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Anselm Grün

Pensamientos
sanadores
Título original:
Das Glück der Achtsamkeit
Das Glück der Begegnung
Das Glück der Dankbarkeit
Das Glück des Einlanges

Grün, Anselm

1. Espiritualidad

Traducción: Evelina Blumenkranz


Corrección: Liliana Ferreirós
Diagramación: Beton

Todos los derechos reservados

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler,


la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o en cual-
quier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización
u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor.

Es industria argentina
Armonía

En la actualidad, muchas personas se sienten inte-


riormente destrozadas, se sienten tironeadas entre la
angustia y la confianza, entre la fuerza y la debilidad,
entre el espíritu y el impulso, entre su anhelo espiritual
y las exigencias cotidianas. Entonces anhelan armonía.
Quisieran ser uno en sí mismas. A pesar de los muchos
conflictos en la sociedad, quisieran experimentar la
unidad en la familia, y sufren porque también aquí
reinan con frecuencia las discusiones y divisiones.
El anhelo de armonía, de unidad, es antiquísimo. Ya
movilizaba a los filósofos griegos. Era, en última ins-
tancia, la fuerza impulsora para las ideas de los más
grandes pensadores griegos, tales como Heráclito,
Platón, Parménides y Plotino. El anhelo de unidad nos
moviliza en la actualidad tanto como entonces.

La pregunta es: ¿cómo hallar un camino para

estar en armonía con nosotros mismos y vi-

vir la unidad con nosotros y con los demás


hombres?

3
Por cierto, todos han realizado la experiencia de
sentirse uno consigo mismo. Uno escaló la cima des-
pués de largo andar y observa la belleza del mundo
montañoso a su alrededor. Tiene la impresión de que
el esfuerzo y el sudor valieron la pena. Ahora se siente
realmente uno y conforme consigo mismo. Simple-
mente está allí. Percibe su cuerpo. Todo está bien así
como es. Una mujer se siente una consigo misma y
con el mundo al bailar. Entonces disfruta cada paso.
Puede olvidarse de sí misma. Un músico percibe la
armonía cuando se vuelve uno con los sonidos de su
violín. Entonces no piensa en otra cosa, sólo está en
la ejecución.

Nos gustaría retener tales experiencias. Pero al


momento siguiente ya nos sentimos interior-

mente destrozados. La unidad dura siempre


unos breves instantes.

4
6•
Los niños ya poseen la capacidad de ser uno con-
sigo mismos y con el mundo. Si observamos a los
niños mientras juegan, sentimos que están totalmente
en el juego. Se entregan al juego, todo lo demás es
irrelevante. Al olvidarse de sí, están absolutamente en
el presente, totalmente en armonía consigo mismos
y con el instante. Todos conocemos, por cierto, tales
experiencias infantiles de ensimismamiento. Una niña
está ensimismada cuando juega con sus muñecas y
representa en ello, finalmente, su propia alma. Un niño
puede olvidar todo cuando construye su propio mundo
en su habitación con los enseres allí existentes. Él se
abre en su mundo. Todo está en orden. Él es su mundo
y simplemente va detrás de sus sueños. Durante horas
está totalmente ensimismado y en sus sueños.

En tales momentos, los niños son felices, son

uno con sí mismos y con el mundo.

5
•7
Durante el diálogo, a veces aparece la sensación de
unidad. Hace poco tiempo estuvo aquí una periodista
para entrevistarme. Pero no se trataba sólo de hechos
y de las preguntas que ella había preparado. De pronto
podía percibirse una armonía. Ella pudo hablar sobre
sí misma. Se sentía comprendida. Yo tuve la misma
sensación. La conversación simplemente fluía. Cuan-
do culminé de hablar, estuve agradecido por este sen-
timiento de armonía. No conocía a esta joven mujer.
Nos encontramos por primera vez. Pero existió con-
cordancia. En tal atmósfera de unidad la conversación
tiene buen resultado. Adquiere una profundidad que
no es posible fabricar. Ninguno necesita representar
algo. Fluye en forma natural. Existe unidad.

Tanto mayor la molestia que me provoca,


a su vez, la distancia en las conversaciones

armadas.

6
8•
Las parejas son felices cuando se sienten unidas. Se
comprenden sin tener que comunicarse. Uno sabe del
otro. Respetan al otro tal como es. Son libres del afán
de tener que cambiar o criticar al otro. Cada uno puede
ser como es. Sienten unidad durante la conversación,
pero muchas veces también en el silencio. Caminan
juntos en silencio y, sin embargo, se sienten unidos.
En un abrazo o en un beso experimentan esta unidad
con mayor profundidad. Entonces son uno. Pero
tampoco pueden retener esta unidad. Existen etapas
en las que nuevamente se sienten extraños. Entonces
perciben su soledad.

Existen ámbitos a los que el otro no ingresa; en


los que me siento incomprendido y solo.

7
•9
Muchos se quejan actualmente de su aislamiento,
de su soledad. Peter Schellenbaum contrapone a esta
queja el asombro ante lo maravilloso que es estar solo,
ser todo uno, ser uno con todo, estar en armonía. Puedo
experimentar la soledad como una tortura. Pero tam-
bién puedo percibirla conscientemente. Si me siento
solo, voy al fondo de esta soledad. Y entonces, en el
fondo, me siento uno con todo. Éste fue el misterio de
los monjes. Ellos se han retirado, se han separado de
todos los hombres. Pero en esta soledad experimen-
taron una profunda armonía con todos los hombres,
sí, con toda la creación.

Evagrius Ponticus define al monje de la si-


guiente manera: “Un monje es una persona

que se ha separado de todo y que, sin embar-


go, se siente unida a todo”.

8
10 •
Quien se siente uno consigo mismo también está
de acuerdo consigo y con su vida. Cesa de rebelarse
contra su pasado o contra su carácter. Tiene la sen-
sación de que todo puede ser tal como es. No soy
perfecto, pero tampoco tengo por qué serlo. Tengo
lados de sombra, pero también ellos pueden existir.
Tienen derecho a vivir. Si los acepto, ellos ampliarán
mi horizonte. La armonía, la unidad, no son una masa
uniforme. Será mucho mayor la armonía si acepto los
opuestos dentro de mí. Esto requiere valor, ya que pre-
feriríamos ser unívocos en lugar de reconciliarnos con
nuestros lados de sombra, con la agresión reprimida y
la rabia, con las necesidades inconscientes.

No obstante, sólo existe armonía si logra-


mos aceptar todas las contradicciones en

nosotros y aceptarlas como pertenecientes


a nuestra vida.

9
• 11
Para C. G. Jung, la cruz es el símbolo más profundo
de la unidad humana. La cruz es un símbolo primitivo
que representaba en todas las religiones la unidad de
todos los opuestos mucho antes de Cristo. Cuando
durante el gesto de la cruz extiendo mis brazos, expe-
rimento cómo pueden destrozarme los opuestos. Pero
si soporto esta posición, de pronto siento amplitud
y libertad. Me siento uno con todo el cosmos. Nada
humano, nada terrenal, nada cósmico me resulta ajeno.
Todo tiene lugar en mí: todo puede ser.

En esta unidad con los opuestos en mí me


siento en concordancia conmigo mismo. Esto

expande mi corazón. Podría abrazar al mundo


todo. Me siento uno con todo lo que es.

10
12 •
En el matrimonio, la experiencia de armonía más
profunda puede ser el volverse uno en el amor que
emana, también sexualmente. Los miembros de la pa-
reja parecen fusionarse entre sí. Pero no es una verda-
dera fusión. Es una unidad con el otro que permanece
siendo él mismo. En este volverse uno se presiente
una unidad absoluta. El filósofo judío Walter Schubart
considera que “cuando se encuentran dos personas que
se aman, en un punto del cosmos se cierra la herida
del aislamiento”. Surge armonía. Para Schubart, la
unidad de la pareja en el acto sexual es “un preludio
de la nueva fusión entre Dios y el mundo”.

Entonces destella la idea de que existe la


unidad absoluta. Pero al mismo tiempo los

miembros de la pareja sienten que continúan


siendo dos. Uno se vuelve uno con el otro sin
disolverse él mismo.

11
• 13
Cuando por las mañanas de verano paseo a través
de nuestra avenida Bachallee y percibo el aire fresco a
mi alrededor, escucho el canto de los pájaros y veo ele-
varse lentamente el sol; entonces me siento en armonía
con la creación. Siento que pertenezco a la naturaleza.
La naturaleza no me califica, simplemente me deja ser.
Yo soy parte de ella. Durante las vacaciones de verano,
para mí es una experiencia hermosa recostarme en
una pradera y dejar que el sol me ilumine. Entonces
me siento sostenido por la madre tierra. Soy uno con
ella. La vida que florece a mi alrededor también está
en mí y me penetra. La ternura con la que el viento
me rodea, me colma.

Al igual que la creación a mi alrededor, estoy


creado y sostenido por Dios, e impregnado

de su espíritu.

12
14 •
En la última cena, Jesús reza por sus discípulos.
“Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y
yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros”
(Juan 17,21). Muchos entienden estas palabras como
la definición de la comunidad de los cristianos. Es
una interpretación posible, pero se fundamenta en
la filosofía griega de la unidad. Por esta razón, Jesús
pide que se cumpla el anhelo primitivo del hombre de
ser uno. Y simultáneamente muestra un camino para
que podamos ser uno con nosotros mismos. Como
él, debemos descender del cielo e incorporar todo lo
terrenal en la armonía con Dios.

Precisamos humildad y valor para descender a


nuestra propia humanidad, a nuestra terrenali-

dad, a los ámbitos de sombra de nuestra alma,


para elevar todo a la unidad con Dios. Cuando
lo oscuro esté en Dios, entonces también po-
dremos aceptarlo y reconciliarnos con ello.

13
• 15
La experiencia fascinante de los primeros cris-
tianos fue que de pronto judíos y griegos, señores y
esclavos, hombres y mujeres, pobres y ricos, formaron
juntos una comunidad y experimentaron una unidad
entre sí. “La comunidad de los fieles era un corazón
y un alma”. Así caracteriza Lucas a la comunidad pri-
mitiva en Jerusalén. Las iglesias cristianas anhelan en
la actualidad una armonía de esta naturaleza. Anhelan
eliminar la escisión que turba su testimonio hacia el
exterior y convertirse en la levadura de la paz para este
mundo. Sin embargo, no se trata exclusivamente de la
unidad entre las iglesias. Cada iglesia experimenta que
también existen divisiones dentro de ella porque cada
uno se obstina en su interpretación del mensaje.

Cuanto más profunda sea la experiencia de la


fe, tanto menos discutirán los hombres. Por tal
razón, el camino de la experiencia espiritual es

un camino hacia una unidad y armonía cada


vez mayores.

14
16 •
Todas las comunidades experimentan actualmente
lo difícil que es vivir en unidad. Esto ya comienza en
la familia. Los conflictos y malentendidos amenazan
la unidad. Los niños ambicionan salir cada vez más.
A veces se alejan tanto que ya no pueden hablar entre
sí e inclusive se enemistan. Las asociaciones y las em-
presas tienen problemas para reunir a sus integrantes
en una tarea en común. No se trata de presionarlos a
todos hacia una ideología dada de unidad. La unidad
no surge por defender todos la misma opinión. Esto
sería una ideología de unidad opuesta a la dignidad
del hombre.

La unidad siempre es unidad en la diversidad.


Sólo cuando cada uno puede ser totalmente

él mismo será capaz de experimentar una y


otra vez el ser uno con los demás.

15
• 17
El objetivo último del hombre es llegar a ser uno
con Dios. Muchos autores espirituales hablan actual-
mente de este anhelo de unidad con Dios. Sin embar-
go, también aquí existe el peligro de que, debido a la
mística por la unidad, algunos ni siquiera noten cómo
se dividen los hombres a su alrededor. Ellos tratan de
pasar por alto las tendencias divisorias de la propia
alma a través de la huida hacia la unidad con Dios.
Y comprenden a la unidad como si el propio yo se
disolviera en Dios del mismo modo que la ola en el
mar. Pero tal mística de fusión es una regresión poco
saludable que conduce a la disolución de la persona
y, con bastante frecuencia, a la enfermedad.

También en la armonía con Dios percibo úni-


camente un estar frente al otro, un llegar a ser

uno con el otro a quien no puedo acaparar, un


llegar a ser uno con el totalmente distinto, con
el indisponible tú de Dios.

16
18 •
En la antigua Iglesia ya existían grandes discusio-
nes acerca de cómo podemos comprender el llegar a
ser uno con Dios. Como caso modelo se aplicó la uni-
dad de Dios con el hombre en Jesucristo. El Concilio
de Calcedonia aplicó una fórmula sensata y a la vez
genial para las acaloradas discusiones: Jesús fue ver-
dadero Dios y verdadero hombre, pero sin mezclarse
y a la vez juntos. Lo mismo se aplica para nosotros,
que somos divinizados. Dios está en nosotros. Ya no
puede separarse de nosotros. Se ha ligado a nosotros.
Y, sin embargo, no está mezclado con nosotros. No
se disuelve en nosotros y tampoco nosotros en él. Lo
que el Concilio definió para la naturaleza de Jesús se
aplica para cada experiencia espiritual profunda.

En la experiencia mística nos volvemos uno


con Dios. Pero continuamos siendo totalmen-
te hombres, sujetos a la misma debilidad y

limitación. Y, sin embargo, Dios está en noso-


tros y con nosotros. Y en la unidad con Dios

también somos uno con nosotros mismos, con


nuestro núcleo esencial.
17
• 19
El objetivo de la mística es llegar a ser uno con
Dios. No obstante, antes del camino de la unión la
mística coloca el camino de la purificación y de la
iluminación. En primer lugar es necesario purificar
todo lo turbio y confuso en nosotros e iluminar lo
oscuro con el fin de abrir el espacio para ser uno con
Dios. Algunos se entusiasman tanto en la actualidad
con llegar a ser uno con Dios que creen que podrían
pasar por alto los dos primeros pasos de la purifica-
ción e iluminación. Pero entonces sólo se produce
una pseudomística. Con su mística muchas veces se
colocan sobre los demás y precisamente así no crean
armonía sino escisión. Pasan por alto su propia des-
unión y creen que ya son uno con Dios.

En verdad, desembarcan en su propio anhelo


de fusión. Permanecen atrapados en sí mis-
mos y no experimentan una verdadera unión

con Dios y consigo mismos.

18
20 •
Se cuenta que Benito, el padre de los monjes, vis-
lumbró el mundo entero en un único rayo de sol. Ésta
es una experiencia de unidad similar a la que viven
muchos en la actualidad. Es la experiencia de que, de
pronto, todo se nos vuelve claro. Existen momentos
en los que podemos mirar a través, en que miramos
el fondo. No vemos nada concreto. No podemos de-
cir qué hemos visto, pero de pronto todo está claro.
Aunque en nuestra cabeza continúe mucho desorden,
en el fondo de nuestro espíritu todo está claro. En ese
instante somos uno con todo lo que es. Y también
estamos en concordancia con todo lo que es. Aunque
nuestro corazón se rebele todavía contra muchas
cosas, en la profundidad de nuestra alma estamos de
acuerdo con la vida, aceptamos lo que es.

Éstas son experiencias de armonía que actual-

mente no sólo realizan las personas devotas.


Mucho más que una sorpresa divina, también

les es regalada a aquellos que consideran que


no son en absoluto religiosos.

19
• 21
Existen vías de ejercitación para poder experimen-
tar la armonía y la unión. Si me concentro totalmente
en la respiración sin controlarla, si simplemente soy
mi respiración, esto puede conducir a una experiencia
de unión. O si trato de caminar muy lentamente y
ser yo en cada uno de mis pasos. Entonces también
crece una sensación de armonía. Muchos conocen
tales experiencias pero precisamente donde no las han
ejercitado conscientemente. Una mujer que durante
muchos años realizó terapia para poder aceptarse con
sus heridas, me contó que durante las vacaciones estu-
vo sentada en un banco. De pronto se sintió totalmente
una. Ella no sabía de dónde provenía esa experiencia.
De pronto estuvo de acuerdo consigo misma y con su
historia de vida.

Todo estaba bien. Todo podía ser. Ella simple-

mente estaba allí, y era feliz.

20
22 •
Hermann Hesse cuenta de Siddharta, que al prin-
cipio buscó la unión con Dios con estricto ascetismo.
Pero cayó en la desesperación, en la destrucción.
Entonces se arrojó a lo contrario. Vivió todos sus de-
seos e impulsos hasta el exceso. Pero tampoco esto lo
condujo verdaderamente a olvidarse de sí mismo y a
la armonía consigo. Cuando, decepcionado, abandonó
todo el esfuerzo por lograr ser uno, estaba sentado
junto al río y observaba la corriente del agua. De
pronto sintió una profunda unidad de todo su ser. De
pronto todo comenzó a fluir. Se sintió uno consigo
y con su división. Y se sintió uno con los “pueriles
humanos” que antes había despreciado porque eran
tan superficiales e ingenuos. Le sobrevino también
una unión con Dios.

Cuando había abandonado el tenso afán de

unidad, cuando se desprendió de sí mismo, es-


tuvo libre para ser uno con todo y finalmente

uno con Dios.

21
• 23
Uno de los representantes más importantes de la
mística de la unidad es el Maestro Eckhart. Él habla
una y otra vez de la unidad entre Dios y el hombre, y
de la unidad de todas las cosas en Dios. El requisito
para que el hombre pueda ser uno con Dios es que
se desprenda de todas las imágenes de … y las ideas
sobre… Mientras permanezca en nosotros una imagen,
la imagen estará entre nosotros y Dios. Para Eckhart,
el silencio puro es el camino para ser uno con Dios
y con todo lo que es. Mientras continuemos reflexio-
nando sobre Dios o nos detengamos en las imágenes
de Dios, estaremos separados de Dios. La imagen de
la fusión es para el Maestro Eckhart el nacimiento
de Dios. Y Dios nace en el silencio más profundo,
allí donde no penetra ningún pensamiento, ninguna
preocupación, ninguna duda y ninguna expectativa
de los hombres.

Dios nace en el fondo del alma, en el que todo

es silencio. Allí nos fusionamos con él y con


todo ser. Según Eckhart, toda nuestra felicidad

está situada en tal armonía.

22
24 •
¿A quién no le gustaría conservar la experiencia de
unidad y armonía? Pero no es posible. Tras la mejor
experiencia de armonía nos critica el vecino. Y ya nos
sentimos destruidos. O nos fastidia un mosquito que
nos pica. Y ya salimos de nuestra unidad. Cualquiera
que desee experimentar la unidad deberá aprender
a soportar las tensiones de su vida. Corresponden
a la vida la permanente oscilación entre la unidad
y la destrucción, entre la unidad y la división, entre
la tensión y el derrumbe de todos los opuestos. Es
nuestro destino. Quien quiera escapar de este destino
se elevará por encima de su humanidad. Convertirá
la unidad en una ideología. Creerá ser uno.

En realidad, todavía nunca se ha sentido com-


pletamente uno. Prefiere huir hacia una con-

ciencia cósmica, hacia una fusión regresiva.

23
• 25
Querida lectora, querido lector: Estoy seguro de
que usted ya ha vivido a menudo la experiencia de
armonía, de concordia. A través de mi descripción
de la unidad no puedo decirle nada nuevo. Quisiera,
sí, invitarlo a observar más conscientemente sus
experiencias. Deténgase más a menudo y sienta
simplemente dentro de usted. Sienta su cuerpo y esté
agradecido por él. Siga su respiración y trate de ser
sólo respiración. O esté totalmente en la observación,
o en la audición, o en el gusto o en el olfato.

Entonces vislumbrará lo que significa olvi-


darse de sí y ser totalmente uno, en armonía
con el instante, en armonía consigo mismo,

con toda la creación, con todos los hombres


y, finalmente, ser uno con Dios.

24
26 •
Atención

Introducir en la atención es la meta de los todos los


caminos espirituales. Todos ellos conocen la atención
en el tratamiento de cosas, de personas y del momento.
Si soy atento, presto atención a todo lo que hago. No
vivo simplemente por vivir. Estoy totalmente en lo que
tomo en mis manos. Percibo lo que sucede en cada
instante. Si me lavo con atención, tomo conciencia del
misterio del lavado. Me purifico de toda la suciedad,
no sólo suciedad exterior, sino principalmente de mi
suciedad emocional interior. Me purifico de aquello
que turba mi imagen primitiva y auténtica. Siento el
agua que me refresca y me limpia de todo aquello que
obstruye mi verdadera imagen.

Todo lo que hago adquiere un significado más


profundo a través de la atención.

25
• 27
El término alemán achtsam (atento) deriva de la
raíz indogermánica “ok”, que significa “reflexionar,
pensar”. Atento es, por lo tanto, aquel que piensa lo
que hace, que piensa lo que realmente sucede. No
vive irreflexivamente sino consciente. Existen seres
que mentalmente se alejan de lo que hacen. Van de
paseo pero sus pensamientos están en otro lugar. No
prestan atención al camino que recorren, o a los pasos
que dan. En cambio pasean por los espacios de su
fantasía. Atención significará que yo esté totalmente
en el andar, que perciba cada paso. ¿Qué significa an-
dar? Toco el suelo y continúo. No quedo enganchado.
Andar significa continuar andando, no descansar sobre
lo logrado, sino transformarse en el andar.

Si camino con atención, se abrirá para mí el


misterio del andar. Entonces experimentaré el
andar como una metáfora de mi vida…

26
28 •
Atención también tiene relación con despertar.
Muchas personas opinan que están despiertas. En
realidad, duermen. Se adormecieron en las ilusiones
acerca de su vida. No perciben la realidad tal como
es. El maestro de sabiduría indio Anthony de Mello
considera que la mística es un despertar a la realidad.
Existen personas que confunden la mística con imá-
genes fantásticas piadosas. Huyen hacia pensamien-
tos piadosos para esquivar la realidad. La verdadera
atención consiste, sin embargo, en despertar allí, en
abrir finalmente los ojos y ver la realidad tal como
verdaderamente es. El término griego correspondiente
a verdad, “alétheia”, considera que se corre el velo
que se encuentra sobre todo y cubre la esencia de las
cosas, y podemos ver el fondo.

Despertar significa no conformarse ya con

el velo de las ilusiones que colocamos sobre


todas las cosas, sino mirar detrás de las

cosas para descubrir la verdadera realidad


de la vida.

27
• 29
En el término alemán achten (atender) se encuentra
también la estima, la apreciación de valor. Si trato las
cosas con atención, entonces las estimo, me resultan
valiosas. Benito, el Padre de los Monjes, exhorta a sus
monjes a tratar con atención la herramienta y todas
las cosas. Sí, el ecónomo, a cargo de la administra-
ción y economía, deberá manejar todo el aparato del
convento como un sagrado utensilio del altar. Debe
desarrollar una percepción de que todo es sagrado,
todo está penetrado por el espíritu de Dios, de que todo
es su regalo. Quien trata el aparato como un utensilio
sagrado del altar tendrá una percepción del verdade-
ro valor de las cosas. En todo finalmente tocamos la
fuente primitiva: Todo es creación de Dios y nos fue
regalado por él. En el Evangelio de Tomás, Jesús dice a
sus discípulos: “Partid un trozo de madera y allí estoy
yo. Tomad la piedra y allí me encontraréis”.

Debajo de cada piedra se encuentra un miste-


rio. Quien vive con atención, lo descubrirá.

28
30 •
Si paso atentamente a través de una puerta, pre-
siento lo que significa: Voy de un ambiente al otro.
La puerta me abre un nuevo ambiente. Abandono algo
y me dirijo hacia algo nuevo. Jesús dice acerca de sí
mismo que él es la puerta. En su ser hace realidad lo
que el hombre atento experimenta al traspasar una
puerta: La puerta me conduce hacia el espacio de mi
alma, en el interior de mi corazón.
En mi vida atravieso muchos umbrales. Piso tierra
nueva. Exploto nuevos espacios que todavía no co-
nozco. La puerta abre y cierra. Cuando después del
trabajo atravieso cuidadosamente la puerta de casa,
cierro conscientemente la puerta del trabajo para
abrir la puerta de la familia, a fin de estar totalmente
presente allí cuando llego a mi hogar. Sin embargo,
muchos regresan a casa con los problemas del trabajo.
Ellos están en otro lugar.

Atravesar conscientemente una puerta signifi-


ca dejar detrás de mí todo lo demás e ingresar

en su totalidad al ambiente que me abre la

puerta.

29
• 31
Benito de Nursia ama la palabra “custodire”. Sig-
nifica: considerar, prestar atención, vigilar, observar
conscientemente. Corresponde a las herramientas del
arte espiritual de vida controlar en todo momento la
propia acción, dice él. Para la tradición benedictina, la
atención se ha convertido en el ejercicio espiritual por
excelencia. La atención se aplica a la herramienta que
manejamos. Se aplica a la lengua que con frecuencia
habla irreflexivamente y nos causa un mal. Entonces
nos enojamos si hemos dicho cosas que hubiera sido
mejor guardar para nosotros.

Es, ante todo, la atención frente a las ideas y


sentimientos, frente a las emociones y pasio-

nes que desean ingresar en nosotros y que


luego determinan nuestras palabras.

30
32 •
Una bella imagen de esta atención es la del portero.
Se remonta a Jesús, que habla de un hombre que fue
de viaje y les transfirió a sus sirvientes la responsabi-
lidad por su casa. “Al portero le exigió estar vigilante”
(Marcos, 13,34). De tal modo, el hombre debe ser un
buen portero que consulta a cada pensamiento que
golpea a la puerta: “¿Me correspondes o eres enemi-
go? ¿Quieres decirme algo o quieres ocupar mi casa
y echarme de ella?

Atender a mis pensamientos es un impor-


tante ejercicio de vida, ya que con el pensar

comienza todo. Los pensamientos pueden ser


sanadores, pero también pueden dañarnos.

31
• 33
Necesitamos la atención, necesitamos al guardia
que pregunte a cada pensamiento que desea ingresar a
nuestra casa de vida interior, si es bueno o no, si es un
intruso que se acomoda en nuestra casa y nos discute
nuestro derecho de habitarla. El guardia vigila. Él no
duerme. Él protege mi casa para que yo pueda vivir
en ella con calma y seguridad.

Permitámonos buenos guardias para la puerta


que conduce a nuestro corazón, y para la len-
gua, para el portal que se abre al exterior y del

cual a menudo fluyen palabras insensatas que


no hacen bien, ni a nosotros ni a los demás.

32
34 •
“Custodire”, estar atento, no significa controlar.
Aquel que desee controlar sus pensamientos, segura-
mente perderá el control sobre ellos. Se trata de estar
vigilante, atento y vivir con atención, de estar en con-
tacto consigo mismo y con lo que es. Los psicólogos
dicen que la mayor enfermedad de nuestro tiempo
es la falta de relación; los hombres habrían perdido
la relación con ellos mismos, con las cosas, con los
hombres y con Dios. Quien no tiene relación con las
cosas, las trata sin consideración.

Quien es incapaz de establecer relación con


una persona, pasará por alto el misterio del
otro. No atenderá a los movimientos de su

alma.

33
• 35
Quien desconoce la relación estrecha con uno
mismo nunca está consigo, nunca está verdaderamente
“en casa”. Está en todos lados y en ningún lugar. Se
queja por sentirse solo y solitario, pero no está consigo
mismo. Él mismo no se brinda cercanía. Tanto más
anhela la proximidad de los hombres. Pero cuando
alguien se le acerca, no puede soportar su cercanía.
Intenta tomar contacto conscientemente con lo que
haces en este momento, intenta percibir la relación con
lo que tocas en este instante. Percibe la relación con el
árbol junto al cual estás parado, con la flor que florece
frente a ti. Descubrirás que la relación con las cosas
sumerge todo en una luz nueva. Percibe la relación con
la herramienta que tomas en la mano, con tu computa-
dora, con el libro que lees en este momento. Notarás
que no son objetos muertos. De pronto comienzan a
resplandecer. Se tornan importantes para ti.

Si percibes la relación, naturalmente tratarás

las cosas con atención.

34
36 •
Para aquel que estableció una relación con una
piedra que le ha regalado un amigo o una amiga, de
pronto la piedra comienza a vivir, a hablar. Le cuenta
acerca de su amigo. Le cuenta de los lugares en los que
estuvo depositada. Le cuenta de su anhelo de participar
en la construcción de una elevada catedral.

Conozco un carpintero que podía contar


entusiasta acerca de lo que percibió en la
madera de un árbol. Él tenía relación con la

madera. La tocaba respetuosamente. Para él,


era valiosa y digna de amor.

35
• 37
Ser atento no es una obra que podamos llevar a
cabo. La atención quiere enseñarnos el arte de vivir
totalmente en el momento; nos quiere invitar a “vivir
con entusiasmo”. Quien vive totalmente en el mo-
mento puede saborearlo y disfrutarlo; para él cada
instante será una experiencia de la plenitud de la vida.
Sólo necesita recostarse sobre el césped y se abrirá
frente a él el paraíso de los colores y las formas. Así lo
recomienda a sus discípulos el monje budista Thich
Nhat Hanh. Él considera que si no somos felices, se
debe a la falta de atención.

Al que atraviese un bosque otoñal con aten-


ción se le abrirá ante sí el milagro de colores

que el otoño le presenta.

36
38 •
El otoño es un pintor al que, por cierto, ningún
pintor humano puede superar. El hombre atento per-
cibe los muchos milagros que le ofrece el bosque, el
milagro de la luz que penetra en él. Cuando camino a
través del bosque Steigerwald siempre estoy fascinado
del juego de luces que representa el bosque de hayas.
Y siempre vuelvo a maravillarme por las altas hayas
que me parecen columnas en una catedral gótica.
Camino a través del bosque como a través de una
elevada catedral. Avanzo atentamente. Siento que el
misterio me rodea: la amplitud, la belleza de Dios que
se refleja en la creación.

Para el hombre atento no son necesarios viajes


lejanos. Un simple paseo esconde en sí todo

lo que el corazón anhela.

37
• 39
La atención es también una protección frente a lo
malo, frente a los obstáculos en mi vida. De tal modo,
Benito le exige al monje que tenga cuidado en todo
momento “frente a los pecados y errores de los pensa-
mientos o de la lengua, de las manos, de los pies o de la
voluntad propia como así también de los deseos de la
carne”. Esto suena actualmente para nosotros más bien
negativo. Pero Benito calcula que nuestro pensar y
hablar, nuestra acción y nuestro andar se independizan.
Entonces ya no andamos nosotros mismos con aten-
ción, sino que somos andados. No vivimos, sino que
somos vividos. No hablamos conscientemente, sino
que las palabras brotan incontroladas desde nosotros.
El que habla y actúa inconsciente e irreflexivamente se
daña a sí mismo y a los demás. La atención me protege
contra el daño inconsciente a mí mismo.

Ser atento es el arte de hablar y actuar desde


el corazón, es exteriorizar aquello que me

interesa mucho de manera adecuada y en


relación conmigo y con los demás.

38
40 •
Podemos ejercitar concretamente el estar atentos si
tomamos en nuestras manos las cosas cotidianas con
atención y cuidado. Trato cuidadosamente mi lápiz,
mi PC, los libros que leo. Abandono mi cuarto con
atención, siempre tomo conciencia del umbral a través
del cual ingreso a otros ambientes. Percibo el aire
fresco. Noto los rayos de sol que me calientan. Estoy
en cada instante. Y estoy presente con mis sentidos.
Miro, escucho, huelo, palpo lo que tomo en mis ma-
nos. Tratar todo con atención es un ejercicio sencillo.
Esta ejercitación concreta me concentra, me pone en
contacto con las cosas y conmigo mismo.

Me percibo de manera diferente. Estoy abso-


lutamente en el presente. Me siento vivo…

39
• 41
Un aspecto importante del estar atento consiste en
que no califico lo que hago, lo que toco, lo que vivo.
Tampoco califico mis pensamientos que emergen en
mí. Simplemente observo qué sucede sin juzgarlo de
inmediato. Es así como es. Trato de tocarlo, de per-
cibirlo como se siente. Muchos hombres no logran
la calma porque de inmediato califican todo lo que
hacen. Y, generalmente, su acción no responde a la
valoración de su razón. Entonces están disconformes.
Si percibo atentamente, no califico. Simplemente
tomo contacto con las cosas. Y aquello que percibo
sin calificar, también puedo soltarlo.

Renuncio a luchar contra mis pensamientos.


Los observo y los dejo ser. Entonces se disipan

por sí solos. O se transforman. De todas ma-


neras, ya no me manejan.

40
42 •
Estar atento tiene relación con ser cuidadoso. Quien
trata las cosas atentamente, también es cuidadoso.
Behutsam (cuidadoso) deriva de Obhut (protección),
Bewachung (vigilancia), Fürsorge (asistencia). La
persona cuidadosa se preocupa por lo que hace. Pone
atención en que todo salga bien. La palabra cuidadoso
encierra asimismo la protección. Yo cubro algo en
forma protectora cuando lo trato con cuidado. No lo
expongo a los ataques de las fuerzas enemigas.

Tomo algo en mi mano. Coloco mi mano


sobre ello de manera protectora.

41
• 43
En las dos palabras alemanas achtsam (atento) y
behutsam (cuidadoso) encontramos el sufijo “sam”.
“Sam” significa “concordante con algo”. Quien está
atento, está acorde con lo que realiza. Y está concen-
trado en lo que hace. Concentra lo que toca con su
propia persona. Y también se concentra en sí mismo.
Reúne en él lo que en otro momento tiende a separar-
se. No se dispersa, sino que está en él y en contacto
consigo mismo y con lo que es. “Sam” también tiene
relación con “sanft” (suave, manso). La persona mansa
combina bien con otras personas. Vive en paz con
ellas. Y trata las cosas con suavidad. Percibe la unidad
con lo que hace y toca. Maneja todas sus herramientas
con suavidad.

La persona mansa se siente vinculada con lo


que tiene en su mano.

42
44 •
La persona mansa es aquella que está unida a sí
misma, a las diversas necesidades y deseos de su alma,
a sus pasiones y emociones. La persona mansa vive en
paz también con las oposiciones en su corazón. Trata
a las personas con suavidad porque percibe el vínculo
interior con ellas. El que está en relación con las cosas
y las personas, también es manso. No necesita prote-
gerse frente a la tosquedad y la dureza. La atención
surge de su mansedumbre, de su relación con las cosas,
de su relación consigo mismo y con los hombres. Y es
expresión de su sentimiento de pertenencia.

La persona atenta y cuidadosa se siente uno


con todo. Se siente perteneciente al mundo,
a las cosas, a los hombres.

43
• 45
Evagrius Ponticus, el escritor más importante del
antiguo monacato (345-399), describió la mansedum-
bre como la expresión de la auténtica espiritualidad.
Él considera que un monje tosco sólo muestra que
no ha comprendido nada de espiritualidad. Por más
ascético que sea, de nada le servirá, porque no estará
en contacto consigo mismo y con los hombres; él
lucha contra sí y no se siente uno consigo mismo.
Evagrius Ponticus aprecia la mansedumbre de Jesús
que invita a ser manso y humilde de corazón (comp.
Mateo 11,29). El término alemán Sanftmut (manse-
dumbre) demuestra que es necesario tener valor para
ser manso, para mantenerse unido con las oposiciones
de la propia alma y convivir en paz. Y se necesita valor
para sostener la relación con los hombres, inclusive
cuando nos enfrentan sentimientos hostiles.

Es necesario valor para mantenernos mansos


con nosotros mismos y con los hombres, para

poder tratar todo con atención y cuidado.

44
46 •
La mansedumbre y la atención forman un conjunto.
Presto atención al instante. Tengo respeto por el ínfi-
mo movimiento del aire, por todo lo que tomo en mis
manos, por el pulóver con que me visto atentamente,
por los anteojos que me coloco. Transito mi camino
cuidadosamente. Me saco el sombrero a cada paso que
doy, ya que cada paso me conduce a la vida, siempre
que lo dé con la suficiente atención.

De tal modo, la atención, el cuidado y la


mansedumbre son para mí puertas para la

vida verdadera y consciente.

45
• 47
Si has leído estas líneas y observado estas imágenes
con atención, quizá no hayas logrado conocimientos
totalmente nuevos. Pero quizá te sientas ahora dis-
tinto. Quizá la lectura atenta te haya tranquilizado.
Te ha sumergido en otro mundo. Ahora, después de
la lectura, trata de caminar lentamente a través del
ambiente. No pienses en lo que has leído. Trata de
llevar muy lentamente a través del ambiente sólo lo
que has reconocido a través de la lectura, como una
fuente llena de agua. Da cada paso lentamente, de
manera tal de no derramar el agua. Entonces sentirás
que llevas en ti y contigo algo valioso.

Presta atención en no arrojar descuidada-


mente este tesoro, sino en llevarlo atenta-

mente y compartirlo con las personas que


encuentres en el camino.

46
48 •
Gratitud

El término alemán danken (agradecer) deriva de


denken (pensar). Sólo quien piensa puede estar agra-
decido. Raymond Saint-Jean denomina a la gratitud
“la memoria del corazón”. El agradecido piensa
con el corazón. Reconoce lo que le es obsequiado
diariamente. El desagradecido no es una verdadera
persona. No piensa sino que olvida lo que diariamente
le es obsequiado. Por esta razón, el filósofo romano
Cicerón denominó olvido a la ingratitud. Y muchos
pensadores han considerado a la ingratitud como uno
de los pecados elementales. El Talmud dice que la in-
gratitud es más grave que el robo. Y Johann Wolfgang
von Goehte opina que “la ingratitud es siempre una
suerte de debilidad. Jamás vi un hombre fuerte que
sea ingrato”.

La gratitud, por lo tanto, hace al hombre. El

ingrato no es aún un verdadero hombre.

47
• 49
Ya los romanos pensaban mucho acerca de la
gratitud. Para Cicerón es la cualidad más importante
del hombre. Es el requisito para la “concordia”, para
la comunidad, para la capacidad de armonía, para la
concordancia de los corazones. Y la falta de gratitud
amenaza a la humanidad, a la “humanitas”. Sólo las
personas agradecidas pueden entablar una amistad
y vivir juntas en comunidad. Las personas ingratas
son personas desagradables. Uno quisiera no tener
relación con ellas. Cuando estamos cerca de personas
ingratas nos sentimos mal. Tenemos la sensación de
que nunca nada les viene bien. Entonces nos alejamos
de ellas, ya que de ellas emana una actitud negativa
y destructiva.

El ingrato destruye la concordancia de los


corazones. No puede festejar y, en última ins-
tancia, es incapaz de ser feliz.

48
50 •
Para Cicerón, la gratitud es la madre de todas las
virtudes. Y para Séneca, el otro filósofo romano, la
ingratitud es la raíz de todas las faltas y pecados. No
obstante, los romanos entendieron la gratitud princi-
palmente como contraprestación. A quien me ha dado
algo le debo agradecimiento, a él también debo darle
algo. La gratitud no era, entonces, sólo una postura
sino también una acción. Pero esto llevó a una actitud
casi comercial. Frente a esta comercialización de la
gratitud, Cicerón apuesta al recuerdo agradecido, a
la “grata memoria”. No se trata sólo del recuerdo
agradecido de aquello que fue. Es mucho más: una
postura.

La gratitud tiene una mirada para lo valioso de


mi vida. Y vigila que nada valioso se pierda.

49
• 51
Me resulta difícil regalar algo a una persona in-
grata. Tengo la sensación de que el otro no puede
alegrarse de ello. Entonces me roba mi propia alegría
de regalar. Tengo la sensación de que nunca puedo
conformar al otro, que siempre tiene algo que objetar.
Rechaza mi regalo porque no es necesario, o peor aún,
no permite que se le regale nada. Dice que tiene todo
lo que necesita. El ingrato dificulta la relación con él.
Puedo hacer y decir lo que quiera, nunca será correcto
para él. Él no reflexiona acerca de lo que le obsequio
o le digo. Sólo está fijado en sí mismo y, en última
instancia, está disconforme consigo mismo.

Detrás de la postura de ingratitud se esconde


con frecuencia una insaciabilidad. En vez de
aceptar algo agradecido, el ingrato devora
todo. Pero nunca puede recibir lo suficiente.

Todo regalo es poco.

50
52 •
La gratitud se destruye a través de una actitud de
consumo y pretensión: Me corresponde todo. Me
corresponde lo que las ofertas promocionan en el
supermercado. Necesito todo lo que veo. Me com-
pro todo lo que en ese momento se me ocurra. Debo
satisfacer de inmediato mis necesidades. No puedo
esperar hasta que alguien me regale algo. Esta inca-
pacidad para esperar me impide, al mismo tiempo,
disfrutar algo. La virtud del agradecimiento necesita
la libertad y la voluntariedad. Romano Guardini lo
expresó de la siguiente manera: “Donde termina la
libertad, desaparece el agradecimiento. En su lugar
se ubica la confirmación de que ha sucedido aquello
que se pretendía”.

En nuestra época crece la idea de tener de-


recho a algo. Esto expulsa al recuerdo agra-

decido. Pero la idea de tener derecho a algo


no hace feliz. Sólo está satisfecha la persona
agradecida.

51
• 53
La persona agradecida puede agradecer por todo.
Agradece ya a la mañana que Dios le haya regalado
el nuevo día, que pueda levantarse sana, que tenga
a su familia en la cual se sabe protegida, que pueda
hacer algo por los demás. Agradece por la salida del
sol, por el buen tiempo, por la casa en la cual puede
sentirse en casa. Agradece por los alimentos que tienen
tan buen sabor. Y agradece por tener un corazón que
puede amar. Nada le es natural. Dado que reflexiona
sobre aquello que vive, está agradecido. Sabe que,
en última instancia, inclusive su existencia le ha sido
obsequiada.

Todo lo que es, le fue dado. Él no es el creador,


sino la criatura que está agradecida por haber

sido creada, que existe, y no que no existe.

52
54 •
Sólo puedo agradecer a quien me regala los obse-
quios con respeto. Si alguien a través de su obsequio
me da a entender que es el gran benefactor y yo el
pobre infeliz que debe estar agradecido por recibir
algo, entonces me resulta difícil agradecer. O cuando
alguien quiere hacerme dependiente de él a través
de su regalo, no me es posible agradecer. La gratitud
requiere el respeto frente al que recibe los obsequios.
Dios nos da los obsequios porque para sus ojos somos
valiosos. También nosotros, los hombres, debemos dar
con respeto frente al misterio del otro.

Jean Paul reconoció que: “Nunca se es ingrato


frente al amor, sólo frente a las obras de cari-

dad”. Si el benefactor se coloca sobre mí, mi


agradecimiento desaparece.

53
• 55
De tanto en tanto hace bien recordar con gratitud
todo aquello que nos fue obsequiado en nuestra his-
toria de vida. No por estar agradecido a mis padres
debo enaltecerlos o ver más allá de sus límites. Pero
en mi gratitud no me fijo a las heridas que quizás
experimenté. Veo lo que me han dado. Y todo padre,
toda madre ha obsequiado mucho a sus hijos. Los
padres les han obsequiado su vida. Les han entregado
tiempo y energía, dedicación, amor, comprensión.
Ellos mismos se han entregado.

En la gratitud hacia mis padres reconozco


las raíces a partir de las cuales vivo. Y estoy

agradecido por mí mismo, por haber llegado


a ser como soy.

54
56 •
Si observo mi historia de vida con agradecimiento,
entonces aparecen en mí muchos bellos recuerdos:
el juego despreocupado, los paseos con mi padre
los domingos por la tarde, las festividades del año
como Navidad y Pascua, los propios cumpleaños y
onomásticos, en los cuales experimenté mucho ca-
riño. El arte de la gratitud consiste, sin embargo, en
agradecer también por aquello que, en un primer mo-
mento, fue difícil. Hoy puedo agradecer también por
las faltas que viví en la infancia. Y estoy agradecido
por las crisis que he atravesado en mi vida. Sin estos
tiempos difíciles en los que dudé de mí mismo no
hubiera llegado a ser quien soy ahora. De tal manera,
puedo mirar retrospectivamente con agradecimiento
y experimentar así paz interior.

Ida Friederike Görres ve en la gratitud el único

remedio eficaz contra la tristeza.

55
• 57
La retrospección agradecida sobre mi vida conduce
ante mis ojos a muchas personas a las cuales puedo
estar agradecido, no sólo mis padres y mis herma-
nos. Aparecen entonces maestros que me animaron
y enseñaron cómo aprender. También mi maestro de
novicios, a quien le agradezco el amor por la liturgia
y muchos conocimientos del reino de la tradición li-
túrgica. Se encuentran asimismo amigos con los que
transité una porción del camino. Y autores a quienes
les estoy agradecido. Sus libros me han abierto los
ojos al misterio de mi vida y al misterio de Dios y de
los hombres.

Todo aquel que trate de mirar agradecido a


los hombres que ha encontrado en su vida

experimentará qué bien le hace y cuánto ha


recibido ya de regalo en su vida.

56
58 •
En la tradición espiritual se recomienda agradecer
especialmente por los semejantes difíciles, y por cier-
to, no sólo por aquellos que nos dificultaron la vida en
el pasado, sino por aquellos con los que tengo dificul-
tades en la actualidad. Si agradezco por un hombre que
me enerva, aprenderé a verlo bajo otra luz. No estaré
fijado a lo desagradable y duro en él. Lo reconoceré
en el agradecimiento de haber sido creado por Dios,
por tener una dignidad y una buena esencia intangibles
y por ansiar la paz y la felicidad. La gratitud me abre
los ojos al misterio del otro. Transforma entonces mi
relación con él, y le permite a él sentirse aceptado.

Quien se siente aceptado, ya no necesita


ser tan espinoso. Es libre para vivir su buena

esencia también hacia afuera, sin temor de ser


pisoteado por los demás.

57
• 59
La gratitud me abre los ojos frente a mi propio
valor. No obstante, no es tan sencillo estar agrade-
cido por uno mismo. En lo profundo de nosotros se
encuentra a menudo la tendencia al rechazo de sí mis-
mo. Quisiéramos tener otro cuerpo, otro talento, otras
posibilidades de desarrollo. Pero si añoramos lo que
no tenemos seremos incapaces de estar agradecidos
por lo que nos fue obsequiado. Al mismo tiempo, la
gratitud exige despedirme de mis ilusiones de cómo
debería ser. Recién entonces podré agradecer por mi
forma de pensar y sentir, por mis manos que son tan
ágiles y delicadas, por mi cuerpo, en el que mi alma
vive a gusto aunque no responda al ideal de belleza
de la moda actual.

La gratitud me lleva a estar en armonía con-


migo mismo y a experimentar una profunda
alegría de ser como soy.

58
60 •
En el salmo 139 un hombre reza: “Te doy gracias
por tantas maravillas; admirables son tus obras y mi
alma bien lo sabe”. Quien puede rezar así, percibe
el milagro de su existencia. No se lamentará por ser
como es. No necesita compararse con los demás, y no
tiene por qué sentirse perjudicado. En cambio, mirará
agradecido el milagro de su existencia, el milagro de
su cuerpo y de su alma. Percibirá su propia belleza,
el milagro de su existencia. Y con su gratitud se diri-
girá a Dios que es, en última instancia, el verdadero
destinatario de nuestro agradecimiento.

Si doy las gracias por cada nuevo día, si doy


las gracias por lo que la vida me obsequia una

y otra vez, entonces, en última instancia, me


dirigiré a Dios, a quien agradezco por todo lo
que soy.

59
• 61
Sólo puede agradecer aquel que se deja obsequiar.
Pero actualmente cada vez más gente pierde la capa-
cidad de dejarse obsequiar. Tienen la sensación de
que todo deben merecerlo. También deben merecer
un regalo al cumplir las expectativas del dador o al
realizar tanto que tienen derecho a tal o cual obsequio.
Aquel que considera que todo lo debe hacer por sí
mismo es incapaz de dar gracias. Una y otra vez ne-
cesita la actitud de recibir. Recibir exige una actitud
de vacío y franqueza. Quien satisface por sí solo todas
las necesidades, ya no podrá recibir nada. En un vaso
de vino lleno, ya no podrá servirse más.

Muchas personas se colocan bajo la presión de


que sus vasos deben estar siempre llenos. Pero
entonces ya no son capaces de recibir el mila-
gro del amor que otro quisiera regalarles.

60
62 •
Muchas veces encuentro personas que casi no
pueden recibir un elogio o un agradecimiento. Cuando
uno las alaba se empequeñecen y consideran que no es
mérito de ellas, que no vale la pena hablar del asunto.
Pero de esta manera provocan una situación difícil
para aquel que realiza el elogio. Y, finalmente, quisie-
ran escuchar más elogios aún. Siempre me conmovió
cuando alguien responde a un elogio simplemente con
un “gracias”. Así expresa su alegría por el halago. Al
mismo tiempo me dio a entender que transmite a su
vez la alabanza a Dios, que es, en última instancia, la
razón de todo nuestro logro.

Él pudo aceptar agradecido el elogio porque


sabía que, en última instancia, todo es un
regalo y no un mérito propio. Pero al mismo
tiempo aceptó su participación en el logro y

se alegró de ello.

61
• 63
La gratitud transforma mi vida. “Quien empieza a
agradecer, comienza a ver la vida con otros ojos” (Ir-
mela Hofmann). Albert Schweitzer recomienda: “Si te
sientes débil, sombrío e infeliz, comienza a agradecer
para que tus cosas mejoren”. Si observo mi vida con
gratitud, lo oscuro se aclarará y lo amargo adquirirá
un sabor agradable. La gratitud me protege de la falta
de confianza en mí mismo y de la amargura, y me
acerca a Dios. Se dice que el humorístico San Felipe
Neri recitaba la siguiente oración nocturna: “Señor, te
agradezco que hoy las cosas no hayan resultado como
yo quería sino como quisiste tú”.

Quien mira el día transcurrido con tal acti-


tud de agradecimiento no se irrita, sino que

todo se transforma para él en una fuente de


felicidad y de paz.

62
64 •
Cuando estoy agradecido a alguien, puedo ex-
presarlo mediante palabras o a través de mi com-
portamiento. Esto no tiene ninguna relación con una
contraprestación. Si realizo una contraprestación para
el otro sólo por buenos modales, entonces estamos “a
mano”. Al mismo tiempo dejo que acusen recibo de mi
servicio para mostrarle al otro que ahora ninguno le
debe algo al otro. Pero mediante este comportamiento
muere la gratitud, ya que ésta necesita de la libertad.
Por gratitud me comporto amable y servicial frente
al otro, no por cálculo y equiparación. A veces, los
padres brindan mucho a los hijos y esperan gratitud
por ello durante años. Tal gratitud adeudada tiene un
sabor amargo.

Sólo si he experimentado el amor de mis


padres como un regalo libre, podré estar ver-
daderamente agradecido por ello, mediante

palabras o dando respuesta a través de mi


vida a lo que ellos han depositado en mí.

63
• 65
Existen ocasiones espontáneas en las cuales puedo
agradecer al otro. Cuando me explica el camino en
una ciudad desconocida, cuando me abre la puerta
para darme paso o me ofrece el asiento en el tranvía,
son oportunidades para decir gracias. Y ya crece una
relación en medio del anonimato de nuestra gran
ciudad. Un gracias cambia la atmósfera. La torna
más personal. Pero también existen ocasiones dadas
en las que deberíamos agradecer conscientemente
al otro. Por ejemplo, en su día de cumpleaños. Si en
este día doy las gracias al otro por estar y por ser tal
como es, entonces mi felicitación no se limita a una
mera fórmula de cortesía. Entonces le transmito lo
importante que es para mí.

Y si amplío aún más este agradecimiento y


le cuento lo que me resulta agradable en él,
entonces se sentirá halagado y nacerá tam-

bién en él la gratitud por su vida.

64
66 •
Frente a Dios expreso mi agradecimiento ante todo
en la alabanza y la veneración. Alabo a Dios por sus
buenas acciones, por su creación, por la redención en
Jesucristo, por la misericordia que una y otra vez me
ha demostrado, y por mi vida como tal. En el agradeci-
miento reconozco que no es algo natural que yo exista.
Y manifiesto que puedo agradecer todo mi ser a Dios.
Cada instante volvemos a recibir nuestro ser de Dios.
En la gratitud expresamos, entonces, quiénes somos:
criaturas de Dios, nacidas de su capacidad de creación,
existentes gracias a él y sostenidas por su amor. La
gratitud responde a nuestra esencia de criaturas.

El ingrato considera, en última instancia,


que tiene derecho a su ser. Él ha olvidado

quién es Dios y quién es el hombre. El agra-


decido piensa que Dios lo formó a partir del
polvo y lo constituyó maravillosamente.

65
• 67
Poetas y pensadores han exaltado una y otra vez la
gratitud como clave de una vida feliz. De tal manera,
el escritor inglés Gilbert Keith Chesterton dice: “La
prueba de toda felicidad es la gratitud”. Ida Friederike
Görres formula la pregunta: “Quien no da las gracias,
¿cómo puede ser feliz?” Para ella, la gratitud es el
requisito de la verdadera felicidad. Quien no está
agradecido por lo que recibe, nunca será feliz. Para
Jeremias Gotthelf, la gratitud es también el requisito
para poder amar: “Quien no puede agradecer tampoco
puede amar”.

La gratitud le da duración al amor. Las perso-


nas que se aman desean obsequiarse mutua-

mente. El mayor regalo que pueden darse es el


mutuo amor. Pero éste sólo puede disfrutarse
si se lo recibe con agradecimiento.

66
68 •
Dietrich Bonhoeffer, el teólogo evangélico y
miembro de la resistencia, ejecutado en 1945 por los
nazis, ve en la gratitud al arte de sacar provecho para el
presente del propio pasado: “Sin la gratitud mi pasado
se hunde en la oscuridad, lo misterioso, la nada”. En
su celda de la prisión, a menudo pensó agradecido en
todo lo que vivió en su vida. Eso le dio a su presente
un sabor distinto, no el sabor amargo de la prisión, sino
el sabor de la libertad y el amor, de la paz interior y
de la felicidad. Es un arte que una y otra vez tenemos
a disposición: pensar con agradecimiento en aquello
que hemos vivido.

La gratitud no sujeta al pasado. Tampoco


huye del presente. En cambio, incorpora el

pasado al ahora para que yo acepte y viva


el ahora.

67
• 69
El arquitecto Alexander von Branca entiende su
arquitectura como agradecimiento. Él no construye
casas bonitas para que los hombres le estén agrade-
cidos. En cambio entiende sus obras como expresión
de la gratitud por la luz que nos rodea y a la que él
desea remitir a través de su arquitectura. Él considera
que todo arte necesita, ante todo, del reconocimiento
de que la creación misma es una obra de arte. El arte
quiere servir a la creación. Éste es su agradecimiento
al creador. Christa Meves ve a la cultura como la ex-
presión del agradecimiento: “Toda cultura comienza
con la gratitud… Sólo el hombre agradecido sabe
transmitir el compromiso de lo que recibió”. De tal
manera, la gratitud es un puntal de la humanidad y
de nuestra cultura. No obstante, en última instancia,
la gratitud se dirige siempre a Dios, de quien todo lo
he recibido.

Chesterton opina, entonces, que el instante


más grave para un ateo es aquel en el que

“está realmente agradecido y no tiene nadie

a quien agradecerle”.

68
70 •
Encuentro

Fueron principalmente filósofos judíos como Mar-


tin Buber y Franz Rosenzweig quienes reflexionaron
acerca del misterio del encuentro. Para Martin Buber,
el encuentro con otra persona y el encuentro con Dios
son un requisito esencial para que el hombre se en-
cuentre a sí mismo, para que descubra su propio ser. Su
famosa frase dice: “Me realizo al contacto del tú”.

En el encuentro tomo conocimiento de quién


soy verdaderamente. Entonces descubro as-
pectos que hasta ahora estaban ocultos. En-

tonces adquiere vida en mí aquello que hasta


ahora estuvo oculto y aún no podía vivir. El
encuentro despierta nueva vida en mí.

69
• 71
La filosofía y la literatura griegas ya han conside-
rado siempre el misterio del encuentro. Los griegos
fueron el pueblo de la amistad. Y a la amistad le co-
rresponde el encuentro. Los poemas épicos relataban
maravillosas historias de encuentros. Alguien que
creció en esta tradición cuentística es el evangelista
Lucas. En su evangelio, él relata los encuentros que
llegan al corazón. Quisiera ver sus historias de en-
cuentros como imágenes de lo que también sucede
actualmente en un encuentro, si es exitoso.

Sólo es posible hablar del encuentro mediante


imágenes, mediante imágenes que se graban

en nosotros y nos ponen en contacto con


nuestro anhelo de un encuentro exitoso.

70
72 •
La primera imagen de un encuentro exitoso es
para mí la escena en la que un ángel ingresa a la casa
de María de Nazaret y le anuncia el nacimiento de su
hijo. Cuando un encuentro es exitoso, muchas veces
tenemos la sensación de que se nos ha aparecido un
ángel. La otra persona nos parece un ángel enviado
por Dios para que en ese instante nos diga una palabra
que nos levante y nos transforme. Él ángel le promete
un niño a María.

El encuentro es siempre creador. Pone en


movimiento algo dentro de mí. Hace aparecer

mi verdadero ser. Crea algo nuevo en mí. Hace


que nazca un niño en mí: la imagen de lo nue-
vo y primitivo que desea crecer en mí.

71
• 73
Dado que se le apareció un ángel, María emprende
el camino hacia la casa de su prima Isabel. Ella misma
se convierte en un ángel que despierta nueva vida en
Isabel. Lucas nos muestra en una bella imagen lo que
un encuentro exitoso puede provocar en nosotros. En
el cuerpo de Isabel “se agita” su niño: ella adquiere
vida. Ella se siente. Siente lo nuevo, auténtico, primi-
tivo en ella. El encuentro siempre genera alegría, vita-
lidad, autenticidad. En el encuentro con otra persona
tomo contacto con mi verdadero ser, con la imagen
única y auténtica que Dios se ha hecho de mí.

Descubro en mí fuentes que hasta ahora


estaban sepultadas. Algo se agita dentro de

mí. Estoy movilizado. Y también pongo en


movimiento algo a mi alrededor.

72
74 •
Isabel bendice a María: La mujer mayor entrega
su bendición a la más joven. Para mí, se trata de una
bonita imagen del encuentro. El encuentro produce
bendición. Bendecir proviene de la palabra latina
benedicere: “decir el bien, hablar bien de alguien”.
Conozco muchas personas que se sienten pésimo.
En su infancia escucharon muchos improperios:
“Eres imposible. No puedo soportarte. ¡Aléjate de
mí!” Tales personas anhelan palabras que bendigan,
que las animen mostrándoles que son bienvenidas
en este mundo, que existen cosas buenas en ellas. Al
encuentro corresponden palabras dirigidas a lo bueno
en el otro. Las palabras de bendición hacen aflorar lo
bueno en el otro.

Aquel a quien animamos puede creer en lo


bueno en sí mismo.

73
• 75
Cuando el niño nació, fueron pastores los primeros
que encontraron al niño. Las personas simples son a
menudo más aptas para un encuentro auténtico que
aquellas que abordan todo desde su razón. Se trata de
un encuentro íntimo que Lucas describe, un encuentro
que desde siempre conmovió los corazones de los
hombres. Los pastores reconocen en el niño a aquel
que sana sus heridas, que trae luz a su oscuridad, que
da esperanza y colma de paz a sus corazones.

Si el encuentro es exitoso, se produce la sa-


nación de nuestras heridas. Nos sentimos

amados incondicionalmente. Las heridas ya


no duelen. Y, al igual que los pastores, nuestro
corazón se vuelve claro y cálido. Hallamos paz
interior y una alegría apacible que es más pro-

funda que toda la pena que nos rodea.

74
76 •
Los milagros que puede producir un encuentro los
notamos cuando personas mayores se encuentran con
un niño. El niño provoca una sonrisa también en las
personas mayores que se han vuelto duras. El niño no
juzga ni evalúa. Con su primitiva alegría y vivacidad
se dirige al hombre mayor y provoca en él nueva vida.
El viejo se vuelve joven por el encuentro con un niño.
Lucas describe tal encuentro entre un hombre mayor
y el niño Jesús. Es Simeón, que ve en el niño una luz
que ilumina a todas las personas.

El encuentro siempre va más allá de las dos


personas que se encuentran. Abre un hori-

zonte más amplio. Me permite ver todo el


mundo con nuevos ojos. El mundo se torna

más claro cuando dos personas realmente se


encuentran entre sí.

75
• 77
Las mujeres mayores sabias son con frecuencia
maestras del encuentro. Ellas no tienen nada que
perder. Están por encima del impulso de tener que
demostrarse o dar una imagen. Se encuentran en sí
mismas, libres de toda presión de las expectativas.
Una mujer mayor sabia de esta naturaleza fue Ana, de
la cual cuenta Lucas. Ella tiene ochenta y cuatro años
de edad. El cuatro representa los cuatro elementos:
La mujer está parada en la tierra con ambas piernas.
El ocho indica la trascendencia y eternidad: Ana está
iniciada en el misterio de la eternidad. Cuando se
encuentra con el niño, reconoce en él su verdadero
secreto. Podemos estar agradecidos si encontramos
una mujer sabia que mira a través de toda apariencia
exterior y muestra quiénes somos en realidad.

Un encuentro de esta naturaleza deja en

nosotros una profunda impresión. Tomamos


contacto con nosotros mismos.

76
78 •
No encontramos únicamente personas agradables
y amables, sino también personas que quieren dañar-
nos. Lucas nos cuenta acerca del encuentro de Jesús
con el demonio, con aquel que todo lo enmaraña.
Existen encuentros que nos confunden. Sentimos
que debemos cuidarnos frente al otro. Pero también
en estos encuentros existe una oportunidad. En ellos
encontramos nuestra propia sombra que hasta ahora
habíamos reprimido. Y enfrentamos nuestro peligro.
Convertirse en hombre no sucede por sí solo. Debemos
enfrentar la propia verdad para que podamos vivir sin
miedo frente a nosotros mismos.

En algunos encuentros miramos hacia los abis-


mos de nuestra alma. Sentimos qué cerca se

encuentra el salto al abismo. De tal forma, el


encuentro con lo oscuro nos exhorta a soste-
ner la propia oscuridad a la luz de Dios.

77
• 79
También existen encuentros que fracasan. En la
palabra “encuentro” está comprendido el término
“contra”. Si me encuentro con el otro, puedo ser uno
con él al estar frente a frente. Pero también puedo que-
darme en la oposición. No lo observo para reconocer
su secreto y ser uno con él a través de la observación.
En cambio lo miro con enemistad. Cuando Jesús en-
cuentra en la sinagoga de Nazaret a sus propios com-
patriotas, experimenta un fracaso del encuentro. La
razón radica en que sus familiares y conocidos están
aferrados a determinada imagen. Lo observan con una
mirada cargada de prejuicios. Un encuentro auténtico
siempre está abierto a lo nuevo y desconocido. En el
encuentro estoy dispuesto a cuestionarme y dejarme
transformar. Si inicio el encuentro con imágenes y
opiniones preestablecidas, éste fracasará.

De un verdadero encuentro salgo distinto


de como ingresé a él. Pero si quiero seguir

siendo siempre el mismo y sólo justificarme


y defenderme, seré incapaz de encontrarme
realmente con el otro y aceptar verdadera-

mente lo nuevo y desconocido.


78
80 •
El encuentro a veces también puede ser una lucha.
Al comienzo, ambos opuestos chocan. Pero si estamos
dispuestos a colocarnos uno junto al otro, podrá surgir
una nueva relación entre ambos y una sanación de las
heridas. Lucas relata acerca de un encuentro belicoso
de esta naturaleza. En la sinagoga de Cafarnaum Jesús
predicó su primer sermón, y un hombre poseído por
un espíritu impuro gritó: Si en un encuentro me en-
cuentro con mi propia verdad que hasta ahora reprimí,
me resisto a ello. Es necesario un encuentro honesto
consigo mismo para que el encuentro resulte. Debo
liberarme de los espíritus turbios en mí, del mecanis-
mo de proyectar mis problemas sobre otro.

Si acepto mi encuentro con aquel que hasta


ahora me resultaba extraño e incomprensible,

una sanación tendrá lugar en mí. El encuentro


me libera de mis modelos de vida neuróticos
y me conduce hacia mi verdadero ser.

79
• 81
Existen encuentros que nos conmueven profunda-
mente. Tenemos la sensación de haber encontrado a
una persona en la que hay algo santo. Sólo podemos
inclinarnos frente a lo misterioso que resplandece para
nosotros en el otro. Así es el encuentro de los prime-
ros discípulos con Jesús. Jesús les encarga lanzar las
redes de pesca. Cuando sus redes, contrariamente a lo
esperado, se llenan de gran cantidad de peces, Pedro
cae frente a Jesús. Reconoce algo en él que supera su
propio pensamiento. Percibe en él un misterio divino.
Y al mismo tiempo reconoce que pasó de largo su
propia vida. Al descubrir la esencia del otro, siente
con dolor su propia mentira de vida.

Si encuentro al otro sin prejuicios también


entiendo que debo modificar mi vida. No
puedo continuar viviendo simplemente así.
El auténtico encuentro con el otro abre un

nuevo comienzo.

80
82 •
El encuentro entre un hombre y una mujer irradia
con frecuencia erotismo. Algo fluye entre ambos. Lo
percibimos formalmente en el crepitar erótico durante
el encuentro de Jesús con la pecadora. Lucas relata
magistralmente cómo una pecadora se anima a ingre-
sar a la casa de un fariseo sin invitación, y acercarse
a Jesús. Con sus lágrimas lava los pies de Jesús, los
seca con sus cabellos y los unge con perfume. Jesús
no se opone al contacto erótico de la mujer. Reconoce
en ella su amor y su anhelo de no ser condenada, sino,
por el contrario, de ser aceptada totalmente. Entonces
le dice que ella es amada incondicionalmente. Jesús no
quiere ganar a la mujer para sí sino para la vida.

Si en un encuentro erótico no conquistamos


al otro sino que lo respetamos y honramos,
entonces surge una gran cercanía y estrechez,
y al mismo tiempo el encuentro nos abre al

amor puro que fluye en el fondo de nuestra


alma.

81
• 83
El encuentro más profundo que podemos expe-
rimentar es el encuentro con Dios. Podemos experi-
mentar a Dios en el silencio o en la oración. Podemos
encontrarlo en la belleza de la creación. Y a veces
también podemos verlo resplandecer en el rostro de
una persona. Así les sucedió a los discípulos cuando
estuvieron solos con Jesús en una montaña. Mientras
Jesús rezaba, su rostro se iluminó. Conocemos tales
encuentros. De pronto la cara del otro comienza a
resplandecer. Vemos algo que hasta ahora no había-
mos percibido. De pronto, todo se ilumina, se vuelve
transparente hasta su fondo.

Sentimos que de esta persona irradia hacia


nosotros algo de la belleza clara de Dios. En-

tonces encontramos al mismo Dios. Nos gus-


taría retener un encuentro de esta naturaleza.
Al igual que Pedro, desearíamos construir tres
chozas para instalarnos en esta experiencia.

Pero una y otra vez debemos regresar a la vida


cotidiana.
82
84 •
Con mucha frecuencia, durante un encuentro no
percibimos el carácter exclusivo del otro. Lo esta-
blecemos en nuestra óptica y esto obstaculiza un
verdadero encuentro. Cuando Jesús llega a la casa
de Marta y María, Marta comienza a atenderlo de
inmediato. Ella cree que Jesús no tiene otra necesidad
que comer. María, su hermana, se sienta a los pies de
Jesús. Ella quiere escuchar previamente qué tiene para
decir. Marta y María son dos aspectos en nosotros.
Muchas veces somos como Marta, ciegos frente a
las verdaderas necesidades del otro. Inmediatamente
comenzamos a actuar sin atender a lo que el otro tiene
que decirnos.

El encuentro sólo resulta si nos tomamos


tiempo para escuchar atentamente dentro

del otro. ¿Qué lo moviliza? ¿Qué anhela? ¿Qué


le haría bien? El encuentro requiere atención.
Entonces también podré escuchar al otro y a
mí mismo.

83
• 85
El encuentro fracasa cuando ni siquiera vemos
al otro. Pasamos junto a él sin prestar atención.
Actualmente tenemos muchos contactos pero pocos
encuentros, ya que estamos tan pegados a nuestro
camino que ni siquiera notamos cómo le va realmente
al otro. Jesús nos cuenta del samaritano que no pasa
por alto al hombre que yace medio muerto, despojado
y golpeado, como lo hacen el sacerdote y el levita. De
inmediato reconoce la situación de ese hombre y hace
lo que el herido necesita.

Si estamos excesivamente ocupados con


nosotros y nuestros problemas no podemos

encontrar verdaderamente al otro. Vemos por


encima de sus necesidades y de ese modo lo

lastimamos. Un encuentro requiere el valor


de involucrarme con el otro y cargar una por-

ción de él sobre mí, de preocuparme por él.

84
86 •
A veces no nos animamos a encontrarnos con una
persona querida. Nosotros mismos ya no podemos
soportarnos. Tenemos remordimientos y éstos nos
impiden mirar al otro a los ojos. En tal situación se
encontraba el hijo perdido del que cuenta Jesús. Él
había dilapidado su vida. Ahora llegó al punto cero.
En su desesperación no le queda otra cosa que retornar
al Padre. ¿Y el Padre? Él va a su encuentro colmado
de piedad y lo abraza tiernamente. Libera al hijo de
todo el temor y los reproches que pesan en su corazón.
El encuentro se convierte en una fiesta. En vez de re-
procharle al hijo, celebra junto a él con desenfadada
alegría porque puede abrazar a su hijo, que se había
perdido a sí mismo.

Él sabe: Su hijo estaba muerto. Pero ahora, en


el encuentro con el Padre, volvió a encontrar
la vida.

85
• 87
Un encuentro auténtico no juzga ni evalúa. En
cambio, hace aflorar en el otro lo bueno. Lo pone en
contacto con la buena semilla que está dentro de él.
En vez de querer cambiarlo, lo acepta en forma incon-
dicional. Precisamente esta experiencia de aceptación
le brinda la posibilidad al otro de cambiar. Pero si yo
quiero cambiar al otro, él percibe este mensaje: “Así
como soy, no soy bueno. El otro sólo quiere acep-
tarme si soy distinto”. Jesús le transmite al pequeño
publicano Zaqueo, quien trataba de compensar su
complejo de inferioridad mediante la acumulación
de mucho dinero, que puede ser tal como es. Esto lo
transforma. Ahora toma contacto con su verdadera
esencia. Ahora ya no tiene necesidad de aparentar.
Ahora está colmado de alegría por el encuentro con
un hombre que confía en él.

Mientras era despreciado y censurado, siem-


pre debió ser cada vez más riguroso en su

esfuerzo por empequeñecer a los demás y,


mediante su fortuna, agrandarse y colocarse

por encima de ellos.

86
88 •
Un encuentro auténtico le proporciona un espacio
al otro en el cual puede transformarse libremente. En
el ambiente de amor incondicional puede alegrarse por
su vida. Y esta alegría lo hace libre para abandonar sus
conductas negativas. Mientras queremos modificar al
otro, éste se endurecerá en sus conductas. Se justifica-
rá. Un encuentro auténtico siempre está marcado por
la confianza en la buena semilla del otro.

El encuentro puede provocar milagros, ya


que hace aflorar la buena semilla en el otro

y lo libera hacia conductas que aquellos que


lo censuraron nunca habrían sospechado
en él.

87
• 89
Los encuentros suceden a menudo en forma impre-
vista y en situaciones que parecen sin esperanzas. Un
encuentro inclusive puede resultar bajo circunstancias
extremas. Lucas relata un encuentro de esta naturaleza
en el último momento. Jesús está colgado en la cruz
entre dos criminales. Todos luchan con la muerte. En
este instante, uno de los criminales se da vuelta hacia
Jesús y le pide que piense en él cuando llegue a su
Reino. Jesús se dirige a él con las palabras: “Hoy esta-
rás conmigo en el Paraíso”. De tal modo, en el último
instante se produce un encuentro que transforma al
criminal. El encuentro abre inclusive algo en él, que
destrozó su vida a través de sus crímenes.

Nunca es tarde para un encuentro que nos


salve y nos haga íntegros, que nos prometa

una nueva vida.

88
90 •
Muchas veces estamos atrapados en nosotros
mismos, decepcionados de nuestra vida, de aque-
llo que nos sucedió. De esta manera, dos hombres
escapaban de su decepción. Ellos habían puesto su
esperanza en Jesús. Pero su esperanza fue destruida.
En su camino los encuentra Jesús, sin ser reconocido.
Escucha atentamente lo que le cuentan pero no califica
sus palabras. Trata de interpretar sus experiencias y
colocarlas bajo otra luz. De pronto, sus corazones
comienzan a arder y desean que él permanezca junto
a ellos. Él regresa con ellos y parte el pan para ellos.
Entonces se les abren los ojos y lo reconocen. Ésta es
la descripción de encuentro más bella que conozco.
Cuando un encuentro resulta, mi corazón arde y mis
ojos se abren. Reconozco el misterio de mi vida y
experimento resurrección.

Una nueva vida se hace posible para mí. Puedo


regresar distinto al lugar de donde vengo.

89
• 91
“Me realizo al contacto del tú”; así describió Mar-
tin Buber la esencia del encuentro. En el encuentro
hallo mi verdadero ser. Cuando Jesús encuentra a los
discípulos después de su resurrección, dice: “Soy yo
mismo”. Dado que Jesús es totalmente él mismo,
también permite a sus discípulos ser ellos mismos.
Nosotros creemos que somos totalmente nosotros
mismos. ¿Pero soy realmente yo mismo cuando traba-
jo, cuando hablo con otro? ¿O me adecuo al otro? El
verdadero encuentro me libera de todos los roles que
desempeño, y de todas las máscaras que me coloco.
Me conduce hacia mí mismo. Y cuando el otro es
totalmente él mismo adquiero valor para decirle sí a
mi propio yo en lugar de representar a un yo forzado.
Cuanto más auténtico el otro, tanto antes hallaré mi
propia verdad.

El más bello reconocimiento que podemos


formular, entonces, al término de muchas
historias de encuentros es: “Soy yo mismo.

He llegado a ser totalmente aquel que Dios

ha creado y ha pensado para mí”.

90
92 •
Índice

Armonía ...................................................................... 3

Atención.................................................................... 25

Gratitud..................................................................... 47

Encuentro ................................................................. 69

91

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