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Jessica Sims
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Sinopsis
Miko ha negado su naturaleza de mujer-zorro durante demasiado tiempo
y volvió su espalda a su herencia zorra. Pero cuando conoce a dos
cambiaformas felinos muy sensuales, ella tiene que decidir si realmente quiere
renunciar a su lado juguetón… o abrazarlo. Debido a que la mujer-zorro en ella
no quiere elegir entre los dos hombres… los quiere a ambos.
Aún más irritante, que hubieran tocado el timbre de la puerta tres veces y
no parecieran ir a ningún lugar. Tendría que responder en algún momento
porque cada vez que sonaba, rompía su concentración.
Si estos hombres eran techadores, maldita sea, tal vez debería hacer que
restauren el techo. Porque… guau. Cada hormona en su cuerpo se puso
inmediatamente en estado de alerta. Ambos hombres eran atractivos, algo así,
en realidad todo en ese extraño y no coincidente par. Uno era enorme, con
grandes hombros anchos, enormes brazos musculosos y un rapado cabello
oscuro muy corto. Eso debería haberlo hecho aterrador excepto por el hecho de
que la mirada de sus ojos castaños era cálida y suave, al igual que la sonrisa en
su boca.
Y a juzgar por la mirada traviesa en los ojos del rubio a medida que ella
los estudiaba, ellos también lo sabían.
—¿Y?
Una vez más, el de cabello más oscuro mostró signos de vergüenza, pero
era una vergüenza de buen carácter. Como si los dos pasaran entre sí todo el
tiempo y el rubio simplemente decidió tomar la delantera.
—¿Puedo ofrecerles algo de beber? Tengo que darle una rápida llamada
a mi madre.
—Dios, madre. ¿Eres tan obtusa? Tengo veintisiete. ¿De eso se trata esto?
¿Buscar pareja? No necesito tu ayuda con los hombres…
—Te llamaré más tarde, madre —dijo Miko en voz alta, en inglés—.
Cuando estés lista para tener una conversación real.
—En realidad, nos contrató para ser tus guardaespaldas por esta semana.
—Oh.
—Sam…
—¿Y de qué se trata todo esto, exactamente? ¿Por qué mi madre los
envió para ser mis guardaespaldas?
—Es ilegal —dijo Jeremiah con calma, mirando a Sam, y luego de nuevo a
ella—. Pero sin importar eso, sabemos de buena fuente que está sucediendo.
Otra mujer-zorro, Hayami, fue perseguida por el bosque por varios hombres a
caballo con perros de caza.
—Está bien —le aseguró Sam—. Pero hasta que esto se resuelva, otros
cambiadores han sido asignados a vigilar a los zorros locales. —Él le dio una
mirada de reojo y murmuró—. Y tú eres definitivamente un zorro.
—Sam —le advirtió Jeremiah, luego dio a Miko una pequeña mirada
avergonzada—. Vas a tener que ignorarlo. Es un fanfarrón, pero inofensivo.
***
Era extraño adaptarse a tener dos hombres en la casa cuando antes solo
había estado ella. No estaba segura de si le gustaban los intrusos o no.
Miko miró hacia atrás para ver a Jeremiah volviendo a entrar en la casa,
con una gran bolsa de cuero al hombro, una bolsa de ropa a través del otro.
Obviamente, él estaba dispuesto a quedarse en su casa durante unos días.
La vista le molestó.
—Sé que no nos quiere aquí, señora Westwood, pero nos iremos de su
casa tan pronto como sepamos que está a salvo.
O en su madre.
—Entonces, Miko.
—¿En dónde nos vamos a quedar? —preguntó Sam detrás de ella, y Miko
se volvió. Él se recostaba contra una pared, con la misma astuta sonrisa
encantadora en su cara. Una bolsa de ropa colgaba de su hombro. Sin
computador para él, y sus rizos dorados estaban desordenados, su camisa fuera
del pantalón. Supuso que era el tipo de hombre de ir por la vida siendo
descuidado, mientras que Jeremiah era el socio prudente.
Por alguna razón, a ella le gustó la idea de eso, que fueran como un
estudio de polos opuestos. Sam con su actitud encantadora, sonrisa infantil y
actitud despreocupada. Sería un amante espontáneo, inventivo. Jeremiah sería
más reflexivo, lento y seductor, y devoto por completo a su cuerpo.
Aturdida por la rapidez con que sus pensamientos habían girado hacia el
sexo y el apareamiento, Miko se hizo a un lado y señaló a la habitación ocupada
por Jeremiah.
A ella le gustaban ambos, y al mismo tiempo, era irritante que los dos
estuvieran aquí. Sus instintos zorros le decían que, cualquiera de los dos sería
un buen compañero y un fuerte análogo sexual para ella, y ambos estaban
claramente interesados. Incluso si se decidía a escoger uno, ¿cuál sería? Si
escogía uno, ¿destruiría su relación con el otro? La mujer-zorro en ella era
posesiva; quería a ambos hombres.
Era una situación complicada, y Miko odiaba esas mucho más que
cualquier otra cosa. Apretando de nuevo los músculos de sus muslos
firmemente, hizo un gesto con la mano hacia la puerta.
***
—Entonces, ¿también pensaste que era sexy? —dijo Sam con una sonrisa
maliciosa.
—No importa si lo hice o no; el punto es que estamos aquí para hacer un
trabajo, no para aliarnos y seducir a una joven zorro sola.
Jeremiah sonrió.
***
No había nada como una buena carrera por el bosque para despejar la
cabeza. Esa fue la razón por la que Miko se dio el gusto, a pesar de las
advertencias que le habían dado. De acuerdo, era consciente del peligro. Y
también decidió tomar medidas cautelares contra él. Podía explorar la zona,
buscar el olor de los perros de caza y los caballos, y determinar cuáles eran los
límites de sus territorios de caza.
Miko se lanzó a la naturaleza. Había elegido esta casa porque estaba a las
afuera en el campo. Espesos árboles y arbustos salvajes eran sus únicos vecinos
a kilómetros. Por lo general, se paseaba a través del campo de golf del club
cercano que rodeaba la parte trasera de su propiedad (ahí había algo muy
atractivo en el olor de la hierba cortada, tanto para ella como para los conejos),
pero con las advertencias de Sam y Jeremiah retumbando a través de su mente,
cambió de curso y pasó por debajo de la cerca de alambre de púas cercana.
Aunque la casa estaba cercada, su propiedad se extendía por varias hectáreas
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en todas las direcciones, lo que le daba un montón de zonas de caza, pensó, sus
cuatro patas desesperándose por un rastro de olor. Tal vez, una ardilla esta
noche. Le gustaban las ardillas.
Siempre perdía la noción del tiempo cuando corría. Tal vez tenía algo que
ver con su mente de zorro, o tal vez era que llegaba a una especie de estado
Zen cuando solo estaban ella, los centímetros de tierra a distancia, y la vida
silvestre a su alrededor. Fuera lo que fuese, se estaba divirtiendo.
Cuando por primera vez atravesó el aire de la noche, pensó que era un
producto de su imaginación. Profundo, sonoro y fuerte… seguido rápidamente
por el ladrido de los perros.
Mierda.
No solo era que Sam y Jeremiah tuvieran razón, sino que había juzgado
mal la dirección de los cazadores: esta noche estaban incluso en propiedad
privada. Su propiedad. En la distancia, pudo escuchar el golpeteo de los cascos
de caballos, y eso fue suficiente para ella, Miko se escabulló entre la maleza, con
el rabo entre las piernas, y comenzó a correr de regreso a su casa.
Uno de los perros aulló alarmantemente cerca, y Miko casi chocó contra
un árbol. Necesitaba un agujero para esconderse, algún lugar para enterrarse y
estar a salvo. Tan angustiada como estaba, casi pasó por alto los ojos brillantes
del depredador que acechaba en los arbustos. Un gato grande emergió y Miko
patinó hasta detenerse, retrocediendo.
Una vez terminó, Miko miró hacia su patio. Lo que necesitaba era un
trago. Una agradable bebida fuerte. Tal vez un ponche caliente. Entró en la casa,
mirando hacia atrás una vez más para ver si los muchachos habían regresado, y
luego, puso una tetera en la estufa y sacó el whisky. Necesitaba un trago,
porque había estado completamente asustada esta noche, y porque su madre
había tenido la razón después de todo. Ambas cosas dejaban un sabor amargo
en su boca.
Los dos hombres volvieron media hora más tarde, cuando iba por su
segundo ponche y ya sintiendo un agradable y cálido zumbido en el estómago
que calmaba sus agitados nervios. También parecían bastante cabreados con
ella, especialmente Sam. Ni siquiera se había molestado en terminar de vestirse
antes de irrumpir en la casa. Estaba descalzo y apenas se había cubierto el
pecho con su camisa. Ella captó un pequeño vistazo de un firme estómago
bronceado y una línea delgada de vello debajo de su ombligo antes de que él lo
ocultara de su mirada.
Qué lástima.
—Bienvenidos a casa.
Sin embargo, Sam seguía de pie sobre ella, exigiendo respuestas. Así que
Miko lo vio y le dio una mirada perezosa.
—No soy una prisionera. Esta es mi casa. Y quería una carrera, así que fui
por una. Me mantuve alejada de los terrenos del club campestre, pero parece
que no se están apegando a solo sus terrenos. —Cuando Jeremiah soltó un
sonido frustrado, ella levantó una mano—. Pensé que era seguro, pero me
equivoqué. Fue un movimiento estúpido, y no voy a hacerlo de nuevo. —
Entonces se levantó lentamente de la mesa, mirando a los dos—. Si soy traviesa
de nuevo, ambos tienen permiso para pegarme.
***
—Hola —dijo, sintiéndose un poco sin aliento ante la vista de ellos, tan
relajados en su cocina. Podía mirar a ambos por horas y horas, simplemente
observando dos piezas opuestas pero igualmente hermosas de carne masculina.
—Un sándwich estaría bien —dijo con cautela. Miko observó su trasero
por el rabillo del ojo mientras él se inclinaba en el refrigerador, sacando algunas
bolsas de carnes frías. Era fuerte y firme, y sus pantalones lo abrazaban justo en
los puntos correctos.
—¿Ah, no?
Sam se inclinó sobre la mesa, dándole esa sonrisa pícara que hacía que
sus ojos azules se iluminaran un poco.
—Gracias.
—¿Tienes alguna silla extra? —Su pequeña mesa solo tenía dos sillas;
había sido demasiado tacaño comprar más y de todos modos, nunca utilizaba
esta mesa.
Sam repartió las cartas con una leve sonrisa en su rostro. Fue alrededor
de la mesa, repartiendo tres manos de forma pausada y lenta. Cuando tuvo
cinco cartas frente a ella, Miko recogió su mano, cuidando ponerlas cerca de su
pecho para que Jeremiah no las viera. Una mano basura: cinco cartas diferentes,
cuatro pintas y ninguna que coincida. Uff. Echó un vistazo sobre las cartas de
Sam, pero su rostro era inescrutable… esa leve sonrisa todavía curvaba su boca.
Miko conservó dos tréboles y arrojó las otras tres cartas boca abajo.
—Tres cartas.
—Solo una.
Maldita sea.
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No dijo nada mientras Jeremiah recogía su nueva carta, pero su rodilla se
sacudió un poco de nuevo. No estaba segura de si esa era una buena o una
mala sacudida.
—Yo tomo dos —dijo Sam, luego descartó las suyas y tomó dos nuevas.
Esta vez, no se molestó en ocultar la sonrisa que se dibujó en su rostro. Su
mirada de ojos azules se deslizó de nuevo a ella—. ¿Qué tienes?
Ella todavía no tenía nada. Un par de tres, pero eso no iba a ganar nada.
Miko puso las cartas sobre la mesa, boca arriba.
—Tengo una escalera —dijo en voz baja, y ella pudo sentir el calor de su
aliento contra su hombro desnudo. Con manos precisas, él presentó las cinco
cartas, todas de corazones.
Sam repartió de nuevo, y esta vez Miko observó sus manos, por si acaso
su primera mala ronda de cartas no hubiera sido una casualidad. Para su
sorpresa, esta mano fue decente. Recibió un par de jotas y un rey e indicó que
quería dos cartas. Los chicos también pidieron dos cartas cada uno.
Sin embargo, sus cartas fueron excelentes. Otro rey para formar un par.
—Ambos. —Y qué si trasgredía un poco las normas. Era strip póker, esto
no estaba escrito en piedra de todos modos—. Son ustedes dos contra mí, ¿no?
Así que si pierdo, me quito algo. Si los dos pierden, ambos se quitan algo. Me
parece justo.
—Los dos a la vez, ¿eh? —dijo Sam, una lenta y perezosa sonrisa cruzó su
rostro—. Grandes palabras.
—Así que, ¿solo vamos a estar todos de pie para la próxima ronda? —Ella
arqueó una ceja a Jeremiah.
Así que ella miró el regazo de Sam, puso las manos sobre la mesa, y se
deslizó sobre él. Pudo oír su respiración entrecortarse ligeramente mientras se
acomodaba en él, su trasero a nivel de su erección.
Ella perdió la próxima mano otra vez. Sus ojos se estrecharon cuando
Jeremiah en silencio reveló tres ases.
No quería ofenderlo. ¿Quién sabía cuán orgullosos eran los pumas? Tal
vez eran tan rígidos sobre su honor como lo era ella sobre su sexualidad.
—No —dijo, retractándose—. Solo pensé que tal vez querías ver mis
pechos un poco más que Sam aquí.
—No creo que sea posible —intervino Sam y dio a sus caderas un
pequeño giro, haciéndola saltar y jadear ante la sensación de su miembro
presionando contra su trasero. El calor y la necesidad inundaron su cuerpo.
—Próxima mano.
Para su sorpresa, su siguiente mano contuvo los tres ases con los que
Jeremiah había ganado en la última ronda. No puso en duda el hecho de que
los tres ases parecían estar encadenados dado que eso estaba trabajando en su
favor. Miko se paró y le indicó a los dos hombres que se quitaran un artículo de
ropa. Frente a ella, Jeremiah retiró lentamente su camisa, sacándola de su
cuerpo, y eso hizo que se le secara la boca. Dios, su pecho era perfecto. Su
paquete de abdominales, firmes, bronceados, con solo un rastro de vello
descendiendo por su ombligo.
—Muy bien —dijo ella. Muy, muy bien. Sus hombros eran grandes y
definidos con músculos. No demasiado, solo lo suficiente.
Miró hacia atrás al cuerpo de Sam, y estuvo encantada de ver que el suyo
era igual de duro y delgado. Donde Jeremiah era bronceado y con abultados
músculos, Sam era un poco más compacto, más delgado, todos los músculos de
su pecho finamente detallados. Jeremiah podría ser fuerte como una casa de
ladrillo, pero no había ni un centímetro de grasa en Sam, hasta el suave plano
de carne por debajo de su ombligo. Tenía un gran tatuaje tribal cubriendo un
hombro entero, un diseño de rayos. Decidió que le gustaba.
Un escalofrío la recorrió.
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—Una última mano —accedió ella.
—El ganador se lleva todo —dijo Jeremiah en voz baja, y eso envió una
descargar caliente a través de ella. ¿Qué había para llevar? Aparte de sus
cuerpos. Una imagen de ella atrapada entre ellos, uno llevando su pene a su
boca mientras el otro la embestía por detrás rodó por su mente como un
huracán.
—Entonces, ¿cómo se supone que voy a saber si esto no era solo una
excusa para verme desnuda?
—Sin embargo —dijo ella en voz baja—, eso no va a ser esta noche. Yo
seré quien tenga la última palabra. ¿Entendido? Mi cuerpo, mi casa, mis reglas.
***
Al día siguiente, evitó a los dos hombres. En parte porque quería que
entendieran que ella tenía la mano más alta en esa relación, y en parte porque
necesitaba concentrarse de nuevo en su trabajo.
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Tenía una fecha límite, y la iba a perder si no prestaba atención y
empezaba a pintar algunas páginas. Así que se encerró en su estudio y trabajó.
Hacia el mediodía, alguien llamó a la puerta, y ella contestó, solo para ver que
habían dejado un bocadillo y refresco para ella. El repartidor no estaba a la vista.
Una cabeza se asomó desde su cocina. Sam la vio, sonriendo, y agitó una
espátula.
—¿Solo en tu cerebro?
—Por ahora. —Él sonrió, el aspecto tan juvenil y atractivo que era difícil
de resistir.
Ella asintió, dándose cuenta que no sabía lo que ninguno de ellos hacía
para ganarse la vida, aparte de trabajar como guardaespaldas contratados para
otros cambiadores. Hizo un gesto hacia las escaleras.
Era extraño. Su clase ya sea evitaba a los hombres o incluía una vida
promiscua. Su madre había hecho esta última, amante tras amante entraron y
salieron de la casa durante la infancia de Miko. Las hormonas de los zorros
hacían de esta elección un estilo de vida que pocos podían resistir.
Cada ruptura estuvo llena de drama, y eso enseñó a Miko una valiosa
lección: una simple relación monógama no estaba bien para un cambia-zorro.
Así que las evitaba como a la peste. Miko había tenido el amante
ocasional, pero cuando se ponía inquieta, sabía la causa. Un hombre no era
suficiente para satisfacer las necesidades de una mujer-zorro, y así, rápidamente
terminaría la relación. Su trabajo le ofrecía una gran flexibilidad; podía vivir en el
campo por su cuenta. No tenía que estar cerca de otros, hombre o mujer. No
necesitaba a nadie, no dependía de nadie, y sin el sexo opuesto alrededor, no
sentía la necesidad de ser promiscua. Era encantador y liberador. Era también…
un poco solitario, si lo admitía para sí misma. Pero por lo general no lo hacía.
—No tengo mucha opción dado que mi madre los envió a quedarse
conmigo.
—¿Y Sam?
—Sam es fontanero.
Había pensado que tendrían empleos a juego para ir con todo lo demás
que hacían.
Él se encogió de hombros.
Demasiado… tontos. Aun así, al menos eran normales. Podía vivir con
eso.
Atrapada con dos atractivos hombres sexy que sabía que eran terribles
para su sencilla vida tranquila, pero que quería de todos modos.
—¿Quieres ir a la ciudad?
—Esto es Texas —dijo Sam—. ¿Crees que cazar todos los días está fuera
del ámbito de lo posible?
—No son mis órdenes. —Miko se levantó de la mesa y les dio a ambos
una mirada impasible—. Sus vidas no son las que están puesta en espera
mientras esperamos que esta cosa termine.
Miko se estremeció.
***
—No hay otra opción, hermano. Tenemos que dejarla elegir —dijo Sam.
Jeremiah asintió. Pero sabía muy bien que su elección los destrozaría a
los dos.
***
—Hola, mamá.
—Lo sé. —Miko hizo una mueca y se apoyó contra la pared—. Mira,
madre, lo siento. Sé que debería mantenerme en contacto más seguido. Es solo
que siempre termino… ocupada.
—Gracias, madre —dijo en voz baja—. Por enviarlos esta semana. Han
sido de gran ayuda.
Abrazar su lado zorro. Un cuerno resonó a lo lejos, tan débil que el oído
humano nunca lo escucharía.
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Miko miró por la ventana. Podía abrazar su lado zorro. De una vez por
todas.
—Hola. Voy a darle una dirección —comenzó Miko, dándose cuenta que
probablemente sonaba un poco loca—. Hay un crimen en progreso. —
Rápidamente detalló la dirección de la calle, y dado que vivía en las afueras de
la ciudad, les dio detalles específicos.
Ups. Le colgó, haciendo una mueca. Con suerte esa vaga amenaza aún
conseguiría atraerlos. Porque si no, su pequeño plan se iría al caño rápidamente.
Metió el teléfono en el bolsillo de sus vaqueros, y luego comenzó a quitarse la
camisa.
¿El plan? Ponerse a sí misma como cebo de zorro, atraer a los cazadores
directo a la policía, y luego escapar antes de que nadie se diera cuenta que se
había ido. Se encargarían de su problema, los zorros locales estarían a salvo de
los cazadores idiotas, y ella finalmente conseguiría sacar a los dos hombres de
su mente y su casa sería una vez más para sí misma.
Entonces, ¿por qué se sentía como una idea tan pésima? ¿Por qué era tan
deprimente pensar en despertarse y tener una casa vacía mañana por la
mañana?
***
***
Corre, corre más rápido. Impúlsate bajo los arbustos, desvíate a través de
los pastos. Bordea una trinchera y sal por el otro lado. El cerebro de Miko
divagaba direcciones hacia ella, como si eso pudiera hacer que sus pequeñas
patas negras se movieran más rápido, o evitaran que su cola se balanceara con
ansiedad.
Los perros estaban casi sobre ella, los cazadores sobre sus talones, el
cuerno resonando en su oído. Su plan había parecido mejor desde la seguridad
de su porche. En forma de zorro, sus pensamientos se volvían frenéticos,
fugaces y salvajes, y se esforzaba por mantener un sentido de control sobre sus
emociones, incluso mientras corría por su vida. Todo lo que tenía que hacer era
llegar a la carretera, donde la policía estaría esperando. Los cazadores de zorros
serían capturados in fraganti, y su vida sería suya de nuevo.
Con tal de que todavía quisiera que las cosas, todas las cosas, volvieran a
la normalidad.
Aquí estaba ella arriesgando su cuello, y ellos iban a destruir todo por
ella. La furia se disparó a través de su mente, y cuando Sam corrió un poco
hacia delante, moviéndose a su izquierda, un movimiento de pastoreo obvio,
ella se lanzó a través de sus piernas y cortó a través de la maleza. De vuelta a la
carretera, en donde podía oír el gemido débil de una sirena.
Debe haber sido una vista inusual: un pequeño zorro lanzándose fuera de
los árboles para cruzar la carretera vacía. Una jauría de perros sobre sus talones,
luego detrás de ellos, un gato salvaje o dos, y por último los cazadores a
caballo. Quiso parar y admirar su obra, ver la expresión en los rostros de los
cazadores al darse cuenta que habían tenido la peor de las suertes y habían
aterrizado en el regazo de un funcionario policial.
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Pero los perros estaban todavía sobre su cola (literalmente), y por eso
continuó corriendo, rodeando todo. Podría bordear los bordes del campo de
golf y trotar de regreso a casa, sana y salva.
Tal vez había algo bueno en esta cosa de zorro después de todo.
Una rápida mirada por encima de su hombro mostró que los dos
hombres estaban terminando de transformarse, su piel bronceada ondulando.
Sam se levantó de sus cuclillas, llegando a su máxima altura a su lado, y ella
consiguió su primer vistazo a su cuerpo totalmente desnudo.
Sam no dijo nada, pero sintió las manos de él rodear su muslo, sintió la
suave presión de su boca contra su nalga, pellizcando el lugar donde su piel
había sido rasgada.
—Alguno de ustedes…
Una mano grande se deslizó más abajo por su muslo, haciéndola levantar
sus caderas en anticipación. Hasta el momento, las caricias de Jere habían sido
ligeras y poco exigentes. Lo que era adorable, pero ella se estaba poniendo
ansiosa por más. Su mano buscó el cabello de él, encontrándolo cerca
zumbando y frotando a lo largo de su cuero cabelludo, disfrutando de la
diferencia de textura entre eso y los suaves rizos de Sam.
—¿Y lo hago?
—Dulce Jesús, eso tiene que ser un delito. —La boca de Sam se arrastró
por su vientre, lamiendo su ombligo.
—No tienes que responder a eso, Miko —exhaló contra su boca—. Solo
quédate con nosotros. Resolveremos el resto más tarde.
Sam se sentó lentamente, sus labios relucientes, con una sonrisa traviesa
en su rostro. Todavía sentado, se colocó entre sus piernas, pero su pene tenso, a
centímetros de su sexo húmedo. Mientras ella inhalaba, estirándose ligeramente
con la exaltación de su increíble orgasmo, él rodó sus caderas un poco hacia
delante, su sexo deslizándose a lo largo del suyo mojado.
Eso fue suficiente para conseguir ponerla en marcha otra vez. Miko se
sentó en la cama, poniendo las manos de ambos a un lado y cerrando las
piernas. Se sentó sobre sus rodillas y se llevó un dedo a la boca, como si
estuviera pensando qué hacer a continuación, su otra mano corriendo por su
estómago.
Las manos de Jere se tensaron en sus caderas y deslizó un dedo entre sus
piernas, atormentándola y jugando con su sexo una vez más, y un escalofrío la
recorrió.
Ella hizo lo que le pidió, abriendo las piernas bajo y ancho, la excitación
invadiéndola. La mano de Sam se anudó duramente en su cabello mientras ella
chupaba su pene en su garganta, bajando hasta la base del miembro y luego de
vuelta otra vez, trabajándolo con su boca una y otra vez.
Miko sintió a Jere rígido detrás de ella, sintió sus grandes manos en sus
caderas de nuevo, y luego sintió la cabeza de su pene empujar contra su abierto
sexo húmedo. Esa fue toda la advertencia que recibió antes de que él la
penetrara con un movimiento rápido, enterrándose hasta la empuñadura.
Ella gimió alrededor del pene de Sam, sus músculos se apretaron cuando
Jere la penetró de nuevo, con fuerza. La mano de Sam presionó la parte
posterior de su cabeza, hacia abajo, animándola a llevarlo más profundo, a
trabajar en él más duro.
Con eso, Jere maldijo y sus dedos se clavaron en sus caderas, casi
dolorosamente, a medida que acababa, su pene chorreando profundamente
dentro de ella.
Eso era dulce, pensó, aunque no dijo nada hasta que él terminó. Jeremiah
regresó a la cama unos minutos después y la acercó a él, y cuando Sam terminó
de limpiarse, él hizo lo mismo. Permanecieron los tres juntos, los dos hombres
con sus brazos entrelazados alrededor del cuerpo de ella.
—Nuestra última relación fue con una mujer-lince —dijo Jere en voz baja,
su boca presionada contra su hombro en un beso casual—. Pero ella no podía…
—Dejó sus palabras en el aire.
Ella asintió.
—Me gustó. Mucho, demasiado para mi propio bien —dijo con una risa,
acurrucándose entre ellos aún más. Le encantaba la sensación de ambos
cuerpos calientes presionados contra el suyo, las manos en sus muslos y pechos
y en todo su cuerpo. Era sensorialmente sobrecargado… y era exactamente lo
que necesitaba en una relación para mantener a su zorro interior feliz—. Y no
son los únicos con problemas de relaciones en el pasado. Todas mis antiguas
relaciones fracasaron porque las mujer-zorros son generalmente insaciables.
Agoté a mis antiguos novios.
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—Pobres criaturas —dijo Sam con voz seria—. Pensar que una hermosa e
insaciable mujer-zorro es un problema.
Y eso era un eufemismo. Razón por la cual se sentía tan cómoda con los
dos hombres.
Excepto por el hecho de que fueron enviados aquí para un trabajo, y ese
trabajo había terminado.
Miko suspiró.
—Además, tus tuberías son terribles. Creo que esta casa necesita una
remodelación de plomería de arriba a abajo —añadió Sam—. Y soy caro… y
lento. Pero soy minucioso.
—¿Tienes servidor?
Fin
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Jessica Sims
Jessica Sims vive en Fort Worth, Texas, con su esposo. Odia escribir una
biografía, por lo que algo genial sin duda irá aquí más adelante cuando en
realidad piense en algo interesante para escribir. Tiene algunos gatos, ¿pero qué
escritor no los tiene? Juega videojuegos y confiesa leer libros de historietas.
Visítala en http://www.jessica-sims.com
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Créditos
Diseñado por:
PaulaMayfair
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