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Vixen

by
Jessica Sims
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Sinopsis
Miko ha negado su naturaleza de mujer-zorro durante demasiado tiempo
y volvió su espalda a su herencia zorra. Pero cuando conoce a dos
cambiaformas felinos muy sensuales, ella tiene que decidir si realmente quiere
renunciar a su lado juguetón… o abrazarlo. Debido a que la mujer-zorro en ella
no quiere elegir entre los dos hombres… los quiere a ambos.

Midnight Liasons #2.1


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Vixen
M
iko odiaba cuando las personas se presentaban en la
puerta de su casa.

Después de todo, era la principal razón por la que se había


mudado al campo. Bueno, una de muchas. La vida
moderna involucraba un gran número de personas hacinadas en espacios muy
pequeños, y eso era difícil de tratar cuando eras una mujer-zorro con la
constante necesidad de cambiar a forma de zorro. Pero aún más que eso, solo
estar cerca de los hombres hacía que sus hormonas se alboroten. Los cambia-
zorros no eran llamados zorros por nada. En el medio silvestre, una zorra era
propensa a, bueno, relaciones polígamas, y eso se extendía a sus homólogos
humanos. ¿Pasar unas horas de tiempo alrededor de un hombre? Y empezaría a
sentir la necesidad de seleccionar a un compañero.

¿Pero si los hombres no estaban cerca? No hay problema. No hay


necesidades. Sin preocupaciones. Sin compañeros. Solo paz y tranquilidad,
donde podía relajarse y pintar el contenido de su corazón.

Además de que el campo era sereno e involucraba muy, muy pocos


vendedores de puerta a puerta; vivir en las afueras de la ciudad en una vieja
casa de campo era perfecto para sus necesidades.

Así que era irritante ver a dos hombres en su gran porche.

Aún más irritante, que hubieran tocado el timbre de la puerta tres veces y
no parecieran ir a ningún lugar. Tendría que responder en algún momento
porque cada vez que sonaba, rompía su concentración.

Suspirando, Miko arrojó su lápiz en el tarro que contenía sus


suplementos artísticos y dejó su estudio, atravesando la antigua casa de campo
hasta la puerta principal.

A medida que recorría la cocina, un objeto en particular le llamó la


atención: un delicado bonsai verde en el mostrador, un frondoso oasis verde
entre el desorden. Otro de los regalos de su madre. No se había dado cuenta
que su madre había dejado uno la última vez que vino. Al ver el bonsai solo se
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puso aún más furiosa, por lo que lo tomó y arrojó a la basura antes de continuar
hacia la puerta principal.

Esa era su madre… nunca aceptando un no por respuesta. Sin importar


cuántas veces Miko le dijera que no se entrometiera, ella ignoraba por completo
los deseos de su hija. Tal vez era un rasgo cambia-zorro el ser obstinado e
independiente más allá de toda razón. A su madre ni siquiera le gustaba el
término de “cambia-zorro”. Prefería “kitsune”.

Miko prefería cambia-zorro. Lo cual prácticamente decía todo sobre su


relación con Yui Woodward.

Miko abrió la puerta de golpe, a punto de gruñir algo desagradable a


través de la puerta mosquitera. No necesitaba que restauraran el techo, no
estaba interesada en vender los derechos mineros de su tierra, y ciertamente no
necesitaba comprar dulces o galletas a Chicas Exploradoras, o que poden su
pasto. Sin embargo, tan pronto como vislumbró a los hombres en su porche, se
detuvo.

Si estos hombres eran techadores, maldita sea, tal vez debería hacer que
restauren el techo. Porque… guau. Cada hormona en su cuerpo se puso
inmediatamente en estado de alerta. Ambos hombres eran atractivos, algo así,
en realidad todo en ese extraño y no coincidente par. Uno era enorme, con
grandes hombros anchos, enormes brazos musculosos y un rapado cabello
oscuro muy corto. Eso debería haberlo hecho aterrador excepto por el hecho de
que la mirada de sus ojos castaños era cálida y suave, al igual que la sonrisa en
su boca.

Su compañero era un poco más compacto, su cuerpo más similar al de


un nadador en lugar de un fisicoculturista, y su cabello rubio caía en ondas
sueltas despeinadas por su frente. Donde su compañero tenía ojos cálidos, los
de éste eran unos penetrantes ojos azules que brillaban con un peligroso
destello divertido. Miko podía decir a simple vista que eran polos opuestos. Uno
dócil y uno salvaje.

Y a juzgar por la mirada traviesa en los ojos del rubio a medida que ella
los estudiaba, ellos también lo sabían.

Inmediatamente, su naturaleza zorro empezó a reaccionar. Cuando un


hombre deseable estaba en el área, su instinto natural era acicalarse y posar
para hacerse más atractiva. Para deslizar sus manos lentamente sobre su cuerpo
cuando ella sabía que estaban mirando. Para dar a un hombre ardientes miradas
posesivas y hacerle saber que estaba interesada. ¿Dos hombres guapos? Bueno.
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Era de excitarse inmediatamente, así que se humedeció los labios, y su tono
bajó.

—¿Puedo ayudarles con algo?

—Eso espero, realmente —dijo el rubio, sonriéndole. Él no había pasado


por alto su rápida evaluación, y aprobación, en cuanto a sus apariencias.

El de cabello oscuro se aclaró la garganta, el toque de un rubor tiñendo


sus mejillas. Sacó su billetera y se acercó a la puerta mosquitera.

—Mi nombre es Jeremiah Russell, y este es Sam Thorpe.

Miko evitó la sonrisa en su rostro.

—¿Y?

—Yui Westwood nos envió.

Dios. No otro de los esquemas de emparejamiento de su madre. Miko


levantó una ceja escéptica y se cruzó de brazos.

—Y no debería decirles que se vayan a la mierda… ¿por qué,


exactamente?

Sam se lamió su pulgar y lo llevó al viento, esperando un momento para


que este cambie. Tan pronto como lo hizo, ella lo supo.

Eran cambiadores. Al igual que ella. Aquí en la puerta de su casa. Dos


cambiadores felinos, si su nariz estaba en lo cierto. Sus ojos se estrecharon.
Bueno. Eso o bien hacía que las cosas sean realmente interesantes, o realmente
molestas. De cualquier manera, no podía echarlos de su puerta. Miko abrió la
puerta mosquitera, haciendo un gesto para que entraran.

—Debí haber adivinado.

—Tu madre dijo que deberías llamar si tienes inquietudes —dijo el de


cabello más oscuro con una voz suave.

—O solo si eres sorprendida por nuestro encanto —añadió el rubio con


una sonrisa y una palmada a su amigo en la espalda—. Aunque este gigante
podría ponerte un poco nerviosa.

Una vez más, el de cabello más oscuro mostró signos de vergüenza, pero
era una vergüenza de buen carácter. Como si los dos pasaran entre sí todo el
tiempo y el rubio simplemente decidió tomar la delantera.

Sam y Jeremiah, se recordó a sí misma, tratando de memorizar sus


nombres. Sam el rubio engreído y Jeremiah el dulce moreno gigante.
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Se preguntó si eran muy unidos para todo. Una descarga de calor
destelló en el interior de su cuerpo, haciendo que su pulso revoloteara.

Frunciendo el ceño ante su respuesta inmediata, Miko cerró la puerta y se


dirigió hacia la cocina. Ya fueran visitantes molestos o no, tenía que ofrecer
hospitalidad a los compañeros cambiadores.

—¿Puedo ofrecerles algo de beber? Tengo que darle una rápida llamada
a mi madre.

—Por supuesto —dijo el alto fácilmente.

Ella sirvió dos vasos de té helado y tomó el teléfono, acunándolo sobre


su oreja y dando la espalda a sus invitados. El cable corto del teléfono la hizo
permanecer en la sala, lo cual encontraba irritante; los dos cambiadores felinos
serían capaces de escuchar todo lo que su madre le dijera, incluso a través de la
línea telefónica. Los cambiadores de todo tipo tenían una audición increíble.

—Ya era hora de que llamaras —dijo su madre en el teléfono, en japonés.

Miko tamborileó los dedos sobre el receptor. Su madre siempre hablaba


en japonés, pero sobre todo lo hacía para molestar a su hija, quien odiaba los
recordatorios de quién y qué era. Sin embargo, por una vez esto estaba
trabajando a su favor. Dudaba que ninguno de los cambiadores en su casa
hablara japonés.

Ella también respondió en japonés.

—Mamá, ¿por qué estás enviando hombres extraños a mi casa?

—No son hombres extraños. Dos cambiadores —le corrigió Yui—. Te


ayudarán esta semana.

—¿Con qué necesito ayuda?

—¿Ya encontraste compañero? ¿Está ahí para protegerte?

—Dios, madre. ¿Eres tan obtusa? Tengo veintisiete. ¿De eso se trata esto?
¿Buscar pareja? No necesito tu ayuda con los hombres…

—Eres terca y necia y tú…

—Te llamaré más tarde, madre —dijo Miko en voz alta, en inglés—.
Cuando estés lista para tener una conversación real.

—Miko-chan —le advirtió Yui—, escucha a tu madre…

—Me tengo que ir —dijo, y colgó. Miko se quedó mirando al teléfono, y


luego se apretó el puente de la nariz. ¿Por qué siquiera había llamado a su
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madre? Yui no aprobaba el estilo de vida tranquilo de Miko y pensaba que
debía pasar su tiempo reclutando hombres para satisfacer sus necesidades de
mujer-zorro ya sea que requiriera un compañero o dos. Su madre, siendo
increíblemente hermosa con cincuenta y cinco, tenía un harén de hombres que
mantenía a su disposición, y constantemente tenía un nuevo novio bajo alas.
Cuando era niña, eso había sido confuso. Cuando adolescente, había sido
humillante. A medida que había crecido, había jurado que controlaría su propia
naturaleza de mujer-zorro mucho mejor. Sin harén de hombres. Sin flujo
constante de nuevos novios que sacaría de su vida tan rápido como entraban.
Miko prefería una vida tranquila y célibe.

Su madre tenía claramente otras ideas.

Miko se volvió. Ambos hombres todavía estaban estudiándola, de pie


donde los había dejado. Aunque uno se sonrojó al ser atrapado mirando, el otro
le devolvió la mirada con una sonrisa franca.

Se sentó en una de las dos sillas, indicándoles que debían hacer lo


mismo. Ante la señal, el alto se sentó, torpemente. Jeremiah, se recordó.

—Mi madre probablemente les dijo que necesito a un hombre grande y


fuerte en la casa para velar todas mis necesidades. Se equivoca. No necesito a
nadie.

Jeremiah se frotó la cara, un rubor deslizándose a través de sus mejillas.

—En realidad, nos contrató para ser tus guardaespaldas por esta semana.

Miko se enderezó en sorpresa. ¿Guardaespaldas? Pero ambos eran tan


atractivos. Seguramente eso no había sido cuestión de suerte.

—Oh.

Sam pareció querer llenar el silencio con una pequeña charla.

—Esto no es lo que esperaba —dijo él, mirando alrededor de la casa


desordenada con sorpresa—. Tú no eres lo que esperaba.

La molestia flameó en ella.

—¿Ah, sí? —¿Qué estaban esperando de una mujer-zorro? ¿Una


habitación llena de juguetes sexuales y un chico en látex encadenado en la
esquina?—. ¿Qué es exactamente lo que estabas esperando?

Sam, el rubio, le dio una mirada evaluativa.


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—Pensamos que no serías, ya sabes. —Se frotó la nariz y sonrió—.
Bonita. Joven. Con eso de que vives aquí por tu cuenta. Maldición, esperaba un
montón de gatos y unos cuantos tejidos.

Jeremiah se puso la mano sobre su cara.

—Sam…

—¿Qué? —Su compañero pareció sorprendido—. Solo estoy diciéndole


la verdad.

Miko sofocó una carcajada. Muy bien, de acuerdo. Entonces no estaban


aquí para saltar a la cama con ella, a pesar de lo que ella hubiera sospechado.
Se relajó un poco, y se preguntó por un momento si incluso sabían que ella
provenía de una familia de cambiadores zorro.

—¿Y de qué se trata todo esto, exactamente? ¿Por qué mi madre los
envió para ser mis guardaespaldas?

El rostro de Jeremiah se puso serio, sus ojos marrones tornándose más


oscuros.

—El club de caza local tiene un nuevo líder. Uno Inglés.

Ella frunció el ceño.

—¿Y qué quiere decir eso?

Sam terminó su té helado, y entonces se inclinó sobre la mesa para


agarrar el de Jeremiah y beberlo también.

—Se rumorea que él comenzó un club de cacería de zorros.

Ella se quedó sin aliento.

—¿Cacería de zorros? Eso es… eso no está permitido. Es ilegal.

—Es ilegal —dijo Jeremiah con calma, mirando a Sam, y luego de nuevo a
ella—. Pero sin importar eso, sabemos de buena fuente que está sucediendo.
Otra mujer-zorro, Hayami, fue perseguida por el bosque por varios hombres a
caballo con perros de caza.

Miko contuvo la respiración. No es de extrañar que su madre los hubiera


enviado.

—Hayami es mi prima. ¿Está bien?

¿Por qué nadie le dijo? Su madre no le había dicho nada en el teléfono,


simplemente comenzó con sus diatribas habituales, y Miko no había sabido
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preguntar. La culpa se apoderó de ella. Debería haber sabido que Hayami había
sido atacada, pero… no se mantenía al día con su familia. Era más fácil que
responder preguntas entrometidas, ver a sus primas y madre con una
interminable cadena de hombres, las miradas evaluativas que recibía de sus
citas, y su propia respuesta involuntaria.

Su madre rara vez tomaba en cuenta la opinión de Miko, optando por


dejarse pasar, o enviar a otras personas, para recordarle exactamente quién y
qué era. La familia era complicada. La familia esperaba cosas. La familia
esperaba que ella abrazara su naturaleza por completo, y ella había pasado
años luchando contra esa misma cosa. Sin embargo, al escuchar que su prima
había sido cazada se llenó de miedo y un poco de vergüenza. No lo había
sabido.

—Está bien —le aseguró Sam—. Pero hasta que esto se resuelva, otros
cambiadores han sido asignados a vigilar a los zorros locales. —Él le dio una
mirada de reojo y murmuró—. Y tú eres definitivamente un zorro.

—Sam —le advirtió Jeremiah, luego dio a Miko una pequeña mirada
avergonzada—. Vas a tener que ignorarlo. Es un fanfarrón, pero inofensivo.

¿Y esperaban que ella sonriera dulcemente e ignorara esa invitación tan


obvia? Si es así, no conocían a los cambia-zorros. A pesar de que una pequeña
voz en su cabeza le dijo que debía ignorarlo, no pudo evitar girar hacia Sam y
darle una mirada igualmente evaluativa. Su mirada recorrió sus hombros y hacia
abajo a su entrepierna, y se centró allí.

—Él no me molesta. Soy una niña grande. Puedo manejarlo.

Ante eso, los ojos de ambos hombres resplandecieron.

***

Era extraño adaptarse a tener dos hombres en la casa cuando antes solo
había estado ella. No estaba segura de si le gustaban los intrusos o no.

—¿Puedo poner mi portátil aquí?

Miko miró hacia atrás para ver a Jeremiah volviendo a entrar en la casa,
con una gran bolsa de cuero al hombro, una bolsa de ropa a través del otro.
Obviamente, él estaba dispuesto a quedarse en su casa durante unos días.

La vista le molestó.

—No tengo elección, ¿verdad? —¿Cómo iba a concentrarse con extraños


merodeando por toda su casa? Necesitaba silencio para concentrarse, y el
hecho de saber que estaban allí ya era como tener una lapa pegada en su pelo.
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Él le dirigió una mirada casi de disculpa, sus profundos ojos marrones
suavizándose.

—Sé que no nos quiere aquí, señora Westwood, pero nos iremos de su
casa tan pronto como sepamos que está a salvo.

—Sé que estás tratando de hacer tu trabajo, incluso si es uno molesto. —


Miko pasó junto a él, abriendo la puerta a una de las habitaciones e indicándole
que debía entrar—. Pero, por favor, no me llames señora Westwood. —Eso, en
efecto, la hacía pensar en una señora canosa amante de los gatos.

O en su madre.

Una vez más, la hermosa sonrisa suave apareció.

—Entonces, Miko.

El suave murmullo de su voz hizo cosas peligrosas en su vientre, y tuvo


que apretar las piernas firmemente para sofocar una oleada de deseo.

—Así es —dijo, tratando de mantener su voz ligera. Ella salió de su


camino cuando él entró en la habitación y puso sus cosas en el piso.

—¿En dónde nos vamos a quedar? —preguntó Sam detrás de ella, y Miko
se volvió. Él se recostaba contra una pared, con la misma astuta sonrisa
encantadora en su cara. Una bolsa de ropa colgaba de su hombro. Sin
computador para él, y sus rizos dorados estaban desordenados, su camisa fuera
del pantalón. Supuso que era el tipo de hombre de ir por la vida siendo
descuidado, mientras que Jeremiah era el socio prudente.

Por alguna razón, a ella le gustó la idea de eso, que fueran como un
estudio de polos opuestos. Sam con su actitud encantadora, sonrisa infantil y
actitud despreocupada. Sería un amante espontáneo, inventivo. Jeremiah sería
más reflexivo, lento y seductor, y devoto por completo a su cuerpo.

No es que ella estaba pensando en cosas como esas.

Aturdida por la rapidez con que sus pensamientos habían girado hacia el
sexo y el apareamiento, Miko se hizo a un lado y señaló a la habitación ocupada
por Jeremiah.

—Solo tengo una habitación de huéspedes.

Él inclinó la cabeza, sonriendo.

—¿No hay espacio en tu cama para mí?


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Estuvo en la punta de su lengua dejar escapar un “sí”, pero dos cosas la
detuvieron. Uno, no quería ningún tipo de relación restrictiva en este momento,
y tener a Sam en su cama por un número desconocido de días podría llegar a
ser incómodo. Y dos, la idea de seleccionar agresivamente a Sam sobre
Jeremiah con los ojos conmovedores se sentía de alguna manera mal.

A ella le gustaban ambos, y al mismo tiempo, era irritante que los dos
estuvieran aquí. Sus instintos zorros le decían que, cualquiera de los dos sería
un buen compañero y un fuerte análogo sexual para ella, y ambos estaban
claramente interesados. Incluso si se decidía a escoger uno, ¿cuál sería? Si
escogía uno, ¿destruiría su relación con el otro? La mujer-zorro en ella era
posesiva; quería a ambos hombres.

¿Y la mayoría de los hombres? Bueno, no querían compartir su cama, o


su mujer, con otro hombre. Claro, era una gran historia en las pornos, pero
rápidamente había descubierto que la realidad era muy, muy diferente a las
películas.

Era una situación complicada, y Miko odiaba esas mucho más que
cualquier otra cosa. Apretando de nuevo los músculos de sus muslos
firmemente, hizo un gesto con la mano hacia la puerta.

—Ustedes decidan quién se queda con la cama. Yo no les pedí que


vinieran hasta aquí, y no voy a tomar tu mano y meterte en ella.

Con eso, se fue rápidamente por el pasillo y lejos de sus presencias. Es


hora de hacer una retirada estratégica, para reagruparse y relajarse.

***

—Amigo, ella es ardiente —dijo Sam, volviéndose para sonreír a


Jeremiah—. No puedo creer que es una mujer-zorro.

—Por el lado de su madre, según la señora Westwood —respondió


Jeremiah dócilmente, enchufando su computadora en la pared—. Y debido a
que su familia nos contrató, eso significa que tienes que dejarla en paz. No
acosarla porque es sexy.

—Entonces, ¿también pensaste que era sexy? —dijo Sam con una sonrisa
maliciosa.

—No importa si lo hice o no; el punto es que estamos aquí para hacer un
trabajo, no para aliarnos y seducir a una joven zorro sola.

—Entonces, ¿también estás interesado en ella?

Jeremiah se quedó callado por un largo momento.


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—Sí. Pero tenemos un trabajo que hacer en primer lugar, así que ella es
la que manda.

—De acuerdo —dijo Sam—. Que gane el mejor.

—Nadie va a ganar nada. Ella es una persona. —Jeremiah sacudió la


cabeza. A veces, Sam podía ser un poco demasiado competitivo, sobre todo
cuando se trataba de una mujer hermosa.

—¿Eso significa que no vas a hacer nada por ella?

Jeremiah sonrió.

—Yo no he dicho eso.

***

No había nada como una buena carrera por el bosque para despejar la
cabeza. Esa fue la razón por la que Miko se dio el gusto, a pesar de las
advertencias que le habían dado. De acuerdo, era consciente del peligro. Y
también decidió tomar medidas cautelares contra él. Podía explorar la zona,
buscar el olor de los perros de caza y los caballos, y determinar cuáles eran los
límites de sus territorios de caza.

En su porche trasero, Miko se despojó de su camisón y dejó que el aire


de la tarde acariciara su piel por un instante al descubierto antes de permitir
que el zorro se hiciera cargo. La familiar ondulación y agrupamiento de sus
músculos se estremecieron por todo su cuerpo, y se inclinó sobre sus ancas a
medida que su forma cambiaba. En unos momentos, estaba en su forma animal,
su cola de zorro balanceándose. Aunque su nariz era aguda en forma humana,
sus sentidos eran casi abrumadores en forma de zorro. Los aromas la invadieron
de inmediato: el olor pútrido de algo muerto en la distancia, algún animal
arrollado tal vez, el olor abrumadoramente crujiente de las hojas y la tierra, el
hedor de los contenedores de basura a un lado de la casa, magnificado una
docena de veces gracias a su delicada nariz de zorro, y el olor felino-y-humano
de sus dos invitados en casa.

Miko se lanzó a la naturaleza. Había elegido esta casa porque estaba a las
afuera en el campo. Espesos árboles y arbustos salvajes eran sus únicos vecinos
a kilómetros. Por lo general, se paseaba a través del campo de golf del club
cercano que rodeaba la parte trasera de su propiedad (ahí había algo muy
atractivo en el olor de la hierba cortada, tanto para ella como para los conejos),
pero con las advertencias de Sam y Jeremiah retumbando a través de su mente,
cambió de curso y pasó por debajo de la cerca de alambre de púas cercana.
Aunque la casa estaba cercada, su propiedad se extendía por varias hectáreas
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en todas las direcciones, lo que le daba un montón de zonas de caza, pensó, sus
cuatro patas desesperándose por un rastro de olor. Tal vez, una ardilla esta
noche. Le gustaban las ardillas.

Siempre perdía la noción del tiempo cuando corría. Tal vez tenía algo que
ver con su mente de zorro, o tal vez era que llegaba a una especie de estado
Zen cuando solo estaban ella, los centímetros de tierra a distancia, y la vida
silvestre a su alrededor. Fuera lo que fuese, se estaba divirtiendo.

Hasta que oyó el cuerno.

Cuando por primera vez atravesó el aire de la noche, pensó que era un
producto de su imaginación. Profundo, sonoro y fuerte… seguido rápidamente
por el ladrido de los perros.

Mierda.

No solo era que Sam y Jeremiah tuvieran razón, sino que había juzgado
mal la dirección de los cazadores: esta noche estaban incluso en propiedad
privada. Su propiedad. En la distancia, pudo escuchar el golpeteo de los cascos
de caballos, y eso fue suficiente para ella, Miko se escabulló entre la maleza, con
el rabo entre las piernas, y comenzó a correr de regreso a su casa.

Los perros siguieron ladrando, después de haber capturado su aroma, y


la adrenalina y el miedo comenzaron a correr a través de ella, haciéndole difícil
concentrarse en nada más que sus pequeñas patas negras a lo largo de la
suciedad y los pastos. Casa. Tenía que llegar a casa. Ellos no podían atraparla
allí. Estaría a salvo en casa. Casa.

Uno de los perros aulló alarmantemente cerca, y Miko casi chocó contra
un árbol. Necesitaba un agujero para esconderse, algún lugar para enterrarse y
estar a salvo. Tan angustiada como estaba, casi pasó por alto los ojos brillantes
del depredador que acechaba en los arbustos. Un gato grande emergió y Miko
patinó hasta detenerse, retrocediendo.

Oh, demonios. Había ido de mal en peor… espera. El musculoso lince


dorado se paseó por delante de ella, olfateando el suelo, y luego despegando
en una carrera.

Ni a dos pasos detrás de él, un imponente puma pasó de inmediato.

Deben haber sido Sam y Jeremiah en sus formas cambiadas. Ningún


depredador rechazaría un sabroso bocado de zorro, aunque fuera uno tan
pequeño. Y el aroma de ellos, molesto y aun así intrigante, estaba inundando su
nariz otra vez.
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No pasó por alto su buena fortuna al disponer de ellos apareciendo de
repente. Miko corrió a toda marcha hasta su casa y trepó el porche, donde su
camisón todavía yacía descartado, y rápidamente comenzó a cambiar de nuevo.
Los momentos de cambio eran los más vulnerables. El vello de su cuerpo se
erizó ante la idea de ser capturada a medio cambio, pero estuvo de vuelta en su
forma humana en cuestión de momentos, y se puso el camisón.

Respiraba con dificultad, le temblaban las manos. Eso fue… surrealista. Y


pensar que alguien había estado cazándola… también cazando a su prima
Hayami. Sus terrenos de caza regulares ya no eran seguros. Esto era bastante
molesto de pensar.

Molesto o no, Miko agarró un largo puñado de vides de madreselvas a


un lado de la entrada y comenzó a arrastrarlas sobre su rastro de olor. Las flores
encubrirían su aroma lo suficiente como para no atraer pequeños depredadores
de vuelta a su casa. Era un ritual familiar, uno que siempre aplicaba sobre sí
misma cuando cambiaba de forma. Una vez, había sido sorprendida por un
perro callejero hambriento, pero nunca más. Podría ser en parte zorro, pero
tenía un cerebro humano, y no iba a pintar un gran cartel en su jardín que
dijera: “¡Ven a comerme!”

Una vez terminó, Miko miró hacia su patio. Lo que necesitaba era un
trago. Una agradable bebida fuerte. Tal vez un ponche caliente. Entró en la casa,
mirando hacia atrás una vez más para ver si los muchachos habían regresado, y
luego, puso una tetera en la estufa y sacó el whisky. Necesitaba un trago,
porque había estado completamente asustada esta noche, y porque su madre
había tenido la razón después de todo. Ambas cosas dejaban un sabor amargo
en su boca.

Los dos hombres volvieron media hora más tarde, cuando iba por su
segundo ponche y ya sintiendo un agradable y cálido zumbido en el estómago
que calmaba sus agitados nervios. También parecían bastante cabreados con
ella, especialmente Sam. Ni siquiera se había molestado en terminar de vestirse
antes de irrumpir en la casa. Estaba descalzo y apenas se había cubierto el
pecho con su camisa. Ella captó un pequeño vistazo de un firme estómago
bronceado y una línea delgada de vello debajo de su ombligo antes de que él lo
ocultara de su mirada.

Qué lástima.

Jeremiah estaba a unos pasos detrás de él, abotonándose la camisa, y los


pantalones colgando bajo en sus caderas. Su boca mostraba una línea sombría
de desaprobación.
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Increíble… los dos de ellos en diversos estados de desnudez hacían
terribles cosas con su libido de zorro. Ella se removió en su asiento, sintiéndose
de pronto sonrojada.

—Bienvenidos a casa.

—¿Qué demonios estabas pensando? —espetó Sam de primero,


cruzando la cocina hasta detenerse sobre ella, con los brazos cruzados sobre el
pecho en señal de desaprobación.

Miko lo estudió con ojos soñolientos, el alcohol ya afectando su sistema.


Con sus rizos salvajes y ágil cuerpo potente, por supuesto, él era el lince. Le
sentaba tan bien. Detrás de él, Jeremiah recostado contra el marco de la puerta,
siempre cernido atrás, siempre cauteloso. Grande. Agraciado. Le convenía el
puma.

Sin embargo, Sam seguía de pie sobre ella, exigiendo respuestas. Así que
Miko lo vio y le dio una mirada perezosa.

—No soy una prisionera. Esta es mi casa. Y quería una carrera, así que fui
por una. Me mantuve alejada de los terrenos del club campestre, pero parece
que no se están apegando a solo sus terrenos. —Cuando Jeremiah soltó un
sonido frustrado, ella levantó una mano—. Pensé que era seguro, pero me
equivoqué. Fue un movimiento estúpido, y no voy a hacerlo de nuevo. —
Entonces se levantó lentamente de la mesa, mirando a los dos—. Si soy traviesa
de nuevo, ambos tienen permiso para pegarme.

Con una mirada significativa a los dos, se tomó su bebida y salió de la


cocina, pavoneándose por el pasillo. Sabía que no debería molestarlos, lo sabía,
pero el débil sonido del segundo gemido de Jeremiah valió absolutamente la
pena.

***

Miko despertó a la mañana siguiente sintiéndose inquieta. Sabía que


todo estaba en su cabeza; la sensación de ser invadida. Podía oír a sus
huéspedes hablando en la planta baja, poniéndose cómodos en casa, a medida
que cocinaban el desayuno. Cuán acogedor de ellos, pensó con un vuelco
irónico de su boca. Añadiendo el hecho de que más o menos no se le permitiría
ir a correr hasta que se encargaran de los cazadores de zorros, y su piel estaba
prácticamente arrastrándose con reclusión. Era un sentimiento que odiaba, así
que tomó una ducha rápida para despejar su mente, se vistió, y luego se
encerró en su estudio de arte. Por lo menos podía canalizar toda esta energía
nerviosa y hacer algo productivo.
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Emergió muchas horas después, su estómago rugiendo. El sol se había
puesto hacía un tiempo. El fervor artístico había muerto, dejándola sin nada más
que un estómago vacío y un estado de ánimo extrañamente saciado. Dibujar
realmente hacía que todo mejorara. Frotándose el olor a grafito de su nariz,
entró en la cocina.

Y se detuvo. Ambos hombres estaban en la mesa de su cocina,


despatarrados cómodamente, sus piernas extendidas bajo la mesa. Botellas
vacías de cerveza decoraban la mesa, y unos cuantos dólares arrugados yacían
en el centro de esta. Cada hombre sostenía una mano de cartas, y ambos se
animaron con interés ante la vista de ella.

—Hola —dijo, sintiéndose un poco sin aliento ante la vista de ellos, tan
relajados en su cocina. Podía mirar a ambos por horas y horas, simplemente
observando dos piezas opuestas pero igualmente hermosas de carne masculina.

—¿Hambrienta? —dijo Jeremiah, levantándose de la silla y ofreciéndosela


a ella—. Te puedo hacer un sándwich.

Tan considerado. ¿También habían comprado víveres para ella?


Normalmente solo pedía para llevar.

—Un sándwich estaría bien —dijo con cautela. Miko observó su trasero
por el rabillo del ojo mientras él se inclinaba en el refrigerador, sacando algunas
bolsas de carnes frías. Era fuerte y firme, y sus pantalones lo abrazaban justo en
los puntos correctos.

Maldición, realmente necesitaba tener sexo. Distraída, miró a Sam y se


fijó que él le sonreía. La había visto mirar a Jeremiah, y a él no parecía
importarle. Interesante. Se preguntó si los dos alguna vez habían compartido
antes. El pensamiento envió una descarga de deseo por todo su cuerpo, y su
sonrisa en respuesta a él fue perversa en efecto.

—¿Qué están jugando? —dijo, levantando las cartas boca abajo de


Jeremiah. Una reina estaba intercalada entre un rey y una jota, pero el resto de
su mano era basura. Pasó un dedo por esa reina. Colega suertuda, intercalada
entre dos chicos guapos.

Bien, ahora realmente necesitaba echar un polvo si una mano de cartas


estaba haciéndola fantasear.

—Póker —dijo Sam, levantando su cerveza y tomando un trago—.


¿Juegas?

Puso las cartas de Jeremiah boca abajo y se inclinó sobre la mesa


ligeramente, sonriendo a Sam a medida que se le ocurría una idea.
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—No por dinero.

La mirada de Sam bajó un poco, viendo sus pechos abultados mientras


ella se empujaba contra la mesa. Tragó fuerte.

—¿Ah, no?

—Solo he jugado strip póker —confesó.

Sam se inclinó sobre la mesa, dándole esa sonrisa pícara que hacía que
sus ojos azules se iluminaran un poco.

—¿Estás interesada en jugar esta noche?

En la cocina, se dio cuenta que Jeremiah se había quedado muy quieto,


así que ella lo miró. Su cuerpo irradiaba tensión sexual, y la mirada que le lanzó
era ardiente.

—Oh, sí, definitivamente —dijo ella.

Jeremiah se recuperó y puso el sándwich frente a ella. Tan considerado…


incluso lo había cortado en dos triángulos perfectos. Miko lo recompensó con
una sonrisa radiante y le dio un mordisco al bocado.

—Gracias.

Él echó un vistazo alrededor del comedor.

—¿Tienes alguna silla extra? —Su pequeña mesa solo tenía dos sillas;
había sido demasiado tacaño comprar más y de todos modos, nunca utilizaba
esta mesa.

La falta de sillas planteó un pequeño problema, hasta que otra brillante


idea la golpeó. Miko se puso de pie, con el sándwich en mano, y señaló la silla
que acababa de abandonar.

—Jeremiah, puedes sentarte aquí. Solo me sentaré en tu regazo.

Casi pudo oírlo tragar.

Los hombres devolvieron las cartas de nuevo en la pila, y Sam empezó a


barajar con expertas manos relajadas.

Ella miró sus manos; le gustaban: fuertes, con dedos gruesos y


callosidades que mostraban que trabajaba con ellas. Apostaba a que Jeremiah
tenía dedos largos y delgados con palmas suaves.

Él parecía ser un experto en computación.


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Página
Jeremiah pareció renuente, así que ella se deslizó fuera del asiento y lo
palmeó, indicándole que debía sentarse. Sus ojos oscuros se tornaron
abrasadores a medida que se sentaba, hundiéndose lentamente en la silla de
madera, su mirada sin apartarse del rostro de ella. Cuando se hubo sentado en
la silla, con las piernas ligeramente abiertas mientras trataba de relajarse, ella
deslizó una pierna sobre la suya y se sentó a horcajadas sobre su rodilla, dando
un ligero meneo para recordarle que estaba allí. Como si pudiera olvidarlo.

—¿Jugamos? —Miko se inclinó sobre la mesa, sonriendo. El ángulo daría


a Jeremiah una bonita vista de la curva de su trasero y la parte baja de su
espalda, lo había hecho a propósito. Aún mejor, el movimiento empujó sus
pechos contra sus brazos y la mirada de Sam cayó inmediatamente atraída hacia
allí.

Se estaba divirtiendo mucho, demasiado, jugando con los dos hombres.

—¿Cuáles son las reglas? —dijo Sam con voz ronca.

—Los tres jugamos —dijo lentamente, pensando—. El ganador no se


quita nada. El segundo lugar, tampoco nada. El perdedor tiene que quitarse una
prenda de vestir. Sencillo.

Sam repartió las cartas con una leve sonrisa en su rostro. Fue alrededor
de la mesa, repartiendo tres manos de forma pausada y lenta. Cuando tuvo
cinco cartas frente a ella, Miko recogió su mano, cuidando ponerlas cerca de su
pecho para que Jeremiah no las viera. Una mano basura: cinco cartas diferentes,
cuatro pintas y ninguna que coincida. Uff. Echó un vistazo sobre las cartas de
Sam, pero su rostro era inescrutable… esa leve sonrisa todavía curvaba su boca.

Jeremiah se movió bajo sus piernas, su única indicación de que él todavía


estaba allí y prestando atención.

Miko conservó dos tréboles y arrojó las otras tres cartas boca abajo.

—Tres cartas.

Sam le repartió tres.

—¿Cuántas para ti, Jere?

Una carta se deslizó cerca del codo de Miko.

—Solo una.

Maldita sea.
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No dijo nada mientras Jeremiah recogía su nueva carta, pero su rodilla se
sacudió un poco de nuevo. No estaba segura de si esa era una buena o una
mala sacudida.

—Yo tomo dos —dijo Sam, luego descartó las suyas y tomó dos nuevas.
Esta vez, no se molestó en ocultar la sonrisa que se dibujó en su rostro. Su
mirada de ojos azules se deslizó de nuevo a ella—. ¿Qué tienes?

Ella todavía no tenía nada. Un par de tres, pero eso no iba a ganar nada.
Miko puso las cartas sobre la mesa, boca arriba.

—Tengo una mierda ¿Y ustedes?

Jeremiah se inclinó sobre ella, su hombro rozando su espalda. Un


hormigueo de conciencia revoloteó sobre su piel, y resistió la tentación de
inclinarse hacia atrás contra él.

—Tengo una escalera —dijo en voz baja, y ella pudo sentir el calor de su
aliento contra su hombro desnudo. Con manos precisas, él presentó las cinco
cartas, todas de corazones.

Bueno, eso sin duda le ganaba.

—Full house —dijo Sam, mostrando su abanico de cartas. Reyes y doses.

Ella era la gran perdedora. La decepción brilló brevemente en su interior,


Miko era competitiva y le gustaba ganar, pero esto fue reemplazado
rápidamente por una emoción burlona.

—Supongo que eso significa que perdí.

—Supongo que sí —dijo Sam, sonriéndole con invitación en los ojos.

Se puso de pie lentamente entre las piernas de Jeremiah, pensando. ¿Qué


se quitaba primero? ¿Su blusa de lino sin mangas? Eso sería lo que ellos
esperaban que hiciera, pero ella no quería darles el gusto como esperaban. ¿Sus
sandalias? Bastante patético. ¿Su reloj? ¿Los pendientes? Incluso más patético
que los zapatos.

Así que Miko tomó el botón de sus pantalones cortos y lo deshizo,


deslizando lentamente la cremallera hacia abajo. Echando un vistazo rápido a
través de sus pestañas vio que ambos hombres estaban absortos en el
movimiento, y el aire se tornó pesado con tensión. Con cuidadosos
movimientos lánguidos, deslizó suavemente la tela sobre sus caderas y se
balanceó ligeramente, hasta que sus pantalones cortos cayeron al suelo,
dejando al descubierto su ropa interior a los dos hombres aguardando con
impaciencia.
19
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—Esos son… —comenzó Sam.

—Volantes —terminó Jeremiah, sonando como si se estuviera muriendo.


Podría haberlo estado… los volantes negros en la parte posterior de sus bragas
de encaje estaban probablemente apenas a centímetros de él. Había elegido su
ropa interior deliberadamente hoy, pensando en los dos hombres, a pesar de
que no había previsto la diversión del strip póker.

Y definitivamente se estaba divirtiendo. Mucho, demasiado para su


propio bien.

Miko regresó a su posición en el regazo de Jeremiah, cabalgando su


rodilla entre sus muslos y dándole un ligero apretón con sus músculos internos.
Ante su gemido, ella no pudo resistir una ligera sonrisa y un guiño a Sam, quien
parecía como si alegremente mataría por intercambiar de lugar con su
compañero.

—Vamos por la próxima mano —dijo ella, su voz suave y tímida.

Sam repartió de nuevo, y esta vez Miko observó sus manos, por si acaso
su primera mala ronda de cartas no hubiera sido una casualidad. Para su
sorpresa, esta mano fue decente. Recibió un par de jotas y un rey e indicó que
quería dos cartas. Los chicos también pidieron dos cartas cada uno.

Sin embargo, sus cartas fueron excelentes. Otro rey para formar un par.

—Dos pares, reyes y jotas.

—Eso me gana —dijo Jeremiah, inclinándose sobre ella de nuevo y


volviendo sus cartas boca arriba—. Nada.

—Igual. —La mano de Sam no era más que un par de diez.

Se frotó las manos y sonrió, poniéndose de pie.

—Entonces, vamos a ver, quiero que los dos se quiten algo.

—¿Los dos? —Sam le dio una mirada escéptica.

—Ambos. —Y qué si trasgredía un poco las normas. Era strip póker, esto
no estaba escrito en piedra de todos modos—. Son ustedes dos contra mí, ¿no?
Así que si pierdo, me quito algo. Si los dos pierden, ambos se quitan algo. Me
parece justo.

—Siempre podrías elegir solo a uno de los dos —dijo Jeremiah


razonable—. Mi mano era peor que la de Sam. Yo perdí.
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—¿Por qué tengo que elegir entre los dos? —Las manos de Miko se
apoyaban sobre sus caderas revestidas en lencería, asumiendo una postura
coqueta que desmentía el temblor en su estómago—. Puedo manejarlos a
ambos.

—Los dos a la vez, ¿eh? —dijo Sam, una lenta y perezosa sonrisa cruzó su
rostro—. Grandes palabras.

Ella simplemente ladeó la cadera un poco más y le dio una sonrisa,


internamente decepcionada de que él no parecía estar tomando en serio su
sugerencia.

—Oh, definitivamente los dos a la vez. No te preocupes por mí. Solo


preocúpate de quitarte esos pantalones.

Justo entonces, ambos hombres llegaron a sus cremalleras. No sabía


dónde mirar primero. Sam estaba en frente de ella, así que se concentró en él.
Sus pantalones cayeron, revelando un cuerpo por todas partes bronceado y
calzoncillos azul vibrante. Eso era una vergüenza. Estaba curiosa por ver el
tamaño de su pene, se admitió para sí misma.

Tenía una encantadora complexión compacta con la cantidad perfecta de


músculos que esperaba que la economía no continuara hasta su miembro.
Hablando de eso… miró por encima del hombro a Jeremiah.

Sin calzoncillos allí. Los vaqueros se agrupaban alrededor de sus tobillos


y unos bóxer grises oscuros abrazaban cada centímetro de su paquete. Oh,
cielos… que era bastante agradable. Y grande. Por todas partes.

Este juego solo acababa de ponerse muy, muy interesante.

—Así que, ¿solo vamos a estar todos de pie para la próxima ronda? —Ella
arqueó una ceja a Jeremiah.

—¿Y por qué no te sientas conmigo? —dijo Sam, cayendo de nuevo en


su silla—. Digo, si estás tan dispuesta a pasar el juego sentada.

Un reto. Bueno, no podía dejarlo pasar. Miko se acercó a su lado de la


mesa y arrastró los dedos a lo largo de esta, esperando a que él arrime su silla
hacia fuera de modo que pudiera posarse en su pierna como lo había hecho
con Jeremiah.

Sam no retiró la silla. En cambio, él palmeó su pierna e indicó que estaba


listo para que ella se sentara. Entre su regazo y la mesa había solo unos pocos
centímetros, los suficientes para que ella se apretujara. Su táctica era totalmente
obvia. La pregunta era, ¿en verdad aceptaría su reto o lo rechazaría?
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Página
Nunca antes se había retractado de un reto, especialmente no de uno
por un hombre que estaba considerando como una posible pareja. Y si era
sincera consigo misma, había pasado mucho tiempo desde que había tenido
una relación, y ambos hombres estaban redefiniendo su interés. Los estaba
considerando a ambos.

Así que ella miró el regazo de Sam, puso las manos sobre la mesa, y se
deslizó sobre él. Pudo oír su respiración entrecortarse ligeramente mientras se
acomodaba en él, su trasero a nivel de su erección.

—Reparte —dijo ella, su voz ronca.

Sam repartió de nuevo, estirándose a su alrededor para hacerlo. Sus


manos rozaron sus brazos mientras él colocaba cada carta.

Su siguiente mano fue decente, pero Jeremiah tuvo una mejor. Su


pérdida. Miko se encogió de hombros y se desabrochó los botones de su blusa,
dejando que se deslizara por sus hombros y espalda. Ahora se sentaba a
horcajadas sobre Sam en sus bragas y sujetador solamente. Jeremiah no había
dicho nada durante todo el tiempo, simplemente la observaba con ojos
implacablemente calientes. Él no se burlaba o jugaba como Sam, pero sabía que
él estaba tan interesado, al igual que intensamente fascinado con la ruta que
estaba tomando el juego.

Ella perdió la próxima mano otra vez. Sus ojos se estrecharon cuando
Jeremiah en silencio reveló tres ases.

—¿Es solo cuestión de suerte o algo más?

Él le dio una lenta y dulce sonrisa.

—¿Estás insinuando que estoy haciendo trampa?

No quería ofenderlo. ¿Quién sabía cuán orgullosos eran los pumas? Tal
vez eran tan rígidos sobre su honor como lo era ella sobre su sexualidad.

—No —dijo, retractándose—. Solo pensé que tal vez querías ver mis
pechos un poco más que Sam aquí.

—No creo que sea posible —intervino Sam y dio a sus caderas un
pequeño giro, haciéndola saltar y jadear ante la sensación de su miembro
presionando contra su trasero. El calor y la necesidad inundaron su cuerpo.

Sam deslizó una mano por su espalda.

—¿Quieres un poco de ayuda? —Sus dedos tiraron del broche de su


sujetador.
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Miko se encogió de hombros, buscando por sí misma el broche para
deshacerlo con manos expertas y a la vez dejándolo caer. El aire acondicionado
hizo que sus pezones se retraigan, al igual que la mirada de Jeremiah. Sintió a
Sam tensarse debajo de ella, tratando de echar un vistazo. Sus pechos no eran
grandes o exuberantes, pero lucían firmes y en alto, y sus pezones eran
pequeños y oscuros. A ella le gustaban sus pechos, y a juzgar por la expresión
del rostro de Jeremiah y la forma en que se removió en su silla, él también los
aprobaba. Sus manos se deslizaron suavemente sobre sus pechos antes de que
ella se inclinara sobre la mesa y arrojara sus cartas.

—Próxima mano.

Para su sorpresa, su siguiente mano contuvo los tres ases con los que
Jeremiah había ganado en la última ronda. No puso en duda el hecho de que
los tres ases parecían estar encadenados dado que eso estaba trabajando en su
favor. Miko se paró y le indicó a los dos hombres que se quitaran un artículo de
ropa. Frente a ella, Jeremiah retiró lentamente su camisa, sacándola de su
cuerpo, y eso hizo que se le secara la boca. Dios, su pecho era perfecto. Su
paquete de abdominales, firmes, bronceados, con solo un rastro de vello
descendiendo por su ombligo.

—Muy bien —dijo ella. Muy, muy bien. Sus hombros eran grandes y
definidos con músculos. No demasiado, solo lo suficiente.

Miró hacia atrás al cuerpo de Sam, y estuvo encantada de ver que el suyo
era igual de duro y delgado. Donde Jeremiah era bronceado y con abultados
músculos, Sam era un poco más compacto, más delgado, todos los músculos de
su pecho finamente detallados. Jeremiah podría ser fuerte como una casa de
ladrillo, pero no había ni un centímetro de grasa en Sam, hasta el suave plano
de carne por debajo de su ombligo. Tenía un gran tatuaje tribal cubriendo un
hombro entero, un diseño de rayos. Decidió que le gustaba.

—¿Una mano más? —sugirió Sam, pasándose una mano alrededor de la


cintura de sus calzoncillos, como si estuviera deseando deshacerse de ellos. Sus
pezones se tensaron a la vista, y sintió la curiosa necesidad de sentir a ambos
hombres apretados contra ella.

Sus hormonas zorro se estaban tornando salvajes con dos hombres


seductores a la mano. En lugar de elegir entre ellos o inclinarse de un modo u
otro… los quería a los dos. Ambos cuerpos calientes casi desnudos presionados
contra el suyo. Envolviéndola entre ellos. Ambas bocas y cuatro manos vagando
por su cuerpo necesitado.

Un escalofrío la recorrió.
23
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—Una última mano —accedió ella.

—El ganador se lleva todo —dijo Jeremiah en voz baja, y eso envió una
descargar caliente a través de ella. ¿Qué había para llevar? Aparte de sus
cuerpos. Una imagen de ella atrapada entre ellos, uno llevando su pene a su
boca mientras el otro la embestía por detrás rodó por su mente como un
huracán.

Los tres se pusieron de pie alrededor de su pequeña mesa, viendo con


expresiones extrañamente tensas como Sam repartía lentamente tres manos
más, y Miko giró la suya. Trío de ases. Obviamente, él le había dado la mano
ganadora de esta ronda. Puso las cartas sobre la mesa y miró a Sam.

—Así que, ¿cuántas rondas fueron realmente repartidas?

Su boca se levantó en las esquinas y se encogió de hombros.

—¿Se suponía que no debíamos hacer trampa?

No sabía si sentirse molesta o divertida.

—Entonces, ¿cómo se supone que voy a saber si esto no era solo una
excusa para verme desnuda?

—¿Vas a decirme que no estabas ni siquiera un poco interesada en ver


mi pene? —Señaló a Jeremiah—. ¿O el suyo?

No le gustaba cómo Sam estaba tratando de tomar el control de la


situación. O más bien, a ella le gustaba, pero sabía que si quería mantenerlos en
control, tenía que hacerse cargo una vez más. Así que se acercó a Jeremiah y
acunó su erguido pene.

—Tengo la sensación de que si quisiera ver esto, no tendríamos que


jugar. Todo lo que necesito hacer es preguntar.

Jeremiah pasó sus dedos a lo largo de la mandíbula de ella, con una


mirada de nostalgia en su rostro.

—Sin embargo —dijo ella en voz baja—, eso no va a ser esta noche. Yo
seré quien tenga la última palabra. ¿Entendido? Mi cuerpo, mi casa, mis reglas.

Con eso, se fue de la habitación.

***

Al día siguiente, evitó a los dos hombres. En parte porque quería que
entendieran que ella tenía la mano más alta en esa relación, y en parte porque
necesitaba concentrarse de nuevo en su trabajo.
24
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Tenía una fecha límite, y la iba a perder si no prestaba atención y
empezaba a pintar algunas páginas. Así que se encerró en su estudio y trabajó.
Hacia el mediodía, alguien llamó a la puerta, y ella contestó, solo para ver que
habían dejado un bocadillo y refresco para ella. El repartidor no estaba a la vista.

Era agradable tener a alguien que preparara su almuerzo. Los hombres


parecían respetar sus límites. Y podría haber jurado que, un poco más tarde, oyó
la aspiradora encendida.

Después de haber conseguido elaborar su asignación diaria de paneles


pintados (y algo más, había estado en un auge artístico), salió de su estudio.

Habían limpiado la casa, de arriba abajo. Barrieron el suelo, aspiraron las


alfombras, y sus estantes brillaban como si hubieran sido desempolvados.
Incluso las bombillas quemadas en su pasillo habían sido reemplazadas. Miko
sabía que era una terrible ama de llaves, cuando las ganas de dibujar venían a
ella, tendía a ignorar todo lo demás, y ya que estaba sola en la casa, no
importaba si unas cuantas bombillas estuvieran sin cambiar o unos centímetros
de polvo se acumularan. ¿Pero ver que alguien había limpiado su casa por ella?
Eso era… agradable.

Podría acostumbrarse a tener a los chicos por aquí. Holgazaneando


alrededor de la casa, arreglando sus grifos goteando… satisfaciendo sus
necesidades. Uff. ¿De seguro no estaba pensando en una relación? O peor aún,
relaciones. Apenas si habían conseguido ir más allá del coqueteo.

Sin embargo, se encontró con que no podía dejar de pensarlo.

Una cabeza se asomó desde su cocina. Sam la vio, sonriendo, y agitó una
espátula.

—Hola, la cena está casi lista. ¿Cómo te gusta la carne?

—Casi cruda —respondió automáticamente—. Soy un zorro, ¿recuerdas?


—A ella le gustaba una presa fresca tanto como cualquier otro cambiaforma.

—Ah, ya recuerdo. —Le guiñó un ojo y ondeó la espátula otra vez—.


Todo en ti está tatuado en mi cerebro.

—¿Solo en tu cerebro?

—Por ahora. —Él sonrió, el aspecto tan juvenil y atractivo que era difícil
de resistir.

Se encontró sonriendo en respuesta.

—¿Dónde está Jere?


25
Página
—Arriba. Trabajando.

Ella asintió, dándose cuenta que no sabía lo que ninguno de ellos hacía
para ganarse la vida, aparte de trabajar como guardaespaldas contratados para
otros cambiadores. Hizo un gesto hacia las escaleras.

—Le diré que la cena está lista.

Sam asintió y desapareció de nuevo en la cocina, y podría haber jurado


que lo oyó silbar.

Era extraño. Su clase ya sea evitaba a los hombres o incluía una vida
promiscua. Su madre había hecho esta última, amante tras amante entraron y
salieron de la casa durante la infancia de Miko. Las hormonas de los zorros
hacían de esta elección un estilo de vida que pocos podían resistir.

Sin embargo, Miko había resistido. Después de ver las relaciones de su


madre disolverse una y otra vez, y la vivacidad de su madre tornarse en una
amarga infelicidad, Miko había resuelto tener una mejor vida para sí.

Su padre había sido un buen chico rubio de Montana, y no había estado


acostumbrado a la forma de ser mujer-zorro de su madre, o sus costumbres
japonesas. Habían terminado cuando Miko era muy pequeña, y casi nunca lo
veía. Después de eso, Yui fue amante tras amante, desechándolos como
pañuelos usados.

Cada ruptura estuvo llena de drama, y eso enseñó a Miko una valiosa
lección: una simple relación monógama no estaba bien para un cambia-zorro.

Así que las evitaba como a la peste. Miko había tenido el amante
ocasional, pero cuando se ponía inquieta, sabía la causa. Un hombre no era
suficiente para satisfacer las necesidades de una mujer-zorro, y así, rápidamente
terminaría la relación. Su trabajo le ofrecía una gran flexibilidad; podía vivir en el
campo por su cuenta. No tenía que estar cerca de otros, hombre o mujer. No
necesitaba a nadie, no dependía de nadie, y sin el sexo opuesto alrededor, no
sentía la necesidad de ser promiscua. Era encantador y liberador. Era también…
un poco solitario, si lo admitía para sí misma. Pero por lo general no lo hacía.

Miko llamó a la puerta de Jeremiah y luego entró un momento después,


esperando atraparlo con la guardia baja.

Él levantó la vista desde la pantalla del computador y le dio la lenta


sonrisa considerada que había aprendido a asociar con él.
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—Miko —dijo a modo de saludo—. Espero que no te importe si
limpiamos un poco. Es lo menos que podemos hacer ya que nos estamos
quedando en tu casa.

Ella se encogió de hombros, acercándose a su lado y mirando la pantalla


de su computador.

—No tengo mucha opción dado que mi madre los envió a quedarse
conmigo.

Él pareció afligido ante sus palabras.

—Espero que no seamos mucha molestia.

Oh, me molestan, pensó. En un nivel completamente nuevo. Ese es el


problema.

—¿En qué estás trabajando?

Se rascó la parte posterior de la cabeza, agitando su espeso cabello


castaño.

—Solo recuperando algunos archivos de un servidor. —Le dirigió una


mirada rápida—. Trabajo en seguridad de redes cuando no estoy atado a… otras
cosas.

—¿Y Sam?

—Sam es fontanero.

Había pensado que tendrían empleos a juego para ir con todo lo demás
que hacían.

—¿Un fontanero y un geek de la computadora? ¿Qué hacen ustedes dos


juntos?

Él se encogió de hombros.

—Sam era mi compañero de cuarto en la universidad. Él la dejó, yo no lo


hice, pero seguimos siendo amigos. Todavía somos compañeros de cuarto.
Trabajamos bien juntos, y es un buen copiloto en la X-box.

Demasiado… tontos. Aun así, al menos eran normales. Podía vivir con
eso.

—No tengo Xbox.

Sus hombros se levantaron en un encogimiento de hombros.


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—No nos vamos a quedar aquí mucho tiempo, ¿recuerdas? Solo hasta
que los cazadores de zorros se vayan.

—Cierto —concordó, pero sonó vacía. Ya no estaba ansiando que se


fueran. ¿Cuán triste era eso?—. La cena está lista —dijo, y salió de la habitación.

Los bistecs estuvieron fenomenales. Por alguna razón, eso la deprimió.


Peor aún, eso la puso inquieta. Necesitaba un buen cambio y correr por la
naturaleza. Pero no podía, ya que estaba atrapada aquí.

Atrapada con dos atractivos hombres sexy que sabía que eran terribles
para su sencilla vida tranquila, pero que quería de todos modos.

Eso la estaba volviendo loca. Miko arrojó el tenedor en la mesa.

—Tengo que salir.

Sam se limpió la boca con la servilleta.

—¿Quieres ir a la ciudad?

—No, quiero ir a correr.

—Absolutamente no —dijo Jeremiah—. No hasta que los cazadores se


hayan detenido. Y hasta que sean atrapados en el acto, no estás a salvo.

—No pueden estar yendo de caza todas las noches —argumentó.

—Esto es Texas —dijo Sam—. ¿Crees que cazar todos los días está fuera
del ámbito de lo posible?

Tenía razón, pero se negaba a ceder. Su mente siguió adelante.

—Entonces, ¿el plan es simplemente esperar a que la ley haga algo?

—No es un gran plan, pero esas son nuestras órdenes, y vamos a


seguirlas —dijo Jeremiah.

—No son mis órdenes. —Miko se levantó de la mesa y les dio a ambos
una mirada impasible—. Sus vidas no son las que están puesta en espera
mientras esperamos que esta cosa termine.

—¿Ah, no? —replicó Sam—. Estamos aquí de niñera para asegurarnos


que no salgas corriendo directamente a una jauría de perros de caza rabiosos.
Otra vez.

Miko se estremeció.

—Sam —dijo Jeremiah en voz apaciguadora.


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—Eso no es lo que quise decir —dijo Sam, limpiándose la boca con la
servilleta y dándole una mirada frustrada.

—¿Ah, no? —Lo triste es que ella entendía su frustración; no le gustaba


sentarse a esperar más que a ellos. Lo entendía, realmente lo hacía—. No tienes
que disculparte, Sam Thorpe. Tampoco puedo esperar a que se vayan de una
buena vez de aquí.

Y con eso, se volvió y salió de la habitación.

***

—Eso salió bien —comentó Jeremiah cuando Miko dejó la habitación.

Sam le dirigió una mirada furiosa.

—Está siendo imposible.

—No es la única. —Jeremiah se puso de pie y comenzó a limpiar con


calma la mesa del comedor, a pesar de que estaba decepcionado de que ella se
fuera. Él siempre la echaba de menos cuando no estaba en la habitación. Solo
su presencia lo regocijaba—. Le dijiste que estábamos de niñera. Por supuesto
que va a ofenderse.

Sam se pasó una mano por su cabello desordenado, y la frustración le


hizo apretar la mandíbula.

—Eso no es lo que quise decir. Es solo… maldición. —Agarró algunos de


los tenedores y empezó a arrojarlos sobre los platos que Jeremiah sostenía—.
Me saca de las casillas. Me preocupo por ella.

Jeremiah permaneció en silencio, sus pensamientos atrapados en la


pequeña mujer-zorro. Reconoció la expresión del rostro de Sam: él quería a
Miko para sí. Y si era un buen amigo, Jere daría marcha atrás y dejaría que Sam
la tuviera, porque Sam necesitaba una buena mujer en su vida. Salvo que el
pensamiento de dar marcha atrás y verla con Sam lo dejó con sentimientos
encontrados. Estaría feliz por su amigo, pero Miko…

No podía dejarla ir. Incluso la idea de retroceder dejó un sabor amargo


en su boca.

—La quiero, Jere —dijo Sam en voz baja—. Y sé que tú también.

Jeremiah tragó fuerte. Pensamientos de Miko pasaron por su cabeza.


Miko, sonriéndole a través de una mano de cartas. Miko con una mancha de
grafito en la nariz, inclinada sobre la mesa de arte mientras trabajaba en un
29
Página
boceto. Miko, desnuda y levantándose de su silla, sus pequeños pechos tensos
con anhelo. No, no podía retroceder.

—Así es. Entonces la pregunta es, ¿qué hacemos ahora?

El silencio flotó en el ambiente durante un largo momento. Ninguno de


los dos tenía la respuesta. Tratando de calmar sus propias emociones, Jere dejó
los platos en el fregadero y se detuvo, apoyándose contra el mostrador. No
estaba dispuesto a renunciar a ella por el momento, pero estaba dividido. Sam
era su mejor amigo, y él quería que fuera feliz.

Se agarró al borde de la encimera y miró al marco de la puerta, donde


Sam esperaba.

—No hay otra opción, hermano. Tenemos que dejarla elegir —dijo Sam.

Jeremiah asintió. Pero sabía muy bien que su elección los destrozaría a
los dos.

Sam le dio una mirada esperanzada.

—¿Crees que ella…?

—No —dijo Jeremiah—. No te hagas ilusiones.

***

A pesar de que los hombres estaban dispuestos a esperar en su casa,


Miko no. Se paseaba de arriba abajo en su gran porche, con la mente llena de
pensamientos recurrentes: de los hombres en su casa, los cazadores, y, por
extraño que parezca, su madre. Se dirigió de vuelta a la cocina y tomó el
teléfono de nuevo.

—¿Miko-chan? —dijo Yui en voz baja cuando respondió—. ¿Está todo


bien?

La preocupación en la voz de su madre hizo a Miko sentirse enferma de


culpa. Ella nunca llamaba a menos que algo anduviera mal, e inmediatamente se
sintió como una idiota. No era culpa de su madre que Miko tuviera problemas
conciliando su mitad zorro. No era culpa de su madre que los cazadores se
hubieran mudado a la zona. No era culpa de su madre que Miko no hubiera
sabido sobre Hayami. Su madre lo había intentado, y Miko la había
interrumpido, acusándola de casamentera. Suspiró.

—Hola, mamá.

La voz de Yui fue suave, tentativa.


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—Me preocupas, Miko-chan. ¿Estás bien?

—Estoy bien —dijo en voz baja, en inglés.

—No te encargas de cuidar bien de ti, hija.

—Lo sé. —Miko hizo una mueca y se apoyó contra la pared—. Mira,
madre, lo siento. Sé que debería mantenerme en contacto más seguido. Es solo
que siempre termino… ocupada.

—Quieres el control sobre ti misma. Entiendo estas cosas —dijo su madre


con voz irónica—. Cuando tenía tu edad, luché duro para ser una chica humana
normal de modo que pudiera complacer a tu padre y hacerlo feliz. Y al final, tuve
que darme cuenta que no podía luchar contra mi naturaleza. Es lo que somos,
Miko. Somos kitsune. No nos hace malos. Solo nos hace diferentes.

Suspiró. Normalmente pondría los ojos en blanco ante las enseñanzas de


su madre, pero por una vez tenían cierto toque de verdad. Estaba tan cansada
de luchar contra su atracción por Jeremiah y Sam. ¿Sería tan terrible elegir uno?
¿Llevarlo a su cama y poner fin a esta horrible guerra consigo misma y sus
hormonas? Pero incluso mientras lo pensaba, sabía que esa no era la respuesta.

El zorro quería a ambos hombres, por supuesto. Y esa era la parte en la


que seguía atascada. Incluso si pudiera elegir solo uno… ¿qué tan justo sería
intentar construir una relación, solo para que él descubra que no era suficiente
para ella, después de todo? ¿Que anhelaría a más de un hombre para saciar su
lado zorro inquieto?

Esa era la parte difícil.

—Gracias, madre —dijo en voz baja—. Por enviarlos esta semana. Han
sido de gran ayuda.

Su madre soltó una suave risita conocedora.

—Te he enviado a más de un hombre fuerte, Miko-chan. Tu kitsune sería


muy feliz con dos hombres en su cama, ya sabes.

Oh por Dios. ¿Qué tan rápido fueron de una tregua a demasiada


información?

—Gracias, madre —dijo tajante—. Lo tendré en cuenta.

—Te haría bien abrazar tu lado zorro, Miko-chan. Confía en tu madre.

Abrazar su lado zorro. Un cuerno resonó a lo lejos, tan débil que el oído
humano nunca lo escucharía.
31
Página
Miko miró por la ventana. Podía abrazar su lado zorro. De una vez por
todas.

—Lo haré, madre. Gracias. Hablamos mañana. —Yui hizo un ruido


contento de sorpresa—. Me tengo que ir —añadió Miko rápidamente, antes de
que su madre pudiera decir nada más—. Te amo.

Colgó el teléfono y volvió a salir al porche. En la distancia, sus sentidos


intensificados captaron el débil sonido de un cuerno otra vez, y sus manos se
apretaron en puños. ¿Qué zorro era al que el club cazaba ahora? ¿De nuevo
Hayami? ¿Uno de los otros zorros? ¿O era su madre la siguiente?

Sin importar de quién se trataba, no podía quedarse de brazos cruzados


y esperar a que algo sucediera. Era dulce que sus dos protectores estuvieran
preocupados por su seguridad, en serio lo era. Pero su forma zorro tenía un
cerebro humano, y no tenía intención de acabar como presa.

Podía encargarse de esto si abrazaba su lado zorro, como su madre dijo.


Luchar contra lo inevitable solo significaba ocultarse del mundo, y estaba
cansada de esconderse.

Poniendo sus manos sobre la puerta mosquitera, se asomó a través del


vidrio en el interior de la casa.

Los hombres estaban hablando en la cocina, sin mirar en su dirección.


Perfecto. Ahora era el momento ideal para llevar a cabo su plan. Miko comenzó
a volver a la cocina y luego se detuvo. Esta conversación tenía que ser en
privado. Sacó el teléfono celular de su bolsillo y comenzó a marcar, caminando
hacia el porche para alejarse de las ventanas y cualquier posibilidad de que su
conversación pudiera llegar a los oídos equivocados.

—Información —dijo la voz en la otra línea—. ¿Qué ciudad y estado?

—Necesito al departamento de policía de Little Paradise, Texas. —Miko


respiró hondo y bajó la voz—. Tengo que reportar un crimen.

La mujer en la línea hizo un ruido de sorpresa.

—¿Un crimen? ¿Estás bien?

—Estoy bien —respondió Miko—. El crimen aún no ha sucedido.

—Oh. —La operadora se quedó muy callada, y luego se aclaró la


garganta—. Voy a conectarla.

La línea quedó en silencio, y luego un segundo operador respondió unos


momentos después, éste masculino.
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—Departamento de policía de Little Paradise. ¿Puedo ayudarle?

—Hola. Voy a darle una dirección —comenzó Miko, dándose cuenta que
probablemente sonaba un poco loca—. Hay un crimen en progreso. —
Rápidamente detalló la dirección de la calle, y dado que vivía en las afueras de
la ciudad, les dio detalles específicos.

El policía se detuvo un momento, y le oyó teclear.

—¿Qué tipo de crimen es?

Ups. Le colgó, haciendo una mueca. Con suerte esa vaga amenaza aún
conseguiría atraerlos. Porque si no, su pequeño plan se iría al caño rápidamente.
Metió el teléfono en el bolsillo de sus vaqueros, y luego comenzó a quitarse la
camisa.

¿El plan? Ponerse a sí misma como cebo de zorro, atraer a los cazadores
directo a la policía, y luego escapar antes de que nadie se diera cuenta que se
había ido. Se encargarían de su problema, los zorros locales estarían a salvo de
los cazadores idiotas, y ella finalmente conseguiría sacar a los dos hombres de
su mente y su casa sería una vez más para sí misma.

Entonces, ¿por qué se sentía como una idea tan pésima? ¿Por qué era tan
deprimente pensar en despertarse y tener una casa vacía mañana por la
mañana?

***

El sonido de un cuerno de caza cercano hizo que los dos hombres


salieran de su estupor. Sam ladeó un poco la cabeza, escuchando el tronar
revelador de cascos de caballos en la distancia. A su lado, Jeremiah se puso de
pie, con una expresión sombría cruzando su rostro.

—¿Dónde está Miko? —preguntó.

Sam dejó la llave y se limpió la mano en la camisa. Pensar en cómo la


cena había resultado terrible le había molestado, y cuando Sam estaba molesto,
trabajaba con sus manos. Se había pasado la última hora jugueteando con la
fuga que tenía el grifo de Miko, y había perdido por completo la noción del
tiempo. Había pensado que Jeremiah estaba en la otra habitación, aplacándola
o tratando de hacerle comprender su frustración, bueno, la de los dos. Pero tal
vez no.

—¿No está contigo?

—No. No la he visto desde la cena.


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Los perros aullaron cerca, y el cuerno de caza sonó otra vez. La piel de la
parte posterior del cuello de Sam se erizó. Era evidente que habían encontrado
algo. Por una corazonada, corrieron al porche… y se quedaron mirando la
camiseta descartada de Miko y el montón de ropa.

—¡Mierda! Jere, salió a correr.

A medida que se desnudaba y comenzaba a transformarse, Jeremiah


llegó a su lado, haciendo lo mismo. Su objetivo era la seguridad de Miko, y
cuando el cuerno sonó de nuevo, en la distancia, esperó desesperadamente que
no fuera demasiado tarde.

***

Corre, corre más rápido. Impúlsate bajo los arbustos, desvíate a través de
los pastos. Bordea una trinchera y sal por el otro lado. El cerebro de Miko
divagaba direcciones hacia ella, como si eso pudiera hacer que sus pequeñas
patas negras se movieran más rápido, o evitaran que su cola se balanceara con
ansiedad.

Los perros estaban casi sobre ella, los cazadores sobre sus talones, el
cuerno resonando en su oído. Su plan había parecido mejor desde la seguridad
de su porche. En forma de zorro, sus pensamientos se volvían frenéticos,
fugaces y salvajes, y se esforzaba por mantener un sentido de control sobre sus
emociones, incluso mientras corría por su vida. Todo lo que tenía que hacer era
llegar a la carretera, donde la policía estaría esperando. Los cazadores de zorros
serían capturados in fraganti, y su vida sería suya de nuevo.

Con tal de que no fuera atrapada en primer lugar.

Con tal de que todavía quisiera que las cosas, todas las cosas, volvieran a
la normalidad.

Un beagle ladró en su oído… demasiado cerca. Se lanzó de golpe a la


izquierda, precipitándose debajo de un arbusto y desviándose de su camino
hacia un lado de la carretera. Tenía que hacerlo… estaban tratando de
acorralarla, guiarla de manera indirecta hacia un terreno más seguro para ellos,
mientras ella seguía escogiendo caminos a través de cercas de alambre de púas
y bajo todo lo que pudiera hacer para despistarlos. Sin embargo, eso aún no
estaba funcionando… uno estaba tan cerca que podía oler el aroma de la
comida barata para perro en su aliento.

Algo pasó rozando su cola, y picó, desgarrando su piel. ¡Casi la había


atrapado por la cola! Miko soltó un pequeño aullido y se lanzó adelante una vez
más.
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Oyó un rugido, y entonces el sonido de un puma gruñendo. Los nervios
ya deshilachado de Miko se astillaron, y le tomó un momento calmarse y darse
cuenta que los hombres habían venido a su rescate, otra vez.

Ahora podía olerlos, una mezcla de Sam, Jeremiah, y felinos salvajes


combinado con el olor de los perros y el fuerte olor terroso del suelo bajo sus
pies.

Detrás de ella, los sabuesos se dispersaron cuando los dos gatos


aparecieron. Uno gritó, y solo así, Miko sintió la fuerte presión de sus
seguidores levantándose de su espalda; ya no estaban tan cerca de su cola.

Un disparo de rifle resonó, el cuerno bramó de nuevo, y el caos reinó.

Uno de los felinos, el lince, se movió a un paso detrás de ella, y supo lo


que él estaba pensando. La seguiría, haciendo parecer como si estuviera
cazándola, y los perros se dispersarían por la diferencia, y peligrosidad, del
nuevo cazador. La caza habría terminado.

Ellos iban a arruinar su plan.

Aquí estaba ella arriesgando su cuello, y ellos iban a destruir todo por
ella. La furia se disparó a través de su mente, y cuando Sam corrió un poco
hacia delante, moviéndose a su izquierda, un movimiento de pastoreo obvio,
ella se lanzó a través de sus piernas y cortó a través de la maleza. De vuelta a la
carretera, en donde podía oír el gemido débil de una sirena.

Los perros comenzaron a ladrar una vez más, sintiendo su huida, y la


persecución comenzó de nuevo… esta vez eran perros, cazadores, y
cambiaformas felinos, todos persiguiendo su pequeña forma de zorro.

Si no fuera por el hecho de que estaría muerta si la atrapaban, Miko se


habría reído de la situación.

Allí, en la distancia… la carretera. Luces rojas y azules brillaban, y podía oír


el tintineo de un oficial de policía, el zumbido de su radio. No veo nada aquí,
estaba diciendo en la radio. ¿Me confirman la dirección?

Corrió directamente hacia él.

Debe haber sido una vista inusual: un pequeño zorro lanzándose fuera de
los árboles para cruzar la carretera vacía. Una jauría de perros sobre sus talones,
luego detrás de ellos, un gato salvaje o dos, y por último los cazadores a
caballo. Quiso parar y admirar su obra, ver la expresión en los rostros de los
cazadores al darse cuenta que habían tenido la peor de las suertes y habían
aterrizado en el regazo de un funcionario policial.
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Pero los perros estaban todavía sobre su cola (literalmente), y por eso
continuó corriendo, rodeando todo. Podría bordear los bordes del campo de
golf y trotar de regreso a casa, sana y salva.

—Deténganse allí —escuchó al policía gritándole a los cazadores—.


¡Bajen sus armas y llamen a esos perros!

Excelente. El cuerno sonó de nuevo, y los perros comenzaron a


retroceder otra vez. Miko quería hacer un baile feliz, pero siguió corriendo,
porque no era idiota y…

Algo la agarró por el pescuezo de su cuello.

El pánico se disparó en ella una vez más, y Miko se encorvó, sintiendo el


picor de las calientes mordazas sobre la parte posterior de su cuello. ¡Un
depredador la tenía! Se retorció, sus patas agitándose, a medida que era
levantada del suelo.

Pero un momento después, quedó abrumada por el olor de Jeremiah, el


puma, y se dio cuenta de que las mordazas en su garganta estaban
simplemente cargándola, como a un gatito, así que se relajó un poco, aunque
sus instintos no permitirían que se relajara por completo con su boca alrededor
de su vulnerable garganta.

El lince se acercó a ellos, y luego se disparó ligeramente hacia delante,


tomando el camino que Miko normalmente recorría de regreso a su casa.

Estaba segura de que estaban furiosos con ella, pero no le importó. La


felicidad se disparaba a través de su cuerpo, desviando toda la ira. Los
cazadores serían apresados, y ella y sus primos zorros estarían a salvo. Lo había
hecho. Se había encargado del problema.

Tal vez había algo bueno en esta cosa de zorro después de todo.

Varios minutos después, llegaron de nuevo a su porche, y la larguirucha


forma felina de Jeremiah se deslizó por las escaleras, y luego depositó a Miko
sobre su ropa descartada como si fuera un cachorro delicado. La piel en la parte
posterior de su cuello estaba húmeda de su boca, y su cola ardía de donde el
perro había desgarrado la piel. Su instinto natural fue mantenerse en forma
animal hasta que el ardor se fuera, eso no tomaría mucho tiempo ya que sanaba
mucho más rápido en su forma zorro, pero su adrenalina seguía bombeando
después de la carrera entre los árboles y el éxito de su plan.

Así que se agachó en el porche y empezó a cambiar de nuevo a su forma


humana.
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Miko fue la primera en recuperar plenamente su forma, y cuando lo hizo,
un pedazo de piel en su nalga ardió, la piel al rojo vivo. Puso una mano sobre
ella, haciendo una mueca. Tal vez debería haberse quedado en forma de zorro,
después de todo.

Una rápida mirada por encima de su hombro mostró que los dos
hombres estaban terminando de transformarse, su piel bronceada ondulando.
Sam se levantó de sus cuclillas, llegando a su máxima altura a su lado, y ella
consiguió su primer vistazo a su cuerpo totalmente desnudo.

Era hermoso. Su piel lucía lisa y tonificada, sin un músculo sobrante ni


una pizca de grasa en ninguna parte de su cuerpo. El cuerpo de un nadador, el
cuerpo de un atleta, con un pecho duro y hombros torneados. Su pene, estaba
feliz de ver, era largo y hermoso… todo lo que ella había querido que fuera.

Detrás de él, Jeremiah se levantó lentamente, su cuerpo desnudo


también era una cosa de admiración. Sin embargo, llevaba un ceño sombrío en
su cara, y entonces se adelantó, revisándola para garantizarse a sí mismo que
estaba sana. Sus manos recorrieron por todo su cuerpo con preocupación.

—Arriesgaste el cuello —dijo Sam en voz baja, caminando hacia ella—.


De todas las absurdas cosas estúpidas por hacer…

—Sabía lo que estaba haciendo —protestó Miko, pero sus palabras


murieron cuando Sam se detuvo detrás de ella y se arrodilló, examinando su
herida.

—Aun así fue increíblemente tonto —dijo Jeremiah, deslizando sus


manos sobre los brazos de ella, comprobando por heridas.

Eso la encendió increíblemente. Ambos hombres tenían sus manos sobre


ella, su carne desnuda tocando la suya. El deseo la inundó, y un pequeño
suspiro de placer escapó de su garganta. Los quería a ambos.

Juntos. Olvidando todo sobre la lesión en su nalga o el hecho de que


ambos hombres estaban cabreados con ella, llegó a Jeremiah con una mano, y a
Sam con la otra.

—Miko —suspiró Jeremiah, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Qué estás


tratando de decirnos? ¿Qué quieres de nosotros?

Sam no dijo nada, pero sintió las manos de él rodear su muslo, sintió la
suave presión de su boca contra su nalga, pellizcando el lugar donde su piel
había sido rasgada.

Miko negó con la cabeza.


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—Yo… no puedo elegir entre los dos. Y no quiero hacerlo.

Arrastró la mano por la mandíbula de Jeremiah, luego hacia abajo a su


pecho desnudo, extendiendo sus dedos a través de él. Pudo sentir su corazón
latiendo rápidamente debajo de su palma, sintió el calor de su piel.

Su otra mano, la mano en el hombro de Sam donde se acuclillaba detrás


de ella, se levantó y sintió a Sam besar la palma. Avalanchas de calor se
movieron a través de ella.

—¿Quieres hacer esto? —susurró Jeremiah, entonces se inclinó y acunó


su rostro entre las manos.

—¿Y tú? ¿Ambos? —preguntó ella, luego se inclinó y mordió su pulgar


suavemente.

Los dedos de Sam rozaron sus muslos.

—Entonces sugiero que vayamos adentro —dijo en voz baja y ronca—.


Por mucho que admire tu porche, no sé si los vecinos vayan aprobar que tengas
a dos hombres en casa.

Una risa burbujeó de su garganta y envolvió sus brazos alrededor del


cuello de Jeremiah.

—No tengo ningún vecino.

Él la levantó en el aire, tirando de su cuerpo cerca del suyo. Se sintió tan


ligera como una pluma en sus brazos. Jeremiah era tan fuerte, tan grande. Miró
hacia atrás para ver si Sam estaba aún con ellos, necesitándole allí también. Él
había recuperado su ropa del porche y cerraba la puerta detrás de ellos,
entonces, saltó a las escaleras detrás de Miko y Jeremiah.

Jere dudó un momento, claramente dividido entre pasar a la habitación


de huéspedes o invadir el dormitorio de Miko.

Por alguna razón, eso la conmovió. A pesar de que iban a tomar el


siguiente paso, él no quería presionarla. A ella le gustaba eso de él… de ambos.
Así que se inclinó y mordió el hombro de Jeremiah suavemente.

—Mi habitación tiene una cama más grande.

—Será tu habitación —acordó Sam detrás de ellos, y ella sintió su mano


recorrer por su espalda en una suave caricia.

Jere abrió la puerta y los tres entraron en su dormitorio. Su habitación era


un caos absoluto, la única parte de la casa donde los hombres habían evitado ir,
así que no lucía limpio y ordenado como el resto de la casa. Y tampoco le
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importaba. Con un movimiento fluido, Jere la arrojó en la gran cama
matrimonial y ella miró hacia arriba, esperando.

Su mirada se deslizó a la cómoda cercana, al lado de la ventana. El bonsai


de su madre estaba allí, no haciendo mucho bien al miedo teniendo en cuenta
que lo había arrojado a la basura. Pero por extraño que pareciera, se alegró de
verlo.

—Alguno de ustedes…

—Parecía que necesitaba un hogar —dijo Sam, luego su ardiente cuerpo


desnudo se deslizó en la cama junto a ella, haciéndole olvidar por completo los
bonsai.

Su boca se posó en la de ella con un beso hambriento. Tenía los labios


sobre los de ella, persuadiéndolos y burlándose con tirones suaves, su lengua
deslizándose en su boca para sugerir otras delicias. Lentamente, él acarició su
lengua con la suya, saboreándola. Pero entonces, en un movimiento más rápido,
dándole una sugerencia totalmente diferente.

Miko le devolvió el beso, mordiéndole la lengua con pequeños pellizcos


cuando él trató de entrar en su boca una vez más. Cálidas y grandes manos
empezaron a acariciar su cuerpo, y se dio cuenta que mientras Sam estaba
persuadiendo su boca con la suya, Jeremiah estaba acariciando su piel con las
manos. Podía sentir sus nudillos deslizándose sobre su costado, rozando el
borde de un pecho y arrastrándola hasta su cadera, una y otra vez mientras la
boca de Sam poseía la suya. Era una dicotomía emocionante… las manos
acariciando y los besos empujando.

Una mano grande se deslizó más abajo por su muslo, haciéndola levantar
sus caderas en anticipación. Hasta el momento, las caricias de Jere habían sido
ligeras y poco exigentes. Lo que era adorable, pero ella se estaba poniendo
ansiosa por más. Su mano buscó el cabello de él, encontrándolo cerca
zumbando y frotando a lo largo de su cuero cabelludo, disfrutando de la
diferencia de textura entre eso y los suaves rizos de Sam.

Sam mordió ligeramente su labio, distrayéndola. Un pequeño ruido de


placer escapó de su garganta y enredó su mano libre también en su cabello. Tan
concentrada en el enfoque conducido por la boca posesiva de Sam, casi pasa
por alto cuando la mano de Jeremiah se deslizó a lo largo de su muslo y acarició
su sexo.

Los pequeños ruidos de placer que había estado haciendo se convirtieron


en un gemido a pleno pulmón.
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—Eres tan hermosa —susurró Jeremiah contra su cabello, sus grandes
dedos deslizándose por la apertura de su sexo, luego descansando sobre sus
muslos, empujando sus piernas abiertas. Ella obedeció de buena gana,
arqueándose ligeramente sobre la cama para hacerle saber que disfrutaba su
toque.

La boca de Sam se apartó de la suya y comenzó a moverse por su cuello,


besando, mordiendo y halando. Primero su mandíbula, luego por su garganta, a
través de su clavícula y abriéndose paso hasta sus pechos.

—He querido poner mi boca en ti durante días —exhaló sobre su pezón.


Sus labios rozándolo ligeramente, y entonces deteniéndose—… decidir si sabes
tan bien en persona como lo haces en mi mente.

—¿Y lo hago?

Sacó la lengua de su boca, deslizándola a través de su pezón.

—Mejor. Mucho, mucho mejor.

Un estremecimiento de placer la recorrió. Los dedos de Jere rozaron su


sexo otra vez, no muy listo para dar el siguiente paso. Siempre prudente y
pensando en ella, ese era Jeremiah.

Miko deslizó la mano desde la parte posterior de la cabeza de Jere a su


cuello y tiró de su boca hacia la suya. Necesitaba saborearlo. Cuando sus labios
se encontraron con los de ella, sus dedos se deslizaron a lo largo de su húmeda
apertura una vez más.

Ella ladeó la cabeza ligeramente, mirándolo a los ojos. Sus caderas se


levantaron al mismo tiempo, y su dedo penetró los labios de su sexo,
deslizándose hacia el valle caliente de abajo, haciéndolos a los dos quedarse sin
aliento.

—¿Más? —Jeremiah se inclinó, su boca cerniéndose sobre la suya.

—Más —accedió, y tiró de su boca a la de ella.

Otra mano se deslizó hasta el hueco de su rodilla, y se dio cuenta de que


Sam estaba tirando de su otra pierna, apartándola, más lejos, hasta que ambas
piernas yacían abiertas en una gran V. Él continuó trabajando en sus pezones,
dando a cada uno diminutos mordiscos ardientes y pellizcándolos hasta que
eso la volvió loca. La boca de Jeremiah en la suya se tragó sus gemidos de
placer, pero no creía que a Sam le importara.

La lengua de Jeremiah se empujó profundamente en su boca, y sus


dedos se deslizaron por su sexo otra vez, y penetraron el calor resbaladizo. Sus
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músculos se apretaron alrededor de sus dedos mientras se deslizaban a su paso,
y él gimió ante la sensación.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has estado con un hombre,


Miko? —Él sacó su dedo lentamente, luego lo empujó de nuevo, estirándola,
jugando con la resbaladiza humedad a través de su pasaje—. Estás tan apretada.

Sam gimió y enterró su cara entre sus pechos.

—Cristo, no me digas eso. Me voy a venir sobre ella como un colegial, si


sigues así.

La imagen mental la hizo reír.

—Han pasado un par de años.

—Dulce Jesús, eso tiene que ser un delito. —La boca de Sam se arrastró
por su vientre, lamiendo su ombligo.

El dedo de Jeremiah se hundió profundamente otra vez, casi al mismo


tiempo que la lengua de Sam se zambullía en su ombligo, y una descarga de
deseo pasó por ella.

—Es complicado —dijo, obligándose a tratar de respirar con regularidad.


Y fallando. Estaban haciendo cosas increíbles a su cuerpo, y eso estaba haciendo
que su mente se disparara hasta las nubes—. Las mujer-zorros… no son…
como… otros. —Oh cielos, su dedo se hundió de nuevo y sus palabras murieron
en un gemido, sus caderas alzándose—. Los zorros… son… promiscuos…
Tenemos dificultades para establecernos con una sola pareja.

—¿Qué hay de dos compañeros? —bromeó Sam, y se movió contra ella,


bajando más. Su boca rozó los rizos de su sexo, su aliento caliente.

Todo su cuerpo se tensó en anticipación, y podía sentir los músculos de


sus muslos apretarse, aún apartados a lo ancho por sus manos.

Jeremiah presionó ligeros besos por su mandíbula antes de regresar a su


boca una vez más. Su dedo se metió otra vez, con tanta fuerza que sus caderas
se levantaron y un gemido de lujuria pura escapó de su garganta.

—No tienes que responder a eso, Miko —exhaló contra su boca—. Solo
quédate con nosotros. Resolveremos el resto más tarde.

Quería hablar y decir algo entonces, pero la boca de Jeremiah encontró la


suya de nuevo, y su dedo se empujó una vez más, distrayéndola. Antes de que
pudiera recuperarse de eso, la boca de Sam se deslizó aún más bajo, y su
lengua se sumergió en su sexo, en busca de su clítoris.
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Cuando rozó contra él, Miko gritó. Sus dedos se apretaron contra la parte
posterior de la cabeza de Jere, las uñas clavándose en su piel mientras sus
caderas se alzaban una vez más.

Ambos hombres se rieron, y ella soltó un sonido de decepción cuando


los dedos de Jeremiah salieron de su sexo, solo para ser reemplazados por la
caliente e insaciable lengua de Sam. Sus manos seguían abriendo sus muslos,
mientras que Jeremiah se sentaba, lamiendo la humedad de su mano con ojos
intensos. Cuando terminó de lamer sus dedos, se arrodilló sobre ella y comenzó
a prestar atención a sus pechos, presionándolos juntos y arrastrando su lengua
por los pezones y el valle entre ellos.

La boca de Sam también la estaba volviendo loca… su lengua parecía


conocer los lugares exactos para tocar mientras lamía y chupaba su clítoris,
atormentándolo con diminutos círculos rápidos. Corrió la lengua contra él, y
entonces deslizaría su boca húmeda por su sexo hasta que hundía su lengua en
ella, imitando los dedos de Jeremiah, después regresando a su clítoris una vez
más. Él hizo todo esto con movimientos suaves y pausados que la hizo pensar
que había planeado esto, o por lo menos pensó en ello, por un largo tiempo.

La idea era tan erótica que su cuerpo se tensó con el inicio de un


orgasmo. Como si los dos hombres percibieran esto, empezaron a trabajar en su
cuerpo aún más duro, tratando de empujarla sobre el borde. Jeremiah mordió
suavemente uno de sus pezones, su pulgar apretando el otro, mientras que Sam
metía la lengua contra su clítoris con movimientos rápidos e insistentes. Ella
acabó, grandes ondas de placer estremecieron su cuerpo, el orgasmo
abalanzándose sobre ella como una marea.

Sam se sentó lentamente, sus labios relucientes, con una sonrisa traviesa
en su rostro. Todavía sentado, se colocó entre sus piernas, pero su pene tenso, a
centímetros de su sexo húmedo. Mientras ella inhalaba, estirándose ligeramente
con la exaltación de su increíble orgasmo, él rodó sus caderas un poco hacia
delante, su sexo deslizándose a lo largo del suyo mojado.

Eso fue suficiente para conseguir ponerla en marcha otra vez. Miko se
sentó en la cama, poniendo las manos de ambos a un lado y cerrando las
piernas. Se sentó sobre sus rodillas y se llevó un dedo a la boca, como si
estuviera pensando qué hacer a continuación, su otra mano corriendo por su
estómago.

—Qué tormento —dijo Sam en voz baja y ronca. Entonces, se llevó la


mano a su miembro y lo acarició, sabiendo que ella miraba con ojos ávidos.
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—Un tormento implicaría que no vas a conseguir lo que quieres —dijo
Miko en voz ligera—. Y yo no soy ese tipo de chica.

Detrás de ella, Jeremiah la sentó a horcajadas en el centro de la cama, de


modo que sus grandes muslos enmarcaran los de ella.

Podía sentir el calor de su pene chocando contra sus nalgas, y la imagen


mental envió nuevas oleadas de emoción a través de ella. Sabiendo que la
imagen sería como un regalo para Jere, ella se balanceó en sus rodillas por un
momento, y luego se inclinó hacia delante, hasta que su cara estuvo en el
regazo de Sam. Sus labios jugaron a lo largo de la cabeza de su pene por un
momento, luego se apartó.

Ignorando su gemido, deslizó una uña por el muslo de Sam.

—¿Por qué no te inclinas hacia atrás? Y yo… me inclinaré hacia delante.

Él obedeció sus órdenes, moviéndose hasta que yacía de espaldas, con la


cabeza apoyada en la almohada. Su pene sobresalía en el aire, la longitud
apelando a los sentidos de Miko. Qué largo y grueso pene. Ambos hombres
estaban dotados de forma espectacular, admitió para sí misma. Sin ninguna
quejas de su parte. Se arrodilló hacia delante, con ganas de poner esa dura
longitud gruesa contra su lengua, saborear la salada humedad en la cabeza de
la misma. Sabía que el movimiento le haría poner su trasero en el aire
ligeramente, dando a Jeremiah una bonita y larga mirada a ella, y sabía que
tenía un buen trasero.

Ambos hombres gimieron cuando se movió, y vio a Sam apretar los


puños en las mantas a medida que su lengua salía y lamía a través de la cabeza
de su pene. La longitud de él era hermosa, así que ella envolvió una mano a su
alrededor, apretando para probar la dureza, antes de inclinarse sobre él y
arremolinar su lengua contra él una vez más.

—Cristo —exhaló Sam.

Las manos de Jeremiah estaban en su trasero, masajeando y doblegando


la suave piel, así que ella balanceó sus caderas sugestivamente contra sus
manos. Su boca rozó su piel, y lo sintió morder la carne allí, enviando otra
sacudida de emoción a través de ella. Gimió, y luego deslizó su boca sobre la
cabeza del miembro de Sam.

Una de las manos en puños de Sam fue a su cabello, enredándose en su


largo cabello negro. No la presionó a moverse hacia delante, solo la ancló allí,
haciéndole saber lo mucho que le gustaba la atención.
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Animada, se inclinó hacia delante aún más, y comenzó a tomar la larga y
dura longitud en su boca, deslizándolo hasta el fondo de su garganta.

Las manos de Jere se tensaron en sus caderas y deslizó un dedo entre sus
piernas, atormentándola y jugando con su sexo una vez más, y un escalofrío la
recorrió.

—Levanta las caderas —susurró él, puntualizando el comando con un


empuje lánguido de su dedo profundamente en su interior.

Ella hizo lo que le pidió, abriendo las piernas bajo y ancho, la excitación
invadiéndola. La mano de Sam se anudó duramente en su cabello mientras ella
chupaba su pene en su garganta, bajando hasta la base del miembro y luego de
vuelta otra vez, trabajándolo con su boca una y otra vez.

Miko sintió a Jere rígido detrás de ella, sintió sus grandes manos en sus
caderas de nuevo, y luego sintió la cabeza de su pene empujar contra su abierto
sexo húmedo. Esa fue toda la advertencia que recibió antes de que él la
penetrara con un movimiento rápido, enterrándose hasta la empuñadura.

Ella gimió alrededor del pene de Sam, sus músculos se apretaron cuando
Jere la penetró de nuevo, con fuerza. La mano de Sam presionó la parte
posterior de su cabeza, hacia abajo, animándola a llevarlo más profundo, a
trabajar en él más duro.

Una vez más, Jeremiah se empujó en ella, estremeciéndola hasta la


médula. Sus manos sujetaron sus caderas en el lugar, pero eso no evitó que
rodara las caderas con cada movimiento de empuje. Al principio, él empujó
lento, duro, profundo.

Pero con cada embestida, empezó a tomar velocidad ligeramente, hasta


que estaba empujándose en ella desde atrás, la fuerza de sus acciones haciendo
que sus testículos choquen con fuerza contra su clítoris de una manera
excitante. Una y otra vez, la penetró, mientras ella trabajaba en el pene de Sam
con su boca, empujándolo tan profundo que chocó contra su garganta, su
miembro llenando su boca y manos.

—Tan… jodidamente… hermosa —dijo Sam, puntualizando cada palabra


con un empuje en su boca que ella gustosamente tomó. Sus gemidos de placer
fueron amortiguados por su pene, pero aún lo suficientemente fuerte para que
los dos hombres pudieran oírlos. Sus caderas siguieron balanceándose
frenéticamente a medida que Jeremiah continuaba empujando dentro de ella,
sus movimientos rápidos, seguros y controlados.
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—Acaba para nosotros —exigió Jere en voz baja—. Acabaste en nuestras
bocas, ahora queremos verte acabar en nuestros penes.

Miko gritó y se estremeció con eso, el segundo orgasmo corriendo a


través de ella y golpeándola profundamente. Sacó el pene de Sam de su boca y
lo frotó contra su rostro mientras el orgasmo se apoderaba de ella, gritando una
y otra vez mientras Jeremiah continuaba embistiendo, el orgasmo erigiéndose
en lugar de descender, hasta que llegó a su clímax otra vez, sus músculos
internos tensándose alrededor del pene en su interior.

Con eso, Jere maldijo y sus dedos se clavaron en sus caderas, casi
dolorosamente, a medida que acababa, su pene chorreando profundamente
dentro de ella.

La mano de Sam anudada en su cabello, tirando de ella hacia él. Mientras


la otra agarraba su pene y disparaba su esperma lechosa entre sus pechos, el
líquido caliente deslizándose sobre su piel mientras él gritaba su liberación,
luego la atrajo hacia él de modo que ella cayera sobre él. Jeremiah también se
empujó hacia delante, sus caderas aún bloqueadas firmemente contra su
trasero, los tres apilados juntos como un sándwich.

Jadearon por largos momentos lánguidos, nadie se atrevía a romper el


silencio. Entonces, Jeremiah le dio un beso en el hombro a Miko mientras se
desacoplaba y levantaba. Miko se dio la vuelta en la cama, recostándose sobre
su espalda, el calor pegajoso de Sam todavía disperso sobre sus pechos… y
ahora en el pecho de él.

Una toalla cayó sobre su rostro. Miko se la quitó de la cara y frunció el


ceño, mirando hacia Jeremiah, quien llevaba una expresión claramente juvenil
en su rostro normalmente serio.

—Límpiense, damas y caballeros.

—Qué palabras tan bonitas —bromeó ella en respuesta—. Sugiriendo


que estamos demasiado sucios para ti.

—No demasiado sucia para mí —dijo Sam, y comenzó a limpiarla con la


toalla.

Eso era dulce, pensó, aunque no dijo nada hasta que él terminó. Jeremiah
regresó a la cama unos minutos después y la acercó a él, y cuando Sam terminó
de limpiarse, él hizo lo mismo. Permanecieron los tres juntos, los dos hombres
con sus brazos entrelazados alrededor del cuerpo de ella.

—Han hecho eso antes —reflexionó Miko.


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—¿Utilizar una toalla? Todo el tiempo —dijo Sam.

Lo pellizcó en el hombro, sonriendo.

—No, me refería a lo que acabamos de hacer. Compartir una mujer. Los


dos han hecho eso antes. —Ella debería haberlo adivinado tan pronto como su
madre le había dado a entender que había enviado a dos hombres. Sonaba
como algo que a su madre se le habría ocurrido. Sabía que Miko era sensible en
cuanto a su lado kitsune y no sería feliz con una cadena interminable de
compañeros. ¿Pero dos hombres dedicados el uno al otro y dedicados a ella?
Eso mantendría a su zorro feliz durante mucho, mucho tiempo.

Una vez más, su madre tenía razón. Irritante.

—¿Te molesta si hemos compartido una mujer? —preguntó Jere.

—Mmm —dijo Miko, trazando un dedo sobre el pecho de Sam a medida


que la gran mano de Jere ahuecaba su cadera—. En realidad, lo prefiero así.
Pero soy nueva en esto. Nunca he tenido dos hombres en mi cama al mismo
tiempo.

—Eso fue cosa de principiante —dijo Sam—. Solo te estábamos


familiarizando.

Ella se echó a reír.

—Nuestra última relación fue con una mujer-lince —dijo Jere en voz baja,
su boca presionada contra su hombro en un beso casual—. Pero ella no podía…
—Dejó sus palabras en el aire.

—A ella no le gustaba tener dos hombres. Eso le molestaba —dijo Sam


sin rodeos—. Quería una relación normal.

—Ah —dijo Miko.

—¿Y tú? —preguntó Jere—. ¿Era esto… lo que querías?

Ella asintió.

—Me gustó. Mucho, demasiado para mi propio bien —dijo con una risa,
acurrucándose entre ellos aún más. Le encantaba la sensación de ambos
cuerpos calientes presionados contra el suyo, las manos en sus muslos y pechos
y en todo su cuerpo. Era sensorialmente sobrecargado… y era exactamente lo
que necesitaba en una relación para mantener a su zorro interior feliz—. Y no
son los únicos con problemas de relaciones en el pasado. Todas mis antiguas
relaciones fracasaron porque las mujer-zorros son generalmente insaciables.
Agoté a mis antiguos novios.
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—Pobres criaturas —dijo Sam con voz seria—. Pensar que una hermosa e
insaciable mujer-zorro es un problema.

—Lo es —dijo ella seriamente—. Está en nuestra naturaleza querer a más


de un compañero, y quererlos a menudo. Es como los zorros en la naturaleza,
pero eso no se traduce muy bien a las relaciones humanas.

Y eso era un eufemismo. Razón por la cual se sentía tan cómoda con los
dos hombres.

Saber que ellos habían compartido mujeres en el pasado en cierto modo


hacía que las cosas fueran perfectas…

Excepto por el hecho de que fueron enviados aquí para un trabajo, y ese
trabajo había terminado.

Miko suspiró.

—¿Qué? —dijo Sam.

—Bueno —dijo, arrastrando un dedo sobre su pecho—. Apenas nos


hemos juntado y los dos van a tener que volver a Fort Worth. Van a tener que
irse. —Claro, era solo una hora de distancia, pero no era lo mismo que tenerlos
bajo su techo, pasando todo el día juntos.

—Oh, no sé nada de eso —dijo Sam.

—Nos va a tomar varios meses determinar que la amenaza se ha ido —


dijo Jeremiah con voz seria—. ¿Y si el club de caza regresa? Nos tendremos que
asegurar que estás a salvo.

—Además, tus tuberías son terribles. Creo que esta casa necesita una
remodelación de plomería de arriba a abajo —añadió Sam—. Y soy caro… y
lento. Pero soy minucioso.

—Me di cuenta —bromeó ella, su corazón latiendo fuertemente—.


También me vendría bien una revisión de servidor.

Sintió a Jere tensarse contra ella en sorpresa.

—¿Tienes servidor?

—No —dijo, y se rio—. Pero probablemente podría utilizar uno para mi


arte. Poner una galería en línea para mis historietas.

—Así que eso es lo que haces en tu habitación todo el día —bromeó


Sam—. Yo aquí pensando que estabas allí haciendo dibujos de mujeres
desnudas. Al menos, eso es lo que estaba fantaseando.
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Jere rio contra el hombro de ella, su aliento cálido.

—Eso es lo que hago —pronunció con voz excesivamente inocente—.


Dibujo paneles para un manga hentai. Un montón de tentáculos y chicas
desnudas. Principalmente chicas desnudas.

—Mierda —suspiró Sam—. Podrías ser muy posiblemente la mujer más


perfecta del mundo.

—Perfecta para los dos —concordó Jeremiah, acercándola más a él.

Ella no podía estar más de acuerdo.

Fin
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Jessica Sims

Jessica Sims vive en Fort Worth, Texas, con su esposo. Odia escribir una
biografía, por lo que algo genial sin duda irá aquí más adelante cuando en
realidad piense en algo interesante para escribir. Tiene algunos gatos, ¿pero qué
escritor no los tiene? Juega videojuegos y confiesa leer libros de historietas.

Y le gusta escribir, pero eso era bastante obvio.

Visítala en http://www.jessica-sims.com
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Créditos

Traducido y corregido por:


LizC

Diseñado por:
PaulaMayfair
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