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De Luces y sombras.

Henry Alekan

La Librairie du Collectionneur

Paris, 1991

Traducción: Gladys Zambrini

Este libro no tiene la pretensión de ser una obra pedagógica – aunque pueda
servir a los futuros enseñantes que se propongan tratar el tema de la luz.

No es una obra científica, - aunque se base en diversas técnicas del registro


de imágenes, sean ellas fotográficas, cinematográficas o televisivas. Esta obra
se dirige a los amantes o profesionales de la imagen como también a los
simples curiosos de aprovechar los misterios complejos de la luz y la sombra
en la naturaleza o en las artes.

Las múltiples experiencias prácticas cinematografiando los temas, impuesta


por los realizadores con las más diversas personalidades y culturas, me han
demostrado que en materia de iluminación – hasta los más celebres- no
tienen más que un conocimiento aproximativo del principal material que crea
las imágenes: la luz y su antinomia, la sombra.

Los cineastas que inventan escenarios y los cinegrafistas que los ponen en
imagen no hablan el mismo lenguaje: artístico vago, no definido que esconde
un desconocimiento de los problemas lumínicos, otros piensan en términos
de iluminación, o sea reduciendo a técnica aquello que es ciencia y arte.

-Iluminar- en fotografía, en cine, en la televisión o en el teatro, es dar


físicamente de ver. –Iluminar- o mejor “luminar” (palabra a imponer) es dar
de pensar, a meditar, a reflexionar, es también emocionar. Esos son los dos
actos, uno técnico, el otro artístico, íntimamente amalgamados, que hacen
surgir de la nada de la oscuridad, por la voluntad de los artistas
manipuladores de la luz, las imágenes ofrecidas a sus espectadores.

Nosotros nos proponemos estudiar los mecanismos creativos de la luz y sus


profundas repercusiones emocionales sobre el hombre, partiendo de la luz
vivida por él –la luz solar- para arribar a la –luz figurada- que es la luz de los
pintores y los cineastas.

Este libro expone cómo la iluminación artificial deviene en arte de la luz, sea
modulándola sobre los ritmos solares, u oponiéndose, con el fin de
desarrollar su propia originalidad, que engendra emociones que los artistas
de siglos pasados no pudieron concebir antes del advenimiento de la
electricidad.

En resumen, yo me he esforzado en liberar los elementos de base para una


filosofía de la luz, mostrando los lazos íntimos que unen al hombre a los
juegos de la luces y sombras, a través de sus interpretaciones, los artistas,
pintores o cineastas –se han servido de esta luz fijándolos sobre sus cuadros
o dinamisándolos en la pantalla, para reconstruir artificialmente los
sentimientos naturales.

Esta obra desearía también poner un poco de orden en la confusión de


géneros y estilos de iluminación. Intenta jerarquizar las iluminaciones y las
traducciones plásticas, con sus equivalencias psicológicas.

Para finalizar, si ciertos capítulos están poco desarrollados (la luz metafísica,
la luz del cosmos, la luz y el agua…) es porque hubiera sido imposible llegar a
término sin engrosar considerablemente esta obra. Están mencionadas
simplemente para marcar la importancia que ellos merecerían en un estudio
más completo sobre el rol psicológico de la luz y de las sombras.

ROL DE LA LUZ

La luz es nuestro “baño cotidiano” es por esto que el hombre que nace, vive y
muere en un clima de luz solar y de luz artificial no parece darle gran
importancia, Él esta de tal modo acostumbrado que no percibe sus efectos, y
por lo tanto, como dice Nicolas Schoeffer en El nuevo espíritu artístico (1), (…)
la luz natural y artificial son un problema fundamental, su distribución, el
ritmo, de su aparición o de su disposición condicionan psicológicamente al
hombre (…) A esto nosotros nos permitimos agregar y “psicológicamente”.

No está en nuestro propósito desarrollar los fenómenos psíquicos de la luz


solar, sobre la cual múltiples obras han descripto todos los aspectos.

Nuestro objetivo, es poner en evidencia la acción de la luz solar sobre la


interioridad del hombre y el proceso artístico y técnico que consiste, a partir
de una iluminación pre establecida, recreando un clima psicológico tal como
lo conciben los artistas.

INTERPRETATIVIDAD DE LA LUZ

El significado de la luz y su interpretación se remonta a la más alta


antigüedad, notoriamente entre los Egipcios, que desplazaban en el fuego del
sol, o sea a plena luz, “el universo de los vivos” y el de los muertos…

(El libro de los muertos, de Albert Champdor, Ed. Albin Michel).

(…) “En el otro mundo que se encuentra sobre nuestros pasos, donde ellos
(los muertos) podían contemplar la metamorfosis del Sol en el transcurso de
su viaje nocturno” (…)
La noche era para los Egipcios, el ambiente de los muertos, es a lo que se
denomina en este mismo libro … la luz de las tinieblas, vale decir el cono de
sombra de la tierra proyectada en el espacio, de la cual toda alma se
impregnará antes de absorberse en la luz solar (…)

Nosotros encontramos aquí uno de los orígenes del significado de lo oscuro y


de su contrario, la “claridad”, que es la recompensa acordada a (…)
justificada, que no está más muerta porque esta agregada por los dioses (…)
por lo tanto, uno de ellos (…) con la cabeza decorada con el disco solar.(…)
Esta justificación deviene, ella misma “alma-luz”. La luz es, algunos milenios
antes de la era cristiana, sinónimo de calor y creadora de la vida. El UNO
accediendo al ser toma nacimiento por el poder del calor. (Rig- Veda).

Es pues normal, que los artistas, en el curso de los siglos que siguieron, hayan
traducido arquitecturalmente y pictóricamente la luz y las tinieblas
atribuyéndole el sentido expuesto en los más ancianos textos (escritos
descubiertos en las Pirámides) como en los escritos recientes, tales como el
Viejo y Nuevo Testamento.

Nosotros encontramos en la arquitectura cristiana la aplicación de textos


sagrados, ya que los constructores de las iglesias orientaban los edificios en
función del sol a fin de forzar a los fieles a trasladarse de oeste a este y
mostrarles así el camino hacia la Luz. El misterio cristiano era celebrado en
los primeros años al ritmo que el sol impone a la naturaleza. El oeste en tanto

poniente, vale decir la región de las tinieblas, y el este situado con el sol
levante, que significa “el triunfo definitivo del Cristo sobre la muerte”.

La iglesia de la Magdalena de Vezelay ofrece el mejor ejemplo de la


utilización solar con fines espirituales. Los constructores de esa iglesia han
calculado con precisión el eje de la nave y la altura de las ventanas con el fin
de que la luz solar, según su desplazamiento, marque los solsticios y los
equinoccios, los capiteles de los pilares y el piso de la nave tienen direcciones
particulares.
En el solsticio de invierno, el sol se encuentra en la más baja relación a la
línea horizontal, sus rayos suben al máximo en el interior de la nave llevando
a lo más alto de las ventanas costado sur, en tanto que los capiteles –con el
célebre- molino místico- que son abrazados por una luz dorada. En Navidad,
las tinieblas comienzan a disminuir progresivamente y los días se alargan. La
naturaleza nos da la el sentido de la fiesta, Las Escrituras comparan los
pecados a las tinieblas, que –después de haber llegado a su paroxismo –ha
dicho Gregorio de Niza, son destruidos por la aparición de Cristo. Luz
verdadera.

En el equinoccio, al mediodía lo alto de los capiteles es acariciado por


algunos instantes por la luz que los dibuja.

En el solsticio de verano, las los pavimentos, en pleno centro de la nave, en el


eje de la nave, con una rigurosa precisión, al mediodía exactamente, como un
verdadero camino de luz. Es el día donde el cristianismo festeja a Juan
Bautista, que celebra el triunfo de la Luz y, según los últimos versículos por
los cánticos pronunciados por Zacarias. “(…) el conocimiento de la Salvación
(…) nos guiará en lo alto la vista del sol levante con el fin de iluminar a
aquellos que se encuentran en las tinieblas de la sombra de la muerte, y de
guiar nuestros pasos en el camino de la paz”
Los arquitectos romanos nos muestran claramente que su objetivo era
establecer una relación intima entre el cosmos y la espiritualidad.

Ahora, si ese lenguaje simbolista y esa transposición plástica transmitida de


generación en generación continúan siendo utilizadas sin tener una relación
directa con sus fuentes religiosas, ellas continúan rindiendo tributo a los
orígenes del hombre y del despertar de su conciencia a los misterios de la
Tierra.

La apariencia de las cosas, de las formas, es el hecho de la luz. Su ausencia


destruye “el objeto”, porque él no es percibido. Pero el cerebro memoriza
eso que ha sido visible.

Dos tipos de imágenes son visualizadas por el cerebro: una objetiva, es la que
está registrada en la luz del tiempo presente, la otra subjetiva, es aquella que
ha sido puesta en la memoria con la luz del tiempo pasado. El cineasta es un
trascriptor de imágenes objetivas cuando él utiliza la luz natural en el
presente sin transponerla, es un creador de imágenes subjetivas cuando él
reinventa el “objeto” y lo trasciende con la luz de su memoria, gracias a la
maestría artística de luces artificiales que realizan esa transmutación.

La luz da de “ver” pero, más todavía ella da de “pensar”.

Pero como la luz y su contrario, la no luz, vale decir la oscuridad, que es el


punto de partida, son ellas (la luz y la oscuridad) plenamente conscientes
por el hombre?

Antes de la vida, no es más que el negro que nos ha precedido, envuelto,


arropado en su tela de nada absoluta justo hasta el último momento de
nuestro nacimiento? La luz es, durante nuestra vida, nuestro primer e
invisible ambiente. De allí su importancia. Sus variaciones, sus modulaciones
en el curso de las horas, de los días, de las estaciones, de los climas,
participan íntimamente en nuestras alegrías como en nuestras penas.

Su ausencia provoca en nuestro inconsciente una rememoración de la nada


original de nuestro “antes de la vida”. Lo oscuro engendra angustia.

El negro, dice André Malraux, está ligado a la muerte. Malraux no hace más
que retomar el significado ancestral que los hombres han atribuido a las
tinieblas por la simple razón que la ausencia de luz priva al hombre de toda
comunicación con el universo.
El hombre sin la luz no es nada. No sólo es débil sino que está librado a las
fuerzas naturales no admitirlo lo vuelve aún más peligroso. Lo oscuro
demuestra la fragilidad del hombre. Pues no sólo el negro elimina al hombre
del universo, ya que no lo puede percibir, pero él se paraliza, ninguna acción
es posible en un universo de no luz. En ese mismo universo oscuro, ninguna
imagen se puede memorizar, la percepción visual no se puede ejercer. Qué
hay, entonces, más próximo de esa nada que la muerte, el hombre no
pudiendo percibir, ni moverse, ni emitir, ni recibir?

El negro está ligado a una muerte más mental que física. El negro es símbolo
y punto de partida de todas las interpretaciones dadas a los colores.

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