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The dialogically extended mind: Language as

skilful intersubjective engagement


Action editor: Ron Sun

a,b,*
Riccardo Fusaroli , Nivedita Gangopadhyay c, Kristian Tylén a,b
a
Center for Semiotics, Institute for Aesthetics and Communication, Aarhus University, Building 1485, 6th
Floor, Jens Chr. Skous Vej 2,

8000 Aarhus C, Denmark

b
Interacting Minds, Aarhus University, Building 1483, 3rd Floor, Jens Chr. Skous Vej 2, 8000 Aarhus C,
Denmark

c
Center for Mind, Brain and Cognitive Evolution, Institute for Philosophy II, Ruhr-University Bochum,
Universitatsstrasse 150, 44801 Bochum, Germany

* Corresponding author at: Center for Semiotics, Institute for Aesthetics and Communication, Aarhus
University, Building 1485, 6th Floor, Jens Chr. Skous Vej 2, 8000 Aarhus C, Denmark. Tel.: +45 28890881.
E-mail addresses: fusaroli@gmail.com (R. Fusaroli), Nivedita.Gango- padhyay@rub.de (N. Gangopadhyay),
kristian@cfin.dk (K. Tylén).

Available online 30 June 2013

La mente extendida dialógicamente: El lenguaje como compromiso intersubjetivo hábil

Resumen

Una creciente literatura conceptual y empírica está promoviendo la idea de que el lenguaje
extiende nuestras habilidades cognitivas. Una de las posiciones más influyentes es que el
lenguaje -qua símbolos materiales- facilita los procesos de pensamiento individuales en virtud de
sus propiedades materiales (Clark, 2006a). Partiendo de este modelo, argumentamos que el
lenguaje mejora nuestras capacidades cognitivas de una manera mucho más radical: el hábil
compromiso de los símbolos materiales públicos facilita modos evolutivos sin precedentes de
percepción, acción y razonamiento colectivo (sinergias interpersonales) que crean mentes
dialógicamente extendidas. Relacionamos nuestro enfoque con otras ideas sobre mentes
colectivas (Gallagher, 2011; Theiner, Allen, & Goldstone, 2010; Tollefsen, 2006) y revisamos
una serie de estudios empíricos para identificar los mecanismos que permiten la constitución de
sistemas cognitivos interpersonales.

Palabras clave: Lenguaje y cognición; Uso del lenguaje; Mente extendida; Diálogo; Cognición
distribuida; Interacciones sociales.

1
La íntima relación entre el lenguaje y la cognición ha sido reconocida desde hace mucho tiempo
en una amplia gama de disciplinas científicas y filosóficas. Sin embargo, la naturaleza exacta de
la relación sigue siendo objeto de amplio debate; véanse las diferentes perspectivas en A. Clark,
2006b, H.H. Clark, 1996; Fodor, 2008; Fusaroli, 2011; Geeraerts & Cuyckens, 2007; Tylén,
Weed, Wallentin, Roepstorff, & Frith, 2010. Uno de los desarrollos más recientes considera el
lenguaje desde la perspectiva del externalismo activo de vehículo. En esta perspectiva, el
lenguaje es considerado como una herramienta externa culturalmente evolucionada que
interactúa con nuestros sistemas biológicos cognitivos que facilitan y apoyan activamente ciertos
procesos cognitivos (Clark, 2006a, 2006b). El lenguaje se presenta así como "un andamiaje
cognitivo que transforma la mente: un edificio simbólico persistente, aunque nunca
estacionario" (Clark, 2008), que -gracias a su materialidad y libertad del contexto inmediato- da
una estructura más estable al pensamiento. Las posiciones internistas, como por ejemplo Fodor
(2008), postulan un lenguaje innato de pensamiento para explicar la estructura simbólica de
ciertos procesos cognitivos humanos. A. Clark, por el contrario, argumenta que es el uso real de
símbolos materiales externos —que en algunos casos pueden ser internalizados— lo que permite
a los conocedores individuales pensar simbólicamente al restringir y enfocar sus estrategias
perceptivas y atencionales de manera más efectiva.

Sin embargo, la posición de Clark tiende a descuidar un aspecto crucial del lenguaje, que amplía
radicalmente su descripción como una instancia de externalismo vehicular activo: el lenguaje
como actividad social. En la mayoría de los casos, los humanos no se dedican simplemente a los
símbolos materiales per se, pero emplearlos en interacción con otros individuos, por ejemplo en
contextos de regulación de las relaciones sociales, o en la coordinación de acciones complejas y
actividades de resolución de problemas (cf. H.H. Clark, 1996; Brennan et al., 2010; Vygotsky,
1978; Habermas & Cooke, 1998; Fusaroli & Tylén, 2012; Pickering & Garrod, 2004; Hasson et
al., 2012). A partir de la propuesta de A. Clark, destacamos cómo el lenguaje permite un hábil
compromiso intersubjetivo, es decir, la coordinación de sistemas cognitivos individuales que dan
lugar a unidades compuestas que exceden las capacidades de sus partes (cf. la noción de
sinergias interpersonales (Riley et al., 2011; Fusaroli, Raczaszek-Leonardi, & Tylén, 2013).

En lugar de ser un simple recurso externo para la cognición individual que mejora la cognición,
el lenguaje constituye así un modo nuevo y evolutivo sin precedentes de cognición socialmente
extendida (Donald, 2001)1. La actividad lingüística es un medio por el cual los individuos llegan
a aprehender y manipular conjuntamente la información para crear sinergias interpersonales
informativas y conductuales, que potencialmente sobrepasan las capacidades cognitivas de
cualquiera de los individuos si estuvieran solos. Así, el lenguaje como actividad intersubjetiva
hábil constituye de facto mentes dialógicamente extendidas.

Presentamos nuestra propuesta discutiendo la idea de A. Clark sobre el lenguaje como


herramienta. Desde la perspectiva del externalismo activo de Clark, argumentamos que la base
corporal del lenguaje proporciona un paso inicial hacia la liberación del significado lingüístico de
los confines del procesamiento neural puramente interno, convirtiendo el lenguaje en algo que

1 Por "extendida" queremos decir simplemente que la actividad cognitiva se extiende más allá del
organismo individual. Sin embargo, no pretendemos abordar aquí el debate sobre la primacía o no del
mundo social.

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hacemos. Sin embargo, dado que el uso y desarrollo del lenguaje anclan de manera importante la
cognición en el mundo social, llevaremos la afirmación un paso más allá: el lenguaje es algo que
hacemos juntos. Por lo tanto, proponemos que el lenguaje es un fenómeno cognitivo
"doblemente extendido": no sólo se basa sólidamente en el compromiso corporal del agente con
el mundo, como insinúa Clark, sino que también extiende aún más este compromiso al mundo
social a través de las dinámicas sociales corporeizadas. Apoyamos esta afirmación con referencia
a los hallazgos empíricos sobre la coordinación lingüística, y señalamos posibles mecanismos
para la creación de sinergias interpersonales. Finalmente discutiremos de qué manera nuestra
propuesta complementa otros trabajos sobre mentes colectivas y responderemos a algunas
posibles críticas.

2. El lenguaje como herramienta para las mentes individuales

2.1. Cognición más allá de los límites del cráneo y la piel

La obra de Clark introduce la noción del lenguaje como herramienta para desafiar uno de los
supuestos fundamentales de la filosofía contemporánea del lenguaje y la ciencia cognitiva, a
saber, que las representaciones lingüísticas internas innatas son el presupuesto necesario para el
desarrollo y el uso del lenguaje, así como para el pensamiento humano (Fodor, 1975, 2008).

En oposición a estas concepciones tan fuertemente internalistas, A. Clark desarrolla la hipótesis


de la mente extendida: una concepción externa activa en la que no sólo las estructuras neurales
internas, sino también los elementos del mundo externo pueden constituir vehículos de
representación de los estados mentales, es decir, apoyar activamente la formación y
almacenamiento del contenido cognitivo. La idea se presenta inicialmente en el caso ficticio del
paciente de Alzheimer Otto, que utiliza su cuaderno para almacenar y recuperar sus creencias. En
tales casos, Clark argumenta que la interacción de Otto con el cuaderno nos permite concebir el
cuaderno como una memoria externa que funciona de manera análoga en sus efectos a la forma
en que muchos otros seres humanos utilizan su memoria biológica. El ejemplo motiva la
introducción del principio de paridad afirmando que `Si, al enfrentarnos a alguna tarea, una parte
del mundo funciona como un proceso que, si se hiciera en la cabeza, no dudaríamos en reconocer
como parte del proceso cognitivo, entonces esa parte del mundo es [...] parte del proceso
cognitivo' (Clark & Chalmers, 1998). El cuaderno de Otto se convierte en un vehículo de su
estado mental porque contiene información que permite la creencia análoga a los estados
neurales de las personas sin Alzheimer y por lo tanto cumple el papel cognitivo de las creencias
disposicionales.

Nótese que aunque el cuaderno no ofrece exactamente los mismos principios de interacción entre
quien realiza los procesos cognitivos (cognizer) y la base de datos como memoria biológica y
tiene diferentes propiedades físicas, su función es análoga y —al igual que la memoria biológica
—está disponible para guiar las tareas en el mundo, es de fácil acceso y cuenta con el respaldo
automático de Otto. Destacar este aspecto funcional de la analogía parece responder así a algunas
de las preocupaciones inmediatas de establecer una paridad entre el almacenamiento de memoria
basado en el cerebro y el cuaderno: al igual que un cuaderno puede perderse o ponerse en duda,
podemos sufrir de olvido, volver a comprobar nuestras memorias biológicas empleando un
calendario, etc. (Gallagher, 2011; Sutton et al., 2011; Tollefsen, 2006).

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2.2. Extendiendo la mente individual a través del lenguaje

Aplicando la hipótesis de la extensión cognitiva al caso del lenguaje, A. Clark argumenta que en
lugar de servir meramente como vehículo del pensamiento simbólico ya existente, el lenguaje
llega a constituir en realidad parte del proceso de pensamiento (Clark, 1997). Lo hace no sólo en
virtud del contenido de las palabras y oraciones, sino también, y de manera crucial, en virtud de
la mera materialidad de esas palabras y oraciones (Clark, 2006a). Los aspectos materiales del
lenguaje, como sus representaciones perceptibles o propiedades fonémicas, complementan los
procesos biológicos de la cognición al crear nuevos puntos de apoyo de la atención, la memoria y
el control. Una nota escrita nos permite recordar una larga lista de la compra con más precisión
que la memoria biológica sola. Una nueva receta nos permite coordinar finamente nuestra
atención y comportamiento para la realización de una tarea novedosa. La memoria y las
estructuras conceptuales se descargan en una estructura lingüística externa.

En otras palabras, los patrones lingüísticos permiten que el agente cognitivo construya, confíe y
manipule `nichos cognitivos': regularidades, asequibilidades y restricciones que conforman y
apoyan los procesos cognitivos, funcionando así como los vehículos externos de la cognición
(Clark, 2006b). Sin embargo, la propuesta de Clark de considerar el lenguaje como un caso de
cognición extendida, principalmente en términos de la materialidad del lenguaje, tiende a
eclipsar los procesos que hacen que los aspectos materiales del lenguaje cuenten como vehículos
externos de cognición (Steffensen, 2009; Wilson, 2010): la lista de la compra constituye una
memoria externa en virtud de que permite y forma parte de un proceso de memoria más amplio
que implica escribir en un pedazo de papel y captar las pistas perceptivas persistentes que esto
proporciona.

Al caracterizar el lenguaje como un "edificio simbólico persistente, aunque nunca


estacionario" (Clark, 2008), Clark se centra en los productos codificados de las actividades
lingüísticas más que en los procesos que producen, involucran y evolucionan las formas
lingüísticas (Rą czaszek-Leonardi & Kelso, 2008; Steffensen, 2009). Este enfoque se hace eco
de un sesgo más general en la filosofía de la mente, la lingüística y la ciencia cognitiva que
implícita e irreflexivamente han tratado la alfabetización y el texto escrito como el caso
prototípico del lenguaje (Linell, 2005). Sin descuidar el enorme impacto de la alfabetización en
la cultura y la cognición humanas (Donald, 2001; Ong, 1982), es importante reconocer que el
texto escrito ocupa un dominio más bien periférico y específico del comportamiento lingüístico
humano, tanto en una perspectiva filogenética, ontogénica como de uso cotidiano (Fusaroli &
Tylén, 2012; Fusaroli, Rą czaszek, & Tylén, 2013).

Incluso cuando el lenguaje está escrito —y bajo ciertos aspectos objetivado como símbolos
materiales autónomamente existentes— está destinado principalmente a apoyar prácticas
comunicativas y cognitivas más amplias, es decir, a permitir la interacción y la coordinación
interpersonal. Los manuales se utilizan en las prácticas de enseñanza y aprendizaje, los textos
sagrados en las prácticas religiosas, así como en los comportamientos cotidianos e incluso
jurídicos, los periódicos en la coordinación y remodelación de la opinión pública, etc. En este
sentido, el lenguaje (incluso escrito) es ante todo una actividad dialógica e intersubjetiva. El
lenguaje es una actividad que nos permite coordinar acciones, percepciones y actitudes,
compartir experiencias y planes, y construir y mantener relaciones sociales complejas en

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diferentes escalas de tiempo (Kravchenko, 2004, 2007; Raczaszek-Leonardi 2010, Raczaszek-Leonardi &
Cowley, 2012; Thibault 2011, Tylén et al., 2010).

Avancemos poco a poco hacia una descripción del lenguaje como un caso de externalismo activo.
Considérese la primera lengua como la coordinación hábil del comportamiento individual. A pesar de su
enfoque en el "edificio simbólico", cuando Clark explica concretamente los beneficios cognitivos del
lenguaje (o proto-lenguaje), describe persuasivamente el uso del lenguaje como una actividad creativa que
logra hazañas cognitivas imposibles de lograr sin el lenguaje (Clark, 2006a). Por ejemplo, al aprender a
utilizar fichas de plástico para etiquetar las relaciones de "igualdad" y "diferencia", los chimpancés son
capaces de discriminar entre, e incluso conceptualizar, las relaciones entre relaciones (Thompson, Oden y
Boysen, 1997).

Asimismo, al aprender a construir y recordar frases, los niños se vuelven capaces de combinar y recordar
varias pistas perceptivas a la vez (Hermer-Vázquez, Spelke y Katsnelson, 1999). Por supuesto, sería ingenuo
pensar que sólo por el hecho de poseer un borde material, los símbolos hacen posibles estas hazañas que de
otro modo serían inalcanzables: la ficha de plástico por sí sola no permite a los chimpancés concebir meta-
relaciones. Las fichas de plástico no son en sí mismas cognitivas. Se describen como cognitivos en virtud de
su papel en la coordinación de las actividades cognitivas. Los chimpancés aprenden —con mucho esfuerzo y
confiando en los refuerzos y el complejo entorno social del experimento etológico (cf. Hutchins, 2008)— a
coordinar estrechamente sus recursos biológicos con las características materiales de las fichas de plástico
para discriminar entre relaciones y —más tarde— entre meta-relaciones. De manera similar, los niños
aprenden en contextos socialmente ostensivos y altamente andamiajados cómo construir oraciones
(Tomasello, 2003) para etiquetar y combinar múltiples rasgos perceptivos, así como cómo repetirlos para
estructurar su atención durante una tarea. Los bucles de retroalimentación en tiempo real entre los
componentes verbales del lenguaje y las rutinas corporeizadas provocan la intuición de que sería innecesario
y excesivamente complicado concebir los vehículos materiales cognitivamente potentes del lenguaje como
objetos quintaesencialmente externos, separados de la corporeidad del agente cognitivo. Por ejemplo, Sutton
y coautores expresan elocuentemente la dinámica del lenguaje y la habilidad corporeizada para copiar
habilmente con el mundo en el caso del jugador de críquet experimentado:

Es cierto que 'mirar la pelota' no es una instrucción enviada desde una mente desapegada a un cuerpo
obediente, la (re)programación de arriba hacia abajo del cuerpo-máquina. La función de la máxima
verbal no se agota —quizás ni siquiera se ve afectada de forma significativa— por su contenido
semántico: más bien funciona en tiempo real como un símbolo material, un bucle autoestimulante
iterado e interactivo. El papel de los " estímulos de instrucción " como " observe la pelota " o
"manos de jazz ", como sugirió Wheeler, no tiene por qué ser el control preciso de la microestructura
de la acción: sin embargo, el intérprete experto utiliza estos componentes verbales de rutinas
corporeizadas multimodales para distribuir la inteligencia, o para coordinar, o a menudo,
reconfigurar y reordenar los patrones de movimiento, o bien, el afecto o el estado anímico, como si
de uno de entre otras tantas otras maneras, se tratase de una de las muchas formas de andamiajes que
respaldan la reconstrucción corporeizada de las secuencias de la acción desde el interior'. (Sutton et
al., 2011).

Sólo a medida que las habilidades se adquieren gradualmente y se afianzan en el cuerpo, los símbolos
materiales llegan a permitir y convertirse en parte de las actividades cognitivas. O, para decirlo de una
manera más provocativa: es la actividad gradualmente emergente la que define sus componentes como
cognitivos, con poca o ninguna consideración a los límites del cráneo. Por lo tanto, el lenguaje puede ser
considerado como un tipo particular de actividad comprometida, constituida por la práctica y la coordinación
hábil, y no sólo como un conjunto de símbolos materiales organizados de manera diversa, o incluso como un
mero almacenamiento o transferencia de información a través de símbolos materiales. Mientras que la noción

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del lenguaje como una actividad habilidosa, es decir, algo que hacemos, se ha visto algo eclipsada por el
énfasis en la materialidad, todavía ha encontrado cierta articulación en la hipótesis de la mente extendida. Sin
embargo, un segundo aspecto crucial ha sido completamente descuidado, aunque complementa y desarrolla
productivamente el modo: el lenguaje como algo que hacemos juntos, como una actividad dialógica
intersubjetiva (Fusaroli, Demuru, & Borghi, 2012).

3. De los símbolos materiales a las mentes dialógicas

3.1. El lenguaje como herramienta para la interacción de las mentes

Centrándonos en las actividades lingüísticas, nos damos cuenta de cómo los individuos solitarios de Clark
emplean acciones lingüísticas: repetir instrucciones, tomar notas, hablar consigo mismos, etc. - parecen ser
más bien un caso especial que un ejemplo representativo de procesos cognitivos mediados de manera
lingüística. Una clave de la naturaleza cognitiva central del lenguaje se encuentra en la forma en que
evolucionamos, aprendemos a producir e interpretamos los símbolos materiales en primer lugar. Un número
creciente de estudios (Donald, 1991; Galantucci, 2009; Loreto & Steels, 2007; Tomasello et al.., 2005)
sugieren que el lenguaje evolucionó (y sigue evolucionando) a partir de una presión por medios cada vez más
sofisticados de coordinación y cooperación sociocultural: al producir símbolos materiales, los seres humanos
manipulan nichos cognitivos públicos abiertos -al menos potencialmente- a otros individuos, permitiendo así
actividades cognitivas intersubjetivas (Fusaroli & Tyle ́n, 2012; Maturana & Varela, 1980; Fusaroli et al.,
2013).

Los ejemplos de símbolos materiales como vehículos de coordinación cognitiva intersubjetiva son
omnipresentes, y van desde charlas y chismes cotidianos hasta manuscritos antiguos que permiten la
coordinación de conocimientos y actividades a lo largo de milenios. Sin embargo, el énfasis en el papel
socialmente coordinado del lenguaje produce un cambio importante en la metáfora del lenguaje como
herramienta en comparación con el relato de Clark: no se trata tanto de una cuestión de acoplamiento entre
un individuo y los símbolos materiales del lenguaje, sino más bien de cómo el lenguaje como actividad
dinámica permite a los individuos formar sistemas cognitivos intersubjetivos. En otras palabras, la extensión
cognitiva no es la materialidad del lenguaje en sí, sino la forma en que esta materialidad permite el
compromiso dialógico con un interlocutor.

No somos los primeros en sugerir que la hipótesis de la mente extendida se aplica a las interacciones
interpersonales. Tollefsen (2006) y Theiner et al. (2010) han argumentado a favor de las mentes colectivas,
basándose en el caso de la memoria transaccional: las relaciones interpersonales a largo plazo pueden
conducir a una distribución de almacenamiento y recuperación de información entre los socios: por ejemplo,
un socio que recuerda la hora y la fecha de los eventos, el otro cómo conducir hasta su ubicación, cada uno
de los cuales contribuye a marcar las cosas para que sean recordadas y a guiarse mutuamente para recordarlas
correctamente. La memoria transaccional es funcionalmente equivalente a la memoria biológica y al uso de
un cuaderno como soporte de memoria: los socios están disponibles en su mayoría y son accesibles
entre sí y crean, mantienen y recuperan activamente la información respaldada de forma que se
complementan (Peltokorpi, 2008; Sutton et al., 2011; Theiner et al., 2010). De manera similar,
Tollefsen y Dale discuten cómo la coordinación conductual de bajo nivel crea en ciertos casos un
sentimiento de agencia conjunta entre los individuos involucrados (Tollefsen & Dale, 2012).

Al argumentar que el lenguaje puede dar lugar a mentes dialógicamente extendidas, no sólo
pretendemos contribuir a los modelos actuales de extensión cognitiva al añadir a la gama de
fenómenos que se pueden describir como mentes colectivas, sino que también apuntamos a

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algunos de los procesos de interacción a través de los cuales las mentes colectivas son creadas y
mantenidas.

3.2. Apoyo empírico para mentes dialógicamente extendidas

Con una mezcla de argumentos conceptuales y empíricos, Tollefsen y Dale (2012) argumentan
de manera convincente que la agencia conjunta está relacionada con mecanismos básicos de
coordinación. De hecho, se ha argumentado que los individuos tienen una orientación
fuertemente opuesta: se ha demostrado que la mera presencia de otra persona tiene efectos
motivadores (Brennan, Galati y Kuhlen, 2010). Durante las interacciones interpersonales, las
personas se adaptan fácilmente unas a otras por medio de una continua imitación y preparación
recíproca (Chartrand & Bargh, 1999; Pickering & Ferreira, 2008). A través de una alineación
conductual progresiva, los individuos que interactúan a menudo sienten un mayor apego
emocional (Marsh, Richardson y Schmidt, 2009) y comienzan a compartir procesos cognitivos
más elevados (Hasson et al., 2012).

Incluso en ausencia de una rica interacción conductual, se ha argumentado que las personas son
muy sensibles a las perspectivas y el compromiso de los demás (De Jaegher, Di Paolo y
Gallagher, 2010; Di Paolo y De Jaegher, 2012; Duran y Dale, 2013; Tylén et al., 2013). Se han
hecho observaciones similares con respecto al diálogo lingüístico. Aquí los aspectos lingüísticos
del lenguaje se consideran en continuación con otros comportamientos expresivos como gestos,
posturas y expresiones faciales. El término "lenguaje" se utiliza, por lo tanto, de manera bastante
amplia sobre la orquestación simultánea de muchas modalidades, todas las cuales pueden
considerarse públicas, instanciaciones materiales de la conversación como una actividad
coordinadora (Goodwin, 2011). Los analistas conversacionales han demostrado la complejidad
de los movimientos conversacionales y cómo las conversaciones se basan en secuencias
funcionalmente estructuradas de turnos de habla (Clark, 2005; Schegloff, 1986, 2004).

El comportamiento de los individuos en la conversación no es de flote libre, sino que típicamente


cumple funciones en guiones interactivos más amplios, que actúan como andamiaje y limitan las
posibilidades de acción e interpretación en actividades conjuntas (Clark, 1996; Levinson, 1983;
Mills, 2013; Raczaszek-Leonardi & Cowley, 2012; Thibault, 2011). Al confiar en tales
estructuras, se ha demostrado que las personas que sufrieron daño cerebral son capaces de
coordinarse con sus interlocutores para realizar tareas cognitivas y comunicativas que de otro
modo serían inviables (Goodwin, 2003, 2011). Por lo tanto, se ha argumentado que el lenguaje es
una herramienta invaluable para la interacción de las mentes (Tylén et al., 2010).

A partir de estas ideas, el creciente campo de la pragmática y la semiótica experimental


(Galantucci & Garrod, 2010) muestra de manera persuasiva cómo los seres humanos desarrollan
y mantienen los signos y el lenguaje en función de sus necesidades de coordinación. En otras
palabras, el lenguaje está continuamente tallado como un dispositivo de coordinación social
(Fusaroli & Tylén, 2012), que permite a las personas hacer cosas mejor juntas, o incluso hacer
cosas que no podrían hacer como individuos. Utilizando el lenguaje, los pares de interlocutores
consiguen navegar fácilmente por laberintos que de otro modo serían insolubles (Galantucci,
2005; Garrod & Anderson, 1987; Mills, 2011); acordar referencias sin copresentarse y compartir
la misma escena visual (Dale, Kirkham & Richardson, 2011; Shockley & Richardson & Dale,

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2009), y coestructurar esquemas conceptuales compartidos para la navegación espacial
(Anderson & al., 1991; Fusaroli & al., 2012; Garrod & Doherty, 1994).

Lo crucial en estos estudios es que nos permiten ir más allá de la simple idea de que el lenguaje
se utiliza para coordinar las actividades de un individuo, al estudio de cómo el compromiso
lingüístico intersubjetivo genera sinergias interpersonales. Es decir, ¿cómo es que las acciones y
los procesos cognitivos de los interlocutores llegan a constituir un único sistema coordinado
capaz de hacer mejor o más que los componentes individuales (Dale et al., 2013; Latash, Scholz,
& Schoner, 2007; Riley et al., 2011; Fusaroli et al., 2013)? Se ha observado que las
conversaciones tienen efectos de coordinación intersubjetivos en una amplia variedad de
medidas conductuales. Por ejemplo, Shockley, Santana y Fowler (2003) y Shockley (2007)
crearon una tarea de rompecabezas en la que los miembros de una pareja discutieron una serie de
imágenes para identificar conjuntamente las diferencias.

Los autores encontraron que durante la conversación las trayectorias de influencia postural de los
participantes - el movimiento sutil y continuo del cuerpo durante la posición vertical - se
volvieron más y más coordinadas con el tiempo, incluso cuando no podían verse entre sí.
Análogamente, en un estudio en el que se pidió a los interlocutores que discutieran imágenes de
personajes de programas de televisión populares y pinturas surrealistas (Richardson & Dale,
2005; Richardson, Dale, & Kirkham, 2007), sus movimientos oculares se coordinaron
fuertemente, de modo que los interlocutores eran muy propensos a ver lo mismo en el mismo
punto en el tiempo. Esta coordinación de la mirada se encuentra incluso si, después de una
exposición inicial a las imágenes, sólo uno de los interlocutores sigue teniendo acceso visual a
ella (Richardson, Dale y Tomlinson, 2009), lo que sugiere que el efecto no está impulsado
únicamente por las propiedades de los estímulos ambientales, sino de manera importante por el
compromiso lingüístico.

Sin embargo, es crucial que el lenguaje haga algo más que simplemente permitir la constitución
de sinergias de comportamiento: también permite la constitución de sinergias de información, o
lo que llamamos mentes dialógicamente extendidas. Un ejemplo claro de esto puede encontrarse
en un estudio reciente sobre la toma colectiva de decisiones (Bahrami et al., 2010). Bahrami y
sus colegas se inspiraron en estudios sobre cómo los participantes experimentales podrían
mejorar el desempeño de sus tareas cuando, en lugar de confiar en una sola modalidad sensorial,
podrían integrar información de diferentes modalidades sensoriales (Ernst & Banks, 2002). En
estos casos, la información se combinó internamente dentro del mismo cerebro biológico. Sin
embargo, los investigadores querían explorar las posibilidades de integración de la información
sensorial entre individuos. En este estudio, el diálogo lingüístico constituyó el "vínculo de
acoplamiento" entre dos sistemas sensoriales individuales.

En el experimento, se instruyó a parejas de participantes para que indicaran individualmente en


cuál de las dos breves representaciones visuales se les había mostrado un elemento extraño de
contraste. Cuando sus decisiones individuales divergían, se les pedía que discutieran e
informaran sobre una decisión conjunta. Para que una pareja lograra un beneficio cooperativo, es
decir, un mejor desempeño que el mejor de los dos individuos, tenían que encontrar maneras de
evaluar y comparar sus niveles individuales de confianza para elegir, en una base de ensayo por
ensayo, la decisión del participante más seguro. Los resultados mostraron que, en promedio, los

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pares lo lograron. En otras palabras, al interactuar lingüísticamente los participantes fueron
capaces de compartir y combinar información de manera efectiva, haciendo más efectivas las
decisiones colectivas.

En analogía con Ernst y Banks (2002), el diálogo lingüístico permitió a los dos participantes
actuar como un sistema intersubjetivo de identificación de elementos extraños. Sin embargo, no
todas las parejas se desempeñaron igual de bien y en realidad obtuvieron un beneficio de su
cooperación. Esto apunta a la cuestión de la destreza en la coordinación. En un estudio de
seguimiento, Fusaroli et al. (2012) investigaron qué propiedades de la dinámica dialógica
podrían asociarse con el éxito en la tarea y observaron una variabilidad sustancial en la
capacidad de las parejas para coordinar lingüísticamente. Considere el siguiente extracto,
enfocándose en las expresiones de confianza:

Transcripción danesa original:

B: ((laughs)) jeg ved det ikke A: jeg ved det heller ikke.

Jeg så både i venstre hjørne og midt for til højre på dem begge

B: okay jeg synes det var ovre i venstre side men uhm pas

Traducción al inglés

B: ((Risas)) No lo sé A: Yo tampoco lo sé. Vi algo tanto en la esquina izquierda como en el


centro a la derecha en ambos.

B: Está bien, creo que estaba en el lado izquierdo, pero voy a pasar.

Los participantes generalmente usan una variedad de expresiones cotidianas como "no sé", "vi
algo" o "creo que fue..." cuando hablan de sus niveles de confianza. También es posible notar que
cuando el interlocutor B emplea "no sé", la expresión sucesiva de confianza de A también emplea
"saber". Este fenómeno, denominado "alineación lingüística local", estaba bastante difundido: las
parejas de participantes tendían generalmente a adaptarse a la forma en que cada una de ellas
hablaba de la confianza en la base de ensayo por ensayo. Mediante este tipo de alineación mutua,
los participantes llegaron a compartir un lenguaje común en el que se expresaba y comparaba la
confianza: una condición bastante crucial para crear una sinergia informativa en esta tarea.

Pero lo hicieron en diferentes grados, algunos pares mostrando mayores y otros menores
probabilidades de transición, es decir, probabilidades de que una expresión de confianza dada
fuera repetida por el otro participante en la siguiente interacción. Se demostró que esta medida se
correlacionaba significativamente con el desempeño de los pares en la tarea de decisión conjunta.
De hecho, cuanto más hábilmente adaptaban sus expresiones de confianza entre sí, mayor era el
beneficio que las parejas obtenían de su cooperación.

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Este es un claro ejemplo de cómo el lenguaje puede ser concebido como un proceso de
adaptación recíproca contextualmente sensible, hasta el punto de que la dinámica del
compromiso evoluciona y da forma a las palabras y otros comportamientos expresivos (Tylén et
al., 2013). Mientras que los aspectos 'materiales' perceptibles del lenguaje constituyen
posiblemente la arena pública para la cognición colectiva en este experimento (correspondiente a
las ideas de Clark), no son tanto los símbolos materiales como tales los que hacen el truco, sino
el compromiso intersubjetivo continuo que los símbolos materiales hacen posible. Se pueden
aportar dos conclusiones adicionales para reforzar este punto. Diferentes parejas evolucionaron y
emplearon conjuntos de expresiones muy diferentes para hablar de confianza.

Sin embargo, las diferentes lexicalizaciones particulares de confianza no parecieron marcar la


diferencia. Más bien, fue el grado en que los participantes emplearon de manera flexible y
adaptaron recíprocamente sus expresiones de confianza lo que se correlacionó con el desempeño
de las tareas. En otras palabras, no es el lenguaje como símbolo material particular lo que
constituye la extensión cognitiva básica en este caso; más bien, es a través de la interacción
intersubjetiva y la coordinación de los símbolos materiales que los participantes individuales se
convierten en las extensiones cognitivas de los demás. De hecho, una reciente variación del
experimento respalda aún más esta afirmación.

Aquí, los experimentadores introdujeron una condición en la que las posibilidades de


comunicación de los participantes se limitaban a un conjunto de símbolos materiales
preestablecidos: una escala numérica del 1 (que indicaba 'muy dudoso') al 5 (que indicaba
'absolutamente seguro'), a través de la cual los individuos tenían que indicar su confianza
(Bahrami et al., 2012). Si bien los símbolos materiales estaban indudablemente disponibles, las
posibilidades de adaptación y compromiso recíprocos se redujeron considerablemente.
Curiosamente, en estas condiciones, las parejas no lograron la misma eficacia en la integración
de la información, mostrando un beneficio cooperativo significativamente menor en su
desempeño conjunto. Esto parece articular aún más el punto de que el lenguaje no debe ser visto
como un simple código convencional para la transmisión de información, ni como un conjunto
de símbolos materiales listos para ser usados que mejoran la cognición. Más importante aún, el
potencial de mejora cognitiva del lenguaje reside en el hábil compromiso intersubjetivo con los
recursos públicos y expresivos que facilitan el acoplamiento intersubjetivo informativo-creador
de sinergias.

Un último estudio (Dale et al., 2011) ofrece sinergias informativas y de comportamiento


conjuntas. Emplea la "tarea tangram" (Krauss & Weinheimer, 1964) en la que se presenta a dos
participantes con el mismo conjunto de formas abstractas retratadas en diferentes órdenes,
mientras se registran sus movimientos oculares. Un participante instruye al otro para que
organice sus formas para que las órdenes correspondan. Para lograr esta tarea, los participantes
deben encontrar una manera de referirse a las formas abstractas. Al igual que en la tarea de
discriminación visual anterior, los participantes se adaptan entre sí y estabilizan las descripciones
construidas conjuntamente para las formas (Clark & Wilkes-Gibbs, 1986). A medida que esto
sucede, los participantes toman menos tiempo para resolver la tarea y requieren menos palabras

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para hacerlo. Al desarrollar, compartir, estabilizar e involucrar formas lingüísticas para referirse a
las formas, los interlocutores aumentan enormemente su capacidad para resolver la tarea y la
coordinación entre sus comportamientos.

De hecho, al comienzo de la tarea tangram, cuando el director y el emparejador aún no están bien
coordinados lingüísticamente, los ojos del participante que hace el emparejamiento siguen con
un retraso distintivo en el tiempo a los ojos del participante que hace la dirección. Sin embargo, a
medida que construyen conjuntamente expresiones referenciales compartidas, la atención visual
de los participantes se vuelve cada vez más coordinada: los participantes que dirigen y emparejan
miran las mismas cosas al mismo tiempo, lo que indica que están ejemplifican el mundo de
maneras cada vez más similares y efectivas. En otras palabras, se convierten en una unidad
cognitiva coherente, funcionalmente acoplada, capaz de lograr hazañas que los individuos por sí
solos no podrían, una mente dialógicamente extendida.

Tanto en la discriminación visual como en los ejemplos de tangram a través de interacciones


repetidas, los agentes interactivos desarrollan gradualmente estructuras lingüísticas (o
simbólicas) estables que les permiten alcanzar nuevos fines epistémicos. El afianzamiento y el
compromiso hábil de estos repertorios emergentes de símbolos compartidos permite a los
individuos participar en una pluralidad de actividades que de otro modo serían imposibles: la
construcción conjunta y la manipulación activa de nichos cognitivos (Clark, 2006b; Sinha,
2009). Al construir y comprometerse con expresiones graduales de confianza o etiquetas para
formas abstractas, los interlocutores crean un conjunto de restricciones en las que pueden confiar
en su actividad cognitiva conjunta, un nicho cognitivo que sería difícil de imaginar sin la ayuda
del lenguaje. En estos casos, y en muchos otros, por ejemplo, trabajos interesantes sobre las
funciones cognitivas de la narrativa (Donald, 2001), el lenguaje estructura modelos de
situaciones compartidas, distribuye roles en la actividad en curso, y guía y limita las
posibilidades de atención, acción y cognición coordinadas. Permite a los interlocutores alinearse
gradualmente en pistas compartidas estabilizadas pero flexibles y limitaciones para la
coordinación intersubjetiva. Curiosamente, las relaciones a largo plazo no son necesarias para
formar sistemas cognitivos interpersonales: los intercambios dialógicos pueden permitir en poco
tiempo la co-construcción eficiente de información y procedimientos para lograr tareas
cognitivas más eficientes o innovadoras.

3.3. Mentes Dialógicas Extendidas: Discusión y Críticas Potenciales

En los párrafos anteriores hemos argumentado que los interlocutores hábilmente comprometidos
en el diálogo tienden a formar sinergias de comportamiento e información. Por un lado, estos
funcionan de manera análoga a los sistemas cognitivos individuales, pero por otro lado, pueden
incluso mejorar el rendimiento cognitivo más allá de sus componentes constituyentes (los
interlocutores individuales). Nuestro principal objetivo fue, por tanto, demostrar cómo la
propuesta de Clark de que el lenguaje es un caso de extensión cognitiva se fortalece aún más
centrándose en los aspectos sociales del lenguaje. Además, nos basamos en el concepto de

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mentes colectivas, cuya solidez conceptual se basa en argumentos prometedores (Carr, 1986;
Fusaroli, Granelli y Paolucci, 2011; Gallagher, 2011; Gallagher y Crisafi, 2009; Theiner y otros,
2010; Tollefsen, 2006; Zahavi, 2007).

Por supuesto, estos argumentos podrían estar sujetos a todas las críticas habituales que la
hipótesis de la mente extendida ha encontrado durante las últimas dos décadas. Si bien está fuera
del alcance de este artículo abordar todo el debate sobre "la marca de lo mental" (Adams &
Aizawa, 2010; Rupert, 2011), nos centraremos en dos objeciones prominentes, motivadas por
nuestro énfasis en "compromiso lingüístico interpersonal" y por nuestra voluntad de aceptar
sinergias lingüísticas interpersonales sobre la marcha: el argumento de la "falacia de la
constitución de acoplamiento causal" (Block, 2005) y el de la "inflación cognitiva" (Adams &
Aizawa, 2008; Rupert, 2009).

La primera crítica afirma que el acoplamiento causal no es constitución, en otras palabras, que la
conexión causal de dos sistemas no es suficiente para justificar la afirmación de que constituyen
un sistema cognitivo. Nuestro argumento no se ve afectado por esta crítica, ya que no estamos
abogando por un simple acoplamiento causal de dos sistemas. Nuestra propuesta describe la
interacción entre dos agentes cognitivos y la habilitación de nuevas sinergias informativas por la
interacción. El compromiso recíproco que implican las sinergias interpersonales no crea
simplemente una conexión causal unidireccional, sino —lo que es más interesante— una
interdependencia recíproca entre los dos sistemas. Esta interdependencia limita las posibilidades
individuales de acción de los interlocutores (por ejemplo, alinear su atención, o cómo evalúan su
confianza) y al mismo tiempo forma unidades cognitivas de orden superior con capacidades
mejoradas o innovadoras en comparación con sus componentes (Fusaroli&Tyle ́n, presentado
para su publicación; Fusaroli et al., 2013; Kelso, 2009; Riley et al., 2011; Fusaroli et al., 2013).

La segunda crítica posible es el argumento de la " inflación cognitiva ": al permitir la extensión
del término " cognitivo " más allá de los límites del cráneo y de la piel, creamos una categoría
que lo abarca todo y que, por lo tanto, es inútil desde el punto de vista explicativo (Adams &
Aizawa, 2008; Rupert, 2009). Argumentamos que este no es el caso. Por el contrario, no todas
las series conversacionales llegan automáticamente a constituir sinergias interpersonales. Esto
requiere un cierto nivel de compromiso lingüístico. Como se desprende de los estudios empíricos
examinados, los efectos de sinergia pueden lograrse en menor o mayor grado. En otras palabras,
los interlocutores pueden acercarse más o menos a un modelo ideal de mente dialógica según las
dinámicas en juego. Es importante destacar que también sugerimos un posible mecanismo para la
creación y mantenimiento de mentes dialógicas: la co-construcción de rutinas interactivas, tales
como la alineación sensible al contexto de los comportamientos expresivos. La identificación de
tales mecanismos que permitan sinergias interpersonales motiva nuevas hipótesis
experimentalmente comprobables (Dale et al., 2013).

Por ejemplo, prevemos que los interlocutores en competencia o en conflicto muestran una
alineación significativamente menor que los interlocutores cooperantes. Los estudios
preliminares de Paxton y Dale parecen confirmar la predicción (Paxton & Dale, presentado para
su publicación). En consecuencia, argumentamos que el estudio de las mentes colectivas puede y

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debe ser articulado con los hallazgos empíricos del estudio de la acción conjunta (Galantucci,
2009; Hasson et al., 2012; Obhi & Sebanz, 2011; Ramenzoni et al., 2012; Shockley et al., 2009;
Tollefsen & Dale, 2012). Tollefsen y Dale (2012) han esbozado cómo la alineación no verbal
podría conectarse con la agencia conjunta. Hemos articulado cómo la coordinación lingüística
posiblemente se relaciona con la acción colectiva y la cognición. Obviamente, estos son sólo
estudios iniciales. Se necesita más investigación empírica y conceptual para comprender mejor
los mecanismos que intervienen en la creación y el mantenimiento de las mentes colectivas,
como la afiliación emocional (Marsh et al., 2009), la toma de perspectivas (Brennan et al., 2010;
Duran & Dale, en prensa), la alineación (Fusaroli & Tylén, 2012) y las rutinas interactivas
(Fusaroli et al., 2013). Por último, nuestra propuesta apunta potencialmente a un papel aún más
pronunciado para el mundo social en la habilitación de las capacidades cognitivas básicas de un
individuo. Este es un lugar interesante para futuras investigaciones empíricas.

4. 4. Conclusiones

En línea con A. Clark, consideramos que el lenguaje es un caso prominente de cognición


extendida. Sin embargo, afirmamos que el verdadero poder del lenguaje no se puede captar
centrándose principalmente en sus propiedades materiales, ni en cómo facilitan el razonamiento
individual. El lenguaje es ante todo un compromiso intersubjetivo. Sus aspectos materiales y
simbólicos constituyen, pues, el espacio público de las sinergias dinámicas e interpersonales. El
lenguaje permite a los individuos coordinar sus procesos cognitivos de maneras evolutivas sin
precedentes, constituyendo efectivamente mentes dialógicamente extendidas. En el hábil
compromiso intersubjetivo de los patrones simbólicos, los seres humanos dependen unos de
otros y de las prácticas culturales establecidas para lograr hazañas cognitivas que de otro modo
estarían fuera de su alcance.

Reconociendo estas dimensiones intersubjetivas y culturales de la manera en que el lenguaje


constituye los sistemas cognitivos interpersonales, se abren nuevas líneas de investigación
interdisciplinaria en el campo de la cognición extendida y social. En este trabajo nos centramos
en el lenguaje como fenómeno cognitivo que combina aspectos centrales de la intersubjetividad
con la creación y mantenimiento de vehículos externos de cognición. En esta perspectiva, la
hipótesis de la mente extendida puede ser apoyada y articulada aún más por la investigación en
curso sobre la cognición social que investiga la constitución y la dinámica del compromiso
intersubjetivo corporeizado (Gangopadhyay, 2011). Al mismo tiempo, la investigación en
cognición social se complementa con un enfoque sobre cómo el compromiso dialógico llega a
constituir procesos cognitivos extendidos. Por último, pero no por ello menos importante, nuestra
perspectiva llena un vacío en el debate actual al proporcionar un relato inicial del papel
generalizado del lenguaje en la creación del acoplamiento intersubjetivo y, por lo tanto, de los
procesos cognitivos compartidos.

Agradecimientos

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La investigación fue financiada por el proyecto "Joint Diagrammatical Reasoning in Language"
del Consejo Danés para la Investigación Independiente - Humanidades (FKK), y la subvención
de EUROCORES EuroUnderstanding "Digging for the Roots of Understanding”.

Nota: para consultar la bibliografía, ir al texto en inglés.

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