Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Charles Minguet
Humboldt: el otro
descubrimiento
Prólogo de Leopoldo Zea
Traducido del francés por
Jorge Padin Videla
Edición a cargo de
Hernán Tabeada
Volumen I
Nota del editor................................................................ .. ............................vii
Humboldt: el mito, por Leopoldo Zea............................................................. ix
Prefacio a la edición francesa, por Charles Minguet.......................................xv
Nota preliminar..................................................................................17
7 Datos numéricos, distribución geográfica, densidad
y “calidad" de la población..................................................................31
2 Cuadro de la sociedad americana......................................................43
3 Los conflictos.....................................................................................65
4 Modos de vida, mentalidad, prejuicios y creencias
de la sociedad blanca...........................................................................93
5 Las élites hispanoamericanas.............................................................IOS
6 Humboldt y las misiones españolas..................................................133
Hernán Taboada
Primera edición. Año 2000
ISBN 968-6384-49-9
Impreso en México
Humboldt: el mito
xi
tiempos en que éste fue embajador de Estados Unidos en Francia. Se con-
testé que en esa época Estados Unidos iniciaba su carrera como nación, y
sin embargo, fue esta nación y no Francia la que abrió el Canal en
Panamá
para comenzar a imponer el poderío que disputaría a Europa.
¿Entregó Humboldt a Jefferson secretos sobre las riquezas de México
y
la región? Entonces no eran riquezas de México, y lo que supo de ellas lo
escribió y publicó. Además Humboldt veía en Jefferson y sus ideas al-
go que debería estar al alcance de la América bajo dominio español. Lo
que
no supo es que el mismo Jefferson reduciría estos beneficios a los que le
eran racial y culturalmenle semejantes. Esto fue evidente para Simón
Bolí-
var. admirador de Humboldt y no de Jefferson.
Simón Bolívar tuvo otra visión de América situada entre los Océanos,
que la ligaban con todas las expresiones de Humanidad. Una región del
mundo asunüva y no expansiva, que se acrecentaría asimilando todas las
expresiones de lo humano que existen en la tierra. Ante los sorprendidos
alemanes se recordaron las palabras de Bolívar al convocar la reunión en
el
Istmo de Panamá en 1824; “Parece que si el mundo hubiese de elegir su
capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, co-
locado, como está, en el centro del globo, viendo por una parte el Asia y
por
la otra África y Europa"
El mito Humboldt tomaba las dimensiones que anuncian, para el nuevo
milenio, la Modernidad en su expresión más amplia. El mito deja de serlo
para convertirse en realidad. Satisfechos quedaron alemanes y latinoameri-
canos. Todos ganamos en información, alentando ideales a realizar. Espe-
cialmente importantes en esta visión fueron, entre otras, las de los alemanes
Hanno Beck, Ottmar Ette y Ule Hcrmanns, que fue una de las organizadoras
del Simposium. Humboldt, el incansable viajero convertido en mito, por la
dimensión de su visión llevó la misma a otros lugares hasta su muerte, en
1859, año en que cumplía noventa años.
•••
Charles MingueI
Nacimiento de un genio
Nada, al parecer, había preparado a Alejandro de Humboldt para convertir-
se, después de Cristóbal Colón, en el segundo descubridor de América.
Nacido en 1769, en una parte de Alemania, Prusia, que no mantenía
relaciones marítimas frecuentes con los otros continentes, y que no poseían
ninguna colonia, Humboldt fue criado en el seno de una familia rica, cuyos
antepasados, por el lado paterno, sirvieron al rey de Prusia. El abuelo era
capitán; el padre, comandante del ejército prusiano y chambelán del prín-
cipe imperial. Del lado materno, Alejandro era de origen francés y escocés.
El primer antepasado conocido es un emigrado francés protestante, origi-
nario de Blauzac, en el Gard, que era agricultor. ¡Se llamaba Jean Colomb!
Los abuelos del lado materno se enriquecieron en las manufacturas de vi-
drio.
En el castillo de Tegel, residencia berlinesa de la familia, Alejandro
recibió una educación muy cuidadosa, juntamente con su hermano
Guillermo, dos años mayor que él. El padre, que frecuentaba, junto con su
amigo el rey de Prusia, la logia masónica Concordia, eligió para sus hijos a
los mejores preceptores. Fue así que los dos hermanos adquirieron una
cultura inmensa, mediante el estudio de las “antigüedades” clásicas y de
los filósofos franceses y alemanes de la Enciclopedia y la Aufklárung de la
época de Goethe.
A pesar de esas condiciones materiales e intelectuales excepcionales,
Alejandro no fue feliz en Tegel. Sintió su infancia y su adolescencia como
un gran sufrimiento. Fue un alumno mediocre, que tuvo grandes dificulta-
des para asimilar la enseñanza recibida. Los problemas intelectuales e in-
cluso físicos, pues tiene una salud frágil, pueden ser atribuidos a la falta de *
Amuandko dp Humiioi ot, niufrinro y IMv Hl MtUM OT, Clt NlItHM > VUUMO
Al UWIMM
,iU viajmo
l* Meei\\\VN con ÑU madre, scgün el testimonio de iodos, incluyendo a
>o hermano QuilHtmo, U «flora Humboldt era una mujer distante.
Vn Humboldt cvprmn* por primera ve* sufrimiento a su amigo
t irislebcn I \ aquí, en Tfcgcl. que pasé la mayor parte de esta triste exis
ICTK ra, en medio de personas que me amaban, que querían mi felicidad y
con las cuales no armonizaba totalmente, en una presión multiplicada por
m»l, en una soledad que me privaba de todo, en un estado que me obligaba
i disimular constantemente, a sacrificarme
Desde t 7$$- t ?$b, -Meandro y su hermano comentaron a frecuentar los
salones Se les vera sobit todo en LOS circuios judíos de Berlín, en la librería
Nicolai. con V», Mcndelssohn > sobre todo con LOS Herí.
A partir de PSA Aleyandro comienza sus estudios universitarios supe
ñores, frunció en Francfort sobre el Oder, luego en la Universidad de
Gotoaga. donde akaaia a su hermano. En I “NO emprende el primero de nu-
merosos viajes a erases de Europa, que pueden ser considerados a la ve*
«na suene de preparación pan el gran viaje a América, y como una evasión
ddmoAc familiar
Con si maestro v amigo Georg Forster 1 parte para Inglaterra y Francia
Liega a Parts en el momento en que el pueblo se prepara a celebrar la fiesta
de te Federación. B espectáculo de te Francia revolucionan* lo impresio-
na pifuitinif, y san duda confirmó k> esencial de sus ideas políticas.
“El espectáculo de los purismos, escribe, su reunión nacional, la de su
Templode teLibertad aun inacabado. panel cual yo también transporté mi
arena, ledo eso flota en mi alma como un suedo"
A su regreso. HnmboMt va a segur kx cursos de laAcademia de Comer-
án ée Hamkrgo <1790-179l k donde traba conocimiento con numerosos
eatniem, rrpririiternr españoles y portugueses.
Después de haber publicado sus primeros trabajos de botánica, de quí-
na y de maneraftogia. Atepadro entra a laAcademia de Minas de Freiberg.
S« cañera pmeoe es* áefinmvnmeme trazete. Serí ingeniero de minas. A
su saliia de b Academia, apmtir de 1792. realiza, como asesor del Depar-
mnraaa de Mnr y de fundiciones de Prusia. cuatro inspecciones de las
praapaies exp0MacioaesunaerasdePrasuL.de Francoaia.de Bañera y de
Anta. So iufimgnble uetrndnl en d campo de la protección de la vida
dei mmero. dd prrfrmnnnnrnin de tos aparatos de segundad (inventa
■n mascara de gas L sns vahajes sobre la flora, la fisiología química de tes
¡Qué suerte se me presenta' ¡Mi cabeza gira de alegría! [...] ¡Qué tesoro
de observaciones voy a poder hacer para enriquecer mi trabajo sobre la
construcción de la Tierra! [ ..J Voy p coleccionar plantas y fósiles para
hacer mis observaciones astronómicas, con instrumentos excelentes (...)
Pero esto no es el fin principal de mi viaje Mi atención no debe jamás
perder de vista la armonía de las fuerzas convergentes, la influencia del
universo inanimado en el reino animal y vegetal (...) ¡El Hombre debe
querer lo Bueno y lo Grande!
Por fin estamos aquí, en el país más divino y más maravilloso. Plantas
extraordinarias, anguilas eléctricas, tigres, loros y muchos, muchos in-
dios puros, semisalvajes, una raza de hombres muy bella y muy intere-
sante (...) Desde nuestra llegada, corremos de un lado a otro como locos:
los tres primeros días, no hemos podido observar nada, pues siempre se
deja un objeto para tomar otro ( ..) Siento que sería feliz aquí.
El soberbio Orinoco
El 7 de febrero de 1800 parte rumbo al Orinoco. Después de haber visitado
la provincia de Valencia, alrededor del lago del mismo nombre, luego Puer-
to Cabello sobre la costa del Mar Caribe, al oeste de Caracas, va a San
Fernando, sobre el río Apure, se embarca, el 30 de marzo de 1800, sobre este
afluente del Orinoco y por fin entra al río gigante el 5 de abril. De ahí
remonta el Orinoco hasta el Río Negro, hasta los confínes de Brasil (San
Carlos de Río Negro), luego regresa al Orinoco por el Casiquiurc, río que
enlaza la cuenca del Amazonas con la del Orinoco.
Este viaje de setenta y cinco días constituye por sí solo una hazaña.
Recorrió, por unos 2 250 kilómetros, regiones infestadas de mosquitos,
pobladas de indígenas a menudo antropófagos (¡ay 1). donde tigres y coco-
AUUAXDW OC HUMSOUJT, CSKTtñOO Y YlAJtMO
De la Habana a Bogotá
Vuelto a Cumaná el 26 de agosto de 1800, después de una visita a las
misiones de los indios caribes Y una estadía de un mes en Nueva Barcelona,
Humboldt se embarca en este último puerto hacia Cuba, el 24 de noviem-
bre de 1800. La travesía es muy dura y llega a la Habana el 19 de diciembre.
Consagra tres meses y medio de su estadía a visitar una parte de la isla. Ahí
aumenta su hostilidad a la esclavitud: el aspecto de los ingenios, donde
sufren y mueren los esclavos africanos, lo llena de indignación. Las pági-
nas que consagra más tarde a este problema son aquellas a las que más
apegado estará.
El 15 de marzo de 1801 parte de Cuba hacia Batabanó en dirección a
Cartagena (en Nueva Granada, la actual Colombia). En efecto, planea alcan-
zar, por la costa pacífica, la expedición alrededor del mundo del capitán
Baudin. Tiene siempre presente su proyecto de circunnavegación. Helo
aquí pues de nuevo en tierra fírme el 30 de marzo de 1801. Muy bien recibi-
do por las autoridades de Cartagena, va a pasar algunos días en la propie-
dad de don Ignacio de Pombo; se embarca el 21 de abril en el río Magdalena,
que va a remontar durante cuarenta y cinco días hasta Honda. De Honda va
por vía terrestre hasta Bogotá, donde llega el 6 de julio, y se lo recibe con
magnificencia. Conoce al ilustre botánico hispano-granadino don José
Celestino Mutis,4 que le abre ampliamente las magníficas colecciones de la
expedición botánica real que había dirigido en la región de Bogotá; reanu-
El Chimborazo
El Virreinato de Quito está cubierto de volcanes colosales, ¡algunos de los
cuales están activos! Ante todo realiza dos veces la ascensión del Pichin-
cha (26*28 de mayo). Dibuja el mapa completo de los volcanes de esta zona
privilegiada. Pichincha, Antisana, Tunguragua, Cotopaxi, Cayambé-Urcu,
Corazón, Carguairazo, Altar, Illianza etc. Después de un trayecto que lo
lleva a Riobamba (9 de junio), puede por fin alcanzar el Chimborazo, cuyo
ascenso intenta, acompañado por Bonpland y por el joven ecuatoriano
Carlos Montúfar.5 No llegarán a la cima, pues son abatidos por el apunamien-
to y el frío. Sin embargo, llegan a 4 S8S metros de altura (la cima está a
5 670 metros).
Por fin, he aquí el Perú, que la expedición va a atravesar hasta Cajamarca,
capital del antiguo imperio inca. A lo largo del trayecto, Humboldt obser-
va, describe y evoca los prestigiosos vestigios de la civilización inca, sus
tambos, sus fortalezas, sus calzadas, sus leyendas. Después de una breve
estadía en la parte amazónica del Perú (Jaén-Rentema), Humboldt toma la
ruta de Lima. Alcanza la costa pacífica a fines de septiembre de 1802, justo
a tiempo para observar el paso de Mercurio por el puerto del Callao; descu-
bre la célebre corriente fría peruana que desde entonces lleva su nombre y
se embarca para México, el 24 de diciembre de 1802, a las cuatro de la tar-
de, en la corbeta Castor. Hace una parada en Guayaquil, donde se queda un
mes y medio; retoma el camino hacia Acapulco, donde desembarca el 22 de
marzo de 1803. Pide por escrito al virrey Iturrigaray el permiso para visitar
la Nueva España (México) y desde el 27 de marzo parte para México.
En Nueva España
En el camino, visita las minas de Taxco. Llegado a la magnífica capital de
ese reino (entonces la ciudad más poblada de las dos Américas), Humboldt
va a vivir en la sociedad de los sabios y de los letrados mexicanos o espa-
ñoles. Frecuenta la Escuela de Minería, visita los principales monumentos
I
Nota preliminar
10 El viaje fue financiado por Humboldt. De los 312 000 francos oro de su heren-
cia, consagró unos 150 000 aproximadamente al viaje. Luego, la edición monumental
le costó 368 000. Es por lo tanto cierto que Alejandro de Humboldt consagró a la
ciencia la totalidad de su herencia y todo lo pudo ganar luego. Al final de su vida.)
aparte de los manuscritos de su biblioteca, prácticamente no le quedaba nada de
efectivo de todo lo que había heredado o adquirido.
14
Son numerosas las razones por las que el testimonio de Humboldt sobre la
sociedad criolla debe atraer nuestra atención. Ante todo, porque nos pre-
senta un cuadro completo de la sociedad colonial, de sus estructuras, de sus
problemas tanto económicos como políticos, y de las aspiraciones de los
criollos en un momento de particular importancia dentro de la historia de la
América española. En segundo término, porque en virtud de la naturaleza
misma de su relato, Humboldt se ve inducido a confiamos sus sentimientos
personales acerca de las características de la colonización española, de
las dificultades de la Corona, de los movimientos de independencia y
de las posibilidades de vivir o sobrevivir que tienen las nuevas repúblicas
nacidas entre 1810 y 1830. Por último —aunque no lo menos importante a
juicio nuestro—, porque sus reacciones y posturas frente al agonizante im-
perio español de América son bastante diferentes según se haga referencia a
las obras publicadas entre los años 1810y 1812oalas que salieron a la luz
con posterioridad a esas fechas.
¿Verdaderamente deseó y estimuló Humboldt el movimiento de inde-
pendencia? Así lo suponen algunos autores, fundándose en un conjunto de
críticas que figuran tanto en sus primeros libros, y particularmente en el
Ensayo político sobre la Nueva España (1811), como en las obras publica-
das en los mismos momentos en que se libraban las batallas entre criollos y
españoles, como es el caso de la Narración histórica (1816). Si bien, por
una parte en la América Española es posible hallar las huellas de la influen-
cia de Humboldt en el campo económico, especialmente en México y a
partir de 1824, es decir, ya concluidas las guerras de liberación de ese país,
y por la otra, difícilmente se descubrirá una influencia suya de orden político
sobre los movimientos independentistas que no sea posterior a los primeros
levantamientos. Ante todo porque las causas del descontento de los crio-
llos, que Humboldt enumera y analiza con gran profundidad, se remontan a
los albores de la colonización española; luego porque el lapso comprendido
entre la fecha de publicación de sus libros y los primeros levantamientos en
América es insignificante, en una época en que las ideas, libros y hombres
circulaban con bastante lentitud: no puede contemplarse la posibilidad de
influencia destacable alguna. En algunos países, las guerras de indepen-
dencia precedieron incluso a las primeras publicaciones de Humboldt.
Así, cuando se quiera evaluar el efecto de sus escritos sobre los movi-
mientos de independencia, será menester hacer uso de la mayor prudencia.
Humboldt crítica el sistema vigente en América y comprueba un estado de
cosas al que hay que poner remedio con toda urgencia, pero ni lanza un
llamado a las armas ni —menos aún— considera el recurso de la secesión
como medio para solucionar los problemas.
En realidad, él no pudo captar más que una cierta cantidad de aspectos
fragmentarios, en resumen muy interesantes, de la sociedad hispanoameri-
cana. Sus descripciones arrojan luz sobre vastos sectores, pero sus vacila-
ciones, sus dudas y sus ocasionales errores de juicio —al suprimirle esa
aureola de profeta y de mago inspirado con que generosamente lo corona-
ron algunos críticos— le restituyen sus dimensiones humanas. Esta incerti-
dumbre propia de un hombre situado con toda sencillez frente a los
prodigiosos acontecimientos de su tiempo, es para nosotros algo mucho
más precioso que las aventuradas afirmaciones de los apologistas.
En la actitud de Humboldt respecto de la sociedad americana, es preciso
distinguir dos aspectos muy diferentes. Por una parte, está la enorme felici-
dad que su viaje le ha procurado y que se manifiesta desde los primeros
momentos en que pisó el suelo de la América tropical, muy especialmente
en la carta del 16 de julio de 1799 a su hermano Guillermo:
Aquí estamos por fin, en la tierra más divina y más maravillosa. Plantas
extraordinarias, anguilas eléctricas, tigres, tatús, monos, loros, y nume-
rosos, muy numerosos indios, entre puros y semisalvajes, una raza de
hombres muy bella y muy interesante. ¡Qué arboles! [...] ¡Qué cantidad
inmensa de plantas minúsculas que no han sido aún observadas! ¡Y qué
colores ostentan las aves, los peces y hasta los mismos cangrejos (azul
cielo y amarillo)! Desde nuestra llegada, no hemos hecho otra cosa que
correr de un lado a otro como dementes; durante los tres primeros días
no nos fue posible observar nada con atención, pues nos pasamos todo
el tiempo dejando atrás un objeto para coger otro [...] Presiento que seré
muy feliz aquí.1
Por otra parte, no hay que olvidar que su viaje a América se llevó a cabo
en condiciones tan extraordinariamente favorables como nunca se habían
presentado antes a beneficio de viajero alguno
Esta carta que, algunos años antes de las guerras de independencia, pone
de manifiesto una indiscutible deferencia de los criollos hacia la Corona,
expresa asimismo una verdad de hecho- antes de Humboldt, ninguno de los
escasos sabios que pisaron las colonias españolas pudo realizar sus activi-
dades disponiendo de tantas facilidades. Se piensa sobre todo en la desafor-
tunada expedición de La Condamine y Bouguer a Quito, que tan penosas
impresiones había dejado en los medios científicos franceses. La meta pro-
puesta por la misión francesa al Ecuador no había sido alcanzada, o mejor
dicho, fue alcanzada demasiado tarde, ya que la expedición de Maupcrtuís
enviada simultáneamente a Laponia completó en dieciocho meses su tarea,
que consistió en verificar la afirmación de Ncwton de que la tierra es una
esfera achatada en ambos polos. Pero en este caso los expedicionarios no
sufrieron las dificultades de la misión de La Condamine, que debió afrontar
una activa hostilidad tanto de los criollos como de la administración espa-
ñola, ¡pues sospechaban que los sabios franceses en realidad habían ido con
el propósito de descubrir los tesoros del Inca! El incidente de Cuenca que le
costó la vida al doctor Seniergues; el proceso entre Juan y Ulloa y la misión
francesa a propósito de las inscripciones que debían figurar sobre las pirá-
mides levantadas por razones de triangulación; la enfermedad que aniquila-
ría tres miembros de la expedición y que habría de adelantar la muerte de
blo francés armadille, con lo cual comete un error. En francés, armadille es un
crustáceo muy parecido a la cochinilla que también se conoce como armadillo en
español, pero no hay que confundir a ese crustáceo con el armadillo o tatú, animal
originario de América “del tamaño de un lechón, al que se asemeja también en la
forma del hocico, está recubierto por un caparazón escamoso en forma de coraza
(el tatú es un género de la familia de los desdentados)” Fácilmente se comprende la
razón por la cual Humboldt menciona el tatú, un animal exclusivamente americano.
1
Ibid., carta desde La Habana, p. 113.
La Condamine, transformaron esta tentativa científica en un completo de-
sastre.3
El viaje de Humboldt, por el contrarío, se desarrolló ajeno a este tipo de
Humboldt y u población
blanca
incidentes, excepción hecha de algunos accesos de fiebre que afectaron a
Bonpland y de algunos inevitables naufragios en los raudales del Orinoco
Esto no quiere decir que Humboldt no se haya visto varias veces en peligro
de muerte, ni que los riesgos que debió afrontar no hayan significado una
ruda prueba para su salud, sino que tuvo buena suerte en todo momento
A esta excepcional fortuna se agrega otro factor que sería injusto des-
preciar, por cuanto permite una mejor comprensión de ciertos aspectos de
su psicología. Sus reacciones ante la cortesía extrema, la amabilidad y el
afecto que le prodigaron españoles y criollos, son muy elocuentes.
1
' Relation hisionque, lomo u, cap iv, pp 235-238.
° Ibid., pp. 239-240.
1}
ibid., p. 266.
Del conjunto de textos que Humboldt conservó de IU estadía en Améri-
ca se destaca una imborrable impresión, no sólo del aspecto natural, que él
describiría más tarde en sus Cuadros de la naturaleza , sino también de los
seres humanos con los que allí se encontró Es menester recalcar también
—y esto de ninguna manera es menos importante— que la hospitalidad que
se lo dispensó en las colonias, aun cuando le haya sido brindada por grupos
étnicos bien definidos (vascos, catalanes, gallegos etc.), fue caracterizada
por Humboldt como una cualidad esencialmente española. En los textos
aquí citados, que fueron escritos en su totalidad durante su viaje (1799-
1804), jamás olvida que se halla en territorio español, conquistado por los
españoles y que, en época en que comienza a publicar sus primeras obras
sobre América, dichos territorios dependían todavía de España. Sobre este
aspecto nos gustaría, a continuación, llamar la atención del lector. En sus
cartas no vislumbra en forma manifiesta una eventual separación entre Es-
paña y sus provincias de América, sino que engloba dentro de un mismo
homenaje a los españoles de la metrópoli y a los criollos. Poseemos un
texto de Humboldt que confirma nuestra opinión; texto que, publicado en
1808, o sea cuatro años después de su regreso a Europa, no deja dudas
acerca de su forma de pensar Se trata de la dedicatoria a Carlos IV que
encabeza su Ensayo político sobre la Nueva España. Es indispensable re-
producirla íntegramente, por cuanto ella nos permitirá —mejor que toda
vana especulación— captar la auténtica postura de Humboldt sobre los pro-
blemas de las relaciones entre España y sus posesiones americanas:
Señor:
Habiendo disfrutado, durante muchos años, en las lejanas regiones so-
metidas al cetro de Vuestra Majestad, de su protección y de su alta bene-
volencia, no hago sino cumplir un deber sagrado al depositar al pie de
su trono el homenaje de mi reconocimiento profundo y respetuoso.
En el año de 1799 tuve la dicha en Aranjuez de ser recibido perso-
nalmente por Vuestra Majestad, la cual se dignó aplaudir el celo de un
particular a quien el amor a las ciencias llevaba hacia las márgenes del
Orinoco y hacia las cimas de los Andes.
Por la confianza que los favores de Vuestra Majestad me han inspi-
rado, es por lo que me atrevo a colocar su augusto nombre al frente de
esta obra, que traza el cuadro de un vasto remo, cuya prosperidad, Se-
ñor, es grata a vuestro corazón.
Ninguno de los monarcas que han ocupado el trono castellano ha
difundido más liberalmente que Vuestra Majestad los conocimientos
precisos sobre el estado de esta bella porción del globo, que obedece en
ambos hemisferios a las leyes españolas. Las costas de América han
HllMUf VU9tlUflBllUK4
ttdo itvinlidfei por háNIci wrómwi, con munificencia digna de u*
ffin soberano Han sido publicadas a expensa* de Wieaira Majestad
carta* exactas de las mames costas y asimismo planos detallados de
wno> puerto* militares También ha ordenado que anualmente se publi-
quen en un periódico peruano de Lima datos estadísticos sobre los pro.
freso» de la población, del comercio y de las finanzas.
Pero fallaba un ensayo estadístico sobre el reino de la Nueva Esp§.
ña. Para subsanar esta deficiencia reuní un gran número de materiales
de mi propiedad en una obra cuyo primer bosquejo llamó en forma ho-
norable la atención del virrey de México, el año de 1804. Sería feliz $j
pudiera lisonjearme de que mi humilde trabajo, en forma nueva y redac-
tado con más atención, no fuera indigno de ser dedicado a Vuestra Ma- I
jeatad.
En mi obra se reflejan los sentimientos de la gratitud que yo debo al I
gobierno que me ha protegido y a esta nación noble y leal que me ha I
recibido no como a un viajero, sino como a un conciudadano 6Un tra- I
bajo como éste podría desagradar a un buen rey, cuando dicho trabajo se I
refiere al interés nacional, al perfeccionamiento de las instituciones so- I
nales y a los principios eternos sobre los cuales reposa la prosperidad I
de los pueblos?
Señor, con todo el respeto que se debe a Vuestra Majestad Católica,
queda su muy humilde y sumiso servidor.
El Barón A. de Humboldt
Su solo aspecto índica que. desde hace siglos, estos valles han disfruta-
do de una paz ininterrumpida. El capitán general, creyendo dar un nue-
vo impulso al servicio militar, había ordenado grandes maniobras Es
un simulacro de combate, el batallón de Turmero hizo fuego sobre el de
Victoria Nuestro anfitrión, teniente de milicia no cesaba de describir
nos los peligros de estos ejercicios: “Se había visto rodeado de fusiles
que podrían haber hecho fuego en cualquier momento; se le había teni-
do cuatro horas si rayo del sol sin permitir que sus esclavos desplegaras
una sombrilla sobre su cabeza" Cómo los pueblos que parecen ser los
más pacíficos |. ], adoptan rápidamente las costumbres guerreras' Por
entonces yo me sonreía tímidamente, con un ingenuo candor Pero doce
años después aquellos mismos valles de Aragua, aquellas apacibles lla-
nuras de la Victoria y de Turmcro, el desfiladero de Cabrera y las fértiles
orillas del lago de Valencia se convertirían en el escenario de los más
sangrientos y encarnizados combates entre los indígenas y los soldados
de la metrópoli15
MR»
Este extenso párrafo confirma FtH» J
la eflasa* pi aa «I Mam» ó» m
viaje. Humboldt no vislumbraba en dbuiM la» caMM fKtfWflMl
larde habrán de librarse co AmíncaeavtcmCa )apMa.fHMÉhi
incluso que ni siquiera los haya deseado.
Hans Schncider, quien ha investigado la sica de la flBRiaa.aw ea U
obra de Humboldt, afinna con iodo acierto que ao cua haa si aaaaa
“ninguna prueba documental de que HumboidL sea ea Asaría tea Euro-
pa. interviniera activa o deliberadamente ea ningún acto o foMs. qa «a
el terreno de la política o diplomacia se realizasen coa ansas a fssaaaNr la
independencia de América" “
Esta aseveración nos parece justa y concuerda perfectamente coa la psi-
cología y la actitud de nuestro autor. Es indudable que ah tarde y ea repe
tidas oportunidades, Humboldt hizo votos para que Us nueva* repúblicas
americanas emprendieran con paso seguro el camino de la libertad y dei
progreso, pero la exteriorización de su simpatía hacia ellas nunca fue au>
allá de tales expresiones de buenos deseos.
J______i_!__i__i «• •_______i______,_____a_i
_______
la
____
Datos numéricos, distribución geográfica,
Í densidad y “calidad” de la población
9
Ibidé. p. 144
10
Relatton historique, tomo iv. libro iv. capítulo xn. p 144.
[45 146__________________________________
HUMBOLDT y LA POBLACIÓN
En primer término BLANCA
se ven tierras cultivados a lo largo del litoral y ju n,(j
a
la cadena de montañas costeras, a continuación las sabanas, las praclc-
ras de pastoreo; finalmente, más allá del Orinoco, una tercera zona, | :,
de esas selvas en las que no se puede penetrar si no es surcando los río»
que las atraviesan.
La densidad I
y A continuación, Humboldt se aboca al estudio de la densidad de población. I
De antemano señala que, habiéndose determinado las superficies de los
distintos Estados americanos y estimado su población, las cifras promedio
calculadas por legua cuadrada (legua marítima) no proporcionan otra cosa
que lo que él da en llamar un informe de la “población relativa". Las cifras
por él obtenidas arrojan como resultado 95 habitantes por legua cuadrada
en México, 58 en Estados Unidos, 30 en Colombia y 15 en el Brasil
Estos datos son sumamente valiosos. Al comparárselos con los corres-
pondientes a países de Europa, revelan de manera fiel y elocuente que los
territorios americanos se hallan muy lejos de haber alcanzado las densida-
des de los del Viejo Continente. El imperio ruso, por ejemplo, tiene 87
habitantes por legua cuadrada, siempre que para el cálculo se toma en cuen-
ta a la Sibcria rusa, que no tiene más que 11; la Rusia europea, en cambio,
tiene 320; España tiene 765 y Francia 1778.
19 ibid., pp 147-148.
20 Humboldt agrega que estas diferencias geográficas generan “en un mismo
país, una pluralidad de intereses entre los pueblos del interior y los que habitan las
costas”, ibid., p. 150.
3
6
A esta bajísima densidad relativa de la población americana ve agrega
otro fenómeno, sobre el que Humboldt insiste muy atinadamente. Porque
—escribe— “estas evaluaciones de la población relativa, aplicadas a
países de superficies inmensas y de los cuales una gran parte se halla total-
mente despoblada, no resultan sino abstracciones matemáticas muy poco
instructivas"
Así como en Europa la población de los países “uniformemente cultiva-
dos" presenta, según las regiones, diferencias que van de 1 a 3, como en el
caso de Francia, o de I a 2 en el caso de España, o de I a 15 en los casos más
extremos (al comparar los países más poblados con las comarcas más de-
sérticas de Europa), en América, por el contrario, las diferencias son ex-
traordinarias, Aún excluyendo los llanos y las pampas, Humboldt encuentra
diferencias de densidad que van de 1 a 8000 u
A pesar de estas extraordinarias oscilaciones entre regiones pobladas y
regiones desérticas, algunos sectores de la América civilizada tiene una
población relativa tan densa como la de algunos países europeos, debido a
su concentración en las ciudades del litoral, en los valles andinos y en las
islas.
A dicha concentración Humboldt le da el calificativo de “accidental",
por cuanto revela una población relativa que en ciertos casos va de 3 000 a
4 700 habitantes por legua cuadrada, es decir, la misma que tienen las re-
giones más fértiles de Holanda, de Francia y de Lombardía.
Pero Humboldt no está dispuesto a comparar más que situaciones com-
parables Por tal razón establece un paralelo entre regiones de América que
por su estructura económica son idénticas a regiones de Europa. Entre ellas,
nuestro autor elige a la Capitanía General de Venezuela haciendo abstrac-
ción de los llanos, que tienen 1800 leguas cuadradas de extensión. Estas
provincias del litoral, donde las industrias agrícolas son una actividad flo-
reciente, se hallan sin duda “dos veces más habitadas que en Finlandia",
pero aún así su población es un tercio menor que la de Cuenca, la provincia
menos poblada de España. 21
T7
HUMBOLDT Y LA POBLAUW»
Todas estas observaciones sobre la distribución de la población, sobre u I
densidad relativa y sobre la densidad “accidentar’, ponen de manifiesto u na I
característica permanente del poblamiento de la América española: U ^ I
*er sobre todo periférica. Algunos islotes muy poblados se ubican junto a
inmensos desiertos apenas tocados por el hombre Por otra parte, la den$j. I
dad de población, aún en nuestros días, es muy baja. De este modo, | 0i I
habitantes de la diversas naciones latinoamericanas cubren con una la* a I
red humana las vastas extensiones del Nuevo Continente. >s
La particularidades nacionales I
Humboldt también toma en consideración la situación particular de cada I
uno de los grupos humanos, mejor o peor ubicados para recibir las corríen. I
tes intelectuales provenientes de Europa, guiándose por las posibilidades I
de comunicación con el Viejo Continente. “Es necesario distinguir —afir- I
ma— las partes de la América española que miran hacia el continente asi¿ I
tico, de aquellas que están bañadas por el océano Atlántico ".16
De este modo, la Capitanía General de Caracas goza de una ubicación I
privilegiada. Bañadas por las aguas del “pequeño mar de las Antillas, una
suerte de Mediterráneo", sus costas se benefician con el incesante aporte de
lo que Humboldt da en llamar “las luces" del siglo .17 Por el contrario, los
reinos de la Nueva Granada y de México “no están vinculados con las
colonias extranjeras —y a través de ellas con la Europa no española— más I
que a través de los puertos de Cartagena de Indias y Santa Marta, de Veracnu I
y Campeche". Estos países se encuentran, pues, relativamente aislados, con I
su población acantonada sobre las laderas de las cordilleras .11 Venezuela, I
en cambio, merced a sus numerosos puertos, Cumaná, Barcelona, La Guaira, I
Puerto Cabello, Coro y Maracaibo, mantiene abundantes relaciones comer-1
dales, tanto lícitas como ilegales, con todo el archipiélago. Esto viene a I
do) dan I 1 por km2: los 34 del Perú, 1.1 por km2, y los 23 habitantes por lega I
cuadrada que Humboldt estimó para Venezuela pasan a ser 0.8 por km 2.
0
Aún en la actualidad, la densidad de la pobladón es bastante baja: Coloa-1
bu. 12 hah/km2; Venezuela 7 hatx/kro 2; Perú 10; Bolivia 3; Argentina 7 (cifra I
correspondientes a 1958. extraídas de [bero-Amerika, ein Handbuch, 4a.
edición I
Ham burgo. 1960k Pero estas bajas densidades no deben hacer olvidar que, aun
así I
U población de las veinte repúblicas de América Latina aumenta a ritmo
acelerado. I
La tasa de crecimiento anual va de 0.7% (Uruguay) a 2.2% (Chile) y al 3% en b
|
Aménca dd Sur tropical
Retoño* fdsutnque^ tomo iv. libro iv. cap. xni. pp. 150-151.
Ibid.. p. 153.
* fhñ¿. pp. 153-154.
explicar el hecho de que en estas comarcas, la riqueza, las luces y el "deseo
incontenible de un gobierno local, que puede confundirse con el amor por
la libertad y por las formas republicanas", sean factores que se desarrolla-
ron en forma simultánea; y fue precisamente allí donde estallaron los pri-
meros levantamientos antiespañoles. En lo que a la vida política de los
pueblos concierne, Venezuela presenta además el curioso ejemplo de una
revolución que se llevó a cabo sin contar con la ayuda, tan enormemente
valiosa, de la imprenta. Humboldt no dejó de sentirse asombrado ante este
hecho peculiar. Cuando por entonces en los Estados Unidos “se publican
periódicos en las pequeñas ciudades de 3 000 habitantes, uno se sorprende
al enterarse de que Caracas, con una población de entre cuarenta a cincuen-
ta mil almas, no contó con imprenta hasta 1806; pues no es posible dar este
nombre a las prensas mediante las cuales se intentó imprimir, de año en
año, algunas páginas de un calendario o una disposición del obispo" Y
concluye: “En los tiempos modernos resulta un espectáculo bastante insóli-
to ver un establecimiento de este género, que brinda el más grande de todos
los medios de comunicación entre los hombres, suceder en vez de preceder
una revolución política”.22
Pero los criollos leían, a pesar de todo, los libros llegados de Europa en
forma de contrabando, sistema que se veía más favorecido por la privilegia-
da ubicación de Venezuela. De esta manera, a través de un simple análisis
geográfico, Humboldt revela un fenómeno sumamente interesante dentro
de la historia de la emancipación americana. Nos permite comprender me-
jor, en los tiempos actuales, las características propias de cada uno de los
levantamientos antiespañoles que estallaron en diferentes puntos de Améri-
ca Latina entre 1797 y 1820.
Finalmente, leal a las ideas de su hermano Guillermo sobre la antropo-
logía comparada de individuos y pueblos, Humboldt estudia con esmero la
composición de la población blanca hispanoamericana: “Es menester
—declara— investigar el origen de las familias europeas y determinar la
raza a que pertenecen los blancos en su gran mayoría, en cada rincón de las
colonias”.
Humboldt creyó reconocer en las diversas partes del imperio español
de América, diferencias relativamente importantes entre estos grupos
étnicos, entre estas “razas”, según proviniesen de tal o cual provincia de la
Península. Así, en Venezuela existe una gran mayoría de andaluces y de
canarios. En México son los castellanos de la “Montaña” y los vascos quie-
nes predominan, y en Buenos Aires los catalanes. Según la opinión de nues-
tro autor, estos elementos “difieren esencialmente entre sí en cuanto a sus
1
9 22Ibid., pp. 213-214
HlMBOLDT t U POftlAQÓN BLANCA
f
n
í>
bre las “particularidades nacionales" de los hispanoamericanos al recono-
cer que los cambios ocurridos
ü
CHARLES GRÍÍFÍN, Los lemas sociales y económicos en la época de la Inde-
pendencia.
24
Humboldt menciona la influencia de las ciudades en la cohesión de los
territorios que las rodean. Opina que, por la fuerza de la costumbre y por las “com-
binaciones de interés comercial” “esta influencia de las capitales sobre los territo-
rios circundantes, estas asociaciones de provincias fusionadas bajo la denominación
de reinos, de capitanías generales, de presidencias y de gobernaciones, sobrevivi-
rán incluso a la catástrofe de la separación de las colonias (las cursivas son nues-
i-----------i------------ .... f Al A ,*nHr4n lunar -i fl<*cn<»rhn Int límit^c
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN BLANCA
46
críticas que Humboldt impone al sistema colonial.29 Los criollos, por su
parte, aun cuando reconocen en Humboldt una cierta cantidad de argumen-
tos favorables a su causa, no se mostraron tampoco favorables al cuadro
—a fin de cuentas muy poco agradable— que Humboldt ofrece de la reali-
dad colonial. Sin duda, estas opiniones opuestas son también resultado de
las contradicciones que es posible detectar con bastante frecuencia en al-
gunos pasajes de los libros de Humboldt, sobre todo cuando se ocupa de las
reacciones sentimentales de los criollos frente a los más recientes aconteci-
mientos de la historia colonial. Da la impresión de que, debido a la fuerza
de las circunstancias, Humboldt no hubiese tomado la distancia necesaria
para haber podido apreciar dichos acontecimientos en su justo valor. Esa es
indudablemente la razón de que haya tal diferencia de óptica entre la des-
cripción humboldtiana de los siglos coloniales y la evocación de hechos
mucho más recientes, como es, por ejemplo, la rebelión de Túpac Amara.
Humboldt —cuyo juicio es claro y preciso cuando se trata de describir y
evaluar un acontecimiento ocurrido en el siglo xvi— parece haber sufrido
las peores dificultades cuando ha tenido que empalmar la historia política
más reciente con aquella del pasado; bajo la óptica del viajero, la primera
no siempre aparece claramente como la consecuencia lógica de la segunda.
Tal es, a nuestro juicio, el precio de rescate que paga el historiador a la
actualidad.
Ibid., p. 288.
dos a ¡os blancos y aún antes de su muerte [...] el régimen legal de las
Nuevas Indias tendía ya al aniquilamiento de la población indígena. 1*
33'• Ibid., p. 295. Desgraciadamente nos resulta imposible reproducir aquí las
bellísimas páginas que Humboldt dedica a esta historia. Véase de la p. 264 a la p. 407.
34 Essai pol. Nouv. Esp. t tomo i, libro n, cap. vi, pp. 388-390. Se observará que
Humboldt analiza la formación de la sociedad blanca dominante en un capítulo dedi-
cado a las condiciones de vida de los indios.
35 Vfcyage ara régions équinoxiales du Nouveau Continente tomo v, libro v, cap.
36xvi, p. 215. “Los indígenas —cuyo corregidor, don Pedro Peñalver, era hombre que
37se distinguía por la cultura de su espíritu— gozaban de un cierto desahogo. Por lo
pronto acababan de ganar en la Audiencia un proceso cuyo fallo les ponía nuevamente
HUMBOLDT Y LA población BLANCA
las armas” Pero pronto el espíritu de conquista se desvaneció y entonces
14
los colonos se dedicaron a “la apacible vida campesina" Humboldt des- I
taca con fuerza la evolución del estatuto de bienes raíces, así como los
cambios operados en el seno del grupo blanco No se habla más de
encomenderos sino de grandes propietarios que explotan vastas haciendas
consagradas, según las regiones, a la ganadería o al cultivo de la caña de
azúcar, del café, del añil, del algodón o del tabaco.
La estructura social
La población blanca, que ocupa el primer lugar dentro de la vida colonial,
se compone de lo que Humboldt denomina dos “generaciones”, cuyos res-
pectivos orígenes son muy diferentes. La primera, desde el punto de vista
cronológico, está formada “por los hijos de los conquistadores, algunos de
los cuales eran nobles, tal como sucedió con varios compañeros de Cortés
y de Pizarro”, mientras que los otros “provenientes de clases inferiores,
dieron celebridad a sus nombres merced a ese valor caballeresco tan caracte-
rístico de los primeros años del siglo xvi”. La segunda “generación” está
constituida por “criollos cuyos mayores han desempeñado muy reciente-
mente cargos de gran importancia en América. Esta 'generación’ fundamen-
ta parcialmente sus prerrogativas en el renombre de que goza en la metrópoli,
y cree poder conservarlas allende los mares, cualquiera sea la época de su
radicación en las colonias”.19
Pero en América, ninguna de estas dos noblezas logró alcanzar un rango
a nivel del alcanzado en Europa dentro de la jerarquía social y política. I
Humboldt atribuye esto a dos razones esenciales. En primer lugar dice que
durante el periodo colonial España no permitió la formación de lo que él
denomina una aristocracia nobiliaria. 39 40 41
En el Ensayo político sobre laNue -1
va España afirma que: “Todos los vicios del sistema feudal fueron 1
transplantados de un hemisferio al otro”, frase a la que se recurre con fre- i
cuencia cuando se quiere apoyar lo que podríamos llamar la “teoría de la i
traslación del sistema feudal de España a América”. Pero con todo y la men-1
cionada frase, no hay duda de que Humboldt se dio cuenta perfectamente I
en posesión de unas tierras cuya propiedad les era disputada por blancos”. Observa-
ción hecha por Humboldt en Guacara, Venezuela, el 23 de febrero de 1800.
38 Humboldt escribe: “Ha sido sobre todo el rey Carlos 111 quien, a través de
medidas tan sensatas como enérgicas, se ha convertido en el benefactor de los indíge-
nas”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 390.
39 Ibid., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 266. Humboldt evoca al mismo tiempo esta j
“paz colonial” que sucedió a los tumultuosos años de la conquista: “La riqueza del
suelo, la abundancia de alimentos y la bonanza del clima contribuyeron a la modera-
ción de las costumbres; estas mismas regiones —que durante la primera parte del
siglo dieciséis no fueron sino lamentable escenario de guerras y de saqueos— goza-
ron bajo la dominación española de una paz que se prolongó por dos siglos y medio”, j
40 Relation historique, tomo iv, libro iv, cap. xm, pp. 208-209.
41 Essaipol. ílede Cuba, Supplément, tomo u, p. 374. “Los auténticos elementos j
de la monarquía no se encuentran ni en el último rincón de las colonias modernas” j
CUADRO DE LA SOCIEDAD AMERICANA
DE ANTROPOLOGÍA £
En las colonias españolas
un contrapeso de otro tipo, cuya acción se torna día a día más poderosa.
43 Relaúon historique, tomo iv, libro iv, cap. xm, pp. 210-211. Esta actitud de I
creer en una nobleza otorgada por el color de la piel es atribuida por Humboldt a la I
influencia de los vascos, un pueblo —según escribe— justamente célebre por su
lealtad, su industria y su espíritu nacional. Todo vizcaíno se dice noble, y en razón de
que en América y en las Filipinas hay más vizcaínos que en la Península, los blancos
de tal extracción contribuyeron no poco a difundir en las colonias el principio de I
igualdad de lodos los hombres cuya sangre no se halle mezclada con sangre africana'', I
ibid., p. 211.
'* Humboldt define esta sociedad blanca como una sociedad “compuesta por
individuos que no reconocen ninguna preponderancia política dentro de una misma
casta". Errar poi fie de Cuba, tomo u, suplemento, p. 374. Brito Figueroa escribe
diciendo que la casta colonial es un “grupo social estratificado y unido por su origen
étnico, idéntico status jurídico, y un mismo tipo de oficios y actividades económico
profesionales heredables de generación en generación” En la clase de los blancos I
Cuadro de la sociedad
Después de haberamericana
aludido brevemente a la época de la conquista y a la
evolución de la encomienda, Humboldt se consagra desde el mismo co-
mienzo de su análisis a presentar un esquema específico de la realidad
colonial, donde son tomados en consideración hechos que de ninguna
manera podrían ser hallados en las sociedades europeas. A partir de estas
observaciones el testimonio de Humboldt se hace apasionante. El examen
de las relaciones entre las diversas castas y razas que coexisten en América
se ubica en el centro de sus análisis.
Sus opiniones acerca de las posibilidades de evolución de las socieda-
des hispanoamericanas deben ser valoradas bajo este punto de vista. Muy
pronto veremos que la existencia de problemas de este orden en América
será una de las causas fundamentales del escepticismo de Humboldt con
respecto de las posibilidades futuras de los países recién independizados.
Nuestro autor jamás pierde de vista la influencia decisiva ejercida por las
condicionantes de la vida colonial sobre el destino de las repúblicas latino-
americanas
55
pétrea inmovilidad social sigue siendo la regla. En su estudio de la socie-
dad colonial, Humboldt propone una clasificación que cor esponde per-
fectamente a la realidad histórica. /) gachupines (españoles nacidos en
España), 2) españoles criollos, 3} mestizos; 4) mulatos, 5) zambos, 6) in-
30
dios, 7) negros africanos. Esta clasificación, bien distinta de la propuesta
por Clavijero,44 45
pone de manifiesto con gran exactitud y a un mismo tiem-
po la rigidez de esta sociedad de castas y la omnipotencia del “prejuicio
del color”, siendo por cierto el hombre blanco el modelo ideal Pero
Humboldt llega a América en momentos en que esta pirámide comienza a
sufrir sacudidas bastante violentas, cuando ya algunas fisuras de conside-
ración están apareciendo como consecuencia de ios conflictos internos
que habían venido sucediéndose desde los primeros días de la conquista y
los cuales habrían de perturbar —si no desquiciar— el hábil ordenamiento
sociopolítico de estas diferentes estratificaciones.
El prejuicio del color
Dentro de tal clasificación, se advierte en seguida que la preeminencia so-
cial corresponde a tos blancos; en primer lugar a los españoles nacidos en
España y luego a los criollos. En México los negros ocupan el último grado
en la escala social, como si el color de su piel fuese considerado por las
demás razas como el símbolo de una maldición nacida en lo más remoto de
los tiempos. El color de la piel es el criterio que determina, en primer lugar,
el rango social ¿Es acaso la expresión de un cierto “racismo"? Los historia-
dores españoles, así como los latinoamericanos, indican muy acertadamen-
44x Essai pol Nouv. Esp., lomo i, libro u, cap. vi, p. 344. Humboldt distingue 7
castas y 4 razas.
45 Francisco Javier Gavijero, Historia antigua de México', en la quinta disertación
de su cuarto volumen, Clavijero distingue cuatro clases de hombres en México y
demás países de América: 1) los americanos propiamente dichos, o sea los indios que
descienden de los primeros habitantes del Nuevo Mundo; 2) los europeos, asiáticos y
africanos, 3) los hijos o descendientes de estos últimos, llamados “criollos'’ por los
españoles, aun cuando esta denominación esté reservada para los descendientes de
europeos; 4) las razas mixtas, conocidas por los españoles como “castas" y que son
el producto de la cruza de europeo con americano, de europeo con africano o de
africano con americano etc., tomo iv, p. 189.
Nótese aquí que Gavijero, al mencionaren primer término a los indios, estable-
ce una clasificación ciertamente válida desde el punto de vista cronológico y que
concuerda asimismo con sus sentimientos humanitarios y cristianos, pero que bajo el
punto de vista sociológico resulta totalmente falsa.
A propósito de clases y castas, es menester señalar la diferencia entre el término
español “casta" y el vocablo francés coste. Según la terminología colonial, se designa j
como castas a los mestizos. Este término, al igual que muchos otros que eran emplea-
dos en América para designar tonos de pigmentación, está tomado del léxico animalista'
“Generación o linaje. Dfcese también de los irracionales”, Diccionario de la Real
Academia de la lengua española, primera acepción.
te que los conquistadores hispánicos no fueron racistas —en el sentido
biológico de la palabra— y que no tardaron en mezclarse con los indígenas
en este nuevo "Paraíso de Mahoma" que, según la expresión de Alberto M.
Salas,46 creyeron haber hallado en América. La existencia de millones de
mestizos y de mulatos es una prueba de esta indiferencia primitiva ante el
obstáculo del color. Estos fenómenos han sido estudiados y explicados
ampliamente, por lo que no tiene caso seguir comentándolos aquí. Pero si
bien es verdad que entre los blancos no existía un racismo de principio, no
es menos cierto que tanto su mentalidad como su comportamiento estuvie-
ron motivados en gran medida por un racismo de hecho. Veamos, más bien,
lo que escribe Humboldt con respecto de México:
En un país gobernado por los blancos, las familias a las que se considera
mezcladas con el mínimo de sangre negra o mulata son, naturalmente
también, las más honorables. En España constituye un título de noble-
za, por decir así, el no descender ni de judíos ni de moros. En América,
el tono más o menos blanco de la piel decide el rango que ocupará el
hombre en la sociedad. Un blanco que cabalgue descalzo se imaginará
pertenecer a la nobleza del país.
46 Alberto M. Salas, Crónica florida del mestizaje de las Indias, sigloxvt. El autor
recuerda con mucho acierto que "la relación más frecuentemente establecida entre
españoles e indias fue, simplemente, el amancebamiento, situación favoreci-
da [...] por las costumbres de la mayor parte de los indígenas americanos", p. 25. Los
casos de matrimonio son muy raros, p. 260. Por esta razón —la ilegitimidad de su
nacimiento—, desde los mismos comienzos de la colonia, los mestizos fueron descar-
tados de todo tipo de puestos.
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
BLANCA
sospechosas de tener mezcla de sangre” enlabian procesos a ñn de solí, i
citar “a la suprema corte de justicia (la Audiencia) que las declare como I
pertenecientes a los blancos. Se da con frecuencia el caso de mulatos I
sumamente morenos que tuvieron la habilidad de hacerse “blanquear”
(tal es la expresión popular). Cuando el color de la piel es demasiado I
opuesto al fallo solicitado, el demandante se conforma con una expíe- I
sión un tanto problemática. En tales casos la sentencia permite simple- I
mente “que tales o cuales individuos se tengan por blancos”.47
9
En Les origines vénézuéliennes, Jules Humbert da dos explicaciones del térmi-
no “mantuano". “Quizás provenga de los mantos que acostumbraban usar los caci-
ques indígenas y sus hijas”; o bien, según A. Rojas, la palabra podría desprenderse de
una moda impuesta entre las damas de Caracas, que consistía en recoger sobre la
cabeza un faldón de sus largos vestidos, para dejarlo caer hacia adelante cubriendo la
frente. En Venezuela, tal costumbre era considerada como señal de nobleza, p. 68,
nota!
30
Essaipol. Nouv. Esp, tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 265. “La pasión por los
títulos —indica Humboldt— que caracteriza en todas partes al comienzo o a la deca-
dencia de la civilización, ha hecho que el tráfico de los mismos sea sumamente
lucrativo".
•! En L’Amérique el les Amériques, Pierre Chaunu atribuye este mal aristocrático
al origen mestizo de los criollos, quienes a su juicio dos de cada tres veces son
"blancos por aproximación”. “Un tono de piel un tanto oscuro, un labio algo grueso,
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓM
BLANCA
íícicnlemente en cuenta la especial psicología del criollo, quien desde lr J5
albores de la conquisu se vio obligado a luchar contra el prejuicio adverso
del que era víctima en España y aun en Europa. La convicción acerca de |¡
inmadurez del continente americano y de la debilidad de sus primeros ha.
hitantes —convicción difundida en Europa a partir de Las Casas— cnglo.
bada dentro de la misma reprobación al indígena americano y al colono
nacido en el Nuevo Mundo. Antoncllo Gerbi 51 52 53 ya estudió este problema, y
nosotros examinaremos algunos aspectos del mismo en otro capítulo del i
presente trabajo. En un artículo hemos analizado un cierto número de opj.
mones de autores franceses y españoles del siglo xviii: Juan y Ulloa, Frézicr
y el abate Raynal, quienes en asombrosa concordancia destacan la dcbilj. I
dad e inferioridad del criollo frente al europeo .54 Humboldt, que conoce I
bien a dichos autores, repite algunas de sus afirmaciones, aunque insistid». I
do en las cualidades que él pudo descubrir en ese criollo. Pero considera I
que la pasión por los títulos es un defecto bien grave, cuyas razones profun- I
das no parece haber llegado a comprender En este tono irónico que emplea I
con frecuencia cuando quiere describir un cuadro de costumbres que se le I
antoja ridículo nuestro autor da algunos ejemplos, aunque no extrae de I
ellos las conclusiones que serían de esperar.
Señala que el grado militar —sobre todo el de coronel— es muy cotiza* I
do, por cuanto concede derecho al tratamiento "todo aquél que goza del
mismo, es llamado señoría, V.S., o bien Usía".55 Humboldt advirtió que eran
sobre todo los comerciantes quienes solicitaban los títulos de coronel o de
comandante. Nuestro autor se sintió asombrado ante el espectáculo de es-
tos abarroteros criollos pavoneándose dentro de su tienda con uniforme de
51un rostro a la Bolívar—son cosas que no impiden ensalzar los valores blancos Y OÍ
ponen al ridículo en presencia de los godos (españoles puros)", p. 197. Más adelante,
P. Chaunu escribe: “Dentro de la escala de las vanidades nobiliarias, la América
española de fines del siglo xvm tiene el privilegio de ser la provincia más vanidosa de
las Europas”, p. 198.
52 A. Gerbi, La dispula del Nuevo Mundo
53En dicho artículo, hemos notado que en su Teatro crítico universal el padre
54Feijoo combate la creencia, difundida en España, de que el criollo americano experi-
menta una precocidad anormal y una senescencia prematura; y cita un cierto número
de criollos que llegaron a una edad avanzada sin dar muestras de deterioro algunoea
su capacidad intelectual o física. Véase Teatro crítico universal. Mapa intelectual;
cotejo de naciones, xv, p. 90, Col. B., y Españoles americanos, xxtv, pp. 155-160.
55 Essaipol. Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 265. El número de cédula
reales y de Reales Ordenanzas promulgadas a propósito del "tratamiento de Don"es
bastante considerable, lo cual es una prueba de la manía nobiliaria sufrida porto
habitantes de las colonias. Por ejemplo, entre los documentos de Indias se halla uní
R.O de 1770 “para que a los cabos y sargentos que justificasen ser nobles o ser hijos
de capitanes se les dé el tratamiento de Don” o bien la "Consulta de la Cámara de las
Indias sobre un proyecto de extender la gracia y título del uso del Don”, de 1779. Ei
1796 hay, incluso, una Real Cédula ¡"sobre usar el distintivo de Don”! Verdadera-
gala.
3
Recorriendo la cordillera de los Andes, uno se sorprende al ver en pe-
queños pueblos de provincia sobre las montañas, a todos estos comer-
ciantes transformados en coroneles, en capitanes y en sargentos primeros
de milicia (...) No es raro ver aestos oficiales de ejército en uniforme de
gala y luciendo la condecoración de la real orden de Carlos III, sentados
con aire grave en sus tiendas y dedicados a los más nimios detalles de la
venta de mercaderías, mezcla insólita de ostentación y simplicidad de
costumbres que provoca asombro en el viajero europeo . 56 57 58
60 Relation historique, tomon, libro 11, cap. v, p. 380y tomoiv, libro ív, cap. xm, p. 209.
HUMSOLOT Y LA POBLACION BLANCA
Tenemos aquí un ejemplo magnifico de eso que podríamos dar en lla-
mar “la memoria selectiva de los pueblos”.2 Los señores criollos, beneficia-
ríos directos y privilegiados de la conquista, no quieren ver en Jos
conquistadores --de quienes en su mayor parte descienden— nada más
que españoles, es decir, ¡pura y simplemente extranjeros! Lo menos que
puede decirse es que esta manera de sentir su propia historia nacional reve- I
la en los criollos un extraordinario poder de imaginación y de fantasía. Será
menester, pues, examinar con el más agudo espíritu crítico los argumentos
que Humboldt escuchó en el seno de la sociedad criolla, los cuales están
plagados de contradicciones. Se condena al período colonial al mismo I
tiempo que se lo echa de menos. Se aborrece el despotismo y el “oscu- I
rantismo" de España, mientras se Ies niega la libertad a los indios, que de- I
ben seguir soportando todo el peso de la explotación colonial
Según este enfoque habremos de examinar los conflictos entre criollos I
bj| | y españoles.
Humboldt indicó con toda exactitud las tres causas fundamentales del I
H descontento criollo, que si bien parecen ser de características muy distin- I
W tas. en realidad se hallan estrechamente ligadas entre sí. Están relacionadas
r con la pugna por los cargos, con los problemas de las estructuras económi- j
cas y fiscales y con la política comercial de España en sus posesiones. En i
todo momento durante la gestión de su imperio, la Corona mantuvo la
constante preocupación por reglamentar, controlar y administrar el funcio-
namiento de las instituciones instaladas en América hasta en sus más ínfi- I
mos detalles, razón por la cual los choques y desacuerdos fueron inevitables.61 62
Dos siglos y medio después de la conquista, los criollos consideran a los i
españoles como extranjeros. La situación se agravó a partir de mediados
del siglo xviii, pero Humboldt no se ha referido con suficientes detalles al i
cambio provocado por las reformas de Carlos III, a las que brinda sus mayo-
res elogios.
Es preciso recordar entonces los hechos fundamentales. Ante todo, sa- i
bemos que la mayor parte de los cargos subalternos e intermedios de la
administración colonial estaban ocupados por criollos, fuera de cuyo al-
cance se hallaban tan sólo las funciones del rango más alto. Hasta 1813, j
64’ Essai pol. Nouv. Esp., lomo i, libro II, cap. vil, pp. 416-418. Sin embargo,
Humboldt escribe: “Ante la ley, todo criollo blanco es español; pero el abuso de las
leyes, las falsas medidas del gobierno colonial, el ejemplo de los estados confedera-
dos de América septentrional, la influencia de las opiniones del siglo, han distendido
los lazos que otrora unían más íntimamente a los españoles criollos y a los españoles
europeos” Es su deseo que una “atinada administración logre restablecer la armonía,
calmar las pasiones y el resentimiento, y aun quizás conservar por largo tiempo la
unión entre los miembros de una misma familia desparramada en Europa y en Amé-
rica" Se advertirá que dos de los cuatro factores enumerados por Humboldt para
explicar el debilitamiento de los vínculos entre criollos y españoles son de origen
extemo. Este pasaje confirma además lo que hemos señalado anteriormente: en 1808,
Humboldt no prevé ni desea la secesión de las posesiones españolas de América.
65 “Causas y caracteres de la independencia Hispanoamericana",
ponencia de R.
Konetzke, pp. 250-261
66 Oís Capdequf fecha en 1770 el primer intento de institución de
las intendencias
en América. En 1782 un decreto confiere aJ Intendente del Río de la Plata la
suprema
función gubernamental en los sectores de finanzas, justicia, policía y guerra.
Cinco
años más tarde esta ordenanza es aplicada en Lima y poco después en la Nueva
España y en el resto de América. Véase Ots Capdequf, El ESTADO español
en las
Indias, pp. 76ss. En su estudio sobre la designación de intendentes en las
Indias por
Carlos III, Alain Viellard-Baron escribe que la primera intendencia fue creada
en La
Habana el 31 de octubre de 1764, siendo confiada a Miguel de Altarriba. Pero
des-
pués de la visita de Gálvez el sistema quedó definitivamente establecido, a
mente las Intendencias americanas permitieron un saneamiento de li
administración y produjeron aumentos en los ingresos fiscales. Pero por el
reverso de la moneda, los ventajas que resultaron de esta reforma fueros i
contrarrestadas y a veces hasta anuladas totalmente por las funestas conse-
, cucncias políticas que ella trajo aparejadas los gobernadores, alcaldes
I mayores y corregidores —en su mayor parte criollos— debieron ser progre- j
F sivamente reemplazados por funcionarios españoles.
Esto explica el creciente odio de los criollos, por un lado, y el fracaso de
las Intendencias en América, por el otro. Los virreyes, gobernadores milita-
res, corregidores y demás magistrados criollos y españoles ya en funciones I
opusieron a las Intendencias una notable resistencia. En la mayoría de los i
casos las autoridades coloniales demoraron el establecimiento de nuevas j
instituciones, que muy pronto dejaron de funcionar de un modo fructífero.11
pesar déla
oposición del marqués de Piedras Albas, presidente del Consejo de Indias. El
intenden-
te comanda cuatro sectores: justicia, policía, finanzas y guerra,
“L*établissement des
intendants aux Indes par Charles III".
® Véase al respecto Luis Navarro García, Intendencias de Indias, cap.
xiu. Con
gran minuciosidad, el autor analiza el gran proyecto de Gálvez, luego las
dificultades
LOS CONFLICTOS
10
Ibid., p. 126.
" Essai pol. Nouv. Esp., tomo iv, libro v, cap. xm, pp. 1-6. Humboldt
propone
una diferenciación harto discutible entre el espíritu de las leyes y la política. Loe
principales teóricos y políticos españoles de fines del siglo xvm aplicaron los
princi-
pios del “pacto colonial" con el mayor conocimiento de causa, basándose en la defi-
nición dada al respecto por Montesquieu. No hay que olvidar que tanto Felipe V
como
Carlos III y Carlos IV fueron accionistas de compañías privilegiadas. El condede
Peñaflorida, “caballero de Azcoitia", fundador de la Sociedad Económica
Vasconga-
da, fue uno de los directores de la Guipuzcoana; véase Ramón de Bastero, Una
empresa del siglo xvm: los navios de la Ilustración , y Germán Arciniegas,
Biografia
del Caribe, cap. xv, pp. 324-340.
distan de ser claros. Es verdad que a partir de mediados del siglo xvm la
historia de las relaciones entre España y América se torna sumamente com-
pleja. L a acción sin precedentes emprendida por Carlos III hacia la reor-
ganización institucional, económica y social se vio permanentemente
contrarrestada por todo género de factores la inercia de las estructuras
burocráticas hispanoamericanas, la lucha de intereses entre los comercian-
tes criollos y los comerciantes españoles, las rivalidades peninsulares que
contraponían los patriciados catalán y vasco al patriciado andaluz, las
luchas de influencia entre las camarillas, sobre todo a partir de Godoy y,
finalmente, las fluctuaciones en el seno de la diplomacia española. La alianza
con Francia en 1795 significó un grave perjuicio para las relaciones entre
CE ESTAR TOTALMENTE En
JUSTIFICADO efecto, un estudio nos puso al tanto de
QUE, DESPUÉS DE insurrección
LA de Francisco de León, en Venezuela, una
Real CÉDULA AUTORIZÓ a los comerciantes criollos ¡a convertirse en accionis-
TAS DE LA COMPAÑÍA vasca! ¿De qué comerciantes se trataba? ¡De los grandes
HACENDADOS QUE EN SUS inmensos dominios cosechaban añil, tabaco, algo-
DÓN y CAÑA DE AZÚCAR, O BIEN se dedicaban a la cría de ganado en los llanos!
LOS DOCUMENTOS RECOPILADOS dan cuenta de establecimientos comerciales
INSTALADOS EN CARACAS, Puerto Cabello, Cumaná y Maracaibo, que pertene-
cen a LOS BOLÍVAR, Madriz, Kcy-Muñoz, Ponte, Ascanio, Tovar. Ibarra;
MANTUANOS TODOS ELLOS, ¡y descendientes de las más antiguas familias de
70 71 72
FUNDADORES y pobladores de la colonia!
Pero nuestro asombro crece más aún al enteramos de que desde princi-
pios del SIGLO XVN, el comercio del cacao entre Venezuela y la Nueva España
había estado exclusivamente en manos de los criollos. Jamás permitieron
G/\
que demostraban admiración por las nuevas ideas. Humboldt señala el hon-
S L I O T £
do malestar y la irritación de los criollos a raíz de la intensificación de las
medidas de autoridad que inicia España en sus posesiones de América,
especialmente en Venezuela y en Santafé de Bogotá. La actitud de Humboldt
8/
al respecto es poco consecuente. Acabamos de ver que nuestro autor felicita
a los gobiernos españoles y sobre todo a Carlos III por las reformas empren-
didas en las colonias, supresión de las encomiendas, creación de las Inten-
dencias, acentuada protección a los indígenas etc. Pero ese progreso en la
organización administrativa está acompañado por un considerable endure-
cimiento en el terreno político. Humboldt parece no haber sido sensible a
estas contradicciones de la política española. Sin embargo, juzga con gran
severidad las medidas represivas aplicadas por la Corona contra cualquier
manifestación de actividad de los criollos en el terreno político y cultural.
En primer lugar, Humboldt comprueba que se “prohibió la instalación
de imprentas en ciudades de entre cuarenta y cincuenta mil habitantes; se
consideró sospechosos de abrigar ideas revolucionarias a pacíficos ciuda-
danos que, retirados al campo, leían en secreto las obras de Montesquieu,
de Robertson o de Rousseau'*.
En los años 1791-1795, “el gobierno creyó descubrir una conspiración
en Santafé [...] donde se encadenó a individuos que a través de la vía comer-
cial con la isla de Santo Domingo se habían procurado periódicos france-
ses. Se torturó a jóvenes de dieciséis años con el fin de arrancarles secretos
de los que ellos no tenían la menor idea’’.24
]l
Arcila Farías, El siglo ilustrado en América, el autor cita la comunicación del
virrey Bucareli a los delegados del comercio español y proporciona cifras impresio-
nantes; véanse las páginas 257ss.
ü
Parra Pérez, El régimen español en Venezuela, esp cap. vm, “El sistema econó-
mico", pp. 239-259, y el cap ix, pp. 263-275.
u
Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela.
iEssai pol. Nouv Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, pp. 269-271.
Humboldt alude también a la conspiración descubierta en Santafé ^
Bogotá, cuyo responsable fuera don Antonio Nariño, uno de los precurso
res de la independencia en el reino de la Nueva Granada. Si bien es verdad
que la represión hizo víctimas a algunos inocentes, no es menos cierto
que Nariño y sus camaradas conspiraron mucho más activamente de lo que
Humboldt da a entender Recuerda haber conocido a Nariño en París, cuan-
to éste ya había sido despojado de sus grandezas republicanas y militares.
Al realizar Humboldt su viaje por el reino de la Nueva Granada, ya Nariño
estaba en prisión. A partir del 19 de abril de 1801, nuestro autor remontad
Magdalena desde Turbaco, en compañía del joven hijo “del infortunado
Nariño, conducido por su tío, don Mariano Montenegro", iba también el
doctor Rieux, “nativo de Carcasona", quien anteriormente había sido he-
cho prisionero en Cartagena en 1794, siendo más tarde enviado a Cádiz, de
donde logró evadirse, tal como lo había hecho Nariño .75
Humboldt parece ignorar que Nariño fue perseguido por haber impreso
y distribuido a su alrededor una cantidad de ejemplares de la Declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano76
75 Relalion historique, tomo xu, libro xi, cap. xxix. Humboldt relata que después
de su evasión el doctor Rieux se dirigió a Tánger y luego a Madrid para solicitar allí
la protección del embajador de Francia, el “bravo almirante Truguet". Dos años más I
tarde, habiendo Urquijo accedido al poder, lo nombra inspector general de las I
quinquinas, “con una pensión de dos mil piastras fuertes", p. 383. De esa mancrad 1
doctor Rieux había podido regresar a Santafé. El análisis de los documentos de li I
época nos permite evaluar la exactitud de los datos suministrados por Humboldt. En I
el Proceso de Nariño de Pérez Sarmiento, Cádiz, 1914, se encuentra, en efecto, un I
documento fechado el 8 de noviembre de 1799 —Doc. núm. 10, pp. 25 a 36—en el ]
que el “Consejo extrajudicial" del reino de la Nueva Granada, en una advenencia I
dirigida al virrey, le recuerda que el doctor Rieux, de regreso a la sazón en Santafé I
“con el objeto de hacer investigaciones tocantes a la Historia Natural" había estado I
implicado en la conspiración de Nariño. Al margen del documento se especifica que I
el ministerio de Madrid le ha concedido “dos mil duros de sueldo". Al respecto, I
Humboldt escribió “dos mil piastras fuertes" y tal dato resulta rigurosamente exacto. I
La piastra española, llamada fuerte, “es la más conocida y vale 5 francos 40” (Littié) I
y el duro, “nombre dado en España a la piastra fuerte", vale también 5 francos 40 I
(Eittré),
76 Pérez Sarmiento, Proceso de Nariño, en la página 22 se encuentra un documen- I
to del 23 de noviembre de 1799 que da cuenta de los resultados del allanamiento del
domicilio de Nariño “Reconocidos sus papeles, nada se encontró en ellos, ni en toda j
la casa, que tuviese relación con las ideas del impreso, sino algunas inscripciones a li i
filosofía, a la razón etc., que debían acompañar varios retratos de filósofos y hombres
célebres, aunque algunos de ellos en el juicio de muchos, de opinión dudosa, como j
Franklin, Platón, Rousseau etc ”(!).
Al hacer referencia a estos dos ejemplos de represión, Humboldt reúne
en un solo grupo hechos de igual significación; ambos eran la expresión
del deseo de libertad de los criollos.
Verdaderamente, las autoridades españolas ejercieron una terrible re-
presión, la que fue llevada a cabo por el oidor Hernández de Alba. Todos los
detalles de esta acción judicial pueden hallarse en una selección de docu-
27
mentos publicados por Ernesto Restrepo Tirado . Los hechos referidos, es
decir, la investigación realizada, así como las torturas infligidas a varios
jóvenes de Santafé, tuvieron lugar en la segunda mitad del año 1794. Este
asunto es conocido bajo el nombre de “guerra de los pasquines", como
consecuencia del descubrimiento, sobre los muros de Santafé, de un par de
pasquines de pocos versos de extensión, versos muy inocentes, por otra
parte. Después de la denuncia de los culpables al virrey don José de Espeleta,
varios jóvenes estudiantes pertenecientes a las mejores familias de Bogotá,
la mayor parte de los cuales asistía al Colegio del Rosario, fueron arresta-
dos bajo los siguientes cargos; publicación de pasquines, impresión y difu-
sión de la Declaración de los derechos del hombre y conspiración contra el 41
poder español. La lectura de los detalles del proceso, durante el cual estos i ti
jóvenes fueron sometidos durante largas horas al suplicio de la cuerda, es SU!
una experiencia escalofriante. La víctima principal fue el joven criollo
José María Durán Acto seguido, los inculpados fueron deportados a Espa- $0
ña e internados en los presidios de Málaga, Ceuta, Alhucemas y Mclilla.
En otro pasaje, Humboldt evoca la célebre conspiración de don Manuel
Gual (Wal, según él lo escribe) y de don José España; este último ejecuta- > J
do en 1799 en Caracas. Humboldt recuerda que algunos europeos residen-
¿i -
tes en las colonias protestaron enérgicamente contra los excesos del poder,
I
pero sin ser escuchados en absoluto “una política de desconfianza —escri-
be—agria los espíritus"; no es mediante la fuerza ni aumentando los efec-
tivos militares como el problema será resuelto, “sino gobernando con
L
justicia, perfeccionando las instituciones sociales, acogiendo favorable- >
■
mente las justas reclamaciones de los colonos".21 0
Estas ideas son harto atinadas, pero lo que realmente logra asombrarnos u
es el hecho de que Humboldt pueda felicitar al poder español por las refor-
mas llevadas a cabo en las colonias y censurarlo al mismo tiempo por los
77
Ernesto Restrepo Tirado, De Gonzalo Ximénez de Quesada a Don Pablo
Morillo. Documentos inéditos sobre la historia de la Nueva Granada', véase “La
guerra de los pasquines", pp 64-98. La tortura del “cordel" consiste en envolver los
cuatro miembros del acusado con ligaduras que van tomándose cada vez más apreta-
das a medida que se las retuerce progresivamente. Entre una retorcedura y la siguien-
te, la víctima es intimada a confesar. No nos extenderemos a describir los atroces
sufrimientos que este bárbaro procedimiento provoca.
a
Essai pol. Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, p. 270.
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
BLANCA
brutales medios de que se valió para mantener el orden. No LOGRA DARSE
cuenta de que la represión política ejercida contra los criollos ES LA consc.
cuencia directa del despotismo español. Los mismos principios básicos de
la monarquía ilustrada implicaban, de hecho, una severidad SEMEJANTE.
8
Ibid., tomo iv, libro v, cap. xn, pp. 86-
87.
LOS CONFLICTOS
30
Relation historique, tomo vi, libro vi, cap. xvu,
p. 8.
Nm
ptialitAJwilWwvMN^ m 8C V||B
• MMMV,MtUfO VUUMO
W aprehendí
A fia de dhMr |§ »■
RKWI ai fK*
Humhoidi— tai
TRADUJE a vara* caMllini» EL NÚMERO DE TOE TAS A QUE *
deatacame*to k uucuaund* totora ti nivel del mar. Tal no pareció inte,
RETIRÍAS N lo «ÉL tino; de hecho* debo MI libertad A UN ANDALUZ AG
•a lomó cunMtoBKMi amable cuando aseguré que las montañas de
su parV la Sierra Nevada de Granada, eran mucho MÁS ELEVADAS
todas las moniadai de la provincia de Caracas.31
■fiel
Unmucicí
H
Ibid., tomo ii, libro m, cap vm, pp. 222-224.
HUMBOLDT Y LA POftlAQÓN iLANCA
c r u ó iLWA
los ideales de libertad, se resiste a aceptar el hecho de que el magnífico
escenario formado por las montañas del Nuevo Mundo no logre imprimir
en el espíritu de quienes lo contemplan esa armonía, esa identidad entre
panoramas y pensamientos que, a su juicio, aquél debería provocar. Aun
comprendiendo cuán idealista podía ser esta relación deseada por Humboldt
ftisrx/movi
entre el hombre y la naturaleza, en ella reencontramos, sin embargo, una
confirmación de la falta de sociabilidad y del profundo malestar político
G CA\
que afectaban a todos los sectores de la sociedad blanca en vísperas de la
independencia.
Campesinos y citadinos
- I Gif T
Veremos que incluso aquí, Humboldt da intervención al factor geográfico.
c o o . i v m j l . Bl /I cB L/vsi
Comienza por poner de relieve un rasgo permanente de las sociedades
hispanoamericanas. Por todas partes donde pasaba, de Cartagena de Indias
aSantafé de Bogotá, de Guayaquil a Quito, de Piura y Trujillo a Cajamarca,
de Veracruz a México “existe —asegura— una marcada antipatía entre los
habitantes de las llanuras o de las regiones cálidas, y los de las mesetas
cordilleranas" Como buen comparalista, Humboldt establece un paralelo
entre los habitantes de las diversas colonias españolas y los habitantes de
Europa. En efecto, comprueba que en América “una pequeña extensión
de territorio congrega, además del clima y de los productos naturales, todos
los prejuicios nacionales del norte y del sur de Europa”. Advierte una enor-
me diferencia entre los montañeses y las gentes de la llanura: los primeros
“reprochan a los del litoral ligereza e inconstancia en sus empresas”, mien-
tras que los segundos “acusan a los montañeses de frialdad y de falta de
energía"40 Estas interesantísimas observaciones proporcionan a nuestro
autor los primeros elementos de un panorama de los conflictos que tienen
lugar en el seno de las sociedades hispanoamericanas. De ellas se despejará
la noción del enfrentamiento entre las ciudades y las áreas rurales, fenóme-
no extremadamente importante para la historia latinoamericana moderna y
cuya intensidad impresionó vivamente a Humboldt Las diferencias del
nivel cultural, así como las oposiciones entre campesinos y citadinos, ex-
plican en gran medida los profundos desacuerdos que Humboldt pudo re-
gistrar en el campo de las ideas políticas.
m
Essai pol Nouv. Esp , tomo iv, libro v, cap. xii, pp 86-87
HUMMMT v la ñauad* IUNCA
pueblo la ÚNICA QUE NO sabe el español. CONOCIENDO MÁS DE LG
HISTORIA del siglo XVI que la de LOS tiempos actuales, SE imaginan qug
España sigue MANTENIENDO UNA gran preponderancia SOBRE EL RESTO DE
Europa. La península representa para ellos el centro DE LA CIVILIZACIÓN:
41
EUROPEA.
41
Ibid., tomo i, libro n, cap. vn, pp. 422-423.
41
Voyage, tomo iv, cap. xn, pp 167-168
41
Essaipol. Nouv, Esp., tomo i, p. 422. “Antes que a los españoles, ellos preñe* j
ren a los extranjeros de otros países; se complacen en la creencia de que la cultura 1
intelectual progresa más rápidamente en las colonias que en la península"
el escepticismo de Humboldt en cuento a los resultados que, dentro de
semejante confusión política, las guerras de independencia podrían arrojar
c ntotuftíñ
En cuanto al primer aspecto, sería imposible dejar de ver que las diver-
sas tendencias de la sociedad hispanoamericana identificadas por Humboldt
—esdecir, conservadurismo, liberalismo moderado y liberalismo exaltado—
concuerdan exactamente con las tendencias con que nos encontramos en
España durante los dramáticos momentos de la invasión napoleónica. En
efecto, en la Península era posible hallar por entonces a los conservadores,
ECA
fieles a España, y por fin a los liberales “exaltados", como MeléndezValdés
o bien Urquijo, quienes en un momento dado perdieron su “individualidad
nacional" para convertirse auténticamente en víctimas de su apasionado
afrancesamiento.
Esta conclusión inicial es extremadamente importante. Efectivamente,
y a pesar de lo que pueda haberse escrito, pensamos que las sociedades
latinoamericanas han presentado, hasta hace poco tiempo, características
típicamente hispánicas. Como prueba de tal aseveración nos basta con
cou ivíl B
mencionar la larga serie de guerras civiles del siglo xix que paralizaron
unto a España como a sus antiguas colonias. Ambas se hallaban separadas,
pero los dos trozos de un mismo cuerpo reaccionaron de una manera asom-
brosamente similar En una y otra parte y a pesar de las diferencias formales
se está ante la presencia de conflictos de igual naturaleza: las prolongadas
luchas entre unitarios y federales, en América; las guerras dinásticas —un
tanto fuera de época— en España; en ambas los pronunciamientos milita-
res, conservadores o liberales. Abrumadora semejanza: el cordón umbilical
que vinculaba a España con sus posesiones americanas no logró ser cerce-
nado por la independencia. Finalmente, la ferocidad misma de los comba-
tes de independencia, ¿no presenta acaso rasgos mucho más emparentados
con los de una guerra civil que con los de una guerra nacional?
En lo que al segundo aspecto concierne, se recordará la desaprobación
de Humboldt frente a la actitud del grupo liberal partidario de la indepen-
dencia. Bajo el punto de vista político, los criollos que invocan a Franklin
y a Washington no le parecen lo suficientemente maduros como para ocu-
par cargos de gobierno. No hay duda de que para Humboldt, las nociones
precisas sobre los “auténticos fundamentos de la felicidad y del orden so-
cial" son el conjunto de las ideas que él mismo tenía. Nos referimos, por
cierto, a los ideales de 1789.
Ahora bien, las estructuras coloniales de tipo feudal de la sociedad ame-
ricana y las rivalidades entre castas no fueron considerados por Humboldt
como factores favorables a la eclosión de una ideología “revolucionaria".
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
BLANCA
como tampoco al surgimiento de Estados democráticos de tipo francés (
inglés Al censurar a los criollos que desean rebelarse contra España por j,
pérdida de su “individualidad nacional". Ies reprocha la adopción de siste
mas o de ideas políticas totalmente ajenas tanto a las necesidades de esos
países como a sus estructuras coloniales. Así, con asombrosa exactitud vati-
cina la distorsión que habrían de sufrir, con Bolívar y los libertadores, todas
esas ideas y sistemas importados de Europa o de América del Norte al ser
implantados en una sociedad cuyos sistemas económicos distaban mucho
de corresponder con aquellos que, en Europa y en América del Norte, habían
dado lugar al nacimiento a formas nuevas y originales de gobierno popular,
De esta manera y con lucidez admirable, Humboldt pone de relieve lot
problemas esenciales de la sociedad colonial: el de las relaciones interracia-
les y el del conflicto entre españoles y criollos, así como la creciente opo-
0 i sición entre el poder central y los intereses políticos y económicos de loa*
[colonos.
f Frente a España el criollo afirma su condición de americano; poco le
HPa|ta para considerarse un colonizado sometido a una autoridad extranjera,
y se siente menoscabado en sus derechos políticos y lesionado en sus inte-
reses. Pero por el reverso de la medalla, frente a los indios —a quienes
desprecia y niega todo derecho— se considera europeo.
De esta manera tan expresiva, Humboldt ha puesto de relieve los dos
registros dentro de los cuales se mueven los criollos desde la conquista. El
primero y más antiguo es el de la supuesta superioridad que su piel blanca
confiere al conquistador español En tomo a este sentimiento de superior^
dad étnica se ordenan una serie de comportamientos y actitudes de rasgos
netamente hispánicos: necesariamente, la piel blanca debe otorgar la no-
bleza y honra, la Corona está obligada, pues, a reconocer públicamente los
méritos del colono blanco mediante la concesión de títulos de nobleza,,
condecoraciones y distinciones honoríficas. A éste de corte tradicional se
agrega un segundo registro cuyo origen es sin duda mucho más reciente: el
de la “americanidad" Sus causas, puramente geográficas, fueron ya deter-
minadas por Humboldt: alejamiento de la madre patria, extensiones in-j
mensas de un desierto absoluto, sentimiento de extrañamiento total etc La
“americanidad" se basa en la teoría que sostiene que el criollo perteneced
más al Nuevo que al Viejo Mundo, y que el español venido a América pan
desempeñar las funciones administrativas más altas es un extranjero Tales
la imagen que la conciencia criolla se había formado de la tendencia que, j
en definitiva, se impondría.
Algunos historiadores han señalado un paso del primer registro, el del i
jus sanguinis, hacia el segundo, el del jus soli,** lo cual es indudablemente! 79
79 Viccns Vives, Historia social económica de España y América, tomo iv, pp.
441 ss. “Al menospreciar a España y sobrcvalorarsc a sí mismos, los criollos del siglo
exacto para el siglo xix. Pero en lo que a fines del siglo xvni respecta pode-
i (nos afirmar que con gran frecuencia ambos registros se hallaban muy cu-
I liosamente confundidos en el criollo. En efecto, Humboldt no insiste
demasiado en uno ni en el otro Sin embargo, aun cuando describe con
i unta exactitud la situación del criollo frente a las fuerzas políticas o socia-
les de la colonia, en lo que hace a los detalles sus juicios sufren la indiscu-
tible influencia de las típicas argumentaciones de los criollos. Es evidente
i que Humboldt no siempre establece la diferenciación entre los hechos pro-
I píamente dichos y las interpretaciones más o menos fundamentadas que
pudieran haberle proporcionado los criollos.
Esta guerra civil —escribe— durante la cual los indios cometieron atro-
ces crueldades, duró cerca de dos años; si los españoles hubiesen perdido
la batalla librada en la provincia de Tinta, la intrépida acción de Tupac j
o
Amaru habría tenido consecuencias funestas, no sólo para los intereses u
de la metrópoli sino también para la vida de todos los blancos estable-
43
cidos sobre las mesetas de las Cordilleras y en los valles vecinos .
xviil fueron creando otra nueva fuerza, sobre una base más telúrica que étnica, como
había sido hasta entonces en su anhelo de blancura, y comienzan a llamarse america-
dos” La unidad racial blanca—prosigue el autor— fue destruida. En efecto, induda-
! blemente así fue, pero esta unidad racial se reconstituía automáticamente frente al
t peligro indio o negro. Retomando los argumentos de los criollos, el propio Humboldt
l suministra un par de elocuentes ejemplos de ese racismo blanco.
41
EssaipoL Nouv. Esp., tomo iv, libro vi, cap. xiv, pp. 267-268.
HUMBOLDT V LA POBLACIÓN BLANCA
n la breve referencia que hace de estos sucesos, Humboldt cometió
algunos errores de detalle, que fueron detectados con gran minuciosidad J
por Boleslao Lewin, historiador de la revuelta.80 Pero no son tales faltas lo
que debe interesamos. Lo importante para nosotros es la manera en que 1
Humboldt define las características propias de dicha insurrección. En la
Narración histórica escribe.
84 Relation historique, tomo iv, pp. 163-166. [En castellano en original la parte en
cursivas, N. d. E.].
85 Véase en especial, Paul Verdevoye, Domingo Faustino Sarmiento, ¿ducateur et
publiciste (entre 1829 y 1852). Verdevoye dedica un capítulo de su trabajo a la
definición de civilización y de barbarie según Sarmiento, pp. 381 -449.
tos de los criollos y españoles, transitoriamente aliados para aplastar
eternos vencidos!51
Asimismo, se podría descubrir idéntica actitud en lo que al problem
la esclavitud de los Í negros negros concierne. 1
'
En
perverso desde el punto de vista social, político y económico; en la M
efecto,
r
_ ■ . 1la esclavitud y demostró su carác, I
Hümboldt informa
denunció
ción histórica que, “el fracasado movimiento independen! j.sia J
Pararse nn 1708 bahía acla/ln niwvxtirin ñor
Caracas en 1798, había estado precedido por una violenta agitación CÜTT
los esclavos de Coro, de Maracaibo y de Cariaco. Un desafortunado nc*J|
había sido condenado a muerte en esta última ciudad ".86 87 Este movimjC|). I
de Caracas que Hümboldt ubica en 1798, no es otro que la conspiración 4.1
Gual y España, ocurrida en 1797. La insurrección de Coro 88 data del IA |
de mayo de 1795 y fue comandada por un zambo libre, José Leonard 0
Chin no, quien “habiendo viajado por las Antillas quería seguir el ejem. I
pío de los haitianos proclamando la ley de los franceses, y la supresión de I
los impuestos".89'
Se advertirá pues, que de los cuatro movimientos referidos aquí I
Hümboldt, tres de ellos (Coro, Maracaibo y Cariaco) constituyeron rcvucl. I
tas o conspiraciones de negros y de pardos esclavos o libres .90
La conspiración de Gual y España es de carácter muy diferente p 0r
tratarse de un hecho encabezado por dos blancos: don José María España
corregidor de Macuto, y don Manuel Gual, veterano Lo que diferencia a I
estos revolucionarios blancos —que actuaban en acuerdo con los espaüo. I
Ies de la conspiración de San Blas—91 es su reafirmación de la igualdad de
1
Relation historique, tomo v, libro v, cap. xv, pp. 88ss.
2
Ibid., p. 149.
Los niños —escribe en ocasión de su estadía en Cumaná— pasan, fa
nsí decirlo, una pane de su vida en el agua. Todos los habitantes, incU
so las señoras de las familias más ricas, saben nadar. Y en una regió-
donde el hombre siempre se halla tan próximo al estado natural, uno (fe
los primeros temas de conversación que surgen cada mañana a|,
reencontrarse es el de si el agua del río está más o menos fría que el dfa
anterior.96 97 98
I
Pero estas notas son demasiado breves como para trazar con ellas in
cuadro completo. En general, Humboldt se muestra mucho más sensible d
cuadro natural, a las variedades de la flora y de la fauna y a los productos <Je I
B I B L I O T E C A
hechos positivos que denotan, sobre todo en las capitales de las grandes
ciudades, un real deseo de progreso en el campo intelectual y científico. De
este modo, junto a un sector bastante grande de la población —estancado
en la ignorancia y atado a formas arcaicas de pensar y vivir— en la América
de los tiempos de Humboldt existe, a pesar de todo, una minoría ilustrada a
la cual el viajero alemán prodiga sus mayores elogios.
El oro y el mito del oro
Durante todo su viaje, Humboldt se vio frecuentemente importunado por
las numerosas preguntas que los habitantes de las colonias hicieron sobre
supuestos yacimientos auríferos. Se ve claramente que en la mente de los
colonos de fines del siglo xvm el recuerdo de los sueños de los conquista-
dores del siglo xvi no estaba totalmente borrado
En Venezuela, por ejemplo, cuando Humboldt intentaba determinar las
causas de las llamas que surgían de la caverna del Risco del Cuchinavo, no
lejos de Cumanacoa (10-12 de septiembre de 1799), se alegra de que los
habitantes “no tanto por temor a una explosión volcánica, sino porque en
su imaginación bullía la idea de que el Risco de Cuchinavo escondía una
mina de oro [...] querían saber lo que el minero alemán pensaba de la
riqueza del filón”.
Humboldt recuerda que desde las épocas de Carlos V, de los Welser, de
losAlíinger y de los Sailer5 “el pueblo tiene depositada una gran confianza
en los alemanes, en todo lo que se relaciona con la explotación minera. En
todos los lugares de la América meridional que visité, me venían a enseñar
muestras de minerales no bien se enteraban de mi nacionalidad. En estas
colonias, todo francés es médico y todo alemán es minero ”.6 100 *
Por más que yo objetase que a simple vista [...] no podía determinar la
PÍ existencia de la mina, fue necesario ceder ante la insistencia de mis
anfitriones. Al cabo de veinte años, la camisa del mayordomo seguís
siendo el tema de todas las conversaciones de la región. A los ojos de la
gente, el oro que se extrae de las entrañas de la tierra constituye un
incentivo muy diferente del que produce la industria agrícola, favorecí*
da por la fertilidad del suelo y por la benignidad del clima.7
Los cerrítos de Guanav0 han tenido fama de metales. Puede ser que no
se funde sino sobre la observación de ser su material diferente del que
101 ibid., tomo vi, libro vi, cap. xvn, pp. 9-11.
constituye los terrenos de alrededor Los únicos metales que suele ha-
ber en otras partes del mundo en la serpentina son cobre y pirita de
hierro, el cobre algunas veces con ley de oro muy baja. En las lomas al
sureste de los bancos de Barreo cerca de Guanay 9 he observado vetillas
de cuarzo con pirita cobriza. No me han parecido dignas de mayores
investigaciones, en un país cuya verdadera riqueza consiste en la agri-
cultura y en el cual el trabajo de las minas convidaría a la holgazanería
de buscar lo que se debe producir.9
Así pues, Humboldt echa por tierra la leyenda —mantenida en Cuba por
una larga tradición— de la riqueza aurífera del macizo de Guanabacoa,
insistiendo al mismo tiempo sobre la importancia de la agricultura en la
Isla. De este pasaje se han querido extraer conclusiones un tanto sorpren-
dentes. Amando Melón ha creído descubrir en él “ciertas ligerezas” e inclu-
so, según dice, “extrañas contradicciones”, entre lo que Humboldt afirma
aquí y sus opiniones sobre la explotación de minas en México. 10 Efectiva-
mente, Humboldt sostuvo que en México las minas constituyeron un estí-
mulo para la agricultura. No existe contradicción alguna entre ambos juicios,
sino tan sólo una constatación de carácter exclusivamente científico. Al
desalentar a los cubanos a buscar oro que no existe o que a lo sumo se
encuentra en cantidades demasiado pequeñas como para hacer rentable su
explotación, Humboldt deseaba evitar que en Cuba se reprodujese lo que
observara en Venezuela, en Nueva Granada y en Quito: la organización de
¡ costosísimas empresas para hallar oro en lugares donde —sin ningún fun-
damento científico— se sospechaba su existencia, cuando la verdadera
| riqueza bien podía darla el cultivo del suelo.
En México, por el contrario, la situación era harto diferente. El oro y la
plata, en abundancia, permitían una explotación rentable. La creación de
centros mineros, al llevar la fundación de ciudades en las que se congrega-
ban obreros, técnicos y comerciantes, favoreció la agricultura. Como era
necesario alimentar a esas comunidades de mineros, alrededor de los cen-
tros auríferos y argentíferos se desarrollaron tanto la agricultura como la
ganadería. Frangís Chevalier no pasó por alto esta observación de
Humboldt, que reproduce en su trabajo acerca de la formación de las gran-
des propiedades en México. Humboldt no condena la “sed de oro", sino en
regiones donde no podría conducir más que a desengaños y frustraciones. 11 102
| LI >— IIM II I WÜ IF H III IU M
Supe rs liciones, leyendas etc ¿sera
Humboldt se vio uomtndo por la persistencia y fuerza de las supersticio-
nes y de las creencias populares, cuyos orígenes se remontan al pasado rn¿.
lejano. Pudo comprobar, por ejemplo, que a fines del siglo xvm la leyenda
de las Amazonas formaba parte del tesoro de las tradiciones populares y
que tanto los indios como los criollos creían firmemente en su existencia
También se creta que en las selvas del Orinoco había indios sin cabeza que
tenían la boca sobre su ombligo. Esta leyenda, a la que se hace referencia en
las más antiguas crónicas europeas, persistía aún en la época en que
Humboldt viajó a América. En la península de Araya, Venezuela, existe la
creencia en las propiedades curativas de una piedra mágica llamada “pie-
dra de los ojos”. creencia que se halla firmemente arraigada en el espiritada
los habitantes. Se trata de una sustancia calcárea que. según se cree, “capta-
ra y desaloja cualquier cuerpo extraño que se introduzca accidentalmente
en los ojos” Las explicaciones científicas dadas por Humboldt al respecto
no fueron del agrado de los habitantes de aquellas comarcas, quienes le
oo
propio reíalo, para apreciar mejor SUS reacciones ante las MANIFESIACJI
verdaderamente IMPRESIONANTES DE LAS MASAS en Hispanoamérica.
1080 Relaiion historique, lomo xn, libro xi, CAP. xxix, PP. 353-354.
HUMDOU>r V LA POBLACIÓN
BLANCA
del oeste o del lado del mar”, mientras que el de Petare “sopla del este o del interior de
las tierras", cap. xn, p. 186.
HUMDOU>r V LA POBLACIÓN
BLANCA
109 Ibid., pp. 268-269. La Silla es un macizo montañoso situado muy cerca de
Caracas. Está compuesto por “dos domos o pirámides redondeadas”, ibid., cap. xn, p. 181.1
Las élites hispanoamericanas
México, en 1803 se encontraba aún allí, puesto que no regresó a España hasta 1804.
Fallecido en Madrid en el año de 1808, sus obras se hallan en el Jardín Botánico de la
capital espadóla. t
lis MociAo Suárcz Losada, José Mariano (1757-1820) también era médico. Criollo y (|
oriundoSandeMiguel
Temascaltepcc,
circunstancias.
4 fue incorporado
Iglesias, fray a la expedición
Antonio de (1726-1804). botánica
General deenla 1790.
orden Su
de >I UJ
os
actividad
San científica fue desbordante. En 1803 pane rumbo a España, donde sufre el í^
destino
Jerónimo de los “afrancesados”
y obispo y debeespañol
de Michoacán, exiliarseoriundo
en Montpellier (Francia)
de Revilla, a raíz Fue
Santander. de los
ataques
obispo franceses. En 1820 regresa a España para morir, casi ciego, en Barcelona.
Curiosa vida la entre
de Michoacán de este criollo
1785 mexicano
y 1804 Humboldtsumamente
hace susinstruido, que fue de
mejores elogios unalavíctima
labor de
>económica y social realizada por este obispo en favor de los indios, muy
)especialmen-
te durante
que revendiólasluego
hambrunas de 1786
a un precio ínfimoy 1790,
a fin de“en pocoslameses
detener sórdidaperdió porde
avaricia propia
numero-
volun-
sos propietarios acaudalados quienes, en épocas de calamidades públicas, intentaban
tad laprovecho
sacar suma dede 230la 000 francos,
miseria invertidos
del pueblo” Fue en la obispo
este compraquien
de 50hizo
000construir
fanegas adesus
maíz
expensas (a un costo de 500 000 francos) el acueducto que surte de agua potable a la
ciudad (1785-1789), Essai pol. Nouv. Esp., tomo n, libro ni, cap. viu, pp. 176-177
En el mismo pasaje, Humboldt recuerda que en Pátzcuaro los indios veneraban toda-
vía la memoria del obispo Vasco de Quiroga, a quien llaman “tata don Vasco” Vasco
de Quiroga fue el primer obispo de Michoacán, cargo que desempeñó de 1538 hasta
el momento de su muerte, acaecida en 1565.
’Abady Queipo, Manuel (1751-1825), eclesiástico español nacido en
Asturias y
fallecido en México Por su condición de hijo natural halló muchas dificultades
para
hacerse nombrar obispo, siendo la Regencia la que lo elevó a tal dignidad, en
1810.
Anteriormente había sido canónigo (1805), director y vicario general (1809),
siempre
en la misma diócesis.
HlIfOUffYLAPOBLACIÓNB(ANCA
Mutis había puesto a nuestra disposición una casa ubicada en las cerca-
nías de la suya y nos trató con excepcional amistad. Se trata de un an-
ciano y venerable eclesiástico de casi 72 años y que además es ua
hombre acaudalado El rey cuenta con 10 000 piastras anuales parala
expedición botánica. Desde hace 15 años treinta pintores trabajan en el
taller de Mutis, quien posee de 2 000 a 3 000 dibujos en folio mayor,
que son miniaturas. Después de la de Banks, en Londres, no había vuel-
to a ver una biblioteca botánica tan grande como la de Mutis 1
ña y Francisco Javier
l)nlA MATIZ QUIEN AJUICIO DE HUMBOLDT ERA M
EL PRIMER
9
pierde flores en el mundo"
™ Sería injusto de parte nuestra abstenemos de pintar con más detalles a
(Se hermoso personaje que es el español Mutis, quien tan excepcional
.«el desempeñara en la Nueva Granada.10 Puesto que era médico había
-upado la cátedra de anatomía en el Hospital General de Madrid, pero se
interesaba también por las ciencias naturales y por la botánica," al igual
qu¿ otros muchos espíritus ilustrados del siglo xvm. En calidad de médico
personal de don Pedro Messía de la Cerda, virrey de la Nueva Granada, en
|760 Mutis se embarcó rumbo a América, donde desplegó una actividad
desbordante: recolecta especies vegetales, enseña medicina y combate las
epidemias —la viruela en particular. Después de haberse ordenado sacer-
dote en 1772, el 1° de noviembre de 1783. es designado jefe de la Expedi-
ción Botánica bajo la intervención del virrey Caballero y Góngora. Víctima
¿e tuques y hostigamientos por haber explicado el sistema de Copémico
en el Colegio del Rosario, donde entre 1762 y 1776 enseñara matemáticas,
IIM
Las éliteshispanoamej-ican,*^
publicó Archivo epistolar del sabio naturalista José Celestino Mutis, Bogotá, 2
vols., 1947-1949.
se defendió en forma admirable demostrando que la misma Iglesia no J
mostraba tan hostil a las "novedades" de) pensamiento de Copémico. N
11
1
HUMBOLDT Y LA POBLACIÓN
13
Véase en particular en el volumen x, númeroBLANCA
41, de la REVISTA DE LA ACADEMIA
Colombiana de CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES (Bogotá), 1959, un artículo de
Alfredo D. Bateman, “Caldas y Humboldt", pp. 59-67 y un estudio de Guillermo
Hernández de Alba, “Humboldt y Mutis", pp. 48-57.
Quito, acogió a Humboldt con gran cortesía y cordialidad. Sin duda
mismo ocurrió en todos los demás lugares del imperio ESPAÑOL POR DONDE
Nueva Granada, se trata de una carta reservada que había SIDO ENVIADA POR
pondientes realizar una particular vigilancia sobre los TERRITORIOS QUE VISI*
16
tarían los viajeros. Esta actitud de recelo y desconfianza PASÓ INADVERTIDA
16
Véase Ernesto Restrepo Tirado, De Gonzalo Ximénez de QUESADA A DON Pablo
Morillo, pp. 120-123. Mendinueta escribe: “Sin negarme yo al cumplimiento de LO!
expresamente mandado por S. M. y de que como he dicho no tengo causa SUFICIENTE:
para dudar, me he propuesto estar a la mira de todos sus pasos y prevenir reservad»
mente a los Gobernadores de los territorios por donde transitaren executen lo MISMO, :
dándose aviso a cualquier cosa que observen digna de mi noticia . La INSTRUCCIÓN
reservada es del 19 de julio de 1801.
rtboldt y a sus compañeros en su residencia campestre de Fucha, antes
17
que el grupo arribara a Santafé de Bogotá .
pero a nuestro juicio, no tiene demasiado caso seguir adelante con este
-nenio. Merced a la breve alusión de las relaciones que nuestro autor pu-
¿o entablar con los más ilustrados representantes de la sociedad hispano-
americana, dos hechos evidentes se destacan. En primer lugar, Humboldt
j¿$cubre una realidad insospechada en su ¿poca: la América española no se
tulla sumida en la ignorancia ni en las tinieblas del fanatismo y del
^urantismo, como lo pretendían algunos filósofos franceses e incluso sus
11
vecinos inmediatos, los anglosajones establecidos en Estados Unidos . A
¡rJvé$ de sus contactos con las élites de las colonias españolas, Humboldt
advierte la gran tarea de organización cumplida por la Corona durante los
últimos decenios del siglo xvm. Se observará sobre todo que, si bien señaló
claramente la oposición entre criollos y españoles en algunos terrenos,
especialmente en materia económica, estas diferencias parecen desvane-
cerse cuando se trata de apuntar logros científicos, o bien de apoyar las
acciones políticas que denuncian los abusos o las carencias de la adminis-
tración colonial. En esos momentos Humboldt no se preguntaba si tales
eran obras de criollos o de españoles, lo que quiere decir que para él, la
ciencia, la cultura y las ideas políticas de los hispanoamericanos formaban
parte de la herencia europea, y que en América eran la expresión del movi-
miento de las luces cuyo vértice se hallaba en Europa. Esto es absoluta-
mente comprensible por la simple razón de que en 1800 era muy difícil
-por no decir imposible— establecer una diferenciación entre criollos y
españoles con respecto al campo de las ideas filosóficas, sociales o cientí-
ficas. En aquella época no se daba la existencia de dos campos netamente
diferenciados, el de los criollos por un lado, y el de los españoles o de los
pro españoles por el otro; había simplemente conservadores y liberales, y
19
en medio de ambos, la gran masa de los indecisos .
17
Hamy, Lettres américaines: "De acuerdo con el protocolo, hallándose en la
ciudad el virrey no puede comer en compañía de nadie; pero por casualidad él se
encontraba entonces en su casa de campo de Fucha, y nos invitó", p. 126.
11
José Miranda estudio en particular el considerable efecto que el Ensayo político
¡obre el reino de la Nueva España produjo en los Estados Unidos; "Esta pasmosa
revelación de México tuvo también la virtud de desvanecer antiguos prejuicios tocan-
tes a la situación cultural del mundo hispanoamericano y de atraer la atención de
muchos extranjeros hacia la labor realizada durante el siglo xvm por los hombres
ilustrados de la Nueva España". Miranda cita extensamente un artículo del Medical
Repository de Nueva York cuyo autor norteamericano, basándose en Humboldt,
rectifica las falsas ideas que pudieron haberse formado en su patria acerca del nivel
cultural de México, José Miranda, Humboldt y México, pp. 184-185
19
En su estudio sobre la Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala,
Elisa Luque Alcaide señala que en el seno de la Sociedad la rivalidad criollo-chapetón
Regresemos aquí a la clasificación hwnboldtiana de las dive^
nientes del pensamiento hispanoamericano liberalismo exaltado
lismo moderado y conservadunsmo. Habíamos dicho anteriormem^
estas tres tendencias reproducían en América la situación política e$p ^
de fines del siglo xvm* Pero es necesario agregar aquí un matiz csc^j
pues si bien, en términos generales los liberales exaltados anhelab i
secesión y si en conjunto los conservadores se mostraban favorables ** ^
paña, había por otra parte favorables excepciones. El análisis del (U..
político de los numerosos amigos de Humboldt, así como el de la elcj1*0
del camino a seguir que hicieron después, ilustrará nuestros propósí^
Examinemos ante todo el caso de los criollos,
atento al progreso de su patria —de ninguna manera un exaltado-*.
y en primer lugar i
Caldas. Viva imagen del ilustrado español enamorado de las cienej^j
fü
acusado de adhesión a la causa de la independencia y se loe fusiló en BoP
tá el 29 de octubre de 1816 durante la represión ejercida por Morillo *
Carlos Montúfar y Larrea, compañero
de viaje de Humboldt a partí A
Quito, se convirtió en oficial del ejército español después de haber cumn?
do un período de adiestramiento en la Real Academia de Madrid 21 £nc0í|
de Bailén, en el sitio de Zaragoza y en la batalla de Somosierra. Se le
BIBLIOTECA
extrema miseria.
mejor los sentimientos
podríamos mencionardela Humboldt, su desaliento
suerte corrida por uno dey los su hijos
escepticismo ante
de la familia
los virajes y los caprichos de la historia. Entre los españoles
fovar y Ponte, de Venezuela, de la cual Humboldt guardó el mejor de los encontramos
destinos igualmente
^cuerdos. Se trata de trágicos y posiblemente
Martín, segundo hijo hasta
deldifíciles
conde de aceptar.
don Martín Tovar y
Veamos cuál fue la suerte corrida por quien
Blanco y de su esposa doña María Manuela de Ponte y Mijares. ejerció considerable in-
Fue cons-
fluencia
tante su sobre Humboldt:
presencia en las el famoso
reunionesAbadconvocadas
y Queipo, por viva los
imagen del ecle-
conspiradores
siástico español
jnliespañoles que ase menudo
celebraronen endesacuerdo
Caracas ocon en las
sus autoridades
alrededores coloniales.
a partir de
Negándose
1808 y en lasa aceptar
cuales la manera en también
participaron que son Ustáriz,
tratados los
los Bolívar,
indios, sigue adelan-
los Toro, los
te con la etc.
Montilla luchaSufrió
por lalasjusticia que había
experiencias de sido comenzada
la guerra en los alboreslas
y posteriormente de del
la
conquista por los dominicos de Haití. No obstante,
exilio. De regreso en su patria, en 1817, fue nuevamente condenado al este cura reformista
nombrado
exilio luego obispo
por Bolívar, a causa electo y gobernador
de sus de la (1828).
ideas federalistas Mitra ¡fue
Con quien más
todo, logró
tarde sea encargaría
iegresar Venezuela, de excomulgar
donde a Hidalgo! Designado ministro de Justi-
murió en 1843.
cia Al
porrecordar
Fernando la VII, perseguido
tormentosa por la de
existencia Inquisición y arrestado,
estos personajes se pone
se comprenden
luego al servicio de los independentistas para morir finalmente en la más
absoluta pobreza. El español Andrés Manuel del Río no corrió con mejor
suerte. Diputado ante las Cortes de 1820, se muestra favorable a la indepen-
dencia de México. Por ser español, los mexicanos ya independientes lo
expulsan del país en 1829, al que no regresará hasta 1835 para morir allí
sumido en la indigencia total.
Examinemos ahora a los amigos de Humboldt que no participaron en
las guerras de independencia, ya sea porque se regresaron a España, porque
murieron antes de los años 1810-1812, o bien porque para entonces sus
países no habían entrado aún en combate. Este grupo incluye a tres grandes
exponentes de la ilustración hispanoamericana: los españoles Elhuyar
y Mutis en México y Nueva Granada respectivamente, y Francisco Arango y
Humboldt y la población blanca
n
La familia Arango es oriunda de Sangüesa, Navarra. Pedro de Arango y
MoqqJ
bisabuelo de Francisco Arango y Parreño, había fundado la rama cubana de su
lio^J
al desposar a doña Josefa de Losa Aparicio, “natural de La Habana” Francisco
de
Arango y Parreño (1765-1837) era hijo de Miguel Ciríaco de Arango, nacido
enLa j
Habana, y de doña Juliana Parreño Espinosa, de padre gaditano y nacida
tambiéneri
la Habana. Con respecto a la genealogía de Francisco Arango y Parreño, véase
Enei. j
clopedia heráldica y genealógica hispanoamericana, por Alberto García Carraífa,
volumen x, pp. 111112. Huérfano desde pequeño, realiza sus estudios en el
semina,
río de San Carlos de La Habana. Bachiller en derecho en 1785, adquiere cierto
renombre a raíz de haber ganado un proceso cuya defensa hizo ante la
Audiencia^
Santo Domingo. Entre 1787 y 1789 finaliza sus estudios de derecho en Madrid jj
aprovecha su estancia en Europa para visitar a lo largo de once meses Francia.
Portu-
gal e Inglaterra en compañía del conde Casa-Montalvo. Lleno de deseos
reformistas
regresa a Cuba a principios del siglo xix; allí colabora con don Luis de Las
Casasen
el Papel Periódico', en la fundación de la Sociedad de Amigos del País, del Real
Consulado de La Habana y de la Junta de Agricultura y Comercio, de la cual
es
designado síndico a perpetuidad. A pesar de su oposición a la Factoría
deTabacos,eo
1805 es nombrado su asesor. El 2 de agosto de 1811 es nombrado vocal de la
Junta
de Censura. En 1813 va a España para representar a La Habana ante las
116
Humboldt y la población blanca
Cortes de
Cádiz, prolongándose su permanencia en la Península hasta 1818. En
1814es desig-
nado consejero de Indias. En 1817 contrae matrimonio con doña Rita
Quesada, hija
del conde de Donadío, en Madrid. El 23 de julio de 1819 se le designa
juez árbitro de
la Comisión Mixta para la prohibición de la trata de negros, y en 1820 es
llamado al
Consejo de Estado, donde permanecerá hasta 1824 Elevado a prócer del
Reino en
1834, fallece en “La Ninfa", su plantación de caña de azúcar cercana a la
ciudad de <1
Güines, en 1837, Entre los escritos de Francisco de Arango y Parreño se
destacan: !|
Instrucción que formó D. Fr. De Arango cuando se entregó de los poderes de La jl
Habana y papeles del asunto (1788); Discurso sobre la agricultura de La
HabauM
y medios de fomentarla (1792); Abolición de la factoría... Libertad de la
:
siembra, j|
fabricación y comercio del tabaco (1805); Resumen de mis ideas (s.f.);
Axiomas:jl
económico-políticos relativos al comercio colonial, presentados en el Consejo de
ja
Indias en 1816. Sobre Arango y Parreño, véase en particular: De la factoría a
la 9
colonia, con una introducción de calidad escrita por Raúl Maestri.
r
11927 Humboldt refiere que Velázquez Cárdenas y León tuvo como preceptor JÉ un
indio muy versado en historia y mitología mexicanas; así pues, aprendió» desafié
los manuscritos aztecas. Fue el creador del Tribunal y de la Escuela de Minería,'
pol. Nouv. Esp.y tomo i. libro n, cap. vu, pp. 430-433. .
a
Se trata de del abate Jean Chappe d’ Auteroche (1722-1769), físioo^^^K
120 Alzate era también miembro de la Sociedad Económica Mucongady
Jardín Botánico de Madrid. Las Gazetas de la Literatura se publicaron entrMj
1795.
nuMiouxr y la poblauün blanca
por el contrarío, allí donde aún se la puede apreciar, tal IGNORANCIA NO* I
sino el fruto del aislamiento y de los defectos propios DE LAS INSTITUCIO. I
nes sociales en las colonias.11
120
jUI1 cuando de este supuesto encuentro no existe ninguna prueba docu'
[ ^nial. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que Humboldt hace mención de
I dos trabajos del célebre ilustrado limeño y que además conoció bien el
[ tftrturio Peruano, puesto que se llevó a Europa dos colecciones del miar
I 00. & sabido que Unanue fue uno de los principales redactores de este
| periódico, que apareció entre 1791 y 179S. En la Narración histórica del
[ viaje. Humboldt se refiere a dicha publicación en términos elogiosos.
Estos pocos ejemplos dan prueba del gran desarrollo de la cultura his-
[ panoamericana y de la amplia información que Humboldt tenía sobre la
I vida intelectual de las posesiones españolas a fines del siglo xvm, permi-
I riéndonos al mismo tiempo comprender mejor las causas por las cuales
Humboldt no fue capaz de percibir los indicios de la guerra civil que en
aquella América no tardaría en estallar. Aclaremos que Humboldt no siem-
pre indicó sus fuentes de información con exactitud ni con propiedad.
Frecuentemente sus referencias resultan muy incompletas, y ya sea porque
I menciona tan sólo el nombre del autor, o bien porque cita únicamente el
I título de la obra sin más datos, la mayor parte de las veces no se sabe si se
trata de un manuscrito o por el contrario de un libro impreso. De este modo,
no se puede sino agradecer de todo corazón la formidable tarea de esclare-
cimiento llevada a cabo recientemente por Juan A. Ortega y Medina.33 En
su edición del Ensayo político sobre la Nueva España, este autor se dedica
a rastrear y reconstruir las numerosísimas fuentes de esa obra. Con lodo
I éxito, Ortega y Medina logró identificar alrededor de ciento cincuenta
| manuscritos, un centenar de cartas o de trabajos geográficos y cartográficos
I y cerca de ciento cincuenta impresos, todos ellos escritos por españoles»
I por hispanoamericanos. En su gran mayoría, se trata de documentos que
datan del siglo xvm, lo que da idea del crédito que daba HUMBOLDT A I
trabajos realizados en el mundo hispánico e hispanoamericano EN EL ^
mo tercio del Siglo de las Luces
Humboldt y BolíV|f
Acerca de las relaciones que existieron entre Humboldt y Bolívar, existe
una literatura bastante copiosa pero no es éste el lugar para hacer un ex*
men completo de la misma. Los vínculos entre ambos personajes, u| *
como los consignan los biógrafos del uno o del otro, son presentados j c
manera distinta según las épocas: en una primera etapa —comprendida
entre 1820 y 1930— se insiste sobre la estrecha amistad que habría ligado
a Humboldt y Bolívar, y se menciona la gran influencia ejercida por C|
primero sobre el segundo. En una segunda etapa, el descubrimiento de
documentos ignorados por los primeros biógrafos vino a moderar —desdé
1930 hasta la época actual— el exagerado panorama de una amistad deli-
rante, lo que sin embargo no impide que ciertos biógrafos de la segunda
etapa retomen los clichés tradicionales propios de la primera. Se afirma in-
cluso que, a partir del encuentro de Humboldt y Bolívar en París, en 1804
se habría establecido una relación continua entre el sabio alemán y el Liber-
tador Digamos sin más pérdida de tiempo que tal aseveración—que debe
sus orígenes a las primeras biografías de Bolívar incluidas en la famosa co-
lección Yañes-Mendoza o en Felipe Larrazábal— es totalmente falsa. En U
primera de estas obras se afirma que durante su viaje a Francia, Bolívar se
encontró con Humboldt en los salones parisinos, especialmente en el Fanny
de Trobríand, y que en tal oportunidad le participó su proyecto de liben*
ción de América. Humboldt le habría respondido: “Creo que vuestro país ya
está maduro; pero no veo al hombre que podría llevar a cabo este proyecto ".34
Larrazábal retoma, sin otra verificación, la frase atribuida a Humboldt:
122
Humkoldt y la población blanca
35
Felipe Larrazábal (1816-1873), Correspondencia general del Libertador
Simón
Bolívar, enriquecida con la inserción de los manifiestos, mensajes, exposiciones,
pojo una forma ligeramente distinta, el general Daniel Florencio O’
Leary
también la célebre frase. Según este personaje —quien fuera ayu-
^ campo de Bolívar y quien publicara una gran cantidad de documen-
sobre la vida y la obra del Libertador— el sabio alemán había declarado
^polfvar que consideraba al país maduro "para su independencia, pero no
ijluinbraba quien pudiera dársela”.121 122 123
A partir de esta frase —de la cual no hay ninguna prueba de que efecti-
bínenle hubiera sido pronunciada por Humboldt— las literaturas bolivaria-
^ y humboldtiana hierven de detalles tan emocionantes como falsos.
Aun cuando la supuesta declaración de Humboldt fuese auténtica, no
podría evitarse hallar en ella una buena dosis de escepticismo y de crítica,
¿olno lo señala con todo acierto Amando Melón; y podría interpretárse-
121proclamas, etc,., publicados por el héroe colombiano desde 1810 hasta 1830 (PIE-
CEDE A ESTA COLECCIÓN INTERESANTE LA Vida del Libertador), 2 VOLS, NUEVA
YORK, 1865-
1221866. La cita se halla en el tomo i, p. 10. Únicamente la Vida del
Libertador, que
comprende los dos tomos, ha visto la luz. **La prometida colección de canas y
demás
documentos boli varíanos, supuestamente se perdió en 1873, en el naufragio del
vapor
Wle DU HAVRE, a bordo del cual viajaba Larrazábal cuando se proponía editar
su
célebre colección, Escritos del Libertador", pp. 181 • 182.
123* Citado por Amando Melón, Humboldt, p. 141. El pasaje está
extraído del libro
is autores retoman la cita de Larrazábal.
de 43Daniel F. O'Leary, Bolívar y la emancipación del Sur América.
Waldo Frank, Naissance d' un monde Bolívar el sespeuples,
Memorias del
“fije
General O Leary, Madrid, 1915, 2 vols. Se trata de la edición de Rufino
en este salón (el de Fanny de Trobriand) donde Humboldt hiciera su«
Blanco
Fombona. Las memorias fueron editadas entre 1879 y 1888 en Caracas, en 32
vols.
—por no citar más que a los principales biógrafos de ambos héroes— reptil
ducen el célebre diálogo sin verificación alguna.
Algunos de ellos, incluso, prestando fe a un texto debido a Boussingaui. 1
agregan la leyenda de que Bolívar estuvo junto a Humboldl en la aseen I
sión al Vesubio que, en 1805, realizara el sabio alemán en compañía <j.
Gay-Lussac y de Leopold von Buch43
Sin embargo, el tema relativo a la influencia de Humboldt sobre Bol/1
var, así como el de la supuesta amistad entre ambos, fueron puestos nueva I
mente sobre el tapete en un texto menos legendario escrito por Karl Panhom I
quien, después de 1930, se preguntó si las tradiciones orales acerca de m 1
influencia y de tal amistad tenían efectivamente una fundamentación vájj, I
da. Panhorst recalca que no existe prueba documental alguna de relaciones 1
continuas mantenidas entre ambos personajes, y duda, incluso de que en I
1804 Bolívar ya tuviese en mente la liberación de su patria.44
Salvador de Madariaga, que ciertamente no pasó por alto el artículo de j
Panhorst,43 parece haber sido el primer autor de lengua española que reubicé
las relaciones entre Humboldt y Bolívar dentro de sus verdaderas propor.
ciones. Además de que, contrariamente a lo que afirman los panegiristas j
bolivaríanos,46 el salón de Fanny de Trobriand y Aristeguieta —prima leja,
na y gran amiga de Bolívar— no era el más brillante de París, es menester
reconocer finalmente que las relaciones entre Humboldt y Bolívar fueros
distantes, laxas y muy discontinuas. Para convencerse de ello no necesita
más que consultar las recopilaciones de correspondencia intercambiada
entre ambos. A lo sumo existen cinco cartas, dos de Bolívar a Humboldt, ]
observación 'La América española se halla presta a emanciparse, pero falta el gran
hombre que tome las riendas, Simón Bolívar escuchó, guardando un sombrío siten-1
cío”, p. 32.
43
Hamy, Lettres amérícaines, Notes sur Alexandre de Humboldl par J -B.
Boussingault (1821-1822). “Humboldt y Gay-Lussac habían visitado juntos el
Vesubio
en 1804, en compañía de Bolívar”, p. 305. El error es evidente, puesto que Humboldl
no viajó a Italia sino hasta marzo-abril de 1805, ese año realizando la ascensión del
Vesubio en compañía de Gay-Lussac y de Leopold von Buch, En una carta de fines
de julio de 1805 a Pictet, en la que Humboldt relata su ascensión, no menciona pan
nada a Bolívar, pp. 195ss. Bolívar se encontró con Alejandro de Humboldt en Roma,:
en el salón de Guillermo de Humboldt, que a la sazón fungía como representante de
Prusia ante la Santa Sede.
IX
LAbi
127
necerse pues ya no tenéis enemigos externos y además contá¡s
excelentes instituciones sociales y con una sensata legislación QU ^
brán de preservar a la República de las más grandes de las ca)amj(|Jj
las disensiones civiles. Reitero mis votos por la grandeza de l o s J
blos de América, por el fortalecimiento de una sensata libertad y
felicidad de quien ha demostrado una noble moderación en medir, *
tan prestigiosos sucesos.
50
Estas dos cartas figuran en Rojas, HUMBOLDTIANAS, tomo n, pp. 177-178.
en la carta del 29 de julio de 1822 citada más arriba, y a
olí
pr * ^¡biies elogios, puede leerse entre líneas un cierto temor ante
.jr TE lJs mental que Bolívar —con todo y su genio militar y arrojo-
nodid° descartar las disensiones civiles, funesta consecuencia de
l
ui^^sociabilidad y de las profundas divisiones habidas entre los
film ^ |a América española, fenómenos que Humboldt detectó en su
^ y s0brc los cuales hemos insistido en pasajes anteriores de
rtulU
i.|H> ^abajo. Humboldt pasó revista a los elementos positivos de la
IfllS
poifvar restablecimiento de la paz, ausencia de enemigos exter-
. cioncs sensatas, moderación por parte del jefe supremo; y su
q
s UC en el Nuevo Continente todo esto conduzca al nacimiento de
* nes políticos basados en los principios que él tanto admira. Pero esta
w1111 rac¡5n de elementos positivos y con la cual el autor está rindiendo
' ^naic a la obra de Bolívar ¿no podría interpretarse también como una
Cl Üt1
51
Nos es menester expresar aquí nuestro total desacuerdo con los juicios
vertidos
por Juan A. Ortega y Medina quien, en el estudio preliminar de su
bellísima ediciái
Por otra parte contamos con diversos textos que ponen en
auténticos sentimientos de Humboldt con respecto a Bolívar El 2l Ir.
de 1822, en vísperas de la partida de Boussingault hacia América, H^ U
52
Rojas, Humboldtianas, tomo u, pp. 179-181. Véase también el
artículo de;
Hanns Heiman, “Humboldt y Bolívar, el encuentro de dos mundos en dos54
A. Flórez Estrada, “Examen imparcial de las disensiones de América
hombres’;
con España,
Este artículo fue publicado en alemán en el homenaje a J.H. Schultze,
délos medios de su reconciliación y de la prosperidad de todas las
Humboli
Bolívar, pp. 215-234. naciones”, pp. 3-161.
53
Pierre Chaunu, “Interprétation de l’Indépendance de 1’ Amérique Latine"
6
Nota preliminar
La mayoría de los informes sobre las numerosas relaciones que mantuvo
Humboldt con las comunidades religiosas, así como con los misioneros y
curas de las colonias españolas del Nuevo Mundo, especialmente en Vene-
zuela, están presentados en la Narración histórica del viaje. Pero en razón
de que se hallan esparcidas en el más completo desorden, y como además
ha sido necesario remitirse a sus otras obras sobre América a fin de recolec-
tar aquí y allá una cantidad de detalles complementarios, nos pareció opor-
tuno reagrupar toda la información obtenida, calificando el cúmulo de
notas dispersas según un orden aceptable.
Ahora bien, antes de presentar el esquema de las misiones trazado por
Humboldt, y previo a examinar los problemas que la organización misio-
nera pudo haberle planteado, sería conveniente recalcar que nuestro autor,
fiel al procedimiento que es habitual en él, describe y juzga estrictamente
lo que sus ojos han visto. En términos generales, sus descripciones son
bastante precisas; aunque de vez en cuando estén redactadas con tanta
minuciosidad, que no siempre resulta fácil exponer con precisión su pensa-
miento, o distinguir lo verdadero de lo falso. En cambio, sus juicios y
opiniones son mucho menos ambiguos y permiten aclarar las descripcio-
nes; pero advirtamos que si se pasa indistintamente del relato propiamente
dicho a la parte crítica, se corre el riesgo de arribar a conclusiones exagera-
das, como las que sacaron en fecha reciente ciertos críticos de Humboldt.
Helmut de Terra afirma que nada produjo mayor indignación en
Humboldt que el estado de esclavitud en que se hallaban reducidos los
indios en el seno de las misiones. Pero aclaremos sin pérdida de tiempo que
De Terra confunde dos aspectos de la actitud de Humboldt, quien efectiva-
mente denuncia la esclavitud de hecho de los indios en América, para des-
cribir acto seguido la condición de los mismos en el interior de las misiones:
en éstas los indios no son esclavos. El problema de la esclavitud india será
analizado en otra parte del presente trabajo; pero observemos por
que Hehnut de Tena, al confundir indios reducidos con indios cscl*. * ]
—confusión en la que Humboldt no cayó, por cierto— nos recuerda 9
paso que nuestro autor, un auténtico producto del Siglo de las Luces n
pudo haber concebido siquiera una situación semejante.
IM i
Los misioneros vistos por Humboldt134 135 136 137 138
"malo misioneros
s
ntftf dc *as afirmaciones de Helmut de Terra, por nuestra parte y después
|ia^<r rastreado minuciosamente en las obras de Humboldt, no hemos
lapido detectar más que dos ejemplos de malos misioneros, Por otra parte,
¿¿usía casos que el autor menciona en forma casual y en relación con su
^jopor curatos regidos ciertamente por misioneros, pero que no eran mi-
¡ones propiamente dichas. Estos ejemplos se refieren al curato de San
tañando Rey, de Cuturuntar, y al curato de Catuaro, dependientes ambos
¿c la misión de los capuchinos aragoneses de Cumaná.139
En San Femando, Humboldt es recibido por un “capuchino aragonés de
pniy avanzada edad", que lo asombra por su “extraordinaria obesidad, su
excelente humor y su interés por los combates y los sitios militares". 9
Este singular capuchino no se muestra demasiado convencido de la
utilidad que podía tener el viaje del sabio alemán a través de Venezuela.
Con gran sentido del humor, Humboldt relata que el capuchino, cuya sen-
sualidad se había desarrollado exageradamente “por la ausencia de activi-
dades del espíritu", con el mayor ahínco se empeña en hacerlo presenciar el
sacrificio de una vaca. Para el religioso, en efecto, “de todos los goces de la
vida, sin exceptuar el buen dormir, ninguno podía compararse al placer de
saborear una deliciosa carne de vaca". Así, a la mañana siguiente, nuestro
13
9
nuestra partida dos días más. ¡Cuán largo se nos hizo este retraso! ¡Cuán temible nos
pueda el sonido de la campana que nos llamaba al refectorio! Frente a la delicada
Humboldt y las misiones españolas
ACTITUD de los misioneros comprendimos hasta qué punto nuestra situación contrasta-
ban la de los viajeros que se quejan de haber sido despojados de sus provisiones
■tosconventos coptos del Alto Egipto”, ibid., p. 202. ¿Es éste, acaso el lenguaje con
?*e se expresaría un enemigo encarnizado de los sacerdotes españoles? Observemos
üm n
^ >en la última frase, que el dar testimonio de su gratitud no aparta a Humboldt
*«inveterada inclinación comparatista.
w. I---------— w.w JU.WU general ai esiuoio ae la relaciones n.
que Humboldt mantuvo con los misioneros, veremos que estos I
mostraron en todo momento sumamente cordiales. En estos
Humboldt halló un calor humano, un afecto y una abnegación qu
movieron profundamente. Entre los misioneros se encontró con 5*°^
muy jóvenes aún pero ya minados por las fiebres, con ancianos queS'11
"sufrido veinte años de mosquitos” en las más recónditas selvas de] (wjl
con misioneros pobremente vestidos, peor alimentados, y para cok*'I
menudo injustamente acusados de poseer fabulosos tesoros. Tálese] 'I
del padre Zea, quien acompañó a ios viajeros en su recorrido fluvial
curso superior del Orinoco, del Río Negro y del Casiquiare Este rel/pJ* I
que en la caverna de Ataruipe había descubierto importantes restos de I
pulturas indígenas, y en particular esqueletos pintados con onoto, ^ I
con huesos y otros notables objetos, había sido injustamente acusado^
un blanco de haber hallado tesoros fabulosos entre las tumbas indíg*
Según la opinión pública ¡ tales tesoros habían sido escondidos por
jesuítas antes de su expulsión!140 Humboldt intenta destruir tal leyenda i*,
sistiendo con vehemencia sobre las condiciones de vida verdaderame^
miserables que él pudo observar entre los misioneros. Compartióconeifc,
manjares muy poco tentadores: carne de mono asada, pasta de hormj#¡
etc. Pudo tomar conocimiento de las increíbles dificultades que debieres
enfrentar estos hombres ante una naturaleza hostil, y en medio de grupa
humanos víctimas de todos los horrores de la vida primitiva. Los peligros
que él mismo debió afrontar y que para los misioneros constituían cipa
cotidiano, lo convencieron sobradamente de que éstos estaban muy lejos
de concordar con las falsas descripciones que de ellos se había podido
hacer en Europa. Al registrar todos estos hechos, Humboldt da prueba de
una gran sensibilidad, su indiferencia y hasta su hostilidad ante el hecho
religioso no influyeron en absoluto en la objetividad de su testimonio.
Pero remitámonos más bien a los hombres que Humboldt pudo encos-
trar en el curso de su viaje. Siempre que le es posible, da el nombre dd
140 El relato del padre Bernardo Zea es referido por Humboldt en estos términos:
“Os resultará difícil creer [.. ] que esos esqueletos, esos vasos pintados, esos objeto
que creíamos ignorados por el resto del mundo fueron causa de desgracia para mí j
para mi vecino, el misionero de Cancharía. Habéis comprobado el estado de miseria
en que vivo en los Raudales. Devorado por los mosquitos, careciendo a menudo lusti
de bananas y de mandioca, ¡me he encontrado con que en la región hay gente envidio-
sa! Un blanco [...] me ha denunciado [...Ja la Audiencia de Caracas, acusándome*
ocultar un tesoro que yo habría descubierto [...] entre las sepulturas indígenas" ¡Se
trata nada menos que del tesoro de los jesuítas! “Cubrimos inútilmente un trayecto*
ciento cincuenta leguas” hasta Caracas; nadie quiso creer mi versión de los hechos ¡y
se nombró comisionados para que vinieran a investigar en el terreno!, ibid., tomovt
libro vil, cap xxi, pp. 147-149
un
misionero de que se trate, pero parece que en algunas ocasiones no pudo
kjllir en sus libretas de apuntes el nombre exacto. En tales casos se conten-
«con escribir simplemente “el buen misionero de tal lugar”. Para empezar,
menciona el nombre del gran fundador de las misiones de capuchinos ara-
goneses: fny Francisco de Pamplona, en el siglo Tiburcio Redín." “El
nombre de este religioso —escribe— es aún reverenciado en la provincia,
fue él quien diseminó los primeros gérmenes de la civilización en estas
montañas” Humboldt tampoco olvida mencionar los nombres de los tres
grandes misioneros de Venezuela: el padre Caulín, el padre Gumilla y el
padre Gilii, a quienes tendremos oportunidad de reencontrar en un futuro
capítulo.
Entre aquellos a quienes Humboldt conoció personalmente, Figura
en lugar destacado el hermano lego Juan González, a quien conociera en
Cumaná y con quien entablara sólidos lazos de amistad. El hermano Juan
González iba a acompañarlo en su viaje al Orinoco, pero a último momento
Humboldt y Bonpland le confiaron la tarea de hacerse cargo del traslado de
una colección botánica completa al Museo de Historia Natural de Madrid.
Desgraciadamente, dicha colección jamás llegó a destino, pues el navio
que transportaba al hermano González con su valioso cargamento naufra-
gó frente a las costas africanas, con pérdida de bienes y de vidas. En nume-
rosas oportunidades, Humboldt expresó su dolor por la desaparición de tan
excelente compañero.
En este grupo figura naturalmente el padre Zea, sobre cuyas desavenen-
cias con el poder civil nos hemos referido pocas líneas más arriba. Este
buen hombre no parece desprovisto de sentido del humor. Al llegar a la
misión de la Esmeralda, sobre el Casiquiare, reconoce que los mosquitos de
esta región son mucho más feroces que los que lo atormentaban en su
misión de los Raudales.
Humboldt nombra también al padre Bartolomé Mancilla, de la misión
de San Femando de Atabapo, quien le confió su diario de viaje sobre el río
Guaviare. En los documentos sobre las misiones de capuchinos aragoneses
con que contamos, aparecen algunos nombres que también figuran en los
escritos de Humboldt; el de Francisco de Aliaga, por ejemplo, que nuestro
viajero conoció en Caripe y quien más tarde llegaría a ser prefecto de las
misiones de los capuchinos de Cumaná y de las Bocas del Orinoco; tam-
bién el de Manuel de Monreal, quien en 1788 era presidente del curato de
San Francisco de Chacaraquar, y finalmente el de fray José María de Mála-
ga, capuchino andaluz de la misión de San Femando de Apure (marzo de
1800).141
es descrito así
Las casas, o mejor dicho las cabañas de los indios chaymas, separad»
entre sí, carecen totalmente de jardines a su alrededor Las calles, lujJ
y bien alineadas, se cortan en ángulo recto; los muros, muy delgados y
poco sólidos, están hechos de barro y reforzados con lianas. Esta unifoj.
midad en la construcción, el aire grave y taciturno de los habitantes, I,
extrema limpieza que reina en el interior de sus viviendas, todo qJ
recuerda los establecimientos de los Hermanos Moravos [...] La na]
plaza de San Fernando, situada al centro del pueblo, encierra la iglesia
la residencia del misionero y ese humilde edificio al que pomposamente i
se le ha dado el nombre de Casa del Rey.13
13
Relation historique, tomo ni, libro m, pp. 50-51. Humboldt
comenta que estas j
Casas del Rey se asemejan mucho a los tambos del Perú. Al destacar la
similitud am
las misiones católicas y las comunidades de los Hermanos Moravos,
HumboUl
advierte que aun así “la independencia de las familias y la vida privada
de los miera-1
bros de la sociedad [en las misiones] son más respetadas que en las
comunidad»!
protestantes que siguen la regla de Zinzendorf’.
14
Ibid., tomo ni, libro ni, cap. ix, p. 296.
HUMBOLDT Y LAS MISIONES ESPAÑOLAS
142u “Los indígenas poseen máquinas de muy simple factura para separar el algodón
de sus semillas. Consisten en cilindros de madera, de un diámetro extremadamente
reducido entre los cuales pasa el algodón, y que se mueven con el pie como la meca”,
ibid., tomo ui, libro m, cap. rv, pp. 127-128.
143 Medida agraria francesa que puede traducirse aproximadamente por fanega de
tierra, medida agraria española equivalente a 64 áreas (N del T.).
16
Ibid., tomo vn, libro vn, cap. xxn, pp. 282-283.
11
Ibid.
143
negligencia del misionero En el caso de la misión de Mandav^
ejemplo» visitada por Humboldt el 12 de mayo de 1800, el misioner ^
bondadoso anciano que pasó “veinte años de mosquitos en los bosque*
Casiquiare”, se desesperaba ante la imposibilidad de infundir vítaij^
su misión, pues los indígenas se hallaban aún demasiado atados a sus cr *'
tumbres salvajes. Según la opinión de Humboldt, en dicho lugar ,
haberse cultivado arroz, fibras, algodón, caña de azúcar y añil, tal y COlJ1*
fue comprobado por algunos ensayos llevados a cabo por los misionero/
Pero además, hay otro obstáculo que se opone al desarrollo de la agricult®. I
ra. la abundancia de hormigas, que devoran todo lo que hallan a su j
Cuando el misionero quiere cultivar legumbres, se ve obligado “a suspeni ¡
der su siembra en el aire: toma una canoa vieja y la llena de tierra; después
de haber plantado las semillas en esa tierra, cuelga la canoa a cuatro pjes
sobre el suelo utilizando a tal efecto cuerdas trenzadas con hojas de palme-
ra chiquichiqui".144
El método combinado de la agricultura y de la recolección era un medio
, eficaz de garantizar el funcionamiento y la supervivencia de las misiones!
r ubicadas en regiones geográficas desfavorables. El mejor ejemplo al res-
pecto nos lo proporciona la misión de la Urbana, la cual había sido fundada
por los jesuítas en la misma época en que lo fueron la de Carichana, la del
Raudal y la de la Encaramada, sobre el alto Orinoco. 145 En la Urbana, los
jesuítas habían organizado y racionalizado a escala poco menos que indus-
trial la recolección de huevos de tortuga, los que suministraban un aceite ¡
sumamente cotizado.
Antes de la llegada de los jesuítas, “los indígenas sacaban un provecho
mucho más reducido de los dones que la naturaleza había depositado allí
[sobre las riberas del Orinoco] en forma tan espléndida". Por otra parte, 1
Humboldt señala que los capuchinos que vinieron a reemplazar a los jesuí-
tas en esta misión, explotan estas riquezas naturales con menos habilidad y'
con menos sensatez que sus predecesores. 146
144 Ibid., tomo VIII, libro vm, cap. xxui, pp. 67-68. Esta técnica del “huerto col-
gante” prosigue en Venezuela en los tiempos actuales, como lo demuestra la fotogra-
fía tomada en las riberas del Orinoco por V. Vareschi en 1958, Geschichtslose Ufer,
p. 85.
145 Humbert, Les origines, p. 319, nota 1.
146 Relation historique, tomo vi, libro vu, cap. xix, p. 284.
r
HUMBOLDT Y LAS MISIONES ESPAÑOLAS
iones al progreso de la agricultura en zona tropical lo que lo
jí & feamente. Sobre este particular, nuestro autor reconoce de buen
a pesar de los obstáculos humanos y naturales que acabamos de
11
Roben Ricard estudia algunos aspectos de estas rivalidades en su ya menciona-
diobra, particularmente en el capítulo primero de libro m, “Les difflcultés intemes de
foeuvre apostolique**, pp. 285-310.
1
daron la labor que debieron interrumpir los jesuítas a raíz de su expulsé J
Demetrio Ramos hace referencia a
los conflictos territoriales que
surgier
entre estas distintas órdenes, así como el acuerdo que se pactó en 1734
de repartir equitativamente las respectivas zonas de influencia, estábil
ciendo al mismo tiempo las “fronteras” dentro de las cuales cada o ¡3
debería circunscribir su acción.
Estas rivalidades no contribuyeron ciertamente a la estabilidad de |J
misiones. Da la impresión de que a veces los misioneros se disputaron ui3
a otros los neófitos, valiéndose de medios más o menos lícitos y que I
tenían que ver con la religión (distribución de hachas, de cuchillos, A
agujas etc) para “corromper” a los indios de los poblados cercanos, rcugu
dos bajo el mandato de un misionero “rival”. A estas dificultades se agredí
otra mucho más grave y que Humboidt también parece ignorar. Cuando 0^
reducción de indios ya se hallaba firmemente establecida y una vez que J
misión funcionaba normalmente, ésta pasaba “al brazo secular” Un cura
era designado por el obispo, un funcionario civil se instalaba en el pueblo I
y, hecho de gran importancia, los indios, considerados a partir de entonces
como “civilizados” ¡pasaban a ser tributarios, mientras que bajo el sistema
anterior habían permanecido exceptuados de pagar impuestos! Las conseJ
cuencias no se hacían esperar, los indios comenzaban a abandonar paulad
namente la misión, pero entonces la carga impositiva debía ser afrontad)
por los que permanecían instalados en ella, lo cual contribuía a la rápida
disgregación del poblado. Es así que, a fin de seguir obteniendo los bene-
ficios que la vida de misión les proporcionaba, cuando los indios reduci-
dos pasaban a ser tributarios, se mudaban a alguna misión cercana donde I
estaban seguros de poder permanecer durante un tiempo más sin tenerque
pagar impuesto alguno
Este sistema absurdo, que hoy puede parecemos increíble, no favoreció
ciertamente a la evangelización ni a la colonización. En numerosas ocasio-
nes —especialmente en 1736— los misioneros solicitaron que los indio»
instalados en poblaciones estabilizadas permanecieran eximidos de pagar
tributo, demanda que fue sistemáticamente denegada por la Corona. Púa!
bien, sobre este preciso aspecto de la implantación de las misiones y de sv
demasiado frecuentes cambios de ubicación, así como acerca de la cons-
tancia de los indios, parece ser que Humboidt no supo ver con claridad la
manera en que se planteaban los problemas: no se trató de un capricho de
los misioneros ni del carácter nómada del indio, sino más bien de un desor-
den verdaderamente monstruoso dentro del cual la colonización y la evaa*
gelización se llevaron a cabo, especialmente a fines del periodo colonial!
Los desafortunados indios sufrieron las consecuencias de esa situación
22
BUENAVENTURA DE CARROCERA, OFM CAP., Las misiones capuchinas de Cwrná «
el tricentenario de sus comienzos.
(0I y los reproches que a veces les hacen algunos europeos
carecen mayormente de fundamentoP mal
■ .iJi ««nuca una CAIMA A
r uüniboldt expresa una serie de juicios —
bastante mis precisos que los
gentes— acerca de la forma en que estaba repartido el trabajo de
en las misiones, y sobre este particular hace algunas críticas
con aslantc
^ severidad el principio que regía la distribución de
^beneficios producidos por el trabajo, pero lo hace con tales reservas y
^norcionando ejemplos tan contradictorios que nos resulta práctícamen-
l’^osible enteramos cómo se hacía tal reparto y si los indios eran en ver*
Claudicados por los misioneros. Es así que al analizar la manera en que
distribuye en Caripe el producto del aceite extraído de los guácharos,
* que habitan en la caverna del mismo nombre (Cueva del Guácharo),
ujioboldt se asombra de que los "monjes” obliguen a los indios "abastecer
acciie de guácharo la lámpara de la iglesia” Pero sin creer demasiado en
^propias palabras, agrega que "según se asegura, el resto (del aceite) les
comprado”. Asegura que "el uso del aceite de guácharo es muy antiguo”
que “los misioneros no han hecho más que regularizar el método de
atraerlo” Nos dice que antes de la llegada de los misioneros, una familia
indígena» los Morocaymas, poseían el monopolio de ese producto. "¡Pero
gtacias a las instituciones monacales, en la actualidad sus derechos son
feamente honoríficos!”. Como conclusión, nuestro autor dice:
Pero más tarde, dentro del mismo testimonio sobre la misión de Caripe,
Humboidt atenúa este primer juicio al escribir que en ella, los capuchinos
gobiernan “en base a un sistema de orden y disciplina que desafortunada-
mente es poco común en el Nuevo Mundo”, todos los indios que trabajan
en el conuco “reciben también partes iguales de las ganancias. Se les distri-
buye maíz, ropa, herramientas y, según se asegura, algunas veces dinero ”.25
8
Demetrio Ramos, “Las Misiones del Orinoco a la luz de las pugnas territoriales
(s.xvnyxvm)”.
u
Relation historique, tomo m, libro m, cap. vu, pp. 162-163.
•W, pp. 148-149.
Tales contradicciones restan en gran medida autoridad y Vai¡d
juicios de Humboldt sobre el reparto de beneficios en las misiones p
parte, parece que él no aprobaba el principio según el cual se
misión. En otro pasaje de la Narración histórica comenta que,
estrictamente a la ley, el producto del trabajo de los indios no
empleado más que para el mantenimiento de la Iglesia y para ) a. I1*
ción de ornamentos sacerdotales. No hay dudas de que esta
numerosas excepciones; pero aun así, la consulta de diversos docuiw**
publicados por algunas órdenes misioneras nos permite v e r i f i c a r a * I
efecto, en cada uno de los informes enviados a los superiores de
nes figura siempre una estimación en moneda de la época del valor « L 0,
iglesia, de sus ornamentos y de los objetos del culto.2* Por lo denií |
origen del dinero está perfectamente especificado en primer lugar
nía de la subvención acordada por el rey, en segundo término de “las
nidades y trabajo personal de los naturales del mismo pueblo", y finalm- ^
de las sumas aportadas por los mismos misioneros. Es menester sup¿¿
pues, que los misioneros habrían de obtener algún beneficio monetario^
su gestión, la mayor parte del cual invertirían en la edificación y embelie.
cimiento de la iglesia. Pero ignoramos a través de qué procedimiento y h
base a qué cálculos los misioneros determinaban las partes. A través de*
examen de las cifras suministradas, se obtiene la impresión de que la
de los indígenas dentro del monto global distribuido era relativamente
escasa. Esto puede significar que los indios eran poco solicitados pors «1
misioneros, o bien que no contaban con suficientes recursos como p a r a '
su contribución fuese importante, o incluso que las cuentas se sacaban de'
manera tal que los misioneros se asignaban a sí mismos parte de los benefi-
cios que deberían haber sido repartidos entre los indígenas.
Pero no atribuyamos a este hecho más importancia de la que relativa-
mente tiene, ya que en principio, el papel que desempeñaba el dinero en b
misión era poco menos que nulo. Con toda razón, los misioneros conside-
raban que sus indios eran totalmente incapaces de comprender el sistema
monetario. No es allí donde radica el problema sino en el hecho siguiente;
en la medida en que, a pesar de todo, las misiones funcionaban dentro dt
una sociedad que utilizaba el dinero como medio de intercambio, los ¡o-
26
En los documentos reproducidos por Froylán de Rionegro, Misiones de k
padres capuchinos, con respecto a la misión de Caripe se lee, por ejemplo: "Tienes!
presente una Sumptuosissima Iglesia con su torre proporcionada, cuio valor asciende
a siete mil pesos, y el de las Alajas y J ocal i as y demás adornos de ella a mili cientodn
de cuias dos cantidades ha suplido Su Majestad ciento y veinte pesos, los Naturales
con su trabajo personal mili y quinientos, y el resto de siete mili quatrocienlosnova-
ta los Misioneros", p. 188. A continuación de este balance financiero, figuranca
todos los casos las cifras correspondientes a bautismos, defunciones etcétera.
14
8
¿ios podían parecer perjudicados siempre y cuando se les consideran
Humboldt lo hace— como ciudadanos virtuales. Ahora bien, jamás se dio
„) caso en las misiones, y más tarde podremos apreciar las graves
consecoeo-
¿1$ que este hecho trajo aparejadas.
Los principios aplicados por los misioneros en cuestiones
financien*
joj, categóricamente desaprobados por Humboldt, quien de ninguna
manen
icepu que el dinero ganado por los indios deba ser consagrado
principal'
mente al culto, a la iglesia, y a las demás manifestaciones de la vida
religjSS
El autor hace referencia a algunos casos de abuso en Guanaguana,
por ejem-
plo, el anciano religioso que dirige la misión explica a los viajeros
que
En otro pasaje, Humboldt señala que a los indios del alto y bajo Orinoco,
algunos misioneros les venden bija (Bixa orel ana), también conocidácomo
onoto o china, una sustancia de color rojo con la cual los indígenas^ acos-
tumbran pintarse el cuerpo. “Al no poder venderles herramientas# vestidos
—escribe Humboldt— los monjes practican el comercio del pigmento roño,
tan cotizado por los aborígenes" e indica que “un hombre de gran estatura
apenas si gana en dos semanas de trabajo, con qué procurarse mediante
intercambio la china necesaria para teñirse de rojo”. 148* Este par de ejemplos
ilustran perfectamente las dificultades con las que podía tropezar el siste-
ma misionero. A través del primero, Humboldt nos muestra el peligro que
para la religión misma representaba la libertad extrema de la que, por la
fuerza de las circunstancias, se aprovechaban ciertos misioneros, quienes,
fuera de todo control por parte de las autoridades superiores se constituí^
los indios. Pero Humboldt especifica que existe una enorme diferencia de precio CQ .
tre los productos brutos proporcionados por los indios y los productos manufactura,
dos canjeados por los misioneros, ibid., tomo vi, libro vn, cap. xix, pp. 331-332.
* En la recopilación de Froylán de Rionegro figura un informe de un tal
Alvarado,
donde se hallan datos precisos sobre el régimen económico de la misión de Caroní
Allí, la carne es abastecida por los rebaños de la misión. Un procurador que hace las
I
veces de intendente, administra una caja copiada de las que existen en los
regimientos
del ejército en España “con el fondo que llaman de arbitrios” Las sumas recolectadas
se emplean para pagar los gastos del culto, de los cultivos, y los salarios de los indios
j
que trabajan para la comunidad. El saldo es guardado por el síndico de Santo Tomé,
quien además liquida otras deudas. El remanente es situado en Suay, adonde acuda i
los padres a retirar su paite. Según este documento, parece que los indios déla
misiones de Caroní gozaban de una cierta independencia económica. Las indias ven-
j
den maíz, arroz, tabaco y aves de corral. Un beneficio adicional es obtenido por la i
venta de cuerdas hechas de cocuiza, de curaguate (o curagua) y de crin. Los padrea j
compran a los indios aceite de tortuga a razón de cuatro reales el frasco para
revenderlo
a ocho reales, después de haberlo guardado durante varios meses. El gasto mis
pesado que deben afrontar los misioneros es la compra de sal, necesaria parala ^
conservación de la carne La adquieren en Cumaná o en La Guaira a precios
elevadísimos. Al varado observa que los indios no poseen el menor sentido de la
economía, gastando todo cuanto ganan en alimentos o en bebida, “Modo religiosofl
Humboldt y las misiones españolas
150económico de vivir los padres, granjerias del común de las Misiones como del
parti-
cular de los padres, indios y demás agregaciones a ellas. Provincia de Guyana, Mi-
ñón del Hato de la Divina Pastora, 20 de abril de 1755", pp. 85-91. J. A. De Armas
Chitty, quien cita el informe de Al varado en Guayaría, su tierra y su historia,
tomo i,
p. 122, observa que, con todo, seguimos ignorando el monto exacto del salario
pagado a los indios.
151
151
151 Relation historique, tomo vi, libro vu, cap. xix. pp. 342-343.
y de mujeres vistiendo el hábito sacerdotal ”/2 Robert Ricard ha dci*.
en lo que al siglo xvi respecta, diversos ejemplos de castigos impUe
los indios.” Demetrio Ramos hace referencia a las críticas que el °*4
Román, superior de las misiones jesuíticas de esta región, dirige sobí^
capuchinos en una carta a las autoridades de la provincia del Nuevo fa-
do Granada. Pero todo parece indicar que el caso trata más que nada de *0
ncrvrin rl»l onnflírtn nu<* nnnnta 9 ranurhinnc v ipcnifnc u nn _________________________ ^ loi
;c
¡no1
aspecto del conflicto que oponía a capuchinos y jesuítas, y no, como
ce creerlo Demetrio Ramos, de la ingenuidad del padre Román.^L
Inmediatamente después de la extensa cita anotada más arriba, HumboU
agrega que si bien los caribes —pues a ellos aludía la misma— no son to^
lo feroces que se ha supuesto, “se comprende, sin embargo que el empleo
de métodos algo enérgicos sea a veces necesario para mantener la tranq u¡. Pare.
lidad en el seno de una sociedad naciente".152
Una vez más nos encontramos aquí con la ambigüedad de los juicio)
vertidos por nuestro autor. Por una parte, denuncia con energía los crudo
tratamientos aplicados a los indios, pero a fin de cuentas parece admitir que
los mismos son necesarios, por cuanto a quienes se les impone es a indivj.
dúos que apenas si han logrado salir del estado salvaje. Posiblemente estos
;SÍ[j
titubeos no sean sino una exteriorización de la profunda perplejidad de
|Z
Humboldt ante el sistema misionero, que se le figuraba fuera de toda nor-
ir ma, y que no era comparable a ninguno que existiese en Europa. Hemos
visto que Humboldt intentó establecer un paralelo entre las misiones cató-
licas que visitara y las comunidades moravas que obedecían a la regla de
Zinzendorf, pero él mismo se refirió tan sólo al orden y al aseo, así como a
la relativa libertad de que gozaba todo individuo.
-VVí
trato los Padres Capuchinos; 3“) que les hacen trabajar mucho; 4°) que no les dejao
trabajar para sí, sino para el Padre, para la comunidad del pueblo, se entiende, y que I
si no trabajan les azotan mucho; 50) que les dan de comer por ración, y que ellos no I
son frailes; 60) que no les dejan libertad para hacer sus pesquerías... y que ellos nosoo
esclavos... etc.'”, p. 24.
35
Relation historique, tomo ix, libro ix, cap. xxv, p. 47.
153Ibid., tomo ni, libro m, cap. vi, pp. 52-53.
154 Ricard, La conquete spirituelle, pp. 340x5.
HUMBOLDT Y LA POBLACION BLANCA Humbolui l la» MiMunu uranuui
Este aspecto no pasó inadvertido ante los ojos de Humboldt, que uciado por Humboldt parece haber sido real y verdadero. El problema
empezar destaca el resultado positivo del sistema misionero' ^li educación intelectual de los indios no pasó inadvertido a los ojos de
^ tro autor, quien pudo comprobar que aquélla se limitaba estrictamente
Correspondía a la religión consolar a la humanidad de una parte d c i enseñanza religiosa, a la doctrina. Y agrega un interesante testimonio
males perpetrados en su nombre; ella defendió la causa dc los indfg c °s * a pesar de su brevedad, resume bastante bien la situación:
ante los reyes, ella resistió a las violencias de los comentadores
congregó las tribus errantes en estas pequeñas comunidades a las qUe j algunas veces —escribe durante su estadía en Caripe— muy de madru-
denomina misiones y cuya existencia favorece el desarrollo de la ar gada los acompañábamos (a los misioneros) a la iglesia para asistir a la
cultura.31 doctrina, es decir a las clases de enseñanza religiosa que se impartían a
los indios. Empresa cuando menos muy aventurada es la de querer hablar
Pero es allí donde —a su juicio— cesa su intervención. IndudabIem Cri de dogmas a neófitos, más aún cuando éstos no poseen sino un conocí*
te buenas en sus comienzos, al presente no hacen sino obstaculizar l 0s miento sumamente vago de la lengua española. Por otra parte, los reli-
progresos de la civilización. Después de haber pacificado, protegido y a¡3 giosos ignoran aún hoy el idioma de los chaymas casi en su totalidad,
gurado una cierta estabilidad en las comunidades indígenas, “el efecto de) y la semejanza entre los sonidos confunde de tal modo la mente de
aislamiento ha sido tan enorme que los indios han permanecido en ugl estos pobres indios que hace que se les ocurran las ideas más insólitas.
estado que difiere muy poco del estado en que se hallaban antes, cuando
sus viviendas desparramadas aún no habían sido congregadas en tomo a la
Los problemas lingüísticos en las misiones
habitación del misionero. El número de ellos aumentó considerablemente
no así la esfera de sus ideas".39 cjasí como los indios confunden “infierno" con “invierno":
De esta manera, Humboldt establece una relación entre el aislamiento]
en el que las misiones se empeñaron en vivir desde los comienzos de | a Los chaymas no conocen más invierno que la estación de lluvias, así
evangelización, y el estancamiento intelectual de los indios; limita lo* pues, el infierno de los blancos se les figura como un lugar donde los
alcances de la acción misionera al dominio de la agricultura ,40 de la organi. malos son expuestos a la acción de frecuentes chaparrones. Por más que
zación puramente material de las comunidades indígenas. Por otra parte el misionero se impacientara, le resultaba imposible borrar las primeras
los argumentos de nuestro autor son los mismos que esgrimiera el ministro impresiones debidas a la analogía entre las dos consonantes: no se lo-
mexicano del Interior, Alamán, quien en el informe que presentó ante el gra separar en la mente de los neófitos las ideas de lluvia y de infierno,
Congreso Mexicano en 1823 declaraba: “Si el sistema de misiones puede] de “invierno” y de “infierno".42
tomar por el más conveniente, para sacar de la barbarie a los salvajes que
discurren por los bosques sin idea alguna de religión y de cultura inteleel Por cierto, esta sencilla anécdota no basta para explicar los graves pro-
tual, no puede servir más que para asentar los primeros principios de la blemas lingüísticos que los misioneros españoles intentaron resolver en
sociedad, pero no para conducir a los hombres hasta la perfección de ésta "41 América, como tampoco es nuestra intención presentar aquí un informe
El estado de incultura en que se hallaban los indios de las misiones y que es detallado de los mismos.43 Permítasenos, sin embargo, hacer referencia a
ciertos aspectos de la cuestión. La política que se siguió en materia lingüís-
tica parece haber sido bastante contradictoria. Tal y como lo expone Robert
38
Relation historique, tomo ni, libro ni, cap. vi, pp. 4-6. Ricard, los misioneros, “desde el día en que llegaron, se dieron cuenta de
39
Ibid., tomo ni, libro m, cap. vi, p. 5. que el conocimiento de las lenguas indígenas era efectivamente la condi-
40
Humboldt admira sobre todo “la extraordinaria actividad con los europeos ción esencial para una evangelización seria. En primer lugar, era el medio
da
siglo xvi difundieron el cultivo de vegetales europeos", y agrega: “Los eclesiásticos 42
Ibid., tomo ni, libro m, cap. vm, pp. 198-199.
y 4)
Ricard, La conquéte spirituelle, menciona el considerable esfuerzo de los
particularmente los religiosos misioneros contribuyeron a estos rápidos progresos pri-
[...] Los jardines de los conventos y de las parroquias también fueron los viveros de meros evangelizadores de México en el aprendizaje de las lenguas indígenas,
donde salieron los vegetales útiles recientemente aclimatados", Essai pol. Nouv.‘ pp. |1
Espagne, tomo n, libro iv, p. 479.
41
Ibid., tomo u, libro iu, cap. vui, p. 33S.
ISA.
44
Ibid., p. 62.
45
Richard Konetzke, “Die Bedeutung der Sprachenfrage in der spanischen
Kolonisation Amcrikas".
46
RICARD, La conquete spirituelle , P. 70.
mis irregulares en su sintaxis" Al juzgar las razones por las cuales
militas prefirieron difundir otras lenguas indígenas en vez del español,
^ Knldt se muestra menos severo que Ricard. Según nuestro autor, aque-
tfm000' ■hizo_____ I___________
con el X-:- "de
único propósito tu* -:-i—
aislar aa ilas
_______ i-g-JH..
misiones y de....................
sustraer-
|k^°SC
|K
jc |a influencia de dos potencias rivales: los obispos y los gobernadores
*** .•* Tenían además "otros motivos ajenos a su política [...] En estas.
pg
ellos veían un vínculo común y fácil de establecer entre hordas
cerosas' ,**
nentro4?del tema que nos ocupa, es menester recalcar que, según parece,
l!5 misiones de la parte central y oriental de Venezuela emplearon muy
^idamente el español en el proceso de la evangelización. En primer lugar
rique la Corona así lo había exigido (aunque acabamos de ver que en
México y en el Perú una ordenanza real no era suficiente), pero sobre todo
porque en estas regiones visitadas por Humboldt no existía un idioma ge-
peral, como lo recuerda en una carta el general de la misión de Maracaibo,
ti 1749 M Si el español era la lengua que se empleaba sobre todo en las
provincias venezolanas no fue —como Humboldt lo deja entender— por-
que los religiosos no aprendieran el chayma, sino más bien porque la gran
a
Relation hístorique, tomo m, libro ni, cap. ix, pp. 299ss.
* “Por ser una de las mayores dificultades para la propagación y
conversión de
los infieles el aprender su idioma los misionistas por variarse tanto de los
ranchos
délos indios y no haberse hasta ahora descubierto idioma general de ello
harán todo
el esfuerzo posible nuestros operarios evangélicos en instruir en nuestro
idioma
Español'*, Froylán de Rionegro, Misiones de los padres capuchinos, p.
64
HUMIOLDT Y LA POBLACIÓN
española" 49
Recuerda también que en
1LANCA
su mayor parte, estos trabajos jJ
obra de los religiosos y que fueron escritos para uso de los misione^
Hemos querido suministrar estas particularidades a fin de demostrar que u
criticas que en ciertos casos han sido dirigidas sobre las misiones —y
se trata del problema fundamental de la transmisión de un pensanueij
religioso sumamente complejo— no han sido malintencionada a
Humboldt está perfectamente al corriente de los esfuerzos realizados pJ
los misioneros en este terreno y cuando insiste en la fragilidad y a veces en
la ineficacia de una evangelización realizada bajo condiciones tan catas,
tróficas, no nos parece que esté tan apartado de la verdad. Pero enseguida¡
nuestro autor va a abordar el problema más importante, sobre el cual había
venido haciendo tan sólo leves alusiones en algunos de los pasajes anterio.
res. Se trata del problema de la tutela perpetua.
El sistema de la tutela
En resumen: ¿qué es lo que Humboldt extrajo de su paso por las misiones? I
Vio en ellas a seres que eran considerados no como hombres, sino como
niños grandes, eternamente obligados a obedecer las órdenes de sus padres
espirituales. En un pasaje donde contesta a los argumentos de los misione* I
ros que creen que tan sólo la fuerza puede mantener a los indios dentro del 1
buen sendero, nuestro autor pone de relieve y denuncia el sistema de la I
tutela:
Al decir que el salvaje no puede ser gobernado más que por la fuerza.se I
está estableciendo una serie de falsas analogías. Los indios del Orinoco I
tienen algo de infantil en la forma de expresar su alegría, en la rápida
sucesión de sus emociones; pero no son niños grandes. Tienen tan poco
de niños grandes como los pobres labriegos del este de Europa, a quie- ¡
nes la barbarie de nuestras instituciones feudales ha mantenido sumi-
dos en el mayor embrutecimiento. Considerar el empleo de la fuerza
como el primer y único medio para civilizar al salvaje es, por otra parte,
un principio igualmente falso tanto para la educación de los pueblos
como para la educación de la juventud. Cualquiera que sea el estado de
debilidad o de degradación de nuestra especie, ninguna de sus faculta-
des llega a extinguirse enteramente. El entendimiento humano muestra
simplemente grados distintos de fuerza y de desarrollo. Al igual que el I
niño, el salvaje compara el estado presente con el estado pasado; dirige 155 156
1 acciones obedeciendo no a un instinto ciego, sino a motivos de
intei& En todas partes la razón puede ser aclarada por la razón 157 158 159
157 Relation historique, tomo vi, libro vn, cap. xix, p. 345.
158 Ricard, La conquete spirituelle, p. 341.
15951Ibid.
HUMIOLDT V LA KMLACIÓN
BLANC
A
del sistema misionero, aun cuando bajo algunos
aspectos, que crce^
haber señalado debidamente, no haya tratado a
fondo este problema. 1
a evangelización.¿i
Lo que Humboldt no logró captar de las misiones
de un Montesino^?
■
métodos más bcn¡ I
mente religioso; no se convence de la utilidad de
>, promete el infiJ*
1
este aspecto se diferencia netamente de un Las
Casas,
un Vitoria, quienes elevaron protestas y propusieron
nos y más humanitarios. Montesinos, desde el púlpitc______
a los colonos crueles para con sus indios; el padre
Vitoria, a su vez, se ocup?
de enumerar los títulos ilegítimos de los españoles a la
conquista de tier^
y de almas. Pero ninguno de estos hombres puso
en duda la necesidad y 3 FC
o
legitimidad de la evangelización de los pueblos Kl
paganos, que el insaciable k
apetito renacentista de conocimiento y de saber había 0
■r contribuido a descu W
brir.34 De hecho. Humboldt no aceptaba que todas las 4
actividades de
misión estuviesen dirigidas hacia un solo pensamiento,
u] |
¡üt
f i.)
2J!)
hacia una única
idea; la idea de Dios; pero desde el momento en que la
j
§
j evangelización en 1
la meta suprema, fácilmente se comprende que no
i podía ser de otra manera.I 54
En unas pocas frases muy significativas, R. Ricard 51 Relation historique, tomo vm, libro vni, cap. xxrv.
'ti
resume un panorama
i M
de 9
Hiíloire universelle de Missions catholiques, d’apris la
lo que podía ser la vida del indio reducido; una vida
conception origínale
totalmente impregna. 1itlL Frangois Primo, TOMO II, PP. 253-261.
da de la idea de Dios desde la cuna hasta la tumba,
" “En Quito, en el siglo xvm, la población clerical era igual en número a
“a través de la práctica I la
de un cristianismo integral que informaba y población laica", ibid., p. 254. El propio Humboldt escribe al respecto; “Por
penetraba y forjaba toda la I otra
vida del hombre hasta en sus menores acciones y en parte, uno bien puede sentirse asombrado al ver que los numerosísimos
sus más fugaces pensa*conventos
míenlos"160 161 Y era esto, precisamente, lo que indados a partir del siglo xvi en cada rincón de la América española, fueron
Humboldt rechazaba. todos
amontonados en el interior de las ciudades. Diseminados en los campos o
ubicados
160 Véase Lewis Hanke, La lucha por la justicia
robre la ladera de las Cordilleras, habrían podido ejercer sobre la cultura esa
en la conquista de América. benefi- 161Ricard, La conquite spirituelle, p. 340.
ciosa influencia cuyos efectos se hacen sentir en el norte de Europa, sobre
las riberas
ddRiny en la cadena de los Alpes. Quienes han estudiado la historia saben
que, en
topos de Felipe II, los monjes ya no guardaban semejanza con aquellos del
siglo ix.
Bhqodelas ciudades y el clima de las Indias se oponen a la austeridad de
costumbres
yalespíritu de orden que caracterizaban a las primitivas instituciones
monásticas; y al
Humboldt y las misiones españolas
■ j ¡¡ gj / gg rf
un servicio útil al público. A duras penas se formaba un misione
ro que pudiera instruir a los bárbaros en la doctrina cristiana. Tal es¡J
idea que tienen las órdenes acerca del delicado ministerio del misioaJ
ro, y es así como ellos orientaron su labor en América, cuando en u
comienzos, no tenían otro objetivo que la propagación del Evangelio*
162 Relation historique. tomo vil. libro vn. cap. xxu, pp- 288-292.
163 Ibid., p. 293.
Delacroix llega a la conclusión de que su éxito fue muy modesto. DespyJ
de formular un severo juicio sobre el deficiente funcionamiento de la Igj^
sia de Indias, haciendo referencia incluso a algunos aspectos de su dccJ
dencia en el siglo xvin, Delacroix observa que, a pesar de los enormes
esfuerzos de evangelización, el indio logró proteger “el secreto de su alma”
Se registran algunos éxitos en el Perú y en Colombia gracias a admirable]
apóstoles como el dominico san Luis Beltrán, pero en cambio en otras
partes los resultados son pobres. ¿Por qué razones? Los misioneros dan la
respuesta, concluye monseñor Delacroix: “Los indios aman el Evangelio
pero no aman la esclavitud”.
En su análisis de las misiones americanas, ¿no arribó Humboldt, acaso,
a las mismas conclusiones?
Nos falta examinar brevemente la información recogida por Humboldt
acerca de las misiones que no visitara. Expresa los mayores elogios de las
63
misiones de los capuchinos catalanes del Caroní , quienes habían logrado
sacar el mejor provecho de los territorios que administraban. Emplearon la
mano de obra indígena de la manera más juiciosa, dedicándose a la explo-
tación de dos fuentes de recursos: la ganadería y la recolección La primera
les permitía alimentar a los 17 000 indios de la misión, y se adaptaba
perfectamente a los hábitos y aptitudes de los indígenas seminómadas. La j
recolección de la corteza del angostura (Cortex angosturae) no podía sino I
convenir a indios silvícolas, que ya desde antes estaban orientados hacia el
aprovechamiento de los productos naturales. Los capuchinos catalanes ex-1
traían del Cortex angosturae un potente febrífugo parecido a la quinina, 6* 1
y la comercialización de este producto les rendía importantes beneficios. I
El juicio de Humboldt sobre las misiones del Caroní es por demás halaga-1
dor: los religiosos catalanes son “más ahorrativos, más industriosos y más
65
dinámicos que los otros misioneros”. Nuestro autor insiste sobre un inte-1
resante aspecto de la actividad misionera en estas regiones. Los capuchi-
nos catalanes del Caroní habían logrado introducir con éxito la ganadería
en regiones tropicales, tal y como lo habían hecho los jesuitas de Atures y
de Maipures. Para su época, esto representa una verdadera hazaña: conoce-
mos de sobra las dificultades con que tropiezan en la actualidad algunas
naciones situadas en los trópicos cuando intentan desarrollar una explota-
63
Ibid., tomo viu, libro vm, cap: xxiv, pp. 41655. En 1804 el rebaño de las
misiones del Caroní alcanzaba las 60 000 cabezas.
64
Bonpland fue aliviado de un ataque de paludismo, gracias al extracto de Cortex
angosturae, sustancia que hubo de ser traída de Upata, ibid., p. 425.
65
Los capuchinos catalanes establecieron también curtiembres y fábricas de hila-
dos de algodón. Se hallaba en malos términos tanto con la autoridad civil como con
los obispos, ibid., p. 428,__________________________________________________
. madera racional y viable. También los jesuítas de Atures y de
t^L, poseían rebaños de 20 a 30 000 cabezas de ganado caballar y
■.Jjmlia pobciuu ivutuiuj
í t * • ___i m k q ñ n e <ana/Iorr\n mm 1 o 4 anmi-
^n0 Después de su expulsión,
dichos rebaños quedaron bajo la “admi-
ran" de los comisarios del rey. “Las reses eran sacrificadas para ven-
J?ju$ cueros, gran cantidad de becerros fueron devorados por los tigres, y
¡jiniyof número aún murió a raíz de las heridas ocasionadas por murciéis-
« Después de 1795, a pocos años de la expulsión, “el ganado de los
juilas desapareció por completo. Hoy en día, y como único testimonio
jd antiguo cultivo de estas regiones y de la actividad industriosa de los
primeros misioneros, no quedan más que algunos troncos de naranjas y de
mnañndos aislados en las sabanas, rodeados de árboles salvajes ”.164 165
Lamentable, pero muy instructivo espectáculo. La dilapidación por parte
I je los funcionarios de la Corona de las riquezas creadas por la actividad
misionera permite sin duda una mejor comprensión de las razones profun-
I das a que se debió la expulsión. Fue una manera cómoda y fácil de apro-
piarse, sin gastar nada, de bienes codiciados desde hacía mucho tiempo.
Humboldt no parece haber sido sensible a esto. En ocasión de su visita a las
misiones de los raudales administradas por capuchinos que habían reem-
I plorado a los jesuitas, nuestro autor intenta explicar las razones por las que
el sistema misionero era tan detestado por parte de los colonos:
Si sólo se calumniara a los ricos, los misioneros del alto Orinoco debe-
rían estar fuera del alcance de los dardos de la malignidad. No poseen
un caballo o una cabra, apenas una vaca... Así pues, no es contra la
posición desahogada de los monjes de estricta observancia que está
dirigido el resentimiento de la clase industriosa de los colonos, sino
contra los principios exclusivistas de su gobierno, contra esa obstinada
tendencia a cenar las puertas de su tenitorio a los hombres blancos,
contra los obstáculos que ponen al intercambio de productos. En todas
partes el pueblo se rebela contra los monopolios, no sólo contra aque-
llos que conciernen al comercio y a las necesidades materiales de la
vida, sino también contra el derecho que se atribuye una casta o un
sector de la sociedad de educar ella sola a la juventud o de gobernar, no
digamos civilizar, a los salvajes.67
Esto significa que después del saqueo de las misiones jesuíticas, los
colonos quieren completar su victoria, no consumada del todo, por cuanto
subsisten aún algunos obstáculos que impiden la penetración del sistema
mcrcantilista dentro de los territorios de las misiones. La justificación ideo-
164 Relation hisiorique, tomo vil, libro vil, cap. xx, pp. |M|
165 Ibid., tomo vil, libro vil, CAP. xx, pp. 9Q?9M§
Humboldt y la población blanca
Esta buena gente —decía el misionero [el padre Cereso de San Antonio^
de Jávita]— gusta únicamente de las procesiones al aire libre. La última
vez que celebré la fiesta patronal de mi pueblo, el día de San Antonioftj
los indios del Inírida asistieron a la misa. “Vuestro Dios —me decfaiKSlj
permanece encerrado en una casa como si fuera viejo y enfermo; el
nuestro está en la selva, en los campos, sobre las montañas de Sipapude
donde vienen las lluvias”.169
168 Relation historique, tomo vu, libro vn, cap. xxi. pp. 15J-l5íy|
169 Ibid., tomo vil, libro vu, cap. xu, pp. 335-336.
Se traía aquí de un caso extremo» registrado en una región vCr(j
mente recóndita. En México, nuestro autor encuentra un ejemplo
i¿o
manifestaciones del sentimiento religioso. Los malayos de las Filipinas y|
de las islas Marianas mezclaron el cristianismo con sus propias creencias!
En Pasto, Humboldt vio a indios, “enmascarados y adornados con cascabel
uta r danzas salvajes alrededor del altar, mientras que un monje
|í$* e^0 elevaba la hostia".171
conclusiones que sacan los actuales especialistas en costumbres
Agrega incluso que algunos grupos indígenas ¡no tienen todavía nin-
gún conocimiento de la religión cristiana! La bibliografía citada por los
(jos autores que hemos mencionado en este párrafo es muy abundante, y es
el (hito del trabajo llevado a cabo por sociólogos y etnólogos de la actuali-
dad. Para dar un último ejemplo, mencionaremos a continuación lo que
Luis Cardoza y Aragón nos informa sobre las costumbres religiosas de los
indios de Guatemala. En 194S, este autor asistió a la Semana Santa de Atitlán,
donde los indios daban en adorar a un santo que muy poco tenía de católi-
co y cuya creación era totalmente obra de ellos:
174 Luis Cardoza y Aragón, Guatemala: las líneas en su mano, pp. 49ss.
De
interés es el estudio de Henri Favre, ‘Tayta Wamami, le cuite de montagnes dans
le
centre sud des Andes péruviennes”, donde el autor da cuenta de costumbres
religiosas
fuertemente impregnadas de tradiciones netamente incaicas.
Humboldt y el indio americano
Alejandro de Humboldt bien puede ser considerado el primer indigenista
délos tiempos modernos. Es menester que reafirmemos en estas páginas su
indigenismo, por éste ha sido recientemente puesto en duda por algunos
historiadores mexicanos.
Los reproches dirigidos al indigenismo humboldtiano son de muy va-
nado tipo, y se refieren tanto a la amplitud, profundidad e intensidad del
campo de visión de Humboldt, como a la fidelidad de la imagen que nos
ofrece del indio. Según aquellos autores, esta última habría sido deformada
¡ y falseada por la acción de diversos factores subjetivos; el viajero alemán
habn'a escuchado con demasiada complacencia los juicios negativos verti-
dos por los criollos hispanoamericanos sobre el indio, y al reproducirlos en
sus obras, al mismo tiempo había expresado un cierto desacuerdo con uno
de sus temas predilectos de la filosofía “ilustrada” del siglo xvm. Según
José Miranda, en particular, se trataría de la idea del “buen salvaje”, del
hombre de la Naturaleza, que por entonces era considerado superior al hom-
bre civilizado del Viejo Mundo.175
Estas teorías merecen ser atentamente examinadas, y si bien por un lado
no se puede negar que encierran una cierta dosis de verdad , es menester
considerarlas con prudencia, atenuando su contenido. De otro modo,
Humboldt correría el riesgo de aparecer a nuestros ojos como un autor
profundamente marcado por un conjunto de circunstancias exteriores, to-
talmente incompatibles con el carácter científico que él quiso imprimir en
su obra. Es muy posible que su prolongado contacto con la sociedad crio-
lla haya producido efectos modificadores en algunos de sus juicios, pero
aún así, la profunda influencia de las Luces sobre sus convicciones filosófi-
cas y políticas es un hecho innegable. Por otra parte la obra americana de
Humboldt no es tan sólo el fruto de un viaje, sino también y por sobre,
el resultado de una vasta investigación de toda la literatura amenes •']
española o europea. Este proceso, que se prolongó por más de cinc j
años, fue llevado a cabo por Humboldt a través de la consulta de ca¡¡J
las obras que fueron publicadas desde el descubrimiento de América
175 José Miranda, “La visión humboldtiana de los indios mexicanos”. La traduc-
ción al francés, hecha por la sra. G. Soustelle, fue publicada junto con una serie de
estudios sobre Humboldt por la Societé des Américanistes en Archives du Muséum
National d’Histoire Naturelle. 7a. Serie, tomo vil, París, 1960.
Humboldt y el indio americano
fines de la primera mitad del siglo xix.176 Finalmente, no hay que perder?
vista el considerable cambio de óptica que se operó en Europa entre 17Í
y 1808, el cual permite apreciar plenamente la nueva actitud de los eqfl
tus ilustrados de esa época con respecto a las enseñanzas de los fiM
Ciertos aspectos puramente circunstanciales de pensamiento —en esp^J
el espíritu sistemático y la creencia en el buen salvaje— son dejados def
lado, sin que por ello su contenido esencial sea puesto en tela de juicio,
ejemplo, Humboldt modifica notablemente la descripción antropológica!
que diera Buffon, y atenúa decididamente el panorama de la destrueca
del indio americano a manos de los españoles que pintaran Montesquki
Raynal y tantos otros; deja.ya de creer en el buen salvaje y abandona'
finalmente su postura de anticlericalismo sistemático de tipo volteriano]
para quedar como un libre pensador. Pero no por esto Humboldt se sintió 1
menos ligado a la ideología de los filósofos racionalistas, de quienes coJ
servó los métodos de trabajo, los conceptos generales de la evolución y la
confianza en el progreso. Como veremos luego, si bien sus cuestionamieniot
aluden a aspectos sin duda importantes, jamás llegan a poner en dúdala
ideas filosóficas del autor criticado. En una palabra, Humboldt permanece]
fiel a las ideas fundamentales de los ñlósofos del siglo xvm, y lo quede
ellos pone en discusión son meramente detalles.
En un artículo publicado en español por una revista mexicana, y
cuya traducción al francés apareció en los Annales du Muséutn d'Hisioin j
Naturelle de París, José Miranda afirma que Humboldt “contrae su visiónj
[...] a los indios que constituían amplias y bien organizados sociedades 1
políticas en el momento de ser sojuzgados por los españoles”. En estas lí-
neas se halla una vez más el defecto de óptica común a todos los actuales:
críticos americanos de Humboldt, quienes en su mayoría se limitan a leer el
libro que el viajero alemán dedicó a sus respectivos países* sin tomar lii
precaución de consultar la obra en su totalidad. Aún cuando aluden a otrosí
escritos humboldtianos —tal y como hace Miranda en el mencionado]
BIBLIQTl
vidas, no puede sino convencernos del valor y amT de SUs P^Pias cj
que dio pruebas nuestro autor en la realizacióndetal CXtraordinarios de
- empresa.
175
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano
177| José Miranda, “La visita humboldtiana de los indios mexicanos”, p. 370.
(guahibos, guaipunavcs, cabres etc.), casi siempre hostiles aH
tentó de penetración y con frecuencia totalmente indomables L * I__________|j
dificultad de aproximarse a estos últimos, que los exploradores
—provistos de armas y equipos que Humboldt ni soñó tener— ha
.
comprobar muy bien, a veces a expensas de sus propias vidas, no
.. • ^ I N ÍH
sino convencemos del valor y arrojo extraordinarios de QUE DIO
nuestro autor en la realización de tal empresa. Su incansable ACTIVJ^/H
sangre fría frente a los más peligrosos trances y su determinación ¡ *
brantable, le permitieron llevar exitosamente a cabo una EXPEDICIÓN ¡
por la riqueza de los resultados obtenidos, lo convierten en el fundad^
la antropología y de la etnografía de los pueblos indígenas del NUEVO QJ
#¡J¡¡ tinente
El esquema del indio americano que Humboldt nos presenta es 8üInl
mente completo. Él mismo abarca desde el tipo menos evolucionado
todos, el feroz indio bravo de las selvas vírgenes, al cacique a medio ajj,J
lar y reducido, de los pueblos de misión, para rematar en el tipo tan comp| e
jo como interesante del mestizo que, con mayor o menor fortuna, logJ
elevarse al nivel cultural o económico del blanco.
En su Narración histórica, Humboldt enumera 104 grupos indígenj
(étnicos y lingüísticos),178 mientras que en sus Sitios de las cordilleras ^ I
cuenta de más de 140 lenguas habladas por la “raza cobriza ”.179 Un cieno
número de estos grupos (chaimas, guaicas, caribes, mexicanos y peruanos)
dan lugar a un estudio profundo de sus particularidades étnicas y I
antropológicas, de las sociedades que ellos forman o de las estructuras
sociológicas en las cuales se insertan. No todos fueron observados directa*
mente; algunos de ellos figuran en estudios realizados por viajeros que
ww« nh
B /B L /OT £ GA
antigua
¿i México del Padre Clavijero. Sin duda, con esto trata de hacer ver que
Humboldt carece en realidad de la importancia que se le concede en lo
que al conocimiento del mundo indígena concierne. Pero este autor olvida
señalar que si bien Humboldt cita a Clavijero, hace al mismo tiempo refe-
rencia a la casi totalidad de los autores españoles o europeos cuyas obras
trataron no sólo de México, sino también de todas las demás posesiones
europeas en América desde la Conquista. Circunscribiéndonos exclusiva-
mente a México, en el Ensayo humboldtiano sobre ese país hemos detec-
tado mención de los trabajos de Cabrillo (1542), de Gali (1582), de
Sebastián
Vizcaíno (1602), del Padre Kino (P. Eusebio Francisco Kin o Kflhn, 1687-
1706), de La Bodega y Cuadra (1775 y 1779), de Martínez (1788) etc. Es
decir que si nos atuviésemos a las definiciones de Miranda, jamás podría-
mos lograr una visión completa y exacta de la obra de Humboldt 180
Humboldt no se limita a repetir lo dicho por cronistas, misioneros, his-
toriadores o viajeros de los siglos anteriores; lo que hace es difundir el
conocimiento de ese material en Europa, donde los medios ilustrados des-
conocían totalmente las civilizaciones indígenas, o las despreciaban, o po-
nían en duda su existencia o, también, exaltaban desaforadamente sus
virtudes, ya fuese refiriéndose explícitamente a ellos o bien reemplazándo-
180 No es éste el lugar indicado para dar la lista completa de los españoles o
hispanoamericanos citados por Humboldt en su Ensayo político sobre el reino de la
Nueva España. Entre los nombres más conocidos que nuestro autor menciona en
dicha obra se destacan: el padre Acosta, Alvarado, Alcalá, Bemal Díaz del Castillo,
Gavijero, Colón, Hernán Cortés, fray Juan Díaz, Antonio de León y Gama, fray
Pedro de Gante, Grijalva (Hernando y Juan), Herrera, Nicolás de Lafora, el cardenal
Lorenzana, Motolinía, Diego de Ordaz, Juan de Palafox, el obispo Vasco de Quiroga,
el virrey Revillagigedo, el padre Sahagún. González de Sandoval, Luis de Velasco el
Viejo y el Segundo.
_____________________________________________________________________
los con “indios” imagituu... .<1VJ „
daban dos tendencias opuestas, una que sobresumaba eí grado de civjp **
ción alcanzado por los indios, y la otra que ponía por las nubes la inq^j
cia, el candor y la bondad del hombre desnudo. ^
Chinard ha señalado que hasta fines del siglo xvm los autores euroiwJ
—y los franceses en especial— se consagraron más bien al estudio del l¡3
bre civilizado que al de las sociedades indígenas. 5 “El interés por el salvad
en sí mismo —escribe Silvio Zavala— es indirecto, y en sus palabras ¡mj
ginarias reapareció el europeo, el filósofo”. 6
Por el contrario, Humboldt estudió al indio en su calidad de tal, J
interés que podía presentar como tipo humano, y fue plenamente consejen,
te de que, al consagrarse a investigar sobre este tema, estaba contribuyendo
a enriquecer la historia natural del hombre.
5
Estos problemas fueron estudiados por G. Chinard en L ’Amérique el le rht 1
exotique dans ¡a liitérature frangaise au xvm siécle, más tarde por Antonello Gerbi,
La disputa del nuevo mundo, historia de una polémica (1750-1900). Esta obra es j
una nueva edición, completamente reestructurada y considerablemente aumentada, dej
otro libro del mismo autor Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo, publicado col
Lima en 1946 (3a. edición), por el Banco de Crédito del Perú, 311 páginas. En ¿ai
légende du bon sauvage, René Gonnard se aboca principalmente al estudio de los
orígenes del socialismo a través de la leyenda a que alude el título.
6
En estas obras predomina la tendencia llamada indianista. En Francia, di
movimiento de simpatía a favor del indio está expresado con el más ardiente entu-
siasmo por Marmontel en Les Incas ou la Destruction de l ’Empire du Pérou, París,,
1777,2 vols. en 8°, obra en la que ese autor vierte juicios sumamente severos sobre
la colonización española junto a una extraordinaria idealización del indio. Los es-
pañoles son presentados como “tigres, lobos voraces, leones acuciados por un ape-
tito insaciable”, mientras que se describe a los indios como seres débiles por i
naturaleza, “habituados a vivir con poco, sin anhelos, casi sin necesidades, sumidos
en la ociosidad”. Aquí, el autor retoma visiblemente las ideas de Buffon, de quien hace I
mención. No deja de señalar que las leyes de la Corona intentaron constantemente
velar por los indios, pero que los españoles prefirieron tener “en su ocio soberbio,]
esclavos y tesoros”. Marmontel distingue en Las Casas al primer defensor de los i
indios oprimidos: “Todas las naciones han tenido sus bandoleros y sus fanáticos, sus
épocas de barbarie, sus raptos de furia. Las más respetables son aquellas que lo
confiesan. Los españoles han tenido esta nobleza de sentimientos, digna de su carác-
ter”. Esta idea es muy interesante, y bajo otra forma, es retomada por Lewis Hanke
como conclusión de su libro acerca de La lucha española por la justicia en la
conquista de América: Marmontel es consciente de la naturaleza híbrida de su libro, 1
en el que —afirma— “hay demasiado de verdad para una novela y no la suficiente
para una historia... Así pues —concluye—, se puede considerar a Los Incas como
una suerte de novela que tiene a la historia por fundamento y a la moral por objetivo"
(introducción).
Bl^^WWálórpara iiqw».^
"^oscíás'cas españoles sobre la colonúJr"0*
d
®Ht se refirió aellos —postura igualmente »ov!Íj'U
b d
° ^ovista por completo del escepticismo (J5‘~
uzgaban dichos escritos, que en la Espafc v J’*'
H
pii»ntna /I. C_•, _ _7 0lB
eflester
| "'¡dad. esecOlutmu -u™) „ que caracteria»ü¡¡
:
l los pHmoros «ajeros españoles [... a lo, que dc|
de „n las
____________.1 Pfl descripciones
descripciones declamatoriu
declamatorias de Solfe v de Üde Solfc . m.
I
‘^unaifsc ‘°,0res que no habían puesto un pie fuera de EuropañjS
ff><^oaos .-M
es**0*
^to admite que los peruanos tenían costumbres más pacíficas que los
flecas, y también que habían logrado "progresos mucho mayores que
los mexicanos en las artes aplicadas y en las que sólo sirven para hacer
ggmdable la vida" Hace alusión a los edificios del Cuzco y al sistema de
[Dios creado por el inca.10
Pero si bien reconoce la existencia de una civilización relativamente
avanzada, no pasa por alto los graves defectos morales de los peruanos.
‘Nohay en toda la historia —afirma— un solo ejemplo de un pueblo (...)
tan desprovisto de arte y de valor militar". Los peruanos son unos
cobardes
y "su descendencia conserva la misma característica. Los indios del Perú
—concluye— son el pueblo de América más servil y más familiarizado con
eljugo. Debilitados por una existencia sin actividad, se muestran incapa-
ces para toda acción vigorosa". El autor intenta hallar las razones dé esa
"blandura indigna del ser humano" en sus instituciones, en la benignidad j
del clima (?) o bien en algún desconocido principio de su gobierno, causa
de su debilidad política. Finalmente, y a pesar de su superioridad sobre los
demás pueblos indígenas del Continente, los incas del Perú eran bárbaros*
Al igual que sus hermanos de raza, a la muerte del.lnca o de cualquier alio
dignatario, acostumbraban degollar una gran cantidad de sus criados. Así lo
informa Acosta, indicando que "más de mil víctimas fueron inmoladas" ala
muerte de Huayna-Capac. Además comían la carne y el pescado completa^
I mente crudos, asombrando a los españoles por esta costumbre táh opuesta
rías ideas de todos los pueblos civilizados.
^¡fgna' s.ue^dominante.
Pfue a la cla~ no declararse en favor de los colonizada* de lo,
«eocaPad° P"boIdt adoptó el criterio de objetividad,absoluta lo cual
"izados. H“n" iar ]¡js jnjusticias que pudo delectar eñ el seno de la
fcinipi*6 d‘"U" cialmente en México.
¡¿dad colon» ¡a postura personal de Humboldt, se hace necesario
,2 Miranda,
“La visión
humboldtiana de los indios mexicanos", p. 372; 9
«libro más reciente, Humboldt y México, cap. iv, párrafo 2, b. 7 (sociedad);|||
Miranda reproduce el artículo citado en la nota 1, aunque
suprimiéndola mención i»
Humboldt relativa a los caribes. Véase más abajo, p. 326. \
13
Essai polit. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 355. i
14
Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México. La obra,
escrita ed
español, fue publicada por primera vez en traducción italiana bajo el
lindo Smrif -
Humboldt y el indio AMERICANO
187
Nuestros niños en mantillas sufren menos que los de los pueblos cari-
bes, en una nación que se dice ser la más próxima al estado de naturale-
za. Es en vano que los frailes de las misiones, sin conocer las obras y ni
siquiera el nombre de Rousseau, quieran oponerse a aquel antiguo sis-
tema de educación: el hombre salido de los bosques, que creemos tan
simple en sus costumbres, no es dócil cuando se trata de su adorno y de
las ideas que se ha formado sobre la belleza y la decencia.183
A todas luces, Humboldt evoca aquí tanto los famosos ataques de Rous-
: seau contra el uso del pañal, como la utilidad del nuevo sistema de educa-
ción física que preconizó en Emilio y que tuvo tanta repercusión en Alemania
através del “filantropinismo” de Campe y de Basedow. Es menester señalar
ante todo que las dos frases reproducidas por Miranda contradicen formal-
mente su propia afirmación —misma que hemos expuesto más arriba— a
propósito de la visión humboldtiana, que estaría reducida a los pueblos
más evolucionados de América. Por el contrario, el pasaje invocado aquí da
cuenta de una “nación que según se dice es la más próxima al estado natu-
ral”, y figura en la Nar ación histórica dentro del cautivante capítulo dedi-
cado al estudio antropológico y etnográfico de los indios caribes de las
misiones de la Venezuela oriental.
No fue una inspiración feliz de Miranda escoger esta cita, que por otra
parte es el único pasaje de la Nar ación histórica en que Humboldt se
refiere a Rousseau.
Humboldt no cree en el buen salvaje. Indudablemente, hubiera sido
mucho más fácil verificar esto ubicando al autor en su época, que intentan-
do hallar la prueba en un texto que es más bien un elogio antes que una
crítica a Rousseau.
Humboldt no cree en el buen salvaje, o por lo menos no cree que el
indio del Orinoco sea el hombre de la Naturaleza exaltado por Rousseau.
En 1816, mal podía abrazar ese mito, no sólo porque había tenido oportuni-
dad de comprobar sobre el terreno la falsedad del mismo, sino también
porque aun antes de partir hacia América ya había podido convencerse de
que se trataba de un simple mito. José Miranda parece suponer que Humboldt
estaba mucho menos informado o que era mucho más ingenuo de lo que
183i Relation historique, tomo ix, libro ix, cap. xxv, p. 36. En Historia mexica-
na, p. 369, J. Miranda cita este pasaje. Es de lamentar el error en que incurre el
autor en la última parte de su cita, a partir de “el hombre salido de los bosques [...]
no es dócil cuando se trata de su adorno y de las ideas que se ha formado sobre la
belleza y la decencia”. Miranda leyó y transcribió: “el hombre salido de los bosques
[...] sólo es dócil cuando se trata”. G. Soustelle, traductora del artículo por cuenta del
folletín desAnnales du Muséum, cometió forzosamente el mismo error.
Humboldt y el indio americano
parecía y era en realidad, al atribuirle una creencia que ya en lnc 'ilij.._W ¡f1
años del siglo xvm se hallaba totalmente venida a menos.
Es menester destacar aquí que la imagen del indio americano
forja en el siglo xvm francés no es todo lo uniforme que José
asegura. Al analizar algunos escritos franceses de ese siglo, Silvio
señala con todo acierto que las opiniones estaban sumamente divididJ^H^
ciertos pasajes de autores de la época confirman esta opinión. La leyen¿ I
del “buen salvaje” difundida en Europa a partir de los relatos de los misSjft I
ñeros, leyenda amplificada más tarde —tal y como lo dijo Chinar^^H
gracias al resonante Discurso sobre la desigualdad de Rousseau nA j
coexiste con las más sombrías descripciones debidas a los viajeros euro- 1¡!
peos, de Frézier a Volney. En el mismo seno del campo de los filósofaS
puros y de los racionalistas teóricos, las opiniones no eran tampoco unáni -1
mes. ¿Es acaso necesario citar lo que acerca del indio americano escribí®
Voltaire en su Diccionario filosófico17 y en su Ensayo sobre las cosumU
breslls ¿Es menester recordar su irreductible oposición a la teoría del “buen .1
salvaje” que expresa en su célebre y graciosa carta a Rousseau?
¿Hay acaso absoluta certeza de que el propio Rousseau, a pesar de todo
1
lo que haya podido decirse al respecto, creía verdaderamente en la existen
cia del “buen salvaje”? ¿No sería oportuno recordar más bien lo que él I
escribe en su Discurso sobre la desigualdad cuando, al enunciar su propófl
sito, declara que empezará por descartar todos los hechos, en el deseo ma -1
nifiesto de situar su estudio —como lo señaló Durkheim— fuera de la 184 185
1841 i Jean-Jacques Rousseau, Discours suri’origine et lesfondementsde
lmegalilí
parmi les hommes, 1755
185 Voltaire, Dictionnaire philosophique, artículo: Hombre: “¿Qué
seriad bota-1
bre en el estado que se denomina de pura naturalezal Un animal muy por
debajo dp
los primeros iraqueses que se encuentran en América del Norte [...] los
habitan®
de Kamtchatka y los hotentotes de nuestros días, tan superiores al hombre
enteran®
te salvaje, son animales que viven seis meses del año dentro de cavernas,
comiéndofl
a puñados los piojos que a su vez los devoran a ellos [...] que viven en ese
estado,:
pavoroso que se aproxima al de la pura naturaleza, teniendo apenas sustento y
vestid-
do, gozando apenas del don de la palabra, percatándose apenas de que son
desgracia
dos, viviendo y muriendo sin casi saberlo”.
1
¡ Voltaire, Essai suri ’histoire générale, sur les moeurs el l ’esprit des
na/iod
depuis Charlemagne jusqu’á nos jours, 1756. En el capítulo CLXVI, Voltaireinfl
«ulidsd. construyendo una hipótesis puramente metafísica por medio del
í |,nteo de un debate de carácter esencialmente teórico? “El estado natural
| ^Mcnbc— es un estado que ya no existe, que quizás nunca existió en
absoluto, que probablemente no existirá jamás”.186
José Miranda no toma en consideración estos matices tan importantes
[1 pensamiento del siglo xvm francés sobre el “buen salvaje”.
lhmpoco se toma el trabajo de recordar que, después de la publicación
je los relatos de viaje de Cook, de Forster y de Bougainville —que
Humboldt leyó antes de su partida—, se asiste a un notable desplazamiento
geográfico de la tierra de elección, del paraíso perdido del hombre natural.
I Este traslado en el espacio, de América a las islas del Pacífico, es la etapa
I postrera y relativamente breve del mito, antes de su extinción definitiva.
Por otra parte, en Humboldt es posible detectar alusiones a ese curioso
I desplazamiento del paraíso del hombre natural hacia el occidente, al mis-
indefinido, lo hace caer por debajo de la bestia. “Sería triste para nosotros —
escribe
Rousseau— el vemos obligados a aceptar que esta facultad distintiva y casi
ilimitada
es la fuente de todas las desgracias del hombre”. Según Rousseau, la
perfectibilidad,
ni ser generadora de desigualdad, hizo acceder al hombre al estado de propiedad,
fuente de todos los males.
18710 En el capítulo i de este trabajo se ha hecho mención de los principales
autores
leídos por Humboldt en sus años de aprendizaje, habiéndose podido determinar
que
más contribuyó a su ocaso. El Cuadro del clima y del suelo de los Est¡f3|
Unidos, que Volney publicó al finalizar su obligada estancia en Améiic-
S
donde había emigrado después de la Revolución, es mencionadoj|
Humboldt con mucha simpatía y admiración. Apoyándose en esta obrajii
la que Volney hace burla de Rousseau y de su retrato del buen salvaje,||
fue trazado —según él— a partir “de comparaciones extraídas del
bosq¡¡j
de Montmorency”, Humboldt se ubica con respecto a Rousseau, sobre
quiení
no vierte directamente crítica alguna.21 Se trata de una actitud habituid en
él: raramente ataca de frente a los filósofos del siglo xvm.
como fuera enunciada por Rousseau, para intentar demostrar “que no ha sido
señala-
do límite alguno para el perfeccionamiento de las facultades humanas; que la
perico-
tibilidad del hombre es realmente indefinida, que los progresos de esta
perfectibilidad,
en lo sucesivo independientes de cualquier fuerza que quiera detenerlos, no
habrán de
tener otro límite que la duración del mundo, donde la naturaleza nos ha
arrojadtjip.
4 de la Advertencia. En su Histoire el abate Raynal combate el mito de la edad
de ora:
‘Tales fueron sin embargo los siglos de hierro de los cuales se ha querido
hacerla^
edad de oro. Una poesía embustera inventó o adoptó esa seductora fábula, le
prestó
sus encantos, e hizo de ella el tema más vulgar de sus cantos armoniosos”,
Htstoim
philosophique, tomo x, libro xix, p. 295.
25
En una bellísima carta a Vamhagen, Humboldt expresó, al final de su vi
da, ¡a:
fe en el progreso indefinido de la humanidad a pesar de las vicisitudes y de las
decepciones: “Y en qué estado —exclama— dejaré yo el mundo; yo, que en 1789
compartía ya las ilusiones de la época, fiero los siglos son tan sólo segundos
deslio
del gran interrogante del desarrollo de la humanidad. Entre tanto, la curva
quese
describe contiene pequeñas inflexiones donde no es agradable detenerse”,
Carta
150, del 13 de marzo de 1853, pp. 190-191 de la Correspondance de
Huniboldtí
Vamhagen von Ense (1827-1858).
del hombre bajo climas diversos. Uno quiere convencerse de que estos
'< indígenas en cuclillas junto al fuego o sentados sobre grandes caparazo-
nes de tortuga, los cuerpos cubiertos de tierra y de grasa, fijando estúpi-
’ damente la vista durante horas enteras sobre la bebida que preparan,
lejos de ser el primitivo de nuestra especie, son una raza degenerada;
’ I débiles restos de pueblos que, después de haber permanecido largo
’ tiempo dispersos en las selvas, se han sumido otra vez en la barbarie .26
| Humboldt, Relation hist., tomo vi, libro vi, cap. xix, p. 316.
| Voltaire, Essai sur l’histoire genérale, 1756.
| Herder, ¡dees pour la philosophie de l'histoire de l’humanilé, 1784-
1788.
Véase la edición de Max Rouché, en la colección bilingüe, París, Aubier, 1962.
i
t
Humboldt y el indio americano
Nos hemos preguntado muchas veces cómo es que José Miranda ha podido
(
creer en una actitud de hostilidad por parte de Humboldt hacia los filósofo» j
¡íf
del siglo xviu. Creemos haber hallado la respuesta en una interpretación I
\t
errónea del Cosmos, hecha hace ya algunos años por Edmundo O’Gorman, I
i
colega mexicano de José Miranda. Al analizar exhaustivamente el Cosmos j
i
en un libro que suscitó una discusión con Marcel Bataillon sobre la idea del ]
descubrimiento de América, O’Gorman creyó encontrar en la obra maestra 1
de Humboldt una polémica “subterránea pero manifiesta” contra la filoso- 1
fía de las Luces. O'Gorman cita las críticas de Humboldt contra ciertos I
filósofos, sólo que, por desgracia, no estaban dirigidas a los del siglo xvin. I
A través de esas críticas nuestro autor atacaba a cuatro mediocres “filósofos I
de la Naturaleza” alemanes de los años 1820-1845, que habían intentado i
establecer una especie de “filosofía de la Naturaleza”, mezclando con muy
poca fortuna consideraciones filosófico-morales y descripciones de la Na-
turaleza que querían ser poéticas. Tales esfuerzos, que habrían de culminar I
muy pronto en fracaso, eran realizados por pensadores mediocres cuyo ca-
becilla, el danés Steffens, habría quedado condenado al olvido si Humboldt
no hubiese hablado de él; en sus cartas a Varnhagen hace alusión a sus
gazapos de estilo, que califica de “humoradas saturnales”, de “baile de
w
máscaras de los más extravagantes filósofos de la naturaleza”, 39 aclarándo-
se así el pasaje del Cosmos incriminado por O’Gorman.
Nos parece, pues, que no vendría al caso ponemos a buscar en las obras
de Humboldt una oposición a las ideas de los filósofos franceses. Hemos
tenido ya ocasión de evaluar la importancia de la influencia que Diderot,la 191
los hombres [...] son menos fuertes, menos valerosos, sin barba y sin
vello; degradados en todos los atributos de la virilidad; pobremente
dotados de ese sentimiento vivo y pujante, de ese amor delicioso que es
la fuente de todos los amores, que es el principio de todos los vínculos,
que es el instinto primigenio, el nudo primero de la sociedad, sin el cual
todos los demás lazos artificiales carecen de nervio y de duración .34 194 195
198
de degradación. Tal y como lo haría másHumboldt
tarde Robertson, De Pauw niega
y el indio americano
! toda veracidad a los relatos del Inca Garcilaso acerca del esplendo^ de la
antigua civilización peruana. Esa famosa ciudad de Cuzco —escribe-lío
I era más que un “montón de pequeñas chozas sin tragaluces y sin ventana»
I de la cual ha quedado tan sólo un muro.196 197
Estas pocas citas de autores que nunca viajaron a América son sin duda
por demás elocuentes, por cuanto permiten evaluar la enorme acumulad»
de leyendas o de calumnias que caracterizaba la literatura “filosóficaadc
las postrimerías del siglo xvm. Humboldt, que conocía perfectamenteisa
literatura, la condenó severamente, pero siempre a través de ese proceda
miento tan propio de él, que hemos comentado más arriba: refiriéndosela
cuestión en forma indirecta y a veces ni siquiera mencionando el nombra
de los autores aludidos.198
Humboldt y ¡a literatura de viaja
Un examen de la literatura de viajes nos permite convencernos de dos lu-
chos igualmente importantes dentro de la historia de las ideas sobre el indio
americano en el siglo xvm. En primer lugar, los relatos de Frézier.deCook,
de La Pérouse y de Bougainville nos ofrecen una visión del indio que resul 199
200
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano
le
Ducd'Orléans, Régent du Royaume avec une réponse á la préface critique du
livre
intitulé: “Journal des observations physiques, mathématiques et botaniques du
R. P.
Frnllé", par M. Frézier, ¡ngénieur Ordinaire du Royaume, París, Nyon-Didot-
Guillan, 1732. Una edición de 1717, publicada en Amsterdam, incluye un
informe
anónimo sobre los jesuítas que no aparece en la edición de 1716, sin duda la
primera.
| John Hawkesworth, An Account of the Voyages Undertaken for Making
Discoveries in the Southern Hemisphere and successively Performed by
Commodore
Symn, Captain Wallis, Captain Carteret and Captain Cook, drawn up from the
189
de su suerte, a pesar de las deplorables condiciones
Humboldt y el de
indiovida
americano
.39 I
200
Bougainville,40 que siguió casi la misma ruta que Cook —con la dife.
rencia de que hizo escala en Buenos Aires y en Montevideo entre el 31 de
enero de 1767 y el 28 de febrero de 1768— describió algunos tipos de
indios bravos del Río de la Plata como “sumamente feos y en su grao
mayoría, sarnosos”. Son temibles salvajes nómadas, cubiertos con cueros
de animales y que pasan su vida a caballo. Se entregan a la bebida, y suelen
reunirse en grupos de doscientos o trescientos para atacar y saquear Ib
caravanas de viajeros. Bougainville pensaba que el mal no tenía remedio,
pues resultaría casi imposible “domar a una nación errante en un país in-
menso e inculto”. En el estudio que dedica a las misiones del Paraguay;
rinde homenaje a los jesuítas, quienes con valentía de mártires y una pa-
ciencia verdaderamente angélica “debían atraer hacia ellos, retener y so-
meter a la obediencia y al trabajo a hombres feroces e inconstantes^
amantes de su pereza como de su libertad”. A fin¡ de cuentas, en las
misiones
los indios dieron prueba de una gran docilidad y de una sumisión rayana en
la indiferencia, a tal punto que dejaban la vida sin pesar “y que morían SÜ
haber vivido”. A continuación, el viajero francés describe a los patagones
que tuvo oportunidad de observar a su paso por el Estrecho de Magallanes
se trata de gigantes, que se le figuraron robustos y bien alimentados. Aquí,
Bougainville parece hacer una concesión al mito del hombre natural, ¡d
señalar que el patagón es “el hombre que, librado a la Naturaleza^..,]
alcanzó todo el desarrollo del que es capaz; su rostro, ni duro ni desagradad
ble —algunos lo tienen hermoso— es redondo y un poco aplanado^ sus
ojos son vivaces, y a sus dientes —blanquísimos— no se les hallaría en
París otro defecto que el de ser demasiado grandes; tienen largos cabellos
negros que llevan atados sobre el cráneo”. Después de describir sus vesti-
dos de cuero y sus armas, el autor los compara con los tártaros nómadasli
igual que éstos, vagan por las estepas, al igual que éstos practicadla caza
en vastas comarcas, cobijándose en chozas hechas de cueros de animales;^
al igual que éstos, finalmente, asaltan de muy buena gana a los viajeros
La Pérouse41 resulta también muy interesante por los relatos con sus
contactos con los indígenas americanos y del Pacífico. No cabe duda de
Es en vano que los filósofos protesten contra este panorama. Ellos escri-
ben sus libros junto a la chimenea, mientras que yo viajo desde hace
treinta años; soy testigo de la injusticia y de la trapacería de esos pue-
blos que se nos pintan como tan bondadosos por hallarse muy en con-
tacto con la naturaleza; pero dicha naturaleza sólo es sublime en
conjunto, dejando de lado todo detalle. Es imposible [...] formar socie-
dad [...] con el hombre de la naturaleza, por cuanto es bárbaro, malvado
y bribón.200 201
200con base en los diarios y correspondencia que el célebre navegante nunca dejó
de en-
viar a Francia, fue publicado en París, en 1798, en cuatro volúmenes en 4 o, con un
atlas compuesto por mapas y dibujos ejecutados por los geógrafos y los artistas de
la
expedición. Lesseps, único sobreviviente del naufragio, publica en 1831 el Journal
de La Perouse, desprovisto de todo el aspecto técnico que contiene la edición
original,
y enriquecido con valiosas notas sobre los recientes descubrimientos que acababan
de
revelar a Europa el trágico fin de la Boussole y del Astrolabe. Existe una versión
abreviada, con un prefacio y notas de P. Deslandres, bajo el título: Voyage de La
Pérouse autour du monde, 1785-1788.
201 La Pérouse, ibid., p. 87. El autor agrega: “Yo había recomendado
expresa-
mente colmar de caricias a los niños y llenarlos de regalitos; los padres se mostra-
ban insensibles frente a esta muestra de amabilidad que yo creía común a todos los
países: la única reflexión que ésta hizo sugerir en ellos fue la de que, solicitando
acompañar a sus hijos cuando yo los invitaba a subir a bordo, tendrían oportunidad
de
robamos”. Y concluye: “Admitiré finalmente, si se quiere, que es imposible que
exista
una sociedad carente de determinadas virtudes, pero me siento obligado a
reconocer
que no tuve la sagacidad de percibirlas: en permanente disputa entre ellos,
Humboldt y el indio americano
Los indios que pudo observar en las misiones de las dos Califó|f¡,J|
i
presar de ser tratados con bondad por los franciscanos202 —a quienes fj fj !
homenaje—, son “hombres toscos” en quienes la enseñanza del Evan^l o
ha surtido escasos efectos, son niños de mente cerrada a todo razonamiesS |
to, muy poco valientes y de una docilidad desconcertante. Sin embargo*! i
tales reflexiones no le impiden detectar lo que hay de injusto en el sistema I
exageradamente opresivo —a su juicio— instaurado por los franciscano!, j
Considera que “el régimen de las aldeas convertidas al cristianismo sería
tanto más favorable a la población si la propiedad y un cierto grado de
libertad constituyesen su fundamento”; y cree que el sistema misionera
es el adecuado para hacerles salir (a los indios) del estado de ignorancia"^
que están sumidos. Estas ideas son muy interesantes, y hemos hallado ecos
de ellas en los juicios vertidos por Humboldt sobre las misiones del Onnoco,;I
Pero el viajero francés mejor documentado sobre el mundo indígenadel
interior americano fue sin duda La Condamine, quien vivió diez años en
América del Sur (1735-1745), donde lo enviara la Academia de Cienciasde
París, en compañía de Godin y de Bouguer, a fin de medir el meridiano^
terrestre en la Audiencia de Quito. La Condamine conoció Cartagena de
indiferentes
respecto de sus hijos, verdaderos tiranos de sus mujeres, quienes están condenadas
sin cesar a los trabajos más penosos, en esos pueblos no observé nada que me
hubiera
permitido suavizar los tintes de esta descripción”, pp. 87-88.
202 La Pérouse, ibid., “Con la más dulce satisfacción doy a conocer la
conducttj
piadosa y sensata de los religiosos que cumplen tan admirablemente con los
objeS-1
vos de su institución: no disimularé lo que me haya parecido de reprochable en su
I
régimen interno, pero al mismo tiempo proclamaré que, individualmente
bondadosa*
y humanos, atemperan mediante su dulzura la austeridad de las reglas que les
hansido I
impuestas por sus superiores. Confieso que, más amigo de los derechos humanos!
que teólogo, habría deseado que en los albores del cristianismo se hubiera dado
eos
una legislación que proco a proco hubiese hecho ciudadanos de hombres cuyo
estado I
casi no difería del que en la actualidad presentan los negros de las habitaciones de
I
nuestras colonias regidas con la mayor dulzura y humanidad”, pp. 103 y 104 dele
I
edición Deslandres.
Definición y alcances del indigenismo humboldtiano
189
gnte iodo por su insensibilidad, la cual no se sabe si es atribuible a la apatía
-bien a la estupidez; tiene, además, escasas ideas generales; “glotón hasta
la voracidad” cuando tiene oportunidad de satisfacer su apetito, es sobrio
ian sólo por necesidad; pusilánime y cobarde, es capaz —cuando está bo-
rracho— de dar pruebas de gran valentía; holgazán e indiferente a la gloria
y a los honores, da pruebas de una notoria ingratitud; preocupado tan sólo
por el presente y desprovisto de la menor inquietud sobre el futuro más
próximo, es incapaz de toda reflexión o previsión. Los indios —concluye
La Condamine— “entregándose, cuando nada les fastidia, a una alegría
pueril que exteriorizan por medio de brincos y de desafinadas carcajadas,
sin objeto y sin propósito, pasan su vida sin pensar, y envejecen sin haber
salido de la infancia, de la cual conservan todos los defectos ”.203 204
Sin duda, estas taras bien podrían ser atribuidas a la esclavitud a que
fueron sometidos, particularmente en el Perú, por cuanto la servidumbre
degrada al ser humano. “Pero los de las misiones y los salvajes que gozan
de la libertad son por lo menos tan pobres de espíritu, por no decir igual-
mente estúpidos, como los demás. No se puede apreciar sin sentir vergüen- ,
za, hasta qué punto el hombre abandonado a la simple naturaleza y privado f0
J
•i
de educación y de sociedad, se asemeja a la bestia ”.43
Í.Jt
Conclusión
Todas estas descripciones, escritas durante el siglo que más hizo para di-
fundir el mito del buen salvaje, confirman perfectamente la opinión que
hemos expuesto más arriba. Las dos imágenes del indio, la trazada por los
0
soñadores, poetas, utopistas y políticos, y la trazada por quienes observa-
ron directamente la triste realidad del bárbaro americano, siguen sendas D
paralelas que a veces —como en Raynal— se unifican. Los violentos con-
trastes entre la representación idealizada del indio y la descripción de lo
que él era en realidad, no siempre son percibidas. Esto no debe asombrar-
nos, ya que el tema del buen salvaje es usado principalmente para la lucha
política e ideológica emprendida contra el Antiguo Régimen. Es menester
creer que los hombres del siglo xviii eran de espíritu más claro y selectivo
que ciertos autores modernos que se consagran en vano a demostrar los
enores de Rousseau o las exageraciones de Raynal, confrontándolos con
secretas de América, sobre el estado naval, militar y político de los reynos del
Pn
conti-
nente; su supervivencia, después de los excesos de la conquista, plantea
los más serios problemas, si bien —tal y como lo señala Humboldt— los
colonizadores apenas si fueron conscientes de la gravedad y agudeza
de los mismos.
Nota preliminar
En la primera parte de este capítulo, y a fin de remarcar la importancia de
Humboldt para el conocimiento del indio americano, se insistió en la am-
plitud e interés de sus trabajos dentro del campo de la antropología, de la
etnografía, de la etnología y de la arqueología americanas.
Es hora ya de preguntarnos sobre lo bien fundado de estas clasificacio-
nes, pues podría parecer aventurado —incluso sacrilego— escribir estos
términos en una época en la que las tormentas generadas en el dominio de
la antropología moderna no se han calmado del todo. Esta ciencia, relativa-
mente nueva, vio enfrentarse a los partidarios de diversas escuelas y de
teorías opuestas. ¿Era necesario adoptar el difusionismo, o bien el evolu-
cionismo? ¿Qué pensar, finalmente, de la antropología estructural de Claude
Lévi-Strauss?209 Este último creó una metodología y una teoría que ofrecen
perspectivas infinitamente más fecundas y amplias que las de los defenso-
res de la antropología tradicional. No tiene caso entrar en polémica. Sim-
plemente estudiaremos aquí la manera en que Humboldt —con métodos
imperfectos, con esquemas culturales e intelectuales a veces muy rígidos—
puede ser considerado el fundador, o bien el precursor de métodos y teorías
que más tarde fueron retomadas, desarrolladas, perfeccionadas, o por el
contrario, rechazadas total o parcialmente por los americanistas que le su-
cedieron, de Schomburgk a Hrdlicka, de Paul Rivet a Lévi-Strauss.
Previo a analizar en términos generales sus métodos, y a delimitar el
terreno abarcado, resulta indispensable, en primer lugar, rectificar una ten-
dencia que recientemente se abrió paso en algunos especialistas mexica-
nos, quienes, no satisfechos con establecer un catálogo de errores cometidos
por Humboldt ¡procedieron a clasificarlos bajo rúbricas que, en su época,
no existían! Así, según se dice, Humboldt era el defensor del “difusionis-
mo”, tesis que supuestamente elaboró su época. Igualmente, se plantea la
interrogante de que si Humboldt, aun siendo “difusionista”, no fue 11
bién partidario del “paralelismo” en materia arqueológica o en el pW
más general de la historia de las culturas. Estas etiquetas que se intenta
aplicar a nuestro autor son doblemente inútiles. Aun si aceptáramos
—mediante una maniobra tan artificial como falsa— proyectar sobre
Humboldt esquemas que le son cronológicamente posteriores, difícilmen-
te podríamos determinar si en definitiva fue seducido por una u otra de
210 “Desde un punto de vista general, Humboldt no tiene sino una sola teoría; el di-
211fusionismo. Treinta y cinco años después, cuando Stephens hace su otro célebre
viaje, ya hay un avance notable, no solamente en la manera de ver los monumentos,o
en la forma de estudiarlos y de interpretarlos, sino en ideas generales; ya ese difu-
sionismo casi necesario de la época de Humboldt, en gran parte ha desaparecido,
aunque vamos a encontrar sus restos a través de todo el siglo xix”, Ignacio Bemal,
“Humboldt y la arqueología mexicana”.
212 Pierre Paul Broca (1824-1880) es considerado el maestro de la antropología
moderna. Hasta él, la antropología se fundaba sobre la morfología descriptiva. Él le
agrega la morfometría, en la que ya se habían interesado Spigel (en 1625), Camper(eo
1750), Combe (en 1832) y Retzius (en 1850). Y gracias a la Escuela de Antropología
de Broca, esta ciencia pasó a ocupar un lugar destacado dentro de las ciencias huma-
nas, a través de los trabajos de Quatrefage, deTopinard y de Manouvrier. Véase Pierre
Morel, L’anthropologiephysique, p. 8 y el excelente artículo de Pierre Huard, H
Broca (1824-1860)”.
213australes, en calidad de naturalista. Conjuntamente con otros trabajos realizados en
Inglaterra, su paso por América del Sur le permitió componer su famosa obra, cono-
cida bajo el título de Origen de las especies, cuyo título exacto es: The origin of
¡pedes by means of natural selection (editada en noviembre de 1859). Este libro
obtuvo un considerable éxito. “Hacia 1872, se contaban ya cuatro versiones france-
sas, cinco alemanas, tres estadounidenses, tres rusas, una holandesa, una italiana y
una sueca”, Pierre Rousseau, Histoire de la Science.
Humboldt y la antropología
que por lo menos las últimas fases de la evolución humana [...] se han
desarrollado bajo condiciones muy diferentes de aquellas que han
regi-
do el desarrollo de las demás especies vivientes; desde que el hombre
adquirió el lenguaje (y las complejas técnicas, la gran regularidad de
formas que caracterizan las industrias prehistóricas implican que el
len-
guaje ya les estaba asociado, para permitir su enseñanza y su transmi-
sión), él mismo determinó las modalidades de su evolución biológica,
sin haber sido necesariamente consciente de ello.
213
Humboldt y el indio americano
profundamente en el conocimiento del hombre, procurándose descubrir
los secretos del pensamiento a través de la apariencia externa. Esta preocu-
pación por un estudio psicológico del individuo había sido ya expresada
por Guillermo de Humboldt —hermano de Alejandro— en dos ensayos
214
escritos entre 1795 y 1797, e intitulados Plan d’une anthropologie comparé '
y Le xv/// siécle." En ellos, Guillermo expone lo que él entiende por antro- ’
i
pología: no es tanto el estudio anatómico y fisiológico del hombre, sino
principalmente una caracterología comparada de las personas y una psico-
logía de los grupos. El pensamiento de Guillermo hace ingresar221 222 el con- j
cepto de psicología individual y colectiva al concepto de antropología, j
especialidad que los antropólogos modernos toman muy en consideración, I
por cuanto, como hemos visto, se abocan a analizar los mecanismos psico- ;
lógicos del individuo y de los grupos, extendiendo el análisis a las maní- j
festaciones del inconsciente. No obstante, las diferencias entre el I
pensamiento antropológico e histórico de Guillermo y el de Alejandro apa-
recen claramente: para el primero, el objetivo de su antropología “psicoló-
gica” es el de “juzgar a los individuos o a los grupos en función del ideal" i
de la humanidad que, según él, debe tender hacia una mayor belleza y una
mayor perfección.223
Bajo esta perspectiva idealista, Guillermo de Humboldt sólo considera
como dignos de interés los pueblos “civilizados” y excluye de la antropo-
logía a los pueblos llamados “primitivos”, puesto que no se diferencian de
los otros más “que por particularidades o bien puramente externas, o bien
fortuitas, o insignificantes, o incluso defectuosas”. Quiere tomar en cuenta
tan sólo las “cualidades”, y los pueblos primitivos, por el contrario, tienen I
muchos defectos y muy pocas cualidades. Solamente estas últimas son
224ulbid.
11
Así Guillermo de Humboldt clasifica a los pueblos de Europa según tres
categorías: “En el peldaño más alto, ubica a los franceses, a los ingleses y a otros que
omite nombrar; en un nivel intermedio sitúa a los polacos, a los españoles y a los
italianos; y en la categoría inferior, a los rusos y los turcos”, ibid.
225Relaiion hist., tomo ui, libro ni, cap. ix, pp. 264-265.
215
Retomando las definiciones de Lévi-Strauss podría afirmarse —sin ríes- I
go de equivocarse— que Humboldt fundó la mayor parte de sus observa- I
ciones más sobre las expresiones “conscientes” que sobre las expresiones j
‘inconscientes” de los pueblos americanos, a los cuales estudia tomando 1
en cuenta sus monumentos, manuscritos y objetos de arte (actos y obras, 1
para retomar la terminología de los etnógrafos modernos), sus lenguas, su
medio natural, su historia pasada o presente etcétera.
Algunas veces, incluso —aunque en una medida relativamente restrin- ]
gida— Humboldt toma en cuenta su psicología individual o colectiva, en
una perspectiva mucho más amplia que la de la etnología actual, conside- !
rando los progresos de esos pueblos como parte integrante del progreso {
general de la humanidad hacia la conquista definitiva de la Naturaleza.
Conclusión i
En otros términos, por convenir al desarrollo de nuestra exposición y al
mismo tiempo como anuncio del plan a seguir, podemos especificar a modo
de conclusión que Humboldt estudió a los indios americanos bajo el punto ;
de vista de la demografía (cap. 3), de la antropología física y de la etnología
(cap. 4), de la arqueología prehistórica y de la paleografía (cap. 5), de la
sociología y de las ciencias políticas y económicas (caps. 6, 7 y 8). i
Pero en el sentido más general del término, su pensamiento es eminen-
temente histórico y filosófico. Si bien en sus escritos es posible detectaron
cierto número de elementos metodológicos aún vigentes para los etnógrafos!
modernos, no podríamos encontrar entre ellos esas monografías etnográficas
que constituyen el fundamento y la gloria de la antropología del siglo xx. 226
Aun cuando el estudio del indio americano llevado a cabo por HumboldtI
diste mucho de presentar ese carácter minucioso que los antropólogos actua-
les han sabido dar a sus investigaciones —lo que han logrado gracias a un
método riguroso, a la organización de equipos de investigadores estrictfi
mente especializados, a la localización precisa del campo de investigación i
y al empleo de los recursos proporcionados por la técnica actual— dicho
estudio ofrece, en cambio, un amplio abanico de observaciones y un inago-
table caudal de hipótesis. Es por esto que Humboldt bien puede ser consi 1
derado como el precursor o el fundador de la antropología americana.®
La población indígena: demografía y estadísticas
227 Essaipol. lie de Cuba, tomo i, pp. 148-159, a propósito de la primitiva pobla-
:ión de las Antillas.
228Relation híst., “Sur les peuples indiens”, libro cap. ix.
229Tableaux de la Nature, capítulo intitulado “Steppes et déserts, chapitre XII.
’articularités. Préjugés répandus sur la jeunesse du Nouveau Continent”, pp. 177-
ñola es mucho más elevado de lo que por entonces se creía en fcuropa. tM
debido a esto que en primer lugar se propone combatir el muy difundid
prejuicio “según el cual los indios habrían sido completamente exiermiidj
dos por los conquistadores y por el régimen colonial”. Esta comprobar,
inicial lo obligará a reconsiderar de arriba abajo el problema de la Conquij.
tay de la colonización española. Si bien en las Antillas el exterminio de los
aborígenes no deja lugar a dudas, por el contrario “sobre el continente 4
América no se llegó en absoluto a tan terrible resultado”. 230 231 232 233 234 235
Esto no significa que los indios no hayan sufrido enormemente |
explotación a que fueron sometidos durante la época colonial, y más ade-
lante veremos lo que opina Humboldt acerca de dicho periodo. Pero la|
estadística general que traza es bastante elocuente para probar que en este
fin de siglo la población indígena no sólo no disminuye, ni se mantiene en
un mismo nivel, sino que por el contrario aumenta, “lo cual —agrega-jet
además muy reconfortante”. Para arribar a tan interesante conclusión
—que da por tierra con las leyendas sobre la destrucción de la población
india por los españoles, y que se habían venido acumulando desde la Con-
quista— Humboldt se basó en los registros de capitación y de tributo^y
también sobre los censos de población realizados durante los últimos cin-
cuenta años, desde los de 1750-1760 hasta las estadísticas más recientes
en especia] el censo que se llevara a cabo bajo el gobierno del célebre!
virrey de México, Revillagigedo, para el año 1793.5 Robertson, el último;
historiador serio de los que precedieron a Humboldt, no dispuso al respecta
más que de datos muy fragmentarios, los más recientes de los cuales se re-
montaban a 1760 aproximadamente.
De los cuadros sobre la población india reproducidos por Humbolda
para los años 1820-1822, se deduce que la cifra total de indios puros para
230 “Un prejuicio muy difundido en Europa hizo creer que sólo un muy reducido!
231número de indígenas de tono cobrizo o de descendientes de los antiguos mexicanos!
232conservaron hasta nuestros días [...] Las crueldades de los europeos hicieron desapa- -
233recer enteramente a los antiguos habitantes de las islas de las Antillas. Afortunado!
mente, sobre el continente de América no se llegó en absoluto a tan terrible resultado^
Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. vi, p. 345.
234■ La proporción de indios era considerable en algunas partes de la América espa-
ñola. El último censo realizado por el virrey de México, el conde de Revillagigedo,
indicaba que las intendencias de Guanajuato, Valladolid, Oaxaca y Puebla tenían,ea
1793,1 073 000 indios sobre una población total 218 de 1 737 000 almas. “De este cuadre,
se deduce que, en la intendencia de Oaxaca, hay 88 indios sobre 100 individuos” En
esas cuatro intendencias, los indios constituían 3/5 de la población total, y para todo
México, 2/5, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 345ss.
235 Humboldt brinda sus más cálidos elogios al conde de Revillagigedo, quien fiien
virrey de México entre 1789 y 1794. Si bien hace alusión a algunos virreyes que “ea
pocos años se apropiaron de casi ocho millones de libras tomesas”, se apresure»
JLA POBLACION INDIGENA: DEMOGRAFIA Y EoTADISi UJAS
239Ibid., pp. 298-299. Alfred Métraux, Les Incas, retiene esta última cifra, y señala
que se estima en 50% el exterminio de la población del Perú en los treinta años que
sucedieron a la Conquista (p. 158).
240cuarenta años tanto en Guanabacoa como en Tenerife se haya visto renovad falsas
pretensiones por parte de numerosas familias, que obtenían pequeñas pensionesjdel
gobierno bajo el pretexto de llevar en sus venas algunas gotas de sangre india y
gu anche", ibid.
Humboldt y el indio americano
241 Ibid| tomo i, p. 149, nota 1; se trata del trabajo de Albert Hüne titula®
Historisch-philosophische Darstellung des Negersclavenhandels, 1820. I
242 Ibid., pp. 149-150.
243| Ibid., tomo i, pp. 150-151.
244| En el Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, libro n, cap. iv, p. 299, Humboldt retonai
mismos argumentos que desarrolla en el Essai pol. ¡le de Cuba, tomo i, p. 151 y nota
LO MISMO ocurre con respecto de las estimaciones de población para las
¡s|as Sandwich, que van de los 740 000, según Hassel (1824), a 400 000, o
a 264 000 según Freycinet. “Los primeros viajeros europeos —recalca
250| Essai pol. íle de Cuba, tomo i, pp. 155-156, nota a pie de página.
251 Ibidtomo i, pp. 151-152.
252| Angel Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América.
253 Mario Hernández Sánchez Barba, Historia Universal de América.
Esta comprobación no deja de ser sumamente interesante, por cieno,
pero a nuestro juicio peca de excesivo optimismo, por cuanto Mario
Hernández Sánchez Barba olvida tener en cuenta que en cifras absolutas, la
conservación de una población en un lapso de 300 años, supone una grave
perturbación de los procesos del desarrollo puramente vegetativo.
En efecto, si se admite un posible crecimiento del 1 % por década, en
1800, América debería haber contado con un número de habitantes consij
derablemente más elevado. Si bien ha sido muy importante comprobar la
conservación de la cifra absoluta, dicha comprobación no debe hacemos
olvidar la enorme mortalidad relativa de la población indígena durante los
siglos coloniales, hecho sobre el que Humboldt no se cansa de insistir.
Retengamos, no obstante, el hecho que a nuestros ojos es el más impor-
tante: Humboldt es el primer historiador de América que invalida la convic- i
ción de sus contemporáneos acerca de un total exterminio de los indios por
parte de los españoles. Con referencias a la célebre frase de Montesquieu¡
—“que no se cite el ejemplo de España: ante todo ella prueba lo que digo.!
Para conservar América, llegó a hacer lo que no hizo ni siquiera el propio
despotismo: exterminó a sus habitantes”—, Parra Pérez imagina que su
autor se habría sentido muy asombrado al enterarse —por Humboldt—
cuán equivocado estaba. En apoyo de esta cita, Parra Peréz agrega: “Si
Montesquieu no hubiese fallecido en 1755, habría llegado a enterarse
—sin duda con asombro— a través de alguien tan sabio y tan barón como
él, que hacia fines de su siglo xvm, en México había más indios que a la
llegada de Córtes”.2* Ya Robertson había dado los primeros pasos hacia el
restablecimiento de la verdad: critica a Montesquieu, proporcionando esti-
maciones muy interesantes que atestiguan la presencia de un considerable
número de indios y mestizos. 26 Sus cálculos fueron realizados merced a
enormes esfuerzos, pues según dice el autor “en la América española, don-
de los conocimientos están aún en pañales y donde pocos hombres tienen 254 255
256 W. Robertson, ibid., nota 169, en la p. 720 (p. 850). En esta nota, Robertson
resume los resultados obtenidos por Villaseñor y Sánchez.
257B Ibid., p. 851, nota 169 de la p. 720.
Sánchez, su autor, no supo desembarazarse de las sólidas cadenas qUe u
sujetaban a su cargo de administrador colonial del Ramo de Azogues.»
Para finalizar, si se examina rápidamente el libro de Raynal, puede COM-
probarse que en él sólo se encuentran algunas cifras muy dispersas y HANO
fragmentarias. Este autor supone una bajísima densidad de población EN
América, que atribuye sobre todo a causas de orden geológico. En el NUEVO
Continente, los hombres vivieron sobre un terreno poco firme aún, Y POR LO
tanto, expuestos, a las “convulsiones de los elementos, en medio DE VOLCA-
nes, en regiones sumergidas en su mayor parte”. Un medio físico tan PRECA-
rio oponía a su subsistencia obstáculos muy difíciles de vencer, AGRAVADOS
por su desnudez y por la falta de vivienda, por la escasez e imperfección de
sus instrumentos de piedra o de madera, por su ignorancia acerca DE LAS
plantas aprovechables y por una gran pobreza tanto en “las artes más NECE-
sarias” como en “las de puro deleite ”.258 259
p)e industriosa, formada por blancos y por negros, en la América del Sur,
I sometida a los “vicios de la administración española y portuguesa”, aqué-
( ||a se estancaba miserablemente. Pero Raynal no se contenta con establecer
tan cómoda comparación, sino que después de denunciar las atrocidades
españolas, excusa y justifica las cometidas por los anglosajones; porque si
bien estos últimos masacraron a sus indios, quienes por otra parte vegeta-
ban en ese rincón del mundo como “autómatas sumidos en el tedio, en la
indiferencia y en la flojera”, al instalarse en la América del Norte “la resar-
cieron mil veces por los pocos pescadores y por los pocos cazadores que
pudp haber perdido”.260 261
Por último, Raynal no dice una sola palabra de la
ptésencia de numerosos indígenas en las posesiones españolas y portugue-
sas, silenciando la existencia de esos catorce millones de indios y mestizos
/que habitaban en la América española a fines del siglo xvm. En el tomo iv
de su Historia, encontramos algunas cifras dispersas: 400 000 habitantes
para Venezuela, de los cuales 100 000 son emancipados o gentes de color,
Y 40 000 son esclavos (p. 119); 16 233 habs. para Santafé de Bogotá en
1774 (p. 135), algunas “ciudades pobladas” en la provincia de Quito (p.
138), y cifras muy fragmentarias sobre la población del Perú. Hans Wolpe
ha señalado muy apropiadamente la incoherencia de Raynal, que se mani-
fiesta a través de las tres ediciones de su Historia filosófica y política (la de
1770 que es la primera y las de 1774 y 1781) a propósito de la población
del antiguo México. Según la primera edición, México “contiene veinte
mil casas y doscientos mil canoas”. En la edición de 1774, la cantidad de
/asas se mantiene igual, pero la de canoas se ve reducida a la mitad; en la de
1781 (ni, p. 254), treinta mil casas existen en México. Para complicar aún
más las cosas, en 1770 Raynal acepta como verdaderas las descripciones y
estadísticas de los españoles, pero a partir de 1774 (m, p. 58), las rechaza:
“Lá falsedad de esta pomposa descripción puede ser fácilmente puesta al
alcance de todos los espíritus”. Y en 1781 insiste: “La falsedad de esta
poijiposa descripción, trazada en momentos de vanidad por un vencedor
naturalmente proclive a la exageración, o confundido por la gran superio-
ridad de que gozaba un estado regularmente ordenado, sobre las comarcas
salvajemente devastadas hasta entonces en el otro hemisferio; esa falsedad
puede ser fácilmente puesta al alcance de todos los espíritus".262
0 sea, 25% de la población total de América (incluyendo las islas) (Nota del
autor).
CUADROS EXTRAÍDOS DEL Ensayo político sobre la Isla de Cuba, TOMO II, P. 396, Y DEL
Ensayo político sobre la Nueva España, TOMO I, PP. 320-321.
! Morfología, antigüedad y orígenes del hombre indio
269 El prejuicio antiespañol engloba dentro de una misma inferioridad a los blancos
(españoles y criollos) y a los indios: todos son débiles, degenerados, ociosos, inso-
lentes, lascivos etcétera.
270 En su estudio sobre “Humboldt et l’anthropologie”, Huard y Théodoridés
escriben: “Durante su memorable periplo por América Latina Humboldt realizó las
más importantes observaciones antropológicas: la descripción detallada de las carac-
terísticas físicas de las diversas tribus de la cuenca del Orinoco, que por entonces eran
Humboldt y el indio americano
desconocidas casi por completo, y la hipótesis sobre el origen asiático de los amerindios.
Esta hipótesis —tal y como lo señala Helmut de Terra— adelantándose en un sigloa
las modernas teorías sobre el tema, resulta tanto más notable si se tiene en cuenta que
en la época de Humboldt nada se sabía en Europa acerca de las civilizaciones preco-
lombinas, habiendo sido Humboldt —en consecuencia— uno de los primeros ea
apreciarlas otorgándoles su justo valor”. Es lamentable que estos dos autores—cuya
contribución al estudio del pensamiento antropológico de Humboldt es, por otra
parte, muy estimable— se hayan basado en las afirmaciones de Helmut de Tena,
quien imprudentemente presenta a Humboldt como el creador de la tesis asiática.
Nosotros ya habíamos detectado el error de Helmut de Terra, quien en su trabajo
sobre Humboldt, su vida y su época afirma, en una cita escueta, la prioridad de
Humboldt (véase nuestra reseña aparecida en el Bulletin Hispanique, tomoua [1959],
pp. 315-319). En dicha reseña destacábamos que las declaraciones de Helmut de i
Terra habían provocado la reacción de Eduardo Ugarte, su traductor al español. Entre '
los promotores de la tesis asiática, De Terra olvida mencionar al padre Clavijero, omi-
sión tanto más inconcebible cuando la misma carta de Humboldt a que alude De Terra
menciona a Clavijero. Se trata de una carta fechada en Lima el 25 de noviembre de
1802 que Alejandro escribe a su hermano Guillermo, quien a la sazón se hallaba en
Roma
3
Humboldt sentía gran aprecio por Acosta. Con respecto de algunas observacio-
nes sobre los temblores de tierra y las erupciones volcánicas, Humboldt escribe: I
“Resulta imposible leer las primeras narraciones de los viajeros españoles —sobre I
todo las del jesuita Acosta— sin asombrarse a cada instante ante la afortunada influen-
cia que el aspecto de un gran continente, el estudio de una naturaleza maravillosay® I
contacto con hombres de diversas razas ejercieron sobre los progresos de las lucesen
Europa”, Relation hist., tomo II, libro II, cap. iv, p. 298, nota 1.
4
Vues des Cordil éres, tomo i, p. 20. Humboldt repite esta idea en el Essaip01-
Nouv. Esp., a propósito del origen de los mexicanos. “No nos está permitido ren»'tf
234
IJliPI •Que quiere decir con esto? Es posible que quiera afirmar aquí, una vez
’-mM
mást su adhesión a una filosofía materialista, actitud que había tomado ya
1
AJ fin 1796-1797, cuando rechazaba la teoría idealista o deísta de la “fuerza
vital”- Rehúsa considerar como tema digno de estudio al tiempo transcurri-
do desde los orígenes hasta las primeras manifestaciones tangibles y com-
probadas de la actividad humana, evitando abordar así los problemas
concernientes a la creación. Pero es posible también que se tratara nada
más de una hábil maniobra, gracias a la cual evitaría tener que pronunciarse
definitivamente sobre un problema tan controvertido. Por fin —y ésta es la
¡>| explicación más aceptable— no se trata de una simple comprobación de
buen sentido ante la enorme complejidad del problema, complejidad que
pone en evidencia en la medida en que, a pesar de una creencia bastante
sólida, y en resumidas cuentas trivial, en el origen asiático, no puede abste-
nerse —como excelente observador que es— de producir una multitud de
hechos y argumentos que matizan notablemente la evidencia de tal. El
demonio del espíritu científico le abre a cada instante nuevas perspectivas,
[t; soplándole al oído o poniéndole ante los ojos testimonios que sugieren los
más diversos orígenes. La mera comprobación que, en el plano de la antro-
pología física, hace del polimorfismo del tipo indio, habría debido arras-
trarlo a elaborar la teoría de la diversidad de orígenes. Pero Humboldt no lo
hizo. ¿Fue por falta de audacia, por falta de imaginación o por ser prisione-
ro de esquemas mentales tan sólidamente arraigados que no fue capaz de
romper?
La primera razón que a nuestro parecer pudo haberle impedido presen-
tar dicha tesis reside en el hecho de que en su época, la americana era
considerada como una raza diferente respecto de las otras del mundo. Si
bien se admitía que en ella aparecen características mongoloides indiscuti-
bles —el propio Humboldt lo reconoce— no se había llegado aún a descu-
brir que la raza llamada “cobriza” no era sino una rama de la raza amarilla.
Por otra parte, la clasificación de la especie humana en tres razas es muy re-
ciente; recordamos perfectamente bien haber aprendido en los bancos de la
escuela, entre 1933 y 1939, que el género humano comprendía cuatro ra-
zas, lo cual prueba que los esquemas, al igual que los mitos, tienen una vida
muy larga. Al utilizar el concepto de raza cobriza, Humboldt suponía remo-
tos ancestros asiáticos, cuyo color amarillo se habría convertido en el tono
“cobrizo” o “moreno” bajo la influencia del medio y del clima americanos.
A este esquema —sobre el cual funda el postulado de la “raza america-
aquí el gran problema del origen asiático de los tultecas (JIC) O DE LOS aztecas, la
interrogante general sobre el primer origen de los habitantes de un CONTINENTE está por
encima de los límites prescritos a la historia; posiblemente no se TRATE DE una cuestión
filosófica”, ibid., tomo i, p. 349.
235
na”— agrega pruebas geológicas sumamente serias que le permiten afir-
mar la indiscutible antigüedad del Nuevo Continente, cuya edad corre
pareja con la del Viejo Mundo; de esto deducirá, naturalmente, que el hom-
bre americano es tan antiguo como el del Viejo Mundo.271
A partir del esquema de raza americana como raza distinta, y al descu-
brimiento de un hecho científico irrefutable (que el Nuevo Mundo es tan
viejo como el Antiguo), Humboldt abrazó la teoría del origen asiático y la
de una idéntica antigüedad de población en ambos mundos. Pero al mismo
tiempo, la noción de raza distinta le permitió explicar las diferencias
morfológicas entre asiáticos y americanos y de los americanos entre sí. Así,
un sabio que practicaba la religión de los hechos pudo arribar a conclusio-
nes erróneas, porque ignoraba aún que para llegar a una interpretación
científica de la historia no sólo es necesario pasar por el tamiz de la crítica
los hechos extraídos de la observación, sino también poner de nuevo en
tela de juicio los esquemas y los métodos empleados.
Sin embargo, en las numerosísimas descripciones que hace del hombre
americano, Humboldt insiste constantemente en el polimorfismo de los
tipos indígenas. He aquí una característica esencial de sus estudios
antropológicos que con mucha frecuencia ha pasado inadvertida ante los
ojos de los especialistas humboldtianos, quienes habitualmente ponen de
relieve ante todo su tesis asiática.
271 El problema de las razas humanas ha sido uno de los más discutidos por los
sabios. Los criterios adoptados son muy diversos, siendo el color de la piel la primera
característica, a través de la cual las más antiguas clasificaciones han sido estableci-
das. Asimismo se tiene en cuenta la pigmentación de ciertas partes del cuerpo (mancha
mongólica), el color de los cabellos, el de los ojos, la forma de la cabeza, de la nariz,
de los ojos, el estudio de la composición de la sangre. La clasificación de las razas
humanas comenzó a tomar un carácter científico con Linneo. Es probable que Humboldt
se base en la clasificación de Linneo quien, en suSystema naturae (\75%), distingue
cuatro razas principales: el hombre americano, el hombre europeo, el hombre asiático
y el hombre africano. En 1806, Blumenbach agregó a estas cuatro razas una quinta: la
raza malaya. Él contaba la raza caucasiana, la mongólica, la etiope, la americana y
la malaya.
En su obra Les races et les peuples de la terre, Deniker distingue 27 razas con 22
subrazas. Pero ellas pueden ser reducidas a cuatro grandes grupos: 7) razas primiti-
vas; 2) razas negras o negroides; 3) razas blancas; 4) razas amarillas. O sea que re-
gresamos aquí a una división cuatripartita. Pero en este caso, la “raza americana” está
incluida en el grupo de color amarillo, la que consecuentemente comprende las razas
siberiana, nor-mongólica, centro-mongólica, sud-mongólica e indonesia en Asia, la
raza polinesia en Oceanía, y la raza denominada eskimo-amerindia en América Se
advertirá que desde el punto de vista del color, no quedan sino tres variedades: negra
blanca y amarilla.
Polimorfismo y uniformidad del tipo indígena:
la leyenda de la uniformidad
k'
Su constitución —escribe— anunciaba una gran fuerza muscular, y el
color de su piel tenía un tono entre el moreno y el rojo cobrizo. Al verlos
de lejos, inmóviles en su postura y proyectados sobre el horizonte, se
los habría tomado por estatuas de bronce. Tal apariencia nos
sorprendió
tanto más cuanto que no respondía a las ideas que nos habíamos
h forma-
do —a través del relato de algunos viajeros— de los rasgos
característi-
6
cos y de la extrema debilidad de los aborígenes.
f
f
i
273 Essaipol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 339-341 y tomo m, pp. 237ss. El estado de los
mineros en México es libre, señala Humboldt. A pesar del intenso trabajo que realizan
los mineros indios o mestizos, su salud no se ve resentida por tales esfuerzos. La
mortalidad entre los mineros mexicanos “no es mucho mayor que la que se observa
entre las demás clases populares”. Buffon también aseguraba que los animales en
América sufrían un proceso de degeneración. Por el contrario, Humboldt señaló que
los animales europeos introducidos en el Nuevo Continente: vacas, caballos, ovejas,
puercos, “se multiplicaron en forma sorprendente”, ibid., tomom, libro iv, cap. ix, pp.
57-58.
del mundo tan sólo cobija a hombres entre los cuales apenas si hay I
Morfología, antigüedadyorígenesdelhombreindio
Los americanos son asimismo poco diferenciados por cuanto han vivi-
do o viven de la misma forma; eran “o son aún salvajes o semisalvajes”, y
"los mexicanos y los peruanos se han civilizado tan recientemente que no
pueden constituir una excepción”. La uniformidad de la raza americana
proviene de una identidad de orígenes, de condiciones de vida, de clima
“que no es ni por asomo tan desigual en cuanto al frío ni en cuanto al calor
como el del viejo continente”; y finalmente —y esto es muy importante—
tal uniformidad se debe también al hecho de que “por haberse establecido
recientemente en su territorio, las causas que generan la diversidad no han
podido actuar el tiempo suficiente como para operar efectos altamente sen-
sibles”.9 274
274 Buffon, Oeuvres completes, vol. xv, pp. 443-446. Por cierto, Buffon se da gran
prisa en afirmar que el medio natural en América es inferior al europeo, y que el
salvaje americano es débil y “empequeñecido”. En sus Additions á l’histoire de
l’Homme, en el capítulo “Des américaines”, Buffon rechaza los argumentos de De
Pauw, quien en sus Recherches sur les Américaines presentaba al indio como un ser
débil, degenerado, intrínsecamente inferior a cualquier otro individuo del planeta.
Buffon lamenta que De Pauw niegue la existencia de los monumentos de los mexica-
nos y de los peruanos “cuyos vestigios existen aún y demuestran la grandeza y el
genio de esas gentes, a quienes él considera como seres estúpidos, degenerados de la
especie humana tanto por el cuerpo como por el entendimiento”. Buffon piensa que
‘la imperfección de naturaleza” que De Pauw “reprocha gratuitamente a la América en
general, debería referirse solamente a los animales del sector meridional de este
continente”. Si en efecto, en las regiones bajas y cálidas de la América tropical es
posible encontrar hombres débiles o debilitados en las tierras altas, en Nuevo México,
en Perú y en Chile había, en cambio, “hombres quizás menos activos, pero tan
robustos como los europeos”. En América del Norte, según testimonio del “célebre
Franklin”, se vio a la población de Filadelfia, “sin ayuda extranjera” duplicarse en
“veintiocho años”. “Me fastidia —escribe Buffon refiriéndose a De Pauw— que un
hombre de mérito y que por otra parte parece ser instruido, se haya librado a este
exceso de parcialidad en sus juicios, y que los apoye sobre hechos equivocados”,
Additions á l’histoire de l’Homme, tomo n, pp. 284-287. Se advertirá aquí que
Buffon consigue rehabilitar al blanco instalado en América gracias a la diferencia que
establece entre el norte y el sur del continente americano. La inferioridad atribuida a
los hombres y a los animales del Nuevo Mundo se extendía de los indios a los
criollos. La distinción que hace Buffon le permite a la América del Norte retomar un
lugar honorable dentro de la armonía universal. Véase al respecto Marcel Bataillon,
“Origines intellectuelles et religieuses du sentiment américain en Amérique latine”.
239
\ Ibid., p. 286.
1J
“Los americanos son pueblos jóvenes”, repite Buffon; eran demasiado ' 1
poco numerosos en el momento de la Conquista y pocos monumentos B|
dejaron a su paso, y la facilidad con que los españoles los sometieron es
una prueba de su imperfección física, cultural y política. Los españoles
exageraron en gran medida al describir ejércitos enormes, ciudades magní-
‘ fícas y una gran densidad de población.
A pesar de los estrechos lazos que parecen unir a todos los pueblos de
América como si pertenecieran a una misma raza, muchas tribus se dife-
rencian entre sí por la altura de su talla, por el tono de su tez, más o
menos moreno, por una mirada que en unos expresa calma y dulzura, y
en otros una siniestra mezcla de tristeza y ferocidad. 275
275 Relation hisi., tomo u, libro | cap. m, p. 55. Humboldt desarrolla esta misma
idea en sus Vues des Cordilléres, donde escribe: “Aunque los pueblos indígenas del
nuevo continente estén unidos por lazos estrechos, en sus rasgos cambiantes, en el
tono más o menos moreno de su piel y en la altura de su talla, ofrecen diferencias tan
notables como los árabes, persas y eslavos entre sí, quienes pertenecen a la rara
caucásica”, tomo i, p. 22. Se advertirá que en el pasaje citado en nuestro texto,
Humboldt se muestra más prudente que en el que acabamos de citar en esta nota.
Donde en el primero decía “lazos que parecen unirlos” fue sustituido en el segundo
por “están unidos por lazos”.
276| Humboldt, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, pp. 356-357. Agrega: “La cultura;!
intelectual es lo que más contribuye a diversificar los rasgos. En los pueblos bárbaros?
existe más bien una fisonomía de tribu o de horda en vez de una fisonomía propia de
Si bien por una parte es indudable que todos los indios americanos guar-
dan entre sí ese “aire de familia” que todos los observadores notan “al vivir
I ^ más tiempo entre los indígenas de América, se advierte que famosos
viajeros que sólo pudieron observar algunos individuos en las costas, han
12
(xagerado singularmente la analogía de formas entre las razas americanas ”.
Diversidad de tallas
En lo que a la talla concierne, así como los chaimas, por ejemplo, tienen en
| promedio 1.57 m, y su físico es “rechoncho y retacón, los hombros exage-
i redámente anchos, el pecho aplastado y todos los miembros redondeados y
| carnosos”, los caribes —vecinos inmediatos de los chaimas— tienen en
cam-
bio una estatura promedio que va de 1.77 m a 1.90 m (de cinco pies, seis
pulgadas a cinco pies, diez pulgadas), de forma tal que nuestro autor afirma:
13 277
i “en ninguna parte he visto a una raza entera de hombres más esbeltos ”.
278
1
277tal o cual individuo [...] El nuevo colono a duras penas distingue un indio de otro,
porque sus ojos se fijan menos en la expresión dulce, melancólica o feroz del rostro
I que en la tez de color rojo cobrizo, en esos cabellos negros, brillantes, gruesos y tan
Fisonomías diferentes
Las diferencias entre los pueblos indígenas se manifiestan asimismo en sus
rasgos. Indudablemente, todos los indios tienen “los ojos alargados, cuyos
ángulos están levantados hacia las sienes; los pómulos salientes, los labios
gruesos”; ciertamente, todos tienen también los cabellos lacios y alisados
y escasa barba. Es posible afirmar, sin duda, que la forma de los ojos, la
prominencia del hueso maxilar, y la cabellera “los aproximan a la raza
mongólica”. Pero los chaimas, por ejemplo, difieren esencialmente del tipo i
209-210.
Osteología
243
hueso occipital es menos prominente y las protuberancias que corres- 279 280
Diferencias lingüísticas
Humboldt se sintió vivamente impresionado por la extrema diversidad y
cantidad de las lenguas americanas. Establece comparaciones entre ellas, j
recordando que algunos españoles habían creído descubrir una semejanza i
entre ciertos dialectos americanos y las lenguas hebrea o vasca. A pesar de
las analogías que se dan en cuanto a estructura gramatical entre lenguas tan '
distintas como la de los incas, el aymará, el guaraní, el mexicano y el cora,283
las diferencias enormes en el vocabulario de dichas lenguas no dejan de
desorientar al observador. Entre estas diversas lenguas se ha intentado, por !
cierto, encontrar palabras comunes a todas, y en efecto, fueron descubiertas
algunas. Pero “la analogía entre varios rasgos dispersos no prueba en abso- i
luto que las lenguas pertenezcan a un mismo tronco”. En un capítulo de sus ¡
Sitios de las Cordil eras, Humboldt analiza los diferentes sonidos que para
284 Vues des Cordilléres, tomo i, pp. 366-368. “Esta falta de analogía —agrega—
no debe ser esgrimida, sin embargo, como prueba en contra de la opinión de que los
pueblos americanos tuvieron antiguas comunicaciones con el Asia Central”, ibid., p.
368. Tan sólo para México, Humboldt determinó la existencia de más de veinte
lenguas “catorce de las cuales ya cuentan con gramáticas y diccionarios”. Éstas son:
d mexicano o azteca, el otomí, el tarasco, el zapoteca, el mixteca, la lengua maye ( sic)
° del Yucatán, el totonaca, el popoluco, el matlazinque, el huasteca, el mixe, el
caquiquello, el taraumara, el tepehuano y el cora. “Parece —agrega— que un gran
número de estas lenguas, lejos de ser dialectos de una sola (como algunos autores lo
nnticiparon erróneamente), son más diferentes unas de otras que el persa del alemán,
°queel francés de las lenguas eslavas. Éste es al menos el caso de las siete lenguas de
«NuevaEspaña de las cuales poseo los vocabularios”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo
‘•PP-352-353.
285“Los unos y los otros (guaicas, guainaves y poignaves por una parte, y caribes
Por la otra) habitan bajo el mismo clima y se nutren de los mismos alimentos”,
hlation hist., tomo vm, libro vm, cap. xxiv, p. 208.
245
Humboldt y el indio americano
*
A través de esta definición, Humboldt confirma su convicción en la 1
antigüedad del poblamiento en América, subrayando la originalidad pro-1 A
funda de las sociedades americanas. (
Tal originalidad hace de la raza americana una “raza distinta”. Frecuefl U
temente Humboldt vuelve sobre este aspecto que —según hemos visto^H i
se inscribe en las creencias de su tiempo, las cuales se mantuvieron, no sin $í
polémicas, hasta una época muy reciente. Bajo la rúbrica de “raza distinta 1
Humboldt clasifica a los americanos en el índice alfabético de los Sitios de tí
las Cordil eras, idea que confirmaría algunos años más tarde en una carta a La
Roquette, quien le había solicitado una cierta cantidad de notas para una ■ I
edición de la Historia de América de Robertson, que a la sazón preparabas
Para él, los indios de América tuvieron antiguos vínculos con el AsiaI
central, su origen asiático no deja dudas, pero puede ser que los asiáticos a
hayan mezclado con pueblos puramente aborígenes.
Describiendo a las tribus del Orinoco, escribe: “Se trata de diversa»
razas, que sin duda preexistieron al asentamiento de estas tribus (grandesjy
pequeñas, blanquecinas y moreno oscuro) en una misma comarca”.288
En detrimento de su frecuentemente declarada convicción del origen]
asiático —indudable prueba de que era ya víctima de ese “prejuicio geM
gráfico” que Mendés Correa reprocha a Hrdlicka— Humboldt, como obseij
vador consciente, pasa revista a una serie de documentos que contribuyera
a matizar su teoría. La mayoría de las veces pone en duda los testimonios]
que cita, pero lo que debe ser de importancia capital para nosotros, es el
286 Vues des Cordilléres, tomo i, p. 242. Humboldt refuta los argumentos de
quienes niegan el origen asiático con el pretexto de que previo a la llegada de los I
españoles, en el Nuevo Continente no se conocía ninguno de los cereales del Viejo:!
“Puede que los americanos hayan quedado separados del resto del género humano]
antes de que el trigo fuese cultivado sobre la meseta central del Asia. Algunos pueblos
nómadas del Asia central que no conocieran el trigo, bien pudieron pasar a América]
sin introducir los cereales en ella”, Essaipol. Nouv. Esp., tomo II, libro iv, cap. ix, pp.
419-420.
287 La Roquette, Correspondance scientifique et littéraire-, véase en especial
la
carta de Humboldt a La Roquette, París, 15 de sept|^^p^ £ J 825 pp 229-240, y
particularmente la p. 231.
288 Relation hist., tomo vm, libro VTUl caaj
Morfología, antigüedad y orígenes del hombre indio
| ^ho de que, aun así, los examina con gran interés y aplicación. Al exhu-
0 de las obras de los cronistas toda la información que interesa a sus
i ,mitigaciones, en primer lugar demuestra que las leyó atentamente; a
i c(intinuación proporciona un valiosísimo cúmulo de hipótesis, las que más
•urde serían retomadas y desarrolladas por los antropólogos modernos.27
289 En suEssaipol. Nouv. Esp. Humboldt reafirma esta idea: “Si bien las pinturas
jeroglíficas y las tradiciones de los habitantes del Anáhuac recopiladas por los prime-
ras conquistadores parecen indicar que un enjambre de pueblos errantes se diseminó
del noroeste hacia el sur, no hay que dar por descontado que todos los indígenas del
nuevo continente sean de origen asiático”, ibid., tomo i, pp. 367-368. Humboldt cita
especialmente a Joseph de Guignes, quien había supuesto que los chinos habían
visitado las costas occidentales de América, ibid., tomo n, libro iv, p. 454. Se refiere
si libro de J. de Guignes: Recherches sur les navigations des Chinois du colé de
l'Amérique, publicado en París en 1761. De Guignes intentó demostrar, además, que
lunación china procede de una colonia egipcia.
| Essai Pol. ¡le de Cuba, tomo i, p. 155, nota 1.
247
* Ibid., tomo i, p. 156.
HUMBOLDT Y UL INDIO AMERICANO
rn/.n de los papilas, tan parecidos a los negritos de las Filipinas. Humboldt
destaca las gratules dificultades que debería haber enfrentado una migra-
ción proveniente del oeste, “del extremo occidental de la Polinesia al ist-
mo de Durién", “aunque —agrega— los vientos soplan desde el oeste
durante semnnus enteras".
liste concienzudo análisis retine en un solo haz los testimonios de los
En América existen razas “de indios blancos”. Hemos visto que Humboldt |y
del Orinoco.
menciona Losgrupos
cuatro cronistas
de españoles
americanosdelblancos
siglo xvi
que—señala nuestro
habitan en autor—
la cuenca i
afirman que “los primeros navegantes vieron hombres blancos de cabellos
rubios en el promontorio de Paria”. Humboldt se pregunta ante todo si no
se tratarla tal vez de “esos indios de piel no tan morena” que él tuvo oca-
sión de observar en la Esmeralda. “Pero esos indios tenían los cabellos tan
negros como los otomaques y como los de otras tribus cuya tez es de lo más
oscuro”. ¿Se trata acaso de albinos “como los que podían hallarse otrora en
el istmo de Panamá”? Refiriéndose a Pedro Mártir, a Gomara y a García,
Humboldt recuerda que los indios son descritos “como si se tratara de pue-
blos de origen germánico: los dicen blancos y de cabellos rubios”. Pero
pone en duda tales afirmaciones, confrontándolas con el relato de Feman-
do Colón.
Pero sobre todo hacia el noroeste del continente, existen “tribus en las
cuales los niños son blancos y adquieren, a la edad viril, el color bronceado
de los indígenas del Perú y de México”. Se trata de los koluches y de los
chinkitanes.10 A estos pueblos, Humboldt agrega otros “indios blancos", 290
290 Relation hist., tomo m, libro m, cap. íx, p. 364. “Al oeste de los miamis, sobre
la costa opuesta al Asia, entre los koluches y chinkitanes de la bahía de Norfolk,
cuando las muchachas adultas son obligadas a limpiarse la piel, muestran la tez blanca
de los europeos. Esta blancura se reencuentra —según algunos relatos— en los
como los que menciona Molina, los boroas de Chile y los guayanas del
Uruguay, hombres blancos de ojos azules. Pero Humboldt demuestra dar
jscaso crédito a este último testimonio. ¿De dónde podrían provenir esos
blancos? En otro de sus libros, escrito mucho más tarde, Humboldt consi-
dera la consistente posibilidad de comunicaciones entre ambos mundos:
Europa y América. No se refiere a los normandos, que llegaron.a América
hacia el año mil, y cuya importancia en cuanto al descubrimiento trata en el
Cosmos, sino más bien a otros pueblos del continente europeo o de sus islas
vecinas. Ellos bien podrían haber sido arrojados accidentalmente a las cos-
tas americanas por las violentas corrientes atmosféricas y oceánicas que
van de este a oeste, como fue el caso de un barco cargado de trigo, que en
1764, “navegando de la isla de Lanzarote a la rada de Santa Cruz de Tenerife,
fue arrastrado fuera del archipiélago de las Canarias por una tempestad. La
corriente equinoccial y los vientos alisios lo impulsaron hacia el oeste y
terminó siendo hallado por una nave inglesa a dos días de distancia de la
costa de Caracas”.291
A pesar de estas posibilidades de migraciones fortuitas de Europa hacia
América, Humboldt no concede demasiada importancia a un eventual aporte
blanco que pudiera haberse dado. Indudablemente, considera que la pro-
porción de blancos en el volumen total de la población americana tuvo
muy escasa influencia sobre la modificación de la morfología de los tipos
americanos.
El problema esquimal
Humboldt analiza el problema esquimal en relación con el problema del
poblamiento blanco. En su época, los esquimales estaban clasificados como
una raza aparte, pues se los creía blancos. Humboldt se adhirió a esta creen-
cia errónea: “Sus cabellos son lacios, lisos y negros, pero su piel es origina-
el nuevo continente haya salido de las aguas más tarde que el viejo Se
observa en él la misma sucesión de capas rocosas que en nuestro hemis-
ferio, y es probable que en las montañas del Perú, los granitos, los
esquistos micáceos, o las distintas formaciones de yeso y de gres hayan
nacido en las mismas ¿pocas que las rocas análogas de los Alpes de
Suiza. El globo entero parece haber sufrido los mismos cataclismos. 3
' Vi tes des Cordil éres, tomo i, p. 19. Humboldt agrega: “A una altura que excede
las del Monte Blanco, se encuentran suspendidas sobre la cresta de los Andes
petrificaciones de conchillas pelágicas. Osamentas fósiles de elefantes están disemi-
nadas en las regiones equinocciales pero —lo cual es muy notable— no se encuentran
al pie de las palmeras en las ardientes llanuras del Orinoco, sino sobre las mesetas más
frías y elevadas de las Cordilleras. En el nuevo mundo al igual que en el viejo,
generaciones de especies desaparecidas han precedido a las que hoy pueblan la tierra,
el agua y los aires", ibid., p. 19.
3
Vidal de la Blache y Gallois, Géographie universel e, Amérique du Sud, tomo
xv, por Fierre Denis, capítulo primero, ‘‘La structure et le relief’, pp. 7-26. En su
capítulo i, Paul Rivet estudia la América desde el punto de vista geológico, señalando
que el origen de la tierra se remonta aproximadamente a los dos mil millones de años
mientras que la aparición del hombre —ocurrida en la era cuaternaria— se la puede
ubicar a partir de unos 500 000 años. En los orígenes, los geólogos suponen la
existencia de tres continentes: el Laurentia, que comprende la América del Norte,
Groenlandia y el extremo norte de las islas Británicas; el Angara, compuesto por
Escandinavia, Finlandia, Rusia, Siberia, Türkestán, Tibet, Mongolia y China; y el
Gondwana, que reúne al África, Arabia, la India, Madagascar, Australia occidental y
central, América del Sur y posiblemente la Antártida. Se observará pues que, desde el
punto de vista puramente geológico, entre las masas de tierra emergidas, los sectores
norte y sur de América están considerados como que tienen la misma edad que las
demás partes del globo.
252
Algunos autores, merecidamente célebres por lo demás, han repetido
con demasiada frecuencia que América es, en toda la acepción del tér-
mino, un nuevo continente. Esa riqueza de la vegetación, los inmensos
cursos de agua que la riegan, y la fuerza y la actividad continua de sus
volcanes, indican, según ellos, que la tierra —en agitación permanente
y anegada aún— está allí más próxima al estado primordial de caos que
el Viejo Mundo. Mucho tiempo antes del inicio de mi viaje, tales ideas
ya se me habían figurado tan poco filosóficas, como contrarias a las
leyes físicas generalmente aceptadas. Esas caprichosas imágenes de ju-
ventud y de agitación, opuestas al desecamiento y a la inercia de la
tiena que envejece, sólo pueden ser creadas por espíritus que juegan a
buscar contraste entre ambos hemisferios sin tomarse el trabajo de abar-
car dentro de una ojeada general la estructura del cuerpo terrestre.295
Un sabio no puede admitir que la Italia meridional sea más reciente que
la Italia del norte porque la primera está “perturbada casi sin cesar por tem-
blores de tierra y erupciones volcánicas”. En ningún caso los movimientos
telúricos y las erupciones de los volcanes americanos, “pobres fenómenos”
de hoy, podrían ser comparados “con las revoluciones de la naturaleza que
el geólogo debe suponer en el estado de caos a fin de explicar el levanta-
miento, la solidificación y la fractura de las masas de montañas”. 296
De estas líneas hay que destacar sobre todo el desacuerdo de Humboldt
con respecto de las ideas y métodos de Buffon. En la historia de la natura-
leza, este último busca las oposiciones y los contrastes, tal y como en el
campo de la botánica Linneo establecía una clasificación basada en las
diferencias sexuales de las plantas, en vez de investigar los caracteres idén-
ticos. Observamos también cómo enlaza Humboldt la actividad científica
(“las leyes físicas generalmente aceptadas”) con la filosofía general de la
armonía de la naturaleza y del mundo comprendido como un todo indivisi-
67
azar, a la violencia de una tempestad, haya podido ser un motivo de
comunicación entre ambos continentes.297
El obstáculo boreal
I Queda entonces la vía septentrional, la del estrecho de Bering. Humboldt
I percibe muy bien la dificultad capital, la misma con la que habrían de
I tropezar más tarde los americanistas. Si bien Humboldt pone “fuera de du-
I da que los monumentos, las divisiones de tiempo, las cosmogonías y los
I numerosos mitos [...] de los pueblos americanos presentan notables analo-
| gías con los del Asia oriental”, también reconoce que es imposible “en el
I estado actual de nuestros conocimientos, resolver de un modo satisfactorio
I el problema de saber por qué vías la comunicación entre los dos continen-
tes pudo hacerse, y por qué medios la cultura intelectual asiática pudo
I conservarse al atravesar las regiones boreales”.298
Humboldt plantea aquí el problema fundamental, que fue más tarde
tema a tratar en debates.299 Se refería al hecho de que “la gran proximidad de
Asia y América corresponde a una zona inhóspita y helada bajo la latitud
! del Labrador, del Mar de Hudson, del lago de los Esclavos y del río Añadir”.
Así pues, el obstáculo para una migración asiática, y sobre todo para la
transmisión de elementos culturales, religiosos y de civilización a los pue-
blos americanos, se percibe claramente; Humboldt se da cuenta de cuán
dificultosa pudo haber sido esta transmisión desde el Asia, a través de las
regiones más frías del globo. No es éste el lugar pertinente donde pasar
revista de los sistemas que han podido ser imaginados para explicar dicho
tránsito y sobre todo para demostrar cómo la cultura intelectual asiática
“pudo conservarse” al atravesar esos desiertos de hielo. Precisamente to-
mando en cuenta este hecho Paul Rivet demostró en forma convincente:
i por una parte, que los asentamientos humanos de procedencia asiática no
son el único origen de las sociedades americanas, y por la otra, que dichos
asentamientos sólo pueden haberse dado en forma muy tardía. Naturalmen-
te, Paul Rivet hace uso de los más recientes resultados de las ciencias
geográficas. No se trata ya de tener en cuenta el hecho de que las regiones
septentrionales de América —por el intenso frío que en ellas reina debido a
su elevada latitud— no ofrecen las condiciones ideales para la transmisión
de las culturas asiáticas. De lo que ahora se trata, en cambio, es de un
obstáculo mucho más considerable. Paul Rivet considera que todo tránsito
por el norte, de pueblos provenientes de Europa o de Asia, era totalmente
imposible en la era cuaternaria —periodo a partir del cual se admite la
aparición del hombre sobre la tierra— dado que el proceso de glaciación
que por entonces se manifestaba había cubierto todas las zonas septentrio-
nales con una enorme capa de hielo, cuyo espesor variaba entre los 1 200 y
3 000 metros. Los hielos recubrían la mitad norte del Nuevo Continente,
formando una barrera cuyos límites meridionales son indicados por Rivet.
25
6
# n°r entre Alaska y Siberia, no cabe duda de que la vía del estrecho de
gcring no fue accesible antes de que concluyera la época glaciar.300
300 Rivet, Origines, recalca que la óptica de Wegener —aun cuando fuese acerta-
da—no modificaría en absoluto sus propias conclusiones “por cuanto el tránsito era
entonces y siguió siendo por mucho tiempo impracticable, debido a los grandes
fenómenos de glaciación que se produjeron en esa época. En las comarcas de la
Europa septentrional, un inmenso casquete glaciar cubría Irlanda, una gran parte de
las islas Británicas, los países escandinavos, Dinamarca, Holanda, casi toda Alemania
y Rusia. En América [... ] el límite sur de esta capa partía del cabo Cod (Massachusetts)
desbordándose sobre el archipiélago de islotes rocosos que costea el litoral de
Massachusetts (Nantucket, Tuckermuck, Martha’s Vineyard); pasaba un poco al sur
de Cincinnati, y luego, a través de Indiana, Illinois y Missuri, llegaba al Missuri, cuyo
curso seguía desde San Luis a Kansas City; en seguida alcanzaba Topeka, viraba
hacia el norte, a una centena de millas al oeste del Missuri, atravesaba los ríos Platte
y Elkhom para reencontrar el Missuri en su punto de confluencia con el Niobrara,
costeaba otra vez el Missuri hasta su confluencia con el Big Cheyenne, se desviaba un
poco al oeste, cortabailo^j|JMoreau y Grand, a una cincuentena de millas de su
confluencia con el M>^W’ jffij P°co al oeste de la ciudad de Bismarck y luego
abarcaba la ColumhfoP' ■ jfaska”, cap. i, p. 27.
cho revoluciones, cada una de las cuales tiene varios padu, expresados por
números de sesenta y dos cifras”, el cuidadoso estudio que él hace de las R
cuatro edades —o épocas de la naturaleza— de la religión mexicana no le i
arroja sino un resultado de 18 028 años. 301 La exagerada diferencia entre las
evaluaciones de los pueblos asiáticos y las de los mexicanos no deja de
sorprenderlo, siendo incluso una prueba más en contra de las tesis del ori-
gen asiático.302 Pero con todo, se siente igualmente impresionado de la
antigüedad que esos 18 028 años representan. Si bien toma en cuenta el
grado de imaginación de los pueblos en esas “ficciones cosmogónicas”, no
por ello deja de concluir que los pueblos americanos son más antiguos y
más civilizados de lo que por entonces se suponía: 18 028 años. He aquí
una cifra mucho mayor que la alegada por Buffon, por ejemplo, cuando
dice que las más viejas tradiciones del Perú apenas si se remontan a 300
años. Robertson, que no da ningún dato preciso en cifras, se conforma con
301 Vues des Cordilléres, tomo II, p. 118, véase: “Époques de la Nature d'aprés la
mythologie aztéque”, pp. 118-140.
302 Fue Buffon el primero en suponer que la tierra era más vieja de lo que entonces
se creía, atribuyéndole 74 000 años de edad. En esa época, la Iglesia, conforme a las
indicaciones bíblicas, sostenía que la tierra tenía tan sólo 6 000 años. Después, los
sabios adoptaron la costumbre de contar la edad de la tierra por centenas de millo-
nes de años. Se observará que con respecto de la cifra admitida por entonces parala
edad de la tierra, los aproximadamente 20 000 años atribuidos por Humboldt a
la antigüedad del hombre mexicano se hallan en una relación de más o menos 3 a 1. Si
se toman en cuenta las últimas investigaciones sobre la antigüedad de la población
americana, que no sería de algo más de 20 000 años como lo supone Paul Rivet, sino
de 30 a 40 000 años (P. Chaunu, L'Amérique et les Amériques, p. 21), se observará
que la relación entre la antigüedad de población de los demás continentes y las del
Nuevo Mundo pasa de 1 a 10, ya que para los primeros se supone la existencia de
grupos humanos de 300 a 400 000 años de antigüedad y aún más. Naturalmente, hay
una relación entre la antigüedad de la población, el desarrollo cultural y el número de
habitantes. Remontando de 10 a 40 000 años la antigüedad de la población americana,
se puede comprender mejor que la experiencia humana en América haya alcanzado el
nivel relativamente elevado que conocemos. Sin embargo, no por ello es menos cierto
que la apreciación humboldtiana parece particularmente audaz, sobre todo en relación
con las cifras dadas en su época como estimación de la edad de la tierra. Según la
hipótesis de Humboldt, la diferencia es de tan sólo 50 a 70 000 años. En las hipótesis
modernas tal diferencia es de 360 000 años (si se toma 400 000 años como base del
cálculo). De este modo, aun acordándose generosamente al hombre americano una
antigüedad 4 veces mayor, la diferencia no es menos considerable. Esta diferencia
agregada a la ausencia en América de los animales domésticos europeos (caballos
bovinos etc.), podría explicar el desarrollo insuficiente o incompleto de las civiliza
ciones precolombinas frente a las civilizaciones del Viejo Continente.
SIGNIFICADO Y ALCANCE DEL ESTUDIO HUMBOLDTIANO
u poner el asentamiento en América de algunas tribus salvajes tártaras,
259
sobre la diversidad de origen de los pueblos americanos, no por ello dejó
de mantener también, como muy probable, la hipótesis de los asentamientos
humanos de origen asiático. Si criticó a Hrdlicka, paladín del origen asiáti-
co, fue porque este último no había matizado suficientemente sus conclu-
siones, y porque se había limitado, en cierta forma, al estudio superficial de
los caracteres morfológicos o culturales de los tipos o de las sociedades
americanas. Paul Rivet admite una lenta infiltración de elementos asiáticos
en América una vez que se hubo producido la retirada de la barrera glaciar
que la separaba del Asia. Escribe:
Esta antigüedad relativa de su arribo explica por qué resulta tan difícil
descubrir en los caracteres físicos, culturales y lingüísticos de las po-
blaciones actuales, elementos que testifiquen de un modo incuestiona-
ble su origen asiático, y que permitan vincular cada una de las corrientes
migratorias con una determinada población asiática. 305
Conclusión
De esta manera regresamos a la característica esencial de las descripciones
antropológicas dejadas por Humboldt sobre el indio americano: “un aire
de familia” asiático, pero al mismo tiempo un polimorfismo, así como dife-
rencias lingüísticas y culturales que lo sorprendieron; hechos que —no
obstante— no lo condujeron directamente a las conclusiones que los antro-
pólogos extraerían más tarde.
Humboldt fue detenido por el esquema de la “raza americana”, por el
prejuicio geológico y geográfico, por la falsa creencia en la blancura nati-
305 Ibid.
306I lbid., cap. III, “La población de América por el Asia”, p. 82.
vade los esquimales. Sin embargo, creemos haber demostrado que, a pesar
de sus errores, Humboldt pone en evidencia un gran número de valiosísi-
mos datos, extraídos tanto de la observación directa como de la consulta de
documentos. Logra abarcar, en su conjunto y en su complejidad, los pro-
blemas de los asentamientos humanos en América y de la antigüedad del
hombre americano, como para poder ofrecernos un cuadro muy matizado
de los mismos. No faltan las lagunas, es verdad, pero están de sobra com-
pensadas por los enfoques más sorprendentes, más intuitivos y más pro-
féticos de un pensamiento científico tan amplio como vigoroso.
(i I
[¿América precolombina, vista y juzgada por Humboldt
264
307 Relation hist., tomo m, libro ni, cap. ix, p. 286.
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
I g| gul'a ¡ndio —escribe— que se expresaba con bastante facilidad en
castellanc», no cesaba de hablarnos de culebras, de serpientes de agua y
de tigres, que podían atacamos. Se trata, por decirlo así, de pláticas
VÍ I obligadas cuando se viaja con indígenas. Intimidando al viajero euro-
i peo, los indios creen hacerse más necesarios y ganar la confianza del
' t extranjero. El habitante menos avisado de las misiones conoce los ardi-
j ! des que se generan por doquier en las relaciones entre individuos cuya
fortuna y grado de civilización son muy desiguales.
i principales
bes
ya sea
y piaroas).15
por
grupos
dispersión
En
lingüísticos
nuestros
a raíz
de
de
días
esta
guerras
algunas
parte
tribales
de
de
esas
o
América
por
tribus
(araguacos,
han
aniquilamiento
desaparecido,
causa-
cari-
269
nes, Roma, 1780-1784. Esta obra fue publicada en español en Bogotá, con una
introducción geográfica e histórica de Mario Germán Romero, en 1955.
Humboldt y el indio americano
“Este mapa puede encontrarse (Sector de las Guayanas) en el Handbook, tomo
nt,pp. 800-801, mapa núm. 7.
I Daniel A. Brinton, La raza americana. El autor retoma la clasificación del pa-
dreGilij, completándola. Desde el punto de vista lingüístico, distingue nueve géne-
ros: i) Caribes 2) Sálivas 3) Maipures 4) Otomaques 5) Guamas 6) Guaybas
7)Yaruros 8) Guaraunos 9) Araucas; ibid., cap. ¡p “El grupo del Atlántico sur, la
cuenca del Orinoco”, pp. 241-255.
270
está comprobada por los mapas actuales. 16 El recuento de estas tribus lleva-
do a cabo en 1800 permite a los etnólogos de hoy tanto reconstruir la
distribución y localización de las tribus del Orinoco, como evaluar los
y
estragos que en un periodo de aproximadamente ciento cincuenta años
fueron causados en aquellas regiones por el desarrollo de la “civilización”
europea. Asimismo, Humboldt señala la existencia de otros grupos huma-
nos que al presente se conservan en forma total o parcial; los más importan-
tes de los cuales son los maquiritares, los piaroas, los tamanaques, los caribes,
los otomaques y los macús. Dentro del grupo lingüístico caribe, Humboldt
tuvo oportunidad de conocer a los caribes propiamente dichos (curso me- AlS 1
dio del Orinoco), a los chaimas de la región de Nueva Barcelona y a los cu-
racicanas. Entre las tribus pertenecientes al grupo lingüístico araguaco,
conoció a los araguacos propiamente dichos, a los caberres (caverres
tP
o cabres), a los guainaves y a los maipures. Finalmente, pudo observar a los
(SU
piaroas, quienes con los sálivas o macuas, los atures y los macús, parecen
S*
pertenecer a una misma familia.
¿ti
Economía y organización social ®
¿tiS-j
En unas pocas líneas, Humboldt describe la vida económica de los indios
(¡Íl
del Orinoco. Sobre todo destaca que, contrariamente a lo que se creía en-
iís
tonces, no todos son nómadas, sino que muchos indios no reducidos viven «at
¡JO
dedicados a la agricultura Anteriormente hemos citado el pasaje donde o;
1
i
nuestro autor se niega a establecer una diferenciación entre el indio llama- ikt
17
oii
do salvaje y el de las misiones. Los indígenas libres e independientes son
en general agricultores; reunidos en aldeas y sometidos a la autoridad de He!
P¡f
sus jefes, cultivan la mandioca, el algodón, las bananas. Nuestro autor
parece no haber visto esas comunidades indias no reducidas. Tuvo oportu-
nidad de encontrarse con un grupo de indios bravos con los cuales le fue '«i
imposible establecer comunicación:
Nos encontramos con una cuadrilla de indios que se dirigían hacia las
montañas de Caripe. Iban totalmente desnudos, tal y como andan casi
siempre los indígenas de esta región. Las mujeres, cargadas con pesados
bultos, cerraban la marcha; los hombres estaban todos armados —incluso
16
Brinton, La raza atnericana, señala, por ejemplo, que ya en la época de Codazzi,
en 1841, los tamanaques habían casi desaparecido. “El proceso de disolución y de y
destrucción fue en aumento creciente, de modo que cuando en 1884 Chaffanjon visitó ||
el Orinoco y el Caura, se encontró con que esta inmensa y fértil región estaba casi
p. 244. . •:
17
Véase más arriba, p. 215.
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
los niños más pequeños— de arcos y flechas. Marchaban en silencio, la
vista fija en el suelo.
El estado de las mujeres —tanto entre los chaimas como en todos los
pueblos semibárbaros— es un estado de privaciones y de sufrimientos.
civilizaciones
1» aC“nas ie plantearon. Da la impresión de que no logró
comprenderlos
ndo, en la medida en que prácticas de este género, tales como
los sacri-
•os humanos y el canibalismo, le parecían completamente
contrarias a la
|l qUe él se forjaba de la civilización. Los hechos etnológicos
que se
arrollaban ante sus ojos le demostraban, sin embargo, que las
socieda-
É amerindias no eran todo lo “salvajes” o “primitivas” que se
había creí-
jo hasta entonces. Esta constante oscilación entre dos ópticas
distintas es
lo que confiere a la obra de Humboldt todo su valor. Dicha
oscilación
^presenta el momento singular en que el pensamiento
etnográfico se libe-
ra progresivamente de los barrotes donde una observación
empírica basada
en criterios subjetivos y a menudo morales lo había mantenido
encerrado,
para convertirse en una ciencia objetiva de la historia
humana.
imposible concebir a dos niños a la vez, y que viniera otro a continuación del primero
debía ser forzosamente consecuencia de contactos distintos”, p. 209.
Parece que Humboldt no llegó a ser testigo del asesinato de uno de dos gemelos.
Sin duda, halló referencias sobre este hecho en Gumilla,£/ Orinoco ilustrado, prime-
ra parte, capítulo xm, p. 162. Gumilla señala que la madre sáliva mata al niño nacido
primero y conserva al segundo. “Y no para aquí el daño: lo peor es que la sáliva gentil
que da uno a luz y siente que resta otro, al punto, si puede, entierra al primero, por no
¡ufrir luego la cantaleta y la zumba de sus vecinas ni ver el ceño que su marido le
jone”, p. 162.
I Easaipol. Nouv. Esp., tomo I libro n, cap. vu, p. 445JÍ.
Humboldt y el indio americano
274
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt
laque Gumilla 323 ya había hecho referencia con anterioridad. Por nuestra
^rte preferimos no insistir sobre este hábito, que al parecer tiene gran
^fusión en las regiones tropicales. Sólo haremos mención del asombro
¡xpenmentado por nuestro autor ante la increíble cantidad de tierra que un
cinaque es capaz de ingerir diariamente “durante varios meses, tres cuar-
toS de libra de arcilla ligeramente endurecida al fuego”.324
Manifestaciones artísticas
Los indios detestan las ropas, pero adoran las pinturas corporales. El color
tojo les atrae sobremanera. Humboldt intenta explicar este hecho en base a
la tendencia totalmente natural “que tienen los pueblos a considerar como
ideal de belleza a todo lo que es característico de su fisonomía nacional.
Los hombres, cuya piel es por naturaleza de un rojo tirando al ocre, prefie-
ren el color rojo”. De igual modo, si carecen de barba, “procuran arrancarse
descaso vello que la naturaleza les ha dado”. Y concluye diciendo: “Ellos
se sienten tanto más embellecidos cuanto más resaltan los rasgos caracte-
rísticos de su raza o de su conformación nacional”.325
Describe el modo de preparar la pintura roja utilizada por la mayor parte
de los indios sudamericanos: se trata del onoto o “bija” (achiote), sustancia
extraída de un árb’ol (Bixus orel ana o Bixus purpurea'). Una vez fabricada,
a la pintura se le da una forma de “pasteles redondos, de tres a cuatro onzas
275
HUMBOLDT Y EL 1NL)IU MIVIJCIU^AINU
de peso”.33 Esta tintura roja se obtiene también de una planta que Bonpland
identificó con el nombre de Bignonia chica. El hábito de pintarse el cuerpo
es atribuido por Humboldt a la influencia de los caribes, quienes al someter
a las demás tribus lo impusieron entre ellas. Contrariamente a lo que se ha
supuesto, el autor alemán nunca creyó que la costumbre de embadurnarse
el cuerpo con una especie de barniz se haya debido al deseo por parte de los
indios de protegerse contra las picaduras de mosquitos, ya que tanto los ca-
ribes como los sálivas “teñidos de rojo, son cruelmente atormentados por
mosquitos y zancudos, exactamente igual que los indios cuyo cuerpo no
está untado de color”.326 327
Hombres y mujeres se entregan a las delicias de la
pintura del cuerpo. Humboldt observó a una india otomaque que se hacia
teñir la espalda por dos de sus hijas: “El ornamento consistía en una espe-
cie de enrejado de líneas negras sobre fondo rojo. Cada cuadradito recibía
un punto negro en el centro. Era una labor de increíble paciencia”. ;
La pasión por dichos afeites es tan grande, que los indios prefieren
andar sin guayuco “antes que desprovistos de pintura”.328
Finalmente, Humboldt señala que a los indios les encanta hacerse pin-
tar sobre el cuerpo “la forma de vestimentas europeas. En Pararuma hemos
visto indios haciéndose pintar una casaca azul con botones negros”. 329 I
Algunos misioneros han visto incluso a indios guaynaves del río Caura
hacerse cubrir el cuerpo, previamente embadurnado con onoto, de estrías
transversales ¡“sobre las que aplicaban lentejuelas de mica plateada”! Al
igual que entre los hombres vestidos —reflexiona Humboldt— la moda,
entre los hombres pintados, obedece a los mismos caprichos de la fantasía
I y de la imaginación.330
Las observaciones humboldtianas sobre las pinturas corporales han sido I
extensamente reproducidas, por cuanto resultan de enorme interés para los
etnólogos de la actualidad. En su estudio sobre las sociedades indígenas!
del Paraguay y de Brasil, y en particular sobre los caduveos, Lévi-Strauss
326 ¡bul., tomo vi, libro vn, cap. xix, pp. 318-319. El padre Gumilla dedica un
párrafo a estas pinturas corporales, El Orinoco ilustrado, primera parte, cap. vn, pp.
117-118. “Todas las naciones de aquellos países, a excepción de muy pocas, se untan
desde la coronilla de la cabeza hasta las puntas de los pies con aceite y achote”, p. 117.
327Ibid., p. 323, Pérez de Barradas, Les indiens, indica que los pueblos sudameri-
canos de la zona tropical emplean la pintura para protegerse contra los insectos
(urucurización), p. 94.
328 Ibid., tomo vi, libro vn, cap. xix, p. 327.
329 Ibid., pp. 329-330. El padre Gumilla se expresa así: “No les causa rubor su des-
nudez total, porque o no ha llegado a su noticia que están desnudos o porque están
desnudos de todo rubor o empacho”. ¡Los indios se avergüenzan de andgy
El Orinoco ilustrado, primera parte, cap. vn, pp. 116-117.
330 Ibid., p. 330.
r K
taca
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt
Religión y creencias
Basándose tanto en las observaciones de los tres misioneros citados más
arriba, como en la H i s t o r i a de Oviedo y Baños, Humboldt proporciona
algunos detalles de lo que él da en llamar la mitología de esos pueblos. En
Maipures, los indios veneran un par de peñascos, uno de los cuales simbo-
liza a Keri, la luna, y el otro a Camosi, el sol. 338 En la misión de la Encarama-
da “en el medio de la sabana se eleva un peñasco llamado Tepumereme, la
roca pintada. Presenta figuras de animales y trazos simbólicos parecidos a
los que vimos al descender el Orinoco, a poca distancia más abajo de la
Encaramada, cerca de la ciudad de Caycara”.339
I
tituye el Gran Dios de los tamanaques, y que esta divinidad tiene su equi-
valente entre los arikenas (Para), entre los maquiritares (Guanari) etcétera.
Humboldt no cree que Amalivaca sea originariamente “el Gran Espíritu,
dViejo del Cielo, ese ser invisible cuyo culto nace del culto de las fuerzas
de la naturaleza, cuando los pueblos se elevan imperceptiblemente al sen-
timiento de la unidad de esas fuerzas”. Según él, Amalivaca es “un persona-
je de los tiempos heroicos; un hombre venido de muy lejos que vivió en
úna de tamanaques y de caribes, que grabó los trazos simbólicos en lo alto
342 Relation hist., tomo vm, libro VIII, cap. xxiv, p. 243.
343 Ibid., tomo vm, libro vm, cap. xxiv, p. 242 para Gilii y p. 245 PARA SAHAGÚN.
28
0
H la mirada hacia el Asia Oriental, hacia pueblos que han estado en con-
ijcto con los tibetanos, con los tártaros chamanistas y con los ainos barba-
|()0s de las islas de Jesso y de Sakalin”.344 345 346 347
Bl error de Humboldt es bastante comprensible: habiéndose basado en
Clavijero 348 para México, en el padre Simón349 para los muiscas y en Garcilaso
| pjra,los incas, al igual que ellos nuestro autor se figura que Quetzalcóatl,
I pachica y Manco Capac son personajes históricos, en tomo de los cuales
los indios fueron tejiendo luego leyendas y fábulas. Injusto sería repro-
charle a Humboldt esta opinión, siendo que por otra parte los historiadores
I y etnólogos actuales se ven en figurillas para definir el papel y la significa-
ción de estos personajes míticos. Alfred Métraux, por ejemplo, incluye a
Manco Capac entre los héroes semilegendarios de los peruanos.350 Pérez de
| BaiTadas —quien reprocha a Humboldt haber llamado a Bochica el “Buda
de los muiscas”— no define claramente, a juicio nuestro, qué es lo que di-
I cho personaje pudo haber representado para los muiscas.351 Los analiza
dentro del capítulo dedicado a los mitos de los dioses-civilizadores, recono-
ciendo la asombrosa semejanza que se da entre Bochica, Quetzalcóatl y
| Manco Capac. En esto comparte la opinión de Humboldt, la de W. Krickeberg
y la de los principales especialistas en religiones americanas.
Entre las creencias de los indios del Orinoco, Humboldt observó
¡ —tanto en las cercanías del río Pimichín como entre los sálivas de la mi-
: sión de Carichana sobre el Orinoco— el empleo que le dan los nativos a la
353 Relation hist., tomo vn, libro vil, cap. XXII, pp. 337-339.
354 Acerca del botuto, véase Krickeberg, Les religions amérindiennes, p. 405.
355 Relation hist., tomo VIII, libro VIII, cap. xxiv, p. 264. El Handbook of South
American Indians menciona esta observación de Humboldt en el tomo in, p. 820.
Humboldt sacó algunas muestras: cráneos, el esqueleto de un niño y de dos hombres.
Estos esqueletos se perdieron —junto con una parte de las colecciones botánicas y
zoológicas— en el naufragio donde pereciera el joven franciscano fray Juan González,
a quien Humboldt se los había confiado. El traslado de las osamentas de Ataruipe
provocó algunos incidentes, pues los indios de las misiones difícilmente aceptaron
que los huesos de sus antepasados fuesen removidos de su lugar. Humboldt señala:
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt
Esta observación —que ya había sido hecha por el padre Gumilla —357
pone claramente de relieve las dificultades con que tropezaban los misio-
neros en la difícil tarea de gobernar indios. Confirma por otra parte la fuerza
que tienen las tradiciones y las estructuras mentales de los pueblos someti-
dos por los europeos, y además de todo esto, permite descubrir una de las
causas por las cuales algunas sociedades amerindias no pudieron alcanzar
un nivel avanzado de civilización. Es evidente que la destrucción sistemá-
tica de los bienes del difunto no favorece en absoluto la acumulación pri-
mitiva del capital, pero Humboldt no parece haber captado la trascendencia
de tal costumbre en toda su extensión. Si incluye este ejemplo, no es sino a
efectos de denunciar una “superstición” que perjudica a la agricultura,
mientras que es también y sobre todo cuando al mismo tiempo constituye
la ilustración más elocuente del efecto negativo que pueden producir las
estructuras mentales sobre la economía y el progreso de una sociedad.
Los monumentos precolombinos
Humboldt ha hecho referencia a una apreciable cantidad de datos sobre los
monumentos precolombinos. Si bien no visitó más que una ínfima porción
los trabajos realizados por Antonio del Río en Palenque. Como lo cierto es BH
que tanto las antigüedades peruanas como las mexicanas fueron observa- (J, |¡j
Monumentos mexicanos
Ignacio Bemal,358 359
quien ha analizado la obra arqueológica de Humboldt en
México, señala que de las sesenta y nueve láminas comentadas —a veces '
muy extensamente— que forman el substrato de los Sitios de las cordil e- ¡
ras y monumentos de los pueblos antiguos de América, Humboldt consagró \
tan sólo doce láminas y media a los monumentos y objetos de arte mexica- 8
nos: tres que reproducen edificios, seis referidas a esculturas y tres a objetos
diversos.
Los tres edificios de marras son las pirámides de Xochicalco, Mitla y
Cholula, de las que Humboldt no conoció más que la citada en último
término, a la cual describió —según dice Ignacio Bemal— no como una pi-
rámide sino como si se tratara de una montaña .360 Esta aseveración resulta
bastante sorprendente, ya que en el texto de Humboldt no se hallan indi-
cios de confusión alguna hecha por el autor entre montaña y pirámide. Por
el contrario, en él se lee:
i [ | teocalli tiene cuatro hiladas, todas de igual altura. Parece haber sido
I orientado exactamente hacia los cuatro puntos cardinales, pero como
las aristas de las hiladas no están demasiado diferenciadas, resulta difí-
, cil reconocer su primitiva orientación. Este monumento piramidal po-
see una base que es mucho más extensa que las de todos los demás
I edificios del mismo género hallados en el viejo continente. He tomado
V I cuidadosamente sus medidas y me he asegurado de que si bien su altura
| perpendicular es de sólo cincuenta metros, cada lado de su base tiene
| cuatrocientos treinta y nueve metros de longitud .69
I
La descripción que hace Humboldt de la estatua de Coatlicue es muy
completa, y aun cuando lo que él interpreta acerca de ella no sea demasiado
exacto, su contribución al conocimiento de esta notable antigüedad mexi-
cana sigue siendo apreciable en alto grado.
Nuestro autor describe otra estatua, también descubierta en México, a
I la que identifica como el “busto de una sacerdotisa mexicana”. Se trata
de la imagen de Chalchiuhtlicue, diosa del agua, a la cual —en el estudio
ya mencionado— Ignacio Bernal da en llamar diosa del maíz. Humboldt
incurre en algunos errores de interpretación, especialmente cuando se aboca a
I establecer un paralelo entre ciertos detalles de dicha estatua y otros de Osiris.376
(
acuerdo con los planos que le fueron facilitados por don Luis Martín, a quien cono-
289
382 Ibid., tomo n, “Relief en basalte représentant le calendrier mexicain”, pp. 384-
385.
383 Ibid., tomo ii, pp. lis.
38495 Ibid., tomo íi, p. 18.
3851A propósito de la relación que tanto los mexicanos como los asiáticos estable-
cen entre la luna y la liebre-conejo, Humboldt no parece haber detectado esta impre-
sionante semejanza. Jacques Soustelle señala que los indios mexicanos vieron en la
luna la figura de un conejo. “Aún hoy —recalca— los indios en México creen distin-
guir un conejo sobre la cara del astro”, La pensée cosmologique des anciens Mexicains,
pp. 26-27. La misma creencia reaparece en la India, donde se trata de una liebre, y en
la China, donde se habla de una liebre de jade o liebre blanca. Véase al respecto,
Sources orientales: la lune, mythes et rites, pp. 254-256 y 302-303.
386 Vues des Cordilléres, tomo n, p. 21.
Zodiaco de los tártaros-manchúes Zodiaco de los mexicanos
387 Ibid.
388 Ibid., pp. 37-38.
389 Kirchhoff, “La aportación de Humboldt al estudio de las antiguas civilizaciones
americanas”, pp. 98-99. Se trata del estudio de Fritz Graebner, “Alt und neuweltliche
Kalender”, Kirchhoff lamenta que F. Graebner —cuyos trabajos “confirman amplia-
mente los resultados de las investigaciones de Humboldt”— no haga mención alguna
de este último, como si ignorara la labor de su predecesor. También es verdad
—agrega— que el concepto de Graebner es diferente del de Humboldt, que veía a sus
trabajos como un aporte al estudio comparado de las grandes culturas, p. 99.
también ocupando el mismo lugar”: serpiente, corzo-ciervo-
H¡BB tigre-jaguar y lagarto-dragón.
I ‘Finalmente, las correspondencias de posición entre “Muerte” y “Caba-
I >' y entre “Caña” y “Buey” —dice Graebner— “son de una gran impor-
|l0
I ’ja
c debido precisamente a que no presentan analogías, por cuanto (los
I s ign°s “Muerte” y “Caña”) sustituyen a dos animales que los mexicanos
I a.más habían conocido: el caballo y el buey”.99
I A través de las investigaciones realizadas en nuestros días, quedan ple-
I jámente confirmados los trabajos fundamentales de Humboldt acerca de la
I cosmología comparada, como también lo quedan sus intuiciones que, con el
I paso del tiempo, alcanzan la estatura de geniales.100
392 Humboldt destaca la semejanza que existe entre los cinco soles mexicanos y
las cuatro edades de Hesiodo (ibid., pp. 119 y 138). Visconti —cuya carta a Humboldt
está reproducida en Vues des Cordilléres— reprocha al sabio alemán el no haber en-
tendido bien la descripción de las edades de la humanidad hecha por Hesiodo. Éste no
contaba cinco generaciones en cuatro edades, tal como lo interpretó Humboldt, sino
cinco edades, ya que —al igual que los aztecas— no olvidaba tomar también en cuenta
“la edad que no se había consumido aún y en la cual él vivía”, tomo II, pp. 348-349.
393 Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 118-119.
394 Soustelle, La pensée cosmologique des anciens mexicains, pp. 14-15.
395 Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 130-131 reaparece, en las cuatro destruc-
ciones, el emblema de cuatro elementos: la tierra, el fuego, el aire y el agua".
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
I i ta,
nqu s en los cuales estos últimos habían dejado la transcripción del
*■ umento en lengua indígena con caracteres latinos. Nuestro autor la-
MENTA profundamente su ignorancia en este aspecto, pero aún así, sus co-
MENTARIOS son muy atinados y prueban con holgura que fue capaz de
DESCIFRAR con facilidad los manuscritos mexicanos, lo cual de por sí consti-
tuye una hazaña nada común. Humboldt se sintió indignado ante el estado
de abandono en que encontró algunos documentos. Relata la triste y la-
mentable aventura del caballero Lorenzo Boturini, quien después de haber
reunido —entre 1730 y 1735, y a un alto costo de dinero y esfuerzo— una
gran cantidad de valiosísimos documentos mexicanos, fue arrestado y de-
vuelto a España, donde se le condenó a prisión. Más tarde fue indultado
por el rey, advirtiendo entonces que había sido despojado de todos sus
manuscritos. Estos, que quedaron “arrumbados en los archivos del virreinato
de México, en su mayoría desaparecieron. Si de ellos se conserva el recuer-
do, es tan sólo gracias al catálogo que el infortunado Boturini publicó en
su libro”.
Después de presentar una información muy precisa sobre el material de
que están hechos estos manuscritos: cueros de ciervo, telas de algodón o
papel de maguey, Humboldt proporciona datos acerca de sus dimensiones,
de su estado de conservación y de sus colores, e indica la manera como
habían sido plegados: “Casi siempre en zigzag [...] poco más o menos
como el papel o la tela de nuestros abanicos”.104
Define también las características de la escritura mexicana. Aunque al
mencionar un manuscrito mexicano utiliza la expresión de “escritura
jeroglifica , no deja de especificar que se trata más bien de “pintura indíge-
na de un género mixto”, en virtud de la combinación de representaciones
en parte pictográficas e ideográficas, y en parte fonéticas”. Humboldt co-
noció y manejó los manuscritos más interesantes, aquellos que aún en la
actualidad prestan servicio a los estudios americanistas. Menciona en for-
ma especial al Codex Borbonicus, de París, y al Codex Mexicanus, del
Museo Borgia, en Veletri, conocido hoy en día como Códice Borgia. Tam-
bién señala la existencia de los dos Códices (A y B) del Vaticano (3738 y
3776), los cuales —afirma— fueron ignorados por Robertson.
Por último menciona el manuscrito de Dresde, al que en el título del
párrafo que dedica a su estudio lo llama simplemente manuscrito jeroglífi-
co a secas, sin agregar “azteca” o “mexicano”, lo cual no deja de hacer en
la mayoría de los otros casos. Esta falta de precisión no se debe a un mero
olvido, sino a que el manuscrito de Dresde en verdad le pareció muy distin-
to de los demás documentos puramente aztecas que había tenido ocasión
de consultar:
Lo que ante todo lo hace por demás notable —observa nuestro autor—
es la disposición de los jeroglíficos simples, muchos de los cuales están
ordenados por líneas, como una auténtica escritura simbólica [...] es
evidente que el Codex mex. de Dresde no se parece a ninguno de esos
libros rituales.396 397
Es posible percibir aquí la asombrosa perspicacia de Humboldt. Desco-
noce casi totalmente la civilización maya, a la que alude al referirse a los
primeros hallazgos logrados en Palenque, pero aún así se da cuenta de que
el manuscrito de Dresde —del cual reproduce una lámina (xvi de la edición
en octavo)— es totalmente diferente de los documentos aztecas propia-
mente dichos.10* Asimismo, comprende perfectamente bien que lo que tie-
ne ante sus ojos no es una escritura indígena de género mixto, sino una
verdadera escritura jeroglífica, que por largo tiempo permaneció indes-
ciffada.
Los monumentos del Perú
La estadía de Humboldt en el Perú fue breve. Habiendo entrado al país por
Ayabaca, el 2 de agosto de 1802, lo abandonaría el 24 de diciembre de
1802, partiendo de Lima.
A pesar del poco tiempo que permaneció en el Perú, el autor nos ha
dejado en sus libros una buena cantidad de información acerca de este país:
datos de mucho interés pero que se hallan totalmente desperdigados. Nos
encontramos con ellos, aquí y allá, en casi todas sus obras, incluso en
aquellas cuyo título hace suponer que nada tienen que ver con el Perú: tal
396 Ibid., tomo ii, p. 270. Humboldt cita aquí, pues, uno de los tres
manuscritos
mayas que sobrevivieron al auto de fe que realizó Diego de Landa entre 1549
y 1550.
Los dos restantes son: el de Madrid, y el que fuera descubierto por pura
casualidad en
1860, en la Biblioteca Nacional de París. Se sabe que estos manuscritos fueron
des-
cifrados con todo esmero y seriedad por E. Efreinov, I. Kossarev y Y.
Oustinov, bajo
la dirección del profesor Sobolev. Véase al respecto: Henri Stierlin, Maya,
Guatemala
Honduras el Yucatán, pp. 51-52.
397 En la última edición de los Tableaux de la Nature (1866), ya
citada, menciona
los hallazgos realizados en Yucatán, y cita los trabajos de Antonio del Río
(1822), de
Stephens (1843), de Catherwood (1844) y de Prescott, Tableaux de la Nalure,
pp.
223-227.
29
8
Humboldt y el indio americano
es el caso del E n s a y o p o l í t i c o s o b r e l a N u e v a E s p a ñ a.
De todos modos, lo esencial de su información acerca de dicho país
puede ser extraído de tres fuentes principales: los C u a d r o s d e l a
Naturale-
z a, los S i t i o s d e l a s c o r d i l l e r a s y el C o s m o s.
Humboldt no visitó todos los sitios arqueológicos del antiguo imperio
peruano. Cruzó la provincia septentrional de dicho imperio, o sea el
29
9
LA AMÉRICA PRECOLOMBINA, VISTA Y JUZGADA POR HUMBOLDT
0
L M .é üyo —que abarcaba el Ecuador actual (la antigua Audiencia de
i] ■i||g y ja mitad norte del Perú de hoy. Es decir que el viajero alemán
| solamente una porción bastante reducida del área total ocupada
s ■Zgi inca.109 A partir de Quito comenzó a ver restos de arquitectura incaica.
■Mitomentalmente se trataba de los “admirables restos de la larga ruta
Instruida por los incas, esa obra gigantesca que establecía una comunica-
I Jo entre todas las provincias del imperio sobre una extensión de más de
■^trocientas leguas”.110
I Más adelante recuerda haber hallado “ruinas más magníficas aún de las
leguas rutas peruanas sobre el camino que conduce de Loxa al río Ama-
lomas, cerca de los Baños de los Incas, sobre el Páramo de Chulucanas, no
I jejos de Guancabamba, y alrededor de Ingatambo, junto a Pomahuaca ”.111
I Hace una detallada descripción de las calzadas {remanas de más o me-
I jos siete metros de ancho, pavimentadas de pórfido, de piedra laja o de gra-
I yo consolidada, sus cimientos “penetran en el suelo a gran profundidad”.
I Estos caminos nada tienen que envidiar a las rutas romanas que Humboldt
I neta en Italia, en el mediodía de Francia y en España .112 A lo largo de estas
I iotas, “y casi siempre a intervalos iguales, uno se encuentra con habitacio-
I jes construidas con piedras talladas en forma regular. Son especies de ca-
I ravanserrallos denominadas tambos o inca-pilca, palabra derivada de Pircca,
I que posiblemente quiere decir muralla”.
A estos tambos, el viajero también suele llamarlos hostales, o fortalezas .113
Con la ayuda de planos que él mismo levantaba sobre el terreno, I
I Humboldt describe con gran precisión algunos edificios peruanos. Prime-
I ramente se refiere al Palacio del Callo, llamado Casa o Palacio del Inca,
I ubicado en el Ecuador actual, a tres leguas del Cotopaxi y al norte DE
I Mulahaló;114 señalando que esta casa del Inca ya había sido descrita por LA
'“Véase en particular: Roberto Levillier, Los Incas, cap. l,pp. 3-32, así como
el
I mapa fuera de texto al principio del volumen. Según el autor, el imperio incaico se
I extendía sobre un área de 1 738 710 km2 (p. 28). 398
royaume de Quito”.
399 La Condamine, Journal du Voyage.
400 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Viaje a la América Meridional.
401 Vues des Cordilléres, tomo n, lám. íx.
402Ibid., tomo i, pp. 302-306, “Monument péruvien du Cañar”, pp. 289-297 y
“Inga-Chungana, prés du Cañar”, pp. 302-306, y por fin, “Intérieur de la maison de
Tinca, au Cañar”, pp. 307-314.
403 Ibid., tomo i, pp. 302-366.
30
0
La América precolombina, vista y juzgada por Humboldt
407 Vuesdes Cordilléres, tomo n, “Plan d’une maison fortifiée de 1’Inca, située sur
le dos de la Cordillére de l’Assuay. Ruines de Tancienne ville péruvienne de
Chulucanas”, pp. 326-333.
408 Ib id., tomo ii, pp. 331-333.
409123 Tableaux de la Nature, pp. 685-687. Los Baños del Inca en Pultamarca eran
alimentados por una fuente termal (aguas sulfurosas), cuya temperatura fue tomada
por Humboldt.
410 Ibid., p. 686.
Fue en la capilla de esta prisión donde Humboldt pudo ver la célebre
¿mara donde fuera encerrado Atahualpa en 1532. En ella puede verse la
marca que —según se dice— fue hecha por los españoles para indicar hasta
qué altura “él se comprometía a llenar de oro dicho recinto”.127
Humboldt captó admirablemente bien en qué consiste la originalidad
de la arquitectura peruana. No radica en la concepción arquitectónica, bas-
tante primitiva, ni en la ornamentación, muy escueta y a veces hasta inexis-
tente, sino en la perfección del labrado y disposición de las piedras. Es por
esta razón que él insiste tanto sobre la técnica del corte de las piedras y de
su trabazón. Desafortunadamente, sólo tuvo oportunidad de observar mues-
tras de manipostería hecha de bloques de piedra cortados regularmente y de
forma rectangular. “Las piedras del Callo —afirma— están cortadas en
paralelepípedos; no son todos del mismo tamaño, pero forman hiladas tan
regulares como las de las fábricas romanas”.
Contradice formalmente las aseveraciones de W. Robertson, a quien se
refiere diciendo: “Si él hubiera podido ver tan sólo un edificio peruano [...]
sm duda se habría abstenido de decir que los indígenas aceptan las piedras
tal y como vienen de las canteras: triangulares las unas, cuadradas las otras,
unas convexas, otras cóncavas; y que el exageradamente ponderado arte de
este pueblo no consistía más que en la disposición de estos elementos
informes”.128
Por el contrario “en todos los edificios que datan de la época de los
incas, las piedras están cortadas con admirable esmero en la cara externa,
mientras que la cara posterior se muestra irregular y a menudo angulosa”.
En el mismo párrafo, Humboldt especifica que la cara exterior de las pie-
dtus “es convexa y cortada en bisel”.
Si bien le asiste razón al atacar tan violentamente a Robertson en este
aspecto, recalcando que los antiguos peruanos eran verdaderos maestros en
materia de albañilería, Humboldt comete un error al negar la existencia de
lo que se ha dado en llamar “el estilo ciclópeo”, al cual W. Robertson se
refiere en forma manifiesta. “Durante nuestra prolongada estadía en la cor-
dillera de los Andes, no nos hemos encontrado jamás con alguna edifica-
ción que se asemejara a aquéllas que se les da el nombre de ciclópeas”.129
Lo que sucedió fue simplemente que no tuvo ocasión de ver ninguna.
Por otra parte, se sabe que la construcción poligonal o ciclópea exigía, al
igual que la disposición rectangular, un conocimiento perfecto de la técni-
ca de corte y ensamble. Robertson —que oyó hablar de este estilo— se
figuró que las formas irregulares de las piedras utilizadas en este tipo de
411 Métraux, Les Incas, p. 140. El autor distingue dos estilos: el labrado y traba-
zón ciclópeos y el sistema de hilados rectangulares. “Estos dos estilos empleados en
forma simultánea, derivan posiblemente de dos tradiciones distintas”. Existe un “ter-
cer tipo de labrado y disposición de las piedras” que parece ser el modelo perfeccio-
nado del sistema de hilados rectangulares. “La diversidad de cada sistema corresponde
simplemente al uso destinado a los muros”; véase el apartado titulado: “La Cité Inca”,
pp. 137-143.
412 Ibid., p. 142.
413 Vues des Cordilléres, tomo i, p. 312.
414 Ibid., tomo n, pp. 100-101. Métraux supone que las salientes o espigas exter-
nas de las fachadas pudieron servir como clavijas para el amarre de las cuerdas que
sujetaban el bálago del tejado, o bien tan sólo como adomo, Les Incas, p. 142.
||| Templo del Sol en el Cuzco .415 Es decir que, a pesar de todo, logró una
[ visión de conjunto bastante precisa de la arquitectura incaica, a la cual dio
i nombre de arquitectura peruana, hablando también de “estilo peruano”.
Asimismo, Humboldt identifica el carácter del arte arquitectónico de los
jidguos peruanos, por cuanto observó la extraordinaria semejanza de los mo-
numentos visitadps:
[Esta arquitectura]
El nivel técnico
Los hechos de civilización que Humboldt acaba de tratar constituyen para
él la prueba evidente de que los pueblos precolombinos no pueden ser
considerados como bárbaros. Sus monumentos, su sistema cosmogónico y
sus manuscritos atestiguan que habían alcanzado un nivel relativamente
avanzado de civilización. Ahora nuestro autor vuelve su vista hacia los
logros obtenidos en el campo de la técnica. En algunos dominios, tales
como la agricultura y la metalurgia, estos pueblos habían realizado asom-
brosos descubrimientos, pero el desarrollo de los mismos fue frenado por
carencias y por lagunas igualmente sorprendentes. Por ejemplo, estos pue-
blos desconocían la ganadería, es decir que pasaron directamente del
nomadismo a la agricultura: grave anomalía que contradice el esquema
según el cual las civilizaciones habrían debido pasar necesariamente del
nomadismo al pastoreo y de éste a la agricultura .419 Finalmente, la persisten-
cia del canibalismo y de los sacrificios humanos planteaba dilemas poco
menos que insolubles.
Así pues, Humboldt puso de manifiesto los tres problemas a que ha de
hacer frente todo observador al comenzar el estudio de las civilizaciones
amerindias. Al hilo de sus descripciones, es posible observar que las curio-
sas discordancias entre los aspectos llamados “civilizados” y los aspectos
considerados como “bárbaros” lo conducen a sugerir nuevas definiciones
de lo que es civilización. Si bien por un lado, en términos generales, nues-
tro autor se mantiene fiel al concepto de civilización que el siglo xvm se
Ausencia de la ganadería
En todos sus escritos, Humboldt pone de relieve el carácter particular de las
sociedades precolombinas, que se distinguen netamente de todas las demás
sociedades humanas. Dentro de niveles que difieren enormemente según
las regiones, aquéllas no conocieron más que dos modalidades de vida
económica: o bien la recolección de frutos silvestres, la pesca y la caza, en
el seno de grupos nómadas o seminómadas, o bien una agricultura bastante
diversificada, entre los pueblos que no tenían mucho de haberse
sedentarizado.
“La raza americana que —si se exceptúa a los esquimales— es en todas
partes la misma, desde el grado 15° de latitud norte hasta el grado 55° de
latitud sur, pasó de la caza a la agricultura saltándose la etapa pastoril ”.420
En la historia económica amerindia falta pues un eslabón sumamente
valioso: ¿acaso no existían en América especies animales que pudieran
haber sido domesticadas? Por supuesto que sí. Estaban el Bos americanus
(bisonte) y el Bos moschatus (buey almizclero) de América del Norte; las
llamas, pacos o alpacas, guanacos y vicuñas de la región andina, mientras
que en las Montañas Rocosas existía una variedad de borrego salvaje (el
tayé de California), semejante al camero del viejo continente (Ovis musimon).
420 Tableaux de la Nature, pp. 33-34. En el mismo pasaje escribe: “La vida pastoril
—ese benéfico intermedio que a las hordas de cazadores nómadas las sujeta al suelo
cubierto de hierbas, y de alguna manera las prepara para la agricultura— fue descono-
cida, pues, por los aborígenes de América”, ibid., p. 29.
30
8
Pero los indios no se mostraron interesados en domesticar a estos ani-
MALES, ni los emplearon en las labores agrícolas. Cuando más, podría hacer-
SE mención de un pueblo del noroeste de México, el cual, según el
testimonio de Gómara, habría extraído de los bisontes “de qué vestirse,
comer y beber”.421
La ausencia de bovinos, de equinos y de ovinos no es hecho suñciente
para explicar las razones que hayan tenido los indios para abstenerse de
practicar la cría de ganado.
¿De qué manera justifica Humboldt esta falta?
421 Ibid., cap. xviii, Rebaños de América. Humboldt cita la Historia general de las
Indias, de Gómara, pero parece no haber leído correctamente el pasaje en el que su
autor habla de estos bisontes domésticos, pues deja suponer que cuando Gómara dice
que tales pueblos extraían de dichos animales “de qué beber” se estaba refiriendo a la
leche producida por los mismos. Se trata del párrafo intitulado: “De las vacas corco-
vadas que hay en Quivira”, pero en ningún momento Gómara dice que los indios
bebían la leche de esas vacas corcovadas. Por el contrario, dice: de estos animales
sacan de qué comer, beber, vestirse, calzarse etc. y beben su sangre. Ahora bien, al
comentar el pasaje, Humboldt considera útil basarse en Prescott para suponer que la
bebida extraída de estos bisontes “bien podía ser la sangre”. Pero en realidad, Gómara
no dice otra cosa. Véase Gómara, Historia general de las Indias, p. 288, col. B. y p.
289, col. A.
422 Relation hist., tomo vil, libro vn, cap. xxii, pp. 333-334.
De estas lineas hemos de recoger dos hechos fundamentales. En primer
lugar el de que la civilización amerindia se desarrolló en un medio natural
en el cual el hombre hallaba mayores dificultades que en Europa: los espa-
cios eran inmensos y no se contaba con la presencia de los rumiantes más
útiles. En segundo término que, cuando el indígena se dedicaba a la agri-
cultura, una fertilidad excesiva limitaba exageradamente sus necesidades .423
En otro pasaje, Humboldt liga esta idea a una observación realizada
sobre el terreno.
El habitante de los trópicos —escribe— siente menos la necesidad de
los animales domésticos que el habitante de la zona templada, pues la
fertilidad del suelo lo dispensa de tener que cultivar una gran extensión de
terreno y porque los lagos y los ríos están colmados de gran cantidad de pá-
jaros fáciles de coger y que proporcionan un abundante sustento. El viajero
europeo se asombra al ver que los salvajes de la América meridional reali-
zan los más penosos esfuerzos para amansar monos, manaviris (Ursus
caudivolvulá), o ardillas, en tanto que no procuran reducir el estado de
domesticidad los numerosos animales útiles que se ocultan en las selvas
circundantes.424
Aparece aquí un nuevo elemento. Si el medio determina en primer lugar
las costumbres sociales, es por cierto al hombre a quien le corresponde
sacar provecho de ese medio; en este caso, utilizar los animales que en él
habitan.
El maíz, cereal americano por excelencia, es sumamente fecundo. En su
estudio acerca de los vegetales americanos, Humboldt calculó que una
fanega de maíz puede llegar a producir hasta ochocientas fanegas de dicho
cereal. El rendimiento promedio es de 160 a 1, lo cual es en verdad asom-
broso. Por otra parte el maíz se adapta más fácilmente que el trigo, y se
¡ En el mismo pasaje, p. 335, Humboldt destaca que numerosas tribus del Orinoco
practican un seminomadismo combinando la caza con la agricultura, “el indígena del
Orinoco viaja con sus semillas, transporta sus cultivos (conucos) al igual que el árabe
transporta su tienda y cambia de área de pastoreo”. Tales costumbres no permitieron
el desarrollo de zonas permanentes de cultivo como las que hay en Europa, en las que
los cereales “exigen vastos terrenos y trabajos más asiduos”, ibid., p. 335.
423Esta observación es interesante. Recuérdese en especial las costumbres de los
aztecas. Antes de fijarse definitivamente en la meseta central practicaban también ellos
la agricultura nómada, deteniéndose unos meses para sembrar y cosechar el maíz, y
levantando el campamento para reanudar el trayecto.
424 Essai polit. Nouv. Esp., tomo m, libro iv, cap. ix, pp. 61-62.
Las civilizaciones amerindias: la “civilización” y las civilizaciones
-uede cultivar en las tierras calientes, en las templadas y aun en las tierras
Las de la Nueva España. Humboldt se sintió vivamente impresionado ante
ia riqueza de la agricultura americana.
425 Ibid., tomo H, libro iv, cap. ix, pp. 369-497 y tomo III, libro iv, cap. x, pp. 1-108.
426I Vues des Cordilléres, tomo i, pp. 162-208 y tomo II, p. 240. Véase también,
tomo II, pp. 186-187, donde Humboldt hace mención de los puentes de cuerdas
fabricados por los indios del Perú.
30
9
Humboldt y el indio americano
conjunto de estas observaciones prueba que “América no era, ni remotamen-
te, lo pobre en plantas alimenticias que —en base a ideas sistemáticas—
dejaron entrever algunos sabios, los cuales conocían el Nuevo Mundo tan
sólo a través de las obras de Herera (s i c ) y de Solís”.9
Pero según su opinión, la riqueza de la agricultura americana no basta-
ba para probar la existencia de una civilización avanzada.
Esto no tiene por qué asombrar a nadie, ya que tanto los griegos como
los romanos —con todo lo civilizados que eran— no conocieron más que
una cantidad bastante reducida de hortalizas y legumbres. Así pues,
Humboldt considera que el cultivo de ciertas plantas bien puede ser una
consecuencia del azar: puede surgir como efecto de migraciones, por ejem-
plo, o a raíz de un fortuito traslado de simientes de un punto a otro del
globo. Es decir, en gran medida depende de circunstancias ajenas a la vo-
luntad del hombre. Sin embargo, sería legítimo destacar que si bien no hay
dudas acerca del importante papel que el azar desempeña en este terreno,
también es cierto que el descubrimiento y la domesticación de las plantas
útiles son el resultado de una investigación paciente, racional y lógica, a la
que Humboldt omite tomar en consideración." La labor de domesticación
y de selección de las especies vegetales llevada a cabo por los amerindios
antes del descubrimiento no es reconocida por parte de nuestro autor en su
verdadera dimensión. Da la impresión de que su óptica se hubiera visto
falseada por sus investigaciones sobre las migraciones de las plantas, sin
I
Clara alusión a Buffon.
10
E s s a i p o l i t . N o u v. E s p. , tomo n, libro iv, cap. ix, p. 477.
II
Juan Comas señala con todo acierto la existencia de una auténtica técnica
agrícola entre ciertos grupos aborígenes americanos, que se materializa en
sistemas de
irrigación bastante perfeccionados y en los cultivos en terrazas, sistema que aún
hoy
tiene vigencia en los altiplanos andinos. Véase Juan Comas, E n s a y o s s o b r e
i n d i g e n i s m o, cap. xrv, pp. 116-117.
icner suficientemente en cuenta el factor humano, el cual interviene en la
Las civilizaciones amerindias: la “aviLizACióN” y las civilizaciones
| metalurgia
S¡ bien Humboldt no llegó a comprender totalmente el hecho de civiliza-
ción al que acabamos de referimos, no le ocurrió lo mismo en los demás
terrenos, y mucho menos en lo que al campo de la metalurgia concierne.
Ya
hemos visto que los monumentos mexicanos y peruanos produjeron en él
un gran asombro, y que la perfección del sistema constructivo de la
arquitec-
tura incaica lo impresionó vivamente. A propósito de los edificios visita-
dos en la provincia del Azuay, recuerda haber sido el primero en “dudar
de
que los peruanos no hayan conocido otras herramientas que las hachas
de piedra”. Se había creído que alisaban las piedras por medio del frota-
miento. Humboldt supone que por lo menos conocían el cobre “que, com-
binado en una cierta proporción con el estaño, adquiere una gran
dureza”.
Por intermedio del padre Narcisse Girbal, envió a Francia un antiguo
cincel
peruano que había sido descubierto en una mina de plata cerca del
Cuzco.
El objeto fue analizado por Vauquelin, quien determinó que el metal con-
tenía 0.94 gr. de cobre por cada 0.6 gr. de estaño. Se trataba pues, de un
cobre de gran poder de corte, idéntico al que usaban los galos en la
fabrica-
ción de sus hachas. Con respecto a México, y basándose en Cortés y en
Clavijero, Humboldt llega a las mismas conclusiones. Los indios de esas
regiones sabían extraer el metal de la tierra, fundiéndolo en barras. Los
orfebres mexicanos eran sumamente hábiles, al igual que los muiscas del
reino de la Nueva Granada. Los indios empleaban también el plomo y el
es-
taño que extraían de los filones de Taxco y de Ixmiquilpan, así como el ci-
nabrio de las minas de Chilapan.427 El empleo de un cobre tan duro como
el
a e s de los romanos les permitió, pues, a los amerindios, trabajar las
piedras
427I Essaipolitique, tomo m. libro ív, cap. xi, pp. 1 14ÍS. En este pasaje,
Humboldt
retoma y desarrolla los hechos ya descritos en las Vues des Cordilléres,
tomo i,
"Intérieur de la Maison de l’ínca, au Cañar”, pp. 313-314 y p. 323.
313
Humboldt y el indio americano
más duras, tales como las dioritas, el pórfido basáltico etcétera.
Estas comprobaciones no constituyen ninguna novedad. En su H i s t o -
r i a d e A m é r i c a, W. Robertson hace ya mención de hachas y de
instrumen-
tos cortantes de cobre. Hoy se sabe que las técnicas metalúrgicas de los
indios estaban muy desarrolladas. Paul Rivet demostró que conocían por
lo menos doce técnicas diferentes para trabajar los metales. 428
Civilización y civilizaciones
Una agricultura diversificada no constituye una prueba de civilización.
Pero la metalurgia sí lo es, al igual que la aptitud para construir edificios y
edificar ciudades. Humboldt agrega también al crédito de las sociedades
precolombinas más evolucionadas una organización política y militar com-
pleja, y la presencia de una admirable infraestructura de caminos, de cana-
les etc., como es el caso de Perú. Todo esto —a su juicio— aboga en favor
de la civilización. Pero a pesar de todo, no llega al extremo de afirmar que
dichos pueblos habían alcanzado un grado de civilización total. ¿Cuáles
son las razones de tales reservas? Sencillamente dos aspectos relativos a
sus costumbres y a su organización política, por los que en todo momento
experimentó un considerable rechazo: por una parte los sacrificios huma-
nos y el canibalismo;429 por la otra las estructuras “teocráticas” del Estado
mexicano y del Estado peruano. Ambas características le disgustaron pro-
fundamente, y es sumamente importante que descubramos las razones que
tuvo para ello, pues así podremos arribar a una definición de lo que —según
Humboldt— es la civilización.
Al final de su estudio sobre la división del tiempo entre los antiguos
mexicanos, Humboldt concluye que el pueblo azteca, “que fijaba sus fies-
tas según el movimiento de los astros y que grababa su fastos sobre un
monumento público (la Piedra del Sol), había accedido indudablemente a
un grado de civilización superior al que le asignaron Pauw, Raynal y aun
316
La vida social y política, las manifestaciones religiosas, los monumen-
Í¡ | las artes, presentan enormes contrastes de civilización y de
barbarie.
No es posible decir que un pueblo es bárbaro porque realice
sacrificios
humanos, cuando por otra parte —como es el caso de los mexicas— ha
alcanzado logros culturales notables. Humbqldt pone de relieve así una
idea muy interesante para la etnografía: la de la desigualdad del
desarrollo
de los diversos sectores de la vida moral o intelectual de cada pueblo.
| Compara a la sociedad con los individuos: “Del mismo modo en que en
¡ estos últimos, todas las facultades del alma no alcanzan a desarrollarse
simultáneamente”, en las naciones, “los progresos de la civilización no se
manifiestan a un mismo tiempo en la templanza de las costumbres
públicas
y privadas, en el sentimiento de las artes, y en la forma de las
instituciones.
Antes de clasificar a las naciones es menester estudiarlas según sus
caracte-
rísticas específicas”.430
Humboldt destaca aquí otra noción igualmente básica, tanto en
historia
como en etnografía: la del carácter específico.
Es así que para juzgar la belleza de los monumentos de la América
antigua, en lo sucesivo ya no será legítimo considerar el arte grecolatino
como única referencia. La historia de los pueblos asiáticos recientemente
descubiertos, los monumentos egipcios que acababan de ser descritos por
los sabios franceses, aquellos que Humboldt revelara a Europa a través de
sus S i t i o s d e l a s c o r d i l l e r a s, todas estas manifestaciones de la
actividad
de espíritu humano se ofrecen al público en un momento —según dice
Humboldt— “en el cual no se considera indigno de atención todo lo que se
! aleja del estilo del cual los griegos nos dejaron inimitables ejemplos”.
Es por esta razón que los mexicanos y los peruanos “no podrían ser
juzgados según los principios extraídos de la historia de los pueblos que
nuestros conocimientos nos traen sin cesar a la memoria”. 431 Estos
princi-
pios de investigación constituyen la primera aplicación práctica de los
nuevos conceptos de la historia de la humanidad, tal y como habían sido
enunciados en el siglo xviii por Voltaire y por Herder. Pero con todo y esta
actitud de escoger un criterio que considera objetivo y una óptica
resuelta-
Los rasgos principales de esta sociedad eran, ajuicio suyo, “un desaho-
go general y una escasa felicidad privada’’, mucho de resignación y de
obediencia entre los súbditos, y espíritu de orden, cosas que en nada favo-
recían ni la audacia individual ni el desarrollo intelectual. Los súbditos del
Inca —concluye Humboldt— se hallaban reducidos al estado de simples
máquinas. Finalmente, las instituciones políticas “más complicadas de to-
das las que existen en la historia de la sociedad humana, habían ahogado el
germen de las libertades individuales”.432
En estos juicios se percibe un dejo del cuadro idílico de la sociedad
peruana que el Inca Garcilaso nos legara. Pero los elogios que este autor
acumula en sus C o m e n t a r i o s r e a l e s producen en Humboldt un efecto con-
trario; en lugar de lograr su adhesión, sólo consiguen enfriar en forma
notable el entusiasmo que precisamente deberían haber suscitado. Nuestro
autor se muestra aún más severo que el mismo Raynal. Este último tomó los
C o m e n t a r i o s r e a l e s al pie de la letra, aun cuando la apropiación colectiva
de las tierras cultivadas le haya parecido una monstruosidad. Difícilmente
Raynal pudo haber armonizado sus propios principios económicos —que
ponían a la libertad individual y a la propiedad privada por encima de
todas las cosas— con las descripciones del Inca Garcilaso.
Sin embargo, si se hace abstracción de estos conceptos tan propios de
los hombres del siglo XVIII, la definición del gobierno de los incas dada por
Humboldt resulta ser bastante justa. Alfred Métraux no lo define de otra
manera, aunque señala que el despotismo inca no era tan absoluto como
durante largo tiempo se creyó. Los datos que este autor nos proporciona
acerca del rigor de la justicia, de las deportaciones masivas de población y,
en general, del estilo de gobierno sumamente enérgico, y con frecuencia
demasiado expeditivo, permiten verificar que los juicios vertidos al res-
pecto por el viajero alemán no se apartan demasiado de la verdad.
En los S i t i o s d e l a s c o r d i l l e r a s, Humboldt parece haber recogido una
creencia que, principalmente a través del Inca Garcilaso, se hallaba bastan-
te difundida en Europa: la de que la teocracia peruana habría sido “menos
que es capaz
de motivar la imaginación, sin que por ello se hayan elevado al sentimiento
de la
belleza de las formas, sentimiento319
que no ha presidido a las artes sino ahí
donde
fueron fecundadas por el genio de los griegos!”, ibid., tomo i, p. 47.
verdadera escritura. La suma de estos hechos ha “contribuido de manera ,
singular a perpetuar la barbarie de las artes y el gusto por las formas inco- to
rrectas y horrorosas”. í
Esas formas eran tales porque los ídolos creados por la imaginación
religiosa representaban todo un conjunto de símbolos que, reunidos de
acuerdo con ideas sistemáticas, eran el compendio de “lo más extraño que m
ofrece la naturaleza”.2' Dentro de su ingenuidad, esta idea es harto ingenio-
sa: explica muy bien la monstruosidad de las estatuas mexicanas que, tal y />s
V
como lo afirma Humboldt, son en verdad “seres puramente fantásticos" en V(í!
las cuales a una figura humana se ha acoplado toda una serie de signos
representativos de la función o las funciones del dios: serpientes, cabezas
de pájaros, cráneos humanos etc. El temor reverencial que los dioses así re-
presentados inspiraban no permitía modificaciones en las técnicas del dibu-
jo y de la escultura, hecho que, a juu io de nuestro autor, es la causa de que
las artes imitativas mexicanas no hayan podido realizar progreso alguno.
A este respecto hay otra característica cuya presencia también se desta-
ca: mientras que en los griegos la imaginación había sabido “derramar ti
delicadeza y encanto sobre los objetos más lúgubres”, los aztecas en cam-
bio parecen deleitarse con representar a la muerte: “En un pueblo que sufre
el yugo de un culto sanguinario, la muerte se presenta en todas partes bajo
l
k
los emblemas más pavorosos: se la ve grabada en cada piedra, se la descu-
bre inscrita en cada página de sus libros; los monumentos religiosos no
tienen otra finalidad que la de producir terror y espanto”.435 436
Por cierto, acto seguido Humboldt se entrega a describir la Coatlicue,
que es en verdad un ídolo sencillamente monstruoso.
Después de leer estas líneas, ¿podríamos decir que el autor no compren-
dió el carácter de la religión y del arte mexicanos? Seguramente que no. No
cabe duda de que los aztecas —más que ningún otro pueblo amerindio—
estuvieron cabalmente obsesionados por los misterios de la vida y de la
muerte; lo estuvieron en razón de que el tema fundamental de sus preocu-
paciones metafísicas era el tema del tiempo, el de su transcurso: “El ritmo
del tiempo, el goteo incesante de los días entre la eternidad del pasado y la
eternidad del porvenir les fascinaba”.437
Así pues, Humboldt captó perfectamente bien una de las características
esenciales del pensamiento religioso mexicano. Al igual que los cronistas
e historiadores españoles, percibió una crueldad excesiva y gratuita en los
sacrificios humanos, a los que además considera como una “superviven-
cia” de costumbres bárbaras en el seno de una sociedad que por otra parte
v[
0S
jjj
g
435 Ibid., tomo ii, p. 150.
436 Ibid., tomo u, pp. 152-153. f\
437 Pierre Chaunu, L'Amérique et les Amériques, p. 19. «0
lisbía progresado favorablemente. Lo único que pasa por alto es el hecho
!
^que a los indios tales prácticas no los horrorizaban en absoluto:
“Entre
i íjs víctimas y los victimarios —destaca Jacques Soustelle— no existe
nada
qUe se asemeje a la aversión ni la sed de sangre, sino más bien una extraña
fraternidad o mejor aún, una suerte de parentesco místico”.24
Humboldt coloca en un pie de igualdad los sacrificios humanos de
los
[ pueblos precolombinos y el canibalismo aún vigente en América
cuando el
! autor realiza su viaje. Y no se equivoca al considerar ambas prácticas
como
í dos aspectos, a diferente nivel, de un mismo comportamiento religioso.
Pero sus explicaciones sobre la antropofagia y sobre los ritos
inmolatorios
no agregan nada a las que al respecto habían dado los europeos entre el
siglo xvi y el siglo xvm. Piensa que en su mayoría los indios son
antropófa-
gos porque sólo conocen a los de su familia y a los de su tribu: “En todo
hombre que no hable su lengua, ellos ven a un ser básicamente distinto,
al
que dan caza como a una presa cualquiera”. Y si la cosa es así, es porque
todavía no se han civilizado del todo.
“Es la civilización —concluye— quien hace experimentar al hombre
la
unidad del género humano, quien le ha revelado —por así decirlo— los
lazos de consanguinidad que lo vinculan a seres cuyas lenguas y costum-
bres le son extrañas”.25
Explicación harto imperfecta es ésta, que en otras palabras viene a
signifi-
car que si los indios son antropófagos es porque no están civilizados, y
que
no son civilizados... ¡por ser antropófagos! Las limitaciones de la noción
humboldtiana de civilización son claramente perceptibles. Condena al
canibalismo y a los sacrificios humanos invocando valores puramente
cris-
tianos, lo cual hace en nombre de la humanidad, después de que
evangelizadores y misioneros lo hubieron hecho en nombre de Cristo. La
culpa no la tiene, sin embargo, el no haber comprendido el carácter
religio-
so de estas prácticas. Humboldt sabía muy bien que en Haití, por
ejemplo,
los indios tenían la costumbre de ingerir una pequeña porción del cuerpo
del difunto después de haberlo reducido a polvo, y varios otros casos de
canibalismo funerario del tipo de éste son bien conocidos por los
etnólogos.
Pero Humboldt se niega a aceptar estas costumbres, manteniéndose lisa
y
llanamente dentro de posturas etnocéntricas; para él, todas las
explicacio-
nes etnológicas del mundo no bastarían para disipar el sentimiento de
ho-
rror que experimentó frente a tales hábitos. ¿Habremos de reprocharle
sus 438 439
440 Ibid., tomo vi», libro vm, cap. xxiii, pp. 57-58.
441 Ibid., tomo vil, libro vil, cap. xxii, p. 505.
4422* Vues des Cordilléres, tomo n, pp. 284-285.
320
Endose así la diversidad de culturas nacionales, lo que no contradice la
creencia humboldtiana en la unidad del género humano. En la historia del
hombre, Humboldt ve reaparecer las mismas características que antes des-
cubriera en la historia de la naturaleza: la unidad en la diversidad.
Precisa-
mente, es esta diversidad lo que a él le interesa, la que lo impulsa a
describir
sociedades tan distantes de las nuestras en el tiempo y en el espacio. Tam-
bién la noción de distancia en el tiempo constituye un elemento clave del
pensamiento de Humboldt sobre dichas sociedades, pues si bien por un
lado afirmó que las mismas no podían ser consideradas “bárbaras” o
“salva-
jes”, por el otro no dejó de percibir claramente que de todos modos consti-
tuían un tipo de sociedades que se hallaban todavía “en la infancia”.
Nuestro
autor emplea frecuentemente esta expresión, que en el vocabulario de los
antropólogos actuales ha sido reemplazada por el concepto de sociedades
arcaicas. Es justamente así como Alfredo Métraux caracteriza al imperio
peruano;443 y lo mismo puede decirse de la sociedad mexicana. Ambas civi-
lizaciones amerindias no superaron jamás la etapa calcolítica, es decir la
edad de la piedra y del cobre.444 El testimonio de Humboldt lleva implícita
la señal de su asombro frente a los contrastes —difícilmente explicables—
entre el extraordinario desarrollo de las especulaciones religiosas de los
pueblos amerindios y su relativa pobreza en el terreno de los
descubrimien-
tos técnicos; entre el refinamiento de su concepción cosmogónica y el
salvajismo de algunas de sus costumbres sociales.
En nuestros días estas contradicciones continúan planteando los mis-
mos problemas a los etnólogos, quienes todavía no han logrado ponerse de
acuerdo sobre una definición de las sociedades precolombinas que sea
clara y precisa. La sociedad mexicana, en particular, suscita las más
encen-
didas polémicas. Lévi-Strauss se refiere a la sociedad azteca, “herida
abier-
ta en el seno del americanismo”, diciendo que los antiguos mexicanos
acaso en sus rasgos que ellos pertenecían a pueblos que produjeron los
Descartes,
los Clairaut, los Kepler y los Leibniz?”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i,
libro n
cap. vi, pp. 370-371.
324
iniciativa individual.' opinión sobre la cual más adelante tendremos oportu-
nidad de volver. José Miranda señala que los rasgos del carácter indígena
revelados por Humboldt ya habían sido expuestos en diversas obras .ante-
riores.449 450 Se trata de lugares comunes —afirma— que Humboldt recogió de
entre la sociedad colonial blanca. De acuerdo, pero agreguemos por nues-
tra parte que esos testimonios no fueron los únicos con que Humboldt
contó como fuente de información. Por el contrario, se basa también y
sobre todo en las observaciones que realizara personal y directamente en
el curso de su viaje. Por ejemplo, tanto en las misiones del Orinoco como
en México, nuestro autor asistió a varias fiestas organizadas por los in-
dios, advirtiendo en todas ellas la extrema tristeza de los festejos:
330
ficicniemente en cuenta lo que escribe Humboldt con respecto de las imá-
genes o estatuas de santos esculpidos por los indios. “En México —dice
nuestro autor— las imágenes cristianas han conservado esa rigidez y esa
dureza de trazo características de las representaciones jeroglíficas del si-
glo de Montezuma”.458
Esta idea es sumamente interesante. A pesar de su indiferencia frente
al arte de la época colonial, Humboldt percibió muy bien la omnipresen-
cia del indio o del mestizo en los testimonios artísticos del sentimiento
religioso en México. Basta hojear un álbum de obras maestras del arte
colonial mexicano para descubrir —particularmente en el barroco— la
indiscutible huella de las técnicas aborígenes.
En realidad, no fueron tanto las cualidades o defectos de los indios lo
que durante largo tiempo acaparó la atención de Humboldt, sino más bien
sus condiciones de vida, y la explotación a la que habían estado y estaban
todavía sometidos en el momento de su viaje. La esclavitud de los indios
nunca fue aceptada por la Corona, lo cual no quiere decir que no hayan
sufri-
do una opresión verdaderamente odiosa: “Relegados a las tierras menos
fértiles, indolentes por carácter y más aún a consecuencia de su situación
política, los nativos no viven sino al día”.459
Aquí el autor pone de relieve un aspecto esencial de lo que en nuestros
días se ha dado en llamar, según la expresión de Oscar Lewis, la antropolo-
gía de la pobreza; esa pobreza crónica de las masas indígenas que no se
sabe si es la causa o el efecto de su indolencia y de su resignación, pero
que sin duda es el resultado más patente de la colonización.
Durante su estadía en México, Humboldt pudo comprobar las desas-
trosas consecuencias del trabajo forzado, de la mita. Esta fue —recuer-
da— una de las principales causas de despoblamiento en el siglo xvi y en
el siglo xvii, y en 1804 todavía tiene vigencia en el sur del Perú. El exceso
de trabajo y sobre todo el cambio de clima a que se ven sometidos los
mitayos, provocan una enorme mortalidad. 460 En México la situación pare-
na-
ción”, Historia antigua de México, tomo i, p. 140. Se advertirá, sin embargo,
que
Clavijero se refiere exclusivamente a los antiguos mexicanos y no a los indios
contemporáneos. Por el contrario, Humboldt habla aquí de los artesanos
mexica-
nos de la época colonial y en particular de los pintores y escultores indígenas,
autores de estatuas y de imágenes religiosas.
458 Essai pol. Nouv. Esp., tomo i, p. 381.
459 Ibid., tomo i, libro II, cap. vi, p. 391.
460 “La mita —escribe Humboldt— es una ley bárbara que obliga al
indio a
abandonar sus lugares y a trasladarse a provincias distantes donde hay escasez
de
ce ser mejor. Los indios tienen libertad de trabajo, aunque a veces se recu-
461 Ibid., tomo ii, libro III, cap. vnfe pp. 134-136. La mita del
desagüe de México
es considerada por Humboldt como una anomalía de un país “donde la
explotación
de minas es hoy un trabajo totalmente libre, en el cual el indígena goza de
más
libertad personal que el campesino del sector noreste de Europa”, ibid., p.
135.
narles la comida, el aguardiente y los andrajos, sobre cuyo precio gana
Las cualidades morales del indio, sus condiciones de vida
entre el cincuenta y el sesenta por ciento, de esta manera aun el obrero
más laborioso queda endeudado de por vida, y sobre él se ejercen los
mismos derechos que se cree tener sobre el esclavo que se compra. 462
Son los grandes funcionarios del Estado; sólo ellos tienen derecho a
llevar bastón y su elección depende del superior del convento. Confie-
ren gran importancia a tal derecho. Su pedantesca y silenciosa grave-
329
dad, su aire de frialdad y misterio, su añción por la representación
tanto en la iglesia como en las asambleas de la comuna, hacen sonreír
europeos.465 ;; *
|
Se advierte así que Humboldt comprendió perfectamente el alcance r
económico y social del cacicazgo indígena, así como el papel que desem- $
peñó en el avasallamiento de los amerindios. Podría haber agregado que el
cacicazgo representaba también una distinta modalidad de trabajo forza-
do. Los colonizadores españoles supieron sacar provecho de la degrada- f
ción progresiva de la organización tribal indígena, transformando el papel
tradicional de los jefes o responsables indios en beneficio propio. En las
antiguas estructuras, las comunidades otorgaban dones en especie o en
mano de obra gratuita a fin de que sus “funcionarios” municipales pudie-
sen gobernar. Como estos cargos de topiles o policías de distrito, de alcal-
des de vara o de jueces de paz no eran remunerados, de alguna manera estos £
representantes de la autoridad local debían sacar provecho de sus funcio- jj
nes administrativas. Así se constituyó una clase de principales, frecuente-
mente conocidos como mandones, que en un principio estuvieron al servicio
del poder colonial y más tarde al servicio de las repúblicas independientes.
/Cuáles son las causas de la esclavitud de hecho de estos indios? Des-
pués de examinar la situación jurídica del indio en las misiones, Humboldt
da una explicación al respecto. Recordemos que él definió al indio de las
misiones como uñ menor de edad, incapaz de autodeterminarse. AI menos
esto es lo que pensaban los misioneros. Ahora bien, el estado de tutela a que
se hallaban sometidos los indios se originaba más bien en las leyes de la
Corona que en el sistema misionero. Humboldt bien podría haber recorda-
do que desde los comienzos de la colonia, los indios, considerados como
vasallos libres de la Corona, fueron equiparados a los rústicos o menores
según el antiguo derecho castellano; es decir, fueron considerados como
personas que necesitaban de tutela y de protección legal. 466 ¿Cuáles son
—según Humboldt— los defectos de este estatuto? Basándose en la protesta
dirigida al rey en nombre del cabildo de Michoacán (Valladolid), enumera las
incapacidades legales que afectaban a los indios. 467 Por ejemplo, éstos no po-
rifan contraer obligaciones por arriba de una cantidad de veinticinco francos.
473tías de caiga etc., obteniendo del trato un beneficio a su favor. Este sistema fue
duramente atacado por algunos administradores, el virrey Revillagigedo por ejem-
plo, pero contó con el apoyo de otros. Después de la visita de Areche al Perú, el
repartimiento queda proscrito por una R.O. del 25 de mayo de 1781. Pero no hay
dudas de que aún así el sistema se mantuvo vigente. En efecto, en 1811 el vi-
rrey de la Nueva España suprimió el tributo, ¡pero restableció los repartimientos!
Durante los debates en la Cortes de Cádiz, Alcocer nos relata que los magistrados
españoles venden a los indios en 40 o en 50 pesos un animal... ¡que no vale más de
15 o 16 [lesos! Concolorcorvo es partidario del sistema; a su juicio, es el único
medio para obligar al indio a atenerse a un trabajo regular. Véase Concolorcorvo,
Itinerario de Buenos Aires a Lima, cap. xvm, pp. 208».
474 Los indios —especifica Humboldt— no pagan la alcabala, pero en cambio
están sujetos al tributo, capitación que afecta a los individuos de sexo masculino de
10
a 50 años de edad. En México su tasa varia de una provincia a otra, habiéndose
producido una disminución de su monto en doscientos años. “En 1601 el indio
pagaba 32 reales de plata anuales como tributo y 4 reales en concepto de servicio
real.
Alrededor de 23 francos en total. En algunas intendencias esta tasa fue
reduciéndose
poco a poco hasta 15 y aun hasta 5 francos”. En Michoacán era de 11 francos en
1810. Además, los indios deben pagar diversos derechos parroquiales: 10 francos
por un bautismo, 20 francos por un certificado matrimonial, 32 francos por un
sepelio. Finalmente, hay que agregar de 25 a 30 francos “en concepto de ofrendas
que se les llama voluntarias y que se les designa con los nombres de Cargos de
cofradía, Respon-sos y Misas para sacar332 ánimas”, Essai pol. Nouv. Esp., tomo i,
libro ii, cap. vi, pp. 392-394.
e n vísperas de la independencia. En él se incluyen, además, las opiniones
que prevalecen en los círculos más ilustrados de la sociedad española e
hispanoamericana del siglo xviii. Las Sociedades Económicas de Amigos
del País, que habían proliferado en América, se habían hecho eco de los
ideales de los reformistas ilustrados españoles. Algunos aspectos que toca
el texto de Abad y Queipo reproducen fielmente las preocupaciones que
ya suscitaba en España el estado lamentable de la agricultura, preocupa-
ciones que podían hallarse en los escritos de Campillo, de Campomanes,
de Jovellanos etc. En un estudio fechado en 1741, 475 Campillo denuncia los
abusos perpetrados por los alcaldes y corregidores españoles, quienes man-
tienen a los nativos bajo la más extrema sumisión mediante un sistema de
endeudamiento abusivo. Si bien las deudas de los campesinos son contraí-
das de manera legítima, el cobro de las mismas no lo es: las tasas de interés
son exorbitantes. En 1740, a un campesino que debía 2 200 reales se le
incautaba un bien estimado en 5 200 reales para pagar costos judiciales e
intereses... ¡o sea más del doble del monto de la deuda! ¡Y aun así, esta
suma
resultaba insuficiente para saldar la misma! En lo referente a tributos, im-
puestos, capitaciones, aranceles etc., la situación en España y en América
es la misma. Una nueva calamidad se agrega al desempleo y enfermedades
que sufren los campesinos españoles “a saber: los gravámenes que pesan
sobre los infortunados campesinos, los innumerables tributos que deben
pagar a los propietarios, a los diversos señores —eclesiásticos o civiles— y
al Estado”.476
Las soluciones propuestas son las mismas para la metrópoli y para las
colonias: supresión del tributo en América y disminución del gravamen
fiscal en España; reparto de los bienes municipales e indivisos, y de las
tierras realengas. Jean Sarrailh señala que, salvo algunas excepciones, la
mayoría de los españoles “ilustrados” del siglo xviii exigieron con vehe-
mencia “una reforma del régimen de la propiedad, en un sentido indivi-
dualista”. Así pues, propusieron leyes de repartición de los bienes colectivos
pertenecientes a los municipios, y las hicieron aplicar: “Una nueva política
de distribución de bienes se implanta [en España] entre 1760 y 1780, la
cual [...] autoriza el reparto de los bienes comunales”.477
475 Campillo, “Lo que hay en España de más y de menos para que sea
lo que debe
ser y no lo que es”, publicado por vez primera en la Revista Chilena de
Historia y
Geografía (Santiago), núm. 130 (1962), pp. 167-195 y núm. 131 (1963), pp.
47-74.
476 Jean Sarrailh, L’Espagne éclairée de la seconde moitié du xvin
siécle, p. 13.
477 Ibid., pp. 565JÍ. Los principales partidarios del reparto de los
bienes comu-
nales son Jovellanos y Campomanes.
Humboldt y el indio americano j¡ei
Dejando de lado los problemas raciales que señala Abad y Queipo, es
fácil advertir que la situación del campesino español es idéntica a la del
indio, y muy similares entre sí son también las reacciones de los ilustrados p
españoles y las de los hispanoamericanos.478 J|
En razón de su importancia e interés, el proyecto de Abad y Queipo |E
sobté la repartición de los bienes de las comunidades indígenas bien me- J
rece hacer un alto a fin de analizarlo. En efecto, Humboldt no alude al
U>
problema de las comunidades indígenas sino en forma indirecta: exclusi-
vamente a través de este texto reproducido por él. En toda su obra no es
posible hallar ninguna otra referencia a este problema. Luego, es de supo-
ner que las propuestas del Abad y Queipo se ajustaban perfectamente a
sus propias ideas, y que también él condenaba la explotación comunitaria
del suelo tal y como era practicada por los indios. Esta actitud suya con-
cuerda por lo demás con sus ideas individualistas que, en términos gene- C
rales, comparte con toda su generación. Así pues, nuestro autor nunca (
intentó comprender qué significado podía tener el sistema de la comuni-
dad dentro del mundo indígena. El análisis humboldtiano de la antigua
sociedad incaica confirma esta aseveración. A su juicio, dicha sociedad
era una especie de establecimiento “monástico” que no dejaba a los indi-
viduos ninguna posibilidad de iniciativa.479
La negativa sistemática de reconocer las formas originales de la civili-
zación material indígena tuvo repercusiones y prolongaciones entre los
principales jefes de la independencia. Alejandro Lipschutz, 480 quien puso
de manifiesto la identidad de puntos de vista entre Humboldt y los espíri-
tus ilustrados de las colonias, los mexicanos en particular, señala acerta-
damente que el programa jacobino de Bolívar reproduce a grandes rasgos
los principios legislativos proclamados por las Cortes de Cádiz en los años
de la Constitución liberal española (1810-1812).481 El autor bien podría
478 Humboldt reconoce que “a pesar de la diferencia de climas y de otras
cir-
cunstancias locales, la agricultura mexicana se halla obstaculizada por las mis-
mas causas políticas que detienen el progreso de la industria en la Península”.
Pero los excesos son más peligrosos en las colonias en virtud de una “lejanía
inmensa” que paraliza los esfuerzos de la Corona, Essai pol. Nouv. Esp., tomo m,
libro iv, cap. x, pp. 106-107.
479Véase más arriba, parte séptima, p. 316.
480 Alejandro Lipschutz, La comunidad indígena en América y en Chile.
481le opone el argumento de que el derecho de propiedad implica necesariamente la liber-
tad de venta. Cesáreo de Armellada subraya el interés que presenta la propuesta de
García Herreros. Si el decreto bolivariano del 8 de abril de 1823 reconoce a los indios
la propiedad de sus tierras —agrega— “se les declara propietarios de ellas para que
puedan venderlas o enajenarlas de cualquier modo” (citado por Lipschutz, La comuni-
dad iná'gena, p. 77). Se otorga a los indios la plena propiedad de las tierras ...¡pero esto
se hace “para que puedan venderlas”! Es así que las tierras comunales son repartidas
entre cada miembro de las comunidades, una porción se vende a beneficio del Estado
¡mientras que la otra puede ser vendida334por el indio propietario convertido en ciudada-
no! Lipschutz concluye: “Creo que no exagero al decir que este decreto descubre,
haber agregado que las leyes adoptadas en Cádiz no eran sino la culmina-
ción de toda una tradición individualista cuyos principales representantes
tuvieron un importante papel en la vida política española de la segunda
mitad del siglo xvm. Las leyes de Bolívar garantizaban la aplicación en
América del programa económico apoyado por los ilustrados españoles,
de Campillo a Jovellanos. Es ésta la enseñanza que puede extraerse de las
¡deas de Humboldt sobre el problema de las comunidades indígenas. Pero
no basta con señalar las curiosas coincidencias entre las “Luces” españo-
las y el plan económico de Bolívar: es necesario además, examinar los
resultados concretos del mismo. Vicens Vives señala que las leyes pro-
mulgadas en España en 1760, las cuales preveían el desmonte y distribu-
ción tanto de las tierras baldías y concejiles como de las propiedades
eclesiásticas, no mejoraron en absoluto la situación de los campesinos
pobres. Tal fracaso se debió a que los legisladores no pudieron prever que
los consejos municipales, dominados por las gentes más ricas, habrían de
alterar dichas leyes a su favor, ni que en el mejor de los casos, los campe-
sinos con capacidad para adquirir tierras no hayan podido explotarlas por
falta de medios económicos. De este modo, las tierras distribuidas no hi-
cieron sino engrosar los bienes de los grandes propietarios. 482 Otro tanto
podría decirse de la gran reforma agraria llevada a cabo en España por
Mendizábal en 1837-1838;483 y el mismo fenómeno se produjo en América
a partir de 1821. El resultado más claro y directo de la aplicación del
programa económico bolivariano —nacido de la ilustración española y
europea— fue el despojo pura y simple de las comunidades indígenas,
mejor que todos los sublimes discursos de los libertadores, el espíritu que anima
a una influyente parte entre los próceres de la independencia”, ibid., p. 78.
482 Vicens Vives, Historia económica de España, p. 473.
483 Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo xix (1808-1914), véase
espe-
cialmente la p. 67. Esta ley, que ordenaba la puesta en venta de los bienes del
clero, no favoreció a los pequeños y medianos propietarios. Por el contrario,
benefició a los latifundios e incluso el producto financiero fue escaso. La “revo-
lucionaria” reforma de Mendizábal no sólo no resolvió el problema agrícola sino
que además contribuyó a avivar el odio entre los distintos grupos.
HUMBOLDT Y EL INDIO AMERICANO
pero al Libertador no le faltaron justificativos al respecto. Como lo señala
Charles C. Griffin, los independentistas deseaban que de una vez por to-
das, los indígenas fuesen considerados como ciudadanos. 38 Al serles reco-
nocida condición de tales por ley, los tributos y trabajos forzados quedan
abolidos por un tiempo (por cierto, dicha abolición ya había sido procla-
mada por las Cortes de Cádiz). 39 Pero en virtud de la ciudadanía concedi-
da a los indios, éstos son considerados dignos de acceder a la propiedad
privada de tierras hasta entonces comunitarias, pues para la burguesía de
la época la propiedad constituye el fundamento de la civilización y de la
moral. El resultado de las disposiciones legislativas bolivarianas es bien
conocido: el indio americano se vio despojado de las tierras que trabajaba
pasando a la condición de peón. Toda vez que pretendió mantener sus
estructuras tradicionales fue obligado a emigrar hacia los terrenos menos
productivos, apoderándose los colonos criollos de las fincas más fértiles.
En el siglo xix,40 y al igual que el latifundio español, el latifundio colonial
se vio pues robustecido y considerablemente aumentado, a tal punto que,
en el México prerrevolucionarlo de 1910, “la mayor parte de la tierra cul-
tivable pertenecía a ochocientas familias”, y que “8 245 haciendas cu-
brían 88 millones de hectáreas, o sea 40% de la superficie total del país”. 41
Según Jacques Lambert “en 1960, en toda América Latina más de un
65% del territorio estaría ocupado aún por propiedades mayores de 1 000
hectáreas, las cuales en conjunto no representarían sino 1.4% del total de
las explotaciones”.42
Los curiosos efectos del programa de los ilustrados españoles están a
la vista. Adoptado por los criollos progresistas, dicho programa fue apli-
38
Charles C. Griffin, Los temas sociales y económicos en la época de la
Inde-
pendencia. Véase nuestra reseña en Les Langues néo-latines, núm. 166 (1963),
pp. 103-108.
39
Armellada, L a c a u s a i n d í g e n a a m e r i c a n a , reproduce los
principales decre-
tos emitidos por las Cortes de Cádiz: supresión del tributo y distribución de
tie-
rras entre los indios, mestizos (castas) excluidos, proscripción de los
repartimientos
hechos por los magistrados: Decreto xlii del 13 de marzo de 1811, pp. 93-94;
abolición de la mita: Decreto ccvu del 9 de noviembre de 1812, pp. 95-96;
trans-
formación de baldíos y demás terrenos municipales en propiedades privadas:
Decreto ccxiv del 4 de enero de 1813, pp. 97-100, y una cierta cantidad de
decre-
tos prohibiendo los malos tratos infligidos a los indios.
40
He aquí una muestra más de las curiosas semejanzas que se dieron en el
siglo xix entre la evolución de las estructuras económicas en la América
indepen-
diente y en la vieja metrópoli.
1 Alfonso Caso, “La renaissance économique des communautés indigénes
du
Mexique”, p. 71 [ed. cast., p. 54]
| Jacques Lambert, Amérique Latine, structures sociales el institutions
politiques, p. 79.
cado por Bolívar, dando como resultados una situación totalmente
imprevis-
tay de la cual los indios americanos fueron las principales víctimas. Por
oirá parte, Humboldt parece haber presentido todo esto cuando,
retomando
sin duda la idea de Solórzano, escribe: “Los filántropos aseguran que
para
los indios resulta maravilloso que en Europa no se ocupen de ellos, pues
por una lamentable experiencia se ha comprobado que la mayor parte
de
las medidas tomadas allá para mejorar su existencia, han producido un
efecto contrario”.484
Al igual que los constituyentes de Cádiz y que los independentistas,
Humboldt desea que los indios se conviertan en ciudadanos, siendo
menes-
ter agregar aquí que el autor captaba perfectamente las dificultades que
tal
acción podría plantear. Por sus miserables condiciones de vida y por su
incultura, la masa indígena (y también la mestiza, aunque en menor gra-
do) constituye prácticamente un grupo extranjero dentro de su propio
país,
y no se la puede considerar como parte activa de un sistema económico
de
consumo. La masa indígena se rige por una economía de subsistencia.
484'J Essai pol. Nouv. Esp., tomo H libro n, cap. vi, p. 404.
485u Essai pol. íle de Cuba, tomo n, pp. 108-109.
ciudadanos.486
4
Véase al respecto Miranda, Humboldt y México, pp. 207ss. El autor hace
notar
que, en su Historia de la Revolución de Nueva España, 1813, fray Servando
Teresa
de Mier escasamente utiliza el Essai politique sur la Nouvelle Espagne, del que
sólo
retiene tres puntos: la política de división de la Corona en América, la oposición
entre
criollos y españoles, y la naturaleza política de las posesiones españolas. Del
mismo
modo, en México y sus revoluciones, el doctor Mora percibe en el Essai politique
de
Humboldt “dos partes completamente diferentes y hasta opuestas: una, los
hechos
exactas (los datos estadísticos), por naturaleza invariables; y otra, los rasgos o
caracte-
res, o bien lo propio de la fisonomía del país, variables por naturaleza, y sobre
todo en
el caso de haber sobrevenido cambios fundamentales”. Mora incluso proponía
reno-
var el Ensayo, cambiando en él lo que había de perecedero”. Ante todo, Mora
deseaba
modificar la despiadada sentencia vertida por Humboldt sobre su patria: “MÉXICO
es
el país de la desigualdad”. José Miranda observa que, a pesar del muy legítimo
deseo
49
El mismo título del libro de B. Lewin citado más arriba revela esta
opinión; |
véase Luis E. Valcárcel, Ruta cultural del Perú y en especial el capítulo ‘Túpac
I
*Relation historique, tomo ui, libro m, cap. vi, p. 90.
69
Ya se ha visto que los criollos generalmente se rehusaron a obedecer las leyes
de la Corona. Las de 1S91 y 1754, que reestructuraban la propiedad territorial,
asegu-
rando la protección de los bienes de los indios, preveían un control y una revisión de
los títulos de propiedad. Ots Capdequf recuerda que dichas leyes, sumamente discu-
tidas, dieron lugar a innumerables procesos. En todas las circunstancias: pago del
impuesto, derechos de aduana, tasas, inventarios etc., el criollo se niega a acepta
control alguno y provoca disturbios, durante los cuales los funcionarios reales son
maltratados y algunas veces hasta asesinados. Pero cuando los jesuítas son expulsa-
Cor ill res et
lomoi ^ ^ Monuments des peuples indígena de l Aménqm,
que
P°r'a crítica que hacedeSolísydcC»
cesesdel siglo x • . Murnt>0*c*t se ^nrla resueltamente la estíma que Katín»-
reeditada vari^ Slnl*eron Por ese autor, cuya obra, traducida al francés en IfH
Pecio el estudio Vec
®f ‘ ión de 1730 es considerada ¡la quinta. Vteekfl
edic
486 La notable persistencia de las comunidades, que contra viento y marea han
logrado sobrevivir hasta nuestros días, confirma totalmente este juicio. En el
Lesage améncanisl^p 2Wlj
| Charles Darwin (1809-1882). Frecuentemente se menciona la influencia qW
ejercieron las obras de Alejandro de Humboldt sobre la formación del joven
Darwin.
En los años 1831-1836, Darwin participó en la expedición del Beagle a los mar#
11
Essaipol. ile de Cuba, tomo i, pp. 148-149. Humboldt agrega. “En las colonias
españolas del continente, entre los mestizos y zambos, mezclas de indios con blancos
y con negros, se encuentra a los descendientes de los indios desaparecidos; esta
reconfortante situación no se da en el archipiélago de las Antillas [...] Los indios de
Cuba han desaparecido al igual que los guanches de las Canarias, aun cuando hace
u2 véase especialmente, fray José María Vargas, o.p., Ecuador. Monumentos
históricos y arqueológicos, pp. 165S. Después de mencionar las descripciones
de Cieza de León, La Condamine y Juan y Ulloa, el autor destaca la importancia de
Humboldt, quien fuera el primero en realizar observaciones científicas sobre los
12
José Miranda cita el pasaje en el que Clavijero escribe: “Muchos, conce-
diendo a los mexicanos una grande habilidad para la imitación, se la niegan
para
35
Ibid., véase especialmente el capítulo v, “La independencia
y su repercusión en
la propiedad territorial indígena”, pp. 75-76 y el apartado 1 de dicho
capítulo, “Peni:
de los decretos del Libertador a la Constitución Política de 1920”, pp.
77-82. De su
análisis de los debates de las Cortes de Cádiz, Lipschutz saca como
conclusión que el
principio de repartición de la mitad de las tierras comunales
pertenecientes a los indios
fue aceptado. Se leerá con verdadero interés el estudio de fray Cesáreo
de Armellada,
La causa indígena americana en las Cortes de Cádiz. El autor produce
allí los debates
más importantes, y especialmente aquellos que trataron sobre el
reparto de tierras. Los
diputados estuvieron de acuerdo en cuanto al principio en sí, pero
García Herreros, por
ejemplo, quena que las tierras así distribuidas fuesen inalienables, en
tanto que Argüelles