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S :r : n B olívar: la s c a te g o r ía s d e su p e n s a m ie n to

7 ^ fu n ción u tó p ic a e n su d isc u r so

tu Montaruli

uccion
Presentar a Simón Bolívar significa no sólo indagar en los momentos
Es? reportantes de la historia de Nuestra América sino, además, navegar
pv vida a la vez intensa y llena de pasión por la causa de la emancipa-
o c rre lo convirtió en un personaje único y difícil de abarcar.
¿zz :n José Antonio de la Santísima Trinidad nació en Caracas el 24 de
j^ n ie 1783, hijo de Juan Vicente Bolívar Ponte y de doña María de la
•■acepción Palacios. Pertenecían a la clase social de los mantuanos -el
proviene de las mantillas usadas por las mujeres para asistir a
eran aristócratas de raza blanca, descendientes de los conquistado-
m~. rué aspiraban a poseer el poder político de los gobernantes enviados
p r La Corona española. Simón quedó huérfano de padre y madre a corta
«La i tuvo por maestro a Simón Rodríguez, quien lo acompañaría en el
•amento de su famoso juramento de libertad a América. Viajó reiteradas
a Europa, conoció a naturahsta Alexander von Humboldt y al físico
Bonpland. En 1816 decretó la bbertad a los esclavos. Durante 1819
7t - uso la creación de la República de Colombia, que se dividió en tres
P r urtamentos: Venezuela, Cundinamarca y Quito. En 1820 la Asamblea
Exuberante acordó dar el nombre de Bolívar a las cuatro provincias altas
ae Alto Perú. Murió desilusionado de su principal objetivo, la causa indo­
m ia. el 17 de diciembre 1830.
La vida de Bolívar está signada por triunfos, derrotas, dolor, amor, lu-
-u incansable por alcanzar sus metas. Sin vacilaciones al momento de
cspojarse de sus riquezas, superó las pruebas que el destino y los hombres
. uieron poniendo en cada paso.
Siguiendo el anáfisis de Sergio Guerra Villaboy (2003), el contexto his-
uinco de Bofivar puede diferenciarse en tres etapas del ciclo independen­
c ia que afectó a Nuestra América: la primera tuvo lugar entre 1790 y
1:14, en la que se consobdó la revolución haitiana; la segunda entre 1808
1il5, en la que se dio la formación de juntas de gobierno autónomas en
[4o ]
46 Silvana Montaruii

las principales ciudades de Hispanoamérica y que concluyó con la exitosa


contraofensiva realista desatada entre 1814 y 1815. La última etapa tuvo
su inicio en 1816 y abarcó la emancipación de la Hispanoamérica continen­
tal, con las campañas libertadoras de Bolívar y José de San Martín.
Es importante considerar que los procesos de emancipación desarrolla­
dos en Hispanoamérica entre 1790 y 1824 no tuvieron, en su inicio, el obje­
tivo de romper con el orden colonial, sino que comenzaron como movimien­
tos autonomistas y de fidelidad a Fernando VTI, pues buscaban cierto albe­
drío y libertad de comercio.
En cuanto a las relaciones interamericanas de la época, la revolución
haitiana ejerció gran influencia sobre los acontecimientos hispanoamerica­
nos, soliviantando con su imaginario a los esclavos de las plantaciones,
acelerando la intranquilidad social y actuando como catalizador del proce­
so revolucionario. Cabe recordar la influencia de los alzamientos de escla­
vos y la importancia del presidente haitiano Alexandre Pétion para la cau­
sa bolivariana, en tanto le facilitó los recursos materiales que necesitaba
para reemprender la lucha por la independencia de Hispanoamérica, lo
que le permitió entrar en Venezuela en 1816. Esto determinó que Bolívar
quedara vinculado a la causa popular y que, dominado por el principio de
igualdad, ligara, como lo expresara en “Carta a Santander”, la revolución
de libertad con la abolición de la esclavitud. Sus objetivos antiesclavistas
fueron parcialmente alcanzados. El decreto abolicionista fue sustituido en
el Congreso de Cúcuta por una ley de vientres libres. En este sentido la
revolución haitiana fue, además de una solitaria revolución social exitosa,
la única que consiguió efectivamente eliminar de inmediato la institución
de la esclavitud.
Un dilema medular en la emancipación de los países de la región fue
romper el orden colonial con o sin transformaciones sociales, lo que que­
ría decir no sólo abolir el diezmo (la obligación de tributar al rey el 10 por
ciento del valor total de las mercancías llegadas a los puertos) sino tam­
bién eliminar el monopolio comercial (detentado por España, que aprove­
chaba de modo exclusivo el comercio de sus colonias), la servidumbre in­
dígena y la abolición de la esclavitud. Esto era lo que definía el sentido
revolucionario o conservador de la contienda anticolonialista. Los ricos
criollos querían una independencia política que no trajera aparejados cam­
bios sociales de envergadura, una separación de la colonia que mantuvie­
ra la esclavitud.
Con todos sus matices, las revoluciones independentistas latinoameri­
canas ocurridas en el período de 1789 a 1825 se organizaron y llevaron
adelante en condiciones políticas y económicas muy diversas ya que res­
pondían a diferentes escenarios socioeconómicos. Así, por ejemplo, mien­
tras en las primeras colonias hispanoamericanas la independencia era di­
rigida por representantes de los comerciantes, intelectuales y hacendados
Mmón Bolívar: las categorías de su pensamiento 47

criollos, la de Haití fue conducida por esclavos y ex esclavos. Apesar de sus


peculiaridades, todas estaban enlazadas no sólo por la lucha común contra
'_=opresión económica y política de las metrópolis europeas y la aparición
re un progresivo sentimiento nacional en los pueblos sublevados, sino tam-
: .én por objetivos similares, que en general tenían que ver con la demoli­
ción de las trabas al avance capitalista.
La acción emancipadora no contó con el apoyo de Estados Unidos de
-mériea. Por el contrario, este país dejaba sentir sus intenciones expan­
demistas hacia el territorio latinoamericano. Su actitud “neutral” fue fa-
rable a la perduración de los colonialismos europeos en el Nuevo Mun-
: . bajo el gobierno de Thomas Jefferson, y sostenida por las sucesivas
. cministraciones de James Madison y James Monroe. Este último fue el
.cor de la “doctrina” cuyas acciones justificaron las múltiples injusticias
7_r nuestros países durante los siglos XIX y XX cometidas por los grupos
. minantes. Por su parte, Jefferson había confesado su interés hacia la
.a de Cuba como la adición más interesante a su sistema de estados.
' auto con la Florida, esa isla le daría el control sobre el Golfo de México y
-os países del istmo contiguo, así como sobre las tierras cuyas aguas des­
abocan en el Golfo serían fundamentales para su seguridad continen-
Esta idea se manifestó en la desidia estadounidense sobre los conflic-
7 y las guerras civiles que provocaron la “balcanización” de América
o:ma, en particular la progresiva desintegración de las provincias del
fi. : de la Plata, de la Gran Colombia, de la Confederación Peruano-Boli-
•-ma y de la Federación Centroamericana.
Asimismo, si seguimos el decurso de la historia de las ideas en nuestra
-marica, el siglo XIX se presenta como momento decisivo por los aconteci-
i_. autos que marcaron el quiebre del sistema colonial. Además, si entende-
x:s el quehacer filosófico como una praxis llevada adelante por un sujeto
: rt:minado en un contexto dado, entonces ese período histórico puede ser
-uaadc como uno de los “comienzos” de nuestro filosofar. En este sentido,
t_filósofo Arturo Andrés Roig ha puesto énfasis en rescatar a aquellos dis-
_rsos que desde una moral emergente1se preocuparon por entender y trans-
firmar la realidad de los pueblos americanos. Aquellos que participaron de
- q-ista independentista partieron de la necesidad de reivindicar su dere-
:_l: a pertenecer a la historia del único modo que era legítimo: a partir de la
afirmación de la propia libertad.
E . sig lo XIX p u e d e s e r c a lific a d o co m o l a e t a p a d e c o n s o lid a c ió n d e n u e s -
: - - : n c ie n c ia e n t a n t o a m e r ic a n o s , n o só lo p o r q u e lo s p u e b lo s a l c a n z a n s u
ron

I _re: rzsral emergente se hace referencia a aquellos universos axiológicos que expresan de
=? - - .mera los modos de objetivación de la vida moral del sujeto americano y que se hallan
■- z — ' r . o con la lógica moral dominante (Roig. 2002).
48 Silvana Montaruli

libertad política -lo que implica abrir paso a la reorganización de los Esta­
dos y a sus formas de gobiernos, así como la sanción de Constituciones y el
establecimiento de alianzas que garanticen el proceso de independencia-
sino además porque el fundamento de todas estas acciones se encuentra en
la conciencia concreta de un sujeto social que hace explícito el reclamo por
el derecho al reconocimiento de su “propia humanidad”. Esta conciencia es
la que anima a todo el proceso independentista y a la utopía unionista
americana que tiene por uno de sus máximos exponentes a la figura de
Simón Bolívar, pero también es la conciencia que hace oír sus voces en las
luchas de todas las masas sociales americanas de esa época. Sumergimos
en las vertientes de nuestro pensamiento implica comprender la carga de
sentido implícita en las categorías que muestran el momento social y polí­
tico de la época: la libertad como conciencia, la identidad como búsqueda de
sí mismo y la función utópica que cumple la categoría de integración.
Las categorías de libertad, identidad e integración constituyen los ejes
del pensamiento de Simón Bolívar. Entre las líneas de su discurso es posi­
ble descubrir la presencia de un “a priori antropológico” que “recubre las
formas lógicas sobre las que se organiza el pensamiento en cuanto que la
necesaria afirmación del sujeto, su autovaloración, constituye un sistema
de códigos de origen social-histórico, que se pone de manifiesto en la estruc­
tura axiológica de todo discurso posible” (Roig, 1981:14). En última instan­
cia, lo que juega un papel determinante en los mismos es la autovaloración
del sujeto americano inserta en un “sistema de códigos de origen social-
histórico” determinado y que manifiesta una “estructura axiológica”, que
no es otra que el valor atribuido a la libertad de ese mismo sujeto.
El concepto de dignidad aparece en el discurso bolivariano como “prin­
cipio ordenador y de sentido”, tanto de las necesidades como de sus modos
de satisfacción. La dignidad humana es, desde la contingencia, “el univer­
sal impulso que nos mueve a todos hacia la autoconstrucción de nuestra
humanidad” (Roig, 2001: IX). El compromiso con la libertad, que Bolívar
asume, no hace sino expresar un grado de madurez en cuanto a la concien­
cia de la dignidad del sujeto americano. El fundamento práctico de la ac­
ción es ese a priori que plasma en las letras de sus discursos la necesidad
de afirmación de un sujeto colectivo, social, histórico.
En los textos bolivarianos, las categorías libertad, identidad e integra­
ción traducen la denuncia de la situación concreta de su contexto histórico,
el reclamo que plantea la necesidad de transformación de esa realidad, la
acción que busca satisfacer el reclamo y se plasma en la gesta independen­
tista, la utopía que supone la tensión entre lo real y la búsqueda de satis­
facción, a través de la integración latinoamericana. En lo que sigue busca­
remos mostrar estas categorías a fin de rescatar aquellos aportes que a
nuestro juicio deben ser considerados como legados para nuestra filosofía.
Scnón Bolívar: las categorías de su pensamiento 49

pensamiento de Bolívar
Desde lo discursivo, en el pensamiento de Bolívar podemos diferenciar
es temáticos relativos a los problemas que tuvo que enfrentar en su ac-
r. :-n libertaria. En primer lugar, se plantea el hecho mismo de la emaneipa-
- hn; como consecuencia inmediata, la pregunta por la identidad que se
c :nvierte en un dilema por resolver debido a las diferencias raciales, socia­
les y culturales que conviven en Nuestra América; por último, la idea de
una integración americana que se manifiesta como una estrategia, pero
que paradójicamente se convierte en la “utopía americana”.
El concepto de libertad
La América, al estremecerse al principio de
siglo desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo
hombre, y fue Bolívar. No es que los hombres ha­
cen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora
de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfan­
tes, en un hombre. A veces está el hombre listo y
no lo está su pueblo. A veces está listo el pueblo
y no aparece el hombre.
José Martí, “Nuestra América”

Estas palabras de José Martí parecen anticipar el final de la obra de


Bolívar cuyo punto de partida podemos situar en 1805, momento en el que
realiza su juramento en el monte Sacro, en compañía de su maestro Simón
Rodríguez:
¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por
ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a
.cue mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que
nos oprimen por voluntad del poder español!

El a priori antropológico presente como fundamento en sus textos tiene


que ver directamente con el concepto de humanidad, negado a la sociedad
americana. El juramento de Bolívar refleja la moral emergente de su tiem­
po: el momento de denuncia de la situación sociopolítica pero fundamental­
mente antropológica que vive América como colonia de la Corona ibérica.
En la “Carta de Jamaica”, de 1815, encontrarnos reiteradas veces mues­
tras de su posición al denunciar las “barbaridades que la presente edad ha
rechazado como fabulosas porque parecen superiores a la perversidad hu­
mana y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y re­
petidos documentos no testificasen estas infaustas verdades” (Escritos po­
líticos, 74-75).
El criterio utilizado por Simón Bolívar para orientar su acción liberta-
50 Silvana Montaruli

dora es el reconocimiento de la humanidad americana, valor axiológico que


se pone de manifiesto en el contenido de su pensamiento y que requiere,
para su concreción, del reconocimiento del derecho natural de los america­
nos, "un derecho con el que la naturaleza los ha dotado”: la libertad. La
denuncia a la sociedad europea surge como crítica en tanto ésta se reconoce
como único sujeto de la historia, como la única representante de lo que por
"civilización” debe entenderse. Desde este título de nobleza que la penínsu­
la ibérica ha creído poseer, a lo largo de su historia no ha conocido sino los
dictámenes oscuros de una razón empeñada en considerarse legítima, a
costa de la ilegitimidad de sus acciones.
En su juramento está presente un sujeto que vuelve sobre sí, se au-
toafirma como tal y, al hacerlo, exige el reconocimiento de su “propia huma­
nidad” y de su legítimo derecho al desarrollo de su "identidad” explicitada
en una praxis diferente de la europea pero con igual rango de legitimidad.
Aquí reside el fundamento de la acción bolivariana, en esta conversión del
sujeto sobre sí mismo y de su consiguiente autovaloración, lo que implica el
quiebre con la lógica del discurso opresor. En el tenerse a sí mismo como
valioso y en la afirmación de la propia dignidad consiste lo que, siguiendo a
Roig, llamamos “a priori antropológico”.
En el mismo juramento refiriéndose a Europa dice: “Este pueblo ha dado
para todo, menos para la causa de la humanidad [...] para la emancipación
del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enalteci­
miento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien
poco, por no decir nada” (“Juramento de Roma”, en Escritos políticos, 3).
Aquí aparece el contenido radical de su denuncia, pues el buen uso de la
razón no puede, a su criterio, faltar a la consideración de lo medular: el
respeto hacia aquello que nos hace hombres, la dignidad humana. La Euro­
pa culta, civilizada, aquella que cuenta con los máximos exponentes de las
más variadas artes, no ha podido sin embargo tomar conciencia de su más
extremo límite. Dice Leopoldo Zea:
La Europa que a partir de la tiranía de uno. como expresión limi­
tada de la libertad, hasta culminar en la Revolución Francesa, como
expresión de la libertad de todos, hace de esta misma libertad instru­
mento de justificación de la conquista y dominio del resto de los hom­
bres y pueblos del mundo. La América de Bolívar entra en la historia
como parte de ese mundo puesto al servicio de la Europa, la cual se
sabe libre pero es incapaz de reconocer otra libertad que no sea la
suya. (Zea, 1980: 177-178)

El juramento bolivariano nos permite visualizar el momento de quiebre


con las totalidades opresivas que bloqueaban la expresión de nuestras for­
mas de “emergencia” y que traduce el encuentro de un "nosotros” con nues­
tra realidad. “La escala de valores sobre la que se organiza el discurso emer-
s •-sna. MarAaivilá S^aón Bolívar: las categorías de su pensamiento 51

gente subraya constantemente el disenso. Este discurso se plantea como


una alteridad que reclama distintas condiciones de vida. No acepta la lógi­
ca imperante, por lo cual se presenta como un discurso en función utópica y
como una praxis de resistencia frente a las injusticias del modelo” (Maure,
2000: 127). En aquella inversión del discurso opresor puede verse un claro
matiz antropológico, una exigencia de conocimiento por parte de los otros y
de sí mismo de un tipo de hombre que se ha colocado como el eje de su
propia realidad. Esa exigencia de reconocimiento en todas sus vertientes
significa colocarnos desde una toma de conciencia histórica cuyo presupuesto
es nuestra humanidad.
La libertad política será la que marque la madurez de nuestra concien­
cia descubriéndose a sí misma en un particular modo de ser que, indiscuti-
damente, saldrá a la luz una vez rotas las cadenas que unen a América con
sus lazos imperiales. “El lazo que la unía a la España está cortado, [...] lo
que antes las enlazaba hoy las divide; más grande es el odio que nos ha
inspirado la península, que el mar que nos separa de ella, menos difícil es
unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países” (“Car­
ta de Jamaica”, en Escritos políticos, 75). Pero también se constituirá como
el punto medular del problema americano: definir su identidad y llevar
adelante el ejercicio de la libertad, principios fundamentales a la hora de
concretar el proceso de organización de sus Estados.
El concepto de identidad
La pregunta por la identidad se constituye en uno de los dilemas más
profundos de la existencia del hombre americano. Ese sujeto, al descubrir­
se como tal, encuentra en su desnudez la complejidad de su existencia.
Explicar qué implica ser americanos es la cuestión que surge inmediata­
mente después de la acción independentista, pero también resulta una aven­
tura para el mismo sujeto, en tanto deberá desterrar de sí aquello que no le
es propio, una cultura que le ha sido impuesta pero que lo ha formado, para
dejar surgir desde sí mismo su propio modo de ser.
^tru­ Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana perte­
necemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se
ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado
con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma
madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extran­
jeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza
trae un relato de la mayor trascendencia. (“Discurso de Angostura”,
fe quiebre en Escritos políticos, 124)
h. - estras for-
:on nues- Encontrar elementos que identifiquen al hombre americano será funda­
50emer- mental para la conformación de nuestros Estados. La diversidad existente
52 Silvana Montaruli Simón Bolívar: las categorías de

puede ser vista como enriquecedora en tanto culturas divergentes se entre­


mezclan dando nuevas formas de expresión, pero también puede ser pro­
blemática, en tanto las mismas no logran fundir sus particularidades en
una raíz común, situación que resultaba adversa en el momento de instau­
rar un orden social.
Bolívar tiene conciencia de esta situación, pues lo único que a su criterio
podía afirmarse como rasgo identitario es la hibridez que subyace en el
hombre americano, producto de un ser que no podía llamarse “indígena”
por la pérdida de esas culturas, pero que tampoco se reconocía como “íbero”
ya que la conquista había hecho patente su condición de no pertenencia.
Los americanos habían sido vistos por España como pueblos periféricos,
como hijos ilegítimos, bastardos, lo que dificultaba hallar un tronco común
desde el que partiera la identidad americana. La imposición cultural, reli­
giosa y lingüística había creado un extraordinario mestizaje que justifica­
ba las relaciones de dominación y se presentaba como signo de inferioridad
de los que la sufrían, haciéndolos inferiores por su origen, por ser naturales
de esta América. El problema entonces consistía en encontrar lo común a la
diferencia, a la diversidad cultural poscolonial, y, según señala Leopoldo
Zea, este rasgo común sería la falta de identidad presente en todos los pue­
blos americanos, que paradójicamente debía ser el punto de partida para
su construcción. Desde su mestizaje “ilegítimo” el americano debía hallar
nuevas expresiones de legitimidad humana.
En este sentido, Bolívar ha sido considerado un artífice al esculpir una
América Ubre, usando como material los elementos que América le ofrecía.
Por ello se lo ha llamado “alfarero”, artesano que busca transformar, par­
tiendo desde sí, sin buscar modelos extraños. Sin embargo, la tarea de ins­
taurar un orden social autónomo era difícil debido a los “vicios” que había
dejado la imposición colonialista en los pueblos sin experiencia de libertad.
Tampoco habían tenido una participación activa en el ejercicio de las insti­
tuciones: “La posición de los moradores del hemisferio americano ha sido,
por siglos puramente pasiva: su existencia política era nula. Nosotros está­
bamos en mi grado todavía más debajo de la servidumbre [...] la América
no sólo estaba privada de su libertad sino también de la tiranía activa y
dominante” (“Carta de Jamaica”, 80). Para Bolívar los americanos no sólo
carecían de los conocimientos y hábitos de la vida en libertad sino que tam­
poco sabían de qué forma se debía administrar el Estado.
En síntesis, no podían utilizar los beneficios que la emancipación les
traía, acostumbrados a vivir en el sometimiento y en la dependencia. “Un­
cido el pueblo americano en el triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y
del vicio no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos
de tan perniciosos maestros las lecciones que hemos recibido y los ejemplos
que hemos estudiado son los más destructores” (“Discurso de Angostura”,
120). Como resultado de la dominación de nuestros pueblos y de la concre­
~ Bolívar: las categorías de su pensamiento 53

ción de su libertad, la anarquía aumentará las posibilidades de sufrir nue­


vas dominaciones.
Podemos afirmar que el tema de la dependencia tenía que ver con la
destrucción o el ocultamiento de las expresiones de humanidad y cultura
de nuestros pueblos. Esto es un elemento importante a la hora de pensar
que América no estaba preparada para desprenderse de la cultura íbera.
España no había renunciado a la explotación de los pueblos sobre los cua­
les aseguraba tener derechos ni había aceptado la igualdad que, como es­
pañoles, reclamaban los americanos. Bolívar es consciente de este hecho al
afirmar que la condición del hombre americano ha sido pasiva respecto de
la administración de los pueblos, en un grado inferior al de la servidumbre:
se le había prohibido el ejercicio de la tiranía activa, los americanos no
podían decidir sobre los asuntos domésticos, ni de la administración de los
pueblos. Éstos debían, sin embargo, romper con el conquistador, aunque
ello implicase la orfandad, necesaria además para la creación de un nuevo
orden que fuese expresión de la voluntad de los pueblos sometidos, expre­
sión también de las necesidades y características propias de las tierras que
comenzaban a engendrar sus propios destinos políticos. En tal sentido,
Bolívar estaba empeñado en dar a sus pueblos otra identidad distinta de la
impuesta por el coloniaje, creando a partir de esa masa informe, dividida,
unida sólo en la servidumbre, repúblicas libres. Para ello se dirige a los
futuros legisladores llamándolos a la reflexión, les aconseja meditar sobre
la elección del sistema político a adoptar:
No olvidéis que vais a echar los fundamentos a un pueblo naciente
que podrá elevarse a la grandeza que la naturaleza le ha señalado,
[...] si no acertáis, la esclavitud será el término de nuestra transfor­
mación. (“Discurso de Angostura”, 120 )

Esta cuestión se convertirá en la principal razón del fracaso unionista,


puesto que, al romper los vínculos que mantenían a América ligada a la
península, quedaron al descubierto los problemas internos que la dividían
socialmente, por lo que el proyecto bolivariano tomó un cauce diferente del
que se había trazado. Ala emancipación no siguió el desarrollo y el progre­
so de los Estados, tal como suponía desde su pensamiento ilustrado y desde
su actitud paternalista, sino que la lucha por los intereses de diferentes
ición les grupos trajo la división y la negación de sus propuestas.
ria. “Un-
tiranía y El concepto de integración y la función utópica
Ziscípulos
ejemplos La obra de Bolívar tuvo una proyección de futuro. La integración consti­
-mgostura”, tuyó ese real-imaginario hacia el que la libertad de los pueblos debía ten­
la concre­ der. La idea de unión, fuertemente expresada como una categoría central
de su pensamiento, tuvo una doble función: debía actuar de eje unificador
54 Silvana Montaruli

de los pueblos americanos, resguardándolos de nuevos intentos de invasión


extranjera por un lado y, por el otro, debía garantizar el progreso. Desde la
perspectiva bolivariana lo fundamental y determinante a la hora de con­
cretar la unidad de nuestros pueblos debía ser asumir la responsabilidad
que implicaba la libertad, la conciencia de un proyecto común y la solidez
de la s in s titu c io n e s e x p re s a d a en una forma de gobierno que respondiera a
los intereses de la América toda. Por esto, podemos considerar el pensa­
miento bolivariano como fundamento de la integración del siglo XIX.
Sin embargo, como lo mencionamos anteriormente, la realidad posinde-
pendentista de los países de la región impidió que la unión se concretara.
Entre las posibles causas del fracaso, suelen mencionarse la falta de conti­
nuidad en las iniciativas (sólo activas en momento de peligros expansionis-
tas), el factor geográfico (agente disociador por las distancias que separa­
ban a los países, situación que agravaba la comunicación entre las partes y
la periodicidad de las reuniones) y la inestabilidad política, los frecuentes
cambios de gobierno, el caudillismo y los regionalismos propios de la época,
acentuados por los conflictos limítrofes, que ya en tiempos de independen­
cia dificultaban las relaciones. A ellas podemos agregar la visión paterna­
lista que supone el hecho de pensar que a la gesta de independencia, que él
condujo, le seguiría necesariamente la unión de las nuevas naciones. Es
decir, por el hecho de pensar la unión desde la posición de la clase dominan­
te, ignorando las voces de las masas, las necesidades no satisfechas y los
intereses provenientes de las clases trabajadoras, campesinas e indígenas;
que terminaron por disolver la posibilidad de hacer real su proyecto. De ese
modo afirmaría hacia el final de sus días:
De mis veinte años de mando en esta América sólo he sacado los
siguientes resultados: [...] 2o el que sirve una revolución ara en el
mar, 3ola única cosa que puede hacerse en América es emigrar, [...] 5o
devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los
europeos no se dignarán conquistamos, 6o si fuera posible que una
parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último perío­
do de la América. (Carta al general Juan José Flores, 9 de noviembre
de 1830, http:/ / es.wikisouce.org)

Es posible, desde el presente, rescatar su proyecto, puesto que la catego­


ría de integración constituye una constante que en mayor o menor grado de
intensidad ha seguido el decurso de nuestra historia. Respecto del discurso
utópico, Roig (1995) afirma que el ordenamiento de la conducta moral y
política no se ha de buscar en el significado del texto narrado utópico sino
en el “sentido” general del cual depende el acto de narración. Así, la utopía
constituye un eje central en el pensamiento latinoamericano, considerando
que existen momentos históricos y situaciones sociales que agudizan la
imaginación utópica. Estos están vinculados con las luchas por mantener
^:món Bolívar: las categorías de su pensamiento 55

formas de identidad social en aquellos grupos sometidos a situaciones de


dominio y explotación, lo que implica que lo utópico adquiere pleno sentido
en momentos de lucha por la supervivencia.
Para comprender el sentido del proyecto integracionista propuesto por
Bolívar es necesario visualizar la función utópica presente en sus discur­
sos. La puesta en acto de la misma tiene como origen una experiencia dolo-
rosa (de sometimiento), que despierta la idea (la libertad), así como la espe­
ranza de su superación (en la integración), experiencia cuya fuerza le viene
de su raíz social. Al decir de Roig, se trata de proyecciones ideales que sur­
gen de lo empírico depurado de lo que hiere o lastima la consecución de
formas de plenitud humana y fungen como modelos posibles de ese mundo
empírico del cual provienen.
Esta función utópica se articula bajo tres modalidades: como función
crítico-reguladora, en la que lo utópico como plenitud imposible opera como
lugar teórico desde el que se analiza críticamente lo dado y con relación al
cual se ha de realizar también críticamente lo posible. La criticidad que
está en juego en la tarea reguladora u ordenadora tiene su raíz en la con-
ñictividad social, insertada plenamente en lo histórico, y su expresión se
encuentra en el nivel del discurso. En los textos integracionistas, el motor
originario de la decodificación surge de la vida social motivada por las con­
tradicciones que muestra su conflictividad; así, parte desde una crítica di­
rigida no sólo al sistema imperial que se ha roto sino además a la situación
en que se encuentran los pueblos americanos luego de la gesta independen-
tista: ignorancia, tiranía, anarquía. Las luchas sociales que buscaban im­
poner sus intereses no permitieron fortalecer los vínculos entre las nacio­
nes, lo que por demás era necesario para evitar nuevos intentos de conquis­
tas y para reactivar el vínculo mercantil con el exterior.
De este modo, la función crítico-reguladora se halla determinada en sus
escritos por la figura de una América comparable a las grandes naciones,
una América que debía ser construida y que para ello precisaba del mayor
bien al que podían aspirar sus naciones: la integración de sus pueblos. Al­
canzar los bienes propios de los países desarrollados, requería el abandono
del viejo sistema político para crear otro:
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo
ia catego- una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con
r grado de el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una
del discurso religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confe­
moral y derase los diferentes Estados que hayan de formarse. (“Carta de Ja­
-tópico sino maica”, 88)
ia utopía
isiderando En cuanto a las otras dos modalidades del discurso utópico, la liberado­
agudizan la ra del determinismo legal y la anticipadora de futuro, diremos que, frente a
tp:mantener los dispositivos ideológicos de naturalización o deshistorización de lo real,
56 Silvana Montaruli

la primera reintroduce la historicidad en lo real habilitando un sentido de


lo posible que va más allá de lo dado, y la segunda abre la posibilidad de
pensar un futuro-otro que no es la prolongación del presente.

Conclusiones
Reconocer que Bolívar significa para Nuestra América el quiebre con los
universales discursivos totalitarios nos permite afirmar que la historia de
la filosofía se convierte en una crítica del futuro sido a partir del cual se ha
de programar el futuro que será. Por esto Bolívar representa una oposición
a la filosofía de la historia europea que alcanza su expresión más acabada
en Hegel, para quien la historia de la filosofía es un saber que justifica el
futuro desde el pasado. La relación pasado-futuro del hecho revolucionario
hispanoamericano implica un sujeto que se apoya en su propio pasado para
abrirse hacia un mundo de lo posible (Roig, 1989). La presentación analíti­
ca de la función utópica en sus tres determinantes requiere tener a la vista
el referente utópico con relación al cual se cumple la anticipación del futu­
ro. Este referente queda expresado en el pensamiento bolivariano en la
proyección de una Patria Grande. Apropósito de lo que pueden ser conside­
rados “aportes” del discurso bolivariano al pensamiento sobre nuestro pre­
sente, cabe señalar que marcó un quiebre con los universales ideológicos de
la Europa conquistadora. Desde su praxis, marcó la génesis de los pueblos
americanos como naciones libres. Desde lo axiológico, fue expresión de la
conciencia y de la moral del hombre naciente. Desde lo utópico, dejó abierto
el camino para las generaciones futuras: la realización de la integración
americana.
¿Cómo asumir en el presente el legado de Bolívar y de otros que como él
emprendieron la travesía utópica de construir repúblicas libres? Nuestro
presente es testigo de diversas expresiones de “emergencia moral”. Se tra­
ta entonces de que, tal como sucedió en el siglo XIX, la dignidad del hombre
americano sea el principio ordenador y de sentido de toda praxis transfor­
madora, pero, además, se trata de poder superar las limitaciones que impi­
dieron la realización de la integración de nuestros pueblos. Para ello, esas
praxis deben necesariamente estar orientadas a recuperar la igualdad y la
justicia social en el interior de cada una de nuestras naciones, teniendo en
cuenta que la integración como fenómeno es resultado de los comporta­
mientos que contribuyen a la consolidación de múltiples interrelaciones
que van estableciendo un patrón socioeconómico y político donde los resul­
tados van a estar determinados por las simetrías o asimetrías que se den
entre las partes que participan. Ello explica el hecho de que todo proceso
integracionista presenta sus contradicciones, que deben ser atendidas y
resueltas en favor del bien común. En este sentido, la Patria Grande con la
que soñaron los pensadores del siglo XIX sólo es posible desde una posición
Simón Bolívar: las categorías de su pensamiento 57

visionaria que permita imaginar la potencialidad de una América unida,


para lo que es imprescindible que las políticas actuales logren vencer las
barretas de sus particularismos y piensen en una integración desde aden­
tro hacia afuera. Esto es, primero desde un proyecto nacional de desarrollo
que integre los intereses nacionales y de los distintos componentes de su
sociedad, priorizando su autonomía e independencia económica y política.
Sólo a partir de una estabilidad interior de cada uno de nuestros Estados
será posible concretar la integración intrarregional.

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58 Silvana Montaruli

J uramento de R oma, 1805

¿Con que éste es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de
Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las
grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. [...]
Este pueblo ha dado para todo, severidad para los viejos tiempos, austeridad
para la República, depravación para los emperadores, catacumbas para los cristia­
nos, valor para conquistar el mundo entero; ambición para convertir todos los Esta­
dos de la tierra en arrabales tributarios, mujeres para hacer pasar las ruedas sacri­
legas de su carruaje sobre el tronco destrozado de sus padres, oradores para conmo­
ver, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio; satíricos, como
Juvenal y Lucrecio; filósofos débiles, como Séneca; y ciudadanos enteros, como Ca­
tón. [...]
Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesali-
nas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas in­
signes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilata­
das virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la
extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la per­
fectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada.
¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi
honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma,
hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!

Contestación de un americano meridional a un


CABALLERO DE ESTA ISLA (CARTA DE JAMAICA)
Kingston, 6 de septiembre de 1815
Me apresuro a contestar la carta de 29 del mes pasado que usted me hizo el
honor de dirigirme, y que yo recibí con la mayor satisfacción. [...]
“Tres siglos ha”, dice usted, “que empezaron las barbaridades que los españoles
cometieron en el grande hemisferio de Colón”. Barbaridades que la presente edad
ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana;
Simón Bolívar: las categorías de su pensamiento 59

y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y repetidos docu­
mentos no testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de Chiapas,
el apóstol de la América, Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de
ellas, extractadas de las sumarias que siguieron en Sevilla a los conquistadores,
conel testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el Nuevo Mundo,
y con los procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí, como consta por los
más sublimes historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han hecho justi­
cia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor
y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de
un frenesí sanguinario.
¡Con cuánta emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de usted en que me
dice “que espera que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas acom­
pañen ahora a las de sus contrarios, los muy oprimidos americanos meridionales”!
Yotomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas de los
hombres. El suceso coronará nuestros esfuerzos porque el destino de la América se
ha fijado irrevocablemente; el lazo que la unía a España está cortado; la opinión era
toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las partes de aquella inmensa
monarquía; lo que antes las enlazaba, ya las divide; más grande es el odio que nos
ha inspirado la península, que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir
los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a la
obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolen­
cia; una tierna solicitud por la cima y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo
que formaba nuestra esperanza, nos venía de España. De aquí nacía un principio
de adhesión que parecía eterno, no obstante que la conducta de nuestros dominado­
res relajaba esta simpatía, o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la
dominación. Al presente sucede lo contrario: la muerte, el deshonor, cuanto es noci­
vo, nos amenaza y tememos; todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra. El
velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz, y se nos quiere volver a las tinieblas; se
han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo
esclavizarnos. Por lo tanto, la América combate con despecho; y rara vez la desespe­
ración no ha arrastrado tras sí la victoria. [...]
¿Y la Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad, permite que una
vieja serpiente, por sólo satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte
de nuestro globo? ¡Qué! ¿Está la Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No
tiene ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido, para ser de este modo
insensible? Estas cuestiones, cuanto más las medito, más me confunden: llego a
pensar que se aspira a que desaparezca la América; pero es imposible, porque toda
la Europa no es España. [...]
[...] No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del norte se han mante­
nido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y
por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los
siglos antiguos y modernos [...].
Yo considero el estado actual de la América como cuando, desplomado el Imperio
Romano, cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses
y situación o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias o corpora­
ciones; con esta notable diferencia, que aquellos miembros dispersos volvían a res­
tablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las cosas o los suce-
60 Silvana Montaruli

sos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otros tiempo fue,
y que por otra parte no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los
legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo noso­
tros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que
disputar éstos a los del país y que mantenemos en él contra la invasión de los
invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado; no obstante
que es una especie de adivinación indicar cuál será el resultado de la línea de polí­
tica que la América siga, me atrevo a aventurar algunas conjeturas, que, desde
luego, caracterizo de arbitrarias, dictadas por un deseo racional, y no por un racio­
cinio probable.
La posición de los moradores del hemisferio americano ha sido por siglos pura­
mente pasiva: su existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado to­
davía más abajo de la servidumbre, y por lo mismo con más dificultad para elevar­
nos al goce de la libertad. Permítame.usted estas consideraciones para establecer la
cuestión. Los Estados son esclavos por la naturaleza de su Constitución o por el
abuso de ella. Luego un pueblo es esclavo cuando el gobierno, por su esencia o por
sus vicios, holla y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito. Aplicando estos
principios, hallaremos que la América no sólo estaba privada de su libertad sino
también de la tiranía activa y dominante. [...]
Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor
fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para
el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores, [...] ¿quiere usted saber cuál
era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el
cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para
cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede
saciar a esa nación avarienta [...].
“Es más difícil”, dice Montesquieu, “sacar un pueblo de la servidumbre, que
subyugar uno libre”. Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiem­
pos, que nos muestran, las más de las naciones libres, sometidas al yugo, y muy
pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de este convencimiento, los me­
ridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones
liberales y aun perfectas, sin duda, por efecto del instinto que tienen todos los hom­
bres de aspirar a su mejor felicidad posible; la que se alcanza, infaliblemente, en las
sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la
libertad y de la igualdad [...].
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del
mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque
aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo
Mundo sea por el momento regido por una gran república; como es imposible, no me
atrevo a desearlo, y menos deseo una monarquía universal de América, porque este
proyecto, sin ser útil, es también imposible. Los abusos que actualmente existen no
se reformarían y nuestra regeneración sería infructuosa. Los Estados americanos
han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las
heridas del despotismo y la guerra [...1.
Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra
regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distinti­
vo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores
Simón Bolívar: las categorías de su pensamiento 61

y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio
de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los
últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De
este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga
siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha segui­
do a la inteligencia.

D iscurso pronunciado por el L ibertador ante el


Congreso de A ngostura el 15 de febrero de 1819, día de
su instalación
[...] ¡Legisladores! Yo deposito en vuestras manos el mando supremo de Vene­
zuela. Vuestro es ahora el augusto deber de consagraros a la felicidad de la Repúbli­
ca; en vuestras manos está la balanza de nuestros destinos, la medida de nuestra
gloria, ellas sellarán los decretos que fíjen nuestra libertad [...].
Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del
vicio, no hemos podido adquirir, ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan per­
niciosos maestros las lecciones que hemos recibido, y los ejemplos que hemos estu­
diado son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la
fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La
esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego
de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la
inexperiencia, de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil;
adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la liber­
tad; la traición por el patriotismo; la venganza por la justicia. [...]. Un pueblo per­
vertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se
esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; que el
imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexi­
bles, y todo debe someterse a su benéfico rigor; que las buenas costumbres, y no la
fuerza, son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de
la libertad. Así, legisladores, vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que
tenéis que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del error, y por incen­
tivos nocivos. La libertad dice Rousseau, es un alimento suculento, pero de difícil
digestión. Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu
mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad [...].
Meditad bien vuestra elección, legisladores. No olvidéis que vais a echar los
fundamentos a un pueblo naciente que podrá elevarse a la grandeza que la natura­
leza le ha señalado, si vosotros proporcionáis su base al eminente rango que le
espera. Si vuestra elección no está presidida por el genio tutelar de Venezuela que
debe inspiraros el acierto de escoger la naturaleza y la forma de gobierno que vais a
adoptar para la felicidad del pueblo; si no acertáis, repito, la esclavitud será el
término de nuestra transformación. [...]
Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad,
está sancionado por la pluralidad de los sabios; como también lo está que no todos
los hombres nacen igualmente aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos
deben practicar la virtud y no todos la practican; todos deben ser valerosos, y todos
62 Silvana Montaruli

no lo son; todos deben poseer talentos, y todos no lo poseen. De aquí viene la distin­
ción efectiva que se observa entre los individuos de la sociedad más liberalmente
establecida. Si el principio de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo
es menos el de la desigualdad física y moral. La naturaleza hace a los hombres
desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las leyes corrigen esta
diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la in­
dustria, las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propia­
mente llamada política y social [...].
Un gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben
ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscrip­
ción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios. Necesitamos
de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres,
las opiniones políticas y las costumbres públicas. Luego, extendiendo la vista sobre
el vasto campo que nos falta por recorrer, fijemos la atención sobre los peligros que
debemos evitar. Que la historia nos sirva de guía en esta carrera.
La reunión de Nueva Granada y Venezuela en un grande Estado ha sido el voto
uniforme de los pueblos y gobiernos de estas repúblicas. [...]. Ya la veo sentada
sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la
gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno. [...].
Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno
que haga triunfar bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad.
Señor, empezad vuestras funciones; yo he terminado las mías.

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