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Jorge Paruelo
El problema de cómo es el Universo fue abordado desde mucho tiempo antes del desarrollo
de la cosmología aristotélica. Es posible rastrear relatos acerca del Universo en casi todas
las civilizaciones antiguas. Casi todas ellas apelaban a mitos o dioses que explicaban cómo
se desenvuelve el cosmos y, en algunos casos, sus orígenes. Pero en todas ellas subyace
la idea de orden. “Cosmos” es el término griego que remite a “orden”, de ahí que se hable
de cosmos y cosmología y se piense en orden del Universo.
Desde antes de que los griegos sentaran las bases del conocimiento occidental los hombres
miraban el cielo con interés, no sólo para conocer cómo es el Universo sino también por
intereses prácticos. Resultaba útil poder prever los cambios de clima para poder determinar
los tiempos de siembra y cosecha y en buena medida los cambios de clima dependen de
los cambios de estación. Pero había otros miembros de las sociedades antiguas muy
interesados en lo que ocurría en los cielos. Una creencia recurrente en la antigüedad, que
se mantiene en nuestros días, es que los cambios en la configuración de los astros en el
cielo interfieren con los sucesos que ocurren en la Tierra. Estas creencias hacían que los
máximos jerarcas de cada pueblo nombraran especialistas en realizar predicciones sobre
la base de las configuraciones astrales. Estos especialistas, los astrólogos, estaban en la
más alta consideración social pero también estaban expuestos a la ira de sus jefes cuando
las predicciones fallaban. Los astrólogos no desarrollaron gran conocimiento teórico, ni
descripciones muy acertadas del movimiento de los astros, pero sí obtuvieron registros muy
minuciosos de las posiciones de estrellas y planetas. Es importante mencionar que en esos
tiempos astrólogos y astrónomos no se diferenciaban (y pasarían varios siglos hasta que lo
hicieran). Uno de los registros más importantes fue el que obtuvieron los Babilonios y que
serían posteriormente fuente de datos de los griegos. Con los datos de estos registros era
posible predecir la ocurrencia de eclipses extrapolando a partir de regularidades (es decir
haciendo algo similar a lo que proponen en las revistas de entretenimientos de seguir una
secuencia dada de letras números o figuras).
Los griegos pusieron los cimientos del conocimiento occidental, no sólo por las respuestas
que dieron a los problemas que abordaron sino, y sobre todo, por la manera como
formularon y delimitaron un conjunto de problemas, algunos de los cuales se discuten
todavía en nuestra época. Entre dichos problemas hay uno que subyace en toda la
discusión sobre las cosmologías: el problema de los planetas. Se atribuye a Platón la
formulación del problema y también el fijar algunas condiciones para su resolución. El
problema, del que vimos algunos intentos de solución en el capítulo anterior, es encontrar
el orden en el movimiento de los planetas respecto del fondo de estrellas fijas. Los recursos
que proponía Platón que se usaran para resolver esto eran la geometría y la reflexión. Los
astrónomos empíricos reformularon el problema que se transformó en encontrar una teoría
del movimiento planetario que permitiera predecir posiciones de los astros. De las
condiciones platónicas, mantuvieron la uniformidad de los movimientos y la circularidad.
Estas condiciones seguirían pautando el trabajo en el área por casi 2000 años, hasta que
Kepler propusiera las órbitas elípticas. Por ello, se habla de la maldición del círculo, de la
que el mismo Copérnico fue víctima.
En nuestra breve historia, partimos del siglo IV a.c. (Platón) y llegamos al siglo II d.c
(Ptolomeo). Entre esos siglos tiene lugar un hecho central de la historia de occidente, el
nacimiento de Jesucristo. Con él se desarrolla el cristianismo que se difunde y expande de
oriente a occidente. En cuanto a la organización política, el período coincide con la
expansión del poderío romano que, para la época de Ptolomeo, había alcanzado su apogeo
imperial. El imperio fue abarcando diferentes territorios a lo largo de los años ocupando,
entre otras regiones, el norte de África, donde se localizaba Alejandría.
La Edad Media verá el crecimiento de la influencia del cristianismo en casi todos los
aspectos de la vida del hombre europeo, en lo económico, en lo político, en sus costumbres
cotidianas. Durante buena parte de este período la educación y la ciencia se desarrollaban
exclusivamente en las instituciones religiosas. Pero la edad media es larga y conviene
dividirla en períodos, que como todo recorte histórico tiene límites difusos. Un primer
período, claramente expansivo del cristianismo en Europa, que coincide con la
estructuración y consolidación de las relaciones económicas y políticas características del
medioevo, puede situarse entre el siglo V y el X. Ese período coincide con el surgimiento y
expansión del islam a partir del siglo VII (Mahoma nace en el 570). Esa expansión no es
sólo en el número de feligreses sino también territorial, de un imperio que avanza desde la
península arábiga extendiéndose, hacia el oeste, por el norte de África y ocupando la
península Ibérica. En esta etapa la Iglesia católica no estaba particularmente interesada en
la ciencia natural y sus preocupaciones, en materia de conocimiento, se centraban en otros
temas. Sumado esto a la persecución que inicialmente emprendió con quienes sostenían
otros cultos y a ciertos avatares socio-políticos resultó que buena parte de los textos griegos
desaparecieron de Europa y, junto con ellos, la claridad de los conocimientos allí
expresados. Algunos conocimientos se fueron transmitiendo oralmente o en relatos
parciales y tergiversados. Pero los textos griegos fueron conservados por los mahometanos
quienes los tradujeron al árabe y sumaron conocimiento propio junto al obtenido a través
de sus conquistas.
Estos textos despertaron admiración entre los eruditos europeos, muchos de los cuales
creyeron encontrar allí una de las principales fuentes de la verdad del mundo y asumieron
que prácticamente todo el conocimiento ya había sido desarrollado por los padres de la
antigüedad. Una tarea pendiente fue la de compatibilizar las enseñanzas griegas con las
sagradas escrituras y las bases ideológicas del cristianismo. Esta actividad fue el eje de las
discusiones durante algún tiempo y uno de sus resultados fue que la Iglesia Romana hizo
suyas muchas de las teorías de Aristóteles, con los cambios necesarios para la
compatibilización, entre ellas la cosmológica y la Física. No es extraño pensar que el
catolicismo hiciera suyo el universo aristotélico si se tiene en cuenta que, para aquellos, el
hombre es centro de la creación divina y, para Aristóteles, la casa del hombre, el planeta
Tierra, es el centro del Universo. Un cambio necesario fue la imposición de un origen a ese
universo aristotélico, origen que su autor no había propuesto.
A partir del siglo XV se empezaron a desarrollar las críticas al saber heredado de los griegos
y la propuesta de otras alternativas. Muchas de ellas enfrentaban creencias adoptadas y
defendidas por la Iglesia Católica y generaron persecuciones, exilios, confinamientos y
ejecuciones1. El período que abarca los últimos siglos de la Edad Media y los primeros de
la Moderna es muy rico en aristas dignas de análisis para dar cuenta de las razones por las
que cambió la forma de hacer ciencia. No vamos a focalizarnos en estos puntos, pero sí
1
Para ver esto es interesante revisar las biografías de Galileo Galilei y su proceso, de Kepler y su
derrotero y de Giordano Bruno y su condena.
señalaremos dos elementos de este período que nos servirán para análisis futuros y luego
nos detendremos en los cambios en la forma de hacer ciencia.
En el siglo XI comienza la creación de las Universidades (la primera en el mundo occidental
es la de Bologna, a la que le siguieron Oxford, Paris y Salamanca). Con el tiempo, estas
instituciones permitirían que la discusión científica tenga un ámbito diferente al de los
conventos, dando lugar a una independencia de la ciencia respecto del dogmatismo
religioso. El otro cambio que mencionaremos es el surgimiento del llamado “Renacimiento”,
que es muy conocido en lo que respecta al arte pero que fue mucho más amplio, alcanzando
prácticamente todos los ámbitos de la sociedad europea. Para resumir algunos de los
elementos que nos interesan de este movimiento, digamos que el renacimiento dio lugar a
una sociedad con hombres más creativos y confiados en sus propias capacidades, que ven
a la naturaleza como su hábitat, más amigable y menos hostil, y a la ciencia como una
herramienta capaz de permitirle el dominio de las fuerzas de la naturaleza.
En el siglo XVII se fue consolidado una nueva manera de desarrollar las prácticas y los
productos científicos. No es sencillo establecer causas de estos cambios, pero no hay
dudas de que la nueva manera de hacer ciencia se asocia con modificaciones en el plano
institucional (universidades por ejemplo), en el imaginario social respecto del hombre mismo
(producto del renacimiento) y en una nueva forma que adquiere la relación entre el hombre
y la naturaleza. Estos cambios permiten distinguir entre una manera de hacer ciencia
anterior a este período, la llamada ciencia antigua, y otra que surge a partir de allí y que es
conocida como ciencia moderna.
Comencemos por distinguir entre dos tipos de disciplinas científicas para aclarar a cuál de
ellas nos referimos en esta parte. Cuando hablamos de ciencia natural nos referimos (para
dar una aproximación informal) a las disciplinas científicas que tratan de explicar fenómenos
naturales, es decir aquellos en los cuales no intervienen las relaciones sociales del hombre
ni sus deseos, su voluntad o su libertad de decidir. Como ejemplos de tales disciplinas
podemos citar el caso de la física, la química o la biología. Aquellas disciplinas cuyo objeto
de estudio es el hombre y sus relaciones sociales son llamadas “ciencias sociales”. Como
ejemplos de ciencias sociales podemos citar la sociología, la antropología, la economía, la
ciencia política o la psicología.
Es común que se cite a Galileo como el fundador de la ciencia moderna, pero debe tenerse
en cuenta que hubo otros científicos en la época que siguieron la misma línea. La existencia
de éstos, es lo que permite hablar de un período de cambio asociado a nuevas
características de la sociedad y no de uno que es producto de la obra de un simple precursor
iluminado. Entre estos innovadores no solo cabe citar a quienes tuvieron contacto con
Galileo, como Torricelli2, o a precursores de la física de otras partes de Europa, como W.
Gilbert3 en Inglaterra, sino también a quienes trataron modernamente otras disciplinas,
además de la física, como es el caso de W. Harvey quien aplicó esta nueva manera de
abordar los fenómenos naturales a la medicina. A pesar de la existencia de estos casos en
otras disciplinas, es frecuente que se haga referencia a la física y a la cosmología cuando
se analiza la ciencia antigua y los cambios que introdujo la revolución científica porque
ambas son las disciplinas científicas sistematizadas de mayor antigüedad.
La ciencia natural moderna, surgida a partir de la Revolución científica del siglo XVII, tiene
varias diferencias con la anterior, tanto en la forma de avalar los enunciados como en la
metodología de trabajo del científico. Entre las diferencias, una relevante es el cambio de
actitud de los científicos hacia esos enunciados iniciales. ¿Qué sustento tiene la
autoevidencia? ¿podía ser la reflexión la garantía de las verdades acerca del mundo?
Sentados en una habitación sin ventanas puede parecernos absolutamente cierto que
2
Cuando a Galileo le quedaban pocos meses de vida conoce a Torricelli y lo pone al tanto del
problema de la imposibilidad de subir agua de un pozo más allá de los 10 m de altura, cuya
solución condujo, como veremos, al concepto de presión atmosférica.
3
Médico inglés que escribió el primer tratado moderno sobre magnetismo.
4
Esta es una manera de referirse que emplea I. Lakatos en “Regresión infinita y fundamentos de la
matemática” [Original de 1962. Reproducido en Lakatos, I. Escritos Filosóficos 2, Alianza editorial,
2007] y que refleja una característica de esta forma de hacer ciencia que la emparenta con el
tratamiento de Euclídes de la Geometría.
5
Más adelante se verán las características de este tipo de razonamientos.
estamos quietos y sin embargo estar moviéndonos a velocidad uniforme por un camino
recto. No notaríamos la diferencia entre una y otra situación.
La ciencia moderna adopta una postura diferente sobre los enunciados iniciales. Se
sostiene desde el siglo XVII que los únicos que pueden brindar alguna información sobre la
verdad de los enunciados acerca de sucesos del mundo real son ¡los sucesos del mundo
real! Tanto en la ciencia demostrativa como en la ciencia moderna, que podemos catalogar
de teórico-experimental, se utiliza la deducción para obtener enunciados acerca de hechos
del mundo a partir de otros enunciados. En esto no difieren. Pero si se diferencian en el
carácter de los enunciados iniciales. Mientras que en la ciencia antigua eran enunciados
verdaderos, en la ciencia moderna son sólo conjeturas. Volveremos sobre esto en los
siguientes capítulos. En particular veremos cuáles son las características de las ciencias
formales, como la matemática, y podremos apreciar que la ciencia antigua es similar, en su
metodología, a la empleada en las disciplinas formales, pero en su caso aplicada a las
ciencias fácticas. Para una primera aproximación digamos que la ciencia fáctica es aquella
que habla sobre los hechos del mundo real mientras que la formal no tiene ninguna
referencia en el mundo. También veremos con mas detalle la metodología de la ciencia
experimental cuando tratemos el método hipotético-deductivo, el inductivo y lo relacionado
con la contrastación de teorías.
Otra diferencia entre las dos épocas está en cómo se realiza la observación y sobre cuál es
su rol. No puede negarse que los científicos antiguos observaban, pero sus observaciones
sólo en pocos casos eran cuantitativas y no constituían elementos a favor o en contra de
los enunciados tomados como punto de partida. Con la nueva ciencia los elementos a
observar no resultaban solo cualitativos, sino que eran fundamentalmente cosas medibles,
cuantificables. Tomemos un caso histórico a modo de ejemplo.
Al menos en el siglo XVI, y probablemente antes, se sabía que el agua no asciende por un
tubo más allá de 10m (10,33m para más precisión). Para dejar claro el problema con un
ejemplo: si intentamos tomar agua de una botella mediante un sorbete cuya boca esté a
más de diez metros de la superficie del agua no lo conseguiremos. Podremos ‘chupar’ tanto
como queramos que el agua tozudamente se detendrá a 10m de la superficie.
Torricelli fue quien dio una explicación que daba cuenta de la tozudez del agua. Supuso
que estamos sumergidos en aire (rodeados de un mar de aire, según sus términos), que el
aire pesa y que el aire se comporta de manera similar a un líquido. Obsérvese que son
suposiciones que en nuestros días resultan corrientes, sin embargo, darse cuenta de que
vivimos sumergidos y que todo eso que nos rodea pesa no es algo tan sencillo (en la época
podían subir a una montaña, pero no podían ir más allá de ahí. La posibilidad de salir de
ese mar de aire sólo la tenían cuando se sumergían en agua). De acuerdo con Torricelli
todo cuerpo sumergido en aire soporta cierta presión al igual que uno que está sumergido
en agua. Luego, el aire ejerce cierta presión sobre la superficie del agua tanto dentro de
nuestro sorbete como fuera de él. Cuando extraemos el aire de dentro del sorbete
(“chupando”) el aire deja de ejercer presión allí mientras que sigue ejerciéndola en la
superficie del líquido que está fuera del sorbete. Como resultado de esto el agua sube por
el sorbete hasta que la presión que ella ejerce iguala a la que ejerce el aire.
6
Tal vez Arquímedes haya sido quien abordó más excepciones de este tipo.
Algunas preguntas
A lo largo de los distintos capítulos que siguen iremos analizando con algún detalle varios
problemas que surgen de lo que hemos presentado hasta aquí.
Hemos visto que tanto la ciencia antigua como la moderna utilizan la deducción para
obtener consecuencias. Pero ¿Qué es una deducción? Digamos por ahora que se trata de
un tipo de razonamiento que utilizamos cotidianamente en alguna de sus formas. Cuando
tratemos algunos temas de lógica vamos a estudiarlo con algo más de detalle y distinguirlo
de otro tipo de razonamiento usual como el inductivo.
Hemos dicho por otra parte que la ciencia moderna conjetura hipótesis y a partir de ellas
deduce lo que debería observarse si es correcto lo que se propuso. El paso siguiente
consiste en revisar si las observaciones coinciden o no con lo deducido. Esto es
someramente lo que sostiene el método hipotético-deductivo y el método para chequear
hipótesis de la ciencia moderna. Un ejemplo de esto lo vimos en el caso de Torricelli que
predice la altura de la columna de mercurio en una experiencia de ciertas características.
Mediante la observación de ciertos hechos ponemos a prueba una hipótesis, los posibles
resultados de tal prueba son que efectivamente ocurra lo predicho o bien que no ocurra.
Ahora bien, supongamos que se observe lo predicho, ¿eso quiere decir que es cierta la
conjetura? Y que ocurre si no se observa ¿es falsa? Trataremos estas cuestiones cuando
en los siguientes capítulos abordemos el problema de la contrastación de hipótesis.
Hemos hecho hincapié en que una de las características de la ciencia moderna, que la
diferencia de la antigua, radica en que la fuente de verdad la brinda la observación de los
hechos. Pero ¿es la observación una fuente realmente confiable? Citemos solo un par de
casos para analizar: existen muchos dibujos que “engañan” al observador como por ejemplo
la escalera que sube o baja según se mire o el pato-conejo[IMÁGENES]. ¿No será posible
que el observador científico sea “engañado” de una manera similar? Por otro lado, aun
suponiendo que no haya “engaño”, la gran mayoría de las nuevas observaciones científicas
se realizan mediante instrumentos. Desde el mismo Galileo que utilizó el telescopio para
observar los cráteres de la luna o las fases de Venus hasta las observaciones hechas
mediante el COBE (Explorador de fondo cósmico que se mencionó en el capítulo anterior)
la ciencia moderna ha hecho uso de instrumentos de observación cada vez más
sofisticados. La mayor parte de estos instrumentos se construye sobre la base de algún
resultado obtenido a partir de una teoría científica. El telescopio de Galileo se basa en la
teoría óptica, el COBE en un conjunto de teorías más sofisticadas. ¿No podría ocurrir que
tales teorías fueran falsas? Si esto fuera así no podría detenerse el “efecto dominó”: si la
teoría que fundamenta el funcionamiento del instrumento no es correcta, las observaciones
hechas mediante él no serían confiables y por lo tanto no servirían para testear la corrección
de la hipótesis conjeturada. El problema de la observación en ciencia será otro de los que
trataremos a lo largo del libro.