Desarrollo: El término “desarrollo” es sumamente controversial, encierra bajo un mismo
significante una rica carga semántica, portadora de sobreentendidos y connotaciones diversas que pueden ser interpretadas desde muy variadas perspectivas. Su significado es, por tanto, ambiguo y polisémico, dinámico y polémico, ya que, como cualquier otro concepto, es una construcción social e histórica, un producto contingente susceptible de ser modificado (Gimeno y Monreal, 1999:17). A lo largo del último medio siglo, podemos distinguir cuatro nociones principales de “desarrollo”: 1. Un proceso histórico de transición hacia una sociedad “moderna”, que tiene sus antecedentes en la revolución copernicana, en la expansión colonial europea, en la consolidación del capitalismo y en la generalización de una ética racionalista y secularizada. 2. Una ideología que, en la medida en que presupone una determinada concepción de la historia de la humanidad y de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, constituye una visión del mundo, que asume un modelo implícito de sociedad considerado como universalmente válido y deseable. Esta cosmovisión hunde sus raíces en el proceso histórico anteriormente mencionado y consta, a su vez, de una serie de principios vertebradores (Viola, 2000:10-13). 3. Un discurso mediante el que se establece un campo de relaciones entre ideas, instituciones y prácticas para conformar una única totalidad, un ámbito donde sólo ciertas cosas pueden ser dichas o incluso imaginadas, ya que comporta un conjunto de asunciones compartidas, a través de las cuales se forman los sujetos de conocimiento y, en consecuencia, las relaciones de verdad (Foucault, 1992:32). 4. Una práctica ecléctica que, en teoría, se orienta a la mejora de las condiciones de existencia de los seres humanos y que se pondría de manifiesto en la consecución de indicadores de “bienestar” o “calidad de vida” cada vez más elevados. En los años de la postguerra las ciencias sociales definieron los problemas del desarrollo como su principal preocupación. En ese entonces el problema del desarrollo se presentó como el tránsito a una sociedad moderna, antes se hablaba de progreso y después de crecimiento económico. Pero es obvio que el tema del desarrollo trasciende especialidades en tanto que presentan determinantes culturales, políticas y psicosociales. Por eso mismo la crisis actual, cuyos efectos sociales son de tal magnitud que ningún indicador es capaz de reflejar con fidelidad, no son solamente de naturaleza económica. Diversos ensayistas (Escobar, 1995; Gimeno y Monreal, 1999; Esteva, 2000; Viola, 2000; entre otros) coinciden en que la “era del desarrollo” tiene su origen en el discurso sobre el estado de la Unión pronunciado por Harry Truman en 1949, en un contexto de postguerra, caracterizado por la emergencia de un nuevo orden mundial marcado por el declive del colonialismo, el inicio de la Guerra Fría, la necesidad del capitalismo de encontrar nuevos mercados, una aceleración y confianza en los avances científicos aún mayor que en épocas anteriores, y la configuración de un nuevo marco institucional de carácter mundial. En este escenario, los Estados Unidos se erigieron como la nueva figura hegemónica. La palabra desarrollo, desde entonces, fue convertida en un fetiche, un eufemismo para encubrir las nuevas formas de dominación. “La ideología del desarrollo, como fue planteada en sus orígenes, es una visión del mundo, la cosmovisión de parte de Europa y Estados Unidos, ya que supone una concepción del devenir histórico de la humanidad, una explicación de las relaciones del hombre y la naturaleza, y la creencia en un modelo de sociedad universalmente verdadero.” (Calva, 2002:31). En la opinión del Dr. Georg Grünberg (2004:3): El concepto del desarrollo es un concepto intrínsecamente eurocéntrico y economicista y está formando un filtro intelectual para nuestra visión del mundo contemporáneo. Este concepto presenta un carácter artificial y reduccionista de los indicadores macroeconómicos, como los del PIB, demuestra su cercanía ideológica a la teoría económica neoclásica, identificando desarrollo antes que nada con crecimiento económico y usando la sociedad occidental europea como parámetro universal para medir el “atraso” del resto de la humanidad. La ideología del “desarrollo” constituye toda una visión del mundo que marginaliza la mayor parte de sus habitantes, cuyas culturas y estilos de vida supuestamente estarían condenadas a su inevitable desaparición.