría tenido tiempo de ocuparse
de una familia. El 10 de mayo tuvieron lugar los funerales solemnes en la
catedral de Berlín y el 11 su ataúd fue depositado en el cementerio familiar
del Parque, en el castillo de Tegel, donde reposa junto a los de sus padres
y de su hermano.
Tal fue, evocada en forma demasiado breve, la existencia de ese genio
universal, de ese Proteo de la ciencia, de esc humanista liberal que, a pesar
de sus funciones oficiales en la corte del rey de Prusia, permaneció fiel a los
ideales de su juventud.
En sus escritos, se reconoce la influencia preponderante de los enciclo-
pedistas franceses y de la AufkjÜrung alemana. Maupertuis, Diderot
d'Alembert, Buffon, Condorcct, Kant, Lessing, Schiller, Goethe, comparte
con ellos una concepción unitaria del universo y de sus leyes, de un “gran
todo”, que evoluciona y se transforma según un proceso histórico que pue-
de ser descubierto recurriendo a lo que él mismo llama su método de
empirismo razonado. Rechaza la idea de razas inferiores o superiores. No le
gusta el clericalismo e incluso es un poco antirreligioso. A propósito de
esto, escribe que todas las religiones ofrecen tres partes distintas- un trata-
do de costumbres siempre igual y puro; un sueño ideológico y un mito o
pequeña novela histórica. Se niega a explicar la creación de la materia
orgánica a parte de lo inorgánico (el soplo divino) y califica la creencia en
la inmortalidad del alma como “fábula celeste más allá de la tumba”.
A pesar del enigma que son para él las que llama “oscilaciones de la his-
toria”, es decir, “el movimiento progresivo o retrógrado de la humanidad”,
y a pesar de la desesperación que expresa por vivir, a partir de 1815, en una
época en que triunfa en Europa el conservadurismo más riguroso (“noso-
tros vivimos o más bien vegetamos, escribe en 1853, atrozmente engaña-
dos en nuestras más caras esperanzas”). Humboldt quiere creer de todos
modos en el progreso de la humanidad. En el Cosmos, escribe: “Por una
feliz conexión de causas y efectos, a menudo sin que el hombre siquiera lo
provea, lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno se encuentran ligados a lo Útil”
La obra científica de Humboldt, y sobre todo el viaje a la América
española, no tuvieron la audiencia que merecen. En Francia, a pesar de la
publicación del viaje en francés, el interés por Humboldt se manifestó de
forma esporádica y poco intensa. Aparte de un folleto de 88 páginas publi-
cado en 1860, la edición de las cartas americanas de Humboldt en 1905 y la
publicación en 1969 por Maspéro de una obra consagrada a Humboldt
americanista,9 no existe hasta hoy una reedición de sus obras completas o
selectas destinada al gran público.

9 Charles Minguet, Alexandre de Humboldt, Historien et géographe de l'Amérique


espagnole, 1799-1804, París, Maspéro, 1969,196págs. [lYadcast., México, CCYDEL-
unam, 1985].
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Viaje a Rusia y Asia Centra]
En 1S29 por fia vi a poder realizar ea pane su sueño de viajar a Asia.
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ña. ea compañía de! biólogo C G Ehrenberg y del mineralogista G. Rose.
De San Petersburgo loa tres viajeros pasan por Moscú, Níjni-Novgorod,
Pena, Tobolsk > Barnaul, y alcanzan Siberia por Semipalatinsk y Omsk
Kasta Oreabarg. De ahí alcanzan el Volga en Samara y llegan a Astrakán,
exploran d delta dd Vblga y el Mar Caspio. Los 15 000 kilómetros del
viaje, de les cuales 5 000 ea basco, fueron recorridos entre el 12 de abril y
d 24 de octubre de 1829
Es d último viaje que Humboldt hará. Tiene entonces sesenta años. Le
quedan trema años de vida, que va a consagrar a sus trabajos Histoire de la
géograpbde du Nouveau Continent (publicada entre 1836 y 1839), a la
publicación de su Voyage en Asie Centróle (1836) y a la preparación de
la obra de su vida. Cosmos (1845-1862). Humboldt participa en las activida-
des científicas de las numerosas academias de las cuales es miembro: Aso-
ciación de Ciencias de Berlín, Instituto de Francia, Sociedad de Geografía
de París, Academia Real de Ciencias y de Letras de Bélgica, Academia Real
Irlandesa. Real Sociedad de Londres, Academia Austríaca, Academia Ro-
mana Pontificia de los Nuevos Linceos, Academia de Ciencias de San
Petersburgo, Reai Academia Española etcétera.
Su instalación definitiva en Alemania no le impidió moverse. Aprove-
cha misiones diplomáticas que le son confiadas para volver a menudo a
París (1831,1835,1838,1841,1842-1843,1844-1845,1847-1848) y para
permanecer vanos meses en cada viaje. En 1848, de regreso a Berlín y
luego de su último viaje a Francia, participa en los funerales de las víctimas
de la revolución de marzo, mostrando así públicamente sus simpatías por el
partido de la libertad. ¡Tiene entonces setenta y nueve años!
Humboldt trabajó a marchas forzadas hasta el último soplo de su larga
vida. El 15 de marzo de 1859, unos meses antes de su muerte, pudo leerse
en los diarios de su patria un anuncio donde suplica a sus numerosos co-
rresponsales que no le escríban; en efecto, recibe cada año 1 600 y 2 000
cartas, misivas, mensajes y documentos, manuscritos y proyectos de viaje y
expediciones coloniales; esta masa de correo le impide consagrarse a sus
propias investigaciones, que va a proseguir, ‘‘a pesar, precisa, de la disminu-
ción de mis fuerzas fYsicas e intelectuales”.

Muerte de un sabio, balance de una vida


En abril de 1859 Alejandro de Humboldt se debilita; siente que sus fuerzas
lo abandonan rápidamente. El 6 de mayo, a las catorce y treinta, expira en
su departamento de la Oranienburgerstrasse, en presencia de su sobrina
Gabriele von Bülow y de su sobrino August von Hedemann. Muere pues sin
descendencia directa. Nunca se casó y no parece haber dejado hijos natura-
ALEiAMMO Oi HUMBOLX’T, ODfT#ITO Y VUJHD
les. Por otra parte nos preguntamos cómo habría tenido tiempo de ocuparse
de una familia. El 10 de mayo tuvieron lugar los funerales solemnes en la
catedral de Berlín y el 11 su ataúd fue depositado en el cementerio familiar
del Parque, en el castillo de Tegel, donde reposa junto a los de sos padres
y de su hermano.
Tal fue, evocada en forma demasiado breve, la existencia de ese genio
universal, de ese Proteo de la ciencia, de ese humanista liberal que, a pesar
de sus funciones oficiales en la corte del rey de Prusia, permaneció fiel a los
ideales de su juventud.
En sus escritos, se reconoce la influencia preponderante de los enciclo-
pedistas franceses y de la Aufklárung alemana: Maupertuis, Dideroc
d Alembert, Buffon, Condorcet, Kant, Lessing, Schiller. Goethe; comparte
con ellos una concepción unitaria del universo y de sus leyes, de un ‘'gran
todo”, que evoluciona y se transforma según un proceso histórico que pue-
de ser descubierto recurriendo a lo que él mismo llama su método de
empirismo razonado. Rechaza la idea de razas inferiores o superiores No le
gusta el clericalismo e incluso es un poco antirreligioso. A propósito de
esto, escribe que todas las religiones ofrecen tres partes distintas un trata-
do de costumbres siempre igual y puro; un sueño ideológico y un mito o
pequeña novela histórica Se niega a explicar la creación de la matena
orgánica a parte de lo inorgánico (el soplo divino) y califica la creencia en
la inmortalidad del alma como “fábula celeste más allá de la tumba”.
A pesar del enigma que son para él las que llama “oscilaciones de la his-
toria”, es decir, “el movimiento progresivo o retrógrado de la humanidad”,
y a pesar de la desesperación que expresa por vivir, a partir de 1815, en una
época en que triunfa en Europa el conservadurismo más riguroso (“noso-
tros vivimos o más bien vegetamos, escribe en 1853, atrozmente engaña-
dos en nuestras más caras esperanzas”). Humboldt quiere creer de todos
modos en el progreso de la humanidad. En el Cosmos, escribe: “Por una
feliz conexión de causas y efectos, a menudo sin que el hombre siquiera lo
provea, lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno se encuentran ligados a lo Útil”.
La obra científica de Humboldt, y sobre todo el viaje a la América
española, no tuvieron la audiencia que merecen. En Francia, a pesar de la
publicación del viaje en francés, el interés por Humboldt se manifestó de
forma esporádica y poco intensa. Aparte de un folleto de 88 páginas publi-
cado en 1860, la edición de las cartas americanas de Humboldt en 1905 y la
publicación en 1969 por Maspéro de una obra consagrada a Humboldt
americanista,1 no existe hasta hoy una reedición de sus obras completas o
selectas destinada al gran público.

'CHARLES MINGUET, Alexandre de Humboldt, Historien etgéographede l'Amérique


espagnole, 1799-1804, PARÍS, MASPÉRO, 1969,196págs. [Trad. casi., México, CCYDEL-
UNAM, 1985].
ALEJANDRO DE HUMBOLDT, CIENTÍFICO V
VIAJERO
La edición monumental en treinta volúmenes in folio se ha hecho
inhallable y la reimpresión que fue hecha en Holanda hace algunos año
tiene un precio exorbitante.10
En Alemania, parece que la gloria literaria de Guillermo ha eclipsado a
Alejandro. Además, el clima político y cultural de Alemania de Bismarck
luego de Guillermo II y por fin de Hitler, no fue favorable al conocimiento
y a la propagación de sus obras. Seguidor de las Luces europeas, cosmopo-
lita, humanista y liberal, hostil a toda forma de opresión o de represión del
pensamiento, exageradamente afrancesado a los ojos de los chauvinistas
de su patria, exageradamente alemán y demócrata para los “patriotas” fran-
ceses, Alejandro de Humboldt fue por mucho tiempo ignorado y olvidado
No fue sino después de la segunda Guerra Mundial que Alemania redescu-
brió el genio puro que había prohijado. Las dos Alemanias le consagraron
excelentes estudios y le rindieron homenajes brillantes, especialmente en
ocasión del centenario de su muerte (1959) y del bicentenario de su naci-
miento (1969).

I
Nota preliminar

10 El viaje fue financiado por Humboldt. De los 312 000 francos oro de su heren-
cia, consagró unos 150 000 aproximadamente al viaje. Luego, la edición monumental
le costó 368 000. Es por lo tanto cierto que Alejandro de Humboldt consagró a la
ciencia la totalidad de su herencia y todo lo pudo ganar luego. Al final de su vida.)
aparte de los manuscritos de su biblioteca, prácticamente no le quedaba nada de
efectivo de todo lo que había heredado o adquirido.

14
Son numerosas las razones por las que el testimonio de Humboldt sobre la
sociedad criolla debe atraer nuestra atención. Ante todo, porque nos pre-
senta un cuadro completo de la sociedad colonial, de sus estructuras, de sus
problemas tanto económicos como políticos, y de las aspiraciones de los
criollos en un momento de particular importancia dentro de la historia de la
América española. En segundo término, porque en virtud de la naturaleza
misma de su relato, Humboldt se ve inducido a confiamos sus sentimientos
personales acerca de las características de la colonización española, de
las dificultades de la Corona, de los movimientos de independencia y
de las posibilidades de vivir o sobrevivir que tienen las nuevas repúblicas
nacidas entre 1810 y 1830. Por último —aunque no lo menos importante a
juicio nuestro—, porque sus reacciones y posturas frente al agonizante im-
perio español de América son bastante diferentes según se haga referencia a
las obras publicadas entre los años 1810y 1812oalas que salieron a la luz
con posterioridad a esas fechas.
¿Verdaderamente deseó y estimuló Humboldt el movimiento de inde-
pendencia? Así lo suponen algunos autores, fundándose en un conjunto de
críticas que figuran tanto en sus primeros libros, y particularmente en el
Ensayo político sobre la Nueva España (1811), como en las obras publica-
das en los mismos momentos en que se libraban las batallas entre criollos y
españoles, como es el caso de la Narración histórica (1816). Si bien, por
una parte en la América Española es posible hallar las huellas de la influen-
cia de Humboldt en el campo económico, especialmente en México y a
partir de 1824, es decir, ya concluidas las guerras de liberación de ese país,
y por la otra, difícilmente se descubrirá una influencia suya de orden político
sobre los movimientos independentistas que no sea posterior a los primeros
levantamientos. Ante todo porque las causas del descontento de los crio-
llos, que Humboldt enumera y analiza con gran profundidad, se remontan a
los albores de la colonización española; luego porque el lapso comprendido
entre la fecha de publicación de sus libros y los primeros levantamientos en
América es insignificante, en una época en que las ideas, libros y hombres
circulaban con bastante lentitud: no puede contemplarse la posibilidad de
influencia destacable alguna. En algunos países, las guerras de indepen-
dencia precedieron incluso a las primeras publicaciones de Humboldt.
Así, cuando se quiera evaluar el efecto de sus escritos sobre los movi-
mientos de independencia, será menester hacer uso de la mayor prudencia.
Humboldt crítica el sistema vigente en América y comprueba un estado de
cosas al que hay que poner remedio con toda urgencia, pero ni lanza un
llamado a las armas ni —menos aún— considera el recurso de la secesión
como medio para solucionar los problemas.
En realidad, él no pudo captar más que una cierta cantidad de aspectos
fragmentarios, en resumen muy interesantes, de la sociedad hispanoameri-
cana. Sus descripciones arrojan luz sobre vastos sectores, pero sus vacila-
ciones, sus dudas y sus ocasionales errores de juicio —al suprimirle esa
aureola de profeta y de mago inspirado con que generosamente lo corona-
ron algunos críticos— le restituyen sus dimensiones humanas. Esta incerti-
dumbre propia de un hombre situado con toda sencillez frente a los
prodigiosos acontecimientos de su tiempo, es para nosotros algo mucho
más precioso que las aventuradas afirmaciones de los apologistas.
En la actitud de Humboldt respecto de la sociedad americana, es preciso
distinguir dos aspectos muy diferentes. Por una parte, está la enorme felici-
dad que su viaje le ha procurado y que se manifiesta desde los primeros
momentos en que pisó el suelo de la América tropical, muy especialmente
en la carta del 16 de julio de 1799 a su hermano Guillermo:

Aquí estamos por fin, en la tierra más divina y más maravillosa. Plantas
extraordinarias, anguilas eléctricas, tigres, tatús, monos, loros, y nume-
rosos, muy numerosos indios, entre puros y semisalvajes, una raza de
hombres muy bella y muy interesante. ¡Qué arboles! [...] ¡Qué cantidad
inmensa de plantas minúsculas que no han sido aún observadas! ¡Y qué
colores ostentan las aves, los peces y hasta los mismos cangrejos (azul
cielo y amarillo)! Desde nuestra llegada, no hemos hecho otra cosa que
correr de un lado a otro como dementes; durante los tres primeros días
no nos fue posible observar nada con atención, pues nos pasamos todo
el tiempo dejando atrás un objeto para coger otro [...] Presiento que seré
muy feliz aquí.1

E.T. Hamy, Le tires américaines d’Alexandre de Humboldi (J798-1807), p.


25. carta desde Cumaná. Hamy traduce la palabra armadiUe, que Humboldt escribe
a&í, en alemán, y que corresponde al vocablo español armadillo (tatú), por el voca-
Nota Preliminar

Por otra parte, no hay que olvidar que su viaje a América se llevó a cabo
en condiciones tan extraordinariamente favorables como nunca se habían
presentado antes a beneficio de viajero alguno

En los países donde el espíritu público existe —escribe a Wildenow el


21 de febrero de 1801— y en lo que todo está sometido a la arbitrarie-
dad. el favor de la corte lo hace todo. El rumor de que fui escogido por
la reina y por el rey de España, y las recomendaciones de un nuevo
ministro todopoderoso, don Urquijo ( sic), conquistan todos los corazo-
nes. Nunca desde que el hombre tenga memoria, un naturalista ha podi-
do actuar con tanta libertad.2

Esta carta que, algunos años antes de las guerras de independencia, pone
de manifiesto una indiscutible deferencia de los criollos hacia la Corona,
expresa asimismo una verdad de hecho- antes de Humboldt, ninguno de los
escasos sabios que pisaron las colonias españolas pudo realizar sus activi-
dades disponiendo de tantas facilidades. Se piensa sobre todo en la desafor-
tunada expedición de La Condamine y Bouguer a Quito, que tan penosas
impresiones había dejado en los medios científicos franceses. La meta pro-
puesta por la misión francesa al Ecuador no había sido alcanzada, o mejor
dicho, fue alcanzada demasiado tarde, ya que la expedición de Maupcrtuís
enviada simultáneamente a Laponia completó en dieciocho meses su tarea,
que consistió en verificar la afirmación de Ncwton de que la tierra es una
esfera achatada en ambos polos. Pero en este caso los expedicionarios no
sufrieron las dificultades de la misión de La Condamine, que debió afrontar
una activa hostilidad tanto de los criollos como de la administración espa-
ñola, ¡pues sospechaban que los sabios franceses en realidad habían ido con
el propósito de descubrir los tesoros del Inca! El incidente de Cuenca que le
costó la vida al doctor Seniergues; el proceso entre Juan y Ulloa y la misión
francesa a propósito de las inscripciones que debían figurar sobre las pirá-
mides levantadas por razones de triangulación; la enfermedad que aniquila-
ría tres miembros de la expedición y que habría de adelantar la muerte de
blo francés armadille, con lo cual comete un error. En francés, armadille es un
crustáceo muy parecido a la cochinilla que también se conoce como armadillo en
español, pero no hay que confundir a ese crustáceo con el armadillo o tatú, animal
originario de América “del tamaño de un lechón, al que se asemeja también en la
forma del hocico, está recubierto por un caparazón escamoso en forma de coraza
(el tatú es un género de la familia de los desdentados)” Fácilmente se comprende la
razón por la cual Humboldt menciona el tatú, un animal exclusivamente americano.
1
Ibid., carta desde La Habana, p. 113.
La Condamine, transformaron esta tentativa científica en un completo de-
sastre.3
El viaje de Humboldt, por el contrarío, se desarrolló ajeno a este tipo de
Humboldt y u población
blanca
incidentes, excepción hecha de algunos accesos de fiebre que afectaron a
Bonpland y de algunos inevitables naufragios en los raudales del Orinoco
Esto no quiere decir que Humboldt no se haya visto varias veces en peligro
de muerte, ni que los riesgos que debió afrontar no hayan significado una
ruda prueba para su salud, sino que tuvo buena suerte en todo momento
A esta excepcional fortuna se agrega otro factor que sería injusto des-
preciar, por cuanto permite una mejor comprensión de ciertos aspectos de
su psicología. Sus reacciones ante la cortesía extrema, la amabilidad y el
afecto que le prodigaron españoles y criollos, son muy elocuentes.

Los oficiales españoles —escribe en una carta de 14 de diciembre de


1799— apoyaron de tal manera nuestros propósitos, que en medio del
océano me fue posible preparar gases y analizar la atmósfera a bordo de
la fragata. Idénticas facilidades me fueron brindadas en el continente.
En lodos sus rincones, las órdenes del rey y de su primer secretario de
Estado, el Sr. Urquijo. protector de las artes, son ejecutadas con gran
celo y presteza Sería muy ingrato de mi parte no hacer los mayores
elogios de la forma en que fui tratado en las colonias españolas .4

En la mencionada carta, Humboldt también escribe:

Nosotros, europeos del este y del norte, tenemos singulares prejuicios


en contra de los españoles. Durante dos años yo viví vinculado a todas
las clases, desde el capuchino (en razón de que pasé largas temporadas
en las misiones capuchinas del territorio de los indios chaymas), hasta
el virrey; conozco el español casi tan bien como mi lengua materna .3

’ EL RELATO DE ESTOS HECHOS SE HALLARÁ EN LA EDICIÓN DEL Voyage de la riviére des


Amazones, Relation abrégée, DONDE EL MISMO FIGURA COMO ANEXO, BAJO EL TÍTULO DE:
Le tire á Madame.. (Godin) sur t ’émeute populaire exciteé en la ville de Cuenca au
Pérou, le 29 aoút 1739, contre les Académiciens des Sciences, envoyés pour la
Mesure de la Ierre, PARÍS, 1745.
Un buen resumen de la expedición de La Condamine y de los incidentes de
Cuenca ha sido escrito por Joachim G. Lcithüuser en L’homme á la conquete de
l'Univers: les grandes explorations depuis Colomb jusque ’aux voyages planétaires,
pp. 257-274.
4
Hamy, Lettres américaines, p. 57, carta desde Caracas a Jérdme Lalande.
5
Ibid., caita desde La Habana, 21 de febrero de 1801, p. 114.
NOTA PRELIMINAR
Finalmente, en una misiva del 3 de febrero de 1800 al barón de Forell,
escrita en Caracas, dice:

Os ruego publicar que me resultaría imposible ponderar suficientemen-


te la buena voluntad con la que los oficiales del rey han favorecido nues-
tras andanzas literarias. Ya hablamos el español con la fluidez necesaria
como para poder mantener una conversación, y en los habitantes de
estos lejanos países admiro esa lealtad y esa probidad (hombría de bien)
que desde siempre han sido características del pueblo español. Es ver-
dad que aquí las luces no han progresado mucho, pero en compensación
las costumbres se mantienen más puras. A cuarenta leguas de la costa,
en las montañas de Guanaguana, hemos encontrado viviendas cuyos
moradores ignoraban incluso la existencia de mi país natal. Pero no sé
cómo podría describiros con exactitud la cordial hospitalidad que ellos
nos brindaron. Después de haber permanecido sólo cuatro días en el
seno de su sociedad, se alejaron de nosotros como si hubiésemos estado
ligados a ellos toda la vida. Cada día que pasa, las colonias españolas
me cautivan más.*

Se advertirá que en todos estos textos, Humboldt habla de los españoles


en general, sin establecer las diferencias entre el español originario de la
metrópoli y que reside en América, y el criollo nacido en el país; distinción
que sí aparece en otros pasajes de su obra. Pero en estos casos tal diferen-
ciación no era necesaria, por cuanto en ellos se hace referencia sólo al com-
portamiento típico del homo hispanicus en sociedad; la cortesía, el sentido
de la hospitalidad, la discreción, la fidelidad, son cualidades sociales y
morales que españoles y criollos poseen en común. Y aunque en una caita
él afirma que el recibimiento de que es objeto “en las colonias españolas es
hasta tal punto adulador, que el más aristocrático y vanidoso de los hom-
bres no podría desear más",11 12 es indudable que Humboldt no fue insensible
a los testimonios de respeto y admiración que recibió. No obstante, bajo la
exagerada formalidad de la cortesía española, Humboldt supo percibir
la sinceridad y la nobleza de un gran carácter.
Sin embargo, este entusiasmo frente a las reconocidas cualidades del
español y del criollo no condujo a que Humboldt “se españolizara" como se
ha podido afirmar* ¿Qué significado tendría esta “cspañolización"? Más

11* La Roquctte, Notice sus la vie et les travaux de M. le barón de Humboldt,


carta desde Caracas, 3 de febrero de 1800, p. 92.
12 Hamy, Lettres américaines, carta a Wildenow, La Habana, 21 de febrero de
1801, p. 113.
1
Esta expresión es empleada por el propio Humboldt en la ya mencionada
carta al barón de Forell: “De regreso en Europa me resultará difícil desespaño-
HUMBOLDT V LA POBLACIÓN
BLANCA
bien pensamos que Humboldt experimentó inéditas satisfacciones en su trato
con los españoles tanto de la metrópoli como de las colonias, hombres fun-
damentalmente diferentes de sus compatriotas. Es así que entre su espíritu
ávido de afecto, de amistad y de confianza y el espíritu latino, se pusieron
de manifiesto notables afinidades. Difícilmente valdría la pena invocar sus
remotos ancestros franceses para explicar las razones por las que, gracias a
la comunión establecida con los latinos, Humboldt se libró de sufrir los
efectos de tan dramático exilio, aun cuando tal exilio fuese algo que él ha-
bría venido buscando desde largo tiempo atrás. Su educación, sus senti-
mientos y su carácter lo habían preparado para tan feliz encuentro.
Tampoco resulta sorprendente el hecho de que a la profunda satisfac-
ción que en el plano científico y afectivo le procura su viaje, se agregue un
perfecto y casi milagroso restablecimiento de su salud. Desde el mismo
momento en que Humboldt pone el pie sobre el continente americano, to-
dos los conflictos psicoñsiológicos que habían obstaculizado su desarrollo
vital e intelectual hasta cumplidos sus treinta años desaparecen totalmente.
El fenómeno es tanto más notable cuando se manifiesta en el momento en
que nuestro viajero comienza a sufrir las rudas pruebas que le impone el
clima cálido y húmedo de los trópicos en regiones infectadas de paludismo
(Orinoco) y en comarcas donde las enfermedades tropicales tienen carácter
endémico. También soporta sin consecuencias las bajas presiones atmosfé-
ricas de las cordilleras.13 Este cambio radical confirma a la perfección los
análisis llevados a cabo en la primera parte de este trabajo: la realización
del viaje, tal como a él se le revela, libera las fuerzas físicas y morales que
por demasiado tiempo habían permanecido prisioneras, el viaje levanta en-
tre él y su medio una barrera, que al mismo tiempo marca el límite de una
niñez y una adolescencia opacas y carentes de alegría, con la» primicias de
una madurez expansiva y fecunda.
Algunos observadores, a cuyos ojos no escapó esta transformación, han
tomado argumento del entusiasmo de nuestro autor frente a los paisaje*,
tropicales, la inolvidable hospitalidad y la rica cosecha científica recogida
para ponemos en guardia contra los excesos de su imaginación* Será me-
nester, sin duda, examinar las conclusiones de nuestro autor a este respecto
13Iizarme" Ya había usado dicha expresión en una carta dirigida a don José Clavijo
Fajardo, subdirector del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. Amando
Melón, que cita esta última carta reproducida en los Anales de la Sociedad Españo-
la de Ciencias Naturales, afirma la españolización de Humboldt en una conferen-
cia que fue publicada por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales,
Madrid. 1960. p. 93. Esta españolización —escribe Melón— le permitió no sólo
apreciar la hospitalidad española, sino también rehabilitar la obra de España en
América, a pesar de la ideología de Humboldt, “hombre de ilustración anticolonialisia
e indigenista** (ibidL, p. 104). A nuestro juicio, lo que se produce es exactamente el
fenómeno contrarío. Un sabio como Humboldt, que anteponía ante todo la honra-
dez y la objetividad científicas, pudo comprender rápidamente la situación real de
las colonias españolas por él visitadas. No fue a pesar de, sino a causa de sus ideas,
que pudo trazar un cuadro relativamente objetivo de la realidad americana de su
época.
* Humboldt vio la muerte cerca varías veces. Entre Cumaná y La Habana,
posteriormente entre Batabanó y Cartagena de Indias, su barco se enfrentó a tan
violentos temporales, que nuestro autor se creyó perdido. Sobre el Orinoco, su
canoa zozobró repetidas veces; siendo uno de los peores accidentes de este tipo el
Nota Preliminar

para intentar tomar en cuenta el optimismo del que acaba-


humboldtiano,
mos de ver sus principales fuentes, así como sobre la verdad
su conclusión
objetiva. Pero si bien es cierto que tanto el estado de ánimo de Humboldt,
como el deslumbramiento que pone de manifiesto en cartas casi delirantes
son factores que hay que tener en cuenta, también es verdad que esa gran
euforia que impregna relatos y cartas no altera fundamentalmente su visión
científica.
Finalmente hay otro hecho que puede ser puesto de relieve; la forma
adoptada por la hospitalidad española, expresada por la inapreciable ayuda
de los funcionarios de la Corona, y que pone de manifiesto toda la magnifi-
cencia de la vida colonial.
Para el primero de ambos aspectos vale, como ejemplo, la acogida dis-
pensada por don Vicente Emparan, a la sazón gobernador de la provincia de
Cumaná, quien, según palabras de Humboldt, "nos recibió con esa sincerí- 14 15
dad y con esa noble sencillez que, desde siempre, han caracterizado a ^
nación vasca", mientras las "públicas demostraciones de consideración ^
que nos hizo objeto durante nuestra permanencia en su comarca, contri^
yeron en gran medida a procuramos una acogida favorable en todos | Q . I
rincones de la América meridional".11
Tal sentido de hospitalidad es común a todos: catalanes, gallegos y crio. I
líos "El más pobre habitante de Siges (sic) o de Vigo, puede estar seguro^
que será recibido en la casa de un pulpero, catalán o gallego, ya sea que ^
encuentre en Chile, en México o en las islas Filipinas".
Asimismo, recuerda haber sido testigo “de los más conmovedores cjem,
píos" de esta hospitalidad ofrecida “a desconocidos durante años enteros y I
sin el menor comentario de reprobación". Indudablemente, esto tiende a

14ocurrido el 6 de abril de 1800 cerca de La Urbana: un golpe de viento providencial


“hinchó la vela de nuestra pequeña embarcación y de una manera inexplicable nos
puso a salvo [...] del furor del oleaje y de la voracidad de los cocodrilos”, véase
Hamy, Lettres amérícaines, las cartas a Guillermo, 17 de octubre de 1800, p. 89. y
Ia de abril de 1801, p 117. Asimismo, en dos ocasiones fue víctima de agresiones
por parte de negros o de zambos. Una de ellas, a la que haremos referencia mis
abajo, ocurrió en Cumaná, y la otra cerca de Cartagena de Indias, Hamy, p. 117
Finalmente, aparte de los peligros representados por las incursiones de un tigre
americano en los campamentos del Orinoco, Humboldt estuvo a punto de morir
envenenado por el curare que llevaba consigo a Europa y que accidentalmente ha-
bía impregnado uno de sus calcetines. De haberse puesto dicha prenda, habría po-
dido ser contaminado y morir por el efecto de ese veneno, porque sus pies estaban
cubiertos de lastimaduras ocasionadas por niguas (Pulexpenetran*). Comenta que
un par de veces se salvó el Domingo de Ramos
15 Tal es el caso de Daniel Cosío Villegas, quien en Extremos de América,
1949, escribe que Humboldt tuvo una confianza excesiva en las posibilidades del
desarrollo económico de México, agregando incluso que Humboldt, jno era econo-
mista de profesión! Véase “La riqueza legendaria de México", pp. 83-111, sobre
todo pp. 95-97.
HUMBOLDT Y U POBLACIÓN
disminuir a medida que uno se aleja del interior hacia las»LWU«
costas, donde
ciudades más pobladas van ofreciendo en mayor grado el esquema de so.
ciedades más evolucionadas. Humboldt parece temer el momento en que :
"lo que convencionalmente se denomina una civilización avanzada, tenni.
ne por desterrar poco a poco, a la antigua franqueza castellana ".12
Humboldt se sintió igualmente muy emocionado tanto por la pompa y
el aparato desplegados, por ejemplo, en Bogotá, en ocasión de su llegadas
casa de la familia Mutis, como por la acogida que le fue dispensada en la
misión de Canpe, donde los misioneros se privaron de sus alimentos pan
ofrecérselos a sus huéspedes.
Finalmente, no permaneció insensible a los encantos de la vida en los
trópicos, a esa suerte de indolencia criolla debida quizás al clima, a la abun-
dancia de los frutos de la tierra y a la facilidad de la vida colonial Asi,
Humboldt describe las veladas pasadas en el río de Cumaná, en compañía
de los habitantes del barrio de las Guaiquerías:

En un bello claro de luna se ubicaban las sillas en el agua; los hombres


y las mujeres estaban vestidos con ropas livianas como en algunos bal*
neanos del norte de Europa, y la familia y los extranjeros, reunidos en la
ribera, pasaban algunas horas junto a la orilla fumando cigarros y
platicando —según las costumbres del lugar— de la extrema sequía de
la temporada, de la abundancia de lluvias en los cantones vecinos, y
sobre todo, del lujo que las damas de Cumaná echan en cara a las de
Caracas y a las de La Habana.13

1
' Relation hisionque, lomo u, cap iv, pp 235-238.
° Ibid., pp. 239-240.
1}
ibid., p. 266.
Del conjunto de textos que Humboldt conservó de IU estadía en Améri-
ca se destaca una imborrable impresión, no sólo del aspecto natural, que él
describiría más tarde en sus Cuadros de la naturaleza , sino también de los
seres humanos con los que allí se encontró Es menester recalcar también
—y esto de ninguna manera es menos importante— que la hospitalidad que
se lo dispensó en las colonias, aun cuando le haya sido brindada por grupos
étnicos bien definidos (vascos, catalanes, gallegos etc.), fue caracterizada
por Humboldt como una cualidad esencialmente española. En los textos
aquí citados, que fueron escritos en su totalidad durante su viaje (1799-
1804), jamás olvida que se halla en territorio español, conquistado por los
españoles y que, en época en que comienza a publicar sus primeras obras
sobre América, dichos territorios dependían todavía de España. Sobre este
aspecto nos gustaría, a continuación, llamar la atención del lector. En sus
cartas no vislumbra en forma manifiesta una eventual separación entre Es-
paña y sus provincias de América, sino que engloba dentro de un mismo
homenaje a los españoles de la metrópoli y a los criollos. Poseemos un
texto de Humboldt que confirma nuestra opinión; texto que, publicado en
1808, o sea cuatro años después de su regreso a Europa, no deja dudas
acerca de su forma de pensar Se trata de la dedicatoria a Carlos IV que
encabeza su Ensayo político sobre la Nueva España. Es indispensable re-
producirla íntegramente, por cuanto ella nos permitirá —mejor que toda
vana especulación— captar la auténtica postura de Humboldt sobre los pro-
blemas de las relaciones entre España y sus posesiones americanas:

Señor:
Habiendo disfrutado, durante muchos años, en las lejanas regiones so-
metidas al cetro de Vuestra Majestad, de su protección y de su alta bene-
volencia, no hago sino cumplir un deber sagrado al depositar al pie de
su trono el homenaje de mi reconocimiento profundo y respetuoso.
En el año de 1799 tuve la dicha en Aranjuez de ser recibido perso-
nalmente por Vuestra Majestad, la cual se dignó aplaudir el celo de un
particular a quien el amor a las ciencias llevaba hacia las márgenes del
Orinoco y hacia las cimas de los Andes.
Por la confianza que los favores de Vuestra Majestad me han inspi-
rado, es por lo que me atrevo a colocar su augusto nombre al frente de
esta obra, que traza el cuadro de un vasto remo, cuya prosperidad, Se-
ñor, es grata a vuestro corazón.
Ninguno de los monarcas que han ocupado el trono castellano ha
difundido más liberalmente que Vuestra Majestad los conocimientos
precisos sobre el estado de esta bella porción del globo, que obedece en
ambos hemisferios a las leyes españolas. Las costas de América han
HllMUf VU9tlUflBllUK4
ttdo itvinlidfei por háNIci wrómwi, con munificencia digna de u*
ffin soberano Han sido publicadas a expensa* de Wieaira Majestad
carta* exactas de las mames costas y asimismo planos detallados de
wno> puerto* militares También ha ordenado que anualmente se publi-
quen en un periódico peruano de Lima datos estadísticos sobre los pro.
freso» de la población, del comercio y de las finanzas.
Pero fallaba un ensayo estadístico sobre el reino de la Nueva Esp§.
ña. Para subsanar esta deficiencia reuní un gran número de materiales
de mi propiedad en una obra cuyo primer bosquejo llamó en forma ho-
norable la atención del virrey de México, el año de 1804. Sería feliz $j
pudiera lisonjearme de que mi humilde trabajo, en forma nueva y redac-
tado con más atención, no fuera indigno de ser dedicado a Vuestra Ma- I
jeatad.
En mi obra se reflejan los sentimientos de la gratitud que yo debo al I
gobierno que me ha protegido y a esta nación noble y leal que me ha I
recibido no como a un viajero, sino como a un conciudadano 6Un tra- I
bajo como éste podría desagradar a un buen rey, cuando dicho trabajo se I
refiere al interés nacional, al perfeccionamiento de las instituciones so- I
nales y a los principios eternos sobre los cuales reposa la prosperidad I
de los pueblos?
Señor, con todo el respeto que se debe a Vuestra Majestad Católica,
queda su muy humilde y sumiso servidor.

El Barón A. de Humboldt

París, a 8 de marzo de 1808.14

Esta dedicatoria está escrita con admirable habilidad. La extrema deferen-


cia de la que Humboldt da prueba, y la nobleza de su tono confirman el
hecho de que el autor se sentía perfectamente cómodo entre los grandes de
este mundo Y de que era sumamente diestro en este tipo de ejercicios
de estilo, destinados a monarcas. Se advertirá que no sólo hace mención de
los aspectos científicos relativos a la obra de la monarquía española: su
Ensayo político sobre el remo Je la Nueva España está presentado como un
ensayo estadístico, aunque contiene también una apreciable cantidad de
consideraciones políticas de la mayor importancia. Humboldt toma la de-
lantera cuando, en la úluma frase, le deja ver al "buen Monarca" castellano
que no quiso DISGUSTARLO abordando problemas de orden político. Esta ÚLTI-
MA frase es especialmente sabrosa, y su forma interrogativa, más que ate*

'"* Esm poktuft* sur le Roytmme de la Nouvttíe Espume, tomo i. dedicatoria


* Su .VtiKsiad Católica Carlos IV. Rey de España > de las Indias.
nuar destaca la fina ironía humboldliana. puea en realidad, M «m primer
ensayo, Humboldt enuncia un cierto número de mdedee con gra» probi-
dad intelectual y con gran valentía. Insiste sobre los áspeme poetases éel>
obra llevada a cabo por la Corona española y cree ser verdaderamente útil a
España al indicar los medios que, basados en el respeto de los principios
eternos*’, permitirán "perfeccionar las instituciones”, esa» ea beneficio de
los intereses de la nación española. Todo el programa de ios Ilustrados esta
allí, y es menester tan sólo el agregado de algunas reformas prudentes e
ilustradas a llevarse a cabo bajo la dirección y bajo el control del monarca
No hay duda de que el Ensayo político sobre la Nueva España, el primer
libro ‘'americanista” de nuestro autor, aporta abundantes pruebas dei ma-
lestar causado por las rivalidades entre españoles y criollos. El hecho era
patente, y otros antes que Humboldt —desde Ulloa a Raynal— ya había»
puesto de relieve que esa rivalidad a fin de cuentas habría de conducir a U
secesión. Pero antes de intentar cualquier análisis de ios elementos de
la documentación, es necesario dejar sentado que las consideraciones polí-
ticas contenidas en el Ensayo político sobre la Nueva España no expresan
en absoluto un deseo por parte de Humboldt de ver a la América española
emprendiendo el camino de la secesión, lo que tales consideraciones hacen
es tan sólo tomar en cuenta esa posibilidad. Los peligros se advierten > son
sumamente graves. Al mismo tiempo indica la necesidad de reformas (lo
que en la dedicatoria denomina “el perfeccionamiento de las instituciones
sociales”). En 1808, Humboldt piensa que el principal problema para Espa-
ña y las colonias es el siguiente: España debe mostrarse lo suficientemente
enérgica como para imponer en América una serie de reformas en beneficio
de las clases desheredadas, consolidando la alianza entre la Corona "ilus-
trada” y las élites "ilustradas”. A su juicio esta alianza es indispensable, y
constituye la condición fundamental para el éxito.
España debe contar con administradores honrados y deseosos de impul-
sar la libertad y de desarrollar la economía y el comercio, y acto seguido
deberá permitir el acceso de los hombres más ilustrados de las colonias
dentro de lu planta ejecutiva de administradores. Humboldt demuestra pues,
una concepción unitaria del problema colonial español, ubicándose no en
coincidencia con el punto de vista de la mayoría de los criollos, sino desde
el punto de vista español "liberal”. En 1808, está convencido de que aún
se está a tiempo de salvarlo todo, a condición de que se operen ciertas y
determinadas modificaciones. Este juicio suyo no es demasiado original, ni
es tampoco demasiado utópico; pero no hay duda de que peca por exceso
de confianza en la capacidad y en la eficacia de la Corona española, que ya
se hallaba sumida en un profundo estado de agobio. En las colonias, las
órdenes impartidas por ella jamás pudieron lograr ejecución plena, y aun
dentro de la misma España, las principales reformas permanecían confína
áwl «tato di pHiitrtitui VH pmwmfmU fw fti U invasión francés *
■Mr 4t 1881 -íl MBVMHV d poder kflMM en EapÉk «i • asesor u?,
p-ífh MMÍ «I MnMM MonMH dd que Cvtoi III y Cutas IV hs
tai uéi granamos. v que vi prácticamente a separar i Espato de m
tOlflONMi M || MMM* HÉI CSSKO
b MI* nprnoocs vifiÉiM lili. Humboldt saca a relucir la profunda
iMpnáif ér fes Aston «patota, apresando la firme convicción de
que ém a tadta IMMM« ligada a Espato. Sin embargo, ideas muj
dtlavaam ao mdert» aa aparecer ea sus obras posteriores.
Ea 1114. cañada aparace el primer volumen del Vuye a las regiones
rgmamater drf rana cosiMMfr, las guerras de independencia habían
llegado a w masar grado de violencia y ya habían dado inicio a un írrever
sita nsnmcao de separación Enemigo de la violencia, Humboldt de-
plora asa guerra cwil aniquiladora de hombres de un ''mismo origen' y
caúsame de la devastación de las bellas comarcas otrora pacíficas, que él
había recorrido. Al evocar los recuerdos de su viaje en su Narración histó-
rica Humboldt cantosa que entre los años 1800y 1804 nada parecía anee-
«ar las sangrientas batallas de las guerras de independencia que se librarían
atos más urde
El 12 de febrero de 1800. durante su estadía en Turmcro, localidad ti-
tilada en kn V alles de Aragua, en Venezuela. Humboldt tuvo ocasión de VER
' “tas restos de un destacamento de la milicia del país" A propósito de eflo,
acribe:

Su solo aspecto índica que. desde hace siglos, estos valles han disfruta-
do de una paz ininterrumpida. El capitán general, creyendo dar un nue-
vo impulso al servicio militar, había ordenado grandes maniobras Es
un simulacro de combate, el batallón de Turmero hizo fuego sobre el de
Victoria Nuestro anfitrión, teniente de milicia no cesaba de describir
nos los peligros de estos ejercicios: “Se había visto rodeado de fusiles
que podrían haber hecho fuego en cualquier momento; se le había teni-
do cuatro horas si rayo del sol sin permitir que sus esclavos desplegaras
una sombrilla sobre su cabeza" Cómo los pueblos que parecen ser los
más pacíficos |. ], adoptan rápidamente las costumbres guerreras' Por
entonces yo me sonreía tímidamente, con un ingenuo candor Pero doce
años después aquellos mismos valles de Aragua, aquellas apacibles lla-
nuras de la Victoria y de Turmcro, el desfiladero de Cabrera y las fértiles
orillas del lago de Valencia se convertirían en el escenario de los más
sangrientos y encarnizados combates entre los indígenas y los soldados
de la metrópoli15
MR»
Este extenso párrafo confirma FtH» J
la eflasa* pi aa «I Mam» ó» m
viaje. Humboldt no vislumbraba en dbuiM la» caMM fKtfWflMl
larde habrán de librarse co AmíncaeavtcmCa )apMa.fHMÉhi
incluso que ni siquiera los haya deseado.
Hans Schncider, quien ha investigado la sica de la flBRiaa.aw ea U
obra de Humboldt, afinna con iodo acierto que ao cua haa si aaaaa
“ninguna prueba documental de que HumboidL sea ea Asaría tea Euro-
pa. interviniera activa o deliberadamente ea ningún acto o foMs. qa «a
el terreno de la política o diplomacia se realizasen coa ansas a fssaaaNr la
independencia de América" “
Esta aseveración nos parece justa y concuerda perfectamente coa la psi-
cología y la actitud de nuestro autor. Es indudable que ah tarde y ea repe
tidas oportunidades, Humboldt hizo votos para que Us nueva* repúblicas
americanas emprendieran con paso seguro el camino de la libertad y dei
progreso, pero la exteriorización de su simpatía hacia ellas nunca fue au>
allá de tales expresiones de buenos deseos.

Hans Schneider, “La idea de la emancipación de América en la obra de


1

J______i_!__i__i «• •_______i______,_____a_i
_______

la

____
Datos numéricos, distribución geográfica,
Í densidad y “calidad” de la población

: En su estudio de la población criolla de origen español en América, Humboldt


aporta numerosas contribuciones fundamentales. En primer lugar, traza un
I esquema cuya exactitud rectifica en gran medida las inexactitudes de auto-
I res anteriores. Los americanistas de la actualidad respetan enormemente las
■cifras suministradas por Humboldt, considerándolas como referencias de
I primer orden. Es cierto que sus trabajos demográficos fueron llevados a
I cabo a lo largo de más de veinticinco años (1800-1825) y son el fruto de
■numerosas y pacientes investigaciones de los documentos oficiales más
■importantes. A fin de describir el estado de la población blanca, Humboldt
■recurre además a un análisis geográfico e histórico que arroja luz sobre las
■características permanentes —y, por lo tanto, vigentes aún en nuestros días—
I del proceso de poblamiento hispanoamericano, observando finalmente en
I el seno de la población criolla la aparición del mestizaje racial. Este fenó-
meno que había comenzado a darse desde los albores de la colonia, alcanza
■proporciones considerables en el siglo xix, y en la actualidad marca con su
■ sello particular a casi todo el conjunto de la etnia latinoamericana.

El número: los cuadros de población

1 ! Humboldt calcula la población total de las posesiones españolas de Améri-


Ica (1825) en 16 785 000 almas, cantidad que se descompone de la siguiente
■ forma: 13 509 000 gentes de color (indios, mestizos, negros y mulatos), y
3 276 000 blancos (o supuestos blancos). De entre ellos, los españoles naci-
I dos en la metrópoli apenas alcanzaban 150 000.
El porcentaje de blancos en relación con el total de la población de la
I América española es solamente de 19%, y es claramente inferior al porcen-
I taje de blancos en Estados Unidos, que alcanza 60% de la población
■total. El porcentaje total de blancos en ambos continentes (norte y sur)
■ es de 38%. Merced a tales cálculos, Humboldt saca como conclusión que
■ la sociedad hispanoamericana de los años 1820-1825 presenta unaestruc-
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN BLANCA

tura totalmente original y muy diferente de la que presenta la América ¡u,


glcsa.

La costumbre de vivir —escribe Humboldt— en un país donde los blan-


cos son tan numerosos como en Estados Unidos, ha influido de manera
singular en las ideas que han surgido sobre la preponderancia de las
razas en diversas partes del Nuevo Continente. Se ha disminuido arbi-
trariamente el número de los negros y de las razas mixtos .1

Así, el mestizaje, una característica propia de la población española de


América, es puesto de relieve ya por Humboldt. Hoy en día, constituye el
rasgo esencial de la mayor parte de los Estados americanos de ascendencia
española excepción hecha de la Argentina, Chile y el Uruguay, que son
considerados países fundamentalmente blancos. Pero estas tres excepcio-
nes no restan en absoluto validez al análisis humboldtiano, ya que la gran
mayoría blanca en estos países se formó por la inmigración masiva de euro-
peos que llegaron a América en épocas posteriores a la muerte de Humboldt
Y como, por lo demás, éste no visitó más que el sector de la América espa-
ñola donde las características indígenas y mestizas no sólo se han conserva-
do sino que incluso se han ido acentuando con el correr del tiempo, su
análisis en conjunto conserva su fundamento. Aproximadamente hacia 1840
escribe “En México, en Guatemala, en Quito, en Perú y en Bolivia, la fiso-
nomía del país a excepción de algunas grandes ciudades, es esencialmente
india'V a lo que bien habría podido agregar que en el Brasil y en las Anti-
llas es sobre todo africana. La impresión que extraen los viajeros de nues-
tros días concuerda con la de Humboldt. Thl es el caso de André Siegfried,
quien de regreso de un viaje por América Latina destacó tres zonas étnicas
distintas: la zona Nanea, sobre las costas de la Argentina, del Uruguay y del
sur de Brasil, la zona negra, que se extiende desde Río de Janeiro hasta el
Mar Caribe, y la zona india: “Desde que uno se interna en la Pampa
—dice—. sobre todo al aproximarse a los Andes, su presencia [de los in-
dios] se manifiesta, se impone de manera irresistible: su sangre está allí, en
U raza, aun cuando ésa parezca blanca; esto es ev idente. La alta montaña,
coa mayor razón, les pertenece incuestionablemente y cada vez más". So-
bre U costa del Pacífico, “excepción hecha de algunas regiones del sur de
QakT. domina la raza cobriza; y André Siegfried menciona a Bolivia. Ecua-
dor, Peni. Venezuela y Colombia entre los países donde biológicamente
predomina la raza india.'

Eam pcdmqiu ÍU de Cuba, lomo n. p. 395


fiatotnr ce ID gtogmphte du IVMVMN Contment. p. 123, EDICIÓN española.
Aaiké Siegtned, Aménque Laime, pr 2Qu.
DATOS NUMÉRICOS, DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA
Esta enorme participación del indio y del mestizo dentro de la sociedad
española americana es explicada por Humboldt, quien con gran sagacidad
analizó el estado y ubicación de la primitiva población de América, por un
lado, y las condiciones geográficas e históricas en las que se desarrolló la
conquista española, por el otro.

La distribución (población por islotes)


Humboldt destaca que las sociedades americanas precolombinas de Méxi-
co, Perú y Quito nacieron y se desarrollaron en forma de islotes, sin que
entre ellas se establecieran lazos de comunicación ni intercambios de civi-
lización o de experiencias técnicas. Con todo acierto recuerda que “ningún
hecho histórico ni tradición alguna vinculan a las naciones de la América
meridional con las que viven al norte del istmo de Panamá", aunque sus
respectivas historias "no dejan por eso de ofrecer impresionantes similitu-
des en las revoluciones políticas y religiosas", y sobre todo en sus mitologías.
El incuestionable "aire de familia" que Humboldt detectó en sus estudios
acerca de las características morfológicas del indio no debe hacer olvidar la
individualidad esencial de esas civilizaciones que crecieron dentro de un
aislamiento casi absoluto las unas respecto de las otras. Humboldt insiste
en este fenómeno, afirmando que al igual que África y Asia, "el nuevo con-
tinente presenta diversos centros de una civilización primitiva, cuyas rela-
ciones mutuas nos resultan desconocidas".16
Sin duda, hoy sabemos bien que "las civilizaciones de México y del
Perú ciertamente se comunicaron entre sí en numerosas ocasiones a través
de su historia", tal y como nos lo recuerda Lévi-Strauss .17 No obstante, Pierre
Chaunu ha hecho hincapié recientemente —y a nuestro parecer con toda
propiedad— en la fragilidad de los vínculos que han podido enlazar a estas
razas amerindias precolombinas. Estas supuestas comunicaciones pudie-
ron concretarse a través de migraciones de hombres del norte al sur o a la
inversa, pero las "áreas culturales" ocupadas de tal manera presentan una
apariencia "como de ratoneras, que se cerrarán una tros otra sobre los inva-
sores”.*
El carácter "nuclear" de las civilizaciones amerindias, acentuado por el
aislamiento cultural, se vio favorecido por un relieve muy poco propicio a
los intercambios: "Los pueblos americanos más avanzados culturalmente
HUMBOLDT Y U POBLACIÓN BLANCA

—escribe Humboldt—' eran pueblos de la montaña" Particularidad de gr^


18

importancia, que confirma la influencia decisiva que Humboldt atribuye


tanto al clima como al medio natural en el desarrollo de las civilizaciones I
Desde el mismo momento en que el hombre americano se acantonó sobre I
las altiplanicies, limitó necesariamente sus posibilidades de comunicación.

16 Vues des CordiUéresy Introducción, pp. 7-42 y especialmente, pp. 33 y 36.


17 Claude Lévi-Strauss. Tristes trapiques, pp. 263-264.
Pierre Chaunu. “Pour une ‘géopolitique’ de l’espace améncain', especial-
mente. pp. 8-9.
18Vues des Cordilíéres, INTRODUCCIÓN, P 32.
Histotre de la géographie du Nouveau Cnntin*nt ^HÍ/*¡AN KMÑNLA N 123.
Pero tal elección no fue hecha al azar, pues de todas maneras entre esas
montañas o esas altiplanicies habitables, las relaciones entre peruanos y I
mexicanos, o entre indios de la llanura e indios montañeses, se tomaban I
prácticamente imposibles por los obstáculos insalvables que significaban I
las selvas tropicales, los descomunales ríos y las barreras montañosas que I
ocupan la mayor parte del norte y del centro de América del sur, la faja I
litoral del Pacífico y el istmo central.

La influencia del medio


A partir de esta realidad geográfica determinante de las áreas de población
precolombina. Humboldt se abocó al análisis de las características genera-
les de la colonización blanca. Indudablemente, ésta se vio estrechamente
condicionada por el relieve. Pero también por el carácter mismo de las cultu-
ras indígenas. Humboldt describe admirablemente este fenómeno cuando I
establece una diferenciación entre los indios cazadores o nómadas y los in- I
dios sedentarios de la América prehispánica, y cuando paralelamente hace una
comparación entre la colonización anglosajona y la colonización española.

Preciso es haber vivido —escribe— en las altas mesetas de la América


española o en la Confederación angloamericana para comprender bien
lo que este contraste entre los pueblos cazadores y los agrícolas, entre
los países desde largo tiempo bárbaros y los que gozaban de antiguas
instituciones políticas y de una legislación indígena muy desarrollada, I
ha facilitado o detenido la conquista e influido en la forma de los prime-
ros establecimientos de los europeos, y cómo ha impreso, aún en nues-
tros días, carácter propio a las diferentes regiones de América.*

Así —concluye Humboldt— en Venezuela al igual que en la región orien- I


tal de América, la civilización introducida por los europeos se limita a la
angosta faja del litoral. En México, Nueva Granada y Quito, por el contra-
no. penetra profundamente en el interior del territorio hasta los desfilade-
Datos numéricos, distribución geográfica
ros de las cordilleras. En esta última región existía ya en el siglo xv una
antigua civilización fundada por los primeros colonos En todos lo* lugares
en que los españoles se encontraron con ella, siguieron automáticamente
sus pasos, ya fuese cerca del mar o a una gran distancia de la costa.*
La colonización española se realizó, pues, de manera un tanto espontá-
nea, adaptándose apretadamente a las condiciones geográficas y a loe gru-
pos humanos preexistentes. Humboldt señala que la civilización europea,
“concentrada a un mismo tiempo en diferentes puntos [..) se propagó en
forma de rayos divergentes*’.10 La América española, al igual que la Améri-
ca india, se presenta a los ojos del viajero alemán como una serie de islotes,
donde los centros civilizados se alternan con las inmensidades vacias. “Co-
marcas desérticas o habitadas por pueblos salvajes rodean en la actualidad
a los territorios conquistados por la civilización europea, separando estas
áreas de conquista a la manera de brazos de mar, que resultan muy difíciles
de franquear, y en la mayoría de los casos los Estados vecinos no se vincu-
lan entre sí más que por estrechos corredores de terreno desmontado*’ La
comprobación de este hecho permite a Humboldt rectificar los abundantes
errores comúnmente difundidos en Europa por algunos geógrafos que “con
frecuencia desfiguran sus mapas trazando las distintas partes de las colo-
nias españolas y portuguesas como si fuesen contiguas en todos los territo-
rios interiores”.11
Insiste sobre la gran influencia política y económica que ejercen las
ciudades de América al formar núcleos netamente independientes entre sí.
Esta disposición polinuclear, fruto de las antiguas condiciones de vida de la
América precolombina determinadas imperativamente por el relieve, y que
fueron conservadas y hasta intensificadas durante el periodo colonial, está
acompañada de gradaciones fácilmente perceptibles en el desarrollo de la
civilización.
En todas partes Humboldt pudo hallar las tres zonas geográficas que.
según su opinión, caracterizan las tres edades de la sociedad humana, vida
de cazador y nómada, vida pastoril y agricultura. Pero dichas zonas se dis-
ponen de manera diferente según las regiones. En Venezuela, por ejemplo,
la civilización disminuye a medida que uno se intema en el continente ale-
jándose de la costa.

9
Ibidé. p. 144
10
Relatton historique, tomo iv. libro iv. capítulo xn. p 144.
[45 146__________________________________
HUMBOLDT y LA POBLACIÓN
En primer término BLANCA
se ven tierras cultivados a lo largo del litoral y ju n,(j
a
la cadena de montañas costeras, a continuación las sabanas, las praclc-
ras de pastoreo; finalmente, más allá del Orinoco, una tercera zona, | :,
de esas selvas en las que no se puede penetrar si no es surcando los río»
que las atraviesan.

Estas tres zonas geográficos se encuentran también en otras partes de


América, como en México, en Peni y en Quito, pero dispuestas en el orden
inverso En efecto, en estos lugares aparecen sucesivamente selvas, prade-
ras y tierras cultivadas que van dándose en forma escalonada desde la costa
hasta las altiplanicies o las montañas.
Finalmente, la provincia de Buenos Aires ofrece una versión diferente
de las tres edades mencionadas, pues "la región de praderas naturales cono-
cida bajo el nombre de pampas se interponen entre el aislado puerto de
Buenos Aires y la gran concentración de indios agricultores que habitan las
cordilleras de Charcas, de La Paz y del Potosí'.19 20
Estas diferenciaciones le permiten a Humboldt lanzar una serie de pro- I
nósticos acerca del futuro de las nuevas repúblicas que, en el momento en I
que escribe, acaban de fundarse en América.

La densidad I
y A continuación, Humboldt se aboca al estudio de la densidad de población. I
De antemano señala que, habiéndose determinado las superficies de los
distintos Estados americanos y estimado su población, las cifras promedio
calculadas por legua cuadrada (legua marítima) no proporcionan otra cosa
que lo que él da en llamar un informe de la “población relativa". Las cifras
por él obtenidas arrojan como resultado 95 habitantes por legua cuadrada
en México, 58 en Estados Unidos, 30 en Colombia y 15 en el Brasil
Estos datos son sumamente valiosos. Al comparárselos con los corres-
pondientes a países de Europa, revelan de manera fiel y elocuente que los
territorios americanos se hallan muy lejos de haber alcanzado las densida-
des de los del Viejo Continente. El imperio ruso, por ejemplo, tiene 87
habitantes por legua cuadrada, siempre que para el cálculo se toma en cuen-
ta a la Sibcria rusa, que no tiene más que 11; la Rusia europea, en cambio,
tiene 320; España tiene 765 y Francia 1778.

19 ibid., pp 147-148.
20 Humboldt agrega que estas diferencias geográficas generan “en un mismo
país, una pluralidad de intereses entre los pueblos del interior y los que habitan las
costas”, ibid., p. 150.

3
6
A esta bajísima densidad relativa de la población americana ve agrega
otro fenómeno, sobre el que Humboldt insiste muy atinadamente. Porque
—escribe— “estas evaluaciones de la población relativa, aplicadas a
países de superficies inmensas y de los cuales una gran parte se halla total-
mente despoblada, no resultan sino abstracciones matemáticas muy poco
instructivas"
Así como en Europa la población de los países “uniformemente cultiva-
dos" presenta, según las regiones, diferencias que van de 1 a 3, como en el
caso de Francia, o de I a 2 en el caso de España, o de I a 15 en los casos más
extremos (al comparar los países más poblados con las comarcas más de-
sérticas de Europa), en América, por el contrario, las diferencias son ex-
traordinarias, Aún excluyendo los llanos y las pampas, Humboldt encuentra
diferencias de densidad que van de 1 a 8000 u
A pesar de estas extraordinarias oscilaciones entre regiones pobladas y
regiones desérticas, algunos sectores de la América civilizada tiene una
población relativa tan densa como la de algunos países europeos, debido a
su concentración en las ciudades del litoral, en los valles andinos y en las
islas.
A dicha concentración Humboldt le da el calificativo de “accidental",
por cuanto revela una población relativa que en ciertos casos va de 3 000 a
4 700 habitantes por legua cuadrada, es decir, la misma que tienen las re-
giones más fértiles de Holanda, de Francia y de Lombardía.
Pero Humboldt no está dispuesto a comparar más que situaciones com-
parables Por tal razón establece un paralelo entre regiones de América que
por su estructura económica son idénticas a regiones de Europa. Entre ellas,
nuestro autor elige a la Capitanía General de Venezuela haciendo abstrac-
ción de los llanos, que tienen 1800 leguas cuadradas de extensión. Estas
provincias del litoral, donde las industrias agrícolas son una actividad flo-
reciente, se hallan sin duda “dos veces más habitadas que en Finlandia",
pero aún así su población es un tercio menor que la de Cuenca, la provincia
menos poblada de España. 21

21 Essai politique lie de Cuba, Suppiément, tomo u, pp 206-225. En este


estudio, Humboldt utiliza no sólo el resultado de sus propias estimaciones, sino
también una cantidad considerable de trabajos estadísticos referidos a los distintos
países de Europa y Asia. Véase a este respecto un muy completo trabajo publicado
por Kurt Witthauer, de Gotha, “Geographische Bcvólkerungstatistik
in Alexander von Humboldts Reisewerk”, Kurt Witthauer tuvo la paciencia de re-
agrupar en un solo cuadro todas las estadísticas de Humboldt, reduciendo las le-
guas cuadradas a km2. Los 95 habitantes por legua cuadrada estimados para México
y Guatemala se convierten en 2.9 hab. por km2; los 34 de Colombia (Quito incluí-

T7
HUMBOLDT Y LA POBLAUW»
Todas estas observaciones sobre la distribución de la población, sobre u I
densidad relativa y sobre la densidad “accidentar’, ponen de manifiesto u na I
característica permanente del poblamiento de la América española: U ^ I
*er sobre todo periférica. Algunos islotes muy poblados se ubican junto a
inmensos desiertos apenas tocados por el hombre Por otra parte, la den$j. I
dad de población, aún en nuestros días, es muy baja. De este modo, | 0i I
habitantes de la diversas naciones latinoamericanas cubren con una la* a I
red humana las vastas extensiones del Nuevo Continente. >s

La particularidades nacionales I
Humboldt también toma en consideración la situación particular de cada I
uno de los grupos humanos, mejor o peor ubicados para recibir las corríen. I
tes intelectuales provenientes de Europa, guiándose por las posibilidades I
de comunicación con el Viejo Continente. “Es necesario distinguir —afir- I
ma— las partes de la América española que miran hacia el continente asi¿ I
tico, de aquellas que están bañadas por el océano Atlántico ".16
De este modo, la Capitanía General de Caracas goza de una ubicación I
privilegiada. Bañadas por las aguas del “pequeño mar de las Antillas, una
suerte de Mediterráneo", sus costas se benefician con el incesante aporte de
lo que Humboldt da en llamar “las luces" del siglo .17 Por el contrario, los
reinos de la Nueva Granada y de México “no están vinculados con las
colonias extranjeras —y a través de ellas con la Europa no española— más I
que a través de los puertos de Cartagena de Indias y Santa Marta, de Veracnu I
y Campeche". Estos países se encuentran, pues, relativamente aislados, con I
su población acantonada sobre las laderas de las cordilleras .11 Venezuela, I
en cambio, merced a sus numerosos puertos, Cumaná, Barcelona, La Guaira, I
Puerto Cabello, Coro y Maracaibo, mantiene abundantes relaciones comer-1
dales, tanto lícitas como ilegales, con todo el archipiélago. Esto viene a I
do) dan I 1 por km2: los 34 del Perú, 1.1 por km2, y los 23 habitantes por lega I
cuadrada que Humboldt estimó para Venezuela pasan a ser 0.8 por km 2.
0
Aún en la actualidad, la densidad de la pobladón es bastante baja: Coloa-1
bu. 12 hah/km2; Venezuela 7 hatx/kro 2; Perú 10; Bolivia 3; Argentina 7 (cifra I
correspondientes a 1958. extraídas de [bero-Amerika, ein Handbuch, 4a.
edición I
Ham burgo. 1960k Pero estas bajas densidades no deben hacer olvidar que, aun
así I
U población de las veinte repúblicas de América Latina aumenta a ritmo
acelerado. I
La tasa de crecimiento anual va de 0.7% (Uruguay) a 2.2% (Chile) y al 3% en b
|
Aménca dd Sur tropical
Retoño* fdsutnque^ tomo iv. libro iv. cap. xni. pp. 150-151.
Ibid.. p. 153.
* fhñ¿. pp. 153-154.
explicar el hecho de que en estas comarcas, la riqueza, las luces y el "deseo
incontenible de un gobierno local, que puede confundirse con el amor por
la libertad y por las formas republicanas", sean factores que se desarrolla-
ron en forma simultánea; y fue precisamente allí donde estallaron los pri-
meros levantamientos antiespañoles. En lo que a la vida política de los
pueblos concierne, Venezuela presenta además el curioso ejemplo de una
revolución que se llevó a cabo sin contar con la ayuda, tan enormemente
valiosa, de la imprenta. Humboldt no dejó de sentirse asombrado ante este
hecho peculiar. Cuando por entonces en los Estados Unidos “se publican
periódicos en las pequeñas ciudades de 3 000 habitantes, uno se sorprende
al enterarse de que Caracas, con una población de entre cuarenta a cincuen-
ta mil almas, no contó con imprenta hasta 1806; pues no es posible dar este
nombre a las prensas mediante las cuales se intentó imprimir, de año en
año, algunas páginas de un calendario o una disposición del obispo" Y
concluye: “En los tiempos modernos resulta un espectáculo bastante insóli-
to ver un establecimiento de este género, que brinda el más grande de todos
los medios de comunicación entre los hombres, suceder en vez de preceder
una revolución política”.22
Pero los criollos leían, a pesar de todo, los libros llegados de Europa en
forma de contrabando, sistema que se veía más favorecido por la privilegia-
da ubicación de Venezuela. De esta manera, a través de un simple análisis
geográfico, Humboldt revela un fenómeno sumamente interesante dentro
de la historia de la emancipación americana. Nos permite comprender me-
jor, en los tiempos actuales, las características propias de cada uno de los
levantamientos antiespañoles que estallaron en diferentes puntos de Améri-
ca Latina entre 1797 y 1820.
Finalmente, leal a las ideas de su hermano Guillermo sobre la antropo-
logía comparada de individuos y pueblos, Humboldt estudia con esmero la
composición de la población blanca hispanoamericana: “Es menester
—declara— investigar el origen de las familias europeas y determinar la
raza a que pertenecen los blancos en su gran mayoría, en cada rincón de las
colonias”.
Humboldt creyó reconocer en las diversas partes del imperio español
de América, diferencias relativamente importantes entre estos grupos
étnicos, entre estas “razas”, según proviniesen de tal o cual provincia de la
Península. Así, en Venezuela existe una gran mayoría de andaluces y de
canarios. En México son los castellanos de la “Montaña” y los vascos quie-
nes predominan, y en Buenos Aires los catalanes. Según la opinión de nues-
tro autor, estos elementos “difieren esencialmente entre sí en cuanto a sus

1
9 22Ibid., pp. 213-214
HlMBOLDT t U POftlAQÓN BLANCA

A partir de estas diferencias regionales Humboldt cree poder iW


i

f
n
í>
bre las “particularidades nacionales" de los hispanoamericanos al recono-
cer que los cambios ocurridos

han atenuado los contrastes de costumbres y de civilización que a prin-


cipios de este siglo tuve oportunidad de observar en Caracas, en Bogo-
tá, en Quito, en Lima, en México y en La Habana. Las influencias de los
orígenes vascos, catalanes, gallegos y andaluces se hacen sentir cada
vez con menos fuerza, y es muy probable que ahora, en el momento en
que escribo estas líneas, resultaría poco acertado caracterizar los diver-
sos matices de la cultura nacional en las seis capitales que acabo de
22
mencionar, tal y como intenté hacerlo en otro tiempo.

Esta actitud de poner las cosas en su punto es muy atinada, pues no se


puede negar que las particularidades "nacionales", o mejor dicho provin-
ciales, de los españoles americanos se diluyeron rápidamente a partir de las
guerras de independencia. Los historiadores de este período, y en especial
Charles Griffin, han señalado la desaparición casi total de este género de
rivalidades, y el veloz florecimiento de un sentimiento nacional; continen-
tal en sus orígenes, pero que en seguida pasó a circunscribirse dentro de las
fronteras de cada una de las nuevas naciones independientes. 23 A este res-
pecto, Humboldt observó un fenómeno muy curioso, que se dio en la ma-
yor parte de los casos: después de un desafortunado intento de confederación
(el proyecto de Bolívar), optaron por mantener las mismas fronteras que
habían existido bajo la dominación española. Es decir, que las divisiones
territoriales trazadas por la Corona española prevalecieron en definitiva,
sobre los más ambiciosos proyectos de una unión interamericana. El fenó-
meno tiene gran importancia y merece ser meditado a fondo, en razón de
que en el siglo xx se lo verá reaparecer en otros continentes antiguamente
colonizados y recientemente independientes; en Africa, en especial. 24

Essai polit. ¡le de Cuba, TOMO I, P. 185.


U

ü
CHARLES GRÍÍFÍN, Los lemas sociales y económicos en la época de la Inde-
pendencia.
24
Humboldt menciona la influencia de las ciudades en la cohesión de los
territorios que las rodean. Opina que, por la fuerza de la costumbre y por las “com-
binaciones de interés comercial” “esta influencia de las capitales sobre los territo-
rios circundantes, estas asociaciones de provincias fusionadas bajo la denominación
de reinos, de capitanías generales, de presidencias y de gobernaciones, sobrevivi-
rán incluso a la catástrofe de la separación de las colonias (las cursivas son nues-
i-----------i------------ .... f Al A ,*nHr4n lunar -i fl<*cn<»rhn Int límit^c
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN BLANCA

El sentimiento de pertenecer a un continente que no fuese Europa


había sido observado por Humboldt en su Ensayo político sobre la Nucvq
España, que data de 1811: "Desde la paz de Vcrsallcs —escribe—, y sobre
todo a partir de 1789, los nativos prefieren decir con orgullo; 'Yo no soy
español en absoluto, yo soy americana23”.24
Esta afirmación es totalmente exacta. Después de las guerras de inde-
pendencia, en el transcurso de todo el siglo xix y durante el primer cuarto
del siglo xx, los criollos tratarán de echar al olvido sus diferencias de orí*
gen, como oposición contra España y contra los españoles que, según ln ¡
regiones, recibieron el apodo de gachupines o de chapetones
Las particularidades nacionales tienden pues a desaparecer, en benofi-
ció de un sentimiento "americano** Previo a abordar los aspectos políticos
o económicos de la posición creada entre criollos y españoles, Humboldt
intenta explicar el nacimiento de una conciencia puramente criolla, teñida
de una concentrada dosis de separatismo, por influencia del medio y de la
aparición de nuevos modos de vida.
El viajero alemán se sintió vivamente impresionado sobre todo por lo I
que él da en llamar la "carencia de los recuerdos" que, según su opinión, es I
característica de ‘los pueblos nuevos, sea Estados Unidos o sean las pose-
siones españolas y portuguesas" Afuma Humboldt que en América, "un I
acontecimiento parece antiquísimo con que sólo se remonte a tres siglos I
atrás, a la época del descubrimiento" En China y en el Japón, por el contra- I
rio, "se considera como invento reciente a todo aquel cuyo conocimiento I
no haya superado aún los dos mil años de antigüedad". Las observaciones I
de este género —que bajo la pluma de Humboldt se producen con gran
frecuencia— respecto de la psicología de los pueblos y de la forma harto
diferente con que ellos evalúan la dimensión temporal, demuestra»
elocuentemente que su autor supo retener las lecciones aprendidas de Voltaiie I
y de Herder. En el mismo pasaje compara las colonizaciones fenicia y
griega con la colonización europea en América. En las primeras, "las ira- I
diciones y las remembranzas nacionales se transmitieron de la metrópoli i I
las colonias donde, perpetuándose de generación en generación, no cesaron
de influir favorablemente sobre las opiniones, costumbres y política de loa
colonos. Los climas y los productos naturales sobre las diversas costas del
Mediterráneo, no se diferenciaban mayormente unos de otros".
No sucedió lo mismo con respecto de los colonias modernas, y Humboldt
expone a continuación las características esenciales de éstas.

En su mayoría —escribe— fueron fundadas en zonas donde el clima,


los productos naturales y el aspecto tanto del cielo como del paisaje

23 Relütion historique, tomo 11, libro u, cap. v, pp. 373-381


24das en sus comunicaciones mutuas", Retalian historique, lomo iv, libro tv, cap. a
pp. 143-144 Esta visión profética es sorprendente, y teniendo en cuenta que Bolí-
var poseía las obras de Humboldt hay que pensar que no tomó en cuenta pan MÉ
esta fundamental observación dei sabio alemán.
" Esiai polii. Nuuv Esp , tomo i. libro il, cap. vil, pp. 416*418.
difieren totalmente de los de Europa. Por más que el colono bautizara a
monlaflas, ríos y valles con nombres que evocaran parajes de la madre
patria, estos nombres pierden muy pronto su encanto, y nada significan
para los generaciones posteriores. Bajo la influencia de una naturaleza
exótica nacen costumbres adaptadas a nuevas necesidades; los recuer-
dos nacionales se esfuman imperceptiblemente, y aquellos que se con-
servan. semejantes a loa fantasmas de la imaginación, pierden ya toda
conexión con una época o un lugar determinados. La gloria de don Pclayo
y del Cid Campeador penetró hasta las montañas y selvas de América;
el pueblo pronuncia a veces estos nombres ilustres. Mas pora el espíritu
de este pueblo, dichos personajes se presentan como pertenecientes a
un mundo ideal, a las vaguedades de los tiempos legendarios.26

Tiles circunstancias, más de carácter geográfico que histórico, son, se-


gún Humboldt, mucho más decisivas que “el alejamiento absoluto de la
metrópoli", pues los adelantos de la navegación moderna acercan estas re-
giones a España ‘como antaño jamás lo estuvieron el Fasis" y Tartcssos de
las costas de Grecia y de Fenicia.
A estas consideraciones verdaderamente sorprendentes en cuanto al
método empleado —método que más que un recurso a la teoría de
Montesquieu sobre los climas, es una revelación acerca de lo que la ecología
es capaz de aportar a las ciencias humanas y en particular a la historia—
Humboldt añade otra observación más Efectivamente, él piensa que el sen-
timiento nacional bien pudo ser debilitado por el cristianismo, que da “ma-
yor amplitud a las ideas y que recuerda a todos los pueblos que ellos forman
parte de una misma familia". Según él, las ideas cosmogónicas y religiosas
difundidas por las misiones, le habrían ganado de mano a los “recuerdos
netamente nacionales" Las tradiciones nacionales de los antiguos maestros
de América, es decir los indios, apenas se han conservado “En el Perú, en
Guatemala y en México, los restos de edificios, de pinturas históricas y de
esculturas monumentales son ciertamente testigos de la antigua civiliza-
ción de los indígenas; no obstante, en toda provincia apenas se encuentran
*
unas pocas familias que tengan nociones precisas sobre la historia de los
Humboldt y la población blanca
incas o de los pueblos mexicanos”. Y en razón de que "el colonizador <t-
raza europea desprecia todo lo que tenga relación con los pueblos conque
lados", a causa de que se halla a la misma distancia “de los recuerdos de u
metrópoli” y de “los recuerdos del país que lo vio nacer, contempla a unos
y a otros con la misma indiferencia. Bajo un clima donde la semejan«
entre las cuatro estaciones toma imperceptible el curso de los años, no ^
entrega más que a los goces del presente, y raramente vuelve a su mirada
hacia los tiempos pasados".27
Esta magistral descripción de la mentalidad del criollo americano y dt
su actitud hacia la madre patria no necesita de mayores comentarios Cuan-
do más, podría sorprendemos ante el efecto que nuestro autor atribuye a |j
religión, que considera como un factor disgregatorio del sentimiento nació
nal. No hay duda de que, en su juicio. Humboldt estuvo influido por la
creencia, tan propia de su época, en el nacimiento de una sociedad univer-
sal y cosmopolita, favorecida por los intercambios entre los pueblos, y en-
tre los individuos. Esta Weltbiirgertum (cosmopolitismo), del que Goethe se
declaraba acérrimo adepto, es proyectado aquí por Humboldt del campo
cultural al campo religioso. Seguramente, él creía en la conformación pro-
gresiva de una comunidad humana para la cual en lo sucesivo no existirían
ya fronteras. Se sabe cuán equivocado estuvo en este sentido, puesto que su
siglo ha sido identificado por los historiadores como el siglo de las naciona-
lidades. con su sangriento y tempestuoso despertar, así como nuestro siglo
es, desgraciadamente, el siglo de los más exacerbados nacionalismos.
Tales son. pues, los factores principales que, según Humboldt, permitie-
ron la formación de una nueva sociedad blanca de origen europeo, dotada
de características relativamente originales y cuyo rasgo fundamental lo cons-
tituye su indiferencia hacia su país de origen. Pero de indiferencia a hostili-
dad no hay más que un paso.
Humboldt observó que muy a menudo los criollos alimentaban senti-
mientos de odio y de envidia hacia los españoles. No es éste el lugar opor-
tuno para analizar los “argumentos” de los criollos, entre los cuales se halla
el que sostiene que España descartó sistemáticamente a estos últimos Je la
administración colonial. Se sabe que dicho argumento carece de fundamrn-
tación histórica, aun cuando Humboldt lo haya incluido en sus obras $ÍJ>
verificación alguna.
Cuadro de la sociedad americana

Los juicios de Humboldt acerca de la sociedad blanca en las colonias espa-


ñolas son, en ciertos aspectos, aparentemente contradictorios. Parece como
si en nuestro autor se hubiesen dado simultáneamente dos sentimientos
opuestos: por una parte el deseo de no disgustar al gobierno español, que
había hecho posible su viaje en una época en la que, si bien ya se habían
operado los primeros movimientos hacia la independencia, no se tenía cer-
teza en cuanto al éxito de los mismos; por otra parte, la intención declarada
—tal y como lo manifiesta en la dedicatoria de su Ensayo político sobre la
Nueva España— de convertirse ante Carlos IV en abogado de los criollos
hispanoamericanos, cuyas quejas consideraba justificadas.
Así explica José Miranda las contradicciones que descubre en
Humboldt:25 opina que el viajero no quiso destruir los lazos de unión con el
gobierno español. Por su parte, Helmut de Terra agrega que Humboldt qui-
so asegurarse la posibilidad de ulteriores viajes por América. 26 Ambas opi-
niones son absolutamente aceptables, si bien nosotros agregaremos una
sugerencia que permitirá, quizás, matizar esta teoría. En la aparente confu-
sión de las opiniones de Humboldt sobre los respectivos papeles y sobre las
relaciones de la sociedad criolla y de la Corona española, creemos percibir
el resultado del conflicto surgido entre el historiador y el viajero.
Humboldt, concienzudo historiador de la América española y sagaz
conocedor de toda la lista de cronistas, de historiadores, de viajeros y de
misioneros españoles cuyas obras leyó en su lengua original, es el primer
europeo de los tiempos modernos que, de la conquista y de la colonización
españolas, ofrece un cuadro objetivo y desprovisto de esa malevolencia
sistemática que con tanta frecuencia se halla en los autores europeos del
siglo xviii. Conoce, pues, a la perfección el pasado colonial, y especialmen-
te los primeros años del descubrimiento (1492-1503), que estudiara en un

25José Miranda, Humboldt y México, pp. 168$Í.


26Helmut de Terra, Humboldt, p. 95.
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN BLANCA
tratado publicado unos treinta años después de su viaje. Desgraciadamen-
te, dicha obra ha sido poco utilizada por los críticos humboldtianos, aun
cuando contiene una gran cantidad de documentos sobre Cristóbal Colón
y su empresa, así como muy interesantes consideraciones sobre el carácter
de la conquista española.27
En segundo término, Humboldt presenta un completísimo esquema de
la sociedad colonial, que pudo observar en América, describe las distintas
clases sociales, o más bien las castas que componen esa sociedad; los inte-
reses opuestos de los distintos grupos sociales que en ella se manifiestan, y
el comportamiento de los habitantes. Son pocas las cosas que Humboldt
omite destacar en dicho cuadro sin concesiones. Finalmente, nuestro viaje-
ro recopila, durante su estancia junto a los criollos, toda una colección de
quejas y de recriminaciones de muy disímil importancia. Se invade aquí un
delicado campo, cuando el testimonio se torna más subjetivo: los recuer-
dos personales y los sentimientos individuales le ganan de mano y se ante-
ponen a las preocupaciones del historiador. Bien se sabe hasta qué punto
Humboldt pudo sentirse conmovido y halagado por el recibimiento que le
brindaron los criollos, lo cual contribuyó sin duda a ocultar, en algunos
pasajes del relato, el carácter “científico” y objetivo que Humboldt mantie-
ne por regla general en sus escritos: el lector se siente transportado del
plano histórico al plano estrictamente personal, y advierte una solución de
continuidad entre el testimonio del historiador y el del viajero. Es induda-
ble que un escollo semejante no podía menos que ser hallado en un autor
como Humboldt, apasionado por la exactitud histórica pero al mismo tiem-
po muy sensible al medio que lo rodeaba.
Así puede explicarse la harto reservada acogida que españoles y crio-
llos brindaron a las obras de Humboldt, muy en especial, al Ensayo político
sobre la Nueva España.28 Los españoles no siempre aceptaron las severas

27 Histoire de la géographie du Nouveau Continent, tomo m, pp. 154-405, y


especialmente pp. 288».
28del historiador mexicano, éste era víctima de “el optimismo político-social que
pade-
cieron casi todos los liberales en la primera mitad del siglo xix”. El cuadro de la
opresión ejercida por una minoría blanca sobre una mayoría india y mestiza, que
Humboldt nos legara, disgustó en gran medida, pues, a los criollos del periodo
comprendido entre 1810 y 1850. En su “revisión” de Humboldt Mora afirma que ¡la
desigualdad social y política de la época de la colonia era ya cosa del pasado!

46
críticas que Humboldt impone al sistema colonial.29 Los criollos, por su
parte, aun cuando reconocen en Humboldt una cierta cantidad de argumen-
tos favorables a su causa, no se mostraron tampoco favorables al cuadro
—a fin de cuentas muy poco agradable— que Humboldt ofrece de la reali-
dad colonial. Sin duda, estas opiniones opuestas son también resultado de
las contradicciones que es posible detectar con bastante frecuencia en al-
gunos pasajes de los libros de Humboldt, sobre todo cuando se ocupa de las
reacciones sentimentales de los criollos frente a los más recientes aconteci-
mientos de la historia colonial. Da la impresión de que, debido a la fuerza
de las circunstancias, Humboldt no hubiese tomado la distancia necesaria
para haber podido apreciar dichos acontecimientos en su justo valor. Esa es
indudablemente la razón de que haya tal diferencia de óptica entre la des-
cripción humboldtiana de los siglos coloniales y la evocación de hechos
mucho más recientes, como es, por ejemplo, la rebelión de Túpac Amara.
Humboldt —cuyo juicio es claro y preciso cuando se trata de describir y
evaluar un acontecimiento ocurrido en el siglo xvi— parece haber sufrido
las peores dificultades cuando ha tenido que empalmar la historia política
más reciente con aquella del pasado; bajo la óptica del viajero, la primera
no siempre aparece claramente como la consecuencia lógica de la segunda.
Tal es, a nuestro juicio, el precio de rescate que paga el historiador a la
actualidad.

Una sociedad colonial


Al describir algunos aspectos de la sociedad blanca que pudo observar
entre 1799 y 1804, Humboldt no olvida en ningún momento que se en-
cuentra en un territorio colonial poblado por blancos, y que estos blancos
confiscaron tierras y hombres en su propio provecho y por medio de la
violencia. Esta particular situación de una minoría blanca gozando de una
privilegiada situación en todos los terrenos de la vida social es el punto
sobre el cual nuestro autor insiste constantemente. Repetidas veces salen
de su pluma expresiones tales como “opresión del vencedor sobre el venci-
do”, “principio del sistema colonial”, “relaciones entre fuertes y débiles”;

29 Recordemos aquí la prohibición de la puesta en venta del Essai politique


sur
l'llede Cuba, que señalamos en el capítulo dedicado a los negros. Sin embargo, en
su
famosa obra La leyenda negra, Julián Juderías no incluye a Humboldt en la lista
de
enemigos de la obra colonial de España; véase la p. 242 de la 13a. edición,
Madrid, 1954.
HUMBOLDT Y LA KMLAUun _______________
los primeros son, naturalmente, los blancos o supuestos blancosTloss^^fl
dos son los indios y los mestizos, los negros y los mulatos. La posición
aventajada de los europeos “que aprovecharon las ventajas que les ofie-1
cfan la preponderancia de su civilización, su astucia y la autoridad que]
proporcionaba la conquista” provocó otros conflictos. A las rivalidades
surgidas entre “razas cuyos respectivos intereses son diametralmentc opucs- \
tos”,30 se agregan las diferencias entre criollos y españoles y las disputa» 1
entre el poder de tutela, más o menos estricto, que la Corona de España 1
ejercía sobre sus posesiones de América, y la facción de los colonos.
Tomando en cuenta estos criterios, puede extraerse de su testimonio 1
una fructífera enseñanza, la cual aclara los siglos coloniales con una \uz 1
relativamente nueva, permitiendo también una visión más precisa de los I
acontecimientos de la independencia. A veces el “hecho colonial” ha sido 1
pasado por alto en el estudio de la génesis y del desarrollo de las socieda-1
des hispanoamericanas. Algunos autores —y no se trata de una minoría— I
incluso han presentado la tesis de que “las Indias no eran colonias'*.31 basán- I
dose en el análisis externo de los textos de ley promulgados por la Corona. 1
Este procedimiento es de dudosa eficacia, pues se sabe — como Humboldv I
lo recuerda sin cesar— que las leyes españolas nunca pudieron aplicarse |
con plenitud en América a causa de la presencia de una masa de blancos

30 Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro u, cap. vu, p. 466.


31 Ricardo Levene. Las Indias no eran colonias, Introducción, pp. 10-11 • El aulot I
enumera las razones por las cuales no se puede considerar a las Indias como colonias-. I
desde un principio ellas fueron incorporadas a la Corona de Castilla y de León, y eran I
inalienables. Sus habitantes tenían los mismos derechos que los españoles europeos I
y los matrimonios entre ellos eran legítimos. Los descendientes de españoles curo* I
peos —los criollos— y en general quienes hubiesen realizado obra útil debían lena
preferencia en la adjudicación de cargos. El Consejo de Castilla y el de Indias tenían
los mismos poderes. Las instituciones provinciales o regionales de las Indias ejercían
el poder legislativo. Siendo la Corona de los reinos de Casulla y León y la de India
una sola, las leyes de los unos y de las otras debían ser, dentro de lo posible, semejar
tes... y. finalmente, se prohibió el uso del vocablo conquista como fuente de derech
ordenándose su reemplazo con los términos “población** y “pacificación”. Resu
claro que voluntariamente R. Levene se limita a una visión meramente superficial
la historia colonial de América. Jacques Lambcrt contrapone atinadamente las “i
ñas intenciones” metropolitanas inspiradas en los principios jurídicos resumido;
perfección por R. Levene, y la sistemática resistencia presentada por los criollo
tal oposición él percibe el fundamento histórico de los males que aún en nuestro
sufre la vida política de los nuevos Estados independientes. “La multiplicad
leyes y de reformas que se acumulan para manifestar buenas intenciones, per
cuales responde una evasión general”. Lamben, Amérique Latine, structures s
et institutionspotinques, véanse las pp 137-164 y especialmente el apañado *
lado con todo acieno. “Les ‘blue sky laws’ et le mépris de laloi”,pp. 149-I
VUAVRUUBLAWUCUWAIWIUUU1A

europeos que raramente permitieron a la Corona ejercer su soberanía en


forma plena.
Leyendo a Humboldt con atención es posible advertir que algunas de
sus conclusiones anunciaban ya las que en nuestro siglo extraerían los más
perspicaces historiadores de la América española: Richard Konetzke, Marcel
Balaillon, Robert Ricard, Silvio Zavala y Pierre Chaunu. Este último, por
ejemplo, pone en tela de juicio los “esquemas'’ tradicionales de la
historiografía de la época de la independencia americana. Señala que du-
rante mucho tiempo nos hemos dejado seducir por una muy superficial
explicación de las causas de la independencia. Hemos creído a pie juntillas
las declaraciones de los criollos sin habernos detenido a reflexionar sufi-
cientemente sobre el hecho de que, tanto sus actos como sus escritos polí-
ticos —destinados a justificar la guerra librada contra España—, fueron 3
I
también y en gran medida la expresión de lo que podríamos llamar una
conciencia de clase o de casta colonial, pues los criollos tenían un pasado
y eran además los herederos —si no los descendientes— de los primeros
conquistadores y de los españoles que a partir de la conquista vinieron de
la metrópoli a América en busca de riqueza, poder y honra. Estos españoles
convertidos en americanos (antiguos y modernos) poseían un agudo senti-
do de superioridad con respecto de la población indígena o de los esclavos
negros, y en todos los terrenos de la vida social impusieron sus leyes. En el
plano de la evangelización, por ejemplo, Robert Ricard ha puesto de relie-
(V •
ve con toda claridad la influencia nefasta que esta actitud colonial ejerció
sobre la obra de la Iglesia en América; actitud que hizo prácticamente im-
posible la formación de un clero indígena. ÜJ
-
El fundamento histórico de la conquista Q(
0
Humboldt concede un lugar de privilegio a las condiciones bajo las cuales
se desarrollaron el descubrimiento y la conquista de América. Señala por lo
pronto que, desde el mismo momento en que los europeos desembarcaron
en las Antillas, los indios fueron considerados como esclavos. A pesar de su
gran estima por la obra y el pensamiento de Cristóbal Colón, nuestro autor
se da cuenta de que, ya desde sus primeros descubrimientos y aún antes de
su llegada a la isla de Cuba, el navegante genovés había tenido la inten-
ción de secuestrar a seis indios de Guanahaní y embarcarlos rumbo a Espa-
ña. En otro pasaje de los documentos dejados por Colón, Humboldt advierte
que éste menciona “además de las riquezas metálicas y vegetales [...] escla-
vos, con los que se podrá llenar naves enteras ”.32
Frente a los problemas que planteaba la rápida disminución de la po-
blación indígena en las Antillas, Humboldt no olvida mencionar la justi-

32 Histoire de la géographie du Nouveau Continenl, tomo li, p 264.


HUMMUJY Y LA POBLACION' BLANCA
Clera
lucha emprendida tanto por Las Casas como por otros religiosos en el
afán de sustraer a los indios de las brutalidades de los conquistadores, por
una parte, y la benévola actitud de la Corona, que en vano intentó proteger
a sus nuevos súbditos. Con gran hincapié, Humboldt pone de manifiesto la i
oposición que a partir de los primeros años de la conquista se estableció
entre el “sistema liberal de la madre patria y las veleidades de opresión y de
poder arbitrario de los colonos”

Sólo aquellos —asevera— que comprenden las dificultades y las com- |


plicaciones de nuestro régimen colonial actual [...] pueden darse una
idea del estado de anarquía que ocasionaba en Haití la blandura de los 1
edictos reales en lucha constante contra la violencia y rudeza de los
conquistadores, vistos en la urgente necesidad de procurarse brazos
para la explotación de las minas o lavaderos a causa del interés que,
tanto los hermanos Colón como todas las autoridades constituidas por
debajo de ellos, tenían en demostrar, mediante un incremento en las
exportaciones de oro, la importancia y la prosperidad de las tierras re-
cientemente descubiertas.*

Recuerda entonces las instrucciones impartidas por la reina Isabel al


comendador don Nicolás de Ovando, después de comprobar que la libertad
concedida a los indígenas había favorecido la pereza y la vagancia, ordena
que aquéllos “sean obligados a trabajar, que los colonos tengan derecho a
exigir a los caciques una cantidad cualquiera de ellos etcDicha ordenan-
za fue el origen de todos los abusos: los repartimientos, las encomiendas y
la mita.
Las encomiendas —a las que Humboldt define como una suerte de
feudos constituidos en beneficio de los conquistadores y que según él,
fueron creados también para detener la rápida disminución de población
que venía operándose en el Nuevo Continente— no dieron los resultados
esperados, frente a “la codicia y a la astucia de los conquistadores” Las
encomiendas reglamentaron la esclavitud de los indios pero no la supri-
mieron. Humboldt no pone en duda la buena fe del legislador español.
Acerca de Isabel la Católica escribe:

Fue sincera en sus sentimientos de bondad y de interés hacia los natura-


les del Nuevo Mundo, sentimientos cuya expresión se encuentra repeti-
da a lo largo de su testamento; pero al igual que ocurrió con Cristóbal
Colón, se equivocó en cuanto a la amplitud de los derechos concedí-

Ibid., p. 288.
dos a ¡os blancos y aún antes de su muerte [...] el régimen legal de las
Nuevas Indias tendía ya al aniquilamiento de la población indígena. 1*

Estas observaciones, a nuestro juicio sumamente atinadas, son prueba


fehaciente de que Humboldt comprendió muy bien las características pro-
pias de la ocupación española en América. La supremacía de la raza blanca
estuvo fundada en la más pura y simple violencia y en la explotación
directa del indígena. Por otra parte, no es válido buscar la justificación de
la dominación europea con base en una legislación de Indias que, si bien es
cierto que en todo momento se preocupó por proteger al indígena, jamás
fue aprobada ni menos aplicada por parte de una sociedad blanca que dis-
taba mucho de ser obediente a las leyes de la Corona.
A continuación Humboldt menciona el trascendental cambio operado
en la administración colonial en el siglo xvm: por un lado, las familias de
los conquistadores “se extinguieron en parte”; por el otro, las encomiendas
“consideradas como feudos, no volvieron a ser adjudicadas”. 33 34 De este
modo
se es espectador de una progresiva transformación de la sociedad colonial
blanca En el siglo xvm el gobierno español crea las Intendencias, intentan-
do restringir los poderes abusivos ejercidos por los corregidores. Humboldt
relata un ejemplo muy característico de esta ¿poca: la devolución a los
indios —en Venezuela y por intervención de las autoridades españolas—
de territorios pertenecientes a ellos, que injustamente les habían sido arre-
batados por los criollos.35
En tales condiciones y gracias a las reformas de Carlos III, 36 37 38 se asiste
a
una importante modificación de las funciones en el seno de la sociedad
blanca. Al principio, “los primeros colonos que se establecieron en el Nue-
vo Continente fueron soldados; las primeras generaciones de por allá no
supieron de oñcio alguno más honorable ni más lucrativo que la carrera de

33'• Ibid., p. 295. Desgraciadamente nos resulta imposible reproducir aquí las
bellísimas páginas que Humboldt dedica a esta historia. Véase de la p. 264 a la p. 407.
34 Essai pol. Nouv. Esp. t tomo i, libro n, cap. vi, pp. 388-390. Se observará que
Humboldt analiza la formación de la sociedad blanca dominante en un capítulo dedi-
cado a las condiciones de vida de los indios.
35 Vfcyage ara régions équinoxiales du Nouveau Continente tomo v, libro v, cap.
36xvi, p. 215. “Los indígenas —cuyo corregidor, don Pedro Peñalver, era hombre que
37se distinguía por la cultura de su espíritu— gozaban de un cierto desahogo. Por lo
pronto acababan de ganar en la Audiencia un proceso cuyo fallo les ponía nuevamente
HUMBOLDT Y LA población BLANCA
las armas” Pero pronto el espíritu de conquista se desvaneció y entonces
14
los colonos se dedicaron a “la apacible vida campesina" Humboldt des- I
taca con fuerza la evolución del estatuto de bienes raíces, así como los
cambios operados en el seno del grupo blanco No se habla más de
encomenderos sino de grandes propietarios que explotan vastas haciendas
consagradas, según las regiones, a la ganadería o al cultivo de la caña de
azúcar, del café, del añil, del algodón o del tabaco.
La estructura social
La población blanca, que ocupa el primer lugar dentro de la vida colonial,
se compone de lo que Humboldt denomina dos “generaciones”, cuyos res-
pectivos orígenes son muy diferentes. La primera, desde el punto de vista
cronológico, está formada “por los hijos de los conquistadores, algunos de
los cuales eran nobles, tal como sucedió con varios compañeros de Cortés
y de Pizarro”, mientras que los otros “provenientes de clases inferiores,
dieron celebridad a sus nombres merced a ese valor caballeresco tan caracte-
rístico de los primeros años del siglo xvi”. La segunda “generación” está
constituida por “criollos cuyos mayores han desempeñado muy reciente-
mente cargos de gran importancia en América. Esta 'generación’ fundamen-
ta parcialmente sus prerrogativas en el renombre de que goza en la metrópoli,
y cree poder conservarlas allende los mares, cualquiera sea la época de su
radicación en las colonias”.19
Pero en América, ninguna de estas dos noblezas logró alcanzar un rango
a nivel del alcanzado en Europa dentro de la jerarquía social y política. I
Humboldt atribuye esto a dos razones esenciales. En primer lugar dice que
durante el periodo colonial España no permitió la formación de lo que él
denomina una aristocracia nobiliaria. 39 40 41
En el Ensayo político sobre laNue -1
va España afirma que: “Todos los vicios del sistema feudal fueron 1
transplantados de un hemisferio al otro”, frase a la que se recurre con fre- i
cuencia cuando se quiere apoyar lo que podríamos llamar la “teoría de la i
traslación del sistema feudal de España a América”. Pero con todo y la men-1
cionada frase, no hay duda de que Humboldt se dio cuenta perfectamente I

en posesión de unas tierras cuya propiedad les era disputada por blancos”. Observa-
ción hecha por Humboldt en Guacara, Venezuela, el 23 de febrero de 1800.
38 Humboldt escribe: “Ha sido sobre todo el rey Carlos 111 quien, a través de
medidas tan sensatas como enérgicas, se ha convertido en el benefactor de los indíge-
nas”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 390.
39 Ibid., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 266. Humboldt evoca al mismo tiempo esta j
“paz colonial” que sucedió a los tumultuosos años de la conquista: “La riqueza del
suelo, la abundancia de alimentos y la bonanza del clima contribuyeron a la modera-
ción de las costumbres; estas mismas regiones —que durante la primera parte del
siglo dieciséis no fueron sino lamentable escenario de guerras y de saqueos— goza-
ron bajo la dominación española de una paz que se prolongó por dos siglos y medio”, j
40 Relation historique, tomo iv, libro iv, cap. xm, pp. 208-209.
41 Essaipol. ílede Cuba, Supplément, tomo u, p. 374. “Los auténticos elementos j
de la monarquía no se encuentran ni en el último rincón de las colonias modernas” j
CUADRO DE LA SOCIEDAD AMERICANA

de que la encomienda no se relacionaba con el sistema europeo feudal


mis
que a través de un parentesco42
lejano
A la ausencia de una aristocracia nobiliaria HUde
WOIOT Ycorte
LA WMl*OÚW europeo
HAWCA se agrega un
factor de origen exclusivamente colonial y que es ajeno al medio europeo,
el PREJUICIO DE COLOR Es un hecho que ambas castas de la nobleza de Indias
(la antigua y la nueva), a pesar de los conflictos que las separan y oponen,
comparten una situación que es completamente distinta de la europea.

-—escribe Humboldt— la aristocracia halla

DE ANTROPOLOGÍA £
En las colonias españolas
un contrapeso de otro tipo, cuya acción se torna día a día más poderosa.

42 La cuestión acerca de las características de la apropiación del suelo en América

tSC. NAL. HíSlOfUA


ha sido estudiada por numerosos autores. Es verdad que en cierto sentido la enco-
mienda guarda alguna semejanza con el sistema feudal, pero, por otra paite, bajo
numerosos aspectos se diferencia cabalmente de éste. Alejandro Lipschutz percibe un
trasplante del feudalismo europeo al territorio americano operado por la conquista, y
nos recuerda que esta opinión suya es compartida por Ots Capdequí (1925), por
Sánchez Albornoz (1934) y por Silvio Zavala (1935), La comunidad indígena en
América y en Chile, pp. 51-52. Sin embargo, al citar a Solórzano Pcrcira, Lipschutz
no pasa por alto las profundas diferencias habidas entre el régimen feudal europeo y
el régimen señorial de la colonia. Escribe que “la conquista española transportó el
feudalismo europeo a América [...] en su degenerativa forma de explotación unilate-
ral, de acuerdo con el poder militar de los conquistadores", y da a los encomenderos
el calificativo de neofeudales. Con gran precisión, Silvio Zavala ha señalado las
diferencias entre encomienda y feudo. A pesar de las incuestionables similitudes
—dice—el proceso de“feudalización" total no fue factible en América puesto que en
Europa “la situación de las clases inferiores vivió un proceso de lenta evolución hacia
la libertad, el que se vio favorecido por las condicionantes históricas propias de los
países de la Europa occidental. Este proceso había comenzado muchos siglos antes de
que la conquista española sometiera a la población indígena bajo la autoridad de la
minoría europea, pero a partir de aquella época la centralización y el absolutismo de la
realeza habían avanzado en tal medida que la Corona española no permitió que en
América se desarrollara un nuevo feudalismo”, S. Zavala, La encomienda indiana,
véanse en especial las pp. 291 -293.
Richard Konetzke completa este cuadro describiendo las diversas etapas de la po-
lítica española: desde los albores de la conquista, la Corona otorgó ciertos títulos de
nobleza a los primeros conquistadores en retribución por los servicios militares pres-
tados, concediendo hidalguías a algunos jefes de expedición, a partir del siglo xvn la
Corona incluso vendió títulos de nobleza a los habitantes de las colonias considerados
dignos de ellos, aunque la concesión de encomiendas no transformaba automáticamen-
te a los encomenderos en nobles. Por último, como las encomiendas —que se entre-
gan en concesión por un lapso temporal de una 54o de dos generaciones— fueron
suprimidas por Cédula Real en 1720 (11 de julio), no pudieron ser aprovechadas co-
mo base económica para una nobleza feudal en América, R. Konetzke, “La formación
de la nobleza de Indias".
Entre los blancos un sentimiento de igualdad ha penetrado en todas Ja¿
almas. En cualquier pane donde los hombres de color sean considera,
dos esclavos o emancipados, la libertad por herencia, y el convencí,
miento intimo de que entre los ancestros no se cuentan más que hombres
libres son los dos factores que constituyen la nobleza. En las colonias,
el verdadero sello visible de esta nobleza es el color de la piel Tamo en
México como en el Perú, tanto en Caracas como en la isla de Cubase
escucha a diano decir a un hombre que camina descalzo: Y este blan-
co tan neo acaso se creerá más blanco que yo?'* Siendo tan numerosa la
población que se desplaza de Europa hacia América, bien se comprende
que el axioma: todo blanco es caballero, contraría de una manera sin-
gular las pretensiones de las familias europeas cuya notabilidad data de
muy antiguo."

Estas consideraciones son sumamente provechosas, pues nos permiten


comprender mejor las transformaciones que se fueron operando en la socie-
dad colonial. El sistema semifeudal de las encomiendas, que a los ojos de
los observadores europeos podría aparecer como la característica funda-
mental de la sociedad colonial hasta el momento de lau&idependencia, NO
provocó la creación de una clase típicamente feudal ni desembocó tampo-
co en el brote de una ideología política conservadora o antiliberal. EN
América los blancos se consideraban nobles por el solo hecho de ser blan-
cos, y sus relaciones mutuas eran ni más ni menos las que se pueden esta-
blecer entre pares. Esto quiere decir que la sociedad blanca americana gozaba
de condicionantes políticas quizás más “liberales” que las que al mismo
tiempo regían en España, una suerte de sociedad relativamente “democráti-1
ca" que se desarrollaría a la manera en que lo hicieron las sociedades griega I
y romana, a expensas de los esclavos negros y de los indios avasallados." I 43

43 Relaúon historique, tomo iv, libro iv, cap. xm, pp. 210-211. Esta actitud de I
creer en una nobleza otorgada por el color de la piel es atribuida por Humboldt a la I
influencia de los vascos, un pueblo —según escribe— justamente célebre por su
lealtad, su industria y su espíritu nacional. Todo vizcaíno se dice noble, y en razón de
que en América y en las Filipinas hay más vizcaínos que en la Península, los blancos
de tal extracción contribuyeron no poco a difundir en las colonias el principio de I
igualdad de lodos los hombres cuya sangre no se halle mezclada con sangre africana'', I
ibid., p. 211.
'* Humboldt define esta sociedad blanca como una sociedad “compuesta por
individuos que no reconocen ninguna preponderancia política dentro de una misma
casta". Errar poi fie de Cuba, tomo u, suplemento, p. 374. Brito Figueroa escribe
diciendo que la casta colonial es un “grupo social estratificado y unido por su origen
étnico, idéntico status jurídico, y un mismo tipo de oficios y actividades económico
profesionales heredables de generación en generación” En la clase de los blancos I
Cuadro de la sociedad
Después de haberamericana
aludido brevemente a la época de la conquista y a la
evolución de la encomienda, Humboldt se consagra desde el mismo co-
mienzo de su análisis a presentar un esquema específico de la realidad
colonial, donde son tomados en consideración hechos que de ninguna
manera podrían ser hallados en las sociedades europeas. A partir de estas
observaciones el testimonio de Humboldt se hace apasionante. El examen
de las relaciones entre las diversas castas y razas que coexisten en América
se ubica en el centro de sus análisis.
Sus opiniones acerca de las posibilidades de evolución de las socieda-
des hispanoamericanas deben ser valoradas bajo este punto de vista. Muy
pronto veremos que la existencia de problemas de este orden en América
será una de las causas fundamentales del escepticismo de Humboldt con
respecto de las posibilidades futuras de los países recién independizados.
Nuestro autor jamás pierde de vista la influencia decisiva ejercida por las
condicionantes de la vida colonial sobre el destino de las repúblicas latino-
americanas

Las castas en la sociedad hispanoamericana


Dentro del marco que acabamos de definir, Humboldt estudia las relaciones
entre castas. Evitamos decir relaciones entre “clases", en primer lugar por-
que tal expresión resultaría bastante anacrónica para la época examinada, y
también debido al hecho de que nos encontramos en presencia de una so-
ciedad colonial: no se trataba de clases sino de castas. En El laberinto de la
soledad, Octavio Paz establece una analogía entre la sociedad mexicana
precortesiana y una pirámide como las que los pueblos indígenas han deja-
do en numerosos puntos del continente americano. En efecto, las socieda-
des precolombinas se hallaban estructuradas según un esquema piramidal
sumamente rígido, donde los estratos sociales iban superponiéndose. La mo-
vilidad social era prácticamente nula, es decir que a un campesino le era
casi imposible ascender a una casta superior. Salvo merced a alguna haza-
ña excepcional, un “macehuar no tenía la menor esperanza de acceder a la
casta de los sacerdotes o a la de guerreros. Tal rigidez social, comparable
a la petrificada inmovilidad de las pirámides, se mantuvo vigente durante
la época colonial. Por sobre la masa indígena, la conquista extiende una
capa bastante delgada de europeos —comendadores, sacerdotes, militares,
funcionarios y comerciantes— que sustituye a las castas más elevadas de la
sociedad indígena: los guerreros y los sacerdotes. La cúspide de la pirámi-
de es cercenada y luego reconstituida con elementos europeos, pero la
distingue dos grupos diferentes: los grandes propietarios esclavistas y los semiblancos
(blancos de orilla) que son artesanos, pulperos etc., véase Historia económica y
social de Venezuela, tomo n, cap. v, p. 176.

55
pétrea inmovilidad social sigue siendo la regla. En su estudio de la socie-
dad colonial, Humboldt propone una clasificación que cor esponde per-
fectamente a la realidad histórica. /) gachupines (españoles nacidos en
España), 2) españoles criollos, 3} mestizos; 4) mulatos, 5) zambos, 6) in-
30
dios, 7) negros africanos. Esta clasificación, bien distinta de la propuesta
por Clavijero,44 45
pone de manifiesto con gran exactitud y a un mismo tiem-
po la rigidez de esta sociedad de castas y la omnipotencia del “prejuicio
del color”, siendo por cierto el hombre blanco el modelo ideal Pero
Humboldt llega a América en momentos en que esta pirámide comienza a
sufrir sacudidas bastante violentas, cuando ya algunas fisuras de conside-
ración están apareciendo como consecuencia de ios conflictos internos
que habían venido sucediéndose desde los primeros días de la conquista y
los cuales habrían de perturbar —si no desquiciar— el hábil ordenamiento
sociopolítico de estas diferentes estratificaciones.
El prejuicio del color
Dentro de tal clasificación, se advierte en seguida que la preeminencia so-
cial corresponde a tos blancos; en primer lugar a los españoles nacidos en
España y luego a los criollos. En México los negros ocupan el último grado
en la escala social, como si el color de su piel fuese considerado por las
demás razas como el símbolo de una maldición nacida en lo más remoto de
los tiempos. El color de la piel es el criterio que determina, en primer lugar,
el rango social ¿Es acaso la expresión de un cierto “racismo"? Los historia-
dores españoles, así como los latinoamericanos, indican muy acertadamen-

44x Essai pol Nouv. Esp., lomo i, libro u, cap. vi, p. 344. Humboldt distingue 7
castas y 4 razas.
45 Francisco Javier Gavijero, Historia antigua de México', en la quinta disertación
de su cuarto volumen, Clavijero distingue cuatro clases de hombres en México y
demás países de América: 1) los americanos propiamente dichos, o sea los indios que
descienden de los primeros habitantes del Nuevo Mundo; 2) los europeos, asiáticos y
africanos, 3) los hijos o descendientes de estos últimos, llamados “criollos'’ por los
españoles, aun cuando esta denominación esté reservada para los descendientes de
europeos; 4) las razas mixtas, conocidas por los españoles como “castas" y que son
el producto de la cruza de europeo con americano, de europeo con africano o de
africano con americano etc., tomo iv, p. 189.
Nótese aquí que Gavijero, al mencionaren primer término a los indios, estable-
ce una clasificación ciertamente válida desde el punto de vista cronológico y que
concuerda asimismo con sus sentimientos humanitarios y cristianos, pero que bajo el
punto de vista sociológico resulta totalmente falsa.
A propósito de clases y castas, es menester señalar la diferencia entre el término
español “casta" y el vocablo francés coste. Según la terminología colonial, se designa j
como castas a los mestizos. Este término, al igual que muchos otros que eran emplea-
dos en América para designar tonos de pigmentación, está tomado del léxico animalista'
“Generación o linaje. Dfcese también de los irracionales”, Diccionario de la Real
Academia de la lengua española, primera acepción.
te que los conquistadores hispánicos no fueron racistas —en el sentido
biológico de la palabra— y que no tardaron en mezclarse con los indígenas
en este nuevo "Paraíso de Mahoma" que, según la expresión de Alberto M.
Salas,46 creyeron haber hallado en América. La existencia de millones de
mestizos y de mulatos es una prueba de esta indiferencia primitiva ante el
obstáculo del color. Estos fenómenos han sido estudiados y explicados
ampliamente, por lo que no tiene caso seguir comentándolos aquí. Pero si
bien es verdad que entre los blancos no existía un racismo de principio, no
es menos cierto que tanto su mentalidad como su comportamiento estuvie-
ron motivados en gran medida por un racismo de hecho. Veamos, más bien,
lo que escribe Humboldt con respecto de México:

En un país gobernado por los blancos, las familias a las que se considera
mezcladas con el mínimo de sangre negra o mulata son, naturalmente
también, las más honorables. En España constituye un título de noble-
za, por decir así, el no descender ni de judíos ni de moros. En América,
el tono más o menos blanco de la piel decide el rango que ocupará el
hombre en la sociedad. Un blanco que cabalgue descalzo se imaginará
pertenecer a la nobleza del país.

Esta comparación con España pone de manifiesto una interesante ca-


racterística de la mentalidad peninsular. España también puede ser consi-
derada como un país que experimentó una colonización prolongada y a
menudo penosa, los españoles tuvieron que reconquistar su propio territo-
rio, y muy cierto es el hecho de que la presencia en España de comunidades
árabes y judías durante siglos enteros bien pudo contribuir a exacerbar ese
sentido de limpieza de sangre que no deja de asombrar a los historiadores.
Sin embargo, esa especial sensibilidad a los problemas de las relaciones
entre razas diferentes no fue obstáculo para que los españoles de América se
mezclaran con los indígenas. Se da también al respecto un fenómeno por
demás curioso. Humboldt comenta que familias

46 Alberto M. Salas, Crónica florida del mestizaje de las Indias, sigloxvt. El autor
recuerda con mucho acierto que "la relación más frecuentemente establecida entre
españoles e indias fue, simplemente, el amancebamiento, situación favoreci-
da [...] por las costumbres de la mayor parte de los indígenas americanos", p. 25. Los
casos de matrimonio son muy raros, p. 260. Por esta razón —la ilegitimidad de su
nacimiento—, desde los mismos comienzos de la colonia, los mestizos fueron descar-
tados de todo tipo de puestos.
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
BLANCA
sospechosas de tener mezcla de sangre” enlabian procesos a ñn de solí, i
citar “a la suprema corte de justicia (la Audiencia) que las declare como I
pertenecientes a los blancos. Se da con frecuencia el caso de mulatos I
sumamente morenos que tuvieron la habilidad de hacerse “blanquear”
(tal es la expresión popular). Cuando el color de la piel es demasiado I
opuesto al fallo solicitado, el demandante se conforma con una expíe- I
sión un tanto problemática. En tales casos la sentencia permite simple- I
mente “que tales o cuales individuos se tengan por blancos”.47

A propósito de estos “blanqueos” por vía judicial, Humboldt se relie- I


re únicamente a los negros y a los mulatos sin hacer mención de los mesti- I
zos, pues observó que estos últimos hallaban menos dificultades que los 1
otros en pasar por blancos. Las pocas frases que a dicho tema dedica nos I
describen admirablemente la psicología de este grupo. Se sabe que por la i
fuerza de las circunstancias, los criollos —a pesar de su vehemente deseo I
de pasar por blancos, y aun algunas veces por más blancos que los mismos i I
españoles— no ignoraban que las familias radicadas en América contaban, ; I
en su inmensa mayoría, con uno o varios antepasados indios, o incluso...
¡ negros, para colmo del horror! Al referirse a la supuesta pureza racial de los i I
criollos, Juan y Ulloa detectan esta particularidad, diciendo que un estudio j I
¡mparcial del árbol genealógico de los criollos revela tales defectos: rara es í I
la familia en que no se encuentre una mezcla de sangre u otros obstáculos ! I
de la misma importancia. Menos brutal pero posiblemente no menos lúci- I
do, Humboldt afirma que el color del mestizo “es casi de un blanco perfec- i I
to, su piel tiene una transparencia muy especial’'. Se descubre que son I
mestizos por su barba rala, por la pequenez de sus manos y pies y por una i I
leve oblicuidad de sus ojos. “Si una mestiza —precisa Humboldt— se casa I
con un blanco, la segunda generación apenas si se diferenciará de la raza I
europea”.48 Tal es la razón por la que Gonzalo Aguirre Beltrán reprocha a ] I
Humboldt el haber exagerado el número de criollos considerados como i
blancos, en detrimento del número de mestizos. En su interesantísima obra,
Gonzalo Aguirre Beltrán establece que, a partir de 1742, la tercera parte de I
la población de México estaba compuesta por mestizos. Respecto de la i
época que nos interesa, así como Humboldt contabiliza 70 000 españoles i
puros (gachupines), o sea 1.4% de la población total; 1 025 000 criollos, o I
sea 21.2%; y 1 500 000 mestizos, o sea 25.4%, Gonzalo Aguirre Beltrán I
contabiliza 7 904 españoles europeos (0.2%), 677 458 euromestizos (mes-1
tizos de indios con piel blanca o casi blanca, 17.8%), y 418 568 indomestizos
(mestizos de indio con predominio indio, 11.2%). Por su parte, el historia-
dor y etnógrafo mexicano no reconocía más que tres categorías: 1) los
españoles americanos, criollos o mestizos de piel blanca; 2) los mulatos,
zambos o mestizos principalmente negros y 3) los mestizos principalmente
indios.49 Todas estas cifras son sumamente instructivas y aun cuando de-
nuncien un error por parte de Humboldt en la estimación de la población
criolla, este error no deja de ser significativo, pues nuestro autor no hizo
mis que reproducir las cifras que pudo hallar en los documentos oficiales

47 Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro u, cap. vn, pp. 453-454.


48M Ibid., p. 452. Humboldt agrega: “Los mestizos componen visiblemente los 7/8
de la totalidad de las castas. Generalmente se considera que tienen un carácter mucho
más suave que los mulatos".
49 GonzaloAguirre Beltrán, La población negra de México, pp. 23 IJJ.; pp. 208w.
Y LA POS1 ACIÓN BLANCA
de la administración colonial. Esto HUMBOLDT
constituye una prueba evidente de que
el mestizaje entre blancos e indios era algo tan adentrado en las costumbres
y algo tan aceptado, que quienes desde el punto de vista biológico eran
mestizos podían declararse criollos, es decir socialmente blancos, y ubicar-
se en el segundo estrato social. Las cifras suministradas por Humboldt tes-
tifican esta evolución social y este acceso del grupo mestizo al grupo criollo
blanco, fenómenos que irán ampliándose en el curso de los siglos xix y xx.
Las muy valiosas rectificaciones de GonzaloAguirre Beltrán a las ciñas
dadas por Humboldt confirman apropiadamente los análisis del sabio ale-
mán. Es de lamentar, ciertamente, que no haya afirmado en forma expresa
que en su mayor parte los criollos eran en realidad mestizos; pero al menos
destacó el hecho de que para un europeo resultaba sumamente difícil dis-
tinguir a un blanco de un mestizo. Por otra parte, las cifras globales propor-
cionadas por él son por demás elocuentes: señalan un 25.4% de mestizos
de blanco e indio, mientras que Gonzalo Aguirre Beltrán estima que en la
misma época, en México había un 17.8% de euromestizos y un 11.2% de
indomestizos, o sea 29%. La diferencia entre ambos porcentajes es mínima.
Por cierto, esta situación es válida exclusivamente para México.
En Venezuela, Humboldt pudo observar una actitud inversa:

En las Misiones —escribe— todo hombre de color que no sea decidida-


mente negro como un africano o cobrizo como un indio, se dice espa-
ñol, y pertenece a la gente de razón; y dicha razón —es menester
señalar— a veces arrogante y perezosa, convence tanto a los blancos
como a los que creen serlo que trabajar la tierra es tarea de esclavos, de
poitos y de indígenas neófitos.50

El color de la piel tiene aquí un doble papel: desde el punto de vista


social permite que zambos y mulatos se aproximen al blanco, diferencián-
dose del indio, a quien se considera como un salvaje; desde el punto de

50 Relation historique, tomo VIII, libro VIH, cap. xxiv, p 146.


v
*sta económico, dispensa al blanco v al supuesto blanco de trabajar con
sus propias manos. De esta manera, al convertirse en blancos el zambo o el
mulato creen acceder a la clase superior y noble, que es el modelo 21
Finalmente. Humboldt menciona las clásicas diferenciaciones que en-
tre las diversas razas establecieron los observadores españole so europeos a
partir de la conquista, diferenciaciones que en el siglo xvm se vuelven a en-
contrar en los trabajos de Buffon, de De Pauw y de Juan y Ulloa. A ellas
Humboldt agrega diversos matices extraídos del libro del peruano don
Hipólito Unanue (Sobre el clima de Lima , 1806). Entre las clases mestizadas
distingue al mestizo propiamente dicho (producto de la cruza entre blanco
e india); al mulato (hijo de blanco y negra); al zambo (descendiente de ne-
gro e india), conocido como chino en México, en Lima e incluso en La
Habana, distingue también al zambo prieto (nacido de la unión de negro
con zambo) y finalmente a los cuarterones (productos de blanco y mulata)
y a los quinterones (producto de europeo y cuarterona). La cruza entre un blan-
co y un quinterón da una descendencia que es considerada como blanca.2*
Es importante advertir el carácter unilateral de las relaciones entre las
razas de diferente color raramente se dan casos en que la madre sea blanca.
La dominación colonial del blanco se expresa desde ya, en el plano indivi-
dual, como el resultado natural de la preponderancia del hombre blanco
sobre las mujeres indias, negras o de sangre mixta. Esta situación tan espe-
cial —que posiblemente se deba también a la escasez de mujeres blancas
en la época colonial— contribuyó no poco a reafirmar en el criollo su
“sentimiento continental’*. ¿Acaso fray Servando Teresa de Mier no nos re-
cuerda. con cierto orgullo, que las madres de los criollos eran indias en su
totalidad?

La “pasión por los títulos”


En los vericuetos de la psicología criolla o mestiza se nota lo importante
que es poseer un título. Los mulatos que solicitaban del rey de España un
n
Humboldt da una valiosa indicación sobre el comportamiento de los “blancos
pobres” en Venezuela: “Muchos blancos de raza europea, sobre todo los más pobres,
abandonan sus casas para vivir la mayor parte del año en sus pequeñas plantaciones
de añil y de algodón. Allí osan trabajar con sus propias manos, lo cual según los
inveterados prejuicios de este país, sería humillante hacer viviendo en la ciudad”,
ibid.. tomo v, p. 230.
“ Essai poL Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vn, pp. 451 -452. “Los indios perua-
nos. quienes en lo más oscuro de la noche pueden distinguir las distintas razas merced
a la agudeza de su olfato, han creado tres vocablos para identificar el olor del europeo,
el del indígena americano y el del negro’ al primero denominan pezuña, poseo al
segundo y grajo al tercero. Por otra parte, las cruzas en las que el color délos hijos re-
sulta más oscuro que el de la madre se conocen con el apelativo de *salta-atrás \p.453.
documento oficial de “blanqueo” no hacían sino continuar con una tradi-
ción sólidamente arraigada dentro de la sociedad colonial. Esto explica
quizás esa “pasión por los títulos” que, según Humboldt, caracteriza a la
sociedad hispanoamericana blanca. Tanto los pueblos como los indivi-
duos anhelan con vehemencia todo lo que les sea negado por la naturaleza,
por las leyes o por las costumbres sociales. Los criollos, mestizados en su
mayor parte, se manifiestan más puntillosos que los españoles en cuanto a
la limpieza de sangre. Pero no les resulta suficiente ni considerarse a sí
mismos blancos, ni ser tenidos por blancos. Es necesario además, que Espa-
ña les conceda títulos de nobleza, condecoraciones y distinciones honorí-
ficas que les permitan reafirmar una legitimidad que las leyes españolas o
la administración colonial parecerían poner en duda. Por tal razón Humboldt
afirma que los españoles americanos se muestran generalmente mucho más
ávidos de títulos de nobleza que los españoles europeos; y recuerda la
existencia, en Caracas, de una muy respetada jerarquía nobiliaria cuyo
grado superior está constituido por los Mantuanos, cuyo origen Humboldt
ignora.2*
No hay duda de que la concesión de estos títulos representaba para el
Tesoro Real “una fecunda fuente de ingresos ”,30 si bien éste no es sino tan
sólo un aspecto de la cuestión. Para obtener dichos títulos, los criollos
hacen "los más extraordinarios sacrificios económicos”; y los documentos
de los archivos confirman totalmente esta afirmación de Humboldt. Exis-
ten centenares de peticiones dirigidas por los criollos al Consejo de Indias
con vistas a obtener todo cuanto pudiese reafirmar la consideración social
o satisfacer las más ínfimas reivindicaciones del amor propio o de la vani-
dad. Humboldt no supo estimar en su justo valor este permanente esfuerzo
de justificación propio de una sociedad que, según la expresión de Pienre
Chaunu, era “presa del mal aristocrático ".31 El viajero alemán no tiene su-

9
En Les origines vénézuéliennes, Jules Humbert da dos explicaciones del térmi-
no “mantuano". “Quizás provenga de los mantos que acostumbraban usar los caci-
ques indígenas y sus hijas”; o bien, según A. Rojas, la palabra podría desprenderse de
una moda impuesta entre las damas de Caracas, que consistía en recoger sobre la
cabeza un faldón de sus largos vestidos, para dejarlo caer hacia adelante cubriendo la
frente. En Venezuela, tal costumbre era considerada como señal de nobleza, p. 68,
nota!
30
Essaipol. Nouv. Esp, tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 265. “La pasión por los
títulos —indica Humboldt— que caracteriza en todas partes al comienzo o a la deca-
dencia de la civilización, ha hecho que el tráfico de los mismos sea sumamente
lucrativo".
•! En L’Amérique el les Amériques, Pierre Chaunu atribuye este mal aristocrático
al origen mestizo de los criollos, quienes a su juicio dos de cada tres veces son
"blancos por aproximación”. “Un tono de piel un tanto oscuro, un labio algo grueso,
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓM
BLANCA
íícicnlemente en cuenta la especial psicología del criollo, quien desde lr J5
albores de la conquisu se vio obligado a luchar contra el prejuicio adverso
del que era víctima en España y aun en Europa. La convicción acerca de |¡
inmadurez del continente americano y de la debilidad de sus primeros ha.
hitantes —convicción difundida en Europa a partir de Las Casas— cnglo.
bada dentro de la misma reprobación al indígena americano y al colono
nacido en el Nuevo Mundo. Antoncllo Gerbi 51 52 53 ya estudió este problema, y
nosotros examinaremos algunos aspectos del mismo en otro capítulo del i
presente trabajo. En un artículo hemos analizado un cierto número de opj.
mones de autores franceses y españoles del siglo xviii: Juan y Ulloa, Frézicr
y el abate Raynal, quienes en asombrosa concordancia destacan la dcbilj. I
dad e inferioridad del criollo frente al europeo .54 Humboldt, que conoce I
bien a dichos autores, repite algunas de sus afirmaciones, aunque insistid». I
do en las cualidades que él pudo descubrir en ese criollo. Pero considera I
que la pasión por los títulos es un defecto bien grave, cuyas razones profun- I
das no parece haber llegado a comprender En este tono irónico que emplea I
con frecuencia cuando quiere describir un cuadro de costumbres que se le I
antoja ridículo nuestro autor da algunos ejemplos, aunque no extrae de I
ellos las conclusiones que serían de esperar.
Señala que el grado militar —sobre todo el de coronel— es muy cotiza* I
do, por cuanto concede derecho al tratamiento "todo aquél que goza del
mismo, es llamado señoría, V.S., o bien Usía".55 Humboldt advirtió que eran
sobre todo los comerciantes quienes solicitaban los títulos de coronel o de
comandante. Nuestro autor se sintió asombrado ante el espectáculo de es-
tos abarroteros criollos pavoneándose dentro de su tienda con uniforme de

51un rostro a la Bolívar—son cosas que no impiden ensalzar los valores blancos Y OÍ
ponen al ridículo en presencia de los godos (españoles puros)", p. 197. Más adelante,
P. Chaunu escribe: “Dentro de la escala de las vanidades nobiliarias, la América
española de fines del siglo xvm tiene el privilegio de ser la provincia más vanidosa de
las Europas”, p. 198.
52 A. Gerbi, La dispula del Nuevo Mundo
53En dicho artículo, hemos notado que en su Teatro crítico universal el padre
54Feijoo combate la creencia, difundida en España, de que el criollo americano experi-
menta una precocidad anormal y una senescencia prematura; y cita un cierto número
de criollos que llegaron a una edad avanzada sin dar muestras de deterioro algunoea
su capacidad intelectual o física. Véase Teatro crítico universal. Mapa intelectual;
cotejo de naciones, xv, p. 90, Col. B., y Españoles americanos, xxtv, pp. 155-160.
55 Essaipol. Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 265. El número de cédula
reales y de Reales Ordenanzas promulgadas a propósito del "tratamiento de Don"es
bastante considerable, lo cual es una prueba de la manía nobiliaria sufrida porto
habitantes de las colonias. Por ejemplo, entre los documentos de Indias se halla uní
R.O de 1770 “para que a los cabos y sargentos que justificasen ser nobles o ser hijos
de capitanes se les dé el tratamiento de Don” o bien la "Consulta de la Cámara de las
Indias sobre un proyecto de extender la gracia y título del uso del Don”, de 1779. Ei
1796 hay, incluso, una Real Cédula ¡"sobre usar el distintivo de Don”! Verdadera-
gala.
3
Recorriendo la cordillera de los Andes, uno se sorprende al ver en pe-
queños pueblos de provincia sobre las montañas, a todos estos comer-
ciantes transformados en coroneles, en capitanes y en sargentos primeros
de milicia (...) No es raro ver aestos oficiales de ejército en uniforme de
gala y luciendo la condecoración de la real orden de Carlos III, sentados
con aire grave en sus tiendas y dedicados a los más nimios detalles de la
venta de mercaderías, mezcla insólita de ostentación y simplicidad de
costumbres que provoca asombro en el viajero europeo . 56 57 58

Esta singular descripción demuestra que la “nobleza” de las Indias es-


pañolas presentaba muy remotas semejanzas con la nobleza de España,
donde en esa misma época habría resultado bastante difícil encontrar un
número tan elevado de hidalgos comerciantes. Los historiadores actuales
han estudiado muy detalladamente la transformación social del conquista-
dor.59 Dentro de la imposibilidad en que tanto los conquistadores como sus
descendientes se encontraban de aspirar a una auténtica nobleza, genera-
ron muy pronto un estilo de vida, un comportamiento y un lenguaje a imi-
tación de los que eran propios de la nobleza española; comenzaron a usurpar
el tratamiento señorial y —tal como hemos visto antes— a adquirir cargos
públicos etc. Pero aunque adoptaban los prejuicios de los señores españo-
les, en especial el desprecio por el trabajo manual, no consideraron deshon-
roso el dedicarse al comercio o el ocuparse de la explotación minera.
Así pues, las observaciones realizadas por Humboldt han sido perfec-
tamente confirmadas por los recientes estudios llevados a cabo acerca de
esta curiosa sociedad criolla, en la cual se mezclaron en forma insólita las
quimeras del mundo feudal europeo, las exigencias del mercantilismo co-
lonial y también quizás, un nuevo concepto de libertad basada en la pro-
piedad.

56mente es de asombrar la importancia que los españoles americanos conceden a tan


57ridículo detalle. Véase al respecto R. Konetzke, Colección de documentos, ni. ambos
tomos, pp. 375-454$$.; 549,552 y 558$$.; 675,708$$.; 755$$., 758,783.
58 Essai pol. Nouv. Esp., tomo tv, libro vi, cap. xiv, p. 265.
59 losé Durand, La transformación social del Conquistador, véase en especial el
tomo u, caps, tx, x, xi y xtt.
Los conflictos

Las quejas de los criollos (criollos y españoles)


Frente a esta sociedad fuertemente individualizada, donde los prejuicios
de color y las jerarquías sociales son tan respetados, Humboldt aborda a
continuación uno de los problemas más importantes: el de las relaciones
entre criollos y españoles. El viaje de Humboldt a América se ubica en un
momento particularmente difícil para la gestión española, cuando la socie-
dad hispanoamericana acaba de escuchar las repercusiones de la Revolu-
ción Francesa. El descontento antiespañol, que existía desde la misma
creación de las colonias, adopta ahora un nuevo carácter como consecuen-
cia del estallido revolucionario en Francia. Por su parte, la política colonial
española se toma más dura, y la Corona inicia en América una serie de
operaciones represivas cuya severidad deja atónito a Humboldt. A este
respecto, las quejas de los criollos se encuentran plenamente justificadas.
Pero antes de pasar a examinar los alcances y la profundidad del des-
contento de los criollos, y a fin de evaluar con precisión el abismo abierto
entre criollos y españoles, sería conveniente transcribir una observación de
Humboldt que pone de relieve en forma elocuente hasta qué punto el crio-
llo pudo sentirse totalmente ajeno a la madre patria. En dos ocasiones
Humboldt nos deja ver un muy curioso aspecto de la psicología de los
colonos americanos; alude a los descendientes de los conquistadores y
recuerda que en las colonias el nombre de conquistador se tomó odioso.

Los colonos —escribe— dulces de carácter y por su posición libres de los


prejuicios nacionales, estiman en su justo valor las hazañas de la con-
quista. Los hombres que en esa época destacaron fueron europeos, fue-
ron soldados de la Metrópoli, pero a los ojos de los habitantes de las
colonias no son sino extraños [:..] Sin duda, entre los conquistadores
hubo hombres probos y generosos, pero confundidos entre la masa no
pudieron escapar a la proscripción general.60

60 Relation historique, tomon, libro 11, cap. v, p. 380y tomoiv, libro ív, cap. xm, p. 209.
HUMSOLOT Y LA POBLACION BLANCA
Tenemos aquí un ejemplo magnifico de eso que podríamos dar en lla-
mar “la memoria selectiva de los pueblos”.2 Los señores criollos, beneficia-
ríos directos y privilegiados de la conquista, no quieren ver en Jos
conquistadores --de quienes en su mayor parte descienden— nada más
que españoles, es decir, ¡pura y simplemente extranjeros! Lo menos que
puede decirse es que esta manera de sentir su propia historia nacional reve- I
la en los criollos un extraordinario poder de imaginación y de fantasía. Será
menester, pues, examinar con el más agudo espíritu crítico los argumentos
que Humboldt escuchó en el seno de la sociedad criolla, los cuales están
plagados de contradicciones. Se condena al período colonial al mismo I
tiempo que se lo echa de menos. Se aborrece el despotismo y el “oscu- I
rantismo" de España, mientras se Ies niega la libertad a los indios, que de- I
ben seguir soportando todo el peso de la explotación colonial
Según este enfoque habremos de examinar los conflictos entre criollos I
bj| | y españoles.
Humboldt indicó con toda exactitud las tres causas fundamentales del I
H descontento criollo, que si bien parecen ser de características muy distin- I
W tas. en realidad se hallan estrechamente ligadas entre sí. Están relacionadas
r con la pugna por los cargos, con los problemas de las estructuras económi- j
cas y fiscales y con la política comercial de España en sus posesiones. En i
todo momento durante la gestión de su imperio, la Corona mantuvo la
constante preocupación por reglamentar, controlar y administrar el funcio-
namiento de las instituciones instaladas en América hasta en sus más ínfi- I
mos detalles, razón por la cual los choques y desacuerdos fueron inevitables.61 62
Dos siglos y medio después de la conquista, los criollos consideran a los i
españoles como extranjeros. La situación se agravó a partir de mediados
del siglo xviii, pero Humboldt no se ha referido con suficientes detalles al i
cambio provocado por las reformas de Carlos III, a las que brinda sus mayo-
res elogios.
Es preciso recordar entonces los hechos fundamentales. Ante todo, sa- i
bemos que la mayor parte de los cargos subalternos e intermedios de la
administración colonial estaban ocupados por criollos, fuera de cuyo al-
cance se hallaban tan sólo las funciones del rango más alto. Hasta 1813, j

611 Humboldt tiene en cuenta la influencia del medio sobre la “desespañolización”


del criollo. Pero por supuesto, no se puede explicar tal fenómeno exclusivamente a
través de tal influencia. Se trata seguramente de un argumento político.
62 Ots Capdequídescribió los principales engranajes del inmenso aparato de Esta-
do que la Corona española instalara en América. Recuerda que todos los reyes de
España, desde Felipe II hasta Carlos IV, tuvieron especial cuidado en paralizary
destruir cualquier otro poder que pudiese manifestarse en el reino: la nobleza fuera de
la corre, los cabildos de las ciudades y las cortes. El móvil fundamental de la Corona
en su política colonial fue Ja desconfianza, El Estado español en las Indias, pp. 55-63. i
sobre un total de 170 virreyes, solamente 4 fueron criollos, de la misma
forma, criollos fueron 16 de los 602 capitanes generales y IOS de los 706
obispos.63 Humboldt afirma que hasta los empleados más insignificantes, en
particular los de la administración de aduanas y los de la dirección de
tabacos, estaban sujetos a la autoridad de Madrid. Sin embargo, no aclara si
al controlar los puestos públicos en forma absoluta, la Corona los reservaba
exclusivamente para los espaftoles. Notemos que nuestro autor menciona
dos ramas bien determinadas de la administración la aduana y la dirección
de tabacos. Fácilmente se comprende que el gobierno de la metrópoli haya
tenido especial interés en ejercer la mayor influencia posible sobre estos
dos sectores tan importantes del sistema fiscal.
De ninguna manera la Corona podía abandonar estos sectores en manos
de los criollos, pues nada garantizaba que no se hallasen comprometidos
con los intereses económicos o familiares de los comerciantes o de los
propietarios nativos del país. Si tenemos en cuenta que el contrabando era
practicado en gran escala por los criollos, bien se comprende tal discrimi-
nación. Aun sin proporcionar datos precisos, Humboldt menciona asimis-
mo la corrupción generada por la adjudicación de cargos administrativos.
Pero reconozcamos que la rivalidad brevemente descrita no parece ser sufi-
ciente para explicar “la envidia y el odio perpetuo entre los chapetones y
los criollos", según palabras de nuestro autor. Existen motivos mucho más
profundos y es así que no podemos damos por satisfechos con los mencio-
nados por Humboldt: el europeo menos cultivado, "el más miserable
—escribe— se siente superior a cualquier blanco nacido en el Nuevo Con-
tinente", él puede aspirar “a ocupar cargos cuyo acceso está prácticamente
vedado a los nativos, aun a aquellos que destaquen por su talento, por sus
conocimientos o por sus cualidades morales ".64 Pero no entremos a comen-
tar estos lugares comunes que con demasiada complacencia establecen la
contraposición entre el malvado español, ignorante y miserable, y el buen

63V6aseManfrcd Kossok yWalter Markov, Konspekt ¡éerdassfxmischc


Kolonialsxstern.
criollo, culto y bien nacido. Tales fueron algunos de los argumentos políij.
eos usados antes y después de la independencia, que sin embargo son de
tener en cuenta por cuanto constituyen la expresión de la frustración, cuya
víctima es el criollo. Pero este complejo de frustración, bastante antiguo,
adquirió un nuevo carácter a partir de las reformas de Carlos III Si bien es
cierto que por su parte la Corona española se preocupó siempre por mante-
ner la igualdad entre criollos y españoles —tal como lo ha demostrado R.
Konetzke—6 también está fuera de duda que la creación de las Intenden-
cias hacia 1770 contribuyó no poco al reverdec imiento de antiguos renco-;
res.65 66 Humboldt no parece haber comprendido el error político que cometió
la Corona al proyectar hacia América el sistema de las Intendencias, ya en
vigor en España. Según los cálculos de los promotores españoles de esta
reforma, la creación de las Intendencias habría de conducir a una organiza-
ción más racional del imperio. Se ha afirmado con toda razón que efectiva-

64’ Essai pol. Nouv. Esp., lomo i, libro II, cap. vil, pp. 416-418. Sin embargo,
Humboldt escribe: “Ante la ley, todo criollo blanco es español; pero el abuso de las
leyes, las falsas medidas del gobierno colonial, el ejemplo de los estados confedera-
dos de América septentrional, la influencia de las opiniones del siglo, han distendido
los lazos que otrora unían más íntimamente a los españoles criollos y a los españoles
europeos” Es su deseo que una “atinada administración logre restablecer la armonía,
calmar las pasiones y el resentimiento, y aun quizás conservar por largo tiempo la
unión entre los miembros de una misma familia desparramada en Europa y en Amé-
rica" Se advertirá que dos de los cuatro factores enumerados por Humboldt para
explicar el debilitamiento de los vínculos entre criollos y españoles son de origen
extemo. Este pasaje confirma además lo que hemos señalado anteriormente: en 1808,
Humboldt no prevé ni desea la secesión de las posesiones españolas de América.
65 “Causas y caracteres de la independencia Hispanoamericana",
ponencia de R.
Konetzke, pp. 250-261
66 Oís Capdequf fecha en 1770 el primer intento de institución de
las intendencias
en América. En 1782 un decreto confiere aJ Intendente del Río de la Plata la
suprema
función gubernamental en los sectores de finanzas, justicia, policía y guerra.
Cinco
años más tarde esta ordenanza es aplicada en Lima y poco después en la Nueva
España y en el resto de América. Véase Ots Capdequf, El ESTADO español
en las
Indias, pp. 76ss. En su estudio sobre la designación de intendentes en las
Indias por
Carlos III, Alain Viellard-Baron escribe que la primera intendencia fue creada
en La
Habana el 31 de octubre de 1764, siendo confiada a Miguel de Altarriba. Pero
des-
pués de la visita de Gálvez el sistema quedó definitivamente establecido, a
mente las Intendencias americanas permitieron un saneamiento de li
administración y produjeron aumentos en los ingresos fiscales. Pero por el
reverso de la moneda, los ventajas que resultaron de esta reforma fueros i
contrarrestadas y a veces hasta anuladas totalmente por las funestas conse-
, cucncias políticas que ella trajo aparejadas los gobernadores, alcaldes
I mayores y corregidores —en su mayor parte criollos— debieron ser progre- j
F sivamente reemplazados por funcionarios españoles.
Esto explica el creciente odio de los criollos, por un lado, y el fracaso de
las Intendencias en América, por el otro. Los virreyes, gobernadores milita-
res, corregidores y demás magistrados criollos y españoles ya en funciones I
opusieron a las Intendencias una notable resistencia. En la mayoría de los i
casos las autoridades coloniales demoraron el establecimiento de nuevas j
instituciones, que muy pronto dejaron de funcionar de un modo fructífero.11

pesar déla
oposición del marqués de Piedras Albas, presidente del Consejo de Indias. El
intenden-
te comanda cuatro sectores: justicia, policía, finanzas y guerra,
“L*établissement des
intendants aux Indes par Charles III".
® Véase al respecto Luis Navarro García, Intendencias de Indias, cap.
xiu. Con
gran minuciosidad, el autor analiza el gran proyecto de Gálvez, luego las
dificultades
LOS CONFLICTOS

Un nuevo motivo de fricción es señalado por Humboldt durante su


estadía en La Victoria, Venezuela, una bellísima población de 7 000 habi-
tantes a la que Humboldt reconoce categoría de ciudad, aun cuando —para
$u sorpresa— oficialmente está considerada todavía como un simple pue-
blo. En tal ocasión transcribe una serie de argumentos, sin duda recolecta-
dos a través de pláticas con los habitantes criollos de la región. Comenta
nuestro autor que desde largo tiempo atrás estos pobladores habían venido
solicitando a la Corona el título de villa para La Victoria, y que se les
concediese el derecho de elegir un cabildo. Pero la corte española se opone
i dichas peticiones con tenaz resistencia.
Humboldt escribe: “El gobierno municipal, por su naturaleza, debería
ser una de las principales bases de la libertad y de la igualdad de los ciuda-
danos, pero en las colonias españolas ha degenerado en aristocracia muni- §
cipal".’
Asimismo recuerda que bajo Carlos V y bajo Felipe II las Leyes de $
Indias más antiguas favorecían la instalación de municipalidades en Amé-
rica. "Hombres poderosos que habían desempeñado un papel en la conquis- (f
ta, fundaron ciudades y formaron los primeros cabildos, a la manera de los §5
cabildos españoles". 3ui
Por entonces había igualdad entre españoles y criollos, puesto que los
territorios americanos eran considerados como posesiones de la Corona. Y
llegamos así a la idea central alrededor de la cual Humboldt edifica su
argumentación* en tanto que en el siglo xvi las instituciones funcionaban
en América de la misma forma que en España, siendo todos los habitantes
blancos iguales, ocurre que en el siglo xvm a causa del “sistema moderno de
la política comercial", las posesiones españolas del Nuevo Continente fue-
ron rebajadas al rango de meras colonias. Nuestro autor concluye soste-
niendo que la Corona “pronto se tomó mezquina, recelosa, exclusiva. Generó
las desavenencias entre la metrópoli y las colonias y estableció entre los j
blancos una desigualdad que la primitiva legislación de Indias no se había
A
ü
propuesto en absoluto".

que surgieron inmediatamente después de los primeros intentos y, por último,


el
fracaso final. Algunas intendencias habían desaparecido aún antes de los
primeros
movimientos independentistas. El único virrey que haya intentado mantener el
siste-
ma fue Revillagigedo, en la Nueva España.
9
Relation historique., tomo v, libro v, cap. xv, pp 123-126 Humboldt
recuerda
que en consonancia de las Cédulas reales de 1560 y de 1576, estos cabildos
tenían el
privilegio de gobernar el país interinamente a la muerte de un gobernador. Se
entiende 6
muy bien que los gobiernos de Carlos 9 III y de Carlos IV no hayan tenido el
menor
interésen permitir la aplicación de tales leyes. No olvidemos que nos hallamos
en la
época del “despotismo ilustrado", y que en la administración colonial muy
frecuente-
mente la “ilustración" cedió el paso al “despotismo".
Y Humboldt nos entrega esta última reflexión: “De esto resulta que |0
modernos cambios de la política colonial no han sido hechos en su tot^]¡
dad a favor de la filosofía".1®
Es imposible transcribir estos pasajes tan interesantes sin concederla
los comentarios y explicaciones que bien se merecen. En primer lugar,
recuerdo de las felices épocas de la conquista, cuando los primeros ocupa* I
tes de la tierra no sólo tuvieron la facultad de crear cabildos sino que hasta
fueron alentados por la Corona para hacerlo Este nostálgico recuerdo rj
fltjaen la psicología del criollo los efectos de la modificación de la po|ft¡l
ca española en América. Los criollos se muestran sumamente sensibles tanto!
en los cambios sobrevenidos en la administración de los territorios con.¡
quistados, como a la comprometida acción por parte de la Corona de rcto-l
mar las riendas de esos territorios, acción ejecutada a partir de mediados <| C|¡
siglo xvni.
La idea de un cambio de estatutos en la administración colonial c 5
igualmente interesante, e indica que el criollo sufrió los efectos de la poju
tica comercial monopolista de compañías privilegiadas instaladas por Es.
paña en el siglo xviu. Humboldt se refiere asimismo a este problema, J
mencionar las dificultades que, especialmente en México, hallaron los par
ticulares toda vez que quisieron establecer industrias manufactureras. Y
denuncia las condiciones bajo las cuales se ejerce el pacto colonial, inclJ
so en detrimento de las mismas leyes españolas. Tan es verdad que no hay
que confundir—advierte— “el espíritu de las leyes con la política de quie-
nes la ponen en práctica’*.
Pero el ministerio español tampoco quiso escuchar las protestas de hom-
bres virtuosos que “elevaron su voz para informar al gobierno de sus verdade-
ros intereses”, y denuncia a “los negociantes monopolistas cuya influencia
política se ve favorecida por una enorme riqueza y sostenida por un conoci-
miento a fondo de la intriga y de las necesidades momentáneas de la corte ".11
Si bien es cierto que estos juicios expresan con bastante fidelidad el
descontento de los criollos americanos, hay que reconocer que los mismos

10
Ibid., p. 126.
" Essai pol. Nouv. Esp., tomo iv, libro v, cap. xm, pp. 1-6. Humboldt
propone
una diferenciación harto discutible entre el espíritu de las leyes y la política. Loe
principales teóricos y políticos españoles de fines del siglo xvm aplicaron los
princi-
pios del “pacto colonial" con el mayor conocimiento de causa, basándose en la defi-
nición dada al respecto por Montesquieu. No hay que olvidar que tanto Felipe V
como
Carlos III y Carlos IV fueron accionistas de compañías privilegiadas. El condede
Peñaflorida, “caballero de Azcoitia", fundador de la Sociedad Económica
Vasconga-
da, fue uno de los directores de la Guipuzcoana; véase Ramón de Bastero, Una
empresa del siglo xvm: los navios de la Ilustración , y Germán Arciniegas,
Biografia
del Caribe, cap. xv, pp. 324-340.
distan de ser claros. Es verdad que a partir de mediados del siglo xvm la
historia de las relaciones entre España y América se torna sumamente com-
pleja. L a acción sin precedentes emprendida por Carlos III hacia la reor-
ganización institucional, económica y social se vio permanentemente
contrarrestada por todo género de factores la inercia de las estructuras
burocráticas hispanoamericanas, la lucha de intereses entre los comercian-
tes criollos y los comerciantes españoles, las rivalidades peninsulares que
contraponían los patriciados catalán y vasco al patriciado andaluz, las
luchas de influencia entre las camarillas, sobre todo a partir de Godoy y,
finalmente, las fluctuaciones en el seno de la diplomacia española. La alianza
con Francia en 1795 significó un grave perjuicio para las relaciones entre

la metrópoli y sus colonias, por cuanto Inglaterra desplegó una decidida


pormenores
acción a fin dey obstaculizarlas.
se limitó a la enumeración puramente fenomenológica de los
mismos.
Por cierto, Humboldt no podía adentrarse demasiado en todos estos
No menciona, por ejemplo, que los numerosos planes elaborados en
i
España por los economistas o por los hombres de Estado, estuvieron inspi-
rados en preocupaciones de orden mercantilista e incluso monetarista .12 Es
cierto que no todos fueron llevados a cabo, pero el más importante de
todos, el plan de Campillo si fue puesto en práctica, pues Carlos III lo
aplicó casi enteramente, tal como lo señala Miguel Artola .13 Si bien con
12
Los principales planes fueron, el plan del conde de Aranda; el dictamen de los
<10
fiscales del Consejo, Campomanes y Floridablanca, de 1768, el Informe y plan de
Intendencias para la Nueva España de don José Gálvez y del virrey de México,
el
ipción
marquésdedeMiguel (1798), y\os
CroixLastarria ApuntesProyecto
el célebre económico
de Victoriano de YilldealBernardo
va (1797),
Wardla
Reorgani-
(1758).
J
Juan
“DesdeA. la
Ortega
entronización
y Medina,deque
la menciona
dinastía borbónica
estos planes,
en España,
señala con
la tendencia
todo acierto
fueque:
ir con 7)
vir- U
Nouv.
tiendo aEsp los antiguos
., de reinosp. de
Humboldt, ultramar
xxxiv. en colonias",
A estos edición agregarse
proyectos podrían española del
los
Essaipol.
escritos
del conde de Campo manes, Cartas político-económicas al conde de Lerma,
que
fueron publicadas por Antonio Rodríguez Villa, Madrid, 1878, carta núm. 5, pp.
203-
204, y los escritos de Cabarrús, Cartas sobre los obstáculos que la Naturaleza,
la
opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, escritas por él al señor D.
Gaspar de
Jovellanos Y precedidas de otra al príncipe de la Paz, tomo LXU, Madrid, BAE,
1870,
véase en especial la carta núm. 6, p. 600.
13
Miguel Artola, “Campillo y las reformas de Carlos III”. Campillo, que es un
mercantilista, escribió en 1743 el Nuevo sistema de gobierno para la
América’, con
los nuiles y daños que le causa el que tiene de lo que participa
copiosamente España,
y remedios universales para que la primera tenga considerables ventajas y
la segun-
da mayores intereses. Campillo preconiza especialmente una visita general a los
territorios americanos, la creación de Intendencias y la proclamación de la libertad
de
^•urvurauoteiuMCA
rcn nM
‘ *u loe políticos españoles fueron fisiócratas, en lo
c
■ **s relaciones entre la metrópoli y América intentaron poner
* ut
* —siempre con éxito— las teorías mercan til islas de
esquicu ca£i espíritu Ue ios leyes, éste pone de relieve las caracterís
icns oe las relaciones entre los países colonizadores y las regiones coloni-
***• ucsarrollando la teoría ciel “pacto colonial'*: las colonias se forman
exclusivamente para servir a la metrópoli, deberán recibir los productos
manufacturados.:J En tales condiciones se comprende por qué, desde me
diados del siglo xvm, España permitió la organización de compañías privi-
legiadas licijrtilis de monopolios exclusivos. Tal es el caso de la Compañía
de Caracas o Guipuzcoana, fundada en 1728. o de la Compañía de Filipi-
nas. fundada en 1733. Estas medidas produjeron indudablemente una reac-
ción de descontento entre los criollos, que se vieron forzados a satisfacer
una serie de obligaciones impuestas por España. En primer lugar, les estaba
vedado practicar abiertamente el contrabando de mercancías locales coa
las potencias establecidas sobre las costas del Mediterráneo americano En
segundo término, se veían obligados a aceptar los precios impuestos por
los compradores de las compañías Podrá objetarse que a partir de 1778
España instituyó la libertad de comercio, pero esta ley de “libre" comercio
no debe hacemos creer que, gracias a ella, los criollos pudieron comerciar
sin traba alguna con España o con otros países. 13 Como acertadamente lo
señala Eduardo Arcila Farías, esta “libertad" fue siempre muy limitada, y
durante mucho tiempo varías regiones —especialmente la Nueva España
y Venezuela— fueron excluidas de los alcances de dicha ley. Al suprimir el
monopolio retenido por la burguesía comerciante de Sevilla y Cádiz, los
catalanes y los vascos tuvieron oportunidad de acceder al comercio india-
no. Pero de todas maneras, tanto antes como después de 1778, la supresión 67 68 69
de k* OBSTÁCULOS impuestos a la actividad comercial de (OS CRIOLLOS FUE
sumamente difícil. 1*
Con RESPECTO DE Venezuela, la situación es muy extraña. Humboldt de-
LECTÓ UNA ACENTUADA hostilidad por parte de los criollos contra los monopo-
LIOS DE ESTADO (LA DIRECCIÓN de tabacos etc), y menciona repetidas veces el
RECUERDO DEL M
ODIOSO régimen de los vascos”; aborrecimiento que no pare-
67comercio. Miguel Artola comprueba que estos proyectos fueron llevados a cabo por
Carlos 111 visita al Perú por Arecbe (1777-1782), a México por José de Cálve;
(1765-1771); luego la ordenanza de creación de las Intendencias en 1786, precedida
por la Ley del Libre Comercio dictada en 1778.
14
Montesquieu, L’Esprít des lois, libro xxi, cap. xxxi, “Decouverte de deux
nouveaux mondes, état de 1’Euro pe á cel égard". Después de enunciar los principios
del pacto colonial, Montesquieu agrega: “No me corresponde en absoluto pronun-
ciarme sobre la cuestión de que si a España —al no poder practicar el comercio con las
Indias por sí misma— no le valdría más dejarlo libre a los extranjeros. Solamente diré
que le será muy conveniente poner a dicho comercio al menor número de obstáculos
que su política pueda permitir”, cap. xxin. Se advierte que el cosmopolitismo de los
filósofos franceses tenía límites o, mejor dicho, ambiciones sumamente precisas.
68 Véase a este respecto Vicens Vives, Historia social y económica de España y
América; igualmente del mismo autor Historia económica de España, en particularel
capítulo v, “Economía mercantilista”, inciso 28, pp. 351-372 y el capítulo v, “La
69transformación económica del sigloxviu”, inciso 36, pp. 485-495.
Humboldt y la población blanca

CE ESTAR TOTALMENTE En
JUSTIFICADO efecto, un estudio nos puso al tanto de
QUE, DESPUÉS DE insurrección
LA de Francisco de León, en Venezuela, una
Real CÉDULA AUTORIZÓ a los comerciantes criollos ¡a convertirse en accionis-
TAS DE LA COMPAÑÍA vasca! ¿De qué comerciantes se trataba? ¡De los grandes
HACENDADOS QUE EN SUS inmensos dominios cosechaban añil, tabaco, algo-
DÓN y CAÑA DE AZÚCAR, O BIEN se dedicaban a la cría de ganado en los llanos!
LOS DOCUMENTOS RECOPILADOS dan cuenta de establecimientos comerciales
INSTALADOS EN CARACAS, Puerto Cabello, Cumaná y Maracaibo, que pertene-
cen a LOS BOLÍVAR, Madriz, Kcy-Muñoz, Ponte, Ascanio, Tovar. Ibarra;
MANTUANOS TODOS ELLOS, ¡y descendientes de las más antiguas familias de
70 71 72
FUNDADORES y pobladores de la colonia!
Pero nuestro asombro crece más aún al enteramos de que desde princi-
pios del SIGLO XVN, el comercio del cacao entre Venezuela y la Nueva España
había estado exclusivamente en manos de los criollos. Jamás permitieron

70'* El régimen de libre comercio fue establecido en varias etapas: Proyecto de


1720, bajo Felipe V, que preveía una reducción de los derechos sobre los productos
transportados; Juntada 1727, cuya propuesta fue rechazada por el Consejo de Indias;
Real Cédula de 1752 que autorizaba a las autoridades coloniales a analizar los medios
para desarrollar el comercio; Real Cédula del 16 de octubre de 1765 que instituyó el
régimen de libre comercio para las islas de Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, la
Trinidad y la Margarita; Extensión de esa Cédula al Yucatán y a Campeche, en 1770.
En 1778 se dicta el Reglamento y Aranceles para el comercio libre de España a
Indias, que proporciona una extensa lista de artículos autorizados. Fue menester
aguardar el decreto del 28 de febrero de 1789 para que la Nueva España y Venezuela
pudieran gozar también de los beneficios de ese derecho. Pero en 1796, la declaración
de guerra entre España e Inglaterra interrumpe súbitamente las relaciones entre la
metrópoli y las colonias, y anuncia ya la escisión, véase especialmente Eduardo Arcila
Farías, El siglo ilustrado en América, reformas económicas del siglo xvui en Nueva
España, sobre todo, consúltese el capítulo vi, pp 94-117.
71 Mercedes M. Alvarez F., Comercio y comerciantes y sus proyecciones en la
72independencia venezolana, véase en especial el capítulo xm que trata en particular de
Bolívar comerciante. La autora recuerda que los mantuanos no consideraban al co-
mercio como una actividad degradante. Juan y Ulloa ya habían hecho notar esto con
respecto de los blancos —criollos y españoles— de Cartagena y de Lima, quienes se
dedican al comercio sin que ello afecte su dignidad, "aunque sean de las familias más
condecoradas y nobles; porque la calidad no desmerece allí [en Lima] poresta ocupación”,
lomo i, p. 444.
nadie les arrebatara el negocio, y ni siquiera la poderosa Compañía
Guipuzcoana pudo arrancarles este privilegio, que por otra parte no estaba
fundado en documento oficial alguno.1*
El realizar ocasionalmente este tipo de sondeos en la historia americana
es una práctica sumamente instructiva. Los hemos llevado a cabo en Vene-
zuela por cuanto de allí surgieron los primeros movimientos antiespañoles,
cosa que indudablemente no se debió al azar. A la lucha por la conquista de
los cargos administrativos —de los que fueron alejados por la creación
de las Intendencias— se agregó el combate diario y permanente por la
supremacía económica, pues a pesar de los derechos basados en la fuerza de
la costumbre, o bien concedidos por la Corona, la verdad es que el comer-
cio criollo jamás pudo ser ejercido libremente.
Tales son. brevemente, las razones por las cuales puede afirmarse que
las reformas operadas por el despotismo ilustrado no tuvieron consecuen-
cias demasiado felices en América.
Agreguemos finalmente que, si bien dentro del campo institucional,
España no tuvo éxito en reformar la administración del imperio, como
tampoco en crear nuevas relaciones entre criollos y españoles, la economía
americana, por el contrario, conoció un extraordinario desarrollo durante
toda la segunda mitad del siglo xviu. Humboldt se mostró sorprendido por
la prosperidad de México y de Venezuela.73 En El espíritu de las leyes, i
Montesquieu observaba ya con gran sagacidad que. Las Indias y España
son dos potencias bajo un mismo amo, pero de las dos las Indias es la prin-
cipal, mientras que España no es sino la accesoria; es en vano que la polí-
tica se empeñe en llevar lo principal a lo accesorio.74
Los progresos económicos de España en el siglo xviu no son compara-
bles a los logrados en esa misma época por las diversas regiones del impe-

7311 Aróla Furias. El siglo ilustrado en América, p. 106.


'* Oís Capdequí, Instituciones, tomo xrv de la Historia de América y de Un
pueblos americanos, dirigida por A. Ballesteros. El autor saca como conclusión que
el movimiento reformista del despotismo ilustrado fracasó en América. Si bien por
una parte logró elevar el nivel general de la cultura, por la otra no resolvió el problema,
del indio y además generó un justo resentimiento entre los mestizos y los criollos, en
razón de que dicho movimiento los apartó más que nunca y casi totalmente de uní
participación activa en la vida política y administrativa, cap. vm, p S39.
74 Montesquieu. L’Espritdes lois, libro xxi. cap. xxu, “Des richesses que l’Espagne
tirera de I* Amérique” Un eco de esta idea de Montesquieu puede hallarse en la
célebre carta escrita por el jesuita Juan Pablo Vizcardo en Arequipa. “Que un conti-
nente infinitamente más grande que la España, más rico, más poderoso, más poblado,;
no debe depender de aquel reino, cuando se halla remoto, y menos aún cuando está
reducido a la más dura servidumbre”, citada por fray Cesáreo de Armcllada, Causas •.
y caracteres de la independencia hispanoamericana, pp. 267-268.
rio de América. Eduardo Arcila Farías21 con referencia a México, y Parra
22 23
Pérez como Brito Figucroa con referencia a Venezuela son unánimes en
sus respectivas conclusiones, sobre este último país en particular, y a pesar
de lo que los criollos pudieran pensar y declarar, hoy se está de acuerdo en
reconocer que la Compañía Guipuzcoana permitió el desarrollo y el enri-
quecimiento de un país que, durante siglo y medio, había vegetado, lamen-
tablemente, sumido en un régimen muy próximo al de una economía de
subsistencia.

NAL. LRz/<N ¡KUrTJLUOlA t ni& /CS/l


La represión
El hecho que pareció impresionar profundamente a Humboldt fue la feroz
represión a que se lanza España, a partir de 1789, en contra de los criollos

G/\
que demostraban admiración por las nuevas ideas. Humboldt señala el hon-

S L I O T £
do malestar y la irritación de los criollos a raíz de la intensificación de las
medidas de autoridad que inicia España en sus posesiones de América,
especialmente en Venezuela y en Santafé de Bogotá. La actitud de Humboldt

8/
al respecto es poco consecuente. Acabamos de ver que nuestro autor felicita
a los gobiernos españoles y sobre todo a Carlos III por las reformas empren-
didas en las colonias, supresión de las encomiendas, creación de las Inten-
dencias, acentuada protección a los indígenas etc. Pero ese progreso en la
organización administrativa está acompañado por un considerable endure-
cimiento en el terreno político. Humboldt parece no haber sido sensible a
estas contradicciones de la política española. Sin embargo, juzga con gran
severidad las medidas represivas aplicadas por la Corona contra cualquier
manifestación de actividad de los criollos en el terreno político y cultural.
En primer lugar, Humboldt comprueba que se “prohibió la instalación
de imprentas en ciudades de entre cuarenta y cincuenta mil habitantes; se
consideró sospechosos de abrigar ideas revolucionarias a pacíficos ciuda-
danos que, retirados al campo, leían en secreto las obras de Montesquieu,
de Robertson o de Rousseau'*.
En los años 1791-1795, “el gobierno creyó descubrir una conspiración
en Santafé [...] donde se encadenó a individuos que a través de la vía comer-
cial con la isla de Santo Domingo se habían procurado periódicos france-
ses. Se torturó a jóvenes de dieciséis años con el fin de arrancarles secretos
de los que ellos no tenían la menor idea’’.24

]l
Arcila Farías, El siglo ilustrado en América, el autor cita la comunicación del
virrey Bucareli a los delegados del comercio español y proporciona cifras impresio-
nantes; véanse las páginas 257ss.
ü
Parra Pérez, El régimen español en Venezuela, esp cap. vm, “El sistema econó-
mico", pp. 239-259, y el cap ix, pp. 263-275.
u
Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela.
iEssai pol. Nouv Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, pp. 269-271.
Humboldt alude también a la conspiración descubierta en Santafé ^
Bogotá, cuyo responsable fuera don Antonio Nariño, uno de los precurso
res de la independencia en el reino de la Nueva Granada. Si bien es verdad
que la represión hizo víctimas a algunos inocentes, no es menos cierto
que Nariño y sus camaradas conspiraron mucho más activamente de lo que
Humboldt da a entender Recuerda haber conocido a Nariño en París, cuan-
to éste ya había sido despojado de sus grandezas republicanas y militares.
Al realizar Humboldt su viaje por el reino de la Nueva Granada, ya Nariño
estaba en prisión. A partir del 19 de abril de 1801, nuestro autor remontad
Magdalena desde Turbaco, en compañía del joven hijo “del infortunado
Nariño, conducido por su tío, don Mariano Montenegro", iba también el
doctor Rieux, “nativo de Carcasona", quien anteriormente había sido he-
cho prisionero en Cartagena en 1794, siendo más tarde enviado a Cádiz, de
donde logró evadirse, tal como lo había hecho Nariño .75
Humboldt parece ignorar que Nariño fue perseguido por haber impreso
y distribuido a su alrededor una cantidad de ejemplares de la Declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano76

75 Relalion historique, tomo xu, libro xi, cap. xxix. Humboldt relata que después
de su evasión el doctor Rieux se dirigió a Tánger y luego a Madrid para solicitar allí
la protección del embajador de Francia, el “bravo almirante Truguet". Dos años más I
tarde, habiendo Urquijo accedido al poder, lo nombra inspector general de las I
quinquinas, “con una pensión de dos mil piastras fuertes", p. 383. De esa mancrad 1
doctor Rieux había podido regresar a Santafé. El análisis de los documentos de li I
época nos permite evaluar la exactitud de los datos suministrados por Humboldt. En I
el Proceso de Nariño de Pérez Sarmiento, Cádiz, 1914, se encuentra, en efecto, un I
documento fechado el 8 de noviembre de 1799 —Doc. núm. 10, pp. 25 a 36—en el ]
que el “Consejo extrajudicial" del reino de la Nueva Granada, en una advenencia I
dirigida al virrey, le recuerda que el doctor Rieux, de regreso a la sazón en Santafé I
“con el objeto de hacer investigaciones tocantes a la Historia Natural" había estado I
implicado en la conspiración de Nariño. Al margen del documento se especifica que I
el ministerio de Madrid le ha concedido “dos mil duros de sueldo". Al respecto, I
Humboldt escribió “dos mil piastras fuertes" y tal dato resulta rigurosamente exacto. I
La piastra española, llamada fuerte, “es la más conocida y vale 5 francos 40” (Littié) I
y el duro, “nombre dado en España a la piastra fuerte", vale también 5 francos 40 I
(Eittré),
76 Pérez Sarmiento, Proceso de Nariño, en la página 22 se encuentra un documen- I
to del 23 de noviembre de 1799 que da cuenta de los resultados del allanamiento del
domicilio de Nariño “Reconocidos sus papeles, nada se encontró en ellos, ni en toda j
la casa, que tuviese relación con las ideas del impreso, sino algunas inscripciones a li i
filosofía, a la razón etc., que debían acompañar varios retratos de filósofos y hombres
célebres, aunque algunos de ellos en el juicio de muchos, de opinión dudosa, como j
Franklin, Platón, Rousseau etc ”(!).
Al hacer referencia a estos dos ejemplos de represión, Humboldt reúne
en un solo grupo hechos de igual significación; ambos eran la expresión
del deseo de libertad de los criollos.
Verdaderamente, las autoridades españolas ejercieron una terrible re-
presión, la que fue llevada a cabo por el oidor Hernández de Alba. Todos los
detalles de esta acción judicial pueden hallarse en una selección de docu-
27
mentos publicados por Ernesto Restrepo Tirado . Los hechos referidos, es
decir, la investigación realizada, así como las torturas infligidas a varios
jóvenes de Santafé, tuvieron lugar en la segunda mitad del año 1794. Este
asunto es conocido bajo el nombre de “guerra de los pasquines", como
consecuencia del descubrimiento, sobre los muros de Santafé, de un par de
pasquines de pocos versos de extensión, versos muy inocentes, por otra
parte. Después de la denuncia de los culpables al virrey don José de Espeleta,
varios jóvenes estudiantes pertenecientes a las mejores familias de Bogotá,
la mayor parte de los cuales asistía al Colegio del Rosario, fueron arresta-
dos bajo los siguientes cargos; publicación de pasquines, impresión y difu-
sión de la Declaración de los derechos del hombre y conspiración contra el 41
poder español. La lectura de los detalles del proceso, durante el cual estos i ti
jóvenes fueron sometidos durante largas horas al suplicio de la cuerda, es SU!
una experiencia escalofriante. La víctima principal fue el joven criollo
José María Durán Acto seguido, los inculpados fueron deportados a Espa- $0
ña e internados en los presidios de Málaga, Ceuta, Alhucemas y Mclilla.
En otro pasaje, Humboldt evoca la célebre conspiración de don Manuel
Gual (Wal, según él lo escribe) y de don José España; este último ejecuta- > J
do en 1799 en Caracas. Humboldt recuerda que algunos europeos residen-
¿i -
tes en las colonias protestaron enérgicamente contra los excesos del poder,

I
pero sin ser escuchados en absoluto “una política de desconfianza —escri-
be—agria los espíritus"; no es mediante la fuerza ni aumentando los efec-
tivos militares como el problema será resuelto, “sino gobernando con
L
justicia, perfeccionando las instituciones sociales, acogiendo favorable- >

mente las justas reclamaciones de los colonos".21 0
Estas ideas son harto atinadas, pero lo que realmente logra asombrarnos u
es el hecho de que Humboldt pueda felicitar al poder español por las refor-
mas llevadas a cabo en las colonias y censurarlo al mismo tiempo por los

77
Ernesto Restrepo Tirado, De Gonzalo Ximénez de Quesada a Don Pablo
Morillo. Documentos inéditos sobre la historia de la Nueva Granada', véase “La
guerra de los pasquines", pp 64-98. La tortura del “cordel" consiste en envolver los
cuatro miembros del acusado con ligaduras que van tomándose cada vez más apreta-
das a medida que se las retuerce progresivamente. Entre una retorcedura y la siguien-
te, la víctima es intimada a confesar. No nos extenderemos a describir los atroces
sufrimientos que este bárbaro procedimiento provoca.
a
Essai pol. Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 270.
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
BLANCA
brutales medios de que se valió para mantener el orden. No LOGRA DARSE
cuenta de que la represión política ejercida contra los criollos ES LA consc.
cuencia directa del despotismo español. Los mismos principios básicos de
la monarquía ilustrada implicaban, de hecho, una severidad SEMEJANTE.

Conflictos y concordancias en el seno de la sociedad BLANCA


¿Cómo es posible que, en tales condiciones, España haya LOGRADO conser-
var por tanto tiempo sus posesiones en América? Humboldt NO ELUDE ESTA
interrogante Para empezar, subraya el hecho de que el sistema COLONIAL
ofrecía grandes beneficios a las clases dominantes (blancos O SUPUESTOS
blancos), de tal suerte que vacilaron en lanzarse a una aventura QUE SE LES
figuraba arriesgada. En segundo lugar, Humboldt alude al "ODIO MUTUO
entre las castas y el temor que el gran número de negros y de INDIOS INSPIRA
a los blancos y a todos los hombres libres en general". Finalmente, LA SOCIE
dad colonial es tan compleja que sólo se la puede definir como UN HETERO-
géneo agrupamiento de intereses opuestos, donde la violencia Y LA ASTUCIA
constituyen las reglas de conducta. Reina la anarquía y los distintos GRUPOS
de intereses se despellejan entre sí. Humboldt recuerda que en las COLONIAS
españolas “el espíritu público" no existe. Presenta entonces su GRAN TEORÍA;
los habitantes de las colonias no tienen el sentido de la sociabilidad; CARE-
cen de ese espíritu cívico que debe existir en toda sociedad. TAL “CARENCIA
de sociabilidad" es, a su juicio, el mayor obstáculo para lograr una GESTIÓN
saludable de los territorios coloniales, y será también el punto DÉBIL DE LAS
nuevas repúblicas independientes de América.

El comportamiento social de los habitantes de las colonias españolas


Dentro de la sociedad blanca, las preocupaciones de la población son de
índole puramente local. Categorías, grupos e individuos se enfrentan unos
a otros con tenacidad y ardor en disputas despojadas de grandeza. Al seña-
lar las dificultades con que se topaban los virreyes recién desembarcados
en América, Humboldt dice que no bien llegaban se veían situados “en me-
dio de las diversas facciones de magistrados, clérigos, propietarios de mi-
nas, negociantes etc", y cree poder afirmar que tales conflictos eran alentados
por la Corona, de acuerdo con el lema de “dividir para reinar". “La metró-
poli —prosigue— creyó encontrar su propia seguridad en las desavenen- i
cias internas de las colonias, así, lejos de aplacar los odios individuales,!
con satisfacción vio nacer esas rivalidades entre indígenas y españoles,
entre los blancos que habitan en las costas y los que radican en la meseta
interior".29 Desafortunadamente, Humboldt no funda sus afirmaciones con j
base en ejemplos concretos, porque bien podría pensarse que en ellas se |

8
Ibid., tomo iv, libro v, cap. xn, pp. 86-
87.
LOS CONFLICTOS

limitó simplemente a reproducir las acusaciones dirigidas por los criollos


en contra de España. Los hechos que relata —y que habremos de exami-
nar—- son manifiestamente la expresión espontánea de esa falta de sociabi-
lidad que Humboldt identificó como una de las principales características
de la sociedad colonial Será necesario, pues, relegar a un segundo plano
las intenciones maquiavélicas atribuidas a la Corona. No hay duda de que
ésta aprovechó dichas rivalidades, pero no es cierto que las haya provoca-
do: "vio nacer con satisfacción esta rivalidad" Agregaremos por nuestra
parte que, si bien puede aceptarse la hipótesis de conflictos provocados por
la Corona según un principio de gobierno que ha sido aplicado en todo
tiempo y en todo lugar —y muy especialmente en las colonias—, no es
menos cierto que las sociedades hispanoamericanas no necesitaron en ab-
soluto de tales expedientes para vivir inmersas en el clima de enemistad
que se había creado en América desde los tiempos de la conquista.
En todos los ejemplos suministrados por nuestro autor, es el deprimente
espectáculo de los descontentos, recriminaciones, odios y amarguras lo
que resalta y predomina. Aquéllos se hacen patentes en los principales
sectores de la vida social: en las relaciones entre individuos, entre grupos
sociales o coaliciones de intereses, entre grupos étnicos o congregaciones
religiosas, entre administradores y administrados.
Para ilustrar el primer caso tenemos aquel del viejo sargento "nativo de
Murcia y hombre sumamente original", que recibió a Humboldt en Giiigüe
el 6 de marzo de 1800 A fin de demostrar a los viajeros que él se había
educado con los jesuítas, les recita "en latín la historia de la creación del 3 (9
mundo”. "Gozando del fresco de la noche en un recinto plantado de
bananeros —escribe Humboldt— se mostraba interesado por todo lo ocu-
rrido en la corte de los emperadores romanos". Aquejado de gota, solicita a
los viajeros una medicina que pudiera poner fin a sus crueles sufrimientos.
“Sé que un zambo de Valencia —nos decía— que es un famoso curioso o
podría curarme; pero el zambo pretende ser tratado con consideraciones <J
que no se puede tener para con un hombre de su color, y es así que prefiero
seguir en el estado en que me encuentro”.30
Semejante manifestación del "prejuicio del color" no es un caso aisla-
do. Hemos visto ya numerosos ejemplos de blancos que desprecian a las
demás razas, de zambos hostiles a los indios, o de indios evolucionados
que por diversas razones se sienten superiores a sus hermanos de color.
Una hostilidad de naturaleza diferente se suma a estas rivalidades en
cuanto a color. En el camino de La Guaira a Caracas, durante un alto en el
fortín de la Cuchilla, Humboldt es detenido por un cuerpo de artilleros es-

30
Relation historique, tomo vi, libro vi, cap. xvu,
p. 8.
Nm
ptialitAJwilWwvMN^ m 8C V||B
• MMMV,MtUfO VUUMO
W aprehendí

A fia de dhMr |§ »■
RKWI ai fK*
Humhoidi— tai
TRADUJE a vara* caMllini» EL NÚMERO DE TOE TAS A QUE *
deatacame*to k uucuaund* totora ti nivel del mar. Tal no pareció inte,
RETIRÍAS N lo «ÉL tino; de hecho* debo MI libertad A UN ANDALUZ AG
•a lomó cunMtoBKMi amable cuando aseguré que las montañas de
su parV la Sierra Nevada de Granada, eran mucho MÁS ELEVADAS
todas las moniadai de la provincia de Caracas.31

Se comprende que el interés de esta observación no es puramente anec-


dótico Por lo pronto revela el profundo sentimiento de desprecio, mezcla-
do con envidia quizás, del militar español perdido en lo más remoto del
Nuevo Mundo. Si a casos como éste se agrega el de las maldiciones oídas
por Humboldt el 8 de febrero de 1800 en una pulpería de la Laguneta
—juramentos proferidos por empleados españoles de la dirección de taba-
cos en contra del "MALDITO país” en que estaban obligados a VIVIR— LO QUE
se saca es una penosa impresión de discordia política crónica, muy favor»,
ble a) estallido de una guerra civil.”
En otra parte de su viaje, en los raudales de Atures y de Maipures, el 16
de abril de 1800, Humboldt, que se alegra de haber logrado llegar sin tro-
piezos al puerto de arriba a bordo de su piragua, nos pone en conocimien-
to de una hostilidad de otro género la que constantemente se manifiesta
entre comerciantes y misioneros En el campamento de Pararuma traba en
nocimiento con un

hombrecillo moreno que por su acento lo reconocimos como catalán.


“Vuestra piragua —nos aseguró— no correrá peligro de destrozarse por
cuanto transportáis mercancías y porque viajáis en compañía de los
monjes de los raudales”. Este catalán dedicado al comercio de aceite de
huevos de tortuga es mal visto por los misioneros a quienes hace la
competencia. “Las embarcaciones frágiles —agrega este comercian-
te— son las de los catalanes toda vez que, provistos de una licencia del
gobierno de la Guayana y no de un permiso del presidente de las misio-.

■fiel
Unmucicí

nes, pretendan ejercer el comercio más allá de Atures y de Maipures"’, 77 78

77M Ibid., cap. xi, pp. 134-135.


” Ibid, tomo v, libro v, cap. xv, p. 95.
78 fbw/., tomo vn, libro va, cap. xx, pp. 89-90. Sin embargo, Humboldt afirma; “0
Aqut tenemos un curioso ejemplo de cowfíjcto un m nn ÉÉn
avü (comerciantes ctfiluci) y un grupo étnc# rthocuo (Ancnttiic
mlilüces). Se trata en cierta medida de una rivalidad Mlmw motiva-
da y de carácter netamente hispánico
Las discordias entre el poder civil y el poder religioso son igualmente
expuestas por Humboldt a través de numerosos ejemplos. Tal es el caso del
conflicto advertido por el autor en la misión de Catuaro, entre el cura y los
alcaldes; éstos lograron meter al cura en la cárcel por razones bastante poco
claras Este mismo cura había andado de malas con el superior de los capu-
chinos por haberse edificado una casa de dos plantas, considerada dema-
34
siado ostentosa para un servidor de Dios El 14 de septiembre de 1799 en
la misión de San Antonio, donde se encontraba a la sazón, Humboldt re-
cuerda una polémica del mismo tenor surgida entre el gobernador y el
misionero. El prefecto de los capuchinos había hecho edificar una “peque-
ña iglesia de dos torres construida de ladrillos, en un estilo bastante acep-
table y embellecida con columnas de orden dórico Es la maravilla de la
región” Pero el gobernador de la provincia “desaprobó el lujo de esas
construcciones en las misiones y, para gran desconsuelo de los religiosos,
la terminación del templo fue suspendida".35
Las propias órdenes religiosas no están a salvo de desavenencias inter-
nas. En la misión de la Esmeralda, sobre el Casiquiare, Humboldt se encon-
tró con algunos misioneros que, considerados como majaderos o como
mala gente, habían sido enviados a lo más remoto de la selva para cumplir
allí su purgatorio. También hace mención de una cierta “revolución
monástica" que habría tenido lugar en 1788 en la misión franciscana de
Piritú. en la cual un grupo de religiosos había “tomado el poder" a raíz
de un abuso de autoridad contra el superior Aun cuando en los documentos
publicados no hayamos logrado encontrar rastro alguno de este pronuncia-
miento frailuno,,h Humboldt basa su relato sobre el testimonio de dos de
los principales protagonistas de esta tragicomedia, por lo que tan singular
suceso bien puede ser considerado como cierto. Una consulta a los súma-
nos episcopales permite advertir que las relaciones habidas entre el clero
secular y el clero regular distaban mucho de ser cordiales. Roben Ricard
estudia algunos aspectos de las mismas con respecto del México del siglo
xvi, recordando que la acción de los misioneros no siempre fue aceptada de
buen grado por los obispos, quienes percibían en ella un cieno matiz de pe-
ligro, en la medida en que —por la fuerza de las circunstancias— las congre-
gaciones conformaban un Estado dentro del Estado; la estructura y el

H
Ibid., tomo ii, libro m, cap vm, pp. 222-224.
HUMBOLDT Y LA POftlAQÓN iLANCA

funcionamiento de las mismas habría de generar inevitablemente un sin^l


mero de conflictos tanto con el poder episcopal como con el poder civil 11 I
Humboldt se mostró sorprendido ante la diversidad de opiniones acer^ I
de los recientes acontecimientos que habían reavivado las pasiones pojf t¡ I
cas en Venezuela. En el albergue del Guayavo, donde hizo un alto en su ijj
la de La Guaira a Caracas, se encontró con un grupo de viajeros
“disputaban sobre el movimiento independentista que había tenido lu^l I
poco tiempo atrás. Joseph España había muerto en el cadalso, su viudJ
lloriqueaba encerrada en un reclusorio por haber dado asilo a su rnarido ] I
fugitivo y que ni por asomo ella lo había denunciado al gobierno "31 Nue*. I
tro autor no puede evitar expresar su asombro ante lo acalorado de I* I
disputas por "cuestiones sobre las cuales los hombres de un mismo país oo I
deberían te-ner opiniones diferentes". Estas discusiones le parecieron de] |
un nivel político mediocre, en efecto se referían "al odio de los mulatos
hacia los negros libres y hacia los blancos, a la riqueza de los frailes y ala
dificultad de mantener a los esclavos en la obediencia". Al sacar a colación
el tema de la independencia —problema que Humboldt identifica clara- ] |
mente como el fundamental— estos hombres se lanzan unos contra otros I
1 discutiendo sobre cuestiones que nuestro autor considera de poca impor-l
9 tancia, si bien desempeñarían un papel de cierta magnitud en las guerras de
la independencia, tal como lo señalamos en un estudio sobre el criollo]
americano del siglo xvui. Pero he aquí que en medio de la discusión, un i
anciano “recordó a los demás cuán imprudente resulta enfrascarse en discu-
|
siones políticas en tiempos como aquellos plagados de delaciones, ya fue-
se en la montaña como en la ciudad". Ante semejante llamado de atención, ]
la estupefacción de Humboldt llega al colmo. En Europa —escribe—la
montañas ofrecen a los rebeldes "aislamiento y libertad", mientras que los
pueblos "vuelcan sus querellas en las llanuras”. Por el contrario, en Améri-
ca, donde "las cordilleras son habitadas no más allá de los doce mil piesde
altura”, los hombres

llevan consigo sus desavenencias civiles y sus mezquinas y odiosas]


pasiones. En las cimas de los Andes, allí donde el descubrimiento del
minas ha propiciado la fundación de ciudades, se han abierto casasde
juego; en esas vastas soledades que casi superan la región de las nubes
y en medio de elementos que deberían engrandecer las ideas, el enterar- j
se de que una condecoración o un título han sido denegados por la
Corte, ensombrece frecuentemente la felicidad de las familias .39

R Ricard, La conquete spirituelle du Mexique, p 299


n
Relation lus tonque, tomo iv, libro iv, cap. xi, p. 136.
59
H>id„ tomo iv, libro iv, cap. xi, pp 136-137
LOS CONFLICTOS

Estas observaciones no se hallan exentas de un cierto sentimiento ro-


mántico de la vida. Humboldt, tan sensible a las bellezas naturales como a

c r u ó iLWA
los ideales de libertad, se resiste a aceptar el hecho de que el magnífico
escenario formado por las montañas del Nuevo Mundo no logre imprimir
en el espíritu de quienes lo contemplan esa armonía, esa identidad entre
panoramas y pensamientos que, a su juicio, aquél debería provocar. Aun
comprendiendo cuán idealista podía ser esta relación deseada por Humboldt

ftisrx/movi
entre el hombre y la naturaleza, en ella reencontramos, sin embargo, una
confirmación de la falta de sociabilidad y del profundo malestar político

G CA\
que afectaban a todos los sectores de la sociedad blanca en vísperas de la
independencia.

Campesinos y citadinos

- I Gif T
Veremos que incluso aquí, Humboldt da intervención al factor geográfico.

c o o . i v m j l . Bl /I cB L/vsi
Comienza por poner de relieve un rasgo permanente de las sociedades
hispanoamericanas. Por todas partes donde pasaba, de Cartagena de Indias
aSantafé de Bogotá, de Guayaquil a Quito, de Piura y Trujillo a Cajamarca,
de Veracruz a México “existe —asegura— una marcada antipatía entre los
habitantes de las llanuras o de las regiones cálidas, y los de las mesetas
cordilleranas" Como buen comparalista, Humboldt establece un paralelo
entre los habitantes de las diversas colonias españolas y los habitantes de
Europa. En efecto, comprueba que en América “una pequeña extensión
de territorio congrega, además del clima y de los productos naturales, todos
los prejuicios nacionales del norte y del sur de Europa”. Advierte una enor-
me diferencia entre los montañeses y las gentes de la llanura: los primeros
“reprochan a los del litoral ligereza e inconstancia en sus empresas”, mien-
tras que los segundos “acusan a los montañeses de frialdad y de falta de
energía"40 Estas interesantísimas observaciones proporcionan a nuestro
autor los primeros elementos de un panorama de los conflictos que tienen
lugar en el seno de las sociedades hispanoamericanas. De ellas se despejará
la noción del enfrentamiento entre las ciudades y las áreas rurales, fenóme-
no extremadamente importante para la historia latinoamericana moderna y
cuya intensidad impresionó vivamente a Humboldt Las diferencias del
nivel cultural, así como las oposiciones entre campesinos y citadinos, ex-
plican en gran medida los profundos desacuerdos que Humboldt pudo re-
gistrar en el campo de las ideas políticas.

Los campesinos —señala— difícilmente conciben la idea de que haya


europeos que no hablen su lengua y catalogan tal ignorancia como un
signo de baja extracción, por cuanto en su medio es la clase más baja

m
Essai pol Nouv. Esp , tomo iv, libro v, cap. xii, pp 86-87
HUMMMT v la ñauad* IUNCA
pueblo la ÚNICA QUE NO sabe el español. CONOCIENDO MÁS DE LG
HISTORIA del siglo XVI que la de LOS tiempos actuales, SE imaginan qug
España sigue MANTENIENDO UNA gran preponderancia SOBRE EL RESTO DE
Europa. La península representa para ellos el centro DE LA CIVILIZACIÓN:
41
EUROPEA.

Dentro de aquel grupo es menester distinguir, por cierto, a los grandes


hacendados señoriales que, alejados del poder central, “gozan de esa liber-
tad que —aun bajo los gobiernos más opresivos— ofrece un territorio cuya
población se halla dispersa", a los “caudillos" de los pueblos, a los jefes
políticos y en general a los propietarios, que en la campiña constituyen una
suerte de aristocracia territorial y municipal. Esos hombres distan de anhe-
lar cambio alguno, pues temen “la pérdida de sus esclavos, la expoliación
de) clero y la introducción de una tolerancia religiosa que presumen in-
compatible con la pureza del culto dominante" Son ellos mismos quienes ¡
“abominan de toda constitución basada en la igualdad de derechos (...) y
preferirían incluso una dominación extranjera antes que ver la autoridad I
ejercida (en los cabildos) por americanos provenientes de una casta infe-1
nor"42 No ocurre lo mismo —continúa diciendo— con los americanos que
residen en la capital (aquí en México). Entre éstos, Humboldt distingue dos |
grupos, el de los hombres devotos de las “ideas nuevas" “Que al mismo]
tiempo se destacan por su afición al estudio, por la gentileza de sus costum* ]
bres y por lo elevado de sus sentimientos", y otro más numeroso de citadinos ]
que, habiendo leído la literatura política francesa e inglesa apelan a Franklin ]
y a Washington. Humboldt juzga muy severamente a este último grupo. ]
Estas gentes —escribe— parecen haber olvidado demasiado pronto la he-1
rencia cultural española, han perdido “su individualidad nacional sin ha -1
bcr sabido extraer de sus relaciones con los extranjeros, las nociones precisas
sobre los auténticos fundamentos de la felicidad y del orden social ".41 i
Una clasificación como ésta, que podría parecer demasiado esquemáti-1
ca, es a nuestro juicio la prueba más elocuente del sentido político dé ]
Humboldt. Esta presentación de las diversas tendencias que separan a la I
sociedad hispanoamericana es fundamental debida a varias razones. Ante |
todo, a través de ella se ve confirmado un hecho evidente: el de que, a pesar
de las apariencias, los hispanoamericanos guardan un extraño parecido
con los españoles de la metrópoli. En segundo término, en ella se confimu

41
Ibid., tomo i, libro n, cap. vn, pp. 422-423.
41
Voyage, tomo iv, cap. xn, pp 167-168
41
Essaipol. Nouv, Esp., tomo i, p. 422. “Antes que a los españoles, ellos preñe* j
ren a los extranjeros de otros países; se complacen en la creencia de que la cultura 1
intelectual progresa más rápidamente en las colonias que en la península"
el escepticismo de Humboldt en cuento a los resultados que, dentro de
semejante confusión política, las guerras de independencia podrían arrojar

c ntotuftíñ
En cuanto al primer aspecto, sería imposible dejar de ver que las diver-
sas tendencias de la sociedad hispanoamericana identificadas por Humboldt
—esdecir, conservadurismo, liberalismo moderado y liberalismo exaltado—
concuerdan exactamente con las tendencias con que nos encontramos en
España durante los dramáticos momentos de la invasión napoleónica. En
efecto, en la Península era posible hallar por entonces a los conservadores,

ucI B/ íLí Iy OiTíiuruiuu/ri


hostiles a toda idea extranjera y profundamente atados a la fe y a la tradi-
ción. a los 'liberales moderados", como Jovellanos y sus compañeros, quie-
nes, a pesar de su afrancesamiento sentimental o filosófico, seguían siendo

ECA
fieles a España, y por fin a los liberales “exaltados", como MeléndezValdés
o bien Urquijo, quienes en un momento dado perdieron su “individualidad
nacional" para convertirse auténticamente en víctimas de su apasionado
afrancesamiento.
Esta conclusión inicial es extremadamente importante. Efectivamente,
y a pesar de lo que pueda haberse escrito, pensamos que las sociedades
latinoamericanas han presentado, hasta hace poco tiempo, características
típicamente hispánicas. Como prueba de tal aseveración nos basta con

cou ivíl B
mencionar la larga serie de guerras civiles del siglo xix que paralizaron
unto a España como a sus antiguas colonias. Ambas se hallaban separadas,
pero los dos trozos de un mismo cuerpo reaccionaron de una manera asom-
brosamente similar En una y otra parte y a pesar de las diferencias formales
se está ante la presencia de conflictos de igual naturaleza: las prolongadas
luchas entre unitarios y federales, en América; las guerras dinásticas —un
tanto fuera de época— en España; en ambas los pronunciamientos milita-
res, conservadores o liberales. Abrumadora semejanza: el cordón umbilical
que vinculaba a España con sus posesiones americanas no logró ser cerce-
nado por la independencia. Finalmente, la ferocidad misma de los comba-
tes de independencia, ¿no presenta acaso rasgos mucho más emparentados
con los de una guerra civil que con los de una guerra nacional?
En lo que al segundo aspecto concierne, se recordará la desaprobación
de Humboldt frente a la actitud del grupo liberal partidario de la indepen-
dencia. Bajo el punto de vista político, los criollos que invocan a Franklin
y a Washington no le parecen lo suficientemente maduros como para ocu-
par cargos de gobierno. No hay duda de que para Humboldt, las nociones
precisas sobre los “auténticos fundamentos de la felicidad y del orden so-
cial" son el conjunto de las ideas que él mismo tenía. Nos referimos, por
cierto, a los ideales de 1789.
Ahora bien, las estructuras coloniales de tipo feudal de la sociedad ame-
ricana y las rivalidades entre castas no fueron considerados por Humboldt
como factores favorables a la eclosión de una ideología “revolucionaria".
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
BLANCA
como tampoco al surgimiento de Estados democráticos de tipo francés (
inglés Al censurar a los criollos que desean rebelarse contra España por j,
pérdida de su “individualidad nacional". Ies reprocha la adopción de siste
mas o de ideas políticas totalmente ajenas tanto a las necesidades de esos
países como a sus estructuras coloniales. Así, con asombrosa exactitud vati-
cina la distorsión que habrían de sufrir, con Bolívar y los libertadores, todas
esas ideas y sistemas importados de Europa o de América del Norte al ser
implantados en una sociedad cuyos sistemas económicos distaban mucho
de corresponder con aquellos que, en Europa y en América del Norte, habían
dado lugar al nacimiento a formas nuevas y originales de gobierno popular,
De esta manera y con lucidez admirable, Humboldt pone de relieve lot
problemas esenciales de la sociedad colonial: el de las relaciones interracia-
les y el del conflicto entre españoles y criollos, así como la creciente opo-
0 i sición entre el poder central y los intereses políticos y económicos de loa*
[colonos.
f Frente a España el criollo afirma su condición de americano; poco le
HPa|ta para considerarse un colonizado sometido a una autoridad extranjera,
y se siente menoscabado en sus derechos políticos y lesionado en sus inte-
reses. Pero por el reverso de la medalla, frente a los indios —a quienes
desprecia y niega todo derecho— se considera europeo.
De esta manera tan expresiva, Humboldt ha puesto de relieve los dos
registros dentro de los cuales se mueven los criollos desde la conquista. El
primero y más antiguo es el de la supuesta superioridad que su piel blanca
confiere al conquistador español En tomo a este sentimiento de superior^
dad étnica se ordenan una serie de comportamientos y actitudes de rasgos
netamente hispánicos: necesariamente, la piel blanca debe otorgar la no-
bleza y honra, la Corona está obligada, pues, a reconocer públicamente los
méritos del colono blanco mediante la concesión de títulos de nobleza,,
condecoraciones y distinciones honoríficas. A éste de corte tradicional se
agrega un segundo registro cuyo origen es sin duda mucho más reciente: el
de la “americanidad" Sus causas, puramente geográficas, fueron ya deter-
minadas por Humboldt: alejamiento de la madre patria, extensiones in-j
mensas de un desierto absoluto, sentimiento de extrañamiento total etc La
“americanidad" se basa en la teoría que sostiene que el criollo perteneced
más al Nuevo que al Viejo Mundo, y que el español venido a América pan
desempeñar las funciones administrativas más altas es un extranjero Tales
la imagen que la conciencia criolla se había formado de la tendencia que, j
en definitiva, se impondría.
Algunos historiadores han señalado un paso del primer registro, el del i
jus sanguinis, hacia el segundo, el del jus soli,** lo cual es indudablemente! 79

79 Viccns Vives, Historia social económica de España y América, tomo iv, pp.
441 ss. “Al menospreciar a España y sobrcvalorarsc a sí mismos, los criollos del siglo
exacto para el siglo xix. Pero en lo que a fines del siglo xvni respecta pode-
i (nos afirmar que con gran frecuencia ambos registros se hallaban muy cu-
I liosamente confundidos en el criollo. En efecto, Humboldt no insiste
demasiado en uno ni en el otro Sin embargo, aun cuando describe con
i unta exactitud la situación del criollo frente a las fuerzas políticas o socia-
les de la colonia, en lo que hace a los detalles sus juicios sufren la indiscu-
tible influencia de las típicas argumentaciones de los criollos. Es evidente
i que Humboldt no siempre establece la diferenciación entre los hechos pro-
I píamente dichos y las interpretaciones más o menos fundamentadas que
pudieran haberle proporcionado los criollos.

Las rebeliones de los indios y de los negros


I Los criollos tienen una marcada tendencia a lamentarse ante los extranje-
[ ros de su condición de colonizados, pero no por eso se sienten menos parte
I del mundo colonizador. Al parecer involuntariamente, Humboldt nos ofre-
I ce un magnífico ejemplo de lo que podía significar en la América española
de fines del siglo xvin, lo que él da en llamar “la solidaridad de color*', un
I producto neto del régimen colonial. Hace mención de las rebeliones indí-
v*
genas que tuvieron lugar en México durante el censo del siglo xvu (1601, *■»
1609,1624 y 1692), afirmando que fueron causadas por la carencia de
alimentos. Eran tiempos en que “los vínculos entre españoles-mexicanos y
españoles-europeos eran más estrechos, y el recelo de la metrópoli se con-
¡ centraba exclusivamente en los indios y en los mestizos".
Pero he aquí que nuestro autor pasa a tratar la célebre insurrección de
<CQ
TupacAmaru, suceso acaecido en el Perú en 1781 Veamos cuál es su juicio u-
acerca de este hecho.

Esta guerra civil —escribe— durante la cual los indios cometieron atro-
ces crueldades, duró cerca de dos años; si los españoles hubiesen perdido
la batalla librada en la provincia de Tinta, la intrépida acción de Tupac j
o
Amaru habría tenido consecuencias funestas, no sólo para los intereses u
de la metrópoli sino también para la vida de todos los blancos estable-
43
cidos sobre las mesetas de las Cordilleras y en los valles vecinos .

xviil fueron creando otra nueva fuerza, sobre una base más telúrica que étnica, como
había sido hasta entonces en su anhelo de blancura, y comienzan a llamarse america-
dos” La unidad racial blanca—prosigue el autor— fue destruida. En efecto, induda-
! blemente así fue, pero esta unidad racial se reconstituía automáticamente frente al
t peligro indio o negro. Retomando los argumentos de los criollos, el propio Humboldt
l suministra un par de elocuentes ejemplos de ese racismo blanco.
41
EssaipoL Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, pp. 267-268.
HUMBOLDT V LA POBLACIÓN BLANCA
n la breve referencia que hace de estos sucesos, Humboldt cometió
algunos errores de detalle, que fueron detectados con gran minuciosidad J
por Boleslao Lewin, historiador de la revuelta.80 Pero no son tales faltas lo
que debe interesamos. Lo importante para nosotros es la manera en que 1
Humboldt define las características propias de dicha insurrección. En la
Narración histórica escribe.

Túpac Amara, que por su parte no carecía de cultura, comenzó adulando!


a los criollos y al clero europeo, pero arrastrado por las circunstancias y j
por el espíritu de venganza de Andrés Condorcanqui, su sobrino, muy ]
pronto cambió sus planes. Una maniobra con miras a la independencia]
se convirtió en una guerra cruel entre las castas.81 82

Humboldt juzgó acertadamente, pues, la forma en que se desarrolló la J


insurrección. Dominado por las masas indígenas que él mismo se había 1
encargado de sublevar. Túpac Amaru terminó librando un combate racial, I
en el cual todos los blancos (españoles y criollos) se unieron en su contra, j
Pero Humboldt olvida mencionar que en los comienzos mismos de la re-1
vuelta los criollos, en su inmensa mayoría, se mantuvieron ajenos al con- 1
flicto. Durante un cierto tiempo dejaron que los españoles se las arreglaran
por sí solos con los indios, y se abstuvieron de intervenir mientras no 1
advirtieron que dicha rebelión podía eventualmente conducir a la victoria ^
a Túpac Amaru. Humboldt, empero, llega aún más lejos al afirmar que la i
maniobra de 1781 no tenía relación alguna con los movimientos que “los I
progresos de la civilización y el anhelo de un gobierno libre habían gene-1
rado en las colonias inglesas”.41
Nuestro autor se niega a ver en estos sucesos —sin duda debido a la in-1
fluencia de los criollos que tuvo oportunidad de conocer a lo largo de su 1
viaje— otra cosa que una mera rebelión puramente indígena y huérfana de 1
todo carácter democrático y “liberal”. Por el contrario, está demostrado que I
las ideas de Túpac Amaru estaban preñadas de las ideologías del siglo. Al-1
gunos autores contemporáneos incluyen a la insurrección de 1781 entre los I
movimientos precursores de la independencia, y sus argumentos — basa- J
dos en un minucioso análisis de los hechos— no dejan de ser convincen-1
tes.83 Así pues, aquí se advierte una de las contradicciones fundamentales]

80 Boleslao Lewin, La rebelión de Túpac Amaru y los orígenes de la emancipa-1


ción americana. El autor rectifica un error cometido por Humboldt sobre la filiación]
de J. G. Túpac Amaru y sobre la identidad de Andrés Túpac Amaru, hijo espiritual del i
anterior y al que Humboldt da el nombre de Andrés Condorcanqui.
81 Relation historique, tomo iv, libro iv, cap. xn, pp. 165-166.
82 Essai pol. Nouv. Esp, tomo iv, pp. 267-268.
83Amaru, caudillo antiespañol", pp. 238-239. Véase también Agusto Guzmán, Los
movimientos de emancipación en América en el sigloxvw,
pp. 159-175 del volumen
o de las ediciones del Sesquicentcnario de la Independencia de Venezuela, publicadas
por laAcademia Nacional de la Historia (Venezuela), 4 vols., Caracas, 1961.
£| pensamiento de Humboldt, sobre todo si se tiene en cuenta el hecho de
que U primera acción de Túpac Amaru fue la de ahorcar a uno de esos famo-
¡¡os corregidores, cuya lamentable celebridad se debió a la explotación que
hiciera de los indios. Humboldt, quien por un lado aplaude a Carlos III por
haber suprimido —mediante la creación de las Intendencias— los abusos
perpetrados por esos corregidores, denuncia ahora esta guerra emprendida
con toda justicia por los indios en contra de los infames administradores
españoles.
Y Humboldt define de una vez por todas su pensamiento al declarar que
"lanío los españoles americanos como los españoles nacidos en Europa
consideraron que esta lucha era la de la raza cobriza contra la raza blanca,
¡a lucha de la barbarie contra la civilización ’\84 85
Estas frases lapidarias traducen perfectamente
Hümboldt las
y la poblaqon blanca opiniones del criollo
americano en el terreno de las relaciones sociales entre las razas; un profun-
do temor ante las masas indígenas avasalladas por el sistema colonial y el
indiscutible sentimiento de representar los valores de la civilización euro-
pea en América. La última parte de la cita llama particularmente la aten-
ción; "La lucha [.. ] de la barbarie contra la civilización”. Esta fórmula tuvo
proyecciones duraderas en la América independiente, como que se la
reencontrará más tarde salida de la pluma de Sarmiento .31 Pero... ¿acaso
debe sorprendernos esto? Todos los problemas planteados en América por
la instauración de un sistema colonial basado en la dominación sin reser-
vas por parte de una minoría blanca de nivel cultural europeo sobre una
mayoría de indios o de mestizos mantenidos en la servidumbre y en la ig-
norancia ¿acaso no se encuentran resumidos en esta terrible fórmula, tan
cierta dentro de su parquedad? No es ella quien debe asombrarnos, por
cierto, sino más bien el brusco viraje en la actitud de Humboldt. Defensor
délos indígenas americanos, aboga por su causa ante las autoridades espa-
ñolas y ante los señores criollos, demostrando que ya es hora de preocupar-
se por los intereses y por las condiciones de vida de sus defendidos, para 3
quienes reclama mayor justicia y humanidad. Pero cuando se trata de verter ±
un juicio parcial sobre un suceso en el cual se manifiestan abiertamente las ot
contradicciones del sistema colonial ¡se contenta con repetir los argumen- n
B
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84 Relation historique, tomo iv, pp. 163-166. [En castellano en original la parte en
cursivas, N. d. E.].
85 Véase en especial, Paul Verdevoye, Domingo Faustino Sarmiento, ¿ducateur et
publiciste (entre 1829 y 1852). Verdevoye dedica un capítulo de su trabajo a la
definición de civilización y de barbarie según Sarmiento, pp. 381 -449.
tos de los criollos y españoles, transitoriamente aliados para aplastar
eternos vencidos!51
Asimismo, se podría descubrir idéntica actitud en lo que al problem
la esclavitud de los Í negros negros concierne. 1
'
En
perverso desde el punto de vista social, político y económico; en la M

efecto,
r
_ ■ . 1la esclavitud y demostró su carác, I
Hümboldt informa
denunció
ción histórica que, “el fracasado movimiento independen! j.sia J
Pararse nn 1708 bahía acla/ln niwvxtirin ñor
Caracas en 1798, había estado precedido por una violenta agitación CÜTT
los esclavos de Coro, de Maracaibo y de Cariaco. Un desafortunado nc*J|
había sido condenado a muerte en esta última ciudad ".86 87 Este movimjC|). I
de Caracas que Hümboldt ubica en 1798, no es otro que la conspiración 4.1
Gual y España, ocurrida en 1797. La insurrección de Coro 88 data del IA |
de mayo de 1795 y fue comandada por un zambo libre, José Leonard 0
Chin no, quien “habiendo viajado por las Antillas quería seguir el ejem. I
pío de los haitianos proclamando la ley de los franceses, y la supresión de I
los impuestos".89'
Se advertirá pues, que de los cuatro movimientos referidos aquí I
Hümboldt, tres de ellos (Coro, Maracaibo y Cariaco) constituyeron rcvucl. I
tas o conspiraciones de negros y de pardos esclavos o libres .90
La conspiración de Gual y España es de carácter muy diferente p 0r
tratarse de un hecho encabezado por dos blancos: don José María España
corregidor de Macuto, y don Manuel Gual, veterano Lo que diferencia a I
estos revolucionarios blancos —que actuaban en acuerdo con los espaüo. I
Ies de la conspiración de San Blas—91 es su reafirmación de la igualdad de

86 En Los temas sociales y económicos en la época de la


Independencia, Charles
Grifñn recuerda una rebelión de 50 000indios quichés que, por cuestiones de tributos
y de tierras, estalló enTotonicapan, Guatemala, durante las guerras de
independencia,
la cual fue sofocada por la acción conjunta de españoles y criollos, transitoriamente
aliados para tales efectos.
87 Relation historique, tomo 111, libro 111, cap. vm, p. 224.
88 Véase al respecto P. M. Arcaya, Insurrección de negros de la serranía
de Coto,
donde el autor retoma un estudio publicado en Estudios de sociología venezolana,
pp.
159-241.
89 C. PARRA PÉREZ, Historia de la primera República de Venezuela , P.
130.
90M La conspiración de Coro tuvo tugaren 1795 y la de Cariaco en 1798,
mientras!
que la de Maracaibo data del 19 de mayo de 1798.
91 La conspiración de San Blas estaba destinada a derribar la monarquía
española
las razas, como lo atestigua el que diseñaran una bandera de cuatro colores I

e instaurar la República (1796). Juan Bautista Picomell, Manuel Cortés


Campomancs,
Sebastián Andrés y José Laz, instigadores de la misma, fueron condenados a muerte,
pero gracias a la intervención del embajador francés, Pérignon, se les indultó la pena
capital. Los tres primeros, deportados y recluidos en La Guaira, lograrían más tarde
escapar hacia lasAntillas para reemprender allí sus actividades.
y el que redactaran la Declaración de los derechos del hombre , en la que se
proclamó la igualdad absoluta entre blancos» pardos, indios y negros .51
Al agrupar bajo la misma rúbrica cuatro tentativas de rebelión, distintas
en apariencia, Hümboldt rinde cuenta con gran exactitud de un hecho in-
discutible; el de que para los parámetros de la independencia americana,
estos movimientos guiados por negros, mulatos o criollos en conexión con
liberales españoles o con los negros de Saint-Domingue, representan la
mis pura corriente "jacobina” o "democrática”. Pero los representantes de
la nobleza y de la alta burguesía criollas

se apresuraron a condenar esta tentativa de carácter democrático [...] los


Tovar.lbro, San Javier, La Granja, Mijares, Ibarra, Ponte, Blanco, sesen-
ta notables de Caracas ofrecieron al capitán general sus personas y sus
bienes al servicio de la Corona con el fin de mantener la tranquilidad
pública, puesta en peligro por un plan "infame y detestable” que se pro-
ponía destruir la jerarquía entre las clases. 5*

En esta lista, en la que figuran los principales apellidos de la aristocra-


cia mantuana de Caracas, se advierte la presencia de los poderosos señores
que tan efusivamente recibieran a Hümboldt y de quienes el viajero alemán
se constituye en portavoz, con lo cual se da pues, aquí también, una gran
contradicción en su actitud. Lamenta sinceramente el trágico destino de
Gual y de España, denuncia el "despotismo” español y aboga en contra
de la esclavitud;92 93 94 95 pero al mismo tiempo olvida indicamos que Tovar, el
“amigo de los negros” y cuya humanidad pondera; Toro, cuya amplitud de
miras alaba, así como otros muchos, estaban en total desacuerdo con los
precursores jacobinos de la independencia venezolana .61 No es nuestra in-
tención revelar sistemáticamente las contradicciones que puedan detectar-
se dentro del testimonio de Hümboldt. Si hemos insistido sobre su actitud
hacia la insurrección indígena de 1781 y hacia las conspiraciones republi-

92a Véase al respecto Pedro Grases, La conspiración de Gual y España y el ideario


93déla Independencia.
94M Parra Pérez, Historia de la primera República de Venezuela, p. 140.
95 Existe un magnífico estudio realizado por Casto Fulgencio López, Juan
Picomell
y la conspiración de Gualy España, donde el autor analiza la conspiración de
Picomell
y los planes revolucionarios de Gual y de Cortés de Campomanes.
41
Véase nuestro capítulo consagrado a los negros. En él podrá hallarse
referencia
al entusiasmo de Hümboldt ante las humanitarias reformas deTovar, quien convirtió
a
sus esclavos negros en peones sin que por ellos las cosas mejoraran en lo más
mínimo.
canas de Venezuela entre 1795 y 1799, ha sido simplemente para mostrar
cómo, a pesar de su prodigiosa clarividencia, de su poder analítico y de sus
dotes de observador y de historiador, Hümboldt elude a veces asuntos de la
mayor importancia.
4

Modos de vida, mentalidad, prejuicios y creencias


de la sociedad blanca

Los modos de vida


Magros han sido los datos que sobre los modos de vida de los diversos
estratos de la sociedad colonial blanca o mestiza nos legara Humboldt,
quien se muestra mucho más preciso al referirse a las ideas políticas de los
criollos sobre la administración de la colonia o sobre la naturaleza de las
relaciones que, a su juicio, debería haber mantenido con la metrópoli.
Humboldt indica en pocas palabras el desahogo y hasta el lujo con que
vivían los señores que lo recibieron, pero lo hace más mediante impresio-
nes fugaces que a través de descripciones detalladas. De su estadía en la
granja de los Manterola sobre las márgenes del río Tuy, entre el 8 y el 11 de
febrero de 1800, Humboldt comenta tan sólo que pasó allí “dos días muy
agradables”. Después de su permanencia en casa de don Francisco Monte-
ra, el 11 y 12 de febrero de 1800, Humboldt simplemente anota: “Antes de
internamos en las selvas del Orinoco, gozamos por última vez de las venta-
jas de una civilización avanzada”, pero nos deja sin saber cuáles pueden
haber sido tales ventajas. Con frecuencia menciona las “bonitas" o “encan-
tadoras” aldeas que halla a su paso en los alrededores del lago de Victoria,
sin dar jamás una descripción más completa de las mismas. 1
A propósito de la hacienda de Cura, bella plantación del conde de
Tovar, donde pasó “siete días muy agradables [...] en una pequeña vivien-
da del lugar”, proporciona algunos detalles menores. Así nos enteramos
que vivió allí “a la manera de las gentes pudientes de la región, tomando
dos baños, durmiendo tres veces y haciendo tres comidas en las veinticua-
tro horas”.2
Los habitantes de las colonias, señala, son muy aficionados al agua y a
los baños:

1
Relation historique, tomo v, libro v, cap. xv, pp. 88ss.
2
Ibid., p. 149.
Los niños —escribe en ocasión de su estadía en Cumaná— pasan, fa
nsí decirlo, una pane de su vida en el agua. Todos los habitantes, incU
so las señoras de las familias más ricas, saben nadar. Y en una regió-
donde el hombre siempre se halla tan próximo al estado natural, uno (fe
los primeros temas de conversación que surgen cada mañana a|,
reencontrarse es el de si el agua del río está más o menos fría que el dfa
anterior.96 97 98
I

Pero estas notas son demasiado breves como para trazar con ellas in
cuadro completo. En general, Humboldt se muestra mucho más sensible d
cuadro natural, a las variedades de la flora y de la fauna y a los productos <Je I

963 lbid„ tomo n, libro u, cap. iv, pp. 265-266. i


97 Véase en especial Relation historique, tomo vi, libro vi, cap. xvn, PP* ® sí" i
98cap. xvw, p. 192, así como Tableaux de la nature. p. 41.
las regiones visitadas que a los pormenores de la vida material. Así puede!
suponerse que los modos de vida de los criollos de quienes fue huésped |
diferían poco de las costumbres de los señores europeos, excepción hecha,!
naturalmente, de las grandes diferencias de medio y clima. La costumbre de'
la siesta, rito hispánico transportado a las colonias, parece haberlo asom-1
brado sobremanera.
En cuanto a los modos de vida de otras categorías de la población, no se I
hallan más que unos pocos datos diseminados en sus obras Humboldt
suministra algunos informes interesantes, aunque breves, sobre la vida de
los habitantes (blancos, mestizos y pardos libres) de los llanos deVenczue- i
la. Durante su viaje entre la Victoria y San Femando de Apure, nuestro autor
pudo recoger a su paso algunos rasgos característicos de este tipo de hom99
bres, a caballo y “armados con lanzas", que introdujeron la cría de ganado
en esa especie de pampas de la América del Sur septentrional. En pocas j
líneas se refiere primeramente a las cabañas en que viven esos rudos llaneros, 1
“construidas de cañas y cubiertas de cueros de vacunos". En San Femando
de Apure traba conocimiento con el ganadero don Francisco Sánchez, hom- -
bre extraordinariamente rico, dueño de una fortuna de 100 000 piastras;
que no obstante “cabalgaba con los pies desnudos, si bien armados con 1
4
grandes espuelas de plata” Finalmente, Humboldt recuerda que los llanos
constituían un refugio ideal para los malhechores, quienes en la época de
su viaje por aquellas comarcas “asesinaban con atroz refinamiento a los J
blancos que caían en sus manos”; y para terminar alude a los violentosi
combates de que fueron escenario los llanos durante las guerras de lude-1
pendencia.

991 Ibid., tomo v, libro xv, pp. 105-106.


MODOS DE VIDA, MENTALIDAD, PREJUICIOS Y CREENCIAS
Mentalidad, prejuicios, creencias, costumbres religiosas, vida social
No es nuestra intención incluir en este capítulo todas las reflexiones de
Humboldt sobre la mentalidad, creencias, prejuicios o supersticiones de la
sociedad hispanoamericana en vísperas de la Independencia. Hemos selec-
cionado aquí únicamente las observaciones que nos han parecido más ca-
racterísticas. Se refieren, en primer lugar, a la ignorancia muy difundida
dentro de la población colonial de todo aquello que en Europa interesaba
a los medios cultivados, a la indiferencia por las particularidades geográfi-
cas del Nuevo Continente y a un conjunto de supersticiones y de prejuicios
que, en opinión de Humboldt, son la señal de una sociedad todavía en
pañales, son costumbres y prejuicios, por otra parte, típicamente españo-
les. En cambio, Humboldt determina la existencia de cierto número de

B I B L I O T E C A
hechos positivos que denotan, sobre todo en las capitales de las grandes
ciudades, un real deseo de progreso en el campo intelectual y científico. De
este modo, junto a un sector bastante grande de la población —estancado
en la ignorancia y atado a formas arcaicas de pensar y vivir— en la América
de los tiempos de Humboldt existe, a pesar de todo, una minoría ilustrada a
la cual el viajero alemán prodiga sus mayores elogios.
El oro y el mito del oro
Durante todo su viaje, Humboldt se vio frecuentemente importunado por
las numerosas preguntas que los habitantes de las colonias hicieron sobre
supuestos yacimientos auríferos. Se ve claramente que en la mente de los
colonos de fines del siglo xvm el recuerdo de los sueños de los conquista-
dores del siglo xvi no estaba totalmente borrado
En Venezuela, por ejemplo, cuando Humboldt intentaba determinar las
causas de las llamas que surgían de la caverna del Risco del Cuchinavo, no
lejos de Cumanacoa (10-12 de septiembre de 1799), se alegra de que los
habitantes “no tanto por temor a una explosión volcánica, sino porque en
su imaginación bullía la idea de que el Risco de Cuchinavo escondía una
mina de oro [...] querían saber lo que el minero alemán pensaba de la
riqueza del filón”.
Humboldt recuerda que desde las épocas de Carlos V, de los Welser, de
losAlíinger y de los Sailer5 “el pueblo tiene depositada una gran confianza
en los alemanes, en todo lo que se relaciona con la explotación minera. En
todos los lugares de la América meridional que visité, me venían a enseñar
muestras de minerales no bien se enteraban de mi nacionalidad. En estas
colonias, todo francés es médico y todo alemán es minero ”.6 100 *

1005 Véase fules Humbert, Les origines vénézueliertnes


1

HUMBOLOT V LA POBLACIÓN BLANCA


Preguntas de esta naturaleza fueron hechas —bastante oportunamente-. 1
en todas partes, tanto en el valle del TUy, al sur de Caracas, como en el cerro 1
de Chacao, en Cura (Venezuela) y en Cuba.
“El valle del Tuy —escribe— cuenta con su ‘mina de oro 101 * al igual que 1
casi todo lugar de América habitado por blancos y cerca de montañas primitj.
vas”. Rezaba la leyenda que buscadores de oro extranjeros habían recogí. i
do pepitas en el Barranco del Oro. Y el hallazgo —entre los efectos I
personales de un administrador rural— de una camisa con botones de oro 1
había hecho suponer a la gente que dicho oro provenía sin duda de un |
filón

Por más que yo objetase que a simple vista [...] no podía determinar la
PÍ existencia de la mina, fue necesario ceder ante la insistencia de mis
anfitriones. Al cabo de veinte años, la camisa del mayordomo seguís
siendo el tema de todas las conversaciones de la región. A los ojos de la
gente, el oro que se extrae de las entrañas de la tierra constituye un
incentivo muy diferente del que produce la industria agrícola, favorecí*
da por la fertilidad del suelo y por la benignidad del clima.7

En la región del Güigüe, sobre la ruta de Cura, Humboldt determina la


existencia de “quebradas de oro”, nombre dado “a cada paso” —según
dice— a los filones de cuarzo aurífero. En dicho lugar, un boticario "a
quien una desgraciada debilidad por la explotación minera había conduci*
do a la ruina”, se muestra interesado en acompañar a los viajeros al cerro del
Chacao, “muy rico en piritas auríferas”.*
Finalmente en Cuba, en ocasión de su segunda visita (abril de 1804), la ;
Sociedad de Amigos del País solicitó a Humboldt que procediera a exami-
nar la colina de Guanabacoa. En el informe redactado en español y presen-
tado por encargo suyo en abril de 1804, se ve claramente que los colonos y j
los administradores de la isla de Cuba tenían la esperanza de que el sabio
alemán descubriera filones auríferos en el cerro de Guanabacoa. Después ]
de haber determinado la composición de las rocas de dicha colina, y de
haber descubierto en especial la presencia de serpentina, roca muy escasa i
en el Nuevo Continente y útil para la fabricación de pavimentos, Humboldtl
escribe:

Los cerrítos de Guanav0 han tenido fama de metales. Puede ser que no
se funde sino sobre la observación de ser su material diferente del que

101 ibid., tomo vi, libro vi, cap. xvn, pp. 9-11.
constituye los terrenos de alrededor Los únicos metales que suele ha-
ber en otras partes del mundo en la serpentina son cobre y pirita de
hierro, el cobre algunas veces con ley de oro muy baja. En las lomas al
sureste de los bancos de Barreo cerca de Guanay 9 he observado vetillas
de cuarzo con pirita cobriza. No me han parecido dignas de mayores
investigaciones, en un país cuya verdadera riqueza consiste en la agri-
cultura y en el cual el trabajo de las minas convidaría a la holgazanería
de buscar lo que se debe producir.9

Así pues, Humboldt echa por tierra la leyenda —mantenida en Cuba por
una larga tradición— de la riqueza aurífera del macizo de Guanabacoa,
insistiendo al mismo tiempo sobre la importancia de la agricultura en la
Isla. De este pasaje se han querido extraer conclusiones un tanto sorpren-
dentes. Amando Melón ha creído descubrir en él “ciertas ligerezas” e inclu-
so, según dice, “extrañas contradicciones”, entre lo que Humboldt afirma
aquí y sus opiniones sobre la explotación de minas en México. 10 Efectiva-
mente, Humboldt sostuvo que en México las minas constituyeron un estí-
mulo para la agricultura. No existe contradicción alguna entre ambos juicios,
sino tan sólo una constatación de carácter exclusivamente científico. Al
desalentar a los cubanos a buscar oro que no existe o que a lo sumo se
encuentra en cantidades demasiado pequeñas como para hacer rentable su
explotación, Humboldt deseaba evitar que en Cuba se reprodujese lo que
observara en Venezuela, en Nueva Granada y en Quito: la organización de
¡ costosísimas empresas para hallar oro en lugares donde —sin ningún fun-
damento científico— se sospechaba su existencia, cuando la verdadera
| riqueza bien podía darla el cultivo del suelo.
En México, por el contrario, la situación era harto diferente. El oro y la
plata, en abundancia, permitían una explotación rentable. La creación de
centros mineros, al llevar la fundación de ciudades en las que se congrega-
ban obreros, técnicos y comerciantes, favoreció la agricultura. Como era
necesario alimentar a esas comunidades de mineros, alrededor de los cen-
tros auríferos y argentíferos se desarrollaron tanto la agricultura como la
ganadería. Frangís Chevalier no pasó por alto esta observación de
Humboldt, que reproduce en su trabajo acerca de la formación de las gran-
des propiedades en México. Humboldt no condena la “sed de oro", sino en
regiones donde no podría conducir más que a desengaños y frustraciones. 11 102
| LI >— IIM II I WÜ IF H III IU M
Supe rs liciones, leyendas etc ¿sera
Humboldt se vio uomtndo por la persistencia y fuerza de las supersticio-
nes y de las creencias populares, cuyos orígenes se remontan al pasado rn¿.
lejano. Pudo comprobar, por ejemplo, que a fines del siglo xvm la leyenda
de las Amazonas formaba parte del tesoro de las tradiciones populares y
que tanto los indios como los criollos creían firmemente en su existencia
También se creta que en las selvas del Orinoco había indios sin cabeza que
tenían la boca sobre su ombligo. Esta leyenda, a la que se hace referencia en
las más antiguas crónicas europeas, persistía aún en la época en que
Humboldt viajó a América. En la península de Araya, Venezuela, existe la
creencia en las propiedades curativas de una piedra mágica llamada “pie-
dra de los ojos”. creencia que se halla firmemente arraigada en el espiritada
los habitantes. Se trata de una sustancia calcárea que. según se cree, “capta-
ra y desaloja cualquier cuerpo extraño que se introduzca accidentalmente
en los ojos” Las explicaciones científicas dadas por Humboldt al respecto
no fueron del agrado de los habitantes de aquellas comarcas, quienes le

102 Citado POR FEMANDO Ortiz. PP. 355-357.


10
Amando Melón, Humboldt, p. 16.
Frangois Chevalier, Laformation des grandes domaines au Mexique, p. 46.
Modos de vida . mentalidad, prejuicios y creencias

habían ofrecido una de dichas piedras como regalo 13


En toda la América española, pero especialmente en Venezuela, en Nue-
va Granada, en Quito y en la región amazónica del Perú, Humboldt descu-
brió que los criollos creían en la existencia del abominable “hombre de los
bosques”, una especie de gran mono antropomorfo, de cuyas imaginarias
fechorías se relataban las más terroríficas historias
No es de sorprender el hecho de que Humboldt se sintiera verdadera-
mente molesto por la curiosidad de los habitantes de las colonias, quienes
por cierto, nunca antes habían tenido oportunidad de ver todos aquellos
instrumentos de observación que transportaba la expedición'

Nos veíamos interrumpidos —escribe nuestro viajero— por frecuentes


visitas, y para no decepcionar a esa gente que se mostraba tan entusias-
mada de ver las manchas de la luna a través del telescopio de Dollond,
o la absorción de dos gases en un tubo eudiométrico, o los efectos del
galvanismo sobre los movimientos de una rana, no quedaba otro reme-
dio que decidirse a responder preguntas casi siempre oscuras y a repetir,
durante horas enteras los mismos experimentos.

Humboldt hace hincapié en la diferencia de nivel cultural entre el cam-


poy las ciudades: “Existe solamente en las grandes capitales: Lima, San-1
(iago, Santa Fe de Bogotá y México, donde los nombres de Haller, de 103

103 Relaiion historique, tomo u, libro n, cap. v, p. 367.


Modos de vida, mentalidad, prejuicios y cmzmoas
Qivendish y de Lavoisier han comenzado ya a reemplazar loa de aquellos
13
c„ya celebridad se había hecho popular medio siglo atrás ".

¿Quiénes eran pues los "sabios" más admirados en las áreas de la


Entérica española fuera de las ciudades? Humboldt los menciona, el abate
pinche y su Espectáculo de la naturaleza, Sigaux la Fond, Curso de física
Yilmont de Bomare y su Diccionario, el barón de Bielfeld y su Tratado de
economía política, y señala que todos estos libros “son obras extranjeras
desconocidas y admiradas en la América española, desde Caracas y Chile
Insta Guatemala y el norte de México. Solamente tiene cartel de sabio
iquel de cuyas obras se pueden citar traducciones".14
Estos breves párrafos nos aclaran en gran medida el panorama del nivel
cultural de las colonias españolas a fines del siglo xviu. En primer lugar,
Humboldt indica en cifras el estado de atraso en que se halla estancada la
sociedad criolla en materia científica: alrededor de cincuenta años, en se-
gundo término pone de relieve la tradicional rivalidad que en el plano
intelectual se da entre las ciudades de nivel europeo y las ciudades de tierra
adentro; finalmente, subraya el contraste entre la cultura escolástica here-
dada de la España tradicional, que consistía en citar traducciones de auto-
íes, y la "nueva filosofía", como en las colonias españolas, según Humboldt,
se designa curiosamente a la astronomía y la física.
La vida artística y las manifestaciones religiosas
Humboldt dejó muy escasos datos acerca de la vida artística en las colo-
nias. En Caracas observó "en numerosas familias [...] el gusto por la ins-
trucción, el conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e
italiana y una notable predilección por la música, que es cultivada con
éxito" Pero en cambio le pareció que en esa ciudad las ciencias exactas, el
dibujo y la pintura se hallaban mucho más descuidadas que en México o en
Santafé de Bogotá.13
En Caracas asistió incluso a la representación de una pieza teatral cuyo
autor y título omite consignar* "Hay en Caracas —escribe— ocho iglesias,
cinco conventos y una sala de espectáculos con capacidad para mil qui-
nientos o mil ochocientos espectadores" Esta forma lapidaria de mencio-
nar los monumentos de la ciudad no debe sorprendemos, pues se advierte
con toda claridad la intención que tuvo el autor: la cantidad de edificios
religiosos le pareció exagerada frente al único teatro con que contaba la
ciudad. Por otra parte, Humboldt no apreció el espectáculo:

oo

"Ibid., pp. 303-305.


u
lbid., pp. 304-305.
"Ibid., tomo iv, libro iv, cap. xm, p,
212.
En la época de mi viaje —prosigue— [la sala DE ESPECTÁCULOS ] SE haJla.
ba dispuesta de manera tal que la platea, en la QUE LOS HOMBRES Y
mujeres ocupan sectores separados, carecía DE TODA TECHUMBRE. PODÍA al
mismo tiempo observarse a los actores Y A las ESTRELLAS. COMO EL TIEMPO
brumoso me hacía perder numerosas OBSERVACIONES DE SATÉLITES, TUVE
oportunidad de asegurarme, desde mi palco en EL TEATRO, SI JÚPITER SERÍA
O NO VISIBLE durante la noche.16

Es indudable que Humboldt evita referirse a la pieza representada para


no causar irritación en sus eventuales lectores venezolanos, pues si no
vertió opinión alguna, debe de haber sido seguramente porque la pieza le
pareció mediocre. Salvador de Madariaga parece haber captado este pasaje
de manera muy distinta. Señala que Depons criticó severamente el teatro de
Caracas, y que según el observador francés, todas las piezas que se veían en
esa ciudad eran lamentables y estaban deplorablemente representadas.
Madariaga explica tan demoledora crítica recordando la incomprensión de
los franceses, imbuidos de clasicismo, ante el teatro de Lope, el de Calde-
rón, el de Tirso y hasta el de Shakespeare. Pero he aquí que después de
transcribir la primera parte del comentario acerca de la disposción de la
platea, Madariaga dice que Humboldt “agrega esta nota encantadora: como
el tiempo brumoso etc.”.17 Parece como si Salvador de Madariaga no hubie- ■
se captado la ironía humboldtiana contenida en la frase, y la reflexión de
nuestro autor sobre la posibilidad de ver “si Júpiter sería o no visible duran*:
te la noche", que se le ofreció en aquella ocasión en el teatro de Caracas, i
confirma perfectamente la opinión de Depons sobre el mediocre nivel del
teatro caraqueño en tiempos de Humboldt. Se sabe que en la capital de
Venezuela el teatro no fue fundado hasta 1787, sólo trece años antes de la
visita de Humboldt, y así la juventud del mismo puede muy bien explicar
el poco valor de las representaciones que podía ofrecer al público 11 Tal es
la razón por la cual Humboldt —viajero tolerante y cortés— prefirió no en* 4
trar en detalles al respecto.
Humboldt tuvo la oportunidad de asistir a otro género de espectáculos: j
el de las fiestas del Carnaval, e incluso presenció una procesión. Los re-
cuerdos que guardara del Carnaval de Guacara no son en absoluto gratos: i

Es tiempo de Carnaval. La alegría se respiraba por doquier. Los juegos


a los que la gente se entrega, y que son denominados juegos de "carnes
tollendas” [sicj adoptan de vez en cuando un carácter un tanto salvaje. \
16
Ibid., pp 180-181
17
Salvador de Madariaga, Bolívar, lomo i, p 42.
11
Véase al respecto Humbert, Les origines; p. 172.
Unos conducen un asno cargado con agua, y allí donde ven una venta-
na abierta lanzan chorros de agua al interior de las casas por medio de
una bomba Otros van provistos de camijos llenos de pelos de “pica
pica", o Dolichos pruriens, que produce una intensa comezón a) con-
tacto con la piel, y soplan dicho polvo sobre la cara de los transeúntes .104

Y sin más comentario, nuestro autor cambia de tema. Es evidente que en


este caso prefirió no insistir más de la cuenta sobre estas costumbres, que se
le figuraron —y lo eran en realidad— bárbaras por demás. Los detalles
suministrados por el autor dan amplio testimonio del origen hispánico de
tales diversiones En uno de sus interesante estudios, Deleito y Piñuela cita
algunas “distracciones" de esta naturaleza, habituales en el Siglo de Oro .105
/ules Humbcrt alude a ellas también y no es difícil comprender las razones
que Madroñera, el obispo de Caracas, tuvo para prohibir estas diversiones,
sustituyéndolas por representaciones religiosas “de pasajes del Evangelio
o escenas de la vida de la Virgen". En estas edificantes representaciones, 1. ¡> p
Humbcrt percibe los orígenes del teatro en Caracas 106A pesar de la prohibi- 5UJ
ción que a mediados del siglo xtx se hizo de este tipo de celebraciones a ¡S ^
propósito del Carnaval, hay que creer en la imposibilidad de desarraigar
dichas tradiciones, ya que en América Latina, incluso en nuestros días, la
;J
celebración del Carnaval da lugar a diversiones a menudo excesivas .107
La procesión que Humboldt presenció en Cartagena de Indias con mo- e CD
tivo de las fiestas de Pascua tampoco lo sedujo. Será menester transcribir su
* en

104”Relation hislorígue, tomo v, libro v, cap xvi, p. 280.


105* José Deleito y Piñuela, También se divierte el pueblo, pp. 23-29.
106 Humbcrt, Les origines, p. 170.
107| Curiosos ejemplos de estas sorprendentes costumbres pueden hallarse en la
obra del colombiano José María Cordovez Moure (1835-1918), Reminiscencias de
Sama Fe y Bogotá; la primera edición data de 1893. Entre las diversiones públicas
(bailes, representaciones teatrales, óperas etc.), el autor incluye las fiestas religiosas.
Señala que en Colombia y en Venezuela las clases CD elevadas
más u de la sociedad
CD ^
adoptaron las supersticiones y creencias indígenas, particularmente las concernientes
cíui
al culto de los muertos, a la brujería y a los maleficios. O— En 1869, u el arzobispo Arbeláez
r
intentó, sin éxito, suprimir algunas costumbres. El autor CDrelata la curiosísima proce-
go
tióndel Miércoles Santo. “A las once de la mañana tenía lugar la sentencia. ¡La
imagen de Jesús aparecía colgada en el centro de la iglesia, y délas tribunas salía una
voz cavernosa que decía: ‘Yo Poncio Pílalo, gobernador romano, condeno a muerte,
con dos ladrones, a Jesús Nazareno, por hechicero y embaucador, \a la confiscación
-asJ CÜ
de bienes y a pagar los costos del procesoV ; y CD esas" barbaridades, que debieran
producir hilaridad en el auditorio, causaban, por el contrarío, (A sentimiento de compun-
ción, que se traducía, en las gentes sencillas, por fuertes y retumbantes golpes de
pecho", p. 72,
HuMMLPT Y LA POBLACION BLANCA

propio reíalo, para apreciar mejor SUS reacciones ante las MANIFESIACJI
verdaderamente IMPRESIONANTES DE LAS MASAS en Hispanoamérica.

Por otra pane, las procesiones de Pascua nos ofrecieron un espectácujJ


muy apropiado para caracterizar el nivel de civilización y de cosiu J
bres del vulgo. Los monumentos de Semana Santa estaban adornado]
con grandes cantidades de flores, entre las cuales la Plumiera alba y |J
Plumiem rubra brillaban con el mayor de los destellos. No hay nadj
que ni por aproximación se asemeje a la extravagancia de costumbres
de los personajes que desempeñan papeles protagónicos en estas proce.
siones. Varios mendigos portando una corona de espinas sobre la cabe-!
za pedían limosna crucifijo en mano y el rostro cubierto con un trapo I
negro. Iban de casa en casa, debiendo entregar algunas piastras al clero í
a cambio del derecho de mendigar Pilatos vestía un ropaje de seda al
rayas, los apóstoles, sentados alrededor de una mesa cubierta de golosi-1
ñas, eran llevados a hombros de zambos. A la caída del sol, en las callea |
principales aparecieron maniquíes representando a los judíos, vestidos |
a la francesa y con el cuerpo relleno de paja y de cohetes. Tales muñecos |
estaban suspendidos de una cuerda a la manera de nuestros reverberos,
Durante varias horas la muchedumbre auguraba el momento en que “se I
pegaría fuego a los judíos”, y luego se lamentó de que a causa de la
excesiva humedad del aire, los judíos no ardieran tan bien como otras |
veces. Estas “santas distracciones” (tal es la denominación que se leda
a este espectáculo bárbaro) no han sido hechas para suavizar las eos- i
tumbres.108

La quema simbólica de judíos era algo que no podía sino disgustar


soberanamente a un hombre CUYOS primeros goces intelectuales y cuya
apertura hacia el mundo se debieron a las sólidas amistades que hallara al
frecuentarlos salones judíos de Berlín. Además, en su gestión como funcio-
nario público en la corte del rey de Prusia, luchó constantemente a fin de
garantizar a los judíos LA igualdad DE derechos y el respeto de sus compa-
triotas alemanes. Se advierte CUÁN distanciado podía hallarse Humboldtde
estas costumbres de carácter hispánico, EN LAS CUALES, por otra parte, el
TRADICIONAL odio hacia el JUDÍO SE entremezclaba DE un modo singular con
la abierta hostilidad con respecto a FRANCIA: “¡Judíos vestidos a la france-
sa!”. Esta combinación de dos heterodoxias (una DE ELLAS tradicional y de
carácter étnico-rcligioso, y la otra sin duda más MODERNA y de carácter \
político) MUESTRA CLARAMENTE LA gran INFLUENCIA que los prejuicios de origen;

1080 Relaiion historique, lomo xn, libro xi, CAP. xxix, PP. 353-354.
HUMDOU>r V LA POBLACIÓN
BLANCA

español ejercían sobre un sector relativamente importante de la sociedad


tyspanoamcrícana cuando ya la dominación colonial llegaba a su fin .24

Falta de curiosidad científica y complejo de superioridad


0 estancamiento cultural de ciertas regiones de América es atribuido por
Humboldt a la falta de curiosidad científica de sus habitantes

En una comarca -—escribe— que ofrece aspectos tan arrobadores, y en


una época en la cual, a pesar de las tentativas de un movimiento popu-
lar, los habitantes en su inmensa mayoría no dirigían sus pensamientos
más que sobre asuntos de interés material, la producción del año, las
largas sequías, el conflicto de los vientos de Petare y Catía... yo estaba
convencido de que habría de encontrarme con numerosas personas que
conociesen a fondo las montañas de los alrededores. Pero mis expecta-
tivas en tal sentido quedaron totalmente frustradas, pues en Caracas no
logramos hallar ni un solo individuo que hubiese alcanzado la cumbre
de la Silla.23

Humboldt emprendió la escalada de esta montaña en compañía de un


cierto número de criollos y de españoles, algunos de los cuales abandona-
ron el grupo al cabo de pocas horas. Los resultados de la empresa no pare-
cieron interesar a los caraqueños. Al darse a conocer la altitud de la Silla
determinada por Humboldt, su reacción fue —según escribe nuestro autor—
jumamente curiosa: se sintieron muy decepcionados al enterarse que la
altura de su Silla era inferior a la de la más elevada cima de los Pirineos. No
obstante, Humboldt se muestra indulgente ante este “interés nacional vin-
culado a los monumentos naturales en un lugar donde los monumentos
artísticos no son nada”. Una reacción de la misma índole fue detectada por
u
Se sabe que los judas de cartón que se quemaron en México en el año de
1810
representaban a franceses o incluso a Napoleón, y que durante la quema se
entonaban
breves canciones populares en las que se repetía: “Del tirano Napoleón, he de hacer
judas de moda". El testimonio de Humboldt comprueba que, a partir de 1801, en la
I Nueva Granada los franceses fueron quemados en efigie. Esta costumbre está
emparentada con la de las “fallas" valencianas de España, donde el judas está repre-
sentado frecuentemente por algún personaje al que se detesta. El carácter hispánico
de
esta costumbre americana es incuestionable, y aún en nuestros días, en México se
queman judas el Sábado de Gloria. Véase Sancho Nieves de Hoyos, “Folklore de
Hispanoamérica. La quema de Judas"; y Robcrt Ricard, “La crémation du Judas en
Améríque".
* Relaiion historique, tomo tv, libro iv, cap. xm, p. 214. El viento de Catía
“sopla
Modos de vida, mentalidad, prejuicios y creencias

del oeste o del lado del mar”, mientras que el de Petare “sopla del este o del interior de
las tierras", cap. xn, p. 186.
HUMDOU>r V LA POBLACIÓN
BLANCA

el sabio alemán en Quilo y en Riobamba, cuyos habilanlcs, "orgullosoj


desde hacia siglos de la altura del Chimborazo, desconfían de estas medí,
ciones que elevan a las montañas del Himafaya, en la India, por encima de
todos los colosos de las cordilleras”.
Estas observaciones nos permiten destacar un rasgo especifico de j|
psicología criolla: los criollos parecen estar convencidos de la superiorj.
dad definí (iva e incuestionable de su continente por sobre el comineóle I
europeo o asiático (el Viejo Mundo). Están colmados de ese orgullo amen 109 I
cano que reúne dos factores: la convicción, bastante ingenua, de su exee- (|
lencia racial gracias a la sangre blanca que —según creen ellos— corre por I
sus venas, y Ja supremacía telúrica que les confiere el haber nacido en m I
mundo donde los ríos, las llanuras y las montañas son, efectivamente, de,
escala gigantesca. Y están persuadidos de ello a tal grado que les parece fl
inútil verificar el fundamento de sus convicciones.
Semejante actitud puede figurársenos un tanto sorprendente. Sin ero-1
baigo, es indudable que forma parte de la mentalidad criolla desde hace ya
numerosos decenios.

109 Ibid., pp. 268-269. La Silla es un macizo montañoso situado muy cerca de
Caracas. Está compuesto por “dos domos o pirámides redondeadas”, ibid., cap. xn, p. 181.1
Las élites hispanoamericanas

Las diversas apreciaciones que acabamos de hacer sobre el estancamiento


cultural de amplios sectores de la sociedad no deben hacemos olvidar la
existencia de élites de enorme peso en la América española del siglo xviu.
Humboldt se sintió vivamente impresionado por el nivel intelectual y por
los conocimientos de sabios e investigadores que conociera en el transcur-
so de su viaje o cuyas obras leyera en América o en Europa. En México, en
la Nueva Granada, en Quito, en Cuba, y en menor medida, en el Perú,
nuestro autor supo apreciar los progresos logrados por los estratos más
elevados de la sociedad, centrando por lo general su interés en lo que a los
aspectos científicos concierne Esto es bien comprensible en un hombre de
tu formación, que ante todo buscaba testimonios de actividad intelectual
coa respecto a los terrenos que le eran propios, mineralogía, botánica,
física, química y matemáticas, astronomía y geometría. Como por otra par-
te se interesaba también por los problemas económicos y humanos, rinde
cuenta, de paso, de las relaciones entabladas con funcionarios del fisco y
con eclesiásticos, frailes u obispos. Por último, y debido a la fuerza de las
circunstancias, mantuvo relaciones con los administradores españoles, des-
de virreyes y capitanes generales hasta los más humildes empleados de la
Corona. Así pues, Humboldt frecuentó a españoles y criollos pertenecien-
tes a todos los grupos de la sociedad evolucionada. En términos generales
se hizo de numerosos amigos, con quienes mantuvo, sin embargo, una
correspondencia bastante escasa. Otras veces, en cambio, no supo o no
quiso aceptar la amistad que algunas personas le brindaron, situaciones
triviales que carecen de una especial significación. Humboldt era un ser
humano con todo y sus estados de humor y sus chifladuras, y resultaría
ocioso el reprocharle la indiferencia que a veces demostró hacia ciertos
representantes de la ciencia hispanoamericana.
Los autores que presentan a Humboldt como precursor o como partida-
rio de la independencia americana basan sus teorías especialmente en las
relaciones amistosas que pudo haber entablado con algunos criollos que
posteriormente combatieron en contra de España y que perecieron en las
guerras de independencia. Pero aun cuando efectivamente el sabio alcn^
haya sido amigo de criollos como éstos, aun cuando haya expresado SU n&
vivo pesar y su dolor al enterarse de su muerte, se olvida con demasié
facilidad que él contaba con grandes amigos entre los españoles radicados
en América e incluso entre los criollos que nunca dejaron de reconocer | 0J
vínculos que los unían a su patria de origen. Será necesario pues, conside.
rar la historia de las relaciones que Humboldt pudo haber mantenido coi
los hispanoamericanos de acuerdo con su propio enfoque, cuya definicida
hemos dado anteriormente al analizar la dedicatoria de su Ensayo poldM
Hummudt y la población blanca

sobre la Nueva España.


La sociedad hispanoamericana blanca, dentro de la cual se movió
Humboldt, puede ser dividida en tres grandes grupos, por una parte, el muy
denso estrato de los “ilustrados" mexicanos; la “ilustración" ncogranadiná
por la otra; y finalmente, los representante del aparato estatal y algunos
grandes señores criollos. Mencionaremos aquí tan sólo a los principales
exponentes de los tres grupos (los menos importantes se han citado en el
capítulo ii, o bien en otras secciones que componen el estudio del cual se ^
extrajo el presente acápite).
En México Humboldt estableció los más fructíferos contactos, espe-!
cialmente con ingenieros de minas, y en primer lugar con el director del
Colegio de Minería de México, don Fausto de Elhuyar, vasco español
egresado de Friburgo110 con quien colaboró estrechamente Participó en los
trabajos de investigación que se realizaban en los laboratorios del Colegio,
e incluso ayudó a algunos candidatos en la preparación de sus exámenes.!
Después de Elhuyar están los nombres del profesor Andrés Manuel del
Río,111 mineralogista español que Humboldt había conocido en Friburgo, y
del naturalista español don Vicente Cervantes, que había llegado a México]
en 1787 con la expedición botánica enviada por la Corona bajo la direc-
ción del español don Martín de Sessé y Lacasta y del criollo don José ■
Mariano Mociño. Cuando Humboldt se hallaba en México, en 1803, don
Vicente Cervantes fungía como director del Jardín Botánico de la capital.1

110 Elhuyar y de Zubice, Fausto de (1755-1833), nacido en Logroño, España. En


1785 fue designado director general de las minas de la Nueva España en reemplazo de
Joaquín Velázquez de León. Permaneció en su destino hasta 1821 y regresó a España
en 1822. Fue el descubridor del tungsteno.
111 Río, Andrés Manuel del (1764-1849), español En 1794 fue designado profesor]
en el Colegio de Minería de México. Fue el descubridor del vanadio.
1
Cervantes, Vicente (1755-1829), botánico español nacido en Zafra (Extremadura), ■
fue miembro de la expedición botánica de Sessé y Mociño (1787) y regresó a España
en 1802. Aunque parezca increíble no hay indicios de que Humboldt haya conocido al;
médico español Martín de Sessé en México. Sessé, designado director de la expedi-
ción científica y del Jardín Botánico en 1787, dos años después de su llegada a.
En Valladolid, Humboldt entabló excelentes relaciones con el obispo de
Michoacán, fray Antonio de San Miguel, quien parece haber intentado
continuar dentro de su diócesis la obra de Vasco de Quiroga.4
En repetidas oportunidades Humboldt hace grandes elogios de la obra
de este obispo en favor de los indios. En la misma diócesis menciona tam-
bién al canónigo don Manuel Abad y Queipo, quien más tarde llegaría a
obispo, siendo famoso sobre todo por haber redactado sus célebres Repre-
sentaciones al rey de España, donde en el capítulo consagrado a Michoacán
denuncia con la mayor energía y vehemencia los malos tratos infligidos a
los indios. Humboldt reproduce extensos párrafos de dicho documento,
sobre el cual tendremos oportunidad de volver más adelante.5
Después de afirmar que las instituciones científicas y culturales de
México (Escuela de Minas, Jardín Botánico, Academia de Pintura y Escul-
tura, Universidad etc.) nada tienen que envidiar a las de los Estados Unidos,

México, en 1803 se encontraba aún allí, puesto que no regresó a España hasta 1804.
Fallecido en Madrid en el año de 1808, sus obras se hallan en el Jardín Botánico de la
capital espadóla. t

lis MociAo Suárcz Losada, José Mariano (1757-1820) también era médico. Criollo y (|
oriundoSandeMiguel
Temascaltepcc,
circunstancias.
4 fue incorporado
Iglesias, fray a la expedición
Antonio de (1726-1804). botánica
General deenla 1790.
orden Su
de >I UJ
os
actividad
San científica fue desbordante. En 1803 pane rumbo a España, donde sufre el í^
destino
Jerónimo de los “afrancesados”
y obispo y debeespañol
de Michoacán, exiliarseoriundo
en Montpellier (Francia)
de Revilla, a raíz Fue
Santander. de los
ataques
obispo franceses. En 1820 regresa a España para morir, casi ciego, en Barcelona.
Curiosa vida la entre
de Michoacán de este criollo
1785 mexicano
y 1804 Humboldtsumamente
hace susinstruido, que fue de
mejores elogios unalavíctima
labor de
>económica y social realizada por este obispo en favor de los indios, muy
)especialmen-
te durante
que revendiólasluego
hambrunas de 1786
a un precio ínfimoy 1790,
a fin de“en pocoslameses
detener sórdidaperdió porde
avaricia propia
numero-
volun-
sos propietarios acaudalados quienes, en épocas de calamidades públicas, intentaban
tad laprovecho
sacar suma dede 230la 000 francos,
miseria invertidos
del pueblo” Fue en la obispo
este compraquien
de 50hizo
000construir
fanegas adesus
maíz
expensas (a un costo de 500 000 francos) el acueducto que surte de agua potable a la
ciudad (1785-1789), Essai pol. Nouv. Esp., tomo n, libro ni, cap. viu, pp. 176-177
En el mismo pasaje, Humboldt recuerda que en Pátzcuaro los indios veneraban toda-
vía la memoria del obispo Vasco de Quiroga, a quien llaman “tata don Vasco” Vasco
de Quiroga fue el primer obispo de Michoacán, cargo que desempeñó de 1538 hasta
el momento de su muerte, acaecida en 1565.
’Abady Queipo, Manuel (1751-1825), eclesiástico español nacido en
Asturias y
fallecido en México Por su condición de hijo natural halló muchas dificultades
para
hacerse nombrar obispo, siendo la Regencia la que lo elevó a tal dignidad, en
1810.
Anteriormente había sido canónigo (1805), director y vicario general (1809),
siempre
en la misma diócesis.
HlIfOUffYLAPOBLACIÓNB(ANCA

escribe "Ningún gobierno europeo ha sacrificado sumas tan considerable


en favor del progreso del conocimiento de los vegetales como lo ha hecju
el español”.*
Humboldt no conoció personalmente a los miembros de la expedición
botánica de Ruiz y Pavón al Perú en razón de que ésta tuvo lugar varíoj
años antes de su viaje, pero aún así aprovecha sus resultados y tiene opofj
tunidad de trabajar al lado de Juan Tafalla, discípulo y continuador de Ruj.
y Pavón,112 113 al hallarse en Guayaquil a la espera de una nave que lo llevara a
Acapulco, en enero de 1803.
En el reino de la Nueva Granada una gran sorpresa le aguardaba en lt i
persona de don José Celestino Mutis, que había sido el director de la tere* ]
ra expedición botánica enviada a América a continuación de las de Ruiz y I
Pavón y de Sessé y Mociño Al llegar a Santafé de Bogotá en 1801,
Humboldt es recibido cálida y amistosamente por este gran naturalista es-
pañol, que permaneció ignorado durante mucho tiempo, en América y has-1
ta en su propia patria. He ahí lo que de él dice nuestro autor en una carta I
escrita el 21 de septiembre de 1801 a su hermano Guillermo*

Mutis había puesto a nuestra disposición una casa ubicada en las cerca-
nías de la suya y nos trató con excepcional amistad. Se trata de un an-
ciano y venerable eclesiástico de casi 72 años y que además es ua
hombre acaudalado El rey cuenta con 10 000 piastras anuales parala
expedición botánica. Desde hace 15 años treinta pintores trabajan en el
taller de Mutis, quien posee de 2 000 a 3 000 dibujos en folio mayor,
que son miniaturas. Después de la de Banks, en Londres, no había vuel-
to a ver una biblioteca botánica tan grande como la de Mutis 1

Mutis se había rodeado de colaboradores muy competentes, Humboldt I


trabajó entre ellos mientras abrevaba en los archivos de la expedición, que]
Mutis puso generosamente a disposición suya. Dichos colaboradores eran: I
José y Sinforoso Mutis, sobrinos de don José; el mineralogista Enrique

112 Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro u, cap. vm, p. 426.


113 La expedición botánica de Ruiz (Hipólito) y de Pavón (José), incluyó tambiénil I
médico y botánico francés Joseph Dombcy y a Juan Tafalla, así como a un par de I
dibujantes. Anibó al Callao en 1778 y su actividad se prolongó durante casi 10 atol
Entre los trabajos que Ruiz y Pavón publicaron se destaca especialmente la flora 1
Peruviana el Chilensis sive descriptio et iconographia plantarum peruvianarmti I
chilensium.. auctoribus Hippolylo Ruiz el Josepho Pavón, Madrid, 1803, en folio. ;
Un ejemplar de este trabajo se halla en la Biblioteca Mazarine. Enrique Alvarcz López
se ocupa de la extensa obra llevada a cabo por estos dos naturalistas españoles, véase ]
"Alejandro de Humboldt y los naturalistas españoles”.
1
Hamy, Leltres americames, p. 126.
HuMMurr y la kulaciún ilanca

ña y Francisco Javier
l)nlA MATIZ QUIEN AJUICIO DE HUMBOLDT ERA M
EL PRIMER
9
pierde flores en el mundo"
™ Sería injusto de parte nuestra abstenemos de pintar con más detalles a
(Se hermoso personaje que es el español Mutis, quien tan excepcional
.«el desempeñara en la Nueva Granada.10 Puesto que era médico había
-upado la cátedra de anatomía en el Hospital General de Madrid, pero se
interesaba también por las ciencias naturales y por la botánica," al igual
qu¿ otros muchos espíritus ilustrados del siglo xvm. En calidad de médico
personal de don Pedro Messía de la Cerda, virrey de la Nueva Granada, en
|760 Mutis se embarcó rumbo a América, donde desplegó una actividad
desbordante: recolecta especies vegetales, enseña medicina y combate las
epidemias —la viruela en particular. Después de haberse ordenado sacer-
dote en 1772, el 1° de noviembre de 1783. es designado jefe de la Expedi-
ción Botánica bajo la intervención del virrey Caballero y Góngora. Víctima
¿e tuques y hostigamientos por haber explicado el sistema de Copémico
en el Colegio del Rosario, donde entre 1762 y 1776 enseñara matemáticas,

*lbúL, Carta aWildenow, México, 29 de abril de 1803, p 155; da la impresión de


que Hamy no leyó con atención el manuscrito y que por tal razón ha confundido
Mutis con Matiz. He aquí el texto de marras: “Al mismo tiempo menciono solamente
i los hombres más activos: Tafalla en Guayaquil, Olmedo en Loxa, Mutis (sic) el
primer pintor de flores en el mundo y excelente botánico en Santa Fe, alumno de
Mutis". Evidentemente, hay que leer “Matiz, el primer pintor... excelente botánico...
alumno de Mutis" Hay que reconocer también que la caligrafía de 4
Humboldt era
deplorable.
10
José Celestino Mutis, nacido en Cádiz el 6 de abril de 1732 y
fallecido en
Santafé el 11 de septiembre de 1808
11
La obra botánica de Mutis es extraordinaria. Cuando el general )
español Morillo I
tomó Santafé de Bogotá en 1817, todos los documentos que hubiesen pertenecido a
Mutis fueron remitidos a España. He aquí el detalle del envío: 14 cajas conteniendo
5190 láminas y 711 dibujos; 1 caja de manuscritos, 48 cajas de plantas, 15 cajas de
minerales, 9 cajas de semillas; 6 de “varias curiosidades", 8 muestras de maderas; 1 de
muestras de canela, 2 cajas conteniendo ilustraciones de animales y otras pinturas; 45
cajas conteniendo el herbario de Mutis y otras varias cajas repletas de muestras de
maderas, fmtas y resinas, no etiquetadas. Esta abrumadora colección quedó deposita-
da en el Jardín Botánico de Madrid. .. ¡y desde entonces jamás ha sido publicada! No
obstante, tal omisión está siendo reparada en la actualidad. En 1954, los Institutos de
Cultura Hispánica de Madrid y Bogotá emprendieron la publicación del primer volu-
men de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada ,
Madrid, 1954. Se trata de una edición monumental y sumamente lujosa, que una vez
completa deberá comprender 51 volúmenes con un total de 2 666 láminas. El tomo vn
déla misma fue publicado en 1963 Guillermo Hernández de Alba, por su parte,

IIM
Las éliteshispanoamej-ican,*^
publicó Archivo epistolar del sabio naturalista José Celestino Mutis, Bogotá, 2
vols., 1947-1949.
se defendió en forma admirable demostrando que la misma Iglesia no J
mostraba tan hostil a las "novedades" de) pensamiento de Copémico. N

Como buen enciclopedista. Mutis contribuyó en gran medida al pf(


gíeso de todas las ciencias neogranadmas. De entre sus numerosísimas ojj
mencionemos un Informe reservado sobre el retraso en la explotación J
las minas del reino de la Nueva Granada, que fuera enviado al rey de Esp^
el 15 de octubre de 1782.
Con Juan de Elhuyar,114 ingeniero de minas igual que Fausto, su hemj
no menor, y con Ángel Díaz, forma parte de la "Junta" organizada a fiq J
preparar los planes de desarrollo de la industria minera. Por último, MyJ
hizo crear el observatorio astronómico de Bogotá, cuya construcción fJ
terminada en 1803, al igual que fundó la Sociedad Económica de Amig05
del País de Santafé.
A través de estos escasos datos es perceptible que Mutis constituye d
modelo del ilustrado español del siglo xvin; médico, botánico, astrónomo
físico, profesor, sacerdote y filósofo, es el homólogo de esos enciclopedista;
de los cuales en España hubo varios ejemplos. Por ciertos rasgos suyo;
Mutis recuerda mucho al padre Feijoo.
Humboldt mantuvo las más cordiales relaciones con Mutis, quien cois
motivo de su partida de Santafé le hizo obsequio de "casi cien magnífico!
dibujos en folio mayor, donde figuran los nuevos géneros y las nueva;!
especies incluidas en su Flora de Bogotá, manuscrita".115
El 31 de diciembre de 1801, en Ibarra, Humboldt conoce al joven sabio
criollo Francisco José de Caldas, oriundo de Popayán, con quien establees
un intercambio de opiniones sobre las técnicas de medición barométrica y
de observación astronómica. Humboldt no tarda en expresar su más profun-
da admiración al criollo, quien le dio a leer su comentario acerca de la
eficaz observación del primer satélite de Júpiter que había l evado a cabo:
"Es admirable que este joven americano haya logrado prepararse a sí mis-
mo hasta el punto de poder realizar las más delicadas observaciones
astronómicas, para lo cual cuenta con instrumentos construidos con sus
propias manos”.
En otro pasaje, nuestro autor escribe:

114 Juan José de Elhuyar había venido a América acompañando a su hcrmaio


Fausto. Arribó a la Nueva Granada en 1778 con un grupo de mineros alemanes y
llegó a ser director de las minas del virreinato. Humboldt nos informa que este
hombre halló la muerte en las minas de Mariquita y de Santa Ana, Hamy, Lettra
américaines, p. 125.
115 Ibid., Carta a Delambre, Lima, 25 de noviembre de 1802, p. 141. Esta colección
fue enviada por Humboldt al Instituto Nacional de Francia, pero parece ser que la
misma jamás llegó a su destino.
Las élites hispanoamericana.1;

gsie Sr es un prodigio en astronomía. Nacido en las tinieblas de


Caldas
popayán habiendo viajado jamás más allá de Santafé, él mismo se
y no
construyó sus barómetros, un sector y un segmento graduado hechos de
madera. Es capaz de trazar meridianos y de medir la latitud mediante
gnómones de 12-15 pies ¡Qué no llegaría a hacer este muchacho en un
país donde haya medios y donde no sea menester aprenderlo todo por
uno mismo!14

Tal afición por la investigación científica es atribuida por Humboldt a


la influencia ejercida por la expedición de Bouguer y La Condamine, que
recorriera esas regiones La colaboración entre Humboldt y Caldas se vio
empañada por un penoso incidente: Humboldt se negó a aceptar a Caldas
como compañero de viaje a pesar de la intervención del propio Mutis,
quien por otra parte se comprometía a sufragar los gastos del viaje Dicho
incidente ya ha sido analizado con gran cantidad de detalles y por nuestra
parte no insistiremos en él.15 Humboldt rechazó a Caldas pero al mismo
tiempo aceptó en su lugar al joven Carlos Montúfar y Larrea, a quien inclu-
so le pagó el viaje de Quito a Francia. Carlos Montúfar era hijo de una de
s -t
las familias más encumbradas de Quito, cuyo primer ancestro —don Juan
ot
Pío Montúfar y Fras o, marqués de Selva Alegre— había llegado a esa
na
ciudad en 1753 para ocupar los cargos de presidente, gobernador y capitán ie
general de la Real Audiencia de Quito. El padre de Carlos, Juan Pío Montúfar
14
Lo esencial de la correspondencia de Caldas a Mutis puede
hallarse en Diego
WENÚOU, EXPEDICIÓN BOTÁNICA DE JOSÉ CELESTINO MUTIS AL NUEVO
REINO DE GRANADA
y MEMORIAS INÉDITAS DE FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS , tomo II, p. 139 y
p. 156. Las cartas
deCaldas revelan un temperamento ardiente, muy propenso al
entusiasmo, así como
onconmovedor afecto por Mutis, que por cierto fue muy
bondadoso con él. Caldas
había nacido en Popayán en 1771 Terminados sus estudios en el Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, obtiene sus diplomas de derecho (1793-1796). Pero su
tocación por las ciencias lo impulsa a dedicarse exclusivamente a la astronomía, a las
ciencias naturales y a la geografía. Sus obras principales versan sobre los métodos
aplicables a las mediciones de relieve, sobre las maderas de quinquina y también
sobre reformas convenientes a aplicar en el servicio de las minas. Véase al respecto
Gabriel Porras Troconis, HISTORIA DE LA CULTURA EN EL NUEVO REINO DE GRANADA, cap.
xvni, pp. 3S7-387 En Calabozo, Humboldt se encontró con un innovador del tipo de
Caldas: don Carlos del Pozo, quien en las soledades de los llanos habfa logrado
fabricar instrumentos eléctricos sin que hubiese conocido jamás ni uno solo de ver-
dad. Humboldt felicita a este individuo “respetable e ingenioso", RELATION HISTONQUE,
lomo vi, libro vi, cap. xvu, pp. 102-103.

11
1
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
13
Véase en particular en el volumen x, númeroBLANCA
41, de la REVISTA DE LA ACADEMIA
Colombiana de CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES (Bogotá), 1959, un artículo de
Alfredo D. Bateman, “Caldas y Humboldt", pp. 59-67 y un estudio de Guillermo
Hernández de Alba, “Humboldt y Mutis", pp. 48-57.
Quito, acogió a Humboldt con gran cortesía y cordialidad. Sin duda

En Cartagena de Indias, Humboldt tuvo oportunidad DE DISCUTIR CXTER


sámente acerca de problemas geográficos Y de COMPARAR SUS PROPIOS RE<HI

enviada por la Corona en 1792 a fin de levantar el mapa DE LAS COSTAS DJ


Caribe. Joaquín Francisco Fidalgo, Manuel del Castillo, FEMANDO MMJ
Noguera etc. En esta ciudad trabó también conocimiento CON DON J0S¿
Ignacio de Pombo, comerciante e “ilustrado" de Cartagena. FINALMENTE J
Cuba se consagró a la realización de trabajos astronómicos en
del célebre marino español don Dionisio Alcalá Galiano, de Montes, jej
compsjjy
de escuadra, y del astrónomo Robredo, comodoro
Los administradores españoles ayudaron enormemente a Humboldt a
foj
largo de su viaje y le proporcionaron toda clase de facilidades. El
virrey
Iturrigaray en particular, quien puso a su entera disposición LOS ARCHIVOS ¿j
la Nueva España, gracias a lo cual Humboldt pudo elaborar UN CUADRO <*$.

tadístico muy exacto de las principales actividades INDUSTRIALES Y COMER,

cíales del país. En Cumaná, don Vicente Emparan, GOBERNADOR DE LA

provincia, además de un cálido recibimiento, le brindó TODO SU APOYO; Y |QÍ

mismo ocurrió en todos los demás lugares del imperio ESPAÑOL POR DONDE

pasó nuestro viajero. No hay indicios de lo contrario; cuando MUCHO pn


dría mencionarse un documento hallado en los archivos DEL REINO DE JA .

Nueva Granada, se trata de una carta reservada que había SIDO ENVIADA POR

el virrey Mendinueta al gobernador de Cartagena en vísperas DEL ARRIBO DE

Humboldt y Bonpland a esta ciudad. Aun cuando en ella RECONOCE LA VALÍ. ¡

dez del pasaporte y la autenticidad de las cartas credenciales FIRMADAS POR

el ministro don Mariano Luis de Urquijo, ordena a los GOBERNADORES CORRES*]

pondientes realizar una particular vigilancia sobre los TERRITORIOS QUE VISI*
16
tarían los viajeros. Esta actitud de recelo y desconfianza PASÓ INADVERTIDA

ante los ojos de Humboldt Y lo que es más, el virrey MENDINUETA RECIBIDA

16
Véase Ernesto Restrepo Tirado, De Gonzalo Ximénez de QUESADA A DON Pablo
Morillo, pp. 120-123. Mendinueta escribe: “Sin negarme yo al cumplimiento de LO!
expresamente mandado por S. M. y de que como he dicho no tengo causa SUFICIENTE:
para dudar, me he propuesto estar a la mira de todos sus pasos y prevenir reservad»
mente a los Gobernadores de los territorios por donde transitaren executen lo MISMO, :
dándose aviso a cualquier cosa que observen digna de mi noticia . La INSTRUCCIÓN
reservada es del 19 de julio de 1801.
rtboldt y a sus compañeros en su residencia campestre de Fucha, antes
17
que el grupo arribara a Santafé de Bogotá .
pero a nuestro juicio, no tiene demasiado caso seguir adelante con este
-nenio. Merced a la breve alusión de las relaciones que nuestro autor pu-
¿o entablar con los más ilustrados representantes de la sociedad hispano-
americana, dos hechos evidentes se destacan. En primer lugar, Humboldt
j¿$cubre una realidad insospechada en su ¿poca: la América española no se
tulla sumida en la ignorancia ni en las tinieblas del fanatismo y del
^urantismo, como lo pretendían algunos filósofos franceses e incluso sus
11
vecinos inmediatos, los anglosajones establecidos en Estados Unidos . A
¡rJvé$ de sus contactos con las élites de las colonias españolas, Humboldt
advierte la gran tarea de organización cumplida por la Corona durante los
últimos decenios del siglo xvm. Se observará sobre todo que, si bien señaló
claramente la oposición entre criollos y españoles en algunos terrenos,
especialmente en materia económica, estas diferencias parecen desvane-
cerse cuando se trata de apuntar logros científicos, o bien de apoyar las
acciones políticas que denuncian los abusos o las carencias de la adminis-
tración colonial. En esos momentos Humboldt no se preguntaba si tales
eran obras de criollos o de españoles, lo que quiere decir que para él, la
ciencia, la cultura y las ideas políticas de los hispanoamericanos formaban
parte de la herencia europea, y que en América eran la expresión del movi-
miento de las luces cuyo vértice se hallaba en Europa. Esto es absoluta-
mente comprensible por la simple razón de que en 1800 era muy difícil
-por no decir imposible— establecer una diferenciación entre criollos y
españoles con respecto al campo de las ideas filosóficas, sociales o cientí-
ficas. En aquella época no se daba la existencia de dos campos netamente
diferenciados, el de los criollos por un lado, y el de los españoles o de los
pro españoles por el otro; había simplemente conservadores y liberales, y
19
en medio de ambos, la gran masa de los indecisos .
17
Hamy, Lettres américaines: "De acuerdo con el protocolo, hallándose en la
ciudad el virrey no puede comer en compañía de nadie; pero por casualidad él se
encontraba entonces en su casa de campo de Fucha, y nos invitó", p. 126.
11
José Miranda estudio en particular el considerable efecto que el Ensayo político
¡obre el reino de la Nueva España produjo en los Estados Unidos; "Esta pasmosa
revelación de México tuvo también la virtud de desvanecer antiguos prejuicios tocan-
tes a la situación cultural del mundo hispanoamericano y de atraer la atención de
muchos extranjeros hacia la labor realizada durante el siglo xvm por los hombres
ilustrados de la Nueva España". Miranda cita extensamente un artículo del Medical
Repository de Nueva York cuyo autor norteamericano, basándose en Humboldt,
rectifica las falsas ideas que pudieron haberse formado en su patria acerca del nivel
cultural de México, José Miranda, Humboldt y México, pp. 184-185
19
En su estudio sobre la Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala,
Elisa Luque Alcaide señala que en el seno de la Sociedad la rivalidad criollo-chapetón
Regresemos aquí a la clasificación hwnboldtiana de las dive^
nientes del pensamiento hispanoamericano liberalismo exaltado
lismo moderado y conservadunsmo. Habíamos dicho anteriormem^
estas tres tendencias reproducían en América la situación política e$p ^
de fines del siglo xvm* Pero es necesario agregar aquí un matiz csc^j
pues si bien, en términos generales los liberales exaltados anhelab i
secesión y si en conjunto los conservadores se mostraban favorables ** ^
paña, había por otra parte favorables excepciones. El análisis del (U..
político de los numerosos amigos de Humboldt, así como el de la elcj1*0
del camino a seguir que hicieron después, ilustrará nuestros propósí^
Examinemos ante todo el caso de los criollos,
atento al progreso de su patria —de ninguna manera un exaltado-*.

y en primer lugar i
Caldas. Viva imagen del ilustrado español enamorado de las cienej^j

acusado de adhesión a la causa de la independencia y se loe fusiló en BoP
tá el 29 de octubre de 1816 durante la represión ejercida por Morillo *
Carlos Montúfar y Larrea, compañero
de viaje de Humboldt a partí A
Quito, se convirtió en oficial del ejército español después de haber cumn?
do un período de adiestramiento en la Real Academia de Madrid 21 £nc0í|
de Bailén, en el sitio de Zaragoza y en la batalla de Somosierra. Se le

liándose en España cuando la invasión napoleónica, participa


otor en la batalkj
el grado de teniente coronel. El consejo de Regencia ga lo designa encargado
de misión en Quito, para representar allí al gobierno español en momento
en que su padre, el marqués de Selva Alegre —otrora anfitrión de Humboldt-*.
había tomado el poder (el 10 de agosto de 1809) en Quito, con el título de
presidente de la Junta Soberana. No bien llega a Quito, Carlos Montúfar
intenta restablecer la legalidad, pero poco después, enardecido por lo
acontecimientos, toma parte a favor de los independentistas y combateo
contra de los españoles. Es tomado prisionero, logra fugarse, reempréndela
lucha y a fin de cuentas, después de la derrota de la Cuchilla del Tamboet
fusilado por los españoles en Buga, el 31 de julio de 1816. Se advierte
este héroe de la independencia del Ecuador se mantuvo fiel a España hasta
alrededor de 1810. Antes de esta fecha había sido un soldado español que
pasó a ser reemplazada por el antagonismo entre reformistas y conservadores. Halla
la prueba de su afirmación en el hecho de que la Sociedad había sido fundada su
ningún problema por el criollo guatemalteco fray José Antonio Goycoecheaypord
castellano Alejandro Ramírez. En una segunda etapa se distinguen tres tendencia}
dentro de la Sociedad: la de José María Peynado, “constitucionalista y revoltoso",la
de fray Matías de Córdova, “independizante”, y la del arzobispo Casaus, “acérrimo
legalista”, p. 154. Este análisis confirma perfectamente la opinión de Humboldt
30
Véase más arriba, p. 84.
21
General Ángel Isaac Chiriboga N., “El Coronel Don Carlos Montúfar y Larrea,
el héroe más auténtico y venerado de la patria ecuatoriana”.
JLAS EUTfcS HISPANOAMERICANAS
incuestionables pruebas de patriotismo, particularmente durante la
nacional en contra de Napoleón. Su padre, el marqués de Selva
xlcgt6' ^lo funcionario colonial e ilustrado, murió exiliado en Cádiz des-
' ;s je haber sufrido la total expropiación de sus bienes, mientras que
Montúfar, su hija, previa persecución, fue encarcelada y reducida a la

BIBLIOTECA
extrema miseria.
mejor los sentimientos
podríamos mencionardela Humboldt, su desaliento
suerte corrida por uno dey los su hijos
escepticismo ante
de la familia
los virajes y los caprichos de la historia. Entre los españoles
fovar y Ponte, de Venezuela, de la cual Humboldt guardó el mejor de los encontramos
destinos igualmente
^cuerdos. Se trata de trágicos y posiblemente
Martín, segundo hijo hasta
deldifíciles
conde de aceptar.
don Martín Tovar y
Veamos cuál fue la suerte corrida por quien
Blanco y de su esposa doña María Manuela de Ponte y Mijares. ejerció considerable in-
Fue cons-
fluencia
tante su sobre Humboldt:
presencia en las el famoso
reunionesAbadconvocadas
y Queipo, por viva los
imagen del ecle-
conspiradores
siástico español
jnliespañoles que ase menudo
celebraronen endesacuerdo
Caracas ocon en las
sus autoridades
alrededores coloniales.
a partir de
Negándose
1808 y en lasa aceptar
cuales la manera en también
participaron que son Ustáriz,
tratados los
los Bolívar,
indios, sigue adelan-
los Toro, los
te con la etc.
Montilla luchaSufrió
por lalasjusticia que había
experiencias de sido comenzada
la guerra en los alboreslas
y posteriormente de del
la
conquista por los dominicos de Haití. No obstante,
exilio. De regreso en su patria, en 1817, fue nuevamente condenado al este cura reformista
nombrado
exilio luego obispo
por Bolívar, a causa electo y gobernador
de sus de la (1828).
ideas federalistas Mitra ¡fue
Con quien más
todo, logró
tarde sea encargaría
iegresar Venezuela, de excomulgar
donde a Hidalgo! Designado ministro de Justi-
murió en 1843.
cia Al
porrecordar
Fernando la VII, perseguido
tormentosa por la de
existencia Inquisición y arrestado,
estos personajes se pone
se comprenden
luego al servicio de los independentistas para morir finalmente en la más
absoluta pobreza. El español Andrés Manuel del Río no corrió con mejor
suerte. Diputado ante las Cortes de 1820, se muestra favorable a la indepen-
dencia de México. Por ser español, los mexicanos ya independientes lo
expulsan del país en 1829, al que no regresará hasta 1835 para morir allí
sumido en la indigencia total.
Examinemos ahora a los amigos de Humboldt que no participaron en
las guerras de independencia, ya sea porque se regresaron a España, porque
murieron antes de los años 1810-1812, o bien porque para entonces sus
países no habían entrado aún en combate. Este grupo incluye a tres grandes
exponentes de la ilustración hispanoamericana: los españoles Elhuyar
y Mutis en México y Nueva Granada respectivamente, y Francisco Arango y
Humboldt y la población blanca

Parreño,22 en Cuba. Estos personajes tenían actividades, FORMACIÓN INTEI^J


tual y opiniones religiosas o filosóficas muy diferentes, EL PRIMERO JJ
ingeniero y liberal, botánico y sacerdote el segundo, jurista y HACENDADO cj
último. No obstante, los tres hombres poseen características comunes: J
espíritus ilustrados que intentaban aplicar el pensamiento DE LOS ILUSTRADO,
españoles, Jovellanos, Campomanes, Florídablanca etc. en LOS territorio,
españoles en que habitaron, los tres participaron en la FUNDACIÓN DE |a,
Sociedades Patrióticas de Amigos del País, cuya base fue EL MODELO ESPJ
ñol. La de La Habana fue fundada en 1792 n iniciativa DEL GOBERNADOR
“ilustrado” don Luis de Las Casas, a quien Humboldt colmó DE ELOGIOS.^
la sazón, Arango y Parreño se hallaba en Europa, pero a su REGRESO A CUBA

n
La familia Arango es oriunda de Sangüesa, Navarra. Pedro de Arango y
MoqqJ
bisabuelo de Francisco Arango y Parreño, había fundado la rama cubana de su
lio^J
al desposar a doña Josefa de Losa Aparicio, “natural de La Habana” Francisco
de
Arango y Parreño (1765-1837) era hijo de Miguel Ciríaco de Arango, nacido
enLa j
Habana, y de doña Juliana Parreño Espinosa, de padre gaditano y nacida
tambiéneri
la Habana. Con respecto a la genealogía de Francisco Arango y Parreño, véase
Enei. j
clopedia heráldica y genealógica hispanoamericana, por Alberto García Carraífa,
volumen x, pp. 111112. Huérfano desde pequeño, realiza sus estudios en el
semina,
río de San Carlos de La Habana. Bachiller en derecho en 1785, adquiere cierto
renombre a raíz de haber ganado un proceso cuya defensa hizo ante la
Audiencia^
Santo Domingo. Entre 1787 y 1789 finaliza sus estudios de derecho en Madrid jj
aprovecha su estancia en Europa para visitar a lo largo de once meses Francia.
Portu-
gal e Inglaterra en compañía del conde Casa-Montalvo. Lleno de deseos
reformistas
regresa a Cuba a principios del siglo xix; allí colabora con don Luis de Las
Casasen
el Papel Periódico', en la fundación de la Sociedad de Amigos del País, del Real
Consulado de La Habana y de la Junta de Agricultura y Comercio, de la cual
es
designado síndico a perpetuidad. A pesar de su oposición a la Factoría
deTabacos,eo
1805 es nombrado su asesor. El 2 de agosto de 1811 es nombrado vocal de la
Junta
de Censura. En 1813 va a España para representar a La Habana ante las

116
Humboldt y la población blanca

Cortes de
Cádiz, prolongándose su permanencia en la Península hasta 1818. En
1814es desig-
nado consejero de Indias. En 1817 contrae matrimonio con doña Rita
Quesada, hija
del conde de Donadío, en Madrid. El 23 de julio de 1819 se le designa
juez árbitro de
la Comisión Mixta para la prohibición de la trata de negros, y en 1820 es
llamado al
Consejo de Estado, donde permanecerá hasta 1824 Elevado a prócer del
Reino en
1834, fallece en “La Ninfa", su plantación de caña de azúcar cercana a la
ciudad de <1
Güines, en 1837, Entre los escritos de Francisco de Arango y Parreño se
destacan: !|
Instrucción que formó D. Fr. De Arango cuando se entregó de los poderes de La jl
Habana y papeles del asunto (1788); Discurso sobre la agricultura de La
HabauM
y medios de fomentarla (1792); Abolición de la factoría... Libertad de la
:
siembra, j|
fabricación y comercio del tabaco (1805); Resumen de mis ideas (s.f.);
Axiomas:jl
económico-políticos relativos al comercio colonial, presentados en el Consejo de
ja
Indias en 1816. Sobre Arango y Parreño, véase en particular: De la factoría a
la 9
colonia, con una introducción de calidad escrita por Raúl Maestri.
r

■rededor de 1801, se hace miembro de esta sociedad. Entre los nombres de


^ cierto número de personalidades de la Nueva España figura el de don
de Elhuyar al pie de una petición redactada en México el 6 de abril
^ 1799 y dirigida al rey, en la que se solicita la creación de una Sociedad de
^igos del País. Dicho documento había sido enviado contando con la
toia del virrey don Miguel José de Azanza, pero con todo y eso la Corona
pchazó la demanda. En Santafé de Bogotá, Mutis es el punto de partida del
nacimiento de la Sociedad Patriótica, fundada el 10 de diciembre de 1801
y cuyos estatutos fueron aprobados por decreto del 8 de marzo de 1802. A
partir de 1809 Caldas se queja de la inactividad de esta Sociedad, sin duda
porque ya para entonces su promotor había desaparecido. Es importante
estudiar con atención los estatutos de esas sociedades, pues a través de
dios podemos enterarnos de cuáles fueron los propósitos perseguidos por
sus fundadores.2' Evidentemente en esos estatutos se percibe un eco muy
implio de las ideas de los ilustrados españoles: necesidad de revitalizar la
agricultura —dejada en un lamentable estado de abandono— mediante
la introducción de nuevos métodos, de arados modernos, de semillas selec-
cionadas etc., planes de construcción de rutas, puentes y canales que faci-
litarían los intercambios comerciales; proyectos de desarrollo industrial, y
finalmente, necesidad de mejorar la educación del pueblo .24 Pero es per- 116

116 Las principales Sociedades Económicas o Patrióticas de Amigos o Amantes del


país que, a imagen de las que existían en España, se fundaron en América, fueron las
siguientes: en 1784 la Económica de Mompox (Nueva Granada), cuyo director fue
don Gonzalo José de Hoyos, coronel de las milicias. En 1787 laAcademia Filarmónica
de Urna, que no tardaría en convertirse en la Sociedad Económica de Amantes del
País —es creada por José Rossi y Rubi, seguido por Egaña, por don Hipólito Unanue
y por Baqueano, y sus estatutos definitivos serían aprovados en 1791 Los miembros
de esta sociedad dieron vida al Mercurio Peruano (1791-1795). El 30 de noviembre
de 1791 el obispo Calama, junto con Espejo, funda la Sociedad de Quito (actual
Ecuador), que comprende cuatro secciones: agricultura, ciencias y artes útiles, indus-
tria y comercio y política y bellas letras. En 1792 nace la de La Habana —que aún
existe en la actualidad— bajo la iniciativa de don Luis de Las Casas, gobernador de
Cuba, quien contó con la ayuda del conde de Casa-Montalvo, de Juan Manuel O' Farril,
de Francisco Basave y de Luis de Peñalver, quien funge como su presidente. Esta
sociedad consta también de cuatro secciones: ciencias y artes, agricultura y economía
rural, industria popular y comercio. La de Guatemala se fundó en 1795 y finalmente,
en 1801 Mutis crea la Sociedad de Bogotá. Algunas tentativas frustradas se registra-
ron en México. Una en Mérida en 1791 y otra en México en 1799. Véase especial-
mente: Emilio Novoa, Las sociedades económicas de amigos del país, su influencia
en la emancipación colonial americana; Elisa Luque Alcaide, La sociedad económi-
ca de amigos del país de Guatemala; y Francisco de las Barras de Aragón, “Las
sociedades económicas en Indias".
M
Barras y Aragón, “Las sociedades”. En los considerandos del proyecto mexica-
no los autores citan aWard, al conde de Peña Florida, fundador de la primera sociedad
ccptible que en todos estos planes presentados por las sociedades patria I
cas o económicas hispanoamericanos existe una preocupación propia^ I
te americanista. El proyecto de la sociedad mexicana es muy claro I
respecto. En él se pide instrucción gratuita para todos los niños 4. ^ j
clases desheredadas, es decir indios y mestizos

¿Y cuál es la educación y la miserables objeto 4 1


suerte de estos I
compasión y de la humildad? si vista, un vulgo tri^
consultamos a la I
sucio, desnudo y desaliñado es el que nos rodea: Si a los oídos L I
clamores de mil inocentes hambrientos y las súplicas de un sin núm^ I
de mendigos de todos sexos y edades nos penetran. Tantos brazossjr I
ocupación honesta se entretienen en la maldad: y la embriaguez, la I
piña y todo género de desórdenes son consecuencia de la ninguna «j|. I
cación civil, y la escasez de Industria popular.117 118

El mismo documento solicitaba también la reinstalación de las fábh. I


cas, incluso las que pertenecían a los indios “que han desaparecido en b I
actualidad, pero que por lo curioso y original de sus producciones podrí* I
generar una rama de la industria y del comercio sumamente útil”Jl
Este ejemplo muestra a las ciaras que el partido “progresista" en |j I
América de fines del siglo xvm no estaba compuesto exclusivamente p®
criollos, y que el otro tampoco era forzosamente el partido de los españoles, I
Un gran señor criollo, contrano a las reformas de Carlos III y de CarlosIVI
o bien a las de la Regencia, muy atado a sus privilegios señoriales y hostil
al mejoramiento de la condición servil, pudo desempeñar un gran pape) I
patriótico en la lucha contra España. Pero otros, laicos o sacerdotes, podía I
muy bien exigir de la Corona reformas a favor de los indios o de los negros, I
o demandar una mejor organización del Estado —tal y como en España lo I
hicieran Ward, Jovellanos y Campomanes— sin que por ello dejaran de
permanecer fieles a su patria. Dicho en otros términos, el compromiso polí-
tico contra España no constituye prueba alguna de liberalismo o de progrc-1
sismo, mientras que por otra parte, la fidelidad a la Corona no equivale
necesariamente a una adhesión incondicional a los principios del absolí- I
tismo monárquico o del conservadurismo social. Esto nos permite coa- I
prender mejor la actitud tan reservada que Humboldt demostró durante b I
época en la que se libraban las guerras de independencia en América. No I
aceptaba el hecho de que las dos fracciones de Un mismo nivel social ilus- I

117vasca, y a Campomanes. Difícilmente podría hallarse una prueba más contunde*


que ésta, de la paternidad española de las Sociedades americanas, p. 420.
118 Ib id., p. 422.
26
Ibid., p. 430.
LAS ÉLITES
nado, egresadas deHISPANOAMERICANAS
las mismas universidades, formadas dentro de un mis-
mo espíritu y que habían abrevado en las mismas fuentes filosóficas, pudie-
ran oponerse en forma tan violenta. Tampoco creía en la eficacia de la
guerra civil como medio para resolver los problemas planteados por la co-
lonización española en América, y difícilmente logró concebir la agresivi-
dad de esos hombres que él mismo había visto trabajar hombro con hombro
en América, en el seno de las instituciones científicas a que hemos he-
cho referencia en las páginas anteriores. Verdaderamente ¿cómo habría
podido Humboldt imaginarse que un sabio como Caldas terminaría sus
días ante un pelotón de fusilamiento español? Al dirigirse al español Mu-
tis. ¿acaso el criollo Caldas no lo llamaba —con justa razón— “amadísimo
protector y padre"? ¿Cómo podía resignarse Humboldt ante la noticia de la
ejecución de Rafael Dávalos (1783-1810), joven mexicano que había sido
su alumno en la Escuela de Minería, aquel “aplicado estudiante" que de-
lante suyo había dibujado un corte del camino México-Guadalajara?

Las élites criollas


Ante todo, es menester hacer referencia al homenaje que rinde Humboldt a
tres criollos mexicanos a quienes no conoció personalmente pero por cu-
yas obras sintió una gran admiración. El primero de ellos es el geómetra
Joaquín Velázquez Cárdenas y León (1732-1786), de cuya biografíala^
una breve reseña.*119 120 Este criollo había logrado construir sus propios instru-
mentos de observación, con cuyo empleo tuvo resultados sobresaliente»
tal punto que el abate Chappe, “más famoso por su fuerza de espíritu y por
su amor a las ciencias que por la exactitud de sus trabajos", debió reconocer
los métodos excepcionales del sabio mexicano.21
El segundo sabio criollo de la lista es el padre José Antonio Alzate y
Ramírez (1737-1799), nacido en Ozumba, México, quien, como lo señala
Humboldt, fue corresponsal de la Academia de Ciencias de París. Si bien el
viajero alemán detectó varios errores en las observaciones de Alzate, no
deja de reconocerle el mérito de haber sabido infundir en la juventud! mexi-
cana el amor por las ciencias, a través de las Gazetas de Literatura que
publicaba en México.29
Finalmente nuestro autor se refiere a Antonio de León Y GAMA,
mo hábil e instruido", particularmente célebre por sus TRABAJOS SOTA
almanaque y la cronología de los antiguos mexicanos". 30
Humboldt expone razones por las cuales juzgó necesario detenerse pf I
longadamente sobre estos tres grandes nombres de las CIENCIAS mexic^ I

Es tan sólo con el fin de demostrar a través de su EJEMPLO, QUE la


rancia que el orgullo europeo se complace en atribuir a LOS CRIOLLO) ^ I
es consecuencia ni del clima ni de una carencia de ENERGÍA ESPIRITA I

11927 Humboldt refiere que Velázquez Cárdenas y León tuvo como preceptor JÉ un
indio muy versado en historia y mitología mexicanas; así pues, aprendió» desafié
los manuscritos aztecas. Fue el creador del Tribunal y de la Escuela de Minería,'
pol. Nouv. Esp.y tomo i. libro n, cap. vu, pp. 430-433. .
a
Se trata de del abate Jean Chappe d’ Auteroche (1722-1769), físioo^^^K
120 Alzate era también miembro de la Sociedad Económica Mucongady
Jardín Botánico de Madrid. Las Gazetas de la Literatura se publicaron entrMj
1795.
nuMiouxr y la poblauün blanca
por el contrarío, allí donde aún se la puede apreciar, tal IGNORANCIA NO* I
sino el fruto del aislamiento y de los defectos propios DE LAS INSTITUCIO. I
nes sociales en las colonias.11

Más adelante tendremos oportunidad de comprobar que Humboldt He. I


va delante esta rehabilitación del criollo conjuntamente con la del indio y I
con la del negro y también con la de América entera como realidad gcográ. I
tica. Podrá sorprendemos el hecho de que Humboldt no incluya en su lista I
más que a estos tres hombres de entre todos los que componen la intcligen. I
cia criolla mexicana, ya que de ningún modo fueron sus trabajos los únicos I
que nuestro autor utilizó. Respecto de México podríamos agregar alalina I
varios personajes más: el padre José Antonio Pichardo (1748?-1812) naci-1
do en Cuemavaca y dueño de una riquísima biblioteca de antigüedades I
mexicanas, el mexicano José Antonio Villaseñor y Sánchez, autor del T¿
tro americano, en el que Humboldt se inspira para llevar a cabo sus trabajos
demográficos, y los jesuítas mexicanos fray Miguel Venegas (1680-1764), I
Francisco Javier Clavijero (1731-1787), nacido en Veracruz y cuya obra en I
conocida a fondo por nuestro autor, y Pedro José Márquez (1741-1820) I
oriundo de Guanajuato Entre los sudamericanos más notables, recordemos I
la deuda de Humboldt hacia el ecuatoriano Antonio de Alcedo (1786-1789), I
cuyo Diccionario geográfico histórico de las Indias Occidentales o Améri-
ca, consultará en repetidas oportunidades, y hacia el peruano Hipólito
Unanue.32 Es probable que Humboldt haya conocido a Unanue en Lima,
30
ANTONIO LEÓN Y GAMA (1735-1802) DEBE SU FAMA SOBRE TODO A SU Descripción
histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado tpt I
se está formando en la Plaza Principal, se hallaron en ella en el año de 1790..
MÉXICO, 1792. PARA SU Vues de Cordillires, HUMBOLDT SE INSPIRÓ EXTENSAMENTE A
ESTE TRABAJO.
31
Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vil, pp. 429-433.
32
Hipólito Unanue es también un típico representante de la ilustración americana
Nacido en Arica (Perú) en 1755, contribuyó a la fundación del Anfiteatro de Anatomía
en 1792 y a la del Colegio de San Femando, entre 1807 y 1811. En 1802 empren* i
dió en Lima la campaña contra la viruela, es decir, aún antes de que llegará alPecúla I

120
jUI1 cuando de este supuesto encuentro no existe ninguna prueba docu'
[ ^nial. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que Humboldt hace mención de
I dos trabajos del célebre ilustrado limeño y que además conoció bien el
[ tftrturio Peruano, puesto que se llevó a Europa dos colecciones del miar
I 00. & sabido que Unanue fue uno de los principales redactores de este
| periódico, que apareció entre 1791 y 179S. En la Narración histórica del
[ viaje. Humboldt se refiere a dicha publicación en términos elogiosos.
Estos pocos ejemplos dan prueba del gran desarrollo de la cultura his-
[ panoamericana y de la amplia información que Humboldt tenía sobre la
I vida intelectual de las posesiones españolas a fines del siglo xvm, permi-
I riéndonos al mismo tiempo comprender mejor las causas por las cuales
Humboldt no fue capaz de percibir los indicios de la guerra civil que en
aquella América no tardaría en estallar. Aclaremos que Humboldt no siem-
pre indicó sus fuentes de información con exactitud ni con propiedad.
Frecuentemente sus referencias resultan muy incompletas, y ya sea porque
I menciona tan sólo el nombre del autor, o bien porque cita únicamente el
I título de la obra sin más datos, la mayor parte de las veces no se sabe si se
trata de un manuscrito o por el contrario de un libro impreso. De este modo,
no se puede sino agradecer de todo corazón la formidable tarea de esclare-
cimiento llevada a cabo recientemente por Juan A. Ortega y Medina.33 En
su edición del Ensayo político sobre la Nueva España, este autor se dedica
a rastrear y reconstruir las numerosísimas fuentes de esa obra. Con lodo
I éxito, Ortega y Medina logró identificar alrededor de ciento cincuenta
| manuscritos, un centenar de cartas o de trabajos geográficos y cartográficos
I y cerca de ciento cincuenta impresos, todos ellos escritos por españoles»
I por hispanoamericanos. En su gran mayoría, se trata de documentos que

expedición antivariólica (1806). Participó en la redacción del Mercurio


Peruano y
mis tarde en la del Verdadero Peruano (1820) y en la del Nuevo Día de Perú
(1824).
Espíritu ilustrado y profundamente religioso, Unanue constituye el símbolo dej
refor-
mismo moderado ¡Se le reprochó el haber servido a los virreyes y luego i los
gobiernos independientes’ Entre 1824y 1826 formó parte de los sucesivos
gobiernos
del Perú. Pero no gozaba del afecto del pueblo, hecho que Bolívar lamentaba
profun-
damente por cuanto lo consideraba un hombre “eminentemente honrado y celoso
del
bien del Estado”. En sus diversos trabajos toma parte en la polémica sóbrelos
ameri-
canos, demostrando que los europeos no tienen todas las cualidades. Condénalos
abusos de la conquista, pero combate al mismo tiempo la “leyenda negra”. Por
algu-
nos de sus rasgos se asemeja notablemente a Jovellanos. Libera] y reformista en
grado sumo, aceptó la independencia como un hecho inevitable aun cuando no
era un
separatista fanático. Falleció en 1833. Véase en particular Jorge Basadre,
Historia de
la República del Perú, tomo i, pp. 135-143. I
33
Juan A. Ortega y Medina, Anexo u, Fuentes hispánicas citadas en c\
Ensayo
y en la Introducción geográfica (to), ya en ambas, en su edición del Ensayo
política}
sobre el reino de la Nueva España, pp. cxxii-cxlii.
HUMBOLDT Y LA POBLAaÓN 1LANCA

datan del siglo xvm, lo que da idea del crédito que daba HUMBOLDT A I
trabajos realizados en el mundo hispánico e hispanoamericano EN EL ^
mo tercio del Siglo de las Luces

Humboldt y BolíV|f
Acerca de las relaciones que existieron entre Humboldt y Bolívar, existe
una literatura bastante copiosa pero no es éste el lugar para hacer un ex*
men completo de la misma. Los vínculos entre ambos personajes, u| *
como los consignan los biógrafos del uno o del otro, son presentados j c
manera distinta según las épocas: en una primera etapa —comprendida
entre 1820 y 1930— se insiste sobre la estrecha amistad que habría ligado
a Humboldt y Bolívar, y se menciona la gran influencia ejercida por C|
primero sobre el segundo. En una segunda etapa, el descubrimiento de
documentos ignorados por los primeros biógrafos vino a moderar —desdé
1930 hasta la época actual— el exagerado panorama de una amistad deli-
rante, lo que sin embargo no impide que ciertos biógrafos de la segunda
etapa retomen los clichés tradicionales propios de la primera. Se afirma in-
cluso que, a partir del encuentro de Humboldt y Bolívar en París, en 1804
se habría establecido una relación continua entre el sabio alemán y el Liber-
tador Digamos sin más pérdida de tiempo que tal aseveración—que debe
sus orígenes a las primeras biografías de Bolívar incluidas en la famosa co-
lección Yañes-Mendoza o en Felipe Larrazábal— es totalmente falsa. En U
primera de estas obras se afirma que durante su viaje a Francia, Bolívar se
encontró con Humboldt en los salones parisinos, especialmente en el Fanny
de Trobríand, y que en tal oportunidad le participó su proyecto de liben*
ción de América. Humboldt le habría respondido: “Creo que vuestro país ya
está maduro; pero no veo al hombre que podría llevar a cabo este proyecto ".34
Larrazábal retoma, sin otra verificación, la frase atribuida a Humboldt:

Bolívar hablaba la lengua francesa con toda perfección y soltura, y en


ello, encontraba los términos más propios para expresar ideas sóbrela
indignidad de la vida colonial, sobre la libertad y la grandeza de los
destinos futuros de América; y el barón le respondía. “En efecto, señor,
creo que vuestro país ya está en el caso de recibir la emancipación, pero
¿quién será el hombre que podrá acometer tan magna empresa 7".35
34
Colección Yañes-Mendoza intitulada: Colección de documentos
relativos a la
vida pública del Libertador de Colombia y del Perú, Simón Bolívar, para
servir
a la historia de la Independencia del Sur de América, Caracas, 1826-1829. El
texto se
halla mencionado en los Escritos del Libertador, publicados por la Sociedad
Bolivariana
de Venezuela, pp. 168-169; y fue extraído del Prefacio del tomo i de la
Colección.

122
Humkoldt y la población blanca
35
Felipe Larrazábal (1816-1873), Correspondencia general del Libertador
Simón
Bolívar, enriquecida con la inserción de los manifiestos, mensajes, exposiciones,
pojo una forma ligeramente distinta, el general Daniel Florencio O’
Leary
también la célebre frase. Según este personaje —quien fuera ayu-
^ campo de Bolívar y quien publicara una gran cantidad de documen-
sobre la vida y la obra del Libertador— el sabio alemán había declarado
^polfvar que consideraba al país maduro "para su independencia, pero no
ijluinbraba quien pudiera dársela”.121 122 123
A partir de esta frase —de la cual no hay ninguna prueba de que efecti-
bínenle hubiera sido pronunciada por Humboldt— las literaturas bolivaria-
^ y humboldtiana hierven de detalles tan emocionantes como falsos.
Aun cuando la supuesta declaración de Humboldt fuese auténtica, no
podría evitarse hallar en ella una buena dosis de escepticismo y de crítica,
¿olno lo señala con todo acierto Amando Melón; y podría interpretárse-

la de manera harto distinta de lo que lo han hecho los habituales


panegiristas
de Bolívar Amando Melón agrega que esas palabras muy bien pudieron ser
dichas a fin de rehuir una respuesta concreta, en una situación que a
Humboldt podía resultarle embarazosa.124 125 126 No podemos sino
compartir este
parecer, por cuanto resulta claro y evidente que en 1804 Humboldt no
vislumbra una próxima revolución antiespañola en América, como tampo-
co veía en Bolívar al hombre elegido para llevar a cabo tal empresa.
Sin embargo hay que reconocer que, al igual que los gatos, las leyendas
gozan de siete vidas. Jules Mancini, en 1912.3* Carlos Pereyra en 1920;*
A. Rojas en 1923;127 Lafond y Tersan, en 1931128 y Waldo Frank, en 1953#

121proclamas, etc,., publicados por el héroe colombiano desde 1810 hasta 1830 (PIE-
CEDE A ESTA COLECCIÓN INTERESANTE LA Vida del Libertador), 2 VOLS, NUEVA
YORK, 1865-
1221866. La cita se halla en el tomo i, p. 10. Únicamente la Vida del
Libertador, que
comprende los dos tomos, ha visto la luz. **La prometida colección de canas y
demás
documentos boli varíanos, supuestamente se perdió en 1873, en el naufragio del
vapor
Wle DU HAVRE, a bordo del cual viajaba Larrazábal cuando se proponía editar
su
célebre colección, Escritos del Libertador", pp. 181 • 182.
123* Citado por Amando Melón, Humboldt, p. 141. El pasaje está
extraído del libro
is autores retoman la cita de Larrazábal.
de 43Daniel F. O'Leary, Bolívar y la emancipación del Sur América.
Waldo Frank, Naissance d' un monde Bolívar el sespeuples,
Memorias del
“fije
General O Leary, Madrid, 1915, 2 vols. Se trata de la edición de Rufino
en este salón (el de Fanny de Trobriand) donde Humboldt hiciera su«
Blanco
Fombona. Las memorias fueron editadas entre 1879 y 1888 en Caracas, en 32
vols.
—por no citar más que a los principales biógrafos de ambos héroes— reptil
ducen el célebre diálogo sin verificación alguna.
Algunos de ellos, incluso, prestando fe a un texto debido a Boussingaui. 1
agregan la leyenda de que Bolívar estuvo junto a Humboldl en la aseen I
sión al Vesubio que, en 1805, realizara el sabio alemán en compañía <j.
Gay-Lussac y de Leopold von Buch43
Sin embargo, el tema relativo a la influencia de Humboldt sobre Bol/1
var, así como el de la supuesta amistad entre ambos, fueron puestos nueva I
mente sobre el tapete en un texto menos legendario escrito por Karl Panhom I
quien, después de 1930, se preguntó si las tradiciones orales acerca de m 1
influencia y de tal amistad tenían efectivamente una fundamentación vájj, I
da. Panhorst recalca que no existe prueba documental alguna de relaciones 1
continuas mantenidas entre ambos personajes, y duda, incluso de que en I
1804 Bolívar ya tuviese en mente la liberación de su patria.44
Salvador de Madariaga, que ciertamente no pasó por alto el artículo de j
Panhorst,43 parece haber sido el primer autor de lengua española que reubicé
las relaciones entre Humboldt y Bolívar dentro de sus verdaderas propor.
ciones. Además de que, contrariamente a lo que afirman los panegiristas j
bolivaríanos,46 el salón de Fanny de Trobriand y Aristeguieta —prima leja,
na y gran amiga de Bolívar— no era el más brillante de París, es menester
reconocer finalmente que las relaciones entre Humboldt y Bolívar fueros
distantes, laxas y muy discontinuas. Para convencerse de ello no necesita
más que consultar las recopilaciones de correspondencia intercambiada
entre ambos. A lo sumo existen cinco cartas, dos de Bolívar a Humboldt, ]

observación 'La América española se halla presta a emanciparse, pero falta el gran
hombre que tome las riendas, Simón Bolívar escuchó, guardando un sombrío siten-1
cío”, p. 32.
43
Hamy, Lettres amérícaines, Notes sur Alexandre de Humboldl par J -B.
Boussingault (1821-1822). “Humboldt y Gay-Lussac habían visitado juntos el
Vesubio
en 1804, en compañía de Bolívar”, p. 305. El error es evidente, puesto que Humboldl
no viajó a Italia sino hasta marzo-abril de 1805, ese año realizando la ascensión del
Vesubio en compañía de Gay-Lussac y de Leopold von Buch, En una carta de fines
de julio de 1805 a Pictet, en la que Humboldt relata su ascensión, no menciona pan
nada a Bolívar, pp. 195ss. Bolívar se encontró con Alejandro de Humboldt en Roma,:
en el salón de Guillermo de Humboldt, que a la sazón fungía como representante de
Prusia ante la Santa Sede.

124 Melón, Humboldt, pp. 141-142.


125N JULES MANCINI, Bolívar el l’émancipation descoloniesespagnoles, PP. 144U, i
12631 Carlos Pereyra, Humboldt en América, p. 236. El autor cita a Mancini. g
127 Rojas, Humboldtianas, lomo n, pp. 1 70JJ. Rojas afirma que Humboldt, favo- )
rabie a la emancipación de la que le hablaba Bolívar, dudaba de que éste último fuese
un genio capaz de ponerse al frente de una revolución larga y sangrienta. 4
128G. LAFOND y G. TERSAN, Bolívar el la libération de l'Amériquedu Sud,p. 38. JJ
44
Karl Panhorst, “Simón Bolívar undAlexander von Humboldt”. Este trabajo
fue j
traducido al español y publicado en el Boletín de Historia y Antigüedades
(Bogotá)
núms. 462-464, vol. XL (1953), pp. 217-228.
45
Salvador de Madariaga, Bolívar, tomo i, pp. 77-80.
46
Uriel Ospina, “Bolívar en París”. El autor destaca que en comparación con los
demás salones del París de aquella época, el de Fanny de Trobriand era sumamente I
modesto.
T
Las élttes
.adflS e| 10de noviembre de 1821 y el 5 de febrero de 1826,y lies de
HISPANOAMERICANAS

'luiíibolfK • Bolívar fechadas el 29 de julio de 1822, y el 8 y el 28 de


viembrede 1825
U carta del 10 de noviembre de 1821 fue confiada a un tal Bollmann, y
ella Bolívar expresa un deferente afecto. El barón de Humboldt
acribe el Libertador— ha de permanecer en el recuerdo de América como
¡I gran hombre que “con sus ojos la ha arrancado de la ignorancia y con su
pluma la ha pintado tan bella como su propia Naturaleza". Los americanos
recuerdan los rasgos de su carácter moral, las eminentes cualidades de su
generoso carácter y concluye:

Al contemplar cada uno de los vestigios que recuerdan los pasos de


usted por Colombia, me siento arrebatado por las más poderosas impre-
siones. Así, estimable amigo, reciba usted los cordiales testimonios de
quien ha tenido el honor de respetar su nombre antes de conocerlo y
de amarlo cuando los vio en París y Roma.129 130

En su segunda cana, escrita en Lima el 5 de febrero de 1826, Bolívar


recomienda a Humboldt al “señor París, ciudadano de Colombia ";41 pero
el texto de dicha carta carece de todo interés para nosotros.
En lo que a Humboldt se refiere, en su primera carta a Bolívar, escrita
en
París el 29 de julio de 1822,131 el sabio alemán recomienda a Boussingault
y a Rivero al presidente de la república de Colombia, recordándole ¿Bolí-
var la época en que “vos y yo hacíamos votos por la independencia y la
libertad del Nuevo Continente", expresándole su admiración y más devoto

129 Hemos hallado la carta de Bolívar a Humboldt (10 de noviembre


de 1821) en el
Boletín de la Academia Nacional de la Historia, tomo xui, núm. 166
(abril-junio jde
19S9), p. 158; aunque también figura en la Revista de la Sociedad
Bolivarianajde
Venezuela (Caracas) num. 59 (24 de julio de 1959), p. 193.
13041 La carta de Bolívar a Humboldt (5 de febrero de 1826) se halla en
las Cartas del
Libertador de la edición de Vicente Lecuna, tomo v.
131 El texto de esta carta de Humboldt a Bolívar (29 de julio de 1822)
es citado por
Rojas, Humboldtianas, tomo u, pp 174w. También figura, aunque sin fecha
en la
página 157 del ya mencionado Boletín de b Academia Nacional de la
Historian ¡
había sido publicado en las Memorias del general D. F. O’Leary,
tomoxu,p.2M

IX
LAbi

afecto. Después de hacer mención de la naturaleza de los trabajos que sus


dos recomendados van a realizar en América, Humboldt concluye:

Fundador de la libertad y de la independencia de vuestra bella patria,


habréis de aumentar vuestra gloria haciendo florecer las artes de la paz
[...] Esa paz que vuestros ejércitos supieron conquistar no puede desva-

127
necerse pues ya no tenéis enemigos externos y además contá¡s
excelentes instituciones sociales y con una sensata legislación QU ^
brán de preservar a la República de las más grandes de las ca)amj(|Jj
las disensiones civiles. Reitero mis votos por la grandeza de l o s J
blos de América, por el fortalecimiento de una sensata libertad y
felicidad de quien ha demostrado una noble moderación en medir, *
tan prestigiosos sucesos.

El 8 de noviembre de 1825, Humboldt escribe por segunda vez a |W


var, esta vez para recomendarle a un tal Kiener, natural de Colmar, “ coniCr
ciante” En esta ocasión le reitera al destinatario de la carta su testimonio
de admiración y simpatía. Hace mención de una carta que Bolívar habíala
escrito desde Quito y “que ha sido para mí un gaje precioso de la antig Ua
amistad de usted hacia mi persona" Humboldt prosigue diciendo que es r
título de amigo que le recomienda una vez más a Boussingault, quien
hace
ya tres años que radica en Bogotá. Finalmente le agradece sus gestiones
ante el Dr Francia, dictador de Paraguay, en favor de Bonpland, a quien
Francia había tomado prisionero A su tercera carta, del 28 de noviembre
de
1825, Humboldt adjunta el trozo de su Narración histórica en que rinde
homenaje a Bolívar por haber dispuesto la emancipación de los esclavos
negros.50
De este intercambio de correspondencia es posible sacar numerosas
conclusiones. En primer lugar se obtiene la impresión de que Bolívar
admi-
ró sinceramente a Humboldt, si bien la referencia al recuerdo dejado por
Humboldt en Colombia puede interpretarse de forma tal que contradiría
esta suposición. Por nuestra parte hemos preferido descartar la hipótesis
de
que dicha alusión podría sugerir; Bolívar por cierto no era un hombre
pro-
clive a esas intrigas. Por el contrario es legítimo pensar que Bolívar
anhela-
ba hacerse de un aliado en Europa, en un momento en que realmente
necesitaba contar con cierta audiencia en el Viejo Continente. Pero evite-
mos caer en la búsqueda de explicaciones que sin duda son harto
arriesga-
das. El hecho concreto es que, si bien Bolívar parece haber profesado
estima
y admiración por Humboldt, no puede afirmarse que tales sentimientos
ha-
yan sido recíprocos. Humboldt se declara amigo de Bolívar, pero su
actitud
hacia él es sumamente reservada. Es evidente que cuando ambos se en-
cuentran en París, en el salón de Fanny de Trobriand, Humboldt distaba
de
creer en la inminente independencia de las colonias españolas. En el seno
de la sociedad hispanoamericana, él había detectado demasiados elemen-
tos negativos que impedían suponer —dentro de la hipótesis de una even-
tual separación— toda posibilidad de una vida política normal.

50
Estas dos cartas figuran en Rojas, HUMBOLDTIANAS, tomo n, pp. 177-178.
en la carta del 29 de julio de 1822 citada más arriba, y a
olí
pr * ^¡biies elogios, puede leerse entre líneas un cierto temor ante
.jr TE lJs mental que Bolívar —con todo y su genio militar y arrojo-
nodid° descartar las disensiones civiles, funesta consecuencia de
l
ui^^sociabilidad y de las profundas divisiones habidas entre los
film ^ |a América española, fenómenos que Humboldt detectó en su
^ y s0brc los cuales hemos insistido en pasajes anteriores de
rtulU
i.|H> ^abajo. Humboldt pasó revista a los elementos positivos de la
IfllS
poifvar restablecimiento de la paz, ausencia de enemigos exter-
. cioncs sensatas, moderación por parte del jefe supremo; y su
q
s UC en el Nuevo Continente todo esto conduzca al nacimiento de
* nes políticos basados en los principios que él tanto admira. Pero esta
w1111 rac¡5n de elementos positivos y con la cual el autor está rindiendo
' ^naic a la obra de Bolívar ¿no podría interpretarse también como una
Cl Üt1

^je de balance elaborado por Humboldt a fin de tranquilizarse a sí


*>^0 en cuanto a los destinos de la Nueva República fundada por el
libertador7 ¿No delata este pasaje, acaso, su preocupación ante un futuro
„ e| cual no se atreve a creer? Demasiado bien conocía Humboldt los
¿efectos de las sociedades hispanoamericanas como para haber podido
vislumbrar, sin temor, el destino de las flamantes instituciones creadas por
Bolívar.
En segundo término, si por un instante tratamos de imaginar las entre-
vistas que en 1804 mantuvieron Humboldt y Bolívar en París, podremos
mejor aquilatar la sorpresa, el asombro y a fin de cuentas, el escepticismo
que pudo experimentar el sabio alemán al meditar sobre las probabilida-
des que tenía Bolívar de llevar a cabo con éxito su empresa. Tenemos por
un lado a un hombre joven, apenas salido de la adolescencia, pero ya mar-
cado profundamente por la vida, elegante y ávido de los placeres que todo
extranjero rico va a buscar a París. En la contraparte tenemos a un sabio en
plena posesión del vigor de su edad (35 años) y coronado de la legítima
gloria que su viaje por América, verdadera proeza en los albores de ese
siglo, le había merecido. En los salones en que ambos se encontraron, es a
Humboldt a quien es menester escuchar; él es el sabio, él es el oráculo. El
joven criollo, perdido y deslumbrado en una ciudad preñada de atractivos,
se parecía demasiado a esos hijos de comerciantes o de hacendados ricos
que Humboldt había conocido en Venezuela o en otros lugares, y a quienes
-como hemos visto anteriormente— ya por entonces les reprocha elhaber
abrazado teorías extranjeras (norteamericanas, inglesas y francesas), sin an-
tes haberse informado de cómo debían ser las instituciones políticas sanas. 31

51
Nos es menester expresar aquí nuestro total desacuerdo con los juicios
vertidos
por Juan A. Ortega y Medina quien, en el estudio preliminar de su
bellísima ediciái
Por otra parte contamos con diversos textos que ponen en
auténticos sentimientos de Humboldt con respecto a Bolívar El 2l Ir.
de 1822, en vísperas de la partida de Boussingault hacia América, H^ U

le escribe al joven estudioso diciéndole que ha recibido carta de nS


Se trata de la carta fechada el 10 de noviembre de 1 821 (la primer ¿N
tenemos conocimiento) y de la cual Humboldt envía a Boussini?- ? <i--
copia. Según Humboldt, esta carta S

no podría ser más lisonjera, más aún teniendo en cuenta que no r


escrito ni una sola carta al General durante los últimos quince i! ■
que bien podía yo dudar del efecto que producirían las cartas qUe .
f) ‘
dado. Como veréis, tal incertidumbre se ha desvanecido totalmenu 2
hombre que espontáneamente me escribe estas líneas os recibirá t|i
como yo lo deseo. Es para mí una gran ventaja el sentirme tranquil!
respecto, sabiendo que ello contribuirá —así lo espero— a hacer
fácil y agradable vuestra permanencia en el otro continente

De este pasaje se cosecha una cantidad valiosa de datos. En pri^


lugar nos enteramos de que Humboldt se abstuvo de escribir a Boíív-
durante todo el período que duró la actividad política y militar de ésa
último en su lucha contra España. Humboldt no había escrito una solal^
a Bolívar en los últimos quince años, es decir desde 1806, lo cual permite
suponer que le habría enviado una carta por lo menos entre 1804 y (80á.
Ignoramos este hecho, por cuanto no poseemos ningún rastro de correspon-
dencia entre ambos hasta 1821, año en que está fechada la primera carta de
Bolívar a Humboldt. Sea como fuere, esta o estas cartas —si es que alguna
vez fueron escritas— carecerían de especial interés, por cuanto en 1806
Bolívar no gozaba de renombre alguno ya que recién comenzó a destacarse
en el escenario político a partir de los años 1810-1811. En segundo térmi-
no, advirtamos la inquietud de Humboldt acerca de la suerte que le estaña
reservada a sus cartas de recomendación: no se muestra en absoluto seguro
de la amistad de Bolívar. Podríamos hallar quizás la razón de tal incerti-
dumbre en una carta que Fanny de Trobríand escribiera a Bolívar en 1826:
“Vino el barón Humboldt.. No comprendo cómo es que el señor Baria
española del Ensayo político sobre la Nueva España, reprocha a Humboldt el cadete
superficial y precipitado de sus trabajos científicos, así como la falta de seguridadde
su enfoque. ¡El autor condena en Humboldt el no haber sabido descubrir en Bolívar
el Libertador de América del Sur! Tal acusación carece totalmente de fundamentoy
denota además un desconocimiento absoluto de las condiciones en las que Humboldt
conoció a Bolívar. Véase Juan A. Ortega y Medina, prólogo al Ensayo político soh
el reino de la Nueva España, p. xl.
Humboldt y la población blanca Las élites hispanoamericanas

, JC declararse vuestro amigo, puesto que en la época en que el éxito de


^sira empresa era aún dudoso, él y el señor Delpech eran vuestros más
^vientes detractores"
¿Qué tanto crédito se deberá dar a este testimonio? Aun teniendo en
.ucnta la exageración a la que debe haber sido proclive el espíritu exaltado
que -—ajuicio de todos los testigos— fue Fanny de Trobriand, este pasaje
-onúene indudablemente una considerable cuota de verdad. Humboldt no
creyó en Bolívar. Tal es concretamente la conclusión que sacamos del con-
justo de textos aquí mencionados Para confirmar esta aseveración,
^inscribiremos Cn seguida la confesión que el propio Humboldt hiciera en
j¡¡53 a O'Lcary, quien en tal fecha lo visitó en Berlín:

Traté mucho a éste (Bolívar), después de mi regreso de América, a fines


de 1804. Su conversación animada, su amor por la libertad de los pue-
blos, su entusiasmo sostenido por las creaciones de una imaginación
brillante, me le hicieron ver como un soñador. Jamás llamado a ser el
jefe de la cruzada americana. Como acababa de visitar las colonias
españolas y había palpado el estado político de muchas de ellas, podía
juzgar con más exactitud que Bolívar, que no conocía sino a Venezuela.
Durante mi permanencia en América jamás encontré descontento; pero
sí observé que si no existía grande amor hacia España, había, por lo
menos, conformidad con el régimen establecido. Más tarde, al comen-
zar la lucha, fue cuando comprendí que me habían ocultado la verdad y
que en lugar de amor existían odios profundos o inveterados que esta-
llaron en medio de un torbellino de represalias y de venganzas. Pero lo
que más me sorprendió fue la brillante carrera de Bolívar, a poco de
habernos separado, cuando en 1805 dejé a París para seguir a Italia. La
actividad, talentos y gloria de este grande hombre me hicieron recordar
sus ratos de entusiasmo, cuando juntos uníamos nuestros votos por la
emancipación de la América española. Confieso que me equivoqué en
aquel entonces, cuando le juzgué como un hombre pueril, incapaz de
empresa tan fecunda, como la que supo llevar a glorioso término. Me
había parecido por el estudio que había hecho de los diversos círculos .
de la sociedad americana, que si en algún lugar podía surgir un hombre
capaz de afrontar la revolución, era en Nueva Granada, que había da-
do manifestaciones a fines del último siglo y cuyas tendencias no me
eran desconocidas. Mi compañero Bonpland fue más sagaz que yo,
pues, desde muy al principio, juzgó favorablemente a Bolívar, y aun le
estimulaba delante de mí. Recuerdo que una mañana me escribió, di-
ciéndome que Bolívar le había comunicado los proyectos que le anima-
ban, respecto de la independencia de Venezuela, y que no seria extraño
que los llevara a remate, pues tenía de su joven amigo la opinión más
favorable. Me pareció entonces que Bonpland rabo en sus pfgaba a Humboldt al escribirle a Bolívar por primera vez. Nunca, en
también deliré I—I apreciaciones^p,no de sus escritos, Humboldt ha calificado de prematura a la indepen-
lirantc no era él sino yo. que muy tarde vine a con respecto ^a\ americana. Pero en su actitud reservada y en sus juicios sobre el
comprender mi Bolívar.
pccto del grande hombre, cuyos hechos admiro, cuya Agreguemos, no ohZjl
amiitJ1 que después del entusiasmo suscitado en su espíritu por
honrosa, cuya gloria pertenece al mundo32 los suc^Jj
1789, en 1804 Humboldt se hallaba lleno de escepticismo
Esta postrer declaración, hecha seis años antes de la ante tos^J
muerte de V dos que pudieran arrojar las revoluciones de la naturaleza
autor, confirma perfectamente nuestros análisis. Ella que fUc ’j
revela asinv^j dondequiera que tuvieran lugar. El entusiasmo
gran honradez de Humboldt, quien reconoce haberse revolucionario qUe 3
equivocado de^l colmado su espíritu en París, en 1790, pronto habría de
Las ÉUTts hispanoamericanas
ceder paso tido de anarquía en que se hallaba sumida la sociedad
cepcionada visión de los acontecimientos. Sin embargo hispanoamcrica-
l
creemos oponJ ' cUya vida presenció de cerca entre 1799 y 1804, todo
volver sobre las ideas que Humboldt trajo consigo a su parece indicar
la
regreso de la A IM ? ' ’c ¿c ninguna manera podía prever una independencia
española en 1804. Resulta bastante asombroso que no que, pruebas en
haya presentido3 pierre Chaunu se encarga de demostrar que se llevó a
absoluto las guerras de la independencia americana, y cabo bajo las
quizás se puedajT -liciones más catastróficas. Así pues, el error de
llar una confirmación de tal actitud en los trabajos de apreciación cometido
historiadores actual - Humboldt acerca de Bolívar, y al mismo tiempo sobre
En un interesantísimo artículo, Pierre Chaunu discute las las posibilidades
interpretas- inmediatas de la independencia americana, ya no resulta
nes clásicas de la independencia de la América española, tan insólito ni tan
así como explicable. Seguramente bien pudo haberle asombrado el
esquemas tradicionales que se han propuesto Devuelve hecho de que
estos esquema] ¿ta última se hubiese decidido en una época —bastante
banquillo de los acusados, demostrando para empezar fuera de lo común
que la indepeny cn (a historia de España— en la que sus amigos liberales

cia sucedió en un momento imprevisto y hasta se hallaban en el


imprevisible de la hisuj poder y en la que se vivía una situación r Jtica muy difícil
hispanoamericana. Refiriéndose a la Independencia, a raíz de la
Chaunu escribe J ocupación francesa determinada por Napouón. Pues
“se ubica, es aguardada normalmente en dos momentos parece ser que la sece-
determinados: ■ ¿ón de las colonias se realiza precisamente en el
mucho antes o mucho más tarde ”, es decir a fines del momento en que España
siglo xvu, “en J emprendía un camino que habría podido revelarse como
época en la que ya no existe el monopolio y en la que el fructífero y am-
imperio se h¡U plio merced a la Constitución de Cádiz de 1811-1812. No
reducido, de hecho, a una comunidad de sentimientos y hace falta tratar
de cultura”; o bit» aquí la estupefacción y el dolor de un liberal español de
en los años de 1860, que ajuicio de Chaunu representan la época, el histo-
“el auténticofJ riador A. Flórez Estrada, quien no logra comprender las
de la época colonial” merced a la creación de un poderío razones por las que
industrial vcvdJ los criollos quisieran “liberarse” de una España transfor-
deramente autónomo en el noroeste de los Estados mada en liberal.54
Unidos. El autor pinta Aun cuando reconoce con bastante claridad las causas de
que así la América española habría podido “ahorrarse las desavenen-
esta era de distuibJ cias entre España y América, se niega a aceptar un
que, entre 1810 y 1880, constituye la señal palpable de acontecimiento tan
una ruptura políti- extraordinario. Como conclusión puede afirmarse pues,
ca prematura”.53 Eran precisamente esos disturbios y esas que los temores de
disensiones ehil Humboldt sobre el devenir de las repúblicas
les —que irremediablemente habrían de suceder— la independientes de América
causa del temor qri estuvieron sólidamente fundados y que no se equivocó en
absoluto al pre-
ver las catástrofes que efectivamente habrían de
sobrevenir en la América
independiente.
Humboldt y la población blanca Las élites hispanoamericanas

52
Rojas, Humboldtianas, tomo u, pp. 179-181. Véase también el
artículo de;
Hanns Heiman, “Humboldt y Bolívar, el encuentro de dos mundos en dos54
A. Flórez Estrada, “Examen imparcial de las disensiones de América
hombres’;
con España,
Este artículo fue publicado en alemán en el homenaje a J.H. Schultze,
délos medios de su reconciliación y de la prosperidad de todas las
Humboli
Bolívar, pp. 215-234. naciones”, pp. 3-161.
53
Pierre Chaunu, “Interprétation de l’Indépendance de 1’ Amérique Latine"
6

Humboldt y las misiones españolas

Nota preliminar
La mayoría de los informes sobre las numerosas relaciones que mantuvo
Humboldt con las comunidades religiosas, así como con los misioneros y
curas de las colonias españolas del Nuevo Mundo, especialmente en Vene-
zuela, están presentados en la Narración histórica del viaje. Pero en razón
de que se hallan esparcidas en el más completo desorden, y como además
ha sido necesario remitirse a sus otras obras sobre América a fin de recolec-
tar aquí y allá una cantidad de detalles complementarios, nos pareció opor-
tuno reagrupar toda la información obtenida, calificando el cúmulo de
notas dispersas según un orden aceptable.
Ahora bien, antes de presentar el esquema de las misiones trazado por
Humboldt, y previo a examinar los problemas que la organización misio-
nera pudo haberle planteado, sería conveniente recalcar que nuestro autor,
fiel al procedimiento que es habitual en él, describe y juzga estrictamente
lo que sus ojos han visto. En términos generales, sus descripciones son
bastante precisas; aunque de vez en cuando estén redactadas con tanta
minuciosidad, que no siempre resulta fácil exponer con precisión su pensa-
miento, o distinguir lo verdadero de lo falso. En cambio, sus juicios y
opiniones son mucho menos ambiguos y permiten aclarar las descripcio-
nes; pero advirtamos que si se pasa indistintamente del relato propiamente
dicho a la parte crítica, se corre el riesgo de arribar a conclusiones exagera-
das, como las que sacaron en fecha reciente ciertos críticos de Humboldt.
Helmut de Terra afirma que nada produjo mayor indignación en
Humboldt que el estado de esclavitud en que se hallaban reducidos los
indios en el seno de las misiones. Pero aclaremos sin pérdida de tiempo que
De Terra confunde dos aspectos de la actitud de Humboldt, quien efectiva-
mente denuncia la esclavitud de hecho de los indios en América, para des-
cribir acto seguido la condición de los mismos en el interior de las misiones:
en éstas los indios no son esclavos. El problema de la esclavitud india será
analizado en otra parte del presente trabajo; pero observemos por
que Hehnut de Tena, al confundir indios reducidos con indios cscl*. * ]
—confusión en la que Humboldt no cayó, por cierto— nos recuerda 9
paso que nuestro autor, un auténtico producto del Siglo de las Luces n
pudo haber concebido siquiera una situación semejante.

Los sacerdotes españoles fueron constantemente objeto de una críif ]


ca devastadora por parte de Humboldt. Con sus expediciones a Ucaa J
de almas y su trato cruel a los aborígenes, aparecen, en los relatos de 1
viaje de Humboldt, como los verdaderos salvajes, salvo en contados I
casos donde reconoce sus contribuciones como exploradores. Posible,
mente, esta experiencia de ser el símbolo de la Cruz aliado con el salva. 1
jismo del fusil y el látigo, explica el desprecio de Humboldt hacia la 1
religión organizada.132
i

Este juicio es exagerado e incluso, en ciertos aspectos, completamente 1


reñido con la verdad. Las críticas de Humboldt —ya hemos tenido la oca. 1
sión de comprobarlo— raramente están dirigidas hacia los hombres, sino 1
fundamentalmente a las ideas que ellos encaman. En el caso que nos ocu* I
pa, cada vez que Humboldt se refiere a misioneros españoles encontrare*
mos una expresión de censura por cada cien de elogio. Humboldt no es I
pues, contrariamente a lo que afirma Helmut de Terra, un encarnizado de* 1
tractor del clero español de América a la manera de aquellos volterianos de I
fines del siglo xvm. Digamos también que nuestro autor no tenía necesidad!
de costearse un viaje hasta América para descubrir argumentaciones con j
que reforzar su escepticismo o su incredulidad en materia de religión, los I
cuales se remontan a su adolescencia, tal y como se ha visto en el capítulo jj
primero. Humboldt no se entregó a la tonta diversión de ridiculizar la reli* 1
gión a través de las imperfecciones de sus servidores. Y aun cuando los |
haya criticado en un tono sumamente irónico, de ninguna manera lo hizo 1
con la intención más o menos confesa de contribuir a la destrucción oala ■
inhabilitación del sistema misionero. Las misiones que él tuvo oportuni-J
dad de conocer en América, sobre todo las de Venezuela, no eran ya más que ■
pálidos reflejos de lo que habían sido antes. Esto es algo que Humboldfl
133
conoce muy bien, y lo demuestra en las numerosas ocasiones en que alude fl

132 Robcit Ricard, La conquéte spiriluelle du Mexique.


3
Francisco Mateos, “Viajes de Humboldt a la América española”.
133 Helmut de Terra, Humboldt, su vida y su época, pp. 94-95 de la edición mexi*
cana, y pp 90-91 de la edición alemana. Sin prueba alguna, el autor agrega que “las
faltas de los misioneros aparecen relatadas por él con hechos, rara vez comentados!
con juicios de ninguna especie, como si al escribir su relación hubiera tenido presente
que la censura podía quitarle oportunidades futuras para explorar".
Tin ^cuerdo que las misiones jesuíticas habían dejado a su paso. En el
[ ;l ,h \viu d sistema misionero aún funcionaba, por cierto, pero había perdi-
da el ímpetu y el brío que tuvo en los primeros decenios de la conquista
^ntual, tema que el profesor R. Ricard ha estudiado tan minuciosamen-
. £n aquélla una época en que dominicos y franciscanos desembarcaban
México ávidos de encontrarse con esa naturaleza humana que de todo
^rirón habían imaginado más apta que la del Viejo Mundo para recibir la
! p¿|abni de Cristo.2
I Debido a la fuerza de las circunstancias y posiblemente también a causa
I je uo cierto descorazonamiento y de una desilusión muy humanos, el entu-
I jiismo evangélico de los primeros tiempos había cedido el paso a una
| práctica misionera indudablemente activa, pero que en cierto modo se ha-
I bis empantanado en la rutina de tareas cotidianas verdaderamente
I gobiantcs. Humboldt no dejó de elogiar en más de una oportunidad la efi-
cicii de las misiones jesuíticas, algunas de cuyas ruinas divisará en la re-
pta del Orinoco superior.
La obra misionera es vista por Humboldt como una modalidad de la
actividad del espíritu humano, y, en este caso, del impulso colonizador de
los europeos del siglo xvi; modalidad aplicada a resolver un problema espe-
cialmente difícil: ¿cómo, en un momento dado de la evolución del mundo,
! europeos civilizados habían podido intentar, a través del sistema misione^
io, el desarrollo de grupos humanos que hasta entonces habían permaneci-
do fuera de la historia de la humanidad? Así es —ajuicio nuestro— como
i debe ser interpretado el testimonio de Humboldt sobre las misiones.
Como la mayor parte de los buenos observadores del fenómeno misio-
j «roen América, Humboldt percibió claramente que la obra colonizadora y
civilizadora se hallaba estrechamente vinculada a la labor evangelizadora
propiamente dicha, y que incluso con bastante frecuencia la primera le
¡inaba de mano a la segunda. Este concepto sociológico e histórico parece
do haber sido del agrado del padre jesuíta Francisco Mateos, quien en un
estudio procede a clasificar las apreciaciones de Humboldt en dos grupos
distintos, elogios por un lado y críticas por el otro .3 A diferencia de Helmut
de Terra, el padre Mateos señala que Humboldt tuvo el propósito de ser
objetivo. Pero a nuestro modo de ver, el principal defecto de su exposición
consiste en que ha mezclado las descripciones con los juicios
humboldtianos. De los textos él va seleccionando una serie de elogios que
van desde la mera ponderación de algunos misioneros a consideraciones
muy generales sobre los resultados positivos logrados por las misiones. Lo 1
Humboujt y la población
blanca
mismo ocurre con las críticas vertidas por el sabio alemán, reunidas p^.
Francisco Mateos en un segundo grupo A través de semejante proccdj
miento resulta imposible obtener una visión clara del pensamiento A
Humboldt. Una impresión personal, fugaz a veces, buena o mala del vj ajt I
ro, y un concepto general, elogioso u hostil, sobre la organización misione,
ra y sobre los principios mismos de la evangelización, son dos factores qu e
de ninguna manera puede hacérselos jugar dentro de una misma escala <| e
valores, pues difieren enormemente en cuanto a significación y trascei».
dencia La primera pertenece al relato propiamente dicho, a lo anecdótica
incluso, el segundo corresponde a la jurisdicción de la historia de las ideas I
Al igual que Hclmut de Terra, aunque a través de un estudio más cuidadoso |
el padre Mateos saca como conclusión de su análisis que Humboldt, influí- I
do por las ideas de “la Ilustración, de la Revolución Francesa, de las burlas
volterianas y del liberalismo romántico anticlerical", pasó junto a las mi. ¡
siones pero no llegó a comprenderlas. Tan severo juicio merece ser aiem* j
pecado por nosotros. Es posible que con respecto de las misiones Humboldt I
no haya logrado comprenderlo todo. Pero supo ver cosas en cantidad sufí. 1
cíente como para permitimos extraer una serie de interesantes conclusio-
nes del esquema que en relación a las misiones nos legara.
Si se quiere definir con precisión y exactitud las relaciones entre
Humboldt y las misiones, la primera observación que debe hacerse es la de
que no estuvo entre los propósitos del viajero alemán el visitarlas en forma j
sistemática, sino que simplemente fue hallándolas a su paso. Humboldt no 1
visitó las misiones con la intención particular de escribir más tarde algunos
capítulos al respecto, sino que pasó por ellas más por necesidad que por
gusto. En efecto, siempre que pudo hacerse alojar por un funcionario espa*
ñol o en la casa de algún hacendado criollo en vez de solicitar albergue en ]
una misión, no titubeó en elegir la primera de dichas alternativas. Solamen-
te se detuvo en las misiones o en los curatos cuando no tuvo más remedio j
que hacerlo, ya fuese porque correspondía hacer un alto en el viaje, o bien I
porque materialmente no había otro lugar donde hacer noche, como ocu* j
crió con frecuencia sobre todo en el trayecto por el alto y medio Orinoco yl
en la región del Casiquiare y del Río Negro.
Habiendo dejado claramente sentada esta importante observación, pro*
cederemos a organizar un plan muy distinto del que eligió el padre Mateos. I
1
Estudiaremos en primer lugar las relaciones de Humboldt con los misione-
ros, así como las críticas —muy escasas por otra parte— que vierte sobre I
algunos de ellos. A continuación examinaremos las descripciones que j
Humboldt nos ha dejado de las misiones, para reproducir finalmente]
—discutiéndolas llegado el caso— sus ideas acerca de la organización]
misionera, así como su opinión acerca del papel que dicha organización ]
desempeñaba, y el que debería desempeñar en América.

IM i
Los misioneros vistos por Humboldt134 135 136 137 138

"malo misioneros
s
ntftf dc *as afirmaciones de Helmut de Terra, por nuestra parte y después
|ia^<r rastreado minuciosamente en las obras de Humboldt, no hemos
lapido detectar más que dos ejemplos de malos misioneros, Por otra parte,
¿¿usía casos que el autor menciona en forma casual y en relación con su
^jopor curatos regidos ciertamente por misioneros, pero que no eran mi-
¡ones propiamente dichas. Estos ejemplos se refieren al curato de San
tañando Rey, de Cuturuntar, y al curato de Catuaro, dependientes ambos
¿c la misión de los capuchinos aragoneses de Cumaná.139
En San Femando, Humboldt es recibido por un “capuchino aragonés de
pniy avanzada edad", que lo asombra por su “extraordinaria obesidad, su
excelente humor y su interés por los combates y los sitios militares". 9
Este singular capuchino no se muestra demasiado convencido de la
utilidad que podía tener el viaje del sabio alemán a través de Venezuela.
Con gran sentido del humor, Humboldt relata que el capuchino, cuya sen-
sualidad se había desarrollado exageradamente “por la ausencia de activi-
dades del espíritu", con el mayor ahínco se empeña en hacerlo presenciar el
sacrificio de una vaca. Para el religioso, en efecto, “de todos los goces de la
vida, sin exceptuar el buen dormir, ninguno podía compararse al placer de
saborear una deliciosa carne de vaca". Así, a la mañana siguiente, nuestro

134* Humboldt emplea indistintamente los términos “monje", “hermano", “religio-


so”, o “misionero", así como el adjetivo “monacal", para designara los religiosos o a
lis instituciones misioneras que conoció en América.
135 Humboldt señaló que los misioneros parecían ser más competentes y más
136esforzados que los curas de parroquia. Por el contrario, afirma que los indios de los
137poblados daban la impresión de ser más felices que los que vivían en las misiones.
138Humboldt estaba muy bien informado acerca de las distintas instituciones del
clero secular y regular en América. Establece claramente la diferenciación que existe
entre la misión o pueblo de misión, que es “un conjunto de viviendas alrededor de una
iglesia (...) servida por un monje misionero" y el pueblo de doctrina, “aldea indígena
gobernada por los curas”. Están también el cura doctrinero, “cura de una parroquia de
indios” y el cura rector, párroco de un pueblo habitado por hombres blancos o de raza
anta, Relation historique, tomo ni, libro n, cap. vi, nota 1, p. 50.
139‘ Humboldt completa este retrato de la siguiente manera: “Sentado sin hacer
absolutamente nada durante la mayor parte del día en un gran sillón de madera
toja, se lamentaba amargamente de lo que él denominaba la pereza y la ignorancia de
sus compatriotas. Nos hizo mil preguntas sobre el verdadero propósito de nuestro
viaje, que se le figuraba arriesgado o por lo menos completamente inútil”, ¡bid.,
pp. 53-54.
viajero se ve obligado a asistir a la carneada de uno de esos rumian^
“operación repugnante", que no obstante le permite a Humboldt apr^
“la extraordinaria destreza de los indios chaymas que, en número de
y en menos de veinte minutos cumplieron la tarea de descuartizar al anj^
en pequeñas porciones".
A continuación del relato sobre este capuchino glotón y no obsum*
bondadoso para con sus indígenas (lo cual es sin duda más importanigi
viene el del segundo “mal misionero", el cura de Catuaro bautizado “m 0n'
je" por Humboldt. Pertenecía a la Congregación de la Observancia, es decir
que se trataba de un franciscano a quien los capuchinos le habían confia^
el curato “por cuanto carecían de sacerdote de su propia comunidad", gi
personaje resulta por demás singular

Se trataba —escribe Humboldt— de un doctor en teología, un hombre


menudo, seco, de una vivacidad petulante (...) que había conservado
una muy poco feliz predilección por lo que él daba en llamar cuestiones
metafísicas. Quería saber lo que yo opinaba acerca del libre albedrio.de
los medios para liberar a los espíritus de su prisión corporal y sobre todo
del alma de los animales, sobre los cuales tenía las más insólitas ideas

Además, vive en estado de permanente conflicto con las autoridades


civiles. Nada nos dice Humboldt sobre la forma de gobernar ejercida por
este misionero, pero tiende a señalar con indignación que este cura era
acérrimo partidario de la esclavitud y de la trata de negros. Fue esto, por
otra parte, lo que produjo un profundo disgusto en el ánimo del viajero.7
Tales son, pues, los únicos “malos misioneros" con que se haya tropeza- j
do Humboldt a lo largo de todo su viaje a través de las misiones. No pase-
mos por alto el hecho de que, por otra parte, el sabio alemán dirige su crítica
sobre todo hacia el comportamiento estrictamente personal y no hacia la j
gestión del misionero que, en el primero de ambos casos, considera positiva, j
Estos ejemplos demuestran que Humboldt no es todo lo agresivo que
Helmut de Terra supone. Por el contrario, los testimonios favorables son tan
numerosos que nos hemos visto en la obligación de hacer una selección de
ellos a fin de no sobrecargar nuestro relato. En la obra de Humboldt, a cada
instante aparece un elogio a propósito de la bondad, de la tolerancia y de la 1
hospitalidad de los misioneros.
Los "buenos" misioneros
En el convento-hospicio de Caripe, perteneciente a los capuchinos arago-
neses de Cumaná y cuyo nombre completo era Santo Ángel Custodio de
7
Ibid., tomo ui, libro ni, cajr vm, pp. 222ss.
por los monjes”.
s^' h o alemán expresa su sorpresa ante la biblioteca de la misión, que

¿o alemán expresa su sorpresa ante


la Jodeei------------------------ ----------------------------------------------- --------- biblioteca de la misión, que
lU
^5p jg jas Luces parecían hacer sentir sus efectos “en las selvas de 1
lar incluía “el Teatro crítico
t^^»>_«_or_onósUo_deJa acogida que le fue brindada en las colonias
de Feijoo, las Cartas edificantes y
el
¿rjg electricidad del abate
Nollet”. Alegrándose al advertir
que los
de las Luces parecían hacer sentir sus efectos “en las selvas de
f^^»>_«_omnósito_deja acogida que le fue brindada en las colonias
1
te de Alemania.1 Portando los documentos que me había suministra-
li Corte, no había ninguna razón para que yo tratara de disimular

ste hecho; así y todo ningún indicio de desconfianza, ninguna pregun-


ii indiscreta, ninguna tentativa de controversia afectaron jamás el pre-
cio de una hospitalidad brindada con tanta lealtad y franqueza .9

, observemos que Humboldt no dice pertenecer a la religión reformada, sino


^lemenie que es “nacido en la parte protestante de Alemania”. Con esto nos está
¡odicando que sin duda él omitió declarar expresamente a los religiosos que no era ni
jiquieni protestante. Este hecho tiene bastante importancia, por cuanto las rivalidades
¿tías misiones católicas españolas de Guayana y las misiones protestantes holan-
das establecidas en las comarcas vecinas eran particularmente agudas por aquel
ENTONCES. Véase al respecto, Jules Humbert, Les origines vénézuéliennes, en especial
dlibro vi, "La Guyane’% pp. 239-322.
»gtlaiion historique, tomo ni, libro m, cap. VII, pp. 142-143. En el mismo capi-
llo Humboldt recuerda la delicadeza de los capuchinos aragoneses del hospicio de
Cmpe, quienes se privaron de sus alimentos para ofrecérselos a los viajeros: “Las
bellezas naturales de estas montañas nos cautivaron tan intensamente que fue muy
■de cuando llegamos a percatamos de los aprietos que estaban sufriendo los bonda-
dosos religiosos que nos brindaban asilo. No habían logrado reunir sino una magra
provisión de vino y de pan de trigo candeal, y aunque en estas regiones tanto el uno
COMO el otro son considerados alimentos de lujo, vimos con pesar que nuestros
propios anfitriones se privaban de ellos. Nuestra ración de pan había disminuido ya a
TRES cuartos, y sin embargo, los torrenciales aguaceros nos obligaban aún a aplazar

13
9
nuestra partida dos días más. ¡Cuán largo se nos hizo este retraso! ¡Cuán temible nos
pueda el sonido de la campana que nos llamaba al refectorio! Frente a la delicada
Humboldt y las misiones españolas
ACTITUD de los misioneros comprendimos hasta qué punto nuestra situación contrasta-
ban la de los viajeros que se quejan de haber sido despojados de sus provisiones
■tosconventos coptos del Alto Egipto”, ibid., p. 202. ¿Es éste, acaso el lenguaje con
?*e se expresaría un enemigo encarnizado de los sacerdotes españoles? Observemos
üm n
^ >en la última frase, que el dar testimonio de su gratitud no aparta a Humboldt
*«inveterada inclinación comparatista.
w. I---------— w.w JU.WU general ai esiuoio ae la relaciones n.
que Humboldt mantuvo con los misioneros, veremos que estos I
mostraron en todo momento sumamente cordiales. En estos
Humboldt halló un calor humano, un afecto y una abnegación qu
movieron profundamente. Entre los misioneros se encontró con 5*°^
muy jóvenes aún pero ya minados por las fiebres, con ancianos queS'11
"sufrido veinte años de mosquitos” en las más recónditas selvas de] (wjl
con misioneros pobremente vestidos, peor alimentados, y para cok*'I
menudo injustamente acusados de poseer fabulosos tesoros. Tálese] 'I
del padre Zea, quien acompañó a ios viajeros en su recorrido fluvial
curso superior del Orinoco, del Río Negro y del Casiquiare Este rel/pJ* I
que en la caverna de Ataruipe había descubierto importantes restos de I
pulturas indígenas, y en particular esqueletos pintados con onoto, ^ I
con huesos y otros notables objetos, había sido injustamente acusado^
un blanco de haber hallado tesoros fabulosos entre las tumbas indíg*
Según la opinión pública ¡ tales tesoros habían sido escondidos por
jesuítas antes de su expulsión!140 Humboldt intenta destruir tal leyenda i*,
sistiendo con vehemencia sobre las condiciones de vida verdaderame^
miserables que él pudo observar entre los misioneros. Compartióconeifc,
manjares muy poco tentadores: carne de mono asada, pasta de hormj#¡
etc. Pudo tomar conocimiento de las increíbles dificultades que debieres
enfrentar estos hombres ante una naturaleza hostil, y en medio de grupa
humanos víctimas de todos los horrores de la vida primitiva. Los peligros
que él mismo debió afrontar y que para los misioneros constituían cipa
cotidiano, lo convencieron sobradamente de que éstos estaban muy lejos
de concordar con las falsas descripciones que de ellos se había podido
hacer en Europa. Al registrar todos estos hechos, Humboldt da prueba de
una gran sensibilidad, su indiferencia y hasta su hostilidad ante el hecho
religioso no influyeron en absoluto en la objetividad de su testimonio.
Pero remitámonos más bien a los hombres que Humboldt pudo encos-
trar en el curso de su viaje. Siempre que le es posible, da el nombre dd

140 El relato del padre Bernardo Zea es referido por Humboldt en estos términos:
“Os resultará difícil creer [.. ] que esos esqueletos, esos vasos pintados, esos objeto
que creíamos ignorados por el resto del mundo fueron causa de desgracia para mí j
para mi vecino, el misionero de Cancharía. Habéis comprobado el estado de miseria
en que vivo en los Raudales. Devorado por los mosquitos, careciendo a menudo lusti
de bananas y de mandioca, ¡me he encontrado con que en la región hay gente envidio-
sa! Un blanco [...] me ha denunciado [...Ja la Audiencia de Caracas, acusándome*
ocultar un tesoro que yo habría descubierto [...] entre las sepulturas indígenas" ¡Se
trata nada menos que del tesoro de los jesuítas! “Cubrimos inútilmente un trayecto*
ciento cincuenta leguas” hasta Caracas; nadie quiso creer mi versión de los hechos ¡y
se nombró comisionados para que vinieran a investigar en el terreno!, ibid., tomovt
libro vil, cap xxi, pp. 147-149

un
misionero de que se trate, pero parece que en algunas ocasiones no pudo
kjllir en sus libretas de apuntes el nombre exacto. En tales casos se conten-
«con escribir simplemente “el buen misionero de tal lugar”. Para empezar,
menciona el nombre del gran fundador de las misiones de capuchinos ara-
goneses: fny Francisco de Pamplona, en el siglo Tiburcio Redín." “El
nombre de este religioso —escribe— es aún reverenciado en la provincia,
fue él quien diseminó los primeros gérmenes de la civilización en estas
montañas” Humboldt tampoco olvida mencionar los nombres de los tres
grandes misioneros de Venezuela: el padre Caulín, el padre Gumilla y el
padre Gilii, a quienes tendremos oportunidad de reencontrar en un futuro
capítulo.
Entre aquellos a quienes Humboldt conoció personalmente, Figura
en lugar destacado el hermano lego Juan González, a quien conociera en
Cumaná y con quien entablara sólidos lazos de amistad. El hermano Juan
González iba a acompañarlo en su viaje al Orinoco, pero a último momento
Humboldt y Bonpland le confiaron la tarea de hacerse cargo del traslado de
una colección botánica completa al Museo de Historia Natural de Madrid.
Desgraciadamente, dicha colección jamás llegó a destino, pues el navio
que transportaba al hermano González con su valioso cargamento naufra-
gó frente a las costas africanas, con pérdida de bienes y de vidas. En nume-
rosas oportunidades, Humboldt expresó su dolor por la desaparición de tan
excelente compañero.
En este grupo figura naturalmente el padre Zea, sobre cuyas desavenen-
cias con el poder civil nos hemos referido pocas líneas más arriba. Este
buen hombre no parece desprovisto de sentido del humor. Al llegar a la
misión de la Esmeralda, sobre el Casiquiare, reconoce que los mosquitos de
esta región son mucho más feroces que los que lo atormentaban en su
misión de los Raudales.
Humboldt nombra también al padre Bartolomé Mancilla, de la misión
de San Femando de Atabapo, quien le confió su diario de viaje sobre el río
Guaviare. En los documentos sobre las misiones de capuchinos aragoneses
con que contamos, aparecen algunos nombres que también figuran en los
escritos de Humboldt; el de Francisco de Aliaga, por ejemplo, que nuestro
viajero conoció en Caripe y quien más tarde llegaría a ser prefecto de las
misiones de los capuchinos de Cumaná y de las Bocas del Orinoco; tam-
bién el de Manuel de Monreal, quien en 1788 era presidente del curato de
San Francisco de Chacaraquar, y finalmente el de fray José María de Mála-
ga, capuchino andaluz de la misión de San Femando de Apure (marzo de
1800).141

141»¡bid., tomo ni, libro m, cap. ix, pp. 275-276, nota 1.


a Fray Froylán de Rionegro, misionero capuchino, Misiones de los padres capa-
chinos, véase en particular, con referencia a Francisco de Aliaga, pp. 314-315 y 316; con re-
ferencia a M. de Monreal, p. 223, y con referencia a J. M. de Málaga, pp. 235,304 y 308.
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN BLANCA

Humboldt menciona asimismo y con mucha simpatía al padre p,


con el que se encontró en Caracas Era él precisamente quien se dcd¡ ^

es descrito así

Las casas, o mejor dicho las cabañas de los indios chaymas, separad»
entre sí, carecen totalmente de jardines a su alrededor Las calles, lujJ
y bien alineadas, se cortan en ángulo recto; los muros, muy delgados y
poco sólidos, están hechos de barro y reforzados con lianas. Esta unifoj.
midad en la construcción, el aire grave y taciturno de los habitantes, I,
extrema limpieza que reina en el interior de sus viviendas, todo qJ
recuerda los establecimientos de los Hermanos Moravos [...] La na]
plaza de San Fernando, situada al centro del pueblo, encierra la iglesia
la residencia del misionero y ese humilde edificio al que pomposamente i
se le ha dado el nombre de Casa del Rey.13

En otro pasaje, Humboldt confirma su primera opinión acerca del aseo i


de las viviendas indias en las misiones: ‘‘El interior de las cabañas de losa
indios es extremadamente aseado. Sus hamacas, sus esteras, sus cachanos \
conteniendo mandioca o maíz fermentado, sus arcos y sus flechas, lodo j
está acomodado en el orden más perfecto*'.14
Además de su vivienda personal, cada indio de las misiones posee olía i
cabaña no lejos del conuco de la comunidad, a la cual se retiran tan fiel
cuentemente como les es posible.

13
Relation historique, tomo ni, libro m, pp. 50-51. Humboldt
comenta que estas j
Casas del Rey se asemejan mucho a los tambos del Perú. Al destacar la
similitud am
las misiones católicas y las comunidades de los Hermanos Moravos,
HumboUl
advierte que aun así “la independencia de las familias y la vida privada
de los miera-1
bros de la sociedad [en las misiones] son más respetadas que en las
comunidad»!
protestantes que siguen la regla de Zinzendorf’.
14
Ibid., tomo ni, libro ni, cap. ix, p. 296.
HUMBOLDT Y LAS MISIONES ESPAÑOLAS

La explotación agrícola en las misiones


Los cultivos varían según las regiones Sobre la costa, los misioneros con
sUS indios explotan la caña de azúcar o el añil, en el interior, el cacao,
btnanas, maíz, mandioca, legumbres etc. En Guanaguana se produce algo-
so, el cual es tratado en el lugar mediante una máquina de rodillos suma-
mente rudimentaria.19 En esta misión se cultiva asimismo el maíz, cuyo
rendimiento es excelente. Desafortunadamente, “no se desbroza mis que
unos pocos arpendes,142 143 y no se tiene cuidado en rotar los cultivos de las
plantas alimenticias"
En Caripc, el superior introdujo el cultivo del cafeto a la vez que el añil
era dejado de lado. Existen ya 5 000 pies de cafetos, número que ha de
triplicarse. El conuco de la comunidad abunda en vegetales comestibles,
maíz, caña de azúcar etcétera.
Las misiones de los cursos medio y superior del Orinoco, del Río Negro
y del Casiquiarc son mucho más pobres que las de la región oriental de
Venezuela, en los alrededores de Cumaná y de Angostura. En aquéllas, los
misioneros tropiezan con dificultades imponentes, clima húmedo, nubes
de mosquitos, población indígena inestable, además de un estado de aisla-
miento muy perjudicial para el desarrollo de la agricultura. A pesar de tan
desfavorables condiciones, algunos misioneros supieron organizar esta-
blecimientos excelentes, como por ejemplo el de San Baltasar de Atabapo,
dirigido por un capuchino catalán sumamente jovial, quien "en estas sal-
vajes comarcas desarrollaba la actividad que caracteriza a su nación". 16
Este misionero había logrado crear un bello huerto de higueras, aguacates,
limoneros y mameyes, asimismo, encomendaba a sus indios la tarea de ir a
recolectar el caucho silvestre (dapicho o zapi) a la selva. Sin embargo,
Humboldt señala que en algunas de las misiones perdidas en estas inhóspitas
comarcas, la agricultura se halla sumamente descuidada, aun cuando sus
rendimientos sean altamente satisfactorios. Es así que una almuda de tierra
(1 850 toesas cuadradas) puede producir en un año propicio, de 25 a 30
fanegas de maíz, "equivaliendo cada fanega a 100 libras”.17 Pero la insufi-
ciencia de tierras adaptadas a los cultivos no es siempre imputable a la

142u “Los indígenas poseen máquinas de muy simple factura para separar el algodón
de sus semillas. Consisten en cilindros de madera, de un diámetro extremadamente
reducido entre los cuales pasa el algodón, y que se mueven con el pie como la meca”,
ibid., tomo ui, libro m, cap. rv, pp. 127-128.
143 Medida agraria francesa que puede traducirse aproximadamente por fanega de
tierra, medida agraria española equivalente a 64 áreas (N del T.).
16
Ibid., tomo vn, libro vn, cap. xxn, pp. 282-283.
11
Ibid.
143
negligencia del misionero En el caso de la misión de Mandav^
ejemplo» visitada por Humboldt el 12 de mayo de 1800, el misioner ^
bondadoso anciano que pasó “veinte años de mosquitos en los bosque*
Casiquiare”, se desesperaba ante la imposibilidad de infundir vítaij^
su misión, pues los indígenas se hallaban aún demasiado atados a sus cr *'
tumbres salvajes. Según la opinión de Humboldt, en dicho lugar ,
haberse cultivado arroz, fibras, algodón, caña de azúcar y añil, tal y COlJ1*
fue comprobado por algunos ensayos llevados a cabo por los misionero/
Pero además, hay otro obstáculo que se opone al desarrollo de la agricult®. I
ra. la abundancia de hormigas, que devoran todo lo que hallan a su j
Cuando el misionero quiere cultivar legumbres, se ve obligado “a suspeni ¡
der su siembra en el aire: toma una canoa vieja y la llena de tierra; después
de haber plantado las semillas en esa tierra, cuelga la canoa a cuatro pjes
sobre el suelo utilizando a tal efecto cuerdas trenzadas con hojas de palme-
ra chiquichiqui".144
El método combinado de la agricultura y de la recolección era un medio
, eficaz de garantizar el funcionamiento y la supervivencia de las misiones!
r ubicadas en regiones geográficas desfavorables. El mejor ejemplo al res-
pecto nos lo proporciona la misión de la Urbana, la cual había sido fundada
por los jesuítas en la misma época en que lo fueron la de Carichana, la del
Raudal y la de la Encaramada, sobre el alto Orinoco. 145 En la Urbana, los
jesuítas habían organizado y racionalizado a escala poco menos que indus-
trial la recolección de huevos de tortuga, los que suministraban un aceite ¡
sumamente cotizado.
Antes de la llegada de los jesuítas, “los indígenas sacaban un provecho
mucho más reducido de los dones que la naturaleza había depositado allí
[sobre las riberas del Orinoco] en forma tan espléndida". Por otra parte, 1
Humboldt señala que los capuchinos que vinieron a reemplazar a los jesuí-
tas en esta misión, explotan estas riquezas naturales con menos habilidad y'
con menos sensatez que sus predecesores. 146

La implantación, la estructura y el funcionamiento de las misiones

Hasta el presente, no nos hemos encontrado con críticas verdaderamente


severas dentro de los juicios de Humboldt. Fue sobre todo la contribución

144 Ibid., tomo VIII, libro vm, cap. xxui, pp. 67-68. Esta técnica del “huerto col-
gante” prosigue en Venezuela en los tiempos actuales, como lo demuestra la fotogra-
fía tomada en las riberas del Orinoco por V. Vareschi en 1958, Geschichtslose Ufer,
p. 85.
145 Humbert, Les origines, p. 319, nota 1.
146 Relation historique, tomo vi, libro vu, cap. xix, p. 284.
r
HUMBOLDT Y LAS MISIONES ESPAÑOLAS
iones al progreso de la agricultura en zona tropical lo que lo
jí & feamente. Sobre este particular, nuestro autor reconoce de buen
a pesar de los obstáculos humanos y naturales que acabamos de

r brevemente, las misiones lograron un relativo éxito. También


11
Í ^ j$t0 que los capuchinos aragoneses o valencianos, así como los de
| IÍ |1 11 )S i. edenes religiosas que habían reemplazado a los jesuítas estu-
I* muy lejos de equipararse a estos últimos. Humboldt insiste con
v f
* ° ncia sobre estas diferencias entre las diversas órdenes, y no ignora las
rdades que constantemente surgían entre clero secular y clero regular,
^ c| poder civil y el poder eclesiástico.21 Pero parece no haber com-
ye" jd0 una de las razones por las que las misiones cambiaban tan a me-
r. de |ugar Si bien este fenómeno lo sorprendió mucho, él lo atribuye ya
al "capricho" del misionero, quien al cabo de poco tiempo no vacilaba
* mudar su misión a otro punto de un territorio tan vasto, ya sea al
Sadismo natural de los indígenas, quienes a veces abandonaban la mi-
ón para retomar a las selvas o bien para instalarse en otra misión.
Estas explicaciones resultan harto insuficientes Hoy sabemos que esos
desplazamientos y esa inestabilidad obedecían a causas suscitadas por las
contradicciones entre la colonización civil y la colonización religiosa, y
por los conflictos que se generaban entre las mismas órdenes religiosas. En
m trabajo reciente, Demetrio Ramos explica estos problemas con gran
claridad, refiriéndose a las rivalidades entre franciscanos, capuchinos, je-
suítas y dominicos que se manifestaron desde los comienzos de la coloni-
mción española de Venezuela y del sector oriental y meridional de la Nueva
Granada. Los dominicos se hallaban en la región de Barinas, sobre el río
Apure y en Pedraza. Los franciscanos estaban en el Piritú (antigua provin-
oí de Nueva Barcelona), así como sobre un sector del curso del Orinoco y
sobre el Caura. Los jesuítas ocuparon los llanos del Casanare, en la Colom-
bia actual, hasta el curso superior del Orinoco, exactamente hasta su con-
fluencia con el Meta. Los capuchinos aragoneses, por su parte, dominaron
una región mayor que los demás: la provincia de Cumaná, que a partir de
1(60 estuvo siempre regida por la provincia de Aragón. Finalmente, los
llanos de Caracas estuvieron desde 1658 en manos de los capuchinos anda-
luces, quienes llegaron a fundar 107 poblados en dicho territorio. Los ca-
puchinos aragoneses crearon más tarde una misión dependiente de la de los
llanos, la del Alto Orinoco y del Río Negro, donde a partir de 1756 reanu-

11
Roben Ricard estudia algunos aspectos de estas rivalidades en su ya menciona-
diobra, particularmente en el capítulo primero de libro m, “Les difflcultés intemes de
foeuvre apostolique**, pp. 285-310.

1
daron la labor que debieron interrumpir los jesuítas a raíz de su expulsé J
Demetrio Ramos hace referencia a
los conflictos territoriales que
surgier
entre estas distintas órdenes, así como el acuerdo que se pactó en 1734
de repartir equitativamente las respectivas zonas de influencia, estábil
ciendo al mismo tiempo las “fronteras” dentro de las cuales cada o ¡3
debería circunscribir su acción.
Estas rivalidades no contribuyeron ciertamente a la estabilidad de |J
misiones. Da la impresión de que a veces los misioneros se disputaron ui3
a otros los neófitos, valiéndose de medios más o menos lícitos y que I
tenían que ver con la religión (distribución de hachas, de cuchillos, A
agujas etc) para “corromper” a los indios de los poblados cercanos, rcugu
dos bajo el mandato de un misionero “rival”. A estas dificultades se agredí
otra mucho más grave y que Humboidt también parece ignorar. Cuando 0^
reducción de indios ya se hallaba firmemente establecida y una vez que J
misión funcionaba normalmente, ésta pasaba “al brazo secular” Un cura
era designado por el obispo, un funcionario civil se instalaba en el pueblo I
y, hecho de gran importancia, los indios, considerados a partir de entonces
como “civilizados” ¡pasaban a ser tributarios, mientras que bajo el sistema
anterior habían permanecido exceptuados de pagar impuestos! Las conseJ
cuencias no se hacían esperar, los indios comenzaban a abandonar paulad
namente la misión, pero entonces la carga impositiva debía ser afrontad)
por los que permanecían instalados en ella, lo cual contribuía a la rápida
disgregación del poblado. Es así que, a fin de seguir obteniendo los bene-
ficios que la vida de misión les proporcionaba, cuando los indios reduci-
dos pasaban a ser tributarios, se mudaban a alguna misión cercana donde I
estaban seguros de poder permanecer durante un tiempo más sin tenerque
pagar impuesto alguno
Este sistema absurdo, que hoy puede parecemos increíble, no favoreció
ciertamente a la evangelización ni a la colonización. En numerosas ocasio-
nes —especialmente en 1736— los misioneros solicitaron que los indio»
instalados en poblaciones estabilizadas permanecieran eximidos de pagar
tributo, demanda que fue sistemáticamente denegada por la Corona. Púa!
bien, sobre este preciso aspecto de la implantación de las misiones y de sv
demasiado frecuentes cambios de ubicación, así como acerca de la cons-
tancia de los indios, parece ser que Humboidt no supo ver con claridad la
manera en que se planteaban los problemas: no se trató de un capricho de
los misioneros ni del carácter nómada del indio, sino más bien de un desor-
den verdaderamente monstruoso dentro del cual la colonización y la evaa*
gelización se llevaron a cabo, especialmente a fines del periodo colonial!
Los desafortunados indios sufrieron las consecuencias de esa situación

22
BUENAVENTURA DE CARROCERA, OFM CAP., Las misiones capuchinas de Cwrná «
el tricentenario de sus comienzos.
(0I y los reproches que a veces les hacen algunos europeos
carecen mayormente de fundamentoP mal
■ .iJi ««nuca una CAIMA A
r uüniboldt expresa una serie de juicios —
bastante mis precisos que los
gentes— acerca de la forma en que estaba repartido el trabajo de
en las misiones, y sobre este particular hace algunas críticas
con aslantc
^ severidad el principio que regía la distribución de
^beneficios producidos por el trabajo, pero lo hace con tales reservas y
^norcionando ejemplos tan contradictorios que nos resulta práctícamen-
l’^osible enteramos cómo se hacía tal reparto y si los indios eran en ver*
Claudicados por los misioneros. Es así que al analizar la manera en que
distribuye en Caripe el producto del aceite extraído de los guácharos,
* que habitan en la caverna del mismo nombre (Cueva del Guácharo),
ujioboldt se asombra de que los "monjes” obliguen a los indios "abastecer
acciie de guácharo la lámpara de la iglesia” Pero sin creer demasiado en
^propias palabras, agrega que "según se asegura, el resto (del aceite) les
comprado”. Asegura que "el uso del aceite de guácharo es muy antiguo”
que “los misioneros no han hecho más que regularizar el método de
atraerlo” Nos dice que antes de la llegada de los misioneros, una familia
indígena» los Morocaymas, poseían el monopolio de ese producto. "¡Pero
gtacias a las instituciones monacales, en la actualidad sus derechos son
feamente honoríficos!”. Como conclusión, nuestro autor dice:

No nos pronunciaremos ni sobre la legitimidad de los derechos de los


Morocaymas, ni sobre el origen de la obligación impuesta por los mon-
jes a los indígenas. Parecería natural que el producto de la caza pertene-
ciera a quienes la llevan a cabo, pero en las selvas del Nuevo Mundo, al
igual que en el centro de la civilización europea, el derecho público se
ve modificado por las relaciones que se establecen entre el fuerte y el
débil, entre los conquistadores y los conquistados.24

Pero más tarde, dentro del mismo testimonio sobre la misión de Caripe,
Humboidt atenúa este primer juicio al escribir que en ella, los capuchinos
gobiernan “en base a un sistema de orden y disciplina que desafortunada-
mente es poco común en el Nuevo Mundo”, todos los indios que trabajan
en el conuco “reciben también partes iguales de las ganancias. Se les distri-
buye maíz, ropa, herramientas y, según se asegura, algunas veces dinero ”.25

8
Demetrio Ramos, “Las Misiones del Orinoco a la luz de las pugnas territoriales
(s.xvnyxvm)”.
u
Relation historique, tomo m, libro m, cap. vu, pp. 162-163.
•W, pp. 148-149.
Tales contradicciones restan en gran medida autoridad y Vai¡d
juicios de Humboldt sobre el reparto de beneficios en las misiones p
parte, parece que él no aprobaba el principio según el cual se
misión. En otro pasaje de la Narración histórica comenta que,
estrictamente a la ley, el producto del trabajo de los indios no
empleado más que para el mantenimiento de la Iglesia y para ) a. I1*
ción de ornamentos sacerdotales. No hay dudas de que esta
numerosas excepciones; pero aun así, la consulta de diversos docuiw**
publicados por algunas órdenes misioneras nos permite v e r i f i c a r a * I
efecto, en cada uno de los informes enviados a los superiores de
nes figura siempre una estimación en moneda de la época del valor « L 0,
iglesia, de sus ornamentos y de los objetos del culto.2* Por lo denií |
origen del dinero está perfectamente especificado en primer lugar
nía de la subvención acordada por el rey, en segundo término de “las
nidades y trabajo personal de los naturales del mismo pueblo", y finalm- ^
de las sumas aportadas por los mismos misioneros. Es menester sup¿¿
pues, que los misioneros habrían de obtener algún beneficio monetario^
su gestión, la mayor parte del cual invertirían en la edificación y embelie.
cimiento de la iglesia. Pero ignoramos a través de qué procedimiento y h
base a qué cálculos los misioneros determinaban las partes. A través de*
examen de las cifras suministradas, se obtiene la impresión de que la
de los indígenas dentro del monto global distribuido era relativamente
escasa. Esto puede significar que los indios eran poco solicitados pors «1
misioneros, o bien que no contaban con suficientes recursos como p a r a '
su contribución fuese importante, o incluso que las cuentas se sacaban de'
manera tal que los misioneros se asignaban a sí mismos parte de los benefi-
cios que deberían haber sido repartidos entre los indígenas.
Pero no atribuyamos a este hecho más importancia de la que relativa-
mente tiene, ya que en principio, el papel que desempeñaba el dinero en b
misión era poco menos que nulo. Con toda razón, los misioneros conside-
raban que sus indios eran totalmente incapaces de comprender el sistema
monetario. No es allí donde radica el problema sino en el hecho siguiente;
en la medida en que, a pesar de todo, las misiones funcionaban dentro dt
una sociedad que utilizaba el dinero como medio de intercambio, los ¡o-

26
En los documentos reproducidos por Froylán de Rionegro, Misiones de k
padres capuchinos, con respecto a la misión de Caripe se lee, por ejemplo: "Tienes!
presente una Sumptuosissima Iglesia con su torre proporcionada, cuio valor asciende
a siete mil pesos, y el de las Alajas y J ocal i as y demás adornos de ella a mili cientodn
de cuias dos cantidades ha suplido Su Majestad ciento y veinte pesos, los Naturales
con su trabajo personal mili y quinientos, y el resto de siete mili quatrocienlosnova-
ta los Misioneros", p. 188. A continuación de este balance financiero, figuranca
todos los casos las cifras correspondientes a bautismos, defunciones etcétera.

14
8
¿ios podían parecer perjudicados siempre y cuando se les consideran
Humboldt lo hace— como ciudadanos virtuales. Ahora bien, jamás se dio
„) caso en las misiones, y más tarde podremos apreciar las graves
consecoeo-
¿1$ que este hecho trajo aparejadas.
Los principios aplicados por los misioneros en cuestiones
financien*
joj, categóricamente desaprobados por Humboldt, quien de ninguna
manen
icepu que el dinero ganado por los indios deba ser consagrado
principal'
mente al culto, a la iglesia, y a las demás manifestaciones de la vida
religjSS
El autor hace referencia a algunos casos de abuso en Guanaguana,
por ejem-
plo, el anciano religioso que dirige la misión explica a los viajeros
que

el dinero de la comunidad o el producto del trabajo de los indios


debía
ser empleado primeramente en la construcción de la casa del
misionero,
luego en la edificación de la iglesia, y por último en ropas para los
indios. Aseguraba gravemente que tal disposición no podía ser
modifi-
cada bajo ningún pretexto. Además, los indios, que prefieren la
desnu-
dez absoluta al más ligero vestido, no tienen ninguna prisa de que
les
llegue su tumo.147

En otro pasaje, Humboldt señala que a los indios del alto y bajo Orinoco,
algunos misioneros les venden bija (Bixa orel ana), también conocidácomo
onoto o china, una sustancia de color rojo con la cual los indígenas^ acos-
tumbran pintarse el cuerpo. “Al no poder venderles herramientas# vestidos
—escribe Humboldt— los monjes practican el comercio del pigmento roño,
tan cotizado por los aborígenes" e indica que “un hombre de gran estatura
apenas si gana en dos semanas de trabajo, con qué procurarse mediante
intercambio la china necesaria para teñirse de rojo”. 148* Este par de ejemplos
ilustran perfectamente las dificultades con las que podía tropezar el siste-
ma misionero. A través del primero, Humboldt nos muestra el peligro que
para la religión misma representaba la libertad extrema de la que, por la
fuerza de las circunstancias, se aprovechaban ciertos misioneros, quienes,
fuera de todo control por parte de las autoridades superiores se constituí^

147n Re lation historique, tomo m, libro m, cap. vi, pp. 126-127.


148a Ibid., tomo vi, libro vil, cap. xix, pp. 320-321.
en amos absolutos dentro de sus dominios.149 El segundo ejemplo pone de

149 Humboldt suministra datos precisos y muy interesantes sobre


el comeiCiq
practicado entre misioneros e indios establecidos “bajo la dependencia
de los mon-
jes" Los misioneros adquieren de los comerciantes herramienta, clavos
hachas,
anzuelos y alfileres, a cambio de tabaco, resina, bija, gallos de roca y
ciertas especies
de monos (litis, capuchinos). Más tarde, revenden los productos
manufacturado*!
H UMBOLDT Y LA POBLACIÓN BLANCA

relieve las contradicciones que inevitablemente debían surgir entre e| ^ j


tema misionero y la sociedad civil. El primero podía suprimir, teórica^
te, la moneda en el interior de la misión, reemplazándola por un sistema ¿
intercambios entre indios y entre misioneros e indios. Pero por su parte i
sociedad civil —dentro de la cual la organización misionera estaba CQQ *
prendida— no reconocía otro medio de intercambio que no fuese la mo^
da. Por lo tanto, los misioneros se veían obligados a convertir en dinero
paite del trabajo realizado por la comunidad a su cargo, para poder adquj íjf
los productos manufacturados que les eran necesarios 30 Tales eran
insalvables dificultades que se abrían paso entre dos concepciones opu* !
tas de la vida social. Como se sabe, estas contradicciones hicieron sentir J
peso muy particularmente en los conflictos que surgieron entre lis misio.
nes jesuíticas del Paraguay y la Corona española. Dichas misiones conui.
tuían de hecho un cuerpo extraño dentro de un sistema mercantil^
precapitalista, en el cual la ganancia era el único móvil aceptado por «i
consenso popular. Humboldt no atina a poner claramente de relieve estas
contradicciones; se intuye en él una cierta desorientación ante las diflcuU
tades planteadas por la coexistencia de dos sistemas tan diferentes. En las
misiones, él querría ver convertido en realidad un orden social en el que la
libertad individual fuese desconocida sin discusión, y en el que el mérito y
el trabajo personales fuesen considerados como los únicos criterios de«.

los indios. Pero Humboldt especifica que existe una enorme diferencia de precio CQ .
tre los productos brutos proporcionados por los indios y los productos manufactura,
dos canjeados por los misioneros, ibid., tomo vi, libro vn, cap. xix, pp. 331-332.
* En la recopilación de Froylán de Rionegro figura un informe de un tal
Alvarado,
donde se hallan datos precisos sobre el régimen económico de la misión de Caroní
Allí, la carne es abastecida por los rebaños de la misión. Un procurador que hace las
I
veces de intendente, administra una caja copiada de las que existen en los
regimientos
del ejército en España “con el fondo que llaman de arbitrios” Las sumas recolectadas
se emplean para pagar los gastos del culto, de los cultivos, y los salarios de los indios
j
que trabajan para la comunidad. El saldo es guardado por el síndico de Santo Tomé,
quien además liquida otras deudas. El remanente es situado en Suay, adonde acuda i
los padres a retirar su paite. Según este documento, parece que los indios déla
misiones de Caroní gozaban de una cierta independencia económica. Las indias ven-
j
den maíz, arroz, tabaco y aves de corral. Un beneficio adicional es obtenido por la i
venta de cuerdas hechas de cocuiza, de curaguate (o curagua) y de crin. Los padrea j
compran a los indios aceite de tortuga a razón de cuatro reales el frasco para
revenderlo
a ocho reales, después de haberlo guardado durante varios meses. El gasto mis
pesado que deben afrontar los misioneros es la compra de sal, necesaria parala ^
conservación de la carne La adquieren en Cumaná o en La Guaira a precios
elevadísimos. Al varado observa que los indios no poseen el menor sentido de la
economía, gastando todo cuanto ganan en alimentos o en bebida, “Modo religiosofl
Humboldt y las misiones españolas

social. Es ésta la razón por la cual Humboldt tachó de injusto a todo


0 lS
(o dentro del sistema misionero pudo figurársele como un obstáculo
^ cj (ogro de este ideal Y bien, ha llegado el momento de tratar un
Oleína verdaderamente grave, el de los castigos corporales.
Los castigos corporales
biln aquí, el juicio de Humboldt se muestra disperso. Nuestro autor
apresa su indignación ante los castigos infligidos a los indios, pero parece
,*onoccr que los mismos son a veces necesarios.
£n la misión de los raudales de Atures y de Maipures, sobre el curso
^io del Orinoco, en la víspera de la partida de la expedición, los misío-
^,0$ encadenaron a dos indios ante el temor “de no contar con el suficien-
» número de indios macos y guahibos" Al día siguiente por la mañana,
Humboldt presencia la flagelación de “Zcrepe, indio muy inteligente [...]
.juc se negaba a acompañamos". Y destaca que los viajeros “con gran difi-
cultad obtuvieron la gracia para el joven indio".31
Los misioneros explican las causas por las cuales se ven obligados a
tratar así a sus indios, de no ser castigados, ellos abandonarían las misiones
Mía dirigirse hacia regiones más pobladas a fin de mezclarse con los blan-
cos, comerciar con ellos y dejarse explotar por comerciantes sin escrúpu-
los. Pero nuestro autor no se dejó convencer por semejantes razones. Señala
que los castigos físicos no siempre son infligidos personalmente por los
misioneros. Frecuentemente éstos utilizan los servicios de los jefes indios:
gobernadores, fiscales u oficiales municipales, quienes desempeñan car-
gos subalternos de dirección en el interior de la misión. Son éstos, pues,
una especie de capataces indios que “exhortan a los indios al trabajo, deter-
minan las ocupaciones a las que ellos deben dedicarse durante la semana,
amonestan a los perezosos, y (es menester decirlo claramente), castigan
cmelmente a los rebeldes". Tales hábitos disgustan a Humboldt en lo más
profundo de su ser. “Estos actos de justicia distributiva se presentan am-
pliamente y con mucha frecuencia ante los ojos de los viajeros que atravie-
san los llanos para dirigirse de la Angostura hacia las costas. Sería de desear
que no fuese el sacerdote quien infligiera las penas corporales en el mo-
mento de dejar el altar, sería preferible no verlo asistir al castigo de hombres 150

150económico de vivir los padres, granjerias del común de las Misiones como del
parti-
cular de los padres, indios y demás agregaciones a ellas. Provincia de Guyana, Mi-
ñón del Hato de la Divina Pastora, 20 de abril de 1755", pp. 85-91. J. A. De Armas
Chitty, quien cita el informe de Al varado en Guayaría, su tierra y su historia,
tomo i,
p. 122, observa que, con todo, seguimos ignorando el monto exacto del salario
pagado a los indios.

151
151

Hl'MBOLDT y la población blanca

151 Relation historique, tomo vi, libro vu, cap. xix. pp. 342-343.
y de mujeres vistiendo el hábito sacerdotal ”/2 Robert Ricard ha dci*.
en lo que al siglo xvi respecta, diversos ejemplos de castigos impUe
los indios.” Demetrio Ramos hace referencia a las críticas que el °*4
Román, superior de las misiones jesuíticas de esta región, dirige sobí^
capuchinos en una carta a las autoridades de la provincia del Nuevo fa-
do Granada. Pero todo parece indicar que el caso trata más que nada de *0
ncrvrin rl»l onnflírtn nu<* nnnnta 9 ranurhinnc v ipcnifnc u nn _________________________ ^ loi
;c
¡no1
aspecto del conflicto que oponía a capuchinos y jesuítas, y no, como
ce creerlo Demetrio Ramos, de la ingenuidad del padre Román.^L
Inmediatamente después de la extensa cita anotada más arriba, HumboU
agrega que si bien los caribes —pues a ellos aludía la misma— no son to^
lo feroces que se ha supuesto, “se comprende, sin embargo que el empleo
de métodos algo enérgicos sea a veces necesario para mantener la tranq u¡. Pare.
lidad en el seno de una sociedad naciente".152
Una vez más nos encontramos aquí con la ambigüedad de los juicio)
vertidos por nuestro autor. Por una parte, denuncia con energía los crudo
tratamientos aplicados a los indios, pero a fin de cuentas parece admitir que
los mismos son necesarios, por cuanto a quienes se les impone es a indivj.
dúos que apenas si han logrado salir del estado salvaje. Posiblemente estos
;SÍ[j
titubeos no sean sino una exteriorización de la profunda perplejidad de
|Z
Humboldt ante el sistema misionero, que se le figuraba fuera de toda nor-
ir ma, y que no era comparable a ninguno que existiese en Europa. Hemos
visto que Humboldt intentó establecer un paralelo entre las misiones cató-
licas que visitara y las comunidades moravas que obedecían a la regla de
Zinzendorf, pero él mismo se refirió tan sólo al orden y al aseo, así como a
la relativa libertad de que gozaba todo individuo.
-VVí

152Ibid., tomo ix, libro ix, cap. xxv, pp. 45-46.


33
Robert Ricard, La conquete spirituelle, véanse especialmente lis I
pp. 290-291.
34
Demetrio Ramos, “Las misiones de Orinoco a la luz de las pugnas territoria- I
les”, escribe: “Un poco ingenuo se muestra el P. Román al admitir las razones que I
daban los indios sobre sus fugas de las misiones capuchinas. Su espíritu de creduli- I
dad hace de él un ejemplo consumado de hombre de buena fe. Dice así: ‘Los motivos I
que dan los indios que van viniendo zimarrones de las Misiones de los I
capuchinos, para agregarse aquí, son: 1°) que les sacaron violentados de sus tierrasy I
que ya tienen aquí pasto espiritual, y que quieren éste y no aquél; 20) que les dan mal I
La misión, un Estado dentro del Estada
( a extraordinaria característica del sistema misionero la que Humboldt
•studiar a continuación. Nuestro autor observó que, de hecho, el misio-
* ejerce una absoluta soberanía dentro de su misión; posición privile-
^ pero al mismo tiempo sembrada de peligros, pues los abusos en que
incurrió, y particularmente los castigos infligidos a los indios, nacen
^¡sámente “del principio sobre el que se basa el insólito principio de las
|J|s¡oncs. El más arbitrario poder civil se halla estrechamente ligado a los
derechos que ejerce el cura de la pequeña comunidad**. A esta omnipoteo-
ji del religioso dentro de su reducido mundo se suman las prohibiciones
impuestas por las mismas órdenes religiosas; el pasaporte, “expedido por la
Secretaría de Estado de Madrid o por gobernadores civiles*’, no basta para
poder entrar en las misiones: “Es menester proveerse de recomendaciones;
otorgadas por las autoridades eclesiásticas, sobre todo por los guardianes
¿o los conventos o por los generales de las órdenes radicados en Roma,
quienes son infinitamente más respetados por los misioneros que los mis-
mos obispos'*.153 A propósito de los castigos corporales, Humboldt ha men-
cionado ya algunas de las razones que impulsaban a los misioneros a castigar
a los indios en forma tan severa: trataban de evitar a toda costa que éstos se
mezclaran con los europeos. Pero en tal actitud no está contenido única-
mente “el celo -—escribe Humboldt— por la pureza de costumbres de sus
feligreses", sino también el propósito “de sustraer el régimen monástico de
la curiosidad de los extranjeros*’. No se trataba en especial de individuos
de otras nacionalidades. Para los misioneros un “extranjero** era todo “hom-
bre blanco del estado secular’’, a quien le está vedado “detenerse en una
aldea indígena por más de una noche’*. Humboldt se hallaba pues perfecta-
mente al corriente de la razón por la cual los misioneros habían levantado
barreras —que hubiesen deseado fueran infranqueables— entre indios y
colonos. Se sabe que esta política de aislamiento fue sistemática, y proce-
día de una bien definida determinación de no permitir que los indios se
contaminaran al contacto de los colonos, de los comerciantes y en general,
de todo miembro de la sociedad civil. Aquí reaparece una vez más esta
contradicción fundamental e irreductible entre dos concepciones opuestas
de la sociedad. Al explicar las razones de tal aislamiento, Robert Ricard
señala los peligros de una evangelización dentro de dicha segregación,
que comprometió gravemente tanto las posibilidades de asimilación de los
indios a la civilización europea, como las oportunidades que ellos habrían
podido tener de integrarse a las sociedades que a la sazón se estaban for-
mando en las provincias españolas de América.154

trato los Padres Capuchinos; 3“) que les hacen trabajar mucho; 4°) que no les dejao
trabajar para sí, sino para el Padre, para la comunidad del pueblo, se entiende, y que I
si no trabajan les azotan mucho; 50) que les dan de comer por ración, y que ellos no I
son frailes; 60) que no les dejan libertad para hacer sus pesquerías... y que ellos nosoo
esclavos... etc.'”, p. 24.
35
Relation historique, tomo ix, libro ix, cap. xxv, p. 47.
153Ibid., tomo ni, libro m, cap. vi, pp. 52-53.
154 Ricard, La conquete spirituelle, pp. 340x5.
HUMBOLDT Y LA POBLACION BLANCA Humbolui l la» MiMunu uranuui

Este aspecto no pasó inadvertido ante los ojos de Humboldt, que uciado por Humboldt parece haber sido real y verdadero. El problema
empezar destaca el resultado positivo del sistema misionero' ^li educación intelectual de los indios no pasó inadvertido a los ojos de
^ tro autor, quien pudo comprobar que aquélla se limitaba estrictamente
Correspondía a la religión consolar a la humanidad de una parte d c i enseñanza religiosa, a la doctrina. Y agrega un interesante testimonio
males perpetrados en su nombre; ella defendió la causa dc los indfg c °s * a pesar de su brevedad, resume bastante bien la situación:
ante los reyes, ella resistió a las violencias de los comentadores
congregó las tribus errantes en estas pequeñas comunidades a las qUe j algunas veces —escribe durante su estadía en Caripe— muy de madru-
denomina misiones y cuya existencia favorece el desarrollo de la ar gada los acompañábamos (a los misioneros) a la iglesia para asistir a la
cultura.31 doctrina, es decir a las clases de enseñanza religiosa que se impartían a
los indios. Empresa cuando menos muy aventurada es la de querer hablar
Pero es allí donde —a su juicio— cesa su intervención. IndudabIem Cri de dogmas a neófitos, más aún cuando éstos no poseen sino un conocí*
te buenas en sus comienzos, al presente no hacen sino obstaculizar l 0s miento sumamente vago de la lengua española. Por otra parte, los reli-
progresos de la civilización. Después de haber pacificado, protegido y a¡3 giosos ignoran aún hoy el idioma de los chaymas casi en su totalidad,
gurado una cierta estabilidad en las comunidades indígenas, “el efecto de) y la semejanza entre los sonidos confunde de tal modo la mente de
aislamiento ha sido tan enorme que los indios han permanecido en ugl estos pobres indios que hace que se les ocurran las ideas más insólitas.
estado que difiere muy poco del estado en que se hallaban antes, cuando
sus viviendas desparramadas aún no habían sido congregadas en tomo a la
Los problemas lingüísticos en las misiones
habitación del misionero. El número de ellos aumentó considerablemente
no así la esfera de sus ideas".39 cjasí como los indios confunden “infierno" con “invierno":
De esta manera, Humboldt establece una relación entre el aislamiento]
en el que las misiones se empeñaron en vivir desde los comienzos de | a Los chaymas no conocen más invierno que la estación de lluvias, así
evangelización, y el estancamiento intelectual de los indios; limita lo* pues, el infierno de los blancos se les figura como un lugar donde los
alcances de la acción misionera al dominio de la agricultura ,40 de la organi. malos son expuestos a la acción de frecuentes chaparrones. Por más que
zación puramente material de las comunidades indígenas. Por otra parte el misionero se impacientara, le resultaba imposible borrar las primeras
los argumentos de nuestro autor son los mismos que esgrimiera el ministro impresiones debidas a la analogía entre las dos consonantes: no se lo-
mexicano del Interior, Alamán, quien en el informe que presentó ante el gra separar en la mente de los neófitos las ideas de lluvia y de infierno,
Congreso Mexicano en 1823 declaraba: “Si el sistema de misiones puede] de “invierno” y de “infierno".42
tomar por el más conveniente, para sacar de la barbarie a los salvajes que
discurren por los bosques sin idea alguna de religión y de cultura inteleel Por cierto, esta sencilla anécdota no basta para explicar los graves pro-
tual, no puede servir más que para asentar los primeros principios de la blemas lingüísticos que los misioneros españoles intentaron resolver en
sociedad, pero no para conducir a los hombres hasta la perfección de ésta "41 América, como tampoco es nuestra intención presentar aquí un informe
El estado de incultura en que se hallaban los indios de las misiones y que es detallado de los mismos.43 Permítasenos, sin embargo, hacer referencia a
ciertos aspectos de la cuestión. La política que se siguió en materia lingüís-
tica parece haber sido bastante contradictoria. Tal y como lo expone Robert
38
Relation historique, tomo ni, libro ni, cap. vi, pp. 4-6. Ricard, los misioneros, “desde el día en que llegaron, se dieron cuenta de
39
Ibid., tomo ni, libro m, cap. vi, p. 5. que el conocimiento de las lenguas indígenas era efectivamente la condi-
40
Humboldt admira sobre todo “la extraordinaria actividad con los europeos ción esencial para una evangelización seria. En primer lugar, era el medio
da
siglo xvi difundieron el cultivo de vegetales europeos", y agrega: “Los eclesiásticos 42
Ibid., tomo ni, libro m, cap. vm, pp. 198-199.
y 4)
Ricard, La conquéte spirituelle, menciona el considerable esfuerzo de los
particularmente los religiosos misioneros contribuyeron a estos rápidos progresos pri-
[...] Los jardines de los conventos y de las parroquias también fueron los viveros de meros evangelizadores de México en el aprendizaje de las lenguas indígenas,
donde salieron los vegetales útiles recientemente aclimatados", Essai pol. Nouv.‘ pp. |1
Espagne, tomo n, libro iv, p. 479.
41
Ibid., tomo u, libro iu, cap. vui, p. 33S.
ISA.

Humboldt y las misiones españolas


óptimo para penetrar en el espíritu de los paganos y sobre todo para co^
quistar su corazón. Además, ignorando las lenguas, con respecto de | 0j
sacramentos no habrían podido administrar más que el bautismo y el
monio".44
La Corona, por otra parte, reconociendo esta necesidad, no dejó
insistir al mismo tiempo en que a todos los indios se les enseñara el caste-
llano**. R. Konetzke, quien en un reciente trabajo estudió el problema !¡ n,
güístico en la colonización de la América española, indica a su vez |¡j
ambigüedad de) pensamiento del colonizador, que de hecho se expresa
como una muy profunda divergencia entre la política del Estado español
que se propone ser asimiladora sin prever los medios para lograr tal asimi-
lación, y la práctica segregacionista de las misiones .45 El misionero se
mentaba de no tener tiempo suficiente para “distraer una o dos horas diarias
lg§ de su ministerio para consagrarlas a la enseñanza del español", en momeo-
tos en que el reducido número de religiosos apenas si permitía cumplir con
las agobiantes tareas. Pero esta renuencia a hispanizar a los indios tenía
también sus orígenes —como lo indica R. Ricard— en la opinión que te-
nían los misioneros, según la cual los indios eran como niños "a los que en
necesario mantener bajo tutela y guiar muy de cerca. El conocimiento del
español habría constituido el primer paso hacia una emancipación que se
les figuraba peligrosa".46 Finalmente, la barrera lingüística permitía un con-
trol absoluto del sistema misionero por parte de sus promotores, impedís |
toda intervención de los funcionarios civiles y de la autoridad episcopal, y
además perpetuaba en forma indefinida la dominación de los misioneros)
sobre sus indios.
A propósito del problema lingüístico, Humboldt señala la enorme difiJ
cuitad de comunicación que existía entre españoles e indios. Los terribles'
aprietos sufridos por los indios en el aprendizaje y en la práctica del espa-
ñol no se debieron —según su opinión— a esa imbecilidad mental ni a esa
puerilidad que tan frecuentemente se les atribuye, agregando que tales
dificultades radican "en el obstáculo que encuentran en el mecanismo de
una lengua tan diferente de sus lenguas madres”. Nuestro autor menciona
que los jesuitas, "que habían investigado a fondo todo aquello que pudiese
contribuir a extender sus asentamientos, en vez del español, introdujeron
entre los neófitos algunas lenguas indias muy ricas, muy regulares y am-
pliamente difundidas tales como el quichua (sic) y el guaranf’. Estas im-
portantes lenguas permitían el reemplazo de "idiomas más pobres, más

44
Ibid., p. 62.
45
Richard Konetzke, “Die Bedeutung der Sprachenfrage in der spanischen
Kolonisation Amcrikas".
46
RICARD, La conquete spirituelle , P. 70.
mis irregulares en su sintaxis" Al juzgar las razones por las cuales
militas prefirieron difundir otras lenguas indígenas en vez del español,
^ Knldt se muestra menos severo que Ricard. Según nuestro autor, aque-
tfm000' ■hizo_____ I___________
con el X-:- "de
único propósito tu* -:-i—
aislar aa ilas
_______ i-g-JH..
misiones y de....................
sustraer-
|k^°SC
|K
jc |a influencia de dos potencias rivales: los obispos y los gobernadores
*** .•* Tenían además "otros motivos ajenos a su política [...] En estas.
pg
ellos veían un vínculo común y fácil de establecer entre hordas
cerosas' ,**
nentro4?del tema que nos ocupa, es menester recalcar que, según parece,
l!5 misiones de la parte central y oriental de Venezuela emplearon muy
^idamente el español en el proceso de la evangelización. En primer lugar
rique la Corona así lo había exigido (aunque acabamos de ver que en
México y en el Perú una ordenanza real no era suficiente), pero sobre todo
porque en estas regiones visitadas por Humboldt no existía un idioma ge-
peral, como lo recuerda en una carta el general de la misión de Maracaibo,
ti 1749 M Si el español era la lengua que se empleaba sobre todo en las
provincias venezolanas no fue —como Humboldt lo deja entender— por-
que los religiosos no aprendieran el chayma, sino más bien porque la gran

multiplicidad de lenguas en esa región y la ausencia de una lengua prepon-


derante habían hecho del español el vehículo lingüístico más práctico,
pero naturalmente, esta situación hacía muy difícil —por no decir imposi-
ble- la labor evangélica. De ahí el escepticismo de Humboldt ante aque-
lla sesiones de catecismo que presenciara en Caripe. No obstante, nuestro
jutor aprecia enormemente la obra lingüística llevada a cabo por los misio-
teros españoles desde la conquista. En su Narración histórica reproduce
uta lista de obras que trajo de América y que se refieren al vocabulario de
un cierto número de pueblos indígenas. Logró reunir doce títulos, a los que
es menester agregar otros cinco más que ya poseía su hermano Guillermo,
quien se interesaba por la filología comparada, así como catorce manuscri-
tos de lenguas indígenas, entre las que se cuentan el azteca, el otomí, el
maya, el quechua etc. Humboldt hace notar que la nota bibliográfica repro-
ducida en el apéndice de su volumen engloba más de una treintena de
lenguas americanas, lo cual es verdaderamente excepcional para la época,
puesto que, según él afirma, "las más ricas bibliotecas de Europa, la del Rey
de París, por ejemplo, no llegan a poseer tres gramáticas de la América

a
Relation hístorique, tomo m, libro ni, cap. ix, pp. 299ss.
* “Por ser una de las mayores dificultades para la propagación y
conversión de
los infieles el aprender su idioma los misionistas por variarse tanto de los
ranchos
délos indios y no haberse hasta ahora descubierto idioma general de ello
harán todo
el esfuerzo posible nuestros operarios evangélicos en instruir en nuestro
idioma
Español'*, Froylán de Rionegro, Misiones de los padres capuchinos, p.
64
HUMIOLDT Y LA POBLACIÓN
española" 49
Recuerda también que en
1LANCA
su mayor parte, estos trabajos jJ
obra de los religiosos y que fueron escritos para uso de los misione^
Hemos querido suministrar estas particularidades a fin de demostrar que u
criticas que en ciertos casos han sido dirigidas sobre las misiones —y
se trata del problema fundamental de la transmisión de un pensanueij
religioso sumamente complejo— no han sido malintencionada a
Humboldt está perfectamente al corriente de los esfuerzos realizados pJ
los misioneros en este terreno y cuando insiste en la fragilidad y a veces en
la ineficacia de una evangelización realizada bajo condiciones tan catas,
tróficas, no nos parece que esté tan apartado de la verdad. Pero enseguida¡
nuestro autor va a abordar el problema más importante, sobre el cual había
venido haciendo tan sólo leves alusiones en algunos de los pasajes anterio.
res. Se trata del problema de la tutela perpetua.

El sistema de la tutela
En resumen: ¿qué es lo que Humboldt extrajo de su paso por las misiones? I
Vio en ellas a seres que eran considerados no como hombres, sino como
niños grandes, eternamente obligados a obedecer las órdenes de sus padres
espirituales. En un pasaje donde contesta a los argumentos de los misione* I
ros que creen que tan sólo la fuerza puede mantener a los indios dentro del 1
buen sendero, nuestro autor pone de relieve y denuncia el sistema de la I
tutela:

Al decir que el salvaje no puede ser gobernado más que por la fuerza.se I
está estableciendo una serie de falsas analogías. Los indios del Orinoco I
tienen algo de infantil en la forma de expresar su alegría, en la rápida
sucesión de sus emociones; pero no son niños grandes. Tienen tan poco
de niños grandes como los pobres labriegos del este de Europa, a quie- ¡
nes la barbarie de nuestras instituciones feudales ha mantenido sumi-
dos en el mayor embrutecimiento. Considerar el empleo de la fuerza
como el primer y único medio para civilizar al salvaje es, por otra parte,
un principio igualmente falso tanto para la educación de los pueblos
como para la educación de la juventud. Cualquiera que sea el estado de
debilidad o de degradación de nuestra especie, ninguna de sus faculta-
des llega a extinguirse enteramente. El entendimiento humano muestra
simplemente grados distintos de fuerza y de desarrollo. Al igual que el I
niño, el salvaje compara el estado presente con el estado pasado; dirige 155 156
1 acciones obedeciendo no a un instinto ciego, sino a motivos de

15549 Relation historique, tomo ni, libro ur, nota A, p. 374.


156 En la ya mencionada obra, Robert Ricard incluye una lista para el período 1524-1
1572 y exclusivamente para la Nueva España de 109 títulos de obras de este género,
pp. 345-352.
Humboldt y las misiones españolas

intei& En todas partes la razón puede ser aclarada por la razón 157 158 159

feie pasaje en el que, fiel a sus ideas de juventud, Humboldt afirma su


^ ¿n c i hombre, que a su juicio es capaz de avanzar por el camino del bien
pvés de la educación y del ejercicio de la razón, es elucidado por una
observación que aparece en el Ensayo político sobre la Nueva España: en
. ¿poca colonial, los indios jamás tuvieron derecho al título de “gentes de
reservado para los “blancos y los mestizos”. R. Ricard, mencionan-
joesta última observación de Humboldt, critica también el sistema de la
nitela y pone claramente de relieve la debilidad fundamental de la obra
misionera española en México, debilidad que se repite en todos los rinco-
de las colonias españolas del Nuevo Mundo. Si bien los evangelizadores
¿marón profundamente a sus indios “los querían como a niños, o como
ciettos padres aman a sus hijos, sin poderse resignar a verlos crecer”. sz
Ricard destaca que el aislamiento de los indios impuesto por los misione-
(0$ (aislamiento político, lingüístico y social), y la práctica de la tutela,
provocaron desastrosos resultados. En efecto, es verdad que los misioneros
bautizaban a los indios según un sistema harto liberal, pero en cambio, ni
ensueños se les ocurría “admitirlos en el sacerdocio, por cuanto semejante
medida implicaba una emancipación que de ninguna manera tenían previs-
ta. Un clero indígena se antojaba inútil, y la sola idea de un episcopado
indígena habría sido catalogada como cosa de locos”.93
A partir del momento en que, por diversas circunstancias, los misione-
ros tuvieron que abandonar a sus indios —como ocurriera en el Paraguay
después de la expulsión de los jesuítas, o en México y otras regiones de
América a raíz de la independencia— esos menores que eran los indios
reducidos “se aislaron todavía más, espiritualmente sobre todo, encerrán-
dose dentro de sí mismos”.
Tales son, elucidadas por los trabajos del profesor Ricard, las conclu-
siones que pueden extraerse del estudio de Humboldt sobre el papel des-
empeñado por las misiones. Nuestro autor no consideró el futuro religioso
délos indios de las misiones, pero no es menos cierto que su crítica esencial
se halla sólidamente fundada. Condena el sistema de la tutela permanente,
que tan funestos efectos produjo tanto sobre la asimilación política y so-
cial del indio, como sobre su incorporación a la Iglesia. A través de esto
puede afumarse que Humboldt comprendió a lá perfección lo fundamental

157 Relation historique, tomo vi, libro vn, cap. xix, p. 345.
158 Ricard, La conquete spirituelle, p. 341.
15951Ibid.
HUMIOLDT V LA KMLACIÓN
BLANC
A
del sistema misionero, aun cuando bajo algunos
aspectos, que crce^
haber señalado debidamente, no haya tratado a
fondo este problema. 1
a evangelización.¿i
Lo que Humboldt no logró captar de las misiones
de un Montesino^?

métodos más bcn¡ I
mente religioso; no se convence de la utilidad de
>, promete el infiJ*
1
este aspecto se diferencia netamente de un Las
Casas,
un Vitoria, quienes elevaron protestas y propusieron
nos y más humanitarios. Montesinos, desde el púlpitc______
a los colonos crueles para con sus indios; el padre
Vitoria, a su vez, se ocup?
de enumerar los títulos ilegítimos de los españoles a la
conquista de tier^
y de almas. Pero ninguno de estos hombres puso
en duda la necesidad y 3 FC
o
legitimidad de la evangelización de los pueblos Kl
paganos, que el insaciable k
apetito renacentista de conocimiento y de saber había 0
■r contribuido a descu W
brir.34 De hecho. Humboldt no aceptaba que todas las 4
actividades de
misión estuviesen dirigidas hacia un solo pensamiento,
u] |
¡üt
f i.)
2J!)
hacia una única
idea; la idea de Dios; pero desde el momento en que la
j
§
j evangelización en 1
la meta suprema, fácilmente se comprende que no
i podía ser de otra manera.I 54
En unas pocas frases muy significativas, R. Ricard 51 Relation historique, tomo vm, libro vni, cap. xxrv.
'ti

resume un panorama
i M
de 9
Hiíloire universelle de Missions catholiques, d’apris la
lo que podía ser la vida del indio reducido; una vida
conception origínale
totalmente impregna. 1itlL Frangois Primo, TOMO II, PP. 253-261.
da de la idea de Dios desde la cuna hasta la tumba,
" “En Quito, en el siglo xvm, la población clerical era igual en número a
“a través de la práctica I la
de un cristianismo integral que informaba y población laica", ibid., p. 254. El propio Humboldt escribe al respecto; “Por
penetraba y forjaba toda la I otra
vida del hombre hasta en sus menores acciones y en parte, uno bien puede sentirse asombrado al ver que los numerosísimos
sus más fugaces pensa*conventos
míenlos"160 161 Y era esto, precisamente, lo que indados a partir del siglo xvi en cada rincón de la América española, fueron
Humboldt rechazaba. todos
amontonados en el interior de las ciudades. Diseminados en los campos o
ubicados
160 Véase Lewis Hanke, La lucha por la justicia
robre la ladera de las Cordilleras, habrían podido ejercer sobre la cultura esa
en la conquista de América. benefi- 161Ricard, La conquite spirituelle, p. 340.
ciosa influencia cuyos efectos se hacen sentir en el norte de Europa, sobre
las riberas
ddRiny en la cadena de los Alpes. Quienes han estudiado la historia saben
que, en
topos de Felipe II, los monjes ya no guardaban semejanza con aquellos del
siglo ix.
Bhqodelas ciudades y el clima de las Indias se oponen a la austeridad de
costumbres
yalespíritu de orden que caracterizaban a las primitivas instituciones
monásticas; y al
Humboldt y las misiones españolas

Ideas y sugerencias de r -------------------------------------------------------------


Humb HIMBOLOT Y LAS MISIONES ESPAÑOLAS

oldt i I igj jndios que se niegan a dejarse reducir “reciben con


sobre placer la visita
el [ >on misionero vecino" “
papel I ¿ pesar de los abusos “que se cometieron en
y el instituciones donde todos
futuro
I w poderes se hallan confundidos en uno solo", las
misiones, muy poco
de las
I ¿ostosas para los gobiernos, son “muy apropiadas para
misio
la silenciosa flema
nes I I t los indígenas"
Sin embargo, y a pesar de su hostilidad o de su Humboldt propone luego una serie de medidas
indiferencia ante la acción I tendientes a perfeccio-
evangelizado», Humboldt está lejos de alentar la I yrla magna y beneficiosa institución de las misiones
destrucción de las misio- I americanas", para
nes, a las que considera sumamente útiles. I p cual se apoya sobre las demandas formuladas por los
Recalca, en primer lugar, que los indios prefieren a obispos de las
los religiosos antes 1 I posesiones españolas.
que a todos los demás europeos. En primer lugar preconiza la fundación, en tierra
americana, de colé-
El hábito de San Francisco, ya sea de color pardo I pos o de seminarios para la formación de misioneros;
como el de los capu-1 allí se seleccionaría
chinos de Caroní, ya azul como el de los monjes de I ||os individuos “más inteligentes, más valerosos y más
estricta observancia I versados en las
del Orinoco, ha conservado un cierto encanto para los I lenguas indígenas", a quienes se destinaría a las
indígenas de I misiones más difíciles de
gobernar Guirior, San Luis de Erevato y La Esmeralda .37
estas regiones. Relacionan con él quién sabe qué ideas
No hay duda de que Humboldt estaba al tanto de los
de prosperídady I
problemas concer-
de bienestar, la esperanza de obtener hachas, cuchillos
e instrumentos de |
I tientes al reclutamiento de misioneros. Monseñor
Delacroix31 recuerda
pesca.
I que las misiones sufrieron enormemente, no sólo por la
escasez numérica
I jt misioneros, sino también porque con frecuencia la
calidad de éstos era
[oslante mediocre. Esto no quiere decir que, con algunas
excepciones, los
I misioneros españoles en América no hayan cumplido
con su deber; pero es
menester consignar aquí que muchos de ellos no se
hallaban lo suficiente-
mente preparados como para resolver los innumerables
problemas que la
dirección de una misión de indios semisalvajes podía
plantear. Para empe-
lar, en la América colonial de la época, monseñor
Delacroix detecta una
superabundancia eclesiástica en las ciudades, en
detrimento de las zonas
1
nirales y de las regiones habitadas por los indios .39 En
segundo término, en
nUMBOLDT Y LA POBLACION BLANCA Y LAS MISIONES ESPAÑOLAS
bastante severas sobreHUMBOLDT
los misioneros. Tal es el caso —por no cit^ CrSl
un ejemplo— del arzobispo de Córdoba, quien en un informe fecI^'N
4(1(1
1789, destinado a su sucesor, escribe: 1*

Insisto en que para esta empresa (de evangelización), de la misma-, j


en que se necesitan hombres con vocación apostólica, se necesita i
bién apóstoles instruidos, con más talento y con conocimientos j
ñores al común de nuestros misioneros; porque desafortunadamenil
órdenes religiosas destinan a este importante ministerio a los reijp- j
que no hacen otra cosa que estorbar en los conventos, tal y comoVj
informado a la corte, y a tal punto que el Procurador de una de JI
órdenes se atrevió a demostrar al mismísimo Consejo que, a causaS
reducido número de religiosos a que se halla reducida su Orden,
nudo le era imprescindible hacer regresar (de las misiones) a algunoJ
sus miembros más útiles, así como emplear para el púlpito, para el con
fesionario, o como profesor, a un sujeto que, por su talento, prometía^

■ j ¡¡ gj / gg rf
un servicio útil al público. A duras penas se formaba un misione
ro que pudiera instruir a los bárbaros en la doctrina cristiana. Tal es¡J
idea que tienen las órdenes acerca del delicado ministerio del misioaJ
ro, y es así como ellos orientaron su labor en América, cuando en u
comienzos, no tenían otro objetivo que la propagación del Evangelio*

Este documento confirma perfectamente los juicios vertidos pornueJ


tro autor alemán, que desearía que todos los misioneros fuesen tan abnegJ
dos y competentes como lo fueron los jesuítas en el Paraguay. Pero Humboldij
se opone a que sea conservado “el irracional sistema de introducir el rfp.
men de los conventos en las selvas y en las sabanas de América”.
Quem'j
que los indios de las misiones gozaran de una mayor libertad y que
> pudie-
ran disfrutar del producto de su trabajo. De esta manera —piensaél—
go-
bernándolos menos, es decir, no obstaculizando a cada instante su
libertad
natural, los misioneros verían incrementar rápidamente la esfera de
su acti-
vidad, que debería ser también la de la civilización humana.

atravesar los desiertos montuosos de México, uno se lamenta de no


hallar en ellos
esos albergues como hay en Europa y Asia, en los cuales una
los informes redactados por los obispos de estas comarcas, se hospitalidad religa»
ofrece socorro a los viajeros’’, Essai polit. Nouv. Esp., tomo ni, libro La esclavitud de los indios y las misiones
w,cap.x,fp.
boldt vio claramente por fin, que la esclavitud a la cual los indios de
107-108.
60 ^misiones se hallaban efectivamente sometidos era sumamente perjudi-
Fr. Froylán de Rionegro, Misiones de los padres capuchinos, p.
240, docu- 1^1 para el progreso de las mismas. La “caza de almas”, que en ciertas
mento núm. 55. piones durante los siglos xvi y xvn fue autorizada a fin de reclutar mano
u obra, fue una de las causas por las que los indios abandonaron las riberas de
príos. Frente al hombre blanco, fueron retirándose progresivamente a lo
Humboldt y la población blanca
recóndito de las selvas. Hoy se comprende mejor lo dramático que
pudo ser para algunas poblaciones el verse obligadas a modificar súbita-
mente sus modos de vida. La más insignificante alteración en las estructu-
arcaicas bastaba para desencadenar verdaderas catástrofes en el plano
biológico, tal y como lo ha demostrado Lévi-Strauss. Humboldt especifica
que la “caza de almas” estaba vedada en los territorios españoles, pero que
i pesar de lodo algunos individuos, y de vez en cuando los misioneros,
continuaban practicándola. Los esclavos producto de estas cacerías huma-
nas se convierten en unos pobres desgraciados que con frecuencia deben
trabajar por cuenta de un zambo o de un indio; en Venezuela se los conoce
como poitos. Humboldt nos relata la desgarradora historia de la India
Guahiba en cuyo recuerdo fue bautizada una colina granítica a orillas del
ríoTemi: se trata del Peñón de la India Guahiba o Piedra de la Madre .162
Durante una caza de almas organizada por un franciscano de San Femando
de Atabapo, una madre india es arrancada del lado de sus dos pequeños
después de haber intentado varias veces huir de regreso al hogar. Azotada
con toda crueldad precisamente sobre aquella célebre roca, se dejará morir
de hambre al comprender que nunca más volvería a ver a sus hijos. Humboldt
declara que no le gusta detenerse a describir desgracias personales en sus
relatos, y si refiere este conmovedor episodio es, por una parte, para “citar
un conmovedor ejemplo de amor maternal en una raza humana tan larga-
mente calumniada”, y por otra, a fin de demostrar “hasta qué punto el
régimen de estas misiones amerita la vigilancia del legislador ”.163
Humboldt no se muestra, pues, partidario de la supresión de las misio-
nes, a las que considera un medio eficaz para el desarrollo de la civilización
entre los indios. Piensa que unos misioneros especialmente preparados para
tal objetivo podrían lograr excelentes resultados, siempre y cuando respe-
taran más la libertad de los indios, entregándoles una porción mayor de los
beneficios del trabajo. Finalmente destaca la profunda contradicción que
podía existir entre sociedad colonial y sociedad misionera; dos formas de
vida social enteramente irreconciliables. Al examinar los resultados del
esfuerzo misional en las regiones recorridas por Humboldt, monseñor ¡

162 Relation historique. tomo vil. libro vn. cap. xxu, pp- 288-292.
163 Ibid., p. 293.
Delacroix llega a la conclusión de que su éxito fue muy modesto. DespyJ
de formular un severo juicio sobre el deficiente funcionamiento de la Igj^
sia de Indias, haciendo referencia incluso a algunos aspectos de su dccJ
dencia en el siglo xvin, Delacroix observa que, a pesar de los enormes
esfuerzos de evangelización, el indio logró proteger “el secreto de su alma”
Se registran algunos éxitos en el Perú y en Colombia gracias a admirable]
apóstoles como el dominico san Luis Beltrán, pero en cambio en otras
partes los resultados son pobres. ¿Por qué razones? Los misioneros dan la
respuesta, concluye monseñor Delacroix: “Los indios aman el Evangelio
pero no aman la esclavitud”.
En su análisis de las misiones americanas, ¿no arribó Humboldt, acaso,
a las mismas conclusiones?
Nos falta examinar brevemente la información recogida por Humboldt
acerca de las misiones que no visitara. Expresa los mayores elogios de las
63
misiones de los capuchinos catalanes del Caroní , quienes habían logrado
sacar el mejor provecho de los territorios que administraban. Emplearon la
mano de obra indígena de la manera más juiciosa, dedicándose a la explo-
tación de dos fuentes de recursos: la ganadería y la recolección La primera
les permitía alimentar a los 17 000 indios de la misión, y se adaptaba
perfectamente a los hábitos y aptitudes de los indígenas seminómadas. La j
recolección de la corteza del angostura (Cortex angosturae) no podía sino I
convenir a indios silvícolas, que ya desde antes estaban orientados hacia el
aprovechamiento de los productos naturales. Los capuchinos catalanes ex-1
traían del Cortex angosturae un potente febrífugo parecido a la quinina, 6* 1
y la comercialización de este producto les rendía importantes beneficios. I
El juicio de Humboldt sobre las misiones del Caroní es por demás halaga-1
dor: los religiosos catalanes son “más ahorrativos, más industriosos y más
65
dinámicos que los otros misioneros”. Nuestro autor insiste sobre un inte-1
resante aspecto de la actividad misionera en estas regiones. Los capuchi-
nos catalanes del Caroní habían logrado introducir con éxito la ganadería
en regiones tropicales, tal y como lo habían hecho los jesuitas de Atures y
de Maipures. Para su época, esto representa una verdadera hazaña: conoce-
mos de sobra las dificultades con que tropiezan en la actualidad algunas
naciones situadas en los trópicos cuando intentan desarrollar una explota-

63
Ibid., tomo viu, libro vm, cap: xxiv, pp. 41655. En 1804 el rebaño de las
misiones del Caroní alcanzaba las 60 000 cabezas.
64
Bonpland fue aliviado de un ataque de paludismo, gracias al extracto de Cortex
angosturae, sustancia que hubo de ser traída de Upata, ibid., p. 425.
65
Los capuchinos catalanes establecieron también curtiembres y fábricas de hila-
dos de algodón. Se hallaba en malos términos tanto con la autoridad civil como con
los obispos, ibid., p. 428,__________________________________________________
. madera racional y viable. También los jesuítas de Atures y de
t^L, poseían rebaños de 20 a 30 000 cabezas de ganado caballar y
■.Jjmlia pobciuu ivutuiuj
í t * • ___i m k q ñ n e <ana/Iorr\n mm 1 o 4 anmi-
^n0 Después de su expulsión,
dichos rebaños quedaron bajo la “admi-
ran" de los comisarios del rey. “Las reses eran sacrificadas para ven-
J?ju$ cueros, gran cantidad de becerros fueron devorados por los tigres, y
¡jiniyof número aún murió a raíz de las heridas ocasionadas por murciéis-
« Después de 1795, a pocos años de la expulsión, “el ganado de los
juilas desapareció por completo. Hoy en día, y como único testimonio
jd antiguo cultivo de estas regiones y de la actividad industriosa de los
primeros misioneros, no quedan más que algunos troncos de naranjas y de
mnañndos aislados en las sabanas, rodeados de árboles salvajes ”.164 165
Lamentable, pero muy instructivo espectáculo. La dilapidación por parte
I je los funcionarios de la Corona de las riquezas creadas por la actividad
misionera permite sin duda una mejor comprensión de las razones profun-
I das a que se debió la expulsión. Fue una manera cómoda y fácil de apro-
piarse, sin gastar nada, de bienes codiciados desde hacía mucho tiempo.
Humboldt no parece haber sido sensible a esto. En ocasión de su visita a las
misiones de los raudales administradas por capuchinos que habían reem-
I plorado a los jesuitas, nuestro autor intenta explicar las razones por las que
el sistema misionero era tan detestado por parte de los colonos:

Si sólo se calumniara a los ricos, los misioneros del alto Orinoco debe-
rían estar fuera del alcance de los dardos de la malignidad. No poseen
un caballo o una cabra, apenas una vaca... Así pues, no es contra la
posición desahogada de los monjes de estricta observancia que está
dirigido el resentimiento de la clase industriosa de los colonos, sino
contra los principios exclusivistas de su gobierno, contra esa obstinada
tendencia a cenar las puertas de su tenitorio a los hombres blancos,
contra los obstáculos que ponen al intercambio de productos. En todas
partes el pueblo se rebela contra los monopolios, no sólo contra aque-
llos que conciernen al comercio y a las necesidades materiales de la
vida, sino también contra el derecho que se atribuye una casta o un
sector de la sociedad de educar ella sola a la juventud o de gobernar, no
digamos civilizar, a los salvajes.67

Esto significa que después del saqueo de las misiones jesuíticas, los
colonos quieren completar su victoria, no consumada del todo, por cuanto
subsisten aún algunos obstáculos que impiden la penetración del sistema
mcrcantilista dentro de los territorios de las misiones. La justificación ideo-

164 Relation hisiorique, tomo vil, libro vil, cap. xx, pp. |M|
165 Ibid., tomo vil, libro vil, CAP. xx, pp. 9Q?9M§
Humboldt y la población blanca

lógica de la expulsión de los jesuítas, o del combate librado contr.


congregaciones que los reemplazaron (lucha contra la opresión cl19

contra el monopolio de la educación etc.) no logró enmascarar las


cas motivaciones de orden económico de los enemigos de las misione M
mismo fenómeno se produjo en Europa en los siglos xvm y xix: la burgi!3
en ascenso descubrió una verdadera vocación anticlerical cuando ad^J
que bajo los disfraces del combate ideológico, bien podría apoderarse^
riquezas que hasta entonces habían estado fuera de su alcance Al rcfer¡ C

a los conflictos entre la minoría representada por los religiosos y la m ay


formada por los colonos, Humboldt suministra una lista completa ¿ |J
elementos que hoy en día son tenidos en cuenta por los sociólogos, u
que creer que lo que ellos dan en llamar el umbral de la tolerancia hacia c|
medio ambiente, había sido traspuesto, en la medida en que la minoría
religiosa no podía seguir coexistiendo con la mayoría de los colonos, ^
estructuras económicas, el estado espiritual y los objetivos, eran demasi».
do diferentes.
Humboldt habría podido señalar otro fenómeno aún: si bien en el peño,
do colonia] los criollos se resistieron enconadamente a las medidas econó-
micas o fiscales impuestas por la Corona 6*... ¡no dijeron una sola palabran
hicieron nada cuando la expulsión de los jesuítas fue dictaminada! Este
hecho provocó indudablemente una gran conmoción en toda América, pero
en definitiva, frente a este extraordinario suceso las reacciones de los crio-
llos fueron sumamente débiles. Así como la historia fiscal de América hier-
ve de motines, revueltas e insurrecciones que estallaron ante la menor
tentativa de aumentar los impuestos, ¡en ella no se encuentra indicio algu-
no de disturbios sociales a propósito de la expulsión !166 167 En realidad, los

166“ Esta resistencia a la política económica y fiscal de la Corona es estudiada en


particular por Carlos Felice Cardot: “Rebeliones, motines y movimientos de masasen
el siglo xvui venezolano”. Todos los movimientos insurreccionales registrados estia
dirigidos contra la Compañía Guipuzcoana, contra las nuevas tasas y contra los
impuestos, rebelión de Andresote (1730-1733) en Yaracuy; motín de San Felipe el
Fuerte, en 1741 y de El Tocuyo, en 1744, rebelión de Juan Francisco de León, en
Panaquire, 1749. En la misma colección véase también, Edberto Óscar Acevedo,
Factores económico-regionales que produjeron la adhesión a la revolución, tomo in,
pp. 211-255
167dos, nadie dice una sola palabra. Véase a este respecto nuestro estudio *obrcI
“Le créole américain ü travers quelques écrits franjáis et espagnolsdu xvm
pp. 88-89. j ’É
0Scríollos se oponían fundamentalmente a los monopolios ¡.. aje-
IASÍ pues, hay que convencerse de que para los colonos y para algunos
^Ministradores españoles, la expulsión de los jesuítas fue una verdadera
Finalmente, Humboldt aporta un interesante testimonio sobre la
“¿edicncia de que dieron prueba los jesuítas en el momento de recibir el
^cttiode expulsión. En Angostura, un tal don Vicente Orosco, oficial del
¿uC(po de ingenieros, le informó que hallándose en Carichana, a donde
hibía acudido para expulsar a los jesuítas, había logrado confiscar una
botella que era transportada en piragua por unos indios. Esta botella conte-
ní un aviso escrito por el superior de la Compañía en Santa Fe, y destinado
i ios jesuítas de Carichana. “Dicha carta no recomendaba tomar ninguna
medida de precaución, era breve, sin ambigüedades y respetuosa para el
gobernador, cuyas órdenes fueron ejecutadas con una severidad inútil e
¡nacional”.168

La influencia del cristianismo sobre los indios


Humboldt expresó interesantes juicios sobre el efecto de la cvangeiización
en la mentalidad indígena. Ya hemos visto las dificultades con que podrían
tropezarse los misioneros cuando se trataba de explicar el dogma a indios
que apenas si entendían el español. El culto de la naturaleza es el único
conocido por los pueblos indígenas del Alto Orinoco, del Atabapo y del
Inírida. Ellos distinguen el principio del Bien, Cachimana (el Gran Espíritu
o el Manitú) “que regula las estaciones y favorece las cosechas”, y el prin-
cipio del Mal, Iolokiamo, “menos poderoso, pero más astuto y sobre todo
más activo”. Pero de la religión cristiana no entienden nada. “Cuando de
tiempo en tiempo los indios de las selvas visitan las misiones, tienen'gran
dificultad en hacerse a la idea de un templo o de una imagen".

Esta buena gente —decía el misionero [el padre Cereso de San Antonio^
de Jávita]— gusta únicamente de las procesiones al aire libre. La última
vez que celebré la fiesta patronal de mi pueblo, el día de San Antonioftj
los indios del Inírida asistieron a la misa. “Vuestro Dios —me decfaiKSlj
permanece encerrado en una casa como si fuera viejo y enfermo; el
nuestro está en la selva, en los campos, sobre las montañas de Sipapude
donde vienen las lluvias”.169

168 Relation historique, tomo vu, libro vn, cap. xxi. pp. 15J-l5íy|
169 Ibid., tomo vil, libro vu, cap. xu, pp. 335-336.
Se traía aquí de un caso extremo» registrado en una región vCr(j
mente recóndita. En México, nuestro autor encuentra un ejemplo

resante Al hablar de la pirámide de Cholula, en cuya cúspide o. ^ j 'olula I


era vista como una ciudad sagrada:
edificada una pequeña capilla, recuerda que antes de la Conquista

En ninguna parte —escribe— era posible encontrar mayor núinc A


teocallis, de sacerdotes y de órdenes religiosas (tlamacazquc) ^ i
magnificencia en el culto, mayor
austeridad en los ayunos y ^0r' .9
dios» los símbolos de un nuevo culto no lograron borrar del penitencias. A partir de la introducción

del cristianismo entre los 8


Ja AM IAI* A CAl 1A t* un AllltA nA I ArtMrAn knnMa. J
No c| i
recuerdo del culto antiguo: el pueblo acude en masa y desde muy i
para subir hasta la cima de la pirámide y celebrar allí la fiesta de¡fl
Virgen: un secreto temor, un respeto religioso, embargan al indígenas
frente a este inmenso amontonamiento de ladrillos cubierto de arbustos 1
y de un césped siempre lozano.170

Los pueblos sometidos por largo tiempo a la dominación extranjera j


—explica Humboldt— “se atienen con extraordinaria tenacidad a sus Id. 1
bitos, a sus costumbres y a sus opiniones”. El cristianismo, introducido por fl
la fuerza, penetró poco en la masa indígena; simplemente sustituyó con!
“ceremonias nuevas, símbolos de una religión benévola y humana, lascel
remonias de un culto sanguinario".
Humboldt explica la facilidad con que los indios adoptaron el cristia*]
nismo, merced a la costumbre que tenían, anterior a la conquista, de adopJ
tar los ídolos del pueblo conquistador. Asimismo señala que en los primeros!
tiempos, los conquistadores —particularmente Cortés en México— supie-
ron aprovechar con habilidad las tradiciones populares según las cuales j
Quetzal coa ti habría de regresar para retomar su imperio. Los misioneros!
favorecieron “hasta cierto punto" la confusión entre el cristianismo y la I
, mitología azteca, por cuanto la misma favorecía su labor evangélica. “Los!
nativos —agrega— no conocen de la religión más que las formas exteriores í
del culto". Sienten adoración por las ceremonias religiosas, por las fiestas!
de la Iglesia, por los fuegos artificiales, por “las procesiones acompañadas]
con danzas y con disfraces barrocos".
Cada región del imperio español ha puesto su sello particular en las]

170 Vues des Cordilléres, tomo i, pp. 116-117.

i¿o
manifestaciones del sentimiento religioso. Los malayos de las Filipinas y|
de las islas Marianas mezclaron el cristianismo con sus propias creencias!
En Pasto, Humboldt vio a indios, “enmascarados y adornados con cascabel
uta r danzas salvajes alrededor del altar, mientras que un monje
|í$* e^0 elevaba la hostia".171
conclusiones que sacan los actuales especialistas en costumbres

!^as no son muy diferentes. Citando a Miguel Othón de Mendizábal,


* u e l Gamio y a Agustín Yáñez, Luis Villoro dice que la persistencia de
ria|ídad indígena, muy vivaz en las artesanías, en las costumbres y en
l^.jgios de numerosas instituciones primitivas, se revela principal-
P en l> religión. El cristianismo tal y como lo practican los indios de
días es una sorprendente mezcla de politeísmo con algunos ritos
más o menos bien comprendidos.172 Juan Comas, quien se basa en
111
trabajos del mexicano Gonzalo Aguirrc Beltrán, de los ecuatorianos
tríalo Rubio Orbe y Aníbal Buitrón, de los
Jtsil Castillo y J. A. Villacorta y del peruano Luis E. Valcárcel, llega a guatemaltecos Flavio Rodas,
s
plicas conclusiones173 Reconociendo la importancia del trabajo realiza-
. ^ los misioneros, este autor comprueba que r

i mediados del siglo xx, subsisten las creencias y las supersticiones


precolombinas que, en una proporción considerable, están amalgama-
,jas a los ritos cristianos y más particularmente a los católicos: los dos
simbolismos (cristiano y pagano), las dos actitudes psíquicas del más
allá, puestas frente a frente, se complementan y forman un todo en la
mayoría de los pueblos indígenas de América.

Agrega incluso que algunos grupos indígenas ¡no tienen todavía nin-
gún conocimiento de la religión cristiana! La bibliografía citada por los
(jos autores que hemos mencionado en este párrafo es muy abundante, y es
el (hito del trabajo llevado a cabo por sociólogos y etnólogos de la actuali-
dad. Para dar un último ejemplo, mencionaremos a continuación lo que
Luis Cardoza y Aragón nos informa sobre las costumbres religiosas de los
indios de Guatemala. En 194S, este autor asistió a la Semana Santa de Atitlán,
donde los indios daban en adorar a un santo que muy poco tenía de católi-
co y cuya creación era totalmente obra de ellos:

Maximón, muñeco vestido a la europea, un puro en la boca de la másca-


ra sin carácter y con rasgos de hombre blanco, campaba en la propia
puerta de la iglesia, sobre una banca, estrenando ropas y pañuelos
de colores anudados al cuello, zapatos amarillos flamantes y tocado de

17171 Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 374ss.


172 Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, pp. 18&si.
173 Juan Comas, "La cristianización y educación del indio desde 1492 a nuestros
•Has", en Ensayos sobre el indigenismo, pp. 126-140.
gran sombrero de fieltro. Los indígenas, antes de entrar en el tempi0
reverenciaban a Maximón, besándole las ropas, los pañuelos, los Íj|||
tos y repartían puros entre los cofrades.

El autor recuerda el combate librado por el padre Godoffedo Recinos a


fin de destruir el ídolo: una vez cumplida tal acción se vio obligado a huir
pues los indios apreciaban enormemente a su San Maximón. ¡El santo,
reconstruido por los brujos, regresó a su lugar! ¡Tal es la intensidad de las
tradiciones indígenas!174

174 Luis Cardoza y Aragón, Guatemala: las líneas en su mano, pp. 49ss.
De
interés es el estudio de Henri Favre, ‘Tayta Wamami, le cuite de montagnes dans
le
centre sud des Andes péruviennes”, donde el autor da cuenta de costumbres
religiosas
fuertemente impregnadas de tradiciones netamente incaicas.
Humboldt y el indio americano
Alejandro de Humboldt bien puede ser considerado el primer indigenista
délos tiempos modernos. Es menester que reafirmemos en estas páginas su
indigenismo, por éste ha sido recientemente puesto en duda por algunos
historiadores mexicanos.
Los reproches dirigidos al indigenismo humboldtiano son de muy va-
nado tipo, y se refieren tanto a la amplitud, profundidad e intensidad del
campo de visión de Humboldt, como a la fidelidad de la imagen que nos
ofrece del indio. Según aquellos autores, esta última habría sido deformada
¡ y falseada por la acción de diversos factores subjetivos; el viajero alemán
habn'a escuchado con demasiada complacencia los juicios negativos verti-
dos por los criollos hispanoamericanos sobre el indio, y al reproducirlos en
sus obras, al mismo tiempo había expresado un cierto desacuerdo con uno
de sus temas predilectos de la filosofía “ilustrada” del siglo xvm. Según
José Miranda, en particular, se trataría de la idea del “buen salvaje”, del
hombre de la Naturaleza, que por entonces era considerado superior al hom-
bre civilizado del Viejo Mundo.175
Estas teorías merecen ser atentamente examinadas, y si bien por un lado
no se puede negar que encierran una cierta dosis de verdad , es menester
considerarlas con prudencia, atenuando su contenido. De otro modo,
Humboldt correría el riesgo de aparecer a nuestros ojos como un autor
profundamente marcado por un conjunto de circunstancias exteriores, to-
talmente incompatibles con el carácter científico que él quiso imprimir en
su obra. Es muy posible que su prolongado contacto con la sociedad crio-
lla haya producido efectos modificadores en algunos de sus juicios, pero
aún así, la profunda influencia de las Luces sobre sus convicciones filosófi-
cas y políticas es un hecho innegable. Por otra parte la obra americana de
Humboldt no es tan sólo el fruto de un viaje, sino también y por sobre,
el resultado de una vasta investigación de toda la literatura amenes •']
española o europea. Este proceso, que se prolongó por más de cinc j
años, fue llevado a cabo por Humboldt a través de la consulta de ca¡¡J
las obras que fueron publicadas desde el descubrimiento de América

175 José Miranda, “La visión humboldtiana de los indios mexicanos”. La traduc-
ción al francés, hecha por la sra. G. Soustelle, fue publicada junto con una serie de
estudios sobre Humboldt por la Societé des Américanistes en Archives du Muséum
National d’Histoire Naturelle. 7a. Serie, tomo vil, París, 1960.
Humboldt y el indio americano

fines de la primera mitad del siglo xix.176 Finalmente, no hay que perder?
vista el considerable cambio de óptica que se operó en Europa entre 17Í
y 1808, el cual permite apreciar plenamente la nueva actitud de los eqfl
tus ilustrados de esa época con respecto a las enseñanzas de los fiM
Ciertos aspectos puramente circunstanciales de pensamiento —en esp^J
el espíritu sistemático y la creencia en el buen salvaje— son dejados def
lado, sin que por ello su contenido esencial sea puesto en tela de juicio,
ejemplo, Humboldt modifica notablemente la descripción antropológica!
que diera Buffon, y atenúa decididamente el panorama de la destrueca
del indio americano a manos de los españoles que pintaran Montesquki
Raynal y tantos otros; deja.ya de creer en el buen salvaje y abandona'
finalmente su postura de anticlericalismo sistemático de tipo volteriano]
para quedar como un libre pensador. Pero no por esto Humboldt se sintió 1
menos ligado a la ideología de los filósofos racionalistas, de quienes coJ
servó los métodos de trabajo, los conceptos generales de la evolución y la
confianza en el progreso. Como veremos luego, si bien sus cuestionamieniot
aluden a aspectos sin duda importantes, jamás llegan a poner en dúdala
ideas filosóficas del autor criticado. En una palabra, Humboldt permanece]
fiel a las ideas fundamentales de los ñlósofos del siglo xvm, y lo quede
ellos pone en discusión son meramente detalles.
En un artículo publicado en español por una revista mexicana, y
cuya traducción al francés apareció en los Annales du Muséutn d'Hisioin j
Naturelle de París, José Miranda afirma que Humboldt “contrae su visiónj
[...] a los indios que constituían amplias y bien organizados sociedades 1
políticas en el momento de ser sojuzgados por los españoles”. En estas lí-
neas se halla una vez más el defecto de óptica común a todos los actuales:
críticos americanos de Humboldt, quienes en su mayoría se limitan a leer el
libro que el viajero alemán dedicó a sus respectivos países* sin tomar lii
precaución de consultar la obra en su totalidad. Aún cuando aluden a otrosí
escritos humboldtianos —tal y como hace Miranda en el mencionado]

176Esta tendencia de presentar a Humboldt como un simple “naturalistay \iaj«o


alemán” ya había sido detectadá por nosotros en el artículo “Quelques aspeas de b
découverte de 1’Amén que dans le Cosmos d’Alexandre de Humboldt”. Richard!
Konetzke también detectó la misma anomalía en las definiciones que figuran en l«|
principales diccionarios o enciclopedistas actuales de Alemania; véase su estudMíl
“Alexander v H. ais Geschichtsschreiber Amerikas”.
NOTA PRELIMINAR
se conforman con extraer de ellos tan sóln i
útiles para corroborar sus propias E, cita* que ^
¡¡^HS I Pensa™“10 ¡"tegral «fe, i*» que SI
< *f!"ídÓ" d POr,^,ra"da podrfa tener &
„f«tncia | Ensayo potinco sobre laNueva £v„„l '2 '«'“sivanie»,
<.I. ¡8|Í inf«cna,.quc en México*^’ «1
Üi alusiones a los amigues imperios aaeca P * para I cual
& puede ser aplicada a la obra entera de núes» "Ca'Pero de nin«

S se «do» -muy lejos esui de ello-


^ de civilización.
a 3 §¡gg|S ""Portantes cen-
HamboWi conoció y estudió también las tribus 1 •
n 0C Rí Negro ¡0
i SS I ® " °’ Í ° ’ Í Ma¿u T S
desde CW«í'"a 1|S a L,ma' 11 tratase de |¡p y | S| Andes
V
11 misiones (guahibos, guampunaves. cabres etc r ■ "nidas «toreo
i cualquier intento de penetración y con frecuencSS pltlhostiles
(Jes-La extrema dificultad de aproximarse a cslos ll, ®'"1' «doma-
ÍIÍÍ -prov,s‘os 1 ""tras y equipo aleT’ & 1 «pl„.
leuer—han KMiMl b|e«> a veces a exl"^ "¡ «>«6

BIBLIQTl
vidas, no puede sino convencernos del valor y amT de SUs P^Pias cj
que dio pruebas nuestro autor en la realizacióndetal CXtraordinarios de

- empresa.

175
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano

Amplitud de su campo de visión


En un artículo publicado en español por una revista mexicana, y cuya
traducción al francés apareció en los Anuales du Muséum d'Histoire Naturelle
de París, José Miranda afirma que Humboldt “contrae su visión [«,.] a los in-
dios que constituían amplias y bien organizados sociedades políticas en el
momento de ser sojuzgados por los españoles”. 177 En estas líneas se halla una
vez más el defecto de óptica común a todos los actuales críticos americanos
de Humboldt, quienes en su mayoría se limitan a leer el libro que el viajero
alemán dedicó a sus respectivos países, sin tomar la precaución de consul-
tar la obra en su totalidad. Aun cuando aluden a otros escritos humboldtianos
—tal y como hace Miranda en el mencionado artículo— se conforman con
extraer de ellos tan sólo las citas que sin duda les resultan útiles para corro-
borar sus propias teorías, pero que fuera de contexto deforman el pensa-
miento integral del autor.
La definición dada por Miranda podría tener validez exclusivamente
con referencia al Ensayo político sobre la Nueva España, donde Humboldt
analiza la sociedad indígena que encontró en México y para lo cual hace
frecuentes alusiones a los antiguos imperios azteca e inca. Pero de ninguna
manera puede ser aplicada a la obra entera de nuestro autor, cuya visión del
indio no se reduce —muy lejos está de ello— a esos dos importantes cen-
tros de civilización.
Humboldt conoció y estudió también las tribus salvajes, semisalvajes y
ya reducidas de la cuenca del Orinoco, del Río Negro, del Magdalena y de
los Andes, desde Cartagena de Indias a Lima; ya se tratase de tribus reuni-
das en tomo a las misiones (chaimas, sálivas, caribes etc.), ya de comunida-
des independientes establecidas fuera de toda jurisdicción misionera

177| José Miranda, “La visita humboldtiana de los indios mexicanos”, p. 370.
(guahibos, guaipunavcs, cabres etc.), casi siempre hostiles aH
tentó de penetración y con frecuencia totalmente indomables L * I__________|j
dificultad de aproximarse a estos últimos, que los exploradores
—provistos de armas y equipos que Humboldt ni soñó tener— ha
.
comprobar muy bien, a veces a expensas de sus propias vidas, no
.. • ^ I N ÍH
sino convencemos del valor y arrojo extraordinarios de QUE DIO
nuestro autor en la realización de tal empresa. Su incansable ACTIVJ^/H
sangre fría frente a los más peligrosos trances y su determinación ¡ *
brantable, le permitieron llevar exitosamente a cabo una EXPEDICIÓN ¡
por la riqueza de los resultados obtenidos, lo convierten en el fundad^
la antropología y de la etnografía de los pueblos indígenas del NUEVO QJ

#¡J¡¡ tinente
El esquema del indio americano que Humboldt nos presenta es 8üInl
mente completo. Él mismo abarca desde el tipo menos evolucionado
todos, el feroz indio bravo de las selvas vírgenes, al cacique a medio ajj,J
lar y reducido, de los pueblos de misión, para rematar en el tipo tan comp| e
jo como interesante del mestizo que, con mayor o menor fortuna, logJ
elevarse al nivel cultural o económico del blanco.
En su Narración histórica, Humboldt enumera 104 grupos indígenj
(étnicos y lingüísticos),178 mientras que en sus Sitios de las cordilleras ^ I
cuenta de más de 140 lenguas habladas por la “raza cobriza ”.179 Un cieno
número de estos grupos (chaimas, guaicas, caribes, mexicanos y peruanos)
dan lugar a un estudio profundo de sus particularidades étnicas y I
antropológicas, de las sociedades que ellos forman o de las estructuras
sociológicas en las cuales se insertan. No todos fueron observados directa*
mente; algunos de ellos figuran en estudios realizados por viajeros que
ww« nh

recorrieron Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, Alaska o el extremo


sur del continente americano (algonquines, apalaches, esquimales, patago-
nes etc.). Difícilmente podría reprochársele el haber utilizado dichas fuen-

178 No es de sorprender la evidente confusión que se nota entre los conceptos de


“grupo lingüístico" y “grupo étnico", ya que durante largo tiempo reinó una total
indeterminación en cuanto a los criterios a seguir. En un trabajo, Antonio Tovar des-
taca cuán abrumador es el problema de las sinonimias de los numerosos grupos indí-
genas, y la gran cantidad de errores que además se cometen al respecto. Lamentad
abandono que se ha hecho del estudio de estas lenguas en los tiempos actuales y
reconoce que “la lingüística de esta paite del mundo aún no se ha independizado déla
etnología”, Antonio Tovar,patólogo de las lenguas de América del Sur.
179 Con referencia^HMculos de Paul Rivet y de Loukotka, en su Catálogo,
Antonio Tovar contaJ^Hw pipos indígenas para América del Sur, si bien esta
cifra está dada tan SÓHM dicativo.
1
DEFINICION Y ALCANCES mu. BwnnsnJPiO
nvnuouromr
oas ansias de conocimiento de los tipos humanos de la América india
& j
contrario, prueba fehaciente del apasionado interés que desperta-
c

^ en él Al describir con la mayor exactitud posible al hombre indio de su


^ipo. Humboldt no olvida delinear también la historia de las sociedades
colombinas más adelantadas, exhumando una serie de pruebas a fin de
¡Untárnoslas bajo una nueva perspectiva, es decir, como naciones que
¡Araron alcanzar un nivel de civilización relativamente avanzado
que, por ende, son dignas de atención y estudio por parte de la Europa
i culta.
Entendámonos bien acerca del carácter de las observaciones de Humboldt
en este terreno. Con toda razón, José Miranda afirma que gran parte de las
observaciones sobre México que figuran en el Ensayo político sobre el
rei-
f no de lo Nueva España provienen particularmente de la Historia

B /B L /OT £ GA
antigua
¿i México del Padre Clavijero. Sin duda, con esto trata de hacer ver que
Humboldt carece en realidad de la importancia que se le concede en lo
que al conocimiento del mundo indígena concierne. Pero este autor olvida
señalar que si bien Humboldt cita a Clavijero, hace al mismo tiempo refe-
rencia a la casi totalidad de los autores españoles o europeos cuyas obras
trataron no sólo de México, sino también de todas las demás posesiones
europeas en América desde la Conquista. Circunscribiéndonos exclusiva-
mente a México, en el Ensayo humboldtiano sobre ese país hemos detec-
tado mención de los trabajos de Cabrillo (1542), de Gali (1582), de
Sebastián
Vizcaíno (1602), del Padre Kino (P. Eusebio Francisco Kin o Kflhn, 1687-
1706), de La Bodega y Cuadra (1775 y 1779), de Martínez (1788) etc. Es
decir que si nos atuviésemos a las definiciones de Miranda, jamás podría-
mos lograr una visión completa y exacta de la obra de Humboldt 180
Humboldt no se limita a repetir lo dicho por cronistas, misioneros, his-
toriadores o viajeros de los siglos anteriores; lo que hace es difundir el
conocimiento de ese material en Europa, donde los medios ilustrados des-
conocían totalmente las civilizaciones indígenas, o las despreciaban, o po-
nían en duda su existencia o, también, exaltaban desaforadamente sus
virtudes, ya fuese refiriéndose explícitamente a ellos o bien reemplazándo-

180 No es éste el lugar indicado para dar la lista completa de los españoles o
hispanoamericanos citados por Humboldt en su Ensayo político sobre el reino de la
Nueva España. Entre los nombres más conocidos que nuestro autor menciona en
dicha obra se destacan: el padre Acosta, Alvarado, Alcalá, Bemal Díaz del Castillo,
Gavijero, Colón, Hernán Cortés, fray Juan Díaz, Antonio de León y Gama, fray
Pedro de Gante, Grijalva (Hernando y Juan), Herrera, Nicolás de Lafora, el cardenal
Lorenzana, Motolinía, Diego de Ordaz, Juan de Palafox, el obispo Vasco de Quiroga,
el virrey Revillagigedo, el padre Sahagún. González de Sandoval, Luis de Velasco el
Viejo y el Segundo.
_____________________________________________________________________
los con “indios” imagituu... .<1VJ „
daban dos tendencias opuestas, una que sobresumaba eí grado de civjp **
ción alcanzado por los indios, y la otra que ponía por las nubes la inq^j
cia, el candor y la bondad del hombre desnudo. ^
Chinard ha señalado que hasta fines del siglo xvm los autores euroiwJ
—y los franceses en especial— se consagraron más bien al estudio del l¡3
bre civilizado que al de las sociedades indígenas. 5 “El interés por el salvad
en sí mismo —escribe Silvio Zavala— es indirecto, y en sus palabras ¡mj
ginarias reapareció el europeo, el filósofo”. 6
Por el contrario, Humboldt estudió al indio en su calidad de tal, J
interés que podía presentar como tipo humano, y fue plenamente consejen,
te de que, al consagrarse a investigar sobre este tema, estaba contribuyendo
a enriquecer la historia natural del hombre.

5
Estos problemas fueron estudiados por G. Chinard en L ’Amérique el le rht 1
exotique dans ¡a liitérature frangaise au xvm siécle, más tarde por Antonello Gerbi,
La disputa del nuevo mundo, historia de una polémica (1750-1900). Esta obra es j
una nueva edición, completamente reestructurada y considerablemente aumentada, dej
otro libro del mismo autor Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, publicado col
Lima en 1946 (3a. edición), por el Banco de Crédito del Perú, 311 páginas. En ¿ai
légende du bon sauvage, René Gonnard se aboca principalmente al estudio de los
orígenes del socialismo a través de la leyenda a que alude el título.
6
En estas obras predomina la tendencia llamada indianista. En Francia, di
movimiento de simpatía a favor del indio está expresado con el más ardiente entu-
siasmo por Marmontel en Les Incas ou la Destruction de l ’Empire du Pérou, París,,
1777,2 vols. en 8°, obra en la que ese autor vierte juicios sumamente severos sobre
la colonización española junto a una extraordinaria idealización del indio. Los es-
pañoles son presentados como “tigres, lobos voraces, leones acuciados por un ape-
tito insaciable”, mientras que se describe a los indios como seres débiles por i
naturaleza, “habituados a vivir con poco, sin anhelos, casi sin necesidades, sumidos
en la ociosidad”. Aquí, el autor retoma visiblemente las ideas de Buffon, de quien hace I
mención. No deja de señalar que las leyes de la Corona intentaron constantemente
velar por los indios, pero que los españoles prefirieron tener “en su ocio soberbio,]
esclavos y tesoros”. Marmontel distingue en Las Casas al primer defensor de los i
indios oprimidos: “Todas las naciones han tenido sus bandoleros y sus fanáticos, sus
épocas de barbarie, sus raptos de furia. Las más respetables son aquellas que lo
confiesan. Los españoles han tenido esta nobleza de sentimientos, digna de su carác-
ter”. Esta idea es muy interesante, y bajo otra forma, es retomada por Lewis Hanke
como conclusión de su libro acerca de La lucha española por la justicia en la
conquista de América: Marmontel es consciente de la naturaleza híbrida de su libro, 1
en el que —afirma— “hay demasiado de verdad para una novela y no la suficiente
para una historia... Así pues —concluye—, se puede considerar a Los Incas como
una suerte de novela que tiene a la historia por fundamento y a la moral por objetivo"
(introducción).
Bl^^WWálórpara iiqw».^
"^oscíás'cas españoles sobre la colonúJr"0*
d
®Ht se refirió aellos —postura igualmente »ov!Íj'U
b d
° ^ovista por completo del escepticismo (J5‘~
uzgaban dichos escritos, que en la Espafc v J’*'
H
pii»ntna /I. C_•, _ _7 0lB

eflester
| "'¡dad. esecOlutmu -u™) „ que caracteria»ü¡¡
:
l los pHmoros «ajeros españoles [... a lo, que dc|
de „n las
____________.1 Pfl descripciones
descripciones declamatoriu
declamatorias de Solfe v de Üde Solfc . m.
I
‘^unaifsc ‘°,0res que no habían puesto un pie fuera de EuropañjS
ff><^oaos .-M
es**0*

V£-un» -Íeían ^ñocidos como “cuerno, de


sili'° XeTcues»» y analiza considerándolo, fuente, f ldedi^,
^’|oSdeHndioamerÍCan°:
«K,ífU hflbcr estado sobre el terreno -escribe- para poder apr^
. ^^colondo auténücoy local que caracterizan*!!

IB Humboldt v a indio americano

™ subrayando la importancia de la literatura misioaeri ES |


“en‘f!; como si el deber de un filósofo fiiese el de negar todo loque
Mc. “Observado por los misioneros .
J** Isignifica que Humboldt haya aceptado sin ningún d.sccnumiJB
65,0
ateriaí que tales relatos le bnndaban. Por el contrario, no cesa
rfJüg
°r nnTarlos con los resultados de su propio viaje y con los dalos que
* colectar sobre el terreno, ordenándolos según sus propios criterio* J
Afleos y políticos.
fi,
11
7” más prestigiosos histonadores de fines del siglo xvm, en camba* I
L nmuy poco crédito a lo escrito por los autores que Humboldt mención* ?
| instantemente. Así pues, no dejemos de advertir el importan|¡SSlB
tuvo nuestro autor en esta suerte de rehabilitación —sin duda la prime-
¿en los tiempos modernos— de los clásicos ibéricos de América.
Daremos a continuación un convincente ejemplo de lo
anterior^releyendof
a tal fin algunos pasajes de la HISTORIA DE AMÉRICA de William Robertson,
quien entre los historiadores de su tiempo gozaba de un merecido prestiño]
porta cantidad y calidad de los documentos de que se vale en su obra,l*
que entre 1777 y 1845 conoció seis ediciones francesas. PropoméndJB
objetivo, en los primeros párrafos de su libro iv intenta distinguir lo verda- ¡
dcro de lo falso dentro de los relatos de los primeros viajeros y
dores españoles que eran ‘ audaces y valientes en grado superlativo?^?
"demasiado poco ilustrados como para ser capaces de observar y ^
lo que veían" A esta ineptitud se agregan los “prejuicios que han hecfoj
defectuosas las nociones que ellos nos dejaron del estado de los N
de América". La oposición entre el partido de los colonos, “interesad ^
hacer permanente la servidumbre de esas gentes” y el otro partido,
do de afán por la conversión de los indios”, aumentó la dificultad iS
alcanzar un conocimiento pleno del carácter de ese pueblo y nos ¡n ^
leer con desconfianza todos los escritos que sobre él nos dejaron los181
res españoles”. Pero los filósofos del siglo xvm —prosigue el historiarWl
“en vez de arrojar luz sobre este tema [...] contribuyeron, en ciertos atiJ]
tos, a envolverlo en una nueva oscuridad” Y así, Robertson pasa a dcstaj
las opiniones contradictorias de fiuffon, de De Pauw y de Rousseau D
anunciar finalmente que en sus propias investigaciones sobre los
indígenas, él habra de ser muy cauteloso y mesurado.1
En el capítulo que dedica a la antigua civilización mexicana, nos SQI
prendemos al advertir que el prejuicio de objetividad de Robertson no ul
de ser una mera fórmula de estilo. La civilización de los aztecas, escriba
“estaba mucho más desarrollada que la de las naciones que nosotros hemos

181 William Robertson, Oeuvres completes. En el Prefacio de 1788 de su


Hisu
ría de América, tomo u, el autor comenta las dificultades con que tropezó en la
búsqueda de documentos relativos a América. No tuvo acceso a los archivos dd
Nuevo Mundo que a la sazón se hallaban en Simancas. “El Archivo de Simancas-
escribe—no se abre ni siquiera a los nacionales, sin una orden expresa de la Corte; j
después de haberla obtenido no es posible copiar un solo papel sin pagar gastos de
escritorio tan exorbitantes, que el desembolso sobrepasa a los sacrificios que uno
podrá hacer a fin de satisfacer una simple curiosidad literaria”. En la posdata del
prefacio, el autor menciona la publicación de una Histoire de México, en 2
volúmenes
en 4° y traducida del italiano, del abate don Francesco Se vecino Clavijero. Destacad
“gran número de datos nuevos” que contiene dicha obra, pero se declara “no
obstante
convencido de que apenas si contiene una sola adición a las nociones sobre la
historia
antigua del imperio mexicano suministradas por Acosta y por Herrera, como no sean
algunos hechos extraídos de las improbables narraciones y de las fantasiosas conje-
turas deTorquemada y de Boturini”. Robertson se defiende de las acusaciones que!
Clavijero dirige contra su libro, las que a su juicio están “despojadas de todo fundaj
mentó”, y a las cuales él responde en “notas acerca de los pasajes [...] que han dado
lugar a la crítica" La primera edición de la obra de W. Robertson fue publicada bajo |
el título Historyof America, Londres, 1777.
dado a conocer”, pero “no por eso es menos manifiesto que en muchos
aspectos los historiadores españoles han exagerado los progresos de ios
mexicanos" Esta exageración es un efecto de la impresión que había can-
pBflNKlM Y ASRSanTTlNDÍGENISMO
HUMWUITIAUO
ño!cs el contraste entre “las toscas naciones con que hasta
^,0® ¡Jadían encontrado en América" y "la apariencia de organiza-
algunas obras de arte". "La calentura de la imaginación es*
rosigue, dio lugar a un “montón de ficciones de hombres quel
jo!91 o que tenían una gran inclinación a creer en lo fantástico".
se apoya en el testimonio de viajeros o de escritores españoles
J^°c¡erto mencionan "algunos vestigios de antiguos edificios en
f r rjijjseaia (sic), Cholula etc.", pero se abstienen de describirlos, "dan*
¿pender a través de su silencio que estas ruinas parecen tan poco
í°1 jc consideración, que apenas si alcanzan para dar indicio de que en
t¡wnpoj| existieron algunas edificaciones en esos lugares"9
^ impresión que produce el juicio del historiador escocés acerca del
fino imperio inca es casi tan negativa como la anterior Aun cuando
gobertson pone en duda la información que le ofrecen los Comentarioi
^5 del Inca Garcilaso, parece haber aceptado algunas de sus tesis, por

^to admite que los peruanos tenían costumbres más pacíficas que los
flecas, y también que habían logrado "progresos mucho mayores que
los mexicanos en las artes aplicadas y en las que sólo sirven para hacer
ggmdable la vida" Hace alusión a los edificios del Cuzco y al sistema de
[Dios creado por el inca.10
Pero si bien reconoce la existencia de una civilización relativamente
avanzada, no pasa por alto los graves defectos morales de los peruanos.
‘Nohay en toda la historia —afirma— un solo ejemplo de un pueblo (...)
tan desprovisto de arte y de valor militar". Los peruanos son unos
cobardes
y "su descendencia conserva la misma característica. Los indios del Perú
—concluye— son el pueblo de América más servil y más familiarizado con
eljugo. Debilitados por una existencia sin actividad, se muestran incapa-
ces para toda acción vigorosa". El autor intenta hallar las razones dé esa
"blandura indigna del ser humano" en sus instituciones, en la benignidad j
del clima (?) o bien en algún desconocido principio de su gobierno, causa
de su debilidad política. Finalmente, y a pesar de su superioridad sobre los
demás pueblos indígenas del Continente, los incas del Perú eran bárbaros*
Al igual que sus hermanos de raza, a la muerte del.lnca o de cualquier alio
dignatario, acostumbraban degollar una gran cantidad de sus criados. Así lo
informa Acosta, indicando que "más de mil víctimas fueron inmoladas" ala
muerte de Huayna-Capac. Además comían la carne y el pescado completa^
I mente crudos, asombrando a los españoles por esta costumbre táh opuesta
rías ideas de todos los pueblos civilizados.

’ Robertson, Oeuvres, tomo H, libro vn, cap. x, pp. 700-


703.
10
Ibid., tomo ti, libro vii, caps, xi, xn, xnt, pp. 703*705.
Ilraran IIT T ■ ■—n mur i o
No creemos que sea nccevano reproducir oíros pasajes de l* Q.
Robertson para «preciar k dikreacu de óptica entre él y Humbold * ^ \
do ene último describe —a veces de modo imperfecto, a veces coj
<fc interpretación— los monumentos y objetos de arte observados
dos ea el Perú o ea México, por el solo hecho de mencionar su cxil^to-
echa por tierra la creencia —enraizada entre sus contemporáneos
nida por los historiadores de la notoriedad de Robertson— de
América precolombina no habían existido civilizaciones relativamente ** ^
zadas Fue a parar de Humboldt cuando se las comenzó a estudiar ^
ciaimente en Francia; y es útil recordar que antes que en ningún otro
los libros del viajero alemán fueron publicados en dicho país, circu ^
cu que sin duda propició la eclosión de la escuela americanista frarJ*****'
<ulc
csa.«i
LM intensidad o profundidad del indigenismo humboldr
Sin embargo, Humboldt no se limita a ofrecernos una visión nueva «L
humanidad indígena, más precisa y auténtica que la imagen idílica,
Male o "filosófica** habitual a la sazón en Europa. Por el contrario ^
descripciones antropológicas y sus apreciaciones de las estructuras sóc^
les del mundo indígena están acompañadas de un profundo sentimiento fe 182

182 En "Humboldt vía arqueología mexicana**. Ignacio Bemal ha señalado


bién esta particularidad. “El gran resultado de su viaje, desde el punto de vista que nos
ocupo, es difundir en Europa, ya preparada en otros aspectos, el interés por la arqueo-
logía mexicana, así vemos cómo es precisamente en Francia donde se publican lm
libros de Humboldt, y donde éstos tienen más resonancia al principio, es también
donde han de nacer muy poco después las instituciones o los individuos más intere-
sados en la exploración arqueológica del Nuevo Mundo, en la primera mitad del siglo
xdl No es España m es Alemania, que viene más tarde, es en Francia realmente donde
esto empieza, como una consecuencia de la lectura de los libros de Humboldt. Creo
que ésta es reahuenle su aportación básica a la arqueología mexicana”. El autor podría
haber agregado que si las obras de Humboldt fueron primeramente publicadas ea
Rancia, también fue porque en París pudo hallar tanto un clima propicio con eminen-
tes colaboradores, lo que no le habría sido posible encontrar en Alemania. Tal y como
se lo anunciaba a su hermano en una de sus cartas desde América, en aquella época
Humboldt se negaba a regresar a Prusia. No quería volver a ver su "desierto de arena"
(Stmdwíaie). Sus parientes se sintieron muy alarmados ante esta actitud suya, resuel-
tamente profrancesa. Carolina de Humboldt, su cuñada, que había acudido a reunirse
con él ea París después de su regreso de América, rogaba a su marido, Guillermo de
Humboldt, que le escribiera a su hermano instándolo a la preservación de su calidad
de alemán (líber das Beibehalten seiner Deutschheit): el término Deutschheit es
difícilmente traducible, pero equivaldría aproximadamente a “germanidad”, véase
Hanno Beck. Alexander von Humboldt, tomo U, p. 9.
-- na IUBMBBIMO H MGL

, _n llamar U “nación india",


humanid»! ¿«heredad*. difaj
«*«*¡
.¿a "
*1bie
de
“•***
... . Humboldt el haber liando a,
V^ó®* repf°ch'lcii„eados por Clavijero. Mendieu o PafaaZT
‘»uer2dosu acü,ud oa
r^“i->w^fa.
**pl'^Tde su Narración hutónca,donden^
en lo que a esos problema, se rafia, ^
K l
*^le^'®^itados, quiso mantenerseid m*^, *
<,<*^105 P^^antes a la situación re,pecüv, de la, clan, £L
^^^'Aménca. temando cuidado de nouulizar mg^j|
A
^"^as«“ "L la pasión partidista. Su indigenia»a*~^
<%laS fidsts**’5J3 empalagoso en que se complaciera. MarmonieU
V* "senti«”e" je ios siglos xvm. XDC e incluso del siglo xx N«J
tí^^os »utore! “ aue la compasión que podamos sentir porUnue.
oe CV
^£p° Xs negros, inspirada en el hecho de que fuero, sufay»
o P£‘s -nos lleve eventualmente.iser injustoscon resp^,
sioí;iosc“^P!es del pueblo conquistador”.'5 No olvidemos que
^P?esce»d,e „ una época en la cual el criollo americano que te libera
5 e
I" ldiescO bc
¡ a jndianisu como argumento de simple propu-jj
P*°' uljliza ei )iberación" que en definitiva no habría de Id em»

^¡fgna' s.ue^dominante.
Pfue a la cla~ no declararse en favor de los colonizada* de lo,
«eocaPad° P"boIdt adoptó el criterio de objetividad,absoluta lo cual
"izados. H“n" iar ]¡js jnjusticias que pudo delectar eñ el seno de la
fcinipi*6 d‘"U" cialmente en México.
¡¿dad colon» ¡a postura personal de Humboldt, se hace necesario

Teniendo cl^nilinoS de una comparación con la de Palafox, Mendietay


ibleccr los t *n ^odfía resuitarnos sumamente decepcionant^ÉHSB
vijero, aunq auJofes cuya situación personal, ideas, trayectoria vital y
BHUM del momento fueron radicalmente distintas. Si se exceptúa
pcupacion vi_ bien pronto se advertirá la inutilidad de una compara-
aso de Lia J *
• Clavijero compuso su Historia de México1*
cuando se
Italia, es decir lejos de su patria, de donde bailaba

,2 Miranda,
“La visión
humboldtiana de los indios mexicanos", p. 372; 9
«libro más reciente, Humboldt y México, cap. iv, párrafo 2, b. 7 (sociedad);|||
Miranda reproduce el artículo citado en la nota 1, aunque
suprimiéndola mención i»
Humboldt relativa a los caribes. Véase más abajo, p. 326. \
13
Essai polit. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 355. i
14
Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México. La obra,
escrita ed
español, fue publicada por primera vez en traducción italiana bajo el
lindo Smrif -
Humboldt y el indio AMERICANO

mente expulsado. Al llegar a Europa, Clavijero se dio cuenta de la L¿J9|


ignorancia del mundo americano y mexicano en que el Viejo ContiriH
hallaba sumido. Profundamente ligado a su tierra y a sus indios, empreñé
ría de inmediato la redacción de una especie de “Defensa e Ilustración^
apologética a veces, de la nación india, participando así en la batalla inic¿
da en Europa por los filósofos (Raynal, De Pauw) a fin de establee™
verdad y de refutar argumentos que a su juicio eran infames calumnié
Sería azaroso pretender medir con la misma vara los ensayos históricosde
Humboldt y la diatriba proindia, que es también un alegato pro domo, por
otra parte sumamente valioso, del jesuita mexicano.
Será conveniente no pasar por alto las frecuentes referencias que hace
aquél de éste, y poner de manifiesto —llegado el caso— las diferencia;
entre el indigenismo humboldtiano y el de Clavijero. Pero en ningún mo-
mento habremos de perder de vista el abismo que separa al viajero alemán
en América del mexicano expulsado.

¿Óptica deformada por una hostilidad hacia la filosofía de las Lucesl


En el estudio citado más arriba, José Miranda afirma que el contactoW
Humboldt con una población indígena de nivel de cultura desarrollado
quebrantó y destruyó en él la imagen del “buen salvaje” que el Siglo de las
Luces le había sugerido y que “formó parte, sin duda, del bagaje intelectual
con que Humboldt llegó al Nuevo Mundo”. A fin de apuntalar su argumen|
tación, José Miranda cita dos frases de la Nar ación histórica en las que,
después de haber descrito “los tormentos que las madres caribes infligen a
sus hijos desde la más tierna infancia para robustecer no sólo sus pantorri-
llas, sino alternativamente la carne de las piernas desde los tobillos hastala
parte superior de los muslos”, ciñéndoselas con fajas de cuero o de tejido
de algodón, Humboldt concluye:
antica del Messico, Cesena, Giorgio Bisiani, 1780, 4 vols. Fue traducida al
inglés
como The history of Méxicoj por Charles Cullen, quien la publicó en 1787,2
vols. La
segunda edición en inglés fue hecha en Richmond, Virginia (Estados Unidos),
1806;
la tercera en Londres, 1807 y la cuarta en Filadelfia (Estados Unidos), en
1817.
Partiendo del texto italiano, la obra conoció 8 ediciones en español, que
fueron
publicadas entre 1826 y 1944. En 1945 y a través de la casa Pomia, el padre
Mariano
Cuevas publicó la historia de Clavijero basándose en el manuscrito original en
espa-
ñol. La edición de 1959, debida también a Porrúa y realizada bajo la misma
dirección, 186
es una versión mejorada de la edición de 1945. El manuscrito de Clavijero,
que los
jesuítas habían hecho regresar de Italia a México y que había sido vendido a
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano
Estados
Unidos durante el siglo xix, fue posteriormente recuperado por el padre Carlos
María
de Heredia.

187
Nuestros niños en mantillas sufren menos que los de los pueblos cari-
bes, en una nación que se dice ser la más próxima al estado de naturale-
za. Es en vano que los frailes de las misiones, sin conocer las obras y ni
siquiera el nombre de Rousseau, quieran oponerse a aquel antiguo sis-
tema de educación: el hombre salido de los bosques, que creemos tan
simple en sus costumbres, no es dócil cuando se trata de su adorno y de
las ideas que se ha formado sobre la belleza y la decencia.183

A todas luces, Humboldt evoca aquí tanto los famosos ataques de Rous-
: seau contra el uso del pañal, como la utilidad del nuevo sistema de educa-
ción física que preconizó en Emilio y que tuvo tanta repercusión en Alemania
através del “filantropinismo” de Campe y de Basedow. Es menester señalar
ante todo que las dos frases reproducidas por Miranda contradicen formal-
mente su propia afirmación —misma que hemos expuesto más arriba— a
propósito de la visión humboldtiana, que estaría reducida a los pueblos
más evolucionados de América. Por el contrario, el pasaje invocado aquí da
cuenta de una “nación que según se dice es la más próxima al estado natu-
ral”, y figura en la Nar ación histórica dentro del cautivante capítulo dedi-
cado al estudio antropológico y etnográfico de los indios caribes de las
misiones de la Venezuela oriental.
No fue una inspiración feliz de Miranda escoger esta cita, que por otra
parte es el único pasaje de la Nar ación histórica en que Humboldt se
refiere a Rousseau.
Humboldt no cree en el buen salvaje. Indudablemente, hubiera sido
mucho más fácil verificar esto ubicando al autor en su época, que intentan-
do hallar la prueba en un texto que es más bien un elogio antes que una
crítica a Rousseau.
Humboldt no cree en el buen salvaje, o por lo menos no cree que el
indio del Orinoco sea el hombre de la Naturaleza exaltado por Rousseau.
En 1816, mal podía abrazar ese mito, no sólo porque había tenido oportuni-
dad de comprobar sobre el terreno la falsedad del mismo, sino también
porque aun antes de partir hacia América ya había podido convencerse de
que se trataba de un simple mito. José Miranda parece suponer que Humboldt
estaba mucho menos informado o que era mucho más ingenuo de lo que

183i Relation historique, tomo ix, libro ix, cap. xxv, p. 36. En Historia mexica-
na, p. 369, J. Miranda cita este pasaje. Es de lamentar el error en que incurre el
autor en la última parte de su cita, a partir de “el hombre salido de los bosques [...]
no es dócil cuando se trata de su adorno y de las ideas que se ha formado sobre la
belleza y la decencia”. Miranda leyó y transcribió: “el hombre salido de los bosques
[...] sólo es dócil cuando se trata”. G. Soustelle, traductora del artículo por cuenta del
folletín desAnnales du Muséum, cometió forzosamente el mismo error.
Humboldt y el indio americano

parecía y era en realidad, al atribuirle una creencia que ya en lnc 'ilij.._W ¡f1
años del siglo xvm se hallaba totalmente venida a menos.
Es menester destacar aquí que la imagen del indio americano
forja en el siglo xvm francés no es todo lo uniforme que José
asegura. Al analizar algunos escritos franceses de ese siglo, Silvio
señala con todo acierto que las opiniones estaban sumamente divididJ^H^
ciertos pasajes de autores de la época confirman esta opinión. La leyen¿ I
del “buen salvaje” difundida en Europa a partir de los relatos de los misSjft I
ñeros, leyenda amplificada más tarde —tal y como lo dijo Chinar^^H
gracias al resonante Discurso sobre la desigualdad de Rousseau nA j
coexiste con las más sombrías descripciones debidas a los viajeros euro- 1¡!
peos, de Frézier a Volney. En el mismo seno del campo de los filósofaS
puros y de los racionalistas teóricos, las opiniones no eran tampoco unáni -1
mes. ¿Es acaso necesario citar lo que acerca del indio americano escribí®
Voltaire en su Diccionario filosófico17 y en su Ensayo sobre las cosumU
breslls ¿Es menester recordar su irreductible oposición a la teoría del “buen .1
salvaje” que expresa en su célebre y graciosa carta a Rousseau?
¿Hay acaso absoluta certeza de que el propio Rousseau, a pesar de todo
1
lo que haya podido decirse al respecto, creía verdaderamente en la existen
cia del “buen salvaje”? ¿No sería oportuno recordar más bien lo que él I
escribe en su Discurso sobre la desigualdad cuando, al enunciar su propófl
sito, declara que empezará por descartar todos los hechos, en el deseo ma -1
nifiesto de situar su estudio —como lo señaló Durkheim— fuera de la 184 185
1841 i Jean-Jacques Rousseau, Discours suri’origine et lesfondementsde
lmegalilí
parmi les hommes, 1755
185 Voltaire, Dictionnaire philosophique, artículo: Hombre: “¿Qué
seriad bota-1
bre en el estado que se denomina de pura naturalezal Un animal muy por
debajo dp
los primeros iraqueses que se encuentran en América del Norte [...] los
habitan®
de Kamtchatka y los hotentotes de nuestros días, tan superiores al hombre
enteran®
te salvaje, son animales que viven seis meses del año dentro de cavernas,
comiéndofl
a puñados los piojos que a su vez los devoran a ellos [...] que viven en ese
estado,:
pavoroso que se aproxima al de la pura naturaleza, teniendo apenas sustento y
vestid-
do, gozando apenas del don de la palabra, percatándose apenas de que son
desgracia
dos, viviendo y muriendo sin casi saberlo”.
1
¡ Voltaire, Essai suri ’histoire générale, sur les moeurs el l ’esprit des
na/iod
depuis Charlemagne jusqu’á nos jours, 1756. En el capítulo CLXVI, Voltaireinfl
«ulidsd. construyendo una hipótesis puramente metafísica por medio del
í |,nteo de un debate de carácter esencialmente teórico? “El estado natural
| ^Mcnbc— es un estado que ya no existe, que quizás nunca existió en
absoluto, que probablemente no existirá jamás”.186
José Miranda no toma en consideración estos matices tan importantes
[1 pensamiento del siglo xvm francés sobre el “buen salvaje”.
lhmpoco se toma el trabajo de recordar que, después de la publicación
je los relatos de viaje de Cook, de Forster y de Bougainville —que
Humboldt leyó antes de su partida—, se asiste a un notable desplazamiento
geográfico de la tierra de elección, del paraíso perdido del hombre natural.
I Este traslado en el espacio, de América a las islas del Pacífico, es la etapa
I postrera y relativamente breve del mito, antes de su extinción definitiva.
Por otra parte, en Humboldt es posible detectar alusiones a ese curioso
I desplazamiento del paraíso del hombre natural hacia el occidente, al mis-

una serie de consideraciones muy atinadas sobre las sociedades americanas p®


lombinas. Reconoce en los peruanos una religión que “a primera vista nopfl
ofender a la razón”, pero en cambio manifiesta su reprobación hacia la abomH
religión de los mexicanos. Parece ser que Voltaire se sintió especialmente asqfl
por la antropofagia practicada por los americanos, que atribuye a las hambruna®
deseos de venganza. En su Dictionnaire philosophique, artículo: Antropófagos,
m
ve sobre el tema.
186| J. I Rousseau, Discours sur l’inégalité: “Comencemos pues por
descartar
lodos los hechos, pues ellos no tienen nada que ver en el asunto”. Esta frase, que
suscitó la inquietud de Jules Lemaítre, “hizo correr mucha tinta y con razón”,
seña-
la un reciente comentarista del Discurso en una pequeña edición publicada en
1954
(Classiques du Peuple, introduction, commentaires et notes explicativas par J.-L.
Lecercle). “Rousseau —explica Lecercle— sustituye la investigación histórica y
etnográfica por el razonamiento analítico. Rousseau parte del hombre social de
su
tiempo, lo despoja con la imaginación de todo lo que encuentra en él de social y
así
llega a esta abstracción vacía: el hombre natural”, ibid., p. 69, nota í. Este juicio
se
acerca al de Durkheim, quien en Montesquieu et Rousseau, précurseurs de la
sociologie, escribe: “El estado natural no es —como a veces se ha afirmado— el
estado en que se halla el hombre antes de la institución de las sociedades. Una
expresión así llevaría a creer, en efecto, que se trata de una época histórica en la
cual
habría comenzado realmente el desarrollo humano. Pero no es eso a lo que se
refiere
la idea de Rousseau”. J. L. Lecercle subraya además que el término clave de todo
el
Discurso no es el estado natural sino, fundamentalmente, el concepto de
perfectibili-
dad. La perfectibilidad que le es otorgada al hombre, en vez de permitirle un
progreso
mo tiempo que la confirmación de la muerte del mito del buen salvaje
americano. Dichas alusiones aparecen en un par de pasajes en los cuales
aborda directamente estos temas.187
Advertiremos que en cada uno de ellos, Humboldt cita a un autor, Volney,
que a juicio de los especialistas en la leyenda del buen salvaje fue quien

indefinido, lo hace caer por debajo de la bestia. “Sería triste para nosotros —
escribe
Rousseau— el vemos obligados a aceptar que esta facultad distintiva y casi
ilimitada
es la fuente de todas las desgracias del hombre”. Según Rousseau, la
perfectibilidad,
ni ser generadora de desigualdad, hizo acceder al hombre al estado de propiedad,
fuente de todos los males.
18710 En el capítulo i de este trabajo se ha hecho mención de los principales
autores
leídos por Humboldt en sus años de aprendizaje, habiéndose podido determinar
que
más contribuyó a su ocaso. El Cuadro del clima y del suelo de los Est¡f3|
Unidos, que Volney publicó al finalizar su obligada estancia en Améiic-
S
donde había emigrado después de la Revolución, es mencionadoj|
Humboldt con mucha simpatía y admiración. Apoyándose en esta obrajii
la que Volney hace burla de Rousseau y de su retrato del buen salvaje,||
fue trazado —según él— a partir “de comparaciones extraídas del
bosq¡¡j
de Montmorency”, Humboldt se ubica con respecto a Rousseau, sobre
quiení
no vierte directamente crítica alguna.21 Se trata de una actitud habituid en
él: raramente ataca de frente a los filósofos del siglo xvm.

Los salvajes de América —escribe— que han sido objeto de tantaJI


ensueños sistemáticos y sobre los cuales en nuestros días Volney 1
publicado observaciones plenas de sagacidad y acierto, inspiran
menon
interés desde que viajeros célebres, nos han hecho saber de esos
habió
tantes del Mar del Sur, cuyo carácter presenta una sorprendente
comba
nación de dulzura y perversidad.

Refiriéndose manifiestamente a Bougainville y sobre todo a Cook,


pro-
sigue:

El estado de semicivilización en que se hallan esos isleños otorgad


particular encanto a la descripción de sus costumbres; tan pronto!
trata de un rey que, acompañado de numeroso séquito, viene a
ofrecen
con sus propias manos los frutos de su vergel, tan pronto de una
fiesta-
fúnebre que se prepara en medio de un bosque. Estas escenas tienen!

los libros de viaje fueron sus lecturas predilectas. Su amigo Georg


Forster, compra
ro de Cook en su segundo viaje, había publicado su Reise um die Welt
{Viaje alnS
dor del mundo) en 1778-1780, en la casa Haude y Spener, Berlín, 2 vols.
Unaediciíj
de esta obra fue publicada por Barbara Neubauer con un prefacio de
Gerhard Steioq
en Berlín, Rütten y Lóning, 1960,1 vol. El relato de viaje de Forster está
abarroüj
de detalles sumamente interesantes sobre el salvaje del Pacífico
21
Volney, Tableau du climat et du sol des Etats- Unis. La primera
ediciónal
1803. Volney viajó mucho. Después de haber sido secretario de
laAsambleaen
fue hecho prisionero bajo el Terror. En 1787 había publicado su Voyage
en IfH
enSyrie, países que había recorrido desde 1783 a 1786. Su itinerario,
según recuen
Georges Le Gentil (Découverte du monde), sirvió de guía a Bonaparte.
Volney residí
en América del Norte de 1795 a 1798, donde fue amigo de Jefferson.
AntonelloOT
recalca la hostilidad de Volney con respecto de las Recherches de De
Pauw, misma®
expresa en sus Observations générales sur les Indiens et sauvages de I
’Am«í*Pj
310-311.
DEFINICIÓN Y ALCANCES DEL INDIGENISMO HUMBOLDTIANO
duda más atractivos que las presentadas por la lúgubre gravedad de los
habitantes del Misuri o del Marañón.188

Humboldt parece lamentar el hecho de no poder ofrecer a los lectores


uno de esos cuadros pintorescos tan gustados por el público en ese primer
tercio del siglo xix; pero se niega a seguir los gustos del momento pues es
plenamente consciente de que ya no es posible hacerlo, aun cuando en los
años en que publica sus obras pudieran detectarse todavía supervivencias
de la leyenda en Chateaubriand para Europa o en Fenimore Cooper para
América del Norte.
Pero tal y como lo señala acertadamente R. Gonnard, el salvaje ameri-
cano de las novelas del siglo xtx “si bien aparece a menudo como personaje
simpático [...] no vive la existencia de felicidad y conmovedoras virtudes
del antiguo salvaje de la leyenda. Representa un pasado del que uno se
compadece de buena gana, pero que no querría revivir. Es melancólico y
triste; sobre todo ya no se lo utiliza en absoluto como argumento viviente
contra la institución de la propiedad privada”. 189
A principios del siglo xix, en lugar de figurar como pieza clave en la
polémica antiautoritaria y revolucionaria, el salvaje se convierte pura y sim-
plemente en tema de estudio etnográfico o sociológico. A partir de Volney y
de Humboldt, los “ensueños sistemáticos” dan paso a las investigaciones
científicas: treinta años separan a los últimos utopistas de los primeros
antropólogos, treinta años que pesan sobre la historia de manera singular.
Por supuesto, a través de las diferencias fundamentales entre los hombres
de 1780 y los de 1810 podría apreciarse aquella diferencia entre generacio-
nes que siempre es interesante estudiar en cualquier momento de la historia
de las ideas. Sin embargo, ésta es tan notable que bien merece que nos
detengamos en ella. La Europa culta de 1810 había modificado radical-
mente su óptica no sólo después de los hechos de 1789, sino también y por
encima de todo, a partir del nacimiento de las nuevas concepciones de los
procesos históricos. Condorcet formuló la idea del progreso, difundiendo a
través de Europa una nueva fe en la felicidad, proyectando la edad de oro
hacia el futuro, siendo que hasta entonces la humanidad la había ubicado
ya fuese en el pasado más remoto o bien en los Eldorados americanos. 190
Teniendo en cuenta la ideología política de Humboldt, su fe en el progreso

188 Humboldt, Relation hist.. Introducción, pp. 53-54. Efectivamente, el


capi-
tán Cook asistió a una ceremonia fúnebre en junio de 1769, cuando se
hallaba en
Tahití, “isla llamada del rey Jorge III por el capitán Wallis”, donde había
desembarca-
do el 10 de abril de 1769. 191
1891 Gonnard, La légende du bon sauvage, pp. 108-109.
190 Condorcet, Esquisse d’un tablean historique des progrés de l 'espril
humain,
1794. Condorcet retiene sobre todo la noción, tan rica, de perfectibilidad, tal y
y su adhesión a los ideales de 1789, resulta más fácil comprender las lá
nes por las que ya no podía seguir creyendo en el “buen salvaje”, lo j||
también se debió a la desilusión que sufriera al comprobar que las espera,
zas engendradas por 1789 apenas si alcanzaron a nacer cuando ya se M
bían desvanecido. El hombre puede ser bueno, perfecto; será bueno,
perfecto
y dichoso en un futuro que se aleja indefinidamente. Humboldt nunca
llegaría a ver esta edad de oro en la que sin embargo creyó hasta el
último
día de su vida.25
Para convencernos de la estrecha concordancia entre la visión de
Humboldt y la de Condorcet, por ejemplo, releamos lo que nuestro autor
escribe en su Narración histórica a propósito de los indios salvajes <fel
Orinoco, mientras espera, en compañía de algunos misioneros, que su
pira-
gua esté lista para partir:

La concentración de indios en Pararuma nos ofrecía una vez más ese


interés que en todas partes liga al hombre culto al estudio del horabte
salvaje y del desarrollo sucesivo de nuestras facultades intelectualM
¡Cuán difícil resulta descubrir en esta infancia de la sociedad, en esta
reunión de indios taciturnos, silenciosos e impasibles, el primitivota.
rácter de nuestra especie! Aquí la naturaleza no se percibe bajo los
rasgos de esa dulce ingenuidad de la que los poetas de todas las
lenguas
han hecho tan encantadoras descripciones. El salvaje del Orinoco nos
pareció tan horroroso como el salvaje del Mississipi descrito por el
viajero filósofo (el Sr. de Volney), quien supo hacer las mejores
pinturas^

como fuera enunciada por Rousseau, para intentar demostrar “que no ha sido
señala-
do límite alguno para el perfeccionamiento de las facultades humanas; que la
perico-
tibilidad del hombre es realmente indefinida, que los progresos de esta
perfectibilidad,
en lo sucesivo independientes de cualquier fuerza que quiera detenerlos, no
habrán de
tener otro límite que la duración del mundo, donde la naturaleza nos ha
arrojadtjip.
4 de la Advertencia. En su Histoire el abate Raynal combate el mito de la edad
de ora:
‘Tales fueron sin embargo los siglos de hierro de los cuales se ha querido
hacerla^
edad de oro. Una poesía embustera inventó o adoptó esa seductora fábula, le
prestó
sus encantos, e hizo de ella el tema más vulgar de sus cantos armoniosos”,
Htstoim
philosophique, tomo x, libro xix, p. 295.
25
En una bellísima carta a Vamhagen, Humboldt expresó, al final de su vi
da, ¡a:
fe en el progreso indefinido de la humanidad a pesar de las vicisitudes y de las
decepciones: “Y en qué estado —exclama— dejaré yo el mundo; yo, que en 1789
compartía ya las ilusiones de la época, fiero los siglos son tan sólo segundos
deslio
del gran interrogante del desarrollo de la humanidad. Entre tanto, la curva
quese
describe contiene pequeñas inflexiones donde no es agradable detenerse”,
Carta
150, del 13 de marzo de 1853, pp. 190-191 de la Correspondance de
Huniboldtí
Vamhagen von Ense (1827-1858).
del hombre bajo climas diversos. Uno quiere convencerse de que estos
'< indígenas en cuclillas junto al fuego o sentados sobre grandes caparazo-
nes de tortuga, los cuerpos cubiertos de tierra y de grasa, fijando estúpi-
’ damente la vista durante horas enteras sobre la bebida que preparan,
lejos de ser el primitivo de nuestra especie, son una raza degenerada;
’ I débiles restos de pueblos que, después de haber permanecido largo
’ tiempo dispersos en las selvas, se han sumido otra vez en la barbarie .26

Este interesantísimo pasaje ilustra perfectamente la forma en que


, Humboldt retuvo la lección de Condorcet. El también invierte los términos
^ de la antigua creencia en una edad de oro hasta entonces intuida como ante-
rior a nuestra época. El salvaje americano no es el hombre de la edad de oro
primitiva. Por el contrario, parece más bien un tipo decadente de una civili-
^ zación que habría desaparecido por diversas razones, la principal de las
f cuales es aquí la dispersión en la selva tropical. Es necesario destacar cuán

■ fructífera fue esta hipótesis humboldtiana, que se inscribe en el conjunto


^ del pensamiento histórico de ese siglo, en el cual la historia empieza a ser
considerada como una interesante alternancia de floraciones y marchita-
mientos (Voltaire)27 afectando a los diferentes pueblos que siguen, cada
.. uno por su lado, trayectorias originales. No existe una civilización única,
sino culturas, civilizaciones, pueblos que han desarrollado sus cualidades
j o sus defectos intrínsecos según ritmos diferentes, siguiendo su propio ge-
. fijo nacional, en su propio escenario natural (Herder).28 La suposición de un
desmoronamiento de la civilización bajo la lujuria de la vegetación tropi-
cal adquiere extraordinario relieve cuando se piensa especialmente en la
! civilización de los mayas, cuyos monumentos recientemente descubiertos
| fueron en efecto sumergidos bajo la abrumadora frondosidad del tapiz vege-
i tal. Las teorías propuestas para explicar una decadencia tan tremenda tie-
i nen en cuenta ante todo la influencia negativa del medio natural bajo los
trópicos (erosión acelerada de los suelos, a raíz del desmonte exagerado),
i Señalamos finalmente que en este pasaje, Humboldt se refiere única-
mente a los “poetas de todos los tiempos y de todos los países”, dejando
bien en claro la diferencia entre éstos y los viajeros “filósofos” tales como
Volney. No tiene caso criticar aquí a Rousseau ni a los filósofos del siglo
xviu, de los cuales nuestro autor permaneció siendo un ferviente adepto.

| Humboldt, Relation hist., tomo vi, libro vi, cap. xix, p. 316.
| Voltaire, Essai sur l’histoire genérale, 1756.
| Herder, ¡dees pour la philosophie de l'histoire de l’humanilé, 1784-
1788.
Véase la edición de Max Rouché, en la colección bilingüe, París, Aubier, 1962.
i
t
Humboldt y el indio americano
Nos hemos preguntado muchas veces cómo es que José Miranda ha podido
(
creer en una actitud de hostilidad por parte de Humboldt hacia los filósofo» j
¡íf
del siglo xviu. Creemos haber hallado la respuesta en una interpretación I
\t
errónea del Cosmos, hecha hace ya algunos años por Edmundo O’Gorman, I
i
colega mexicano de José Miranda. Al analizar exhaustivamente el Cosmos j
i
en un libro que suscitó una discusión con Marcel Bataillon sobre la idea del ]
descubrimiento de América, O’Gorman creyó encontrar en la obra maestra 1
de Humboldt una polémica “subterránea pero manifiesta” contra la filoso- 1
fía de las Luces. O'Gorman cita las críticas de Humboldt contra ciertos I
filósofos, sólo que, por desgracia, no estaban dirigidas a los del siglo xvin. I
A través de esas críticas nuestro autor atacaba a cuatro mediocres “filósofos I
de la Naturaleza” alemanes de los años 1820-1845, que habían intentado i
establecer una especie de “filosofía de la Naturaleza”, mezclando con muy
poca fortuna consideraciones filosófico-morales y descripciones de la Na-
turaleza que querían ser poéticas. Tales esfuerzos, que habrían de culminar I
muy pronto en fracaso, eran realizados por pensadores mediocres cuyo ca-
becilla, el danés Steffens, habría quedado condenado al olvido si Humboldt
no hubiese hablado de él; en sus cartas a Varnhagen hace alusión a sus
gazapos de estilo, que califica de “humoradas saturnales”, de “baile de
w
máscaras de los más extravagantes filósofos de la naturaleza”, 39 aclarándo-
se así el pasaje del Cosmos incriminado por O’Gorman.
Nos parece, pues, que no vendría al caso ponemos a buscar en las obras
de Humboldt una oposición a las ideas de los filósofos franceses. Hemos
tenido ya ocasión de evaluar la importancia de la influencia que Diderot,la 191

191 Edmundo O'Gorman, La idea del descubrimiento de América; la


discusión
entablada entre el autor y Marcel Bataillon dio origen a varios artículos, de los
cuales
los más importantes son: Bataillon, “L’idée de la découverte de 1' Amériquechezles
Espagnols du xvi siécle (d'aprés un livre recent)"; O’Gorman: “Marcel Bataillonet
l’idée de la découverte de 1’ Amérique”; y finalmente, de ambos autores, Dos
concep-
ciones de la tarea histórica, con motivo de la idea del descubrimiento de
América.ío
lo que se refiere a la supuesta hostilidad de Humboldt hacia la filosofía del siglo
xvm,
si bien O'Gorman la afirma (p. 270 de su libro), no proporciona ninguna cita que la
compruebe. Tal cosa le habría resultado muy difícil, por lo demás, ya que ni en el
Cosmos ni en ninguna otra obra de Humboldt es posible encontrar un solo ataque
contra dicha filosofía. A lo sumo podría detectarse, en el Prefacio del Cosmos,UM
advertencia contra los trabajos enciclopédicos poco accesibles al gran público,]!
contra la acumulación de resultados generales, a causa de la cual, según Humboldt,
“se correría el riesgo de resultar tan árido y tan monótono como a causa de una
cantidad exagerada de hechos particulares”. Naturalmente, estos trabajos
enciclopédi-
cos ¡nada tienen que ver con la Enciclopedia! El pasaje condenado por O’Gorman*
sin embargo bastante claro. En él, Humboldt194 hace alusión a esos Naturpkilosophn
que, según sus propias palabras, “han alejado a los espíritus, en nuestra patria
r

enciclopedia y Georg Forster ejercieron sobre nuestro autor. 30 El interés


que éste demostrara por Rousseau o por Bernardin de Saint-Pierre —auto-
«5 de los que hace mención en el capítulo del Cosmos dedicado a la des-
cripción del paisaje— es más que nada de orden literario; las ideas de
ROUSSEAU, que le atrajeron en su juventud por el entusiasmo que ellas eran
capaces de provocar en un alma sensible y a veces turbada por el “mal del
siglo”, de ninguna manera obnubilarían más tarde su óptica de sabio.

Humboldt y los filósofos “racionales”


En el citado libro, después de analizar algunos viajes realizados por france-
ses, Silvio Zavala señala con gran acierto que la publicación del viaje de
Humboldt y Bonpland, entre 1807 y 1834, no significó para los europeos
una cabal revelación de América. Con toda razón afirma que la obra de
Humboldt “no fue más que el punto culminante de una copiosa literatura
que, con mayor o menor fortuna, había intentado obstinadamente arrancar
al Nuevo Mundo sus secretos, a fin de entretener e instruir a los lectores
europeos”. Se puede compartir totalmente esta opinión a condición de que
ella no vaya a hacernos pensar que la obra americana de Humboldt es sim-
plemente otro relato de viaje, uno más, que podría agregarse a la lista de los
que Silvio Zavala analiza con tanto detalle.
Ante todo, es menester apreciar la enorme distancia que existe entre
Humboldt y los “filósofos” que disertaron sobre el indio sin haberlo obser-
vado directamente. El tema apasionaba a la opinión ilustrada del último
tercio del siglo xvm, como lo demuestra la repercusión de un concurso
organizado en los años 1782-1787 por el abate Raynal, quien ofreciera dos
premios a la Academia de Ciencias de Artes y de Bellas Letras de Lyon: uno 192 193

192durante algún tiempo, de los trascendentes estudios de las ciencias matemáticas y


físicas”. La ubicación en Alemania de esos filósofos nos condujo naturalmente a
rastrear la correspondencia de Humboldt perteneciente a los años en que redactaba su
Cosmos. Las cartas en donde Humboldt revela los nombres de los filósofos alemanes
aquienes dirige sus críticas son dos, ambas escritas a Vamhagen, y fechadas el 28 de
abril y el 4 de mayo de 1841. Véase Correspondance Humboldt- Vamhagen, cartas
núm. 54 y núm. 57, pp. 63 y 67.
193 Humboldt comparte las ideas de Forster, su maestro. En su Voyage autor du
monde, Georg Forster expresa la idea de que los progresos de la cultura europea no
deben ser menospreciados. Los progresos de las sociedades no van en contra de la
Naturaleza, puesto que la razón, que es la que nos conduce hacia el progreso cultural,
técnico y social, es un don de la Naturaleza. No se trata, pues, de regresar al estado
natural. Luego, ni G. Forster ni Humboldt podían creer en el “buen salvaje”, en virtud
precisamente de su fe en el progreso.
de dichos premios estaba destinado a galardonar un ensayo acerca de §[
consecuencias del descubrimiento de América.31
Los trabajos entregados al jurado, cuyos autores fueron Mandrillon,
el
abate Centy, Chastellux y Carie, además de dos anónimos, se
mostraban»
general desfavorables a la gestión española en América. En cuanto al
pro.
blema indígena, a excepción de un par de casos, los autores retomaban!
leyenda del buen salvaje refiriéndose sobre todo a Rousseau. La
cantidad
de autores interesados en el tema americano a propósito de dicho
concursa
confirma a un mismo tiempo la atracción que el Nuevo Mundo ejercía
ro-
bre los espíritus, y la enorme influencia de Raynal, quien en la medidatq
que se erige como el mecenas y el protector de los filósofos
“americanisljfl
de su tiempo, aparece aquí como un maestro.
En su célebre Historia filosófica, Raynal presenta un retrato bastante
matizado del indio, pero la observación fundamental que ya hemos
hechoa
propósito de las preocupaciones puramente circunstanciales de los euro-
peos del siglo XVIII en cuanto al indio, tienen especial validez con
respecto
de esta obra. Para Raynal, lo esencial no es la nación india como temade
estudio, sino su comparación con las sociedades civilizadas. Es por esta
razón que, aun cuando reconoce que los indios salvajes del Canadá son
de
una ferocidad inaudita —de la que se complace en ofrecemos los más
san-
grientos ejemplos—, aun cuando elogia la mansedumbre de los caribes
que
viven —según él— una existencia idílica sumidos en un dulce famientm
exento, sin embargo, de algunos crueles excesos que cometen contra sus
enemigos naturales (los arauacos), el problema, a su juicio, no reside
allí.
Es la libertad y la independencia de que gozan esos grupos salvajes lo
que
seduce a Raynal, y lo que celebra: ellas le hacen olvidar todo lo
demás,los
horrores, el canibalismo, las crueldades.32
Bajo esta óptica, la visión de Raynal está falseada sin cesar—comófl
señala Hans Wolpe— por el entrelazamiento de consideraciones
purameil
te sociológicas y reflexiones morales. No hay duda de que estas últimas
3
j Abate Raynal, Historie philosophique et politique des
étabíissemens tt k
commerce des Européens dans les deux Indes, la. edición, 1770. La
edición defini-
tiva en 5 volúmenes en 4o fue impresa en Ginebra, Leonard Pillet, 1780.
Enestaobn,
que conoció numerosísimas reediciones, Raynal ataca la colonización
europea y?
especial la española.
32
De vez en cuando, ambas imágenes del indio —la del bárbaro y
la del “buen
salvaje”— se presentan simultáneamente en Raynal, según sean las
exigencias#
su demostración en cada caso. Este autor, que de la confrontación entre el
salvaje
reconocido como tal y el hombre supuestamente civil extrae conclusiones
morales
bastante curiosas a favor del primero, reúne —al parecer sin ser
incomodadla
ello— las dos corrientes opuestas del pensamiento ilustrado de su época
aceitada
hombre natural. Su Histoire philosophique es el colector donde vienen a
derraman
hacen de la Historia filosófica un documento único sobre el pensamiento
u\ siglo xviii ante el hecho colonial, ante el problema de la libertad en
general y ante el problema, más particular, que se planteó en Francia a raíz
je la agonía del Antiguo Régimen; pero al mismo tiempo le quitan gran
paite de su valor propiamente histórico o documental .33
Por ejemplo, Raynal retoma algunas de las ideas negativas sobre el in-
fijo, que fueran difundidas a todo lo largo de su siglo por autores tan cele-
brados como Voltaire o Buffon: el indio americano, que vive en un medio
primitivo y malsano, es un ser degenerado. En América,

los hombres [...] son menos fuertes, menos valerosos, sin barba y sin
vello; degradados en todos los atributos de la virilidad; pobremente
dotados de ese sentimiento vivo y pujante, de ese amor delicioso que es
la fuente de todos los amores, que es el principio de todos los vínculos,
que es el instinto primigenio, el nudo primero de la sociedad, sin el cual
todos los demás lazos artificiales carecen de nervio y de duración .34 194 195

194lasideas de Rousseau y las de Voltaire, de Lafitau y de Diderot, cuyo


Supplément au
voyagedeBougainville ofrece interesantes perspectivas. Se sabe que Diderot
colabo-
ró en la redacción de la Histoire philosophique de Raynal.
195 Hans Wolpe logró ubicar algunos pasajes en los que es posible
Humboldt y el indio americano

A pesar de tan desfavorable juicio, donde las consideraciones de ral


sexual —en las que su autor se pierde con frecuencia— ocupan un fraM
privilegiado, Raynal, inconsecuente consigo mismo pero fiel al objeií«J
político que persigue, hace a pesar de todo el elogio del salvaje en detri.
mentó del hombre civilizado.
Dentro del grupo de Raynal se podrá incluir a Comelius de Pauw, qUJ
en 1768, en sus Investigaciones filosóficas sobre los americanos, y luego en
1770, en la Defensa de sus investigaciones, contra Pemety, reúne, “bajo
una forma típica y ejemplar, la más ferviente y más cándida fe en el Progre. I
so, con una total falta de fe en la bondad natural del hombre”. En relaciúo
con la supuesta impotencia de la naturaleza americana, De Pauw bosquejá
un retrato del indio mucho más sombrío que el delineado por Raynal. 3,ifl
Los indios son bestias que “abominan de las leyes y de los frenos de la
educación"; no tienen la menor idea de lo que pueda significar la vida so-
cial, y están sumidos en el más profundo estado de indolencia, de apatíayj
descubrir la
mano de Diderot. El Supplément nos proporciona, no obstante, datos
suficientes
para poder determinar con precisión la postura de Diderot frente al mito del
buen
salvaje. Los tahitianos traídos a colación por los filósofos están lejos de ser
hom-
bres perfectos: practican la antropofagia, matan a sus niños dentro del seno
mater-
noy realizan sacrificios humanos. Diderot confiesa que tales hábitos son
bien difíciles
de justificar. Este curioso texto de Diderot, considerado durante largo
tiempo
-especialmente por parte de Lichtenberger— como el “súmmum de la
literatura
salvaje del siglo xvm”, debe ser considerado más bien como una violenta
crítica a
las costumbres sexuales de la época. En él, el salvaje despierta ciertamente
un inte-
rés directo, en la medida en que es exaltado el derecho a la libre
determinación de
cada pueblo y en que es condenado el fenómeno colonial. Pero no hay que
pasar
por alto el subtítulo que escogió Diderot para dicha obra: “...Ou dialogue
entre A y
Bsurl'inconvénient d’attacher des idées morales a certaines actions
physiques qui
líen comporten! pas" (...O diálogo entre A y B sobre el inconveniente de
aplicar ideas
morales a ciertas acciones físicas que nada implican). Es menester, pues, no
perder

198
de degradación. Tal y como lo haría másHumboldt
tarde Robertson, De Pauw niega
y el indio americano

! toda veracidad a los relatos del Inca Garcilaso acerca del esplendo^ de la
antigua civilización peruana. Esa famosa ciudad de Cuzco —escribe-lío
I era más que un “montón de pequeñas chozas sin tragaluces y sin ventana»
I de la cual ha quedado tan sólo un muro.196 197
Estas pocas citas de autores que nunca viajaron a América son sin duda
por demás elocuentes, por cuanto permiten evaluar la enorme acumulad»
de leyendas o de calumnias que caracterizaba la literatura “filosóficaadc
las postrimerías del siglo xvm. Humboldt, que conocía perfectamenteisa
literatura, la condenó severamente, pero siempre a través de ese proceda
miento tan propio de él, que hemos comentado más arriba: refiriéndosela
cuestión en forma indirecta y a veces ni siquiera mencionando el nombra
de los autores aludidos.198
Humboldt y ¡a literatura de viaja
Un examen de la literatura de viajes nos permite convencernos de dos lu-
chos igualmente importantes dentro de la historia de las ideas sobre el indio
americano en el siglo xvm. En primer lugar, los relatos de Frézier.deCook,
de La Pérouse y de Bougainville nos ofrecen una visión del indio que resul 199

jamás de vista el hecho de que los escritos propiamente “filosóficos” se


aprovechan
casi siempre del cómodo tema del salvaje y del de la “vida natural” a fin de
poder
combatir mejor los dogmas de la autoridad y de la moral dominantes en el
Viejo
Mundo. Hans Wolpe, Raynal et sa machine de guerre, pp. 79-82. El autor
analiza las
modificaciones introducidas por Raynal en los pasajes más importantes, y en las
«liciones de 1770,1774 y 1781.
34
Raynal, Histoire philosophique, tomo ix, p. 22.
196 Comelius de Pauw, Recherches philosophiques sur les
Améncamsi
Mémoires intéressantespour servir á l'histoire de l’espéce húmame, de M.
deEá
Berlín, 1768. Con respecto de la polémica entre De Paw y Pemety, véase
Gerbi,8
disputa del Nuevo Mundo, caps, m y iv, pp. 49-93.
197 Citado por Gerbi, ibid., pp. 49-72.
198j7 Humboldt establece una neta diferenciación entre Raynal y De Pauw, a
quie>
nes denomina “escritores políticos”, y la filosofía de las Luces.
199 A. Fr. Frézier, Relation du voyage de la Mer du Sud aux cotes du Chili et
du
Ptmu,fait pendan! les années 1712, 1713 et 1714. Dediéá S.A.R. Monseigneur

200
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano

pinuy diferente de aquella a que nos tienen acostumbrados los soñadores


y los filósofos; en segundo término, si bien los viajeros citados realizaron
Ktvesías alrededor del mundo que les valieron tan legítima fama, es indis-
cutible que el contacto que tuvieron con los indios fue relativamente limi-
udo y superficial. No obstante, sus observaciones presentan un gran interés
además de plantear un grave problema: el tema del “buen salvaje” prosperó.
precisamente en una época en que era muy sencillo convencerse —a través
de la lectura de esos relatos de viaje— de que el “buen salvaje” no existía.
Las observaciones de Frézier,38 quien viajó a lo largo de las costas de
Chile y del Perú entre 1712y 1714, resultan muy valiosas por cuanto se
refieren a los indios de la costa occidental de América. Los indios de Chile,
délos que Frézier suministra una descripción bastante completa, se mues-
tran todavía víctimas de sus viejas creencias animistas, a pesar de la prácti-
ca, en la superficie, del culto católico. Se entregan a las bebidas altamente
alcohólicas y en algunos lugares practican todavía la poligamia. Los indios
del Perú comparten con los de Chile el vicio del alcohol, la sensualidad y
la indiferencia por el dinero, lo cual no quita que sean sumamente distin- ¡f’
tos: mucho más indolentes que los chilenos, hipócritas, insidiosos y de
espíritu poco ingenioso. Muy poco permeables al cristianismo, difícilmen- U
te soportan el yugo español, conservando celosamente el recuerdo del ase- **

sinato de Atahualpa a manos de Francisco Pizarro, acontecimiento que
)
conmemoran todos los años mediante estrepitosas orgías.
Cook hizo escala en la bahía de Río de Janeiro (segundo viaje) entre el i
12 de noviembre y el 7 de diciembre de 1768. Las autoridades portuguesas 0
no le brindaron una acogida demasiado cordial, razón por la cual el viajero
decidió abreviar su permanencia en el lugar. El 11 de enero de 1769 llegó
Di
a la altura de Tierra del Fuego, y el 15 de ese mes entró en contacto con los
aborígenes de dicha comarca, a quienes describió como hombres misera-
bles, desheredados, extremadamente obtusos y aparentemente satisfechos

le
Ducd'Orléans, Régent du Royaume avec une réponse á la préface critique du
livre
intitulé: “Journal des observations physiques, mathématiques et botaniques du
R. P.
Frnllé", par M. Frézier, ¡ngénieur Ordinaire du Royaume, París, Nyon-Didot-
Guillan, 1732. Una edición de 1717, publicada en Amsterdam, incluye un
informe
anónimo sobre los jesuítas que no aparece en la edición de 1716, sin duda la
primera.
| John Hawkesworth, An Account of the Voyages Undertaken for Making
Discoveries in the Southern Hemisphere and successively Performed by
Commodore
Symn, Captain Wallis, Captain Carteret and Captain Cook, drawn up from the

189
de su suerte, a pesar de las deplorables condiciones
Humboldt y el de
indiovida
americano
.39 I

200
Bougainville,40 que siguió casi la misma ruta que Cook —con la dife.
rencia de que hizo escala en Buenos Aires y en Montevideo entre el 31 de
enero de 1767 y el 28 de febrero de 1768— describió algunos tipos de
indios bravos del Río de la Plata como “sumamente feos y en su grao
mayoría, sarnosos”. Son temibles salvajes nómadas, cubiertos con cueros
de animales y que pasan su vida a caballo. Se entregan a la bebida, y suelen
reunirse en grupos de doscientos o trescientos para atacar y saquear Ib
caravanas de viajeros. Bougainville pensaba que el mal no tenía remedio,
pues resultaría casi imposible “domar a una nación errante en un país in-
menso e inculto”. En el estudio que dedica a las misiones del Paraguay;
rinde homenaje a los jesuítas, quienes con valentía de mártires y una pa-
ciencia verdaderamente angélica “debían atraer hacia ellos, retener y so-
meter a la obediencia y al trabajo a hombres feroces e inconstantes^
amantes de su pereza como de su libertad”. A fin¡ de cuentas, en las
misiones
los indios dieron prueba de una gran docilidad y de una sumisión rayana en
la indiferencia, a tal punto que dejaban la vida sin pesar “y que morían SÜ
haber vivido”. A continuación, el viajero francés describe a los patagones
que tuvo oportunidad de observar a su paso por el Estrecho de Magallanes
se trata de gigantes, que se le figuraron robustos y bien alimentados. Aquí,
Bougainville parece hacer una concesión al mito del hombre natural, ¡d
señalar que el patagón es “el hombre que, librado a la Naturaleza^..,]
alcanzó todo el desarrollo del que es capaz; su rostro, ni duro ni desagradad
ble —algunos lo tienen hermoso— es redondo y un poco aplanado^ sus
ojos son vivaces, y a sus dientes —blanquísimos— no se les hallaría en
París otro defecto que el de ser demasiado grandes; tienen largos cabellos
negros que llevan atados sobre el cráneo”. Después de describir sus vesti-
dos de cuero y sus armas, el autor los compara con los tártaros nómadasli
igual que éstos, vagan por las estepas, al igual que éstos practicadla caza
en vastas comarcas, cobijándose en chozas hechas de cueros de animales;^
al igual que éstos, finalmente, asaltan de muy buena gana a los viajeros
La Pérouse41 resulta también muy interesante por los relatos con sus
contactos con los indígenas americanos y del Pacífico. No cabe duda de

Journals, 3 vols., Londres, 1773. La primera edición, cuyo título está en


latín, file
hecha en Londres en 1771. Roberto Ferrando, quien escribió la
introducción parala
Biblioteca indiana de la Colección Aguilar —cuyos 4 tomos publicados en
Madridea
1962 reproducen una gran cantidad de relatos de viajes por América—
contabilÉjó
edicionesinglesas.de 1771 a 1803.
40
Louis Antoine de Bougainville, Voyage autour du monde par la
frégatw
ROÍ La Boudeuse et la fute l'Étoile, en 1766, 1767, 1768, el 1769,
París,]IT11,
en 4°.
41
Jean-Frangois de Galaup, La Pérouse, desapareció a la altura de la
isladt
Vanikoro, del grupo de las Santa Cruz, en 1788. Su viaje, escrito por Milet-
Mutud®
que la masacre de uno de sus ayudantes, Langle, y de once de sus marinos,
perpetrada por los naturales de la isla de Mauna, en el archipiélago de los
Navegantes, no fue precisamente un hecho que confirmara en él la creencia
que aún podía conservar acerca de la existencia del buen salvaje. Tanto en
esas islas como sobre la costa occidental de América, desde Chile (Valparaíso
| Isla de Pascua) hasta Monterey, California, La Pérouse se encontró con
hombres bárbaros, sanguinarios y ladrones, desprovistos en términos gene-
rales de todo sentido moral. Seguidor de los filósofos, procuró en todo
momento mantener una actitud moderada con respecto a los nativos, tal
y como lo demuestra el permanente cuidado que tuvo de no hacer nunca
uso de las armas de fuego contra ellos. Después de evocar su ferocidad, su
falta de previsión, su pereza y sus vicios, La Pérouse escribe:

Es en vano que los filósofos protesten contra este panorama. Ellos escri-
ben sus libros junto a la chimenea, mientras que yo viajo desde hace
treinta años; soy testigo de la injusticia y de la trapacería de esos pue-
blos que se nos pintan como tan bondadosos por hallarse muy en con-
tacto con la naturaleza; pero dicha naturaleza sólo es sublime en
conjunto, dejando de lado todo detalle. Es imposible [...] formar socie-
dad [...] con el hombre de la naturaleza, por cuanto es bárbaro, malvado
y bribón.200 201

200con base en los diarios y correspondencia que el célebre navegante nunca dejó
de en-
viar a Francia, fue publicado en París, en 1798, en cuatro volúmenes en 4 o, con un
atlas compuesto por mapas y dibujos ejecutados por los geógrafos y los artistas de
la
expedición. Lesseps, único sobreviviente del naufragio, publica en 1831 el Journal
de La Perouse, desprovisto de todo el aspecto técnico que contiene la edición
original,
y enriquecido con valiosas notas sobre los recientes descubrimientos que acababan
de
revelar a Europa el trágico fin de la Boussole y del Astrolabe. Existe una versión
abreviada, con un prefacio y notas de P. Deslandres, bajo el título: Voyage de La
Pérouse autour du monde, 1785-1788.
201 La Pérouse, ibid., p. 87. El autor agrega: “Yo había recomendado
expresa-
mente colmar de caricias a los niños y llenarlos de regalitos; los padres se mostra-
ban insensibles frente a esta muestra de amabilidad que yo creía común a todos los
países: la única reflexión que ésta hizo sugerir en ellos fue la de que, solicitando
acompañar a sus hijos cuando yo los invitaba a subir a bordo, tendrían oportunidad
de
robamos”. Y concluye: “Admitiré finalmente, si se quiere, que es imposible que
exista
una sociedad carente de determinadas virtudes, pero me siento obligado a
reconocer
que no tuve la sagacidad de percibirlas: en permanente disputa entre ellos,
Humboldt y el indio americano

Los indios que pudo observar en las misiones de las dos Califó|f¡,J|
i
presar de ser tratados con bondad por los franciscanos202 —a quienes fj fj !
homenaje—, son “hombres toscos” en quienes la enseñanza del Evan^l o
ha surtido escasos efectos, son niños de mente cerrada a todo razonamiesS |
to, muy poco valientes y de una docilidad desconcertante. Sin embargo*! i
tales reflexiones no le impiden detectar lo que hay de injusto en el sistema I
exageradamente opresivo —a su juicio— instaurado por los franciscano!, j
Considera que “el régimen de las aldeas convertidas al cristianismo sería
tanto más favorable a la población si la propiedad y un cierto grado de
libertad constituyesen su fundamento”; y cree que el sistema misionera
es el adecuado para hacerles salir (a los indios) del estado de ignorancia"^
que están sumidos. Estas ideas son muy interesantes, y hemos hallado ecos
de ellas en los juicios vertidos por Humboldt sobre las misiones del Onnoco,;I
Pero el viajero francés mejor documentado sobre el mundo indígenadel
interior americano fue sin duda La Condamine, quien vivió diez años en
América del Sur (1735-1745), donde lo enviara la Academia de Cienciasde
París, en compañía de Godin y de Bouguer, a fin de medir el meridiano^
terrestre en la Audiencia de Quito. La Condamine conoció Cartagena de

indiferentes
respecto de sus hijos, verdaderos tiranos de sus mujeres, quienes están condenadas
sin cesar a los trabajos más penosos, en esos pueblos no observé nada que me
hubiera
permitido suavizar los tintes de esta descripción”, pp. 87-88.
202 La Pérouse, ibid., “Con la más dulce satisfacción doy a conocer la
conducttj
piadosa y sensata de los religiosos que cumplen tan admirablemente con los
objeS-1
vos de su institución: no disimularé lo que me haya parecido de reprochable en su
I
régimen interno, pero al mismo tiempo proclamaré que, individualmente
bondadosa*
y humanos, atemperan mediante su dulzura la austeridad de las reglas que les
hansido I
impuestas por sus superiores. Confieso que, más amigo de los derechos humanos!
que teólogo, habría deseado que en los albores del cristianismo se hubiera dado
eos
una legislación que proco a proco hubiese hecho ciudadanos de hombres cuyo
estado I
casi no difería del que en la actualidad presentan los negros de las habitaciones de
I
nuestras colonias regidas con la mayor dulzura y humanidad”, pp. 103 y 104 dele
I
edición Deslandres.
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano

Indias y Puerto Bello; y sobre el Pacífico, Guayaquil, Manta, Quito y Lima,


Luego navegó aguas abajo por el Amazonas hasta Pará, Brasil, para regre-
sar a Francia pasando por Cayena. En la Narración abreviada de su viaje,
leída en sesión pública en la Academia de Ciencias de París el 28 de abril de
1745, La Condamine refiere detalles sumamente instructivos acerca de los
pueblos de la América indígena. Destaca en primer lugar la enorme varie-
dad de los tipos indígenas —hecho que Humboldt confirmaría más taidM
la cual, a su juicio, obedece a la diversidad de las condiciones de vida,
alimentación y medio en que evoluciona cada grupo indígena. “Para dar
una idea exacta de los americanos sería menester suministrar casi tantas
descripciones como pueblos existen entre ellos”; pero de todos modos re-
úne en un solo párrafo los principales rasgos de carácter idéntico, a los que
da en llamar “un fondo común de carácter”. Según él, el indio se distingil

189
gnte iodo por su insensibilidad, la cual no se sabe si es atribuible a la apatía
-bien a la estupidez; tiene, además, escasas ideas generales; “glotón hasta
la voracidad” cuando tiene oportunidad de satisfacer su apetito, es sobrio
ian sólo por necesidad; pusilánime y cobarde, es capaz —cuando está bo-
rracho— de dar pruebas de gran valentía; holgazán e indiferente a la gloria
y a los honores, da pruebas de una notoria ingratitud; preocupado tan sólo
por el presente y desprovisto de la menor inquietud sobre el futuro más
próximo, es incapaz de toda reflexión o previsión. Los indios —concluye
La Condamine— “entregándose, cuando nada les fastidia, a una alegría
pueril que exteriorizan por medio de brincos y de desafinadas carcajadas,
sin objeto y sin propósito, pasan su vida sin pensar, y envejecen sin haber
salido de la infancia, de la cual conservan todos los defectos ”.203 204
Sin duda, estas taras bien podrían ser atribuidas a la esclavitud a que
fueron sometidos, particularmente en el Perú, por cuanto la servidumbre
degrada al ser humano. “Pero los de las misiones y los salvajes que gozan
de la libertad son por lo menos tan pobres de espíritu, por no decir igual-
mente estúpidos, como los demás. No se puede apreciar sin sentir vergüen- ,
za, hasta qué punto el hombre abandonado a la simple naturaleza y privado f0
J
•i
de educación y de sociedad, se asemeja a la bestia ”.43
Í.Jt
Conclusión
Todas estas descripciones, escritas durante el siglo que más hizo para di-
fundir el mito del buen salvaje, confirman perfectamente la opinión que
hemos expuesto más arriba. Las dos imágenes del indio, la trazada por los
0
soñadores, poetas, utopistas y políticos, y la trazada por quienes observa-
ron directamente la triste realidad del bárbaro americano, siguen sendas D
paralelas que a veces —como en Raynal— se unifican. Los violentos con-
trastes entre la representación idealizada del indio y la descripción de lo
que él era en realidad, no siempre son percibidas. Esto no debe asombrar-
nos, ya que el tema del buen salvaje es usado principalmente para la lucha
política e ideológica emprendida contra el Antiguo Régimen. Es menester
creer que los hombres del siglo xviii eran de espíritu más claro y selectivo
que ciertos autores modernos que se consagran en vano a demostrar los
enores de Rousseau o las exageraciones de Raynal, confrontándolos con

203| Charles Mari&de La Condamine, Relation abrégée d’un voyagefait


dans
l'inléneur de VAmé fique Méridionale. Depuis la cote de la Mer du sudjusqu’aux
cotes du Brésil et de la Guyane, en descendant la riviére des Amazones, lúe
i l'assemblée publique de l’Académie des Sciences, le 28 avril 1745. Par M. de
la Condamine, de la mime Académie, París, Vve. Pissot, 1745, 216 p. en 8o,
pp. 51-53.
204 Ibid., pp. 53ss.
los relatos de los viajeros de quienes acabamos de leer los pasajes, y ||

que Rousseau, en especial, conocía perfectamente .205


Notaremos que cada uno de los viajeros mencionados conoció tan sí
una porción de la América india. Humboldt es el único que recorrió todo
norte de América del Sur, desde Cumaná y Caracas hasta Angostura (C|.! |l
dad Bolívar) pasando por el Orinoco, el Casiquiare y los llanos; viajó
de Cartagena a Lima por Honda, Santa Fe, Quito y Popayán, y, después^ \
atravesar México de oeste a este (de Acapulco a Veracruz), regresó a Euro- ¡
pa pasando por Estados Unidos, después de haber estado dos veces en Cuba, 1
Es de interés recordar que Humboldt menciona muy a menudo a 1 r
misioneros y militares españoles que —sobre todo en Venezuela— lo |¡ !
bían precedido inmediatamente. Las obras del Padre Caulín, del Padre Gil |
y del Padre Gumilla, así como los relatos de la expedición de Solano e I
Iturriaga, citados con frecuencia por Humboldt, merecen un atento análisis,
el cual será llevado a cabo en forma conjunta con el que haremos del cuadro
presentado por Humboldt sobre el indio del Orinoco. Estas obras son total-
mente distintas a las de los viajeros franceses, por cuanto fueron escritas
por hombres que vivieron largo tiempo entre los indios, y cuyos juicios
—que Humboldt toma muy en consideración— tienen muchos matic«|
revelan preocupaciones que difieren bastante de las que se manifiestan en
los relatos de los viajeros franceses.206 207
Finalmente, será necesario mencionar los escritos del portugués Alejan-
dro Rodrigues Ferreira. Dichos escritos se refieren a viajes realizados»
fines del siglo xviii o a principios del xix, pero en el momento en que
Humboldt redactaba sus propias conclusiones, no habían sido aún publica-'
dos. Éstos contienen datos muy valiosos sobre el indio americano .41 I
Tampoco habremos de olvidar a Jorge Juan y Antonio Ulloa, quienes
presentaron un cuadro muy interesante de las sociedades coloniales espa-
ñolas a mediados del siglo xviii.208

secretas de América, sobre el estado naval, militar y político de los reynos del
Pn

205 Véase nuestra reseña en BuZíerin//úpanique, tomo LXI, pp. 315-319. 9


206 En la Relation historique Humboldt cita 32 veces a Caulín, 37 veces
aGilii, I
29 veces al P. Gumilla y 16 veces a Solano e Iturriaga.
207 Alejandro Rodrigues Ferreira, explorador portugués que en 10 años,de
1783
a 1793, viajó por “el Amazonas, el Río Negro, el Río Branco, el Madeira, el
Guaporé,'
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano

Si se quiere apreciar el grado de novedad que existe en la


contribución
¿i Humboldt al conocimiento del indio americano, así como la calidad
de
[511 indigenismo, habrá que tener en cuenta el enorme cúmulo de
documen-
»ción de que el sabio alemán pudo disponer. Los pasajes que hemos
extraí-
dode los relatos de los viajeros franceses son, sin duda, muy poco
favorables
¿indio. Estos juicios negativos serán tan valiosos para nosotros —al
igual
que lo fueron para Humboldt— como los de un Clavijero, los de un
Palafox
oíos de un Mendieta. Es esto precisamente lo que le confiere su valor a
la
obra de Humboldt: se ubica en la encrucijada de la tradición filosófica
fran-
cesa con la literatura europea sobre viajes y con la totalidad de la
literatura
iberoamericana (cronistas, historiadores, descubridores y misioneros).
Será
menester no perder nunca de vista este conjunto documental a fin de
com-
prender con mayor precisión la importancia de Humboldt en este terreno.
De este modo, será más fácil comparar los juicios de Humboldt con los
de
los indigenistas mexicanos que cita Miranda, quienes representan en
reali-
dad tan sólo una parte —muy estimable después de todo— de los
america-
nistas que precedieron al viajero alemán. Es posible afirmar desde ahora
que la obra de Humboldt es mucho más amplia que cualquiera de las
obras
de los autores citados, y que en ella la “nación india”, descrita como un
pueblo dotado de características propias, y el individuo —por estar
cuida-
dosamente delineado— toma su lugar dentro de un todo coherente. Para
empezar, el pueblo indio es estudiado como el primer ocupante del

el Cuyaba y el Sao Lourengo. Sus colecciones botánicas y geológicas se


perdieran
sólo se conoce una parte de su obra, que comprende más de 128 memorias. Portó
extractos de ella que han sido publicados —los más interesantes de los cuales
condeM 205
nen a la etnografía— se le puede considerar como el verdadero precursor ♦
Humboldt”, Le Gentil, Découverte du monde, p. 145.
208 Jorge Juan y Antonio de Ulloa son célebres principalmente por sus
Nonciis
Humboldt y el indio americano

conti-
nente; su supervivencia, después de los excesos de la conquista, plantea
los más serios problemas, si bien —tal y como lo señala Humboldt— los
colonizadores apenas si fueron conscientes de la gravedad y agudeza
de los mismos.

yprovincias de Quito, costas de Nueva Granada y Chile, etc... Escritas


fielmente
sigún las instrucciones del Excelentísimo Marqués de la Ensenada... y
presentadas
en informe secreto a S. M. C. el señor don Femando VI, por... La
primera edición de
tilas Noticias fue hecha por David Barry, Londres, R. Taylor, 1826. El
informe
secreto fue redactado entre 1735 y 1741. Juan y Ulloa publicaron
también un intere-
sante trabajo: Relación histórica del viage a la América Meridional
hecho de orden
de su Magestad para medir algunos grados de meridiano terrestre y
venir por ellos
en conocimiento de la verdadera figura y magnitud de la tierra con
otras observa-
ciones astronómicas y físicas, Madrid, Antonio Marín, 1748,4 vols. Una
traducción
francesa, Voyage historique dans l’Amérique, fait par ordre du mi
d'Espagne, fue
impresa en Amsterdam y en Leipzig, 1752,2 volúmenes.
Humboldt y la antropología

Nota preliminar
En la primera parte de este capítulo, y a fin de remarcar la importancia de
Humboldt para el conocimiento del indio americano, se insistió en la am-
plitud e interés de sus trabajos dentro del campo de la antropología, de la
etnografía, de la etnología y de la arqueología americanas.
Es hora ya de preguntarnos sobre lo bien fundado de estas clasificacio-
nes, pues podría parecer aventurado —incluso sacrilego— escribir estos
términos en una época en la que las tormentas generadas en el dominio de
la antropología moderna no se han calmado del todo. Esta ciencia, relativa-
mente nueva, vio enfrentarse a los partidarios de diversas escuelas y de
teorías opuestas. ¿Era necesario adoptar el difusionismo, o bien el evolu-
cionismo? ¿Qué pensar, finalmente, de la antropología estructural de Claude
Lévi-Strauss?209 Este último creó una metodología y una teoría que ofrecen
perspectivas infinitamente más fecundas y amplias que las de los defenso-
res de la antropología tradicional. No tiene caso entrar en polémica. Sim-
plemente estudiaremos aquí la manera en que Humboldt —con métodos
imperfectos, con esquemas culturales e intelectuales a veces muy rígidos—
puede ser considerado el fundador, o bien el precursor de métodos y teorías
que más tarde fueron retomadas, desarrolladas, perfeccionadas, o por el
contrario, rechazadas total o parcialmente por los americanistas que le su-
cedieron, de Schomburgk a Hrdlicka, de Paul Rivet a Lévi-Strauss.
Previo a analizar en términos generales sus métodos, y a delimitar el
terreno abarcado, resulta indispensable, en primer lugar, rectificar una ten-
dencia que recientemente se abrió paso en algunos especialistas mexica-
nos, quienes, no satisfechos con establecer un catálogo de errores cometidos
por Humboldt ¡procedieron a clasificarlos bajo rúbricas que, en su época,
no existían! Así, según se dice, Humboldt era el defensor del “difusionis-
mo”, tesis que supuestamente elaboró su época. Igualmente, se plantea la
interrogante de que si Humboldt, aun siendo “difusionista”, no fue 11
bién partidario del “paralelismo” en materia arqueológica o en el pW
más general de la historia de las culturas. Estas etiquetas que se intenta
aplicar a nuestro autor son doblemente inútiles. Aun si aceptáramos
—mediante una maniobra tan artificial como falsa— proyectar sobre
Humboldt esquemas que le son cronológicamente posteriores, difícilmen-
te podríamos determinar si en definitiva fue seducido por una u otra de

209 Claude Lévi-Strauss, Anthmpologie structurale.


estas teorías.210 211
En segundo término creemos que el deber número uno tanto del etnólogo
como del historiador es el de ubicarse en la misma época de Humboldt,
fines del siglo xvm, cuando sobre todo la antropología se hallaba en paña-
les, como que Humboldt la sostenía todavía en sus brazos. No era el único,
ciertamente, pero no fueron muchos quienes lo ayudaron en esta ingrata
tarea. ¡No cabe sino lamentar la falta de prudencia con la que algunos
autores, beneficiados con un siglo y medio de investigaciones sobre el
indio americano, aprovechan los resultados más recientes para menoscabar
a quien ha sido uno de los primeros en darles el impulso!
Se olvida que, si bien la noción de antropología ya existía, el TÉRMINO
no fue adoptado oficialmente por primera vez, en Francia, hasta 1859, DES-
pués de la muerte de Humboldt, cuando Broca fundó en París la PRIMERA
Sociedad de Antropología, antes de crear—en 1876—la Escuela de Antro-
pología.212 La noción de evolución en el campo biológico, difusa DURANTE
todo el siglo XVIII y que se aplicaba sobre todo a la sociología, NO SERÍA
formalmente expresada bajo el vocablo de evolucionismo sino hasta QUE
Darwin lo hizo, en 1859, también después de la muerte de Humboldt 213

210 “Desde un punto de vista general, Humboldt no tiene sino una sola teoría; el di-
211fusionismo. Treinta y cinco años después, cuando Stephens hace su otro célebre
viaje, ya hay un avance notable, no solamente en la manera de ver los monumentos,o
en la forma de estudiarlos y de interpretarlos, sino en ideas generales; ya ese difu-
sionismo casi necesario de la época de Humboldt, en gran parte ha desaparecido,
aunque vamos a encontrar sus restos a través de todo el siglo xix”, Ignacio Bemal,
“Humboldt y la arqueología mexicana”.
212 Pierre Paul Broca (1824-1880) es considerado el maestro de la antropología
moderna. Hasta él, la antropología se fundaba sobre la morfología descriptiva. Él le
agrega la morfometría, en la que ya se habían interesado Spigel (en 1625), Camper(eo
1750), Combe (en 1832) y Retzius (en 1850). Y gracias a la Escuela de Antropología
de Broca, esta ciencia pasó a ocupar un lugar destacado dentro de las ciencias huma-
nas, a través de los trabajos de Quatrefage, deTopinard y de Manouvrier. Véase Pierre
Morel, L’anthropologiephysique, p. 8 y el excelente artículo de Pierre Huard, H
Broca (1824-1860)”.
213australes, en calidad de naturalista. Conjuntamente con otros trabajos realizados en
Inglaterra, su paso por América del Sur le permitió componer su famosa obra, cono-
cida bajo el título de Origen de las especies, cuyo título exacto es: The origin of
¡pedes by means of natural selection (editada en noviembre de 1859). Este libro
obtuvo un considerable éxito. “Hacia 1872, se contaban ya cuatro versiones france-
sas, cinco alemanas, tres estadounidenses, tres rusas, una holandesa, una italiana y
una sueca”, Pierre Rousseau, Histoire de la Science.
Humboldt y la antropología

Al perder de vista estos detalles históricos fundamentales, vendría a


jugarse a Humboldt en nuestros días bajo una óptica que invierte el orden
¿e los tiempos y que detecta en sus trabajos evidentes errores. Estos son el
rtsultado de una falta de documentación o de una orientación científica
polivalente, propia de los albores del siglo xix, más que la expresión de una
adhesión unilateral a una de las teorías que más tarde se disputaron el
terreno de la antropología y de la historia de las ideas y de las culturas.
En realidad, difusionismo, paralelismo y evolucionismo, ideas nuevas
a las que Humboldt no podía referirse especialmente, se hallan ya conteni-
das en sus obras bajo la forma de hipótesis de trabajo, pero sin tomar jamás
un cariz sistemático. Al reprochar a Humboldt el haber ignorado sistemas
cuyas premisas se encuentran en sus obras, casi siempre bajo una forma más
o menos ordenada y consciente, se comete un error de método y una gran
injusticia, por cuanto se reduce exageradamente el alcance de la reflexión
de nuestro autor sobre el indio americano, confinándolo al plano de dispu-
tas entre escuelas.
Por cierto, no está entre nuestros objetivos el demostrar que la moderna
ciencia antropológica e histórica debe todo a Humboldt. Pero permítasenos,
sin embargo, recordar la deuda que dicha ciencia tiene con el siglo xvm, del
que Humboldt es descendiente directo. El pensamiento racionalista de ese
siglo que retomaba —amplificándolo— el gran debate sobre el hombre
iniciado por la filosofía grecolatina, es lo suficientemente rico, imaginati-
vo y abierto a las intuiciones creadoras como para que sea legítimo recono-
cer en él las fuentes donde abrevaron los sabios del siglo xix y aun los del
siglo xx. En el pensamiento racionalista del siglo xviii, estos últimos pudie-
ron hallar prácticamente todas las pautas de trabajo, tanto las más fecundas
como a veces también las más decepcionantes. Ya se ha visto a Humboldt
tomar prestado de Diderot y de la Enciclopedia, su “empirismo razonado”.
Si los románticos pudieron ver en Rousseau a un precursor, Engels, en
cambio, descubrió en sus escritos la primera manifestación del pensamien-
to dialéctico moderno.214 Por no mencionar más que a los sabios más famo-

214 Como lo testificad estudio que Engels consagra a Rousseau en suAnti-


Dühring,
dicho autor concluye su análisis en los siguientes términos: ‘Tenemos pues aquí ya en
Rousseau una marcha del pensamiento que se parece a la de Marx en El Capital como
una gota de agua a otra, y además, en detalle, toda una serie de las mismos giros
sos, Laplace (1749-1827), Cuvier (1786-1832), Lamarck (1744-1829)
Ampére (1777-1836), Arago (1786-1853), Gay-Lussac (1778-1850), un s¡J
pie examen de fechas induce a señalar que en 1810 todos tenían veinte
años o más, y que todos ellos se formaron en el último cuarto del siglo
xvin
en esa atmósfera eminentemente favorable al desarrollo del espíritu cientí-
4
fico. Todos ellos tenían una formación politécnica en el sentido más am- J
plio de la palabra: al especializarse en ciertas disciplinas preconizaba^ w
como una condición esencial de sus progresos científicos personales, lina s
vasta apertura hacia el mundo, recomendando a sus con temporáneo^ recu-
rrir a la especulación pura como estímulo de la investigación científica.
Planteado esto, podrán definirse más fácilmente los contornos del
pen-
samiento antropológico e histórico de Humboldt, examinando en primer
lugar —lo más brevemente posible— lo que es la antropología moderna, y
recordando luego qué pudo representar en la época de Humboldt. í
La antropología moderna
Lévi-Strauss, quien estudia el lugar que ocupa la antropología dentro de
las ciencias sociales, distingue primeramente la antropología física propia-
mente dicha, que se ocupa “de problemas tales como el de la evolución del
hombre a partir de formas animales”, pero señala que esta definición es
incompleta, por cuanto la noción de historia o de estudio natural del hom-
bre implica el riesgo de hacemos olvidar

que por lo menos las últimas fases de la evolución humana [...] se han
desarrollado bajo condiciones muy diferentes de aquellas que han
regi-
do el desarrollo de las demás especies vivientes; desde que el hombre
adquirió el lenguaje (y las complejas técnicas, la gran regularidad de
formas que caracterizan las industrias prehistóricas implican que el
len-
guaje ya les estaba asociado, para permitir su enseñanza y su transmi-
sión), él mismo determinó las modalidades de su evolución biológica,
sin haber sido necesariamente consciente de ello.

Es menester pues, tener en cuenta estas particularidades esenciales de


la
raza humana, cuya evolución no es “solamente el resultado de condicioMÉ
naturales”. Y concluye: “En gran medida, la antropología física se vuelca
al estudio de las transformaciones anatómicas y fisiológicas que, para una
dialécticos de que se sirve Marx: procesos que son por su naturaleza
antagónicos,®
contienen en sí una contradicción, mutación de un extremo en su contrario
y finalmen-
te, como núcleo de todo, la negación de la negación”, Engels.AÍ. £.
Dühring houlevtnt
la Science (Anti-Dühring), pp. 217-218 [trad. cast., México, Grijalbo,
1968, p. 130].
i lumouLUi i I*A ANTROPOLOGIA
determinada especie viviente, resultan de la aparición de la vida social, del
lenguaje, de un sistema de valores o, en términos más generales, de la cultura”.
Lévi-Strauss defíne a continuación las relaciones mutuas entre etnogra-
fía, etnología y antropología, disciplinas que no se podrían oponer
artificialmente. La etnografía “corresponde a los primeros pasos de la in-
vestigación: observación y descripción, labor sobre el terreno (field-work)”;
la etnología “representa un primer paso hacia la síntesis” de los resultados
obtenidos por la etnografía; dicha síntesis puede ser de carácter geográfico,
histórico o sistemático. La antropología (social o cultural) toma finalmente
“por base las conclusiones de la etnografía y de la etnología”, y elabora
una síntesis de las mismas. Estas tres especialidades, escribe Lévi-Strauss,
“no constituyen tres disciplinas diferentes ni tres concepciones distintas
de los mismos estudios. Son, de hecho, tres etapas o tres momentos de una
misma investigación, y la preferencia por uno u otro de estos términos
expresa solamente una atención predominante enfocada hacia un tipo de
investigación, pero que jamás podría excluir a las otras dos ”.215 216 217
En otro estudio, Lévi-Strauss establece las relaciones entre la etnología
y la historia, afirmando que “la diferencia fundamental entre ambas no es ni
de objeto, ni de meta ni de método, por cuanto tienen el mismo objeto, que
es la vida social; la misma meta, que es una mejor comprensión del hombre,
y un método en el que varía tan sólo la dosificación de los procedimientos
de investigación”; y por el contrario ambas difieren sobre todo “en la rela-
ción de perspectivas complementarias: la historia organizando sus elemen-
tos en relación a las condiciones inconscientes, de la vida social ”.218
Lévi-Strauss insiste en la profunda y necesaria unidad entre las diversas
disciplinas a las cuales recurre la antropología:

Como ciencia total, objetiva y auténtica del hombre primitivo o civili-


zado —dotado o no de escritura o de medios pre o no mecánicos— la
antropología recurre en particular a la antropología física propiamente
dicha, a la etnología, a la etnografía, a la geografía física, humana, mé-
dica etc.; a la demografía, a la sociología, a la lingüística, a la arqueolo-
gía, a la paleontología y a la antropología comparada.

215 Lévi-Strauss, Anthropologie structurale, pp. 385ss., en el capítulo


titulado “Pla-
216ce de 1’anthropologie dans les Sciences sociales et problémes posés par son
217enseignement”, pp. 377-418.
218 Ibid., pp. 24-25, “Introduction | 1’anthropologie structurale: histoire et
ethnologie”, pp. 3-33.
La antropología en la época de Humbofo I
Este rápido vistazo sobre los más fecundos conceptos del campeón dé u
I
antropología estructural permite apreciar la enorme distancia que
exiitefl
entre ésta y la antropología tal y como era concebida por los predecesoB
y los contemporáneos de Humboldt, o por Humboldt mismo. Éstos la
en-
tendían ante todo en el sentido más restringido de antropología física, á
decir, como un estudio de los caracteres morfológicos y anatómicos de]
hombre de diversas razas y bajo diversos climas. La historia natural I
del hombre, tal y como aparece en los trabajos de Buffon o en los de
Blumenbach {De generis humani varietate nativa, 1775) —de quien Alt
jandro fuera discípulo en Jena, en 1797, y con quien habría de
colaborara
partir de 1805— constituye a pesar de todo una ciencia lo
suficientemera
desarrollada, en tiempos de Humboldt, como para que sea posible
extraer
de sus obras americanas una cierta cantidad de elementos muy
interesante!,
así como una descripción precisa del hombre americano pasado y
presente.-'
Si bien el método descriptivo es casi siempre extemo, limitándose la
mayor
parte del tiempo a describir —según una técnica comparativa— la fom»
exterior, el color de la piel, y los caracteres anatómicos generales del
indio
americano, sus objetivos no son por ello menos parecidos a los que
propo-1
ne Lévi-Strauss.
La antropología del siglo xvm pretende ser igualmente “objetiva, total
y auténtica”. Recurre a la historia, a la geografía y a la arqueología con el
fin de descubrir bajo los distintos tipos humanos el principio común
—afirmado por los enciclopedistas— de la unidad de la raza humana. Ella
busca —como lo proclama Humboldt en su Cosmos— la unidad y la
armo-
nía en todos los terrenos de la actividad científica, y las leyes ínmutablSj
bajo la aparente fluctuación de los fenómenos. Su objetivo es también
“im
mejor entendimiento del hombre”. El estudio del hombre americano] de
su
conformación física, de las sociedades que él forma, de sus
civilizaciones
¡r¡(i
se inscribe en lo que Humboldt da en llamar “el estudio filosófico de le /
historia o el estudio filosófico del espíritu humano”. Sus investigad™ *
sobre las sociedades americanas precolombinas presentan —agrega— I
interés psicológico: “Nos ofrecen el cuadro de la marcha uniforme y é
pro- j
gresiva del espíritu humano”.8 Así pues, Humboldt estudiará las ií
sociedades f
r
¡ “Al emplear en el curso de estas investigaciones los términos \
rnonurnemitl »
Nuevo Continente, progreso en las artes del dibujo y cultura
intelectual, no hequeri- |
do denotar un estado de cosas que indique lo que se da en llamar una s'
civilización W t
avanzada. Nada resulta más difícil que comparar naciones que han a
recorrido rulas JB l
tintas en su perfeccionamiento social” (p. 40). Las investigaciones sobre t
los monumtfl i
tos erigidos por naciones semibárbaras “presentan ante nuestros ojos el |
cuadiotP cj
marcha uniforme y progresiva del espíritu humano”, Vues des ¡
Coidiüeres, tomoi.p^ l
i
i
Humboldt y la antropología

«(colombinas como manifestaciones concretas de la evolución de una


paite de la humanidad hasta entonces separada del resto del mundo, descu-
briendo en esas civilizaciones un nuevo testimonio de la tendencia cons-
tante del espíritu humano hacia un progreso social y cultural indefinido.*
Esta perspectiva, que ya no es la de la antropología moderna, concuerda
estrechamente con todos los conceptos evolucionistas de la filosofía del
siglo xvin. El estudio de las sociedades americanas precolombinas permite
comprender—según Humboldt— cómo dos civilizaciones, la de los mexi-
canos y la de los peruanos, pudieron alcanzar, a pesar de su aislamiento,
estadios de civilización considerados como uno de los eslabones en la
cadena indefinida de la historia de la humanidad. Una comparación esta-
blecida con otras civilizaciones del Viejo Mundo (Europa y Asia), le permi-
tió apreciar la manera en que el hombre, bajo los climas más diversos y en
las condiciones más diferentes, intentó desarrollarse creando en todas par-
tes sociedades, religiones y técnicas sin duda diferentes, pero que muestran
apesar de todo la nobleza, la dignidad y la unidad de destino de ese ser que
los filósofos del siglo xvm denominaban el “rey de la Naturaleza”. 219 220 A fin
de determinar el nivel de civilización alcanzado por las sociedades ameri-
canas, Humboldt intenta juzgarlas en valor absoluto y en valor relativo,
procedimiento que depende a un mismo tiempo de la técnica histórica y de
la técnica antropológica, tal como ésta es definida por Lévi-Strauss. De este
modo, Humboldt realiza una labor de historiador —al considerar las socie-
dades precolombinas, de las cuales estudiará el pasado, los monumentos,
las costumbres y el nivel cultural—; y una labor de antropólogo en la me-
dida en que intenta —gracias a una síntesis que él habría deseado hubiese
sido total (geográfica, histórica y sistemática)— integrar los hechos recopi-
lados en América, en el espacio y en el tiempo, dentro del conjunto de he-
chos que, en el espacio y en el tiempo, nos ofrece el Viejo Mundo.
A partir de esta época ya se manifiesta la necesidad de penetrar más

219 El pensamiento de Humboldt se identifica manifiestamente con el de


Condorcet,
tal y como éste se halla expresado en el Esquisse d 'un tableau des progrés de l
’esprit
humain.
220“Tal cual lo hace constantemente Humboldt en sus Vues des Cordilléres:
“Ajeno
a todo espíritu sistemático, señalaré algunas analogías que se presentan en
forma
natural, distinguiendo las que parecen probar una identidad de razas, de aquellas
que
probablemente no obedecen sino a causas intemas, a esa semejanza que
presentan
todos los pueblos en cuanto al desarrollo de sus facultades intelectuales”, p. 45

213
Humboldt y el indio americano
profundamente en el conocimiento del hombre, procurándose descubrir
los secretos del pensamiento a través de la apariencia externa. Esta preocu-
pación por un estudio psicológico del individuo había sido ya expresada
por Guillermo de Humboldt —hermano de Alejandro— en dos ensayos

214
escritos entre 1795 y 1797, e intitulados Plan d’une anthropologie comparé '
y Le xv/// siécle." En ellos, Guillermo expone lo que él entiende por antro- ’
i
pología: no es tanto el estudio anatómico y fisiológico del hombre, sino
principalmente una caracterología comparada de las personas y una psico-
logía de los grupos. El pensamiento de Guillermo hace ingresar221 222 el con- j
cepto de psicología individual y colectiva al concepto de antropología, j
especialidad que los antropólogos modernos toman muy en consideración, I
por cuanto, como hemos visto, se abocan a analizar los mecanismos psico- ;
lógicos del individuo y de los grupos, extendiendo el análisis a las maní- j
festaciones del inconsciente. No obstante, las diferencias entre el I
pensamiento antropológico e histórico de Guillermo y el de Alejandro apa-
recen claramente: para el primero, el objetivo de su antropología “psicoló-
gica” es el de “juzgar a los individuos o a los grupos en función del ideal" i
de la humanidad que, según él, debe tender hacia una mayor belleza y una
mayor perfección.223
Bajo esta perspectiva idealista, Guillermo de Humboldt sólo considera
como dignos de interés los pueblos “civilizados” y excluye de la antropo-
logía a los pueblos llamados “primitivos”, puesto que no se diferencian de
los otros más “que por particularidades o bien puramente externas, o bien
fortuitas, o insignificantes, o incluso defectuosas”. Quiere tomar en cuenta
tan sólo las “cualidades”, y los pueblos primitivos, por el contrario, tienen I
muchos defectos y muy pocas cualidades. Solamente estas últimas son

221 Roben Leroux, L'anthropologie comparée de Guillaume de Humboldt.


J]
222 Robert Leroux recuerda que al “volverse así hacia la caracterología, Humboldt j
(Guillermo) no hacía, por lo demás, sino continuar una larga tradición, cuyos oríge-
nes se remontan al Renacimiento. W. Dilthey demostró (en su libro Die Funktioniir
Anthropologie in der Kultur des 16 und 17. Jahrhunderts ) que en el siglo xvise
contempla en Europa el nacimiento de una ciencia del hombre, que es una psicología i
descriptiva del ser concreto de los individuos y de los pueblos. Ella estudia las for-
mas de existencia por medio de las cuales los individuos o los grupos humanos se
diferencian entre sí, y a partir de este estudio deduce conclusiones y se pronunds
sobre los valores de la vida y sobre las reglas para dirigirla”. Entre los humanistasque
contribuyeron a hacer de la caracterología una ciencia, R. Leroux cita a Vives,
Maquiavelo, Cardano, Telesio y Giordano Bruno, Montaigne, Bacon, Descartes,
Leibniz y Ch. Wolff, ibid., pp. 7-9. El profesor Ricard señala que a esta lista podrís
agregarse el nombre de Huarte de San Juan (15307-1591?), autor del célebre Erame»
de ingenios para las ciencias, Baeza, 1575.
223 “Nos abstendremos de extender los análisis a todo el género humano, y de
estudiar toda la variedad de pueblos de la tierra. Nos interesaremos solamertien
aquellos cuya forma de ser demuestre que están avanzando por el camino ascendiste
que debe conducir al género humano hacia la perfección”, Leroux, L’anthropoltfji
comparée, p. 25.
I
Humboldt y LA ANTROPOLOGIA
j ápices de conducir a los individuos y a los grupos hacia el ideal de felici-
H y perfección en el que cree.14
A pesar del interés que la inclusión de la psicología dentro de la antro-
pología habría de tener para el futuro, es posible percibir de inmediato los
gjnites estrechos y netamente subjetivos que el propio Guillermo fijaba a
su campo de investigación, así como el objetivo puramente teleológico y
moral que se asignaba.15 En cierta medida, Alejandro tendrá en cuenta el
método psicológico de su hermano, pero eso sí, rechazando absolutamente
la diferenciación que hace Guillermo entre pueblos civilizados y pueblos
i primitivos: para él, el estudio de esos pueblos primitivos o semiciviliza-
dos sí resulta necesario, por cuanto permite verificar la semejanza que pre-
sentan “en el desarrollo de las facultades intelectuales” con respecto de los
demás pueblos primitivos, semibárbaros o civilizados de toda la tierra.
Dicho estudio revela los diversos niveles alcanzados por los pueblos que
han avanzado por la senda de la civilización. Al negarse a clasificar las
distintas expresiones culturales de los pueblos en “cualidades” o en “de-
fectos”, Alejandro demuestra claramente que no comparte la ideología fi-
nalista de su hermano, y que sólo acepta criterios puramente objetivos,
haciendo abstracción de toda consideración moral o religiosa. Más adelan-
te, en el juicio que nuestro autor vierte acerca de las cualidades morales del
indio, veremos las infinitas precauciones que toma antes de pronunciarse.
Tal prudencia no es exclusivamente la expresión de sus escrúpulos cientí-
ficos; más que eso, es la que sienta las bases de la metodología histórica y
antropológica moderna.
Alejandro de Humboldt especifica además que, con referencia a los
indios de América del Sur, no puede hablarse propiamente de “salvajes”.
“Empleo a mi pesar el término salvaje —escribe— por cuanto establece
una diferencia de cultura entre el indio reducido, que vive en las misiones,
y el indio libre o independiente; diferencia que con frecuencia es desmen-
tida por la observación”. Recuerda que, en las selvas de la América meri-
dional, “hay tribus que, pacíficamente reunidas en aldeas, obedecen a los
jefes, cultivan en parcelas bastante extensas bananos, mandioca y algodón,
yemplean este último para tejer hamacas [...] Es un error muy difundido en
Europa el considerar a todos los indígenas no reducidos como nómadas y
cazadores”.16 224 225

224ulbid.
11
Así Guillermo de Humboldt clasifica a los pueblos de Europa según tres
categorías: “En el peldaño más alto, ubica a los franceses, a los ingleses y a otros que
omite nombrar; en un nivel intermedio sitúa a los polacos, a los españoles y a los
italianos; y en la categoría inferior, a los rusos y los turcos”, ibid.
225Relaiion hist., tomo ui, libro ni, cap. ix, pp. 264-265.
215
Retomando las definiciones de Lévi-Strauss podría afirmarse —sin ríes- I
go de equivocarse— que Humboldt fundó la mayor parte de sus observa- I
ciones más sobre las expresiones “conscientes” que sobre las expresiones j
‘inconscientes” de los pueblos americanos, a los cuales estudia tomando 1
en cuenta sus monumentos, manuscritos y objetos de arte (actos y obras, 1
para retomar la terminología de los etnógrafos modernos), sus lenguas, su
medio natural, su historia pasada o presente etcétera.
Algunas veces, incluso —aunque en una medida relativamente restrin- ]
gida— Humboldt toma en cuenta su psicología individual o colectiva, en
una perspectiva mucho más amplia que la de la etnología actual, conside- !
rando los progresos de esos pueblos como parte integrante del progreso {
general de la humanidad hacia la conquista definitiva de la Naturaleza.

Conclusión i
En otros términos, por convenir al desarrollo de nuestra exposición y al
mismo tiempo como anuncio del plan a seguir, podemos especificar a modo
de conclusión que Humboldt estudió a los indios americanos bajo el punto ;
de vista de la demografía (cap. 3), de la antropología física y de la etnología
(cap. 4), de la arqueología prehistórica y de la paleografía (cap. 5), de la
sociología y de las ciencias políticas y económicas (caps. 6, 7 y 8). i
Pero en el sentido más general del término, su pensamiento es eminen-
temente histórico y filosófico. Si bien en sus escritos es posible detectaron
cierto número de elementos metodológicos aún vigentes para los etnógrafos!
modernos, no podríamos encontrar entre ellos esas monografías etnográficas
que constituyen el fundamento y la gloria de la antropología del siglo xx. 226
Aun cuando el estudio del indio americano llevado a cabo por HumboldtI
diste mucho de presentar ese carácter minucioso que los antropólogos actua-
les han sabido dar a sus investigaciones —lo que han logrado gracias a un
método riguroso, a la organización de equipos de investigadores estrictfi
mente especializados, a la localización precisa del campo de investigación i
y al empleo de los recursos proporcionados por la técnica actual— dicho
estudio ofrece, en cambio, un amplio abanico de observaciones y un inago-
table caudal de hipótesis. Es por esto que Humboldt bien puede ser consi 1
derado como el precursor o el fundador de la antropología americana.®
La población indígena: demografía y estadísticas

IJna numerosa humanidad indígena


Como puede observarse habitualmente al leer a Humboldt, los datos esta-
dísticos —tan abundantes como exactos— que proporciona sobre la “na-

226 Véase al respecto Marcel Griaule, Méthodes de l’ethnographie.


ción india” se hallan diseminados en toda la extensión de sus obras. Así
pues, toda vez que se quiera extraer una enseñanza útil de un material tan
completo y frondoso, será menester realizar una clasificación racional del
mismo.
En el Ensayo político sobre la Isla de Cuba 1 y en la Narración históri-
ca del Viaje, 227 228
—sobre todo en el capítulo rx del libro m, dedicado a la
descripción de los indios chaimas— es posible encontrar interesantes in-
formes sobre la primitiva población de América, y en particular, de las
Antillas; consideraciones generales sobre la antigüedad y la importancia
de los asentamientos humanos pueden detectarse también en un breve es-
crito publicado en 1806 en el Berliner Monats chrift, texto cuyo fragmen-
to más importante fue incluido en la última edición francesa de los Cuadros
de la Naturaleza,229 Y para completar la recolección de datos e informacio-
nes se hace necesario recorrer también el Ensayo político sobre la Nueva
España, los Sitios de las Cordil eras, el Cosmos y aún su misma correspon-
dencia.
La primera reflexión general que hace Humboldt acerca de la población
indígena es extremadamente importante por la novedad que introduce en
los estudios americanistas de su época. Con cierto asombro y gran satisfac-
ción, nuestro autor comprueba que el número de indios en la América espa-

227 Essaipol. lie de Cuba, tomo i, pp. 148-159, a propósito de la primitiva pobla-
:ión de las Antillas.
228Relation híst., “Sur les peuples indiens”, libro cap. ix.
229Tableaux de la Nature, capítulo intitulado “Steppes et déserts, chapitre XII.
’articularités. Préjugés répandus sur la jeunesse du Nouveau Continent”, pp. 177-
ñola es mucho más elevado de lo que por entonces se creía en fcuropa. tM
debido a esto que en primer lugar se propone combatir el muy difundid
prejuicio “según el cual los indios habrían sido completamente exiermiidj
dos por los conquistadores y por el régimen colonial”. Esta comprobar,
inicial lo obligará a reconsiderar de arriba abajo el problema de la Conquij.
tay de la colonización española. Si bien en las Antillas el exterminio de los
aborígenes no deja lugar a dudas, por el contrario “sobre el continente 4
América no se llegó en absoluto a tan terrible resultado”. 230 231 232 233 234 235
Esto no significa que los indios no hayan sufrido enormemente |
explotación a que fueron sometidos durante la época colonial, y más ade-
lante veremos lo que opina Humboldt acerca de dicho periodo. Pero la|
estadística general que traza es bastante elocuente para probar que en este
fin de siglo la población indígena no sólo no disminuye, ni se mantiene en
un mismo nivel, sino que por el contrario aumenta, “lo cual —agrega-jet
además muy reconfortante”. Para arribar a tan interesante conclusión
—que da por tierra con las leyendas sobre la destrucción de la población
india por los españoles, y que se habían venido acumulando desde la Con-
quista— Humboldt se basó en los registros de capitación y de tributo^y
también sobre los censos de población realizados durante los últimos cin-
cuenta años, desde los de 1750-1760 hasta las estadísticas más recientes
en especia] el censo que se llevara a cabo bajo el gobierno del célebre!
virrey de México, Revillagigedo, para el año 1793.5 Robertson, el último;
historiador serio de los que precedieron a Humboldt, no dispuso al respecta
más que de datos muy fragmentarios, los más recientes de los cuales se re-
montaban a 1760 aproximadamente.
De los cuadros sobre la población india reproducidos por Humbolda
para los años 1820-1822, se deduce que la cifra total de indios puros para

230 “Un prejuicio muy difundido en Europa hizo creer que sólo un muy reducido!
231número de indígenas de tono cobrizo o de descendientes de los antiguos mexicanos!
232conservaron hasta nuestros días [...] Las crueldades de los europeos hicieron desapa- -
233recer enteramente a los antiguos habitantes de las islas de las Antillas. Afortunado!
mente, sobre el continente de América no se llegó en absoluto a tan terrible resultado^
Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 345.
234■ La proporción de indios era considerable en algunas partes de la América espa-
ñola. El último censo realizado por el virrey de México, el conde de Revillagigedo,
indicaba que las intendencias de Guanajuato, Valladolid, Oaxaca y Puebla tenían,ea
1793,1 073 000 indios sobre una población total 218 de 1 737 000 almas. “De este cuadre,
se deduce que, en la intendencia de Oaxaca, hay 88 indios sobre 100 individuos” En
esas cuatro intendencias, los indios constituían 3/5 de la población total, y para todo
México, 2/5, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 345ss.
235 Humboldt brinda sus más cálidos elogios al conde de Revillagigedo, quien fiien
virrey de México entre 1789 y 1794. Si bien hace alusión a algunos virreyes que “ea
pocos años se apropiaron de casi ocho millones de libras tomesas”, se apresure»
JLA POBLACION INDIGENA: DEMOGRAFIA Y EoTADISi UJAS

iodos los territorios españoles se elevaba a 7 530 000, y estaba repartida de


la siguente forma; México: 3 700 000; Guatemala: 880 000; Colombia:
720000; Perú y Chile: 1 030 000; Buenos Aires y provincias de la Sierra:
1200 000 (véase cuadro en la p. 231).
Estos indios representan 45% de la población total de la América espa-
ñola, que Humboldt estima en 16 910 000 para 1820-1822. Los
7530 000 indios que habitan en territorios administrados por España cons-
tituyen 87.46% del total de los indios que existen en América.
Para quien —como Humboldt— en las obras filosóficas o históricas del
siglo xvi i había podido leer que, previo a la Conquista, América era un
continente muy poco poblado, el hecho de encontrarse con una población
indígena tan considerable hizo que el problema se le presentara bajo nue-
vos aspectos. Una de dos: o bien el continente estaba casi despoblado, lo
cual hacía suponer, por ende, que la población indígena había aumentado
considerablemente durante los siglos coloniales, o bien se hallaba muy
densamente poblado, y el régimen colonial había exterminado gran parte
de la población. En ambos casos los sistemas “filosóficos” se desploma-
ban, si bien desde puntos de vista diferentes. Según la primera teoría, un
notable aumento de indios invalidaba totalmente la creencia en la furia
exteiminadora del español. Según la otra teoría, una muy densa población
precolombina daba irremediablemente al traste con la hipótesis de la apa-
rición tardía del Nuevo Continente, y con el postulado buffoniano del
renacimiento de un grupo humano indígena sobre un continente tan anti-
guo —desde el punto de vista geológico— como el Viejo Mundo, pero
agregar que “entre ellos ha habido también, y es satisfactorio repetirlo, quienes, lejos
de aumentar su fortuna por medios ilícitos, han hecho gala de un desinterés noble y
generoso. Es entre estos últimos donde por mucho tiempo los mexicanos incluirán
con agradecimiento al conde de Revillagigedo y al caballero de Asanza (sic), dos
hombres de Estado igualmente recomendables por sus virtudes privadas y públicas,
y cuya administración les habría sido aun más beneficiosa, si su posición exterior les
hubiese permitido proseguir libremente en la carrera que ellos se habían trazado",
Essaipol. Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 245. A propósito del censo de
1793, Humboldt señala que el virrey, conde de Revillagigedo, “a pesar de su dedica-
ción y de su gran actividad no alcanzó a terminar su obra. El empadronamiento que él
había emprendido no se cumplió en las intendencias de Guadalajara y de la Veracruz,
como tampoco en la provincia de Coahuila”. Después de haber consultado los archi-
vos del virrey, Humboldt presenta un cuadro de la población de la Nueva España “de
acuerdo con los datos que los intendentes y los gobernadores de provincia comunica-
ron al virreinato hasta el 12 de mayo de 1794”. El resultado aproximado del censo de
1793 arroja un total de 4 483 559 habitantes. Teniendo en cuenta las omisiones y los
casos de individuos que voluntariamente se sustrajeron al censo, Humboldt calcula
1837 000 habitantes para 1804. Véase Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, libro xi, cap. iv,
pp. 301-305.
sumergido más tarde. Puesto en tareas de historiador escrupuloso,
no se aventura a adelantar cifras hipotéticas sobre la población indaB
primitiva: “Resulta tan difícil —escribe— evaluar con alguna aproxiH
ción el número de habitantes que componían el reino de Montezuma,conJ
de pronunciarse sobre la antigua población de Egipto, de Persia, de Grecj!
o del Lacio”.1
Basándose en la gran cantidad de ruinas “de ciudades y de pueblos qu e
se observan en el interior de México por debajo de los 18 o y 20° de latitud”,’
nuestro autor supone que debió de existir allí una población indígena su-
perior a la que había a principios del siglo xix, pero se abstiene de dar
cualquier precisión en cifras. Se remite a las cartas de Cortés a Carlos Vyj
las “atinadas observaciones del abate Clavijero [...] dirigidas en contra*
Robertson y del abate Pauw (Storia Antica del Mes icó) ”. Sin embargo,!
al igual que en la mayor parte de los casos en que no se siente en condiciffl
nes de suministrar datos precisos basados en documentos fidedignos!
Humboldt prefiere abstenerse, recordando que “no hay que asombrarse i
la ignorancia en la que nos dejaron sumidos los autores del siglo xvi en
cuanto a la antigua población de las Antillas, del Perú y de México".1 I
Contrariamente a lo que hace Robertson, Humboldt no reprocha a los I
españoles su falta de instrucción, la cual los incapacitaba para realiza
cálculos serios sobre las poblaciones recién conquistadas, por cuanto en la
Europa de su época “las estadísticas de población son sumamente impelí
Fr£¡

fectas [...] e incluso se ignora el número exacto de habitantes de alguno!


países muy conocidos”.236 237 238
En una síntesis escasamente original, el autor confronta—comoyalo
había hecho Robertson— a los conquistadores, “deseosos de hacer valer
los frutos de sus proezas”, con “el obispo de Chiapa (sic) y con un reduciffl
número de hombres bienhechores, que empleaban con noble ardor las ar-
mas de la elocuencia contra la crueldad de los primeros colonos". Algún!
misioneros exageraron “el estado floreciente de los territorios recién des-
cubiertos”, y como impresionante ejemplo de esta sobrestimación manir
fiesta de la población indígena, menciona los relatos de los francisca™
quienes “se jactaban de haber bautizado, desde 1524 hasta 1540, a más»
seis millones de indios, y (lo que es más), ¡ se trataba únicamente de indiot
que habitaban en las zonas más cercanas a la capital!” (en México). Ene

236 Ibid., nota a pie de página, p. 297.


237§ “Pero al meditar sobre lo mucho que cuesta en nuestros días obtener indfl
precisos sobre la estadística de un país, no hay que asombrarse de la ignoranciaenl
que nos dejaron sumidos los autores del siglo xvi en cuanto a la antigua población!
las Antillas, del Perú y de México”, ibid., p. 297 y nota a pie de página.
238 Ibid.
LA POBLACIÓN INDÍGENA: DEMOGRAFÍA Y ESTADÍSTICAS
—comenta nuestro autor— el arzobispo de Lima, fray Gerónimo de
l^jysa, había contado 285 000 indios en 1551.

Este resultado debería afligir a quienes saben que en 1793, según el


muy cuidadoso censo realizado por el virrey Gil Lemos, los indios del
Perú actual (después de la separación de Chile y de Buenos Aires) no
pasaban de los 600 000. Es decir, existía una diferencia de 7 600 000
indios, los cuales, bien podría pensarse, simplemente se habían esfuma-
do de la faz de la tierra. Pero luego se comprobó que, afortunadamente,
la aseveración del autor peruano estaba reñida con la verdad [...] El
padre Cisneros, hurgando en los archivos del siglo xvi, descubrió que el
virrey Toledo —justamente considerado como el primer legislador espa-
ñol del Perú— a través del recorrido que hiciera en persona por todo el
reino, desde Túmbez a Chuquisaca (que equivale poco más o menos a la
extensión del Perú actual), en 1575, no contabilizó más que 1 500 000
indios.239

Las reflexiones de Humboldt sobre las evaluaciones un tanto fantasiosas


de misioneros o de prelados ponen de relieve su estilo de trabajo, que
corresponde exactamente al de un historiador verdaderamente serio: sabe
dejar hablar a los textos consultados, examinándolos con un agudo espíri-
tu crítico. La confrontación de testimonios diversos y la interpretación del
menor dato digno de fe le permiten descubrir —bajo la aparente pasividad
de los textos— la realidad palpitante y le dan la posibilidad de aproximar-
se en forma notable a la verdad.

La población primitiva de las Islas y su exterminio


La desaparición casi total de la primitiva población de las Antillas planteó
a Humboldt problemas sumamente delicados. El hecho consiste en que
dicha población desapareció enteramente “dejando el lugar a los blancos y
a los negros”. Ni siquiera el proceso de mestizaje tuvo tiempo de generarse
en las Antillas, donde “con muy raras excepciones, los nuevos colonos no
se mezclaron con los indígenas más de los que lo hacen los ingleses en el
Canadá".240 Pero desde un principio, Humboldt impugna las afirmaciones

239Ibid., pp. 298-299. Alfred Métraux, Les Incas, retiene esta última cifra, y señala
que se estima en 50% el exterminio de la población del Perú en los treinta años que
sucedieron a la Conquista (p. 158).
240cuarenta años tanto en Guanabacoa como en Tenerife se haya visto renovad falsas
pretensiones por parte de numerosas familias, que obtenían pequeñas pensionesjdel
gobierno bajo el pretexto de llevar en sus venas algunas gotas de sangre india y
gu anche", ibid.
Humboldt y el indio americano

de Las Casas. “Ya no existe —escribe— ninguna forma de detetmmJfl


población de Cuba o de Haití en las épocas de Cristóbal Colón’’. Seriyfl
a aceptar la cifra proporcionada en 1820 por Albert Hiine, quien basándoril
en Las Casas, estimaba la existencia de un millón de aborígenes en Cuba
antes de 1492, ¡para registrar tan sólo 14 000 en 1517P Acto seguido:’*
nuestro autor se consagra a la búsqueda de documentos de la época con el
propósito de descubrir en ellos cifras más verosímiles. Rechaza, para empe-
zar, la predicción del buen religioso dominico fray Luis Behring quien
fuera perseguido por los encomenderos, “como lo son en nuestros días los
metodistas por algunos ingleses dueños de plantaciones”. A su regreso a
España, en 1569, san Luis Beltrán había anunciado “la destrucción» los
200 000 indios que cobija la isla de Cuba”. Pero resulta imposible que
haya sido así, ya que dicha cifra indicaría que la población aborigen no se
hallaba extinguida entre 1555 y 1569.241 242
Ahora bien, después de 1553 —señala Humboldt— Gómaraiasegura
que ya no había indios en Cuba, y al decir esto no se hallaba lejos de la
verdad, puesto que —merced a recientes estudios— sabemos que en 1540
no quedaban en la Isla más que 5 000 indígenas, y 1 000 en 1570.1
De hecho, Humboldt piensa que la población de Cuba era netamentÉ
inferior a 200 000, y, a falta de cifras comprobables en los textos, intenta
demostrar, recurriendo a otros criterios “cuán imprecisas deben haber sido
las evaluaciones realizadas por los primeros viajeros españoles en una épo-
ca en la que no se conocía la población de ninguna provincia de la Penín-
sula”.243 Es así como, por ejemplo, la población de Tahití fue determinada de
una manera harto fantasiosa, con diferencias que van de 1 a 5.

Cook —recalca Humboldt— evaluó el número de habitantes de la isla


de Tahití en 100 000; los misioneros protestantes de la Gran Bretaña
calculan una población de solamente 49 000 almas; el capitán Wilson
la fija en 16 000; y el sr. Tumbull cree poder probar que la cantidad®
habitantes de Tahití no excede los 5 000.244

241 Ibid| tomo i, p. 149, nota 1; se trata del trabajo de Albert Hüne titula®
Historisch-philosophische Darstellung des Negersclavenhandels, 1820. I
242 Ibid., pp. 149-150.
243| Ibid., tomo i, pp. 150-151.
244| En el Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. iv, p. 299, Humboldt retonai
mismos argumentos que desarrolla en el Essai pol. ¡le de Cuba, tomo i, p. 151 y nota
LO MISMO ocurre con respecto de las estimaciones de población para las
¡s|as Sandwich, que van de los 740 000, según Hassel (1824), a 400 000, o
a 264 000 según Freycinet. “Los primeros viajeros europeos —recalca

Humboldt a fin de explicar estas notables diferencias de apreciación— se


dejan engañar fácilmente por las muchedumbres que la aparición de vele-
fos europeos congrega sobre algunos puntos de una costa”.245
j Se refiere en particular a las reacciones de los ingleses que en 1762
i hallaron a Cuba densamente poblada, al igual que Colón y Velázquez,
quienes entre 1492 y 1520 la habían visto también muy poblada. Por el
contrario, en 1762, Cuba tenía menos de 200 000 habitantes. Resulta im-
| posible que en 42 años —entre 1492 y 1534— un millón de indios haya
desaparecido totalmente sin dejar rastros, por más que se tenga en cuenta la
i esclavitud a que fueron sometidos, “el desatino y la brutalidad de los amos,
| el exceso de trabajo, la falta de alimentos y las epidemias de viruela”. No
cabe duda de que, en efecto, los aborígenes de las Antillas desaparecieron
j completamente, pero también es probable que el número de ellos haya sido
de por sí, bastante reducido.246
En nuestros días, estas suposiciones de Humboldt tienen aún plena
¡ vigencia. Al consultar los más recientes trabajos acerca de la primitiva
I población de las Antillas, comprobamos que éstos no arrojan más luz sobre
el punto que las hipótesis de Humboldt. Felipe Pichardo Moya, quien en
un libro publicado en 1956 estudia la población aborigen de las Antillas,
proporciona cifras sumamente parecidas a las de Humboldt. Para todas las
Antillas, Rosenblat estima en 300 000 la población aborigen para 1492, y
en 65 000 para 1570. Humboldt calculaba que la disminución anual de la
población esclava negra era de 8 a 10% por año en el periodo 1810-1820.
Si se aplicara esta misma tasa para calcular la disminución total de la pobla-
! ción primitiva de las Antillas entre 1492 y 1570, resultaría que ésta debería
haber desaparecido totalmente al cabo de 30 años, o sea en 1522. Es nece-
sario suponer, pues, que el ritmo de disminución de la población de las
Antillas era ligeramente más lento que lo que fue el de la población esclava
¡250 años más tarde!
A pesar de todo, Humboldt no suministra ninguna cifra precisa, pero es
i importante destacar que de ninguna manera acepta las cifras fantasiosas
proporcionadas por Las Casas sobre la desaparición de los indios de las
Antillas.247 Humboldt es, sin duda alguna, el primer europeo no-español
que, después de Voltaire, se abstiene de utilizar las afirmaciones de Las
Casas, que tanto perturbaran a los espíritus durante tres siglos. El libro de

245 Essai pol. íle de Cuba, tomo i, pp. 156-157.


246 Essai pol. lie de Cuba, tomo i, pp. 155-157.
247| ‘Todo lo que en cuanto a datos estadísticos se encuentra en los escritos del
obispo de Chiapa está plagado de contradicciones”, ibid., tomo i, p. 149.
Humboldt y el indio americano

Menéndez Pidal es el testimonio más convincente de que la tempestad


levantada por Las Casas lejos está de haberse calmado.248
Por otra parte, hoy en día resulta bastante difícil darse una idea precisa
de la cifra de la población primitiva de las Antillas. Para La Española (Haití
y Santo Domingo actuales), O. Peschel (Geschichte der Erdkunde) calcula
entre 200 000 y 300 000 habitantes en 1492, cifra que en 1508 se habría
reducido a 60 000, a 20 000 en 1512 y a 14 000 en 1514. Rosenblat da la
cifra de 300 000 para el total de la población antillana.
En su interesantísimo estudio etnográfico, Felipe Pichardo Moya supo-
ne que el poblamiento de las Antillas se hizo desde las regiones septentrio-
nales del continente sudamericano, y proporciona estimaciones hipotéticas
al respecto. Ignoramos el número (de aborígenes) que había en las cuatro
grandes Islas, y no se puede tomar en consideración las exageradas cifras
que adelantan algunos historiadores; pero en Cuba, con una superficie
equivalente a la Española (Haití y Santo Domingo), en Puerto Rico y en la
Jamaica, un cálculo prudente basado en datos históricos y en los datos
arqueológicos que indican la extensión y profundidad de algunos yaci-
mientos, permite suponer que la población indígena no debía sobrepasar
las 200 000 almas.
La estimación de Pichardo Moya para las cuatro islas principales del
Caribe, resulta inferior aun a la cifra proporcionada por Humboldt. La pre-
cisión del punto de vista de nuestro autor no deja de ser asombrosa. 249 .?
Entre las causas del despoblamiento de la América india, Humboldt
incluye además la frecuencia de suicidios en los primeros tiempos de la
colonización española. En el Inca Garcilaso había leído que en los albores
de la Conquista, familias enteras de indios se ahorcaban en las cabañas o en
las cavernas. He aquí su comentario sobre esta “manía de ahorcarse” que
“era sin duda efecto de la desesperación”.

Sin embargo, en lugar de lamentarse sobre la barbarie del siglo xvi se ha


querido disculpar a los conquistadores, atribuyendo la desaparición de
los indígenas a su gusto por el suicidio. Leed Patriota, tomo u, p. 50.
Todos los sofismas de este tipo se hallan reunidos en la obra que publi-
có el Sr. Nuix sobre la humanidad de los españoles en la conquista de
América (Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los Españo-
les contra los pretendidos filósofos y políticos, para ilustrar las his-
torias de Raynal y Robertson, escrito en italiano por el Abate Don Juan

248| Menéndez Pidal se interesó muct'o en este problema. Véase al respecto B


Padre Las Casas y Vitoria, con otros temas de los siglos xvt y xvtr, y de fecha mfc
reciente, El Padre Las Casas.
249i Felipe Pichardo Moya, Los aborígenes de las Antillas, pp. 88-89. I
LA POBLACIÓN INDÍGENA: DEMOGRAFÍA Y ESTADÍSTICAS
Nui, y traducido al castellano por Don Pedro Várela y Ulloa, del Conse-
jo de S.M., 1782).250

Finalmente, Humboldt echa mano de un argumento de peso para redu-


cir a proporciones razonables su evaluación de la población primitiva de
las Antillas, y especialmente de Cuba. Aunque pueda concebirse, escribe,
“que la isla de Cuba, por estar rodeada de aguas ricas en peces, y en virtud
de la inmensa fertilidad de su suelo, habría podido alimentar a muchos
millones de estos indios frugales, sin afición por la carne de los animales, y
que cultivaban el maíz, la mandioca y muchas otras raíces alimenticias”, es
imposible creer que semejante acumulación de población no haya genera-
do "una civilización más adelantada que la que describen los relatos de
Colón”.251 Es así como de un nivel cultural relativamente bajo, Humboldt
deduce una población poco numerosa; y los análisis etnográficos de Felipe
Pichardo Moya confirman esta opinión. Estas poblaciones indígenas del
Caribe practicaban aún el canibalismo y no habían logrado alcanzar un
nivel de civilización relativamente adelantado.

Sentido y alcance de los estudios estadísticos de Humboldt


¿Qué significan, en rigor, las cifras expresadas por Humboldt? Si bien él da
a entender que la población indígena de la América precolombina era sin
duda más numerosa que en 1810, una comparación entre los cuadros traza-
dos por él y las cifras que conocemos según los recientes estudios de
Rosenblat, revela claramente que a principios del siglo xix, dicha pobla-
ción había retomado —en valores absolutos— casi el mismo nivel que
tuvo en 1492.
Por ejemplo, Rosenblat estima en 11 285 000 la población indígena de
las colonias españolas en 1492, para contabilizar tan sólo 9 275 000 indios
en 1570.252 En 1825, Humboldt calcula un total de 7 530 000 indios puros,
pero no olvida mencionar la existencia de 5 328 000 mestizos (mulatos,
mestizos, zambos, y mezcla de mezclas). Esto quiere decir —como lo ha
señalado Mario Hernández Sánchez Barba— que a principios del siglo xix,
la masa de mestizos vino a equilibrar la población indígena de 1492, y que
incluso la suma de indios más mestizos sobrepasaba ligeramente a dicha
población: 12 858 000 indios y mestizos en 1800, contra 11 285 000
indios puros en 1492.253

250| Essai pol. íle de Cuba, tomo i, pp. 155-156, nota a pie de página.
251 Ibidtomo i, pp. 151-152.
252| Angel Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América.
253 Mario Hernández Sánchez Barba, Historia Universal de América.
Esta comprobación no deja de ser sumamente interesante, por cieno,
pero a nuestro juicio peca de excesivo optimismo, por cuanto Mario
Hernández Sánchez Barba olvida tener en cuenta que en cifras absolutas, la
conservación de una población en un lapso de 300 años, supone una grave
perturbación de los procesos del desarrollo puramente vegetativo.
En efecto, si se admite un posible crecimiento del 1 % por década, en
1800, América debería haber contado con un número de habitantes consij
derablemente más elevado. Si bien ha sido muy importante comprobar la
conservación de la cifra absoluta, dicha comprobación no debe hacemos
olvidar la enorme mortalidad relativa de la población indígena durante los
siglos coloniales, hecho sobre el que Humboldt no se cansa de insistir.
Retengamos, no obstante, el hecho que a nuestros ojos es el más impor-
tante: Humboldt es el primer historiador de América que invalida la convic- i
ción de sus contemporáneos acerca de un total exterminio de los indios por
parte de los españoles. Con referencias a la célebre frase de Montesquieu¡
—“que no se cite el ejemplo de España: ante todo ella prueba lo que digo.!
Para conservar América, llegó a hacer lo que no hizo ni siquiera el propio
despotismo: exterminó a sus habitantes”—, Parra Pérez imagina que su
autor se habría sentido muy asombrado al enterarse —por Humboldt—
cuán equivocado estaba. En apoyo de esta cita, Parra Peréz agrega: “Si
Montesquieu no hubiese fallecido en 1755, habría llegado a enterarse
—sin duda con asombro— a través de alguien tan sabio y tan barón como
él, que hacia fines de su siglo xvm, en México había más indios que a la
llegada de Córtes”.2* Ya Robertson había dado los primeros pasos hacia el
restablecimiento de la verdad: critica a Montesquieu, proporcionando esti-
maciones muy interesantes que atestiguan la presencia de un considerable
número de indios y mestizos. 26 Sus cálculos fueron realizados merced a
enormes esfuerzos, pues según dice el autor “en la América española, don-
de los conocimientos están aún en pañales y donde pocos hombres tienen 254 255

25425 C. Parra Pérez, Miranda et Madame de Custine, p. 100.


255 Al examinar las causas del despoblamiento de la América india, W. Robertson
critica a los escritores que piensan que los españoles “convencidos de que les resul-
tara imposible ocupar las vastas regiones que ellos habían descubierto y mantener su
autoridad sobre naciones infinitamente más numerosas que sus conquistadores, re-
solvieron —a fin de conservar América— exterminar a sus habitantes y convertir al
Nuevo Mundo en un desierto, antes que perder la posesión del mismo”. Entre tales
escritores menciona a Montesquieu: “Montesquieu —expresa en una nota— adoptó
esta idea (lib. vui, cap. xviu del Espíritu de las Leyes)', pero el deseo de establecer un
sistema, que este gran hombre tenía, lo hizo a veces ser poco cuidadoso en sus
investigaciones, y su genio demasiado ardiente lo llevó a dejar de lado numerosos
hechos, tan evidentes como sólidos” (p. 719 y nota 165), p. 850 de la Histotrt
d'Amérique, tomo u.
La población indígena: demografía y estadísticas
tiempo disponible para dedicarse a las investigaciones de pura especula-
ción, poca atención se ha prestado a este tema”.
En particular, cita el Teatro americano de Villaseñor y Sánchez, redacta-
do por orden de Felipe V, que reúne las cifras relativas a la Nueva España.
Cuenta el número de hogares registrados por Villaseñor, y calculando un
promedio de cinco personas por familia, Robertson saca en conclusión
“que el número de indios en el Imperio de México sobrepasa los dos millo-
nes” (alrededor de 1780).256 257
Con respecto al Perú, el mencionado autor halló cifras menos precisas;
pero un manuscrito de 1761 indica que el protector de los indios en el
virreinato calculaba que había en él “612 780 que pagaban tributo al Rey”.
Agregando a las mujeres y a los menores, exentos de dicho impuesto, “pue-
de suponerse —escribe Robertson— que el número de indios se elevaba a
2 449 120”. Finalmente, en cuanto a los españoles y mestizos, Robertson
hace uso de las estadísticas referidas al número de copias de la bula de
la Cruzada, que fueron vendidas principalmente a estas dos categorías
de la población. Contabiliza 1 711 953 copias distribuidas en el Perú, y
2 649 326 en México, de lo cual deduce que “el número de españoles y de
razas mezcladas se elevaría por lo menos a tres millones”. 2*
Según Robertson, la América española debía de tener un total de 7.5 mi-
llones de habitantes, 2 millones de los cuales constituían la población indí-
gena de México, y 2.5 millones la del Perú. Aun cuando estas cifras resulten
harto parciales —ya que ellas no incluyen a Guatemala ni a la América
Central, como tampoco a la Nueva Granada ni a Venezuela ni a Buenos Aires
ni a las provincias de la Sierra— no cabe duda de que Robertson supo
estimar con bastante precisión la población indígena de los dos principales
centros de la colonia.
Sin embargo, no es menos evidente que las cifras de Robertson se que-
dan cortas en grado sumo, ya que los 7.5 millones de individuos (de todas
las razas sumadas) que según sus cálculos habitan hacia 1780 en el Imperio
colonial español, se transforman en 16 910 000 según la muy exacta esta-
dística que Humboldt produce en 1820.
Tal es la enorme contribución de Humboldt al conocimiento preciso de
la población india, la que a pesar de lo serio y sensato de la investigación
realizada por Robertson, se hallaba cabalmente subestimada. Es verdad
que el Teatro americano, en el cual se basa el autor escocés en relación a
México, era una obra de factura muy arcaica para su época: Villaseñor y

256 W. Robertson, ibid., nota 169, en la p. 720 (p. 850). En esta nota, Robertson
resume los resultados obtenidos por Villaseñor y Sánchez.
257B Ibid., p. 851, nota 169 de la p. 720.
Sánchez, su autor, no supo desembarazarse de las sólidas cadenas qUe u
sujetaban a su cargo de administrador colonial del Ramo de Azogues.»
Para finalizar, si se examina rápidamente el libro de Raynal, puede COM-
probarse que en él sólo se encuentran algunas cifras muy dispersas y HANO
fragmentarias. Este autor supone una bajísima densidad de población EN
América, que atribuye sobre todo a causas de orden geológico. En el NUEVO
Continente, los hombres vivieron sobre un terreno poco firme aún, Y POR LO
tanto, expuestos, a las “convulsiones de los elementos, en medio DE VOLCA-
nes, en regiones sumergidas en su mayor parte”. Un medio físico tan PRECA-
rio oponía a su subsistencia obstáculos muy difíciles de vencer, AGRAVADOS
por su desnudez y por la falta de vivienda, por la escasez e imperfección de
sus instrumentos de piedra o de madera, por su ignorancia acerca DE LAS
plantas aprovechables y por una gran pobreza tanto en “las artes más NECE-
sarias” como en “las de puro deleite ”.258 259

258 Villasefior y Sánchez se recomienda a nuestro recuerdo por su Teatro america-


no, descripción general de los reynos y provincias de la Nueva España y sus jurisdic-
ciones, dedicado al Rey Femando VI, 2 tomos, México, 1746-1748. VillaseñorJj
Sánchez era Contador General de la Real Contaduría de Azogues y Cosmógraphodel
Reyno de Nueva España. En la edición publicada en México por Francisco González
Cossío, Edit. Nacional, 1952, el Teatro americano es presentado como el primer
intento de una descripción general, estadística, política, geográfica, histórica y econó-
mica de la Nueva España. El Teatro americano contiene información muy detallada
sobre el estado de México a mediados del siglo xvin, y, en primer término, una
descripción general del país, con mención de las distancias y de los climas, luego un
cuadro de la administración colonial: obispados, alcaldías mayores y curatos. En él se
encuentra el relato de la fundación de México, la lista de sus monumentos principales
(iglesias, tribunales, administraciones etc.). El autor suministra algunos datos en
cifras, en especial el número de familias indígenas. Finalmente, da detalles sobreel>
estado de las misiones en el México de esa época. Villaseñor y Sánchez era también
matemático: calculó el calendario de la Nueva España para los años 1739 y 1752 etc.
El Teatro americano fue escrito por mandato de Felipe V, quien en 1740 había orde-
nado al virrey de México, el conde de Fuenclara, la redacción de un estado general dé
las provincias de la Nueva España. Villaseñor redactó el Teatro americano sin ayuda
alguna, pues su colaborador, Juan Francisco Sahagún de Arévalo y Ladrón de Guevara,
primer cronista de la ciudad de México, desistió de la empresa. Humboldt no ignora,
por cierto, la obra de Villaseñor y Sánchez, pero considera que sus estimaciones son
vagas e incompletas, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. rv, p. 301.
259 Raynal, Histoire philosophique et politique, tomo x, libro xix, p. 298. Al igual / |
que Buffon, Raynal piensa que el continente americano “emergió del seno de las olas
mucho tiempo después que el Antiguo”; que se hallaba “muerto bajo las aguas, inculto I
bajo los pantanos, desierto bajo las zarzas y bajo las selvas”, el rey de la Naturaleza I
era en consecuencia “débil, ignorante y escasamernemultiplicado”, cuando los euro-
peos “llegaron a esas playas hasta poco tiemp^jj^jimergidas”.
¿pesar de tal debilidad numérica, estos primitivos habitantes fueron
Kfj______masacrados: “Contra toda razón y contra todo interés, se arro-

, esta tierra salvaje


Y mientras que en la América del Norte se construía una sociedad libre
*»I
as tinieblas de la tumba a la mayor parte de los infelices que vagaban
por

p)e industriosa, formada por blancos y por negros, en la América del Sur,
I sometida a los “vicios de la administración española y portuguesa”, aqué-
( ||a se estancaba miserablemente. Pero Raynal no se contenta con establecer
tan cómoda comparación, sino que después de denunciar las atrocidades
españolas, excusa y justifica las cometidas por los anglosajones; porque si
bien estos últimos masacraron a sus indios, quienes por otra parte vegeta-
ban en ese rincón del mundo como “autómatas sumidos en el tedio, en la
indiferencia y en la flojera”, al instalarse en la América del Norte “la resar-
cieron mil veces por los pocos pescadores y por los pocos cazadores que
pudp haber perdido”.260 261
Por último, Raynal no dice una sola palabra de la
ptésencia de numerosos indígenas en las posesiones españolas y portugue-
sas, silenciando la existencia de esos catorce millones de indios y mestizos
/que habitaban en la América española a fines del siglo xvm. En el tomo iv
de su Historia, encontramos algunas cifras dispersas: 400 000 habitantes
para Venezuela, de los cuales 100 000 son emancipados o gentes de color,
Y 40 000 son esclavos (p. 119); 16 233 habs. para Santafé de Bogotá en
1774 (p. 135), algunas “ciudades pobladas” en la provincia de Quito (p.
138), y cifras muy fragmentarias sobre la población del Perú. Hans Wolpe
ha señalado muy apropiadamente la incoherencia de Raynal, que se mani-
fiesta a través de las tres ediciones de su Historia filosófica y política (la de
1770 que es la primera y las de 1774 y 1781) a propósito de la población
del antiguo México. Según la primera edición, México “contiene veinte
mil casas y doscientos mil canoas”. En la edición de 1774, la cantidad de
/asas se mantiene igual, pero la de canoas se ve reducida a la mitad; en la de
1781 (ni, p. 254), treinta mil casas existen en México. Para complicar aún
más las cosas, en 1770 Raynal acepta como verdaderas las descripciones y
estadísticas de los españoles, pero a partir de 1774 (m, p. 58), las rechaza:
“Lá falsedad de esta pomposa descripción puede ser fácilmente puesta al
alcance de todos los espíritus”. Y en 1781 insiste: “La falsedad de esta
poijiposa descripción, trazada en momentos de vanidad por un vencedor
naturalmente proclive a la exageración, o confundido por la gran superio-
ridad de que gozaba un estado regularmente ordenado, sobre las comarcas
salvajemente devastadas hasta entonces en el otro hemisferio; esa falsedad
puede ser fácilmente puesta al alcance de todos los espíritus".262

260i ¡bid., tomo x, pp. 298ÍÍ.


261 Ibid., p. 299.
262 Hans Wolpe, Raynal et sa machine de guerre, pp. 49-50.
No cabe duda de que las fantasiosas estadísticas de los filósqf|j§H
ses o de los polemistas del siglo xvm contribuyeron no poco a dental
misterio de la estimación de la población primitiva de América. jL,?*'
acierto, Lévi-Strauss señala que los sabios andan aún atientas, inmersa»
la más negra de las tinieblas, cuando se proponen comprender los origen, I
del hombre americano, la sucesión de las diversas civilizaciones del Nuevo
Mundo, y en general, todos los problemas que plantea a los historiadores!»
existencia de naciones indígenas precolombinas.263
Las estimaciones de la población primitiva de América presentan |g i
creíbles diferencias según los autores. Ya hemos visto que Rosenblat di
una cifra de 11 285 000 indios en vísperas de la Conquista. 264 265
En su seno y
voluminoso estudio sobre la población y la producción en el mundo, W |
Woytinsky y E.S. Woytinski y calculan en diez millones la pobl
amerindia en el momento en que Colón realizara su viaje (3 millones |
México y en América Central, y 4 ó 5 millones en América del Sur),*
Reinhard y A. Armengaud afirman que para entonces América debía de te-
ner entre 15 y 20 millones de habitantes; pero especifican que una de las es-
timaciones más recientes “se decide por los 40 millones”. 266 Se trata sin
lugar a dudas de la evaluación de Paul Rivet, la cual es mencionada por
Pierre Chaunu.267 Por su parte, John Collier escribe que antes de la ConquiK^
ta, el total de la población indígena debía de ser de treinta millones dt
almas.268
En una obra más reciente, Pierre Chaunu señala que la intuición de Paul
Rivet —quien atribuía a la América precolombina una cuarentena de mi-
llones de habitantes— no era demasiado exagerada: “Una gigantesca masa

lidades del maíz, proporciona su verosimilitud a una evaluación fuerte. Ca-


da monografía de un sector del espacio americano presenta un nivel mis
elevado que el aceptado ordinariamente ayer. Hoy én día, la más generosi
intuición de antaño ha sido superada: son 70 millones, 80 millones lo que
se nos invita a contar”.

de ruinas ciclópeas sobre todo el continente, a pesar de las enormes posibi- j

263 Lévi-Strauss, Tristes tropiques, p. 224.


26433 Rosenblat, La población indígena y el mestizaje.
265i w. S. Woytinsky y E.S. Woytinsky, Worldpopulation andproduction, TmÁ
and outlooks, p. 34.
266 Reinhard et Armengaud, Histoire générale de la population mondiale pn 110-111.
267| Pierre Chaunu, "Pour une ‘géopolitique’ de l’espacc américain" n n i o r i H
268 John Collier, Los
indios de tas Amé ricas, pp. 161-162. 'PP‘
LA POBLACIÓN INDÍGENA: DEMOGRAFÍA Y ESTADÍSTICAS
CUADRO I

LA población india de América


(Indígenas, hombres rojos: raza cobriza americana
o primitiva, sin mezclas con blancos ni con negros)

México 3 700 000


Guatemala 880 000
Colombia 720 000
Perú y Chile 1 030 000
Buenos Aires con las provincias de la Sierra 1 200 000

Total 7 530 000

0 sea, 45% de la población total de las posesiones españolas y 87.46% de la


población india de toda América (Nota del autor).

DISTRIBUCIÓN DE LAS RAZAS EN LA AMÉRICA CONTINENTAL E INSULAR


(Indios)

América española 7 530 000


Brasil (indios reducidos del Río Negro, Río Blanco y Amazonas) 260 000
Indios independientes al este y al oeste de las Montañas Rocosas,
sobre las fronteras del Nuevo México, de los Mosquitos etc. 400 000
Indios independientes de la América del Sur 420 000

Total 8 610 000

0 sea, 25% de la población total de América (incluyendo las islas) (Nota del
autor).

CUADROS EXTRAÍDOS DEL Ensayo político sobre la Isla de Cuba, TOMO II, P. 396, Y DEL
Ensayo político sobre la Nueva España, TOMO I, PP. 320-321.
! Morfología, antigüedad y orígenes del hombre indio

Alcance y límites del estudio humboldtiano


Repetidas veces a lo largo de su estudio sobre el indio americano —bajo
I distintas formas y con respecto a campos tan disímiles como son la antro-
pología, la lingüística, la arqueología y la cosmogonía de los pueblos pre-
colombinos— Humboldt plantea los tres temas principales que a partir del
descubrimiento no han cesado de preocupar a los observadores: el proble-
| ma de la unidad de la raza americana, el de sus orígenes y el de la edad
geológica del Nuevo Continente.
En tomo a estos tres temas, el autor trae a colación toda una serie de
problemas anexos, tales como el de la proverbial debilidad del indígena
americano,269 el de la supuesta imperfección de las civilizaciones precolom-
binas a raíz de una pretendida inmadurez física y geológica del Nuevo
Mundo etc. En la mayoría de los casos y a través de ejemplos convincentes
extraídos de sus propias observaciones, Humboldt rebate las aseveraciones
| de sus predecesores europeos, que habían aceptado tales leyendas.
A través de la trilogía mencionada y de sus innumerables ramificacio-
nes, se debe intentar definir el pensamiento profundo de nuestro autor. Los
tres aspectos se hallan estrechamente entrelazados, lo cual hace a veces
difícil un análisis sistemático; pero su estudio nos permitirá comprobar que
Humboldt tomó en consideración casi todas las hipótesis concernientes al
origen y a la unidad de las razas americanas. Algunos autores (Helmut de
Terra, Huard y Théodoridés etc.)270 afirman —demasiado precipitadamente, a

269 El prejuicio antiespañol engloba dentro de una misma inferioridad a los blancos
(españoles y criollos) y a los indios: todos son débiles, degenerados, ociosos, inso-
lentes, lascivos etcétera.
270 En su estudio sobre “Humboldt et l’anthropologie”, Huard y Théodoridés
escriben: “Durante su memorable periplo por América Latina Humboldt realizó las
más importantes observaciones antropológicas: la descripción detallada de las carac-
terísticas físicas de las diversas tribus de la cuenca del Orinoco, que por entonces eran
Humboldt y el indio americano

nuestro juicio— que Humboldt es el primer autor moderno que haya di


mostrado científicamente el origen asiático del hombre americano. Si bien
es cierto que Humboldt adopta en definitiva esta teoría —que no es dema-
siado original ya que la encontró en Acosta 3 y en Clavijero según él mismo
lo indica— no deja de enunciar una serie de consideraciones en apoyo
también de otros aportes humanos a América, fuera de los proporcionados
por las migraciones asiáticas. Hasta hoy no se ha insistido suficientemente
en la perplejidad de Humboldt a este respecto, perplejidad que si bien en
algunas ocasiones se expresa claramente, en otras aparece disminuida entre
consideraciones muy generales y muy triviales sobre la imposibilidad, por
así decirlo, metodológica o filosófica de remontarse a los orígenes. Cuando!
Humboldt escribe: “El problema de la primera población de América no es
de la incumbencia de la historia en mayor medida que las cuestiones sobre
el origen de las plantas y de los animales y sobre la distribución de los.
gérmenes orgánicos lo son de las ciencias naturales”. 4

desconocidas casi por completo, y la hipótesis sobre el origen asiático de los amerindios.
Esta hipótesis —tal y como lo señala Helmut de Terra— adelantándose en un sigloa
las modernas teorías sobre el tema, resulta tanto más notable si se tiene en cuenta que
en la época de Humboldt nada se sabía en Europa acerca de las civilizaciones preco-
lombinas, habiendo sido Humboldt —en consecuencia— uno de los primeros ea
apreciarlas otorgándoles su justo valor”. Es lamentable que estos dos autores—cuya
contribución al estudio del pensamiento antropológico de Humboldt es, por otra
parte, muy estimable— se hayan basado en las afirmaciones de Helmut de Tena,
quien imprudentemente presenta a Humboldt como el creador de la tesis asiática.
Nosotros ya habíamos detectado el error de Helmut de Terra, quien en su trabajo
sobre Humboldt, su vida y su época afirma, en una cita escueta, la prioridad de
Humboldt (véase nuestra reseña aparecida en el Bulletin Hispanique, tomoua [1959],
pp. 315-319). En dicha reseña destacábamos que las declaraciones de Helmut de i
Terra habían provocado la reacción de Eduardo Ugarte, su traductor al español. Entre '
los promotores de la tesis asiática, De Terra olvida mencionar al padre Clavijero, omi-
sión tanto más inconcebible cuando la misma carta de Humboldt a que alude De Terra
menciona a Clavijero. Se trata de una carta fechada en Lima el 25 de noviembre de
1802 que Alejandro escribe a su hermano Guillermo, quien a la sazón se hallaba en
Roma
3
Humboldt sentía gran aprecio por Acosta. Con respecto de algunas observacio-
nes sobre los temblores de tierra y las erupciones volcánicas, Humboldt escribe: I
“Resulta imposible leer las primeras narraciones de los viajeros españoles —sobre I
todo las del jesuita Acosta— sin asombrarse a cada instante ante la afortunada influen-
cia que el aspecto de un gran continente, el estudio de una naturaleza maravillosay® I
contacto con hombres de diversas razas ejercieron sobre los progresos de las lucesen
Europa”, Relation hist., tomo II, libro II, cap. iv, p. 298, nota 1.
4
Vues des Cordil éres, tomo i, p. 20. Humboldt repite esta idea en el Essaip01-
Nouv. Esp., a propósito del origen de los mexicanos. “No nos está permitido ren»'tf

234
IJliPI •Que quiere decir con esto? Es posible que quiera afirmar aquí, una vez
’-mM
mást su adhesión a una filosofía materialista, actitud que había tomado ya

1
AJ fin 1796-1797, cuando rechazaba la teoría idealista o deísta de la “fuerza
vital”- Rehúsa considerar como tema digno de estudio al tiempo transcurri-
do desde los orígenes hasta las primeras manifestaciones tangibles y com-
probadas de la actividad humana, evitando abordar así los problemas
concernientes a la creación. Pero es posible también que se tratara nada
más de una hábil maniobra, gracias a la cual evitaría tener que pronunciarse
definitivamente sobre un problema tan controvertido. Por fin —y ésta es la
¡>| explicación más aceptable— no se trata de una simple comprobación de
buen sentido ante la enorme complejidad del problema, complejidad que
pone en evidencia en la medida en que, a pesar de una creencia bastante
sólida, y en resumidas cuentas trivial, en el origen asiático, no puede abste-
nerse —como excelente observador que es— de producir una multitud de
hechos y argumentos que matizan notablemente la evidencia de tal. El
demonio del espíritu científico le abre a cada instante nuevas perspectivas,
[t; soplándole al oído o poniéndole ante los ojos testimonios que sugieren los
más diversos orígenes. La mera comprobación que, en el plano de la antro-
pología física, hace del polimorfismo del tipo indio, habría debido arras-
trarlo a elaborar la teoría de la diversidad de orígenes. Pero Humboldt no lo
hizo. ¿Fue por falta de audacia, por falta de imaginación o por ser prisione-
ro de esquemas mentales tan sólidamente arraigados que no fue capaz de
romper?
La primera razón que a nuestro parecer pudo haberle impedido presen-
tar dicha tesis reside en el hecho de que en su época, la americana era
considerada como una raza diferente respecto de las otras del mundo. Si
bien se admitía que en ella aparecen características mongoloides indiscuti-
bles —el propio Humboldt lo reconoce— no se había llegado aún a descu-
brir que la raza llamada “cobriza” no era sino una rama de la raza amarilla.
Por otra parte, la clasificación de la especie humana en tres razas es muy re-
ciente; recordamos perfectamente bien haber aprendido en los bancos de la
escuela, entre 1933 y 1939, que el género humano comprendía cuatro ra-
zas, lo cual prueba que los esquemas, al igual que los mitos, tienen una vida
muy larga. Al utilizar el concepto de raza cobriza, Humboldt suponía remo-
tos ancestros asiáticos, cuyo color amarillo se habría convertido en el tono
“cobrizo” o “moreno” bajo la influencia del medio y del clima americanos.
A este esquema —sobre el cual funda el postulado de la “raza america-
aquí el gran problema del origen asiático de los tultecas (JIC) O DE LOS aztecas, la
interrogante general sobre el primer origen de los habitantes de un CONTINENTE está por
encima de los límites prescritos a la historia; posiblemente no se TRATE DE una cuestión
filosófica”, ibid., tomo i, p. 349.

235
na”— agrega pruebas geológicas sumamente serias que le permiten afir-
mar la indiscutible antigüedad del Nuevo Continente, cuya edad corre
pareja con la del Viejo Mundo; de esto deducirá, naturalmente, que el hom-
bre americano es tan antiguo como el del Viejo Mundo.271
A partir del esquema de raza americana como raza distinta, y al descu-
brimiento de un hecho científico irrefutable (que el Nuevo Mundo es tan
viejo como el Antiguo), Humboldt abrazó la teoría del origen asiático y la
de una idéntica antigüedad de población en ambos mundos. Pero al mismo
tiempo, la noción de raza distinta le permitió explicar las diferencias
morfológicas entre asiáticos y americanos y de los americanos entre sí. Así,
un sabio que practicaba la religión de los hechos pudo arribar a conclusio-
nes erróneas, porque ignoraba aún que para llegar a una interpretación
científica de la historia no sólo es necesario pasar por el tamiz de la crítica
los hechos extraídos de la observación, sino también poner de nuevo en
tela de juicio los esquemas y los métodos empleados.
Sin embargo, en las numerosísimas descripciones que hace del hombre
americano, Humboldt insiste constantemente en el polimorfismo de los
tipos indígenas. He aquí una característica esencial de sus estudios
antropológicos que con mucha frecuencia ha pasado inadvertida ante los
ojos de los especialistas humboldtianos, quienes habitualmente ponen de
relieve ante todo su tesis asiática.

271 El problema de las razas humanas ha sido uno de los más discutidos por los
sabios. Los criterios adoptados son muy diversos, siendo el color de la piel la primera
característica, a través de la cual las más antiguas clasificaciones han sido estableci-
das. Asimismo se tiene en cuenta la pigmentación de ciertas partes del cuerpo (mancha
mongólica), el color de los cabellos, el de los ojos, la forma de la cabeza, de la nariz,
de los ojos, el estudio de la composición de la sangre. La clasificación de las razas
humanas comenzó a tomar un carácter científico con Linneo. Es probable que Humboldt
se base en la clasificación de Linneo quien, en suSystema naturae (\75%), distingue
cuatro razas principales: el hombre americano, el hombre europeo, el hombre asiático
y el hombre africano. En 1806, Blumenbach agregó a estas cuatro razas una quinta: la
raza malaya. Él contaba la raza caucasiana, la mongólica, la etiope, la americana y
la malaya.
En su obra Les races et les peuples de la terre, Deniker distingue 27 razas con 22
subrazas. Pero ellas pueden ser reducidas a cuatro grandes grupos: 7) razas primiti-
vas; 2) razas negras o negroides; 3) razas blancas; 4) razas amarillas. O sea que re-
gresamos aquí a una división cuatripartita. Pero en este caso, la “raza americana” está
incluida en el grupo de color amarillo, la que consecuentemente comprende las razas
siberiana, nor-mongólica, centro-mongólica, sud-mongólica e indonesia en Asia, la
raza polinesia en Oceanía, y la raza denominada eskimo-amerindia en América Se
advertirá que desde el punto de vista del color, no quedan sino tres variedades: negra
blanca y amarilla.
Polimorfismo y uniformidad del tipo indígena:
la leyenda de la uniformidad

p(strucción de la leyenda del indio débil


| primer contacto de Humboldt con el indio tuvo lugar en la isla de Coche,
«nmera escala de su viaje antes de llegar a Cumaná el 26 de julio de 1799.
pesde la fragata Pizarra, nuestro autor observa a unos indios “guayqueríes”
que se han acercado a la nave a bordo de un piragua.

k'
Su constitución —escribe— anunciaba una gran fuerza muscular, y el
color de su piel tenía un tono entre el moreno y el rojo cobrizo. Al verlos
de lejos, inmóviles en su postura y proyectados sobre el horizonte, se
los habría tomado por estatuas de bronce. Tal apariencia nos
sorprendió
tanto más cuanto que no respondía a las ideas que nos habíamos
h forma-
do —a través del relato de algunos viajeros— de los rasgos
característi-
6
cos y de la extrema debilidad de los aborígenes.

Esta primera comprobación, que implica una crítica neta a los


viajeros
que lo habían precedido, es repetida por Humboldt en el Ensayo político
sobre la Nueva España, dirigiéndola en tal ocasión a los filósofos, a
propó-
sito de los mineros indios de México: “El aspecto de estos hombres labo-
riosos y robustos habría podido hacer cambiar de opinión a los Raynal, a
los De Pauw, y a ese gran número de autores —por otra parte estimables

que se complacieron en pregonar la degeneración de nuestra especie en la
r 7
4 zona tórrida”.
Humboldt desmiente la creencia en la debilidad innata o adquirida de
los aborígenes de América, y rechaza la leyenda sobre su degeneración, dos
tópicos que reencontramos simultánea y separadamente bajo la pluma de
los autores del siglo XVIII y aun del siglo xix, desde Buffon hasta Hegel. 272 273

f
f
i

272i Relation hist., tomo u, libro i, cap. m, p. 55.


HUMBOLDT Y EL INDIO AMERICANO
Orígenes de la leyenda del indio débil !M
Según Buffon, la imperfección del hombre americano proviene de la i I
durez del medio físico. En América, dicho autor cree ver
Ii
en la combinación de los elementos y de otras causas físicas, algo que ir
va en contra del crecimiento de la naturaleza viviente. El cielo es allí 1 ü
“avaro” y la tierra “vacía” [...] el hombre, en número reducido, se halla- i ||
ba desparramado y era nómada. No habiendo sometido jamás a los ani- 1 ¡1
males ni a los elementos, no habiendo domado los mares, ni encauzado 1 J
los ríos, ni trabajado la tierra, “no era en sí mismo más que un animal de 1 1
primera línea y no existía para la naturaleza sino como un ser sin tías- I ¡
cendencia, como una especie de autómata impotente, incapaz de trans- I ^
formarla o de secundarla”. Si bien es cierto que el salvaje del Nuevo I n
Mundo tiene casi la misma estatura del hombre de nuestro mundo, eso 1 |
no basta para que pueda constituir una excepción al hecho general del
empequeñecimiento de la naturaleza viviente en todo este continente, j i
El salvaje es débil y pequeño por los órganos de la generación, no tiene j
vello ni barba, y carece de ardor para su hembr i. Aunque es más ágil que I |
el europeo —debido a que está más acostumbrado a correr es no I 8
obstante mucho más temeroso y cobarde, y carece de toda vivacidad, de 1 |
toda actividad de espíritu.
9 i
A continuación, Buffon explica las causas de tal imperfección| que I
extrae de Raynal:

Y esta imperfección —escribe— como lo dice muy bien el atinado y j


elocuente autor de la Historia de las dos Indias, no prueba la juventud »
de este hemisferio sino su renacimiento; ha de haber sido pobladcyal i
mismo tiempo que el Antiguo, pero es posible que haya quedado sumer- 1
gido más tarde.

La uniformidad del tipo indígena según Buffon


A partir de la suposición de un renacimiento de los grupos humanos indi-
genas después de un diluvio posterior al sufrido por el Viejo Mundo, Buffon 1
desarrolla su teoría sobre la uniformidad de la raza cobriza:

A excepción de América del Norte —donde es posible hallar hombro!


parecidos a los lapones, así como algunos hombres de cabello rubio, i
parecidos a los europeos del norte— todo el resto de esta vasta gHfl

273 Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 339-341 y tomo m, pp. 237ss. El estado de los
mineros en México es libre, señala Humboldt. A pesar del intenso trabajo que realizan
los mineros indios o mestizos, su salud no se ve resentida por tales esfuerzos. La
mortalidad entre los mineros mexicanos “no es mucho mayor que la que se observa
entre las demás clases populares”. Buffon también aseguraba que los animales en
América sufrían un proceso de degeneración. Por el contrario, Humboldt señaló que
los animales europeos introducidos en el Nuevo Continente: vacas, caballos, ovejas,
puercos, “se multiplicaron en forma sorprendente”, ibid., tomom, libro iv, cap. ix, pp.
57-58.
del mundo tan sólo cobija a hombres entre los cuales apenas si hay I
Morfología, antigüedadyorígenesdelhombreindio

alguna diversidad, en contraposición con el viejo continente, donde


hemos hallado una prodigiosa variedad en los diferentes pueblos.*

Los americanos son asimismo poco diferenciados por cuanto han vivi-
do o viven de la misma forma; eran “o son aún salvajes o semisalvajes”, y
"los mexicanos y los peruanos se han civilizado tan recientemente que no
pueden constituir una excepción”. La uniformidad de la raza americana
proviene de una identidad de orígenes, de condiciones de vida, de clima
“que no es ni por asomo tan desigual en cuanto al frío ni en cuanto al calor
como el del viejo continente”; y finalmente —y esto es muy importante—
tal uniformidad se debe también al hecho de que “por haberse establecido
recientemente en su territorio, las causas que generan la diversidad no han
podido actuar el tiempo suficiente como para operar efectos altamente sen-
sibles”.9 274

274 Buffon, Oeuvres completes, vol. xv, pp. 443-446. Por cierto, Buffon se da gran
prisa en afirmar que el medio natural en América es inferior al europeo, y que el
salvaje americano es débil y “empequeñecido”. En sus Additions á l’histoire de
l’Homme, en el capítulo “Des américaines”, Buffon rechaza los argumentos de De
Pauw, quien en sus Recherches sur les Américaines presentaba al indio como un ser
débil, degenerado, intrínsecamente inferior a cualquier otro individuo del planeta.
Buffon lamenta que De Pauw niegue la existencia de los monumentos de los mexica-
nos y de los peruanos “cuyos vestigios existen aún y demuestran la grandeza y el
genio de esas gentes, a quienes él considera como seres estúpidos, degenerados de la
especie humana tanto por el cuerpo como por el entendimiento”. Buffon piensa que
‘la imperfección de naturaleza” que De Pauw “reprocha gratuitamente a la América en
general, debería referirse solamente a los animales del sector meridional de este
continente”. Si en efecto, en las regiones bajas y cálidas de la América tropical es
posible encontrar hombres débiles o debilitados en las tierras altas, en Nuevo México,
en Perú y en Chile había, en cambio, “hombres quizás menos activos, pero tan
robustos como los europeos”. En América del Norte, según testimonio del “célebre
Franklin”, se vio a la población de Filadelfia, “sin ayuda extranjera” duplicarse en
“veintiocho años”. “Me fastidia —escribe Buffon refiriéndose a De Pauw— que un
hombre de mérito y que por otra parte parece ser instruido, se haya librado a este
exceso de parcialidad en sus juicios, y que los apoye sobre hechos equivocados”,
Additions á l’histoire de l’Homme, tomo n, pp. 284-287. Se advertirá aquí que
Buffon consigue rehabilitar al blanco instalado en América gracias a la diferencia que
establece entre el norte y el sur del continente americano. La inferioridad atribuida a
los hombres y a los animales del Nuevo Mundo se extendía de los indios a los
criollos. La distinción que hace Buffon le permite a la América del Norte retomar un
lugar honorable dentro de la armonía universal. Véase al respecto Marcel Bataillon,
“Origines intellectuelles et religieuses du sentiment américain en Amérique latine”.
239
\ Ibid., p. 286.
1J
“Los americanos son pueblos jóvenes”, repite Buffon; eran demasiado ' 1
poco numerosos en el momento de la Conquista y pocos monumentos B|
dejaron a su paso, y la facilidad con que los españoles los sometieron es
una prueba de su imperfección física, cultural y política. Los españoles
exageraron en gran medida al describir ejércitos enormes, ciudades magní-
‘ fícas y una gran densidad de población.

El polimorfismo del tipo indígena visto por Humboldt |1


.. .-SÉ
Los hechos
Por el contrario, después de rechazar las teorías de los observadores y de los ‘
filósofos acerca de la debilidad de los indios, Humboldt se lanza a contra- |
decir también la leyenda de la uniformidad de la raza cobriza, diciendo: Ii

A pesar de los estrechos lazos que parecen unir a todos los pueblos de
América como si pertenecieran a una misma raza, muchas tribus se dife-
rencian entre sí por la altura de su talla, por el tono de su tez, más o
menos moreno, por una mirada que en unos expresa calma y dulzura, y
en otros una siniestra mezcla de tristeza y ferocidad. 275

Solamente en la provincia de Cumaná, que nuestro autor visitó en pri-


mer lugar, los tres grupos étnicos (guayqueríes, chaimas y caribes) presen-
tan notables diferencias morfológicas. Previo a entrar en detalles, Humboldt
explica la falsa impresión de uniformidad que experimenta el europeo al
observar al indio americano, impresión provocada por la ilusión óptica de
la cual es víctima al hallarse frente a pueblos o a razas “cuya piel es muy I
morena; se siente confundido ante un tono de piel tan distinto al nuestro, y ¡
la uniformidad de la coloración hace desaparecer a sus ojos las diferencias
de los rasgos individuales”.276

275 Relation hisi., tomo u, libro | cap. m, p. 55. Humboldt desarrolla esta misma
idea en sus Vues des Cordilléres, donde escribe: “Aunque los pueblos indígenas del
nuevo continente estén unidos por lazos estrechos, en sus rasgos cambiantes, en el
tono más o menos moreno de su piel y en la altura de su talla, ofrecen diferencias tan
notables como los árabes, persas y eslavos entre sí, quienes pertenecen a la rara
caucásica”, tomo i, p. 22. Se advertirá que en el pasaje citado en nuestro texto,
Humboldt se muestra más prudente que en el que acabamos de citar en esta nota.
Donde en el primero decía “lazos que parecen unirlos” fue sustituido en el segundo
por “están unidos por lazos”.
276| Humboldt, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 356-357. Agrega: “La cultura;!
intelectual es lo que más contribuye a diversificar los rasgos. En los pueblos bárbaros?
existe más bien una fisonomía de tribu o de horda en vez de una fisonomía propia de
Si bien por una parte es indudable que todos los indios americanos guar-
dan entre sí ese “aire de familia” que todos los observadores notan “al vivir
I ^ más tiempo entre los indígenas de América, se advierte que famosos
viajeros que sólo pudieron observar algunos individuos en las costas, han
12
(xagerado singularmente la analogía de formas entre las razas americanas ”.
Diversidad de tallas
En lo que a la talla concierne, así como los chaimas, por ejemplo, tienen en
| promedio 1.57 m, y su físico es “rechoncho y retacón, los hombros exage-
i redámente anchos, el pecho aplastado y todos los miembros redondeados y
| carnosos”, los caribes —vecinos inmediatos de los chaimas— tienen en
cam-
bio una estatura promedio que va de 1.77 m a 1.90 m (de cinco pies, seis
pulgadas a cinco pies, diez pulgadas), de forma tal que nuestro autor afirma:
13 277
i “en ninguna parte he visto a una raza entera de hombres más esbeltos ”.
278

1
277tal o cual individuo [...] El nuevo colono a duras penas distingue un indio de otro,
porque sus ojos se fijan menos en la expresión dulce, melancólica o feroz del rostro
I que en la tez de color rojo cobrizo, en esos cabellos negros, brillantes, gruesos y tan

1 lacios que parecen estar constantemente empapados”, ib id., p. 356.


■ En un pasaje del Essai pol. Nouv. Esp., Humboldt insiste en las marcadas
diferencias que hay entre los tipos indígenas. La talla esbelta de los patagones, que
habitan la extremidad austral del Nuevo Continente, vuelve a encontrarse, por así
. decirlo, en los caribes de las llanuras que se extienden entre el delta del Orinoco y las
fuentes del Río Blanco. “¡Qué diferencia entre la talla, la fisonomía y la constitución
física de estos caribes —que deben contarse entre los pueblos más robustos de la
tierra, y a los que no hay que confundir con los zambos degenerados en otra época
conocidos como caribes en la isla de San Vicente— y los retacones cuerpos de los
indios chaimas de la provincia de Cumaná! ¡Qué diferencia de forma entre los indios
deTlascala y los lipanes y chichimecas de la parte septentrional de México!”, ibid.,
I tomo i, p. 357.
| Relation hist., tomo m, libro m, cap. ix, pp. 279ss. A propósito de los indios
chaimas, Humboldt escribe: “La estatura media de un chaima es de 1.57 m o 4 pies,
278 pulgadas, tienen el cuerpo rechoncho y retacón, los'hombros exageradamente
anchos, el pecho aplastado y todos los miembros redondeados y carnosos [...] la
frente es pequeña y poco abultada: por eso en diversas lenguas de estas comarcas,
! para expresar la belleza de una mujer se dice: ‘que es gorda y que tiene una frente
angosta’. Los ojos de los chaimas son negros, hundidos y muy alargados, no se
hallan ubicados tan oblicuamente ni son tan pequeños como los de la gente de raza
mongólica [...] No obstante el ángulo del ojo, sensiblemente levantado, apunta hacia
las sienes; las cejas son negras o de un pardo oscuro, delgadas y poco arqueadas, los
párpados están adornados de muy largas pestañas, y la costumbre de mantenerlos
entornados como si estuviesen cargados de fatiga, suaviza la mirada en las mujeres y
Humboldt
indios más
cobrizo también
pequeños,
al blanco Ennota
sucio, diferencias
laespecies
misma
pasando depor
regiónen eldiversos
pigmeos
pero
los color
quede
algo no
máslamiden
piel,
haciaque
matices más
de va del
detono
el un
sur, rojo
4enpies,
la 7o H superior del
cuenca
más u¡A
pulgadas, o sea alrededor de 1.42 m y 1.45 m. Uíj
menos
de la Nueva moreno. Orinoco,
Cosadel
España, los
curiosa, guaicas
Canadá,en una de la
de laépoca Esmeralda,
en que
Florida, los guainaves
aún sey creía
del Perú y
que era
del Brasil los poignaves
“tienen |T son los mT
posible atribuir al calor más fuerte el color de piel más oscuro, los indios
laColoración diferenttez
e más morena que los habitantes de las regiones más cálidas de la
América Meridional”. Fue precisaménte en estas últimas donde Humboldt
encontró rastros de “indios blancos”. En el alto valle del Orinoco, Humboldt vio
cuatro pueblos primitivos: los guaharibes del Río Gehette, los guainaves
del Ocamo, los guaicas del Caño Chigüire y los maquiritares de las fuen-
tes del Padamo, del Jao y del Ventuari, todos ellos de piel blanquecina. El E
“aire de familia” que tienen con las otras tribus no permite aceptar la hipó- 11
tesis de un mestizaje con los colonizadores blancos. . j ij

Fisonomías diferentes
Las diferencias entre los pueblos indígenas se manifiestan asimismo en sus
rasgos. Indudablemente, todos los indios tienen “los ojos alargados, cuyos
ángulos están levantados hacia las sienes; los pómulos salientes, los labios
gruesos”; ciertamente, todos tienen también los cabellos lacios y alisados
y escasa barba. Es posible afirmar, sin duda, que la forma de los ojos, la
prominencia del hueso maxilar, y la cabellera “los aproximan a la raza
mongólica”. Pero los chaimas, por ejemplo, difieren esencialmente del tipo i

asiático “por la forma de la nariz, que es bastante larga, prominente en todo


su desarrollo y ensanchada hacia las ventanas, cuyas aberturas están dirigi-

209-210.

hace que parezcan más pequeños de lo que son en realidad”.


jjshacia abajo, como en los pueblos de la raza del Cáucaso”. Los caribes
po se diferencian de sus hermanos de raza tan sólo por su talla esbelta, sino
jpbíén “por la regularidad de sus rasgos”. “Su nariz es menos larga y me-
gos achatada, los pómulos menos prominentes, la fisonomía menos mongóli-
ja".17 Al describir un relieve mexicano hallado en Oaxaca, que representa
i “un guerrero salido del combate y engalanado con los despojos de sus
dicmigos", Humboldt comenta haberse sorprendido sobre todo por “las
narices, de enorme tamaño, que se encuentran repetidas en las seis cabezas
vistas de perfil. Estas narices caracterizan esencialmente a los monumentos
de escultura mexicana”."

Osteología

\ esta serie de tan minuciosas consideraciones que se valen de detalles


observados sobre el terreno, así como de documentos precolombinos, se
agregan algunas especificaciones menos subjetivas. Humboldt advirtió que:

El cráneo del americano diñere bastante del de raza mongólica: el pri-


mero presenta una línea más inclinada aunque más derecha que la del
negro [...] el americano tiene los huesos del pómulo casi tan prominen-
tes como el mongólico, pero sus contornos son más redondeados, de
ángulos menos agudos. La mandíbula inferior es más ancha que la del
negro, estando sus ramas menos separadas que en la raza mongólica. El

243
hueso occipital es menos prominente y las protuberancias que corres- 279 280

27917 Relalion hist., tomo íx, libro ix, p. 13.


280 A propósito de este relieve de Oaxaca, Humboldt escribe: “Lo que más me
impresiona de esta composición son las narices, de enorme tamaño, que se encuentran
repetidas en las seis cabezas vistas de perfil. Estas narices caracterizan esencialmente
a los monumentos de escultura mexicana. En los cuadros jeroglíficos conservados en
V¡ena,enRoma, enVeletri, o en el palacio del virrey, en México, todas las divinidades,
los héroes, los sacerdotes incluso, están representados con grandes narices aguileñas
con frecuencia horadadas hacia la punta y adornadas con la anfisbena o con la miste-
riosa serpiente de dos cabezas. Podría ser que esta fisonomía extraordinaria estuviese
dando indicios de una raza de hombres muy diferente de los que habitan estas regio-
nes en la actualidad, cuya nariz es gruesa, aplastada y de un tamaño mediano. Pero
podna ser también que los pueblos aztecas hayan creído —al igual que el príncipe de
los filósofos (Platón)— que hay algo de majestuoso y de regio en una nariz grande,
y que la hayan considerado en sus bajorrelieves y en sus representaciones gráficas
como símbolo de poderío y de grandeza moral", Vues des Conistieres, tomo i, pp
156-157. Se notará aquí la extrema prudencia de nuestro autor: tiene tanto en cuenta
la imagen tal y como se le presenta en un primer examen y el modo en que un pueblo
Podrfa representar simbólicamente una realidad, deformándola de acuerdo a sus pro-
pios criterios. Véase también el Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, p. 369.
ponden al cerebelo —y a las cuales el sistema del sr. Le Gall conoyu 11
gran importancia— son menos sobresalientes.19 c
'. 11

En resumen, si bien en términos generales existe una gran analogía [Í


entre la raza mongólica y la raza americana, no es menos cierto que bajo I
algunos aspectos es posible detectar diferencias morfológicas notables.
Humboldt llegó a la conclusión de la heterogeneidad racial de los in-
dios de América, no porque quisiera probarla, sino muy a pesar de su creen- *
cia en un origen asiático común. Esto ha sido puesto de relieve por Paul i 1
Kirchhoff, quien con toda razón percibe en esta actitud la más evidente ma- I
nifestación de honestidad científica.281 282 Al mismo tiempo, la comprobación !
de indiscutibles diferencias morfológicas dentro de la raza india condujo a
Humboldt a la búsqueda del origen asiático en otros terrenos y sobre todo
en el plano de los sistemas cosmogónicos. Esto fue debido a que rápidamen- 1
te nuestro autor cayó en la cuenta de que si las observaciones de la antropo- I
logia física no proporcionaban ningún argumento convincente, las realizadas ]
por él en el campo de la lingüística eran igualmente decepcionantes. I

Diferencias lingüísticas
Humboldt se sintió vivamente impresionado por la extrema diversidad y
cantidad de las lenguas americanas. Establece comparaciones entre ellas, j
recordando que algunos españoles habían creído descubrir una semejanza i
entre ciertos dialectos americanos y las lenguas hebrea o vasca. A pesar de
las analogías que se dan en cuanto a estructura gramatical entre lenguas tan '
distintas como la de los incas, el aymará, el guaraní, el mexicano y el cora,283
las diferencias enormes en el vocabulario de dichas lenguas no dejan de
desorientar al observador. Entre estas diversas lenguas se ha intentado, por !
cierto, encontrar palabras comunes a todas, y en efecto, fueron descubiertas
algunas. Pero “la analogía entre varios rasgos dispersos no prueba en abso- i
luto que las lenguas pertenezcan a un mismo tronco”. En un capítulo de sus ¡
Sitios de las Cordil eras, Humboldt analiza los diferentes sonidos que para

281 Ibid., pp. 367-369.


282 Paul Kirchhoff, “La aportación de Humboldt al estudio de las antiguas civili- I
zaciones americanas: un modelo y un programa”.
283 Relation hist., tomo III, libro m, cap. ix, pp. 305-307. “En América, desde el
país de los esquimales hasta las riberas del Orinoco, y desde estas riberas ardientes
hasta los hielos del estrecho de Magallanes, lenguas madres totalmente diferentes por
sus raíces tienen, por así decirlo, una misma fisonomía. Se descubren asombrosas I
analogías de estructura gramatical no sólo en las lenguas perfeccionadas como la r
lengua del inca, el aymará, el guaraní, el mexicano y el cora, sino también en lenguas I
extremadamente rudimentarias”. J¡Á
Morfología, antigüedadyorígenesdelhombreindio
ntar de 1 a 13 se articulan en mexicano, en la lengua de Nutka, en muis-
c
en peruano (quichua), en manchú, en oigom y en mongol. Después de
Jgarun cuadro de estos 13 sonidos para cada una de las lenguas mencio-
nadas, no puede dejar de reconocer “la extrema desemejanza que se advier-
| entre las siete lenguas en las cuales acabamos de indicar los números
cardinales”. Y concluye: “Las lenguas americanas están tan alejadas unas
¿c las otras como lo están de las lenguas tártaras”. 284
Todas estas diferencias resultan por demás desconcertantes, sobre todo
is se tiene en cuenta que se generan en regiones que presentan una notable
identidad en cuanto a clima y a tipo de alimentación, como es el caso de los
pueblos indígenas de la cuenca del Orinoco y del sector oriental de Vene-
zuela.285 En el campo de la botánica, Humboldt observará el mismo fenóme-
no, a partir del cual elaborará una teoría sumamente interesante para el
futuro, teoría que viene a matizar y aun a modificar sensiblemente la teoría
de Montesquieu sobre los climas. Las especies, ya pertenezcan al reino
vegetal o al reino animal, no son necesariamente idénticas cuando se ha-
llan en las mismas condiciones geográficas. En capítulos posteriores ten-
dremos oportunidad de analizar este extraordinario descubrimiento de
I Humboldt, que permitió a la escuela geográfica moderna desembarazarse
I del esquema estrechamente determinista para acceder a lo que más tarde se
daría en llamar el “posibilismo”.
Las hipótesis
Ante el polimorfismo de las razas indígenas, Humboldt va a adelantar algu-
nas suposiciones sumamente interesantes. En su estudio cosmogónico com-
parativo de las respectivas creencias de los aztecas y de los asiáticos, nuestro
autor escribe:

284 Vues des Cordilléres, tomo i, pp. 366-368. “Esta falta de analogía —agrega—
no debe ser esgrimida, sin embargo, como prueba en contra de la opinión de que los
pueblos americanos tuvieron antiguas comunicaciones con el Asia Central”, ibid., p.
368. Tan sólo para México, Humboldt determinó la existencia de más de veinte
lenguas “catorce de las cuales ya cuentan con gramáticas y diccionarios”. Éstas son:
d mexicano o azteca, el otomí, el tarasco, el zapoteca, el mixteca, la lengua maye ( sic)
° del Yucatán, el totonaca, el popoluco, el matlazinque, el huasteca, el mixe, el
caquiquello, el taraumara, el tepehuano y el cora. “Parece —agrega— que un gran
número de estas lenguas, lejos de ser dialectos de una sola (como algunos autores lo
nnticiparon erróneamente), son más diferentes unas de otras que el persa del alemán,
°queel francés de las lenguas eslavas. Éste es al menos el caso de las siete lenguas de
«NuevaEspaña de las cuales poseo los vocabularios”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo
‘•PP-352-353.
285“Los unos y los otros (guaicas, guainaves y poignaves por una parte, y caribes
Por la otra) habitan bajo el mismo clima y se nutren de los mismos alimentos”,
hlation hist., tomo vm, libro vm, cap. xxiv, p. 208.

245
Humboldt y el indio americano

En la mitología de los americanos, en el estilo de sus pinturas


lenguas, y sobre todo en su conformación externa, creo reconoce»
descendientes de una raza de hombres que, separados tempranálSj
del resto de la especie humana, ha recorrido —a lo largo de una proltfl
gada sucesión de siglos— una senda particular en el desarrollo de ¡¡I
facultades intelectuales y en su tendencia hacia la civilización. 286 287 1

*
A través de esta definición, Humboldt confirma su convicción en la 1
antigüedad del poblamiento en América, subrayando la originalidad pro-1 A
funda de las sociedades americanas. (
Tal originalidad hace de la raza americana una “raza distinta”. Frecuefl U
temente Humboldt vuelve sobre este aspecto que —según hemos visto^H i
se inscribe en las creencias de su tiempo, las cuales se mantuvieron, no sin $í
polémicas, hasta una época muy reciente. Bajo la rúbrica de “raza distinta 1
Humboldt clasifica a los americanos en el índice alfabético de los Sitios de tí
las Cordil eras, idea que confirmaría algunos años más tarde en una carta a La
Roquette, quien le había solicitado una cierta cantidad de notas para una ■ I
edición de la Historia de América de Robertson, que a la sazón preparabas
Para él, los indios de América tuvieron antiguos vínculos con el AsiaI
central, su origen asiático no deja dudas, pero puede ser que los asiáticos a
hayan mezclado con pueblos puramente aborígenes.
Describiendo a las tribus del Orinoco, escribe: “Se trata de diversa»
razas, que sin duda preexistieron al asentamiento de estas tribus (grandesjy
pequeñas, blanquecinas y moreno oscuro) en una misma comarca”.288
En detrimento de su frecuentemente declarada convicción del origen]
asiático —indudable prueba de que era ya víctima de ese “prejuicio geM
gráfico” que Mendés Correa reprocha a Hrdlicka— Humboldt, como obseij
vador consciente, pasa revista a una serie de documentos que contribuyera
a matizar su teoría. La mayoría de las veces pone en duda los testimonios]
que cita, pero lo que debe ser de importancia capital para nosotros, es el

286 Vues des Cordilléres, tomo i, p. 242. Humboldt refuta los argumentos de
quienes niegan el origen asiático con el pretexto de que previo a la llegada de los I
españoles, en el Nuevo Continente no se conocía ninguno de los cereales del Viejo:!
“Puede que los americanos hayan quedado separados del resto del género humano]
antes de que el trigo fuese cultivado sobre la meseta central del Asia. Algunos pueblos
nómadas del Asia central que no conocieran el trigo, bien pudieron pasar a América]
sin introducir los cereales en ella”, Essaipol. Nouv. Esp., tomo II, libro iv, cap. ix, pp.
419-420.
287 La Roquette, Correspondance scientifique et littéraire-, véase en especial
la
carta de Humboldt a La Roquette, París, 15 de sept|^^p^ £ J 825 pp 229-240, y
particularmente la p. 231.
288 Relation hist., tomo vm, libro VTUl caaj
Morfología, antigüedad y orígenes del hombre indio

| ^ho de que, aun así, los examina con gran interés y aplicación. Al exhu-
0 de las obras de los cronistas toda la información que interesa a sus
i ,mitigaciones, en primer lugar demuestra que las leyó atentamente; a
i c(intinuación proporciona un valiosísimo cúmulo de hipótesis, las que más
•urde serían retomadas y desarrolladas por los antropólogos modernos.27

| ¡¡phipótesis del aporte negro (Africa o la Polinesia?)


Al releer, a propósito de la primitiva población de las Antillas, las obras de
Colón, las Décadas de Herrera y las cartas de Pedro Mártir, Humboldt des-
cubre frecuentes alusiones a la presencia de negros en el archipiélago.
"Gómara afirma que esos negros eran muy semejantes a los de Guinea, y no
| ¡c ha visto a otros negros en América”, informa Humboldt, agregando:
“Este pasaje es en extremo notable. Se construían hipótesis en el siglo xvi
tal y como las construimos en la actualidad” 28
A través de esta última reflexión se advierte la postura de Humboldt
N frente a los problemas del poblamiento americano. No defiende ninguna
t tesis a priori. Sólo es posible emitir hipótesis, entre las cuales las de los
cronistas del siglo xvi no deben ser descartadas de entrada bajo pretexto de
que datan de una época demasiado remota, o de que fueron expuestas
h -como escribía Robertson— por hombres ignorantes o demasiado poco
cultos como para ser dignos de crédito. Humboldt lee en Pedro Mártir que
5! éste “imaginaba que esos hombres que viera Balboa, los cuarecas, eran
Itj negros etiopes que latrocini causa infestaban los mares y que habían nau-
fragado frente a las costas de América”.
Humboldt no cree que los negros del Sudán hubieran podido llegar a
$1 América pues no practicaban la piratería; “Se creería más fácilmente en una
$ travesía del océano por esquimales rumbo a Europa, que en una incursión
denegras del Africa sobre las costas del Darién”.29
Habría que suponer, entonces, la existencia de una mezcla de tipos
polinesios con los americanos. A los cuarecas se los debería vincular con la 289

289 En suEssaipol. Nouv. Esp. Humboldt reafirma esta idea: “Si bien las pinturas
jeroglíficas y las tradiciones de los habitantes del Anáhuac recopiladas por los prime-
ras conquistadores parecen indicar que un enjambre de pueblos errantes se diseminó
del noroeste hacia el sur, no hay que dar por descontado que todos los indígenas del
nuevo continente sean de origen asiático”, ibid., tomo i, pp. 367-368. Humboldt cita
especialmente a Joseph de Guignes, quien había supuesto que los chinos habían
visitado las costas occidentales de América, ibid., tomo n, libro iv, p. 454. Se refiere
si libro de J. de Guignes: Recherches sur les navigations des Chinois du colé de
l'Amérique, publicado en París en 1761. De Guignes intentó demostrar, además, que
lunación china procede de una colonia egipcia.
| Essai Pol. ¡le de Cuba, tomo i, p. 155, nota 1.
247
* Ibid., tomo i, p. 156.
HUMBOLDT Y UL INDIO AMERICANO
rn/.n de los papilas, tan parecidos a los negritos de las Filipinas. Humboldt
destaca las gratules dificultades que debería haber enfrentado una migra-
ción proveniente del oeste, “del extremo occidental de la Polinesia al ist-
mo de Durién", “aunque —agrega— los vientos soplan desde el oeste
durante semnnus enteras".
liste concienzudo análisis retine en un solo haz los testimonios de los

Asimismo demuestra cómo, a partir de indicios apenas palpables, Humboldt


primeros cronistas españoles, que suponían un origen africano, y las hipó- Ljf
pudo abrir el cumino a ulteriores investigaciones.
tesis de autores modernos, que ya sostenían la tesis del origen polinesio. U

En América existen razas “de indios blancos”. Hemos visto que Humboldt |y
del Orinoco.
menciona Losgrupos
cuatro cronistas
de españoles
americanosdelblancos
siglo xvi
que—señala nuestro
habitan en autor—
la cuenca i
afirman que “los primeros navegantes vieron hombres blancos de cabellos
rubios en el promontorio de Paria”. Humboldt se pregunta ante todo si no
se tratarla tal vez de “esos indios de piel no tan morena” que él tuvo oca-
sión de observar en la Esmeralda. “Pero esos indios tenían los cabellos tan
negros como los otomaques y como los de otras tribus cuya tez es de lo más
oscuro”. ¿Se trata acaso de albinos “como los que podían hallarse otrora en
el istmo de Panamá”? Refiriéndose a Pedro Mártir, a Gomara y a García,
Humboldt recuerda que los indios son descritos “como si se tratara de pue-
blos de origen germánico: los dicen blancos y de cabellos rubios”. Pero
pone en duda tales afirmaciones, confrontándolas con el relato de Feman-
do Colón.

El almirante —escribe— se sorprendió al ver a los habitantes de Paria y


a los de la isla de la Trinidad: mejor hechos, más cultivados (de buena
conversación) y más blancos que los indígenas que había visto hasta
entonces. Esto no quiere decir, por cierto, que los pariagotes sean blancos.

Pero sobre todo hacia el noroeste del continente, existen “tribus en las
cuales los niños son blancos y adquieren, a la edad viril, el color bronceado
de los indígenas del Perú y de México”. Se trata de los koluches y de los
chinkitanes.10 A estos pueblos, Humboldt agrega otros “indios blancos", 290

290 Relation hist., tomo m, libro m, cap. íx, p. 364. “Al oeste de los miamis, sobre
la costa opuesta al Asia, entre los koluches y chinkitanes de la bahía de Norfolk,
cuando las muchachas adultas son obligadas a limpiarse la piel, muestran la tez blanca
de los europeos. Esta blancura se reencuentra —según algunos relatos— en los
como los que menciona Molina, los boroas de Chile y los guayanas del
Uruguay, hombres blancos de ojos azules. Pero Humboldt demuestra dar
jscaso crédito a este último testimonio. ¿De dónde podrían provenir esos
blancos? En otro de sus libros, escrito mucho más tarde, Humboldt consi-
dera la consistente posibilidad de comunicaciones entre ambos mundos:
Europa y América. No se refiere a los normandos, que llegaron.a América
hacia el año mil, y cuya importancia en cuanto al descubrimiento trata en el
Cosmos, sino más bien a otros pueblos del continente europeo o de sus islas
vecinas. Ellos bien podrían haber sido arrojados accidentalmente a las cos-
tas americanas por las violentas corrientes atmosféricas y oceánicas que
van de este a oeste, como fue el caso de un barco cargado de trigo, que en
1764, “navegando de la isla de Lanzarote a la rada de Santa Cruz de Tenerife,
fue arrastrado fuera del archipiélago de las Canarias por una tempestad. La
corriente equinoccial y los vientos alisios lo impulsaron hacia el oeste y
terminó siendo hallado por una nave inglesa a dos días de distancia de la
costa de Caracas”.291
A pesar de estas posibilidades de migraciones fortuitas de Europa hacia
América, Humboldt no concede demasiada importancia a un eventual aporte
blanco que pudiera haberse dado. Indudablemente, considera que la pro-
porción de blancos en el volumen total de la población americana tuvo
muy escasa influencia sobre la modificación de la morfología de los tipos
americanos.

El problema esquimal
Humboldt analiza el problema esquimal en relación con el problema del
poblamiento blanco. En su época, los esquimales estaban clasificados como
una raza aparte, pues se los creía blancos. Humboldt se adhirió a esta creen-
cia errónea: “Sus cabellos son lacios, lisos y negros, pero su piel es origina-

291pueblos montañeses de Chile”. En nota, Humboldt agrega las siguientes referencias:


“Molina, Saggio sulla storia nat. del Chili, ed. 2, p. 293. ¿Habrá que dar crédito a
esos ojos azules de los boroas de Chile y de los guayanas del Uruguay, a quienes se
nos pinta como pueblos de la raza de Odín? Azzara (sic), Viaje, tomon, p. 76”. Se trata
sin duda del libro de Félix de Azara (1746-1821), publicado en París en 1809 y luego,
bajo el título de: Viajes por la América meridional por D. Félix de Azara, comisario
y comandante de los límites españoles en el Paraguay desde 1781 hasta 1801, fue
editado en español por C.A. Walckenauer, quien escribió una reseña de su vida,
mientras que G. Cuvier agregó algunas notas. Efectivamente, en el tomon de la obra,
Azara menciona esa particularidad de los indios guayanas quienes —según él—
difieren de todos los demás, indios por el color de su piel, que es netamente más clara,
por sus ojos azules y por un “aire más jovial y más arrogante”, p. 48 de la edición de
los Viajes de Azara, Madrid, 1941.
31
Histoire de la géographie du Nouveau Continent, PP. 159JÍ.
HL'MBOLDT Y EL INDIO KMtuac Am/
namente blanquecina”.292 A juicio de Humboldt los esquimales nacen blan-
cos, luego pierden su primitiva blancura por influencia del clima, adqui-
riendo entonces un tono moreno oscuro. Ya hemos señalado que en lo quc
a esta cuestión concierne se equivocó en forma manifiesta "porque hoy
sabe que los esquimales son mongoloides y que (dejando el bronceado de
lado) sólo hay muy pocas diferencias cromáticas entre la piel de un niño y
la de un adulto”.293
Humboldt fue vfctima del esquema de su tiempo, que dividía a los
americanos en dos razas distintas: los indios propiamente dichos y
los esquimales-chugazes. Sin embargo y a fuerza de ser justos, no hay que
olvidar que Humboldt no tuvo ocasión de observar directamente un solo
tipo esquimal, y que para afirmar esto que escribe cita una muy completa
literatura sobre el tema: .menciona los trabajos de Egéde, Crant/, Hcarne.
Mackensie, Portlock, Chwostoff, Davidoff, Resanoff, Mcrk y Billing M
Es menester recalcar aquí que la mayor parte de los errores en que incu-
rre Humboldt provienen de la confianza excesiva que otorga a veces a
observadores o viajeros que tuvieron posibilidad de tomar conocimiento
de hechos que se hallaban fuera de su alcance y de su control. Como vere-
mos más adelante, comete idéntico error a propósito de la descripción de la
pirámide de Xochicalco —que no visitó— y a la cual describe basándose
en escritos de otros autores. Con todo y a pesar de esa equivocación acerca
de la blancura nativa de los esquimales, nuestro autor no olvida poner de
relieve el artificio de la división establecida entre indios y esquimales. "Si
dividimos a éstos en esquimales y en no-esquimales, reconocemos de buen
grado que esta clasificación no es más filosófica que la de los antiguos,
quienes en todo el mundo habitado no distinguían otra cosa que celtas y
escitas, griegos y bárbaros”.33

292Relation hist., tomo m, libro m, cap. ix, pp. 361 JJ.


33
Huard y Théodoridés, “Humboldt et ranthropologic". p. 73. .
293Nota a pie de página de Humboldt en su Relation hist., tomo m.Pi? ’
35
Ibid., p. 365.
Significado y alcance del estudio humboldtiano
s0 bre el hombre americano

Antigüedad geológica y poblamiento


¿Qué puede sacarse en conclusión del anterior estudio antropológico? Con
! |a presentación de los textos de nuestro autor, creemos haber probado sufi-
cientemente aquello que habíamos adelantado previamente: que a propó-
sito del origen del indio americano, Humboldt llegó a enunciar casi todas
las hipótesis que más tarde atraerían la atención de los antropólogos.
Una simple referencia a la obra —ya clásica— de Paul Rivet sobre los
orígenes del hombre americano, permite aquilatar mejor la calidad de la
labor creadora de Humboldt. En su libro, Paul Rivet estudia atentamente
los problemas del poblamiento de América por el Asia, Australia, la Melanesia
y la Polinesia,294 considerando aparte el problema esquimal, el del elemento
blanco, el de los pigmeos y el de los normandos. Comparando estos enca-
! bezamientos de capítulos principales con los temas tratados en mayor o
menor detalle por Humboldt, se advierte que la única hipótesis que éste
I último olvidó mencionar fue la australiana y melanesia. Por lo demás,
Humboldt examina todas las posibilidades de poblamiento por migración,
suponiendo incluso la existencia de razas primitivas que habrían desapare-
cido o que se habrían mezclado con pueblos venidos en primer término del
Asia y luego de otros continentes. Pero es indiscutible que —como lo
j hemos señalado antes— Humboldt sucumbió, a pesar de todo, al prejuicio
geográfico que comparte con todos sus predecesores, en especial los espa-
ñoles, a causa de la proximidad del continente asiático y América.

El prejuicio geológico de Humboldt


Este “prejuicio” no se basa tanto en una cercanía evidente —de la que
Acosta había hecho ya mención— sino sobre todo en el estudio geológico
del Nuevo Continente. Podría decirse que su prejuicio es más “geológico”
que “geográfico”.

294 PAUL RIVET, Les origines de l’homme américain.


I Humboldt repite
HUMBOLDT Y EL INDIO AMERICANO
constantemente
ción geológica de América no permite aceptar la teoría de que
que un examen atento de la constitu-

el nuevo continente haya salido de las aguas más tarde que el viejo Se
observa en él la misma sucesión de capas rocosas que en nuestro hemis-
ferio, y es probable que en las montañas del Perú, los granitos, los
esquistos micáceos, o las distintas formaciones de yeso y de gres hayan
nacido en las mismas ¿pocas que las rocas análogas de los Alpes de
Suiza. El globo entero parece haber sufrido los mismos cataclismos. 3

Ibtalmcnte nueva para una época en que todo el mundo creía en la


juventud del continente americano, semejante declaración es, sin lugar a
dudas, incuestionable, y el examen de un mapa geológico del globo nos
convence de ello: el escudo canadiense, el Macizo Guyano-Brasileño y las
cordilleras son idénticas, desde el punto de vista geológico, a los más
antiguos macizos del Viejo Mundo.3 Así pues, el concepto buffoniano de la
inmadurez zoológica de América queda totalmente destruido. Humboldt
retoma esta cuestión en los Cuadros de la naturaleza donde, a propósito de
los prejuicios difundidos acerca de la juventud del Nuevo Continente,
escribe:

' Vi tes des Cordil éres, tomo i, p. 19. Humboldt agrega: “A una altura que excede
las del Monte Blanco, se encuentran suspendidas sobre la cresta de los Andes
petrificaciones de conchillas pelágicas. Osamentas fósiles de elefantes están disemi-
nadas en las regiones equinocciales pero —lo cual es muy notable— no se encuentran
al pie de las palmeras en las ardientes llanuras del Orinoco, sino sobre las mesetas más
frías y elevadas de las Cordilleras. En el nuevo mundo al igual que en el viejo,
generaciones de especies desaparecidas han precedido a las que hoy pueblan la tierra,
el agua y los aires", ibid., p. 19.
3
Vidal de la Blache y Gallois, Géographie universel e, Amérique du Sud, tomo
xv, por Fierre Denis, capítulo primero, ‘‘La structure et le relief’, pp. 7-26. En su
capítulo i, Paul Rivet estudia la América desde el punto de vista geológico, señalando
que el origen de la tierra se remonta aproximadamente a los dos mil millones de años
mientras que la aparición del hombre —ocurrida en la era cuaternaria— se la puede
ubicar a partir de unos 500 000 años. En los orígenes, los geólogos suponen la
existencia de tres continentes: el Laurentia, que comprende la América del Norte,
Groenlandia y el extremo norte de las islas Británicas; el Angara, compuesto por
Escandinavia, Finlandia, Rusia, Siberia, Türkestán, Tibet, Mongolia y China; y el
Gondwana, que reúne al África, Arabia, la India, Madagascar, Australia occidental y
central, América del Sur y posiblemente la Antártida. Se observará pues que, desde el
punto de vista puramente geológico, entre las masas de tierra emergidas, los sectores
norte y sur de América están considerados como que tienen la misma edad que las
demás partes del globo.

252
Algunos autores, merecidamente célebres por lo demás, han repetido
con demasiada frecuencia que América es, en toda la acepción del tér-
mino, un nuevo continente. Esa riqueza de la vegetación, los inmensos
cursos de agua que la riegan, y la fuerza y la actividad continua de sus
volcanes, indican, según ellos, que la tierra —en agitación permanente
y anegada aún— está allí más próxima al estado primordial de caos que
el Viejo Mundo. Mucho tiempo antes del inicio de mi viaje, tales ideas
ya se me habían figurado tan poco filosóficas, como contrarias a las
leyes físicas generalmente aceptadas. Esas caprichosas imágenes de ju-
ventud y de agitación, opuestas al desecamiento y a la inercia de la
tiena que envejece, sólo pueden ser creadas por espíritus que juegan a
buscar contraste entre ambos hemisferios sin tomarse el trabajo de abar-
car dentro de una ojeada general la estructura del cuerpo terrestre.295

Un sabio no puede admitir que la Italia meridional sea más reciente que
la Italia del norte porque la primera está “perturbada casi sin cesar por tem-
blores de tierra y erupciones volcánicas”. En ningún caso los movimientos
telúricos y las erupciones de los volcanes americanos, “pobres fenómenos”
de hoy, podrían ser comparados “con las revoluciones de la naturaleza que
el geólogo debe suponer en el estado de caos a fin de explicar el levanta-
miento, la solidificación y la fractura de las masas de montañas”. 296
De estas líneas hay que destacar sobre todo el desacuerdo de Humboldt
con respecto de las ideas y métodos de Buffon. En la historia de la natura-
leza, este último busca las oposiciones y los contrastes, tal y como en el
campo de la botánica Linneo establecía una clasificación basada en las
diferencias sexuales de las plantas, en vez de investigar los caracteres idén-
ticos. Observamos también cómo enlaza Humboldt la actividad científica
(“las leyes físicas generalmente aceptadas”) con la filosofía general de la
armonía de la naturaleza y del mundo comprendido como un todo indivisi-

295 Tableaux de la Nature. En el capítulo xii, intitulado “Steppes et déserts”, Humboldt


combate los “Prejuicios difundidos sobre la juventud del Nuevo Continente”. Basa su
crítica tanto en los resultados obtenidos por él mismo, como en los trabajos de Benjamín
Hartón Smith (1766-1816), quien en sus Fragments de l’histoire naturelle de
Pennsylvanie, Filadelfía, 1799, escribía: “Es una suposición pueril —nada en la natura-
leza la confirma— la que hace salir del fondo del océano a una gran parte de América
más tarde que los demás continentes”. A raíz de esta cita de Barton Smith, Humboldt
reproduce un fragmento de cierto informe sobre los pueblos primitivos de América,
que había sido publicado en el Nene Berlinische Monatschrift, tomo xv (1806), p. 190.
296| El pasaje aquí citado figura en los Tableaux de la Nature , pp. 177-180. Humboldt
se refiere igualmente a los siguiente trabajos: Prodrome d’une histoire des végétaux
fossiles, de Adolphe Brongniart, y Travels in North America, de Charles Lyell, tomo u.
Humboldt y el indio americano

ble. Al afirmar que aún antes de emprender su viaje ya se había j I


de la falsedad del método buffoniano, basado en la búsqueda de "'VcncH
contl
reitera su adhesión a los principios sintéticos de Diderot y de Goeth^®
excesiva influencia sobre el pensamiento de nuestro autor creem Y
demostrado suficientemente. Pero en lo que a la antigüedad del potf§M|l
en América concierne, su concepción unitaria del universo, tan fecüjf§W
la historia de las ideas, lo condujo a una conclusión errónea.

El hombre americano, ¿tan antiguo como el del Viejo Mundo?


“Nada prueba —escribe Humboldt— que la existencia del hombre sea mu-1
cho más reciente en América que en los demás continentes”. 6 Indudabfl
mente, las condiciones naturales en los trópicos (vigor de la vegetad®
ancho de los ríos e inundaciones parciales) “pusieron poderosos obsta® I
los a las migraciones de los pueblos”; pero la baja densidad de la población
de Nuevo México y del Paraguay, comparable a la del Asia boreal, lio
prueba una ocupación reciente: “No hay por qué suponer —afirma—®e
las comarcas desde más antiguo habitadas sean aquellas que tienen la man
yor masa de habitantes”.7
En este terreno, Humboldt está indiscutiblemente equivocado. Sin em<l
bargo, se advierte que su afirmación no es demasiado categórica: “nada
prueba [...] sea mucho más reciente”.
Con todo y esta matizada aseveración, Humboldt enuncia muy pnideiB
temente una serie de consideraciones que haremos bien en examinar. En uní
trabajo escrito una veintena de años después de la publicación de suspri-I
meras obras americanas, retoma el estudio de las posibles vinculaciones!
entre Asia y América. Una vez que ha determinado las coordenadas geográfa
cas, calcula en leguas marinas la distancia que separa las diversas tiernas dell
globo.
Observa que, en su extremo septentrional, Asia y América se hallad
separadas tan sólo por un brazo de mar de XlVi leguas marinas de ancho,|,
que en ambos lados del estrecho existe la misma flora. La presencia de'
numerosas islas al oeste del continente asiático, mismas que forman una]
cadena casi ininterrumpida desde las Kuriles hasta las Filipinas, bien pudo
incitar a los habitantes de las costas asiáticas a emprender viajes marítimos.

Sin embargo —aclara Humboldt, refutando a algunos autores moder-l


nos— no se tiene aún ninguna prueba, en los tiempos históricos, de que
tal travesía se haya realizado, ni de que un descubrimiento debido al

67
azar, a la violencia de una tempestad, haya podido ser un motivo de
comunicación entre ambos continentes.297

Pero no es improbable “que alguna tempestad haya arrastrado a japone-


I ^ o a siampis de la raza de Corea hacia la costa noroeste de América”. Es
I posible observar aquí que Humboldt se reserva la opinión sobre la hipóte-
I sis de una migración por vía marítima desde las islas del Pacífico; hipótesis
I que con toda fortuna habría de ser retomada más tarde por Paul Rivet.

El obstáculo boreal
I Queda entonces la vía septentrional, la del estrecho de Bering. Humboldt
I percibe muy bien la dificultad capital, la misma con la que habrían de
I tropezar más tarde los americanistas. Si bien Humboldt pone “fuera de du-
I da que los monumentos, las divisiones de tiempo, las cosmogonías y los
I numerosos mitos [...] de los pueblos americanos presentan notables analo-
| gías con los del Asia oriental”, también reconoce que es imposible “en el
I estado actual de nuestros conocimientos, resolver de un modo satisfactorio
I el problema de saber por qué vías la comunicación entre los dos continen-
tes pudo hacerse, y por qué medios la cultura intelectual asiática pudo
I conservarse al atravesar las regiones boreales”.298
Humboldt plantea aquí el problema fundamental, que fue más tarde
tema a tratar en debates.299 Se refería al hecho de que “la gran proximidad de
Asia y América corresponde a una zona inhóspita y helada bajo la latitud
! del Labrador, del Mar de Hudson, del lago de los Esclavos y del río Añadir”.

297lHistoire de la géographie du Nouveau Continent, pp. 103-105.


298Ubid.
299| Rivet, Les origines de l ’homme américain, destaca que en ciertos momentos de
la historia geológica, los tres continentes originales pudieron estar comunicados entre
sí por lenguas de tierra. Si bien el Angara —que corresponde a la Eurasia actual— se
mantuvo casi íntegro, el Laurentia y el Gondwana ya se hallaban disociados cuando
el hombre hizo su aparición. Teniendo en cuenta la teoría de la deriva continental de
Wegener—la cual supone que en un principio esos tres continentes se hallaban estre-
chamente unidos, y que a raíz de una fractura las masas terrestres originalmente con-
gregadas quedaron separadas por grietas que fueron ensanchándose bajo la acción del
pnncipio isostático— Paul Rivet recalca que tal teoría no difiere demasiado de la
teoría de la geología clásica. Ella permite explicar la notable identidad de flora y de
fauna que existe entre continentes actualmente separados, especialmente entre África
yAmérica. El único punto de la hipótesis de Wegener que discute, se refiere a por qué
—si es que a principios de la era cuaternaria, según Wegener, América y Europa se
hallaban unidas— no pudo el hombre pasar de Europa a América. Paul Rivet explica
la imposibilidad de tal migración por el obstáculo glaciar, capítulo i, pp. 15-29.
ÍÍUMBpLDT Y EL INDIO
AMERICANO
Tal es el único lugar por donde pudo haberse establecido la comunicación
de Asia con América, pues avanzando rumbo al sur

las costas de ambos continentes se inclinan, a partir del paralelo 60°, en


direcciones muy opuestas, huyendo —por así decirlo— una de la otra,
de manera tal que a los 30 grados de latitud sur, sobre el paralelo de
Nankín y de Nueva Orleans, la separación entre el litoral de la China y
el litoral de la Vieja California es de 123°, es decir tres veces la distancia
que existe entre África y la América Meridional.11

Así pues, el obstáculo para una migración asiática, y sobre todo para la
transmisión de elementos culturales, religiosos y de civilización a los pue-
blos americanos, se percibe claramente; Humboldt se da cuenta de cuán
dificultosa pudo haber sido esta transmisión desde el Asia, a través de las
regiones más frías del globo. No es éste el lugar pertinente donde pasar
revista de los sistemas que han podido ser imaginados para explicar dicho
tránsito y sobre todo para demostrar cómo la cultura intelectual asiática
“pudo conservarse” al atravesar esos desiertos de hielo. Precisamente to-
mando en cuenta este hecho Paul Rivet demostró en forma convincente:
i por una parte, que los asentamientos humanos de procedencia asiática no
son el único origen de las sociedades americanas, y por la otra, que dichos
asentamientos sólo pueden haberse dado en forma muy tardía. Naturalmen-
te, Paul Rivet hace uso de los más recientes resultados de las ciencias
geográficas. No se trata ya de tener en cuenta el hecho de que las regiones
septentrionales de América —por el intenso frío que en ellas reina debido a
su elevada latitud— no ofrecen las condiciones ideales para la transmisión
de las culturas asiáticas. De lo que ahora se trata, en cambio, es de un
obstáculo mucho más considerable. Paul Rivet considera que todo tránsito
por el norte, de pueblos provenientes de Europa o de Asia, era totalmente
imposible en la era cuaternaria —periodo a partir del cual se admite la
aparición del hombre sobre la tierra— dado que el proceso de glaciación
que por entonces se manifestaba había cubierto todas las zonas septentrio-
nales con una enorme capa de hielo, cuyo espesor variaba entre los 1 200 y
3 000 metros. Los hielos recubrían la mitad norte del Nuevo Continente,
formando una barrera cuyos límites meridionales son indicados por Rivet.

Un obstáculo absoluto —concluye— se oponía pues a toda comunica-


ción entre Europa y América del Norte, y aunque dicho obstáculo fuese

| Histoire de la géographie du Nouveau Continent, PP. 103-105.

25
6
# n°r entre Alaska y Siberia, no cabe duda de que la vía del estrecho de
gcring no fue accesible antes de que concluyera la época glaciar.300

| gn(re ja vacilante perplejidad de Humboldt ante el obstáculo boreal y


(irme certeza de Paul Rivet sobre la existencia de la barrera glaciar, existe
*? duda una enorme diferencia cualitativa y cuantitativa de óptica. En
1 jjj¡y la incertidumbre geográfica de Humboldt contenía en su seno el
fjnen de posteriores hipótesis sobre las migraciones y la antigüedad del
I^Dibié en América. Pero iba a ser necesario esperar aún más de cien años
traque una explicación satisfactoria de estos problemas nos fuese ofrecida.

Humboldt pone en cifras la antigüedad de los asentamientos humanos

la cosmogonía en auxilio de la antropología


Habíamos dicho que Humboldt se equivocó al afirmar que la existencia del
| hombre en América “no es mucho más reciente” que en los demás continen-
I tes. Es preciso ahora corregir tal opinión. En sus tiempos, se estaba muy
lejos de sospechar que el hombre había aparecido sobre la tierra en épocas
I extremadamente remotas. No se suponía un género humano de 300 000 ó
400 000 años de antigüedad, y se intentó determinar la edad del hombre a
través del estudio de las cosmogonías de los pueblos reputados como los
más antiguos, el caso de los tibetanos y de los hindúes. Humboldt no dejó
de establecer los contrastes entre éstos y los aztecas. Cuando la mitología
hindú cuenta “cuatro millones, trescientos veinte mil años”, y cuando, de
acuerdo con los antiguos tibetanos, “la especie humana cuenta ya diecio-

300 Rivet, Origines, recalca que la óptica de Wegener —aun cuando fuese acerta-
da—no modificaría en absoluto sus propias conclusiones “por cuanto el tránsito era
entonces y siguió siendo por mucho tiempo impracticable, debido a los grandes
fenómenos de glaciación que se produjeron en esa época. En las comarcas de la
Europa septentrional, un inmenso casquete glaciar cubría Irlanda, una gran parte de
las islas Británicas, los países escandinavos, Dinamarca, Holanda, casi toda Alemania
y Rusia. En América [... ] el límite sur de esta capa partía del cabo Cod (Massachusetts)
desbordándose sobre el archipiélago de islotes rocosos que costea el litoral de
Massachusetts (Nantucket, Tuckermuck, Martha’s Vineyard); pasaba un poco al sur
de Cincinnati, y luego, a través de Indiana, Illinois y Missuri, llegaba al Missuri, cuyo
curso seguía desde San Luis a Kansas City; en seguida alcanzaba Topeka, viraba
hacia el norte, a una centena de millas al oeste del Missuri, atravesaba los ríos Platte
y Elkhom para reencontrar el Missuri en su punto de confluencia con el Niobrara,
costeaba otra vez el Missuri hasta su confluencia con el Big Cheyenne, se desviaba un
poco al oeste, cortabailo^j|JMoreau y Grand, a una cincuentena de millas de su
confluencia con el M>^W’ jffij P°co al oeste de la ciudad de Bismarck y luego
abarcaba la ColumhfoP' ■ jfaska”, cap. i, p. 27.
cho revoluciones, cada una de las cuales tiene varios padu, expresados por
números de sesenta y dos cifras”, el cuidadoso estudio que él hace de las R
cuatro edades —o épocas de la naturaleza— de la religión mexicana no le i
arroja sino un resultado de 18 028 años. 301 La exagerada diferencia entre las
evaluaciones de los pueblos asiáticos y las de los mexicanos no deja de
sorprenderlo, siendo incluso una prueba más en contra de las tesis del ori-
gen asiático.302 Pero con todo, se siente igualmente impresionado de la
antigüedad que esos 18 028 años representan. Si bien toma en cuenta el
grado de imaginación de los pueblos en esas “ficciones cosmogónicas”, no
por ello deja de concluir que los pueblos americanos son más antiguos y
más civilizados de lo que por entonces se suponía: 18 028 años. He aquí
una cifra mucho mayor que la alegada por Buffon, por ejemplo, cuando
dice que las más viejas tradiciones del Perú apenas si se remontan a 300
años. Robertson, que no da ningún dato preciso en cifras, se conforma con

301 Vues des Cordilléres, tomo II, p. 118, véase: “Époques de la Nature d'aprés la
mythologie aztéque”, pp. 118-140.
302 Fue Buffon el primero en suponer que la tierra era más vieja de lo que entonces
se creía, atribuyéndole 74 000 años de edad. En esa época, la Iglesia, conforme a las
indicaciones bíblicas, sostenía que la tierra tenía tan sólo 6 000 años. Después, los
sabios adoptaron la costumbre de contar la edad de la tierra por centenas de millo-
nes de años. Se observará que con respecto de la cifra admitida por entonces parala
edad de la tierra, los aproximadamente 20 000 años atribuidos por Humboldt a
la antigüedad del hombre mexicano se hallan en una relación de más o menos 3 a 1. Si
se toman en cuenta las últimas investigaciones sobre la antigüedad de la población
americana, que no sería de algo más de 20 000 años como lo supone Paul Rivet, sino
de 30 a 40 000 años (P. Chaunu, L'Amérique et les Amériques, p. 21), se observará
que la relación entre la antigüedad de población de los demás continentes y las del
Nuevo Mundo pasa de 1 a 10, ya que para los primeros se supone la existencia de
grupos humanos de 300 a 400 000 años de antigüedad y aún más. Naturalmente, hay
una relación entre la antigüedad de la población, el desarrollo cultural y el número de
habitantes. Remontando de 10 a 40 000 años la antigüedad de la población americana,
se puede comprender mejor que la experiencia humana en América haya alcanzado el
nivel relativamente elevado que conocemos. Sin embargo, no por ello es menos cierto
que la apreciación humboldtiana parece particularmente audaz, sobre todo en relación
con las cifras dadas en su época como estimación de la edad de la tierra. Según la
hipótesis de Humboldt, la diferencia es de tan sólo 50 a 70 000 años. En las hipótesis
modernas tal diferencia es de 360 000 años (si se toma 400 000 años como base del
cálculo). De este modo, aun acordándose generosamente al hombre americano una
antigüedad 4 veces mayor, la diferencia no es menos considerable. Esta diferencia
agregada a la ausencia en América de los animales domésticos europeos (caballos
bovinos etc.), podría explicar el desarrollo insuficiente o incompleto de las civiliza
ciones precolombinas frente a las civilizaciones del Viejo Continente.
SIGNIFICADO Y ALCANCE DEL ESTUDIO HUMBOLDTIANO
u poner el asentamiento en América de algunas tribus salvajes tártaras,

jobre la base de que

las tradiciones de los mexicanos sobre su propio origen, con todo lo


imperfectas que eran, habían sido conservadas con mayor cuidado y
merecían más confianza que las de ningún otro pueblo del Nuevo Mun-
do. Los mexicanos afirmaban que sus ancestros habían venido de un
lejano país situado al noreste de su imperio. La descripción que hacían
los mexicanos del aspecto, de las costumbres y de la forma de vida de
sus ancestros en esa época, es un retrato fiel de las tribus salvajes
de Tartaria de las que, yo supongo, descienden.303

Según esta interpretación tan próxima a la de Buffon, el origen de los


mexicanos estaría ubicado en una fecha que ni siquiera rebasa los límites
del periodo histórico.

Una extraña concordancia de fechas


Retomemos la cifra (18 028 años) obtenida por Humboldt a través de un
método no muy seguro: es perceptible que esta evaluación se halla extra-
ñamente próxima a los resultados logrados por los antropólogos actuales.
Basándose en los más recientes estudios, especialmente en los que han
hecho posible —mediante el procedimiento del carbono radioactivo (car-
bono 14)—determinar la antigüedad de las osamentas humanas o animales
exhumadas en América, Paul Rivet propone ubicar la aparición del hombre
sobre el Nuevo Continente en una fecha que se remonta a los 20 000 años
de antigüedad. Tal es —según él— la fecha más remota posible de adelan-
tar, por cuanto hasta la fecha, en las excavaciones realizadas las osamentas
más antiguas que se han descubierto datan de 10 000 a 11 000 años, y las
más recientes de los 2 000 años (a.C).304
Sin llegar a afirmar que en sus cálculos Humboldt se adelantó en ISO
años a los resultados logrados por la antropología actual, creemos que era
indispensable exponer sus propias evaluaciones sobre la antigüedad del
hombre americano, a fin de demostrar cómo, a partir de un minucioso exa-
men de los manuscritos aztecas, nuestro autor fue capaz de arribar a conclu-
siones cuya precisión es asombrosa.
Las conclusiones de la antropología del siglo xx
El problema de la influencia asiática sobre las sociedades americanas no ha
sido todavía resuelto de un modo satisfactorio, y si bien Paul Rivet desarro-
lló en forma detenminante —a través de argumentos de peso— sus tesis

303| William Robertson, Histoire de l'Amérique, p. 531


304I Rivet, Origines, cap. II, “Antigüedad del hombre en América”, pp. 30-62.

259
sobre la diversidad de origen de los pueblos americanos, no por ello dejó
de mantener también, como muy probable, la hipótesis de los asentamientos
humanos de origen asiático. Si criticó a Hrdlicka, paladín del origen asiáti-
co, fue porque este último no había matizado suficientemente sus conclu-
siones, y porque se había limitado, en cierta forma, al estudio superficial de
los caracteres morfológicos o culturales de los tipos o de las sociedades
americanas. Paul Rivet admite una lenta infiltración de elementos asiáticos
en América una vez que se hubo producido la retirada de la barrera glaciar
que la separaba del Asia. Escribe:

Esta antigüedad relativa de su arribo explica por qué resulta tan difícil
descubrir en los caracteres físicos, culturales y lingüísticos de las po-
blaciones actuales, elementos que testifiquen de un modo incuestiona-
ble su origen asiático, y que permitan vincular cada una de las corrientes
migratorias con una determinada población asiática. 305

Tal es la razón por la cual Paul Rivet supuso la introducción de otros


elementos étnicos fuera de los asiáticos, los que habrían intervenido en una
segunda etapa y en una época tardía en el poblamiento de América. Sería
entonces el mestizaje entre el estrato de origen asiático y las migraciones
posteriores lo que habría producido “el extraordinario polimorfismo de
las poblaciones, de las civilizaciones y de las lenguas americanas; polimor-
fismo evidente a pesar del lazo que entre ellas crea el substrato asiático
primitivo sobre el cual se desarrollaron”.306

Conclusión
De esta manera regresamos a la característica esencial de las descripciones
antropológicas dejadas por Humboldt sobre el indio americano: “un aire
de familia” asiático, pero al mismo tiempo un polimorfismo, así como dife-
rencias lingüísticas y culturales que lo sorprendieron; hechos que —no
obstante— no lo condujeron directamente a las conclusiones que los antro-
pólogos extraerían más tarde.
Humboldt fue detenido por el esquema de la “raza americana”, por el
prejuicio geológico y geográfico, por la falsa creencia en la blancura nati-

305 Ibid.
306I lbid., cap. III, “La población de América por el Asia”, p. 82.
vade los esquimales. Sin embargo, creemos haber demostrado que, a pesar
de sus errores, Humboldt pone en evidencia un gran número de valiosísi-
mos datos, extraídos tanto de la observación directa como de la consulta de
documentos. Logra abarcar, en su conjunto y en su complejidad, los pro-
blemas de los asentamientos humanos en América y de la antigüedad del
hombre americano, como para poder ofrecernos un cuadro muy matizado
de los mismos. No faltan las lagunas, es verdad, pero están de sobra com-
pensadas por los enfoques más sorprendentes, más intuitivos y más pro-
féticos de un pensamiento científico tan amplio como vigoroso.

(i I
[¿América precolombina, vista y juzgada por Humboldt

El método etnográfico de Humboldt

Antes de comenzar a estudiar lo que Humboldt denomina las “cualidades


morales” del indio, será menester poner de relieve varios puntos igualmen-
te importantes que constituyen los criterios mismos de su método de inves-
tigación científica.
En su Ensayo político sobre la Nueva España, ante todo Humboldt
declara que habrá que ser infinitamente cauteloso toda vez que se quiera
vertir un juicio sobre

lo que osadamente se da en llamar las disposiciones morales o intelec-


tuales de pueblos de los cuales estamos separados por los obstáculos
multiplicados que surgen de la diferencia de lenguas, de hábitos y de
costumbres. Un observador filósofo halla inexacto lo que en el centro
de la Europa culta se ha publicado sobre el carácter nacional de los
españoles, de los franceses, de los italianos y de los alemanes. ¿Cómo
un viajero, después de haber bajado a tierra en una isla, después de
haber permanecido algún tiempo en un país lejano, podría arrogarse el
derecho de dictaminar sobre las diversas facultades del alma, sobre la
preponderancia de la razón, del espíritu y de la imaginación de los
pueblos?1

Después de estas primeras reflexiones, Humboldt pone de relieve otra


característica de orden histórico: resulta difícil apreciar las “facultades mo-
rales de los indios mexicanos [...] si a esta casta sometida a una prolongada
tiranía se la considera únicamente dentro de su actual estado de envileci-
miento”.2 Aquí, Humboldt se refiere tanto al antiguo imperio azteca como
al periodo colonial.
1
Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro u, cap. vi, pp. 379-380.
2
Ib id., P. 369.
Humboldt y el indio americano

Estas observaciones preliminares permiten despejar las líneas directri-


ces de su método. Pero Humboldt no se limita a señalar los escollos que
debe evitar o en los que corre peligro de encallar el observador de países o
de pueblos por largo tiempo colonizados (México en este caso, colonizado
durante tres siglos por los españoles). Por el contrario, el autor menciona
también aquellos con los que puede tropezar el etnólogo en el estudio de
pueblos menos avanzados en la civilización, sometidos o descubiertos por
los europeos en fecha reciente; caso de los grupos indígenas del Orinoco.
La prudencia que demuestra en el momento de verter un juicio sobre el
indio peruano o mexicano —cuya psicología había sido trastornada por la
colonización— se hace patente también frente al semisalvaje de las selvas
venezolanas. Esta prudencia tiene su origen en una preocupación funda-
mental: Humboldt señaló que las relaciones entre blancos e indios son las
propias del colonizador con el colonizado, del fuerte con el débil, y están
basadas en la violencia, en el “odio sistemático” del europeo “hacia el
negro y el indio” 307 y —especialmente el indio— en una desconfianza siste-
mática, en un tenaz repliegue dentro de sí mismo, que convierten en tarea
muy difícil el penetrar dentro de su verdadera naturaleza. En el curso de sus
encuestas etnográñcas realizadas en la cuenca del Orinoco entre los indios
atures, chaimas y caribes, Humboldt observa que éstos adoptan —a veces
simultáneamente— dos actitudes contradictorias: o bien mienten alevosa-
mente a fin de ocultar al europeo aquello que consideran vital en sus cos-
tumbres o en sus creencias, o bien interpretan los hechos al modo de los
blancos, ya sea para sacar partido de lo., mismos, ya sea para intentar
—cuando se trata de grupos semievolucioi ios— destacarse sobre sus
congéneres, que son presentados como estúpidos salvajes. De esta forma
Humboldt expone, desde el mismo comienzo, el primer problema que se
plantea a todo etnólogo en el momento de empezar su investigación: la
calidad del informante indígena. Pone en guardia al lector o al futuro
etnólogo contra las declaraciones de los propios indígenas, las que de nin-
guna manera deben ser creídas a pie juntillas. Pero veamos mejor los ejem-
plos que el mismo Humboldt proporciona.
El 18 de abril de 1800 por la noche, después de haber sufrido los efectos
de una terrible tormenta tropical, nuestro autor y sus compañeros llegan a
la misión de San José de Maipures. Cuando la expedición recorría un tramo
del trayecto especialmente difícil, uno de los viajeros, un criollo llamado
don Nicolás Soto, había caído en un pantano, afortunadamente no muy
profundo. Humboldt comenta el extraño comportamiento del guía indíge-
na, tendiente a todo menos a tranquilizar a los viajeros:

264
307 Relation hist., tomo m, libro ni, cap. ix, p. 286.
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
I g| gul'a ¡ndio —escribe— que se expresaba con bastante facilidad en
castellanc», no cesaba de hablarnos de culebras, de serpientes de agua y
de tigres, que podían atacamos. Se trata, por decirlo así, de pláticas
VÍ I obligadas cuando se viaja con indígenas. Intimidando al viajero euro-
i peo, los indios creen hacerse más necesarios y ganar la confianza del
' t extranjero. El habitante menos avisado de las misiones conoce los ardi-
j ! des que se generan por doquier en las relaciones entre individuos cuya
fortuna y grado de civilización son muy desiguales.

Así, el indio “busca mejorar su condición empleando estas pequeñas


artimañas, que son las armas de la infancia y de una total debilidad física e
J intelectual”.4
Las dificultades de comunicación pueden provenir también de las gran-
des diferencias existentes entre las lenguas indígenas y la lengua española
j o la francesa. No se trata de problemas de vocabulario, sino en especial del
“obstáculo que ellos [los indios] encuentran en el mecanismo de una len-
' gua tan diferente de sus lenguas nativas. Mientras más alejado está el hom-
bre de la cultura, más tiene de rigidez y de inflexibilidad moral”. 5
Y sin embargo, cuando estos mismos indios se dirigen a sus hermanos
de raza, hacen gala de una locuacidad sorprendente, tal y como Humboldt
pudo comprobarlo —especialmente en Caripe— al ver cómo el alcalde, el
gobernador o el sargento mayor indígenas sermoneaban “durante horas
enteras a los indios congregados frente a la iglesia”.

Los mismos individuos —prosigue— que demostraban vivacidad de


espíritu y que dominaban bastante bien el español, no podían encade-
nar sus ideas, cuando al acompañarnos en nuestras excursiones en tomo
del convento, les hacíamos preguntas a través de los frailes. Se les hacía
afirmar o negar lo que se quería; y esa indolencia acompañada de astu-
ta amabilidad, que no resulta extraña al indio menos cultivado, los
llevaba a veces a dar a sus respuestas el giro que parecía indicado por
nuestras preguntas. Los viajeros deben saber muy bien prevenirse con-
tra esos asentimientos oficiosos cuando quieran apoyarse en el testimo-
nio de los nativos. Para poner a prueba a un alcalde indígena, un día le
pregunté “si no creía acaso, que el pequeño río de Caripe que sale de la
Gruta del Guácharo entra nuevamente en ella por el lado opuesto a tra-
vés de una abertura desconocida, remontando la pendiente de la monta-
ña”. Después de haber adoptado un aire de reflexión, y en apoyo de mi

'Ibid., tomo va, libro vil, cap. xxi, pp. 163-164.


' Ibid., tomo ni, libro m, cap. ix, p. 299.
Humboldt y bl indio americano

postura, contestó: “¿Cómo si no y de otra manera, sería posible que


siempre haya agua en el lecho del río, a la boca de la caverna?”."

Esta extensa cita ilustra perfectamente la prudencia adoptada por


Humboldt en cuanto a la validez de las informaciones indígenas. Es nece-
sario reconocer que el lector no deja de sentirse sumamente decepcionado
—como se sintió Humboldt— por la actitud defensiva, hipócrita y absolu-
tamente impersonal del indio, actitud que sin duda es el resultado, como lo
declara el autor, de una “prolongada tiranía”. ¡Contra toda evidencia, el
alcalde indio afirma un hecho totalmente inverosímil con el único fin de
agradar al blanco!308 309
Se da también el caso del indio que se cree evoluciona-
do y que, despreciando a sus congéneres, desnaturaliza el verdadero carác-
ter de hechos sociológicos o etnológicos que el viajero quería conocer. Tal
fue el caso del maco Zerepe, uno de los guías indios de Humboldt, origina-
rio de Maipures, quien por haber viajado hasta el fortín del Río Negro, y
por conocer tanto el español como el lenguaje de los macos, se sentía
superior a las gentes de su propia tribu.
En estas condiciones, los intérpretes indios resultan de muy poca ayu-
da. Ellos también —al igual que el alcalde de Caripe— “responden como
al acaso, pero siempre con una sonrisa oñciosa: ‘sí padre, no padre’ a todas
las preguntas que se les hacen”. Estos intérpretes, llamados lenguaraces
“son indios un poco menos estúpidos que los demás, y por intermedio de
ellos los misioneros del Orinoco —que en la actualidad raramente se toman
el trabajo de aprender las lenguas de la región— se comunican con los
neófitos”.® Pero son prácticamente incapaces de hablar el español, si bien
lo entienden un poco.
Es por esta razón que Humboldt, harto de estas “conversaciones” en las
que frecuentemente se vio “obligado a emplear varios intérpretes a la vez y
numerosas traducciones sucesivas para comunicarse con los nativos”, pre-
firió recurrir al lenguaje de las señas, en especial al internarse en las regio-
nes más allá de la misión de Uruana.
En pocas frases, Humboldt indica la técnica que debe emplearse:

Desde que el indígena se apercibe de que uno no quiere utilizar intér-


prete, y cuando se le interroga directamente mostrándole objetos, 1
abandona su apatía habitual y hace gala de una insólita inteligenci:

308 Ibid., tomo ni, libro m, cap. ix, pp. 300-301.


309 Agreguemos, sin embargo, que para los indios de esas regiones, la inversión<!
la corriente de un río es un fenómeno natural. Según las estaciones, al Casiquiare,qi
enlaza el Orinoco con el Río Negro sin línea de partición de aguas, ¡ fluye en un seni
do o bien en el contrario!
¡ Relation hist., tomo vi, libro vm, cap. xix, pp. 364-365.
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
hacerse entender. Varía las señales, pronuncíalas palabras con len-
y fi repite sin ser requerido. Su amor propio parece halagado por
^consideración de que se le hace objeto al dejarse instruir por él. Esta
facilidad para hacerse comprender es especialmente notable en el indio
^dependiente. En los establecimientos cristianos, me permito aconse-
jar al viajero que de preferencia se entienda con los nativos que tengan
poco tiempo de reducidos, o con aquellos que de tanto en tanto regre-
san a las selvas para disfrutar de su antigua libertad. No cabe duda de
que las relaciones directas con los naturales son más instructivas y más
seguras que las comunicaciones por intérprete, siempre y cuando se se-
pa simplificar las preguntas y se las repita sucesivamente a varios indi-
viduos bajo diferentes formas.9

Además de implicar una riquísima experiencia, estos métodos reflejan


la preocupación objetiva de una información directa, y establecen los prin-
cipios que debe seguir el etnógrafo en su investigación si es que quiere
i obtener resultados satisfactorios. Finalmente observemos que en su actitud
hacia el indio, Humboldt no pierde de vista jamás el hecho de que se halla
fíente a un hombre y no frente a un simple objeto de estudio zoológico. Tie-
ne muy en cuenta la psicología del indio y sabe tratar con miramientos su
[ amor propio, que en el fondo no es otra cosa que el sentimiento —confuso
sin duda, pero probado— de su individualidad. Si bien hace el mayor caso
del testimonio de los misioneros, no deja de lamentarse por el hecho de
que, entre todos los misioneros que conoció a lo largo de su viaje, excep-
tuando al padre Zea, encontró tan sólo uno —el padre Ramón Bueno— que
í Paciera interesarse por las costumbres y hábitos de los indios. La mayoría
de las veces, es muy escaso el interés que los otros demuestran por sus
administrados, por lo menos en lo que concierne a la ciencia antropológica,
e incluso se muestran alarmados por la curiosidad malsana de Humboldt.
Nuestro autor comenta el desatino cometido por un misionero de la región
de Tomo, quien provocó una rebelión de sus protegidos al ocurrírsele “ha-
cer representar de una manera burlesca las ceremonias mediante las cuales
los piaches, que son a la vez sacerdotes, médicos y hechiceros, conjuran al
espíritu maligno Iolokiamo. Se había figurado que la danza de los demo-
nios habría sido un excelente medio para demostrar a sus neófitos que
Iolokiamo ya no ejercía poder sobre ellos”. Ya los danzantes estaban pres-
tos a ejecutar esa escena mágico-burlesca, cuando “un terror supersticioso
se apoderó de ellos; la reacción general fue de huir al monte en masa, y el
isionero tuvo que suspender su proyecto de tomar a broma el demonio de
los indígenas '
-- - -r^T^óíno vi, libro H cap. xix, pp. 366-367.
\‘¡bid„ tomo vii, libro vn, cap. xxm, p. 433.
----- i- "/d)0
Este incidente —que según expresa Humboldt, jamás habría debido |jM
producirse, ya que en las misiones las danzas ceremoniales y religiosas de j
los indios estaban prohibidas— da cuenta de la ignorancia sobre las eos-
tumbres de sus indios en que se hallaban sumidos algunos misioneros a
fines del siglo xvm, los cuales habían venido a reemplazar —desafortuna-
damente—a los jesuítas expulsados. f,j)6
Este conjunto de consideraciones nos permite sacar en conclusión que ‘ g
los métodos de investigación adoptados por Humboldt presentan caracte- r j
rísticas sumamente modernas. Basta con remitirse, por ejemplo, al manual r J
de etnografía de Marcel Griaulc para comprobar la identidad de aquéllos p
con el método oral de investigación étnica que éste recomienda: Marcel j
Griaule pone en guardia al etnógrafo sobre la elección del informante, que ||¡
puede ser mentiroso u olvidadizo, a sabiendas o no; o que incluso "habien-
do sufrido la influencia de los europeos”, deforme los hechos con vistas a ¿r
agradar al investigador."
Naturalmente, los actuales métodos de la etnografía son mucho más
completos de lo que lo fueron los de Humboldt. Si fuese necesario hacer un ,git
rápido balance de las cualidades y de los defectos del método humboldtiano, L|
se advertiría ante todo que Humboldt era más etnólogo que etnógrafo. En
vez de limitarse a un campo de estudio reducido, su investigación se ex- ®
tiende sobre una vasta área geográfica y étnica. Humboldt es en primer |
lugar y por sobre todo, un viajero.12
&
Los pueblos indígenas del Orinoco: etnología
El aporte de Humboldt a un más profundo conocimiento de los indios
americanos merece un examen detallado.
Se estudiarán primeramente los principales hechos etnológicos referí- i
dos con posterioridad a su estadía en Venezuela; en seguida se pasará revis- |

mexicana y peruana, y finalmente serán examinados sus juicios sobre los


indios del pasado o del presente.
Las tribus indígenas del Orinoco y de las Guayanas habían sido ya es- |
tudiadas por el padre Gumilla, por el padre Caulín y por el padre Gilii. |
Humboldt conoce bien a estos autores, cuyas obras son, para los etnólogos
actuales, las fuentes esenciales de la historia de los caribes y araguacos. i
" .. |
Marcel Griaule, Méthode de l'ethnographie, pp. 56-57.
11

| Véase también: Erwin H. Ackerknecht, “On Forster, Humboldt and ethnology”.


Si Ackerknecht subraya la superioridad de Humboldt sobre Forster en el campo de la
antropología física, halla que, en su descripción de los naturales es mucho menos vivo
que su maestro —Forster—, pues tiende a recurrir a menudo a estereotipos como los
de “conservatismo, pereza mental etc.”. El hombre, concluye, está ausente de las
descripciones etnológicas de Humboldt. Este juicio nos parece muy parcial.

ta a los documentos presentados por él acerca de las antiguas civilizaciones 1


LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
documentos con que hoy en día contamos acerca de estos grupos son

numerosos y exactos. Merced a los trabajos de R. H. Schomburgk


^¡¡35-1839) de J. Crevaux (1883), de J. Chaffanjon (1889), de Hamilton
gice (1920-1924) y de Koch-Grünberg (1915-1925), el estudio etnográfico
i las regiones
Tomando en recorridasestos
cuenta por aportes en 1800
Humboldthabremos ha progresado
de examinar enorme-
los resultados
¿el viaje de Humboldt.
Una de las más interesantes contribuciones de su obra etnográfica se
pone de manifiesto tan pronto como se examina un mapa de las diversas
*
[ibus de la cuenca del Orinoco y de las Guayanas. 14 Humboldt registró la
existencia de una considerable cantidad de tribus pertenecientes a los tres

i principales
bes
ya sea
y piaroas).15
por
grupos

dispersión
En
lingüísticos
nuestros
a raíz
de

de
días
esta

guerras
algunas
parte

tribales
de
de
esas
o
América

por
tribus
(araguacos,
han
aniquilamiento
desaparecido,
causa-
cari-

do por el contacto con los europeos. Humboldt menciona, por ejemplo, a


los parecas, a los guayqueríes (curasicanas), a los sálivas, a los abani (avanos),
a los maipures, a los meyepures, a los areverianos, a los pacimonaris
I» (pacimonales), a los jeruvichahenas (cheruvichahenas), cuya desaparición
asi i Véanse volúmenes en 3,4 y 5 del particular Handbook of South American los
i Uians; la bibliografía de cada uno de los temas tratados en estos volúmenes por es-
b pecialistas incluye siempre el libro del jesuíta José Gumilla El Orinoco ilustrado y
! Jefendido, historia natural, civil y geográphica de este gran Río, etc., 1741, 1745
I*I
v 1791. En la colección España Misionera, vol. 3 (Madrid, Aguilar, s. f.), el padre
Constantino Bayle publicó una edición de dicho libro, basado en la de 1745, con el
agregado de una introducción y de notas. La mencionada bibliografía incluye también
<* dübrodel franciscano andaluz fray Antonio Caulín, Historia corográphica, natural
^evangélica de la Nueva Andalucía, provincias de Curnaná, Guyana y vertientes del
tío Orinoco,
Madrid, 1779. De este libro se conocen dos ediciones publicadas en
Caracas en 1841 yen 1935. ha Biblioteca de Autores Españoles ha reeditado la obra
de Caulín, con una introducción de Guillermo Morón, Madrid, 1958, tomo CVII, pp.
243-567. Finalmente está el libro que el jesuíta Felipe Salvador Gilii —después de su
apulsión de América en 1767— publicó en Roma bajo el título de Saggio di storia
1 americana, o sia storia naturale, civile e sacra de ’regni, e del e province spagnuole
» UTer a-Ferma, nel ‘America Meridionale descrit o dall'abate F.S. Gilij, 4 volúme-

269
nes, Roma, 1780-1784. Esta obra fue publicada en español en Bogotá, con una
introducción geográfica e histórica de Mario Germán Romero, en 1955.
Humboldt y el indio americano
“Este mapa puede encontrarse (Sector de las Guayanas) en el Handbook, tomo
nt,pp. 800-801, mapa núm. 7.
I Daniel A. Brinton, La raza americana. El autor retoma la clasificación del pa-
dreGilij, completándola. Desde el punto de vista lingüístico, distingue nueve géne-
ros: i) Caribes 2) Sálivas 3) Maipures 4) Otomaques 5) Guamas 6) Guaybas
7)Yaruros 8) Guaraunos 9) Araucas; ibid., cap. ¡p “El grupo del Atlántico sur, la
cuenca del Orinoco”, pp. 241-255.

270
está comprobada por los mapas actuales. 16 El recuento de estas tribus lleva-
do a cabo en 1800 permite a los etnólogos de hoy tanto reconstruir la
distribución y localización de las tribus del Orinoco, como evaluar los

y
estragos que en un periodo de aproximadamente ciento cincuenta años
fueron causados en aquellas regiones por el desarrollo de la “civilización”
europea. Asimismo, Humboldt señala la existencia de otros grupos huma-
nos que al presente se conservan en forma total o parcial; los más importan-
tes de los cuales son los maquiritares, los piaroas, los tamanaques, los caribes,
los otomaques y los macús. Dentro del grupo lingüístico caribe, Humboldt
tuvo oportunidad de conocer a los caribes propiamente dichos (curso me- AlS 1
dio del Orinoco), a los chaimas de la región de Nueva Barcelona y a los cu-
racicanas. Entre las tribus pertenecientes al grupo lingüístico araguaco,
conoció a los araguacos propiamente dichos, a los caberres (caverres
tP
o cabres), a los guainaves y a los maipures. Finalmente, pudo observar a los
(SU
piaroas, quienes con los sálivas o macuas, los atures y los macús, parecen
S*
pertenecer a una misma familia.
¿ti
Economía y organización social ®
¿tiS-j
En unas pocas líneas, Humboldt describe la vida económica de los indios
(¡Íl
del Orinoco. Sobre todo destaca que, contrariamente a lo que se creía en-
iís
tonces, no todos son nómadas, sino que muchos indios no reducidos viven «at
¡JO
dedicados a la agricultura Anteriormente hemos citado el pasaje donde o;
1
i
nuestro autor se niega a establecer una diferenciación entre el indio llama- ikt
17
oii
do salvaje y el de las misiones. Los indígenas libres e independientes son
en general agricultores; reunidos en aldeas y sometidos a la autoridad de He!
P¡f
sus jefes, cultivan la mandioca, el algodón, las bananas. Nuestro autor
parece no haber visto esas comunidades indias no reducidas. Tuvo oportu-
nidad de encontrarse con un grupo de indios bravos con los cuales le fue '«i
imposible establecer comunicación:

Nos encontramos con una cuadrilla de indios que se dirigían hacia las
montañas de Caripe. Iban totalmente desnudos, tal y como andan casi
siempre los indígenas de esta región. Las mujeres, cargadas con pesados
bultos, cerraban la marcha; los hombres estaban todos armados —incluso

16
Brinton, La raza atnericana, señala, por ejemplo, que ya en la época de Codazzi,
en 1841, los tamanaques habían casi desaparecido. “El proceso de disolución y de y
destrucción fue en aumento creciente, de modo que cuando en 1884 Chaffanjon visitó ||
el Orinoco y el Caura, se encontró con que esta inmensa y fértil región estaba casi
p. 244. . •:
17
Véase más arriba, p. 215.
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
los niños más pequeños— de arcos y flechas. Marchaban en silencio, la
vista fija en el suelo.

A las preguntas de los viajeros, que intentaban enterarse a qué distancia


i encontraban del próximo albergue, los indios, que “por su sonrisa y sus
gestos demostraban intención de complacernos” no responden más que “sí
padre", “no, Padre”, pues están habituados a ver en todo europeo a un
jeligioso.310
Los indios practican el cultivo de roza, y Humboldt señala que esta
primitiva técnica fue adoptada por los mestizos y por los españoles. Estos
diurnos emplean el fuego sobre todo en los llanos, no para hacer cultiva-
bles las tierras despejadas mediante tal procedimiento, sino “para mejorar
los pastizales y destruir las malezas que ahogan la hierba, de por sí tan
escasa en esas comarcas”.311
Es poca la información que Humboldt nos ha dejado acerca de la organi-
ación social de estos grupos humanos. Acabamos de comprobar cuán viva-
mente impresionado se sintió ante la poco envidiable condición de las
mujeres. Al igual que el padre Gumilla, 312 Humboldt llegó a advertir el papel
preponderante que desempeña la mujer en esas sociedades, hecho que han
puesto de manifiesto los etnólogos actuales, Canals Frau en especial. 313
Nuestro autor no retiene más que lo que se le figura opuesto a todo sentido
de humanidad, y denuncia en enérgicos términos la esclavitud de las mujeres:

El estado de las mujeres —tanto entre los chaimas como en todos los
pueblos semibárbaros— es un estado de privaciones y de sufrimientos.

310|Relation hist., tomo m, libro m, cap. vi», p. 217.


311Klbid., tomo ni, libro m, cap. vi, pp. 29-30. Humboldt desaprueba tales prácticas.
Advierte que los mismos habitantes se dan cuenta del efecto nefasto de los incendios
voluntarios o accidentales. La destrucción de la capa vegetal aumenta la desecación y
destruye los suelos.
312| A propósito de las mujeres sálivas, Gumilla escribe: “Y aunque en todas aque-
llas naciones el peso del trabajo, no sólo el doméstico sino también el de las semente-
ras, recae sobre las pobres mujeres, en esta nación es peor, porque además de eso,
tienen la tarea intolerable de peinar a sus maridos mañana y tarde, untarlos, pintarlos
y redondearles el pelo con gran prolijidad, en la que gastan mucho tiempo", p. 161.
313| Canals Frau, Préhistoire de l'Amérique. El autor recalca que fue la economía
basada en el cultivo del suelo lo que contribuyó a hacer de la mujer el pivote de esas
sociedades. Aquélla no condujo a un matriarcado, sino a una especie de preponderan-
cia de la mujer en la vida social. Con respecto ala filiación matrilineal que prevalece
en dichas sociedades, “la mujer se convierte en el primer propietario del suelo y |.. |
delacasa[...] Sus dos actividades son afines: producir alimentos y producir nuevas
vidas”, pp. 277-278.
Humboldt y el indio americano

Los más duros trabajos son su obligación. La vez que observamos a


unos chaimas que regresaban por la tarde de su huerto, el hombre no
cargaba con nada más que con su cuchillo (machete), con el que se abre
camino a través de los matorrales. La mujer venía doblegada bajo el
peso de un enorme racimo de bananas; llevaba un niño en sus brazos;
otros dos iban ubicados en lo alto de la carga.314

Lo mismo ocurre entre los caribes que tuvo ocasión de observar el 13 de


julio de 1800 en la misión de Cari. Allí también las mujeres “cargan casi
solas con el peso de los trabajos domésticos y los del campo”. 315 Sin embar-
go, le pareció que las mujeres de los indios de América del Sur eran, en
general, más felices que las de los pieles rojas de ciertas regiones de Améri-
ca del Norte, entre los Montes Alleghanys y el Misisipi, comarcas donde
los indios son ante todo cazadores.316 Con satisfacción, nuestro autor señala
que los misioneros españoles obligaron a los hombres a trabajar en los
campos a la par de las mujeres; pero si bien observó que la poligamia se
practicaba en todas las tribus, no ofrece ninguna explicación al respecto.
Le pareció que los niños eran bien tratados. Los indios los quieren mucho,
y el caso de la madre separada de sus hijos, que hemos citado anteriormen-
te, lo conmovió profundamente. Ese amor de los indios por sus niños le
asombró tanto más cuando el mismo alterna a veces con atrocidades incon-
cebibles. Es así que al enterarse de que las madres sálivas matan a sus hijos
cuando les nacen gemelos, su comentario es elocuente por demás: “Tales
son el candor y la simplicidad de las costumbres, tal es la tan ponderada
felicidad del hombre en su estado natural. Matan a sus hijos para evitar el
ridículo de haber parido gemelos, para no tener que viajar con mayor lenti-
tud, para no imponerse una leve privación”.317
Indignación muy comprensible, pero que denota un cierto desconoci-
miento de las estructuras mentales indígenas. En la actualidad se sabe que
algunos pueblos americanos acostumbraban asesinar a uno de los dos ge-
melos. Así lo hacían, en efecto, pues no se concebía que ambos pudiesen ser
del mismo padre.318
En el caso preciso de la cita anterior nuestro autor se equivoca, pues,
abiertamente. Más adelante tendremos oportunidad de volver a examinar

314 Relation hist., tomo m, libro III, cap. ix, p. 297.


315 Ibid., tomo ix, libro ix, cap. xxv, p. 14.
316 Sin duda, el autor se refiere aquí a los trabajos de Volney sobre los pieles rojas
de Norteamérica.
317 Relation hist., tomo vn, libro vn, cap. xx, pp. 33-36.
318& £i asesinato del segundo gemelo es referido por Pérez de Barradas, Les ¡ndiens
de l'El dorado, que menciona el padre Simón. “Para la mentalidad de ellos resultaba |
ud de Humboldt respecto de los problemas que las

civilizaciones
1» aC“nas ie plantearon. Da la impresión de que no logró
comprenderlos
ndo, en la medida en que prácticas de este género, tales como
los sacri-
•os humanos y el canibalismo, le parecían completamente
contrarias a la
|l qUe él se forjaba de la civilización. Los hechos etnológicos
que se
arrollaban ante sus ojos le demostraban, sin embargo, que las
socieda-
É amerindias no eran todo lo “salvajes” o “primitivas” que se
había creí-
jo hasta entonces. Esta constante oscilación entre dos ópticas
distintas es
lo que confiere a la obra de Humboldt todo su valor. Dicha
oscilación
^presenta el momento singular en que el pensamiento
etnográfico se libe-
ra progresivamente de los barrotes donde una observación
empírica basada
en criterios subjetivos y a menudo morales lo había mantenido
encerrado,
para convertirse en una ciencia objetiva de la historia
humana.

w esclavitud entre los indios


Humboldt se sintió indignado al saber de la existencia de una forma de
esclavitud sumamente curiosa. Se realizaban incursiones “a territorios ocu-
pados por pacíficas tribus de indios, a los que se les llama salvajes (indios
bravos) porque todavía no han aprendido a hacer la señal de la cruz”. Los
indios así capturados y sometidos a esclavitud (los poitos) son distribuidos
entre las familias de indios reducidos. Se trata generalmente de niños de
corta edad, los que “son tratados como esclavos hasta tanto no alcancen la
edad de contraer matrimonio”.
Humboldt denuncia tales incursiones (entradas), señalando que esos
procedimientos fueron condenados por los obispos; pero lo que lo deja
estupefacto es el entusiasmo de los indios reducidos, que los lleva a “inci-
tar ellos mismos a los frailes a realizar esas incursiones”. 27 Así pues, es
legítimo pensar que entre los misioneros y los indios reducidos se estable-
cía una cierta complicidad para llevar a cabo tales empresas. Los misione-
ros organizaban entradas con el deseo de ganar almas para el cristianismo;
los indios les ayudaban a fin de hacerse de mano de obra gratuita.

imposible concebir a dos niños a la vez, y que viniera otro a continuación del primero
debía ser forzosamente consecuencia de contactos distintos”, p. 209.
Parece que Humboldt no llegó a ser testigo del asesinato de uno de dos gemelos.
Sin duda, halló referencias sobre este hecho en Gumilla,£/ Orinoco ilustrado, prime-
ra parte, capítulo xm, p. 162. Gumilla señala que la madre sáliva mata al niño nacido
primero y conserva al segundo. “Y no para aquí el daño: lo peor es que la sáliva gentil
que da uno a luz y siente que resta otro, al punto, si puede, entierra al primero, por no
¡ufrir luego la cantaleta y la zumba de sus vecinas ni ver el ceño que su marido le
jone”, p. 162.
I Easaipol. Nouv. Esp., tomo I libro n, cap. vu, p. 445JÍ.
Humboldt y el indio americano

Este hecho social provoca la indignación de nuestro autor, quie„


fiere ignorar que la esclavitud fue uno de los primeros medios que pendH
ron realizar la acumulación primitiva. Rolando Mellafe descubrió i
otras regiones de América, especialmente en el Perú, los caciques e mdioJ &
nobles poseyeron incluso esclavos negros. También algunos artesanos jfl
Ii
dios poseían esclavos. Para librarse de las numerosas tareas públicas
les imponía la Corona, algunas comunidades indias del Perú optaron por
adquirir esclavos negros para que hicieran el trabajo. ¡Cuando estas tareas
concluían, los negros quedaban como propiedad de dichas comunidades! 9 V
El caso anterior nos parece por demás elocuente, por cuanto demuestra ij
que Humboldt no siempre sabe apartarse de la óptica humanitaria del siglo l|
XVIII para acceder a una visión científica de los hechos. i

Costumbres de los indios


Ya conocemos la descripción que nos dejara Humboldt del interior de una I
vivienda indígena en las misiones. Se vio gratamente sorprendido por el 1
orden y el aseo que allí reinan. Ese aseo se ve favorecido por la costumbres
que tienen los indios de bañarse a diario y por la aversión que le tienen alas 1
ropas: “Como andan casi constantemente desnudos, no se percibe en sus I
casas esa mugre causada principalmente por la ropa sucia que se advierte 9
en las viviendas del pueblo bajo de los países fríos”. 319 320
Si los indios reducidos se visten es tan sólo para no disgustar a los I
misioneros, pero dentro de sus cabañas andan desnudos. Cuando tienen I
que salir de la aldea “visten una especie de túnica de tela de algodón que I
les llega apenas a la rodilla”. 321 Entre los chaimas, así como las mujeres®
andan totalmente desnudas, los hombres usan el guayuco, “que es una faja I
estrecha más bien que un delantal”. Este guayuco ha sido ya descrito por
Femando Colón, por el cardenal Bembo y por Gómara, quienes han agrega-H
do algunas especificaciones sobre el significado que esa faja podía tener en
relación con el sexo, la edad o el estado (célibe o casado).322
Nuestro viajero se muestra bastante lacónico en lo que a la alimenta-
ción de los indios concierne. Hace mención de una especie de harina de
pescado que preparan los indios del Alto Orinoco, quienes comen monos I
asados, capibaras, hormigas etc. La geofagia es frecuente, sobre todo entre
los otomaques. Humboldt dedica extensos comentarios a esta costumbre,

319 Rolando Mellafe, La esclavitud en Hispano-América, p. 77.


320 Relation hist1 tomo III, libro m, cap. ix, “Constitución física y costumbres de
los chaimas", p. 296. jfll
321 Ib id., p. 287.
322 Ib id., pp. 288-289.

274
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt

laque Gumilla 323 ya había hecho referencia con anterioridad. Por nuestra
^rte preferimos no insistir sobre este hábito, que al parecer tiene gran
^fusión en las regiones tropicales. Sólo haremos mención del asombro
¡xpenmentado por nuestro autor ante la increíble cantidad de tierra que un
cinaque es capaz de ingerir diariamente “durante varios meses, tres cuar-
toS de libra de arcilla ligeramente endurecida al fuego”.324

Manifestaciones artísticas
Los indios detestan las ropas, pero adoran las pinturas corporales. El color
tojo les atrae sobremanera. Humboldt intenta explicar este hecho en base a
la tendencia totalmente natural “que tienen los pueblos a considerar como
ideal de belleza a todo lo que es característico de su fisonomía nacional.
Los hombres, cuya piel es por naturaleza de un rojo tirando al ocre, prefie-
ren el color rojo”. De igual modo, si carecen de barba, “procuran arrancarse
descaso vello que la naturaleza les ha dado”. Y concluye diciendo: “Ellos
se sienten tanto más embellecidos cuanto más resaltan los rasgos caracte-
rísticos de su raza o de su conformación nacional”.325
Describe el modo de preparar la pintura roja utilizada por la mayor parte
de los indios sudamericanos: se trata del onoto o “bija” (achiote), sustancia
extraída de un árb’ol (Bixus orel ana o Bixus purpurea'). Una vez fabricada,
a la pintura se le da una forma de “pasteles redondos, de tres a cuatro onzas

323“Gumilla, El Orinoco ilustrado, cap. XII, pp. 154-155.


324| Humboldt menciona que la geofagia es practicada por los negros de las costas
de Guinea; en las Antillas, los esclavos negros mantuvieron tal costumbre. Lo mismo
ocurre entre los habitantes de Java. Humboldt parece ignorar el valor alimenticio de la
tierra así ingerida. Huard Y Théodoridés dedican un interesante párrafo de su comu-
nicación —ya citada— a las observaciones de Humboldt sobre la geofagia (p. 74). El
profesor Huard me comenta que, en Indochina, las mujeres preñadas comen de buena
gana unas especies de barquillos de tierra fina o de caolín. Un hispanista no puede
menos que asombrarse ante estos casos. ¡ Pero que se haga memoria de la costumbre
tan difundida en España durante los siglos xvi Y XVII entre las muchachas de la alta
sociedad, quienes masticaban fragmentos de arcilla cocida: “comían barro”! A propó-
sito de la geofagia, Pierre Gourou escribe: “En términos generales, los habitantes de
la zona cálida y lluviosa cuentan con una alimentación pobre en fósforo, calcio, hierro,
yodo y sodio. Sufren ansias de sal. Esto explica el elevado número de casos de geofa-
gia que se dan en las zonas tropicales: la geofagia, pura Y simple del norte de Borneo,
menciona la geofagia de los otomaques, tomo ív, p. 36. Sin duda, dicha costumbre
en la Indochina francesa, Y en el Africa negra; o hacia el norte de la Costa de Oro, la
desapareció con posterioridad a la fecha en que Humboldt pasó por esas regiones.
preparación de una bebida tan rica en caolín, que llega a adquirir la apariencia de leche;
| Relation hist., tomo vi, libro vu, cap. xix, pp. 323-326.
o en Honduras, una bebida que consiste en una infusión de maíz en agua de cal”,
325| Gourou, Les pays tropicaux, p. 50. El Handbook of South American Indians no

275
HUMBOLDT Y EL 1NL)IU MIVIJCIU^AINU

de peso”.33 Esta tintura roja se obtiene también de una planta que Bonpland
identificó con el nombre de Bignonia chica. El hábito de pintarse el cuerpo
es atribuido por Humboldt a la influencia de los caribes, quienes al someter
a las demás tribus lo impusieron entre ellas. Contrariamente a lo que se ha
supuesto, el autor alemán nunca creyó que la costumbre de embadurnarse
el cuerpo con una especie de barniz se haya debido al deseo por parte de los
indios de protegerse contra las picaduras de mosquitos, ya que tanto los ca-
ribes como los sálivas “teñidos de rojo, son cruelmente atormentados por
mosquitos y zancudos, exactamente igual que los indios cuyo cuerpo no
está untado de color”.326 327
Hombres y mujeres se entregan a las delicias de la
pintura del cuerpo. Humboldt observó a una india otomaque que se hacia
teñir la espalda por dos de sus hijas: “El ornamento consistía en una espe-
cie de enrejado de líneas negras sobre fondo rojo. Cada cuadradito recibía
un punto negro en el centro. Era una labor de increíble paciencia”. ;
La pasión por dichos afeites es tan grande, que los indios prefieren
andar sin guayuco “antes que desprovistos de pintura”.328
Finalmente, Humboldt señala que a los indios les encanta hacerse pin-
tar sobre el cuerpo “la forma de vestimentas europeas. En Pararuma hemos
visto indios haciéndose pintar una casaca azul con botones negros”. 329 I
Algunos misioneros han visto incluso a indios guaynaves del río Caura
hacerse cubrir el cuerpo, previamente embadurnado con onoto, de estrías
transversales ¡“sobre las que aplicaban lentejuelas de mica plateada”! Al
igual que entre los hombres vestidos —reflexiona Humboldt— la moda,
entre los hombres pintados, obedece a los mismos caprichos de la fantasía
I y de la imaginación.330
Las observaciones humboldtianas sobre las pinturas corporales han sido I
extensamente reproducidas, por cuanto resultan de enorme interés para los
etnólogos de la actualidad. En su estudio sobre las sociedades indígenas!
del Paraguay y de Brasil, y en particular sobre los caduveos, Lévi-Strauss

326 ¡bul., tomo vi, libro vn, cap. xix, pp. 318-319. El padre Gumilla dedica un
párrafo a estas pinturas corporales, El Orinoco ilustrado, primera parte, cap. vn, pp.
117-118. “Todas las naciones de aquellos países, a excepción de muy pocas, se untan
desde la coronilla de la cabeza hasta las puntas de los pies con aceite y achote”, p. 117.
327Ibid., p. 323, Pérez de Barradas, Les indiens, indica que los pueblos sudameri-
canos de la zona tropical emplean la pintura para protegerse contra los insectos
(urucurización), p. 94.
328 Ibid., tomo vi, libro vn, cap. xix, p. 327.
329 Ibid., pp. 329-330. El padre Gumilla se expresa así: “No les causa rubor su des-
nudez total, porque o no ha llegado a su noticia que están desnudos o porque están
desnudos de todo rubor o empacho”. ¡Los indios se avergüenzan de andgy
El Orinoco ilustrado, primera parte, cap. vn, pp. 116-117.
330 Ibid., p. 330.
r K

taca
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt

la importancia “excepcional que las pinturas corporales y especial-


ízate las faciales, tienen dentro de la cultura indígena”."10 Si bien otras
^vidades artísticas —la alfarería sobre todo— declinan, no ocurre tal
{jü en lo que a este género de pinturas respecta. A muchos decenios de
distancia, uno no puede menos que asombrarse de la notable conservación
délas técnicas empleadas en la pintura corporal. Los motivos de ornamen-
I «lición se mantienen idénticos, con todo y a pesar de la decadencia progre-
sa de otros elementos culturales.331 332
Del mismo modo en que la pintura corporal es una característica común
a los diversos pueblos indígenas de América, el arte de la alfarería se halla
difundido a todo lo largo y ancho del continente.
“La afición por este género de industria —escribe Humboldt— parece
haber sido común en tiempos pasados a los pueblos indígenas de América”.
Todos ellos, ya se trate de pueblos salvajes o civilizados, “se afanan, como
por instinto, en perpetuar las mismas formas, en conservar un estilo particu-
lar, en continuar con los métodos y los procedimientos que fueron emplea-
dos por sus ancestros”.333 Esto permite reconocer la presencia de un estilo
propio en cada región, así como establecer numerosas relaciones entre las
diversas culturas americanas. Es así como los fragmentos de loza hallados
en América del norte “guardan una notable relación con la que en la actua-
lidad se ve fabricar con tierra cocida por los naturales de la Luisiana y de la
Florida”.334 Los indios de Maipures, sobre el Orinoco, reproducían bajo los
propios ojos de Humboldt los motivos ornamentales que él viera sobre
vasos funerarios en la caverna de Ataruipe, que los misioneros habían des-
cubierto. Se trata “de verdaderas grecas, de meandritas, de figuras de coco-
drilos y monos y un enorme cuadrúpedo” que a Humboldt se le figura un
tapir toscamente representado.335 A pesar del carácter incompleto de estas
observaciones, se percibe la importancia de las reflexiones de nuestro au-
tor. En los pueblos americanos, Humboldt cree descubrir en primer lugar
una clara predilección por la ornamentación de objetos de alfarería, especi-
ficando a continuación que cada región produce un estilo propio. No cree
en la existencia de un intercambio de experiencias entre ambas Américas;

331 Lévi-Strauss, Tristes trapiques, pp. 162JÍ.


332| Véase ibid. Después de ponderar la habilidad de las mujeres indias y la delicade-
za de sus diseños, el autor hace referencia al fenómeno que describe Humboldt de los
indios que se hacen pintar vestiduras europeas sobre la piel. En 1857, después de la
visita de un navio occidental, ¡“un indio todavía estaba haciéndose representar sobre
todo el tórax un uniforme de oficial perfectamente reconstruido, con sus botones, sus
galones, el cinturón y los faldones pasando por debajo”!
333nRelation hist., tomo vil, libro vil, cap. xxi, p. 190.
334nlbid„ p. 191. 277
335**¡bid„ tomo vil, libro vil, cap. xxi, pp. 191-192.
más aún, ni siquiera acepta una posibilidad de extensión de las técnicas |¡
peruanas a la cuenca del Orinoco. Pero los descubrimientos realizados por |
la etnología actual nos demuestran que el estilo de la alfarería indígena ¡
sobre la margen izquierda del Orinoco es común al de las poblaciones de ¡
los Andes y de las altiplanicies bolivianas, y que dicho estilo fue asimismo
influido por los estilos colombiano y centroamericano. Este hecho es con-
siderado por los etnólogos como una prueba de la existencia de antiguas
comunicaciones entre estos distintos sectores del continente americano.
Humboldt suministra interesantes detalles acerca de la técnica emplea-
da por los alfareros indígenas, que no hacen uso del torno:

Los colores de los maipures son óxidos de hierro y de manganeso, sobre


todo ocres, amarillos y rojos que se encuentran en los yacimientos de
gres. A veces se emplea la fécula del B i g n o n i a c h i c a , una vez que la
alfarería ha sido expuesta a un fuego muy suave. Esta pintura se cubre
con un barniz de algarrobo, que es la resina transparente de \aHymenaea
c o u r b a r i l ,336

Los mismos métodos de fabricación fueron observados por nuestro au-


tor en la aldea indígena de Manicuarez, que se encuentra en la península de
Araya, hacia el extremo oriental de Venezuela. Son las mujeres quienes allí
llevan a cabo esta tarea. Las piezas de alfarería son cocidas al aire libre, ya
que tanto el uso del homo como el del tomo son desconocidos. Las indias
“moldean con gran habilidad las vasijas, que tienen de dos a tres pies de
diámetro y cuya curvatura es sumamente regular”. Los colores son obteni-
dos con arcilla “debido a la descomposición de un esquisto micáceo teñido
de rojo por el óxido de hierro”.337

Religión y creencias
Basándose tanto en las observaciones de los tres misioneros citados más
arriba, como en la H i s t o r i a de Oviedo y Baños, Humboldt proporciona
algunos detalles de lo que él da en llamar la mitología de esos pueblos. En
Maipures, los indios veneran un par de peñascos, uno de los cuales simbo-
liza a Keri, la luna, y el otro a Camosi, el sol. 338 En la misión de la Encarama-
da “en el medio de la sabana se eleva un peñasco llamado Tepumereme, la
roca pintada. Presenta figuras de animales y trazos simbólicos parecidos a
los que vimos al descender el Orinoco, a poca distancia más abajo de la
Encaramada, cerca de la ciudad de Caycara”.339

336 Ibid., p. 194.


337 Ibid., tomo ii, libro n, cap. v, pp. 364-365.
338 Ibid., tomo vu, libro vn, cap. xxi, pp. 177ss.
339aIb¡d., tomo vi, libro vil, cap. xix, p. 267. En el Handbook of South American
Mia/u, tomo v, pp. 493-501, véase el artículo de Irving Rouse, quien afirma que en
Corno tales jeroglíficos están ubicados a gran altura “sobre muros de
qUe sólo serían accesibles construyendo un andamiaje sumamente
■L,
levado’’* Humboldt opta por interrogar a los indios, y así advierte que

¡en esa época en que tuvo lugar el diluvio


H
¡ conservan el recuerdo de lo que llaman las “grandes aguas”. Creen
1 cual sumergió la tierra—
M
| cuando sus antepasados pudieron esculpir esas rocas a una altura tan
^de. La creencia en un diluvio por parte de esos indios causó un profun-
L0asombro en nuestro viajero, pues en ella reencontraba la misma idea que
(orina parte de la mitología de los tamanaques, y especialmente en el mito
^Amalivaca.* 340 Pero no cabe reproducir aquí el pasaje que Humboldt con-
sagra a esta conocida leyenda, que por otra parte ha sido estudiada por
iHaekel y de Goeje.341 Los etnólogos actuales piensan que Amalivaca cons-

I
tituye el Gran Dios de los tamanaques, y que esta divinidad tiene su equi-
valente entre los arikenas (Para), entre los maquiritares (Guanari) etcétera.
Humboldt no cree que Amalivaca sea originariamente “el Gran Espíritu,
dViejo del Cielo, ese ser invisible cuyo culto nace del culto de las fuerzas
de la naturaleza, cuando los pueblos se elevan imperceptiblemente al sen-
timiento de la unidad de esas fuerzas”. Según él, Amalivaca es “un persona-
je de los tiempos heroicos; un hombre venido de muy lejos que vivió en
úna de tamanaques y de caribes, que grabó los trazos simbólicos en lo alto

lodo el continente sudamericano es posible hallar petroglifos. Se los conoce bajo


diversas denominaciones, tales como pictografías, letreiros, pedras lavradas, “pie-
dras escritas”, “piedras garabateadas”, “pintadas” o “riscos”, y es en las regiones de
lipidos o de saltos de agua donde con más frecuencia se los encuentra. Parecen haber
sido hechos con martillos de piedra o labrados con cuchillos de piedra dura. Los
colores de los petroglifos pintados son en general el blanco y el rojo, y muy raramente
el negro, el azul, el café, el color crema, el verde o el gris. Representan tanto formas
geométncas como formas de animales: cocodrilos, aves, cangrejos, peces, perros,
ranas, guanacos, insectos, monos, avestruces, llamas etc. Véase igualmente el
Handbook, tomo ív, pp. 76, 124, 140 etcétera.
340*’ Relation hist., tomo vm, libro vm, cap. xxiv, pp. 240SJ.
341^Arístides Rojas enumera los principales lugares de Venezuela donde es posible
hallar petroglifos: en San Esteban (Burburata) está la Piedra de Campanero; también
los hay en los valles del Tuy, en Turmerito y en Charallave; en los Morros de la Galera
(estado de Guárico); en Caicara, en San Rafael de Capuchino; cerca de la Encaramada
(la roca de Tepu-Mereme que fuera observada por Humboldt). De 1835 a 1849,
Schomburgk halló petroglifos entre el Orinoco, el Casiquiare, el Río Negro y el Río
Alabapo; en 1848 Wallace encontró varios de ellos en el Amazonas, en la desemboca-
dura del Río Branco, sobre el Río Negro superior y sobre el Vaupés; véase Arístides
Rojas,Estudios indígenas, “Los jeroglíficos venezolanos”, pp. 3-30.
Humboldt y el indio americano
de los peñascos, y que desapareció allende el océano, rumbo al país donde
antiguamente había vivido”.342
El mito de Amalivaca se halla difundido en naciones muy diferentes
entre sí, separadas por extensas selvas o por ríos inmensos, y en las que se
hablan lenguas muy disímiles. Humboldt compara a Amalivaca con Manco
Capac (Perú), con Bochica (muiscas de Colombia) y con Quetzalcóatl (az-
tecas de México). Esta analogía entre los mitos de los diversos pueblos de
América del Norte y de América del Sur es para él un hecho que confirma
ese aire de familia que, a pesar de las diferencias, caracteriza a los pueblos
americanos. Los indígenas del Orinoco plantearon al padre Gilii la misma
pregunta que los indios mexicanos habían hecho a fray Bernardino de
Sahagún dos siglos antes: le preguntaron “si no había visto por allá (en
Europa) al Gran Amalivaca, ese padre de los tamanaques que cubrió las
rocas con figuras simbólicas”; tal y como se le preguntara a Sahagún, sí
“venía del país [...] adonde Quetzalcóatl se había retirado ”.343
En los Sitios de las Cordilleras, Humboldt resume su pensamiento con
gran claridad:

Aunque las tradiciones no indican relación directa alguna entre los


pueblos de ambas Américas, su historia no deja de ofrecer analogías
sorprendentes en cuanto a las revoluciones políticas y religiosas, de las
cuales data la civilización de los aztecas, de los muiscas y de los perua-
nos. Hombres barbados y no tan morenos como los indios de Anáhuac,
de Cundinamarca o de la meseta del Cuzco, hacen su aparición sin que
pueda detectarse el lugar de su nacimiento. Grandes sacerdotes, legisla-
dores, amantes de la paz y de las artes que ella favorece, de un solo
golpe transforman la condición de los pueblos que los aceptan con
veneración. Quetzalcóatl, Bochica y Manco Capac son los sagrados
nombres de esos seres misteriosos. Quetzalcóatl, vestido de negro, en
hábito sacerdotal, viene de Pánuco, en las costas del Golfo de México;
Bochica, el Buda de los muiscas, se presenta en las altas llanuras de
Bogotá, adonde llega procedente de las sabanas situadas al este de las
cordilleras. La historia de estos legisladores [...] está entretejida de
prodigios, de ficciones religiosas y de esos rasgos que revelan un senti-
do alegórico.

Con respecto de esos personajes, Humboldt no cree que se trate de


náufragos europeos ni de descendientes de aquellos normandos que fueron
los primeros en llegar a las costas americanas: “Todo parece hacemos vol-

342 Relation hist., tomo vm, libro VIII, cap. xxiv, p. 243.
343 Ibid., tomo vm, libro vm, cap. xxiv, p. 242 para Gilii y p. 245 PARA SAHAGÚN.
28
0
H la mirada hacia el Asia Oriental, hacia pueblos que han estado en con-
ijcto con los tibetanos, con los tártaros chamanistas y con los ainos barba-
|()0s de las islas de Jesso y de Sakalin”.344 345 346 347
Bl error de Humboldt es bastante comprensible: habiéndose basado en
Clavijero 348 para México, en el padre Simón349 para los muiscas y en Garcilaso
| pjra,los incas, al igual que ellos nuestro autor se figura que Quetzalcóatl,
I pachica y Manco Capac son personajes históricos, en tomo de los cuales
los indios fueron tejiendo luego leyendas y fábulas. Injusto sería repro-
charle a Humboldt esta opinión, siendo que por otra parte los historiadores
I y etnólogos actuales se ven en figurillas para definir el papel y la significa-
ción de estos personajes míticos. Alfred Métraux, por ejemplo, incluye a
Manco Capac entre los héroes semilegendarios de los peruanos.350 Pérez de
| BaiTadas —quien reprocha a Humboldt haber llamado a Bochica el “Buda
de los muiscas”— no define claramente, a juicio nuestro, qué es lo que di-
I cho personaje pudo haber representado para los muiscas.351 Los analiza
dentro del capítulo dedicado a los mitos de los dioses-civilizadores, recono-
ciendo la asombrosa semejanza que se da entre Bochica, Quetzalcóatl y
| Manco Capac. En esto comparte la opinión de Humboldt, la de W. Krickeberg
y la de los principales especialistas en religiones americanas.
Entre las creencias de los indios del Orinoco, Humboldt observó
¡ —tanto en las cercanías del río Pimichín como entre los sálivas de la mi-
: sión de Carichana sobre el Orinoco— el empleo que le dan los nativos a la

344| Vites des Cordilléres, Introduction, tomo i, pp. 37-39.


| Clavijero, Historia antigua de México, tomo n, libro vi, p. 67. “Decían de él
que
había sido sumo sacerdote deTolan; que era blanco, alto y corpulento, de frente
ancha,
ojos grandes, de cabello negro y de barba cerrada”.
| Fray Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en
las Indias Occidentales, primera parte, 1627.
| Alfred Métraux, Les Incas, pp. 39ss.
| Pérez de Barradas, Les indiens.
345 En el Handbook of South American Indians, se lee: “On the upper Orinoco
346Humboldt found the cult of the ‘botuto’ (sacred trumpet), revealed only to
sexually
347pureyouths after fasting and flagellation”, tomo v, p. 336. Este culto está
difundido
348entre todos los araguacos. Sería injusto olvidar que fue el padre Gumilla quien
prime-
349ramente hizo referencia a dicho culto en su Orinoco ilustrado, primera parte,
cap. xiu,
350pp. 164JÍ, donde describe estas trompetas sagradas, ofreciendo incluso una
excelente
351representación gráfica de las mismas. La lámina en que aparecen estas
trompetas ha
trompeta sagrada o botuto ,352 instrumento musical que era utilizado en los
ritos de vegetación. Se hacía sonar este botuto —refiere el autor— “bajo las
palmeras para que ellas den abundantes cosechas”. Dichas trompetas sagra-
das, que fueron observadas por Koch-Grünberg en el siglo xx, son “tubos de

352sido incluida en la edición de extractos de la Relation historique hecha por Alain


Gherbrandt, op. cit., pp. 168-169.
Humboldt y el indio americano

barro cocido de 3 a 4 pies de largo ensanchados en varios sitios al punto de


formar una bola”. La ejecución del botuto era privilegio de un reducido
número de iniciados quienes debían tener una conducta intachable y haber
permanecido célibes. “O bien el propio Gran Espíritu (Cachicama) hace
resonar el botuto, o bien se conforma con manifestar su voluntad a través de
aquél a quien la custodia del instrumento ha sido confiada”.
Las mujeres son excluidas de estas suertes de “juglarías” según el térmi-
no usado por nuestro autor, que a propósito de esto relata que en 1798 el
padre Cereso, misionero del lugar, logró salvar de una muerte segura a “una
muchacha a quien un celoso y vengativo enamorado acusaba de haber
seguido —en un rapto de curiosidad— a los indios mientras éstos hacían
sonar el botuto en las plantaciones”. 353 Estas trompetas producen un sonido
sumamente lúgubre. Humboldt asistió a algunas fiestas donde los indios
tocaban una especie de flauta parecida a la flauta de Pan, señalando que los
sonidos arrancados de ellas eran asimismo monótonos y tristes.354
Humboldt proporciona datos muy interesantes sobre los ritos funerarios
de los indios. El 31 de mayo de 1800, se encontró con una gran cantidad de
esqueletos conservados en la caverna de Ataruipe, sobre la margen oriental
del Orinoco y cerca del puerto de la Expedición; cementerio indígena en el
que llegó a contar más de seiscientos esqueletos. He aquí su relato:

Cada esqueleto reposa dentro de una especie de canasto hecho de pe-


cíolos de palmera. Estos canastos, que los indios denominan mapires,
tienen la forma de un costal cuadrado. Su tamaño está en proporción a
la edad del difunto; los hay incluso para niños muertos en el mismo ins-
tante de su nacimiento [...] Todos estos esqueletos replegados sobre sí
mismos se hallan tan enteros, que no falta de ellos ni una costilla ni una
falange. Los huesos han sido tratados de tres maneras distintas: o bien
fueron blanqueados al aire y al sol, o bien fueron teñidos de rojo con
onoto [...] o bien —como auténticas momias— fueron untados de resi-
nas aromáticas y luego envueltos en hojas de heliconia o de bananero.355

353 Relation hist., tomo vn, libro vil, cap. XXII, pp. 337-339.
354 Acerca del botuto, véase Krickeberg, Les religions amérindiennes, p. 405.
355 Relation hist., tomo VIII, libro VIII, cap. xxiv, p. 264. El Handbook of South
American Indians menciona esta observación de Humboldt en el tomo in, p. 820.
Humboldt sacó algunas muestras: cráneos, el esqueleto de un niño y de dos hombres.
Estos esqueletos se perdieron —junto con una parte de las colecciones botánicas y
zoológicas— en el naufragio donde pereciera el joven franciscano fray Juan González,
a quien Humboldt se los había confiado. El traslado de las osamentas de Ataruipe
provocó algunos incidentes, pues los indios de las misiones difícilmente aceptaron
que los huesos de sus antepasados fuesen removidos de su lugar. Humboldt señala:
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt

Humboldt señala que numerosos grupos de la Guayana practican aún


costumbre, y menciona la existencia de tumbas similares (guacas), en
'fperú y sobre las mesetas de Quito. Desafortunadamente, aun cuando
^ya visitado la famosa guaca de Toledo, en Mansiche, parece que no llegó
, ver momias peruanas.

En cuanto a los usos funerarios, Humboldt indica que algunas tribus

tienen la costumbre de arrasar los campos del difunto y de derribar los


árboles que éste hubiese plantado. Aseguran que “la vista de los objetos
que han pertenecido a sus parientes los entristece”. Prefieren más bien
destruirlos recuerdos que conservarlos. Estos efectos de la sensibilidad
indígena son muy perjudiciales para la agricultura, y los frailes se opo-
nen tenazmente a las prácticas supersticiosas que dentro de sus misio-
nes los nativos convertidos al cristianismo aún conservan .356

Esta observación —que ya había sido hecha por el padre Gumilla —357
pone claramente de relieve las dificultades con que tropezaban los misio-
neros en la difícil tarea de gobernar indios. Confirma por otra parte la fuerza
que tienen las tradiciones y las estructuras mentales de los pueblos someti-
dos por los europeos, y además de todo esto, permite descubrir una de las
causas por las cuales algunas sociedades amerindias no pudieron alcanzar
un nivel avanzado de civilización. Es evidente que la destrucción sistemá-
tica de los bienes del difunto no favorece en absoluto la acumulación pri-
mitiva del capital, pero Humboldt no parece haber captado la trascendencia
de tal costumbre en toda su extensión. Si incluye este ejemplo, no es sino a
efectos de denunciar una “superstición” que perjudica a la agricultura,
mientras que es también y sobre todo cuando al mismo tiempo constituye
la ilustración más elocuente del efecto negativo que pueden producir las
estructuras mentales sobre la economía y el progreso de una sociedad.
Los monumentos precolombinos
Humboldt ha hecho referencia a una apreciable cantidad de datos sobre los
monumentos precolombinos. Si bien no visitó más que una ínfima porción

356“Fue necesario apelar a la intervención de la autoridad de los religiosos para vencer la


resistencia de los indígenas y para procuramos muías de refresco”, Relation hist.,
tomo ix, libro ix, cap. xxv, pp. 54-55.
H
Ibid., tomo viii, libro viii, cap. xxiv, pp. 272-273.
357“Gumilla, Orinoco ilustrado, primera parte, cap. xiv, p. 174. “Pasa más adelante
el abuso y también es casi universal entre dichas gentes el ir luego que la viuda o viu-
das han enterrado a su marido a arrancar de raíz las sementeras que sembró el difunto,
la yuca, el maíz, piñas etc. Todo cuanto sembró arrancan; y dicen que es para arrancar
de su memoria al difunto. La razón es desatinada y la pérdida es cierta y grave .
283
de
los
sitios
arqueológicos americanos, suele describir algunos edificios Uf
basándose en los relatos de otros
En el Perú, no viajeros.
tuvo oportunidad de visitar los lugares más interesantes, Jr
empezando por la región del Cuzco. En México visitó una sola pirámide, la 'Jf

Uv CUUlUia, pbiu t-ii ou or/t/i c tu iru&KU JUJ^UMU uivuwiuiia

los trabajos realizados por Antonio del Río en Palenque. Como lo cierto es BH
que tanto las antigüedades peruanas como las mexicanas fueron observa- (J, |¡j

ción de las observaciones de Humboldt .64 Los arqueólogos actuales no han


dejado de señalar sus errores, subrayando al mismo tiempo el valor de su
testimonio.
das muy al pasar, su testimonio —a pesar del interés que representa para la y 3
historia del americanismo— no está exento de lagunas. Por otra parte, en 11
virtud de que a principios del siglo xix se ignoraba la amplitud de las <¡r
civilizaciones precolombinas, no hay que sorprenderse ante la imperfec- /f

Monumentos mexicanos
Ignacio Bemal,358 359
quien ha analizado la obra arqueológica de Humboldt en
México, señala que de las sesenta y nueve láminas comentadas —a veces '
muy extensamente— que forman el substrato de los Sitios de las cordil e- ¡
ras y monumentos de los pueblos antiguos de América, Humboldt consagró \
tan sólo doce láminas y media a los monumentos y objetos de arte mexica- 8
nos: tres que reproducen edificios, seis referidas a esculturas y tres a objetos
diversos.
Los tres edificios de marras son las pirámides de Xochicalco, Mitla y
Cholula, de las que Humboldt no conoció más que la citada en último
término, a la cual describió —según dice Ignacio Bemal— no como una pi-
rámide sino como si se tratara de una montaña .360 Esta aseveración resulta
bastante sorprendente, ya que en el texto de Humboldt no se hallan indi-
cios de confusión alguna hecha por el autor entre montaña y pirámide. Por
el contrario, en él se lee:

El más grande, el más antiguo y e¡ más célebre de todos los monumen-


tos piramidales de Anáhuac es el teocalli de Cholula. Hoy se la denomi-
na el monte hecho a mano. Al apreciarla de lejos, uno se vería, en efecto,
tentado a tomarla por una colina natural cubierta de vegetación .361

358 En México se cuenta actualmente con alrededor de 15 000 sitios arqueológicos.


359 Ignacio Bemal, “Humboldt y la arqueología", pp. 121-132.
360 “Pero su interés fundamental no es la pirámide como monumento, sino como
una montaña en que mide la altura y la posición geográfica”, ibid., p. 125.
361 Vues des Cordilléres, tomo i, p. 103.
gema) reconoce, no obstante, que Humboldt llegó a “conclusiones co-
sobre los tamaños, diferentes volúmenes etc.”.68 Pero mejor veamos
bgllP J
18
descripción de nuestro autor:

i [ | teocalli tiene cuatro hiladas, todas de igual altura. Parece haber sido
I orientado exactamente hacia los cuatro puntos cardinales, pero como
las aristas de las hiladas no están demasiado diferenciadas, resulta difí-
, cil reconocer su primitiva orientación. Este monumento piramidal po-
see una base que es mucho más extensa que las de todos los demás
I edificios del mismo género hallados en el viejo continente. He tomado
V I cuidadosamente sus medidas y me he asegurado de que si bien su altura
| perpendicular es de sólo cincuenta metros, cada lado de su base tiene
| cuatrocientos treinta y nueve metros de longitud .69

Después de comparar la pirámide de Cholula con las de Tajín,


I Teotihuacán y Guizeh (Egipto), Humboldt supone que bien podría hallarse
i perforada, encerrando en su interior alguna sepultura. Si bien no da crédito
¡alasafirmaciones de los indios de Cholula, según los cuales “el interior de
[ la pirámide está hueco, y en ocasión de la estancia de Cortés en su ciudad,
i sus ancestros habían escondido allí a un gran número de guerreros para caer
inopinadamente sobre los españoles”, sí cree que, al igual que otros teocallis,
! la pirámide de Cholula pudo ser usada como tumba. Menciona el descubri-
¡ miento de una “casa cuadrada” que guardaba dos esqueletos, ídolos, “y un
gran número de vasos barnizados y pintados con arte”. Humboldt afirma
haber visto los restos de esta casa subterránea, que había sido descubierta
en la pirámide de Cholula después de la perforación de la primera hilada,
acción llevada a cabo en los años de 1795-1796, a raíz de una modificación
del trazado de la ruta de Puebla a México.70
Humboldt describe la particular disposición de los ladrillos de la bóve-
da que él viera en el interior del recinto subterráneo:

“Bemal, “Humboldt y la arqueología”, p. 125. Durante largo tiempo la pirámide


de Cholula fue confundida con el gran templo de Cholula, dedicado a Quetzalcóatl.
M
Vues des Cordil éres, tomo i, pp. 105-106. “Torquemada le da setenta y siete,
Betancourt sesenta y cinco, Clavijero sesenta y un metros de altura”. Krickeberg
escribe que esta pirámide alcanzaba una altura de 62 metros. Su base cubría 160 000
vi, Les religions, p. 295. Humboldt señaló que su orientación correspondía a los
puntos cardinales, pero no está orientada exactamente así. Krickeberg indica que, al
igual que la Pirámide del Sol de Teotihuacán “su eje oriental-occidental se desvía a 17 o
hacia el norte”, Las antiguas culturas mexicanas, p. 296.
M
Vues des Cordilléres, TOMO I, P. 107.
Como los indios no sabían construir bóvedas, iban colocando ladrillos
muy anchos horizontalmente, de manera tal que los de arriba fuesen
adelantándose sobre los inferiores. El resultado de esto consistía en una
trabazón en forma de gradas, que de alguna manera sustituía a la cimbra
gótica.362

Tan precisa descripción de la bóveda india típica no parece haber sido


juzgada en todo su auténtico valor. Ignacio Bernal interpretó el pasaje que
acabamos de citar de un modo totalmente distinto. Según él, ¡Humboldt
dice “que los adobes que forman el cuerpo de la pirámide están colocados
en forma como de bóveda; nadie ha vuelto a ver eso después de Humboldt,
y no sé de dónde provino ese error, qué es lo que vio que le sugirió tal idea,
cuando evidentemente no están colocados así”!363
Como acabamos de ver, Humboldt se refiere a la disposición de los
ladrillos que forman la bóveda del recinto subterráneo descubierto dentro
de la pirámide, no a la disposición de los ladrillos que forman el edificio en
sí. Humboldt afirma que tanto los dos esqueletos como los objetos descu-
biertos en esa cavidad subterránea desaparecieron, y la existencia de dicha
porción aislada de la pirámide no es atestiguada por ningún documento
ulterior. Sin embargo, Humboldt no ha inventado estos detalles tan preci-
sos, y es de lamentar que sobre este punto Ignacio Bernal no nos haya
ofrecido una explicación que podría haber sido del mayor interés.364
A partir del descubrimiento de la sepultura subterránea de Cholula,
Humboldt supone, pues, que las pirámides mexicanas servían al mismo
tiempo de templo, de sepultura y de fortaleza. Resultan bien claras las cau-
sas por las cuales Humboldt pudo suponer que dichas pirámides se utiliza-
ban como sepulcros, y la comparación con los monumentos egipcios debía
conducirlo forzosamente a sostener tal hipótesis, que por otra parte no es
demasiado aventurada.365 366 Está comprobado que, a pesar de lo que los

3621bid., tomo i, pp. 108-109.


363 Bernal, “Humboldt y la arqueología”, p. 127. Si bien es verdad que Humboldt
señaló que la pirámide —o al menos el sector que vio de ella— es de adobes, en nin-
guna parte afirma que esos adobes estén colocados en forma de bóveda. Véase en
Vues des Cordilléres, “Masse detachée de la pyramide de Cholula”, tomoi, pp. 125-128.
364 Esta pirámide ha sido bastante deteriorada. Krickeberg recuerda que “los muros
que se encontraban inmediatamente debajo del montículo habían servido desde si-
glos atrás de cantera para las construcciones del pequeño poblado español de Cholula
con su enorme cantidad de iglesias (se afirma que son 365)”. Es posible suponer que
el recinto subterráneo que menciona Humboldt se hallaba precisamente en el sector de
manipostería que posteriormente fue explotado como cantera.
365 Agreguemos que Humboldt subraya la diferencia fundamental entre monumen-
366tos mexicanos y monumentos egipcios. Así como los de Egipto y los del Asia servían
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt

nólogos y arqueólogos han sostenido durante mucho tiempo, una

■ cantidad de pirámides indias de México y de Guatemala fueron uti-


Ü I como sepulturas, aun cuando ése no haya sido el destino original
I|aS mismas. Descubrimientos recientes vinieron a confirmar las suposi-
■ones de Humboldt.75
Para verificar si las pirámides mexicanas fueron efectivamente sepultu-
H Humboldt considera que sería conveniente cavar túneles en el interior
I dichas construcciones, especialmente en Cholula. Ignacio Bemal re-
mierda el dolorón de cabeza que semejante propuesta causó a los
nqueólogos, y escribe: “[Humboldt] habla de que sería sumamente intere-
sante hacer un túnel a través de la pirámide de Cholula, como se ha hecho
enlaHuaca de Toledo en el Perú, para encontrar el tesoro que seguramente
debe estar al centro”.367 368
Pero Humboldt jamás creyó que en el interior de la pirámide de Cholula
pudiera encontrarse un tesoro. Simplemente se sorprende de que a nadie se
le haya ocurrido buscarlo. “Sería interesante —escribe— cavar una galería
através del teocalli de Cholula, para examinar la construcción interna del
mismo,v y es sorprendente que el deseo de hallar tesoros ocultos no haya
promovido hasta ahora intentos de realizar tal empresa”. 369
Nos reencontramos aquí con el eco de las frecuentes observaciones de
Humboldt sobre la obsesión tanto de criollos como de españoles, que bus-
•i
caban tesoros por todas partes. Hemos visto anteriormente que a todo lo
largo de su viaje, Humboldt no dejó de ser importunado por los buscadores
de oro que aún se figuraban que la tierra americana era un El Dorado. La
idea de Humboldt no es tan aberrante. Fue precisamente horadando túneles
en las pirámides aztecas o mayas “para examinar su construcción interna”,
como los arqueólogos lograron definir exactamente el carácter de esos
monumentos. En efecto, fue posible reconstituir las estructuras internas de
cada uno de esos enormes edificios: templos superpuestos que se presentan
“encatáfilas de cebolla”. La norma de superposición de los edificios mexi-
canos —y de los mayas en especial— sólo pudo ser descubierta gracias a la

367únicamente de sepultura “a personajes ilustres”, los de América “eran a la vez templos


y tumbas”, Vues des Cordilléres, tomo i, pp. 121-122.
| En Guatemala está la tumba de Uaxactum; en Hoimul, en la frontera de la
Honduras británica, tuvo lugar el descubrimiento de diez tumbas en el centro de una
pirámide, y finalmente, está la célebre cripta de la pirámide del templo de las inscrip-
ciones de Palenque, en el Yucatán, que fuera descubierta por el mexicano Alberto
Ruz-Lhuillier en 1952, Krickeberg, Les religions amérindiennes, p. 104.
74
Bemal, “Humboldt y la arqueología”, p. 127.
368 Las cursivas son nuestras.
369| Vues des Cordilléres, tomo 1 p. 109. Krickeberg afirma que en la pirámide de
Cholula 6 km de túneles y galerías han sido horadados, p. 295.
287
excavación de galerías practicadas en el interior de las pirámides, ya que en f
virtud de dicha superposición la mayor parte de esos edificios es el resulta- \*
do de una serie de construcciones, cada una de las cuales engloba a la pre-
cedente. En el caso de Choluln, el túnel era tanto más necesario por cuanto
la iglesia, edificada en el siglo xvm sobre la plataforma de la pirámide, no |í’.
permitía ningún otro medio de exploración. En ocasión de su visita a .{iav
Choluln, Humboldt notó la presencia de una pequeña capilla "rodeada de
cipreses y consagrada a Nuestra Señora de los Remedios”. Allí, "un ecle-
siástico de raza indígena celebra diariamente la misa sobre la cima de este j
antiguo • .
Finalmente, Humboldt intenta determinar la edad exacta de la pirámi- I i
de. Recuerda que, cuando hacia 1190 los aztecas llegaron al Anáhuac, se ''
encontraron ya con las pirámides de Tfeotihuaeán, Cholula y Papantla, atri-
huyendo la construcción de las mismas a los toltecas, “nación civilizada y ¿ó®
poderosa que había habitado en México quinientos años antes". Como los t¡|icj
aztecas ignoraban si algunos otros pueblos habían vivido en su territorio . G
antes que los toltecas, era lógico que atribuyesen esas pirámides a estos
últimos. Y Humboldt concluye: "Sería posible, no obstante, que hubiesen
sido levantadas antes de la invasión de los toltecas, es decir, con anteriori-
dad al año 648 de nuestra era". Hemos tenido especial interés en reproducir
estas líneas por cuanto hoy en día las hipótesis de Humboldt se encuentran
totalmente comprobadas. El sector más antiguo de la pirámide de Cholula
fue construido entre los años 200 y 400 de nuestra era, o sea, en pleno 1
desarrollo de la cultura llamada de Teotihuacán, y mucho antes de la apari-
ción de la cultura tolteca propiamente dicha, la cual comenzó a manifestar- |
se a partir de los años 800-850.
Una vez más pues, y a pesar de algunos ligeros errores de fechas, pode- ®
mos comprobar la labor fundamental llevada a cabo por Humboldt en el -
terreno de la arqueología y de la historia del México antiguo.370 371
Basándose en las descripciones de Alzate, Humboldt cometió un grave
error en la representación que hizo de la pirámide de Xochicalco, monu-
mento que no llegó a visitar, pues cuando atravesó la región de Cuemavaca, ü
aún no tenía noticias de su existencia.372 Ignacio Bernal ha comentado ex- |
tensamente los yerros y equivocaciones de Humboldt al respecto, por lo
que nos parece superfluo repetirlos aquí. En cuanto al palacio de Mitla, j
Ignacio Bernal señala que Humboldt “considera a Mitla como un edificio
relacionado con el estilo maya que hoy en día denominamos Puuc, o sea

370™ Vites des Cordilleres, tomo i, p. 116.


371 Krickeberg, Les religions amérindiennes, véase el "Thbleau chronologique des
époques préhispaniques”, pp. 422-427.
372 Da la descripción de la misma en Vites des Cordillhes, tomo i, pp. 129-137
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
edificios también muy elaborados y con fachadas muy decoradas
legión de Yucatán y Campeche”.373

trituras y objetos de arte


I uumboldt desempeñó un importante papel en el redescubrimiento de una
I jjiatua mexicana de gran valor a la cual estudia en sus Sitios de las cordi-
I «iras definiéndola como “ídolo colosal, téotetl o piedra divina de los
I mexicanos”. Se trata de la diosa Coatlicue que, habiendo sido desenterrada
I tn 1790 durante las grandes obras que se llevaron a cabo en la Plaza Mayor
je México por orden de Revillagigedo, fue colocada en la Universidad de
México por una Ordenanza de dicho virrey, fechada el 5 de septiembre
je 1790. Posteriormente, el ídolo había sido “nuevamente enterrado en
uno de los corredores del colegio, a una profundidad de medio metro”.
Humboldt refiere que gracias a su intervención, el obispo de Monterrey,
don Feliciano Marín, “aconsejó al rector de la Universidad hacerla desen-
I tenar . Gracias a esta segunda exhumación, Humboldt pudo describir a ese
I monstruoso ídolo. Apoyándose en las opiniones del caballero Boturini y
I U y GRma, nuestro autor supone, al igual que ellos, que se trata de la
I 'ma8en d| Huitzilopochtli, o bien de la de Tlacahuepancuexcotzin y de su
I HHH Teoyamiqui.374 Proporciona su nombre actual, destacando que los
I mexicanos designaban este género de estatuas, en las que pies y brazos “se
I alian ocultos bajo un ropaje cuajado de enormes serpientes, con el nom-
I bre de cohuatlicuye, vestimenta de serpiente ”.375

I
La descripción que hace Humboldt de la estatua de Coatlicue es muy
completa, y aun cuando lo que él interpreta acerca de ella no sea demasiado
exacto, su contribución al conocimiento de esta notable antigüedad mexi-
cana sigue siendo apreciable en alto grado.
Nuestro autor describe otra estatua, también descubierta en México, a
I la que identifica como el “busto de una sacerdotisa mexicana”. Se trata
de la imagen de Chalchiuhtlicue, diosa del agua, a la cual —en el estudio
ya mencionado— Ignacio Bernal da en llamar diosa del maíz. Humboldt
incurre en algunos errores de interpretación, especialmente cuando se aboca a
I establecer un paralelo entre ciertos detalles de dicha estatua y otros de Osiris.376

373 Bernal, “Humboldt y la arqueología”, p. 127. La descripción de Mitla se halla


I en Vues des Cordilléres, bajo el título: “Ruines de Miguitlan ou Mitla, dans la province
d’Oaxaca; plan et élévation”, tomo n, pp. 278-285. El autor hizo esta descripción de

(
acuerdo con los planos que le fueron facilitados por don Luis Martín, a quien cono-

289

ciera en México durante su permanencia allí.


374u Vues ¿es Cordilléres, tomo n, pp. 148-161. Boturini escribe Teoyaominqui,
Idea de una nueva historia general de la América Septentrional’, Madrid, 1746, p. 27.
375 ii,id•, p* 155.
376,5 Yues des Cordilléres, tomo i, pp. 51-56 y tomo n, p. 207.
El tercer objeto artístico lo constituye la célebre piedra de TÍZOC, bauti- 3
zada por nuestro autor: “Bajorrelieve azteca hallado en la Plaza Mayor de |
México”, y que según él afirma, es vulgarmente conocida como Piedra
de los Sacrificios. Humboldt no cree que esta piedra haya servido para rea- pj
lizar sacrificios humanos: ni su forma, ni el material en que fue tallada le I
parecen corresponder a las piedras utilizadas para sacrificios. Prefiere supo- ¡
ner que era usada como ornamento lateral a la piedra sobre la que se sujeta- j |
ba a la víctima del sacrificio gladiatorio (temalacatl). Examinando los ]
detalles del bajorrelieve, Humboldt observa la repetición de una misma ' i
figura: “Es un guerrero —escribe— posiblemente un rey, que tiene la mano
izquierda apoyada sobre el casco de un hombre que le ofrece flores como
prueba de sumisión ”.377 378
Se trata ciertamente de un documento lapidario que
conmemora los triunfos de los antecesores del rey Tízoc, quien reinara so-
lamente tres años, entre 1483 y 1486, después de su hermano Axayácatl. Su
sucesor y hermano, Ahuitzotl, hizo terminar el tallado de la piedra, que a
pesar de todo lleva el nombre de Piedra de TÍZOC.
Finalmente, Humboldt consagra un muy completo estudio a la Piedra
del Sol, o Calendario Azteca. Ignacio Bemal señala que, en su conjunto,
dicho estudio está inspirado en la obra de León y Gama, por lo que —a su
juicio— carece de especial interés. Por nuestra parte, no compartimos en
absoluto tal opinión. El interés que ofrece es enorme, no en cuanto al valor
de su interpretación, que en ciertos aspectos puede considerarse obsoleta,
sino por la novedad que pudo significar para los lectores europeos de la
época. Era la primera vez que éstos tenían ante sus ojos un estudio comple-
to, en francés y en alemán, sobre la cosmogonía de los antiguos mexicanos.
Después de negar todo interés a lo que Humboldt expone acerca del siste-
ma del calendario solar azteca, Ignacio Bemal observa con sorpresa—unas
pocas líneas más abajo— que éste logró determinar la fecha en que los
pueblos del Anáhuac empezaron a conservar sus crónicas: año 670 de nues-
tra era Y escribe: “Ha demostrado Alfonso Caso que es más o menos la
fecha en que empieza la historia de los códices mixtéeos. Resulta curioso
que hayan llegado a la misma conclusión dos personas con métodos tan
distintos”.*7
Podría haber agregado que no se trata de algo simplemente curioso o
sorprendente, sino de un hecho extraordinario, que bien podría ser consi-
derado como una prueba más —si es que hay alguna necesidad de ella—
para convencemos del genio de Humboldt. Ya hemos indicado la manera
en que nuestro autor logró determinar la antigüedad del hombre en Améri-
ca a través del examen minucioso de las tradiciones cosmogónicas de los
fjmitiv.os mexicanos, estimándola dentro del orden de los 18 000 años,

377 Bemal, “Humboldt y la arqueología”, p. 126.

378 Ibid., tomo i pp. 315-324.


«¡na el caso que acabamos de mencionar, nos encontramos nuevamente con
H precisión igualmente acertada.
Haciendo por fin justicia a Humboldt, Ignacio Bemal declara que, si
bien en lo esencial el sabio alemán se inspira en León y Gama, su análisis
del calendario solar no es una mera compilación de la obra de este historia-
dor mexicano. Por tal razón, será conveniente enfocar ahora nuestra aten-
ción sobre el estudio de cosmología comparada que Humboldt lleva a cabo
a propósito de la descripción y de la interpretación del calendario solar
mexicano, o Piedra del Sol.

El calendario solar: estudio de cosmología comparada


Humboldt pudo reafirmar la tesis del origen asiático de los indios america-
nos merced a las muy precisas observaciones que realizara en el campo
morfológico. Menos feliz se mostró en el terreno lingüístico, ya que de
hecho aceptó la imposibilidad de probar una filiación entre las lenguas
asiáticas y las lenguas americanas. Su convicción sobre antiguos vínculos
entre Asia y América se verá afianzada merced al estudio comparativo que
llevó a cabo de los sistemas cosmogónicos de ambos continentes. Paul
Kirchhoff y Miguel León-Portilla379 han estudiado el aporte de Humboldt
en este terreno; nosotros nos limitaremos a escuchar a estos dos especialistas.
Ante todo, Humboldt comienza por analizar las diferencias que existen
entre los calendarios del Viejo y del Nuevo Mundo .380 La más importante de
ella radica en la división del año mexicano en 18 meses de 20 días cada
uno, particularidad que no se halla en ningún otro calendario de Europa o
del África. Recalca que en el único lugar donde también puede encontrarse
meses de 20 días es entre los habitantes de Nutka, Columbia Británica,
donde el año “no tiene más que catorce meses, a los cuales y por métodos

379i Paul Kirchhoff, “La aportación de Humboldt al estudio de las antiguas


civiliza-
ciones americanas: un modelo y un programa”, pp. 89-103; y Miguel León-Portilla,
“Humboldt, investigador de los códices y la cosmología náhuatl”, pp. 133-148.
380| Vues des Cordilléres. Los pasajes dedicados a la antigua civilización
mexicana
son los siguientes: “Relief en basalte répresentant le calendrier mexicain” (Relieve en
basalto representando el calendario azteca), tomoi, pp. 332-392, y tomon, pp. 1-99.
“Epoques de la Nature d’aprés la mythologie aztéque” (Épocas de la Naturaleza según
la mitología azteca), tomo u, pp. 118-140. Humboldt reproduce y comenta una cierta
cantidad de manuscritos aztecas en los pasajes siguientes: “Généalogie des princes
d’Azcapozalco” (Genealogía de los príncipes deAzcapozalco), tomoi, pp. 161-172;
“Manuscrit hiéroglyphique aztéque conservé | la bibliothéque du Vadean” (Manus-
crito jeroglífico azteca conservado en la biblioteca del Vaticano), tomoi, pp. 173-276;
“Peinture hiéroglyphique tirée du manuscrit borgien de Veletri et signes des jours de
l’almanach mexicain” (Pintura jeroglífica extraída del manuscrito borgiano de Veletri
y signos de los días del calendario azteca), tomo n, pp. 141-185; “Fragmens de
peintures hiéroglyphiques aztéques, déposées | la bibliothéque royale de Berlín”
muy complicados se agrega una infinidad de números intercalares”. 381 Las
semejanzas entre los calendarios mexicano y egipcio en lo que se refiere al
destino reservado a los días restantes, los cuales aparecen al final de dichos
calendarios, no lo son más que en apariencia. En ambos casos queda un
sobrante de 5 días, pero este resultado es obtenido mediante dos sistemas
de división mensual muy diferentes entre sí: 18 meses de 20 días entre los
mexicanos y 12 meses de 30 días entre los egipcios.
En cambio y como compensación, entre el calendario mexicano y los
asiáticos Humboldt descubre grandes analogías sobre tres aspectos esen-
ciales: división del tiempo, signos del zodiaco y épocas de la Naturaleza.

La división del tiempo


Para la división del tiempo, tanto los mexicanos (toltecas, aztecas y
chiapanecos) como los asiáticos (chinos, japoneses, kalmukos, mongoles
etc.) utilizan series periódicas, y un “método ingenioso aunque engorroso
y complicado para la designación de un día o de un año, no mediante cifras
sino a través de signos astrológicos”.
Los mexicanos tenían ciclos de cincuenta y dos años, “divididos en
cuatro periodos de trece años cada uno”; los asiáticos, en cambio tenían
“ciclos de sesenta años divididos en cinco pequeños periodos de doce años
cada uno”. Además, cada año de un ciclo lleva un nombre particular: año
del conejo, del tigre o del perro. Humboldt reconoce que el sistema mexica-
no —que se basa en una serie de 13 números y de 4 signos jeroglíficos— es
superior al usado por los asiáticos, en el cual “las series no entrañan cifras”.
Entre estos últimos, tales series “están formadas tanto por signos que co-
rresponden a las doce constelaciones del zodiaco, como por los nombres de
los elementos que presentan diez términos, en razón de que cada elemento
es considerado como macho y hembra”.

381(Fragmentos de pinturas jeroglíficos aztecas, depositadas en la biblioteca real de


Berlín), tomo n, pp. 195-197; “Fragment d’ un manuscrit hiéroglyphique conservé a la
bibliothéque royale de Dresde” (Fragmento de un manuscrito jeroglífico conservado
en la biblioteca real de Dresde), tomo II, pp. 268-277. En total, Humboldt consagró
351 páginas de sus Vues des Cordilléres a las antigüedades mexicanas y al estudio
comparado de éstas con las del Viejo Mundo (Europa y sobre todo Asia) lo que
equivale a un tercio de los dos volúmenes que conforman dicha obra y que suman un
total de 1003 págs., 592 de las cuales corresponden al tomo i y 411 al tomo n.
90
Vues des Cordilléres, TOMO I, P. 60.
Humboldt concluye afirmando que “el espíritu de estos métodos es el
|S mo, tanto en la cronología de los pueblos americanos como en la de los
pueblos asiáticos”.382

los signos del zodiaco


Humboldt revela también las extraordinarias semejanzas que existen entre
los signos del zodiaco mexicanos y asiáticos, señalando con justa razón
que este hecho “parece haber escapado hasta ahora de las investigaciones
de los sabios”. En relación con este tema, Humboldt elabora varios cua-
dros: en el primero de ellos reúne los nombres de los jeroglíficos mexica-
nos, los nombres de los doce signos de los zodiacos, tártaro, tibetano y
japonés, así como los nombres de los nakchatras “o casas lunares del calen-
dario de los hindúes”.383 Al completar el cuadro se comprueba una asombro-
sa correspondencia entre los signos zodiacales tibetanos y mexicanos,
particularmente en lo que hace a los signos de agua, tigre, liebre, dragón
(serpiente), mono, pájaro, perro. Lo mismo ocurre con las casas lunares de
los hindúes, y Humboldt dedica un muy detallado análisis a los principales
signos que la mayoría de las veces están en concordancia: tigre, liebre-
conejo, serpiente, mono, perro y pájaro-águila. En lo que a la liebre se
refiere, por ejemplo, en la astronomía china este animal “no designa sola-
mente el cuarto tse, o signo del zodiaco; la luna [ . . . ] era imaginada como
un disco en el que una liebre sentada sobre sus patas traseras hace girar un
bastón dentro de un vaso”.384 Y es sabido que entre los mexicanos, el signo
del conejo estaba asociado a la luna. 385 Si nos dejáramos llevar por la tenta-
ción de reproducir aquí los interesantísimos detalles proporcionados por
Humboldt sobre estas notables analogías, correríamos el riesgo de sobre-
cargar inútilmente este apartado. No obstante, creemos conveniente incluir
a continuación uno de los cuadros comparativos de Humboldt: se trata del
que confronta los signos zodiacales de los tártaros-manchúes con los sig-
nos del zodiaco mexicano. La analogía resulta incuestionable.386

382 Ibid., tomo n, “Relief en basalte représentant le calendrier mexicain”, pp. 384-
385.
383 Ibid., tomo ii, pp. lis.
38495 Ibid., tomo íi, p. 18.
3851A propósito de la relación que tanto los mexicanos como los asiáticos estable-
cen entre la luna y la liebre-conejo, Humboldt no parece haber detectado esta impre-
sionante semejanza. Jacques Soustelle señala que los indios mexicanos vieron en la
luna la figura de un conejo. “Aún hoy —recalca— los indios en México creen distin-
guir un conejo sobre la cara del astro”, La pensée cosmologique des anciens Mexicains,
pp. 26-27. La misma creencia reaparece en la India, donde se trata de una liebre, y en
la China, donde se habla de una liebre de jade o liebre blanca. Véase al respecto,
Sources orientales: la lune, mythes et rites, pp. 254-256 y 302-303.
386 Vues des Cordilléres, tomo n, p. 21.
Zodiaco de los tártaros-manchúes Zodiaco de los mexicanos

Pars, tigre Ocelotl, tigre.


Taoulai, liebre Teochtli, liebre, conejo
Mogai, serpiente Cohuati, serpiente
Petchi, mono Ozomatli, mono
Nokai, perro Itzcuintli, perro
Tukia, pájaro, gallina Quauhtli, pájaro, águila
Y Humboldt concluye: “Los seis signos del zodiaco tártaro, que se re-
encuentran en el calendario mexicano, son suficientes para que la idea de
que los pueblos de ambos continentes abrevaron sus ideas astrológicas en
una fuente común, pase a ser algo extremadamente probable”.387
Pero a pesar de las semejanzas, a pesar de que “una gran parte de los
signos que componen las series en el calendario mexicano está tomada del
zodiaco de los pueblos del Tíbet y de la Tartaria”, Humboldt reconoce que
ni el número de dichos signos “ni el orden en que ellos se suceden, tienen
que ver con los que se observan en Asia”.388
Humboldt escribía esto en los años de 1810-1816, y mal podía prever
que las investigaciones llevadas a cabo por los especialistas más de un
siglo y medio después, no harían sino confirmar sus hipótesis, al rellenar
las lagunas de la documentación con que se contaba en su época. Hemos
visto que Humboldt no llegó a descubrir que la combinación de una serie
de signos y de una serie de números en los calendarios asiáticos era la
misma que existía en los calendarios mexicanos. Por el contrarío, Paul
Kirchhoff señala —citando a Graebner— que tal sistema se daba en el ca-
lendario siamés;389 y lo mismo ocurre para con el orden de las cifras y de los
nombres. Así como Humboldt se había convencido de que existía una gran
discordancia, Graebner determinó la existencia de estrechas analogías.
Graebner explica: “Si de acuerdo con el procedimiento maya, comenza-
mos la serie de 20 signos con ‘Lagarto’, resulta que de los siete nombres de
animales que el tonalamatl tiene en común con las seríes asiáticas, cinco

387 Ibid.
388 Ibid., pp. 37-38.
389 Kirchhoff, “La aportación de Humboldt al estudio de las antiguas civilizaciones
americanas”, pp. 98-99. Se trata del estudio de Fritz Graebner, “Alt und neuweltliche
Kalender”, Kirchhoff lamenta que F. Graebner —cuyos trabajos “confirman amplia-
mente los resultados de las investigaciones de Humboldt”— no haga mención alguna
de este último, como si ignorara la labor de su predecesor. También es verdad
—agrega— que el concepto de Graebner es diferente del de Humboldt, que veía a sus
trabajos como un aporte al estudio comparado de las grandes culturas, p. 99.
también ocupando el mismo lugar”: serpiente, corzo-ciervo-
H¡BB tigre-jaguar y lagarto-dragón.
I ‘Finalmente, las correspondencias de posición entre “Muerte” y “Caba-
I >' y entre “Caña” y “Buey” —dice Graebner— “son de una gran impor-
|l0
I ’ja
c debido precisamente a que no presentan analogías, por cuanto (los
I s ign°s “Muerte” y “Caña”) sustituyen a dos animales que los mexicanos
I a.más habían conocido: el caballo y el buey”.99
I A través de las investigaciones realizadas en nuestros días, quedan ple-
I jámente confirmados los trabajos fundamentales de Humboldt acerca de la
I cosmología comparada, como también lo quedan sus intuiciones que, con el
I paso del tiempo, alcanzan la estatura de geniales.100

I las épocas de la Naturaleza


I Nos resta finalmente examinar los análisis que nuestro autor consagra a las
I épocas de la Naturaleza de los antiguos mexicanos y de los asiáticos. Tam-
I bién aquí, Humboldt descubre una enorme semejanza entre América y Asia,
I en lo que da en llamar “la ficción cosmogónica de las destrucciones y de las
I regeneraciones del Universo. Esta ficción —continúa diciendo— que liga
I el retomo de los grandes ciclos a la idea de una renovación de la materia su-
puestamente indestructible, y que atribuye al espacio aquello que no pare-
| ce pertenecer más que al tiempo, se remonta a la más lejana antigüedad”.
Observa que los libros sagrados de los hindúes —el Bhagavata Purana
en particular hacen mención “de las cuatro edades y de los pralayas o
cataclismos, que en diversas épocas hicieron desaparecer a la especie hu-
mana”.101 390 391

390Paul Kirchhoff, “La aportación de Humboldt al estudio de las antiguas civiliza-


ciones americanas”, pp. 98-99.
Humboldt ya había señalado la influencia de las condiciones materiales de
existencia sobre el pensamiento cosmológico de los pueblos. Éstos proyectan en el
zodiaco los animales salvajes o domésticos que los rodean, “según como en las
distintas épocas del año [... ] les proporcionen satisfacciones o les inspiren temores”.
Es así como el zodiaco tártaro “puede ser considerado como el zodiaco de los pueblos
cazadores y pastores”. El tigre otorga al zodiaco un carácter exclusivamente asiático,
y no se le encuentra ni entre los caldeos, ni entre los egipcios, ni entre los griegos. El
tigre, la liebre, el caballo y el perro de los zodiacos asiáticos “son reemplazados por el
león del África, de laTracia y del Asia occidental, por la balanza, por los gemelos, y,
391 que es muy notable, por los símbolos de la agricultura; el zodiaco egipcio es el zo-
diaco de un pueblo agrícola”. El número de los animales celestes disminuyó con el
progreso de la civilización y con el paso del nomadismo a la agricultura. Se advertirá
aquí la concepción materialista de Humboldt, quien explica las superestructuras
rnemoeónicas a través de las infraestructuras económicas. Estos pasajes se hallan en
Vues ¿es Cordilléres, tomo n, pp. 159-160.

101 ¡bid., tomo II, pp. 118-119.


i
En el Tibet, son cinco las edades de las que se hace memoria, y la misma w
tradición parece haberse propagado hasta Asia Menor y Europa.392
Basándose en Gómara, Torquemada, Femando Alva Ixtlixóchitl, Clavijero,
Pedro de los Ríos, León y Gama, Sigüenza y Gemelli, Humboldt ofrece su
f
propia versión de las cuatro edades mexicanas interpretando un manuscri- u
to mexicano, el cual se halla reproducido en la lámina x de la edición en i
octavo de los Sitios de las cordil eras. El autor cuenta las siguientes cuatro í
edades: Tlaltonatiuh, la edad de la tierra; Tlectonatiuh, el sol de fuego; &
Ehecatonatiuh, la edad del viento, y Atonatiuh, la edad o el sol de agua. En *
la quinta edad, según los aztecas, ellos se encontraban viviendo al momen-
to de producirse la llegada de los españoles, y su final habría de estar
señalado por temblores de tierra .393 Esta clasificación ya no corresponde
con la clasificación de los cuatro soles dada por el excelente especialista
del pensamiento cosmológico de los antiguos mexicanos J. Soustelle. Es
verdad —como bien lo señala Humboldt— que el orden de sucesión de
estas cuatro edades “no está siempre descrito de la misma manera”. Los
anales de Cuauhtitlán cuentan un sol de Agua, un sol de Tigre, uno de Lluvia
y un cuarto de Viento. Otras fuentes cuentan así: sol de Tigre, de Viento, de
Lluvia y de Agua; tal es el orden adoptado por Soustelle .394 Del estudio
humboldtiano sobre los cuatro o los cinco soles mexicanos —que el autor
encuentra en las cuatro destrucciones— deberemos retener también el em-
blema de cuatro elementos: la tierra, el fuego, el aire, y el agua, los cuales
corresponden a los cuatro elementos de la antigüedad clásica. 395

Humboldt y los manuscritos mexicanos


Humboldt proporciona gran cantidad de detalles sumamente interesantes
sobre los manuscritos mexicanos que tuvo oportunidad de consultar, tanto
en México como en Europa. La descripción y los comentarios que hace de
ellos constituyen la primera tentativa científica en la historia de la paleo-
grafía americanista. No conocía la lengua náhuatl, por lo tanto le era impo-
sible leer los manuscritos elaborados por los comentaristas indios después

392 Humboldt destaca la semejanza que existe entre los cinco soles mexicanos y
las cuatro edades de Hesiodo (ibid., pp. 119 y 138). Visconti —cuya carta a Humboldt
está reproducida en Vues des Cordilléres— reprocha al sabio alemán el no haber en-
tendido bien la descripción de las edades de la humanidad hecha por Hesiodo. Éste no
contaba cinco generaciones en cuatro edades, tal como lo interpretó Humboldt, sino
cinco edades, ya que —al igual que los aztecas— no olvidaba tomar también en cuenta
“la edad que no se había consumido aún y en la cual él vivía”, tomo II, pp. 348-349.
393 Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 118-119.
394 Soustelle, La pensée cosmologique des anciens mexicains, pp. 14-15.
395 Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 130-131 reaparece, en las cuatro destruc-
ciones, el emblema de cuatro elementos: la tierra, el fuego, el aire y el agua".
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
I i ta,
nqu s en los cuales estos últimos habían dejado la transcripción del
*■ umento en lengua indígena con caracteres latinos. Nuestro autor la-
MENTA profundamente su ignorancia en este aspecto, pero aún así, sus co-
MENTARIOS son muy atinados y prueban con holgura que fue capaz de
DESCIFRAR con facilidad los manuscritos mexicanos, lo cual de por sí consti-
tuye una hazaña nada común. Humboldt se sintió indignado ante el estado
de abandono en que encontró algunos documentos. Relata la triste y la-
mentable aventura del caballero Lorenzo Boturini, quien después de haber
reunido —entre 1730 y 1735, y a un alto costo de dinero y esfuerzo— una
gran cantidad de valiosísimos documentos mexicanos, fue arrestado y de-
vuelto a España, donde se le condenó a prisión. Más tarde fue indultado
por el rey, advirtiendo entonces que había sido despojado de todos sus
manuscritos. Estos, que quedaron “arrumbados en los archivos del virreinato
de México, en su mayoría desaparecieron. Si de ellos se conserva el recuer-
do, es tan sólo gracias al catálogo que el infortunado Boturini publicó en
su libro”.
Después de presentar una información muy precisa sobre el material de
que están hechos estos manuscritos: cueros de ciervo, telas de algodón o
papel de maguey, Humboldt proporciona datos acerca de sus dimensiones,
de su estado de conservación y de sus colores, e indica la manera como
habían sido plegados: “Casi siempre en zigzag [...] poco más o menos
como el papel o la tela de nuestros abanicos”.104
Define también las características de la escritura mexicana. Aunque al
mencionar un manuscrito mexicano utiliza la expresión de “escritura
jeroglifica , no deja de especificar que se trata más bien de “pintura indíge-
na de un género mixto”, en virtud de la combinación de representaciones
en parte pictográficas e ideográficas, y en parte fonéticas”. Humboldt co-
noció y manejó los manuscritos más interesantes, aquellos que aún en la
actualidad prestan servicio a los estudios americanistas. Menciona en for-
ma especial al Codex Borbonicus, de París, y al Codex Mexicanus, del
Museo Borgia, en Veletri, conocido hoy en día como Códice Borgia. Tam-
bién señala la existencia de los dos Códices (A y B) del Vaticano (3738 y
3776), los cuales —afirma— fueron ignorados por Robertson.
Por último menciona el manuscrito de Dresde, al que en el título del
párrafo que dedica a su estudio lo llama simplemente manuscrito jeroglífi-
co a secas, sin agregar “azteca” o “mexicano”, lo cual no deja de hacer en
la mayoría de los otros casos. Esta falta de precisión no se debe a un mero
olvido, sino a que el manuscrito de Dresde en verdad le pareció muy distin-
to de los demás documentos puramente aztecas que había tenido ocasión
de consultar:

’^íbítL tomo i, PP- 195-196.


Humboldt y el indio americano

Lo que ante todo lo hace por demás notable —observa nuestro autor—
es la disposición de los jeroglíficos simples, muchos de los cuales están
ordenados por líneas, como una auténtica escritura simbólica [...] es
evidente que el Codex mex. de Dresde no se parece a ninguno de esos
libros rituales.396 397
Es posible percibir aquí la asombrosa perspicacia de Humboldt. Desco-
noce casi totalmente la civilización maya, a la que alude al referirse a los
primeros hallazgos logrados en Palenque, pero aún así se da cuenta de que
el manuscrito de Dresde —del cual reproduce una lámina (xvi de la edición
en octavo)— es totalmente diferente de los documentos aztecas propia-
mente dichos.10* Asimismo, comprende perfectamente bien que lo que tie-
ne ante sus ojos no es una escritura indígena de género mixto, sino una
verdadera escritura jeroglífica, que por largo tiempo permaneció indes-
ciffada.
Los monumentos del Perú
La estadía de Humboldt en el Perú fue breve. Habiendo entrado al país por
Ayabaca, el 2 de agosto de 1802, lo abandonaría el 24 de diciembre de
1802, partiendo de Lima.
A pesar del poco tiempo que permaneció en el Perú, el autor nos ha
dejado en sus libros una buena cantidad de información acerca de este país:
datos de mucho interés pero que se hallan totalmente desperdigados. Nos
encontramos con ellos, aquí y allá, en casi todas sus obras, incluso en
aquellas cuyo título hace suponer que nada tienen que ver con el Perú: tal

396 Ibid., tomo ii, p. 270. Humboldt cita aquí, pues, uno de los tres
manuscritos
mayas que sobrevivieron al auto de fe que realizó Diego de Landa entre 1549
y 1550.
Los dos restantes son: el de Madrid, y el que fuera descubierto por pura
casualidad en
1860, en la Biblioteca Nacional de París. Se sabe que estos manuscritos fueron
des-
cifrados con todo esmero y seriedad por E. Efreinov, I. Kossarev y Y.
Oustinov, bajo
la dirección del profesor Sobolev. Véase al respecto: Henri Stierlin, Maya,
Guatemala
Honduras el Yucatán, pp. 51-52.
397 En la última edición de los Tableaux de la Nature (1866), ya
citada, menciona
los hallazgos realizados en Yucatán, y cita los trabajos de Antonio del Río
(1822), de
Stephens (1843), de Catherwood (1844) y de Prescott, Tableaux de la Nalure,
pp.
223-227.

29
8
Humboldt y el indio americano

es el caso del E n s a y o p o l í t i c o s o b r e l a N u e v a E s p a ñ a.
De todos modos, lo esencial de su información acerca de dicho país
puede ser extraído de tres fuentes principales: los C u a d r o s d e l a
Naturale-
z a, los S i t i o s d e l a s c o r d i l l e r a s y el C o s m o s.
Humboldt no visitó todos los sitios arqueológicos del antiguo imperio
peruano. Cruzó la provincia septentrional de dicho imperio, o sea el

29
9
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
0
L M .é üyo —que abarcaba el Ecuador actual (la antigua Audiencia de
i] ■i||g y ja mitad norte del Perú de hoy. Es decir que el viajero alemán
| solamente una porción bastante reducida del área total ocupada
s ■Zgi inca.109 A partir de Quito comenzó a ver restos de arquitectura incaica.
■Mitomentalmente se trataba de los “admirables restos de la larga ruta
Instruida por los incas, esa obra gigantesca que establecía una comunica-
I Jo entre todas las provincias del imperio sobre una extensión de más de
■^trocientas leguas”.110
I Más adelante recuerda haber hallado “ruinas más magníficas aún de las
leguas rutas peruanas sobre el camino que conduce de Loxa al río Ama-
lomas, cerca de los Baños de los Incas, sobre el Páramo de Chulucanas, no
I jejos de Guancabamba, y alrededor de Ingatambo, junto a Pomahuaca ”.111
I Hace una detallada descripción de las calzadas {remanas de más o me-
I jos siete metros de ancho, pavimentadas de pórfido, de piedra laja o de gra-
I yo consolidada, sus cimientos “penetran en el suelo a gran profundidad”.
I Estos caminos nada tienen que envidiar a las rutas romanas que Humboldt
I neta en Italia, en el mediodía de Francia y en España .112 A lo largo de estas
I iotas, “y casi siempre a intervalos iguales, uno se encuentra con habitacio-
I jes construidas con piedras talladas en forma regular. Son especies de ca-
I ravanserrallos denominadas tambos o inca-pilca, palabra derivada de Pircca,
I que posiblemente quiere decir muralla”.
A estos tambos, el viajero también suele llamarlos hostales, o fortalezas .113
Con la ayuda de planos que él mismo levantaba sobre el terreno, I
I Humboldt describe con gran precisión algunos edificios peruanos. Prime-
I ramente se refiere al Palacio del Callo, llamado Casa o Palacio del Inca,
I ubicado en el Ecuador actual, a tres leguas del Cotopaxi y al norte DE
I Mulahaló;114 señalando que esta casa del Inca ya había sido descrita por LA
'“Véase en particular: Roberto Levillier, Los Incas, cap. l,pp. 3-32, así como
el
I mapa fuera de texto al principio del volumen. Según el autor, el imperio incaico se
I extendía sobre un área de 1 738 710 km2 (p. 28). 398

398 ratas peruanas alcanzaban los 16 000 km de extensión. Humboldt menciona


también J
I la existencia de puentes colgantes usados por los antiguos peruanos para
franquear j
tíos y abismos. En junio de 1802 el propio Humboldt pasó por uno de estos
puentes
sobre el río de Chambo, cerca de Penipé. En sus Vues des Cordillércs, tomo $ pp.
186-192 se encuentra la descripción que hace de este “puente de maroma” o “puen-
te de hamaca”, así como la lámina xu, en la cual el viajero dibujó esta
rudimentaria^
obra de ingenio, sobre la cual se aventuró a pasar, no exento de un gran recelo, H
| Tableaux de la Nature, pp. 663 y 665.
p. 664. ;
1,3
Ibid., p. 663. “Maison de finca, ¡
114
Vues des Cordilléres, tomo n, pp- |
Humboldt y el indio americano

Condamine399 y por Jorge Juan y Antonio de Ulloa .400 401 402


Humboldt compras®
ba que en las descripciones de estos últimos hay gran cantidad de datos
inexactos. Supone que Juan y Ulloa quisieron representar en sus planos
“un monumento restaurado” y no el monumento tal y como se hallaba en la
época en que ellos lo visitaron. Por su parte, Humboldt presenta el plano
del edificio, así como un dibujo que reproduce un sector de la fachada.111
Asimismo, Humboldt habla sobre el castillo de Inga-Pirca o Pared del
Inca al que le da el nombre de “Casa fortificada del Inca”. Este edificio
—igualmente ubicado en el actual territorio ecuatoriano— se halla en la
Cordillera del Assuay, provincia del Cañar. Es una construcción muy bella,
que en numerosos aspectos recuerda la del templo del sol en el Cuzco.1"
No lejos de este castillo de Inga-Pirca, en Cañar, Humboldt visitó el
Inga-Chungana o juego del Inca, que se encuentra situado sobre una colina
rocosa. Una especie de sillón tallado en la roca y ubicado al centro de un
recinto ovalado, permite a quien se sienta en él, disfrutar “del más encanta-
dor de los panoramas, sobre el fondo del valle de Guian [...] Este rústico
asiento sería un bello adorno en los jardines de Ermenonville y de
Richmond. El príncipe que haya elegido este lugar no era insensible a las
bellezas de la naturaleza; pertenecía a un pueblo al que no tenemos dere-
cho de llamar bárbaro”.
Los indios, “que son los anticuarios de la región”, explicaron a Humboldt®;
que el príncipe se sentaba allí para presenciar una especie de juego de
pelota. La pelota bajaba la pendiente que va de la parte superior donde se
halla el asiento hasta una “abertura que se ve en el peñasco al borde del
precipicio”, tomando “un sendero angosto, tallado en el gres”, que condu-
ce a una gruta “en la cual, según la tradición de los indios, existen tesoros
que fueron ocultos allí por Atahualpa. Se asegura que un hilo de agua
bajaba en otros tiempos por este sendero”.403
Esta minuciosa observación es interesante por varios conceptos. En la
actualidad se supone que este Juego del Inca era un altar de sacrificios, y
que por el pequeño sendero practicado en la roca corría la sangre hasta la
cabeza de los Dioses Progenitores, tallados a dos centenares de metros más
abajo. Humboldt recorrió estos senderos o acequias hasta el valle de Guian,
donde encontró el peñasco de Inti-Guaicu (barranco del sol). Se trata de
una masa de gres “que no tiene más de cuatro o cinco metros de altura”.

royaume de Quito”.
399 La Condamine, Journal du Voyage.
400 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Viaje a la América Meridional.
401 Vues des Cordilléres, tomo n, lám. íx.
402Ibid., tomo i, pp. 302-306, “Monument péruvien du Cañar”, pp. 289-297 y
“Inga-Chungana, prés du Cañar”, pp. 302-306, y por fin, “Intérieur de la maison de
Tinca, au Cañar”, pp. 307-314.
403 Ibid., tomo i, pp. 302-366.

30
0
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt

una de las caras de dicho peñasco “cortado a pico como si hubiese


li labrado por la mano del hombre”, nuestro viajero pudo observar “oír-
s
'uloS concéntricos que representan la imagen del sol” grabados sobre la
a Señala que los españoles intentaron destruir estas imágenes a golpe
de cincel.404
A pesar de esta descripción tan precisa, es evidente que Humboldt no
logró descubrir qué uso se le había dado al juego del Inca. Su amor román-
(ico hacia la naturaleza lo conduce incluso a atribuir sus propios senti-
mientos al Inca o al señor que tomaba asiento en el sillón de roca. No era
posible que un hombre que podría contemplar semejante paisaje fuera un
bárbaro.
Volveremos sobre las reflexiones que el estudio de las civilizaciones
americanas motivó en Humboldt. Estas civilizaciones presentan asombro-
sos contrastes por la coexistencia —muy desconcertante para él— de as-
pectos bárbaros (antropofagia, sacrificios humanos) y aspectos civilizados
(sistema solar, plantas cultivadas etc.). Por otra parte, Humboldt no da de-
masiado crédito a las explicaciones de los indios. No ve cómo es que la
famosa pelota habría podido correr por la acequia practicada en el peñasco:
“En el caso de que esta hipótesis fuese cierta —concluye— ¿no habría
acaso al final de la cadena (la acequia o el sendero) algún agujero en el que
las pelotas hayan sido recibidas al término de su carrera ?”.405
Es necesario advertir, también, la manera en que los indios consideran
su pasado. Al igual que los de México —quienes creen que de la pirámide
de Cholula saldrán guerreros armados para echar a los españoles— los
indios del Perú han conservado en su corazón el recuerdo de Atahualpa.
Parecen haber olvidado el uso que se le daba en realidad al juego del Inca,
donde se sacrificaban hombres y llamas sobre dos altares distintos. Hablan,
en cambio, de pelotas o de balones, luego de un hilo de agua, todo lo cual
habría corrido por la acequia cavada en la roca. ¿Se trata acaso de una forma
falseada de responder a las preguntas mediante explicaciones más o menos
convincentes, a fin de poder ocultar la verdad a los extranjeros?
El caso es que, sin sospecharlo siquiera, Humboldt estuvo muy cerca de
la verdad; y no menos cierto es el hecho de que, a pesar de su ignorancia
acerca de lo que el juego del Inca pudo haber sido realmente, la descripción
que hace del mismo sigue siendo —en la historia de las antigüedades
peruanas— una de las mejores que nos han quedado.406

404 Ibid., tomo i, pp. 298-301, “Rocher d’Inti-Guaicu”.


405 Vues des Cordilléres, tomo i, p. 305.
406monumentos arqueológicos del Ecuador. Señala que la explicación actual acerca del
uso que se le daba al Inga-Chungana, coincide con las tradiciones cañaris registradas
por Molina, Sarmiento de Gamboa, el P. Cobo y Cristóbal de Albornoz, mientras que
por su parte, González Suárez piensa que se trataba más bien de un edificio religioso
consagrado a las Vírgenes del Sol.
30
1
En el Perú propiamente dicho, Humboldt visitó y describió los edifi-
cios que hallara en el páramo de Chulucanas, junto a Guayaquillo, entre
Ayabaca y Huancabamba, a mil cuatrocientas toesas de altura.407

Las ruinas de la antigua ciudad de Chulucanas son muy notables a


causa de la extrema regularidad de las calles y de la alineación de.los
edificios [...] Las casas, construidas de pórfido, se hallan distribuidas
en ocho cuarteles formados por calles que se cortan en ángulo recto.
Cada cuartel contiene doce pequeñas moradas, de modo que son no-
venta y seis en total las que existen en el sector de la ciudad cuyo plano
presentamos en la sexagésima segunda lámina.

Analiza la disposición interna de las habitaciones y la compara con la de


Herculano. En el centro de la ciudad se hallan restos de cuatro especies
de torres “de forma oblonga”. Finalmente, fuera de la ciudad, Humboldt
observa una colina “dividida en seis terrazas, cada una de cuyas hiladas
está revestida con sillares”. Menciona la existencia de baños del Inca, aun-
que no los describe.408
En Cajamarca y el Pultamarca Humboldt halla vestigios del “Lavadero
de los pies” o “Baño de pies del Inca”, pero en este caso al igual que en el
anterior, tampoco los describe.409
La fortaleza incaica de Cajamarca —escribe Humboldt— fue destruida
“por el arrebato imprudente con que los ávidos conquistadores quebranta-
ron los muros y los cimientos de todos los recintos con el fin de descubrir
tesoros que suponían se hallaban profundamente enterrados”.
Las ruinas de este palacio, que “consisten en bloques de piedra corta-
dos muy regularmente y superpuestos, sin argamasa, unos sobre otros, lo
mismo que en la fortaleza de Cañar o “Inca-Pilca", sirven de base a la
prisión y a la Casa del Cabildo de Cajamarca ”.410

407 Vuesdes Cordilléres, tomo n, “Plan d’une maison fortifiée de 1’Inca, située sur
le dos de la Cordillére de l’Assuay. Ruines de Tancienne ville péruvienne de
Chulucanas”, pp. 326-333.
408 Ib id., tomo ii, pp. 331-333.
409123 Tableaux de la Nature, pp. 685-687. Los Baños del Inca en Pultamarca eran
alimentados por una fuente termal (aguas sulfurosas), cuya temperatura fue tomada
por Humboldt.
410 Ibid., p. 686.
Fue en la capilla de esta prisión donde Humboldt pudo ver la célebre
¿mara donde fuera encerrado Atahualpa en 1532. En ella puede verse la
marca que —según se dice— fue hecha por los españoles para indicar hasta
qué altura “él se comprometía a llenar de oro dicho recinto”.127
Humboldt captó admirablemente bien en qué consiste la originalidad
de la arquitectura peruana. No radica en la concepción arquitectónica, bas-
tante primitiva, ni en la ornamentación, muy escueta y a veces hasta inexis-
tente, sino en la perfección del labrado y disposición de las piedras. Es por
esta razón que él insiste tanto sobre la técnica del corte de las piedras y de
su trabazón. Desafortunadamente, sólo tuvo oportunidad de observar mues-
tras de manipostería hecha de bloques de piedra cortados regularmente y de
forma rectangular. “Las piedras del Callo —afirma— están cortadas en
paralelepípedos; no son todos del mismo tamaño, pero forman hiladas tan
regulares como las de las fábricas romanas”.
Contradice formalmente las aseveraciones de W. Robertson, a quien se
refiere diciendo: “Si él hubiera podido ver tan sólo un edificio peruano [...]
sm duda se habría abstenido de decir que los indígenas aceptan las piedras
tal y como vienen de las canteras: triangulares las unas, cuadradas las otras,
unas convexas, otras cóncavas; y que el exageradamente ponderado arte de
este pueblo no consistía más que en la disposición de estos elementos
informes”.128
Por el contrario “en todos los edificios que datan de la época de los
incas, las piedras están cortadas con admirable esmero en la cara externa,
mientras que la cara posterior se muestra irregular y a menudo angulosa”.
En el mismo párrafo, Humboldt especifica que la cara exterior de las pie-
dtus “es convexa y cortada en bisel”.
Si bien le asiste razón al atacar tan violentamente a Robertson en este
aspecto, recalcando que los antiguos peruanos eran verdaderos maestros en
materia de albañilería, Humboldt comete un error al negar la existencia de
lo que se ha dado en llamar “el estilo ciclópeo”, al cual W. Robertson se
refiere en forma manifiesta. “Durante nuestra prolongada estadía en la cor-
dillera de los Andes, no nos hemos encontrado jamás con alguna edifica-
ción que se asemejara a aquéllas que se les da el nombre de ciclópeas”.129
Lo que sucedió fue simplemente que no tuvo ocasión de ver ninguna.
Por otra parte, se sabe que la construcción poligonal o ciclópea exigía, al
igual que la disposición rectangular, un conocimiento perfecto de la técni-
ca de corte y ensamble. Robertson —que oyó hablar de este estilo— se
figuró que las formas irregulares de las piedras utilizadas en este tipo de

12J Ibid., PP- 688-691.


i2» Vites des Cordilléres, tomo It, pp. 107-108.
129 ibid., tomo ii, pp. 105 y 108.
construcción no eran fruto del arte, sino el precio de la imperfección de las
civilizaciones indígenas. Este autor creía que, en el mejor de los casos, la
capacidad de los peruanos no iba más allá de amontonar mal que bien los
materiales que la naturaleza les ofrecía. Es fácil comprender la crítica de
Humboldt a la vez que las lagunas de su información. De ambos tipos
de disposición, él vio solamente uno: aquel en donde “las piedras rectan-
gulares están cortadas en forma regular y ensambladas en forma tan estre-
cha, que ofrecen a la vista una superficie perfectamente lisa”.411
Por último Humboldt describió y dibujó con gran precisión la forma
trapezoidal de las aberturas (puertas y ventanas) de los monumentos, así
como los voladizos y las espigas que son “la característica principal de la
arquitectura incaica”.412 Especialmente en el interior de la Casa del Inca, en
el Cañar, observó la presencia de nichos “practicados en los muros y utili-
zados como armarios”. Entre estos nichos hay espigas a las que Humboldt
describe como “piedras cilindricas de superficie pulida, que sobresalen
cinco centímetros de los muros: los indígenas nos han asegurado que sir-
ven para colgar armas o ropajes”.
En las esquinas hay también “largueros de pórfido de forma extraña"
que, según supone Humboldt, eran utilizados para suspender de ellos las
cuerdas de las hamacas,413 sin embargo no hace ninguna referencia a los
largueros exteriores, que por otra parte dibujó, y que aparecen en la lámina
ix de su edición en octavo de los Sitios de las cordil eras.414
Éstas son, en suma, las observaciones realizadas por Humboldt sobre
las técnicas empleadas por 1 os constructores peruanos. Es una lástima que
no haya visitado el Cuzco ni sus alrededores, hecho que no sólo habría
dado pie a descripciones más detalladas, sino que además le habría evitado
incurrir en su error acerca de la arquitectura denominada ciclópea. Sin
embargo, nuestro autor sabe —y no se equivoca en ello— que las ruinas del
Castillo de Incapirca (la Casa del Inca) se asemejan, en su estructura, a la

411 Métraux, Les Incas, p. 140. El autor distingue dos estilos: el labrado y traba-
zón ciclópeos y el sistema de hilados rectangulares. “Estos dos estilos empleados en
forma simultánea, derivan posiblemente de dos tradiciones distintas”. Existe un “ter-
cer tipo de labrado y disposición de las piedras” que parece ser el modelo perfeccio-
nado del sistema de hilados rectangulares. “La diversidad de cada sistema corresponde
simplemente al uso destinado a los muros”; véase el apartado titulado: “La Cité Inca”,
pp. 137-143.
412 Ibid., p. 142.
413 Vues des Cordilléres, tomo i, p. 312.
414 Ibid., tomo n, pp. 100-101. Métraux supone que las salientes o espigas exter-
nas de las fachadas pudieron servir como clavijas para el amarre de las cuerdas que
sujetaban el bálago del tejado, o bien tan sólo como adomo, Les Incas, p. 142.
||| Templo del Sol en el Cuzco .415 Es decir que, a pesar de todo, logró una
[ visión de conjunto bastante precisa de la arquitectura incaica, a la cual dio
i nombre de arquitectura peruana, hablando también de “estilo peruano”.
Asimismo, Humboldt identifica el carácter del arte arquitectónico de los
jidguos peruanos, por cuanto observó la extraordinaria semejanza de los mo-
numentos visitadps:

Resulta imposible examinar atentamente un solo edificio del tiempo de


los incas —asegura— sin reconocer su mismo carácter en todos los
demás que cubren las laderas de los Andes sobre una extensión de 450
leguas, desde los 1 000 hasta los 4 000 metros de altitud sobre el océa-
no. Se diría que un solo arquitecto construyó esa gran cantidad de monu-
mentos, tanto se aferraba este pueblo montañés a sus costumbres
domésticas, a sus instituciones civiles y religiosas, a la forma y distribu-
ción de sus edificios.416

[Esta arquitectura]

no puede causar asombro ni por el tamaño de las moles ni por la elegan-


cia de las formas;417 [...] no iba más allá de las necesidades de un pueblo
montañés, no conocía pilastras, ni columnas, ni arcos de medio punto;
surgida en un territorio erizado de rocas y peñascos, sobre mesetas prác-
ticamente desprovistas de árboles, no imitaba —como en cambio lo
hizo la arquitectura de los griegos y de los romanos— el ensamble de
una estructura de madera. Simplicidad, simetría y solidez; he aquí las
tres características por las cuales y con todos los honores, se distinguen
los edificios peruanos.418

415 Vues des Cordilléres, tomo I, p. 292.


4161)5 Tableaux de la Nature, p. 105.
417156 Vues des Cordilléres, tomo II, p. 110.
418 Ibid., tomo i, p. 308.
Las civilizaciones amerindias:
la “civilización” y las civilizaciones

El nivel técnico
Los hechos de civilización que Humboldt acaba de tratar constituyen para
él la prueba evidente de que los pueblos precolombinos no pueden ser
considerados como bárbaros. Sus monumentos, su sistema cosmogónico y
sus manuscritos atestiguan que habían alcanzado un nivel relativamente
avanzado de civilización. Ahora nuestro autor vuelve su vista hacia los
logros obtenidos en el campo de la técnica. En algunos dominios, tales
como la agricultura y la metalurgia, estos pueblos habían realizado asom-
brosos descubrimientos, pero el desarrollo de los mismos fue frenado por
carencias y por lagunas igualmente sorprendentes. Por ejemplo, estos pue-
blos desconocían la ganadería, es decir que pasaron directamente del
nomadismo a la agricultura: grave anomalía que contradice el esquema
según el cual las civilizaciones habrían debido pasar necesariamente del
nomadismo al pastoreo y de éste a la agricultura .419 Finalmente, la persisten-
cia del canibalismo y de los sacrificios humanos planteaba dilemas poco
menos que insolubles.
Así pues, Humboldt puso de manifiesto los tres problemas a que ha de
hacer frente todo observador al comenzar el estudio de las civilizaciones
amerindias. Al hilo de sus descripciones, es posible observar que las curio-
sas discordancias entre los aspectos llamados “civilizados” y los aspectos
considerados como “bárbaros” lo conducen a sugerir nuevas definiciones
de lo que es civilización. Si bien por un lado, en términos generales, nues-
tro autor se mantiene fiel al concepto de civilización que el siglo xvm se

419 Éste es el esquema más antiguo en la historia de la etnografía, y se ubica en los


cimientos de la tesis del evolucionismo social y cultural correspondiente al siglo xvni
y la primera mitad del xix. Dicha tesis apoya la unidad psíquica del hombre, el empleo
del método comparativo y la idea de que las sociedades evolucionadas no siempre se
hallan exentas de costumbres arcaicas o “bárbaras”. Véase Histoire de la science,
pp. 1504-1505.
HUMBOLDT y El. INDIO
AMERICANO
había forjado, por el otro no puede abstenerse de poner de manifiesto cier- V
tas nociones que, aun sin llegar a derrumbarlos por completo, hacen estre- á
mecer seriamente tres de los pilares fundamentales del pensamiento y
filosófico de su época: una especie de dcterminismo simplista que tendía a ' jj
someter estrechamente la historia de los hombres al medio; la idea, más o .
menos tácitamente aceptada, de que en todos los puntos del globo los t¡
pueblos han pasado necesariamente por las mismas experiencias cultura- t
les; la creencia en el desarrollo uniforme y armónico de todos los sectores
de la vida social.
Es fácil advertir las razones por las que Humboldt no pudo abstenerse
de poner en tela de juicio estas ideas. Precisamente, se hallaba frente a un
mundo que, para un europeo, presentaba un esquema “aberrante”, y cuyo
análisis sometfa a dura prueba los conceptos etnocéntricos o europeocéntri-
eos que forzosamente eran los suyos.

Los problemas de los procesos económicos

Ausencia de la ganadería
En todos sus escritos, Humboldt pone de relieve el carácter particular de las
sociedades precolombinas, que se distinguen netamente de todas las demás
sociedades humanas. Dentro de niveles que difieren enormemente según
las regiones, aquéllas no conocieron más que dos modalidades de vida
económica: o bien la recolección de frutos silvestres, la pesca y la caza, en
el seno de grupos nómadas o seminómadas, o bien una agricultura bastante
diversificada, entre los pueblos que no tenían mucho de haberse
sedentarizado.
“La raza americana que —si se exceptúa a los esquimales— es en todas
partes la misma, desde el grado 15° de latitud norte hasta el grado 55° de
latitud sur, pasó de la caza a la agricultura saltándose la etapa pastoril ”.420
En la historia económica amerindia falta pues un eslabón sumamente
valioso: ¿acaso no existían en América especies animales que pudieran
haber sido domesticadas? Por supuesto que sí. Estaban el Bos americanus
(bisonte) y el Bos moschatus (buey almizclero) de América del Norte; las
llamas, pacos o alpacas, guanacos y vicuñas de la región andina, mientras
que en las Montañas Rocosas existía una variedad de borrego salvaje (el
tayé de California), semejante al camero del viejo continente (Ovis musimon).

420 Tableaux de la Nature, pp. 33-34. En el mismo pasaje escribe: “La vida pastoril
—ese benéfico intermedio que a las hordas de cazadores nómadas las sujeta al suelo
cubierto de hierbas, y de alguna manera las prepara para la agricultura— fue descono-
cida, pues, por los aborígenes de América”, ibid., p. 29.

30
8
Pero los indios no se mostraron interesados en domesticar a estos ani-
MALES, ni los emplearon en las labores agrícolas. Cuando más, podría hacer-
SE mención de un pueblo del noroeste de México, el cual, según el
testimonio de Gómara, habría extraído de los bisontes “de qué vestirse,
comer y beber”.421
La ausencia de bovinos, de equinos y de ovinos no es hecho suñciente
para explicar las razones que hayan tenido los indios para abstenerse de
practicar la cría de ganado.
¿De qué manera justifica Humboldt esta falta?

Al examinar con atención esta parte salvaje de América (se trata de la


región del Orinoco), uno se creería transportado a aquellos primeros
tiempos en que la tierra fue poblándose poco a poco, uno creería estar
asistiendo al nacimiento de las sociedades humanas. En el Viejo Mundo
vemos que la vida pastoril prepara a los pueblos cazadores para la vida
agrícola. En el nuevo, buscamos en vano esas etapas progresivas de la
civilización, esos momentos de reposo, esas pausas en la vida de los
pueblos. La exuberancia de la vegetación es un obstáculo para las co-
rrerías de caza de los indios, al igual que en los ríos, semejantes a brazos
de mar, la profundidad de las aguas impide la pesca durante meses ente-
ros. Las especies de rumiantes que constituyen la riqueza de los pueblos
del viejo mundo están ausentes en el nuevo. El bisonte y el buey
almizclero no han sido reducidos jamás al estado de domesticidad. La
multiplicación de las llamas y de los guanacos no logró dar nacimiento
a las costumbres de la vida pastoril. En la zona templada, tanto sobre las
riberas del Missurí como sobre la meseta del Nuevo México, el america-
no es cazador; pero en la zona tórrida, en las selvas de la Guayana,
cultiva la mandioca, las bananas y a veces el maíz. Tan admirable es la
fertilidad de la naturaleza que el campo del indígena constituye una
pequeña porción de tierra; desbrozarla es pegar fuego a las malezas;
cultivarla es confiar, al suelo unas cuantas semillas o cogollos .422

421 Ibid., cap. xviii, Rebaños de América. Humboldt cita la Historia general de las
Indias, de Gómara, pero parece no haber leído correctamente el pasaje en el que su
autor habla de estos bisontes domésticos, pues deja suponer que cuando Gómara dice
que tales pueblos extraían de dichos animales “de qué beber” se estaba refiriendo a la
leche producida por los mismos. Se trata del párrafo intitulado: “De las vacas corco-
vadas que hay en Quivira”, pero en ningún momento Gómara dice que los indios
bebían la leche de esas vacas corcovadas. Por el contrario, dice: de estos animales
sacan de qué comer, beber, vestirse, calzarse etc. y beben su sangre. Ahora bien, al
comentar el pasaje, Humboldt considera útil basarse en Prescott para suponer que la
bebida extraída de estos bisontes “bien podía ser la sangre”. Pero en realidad, Gómara
no dice otra cosa. Véase Gómara, Historia general de las Indias, p. 288, col. B. y p.
289, col. A.
422 Relation hist., tomo vil, libro vn, cap. xxii, pp. 333-334.
De estas lineas hemos de recoger dos hechos fundamentales. En primer
lugar el de que la civilización amerindia se desarrolló en un medio natural
en el cual el hombre hallaba mayores dificultades que en Europa: los espa-
cios eran inmensos y no se contaba con la presencia de los rumiantes más
útiles. En segundo término que, cuando el indígena se dedicaba a la agri-
cultura, una fertilidad excesiva limitaba exageradamente sus necesidades .423
En otro pasaje, Humboldt liga esta idea a una observación realizada
sobre el terreno.
El habitante de los trópicos —escribe— siente menos la necesidad de
los animales domésticos que el habitante de la zona templada, pues la
fertilidad del suelo lo dispensa de tener que cultivar una gran extensión de
terreno y porque los lagos y los ríos están colmados de gran cantidad de pá-
jaros fáciles de coger y que proporcionan un abundante sustento. El viajero
europeo se asombra al ver que los salvajes de la América meridional reali-
zan los más penosos esfuerzos para amansar monos, manaviris (Ursus
caudivolvulá), o ardillas, en tanto que no procuran reducir el estado de
domesticidad los numerosos animales útiles que se ocultan en las selvas
circundantes.424
Aparece aquí un nuevo elemento. Si el medio determina en primer lugar
las costumbres sociales, es por cierto al hombre a quien le corresponde
sacar provecho de ese medio; en este caso, utilizar los animales que en él
habitan.
El maíz, cereal americano por excelencia, es sumamente fecundo. En su
estudio acerca de los vegetales americanos, Humboldt calculó que una
fanega de maíz puede llegar a producir hasta ochocientas fanegas de dicho
cereal. El rendimiento promedio es de 160 a 1, lo cual es en verdad asom-
broso. Por otra parte el maíz se adapta más fácilmente que el trigo, y se

¡ En el mismo pasaje, p. 335, Humboldt destaca que numerosas tribus del Orinoco
practican un seminomadismo combinando la caza con la agricultura, “el indígena del
Orinoco viaja con sus semillas, transporta sus cultivos (conucos) al igual que el árabe
transporta su tienda y cambia de área de pastoreo”. Tales costumbres no permitieron
el desarrollo de zonas permanentes de cultivo como las que hay en Europa, en las que
los cereales “exigen vastos terrenos y trabajos más asiduos”, ibid., p. 335.
423Esta observación es interesante. Recuérdese en especial las costumbres de los
aztecas. Antes de fijarse definitivamente en la meseta central practicaban también ellos
la agricultura nómada, deteniéndose unos meses para sembrar y cosechar el maíz, y
levantando el campamento para reanudar el trayecto.
424 Essai polit. Nouv. Esp., tomo m, libro iv, cap. ix, pp. 61-62.
Las civilizaciones amerindias: la “civilización” y las civilizaciones

-uede cultivar en las tierras calientes, en las templadas y aun en las tierras
Las de la Nueva España. Humboldt se sintió vivamente impresionado ante
ia riqueza de la agricultura americana.

¡/¡s plantas cultivadas


gn el Ensayo político sobre la Nueva España, Humboldt indica un cierto
número de vegetales que sabe que fueron descubiertos y cultivados por los
indios.425 La lista comprende la mandioca (Manihot utilis ima; Manihot
dulcís); la yuca (Manihot esculenta); el maíz (Zea mays); la papa (Solanum
luberosum y demás variedades); la patata dulce (Ipomaea batatas); llama-
da apichu en el Perú y camote en México; el tomate (Lycopersicum esculen-
tum), también denominado jitomate; lo que él da en llamar “pistache de
terre" y que no es otra cosa que el cacahuate o maní (Arachis hipogeo); la
guindilla (Capsium annum), mejor conocido bajo el nombre de chile, ají o
pimienta; la quinoa o quinua del Alto Perú (Chenopodium quinoa); la
judía (Phaseolus vulgaris, Ph. multiflorus etc.), llamada frijol en México y
puruto o poroto en quechua; las cucurbitáceas, de las que indica solamente
una variedad peruana (a la que llama capallu); la vainilla (Vanil afragans);
el cacao (Theobroma cacao o Th. angustifolium). En la Nar ación históri-
ca no olvida mencionar la excelencia de frutas tropicales tales como el
mamey (Calocarpum mammosum y Mammea americana); la parta o agua-
cate (Persea americana), así como las diversas variedades de anonas: el
jachalí (Annonna reticulata, An. lutescens), la chirimoya (Annona cherimo-
la), el corosol (Annonna muricatá), más conocido como guanábana, la
papaya (Carica papaya) y Analmente la piña o ananá (Ananas sativus).
Asimismo, nuestro autor sabía que los indios americanos cultivaban una
variedad de algodón (Gos ypium barbadensis), y que entre los demás vege-
tales de aplicación textil o industrial conocidos por ellos se contaban el
ágave, o sea el ixile (Agave ixtli), el maguey (Agave americana) y el hene-
quén (Agave furchroydes), del cual sabía que los indios fabricaban papel y
que era también utilizado para hacer cuerdas y sogas;426 el tabaco (Nicotiana
tabacum y N. rustica), el índigo o añil (Indigofera suf ruticosa), el palo de
Campeche etcétera.
Hemos seleccionado estos pocos ejemplos a fin de demostrar que
Humboldt estaba muy al tanto del enorme valor de las diversas plantas
útiles conocidas por el mundo indígena desde antes del descubrimiento.
Por otra parte es verdad que incurrió en algunos errores al atribuir a ciertos
vegetales un origen americano; tal es el caso del bananero (Musa), el cual
proviene de Asia, y no de América como afirma nuestro autor. A su juicio, el

425 Ibid., tomo H, libro iv, cap. ix, pp. 369-497 y tomo III, libro iv, cap. x, pp. 1-108.
426I Vues des Cordilléres, tomo i, pp. 162-208 y tomo II, p. 240. Véase también,
tomo II, pp. 186-187, donde Humboldt hace mención de los puentes de cuerdas
fabricados por los indios del Perú.

30
9
Humboldt y el indio americano
conjunto de estas observaciones prueba que “América no era, ni remotamen-
te, lo pobre en plantas alimenticias que —en base a ideas sistemáticas—
dejaron entrever algunos sabios, los cuales conocían el Nuevo Mundo tan
sólo a través de las obras de Herera (s i c ) y de Solís”.9
Pero según su opinión, la riqueza de la agricultura americana no basta-
ba para probar la existencia de una civilización avanzada.

El grado de civilización de un pueblo —escribe Humboldt— no guarda


ninguna relación con la diversidad de los productos resultantes de su
agricultura o de su horticultura. Esta diversidad será mayor o menor,
según sea que las comunicaciones entre regiones distantes hayan sido
frecuentes, o que los pueblos separados del resto del género humano
desde muy antiguo se encuentren —a causa de su situación local— en
un aislamiento absoluto.10

Esto no tiene por qué asombrar a nadie, ya que tanto los griegos como
los romanos —con todo lo civilizados que eran— no conocieron más que
una cantidad bastante reducida de hortalizas y legumbres. Así pues,
Humboldt considera que el cultivo de ciertas plantas bien puede ser una
consecuencia del azar: puede surgir como efecto de migraciones, por ejem-
plo, o a raíz de un fortuito traslado de simientes de un punto a otro del
globo. Es decir, en gran medida depende de circunstancias ajenas a la vo-
luntad del hombre. Sin embargo, sería legítimo destacar que si bien no hay
dudas acerca del importante papel que el azar desempeña en este terreno,
también es cierto que el descubrimiento y la domesticación de las plantas
útiles son el resultado de una investigación paciente, racional y lógica, a la
que Humboldt omite tomar en consideración." La labor de domesticación
y de selección de las especies vegetales llevada a cabo por los amerindios
antes del descubrimiento no es reconocida por parte de nuestro autor en su
verdadera dimensión. Da la impresión de que su óptica se hubiera visto
falseada por sus investigaciones sobre las migraciones de las plantas, sin

I
Clara alusión a Buffon.
10
E s s a i p o l i t . N o u v. E s p. , tomo n, libro iv, cap. ix, p. 477.
II
Juan Comas señala con todo acierto la existencia de una auténtica técnica
agrícola entre ciertos grupos aborígenes americanos, que se materializa en
sistemas de
irrigación bastante perfeccionados y en los cultivos en terrazas, sistema que aún
hoy
tiene vigencia en los altiplanos andinos. Véase Juan Comas, E n s a y o s s o b r e
i n d i g e n i s m o, cap. xrv, pp. 116-117.
icner suficientemente en cuenta el factor humano, el cual interviene en la
Las civilizaciones amerindias: la “aviLizACióN” y las civilizaciones

historia de los pueblos de una manera decisiva.

| metalurgia
S¡ bien Humboldt no llegó a comprender totalmente el hecho de civiliza-
ción al que acabamos de referimos, no le ocurrió lo mismo en los demás
terrenos, y mucho menos en lo que al campo de la metalurgia concierne.
Ya
hemos visto que los monumentos mexicanos y peruanos produjeron en él
un gran asombro, y que la perfección del sistema constructivo de la
arquitec-
tura incaica lo impresionó vivamente. A propósito de los edificios visita-
dos en la provincia del Azuay, recuerda haber sido el primero en “dudar
de
que los peruanos no hayan conocido otras herramientas que las hachas
de piedra”. Se había creído que alisaban las piedras por medio del frota-
miento. Humboldt supone que por lo menos conocían el cobre “que, com-
binado en una cierta proporción con el estaño, adquiere una gran
dureza”.
Por intermedio del padre Narcisse Girbal, envió a Francia un antiguo
cincel
peruano que había sido descubierto en una mina de plata cerca del
Cuzco.
El objeto fue analizado por Vauquelin, quien determinó que el metal con-
tenía 0.94 gr. de cobre por cada 0.6 gr. de estaño. Se trataba pues, de un
cobre de gran poder de corte, idéntico al que usaban los galos en la
fabrica-
ción de sus hachas. Con respecto a México, y basándose en Cortés y en
Clavijero, Humboldt llega a las mismas conclusiones. Los indios de esas
regiones sabían extraer el metal de la tierra, fundiéndolo en barras. Los
orfebres mexicanos eran sumamente hábiles, al igual que los muiscas del
reino de la Nueva Granada. Los indios empleaban también el plomo y el
es-
taño que extraían de los filones de Taxco y de Ixmiquilpan, así como el ci-
nabrio de las minas de Chilapan.427 El empleo de un cobre tan duro como
el
a e s de los romanos les permitió, pues, a los amerindios, trabajar las
piedras

427I Essaipolitique, tomo m. libro ív, cap. xi, pp. 1 14ÍS. En este pasaje,
Humboldt
retoma y desarrolla los hechos ya descritos en las Vues des Cordilléres,
tomo i,
"Intérieur de la Maison de l’ínca, au Cañar”, pp. 313-314 y p. 323.

313
Humboldt y el indio americano
más duras, tales como las dioritas, el pórfido basáltico etcétera.
Estas comprobaciones no constituyen ninguna novedad. En su H i s t o -
r i a d e A m é r i c a, W. Robertson hace ya mención de hachas y de
instrumen-
tos cortantes de cobre. Hoy se sabe que las técnicas metalúrgicas de los
indios estaban muy desarrolladas. Paul Rivet demostró que conocían por
lo menos doce técnicas diferentes para trabajar los metales. 428

428| Paul Rivet y H. Arsandaux, La métallurgie en Amérique pré-colombienne.


Humboldt y el indio americano

Civilización y civilizaciones
Una agricultura diversificada no constituye una prueba de civilización.
Pero la metalurgia sí lo es, al igual que la aptitud para construir edificios y
edificar ciudades. Humboldt agrega también al crédito de las sociedades
precolombinas más evolucionadas una organización política y militar com-
pleja, y la presencia de una admirable infraestructura de caminos, de cana-
les etc., como es el caso de Perú. Todo esto —a su juicio— aboga en favor
de la civilización. Pero a pesar de todo, no llega al extremo de afirmar que
dichos pueblos habían alcanzado un grado de civilización total. ¿Cuáles
son las razones de tales reservas? Sencillamente dos aspectos relativos a
sus costumbres y a su organización política, por los que en todo momento
experimentó un considerable rechazo: por una parte los sacrificios huma-
nos y el canibalismo;429 por la otra las estructuras “teocráticas” del Estado
mexicano y del Estado peruano. Ambas características le disgustaron pro-
fundamente, y es sumamente importante que descubramos las razones que
tuvo para ello, pues así podremos arribar a una definición de lo que —según
Humboldt— es la civilización.
Al final de su estudio sobre la división del tiempo entre los antiguos
mexicanos, Humboldt concluye que el pueblo azteca, “que fijaba sus fies-
tas según el movimiento de los astros y que grababa su fastos sobre un
monumento público (la Piedra del Sol), había accedido indudablemente a
un grado de civilización superior al que le asignaron Pauw, Raynal y aun

429 Estas costumbres impresionaron mucho a Humboldt. En una carta a


Wildenow
fechada el 21 de febrero de 1801 en La Habana, escribe: “¡Pero en cambio, qué
placer
el de vivir en estas selvas indias donde uno se encuentra con tantas poblaciones
indias
independientes entre las cuales se encuentra un resto de cultura peruana! En
ellas es
posible ver pueblos que cultivan bien la tierra, que son hospitalarios, que
parecen
gentiles y humanos, tal como los habitantes deTahití, pero que al igual que éstos
son
antropófagos”, Hamy, Lettres américaines d’Alexandre de Humboldt, p.
112. Halló
señales de antropofagia el 11 de mayo de 1800 en la misión de Jávita, situada en
la
región de Mandavaca. En San Carlos de Río Negro, donde estuvo entre el 8 y el
lOde
mayo de ese mismo año, le hablaron del célebre jefe indio Cocuy... ¡que se
comía a las
mujeres más gordas de su serrallo!
13
Vues des Cordilléres, tomo II, pp. 97-99.
314
Robertson, el más atinado de los historiadores de América”. Esta compro-
bación nos permite confirmar lo que aseverábamos en los capítulos prece-
dentes. Aun conservando la herencia filosófica europea, Humboldt sabe
despojarla de la hojarasca, y de ninguna manera admira a los escritores
“filósofos” al lote, indistintamente. Pero lo que escribe a continuación
resulta mucho más interesante: “Estos autores consideran como bárbaro
cualquier estado del hombre que se aleje del tipo de cultura que ellos se
hayan formado a partir de sus ideas sistemáticas. No podemos admitir estas
distinciones tajantes entre naciones bárbaras y naciones civilizadas”. 13

316
La vida social y política, las manifestaciones religiosas, los monumen-
Í¡ | las artes, presentan enormes contrastes de civilización y de
barbarie.
No es posible decir que un pueblo es bárbaro porque realice
sacrificios
humanos, cuando por otra parte —como es el caso de los mexicas— ha
alcanzado logros culturales notables. Humbqldt pone de relieve así una
idea muy interesante para la etnografía: la de la desigualdad del
desarrollo
de los diversos sectores de la vida moral o intelectual de cada pueblo.
| Compara a la sociedad con los individuos: “Del mismo modo en que en
¡ estos últimos, todas las facultades del alma no alcanzan a desarrollarse
simultáneamente”, en las naciones, “los progresos de la civilización no se
manifiestan a un mismo tiempo en la templanza de las costumbres
públicas
y privadas, en el sentimiento de las artes, y en la forma de las
instituciones.
Antes de clasificar a las naciones es menester estudiarlas según sus
caracte-
rísticas específicas”.430
Humboldt destaca aquí otra noción igualmente básica, tanto en
historia
como en etnografía: la del carácter específico.
Es así que para juzgar la belleza de los monumentos de la América
antigua, en lo sucesivo ya no será legítimo considerar el arte grecolatino
como única referencia. La historia de los pueblos asiáticos recientemente
descubiertos, los monumentos egipcios que acababan de ser descritos por
los sabios franceses, aquellos que Humboldt revelara a Europa a través de
sus S i t i o s d e l a s c o r d i l l e r a s, todas estas manifestaciones de la
actividad
de espíritu humano se ofrecen al público en un momento —según dice
Humboldt— “en el cual no se considera indigno de atención todo lo que se
! aleja del estilo del cual los griegos nos dejaron inimitables ejemplos”.
Es por esta razón que los mexicanos y los peruanos “no podrían ser
juzgados según los principios extraídos de la historia de los pueblos que
nuestros conocimientos nos traen sin cesar a la memoria”. 431 Estos
princi-
pios de investigación constituyen la primera aplicación práctica de los
nuevos conceptos de la historia de la humanidad, tal y como habían sido
enunciados en el siglo xviii por Voltaire y por Herder. Pero con todo y esta
actitud de escoger un criterio que considera objetivo y una óptica
resuelta-

430 Ibid., pp. 98-99. Humboldt responde aquí a las ideas de su


hermano Guillermo,
que había establecido una jerarquía de los pueblos europeos, y para
quien los “salva-
jes” no constituían un tema de estudio aceptable. Véase más arriba, la p.
215.
431 Ibid., tomo i, Introduction, pp. 1 lrr., y p. 40.
mente nueva, Humboldt no siempre logró que su juicio se viera
despojado
de todo un conjunto de nociones morales propias de su época, y especial-
mente de la imagen que él se forjaba de lo que debían ser las relaciones
ideales entre el individuo y la colectividad. Y con bastante dificultad
acep-
ta las estructuras comunitarias del antiguo imperio inca.
HUMBOLDT Y EL INDIO AMERICANO
Este Imperio —escribe— se hallaba sometido a un gobierno teocrático que

aun favoreciendo los progresos de la industria, los trabajos públicos, y


todo aquello que indica —por así decirlo— una civilización en masa,
obstaculizaba el desarrollo de las facultades individuales [...] El impe-
rio de los incas se asemejaba a un gran establecimiento monástico, en el
cual a cada miembro de la congregación le estaba prescrito lo que debía
hacer en bien de la comunidad.

Los rasgos principales de esta sociedad eran, ajuicio suyo, “un desaho-
go general y una escasa felicidad privada’’, mucho de resignación y de
obediencia entre los súbditos, y espíritu de orden, cosas que en nada favo-
recían ni la audacia individual ni el desarrollo intelectual. Los súbditos del
Inca —concluye Humboldt— se hallaban reducidos al estado de simples
máquinas. Finalmente, las instituciones políticas “más complicadas de to-
das las que existen en la historia de la sociedad humana, habían ahogado el
germen de las libertades individuales”.432
En estos juicios se percibe un dejo del cuadro idílico de la sociedad
peruana que el Inca Garcilaso nos legara. Pero los elogios que este autor
acumula en sus C o m e n t a r i o s r e a l e s producen en Humboldt un efecto con-
trario; en lugar de lograr su adhesión, sólo consiguen enfriar en forma
notable el entusiasmo que precisamente deberían haber suscitado. Nuestro
autor se muestra aún más severo que el mismo Raynal. Este último tomó los
C o m e n t a r i o s r e a l e s al pie de la letra, aun cuando la apropiación colectiva
de las tierras cultivadas le haya parecido una monstruosidad. Difícilmente
Raynal pudo haber armonizado sus propios principios económicos —que
ponían a la libertad individual y a la propiedad privada por encima de
todas las cosas— con las descripciones del Inca Garcilaso.
Sin embargo, si se hace abstracción de estos conceptos tan propios de
los hombres del siglo XVIII, la definición del gobierno de los incas dada por
Humboldt resulta ser bastante justa. Alfred Métraux no lo define de otra
manera, aunque señala que el despotismo inca no era tan absoluto como
durante largo tiempo se creyó. Los datos que este autor nos proporciona
acerca del rigor de la justicia, de las deportaciones masivas de población y,
en general, del estilo de gobierno sumamente enérgico, y con frecuencia
demasiado expeditivo, permiten verificar que los juicios vertidos al res-
pecto por el viajero alemán no se apartan demasiado de la verdad.
En los S i t i o s d e l a s c o r d i l l e r a s, Humboldt parece haber recogido una
creencia que, principalmente a través del Inca Garcilaso, se hallaba bastan-
te difundida en Europa: la de que la teocracia peruana habría sido “menos

432 Ibid., tomo i, pp. 40-42.


LAS CIVILIZACIONES AMERINDIAS: LA “CIVILIZACIÓN” Y LAS CIVILIZACIONES
gjH I
|fCSjva” que el gobierno de los reyes mexicanos. En cambio, en el
------------------------
¡ Ensayo
¡ t i c o s o b r e e l re i n o d e l a N u e v a E s p a ñ a se mega a establecer
una com-
P^ción entre lo que pudo haber sido la condición de los individuos en
uno y otro imperio. Señala que ya en su época, entre los indígenas del Perú
i ¿aba una mayor suavidad de costumbres, en tanto que “la energía del
mexicano degenera en dureza”.433 Atribuye esta disparidad a las
diferencias
de culto entre ambos pueblos y a lo diferente de sus respectivos gobiernos
Dadicionales. Aquí vuelve a hacer una concesión al Inca Garcilaso, quien
lograra hacemos creer durante mucho tiempo que los indios del Perú y de
los Andes en general no realizaban sacrificios humanos; cierto es, empero,
que en el Perú se descubren menos indicios de estas prácticas que en
México. El cariz sanguinario de la religión mexicana impresionó a todos
los observadores. En los escritos de Humboldt es escasa la información que
puede hallarse acerca de las instituciones políticas de los antiguos mexica-
nos, como no sea un resumen de la historia de los pueblos del Anáhuac;
todo lo contrario ocurre en lo concerniente a las prácticas religiosas de los
aztecas, ante las cuales se sintió vivamente impresionado.
Este asunto es abordado por nuestro autor al referirse al arte
mexicano.
En él se advierte —escribe— “una total ignorancia de las proporciones del
cueipo humano y una gran torpeza e incorrección en el dibujo, pero una
minuciosa búsqueda de autenticidad en el detalle de los accesorios”.
Existe una cierta contradicción entre el grado de civilización que pare-
ce haber alcanzado el pueblo mexicano en la organización social y políti-
ca, y el estado de barbarie en que se hallaban sumidas las artes de
imitación.
Si bien en este aspecto es posible observar una gran semejanza entre los
pueblos del Asia oriental y el de México, “que presentan el mismo contras-
te de perfeccionamiento social y de infancia en las artes”, éste es un hecho
que no puede ser explicado únicamente con base en la teoría del clima,
“teoria engañosa que atribuye pura y exclusivamente al clima, hechos que
se
deben al concurso de un gran número de circunstancias morales y
físicas”.434

433 Essaipolit. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 374ss.


434 Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 14855. Es necesario retener
esta interesante
idea. En el tomo i de esta obra Humboldt se pregunta en virtud de qué
“causas
secretas” el germen de las bellas artes no se ha desarrollado más que en
317
una diminuta
parte del globo. El medio no lo explica todo. “¡Cuántas naciones del Viejo
Continente
han vivido bajo un clima análogo al de Grecia y rodeadas de todo aquello
Según Humboldt, un arte tan basto refleja la ferocidad de costumbres
convalidada por un culto sanguinario, la tiranía de los príncipes y de los
LAS CIVILIZACIONES AMERINDIAS: LA “CIVILIZACIÓN” Y LAS
sacerdotes, los sueños quiméricos de la astrología, y la carencia de una
CIVILIZACIONES

que es capaz
de motivar la imaginación, sin que por ello se hayan elevado al sentimiento
de la
belleza de las formas, sentimiento319
que no ha presidido a las artes sino ahí
donde
fueron fecundadas por el genio de los griegos!”, ibid., tomo i, p. 47.
verdadera escritura. La suma de estos hechos ha “contribuido de manera ,
singular a perpetuar la barbarie de las artes y el gusto por las formas inco- to
rrectas y horrorosas”. í
Esas formas eran tales porque los ídolos creados por la imaginación
religiosa representaban todo un conjunto de símbolos que, reunidos de
acuerdo con ideas sistemáticas, eran el compendio de “lo más extraño que m
ofrece la naturaleza”.2' Dentro de su ingenuidad, esta idea es harto ingenio-
sa: explica muy bien la monstruosidad de las estatuas mexicanas que, tal y />s
V
como lo afirma Humboldt, son en verdad “seres puramente fantásticos" en V(í!
las cuales a una figura humana se ha acoplado toda una serie de signos
representativos de la función o las funciones del dios: serpientes, cabezas
de pájaros, cráneos humanos etc. El temor reverencial que los dioses así re-
presentados inspiraban no permitía modificaciones en las técnicas del dibu-
jo y de la escultura, hecho que, a juu io de nuestro autor, es la causa de que
las artes imitativas mexicanas no hayan podido realizar progreso alguno.
A este respecto hay otra característica cuya presencia también se desta-
ca: mientras que en los griegos la imaginación había sabido “derramar ti
delicadeza y encanto sobre los objetos más lúgubres”, los aztecas en cam-
bio parecen deleitarse con representar a la muerte: “En un pueblo que sufre
el yugo de un culto sanguinario, la muerte se presenta en todas partes bajo
l
k
los emblemas más pavorosos: se la ve grabada en cada piedra, se la descu-
bre inscrita en cada página de sus libros; los monumentos religiosos no
tienen otra finalidad que la de producir terror y espanto”.435 436
Por cierto, acto seguido Humboldt se entrega a describir la Coatlicue,
que es en verdad un ídolo sencillamente monstruoso.
Después de leer estas líneas, ¿podríamos decir que el autor no compren-
dió el carácter de la religión y del arte mexicanos? Seguramente que no. No
cabe duda de que los aztecas —más que ningún otro pueblo amerindio—
estuvieron cabalmente obsesionados por los misterios de la vida y de la
muerte; lo estuvieron en razón de que el tema fundamental de sus preocu-
paciones metafísicas era el tema del tiempo, el de su transcurso: “El ritmo
del tiempo, el goteo incesante de los días entre la eternidad del pasado y la
eternidad del porvenir les fascinaba”.437
Así pues, Humboldt captó perfectamente bien una de las características
esenciales del pensamiento religioso mexicano. Al igual que los cronistas
e historiadores españoles, percibió una crueldad excesiva y gratuita en los
sacrificios humanos, a los que además considera como una “superviven-
cia” de costumbres bárbaras en el seno de una sociedad que por otra parte

v[
0S
jjj
g
435 Ibid., tomo ii, p. 150.
436 Ibid., tomo u, pp. 152-153. f\
437 Pierre Chaunu, L'Amérique et les Amériques, p. 19. «0
lisbía progresado favorablemente. Lo único que pasa por alto es el hecho
!
^que a los indios tales prácticas no los horrorizaban en absoluto:
“Entre
i íjs víctimas y los victimarios —destaca Jacques Soustelle— no existe
nada
qUe se asemeje a la aversión ni la sed de sangre, sino más bien una extraña
fraternidad o mejor aún, una suerte de parentesco místico”.24
Humboldt coloca en un pie de igualdad los sacrificios humanos de
los
[ pueblos precolombinos y el canibalismo aún vigente en América
cuando el
! autor realiza su viaje. Y no se equivoca al considerar ambas prácticas
como
í dos aspectos, a diferente nivel, de un mismo comportamiento religioso.
Pero sus explicaciones sobre la antropofagia y sobre los ritos
inmolatorios
no agregan nada a las que al respecto habían dado los europeos entre el
siglo xvi y el siglo xvm. Piensa que en su mayoría los indios son
antropófa-
gos porque sólo conocen a los de su familia y a los de su tribu: “En todo
hombre que no hable su lengua, ellos ven a un ser básicamente distinto,
al
que dan caza como a una presa cualquiera”. Y si la cosa es así, es porque
todavía no se han civilizado del todo.
“Es la civilización —concluye— quien hace experimentar al hombre
la
unidad del género humano, quien le ha revelado —por así decirlo— los
lazos de consanguinidad que lo vinculan a seres cuyas lenguas y costum-
bres le son extrañas”.25
Explicación harto imperfecta es ésta, que en otras palabras viene a
signifi-
car que si los indios son antropófagos es porque no están civilizados, y
que
no son civilizados... ¡por ser antropófagos! Las limitaciones de la noción
humboldtiana de civilización son claramente perceptibles. Condena al
canibalismo y a los sacrificios humanos invocando valores puramente
cris-
tianos, lo cual hace en nombre de la humanidad, después de que
evangelizadores y misioneros lo hubieron hecho en nombre de Cristo. La
culpa no la tiene, sin embargo, el no haber comprendido el carácter
religio-
so de estas prácticas. Humboldt sabía muy bien que en Haití, por
ejemplo,
los indios tenían la costumbre de ingerir una pequeña porción del cuerpo
del difunto después de haberlo reducido a polvo, y varios otros casos de
canibalismo funerario del tipo de éste son bien conocidos por los
etnólogos.
Pero Humboldt se niega a aceptar estas costumbres, manteniéndose lisa
y
llanamente dentro de posturas etnocéntricas; para él, todas las
explicacio-
nes etnológicas del mundo no bastarían para disipar el sentimiento de
ho-
rror que experimentó frente a tales hábitos. ¿Habremos de reprocharle
sus 438 439

43824 Jacques Soustelle, La vie quotidienne des Aztéques á la veille de


la conquéte
espagnole, p. 127.
439 Relalion hist., tomo VQI, libro vm, cap. xxm, pp. 54-63. Uno de
los sirvientes
indígenas de Humboldt, hombre muy gentil y sumamente abnegado
¡confesó al autor
que su presa favorita era, en el hombre, el interior de las manos!
I

H UMBOLDT Y EL INDIO AMERICANO


juicios? De ninguna manera. Ellos expresan fielmente su concepto de civi- y
lización, un estado apacible de la sociedad en el que el hombre se encuen- J r
tra en armonía con sus semejantes, una suerte de Edad de Oro en la cual xi (
todos los sectores de la vida social deberían progresar armoniosamente, * Á
Pero con tristeza y desencanto observa que, por desgracia, en todos los p
rincones del mundo y en el seno de pueblos muy diferentes “los sacrificios L
humanos se mantienen dentro de una civilización bastante adelantada, y j
que los pueblos que acostumbran devorar a los prisioneros no son siempre il
los más embrutecidos ni los más feroces”. 440
Concluye con una cita de un poeta oriental: “de todos los animales, el f
hombre es el más extravagante en cuanto a costumbres, el más irregular en (í1
cuanto a inclinaciones”.441 Es de este modo como resume sus sentimientos |
acerca de un fenómeno cuyos orígenes y causas no ignora, pero que aun así ¡n
se niega a aceptar. Pero no le colguemos a Humboldt el cartel de ingenuo. jjj
Con respecto de las relaciones entre la perfección artística y el grado de ^
civilización, hemos visto ya la manera en que él “explicaba” la monstruo- jj
sidad de las esculturas y de los dibujos mexicanos: un pensamiento religio- j
so confuso, una “imaginación extraviada” producen ídolos o imágenes
“gigantescas y monstruosas”. Pero he aquí que, a propósito de las grecas
que decoran el palacio de Mitla, descubre un hecho sumamente curioso. Si
bien esos adornos se asemejan en ciertos aspectos a las guardas de los vasos
de la Magna Grecia y a otros objetos artísticos del Viejo Continente, no
debe deducirse por eso que son la expresión de una civilización muy avan-
zada, pues en todos los climas, los pueblos más diversos “se han complaci-
do con la repetición rítmica de formas idénticas, repetición que constituye
la característica principal de lo que vagamente denominamos grecas, mean-
dros y arabescos”.
Pero aún hay más. ¡El caballero Krusenstem, recuerda, “nos hizo cono-
cer arabescos de una elegancia admirable, tatuados sobre la piel de los más
feroces habitantes de las islas de Washington”! 442
¿Qué conclusión sacar de estas observaciones aparentemente contra-
dictorias? Humboldt todavía se muestra prisionero de los esquemas
racionalistas del siglo XVIII, y no ha logrado liberarse totalmente de su
cultura clásica. Pero debemos reconocer que aun así supo despejar algunas
leyes fundamentales, tales como la de desigualdad de desarrollo en el seno
de las sociedades humanas, la de los caracteres específicos nacionales o
étnicos, y finalmente la noción esencial de que los hombres no sufren nece-
sariamente la ley del medio en que viven: inventan formas originales de
vida, crean formas específicas de arte, construyen su propia historia, con-

440 Ibid., tomo vi», libro vm, cap. xxiii, pp. 57-58.
441 Ibid., tomo vil, libro vil, cap. xxii, p. 505.
4422* Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 284-285.
320
Endose así la diversidad de culturas nacionales, lo que no contradice la
creencia humboldtiana en la unidad del género humano. En la historia del
hombre, Humboldt ve reaparecer las mismas características que antes des-
cubriera en la historia de la naturaleza: la unidad en la diversidad.
Precisa-
mente, es esta diversidad lo que a él le interesa, la que lo impulsa a
describir
sociedades tan distantes de las nuestras en el tiempo y en el espacio. Tam-
bién la noción de distancia en el tiempo constituye un elemento clave del
pensamiento de Humboldt sobre dichas sociedades, pues si bien por un
lado afirmó que las mismas no podían ser consideradas “bárbaras” o
“salva-
jes”, por el otro no dejó de percibir claramente que de todos modos consti-
tuían un tipo de sociedades que se hallaban todavía “en la infancia”.
Nuestro
autor emplea frecuentemente esta expresión, que en el vocabulario de los
antropólogos actuales ha sido reemplazada por el concepto de sociedades
arcaicas. Es justamente así como Alfredo Métraux caracteriza al imperio
peruano;443 y lo mismo puede decirse de la sociedad mexicana. Ambas civi-
lizaciones amerindias no superaron jamás la etapa calcolítica, es decir la
edad de la piedra y del cobre.444 El testimonio de Humboldt lleva implícita
la señal de su asombro frente a los contrastes —difícilmente explicables—
entre el extraordinario desarrollo de las especulaciones religiosas de los
pueblos amerindios y su relativa pobreza en el terreno de los
descubrimien-
tos técnicos; entre el refinamiento de su concepción cosmogónica y el
salvajismo de algunas de sus costumbres sociales.
En nuestros días estas contradicciones continúan planteando los mis-
mos problemas a los etnólogos, quienes todavía no han logrado ponerse de
acuerdo sobre una definición de las sociedades precolombinas que sea
clara y precisa. La sociedad mexicana, en particular, suscita las más
encen-
didas polémicas. Lévi-Strauss se refiere a la sociedad azteca, “herida
abier-
ta en el seno del americanismo”, diciendo que los antiguos mexicanos

443s Alfred Métraux, Les Incas, “tanto el régimen de la propiedad, en


particular,
como las obligaciones de los súbditos hacia el emperador, han sido
interpretados
según terminología y conceptos europeos que no convenían sino de manera
muy
imperfecta a una civilización que, a pesar de su complejidad y de su
refinamiento, era,
en muchos aspectos, arcaica”, p. 85.
444 Chaunu, L’Amérique et les Amériques, p. 15.
demostraron una “obsesión maniática por la sangre y la tortura”; esta
obse-
sión es sin duda universal ya que es posible hallar rastros de ella en todos
los pueblos de la tierra, pero entre los aztecas es “patente”. 445 J. Soustelle
rechaza esta opinión.446 No admite reconocer en los aztecas esta “tendencia
psicológica innata hacia la crueldad”. Retomando la opinión de Voltaire,

445 Lévi-Strauss, Tristes trapiques, p. 350.


446 Jacques Soustelle, Les quatre soleils, p. 236.
según la cual, “es casi imposible leer la historia sin concebir horror para el
género humano", señala que ningún pueblo podría presentarse “libre de
toda mancha ante un tribunal ideal de la conciencia: si bien no son todos
igualmente culpables, no hay entre ellos ningún inocente”. Estas opinio-
nes divergentes de dos grandes americanistas de nuestra época reproducen,
a ciento cincuenta años de distancia, la perplejidad de Humboldt ante un
pueblo tan cruel y refinado como fue el pueblo azteca. *
Las cualidades morales del indio,
sus condiciones de vida

0 cuadro de los indios americanos —particularmente los mexicanos— que


Humboldt nos legara está pintado con colores bastante sombríos: a nuestro
viajero le impresionó profundamente la miseria de las masas indígenas.
En el E n s a y o p o l í t i c o s o b r e e l re i n o de l a N u e v a E s p a ñ a
esboza una
descripción de sus cualidades y defectos; dice que son sobrios, indolentes,
graves, severos, silenciosos, tristes, reservados, impasibles o flemáticos,
pacientes o sufridos. Sumidos en la mayor ignorancia, se muestran supers-
ticiosos y muy atados al grupo familiar o tribal, a sus costumbres; muy
aficionados a las artes, las practican asiduamente pero con poca imagina-
ción y sin ninguna originalidad; con demasiada frecuencia se entregan a la
bebida.447
A Humboldt le resulta difícil —por no decir imposible— atribuir esos
rasgos de carácter o comportamientos a una causa especifica. ¿La influen-
cia del medio? ¿La prolongada opresión de que fueron víctimas los indios
durante la época colonial? ¿Podría ser quizás la eliminación de las clases
más elevadas y cultas de la sociedad mexicana, realizada en los primeros
tiempos de la Conquista?448

447 Repetimos aquí en forma casi textual el excelente resumen que, en


Ensayos
sobre Humboldt, José Miranda hizo del cuadro humboldtiano sobre los
indios mexica-
nos. El cuadro se halla en el Essaipol. Nouv. Esp., tomo 1 libro n, cap. vi,
pp. 344-415.
448 Recordando el gran número de mendigos que colman las calles de
México,
considera difícil juzgar con precisión el grado de cultura y de desarrollo
intelectual
que pudo haber tenido el pueblo azteca: “Si de la nación francesa o de la
alemana
algún día no quedara otra cosa que los agricultores más pobres [...] ¿Se
leería
Humboldt y el indio americano

Humboldt considera atentamente todas estas hipótesis, agregando que


esa tristeza, esa reserva, ese abatimiento de los indios podrían deberse tam-
bién a sus antiguas formas de gobierno, que muy poco margen dejan a la

acaso en sus rasgos que ellos pertenecían a pueblos que produjeron los
Descartes,
los Clairaut, los Kepler y los Leibniz?”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i,
libro n
cap. vi, pp. 370-371.

324
iniciativa individual.' opinión sobre la cual más adelante tendremos oportu-
nidad de volver. José Miranda señala que los rasgos del carácter indígena
revelados por Humboldt ya habían sido expuestos en diversas obras .ante-
riores.449 450 Se trata de lugares comunes —afirma— que Humboldt recogió de
entre la sociedad colonial blanca. De acuerdo, pero agreguemos por nues-
tra parte que esos testimonios no fueron los únicos con que Humboldt
contó como fuente de información. Por el contrario, se basa también y
sobre todo en las observaciones que realizara personal y directamente en
el curso de su viaje. Por ejemplo, tanto en las misiones del Orinoco como
en México, nuestro autor asistió a varias fiestas organizadas por los in-
dios, advirtiendo en todas ellas la extrema tristeza de los festejos:

La música y la danza de los indígenas sufren la carencia de alegría que


los caracteriza. Nosotros, el Sr. Bonpland y yo, hemos observado esto
mismo en toda la América meridional. El canto es lúgubre y melancóli-
co. Las mujeres despliegan mayor actividad que los hombres; pero com-
parten los infortunios de la esclavitud a la que está condenado su sexo
en todos los pueblos donde la civilización es aún muy imperfecta.’

449' Aquí Humboldt se refiere exclusivamente a los indios “reducidos" y a los


que viven bajo la protección de las leyes españolas, los cuales se hallan someti-
dos a una esclavitud de hecho. En cuanto a los indios bravos, se los reduce hacien-
do de ellos en pnmer lugar esclavos. Los hay de dos clases; 1) los poitos, indios
jóvenes capturados mediante las entradas o cazas de almas llevadas a cabo en los
alrededores de las misiones, sobre todo en las selvas del Orinoco y del Caura,
los niños son utilizados como esclavos hasta cumplir la mayoría de edad; 2) los
individuos hechos prisioneros en México durante la guerra de fronteras de las pro-
vincias del norte: se trata de los mecos y de los apaches. En primer término se los
encierra en la prisión de la Acordada, en México, para ser luego deportados a
Veracruz o a Cuba; “allí no tardan en perecer, al igual que todo indio salvaje al
que se le saca de la alta meseta central y se le lleva a las regiones más bajas, y por
consiguiente las más calurosas’’. Esos indios son sumamente feroces y toda vez
que logran evadirse cometen las atrocidades más horribles, Essai pol Nouv
Espagne, tomo i, pp. 445rs.
450 Humboldt se inspira sobre todo en Clavijero, Historia antigua de México, libro
i, cap xvii, “Carácter de los mexicanos y demás naciones de Anáhuac”, pp. 117-143.
Después de dar la descripción física del mexicano, Clavijero señala que éste, sobrio
en el comer, bebe exageradamente, a tal punto que "la apilad de la nación no acaba el
día en su juicio". Además, el indio es flemático, lento, reservado, paciente y sufrido,
seno, taciturno, severo etc Es evidente que la descnpción de Humboldt se inspira
ampliamente en Clavijero.
■ tssai polit Nouv. Esp., tomo i, libro u, cap. vi, p. 380.
José Miranda dice que Humboldt también hizo eco de otro lugar co-
ún propio de la época colonial: el de que los indios son perezosos. Sin
mbargo no deja de reconocer que Humboldt suaviza su opinión “al atri-
ijuir este rasgo característico en gran parte a la influencia del trópico, a la
dignidad del clima y fertilidad del suelo, y al régimen de dominación
bajo el cual esos indios vivían”.
Todo esto es exacto, más aún, José Miranda podría haber reproducido
también ciertos pasajes de la Narración histórica en los que Humboldt
explica con más detalles esa “indolencia” indígena. Recorriendo la penín-
sula de Araya, le sorprendió enormemente la actitud que el guía indio to-
mara en cierta ocasión: después de haber avanzado apenas una legua de
camino, manifiesta su intención de detenerse a la sombra de un tamarindo
para esperar allí la noche. ¿Es acaso que su constitución física no le permite
seguir adelante? Nada de eso. Lo que sucede es que al indio americano “no
hay nada que logre incentivarlo. El dinero carece de atractivos para él, y si
por un momento se ha dejado seducir por el afán de lucro, se arrepiente de
la decisión tomada no bien emprende la marcha”.
Pero ese mismo indio que se niega a transportar la más pequeña caja
conteniendo plantas, es capaz de remar a contra corriente durante catorce o
quince horas “pues desea regresar con su familia”.451
Esta falta de interés por el dinero no facilitó ciertamente las tareas de
recolección de especies vegetales realizadas por los viajeros:

En las misiones del Orinoco —relata Humboldt— [...] uno se encuen-


tra rodeado de indios satisfechos de su pobreza, a quienes su estoicismo
y su salvajismo los hace ricos. Ni dinero ni ofrecimiento alguno, de la
especie que sea, los decidiría a desviarse tres pasos del camino, cuando
por casualidad existe un camino. Esta inexpugnable apatía de los indí-
genas irrita tanto más al viajero europeo cuanto al mismo tiempo ve a
esos hombres encaramarse por doquier con una agilidad extraordinaria
siempre que se trate de satisfacer sus propios deseos: atrapar un loro,
una iguana o un mono.452

Lo mismo sucede en La Habana: los negritos a quienes se les pide que


trepen a la copa de las palmeras y corten las flores blancas como la nieve, se
rehúsan a hacerlo despreciando el par de piastras que se les ofrece como
paga.453

451| Relation hist., tomo n, libro n, cap. v, pp. 360-361.


452 Tableaux de la Nature, cap. x. “De la physionomie des plantes,
Palmiers”,
pp. 498-499.
453 Ibid., p. 499.
Humboldt y el indio americano

Aquí, Humboldt pone de relieve la influencia del clima, por cierto,


pero además saca a relucir un concepto mucho más interesante: los indí-
genas americanos no reaccionan frente a los mismos estímulos que los
europeos. El sistema mercantilista de intercambio no ha despertado en
ellos el menor interés.454
Humboldt afirma que la impasibilidad y la sangre fría de los indios
alcanzan niveles superlativos, basando su declaración en pruebas concre-
tas. Recuerda en particular los naufragios que sufriera su embarcación los
días 6 y 7 de abril de 1800 no lejos de la misión de la Urbana. A raíz de una
falsa maniobra del timonel indio, la barca fue volcada por una ráfaga de
viento y mal que bien aquél logró enderezarla nuevamente. “Nos salvamos
de puro milagro. A la andanada de recriminaciones con que se le atiborró, el
timonel opuso su indígena tranquilidad [...] Sin inmutarse aseguró que
sobre aquellas riberas a los blancos no les faltaría sol para poner a secar
sus papeles".455
Finalmente, si bien Humboldt pone manifiestamente en duda la falta de
imaginación de los indios en materia artística, pues resulta difícil evaluar
con exactitud las disposiciones morales o intelectuales de los diversos
pueblos, parece aceptar en cambio —tal y como lo observara José Miranda—
la falta de originalidad que se les atribuye. Los indios —dice Humboldt—
“que con instrumentos muy rudimentarios realizan bellas esculturas en
piedra o en madera, no han hecho otra cosa en trescientos años más que
imitar servilmente los modelos traídos consigo por los europeos a princi-
pios de la conquista”.456
José Miranda no está de acuerdo con este juicio, y cita a propósito el
pasaje en el cual Clavijero afirma que los indios eran igualmente hábiles
en la imitación y en la creación.457 Al párecer, este autor no ha tomado su-
454 La misma idea se encuentra en Clavijero: “El desinterés y la liberalidad
son
de los principales atributos de su carácter. El oro no tiene para ellos todos los
atractivos que tiene para otros. Dan sin dificultad lo que adquieren con sumo
trabajo. Su desinterés y su poco amor a los españoles les hace rehusar el trabajo
a que éstos los obligan, y ésta es la decantada pereza de los americanos”, Histo-
ria antigua de México, tomo i, libro i, cap. XVII, p. 141.
455 Relación hist., tomo vi, libro vil, cap. xix, p. 298. Humboldt rinde
homenaje
a su timonel indio en Venezuela, “un guayquerí recomendable por su carácter,
todo sagacidad en la observación, y cuya dinámica curiosidad se orientaba tanto
hacia los productos del mar como hacia las plantas aborígenes [...] Me complaz-
co en consignar en este diario de viaje el nombre de Carlos del Pino, quien duran-
te dieciséis meses nos siguió en nuestros recorridos a lo largo de las riberas y
hacia el interior de las tierras”, ibid., tomo n, cap. m, p. 58.
456 Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, libro II, cap. vi, p. 380.
457la invención. Error vulgar que se ve desmentido en la historia antigua de la

330
ficicniemente en cuenta lo que escribe Humboldt con respecto de las imá-
genes o estatuas de santos esculpidos por los indios. “En México —dice
nuestro autor— las imágenes cristianas han conservado esa rigidez y esa
dureza de trazo características de las representaciones jeroglíficas del si-
glo de Montezuma”.458
Esta idea es sumamente interesante. A pesar de su indiferencia frente
al arte de la época colonial, Humboldt percibió muy bien la omnipresen-
cia del indio o del mestizo en los testimonios artísticos del sentimiento
religioso en México. Basta hojear un álbum de obras maestras del arte
colonial mexicano para descubrir —particularmente en el barroco— la
indiscutible huella de las técnicas aborígenes.
En realidad, no fueron tanto las cualidades o defectos de los indios lo
que durante largo tiempo acaparó la atención de Humboldt, sino más bien
sus condiciones de vida, y la explotación a la que habían estado y estaban
todavía sometidos en el momento de su viaje. La esclavitud de los indios
nunca fue aceptada por la Corona, lo cual no quiere decir que no hayan
sufri-
do una opresión verdaderamente odiosa: “Relegados a las tierras menos
fértiles, indolentes por carácter y más aún a consecuencia de su situación
política, los nativos no viven sino al día”.459
Aquí el autor pone de relieve un aspecto esencial de lo que en nuestros
días se ha dado en llamar, según la expresión de Oscar Lewis, la antropolo-
gía de la pobreza; esa pobreza crónica de las masas indígenas que no se
sabe si es la causa o el efecto de su indolencia y de su resignación, pero
que sin duda es el resultado más patente de la colonización.
Durante su estadía en México, Humboldt pudo comprobar las desas-
trosas consecuencias del trabajo forzado, de la mita. Esta fue —recuer-
da— una de las principales causas de despoblamiento en el siglo xvi y en
el siglo xvii, y en 1804 todavía tiene vigencia en el sur del Perú. El exceso
de trabajo y sobre todo el cambio de clima a que se ven sometidos los
mitayos, provocan una enorme mortalidad. 460 En México la situación pare-

na-
ción”, Historia antigua de México, tomo i, p. 140. Se advertirá, sin embargo,
que
Clavijero se refiere exclusivamente a los antiguos mexicanos y no a los indios
contemporáneos. Por el contrario, Humboldt habla aquí de los artesanos
mexica-
nos de la época colonial y en particular de los pintores y escultores indígenas,
autores de estatuas y de imágenes religiosas.
458 Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, p. 381.
459 Ibid., tomo i, libro II, cap. vi, p. 391.
460 “La mita —escribe Humboldt— es una ley bárbara que obliga al
indio a
abandonar sus lugares y a trasladarse a provincias distantes donde hay escasez
de
ce ser mejor. Los indios tienen libertad de trabajo, aunque a veces se recu-

brazos para extraer las riquezas subterráneas”, ibid., tomo i, p. 338


rre a la mita para la realización de grandes obras, como sucedió en el caso
de la construcción del desagüe de la ciudad de México. Humboldt refiere
que entre 1796 y 1798 —prácticamente en vísperas de su viaje a América—
los indios fueron obligados a trabajar en el desagüe bajo pésimas condi-
ciones de higiene. El desagüe, cuyos trabajos se han venido realizando
durante dos siglos, es el principal responsable de la miseria indígena en el
valle de México.461
Aparte de estas supervivencias coloniales, se da la existencia de otra
forma de explotación del trabajo indígena: el sistema de endeudamiento
perpetuo del obrero. Humboldt tuvo oportunidad de observar la práctica de
este sistema cuando en Querétaro visitó los talleres textiles, cuya insalubri-
dad, así como los malos tratos infligidos a los obreros le produjeron la
más viva indignación.

Hombres libres —escribe—, indios y gentes de color, son mezclados


allí con presidiarios que la justicia distribuye en las fábricas para hacer-
los trabajar a jornal. Unos y otros andan semidesnudos, sus extenuados
y raquíticos cuerpos apenas cubiertos con harapos. Cada taller se ase-
meja a una oscura prisión: las puertas, que son dobles, permanecen
constantemente cerradas y a los obreros no les está permitido salir del
edificio; los que son casados sólo pueden ver a su familia el día domin-
go. Si cometen el menor delito contra el orden establecido en la fábrica,
son azotados sin piedad.

¿Mediante qué procedimiento consiguen los empleadores que sus obre-


ros se vean obligados a trabajar en semejantes condiciones? Mediante el
sistema del endeudamiento.

De entre los indígenas se selecciona a los que se ven más miserables


pero que revelan aptitud para el trabajo, y se les adelanta una pequeña
suma de dinero. El indio, a quien le fascina emborracharse, la gasta en
pocos días; convertido en deudor del amo, es encerrado en el taller ba-
jo pretexto de saldar la deuda con su propio trabajo. Se le paga a razón
de tan sólo un real y medio o de veinte centavos torneses por día; en
lugar de pagarle con dinero contante, el amo se ocupa de proporcio-

461 Ibid., tomo ii, libro III, cap. vnfe pp. 134-136. La mita del
desagüe de México
es considerada por Humboldt como una anomalía de un país “donde la
explotación
de minas es hoy un trabajo totalmente libre, en el cual el indígena goza de
más
libertad personal que el campesino del sector noreste de Europa”, ibid., p.
135.
narles la comida, el aguardiente y los andrajos, sobre cuyo precio gana
Las cualidades morales del indio, sus condiciones de vida
entre el cincuenta y el sesenta por ciento, de esta manera aun el obrero
más laborioso queda endeudado de por vida, y sobre él se ejercen los
mismos derechos que se cree tener sobre el esclavo que se compra. 462

Gn esta descripción se reconoce el modelo de la célebre “tienda de


raya”, que ejerció su rigor especialmente en México hasta la revolución de
1910-1917 y que aún se mantiene vigente en algunos países de la América
española: los novelistas indigenistas contemporáneos la mencionan fre-
cuentemente en sus obras. Es perceptible, pues, que en 1803 Humboldt
supo captar uno de los aspectos fundamentales de la explotación económi-
ca de los indios. La mita bien podía ser abolida en la constitución de los
Estados libres de la América española después de la independencia, que ya
los propietarios habían elucubrado una solución alternativa. En el capítulo
consagrado a los negros se verá que algunos amos aceptaron liberar a sus
esclavos solamente en la medida en que advirtieron que podían convertir-
los en peones asalariados, manteniéndolos en esclavitud merced al endeu-
damiento perpetuo.
Sin embargo no todos los indios son miserables, sino que —tal y como
lo detectara Humboldt— existen entre ellos ciertas clases privilegiadas de
indios nobles o caciques. En lo que a estilo de vida concierne, resulta
difícil diferenciarlos de los indios que constituyen el populacho, no obs-
tante, estos últimos les demuestran gran respeto. Pero decididamente la
solidaridad de color no interviene para nada en las relaciones entre estas
dos clases de una misma raza. Los caciques indios suelen ejercer un poder
abusivo sobre sus hermanos de color: como están habilitados para recaudar
la capitación, a veces se aprovechan de este derecho “para lograr pequeñas
sumas de dinero en beneficio propio”.463
Humboldt explica la dureza de los jefes, caciques o alcaldes indios, por
el hecho de que éstos sufren vejaciones y opresión por parte de los españo-
les y en razón de que no pueden vengarse, hacen causa común con ellos
para oprimir a sus propios hermanos de raza. 464 Nuestro autor se sintió viva-
mente impresionado por el comportamiento de los alcaldes o alguaciles
indios en las misiones del Orinoco, quienes realizaban su tarea con una
dedicación y una seriedad extraordinarias:

Son los grandes funcionarios del Estado; sólo ellos tienen derecho a
llevar bastón y su elección depende del superior del convento. Confie-
ren gran importancia a tal derecho. Su pedantesca y silenciosa grave-

462 Ibid., tomo iv, pp. 8-10.


463 Ibid., tomo i, pp. 386-387.
464 Ibid., pp. 378-379.

329
dad, su aire de frialdad y misterio, su añción por la representación
tanto en la iglesia como en las asambleas de la comuna, hacen sonreír
europeos.465 ;; *
|
Se advierte así que Humboldt comprendió perfectamente el alcance r
económico y social del cacicazgo indígena, así como el papel que desem- $
peñó en el avasallamiento de los amerindios. Podría haber agregado que el
cacicazgo representaba también una distinta modalidad de trabajo forza-
do. Los colonizadores españoles supieron sacar provecho de la degrada- f
ción progresiva de la organización tribal indígena, transformando el papel
tradicional de los jefes o responsables indios en beneficio propio. En las
antiguas estructuras, las comunidades otorgaban dones en especie o en
mano de obra gratuita a fin de que sus “funcionarios” municipales pudie-
sen gobernar. Como estos cargos de topiles o policías de distrito, de alcal-
des de vara o de jueces de paz no eran remunerados, de alguna manera estos £
representantes de la autoridad local debían sacar provecho de sus funcio- jj
nes administrativas. Así se constituyó una clase de principales, frecuente-
mente conocidos como mandones, que en un principio estuvieron al servicio
del poder colonial y más tarde al servicio de las repúblicas independientes.
/Cuáles son las causas de la esclavitud de hecho de estos indios? Des-
pués de examinar la situación jurídica del indio en las misiones, Humboldt
da una explicación al respecto. Recordemos que él definió al indio de las
misiones como uñ menor de edad, incapaz de autodeterminarse. AI menos
esto es lo que pensaban los misioneros. Ahora bien, el estado de tutela a que
se hallaban sometidos los indios se originaba más bien en las leyes de la
Corona que en el sistema misionero. Humboldt bien podría haber recorda-
do que desde los comienzos de la colonia, los indios, considerados como
vasallos libres de la Corona, fueron equiparados a los rústicos o menores
según el antiguo derecho castellano; es decir, fueron considerados como
personas que necesitaban de tutela y de protección legal. 466 ¿Cuáles son
—según Humboldt— los defectos de este estatuto? Basándose en la protesta
dirigida al rey en nombre del cabildo de Michoacán (Valladolid), enumera las
incapacidades legales que afectaban a los indios. 467 Por ejemplo, éstos no po-
rifan contraer obligaciones por arriba de una cantidad de veinticinco francos.

465 Relation hist., tomo m, libro m, cap. vn, p. 148.


466|! Ots Capdequí, El estado español en las Indias, p. 28.
467 Essai polit. Nóuv. Esp, tomo i, libro II, cap. vi, pp. 395-403. Al consultar el
Informe redactado por Abad y Queipo y enviado al rey de España por el obispo de
Michoacán en 1799, Humboldt se asombró al descubrir que en él se hacía men-
ción de Montesquieu y de Bernardin de Saint-Pierre. “Tales citas — escribe—
deben sin duda sorprendemos por provenir de la pluma de un prelado que perte-
necía al clero secular”, ibid., p. 395. El texto de Abad y Queipo, además de otros
cuantos, puede hallarse en Gerardo Brown Castillo, Estudios.
“¡Hay miles de habitantes que no pueden tratar y contratar, condenados a
una
minoría perpetua, quedan a cargo de sí mismos y en el estado en el que
viven!"468
Definición muy precisa es ésta, que desgraciadamente puede aplicarse
aún hoy a muchos pueblos subdesarrollados. Reproduciendo extensos ex-
tractos del texto de Abad y Queipo, Humboldt nos ofrece un excelente
cuadro de la situación de los indios mexicanos. He aquí los principales
aspectos del mismo: los indios no poseen absolutamente nada, estando
obligados a trabajar sobre los bienes comunales, pero el fruto de su esfuer-
zo no les redunda en beneficio propio, ya que la gestión de las comunida-
des está confiada a arrendatarios designados por los intendentes. 469 Estos
arrendatarios distraen en su beneficio o en beneficio del fisco las sumas
acumuladas en las cajas de comunidades. 470 Además, los indios se hallan
totalmente aislados del resto del país, ya que los blancos no pueden fijar
residencia en las aldeas indígenas, mientras que a los nativos se les niega el
derecho de instalarse con los españoles y con los blancos en general. 471

468 Ibid., p. 394.


469 Las mismas quejas reaparecen en las Noticias secretas de Juan y Ulloa.
470 Los fondos acumulados en las arcas de la Real Hacienda
habían quedado
congelados veinte años atrás, es decir, a partir de la creación de las
Intendencias.
Las protestas de los indios fueron en vano. Sin saber qué hacer con ese
dinero, el
intendente de Valladolid envió a Madrid la suma de un millón de francos que
se
habían acumulado durante doce años. “¡Se hizo creer al rey que se trataba de
un
don gratuito y patriótico que los indios de Michoacán hacían al soberano
para
ayudarle a proseguir la guerra contra Inglaterra!”, ibid., pp. 397-398.
47124 Estos hechos están confirmados por documentos de archivo. Véanse
espe-
cialmente en Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia
defor-
mación social de Hispanoamérica, las numerosas referencias a las Cédulas
Reales que
prohíben a los españoles residir en los poblados indios (tomo i del volumen m,
pp. 25, 70XI., 116, 201w. y 285); que prescriben a los indios vivir en pueblos y
barrios separados (ibid. pp. 58, 74, 238w, 285); que prohíben a los mestizos
mez-
clarse con los indios (ibid., pp. 70ss., pp. 201w.) así como con los negros
(ibid.,
pp. 70, 201, 477 y tomo n, p. 590).
Quedan sometidos a la autoridad abusiva de los caciques, quienes —como
se vio más arriba— se aprovechan de ellos. Finalmente, los indios son
víctimas de los magistrados (alcaldes mayores en un principio; subdelega-
dos después de la creación de las Intendencias), quienes en su jurisdicción
se arrogan el monopolio de compras y ventas (sistema llamado de
repartimientos).472 Estos magistrados obligan a los indios a convertirse en

472 El repartimiento fue concebido para que los corregidores y


alcaldes mayores
pudieran aumentar los magros emolumentos que recibían del Estado. ¡Hasta
se les
permitía ejercer el comercio con los indios! (Real Orden del 15 de junio de
1751).
A los indígenas les entregaban a crédito instrumentos de labranza, semillas,
bes-
Humboldt y el indio americano

sus deudores, entregándoles animales en el mejor de los casos, bajo pre-


texto de desarrollar la ganadería y fijando tasas de interés usurarias. D e
esta manera los indios quedan convertidos en esclavos de sus acreedores...
¡quienes al mismo tiempo son sus jueces!
Bajo tales condiciones, Abad y Queipo propone las siguientes medi-
das, que Humboldt aprueba totalmente.
1) Abolición del tributo.473 474
2) Anulación de las reglamentaciones discriminatorias en cuanto al
lugar de residencia de las gentes de color.
3) Reparto de los bienes municipales e indivisos de los nativos.
4) Posibilidad de acceso a todos los empleos civiles, sobre todo para
aquellos nativos desarrollados cuya piel es prácticamente blanca.
5) Reparto de las tierras incultas pertenecientes a la Corona (tierras
realengas).
6) Asignación de sueldos fijos a magistrados y a jueces de distrito.

Humboldt eligió bien al seleccionar este documento, tan interesante


bajo tantos aspectos: él mismo nos presenta un balance bastante negativo
de la situación social de México, y en general de toda la América española

473tías de caiga etc., obteniendo del trato un beneficio a su favor. Este sistema fue
duramente atacado por algunos administradores, el virrey Revillagigedo por ejem-
plo, pero contó con el apoyo de otros. Después de la visita de Areche al Perú, el
repartimiento queda proscrito por una R.O. del 25 de mayo de 1781. Pero no hay
dudas de que aún así el sistema se mantuvo vigente. En efecto, en 1811 el vi-
rrey de la Nueva España suprimió el tributo, ¡pero restableció los repartimientos!
Durante los debates en la Cortes de Cádiz, Alcocer nos relata que los magistrados
españoles venden a los indios en 40 o en 50 pesos un animal... ¡que no vale más de
15 o 16 [lesos! Concolorcorvo es partidario del sistema; a su juicio, es el único
medio para obligar al indio a atenerse a un trabajo regular. Véase Concolorcorvo,
Itinerario de Buenos Aires a Lima, cap. xvm, pp. 208».
474 Los indios —especifica Humboldt— no pagan la alcabala, pero en cambio
están sujetos al tributo, capitación que afecta a los individuos de sexo masculino de
10
a 50 años de edad. En México su tasa varia de una provincia a otra, habiéndose
producido una disminución de su monto en doscientos años. “En 1601 el indio
pagaba 32 reales de plata anuales como tributo y 4 reales en concepto de servicio
real.
Alrededor de 23 francos en total. En algunas intendencias esta tasa fue
reduciéndose
poco a poco hasta 15 y aun hasta 5 francos”. En Michoacán era de 11 francos en
1810. Además, los indios deben pagar diversos derechos parroquiales: 10 francos
por un bautismo, 20 francos por un certificado matrimonial, 32 francos por un
sepelio. Finalmente, hay que agregar de 25 a 30 francos “en concepto de ofrendas
que se les llama voluntarias y que se les designa con los nombres de Cargos de
cofradía, Respon-sos y Misas para sacar332 ánimas”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i,
libro ii, cap. vi, pp. 392-394.
e n vísperas de la independencia. En él se incluyen, además, las opiniones
que prevalecen en los círculos más ilustrados de la sociedad española e
hispanoamericana del siglo xviii. Las Sociedades Económicas de Amigos
del País, que habían proliferado en América, se habían hecho eco de los
ideales de los reformistas ilustrados españoles. Algunos aspectos que toca
el texto de Abad y Queipo reproducen fielmente las preocupaciones que
ya suscitaba en España el estado lamentable de la agricultura, preocupa-
ciones que podían hallarse en los escritos de Campillo, de Campomanes,
de Jovellanos etc. En un estudio fechado en 1741, 475 Campillo denuncia los
abusos perpetrados por los alcaldes y corregidores españoles, quienes man-
tienen a los nativos bajo la más extrema sumisión mediante un sistema de
endeudamiento abusivo. Si bien las deudas de los campesinos son contraí-
das de manera legítima, el cobro de las mismas no lo es: las tasas de interés
son exorbitantes. En 1740, a un campesino que debía 2 200 reales se le
incautaba un bien estimado en 5 200 reales para pagar costos judiciales e
intereses... ¡o sea más del doble del monto de la deuda! ¡Y aun así, esta
suma
resultaba insuficiente para saldar la misma! En lo referente a tributos, im-
puestos, capitaciones, aranceles etc., la situación en España y en América
es la misma. Una nueva calamidad se agrega al desempleo y enfermedades
que sufren los campesinos españoles “a saber: los gravámenes que pesan
sobre los infortunados campesinos, los innumerables tributos que deben
pagar a los propietarios, a los diversos señores —eclesiásticos o civiles— y
al Estado”.476
Las soluciones propuestas son las mismas para la metrópoli y para las
colonias: supresión del tributo en América y disminución del gravamen
fiscal en España; reparto de los bienes municipales e indivisos, y de las
tierras realengas. Jean Sarrailh señala que, salvo algunas excepciones, la
mayoría de los españoles “ilustrados” del siglo xviii exigieron con vehe-
mencia “una reforma del régimen de la propiedad, en un sentido indivi-
dualista”. Así pues, propusieron leyes de repartición de los bienes colectivos
pertenecientes a los municipios, y las hicieron aplicar: “Una nueva política
de distribución de bienes se implanta [en España] entre 1760 y 1780, la
cual [...] autoriza el reparto de los bienes comunales”.477

475 Campillo, “Lo que hay en España de más y de menos para que sea
lo que debe
ser y no lo que es”, publicado por vez primera en la Revista Chilena de
Historia y
Geografía (Santiago), núm. 130 (1962), pp. 167-195 y núm. 131 (1963), pp.
47-74.
476 Jean Sarrailh, L’Espagne éclairée de la seconde moitié du xvin
siécle, p. 13.
477 Ibid., pp. 565JÍ. Los principales partidarios del reparto de los
bienes comu-
nales son Jovellanos y Campomanes.
Humboldt y el indio americano j¡ei
Dejando de lado los problemas raciales que señala Abad y Queipo, es
fácil advertir que la situación del campesino español es idéntica a la del
indio, y muy similares entre sí son también las reacciones de los ilustrados p
españoles y las de los hispanoamericanos.478 J|
En razón de su importancia e interés, el proyecto de Abad y Queipo |E
sobté la repartición de los bienes de las comunidades indígenas bien me- J
rece hacer un alto a fin de analizarlo. En efecto, Humboldt no alude al
U>
problema de las comunidades indígenas sino en forma indirecta: exclusi-
vamente a través de este texto reproducido por él. En toda su obra no es
posible hallar ninguna otra referencia a este problema. Luego, es de supo-
ner que las propuestas del Abad y Queipo se ajustaban perfectamente a
sus propias ideas, y que también él condenaba la explotación comunitaria
del suelo tal y como era practicada por los indios. Esta actitud suya con-
cuerda por lo demás con sus ideas individualistas que, en términos gene- C
rales, comparte con toda su generación. Así pues, nuestro autor nunca (
intentó comprender qué significado podía tener el sistema de la comuni-
dad dentro del mundo indígena. El análisis humboldtiano de la antigua
sociedad incaica confirma esta aseveración. A su juicio, dicha sociedad
era una especie de establecimiento “monástico” que no dejaba a los indi-
viduos ninguna posibilidad de iniciativa.479
La negativa sistemática de reconocer las formas originales de la civili-
zación material indígena tuvo repercusiones y prolongaciones entre los
principales jefes de la independencia. Alejandro Lipschutz, 480 quien puso
de manifiesto la identidad de puntos de vista entre Humboldt y los espíri-
tus ilustrados de las colonias, los mexicanos en particular, señala acerta-
damente que el programa jacobino de Bolívar reproduce a grandes rasgos
los principios legislativos proclamados por las Cortes de Cádiz en los años
de la Constitución liberal española (1810-1812).481 El autor bien podría
478 Humboldt reconoce que “a pesar de la diferencia de climas y de otras
cir-
cunstancias locales, la agricultura mexicana se halla obstaculizada por las mis-
mas causas políticas que detienen el progreso de la industria en la Península”.
Pero los excesos son más peligrosos en las colonias en virtud de una “lejanía
inmensa” que paraliza los esfuerzos de la Corona, Essai pol. Nouv. Esp., tomo m,
libro iv, cap. x, pp. 106-107.
479Véase más arriba, parte séptima, p. 316.
480 Alejandro Lipschutz, La comunidad indígena en América y en Chile.
481le opone el argumento de que el derecho de propiedad implica necesariamente la liber-
tad de venta. Cesáreo de Armellada subraya el interés que presenta la propuesta de
García Herreros. Si el decreto bolivariano del 8 de abril de 1823 reconoce a los indios
la propiedad de sus tierras —agrega— “se les declara propietarios de ellas para que
puedan venderlas o enajenarlas de cualquier modo” (citado por Lipschutz, La comuni-
dad iná'gena, p. 77). Se otorga a los indios la plena propiedad de las tierras ...¡pero esto
se hace “para que puedan venderlas”! Es así que las tierras comunales son repartidas
entre cada miembro de las comunidades, una porción se vende a beneficio del Estado
¡mientras que la otra puede ser vendida334por el indio propietario convertido en ciudada-
no! Lipschutz concluye: “Creo que no exagero al decir que este decreto descubre,
haber agregado que las leyes adoptadas en Cádiz no eran sino la culmina-
ción de toda una tradición individualista cuyos principales representantes
tuvieron un importante papel en la vida política española de la segunda
mitad del siglo xvm. Las leyes de Bolívar garantizaban la aplicación en
América del programa económico apoyado por los ilustrados españoles,
de Campillo a Jovellanos. Es ésta la enseñanza que puede extraerse de las
¡deas de Humboldt sobre el problema de las comunidades indígenas. Pero
no basta con señalar las curiosas coincidencias entre las “Luces” españo-
las y el plan económico de Bolívar: es necesario además, examinar los
resultados concretos del mismo. Vicens Vives señala que las leyes pro-
mulgadas en España en 1760, las cuales preveían el desmonte y distribu-
ción tanto de las tierras baldías y concejiles como de las propiedades
eclesiásticas, no mejoraron en absoluto la situación de los campesinos
pobres. Tal fracaso se debió a que los legisladores no pudieron prever que
los consejos municipales, dominados por las gentes más ricas, habrían de
alterar dichas leyes a su favor, ni que en el mejor de los casos, los campe-
sinos con capacidad para adquirir tierras no hayan podido explotarlas por
falta de medios económicos. De este modo, las tierras distribuidas no hi-
cieron sino engrosar los bienes de los grandes propietarios. 482 Otro tanto
podría decirse de la gran reforma agraria llevada a cabo en España por
Mendizábal en 1837-1838;483 y el mismo fenómeno se produjo en América
a partir de 1821. El resultado más claro y directo de la aplicación del
programa económico bolivariano —nacido de la ilustración española y
europea— fue el despojo pura y simple de las comunidades indígenas,

mejor que todos los sublimes discursos de los libertadores, el espíritu que anima
a una influyente parte entre los próceres de la independencia”, ibid., p. 78.
482 Vicens Vives, Historia económica de España, p. 473.
483 Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo xix (1808-1914), véase
espe-
cialmente la p. 67. Esta ley, que ordenaba la puesta en venta de los bienes del
clero, no favoreció a los pequeños y medianos propietarios. Por el contrario,
benefició a los latifundios e incluso el producto financiero fue escaso. La “revo-
lucionaria” reforma de Mendizábal no sólo no resolvió el problema agrícola sino
que además contribuyó a avivar el odio entre los distintos grupos.
HUMBOLDT Y EL INDIO AMERICANO
pero al Libertador no le faltaron justificativos al respecto. Como lo señala
Charles C. Griffin, los independentistas deseaban que de una vez por to-
das, los indígenas fuesen considerados como ciudadanos. 38 Al serles reco-
nocida condición de tales por ley, los tributos y trabajos forzados quedan
abolidos por un tiempo (por cierto, dicha abolición ya había sido procla-
mada por las Cortes de Cádiz). 39 Pero en virtud de la ciudadanía concedi-
da a los indios, éstos son considerados dignos de acceder a la propiedad
privada de tierras hasta entonces comunitarias, pues para la burguesía de
la época la propiedad constituye el fundamento de la civilización y de la
moral. El resultado de las disposiciones legislativas bolivarianas es bien
conocido: el indio americano se vio despojado de las tierras que trabajaba
pasando a la condición de peón. Toda vez que pretendió mantener sus
estructuras tradicionales fue obligado a emigrar hacia los terrenos menos
productivos, apoderándose los colonos criollos de las fincas más fértiles.
En el siglo xix,40 y al igual que el latifundio español, el latifundio colonial
se vio pues robustecido y considerablemente aumentado, a tal punto que,
en el México prerrevolucionarlo de 1910, “la mayor parte de la tierra cul-
tivable pertenecía a ochocientas familias”, y que “8 245 haciendas cu-
brían 88 millones de hectáreas, o sea 40% de la superficie total del país”. 41
Según Jacques Lambert “en 1960, en toda América Latina más de un
65% del territorio estaría ocupado aún por propiedades mayores de 1 000
hectáreas, las cuales en conjunto no representarían sino 1.4% del total de
las explotaciones”.42
Los curiosos efectos del programa de los ilustrados españoles están a
la vista. Adoptado por los criollos progresistas, dicho programa fue apli-
38
Charles C. Griffin, Los temas sociales y económicos en la época de la
Inde-
pendencia. Véase nuestra reseña en Les Langues néo-latines, núm. 166 (1963),
pp. 103-108.
39
Armellada, L a c a u s a i n d í g e n a a m e r i c a n a , reproduce los
principales decre-
tos emitidos por las Cortes de Cádiz: supresión del tributo y distribución de
tie-
rras entre los indios, mestizos (castas) excluidos, proscripción de los
repartimientos
hechos por los magistrados: Decreto xlii del 13 de marzo de 1811, pp. 93-94;
abolición de la mita: Decreto ccvu del 9 de noviembre de 1812, pp. 95-96;
trans-
formación de baldíos y demás terrenos municipales en propiedades privadas:
Decreto ccxiv del 4 de enero de 1813, pp. 97-100, y una cierta cantidad de
decre-
tos prohibiendo los malos tratos infligidos a los indios.
40
He aquí una muestra más de las curiosas semejanzas que se dieron en el
siglo xix entre la evolución de las estructuras económicas en la América
indepen-
diente y en la vieja metrópoli.
1 Alfonso Caso, “La renaissance économique des communautés indigénes
du
Mexique”, p. 71 [ed. cast., p. 54]
| Jacques Lambert, Amérique Latine, structures sociales el institutions
politiques, p. 79.
cado por Bolívar, dando como resultados una situación totalmente
imprevis-
tay de la cual los indios americanos fueron las principales víctimas. Por
oirá parte, Humboldt parece haber presentido todo esto cuando,
retomando
sin duda la idea de Solórzano, escribe: “Los filántropos aseguran que
para
los indios resulta maravilloso que en Europa no se ocupen de ellos, pues
por una lamentable experiencia se ha comprobado que la mayor parte
de
las medidas tomadas allá para mejorar su existencia, han producido un
efecto contrario”.484
Al igual que los constituyentes de Cádiz y que los independentistas,
Humboldt desea que los indios se conviertan en ciudadanos, siendo
menes-
ter agregar aquí que el autor captaba perfectamente las dificultades que
tal
acción podría plantear. Por sus miserables condiciones de vida y por su
incultura, la masa indígena (y también la mestiza, aunque en menor gra-
do) constituye prácticamente un grupo extranjero dentro de su propio
país,
y no se la puede considerar como parte activa de un sistema económico
de
consumo. La masa indígena se rige por una economía de subsistencia.

En México —escribe Humboldt— en Guatemala, en Quito y en el Perú,


existen en la actualidad más de cinco millones y medio de indígenas
de raza cobriza que, a pesar de las artimañas empleadas para d e s i n -
d i a n i z a r l o s , su aislamiento, en parte forzado y en parte voluntario,
su
apego a viejas costumbres y una inflexibilidad de carácter receloso y
desconfiado, aún por mucho tiempo más les impedirá participar de los
progresos de la prosperidad pública.485

Tales son las conclusiones extraídas por Humboldt previo análisis de


las condiciones de vida de los indios americanos. Partidario de la asimila-
ción del indio dentro de la sociedad, no se plantea la pregunta de si es
legítimo o no tratar de d e s i n d i a n i z a r a los indios; en este sentido su opi-
nión no difiere de la de los españoles del siglo xvi. Aquéllos habían queri-
do que los indios se convirtiesen en españoles, perdiendo con el cambio su
individualidad nacional y haciéndose cristianos. Los ilustrados, al igual
que Humboldt y Bolívar, quieren verlos convertidos en ciudadanos. La
idea es la misma y el resultado muy poco convincente. En la época en que
Humboldt realizó su viaje y conoció a los indios, éstos no se habían trans-
formado en cristianos según el modelo europeo, y en la actualidad, ciento
cincuenta años más tarde, los indios apenas si han llegado a convertirse en

484'J Essai pol. Nouv. Esp., tomo H libro n, cap. vi, p. 404.
485u Essai pol. íle de Cuba, tomo n, pp. 108-109.
ciudadanos.486
4
Véase al respecto Miranda, Humboldt y México, pp. 207ss. El autor hace
notar
que, en su Historia de la Revolución de Nueva España, 1813, fray Servando
Teresa
de Mier escasamente utiliza el Essai politique sur la Nouvelle Espagne, del que
sólo
retiene tres puntos: la política de división de la Corona en América, la oposición
entre
criollos y españoles, y la naturaleza política de las posesiones españolas. Del
mismo
modo, en México y sus revoluciones, el doctor Mora percibe en el Essai politique
de
Humboldt “dos partes completamente diferentes y hasta opuestas: una, los
hechos
exactas (los datos estadísticos), por naturaleza invariables; y otra, los rasgos o
caracte-
res, o bien lo propio de la fisonomía del país, variables por naturaleza, y sobre
todo en
el caso de haber sobrevenido cambios fundamentales”. Mora incluso proponía
reno-
var el Ensayo, cambiando en él lo que había de perecedero”. Ante todo, Mora
deseaba
modificar la despiadada sentencia vertida por Humboldt sobre su patria: “MÉXICO
es
el país de la desigualdad”. José Miranda observa que, a pesar del muy legítimo
deseo
49
El mismo título del libro de B. Lewin citado más arriba revela esta
opinión; |
véase Luis E. Valcárcel, Ruta cultural del Perú y en especial el capítulo ‘Túpac
I
*Relation historique, tomo ui, libro m, cap. vi, p. 90.
69
Ya se ha visto que los criollos generalmente se rehusaron a obedecer las leyes
de la Corona. Las de 1S91 y 1754, que reestructuraban la propiedad territorial,
asegu-
rando la protección de los bienes de los indios, preveían un control y una revisión de
los títulos de propiedad. Ots Capdequf recuerda que dichas leyes, sumamente discu-
tidas, dieron lugar a innumerables procesos. En todas las circunstancias: pago del
impuesto, derechos de aduana, tasas, inventarios etc., el criollo se niega a acepta
control alguno y provoca disturbios, durante los cuales los funcionarios reales son
maltratados y algunas veces hasta asesinados. Pero cuando los jesuítas son expulsa-
Cor ill res et
lomoi ^ ^ Monuments des peuples indígena de l Aménqm,
que
P°r'a crítica que hacedeSolísydcC»
cesesdel siglo x • . Murnt>0*c*t se ^nrla resueltamente la estíma que Katín»-
reeditada vari^ Slnl*eron Por ese autor, cuya obra, traducida al francés en IfH
Pecio el estudio Vec
®f ‘ ión de 1730 es considerada ¡la quinta. Vteekfl
edic

486 La notable persistencia de las comunidades, que contra viento y marea han
logrado sobrevivir hasta nuestros días, confirma totalmente este juicio. En el
Lesage améncanisl^p 2Wlj
| Charles Darwin (1809-1882). Frecuentemente se menciona la influencia qW
ejercieron las obras de Alejandro de Humboldt sobre la formación del joven
Darwin.
En los años 1831-1836, Darwin participó en la expedición del Beagle a los mar#
11
Essaipol. ile de Cuba, tomo i, pp. 148-149. Humboldt agrega. “En las colonias
españolas del continente, entre los mestizos y zambos, mezclas de indios con blancos
y con negros, se encuentra a los descendientes de los indios desaparecidos; esta
reconfortante situación no se da en el archipiélago de las Antillas [...] Los indios de
Cuba han desaparecido al igual que los guanches de las Canarias, aun cuando hace
u2 véase especialmente, fray José María Vargas, o.p., Ecuador. Monumentos
históricos y arqueológicos, pp. 165S. Después de mencionar las descripciones
de Cieza de León, La Condamine y Juan y Ulloa, el autor destaca la importancia de
Humboldt, quien fuera el primero en realizar observaciones científicas sobre los
12
José Miranda cita el pasaje en el que Clavijero escribe: “Muchos, conce-
diendo a los mexicanos una grande habilidad para la imitación, se la niegan
para
35
Ibid., véase especialmente el capítulo v, “La independencia
y su repercusión en
la propiedad territorial indígena”, pp. 75-76 y el apartado 1 de dicho
capítulo, “Peni:
de los decretos del Libertador a la Constitución Política de 1920”, pp.
77-82. De su
análisis de los debates de las Cortes de Cádiz, Lipschutz saca como
conclusión que el
principio de repartición de la mitad de las tierras comunales
pertenecientes a los indios
fue aceptado. Se leerá con verdadero interés el estudio de fray Cesáreo
de Armellada,
La causa indígena americana en las Cortes de Cádiz. El autor produce
allí los debates
más importantes, y especialmente aquellos que trataron sobre el
reparto de tierras. Los
diputados estuvieron de acuerdo en cuanto al principio en sí, pero
García Herreros, por
ejemplo, quena que las tierras así distribuidas fuesen inalienables, en
tanto que Argüelles

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