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PROVERBIOS Y ECLESIASTÉS

David Atkinson
Derek Kidner

PUBLICACIONES ANDAMIO ®
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08038 Barcelona.
Tel-Fax: 93/ 432 25 23
E-mail: editorial@publicacionesandamio.com
Publicaciones Andamio es la sección editorial de los Grupos Bíblicos Unidos de España (G.B.U.).

Títulos originales: The Message of Proverbs


© David Atkinson, 1996
The Message of Ecclesiastes

1
© Derek kidner, 1984

Inter-Varsity Press
38 De Montfort Street, Leicester LE1 7GP, England
Email: ivp@uccforg.uk
Website: www.ivpbooks.com
All rights reserved. This translation of The Message of Proverbs first published in 1996 and this
translation of The Message of Ecclesiastes first published in 1984, are published by arrangement
with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

“Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 by
The Lockman Foundation Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO ® 2010


Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

Traducción: Pilar Florez


La imagen de portada es una obra de Joan Cots
Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito legal:

ISBN: 978-84-92836-65-9

Contenido
Prólogo
PROVERBIOS
Prólogo del autor
La sabiduría de Dios
El retrato de la Sabiduría (1:1–9:18)
El vocero de la ciudad (1:20–33)
La Sabiduría tiene que ser buscada (2:1–9)
Una personalidad atrayente (2:10–15)
La Sabiduría celebra la vida (3:13–18)
La Sabiduría explora (4:1–9)
La Sabiduría se alía con la justicia
La Sabiduría disfruta con el orden
La Sabiduría revela el orden de la creación (3:19–20)

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El retrato al completo (8:1–31)
La Sabiduría: rasgos principales
Instructores y detractores de la Sabiduría (1:1–9–18)
Diez charlas instructivas
Los detractores de la Sabiduría
La violencia en grupo (1:10–19)
La promiscuidad sexual
La holgazanería
El rechazo de los principios paternos
Alumnos problemáticos
¿El camino de la Sabiduría o la senda de la Insensatez?
Los métodos de la Sabiduría
La teología de una experiencia viva
‘Una antología de gnomos’
Una estructura cuádruple
La imaginación de la Sabiduría
Apéndice: Breve apunte sobre teología práctica, filosofía y educación
Los valores de la Sabiduría: Los cimientos (10:1–22:16)
Los dichos sabios de Salomón
El temor del Señor
El amar
La justicia
El carácter: un resumen
Los valores de la Sabiduría: La dimensión práctica (10:1–22:16)
La familia, el matrimonio y la paternidad
Diligencia, creatividad y trabajo duro
La salud
Seguros y a salvo
Suficiencia material
La importancia del discurso apropiado
La gloria del rey y la honra de la nación
El cuidado de los animales
Vida, libertad y esperanza
Conocimiento y entendimiento
Los valores de la Sabiduría: Las palabras de los sabios (22:17–24:22–34)
Los proverbios de Salomón: la edición de Ezequías (25:1–29:27)
Palabras de Agur (30:1–33)
Pensamientos de parte de la reina madre (31:1–9)
Epílogo: La esposa de un noble personaje: la Sabiduría en el hogar (31:10–31)

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Conclusión: La santidad en ropa de trabajo
ECLESIASTÉS
Prólogo del Autor
PRIMERA PARTE. ¿QUÉ HACE ESTE LIBRO EN LA BIBLIA?
— Inspección del terreno
SEGUNDA PARTE. ¿QUÉ NOS ESTÁ DICIENDO EL LIBRO?
— Comentario continuado
El autor, el lema y el repaso al escenario (1:1–11)
La búsqueda de la satisfacción (1:12–2:26)
La tiranía del tiempo (3:1–15)
Las dificultades de la existencia (3:16–4:3)
Una carrera sin reglas ni normas (4:4–8)
Primer resumen:
Mirada retrospectiva a Eclesiastés (1:1–4:8)
Interludio:
Reflexiones, máximas y verdades básicas (4:9–5:12)
La amargura del desengaño (5:13–6:12)
Segundo resumen:
Mirada retrospectiva a Eclesiastés (4:9–6:12)
Interludio:
Más reflexiones, máximas y verdades básicas (7:1–22)
La búsqueda continúa (7:23–29)
Frustración (8:1–17)
En peligro (9:1–18)
Tercer resumen:
Mirada retrospectiva a Eclesiastés (7:1–9:18)
Interludio:
¡Sed sensatos! (10:1–20)
Camino de casa (11:1–12:8)
Conclusión (12:9–14)
TERCERA PARTE. ¿QUÉ DECIR ANTE TODO ESTO?
— Un epílogo

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Prólogo
Hay muchos cristianos que se sienten a menudo desorientados cuando leen el
Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Su literatura parece tan
diferente a la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea
leyes, códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Después de todo, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. (1 Pedro 1:10–12)
Los profetas indagaron acerca de ello; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, si no por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristo-céntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como

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decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Ya que el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de nunca usar un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Por lo que no son pocos los
que se decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido una vez más que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que en un lenguaje bastante técnico intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir entre estos dos tipos de
comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen

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multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les mal entienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, en que la complejidad se confunde con la erudición…
Basta leer los antiguos comentarios, para ver como es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Aquellos que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de ninguna
aplicación. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros autores
protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos. Ya que tratan con
más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que algunos comentarios
evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es por lo tanto refrescante encontrarse con una serie de comentarios como ésta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pié de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que ésta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje. Aunque hay pocos libros tan útiles como éstos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la

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tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicado por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante muchos años. Para muchos, no hay duda que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son autores que consideramos “nuestros”, como: David
F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra Eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristo-céntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante muchos años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que
descubrirán en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas
entre uno y otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del
libro.
La publicación de estas obras nos da en este sentido un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los

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predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva. Puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

Comenzar a leer Prov 28 de feb. ×

PROVERBIOS
Sabiduría para la vida
David Atkinson
Este libro está dedicado a las facultades teológicas
de Hope College y del Western Theological Seminary, Holland,
Michigan, de parte de un agradecido visitante.

Prólogo del autor


La primera versión de este libro se fraguó en un mes de febrero estando sentado en
la quinta planta de la espléndida biblioteca teológica del Western Seminary, y mientras
contemplaba el brillante espectáculo de la nieve en Michigan. Parte del borrador fue
redactado en Long Pond, Nueva Inglaterra, a lo largo de un glorioso verano. La mayor
parte, sin embargo, se escribió en nuestra propia casa de Londres, en la zona de
Elephant and Castle, a no muchos metros de distancia de gentes que viven en cajas de
cartón bajo del Puente de Waterloo, donde es más que probable que Stephen, con sus
diecisiete años, esté en estos momentos solicitando de los transeúntes alguna moneda.

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El contraste tiene un efecto saludable. El libro de Proverbios va de la gloria y deleite de
la creación de Dios a la impotencia que supone la pobreza.
Cuando acepté en un primer momento la invitación a escribir este comentario
expositivo no fui consciente de la tarea que asumía. Así, a medida que he ido
progresando en la exploración de la literatura sapiencial de la Biblia Hebrea, más honda
ha sido la impresión causada por la continuidad hallada en los distintos temas de sus
enseñanzas, sintiéndome, en cambio, un tanto frustrado al intentar poner orden en el
aparente caos del grueso de su contenido procurar hacer de ello algo accesible.
Por un parte, y a pesar de los siglos que nos separan de los distintos autores de esas
sentencias, siguen manteniéndose inalteradas las características continuidades propias
de la existencia humana: hacer amigos, resolver la cuestión de la sexualidad, gestionar
el dinero, reaccionar ante la pobreza, ganarse el sustento, aprender perdiendo, salir de
las dificultades, enfrentarse a la muerte, y así sucesivamente. Estos son temas
constantes relativos al ser humano, y Proverbios se ocupa precisamente de ir dando
respuesta a todos ello. Es cometido propio de la Sabiduría ayudar a las personas a hacer
frente a los problemas y dificultades de la existencia, contemplando la realidad desde
nuevas perspectivas y recursos, tratando al mismo tiempo de entender qué significa
verdaderamente ‘vivir para Dios’ en el común de la existencia diaria. El libro de
Proverbios saca a relucir muchos de esos temas con imaginación e ingenio, e incluso
con algún que otro rasgo de humor. Así, haciendo que nos veamos reflejados en las
cuestiones que plantea, parece estar preguntándonos a nivel personal: ‘¿Tú también
eres así?’ ‘¿No hay otra manera mejor de hacer las cosas?’
Pero, por otro lado, la mayor parte del libro de Proverbios parece adolecer de una
falta de estructura concreta y específica, limitándose, en apariencia, a presentar
simplemente unas colecciones de dichos muy agudos y perspicaces. Parte de la
dificultad que me sale al paso al escribir este comentario radica precisamente en la
frustración que se deriva de tener que decidir cómo analizar y dar razón de tan rico y
variado panorama de forma que sea a un tiempo útil y además pertinente para el
mundo en que vivimos, pero sin ser infiel por ello al texto tal como lo encontramos. Un
posible acercamiento, que encuentro particularmente fértil, consiste en ver el texto
dotado de una estructura cuádruple que ayuda a poner de manifiesto los valores
espirituales y morales refrendados por los distintos autores de Proverbios. Descubrimos
así que muchos de sus dichos y sentencias parecen estar estructurados como si
sugirieran que ‘esto’ es mejor que ‘aquello’. Hacerle preguntas al texto a cada paso da
también excelentes resultados, ‘¿Qué principio moral y espiritual está tratando de
hacernos ver el escritor en este dicho en concreto?’, quedando así iluminado el
contenido de fondo en cada caso. Tomando esa posibilidad como método de trabajo,
acabé por encontrarme con una considerable lista de preguntas y respuestas que di en
llamar ‘Los principios de la Sabiduría’, configurando así la base de mi estudio.
Quizás lo más práctico sea esbozar ya aquí las líneas principales de mi acercamiento
al texto. Los nueve primeros capítulos de Proverbios se diferencian bastante de los que
les siguen. En ellos, la Sabiduría —personaje femenino que encarna la sabiduría de
Dios— es presentada mediante palabras que vienen a configurar su imagen. Mi sección
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de introducción, ‘La Sabiduría de Dios’, aspira a dar cuerpo a ese primer esbozo. La
Parte 1 se ocupa de parte del material didáctico que encontramos en esos nueve
primeros capítulos —haciendo la clase de preguntas que los maestros de sabiduría
quisieran que aprendieran a formular sus propios discípulos, y las medidas y pasos que
dieron para impartir sus conocimientos. A continuación, la Parte 3 examina la
estructura literaria de Proverbios, junto con esa estructura cuádruple ya mencionada,
indagando a la vez acerca de la fértil imaginación de la que hace gala la Sabiduría y esa
extraordinaria capacidad artística suya. Por último, me ocupo del resto del libro bajo el
epígrafe ‘Los Principios de la Sabiduría’, tratando de establecer las conexiones
oportunas entre los preceptos morales del antiguo Israel y la relevancia de esas
enseñanzas para los creyentes cristianos en la actualidad. Me anima en esta empresa
mi convicción de que el carácter de Dios, patente en la figura de la Sabiduría del libro de
Proverbios, es el mismo carácter que vemos en la persona de Jesucristo. Jesús encarna
la Sabiduría de Dios, y conocerle a él supone saber los caminos y voluntad de Dios
respecto a cómo conducirse en este mundo que le pertenece.
Una de las grandes satisfacciones que he podido experimentar en estos últimos
años ha sido justamente la oportunidad de pasar dos cursos enseñando en el estado de
Michigan como Northrup Visiting Professor en Hope College, Holland. Los responsables
del curso no sólo nos brindaron, a mí y a mi familia, la posibilidad de una inolvidable
visita a Disneyland, sino que fue ocasión asimismo para trabar amistad con el profesor
Robert Coughenour, del Western Theological Seminary. Sus profundos estudios e
investigaciones acerca de la literatura sapiencial han sido fuente constante de
inspiración para mí y es mi deseo dejar aquí constancia de la deuda contraída con él y
su obra publicada, así como de su gentileza al remitirme partes de un trabajo suyo aún
no publicado. Como muestra de mi gratitud hacia él, e igualmente para con los otros
amigos y colegas de Hope College, me complace dedicar este libro al conjunto de
facultades de esa universidad.
Al igual que con otras aportaciones mías a la Serie, me han sido de gran ayuda las
muy constructivas críticas de Alec Motyer, unidas a sus sugerencias y su perspicacia
espiritual, junto con el apoyo brindado por Colin Duriez de IVP. Vaya por delante mi
profundo agradecimiento a ambos.
David Atkinson

La sabiduría de Dios
¿Cómo puede Dios ser conocido? Por supuesto, en cierto sentido Dios no puede
llegar a ser conocido de ninguna manera. Dios está muy por encima de nuestra
capacidad de conocer. La tradición de la iglesia ortodoxa, que muchos están ahora

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empezando a descubrir (o redescubrir) en Occidente, nos permite recapacitar acerca de
la insensatez de intentar de penetrar y comprender el misterio de Dios. Como ocurre
con todo misterio, el lenguaje de lo negativo (Dios es invisible, intangible, inasible…) nos
recuerda que con frecuencia es más fácil decir lo que Dios es, o no es, que decir quién o
qué es Dios. Así, un dios que proclamemos conocer a través de nuestros propios
razonamientos no es el Dios de la Biblia o de la iglesia cristiana. Un dios de esa índole es
muy probable que sea en realidad un ídolo hecho a nuestra propia imagen. Aun así, hay
ciertamente otro sentido, muy vital y realista, en el que Dios puede ser conocido. Dios
es conocido entonces en la medida en que Dios se da a sí mismo a conocer. Existe ahí
un paralelismo con el conocimiento que podemos tener de los seres humanos. Hay
personas de las que decimos ‘no la conozco’, ‘es difícil de conocer’. En el ámbito de las
relaciones humanas, es mucho lo que puede llegar a saberse acerca de una persona sin
realidad conocerla en absoluto. Sólo conocemos a una persona en la medida en que se
deje conocer. Y lo mismo sucede con nuestro conocimiento de Dios. Podemos
conocerle en la medida en que Él se da a conocer. Lo que podemos llegar a saber no es
la absoluta ‘plenitud’ de Dios, sino ‘lascosas por Él reveladas’ (Dt. 29:29). Lo que el
apóstol Pablo dice de sí mismo en su epístola a los corintios podemos aplicarlo a Dios:
‘como desconocido[s], pero bien conocido[s]’ (2 Co. 6:9, BA).
Ahora bien, ¿cómo se da Dios a conocer? La respuesta de la fe cristiana es que eso
se lleva a efecto de forma suprema y perfecta en la persona de Jesucristo. Jesús es el
ser humano en el que la mente y el espíritu de Dios se han expresado de forma sublime.
Jesús es en verdad ‘imagen del Dios invisible’ (Col. 1:15). Él es el la norma con la que
examinamos y contrastamos toda otra forma en que Dios se revela.
Como es lógico y natural, hay otras muchas formas en las que es posible saber algo
acerca de Dios en este mundo. Formas que sopesamos en base a su congruencia con la
autorrevelación de Dios en la persona de Jesús.
Para muchas personas, a Dios se le conoce a través de experiencias. A Dios puede
sentírsele cercano, llenando Él con su presencia todas las cosas. Con frecuencia, esto
suele ocurrir cuando nos sentimos conmovidos por la fuerza del amor o la angustia del
sufrimiento. Hay experiencias que Peter Berger, en su libro A Rumour of Angels, califica
de ‘indicios de lo trascendente’. Algunos psicólogos, siendo quizás de entre ellos el más
conocido Abraham Maslow, hablan de ‘experiencias cumbre’, de auténtica plenitud de
‘ser’, que las personas religiosas interpretan a menudo como experiencias de la
Divinidad.2 Algunas de esas experiencias encajan en la categorización propuesta por
William James en esa célebre conferencia Gifford que impartió a principios del siglo XX:
‘sentimientos, actos y experiencias de la persona a nivel individual y en solitario, y ello
en la medida en que se capta a sí misma en relación a aquello otro que pueden
considerar lo divino’. Las investigaciones hechas al respecto por el ya desaparecido
profesor Alister Hardy, en el ámbito de lo que fue inicialmente calificado de ‘Unidad de
Investigación de la Experiencia Religiosa’ (‘Religious Experience Research Unit’), en
Oxford (en la actualidad, el ‘Centro Alister Hardy’), han puesto de relieve la
sorprendente frecuencia con que las personas afirman ser conscientes de ‘una
presencia o poder diferente de su yo habitual’.4 Es evidente, además, que son muchos
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los cristianos que querrían poder decir bastante más que eso respecto a su experiencia
de Dios, y que desearían, además, poder contar, en el contexto corporativo de la
comunión cristiana, con una base más sólida que lo preconizado por William James y
Alister Hardy. Pero eso nos basta para recordarnos que, en el trajín cotidiano de vivir en
un mundo creado por Dios, tenemos en ocasiones experiencias que constituyen, para
un número de personas mayor de lo que podríamos imaginar, una auténtica
experiencia de lo ‘trascendente’.
Hay momentos en los que experimentamos maravillados la emoción de sentirnos
vivos en ese mundo prodigioso sobre el que escribe Michael Mayne, Diácono de
Westminster, para sus ahijados en This Sunrise of Wonder (‘La maravilla del asombro).
Ese muy hermoso libro pone de manifiesto el deleite que le produce al autor el mundo
al natural, con su literatura, su música y su arte, revelándose en todo su esplendor para
aquellos que tengan los ojos bien abiertos, vistas de una belleza y un gozo que tienen
su auténtico sentido en Dios.
Puede uno encontrarse así de pronto anonadado ante la noción de la majestad de
Dios reflejada en el orden y armonía del mundo por Él creado. Los desfiladeros y
cascadas que se ofrecen a nuestra vista en el Parque Nacional de Yosemite allá en lo
más alto de la carretera, o el sobrevolar el Gran Cañón del Colorado y continuar hasta
detener la mirada en las cumbres nevadas de una cordillera, o contemplar la puesta del
sol junto a un lago en la abrupta Escocia, o anonadarse en solitario bajo un cielo
tachonado de miles de estrellas: ahí encontramos un vislumbre de esa gloria y
majestad.
El impresionante orden que descubrimos en el mundo creado nos revela algo acerca
de Dios.
Thomas Traherne escribió al respecto en el siglo XVII:
“Es efecto natural de la infinita Sabiduría hacer sus múltiples Tesoros acordes
con su excelencia interior. Y así es como ha obrado la Sabiduría de Dios mismo,
al hacer que la Cosa más pequeña en sus Dominios sea de inagotable utilidad y
servicio en su propio Lugar y Estado, como manifestación patente de esa su
Sabiduría, y Bondad, y Gloria para los ojos que lo contemplan. Y así lo ha llevado
a efecto haciendo de su Reino un Objeto dotado de plenitud, y así cada parte no
es sino una Porción del Todo, guardando debida relación la totalidad de sus
innumerables partes, dotadas todas ellas de Belleza, transfiriéndose entonces
esa Belleza al todo, y así es y será en todos y cada uno de los objetos y por toda
la Eternidad”.
Pensamiento del que viene a hacerse eco Gerard Manley Hopkins:
El Mundo rebosa con la grandiosidad de Dios.
Resplandor de llamarada en metal cimbreante;
cúmulo de grandeza, cual aceite que fluye
estrujado. ¿Cómo es, entonces, que el hombre

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no reconoce su gobierno?
Las generaciones han ido sin parar hollando,
y hollando, y hollando;
las marcas del paso todo lo socarran,
lo agostan con su incesante trajín;
hollado por el hombre, su olor todo lo impregna:
la tierra desnuda se ofrece ahora a la mirada;
el pie calzado ya no puede sentir.
Aun así, la naturaleza nunca se acaba;
el más preciado frescor pervive en lo profundo de las cosas;
y con las últimas luces del negro Occidente extinguidas,
resurge la mañana en la parda franja del Oriente –
un mundo transido alienta el Espíritu,
al abrigo de su seno y bajo las más refulgentes alas.
Hopkins acuñó la expresión ‘paisaje interior’ (innerscape) para esa colección de
datos que se ofrecen a nuestros sentidos y que, en su conjunto, vienen a dar forma a la
espléndida ‘unidad’ de las cosas en el entorno de la naturaleza. En relación a la
‘grandiosidad de Dios’, escribió: ‘Cuán lamentable es que esa belleza del paisaje interior
le sea desconocida a las gentes más sencillas, como algo oculto bajo la tierra, y, sin
embargo, cuán a mano podemos descubrirla si es que tenemos ojos para contemplarla,
presta a mostrarse siempre que se la invoca’.
La presencia de Dios puede percibirse en los valores morales que nos salen al
encuentro en forma de obligaciones y responsabilidades. El salmista enlaza el
conocimiento de Dios en el maravilloso orden de la creación con el conocimiento de
Dios en la ley moral: “Los cielos proclaman la gloria de Dios… La ley del SEÑOR es
perfecta, que restaura el alma” (Sal. 19:1, 7). En el fondo de nuestro ser, sabemos bien
lo que comportan las obligaciones morales y el reto que nos plantean de cara al
exterior. Las obligaciones morales no consisten tan sólo en algo que hacemos por
nuestra cuenta. Retroceder horrorizados ante el genocidio de Ruanda o la ‘limpieza
étnica’ de Bosnia no es cuestión de gusto personal y opción a favor de los que no
aprueban tales cosas. Existe una objetividad moral que nos interpela. Como cristianos
comprometidos, lo entendemos en relación a la voluntad de Dios.
Las últimas décadas de estos tiempos nuestros han sido testigo de esos filósofos
que propugnan el carácter exclusivamente personal y privado de la moralidad, lo cual
en la realidad suele traducirse en lo subjetivo y lo relativo. Últimamente, sin embargo,
parece que hemos recuperado la noción de la dimensión objetiva de las obligaciones
morales (que es lo que en realidad nos dice el propio sentido común). Así, por ejemplo,
el pensador Charles Taylor opina que ‘Incluso la noción de significado de la propia
existencia como resultado de mi expresa voluntad… depende en última instancia de la
existencia de algo noble y esforzado, y por ello significativo, que da forma y sentido a mi
vida, y ello con independencia de mi propia voluntad’. Desde un punto de vista distinto,
la escritora Iris Murdoch se refiere al concepto de lo bueno como algo que ‘se nos

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impone’: ‘El Bien soberano no es un receptáculo vacío en el que la voluntad arbitraria
va metiendo objetos de su propia elección, sino algo que todos experimentamos como
verdadera fuerza creadora’. Los creyentes cristianos identificamos el origen del valor de
lo moral en la persona de Dios.
A Dios también se le puede encontrar, e incluso más profundamente, en la
comunión personal en amor que experimentamos con los demás. Ese es un amor de
suyo creativo y liberador, y apunta por encima de sí mismo a una plenitud de
significación que es percibida como algo ‘otorgado’, lo cual viene a situarlo más allá de
toda posible elección subjetiva. La fórmula en uso en la celebración del matrimonio
anglicano invoca el concepto de ‘don’: ‘El matrimonio es una dádiva que…’ Nuestra
propia creatividad y nuestro amar pueden alcanzar también una significación particular,
que a menudo se deriva del arte y de la música, del gozo extasiado, o del pesar más
profundo, como algo, por decirlo de alguna forma, que nos es dado y nos atrae hacia
ello mismo, poniendo en nuestro horizonte perspectivas que nos sobrepasan y aportan
un nuevo y más venturoso significado.
Hay otra forma en la que Dios puede ser conocido y que encontramos en la quietud.
Es fascinante comprobar el número de salmos que nos instan a ‘esperar’ a Dios. Algunos
de ellos tienen su origen, como es lógico y comprensible, en situaciones de lucha
personal, de incertidumbre nacional, de inminencia de guerra, o en un sentido de
pecaminosidad tanto propio como social. En el salmo 62:1, por ejemplo, su autor,
consciente de lo incierto en su existencia, declara: ‘Mi alma tan sólo haya reposo en
Dios.’ Esperar en Dios puede ser fuente de energía interior. Tal como lo expresa el
Salmo 46:10, ‘Estad quietos, y sabed que yo soy Dios’. O, tal como lo expresaría T. S.
Elliot, ‘Estad quietos y danzad.’ ‘En el punto fijo sobre el que el mundo gira’, añade, es
donde tiene lugar esa danza que gira y gira y, sin ese punto de total inmovilidad ‘no
habría ni giro ni danza’. ¿Quiere eso decir que es en ese punto de quieta inflexión, en el
punto central, en ese punto fijo de vida sentida en plenitud absoluta, donde van a darse
al unísono la quietud y el movimiento? Es el punto central de la quietud, sostiene Harry
Blamires, ‘el que hace posible el movimiento, como centro inamovible alrededor del
cual se organiza ese danzar, y sin él dejaría de ser posible una vida con sentido’.
Partiendo, pues, de ese punto en reposo, puede tener lugar una vida rica y gozosa que
deriva de ello su energía.
En multitud de formas, tanto en la naturaleza como en la experiencia del amor, la
música y el arte, la belleza y el temor, la actividad y la calma, la presencia de Dios y la
naturaleza de su persona pueden venir a discernirse, a sentirse y a apreciarse. Pero la
prueba que da la medida de esas experiencias y ese entendimiento, que nos ayuda a
distinguirlas de una conciencia autoritaria e impositiva o de un consenso social, o de
una experiencia religiosa de agonía y éxtasis inducida por las drogas, es su plena
congruencia con la manera como Dios se ha dado a conocer en la persona de Jesucristo.
El Dios que Jesucristo nos da a conocer es el Dios Creador que pone en marcha y
ordena todo cuanto existe, y cuyo carácter moral da sentido a nuestra concepción de lo
que está bien y lo que está mal, infundiendo aliento en nuestras vidas por la agencia del
Espíritu Santo, inundándolas de luz y creatividad, y otorgándonos al mismo tiempo el
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don preciado del amor. El don de la sabiduría, junto con los valores y el Espíritu de Dios,
podemos verlos operando en Jesús. El apóstol Pablo así lo dice en la epístola a los
Corintios: ‘Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para
nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención’ (1 Corintios 1:30,
BA), lo que como mínimo viene a querer decir que Jesucristo, como dádiva de Dios, se
hizo por nosotros el medio por el que venimos a saber acerca de la sabiduría de Dios, de
su justicia, y de la vida espiritual.
Esos son términos y conceptos que acuden con prontitud a la mente del apóstol por
estar todos ellos imbuidos de los principios del pacto de Dios con su pueblo. El libro de
Proverbios es un ejemplo de lo que se conoce como literatura sapiencial hebrea, y
contiene muchos de los temas que hemos ido enunciando. Otros ejemplos de esto
mismo en la Biblia los encontramos en Job y en Eclesiastés. En los escritos conocidos
como Apócrifos, lo encontramos en Eclesiástico y en Sabiduría. San Pablo sin duda tenía
presente mucho de esto al relacionar los temas propios de esa literatura sapiencial con
Jesús. De hecho, tal como tendremos ocasión de ver más adelante con mayor detalle,
resulta fascinante comprobar cómo el lenguaje que utiliza Pablo referido a Cristo en
Colosenses 1:15–18 está muy próximo a la representación de la Sabiduría en Proverbios
8:22ss., siendo ambos casos muy próximos al poema inicial de Génesis (1:1): ‘En el
principio, creó Dios los cielos y la tierra.’ La Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento,
y la de Cristo en el Nuevo, están en el corazón mismo de la creación de Dios y su
propósito para el mundo. Ecos de lo mismo los encontramos en Hebreos 1:1–3. La
semblanza que su autor hace ahí del Hijo de Dios, como heredero de todas las cosas y
en quien Dios las ha creado todas, reflejando la Gloria de Dios y sosteniendo el universo
por el poder de su palabra, está muy próxima a la presentación de la Sabiduría en
Proverbios 8. De manera muy similar, el prólogo del evangelio de Juan (Jn. 1:1–5) refleja
algo de esa semejanza en Proverbios, donde se nos dice de la Palabra que en el
principio estaba con Dios, y con cuya agencia fueron hechas todas las cosas; Palabra
ésta que es fuente de vida y de luz.
El libro de Proverbios aparece reflejado en muchas otras partes del Nuevo
Testamento. Así, el autor de Hebreos, para hacer ver que algunos de los aspectos del
sufrimiento cristiano son en realidad parte de la disciplina que Dios utiliza para
ayudarnos a crecer en santidad, recurre a Proverbios 3 (He. 12:5–6 y Pr. 3:11–12). Las
epístolas de Santiago (Stg. 4:6) y Pedro (1 P. 5:5) citan Proverbios 3:34 cuando afirman
que ‘Ciertamente, Él se burla de los burladores, pero da gracia a los afligidos’. Con
anterioridad, en la primera epístola de Pedro (1 P. 4:18), encontramos una cita de
Proverbios 11:31; Romanos 12:20 se sirve de Proverbios 25:21; y 2 Pedro 2:22 es una
cita de Proverbios 26:11.
Los conocimientos de antaño son fuente de inspiración para los autores del Nuevo
Testamento en su búsqueda de términos que sirvan para explicar la propia revelación
de Dios en la persona de Jesucristo. Es esa, además, una fuente de conocimiento que
nosotros también podemos utilizar, y ello en la medida en que nos esforcemos por
comprender la persona de Jesucristo y tratemos de seguirle como discípulos suyos. Es
mucho lo que se puede aprender de Pablo, Pedro y el autor de Hebreos. Pero también
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se puede leer Proverbios desde la perspectiva que ofrecen los textos del Nuevo
Testamento, y asimismo de la dilatada historia del pensamiento de la Iglesia relativo a la
revelación de Dios hecha explícita para nosotros en Jesús. Como el propio Jesús dijo, en
Él hay algo ‘más grande’ que la sabiduría de Salomón (Mt. 12:41–42, BA). Nuestra fe en
Cristo aporta una luz nueva a esos textos del Antiguo Testamento dándoles otro
enfoque. Nosotros nos aproximamos ahora al texto no como lo hicieron sus primeros
lectores, sino como el pueblo de Cristo, leyendo lo escrito mirando hacia al pasado a
través de nuestra propia experiencia en Cristo y la de tantas otras generaciones de
creyentes.
No se trata tan sólo de que nuestra comprensión de Jesucristo quede iluminada por
los temas que nos salen al paso en la literatura de la sabiduría; cuenta también que
todo camino que conduzca a la auténtica sabiduría –toda posible ruta que nos lleve a
conocer en verdad a Dios– lo hará pasando por la persona de Jesucristo. Él, todo
conocimiento de Dios, sea a través de la experiencia, del hecho prodigioso, de la
conciencia moral, de lo reverente, del amor, y todo cuanto podamos pensar, queda en
la debida perspectiva. Esos son justamente los temas por los que se interesa Proverbios.
Se impone un diálogo entre Proverbios y su tiempo y el entendi– miento cristiano
de la persona de Jesucristo. Así, descubriríamos la manera en que los temas propios del
Antiguo Testamento iluminan lo que queremos decir respecto a Jesús. Y no sólo eso,
pues, contemplando retrospectivamente el Antiguo Testamento desde la posición de
ventaja de la fe cristiana, lo que sabemos de Jesús arroja nueva luz sobre el contenido
de Proverbios.

¿De dónde surgen los proverbios?


Los proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel… (1:1)
El versículo de inicio del libro de Proverbios indica la existencia de un nexo de unión
entre la tradición de la sabiduría proverbial y el rey Salomón, hijo del gran rey David, el
cual gobernó Israel desde aproximadamente 961 a 922 a. C., y cuya historia
encontramos en el primer libro de Reyes. De su renombre por razón de su sabiduría se
nos da noticia en 1 Reyes 4:29–34:
Dios dio a Salomón sabiduría, gran discernimiento y amplitud de corazón como
la arena que está a la orilla del mar. Y la sabiduría de Salomón sobrepasó la
sabiduría de todos los hijos del oriente y toda la sabiduría de Egipto. Porque era
más sabio que todos los hombres…También pronunció él tres mil proverbios, y
sus cantares fueron mil cinco…Y venían de todos los pueblos para oír la sabiduría
de Salomón. (BA)
Hay buenas razones (y son muchos los especialistas en Antiguo Testamento que
están volviendo a esa postura) para creer que donde se adjudica a Salomón la autoría
en Proverbios, puede aceptarse como hecho verídico y no como mera asignación a su
tradicional patronazgo del conocimiento. Algunas de las secciones de Proverbios son de
17
hecho atribuidas a otros autores: Agur y Lemuel son los dos más mencionados (30:1;
31:1), junto con un grupo sin nombre de ‘sabios’ (22:17, y un material muy similar en
terminología y objetivo: Instruction of Amenemope; y 24:23), escrito egipcio de época
anterior. De Ezequías, rey de Judá de época posterior (715 a 687 a. C.), se dice que
ordenó a sus escribas que copiaran algunos de los proverbios de Salomón, quedando
registrado el hecho en Proverbios 25:1ss. Así, lo que nosotros tenemos ahora como ‘el
libro de los Proverbios’ es una colección de colecciones, siendo muy probable que
hubieran ido pasando por manos de distintos editores y diversas ediciones, y ello
partiendo de diferentes fuentes y épocas, reunidos posteriormente como nueva fuente
y recurso, junto con la ley, las profecías y las historias y relatos del Antiguo Testamento,
poniendo así en conocimiento del pueblo la sabiduría de Dios y sus caminos.
El flujo del comercio en Oriente, constante pero lento en su discurrir, facilitó sin
duda un fructífero intercambio de ideas y saberes, y no ha de sorprendernos encontrar
grandes parecidos entre las distintas tradiciones de sentencias y dichos sabios
provenientes de diferentes culturas. El propio Antiguo Testamento pone en evidencia
que la sabiduría era rasgo característico de los distintos pueblos que rodeaban a Israel.
(Egipto aparece nombrado en Gn. 41:8; Ex. 7:11; 1 R. 4:30; Is. 19:11; Babilonia en Is.
44:25; Jer. 50:35; 51:57; y Edom en Jer. 49:7; Abd. 8 y Job 2:11). Egipto y los autores
mesopotámicos estaban interesados en indagar en los grandes temas de la vida y de la
muerte a la luz de su propia tradición de fe. El libro de Proverbios se ocupa de esas
mismas cuestiones desde la base de su fe y creencia en Yavé y del pacto establecido por
Dios con Israel. Los proverbios se ocupan de dar razón de los fundamentos prácticos del
común de la existencia en un mundo creado por Dios, partiendo para ello del
convencimiento de su enraizamiento en el culto y las prácticas de la fe. Proverbios se
esfuerza por entretejer los hilos de la moral y lo religioso con los aspectos propios de la
prosperidad y la felicidad en este mundo. Así, nos salen al encuentro temas
relacionados con el amor, lo moral y adecuado, la experiencia de la vida, y otros muchos
más. La trama resultante forma en su conjunto una totalidad que apunta a un vivir con
Dios y para Dios en el mundo de su creación. No hay separación entre lo ‘sagrado’ y lo
‘secular’. La vida es para ser vivida en plenitud en presencia de Dios, y los proverbios
nos proporcionan algunas pautas acerca de cómo conseguirlo y cómo remontar las
dificultades. En palabras de G. W. Anderson, ‘los Proverbios ilustran varios de los
aspectos de la literatura sapiencial hebrea, su profundo interés en el carácter y la
conducta de las personas, los intereses que les mueven, los asuntos en que se ocupan,
lo común de la vida diaria, la práctica de un código ético regido por la prudencia, y un
muy particular énfasis en la vertiente religiosa de la sabiduría’. Derek Kidner abundó en
ello: ‘Hace falta ser santo para poder ser sabio; y eso es así no porque la santidad
recompense, sino porque la única sabiduría que sirve para solventar las cuestiones del
diario vivir, en conformidad con su naturaleza intrínseca, es disponer de la divina
sabiduría que les dio origen y orden.’ Noción que enlaza con el análisis de la naturaleza
de la sabiduría que encontramos en Proverbios 8, y al que prestaremos debida atención
en su momento. Así, ‘Proverbios 8, que pone de manifiesto esta faceta de forma
magistral, está lejos de ser adorno carente de función dentro de una evidente
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elocuencia, siendo más bien exponente del encuadre principal del pensamiento que
propone’.

¿Para quién son los proverbios?


Aquellos a quienes debemos la literatura sapiencial en el Antiguo Testamento
reciben el nombre de ‘sabios’ en Jeremías 18:18, conjunto, pues, de personas
particularmente capacitadas que hablaron de parte de Dios en paralelo con los profetas
y los sacerdotes. ¿Se trataba entonces de las mismas personas que los escribas o los
consejeros del rey, a los que hace referencia explícita en 2 Samuel 8:17? En ocasiones,
‘los sabios’ entraban en conflicto con los profetas; en otras, en cambio, los profetas
tenían que advertir a la gente contra sabios que lo eran según propia opinión (cf. Is.
29:13–15)). Mientras que los profetas mostraban una tendencia a centrarse en un
escenario global, proclamando a Dios como Señor soberano de todas las naciones, los
sabios solían optar por ocuparse de asuntos que atañían a una ética social individual.
Ahora bien, si eso era así, ¿para qué público escribían los sabios?
Es muy probable que parte de su producción literaria tuviera lugar en escuelas de
formación destinadas a la elite social e intelectual. Es un hecho cierto que la sabiduría
hebrea floreció en la corte real. Encontramos alusiones no sólo a Salomón, sino
asimismo al rey Ezequías y a Lemuel, al que se hace referencia también como rey. Los
capítulos 16 y 31 de Proverbios tienen mucho que decir respecto al protocolo real: el
modo en que han de comportarse los reyes, y cómo han de mostrar debido respeto sus
cortesanos. Pero eso no significa en manera alguna que la sabiduría haya de
circunscribirse en exclusiva a los cortesanos más jóvenes. Mucho de lo que ahí
encontramos es de aplicación universal. Parte del libro refleja de hecho la vida de los
ricos terratenientes, que podían permitirse ciertos lujos (la sabiduría es comparada con
las joyas más preciadas: 3:15; el buen vino y los ricos manjares, 9:1–6). El entorno en
que se nos ofrecen puede ser urbano: la Sabiduría va ‘[clamando] en las esquinas de las
calles concurridas’ (1:20). Otras veces, en cambio, el trasfondo es agrícola y rural. El
hombre pobre no hace su aparición en las páginas de Proverbios: su cuidado ha de
estar a cargo de aquellos a los está dirigido Proverbios. La mayoría de sus enseñanzas
están destinadas al varón, y las mujeres únicamente son mencionadas en relación al
hombre (como esposas, o madres, o adúlteras), lo cual refuerza la opinión de todos
aquellos que ven, al menos en parte y, sobre todo, en sus nueve primeros capítulos, un
escrito de instrucciones destinadas en primera instancia a los jóvenes israelitas que
estaban siendo preparados para desempeñar un cargo en la corte. Los futuros líderes
saldrían de esas escuelas, y de ahí la importancia de que lo hicieran debidamente
capacitados para entender las formas de actuar de Dios, y con plena conciencia de lo
que eso implicaba, desde los parámetros de su fe en Yavé, en el vivir cotidiano. La
robustez del pueblo de Dios dependía, en no poca medida, de cuestiones de esa índole.
Y ocuparse de los asuntos de orden menor ayuda a entender cómo es que los pobres
son vistos más como víctimas que como prójimos, y por qué las mujeres, en general,

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reciben comparativamente un trato marginal en Proverbios.
Todo eso no quiere decir, y lo recalcamos expresamente, que la sabiduría
preservada en Proverbios no sea aplicable a otros pueblos y gentes. Ricos y pobres,
hombres y mujeres, cortesanos y criados, líderes y artesanos, todos son por igual seres
humanos hechos a imagen y semejanza de Dios, con idénticas necesidades de vestido,
alimento y cobijo, sexo y matrimonio, trabajo y esparcimiento, relaciones personales, la
correspondiente dosis de preocupaciones y quebraderos de cabeza, un interés general
por la salud y un idéntico temor a la muerte. Mucho de lo que encontramos en los
capítulos 10–22 parece ser reflejo de una sabiduría común y prudente con la que hacer
frente a la vida. La importancia relativa de distintas necesidades variará, como es lógico,
en función de personas diferentes. Así, mientras que parte del interés de algunos de sus
primeros capítulos gira alrededor de la juventud en el ámbito de la escuela, también
tiene algo que decir para las demás personas.

¿Qué finalidad tienen los proverbios?


¿Para qué son los proverbios? El párrafo del inicio del capítulo 1 nos da algunas
claves.
Los proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel:
para aprender sabiduría e instrucción,
para discernir dichos profundos,
para recibir instrucción en sabia conducta, justicia, juicio y equidad,
para dar prudencia a los simples, y a los jóvenes conocimiento y discreción.
El sabio oirá y crecerá en conocimiento, y el inteligente adquirirá habilidad
para entender proverbio y metáfora, las palabras de los sabios y sus enigmas.
Estos versículos sientan algunos de los principios del editor de la colección: educar a
las gentes en su conocimiento y aplicación, para dar instrucción en sabio intercambio,
en toda justicia y equidad; y, muy particularmente, para ayudar a los jóvenes a
descubrir el mérito de la discreción en tan vulnerable etapa de su vida, y para
adiestrarlos en las complejidades de la existencia.
Encontramos ahí un cierto número de vocablos de parecido significado: sabiduría,
disciplina, entendimiento, visión, discreción, aprendizaje, guía. En el contexto del libro
de Proverbios, todo ello relacionado con la formación de la persona, el hallar la guía
adecuada, contar con los principios necesarios, ‘sabiduría práctica’ que ayuda a la
persona a encontrar el camino. El término actual ‘educación’ es buena definición de la
palabra que en ocasiones se traduce como disciplina. En el Nuevo Testamento,
encontramos su contrapartida en Hebreos 12:5, donde se examina la mejor manera
como un padre puede educar a sus hijos. Los posibles significados de muchos de esos
términos se solapan; usados en su conjunto, refuerzan y enfatizan el sentido que el
maestro les da. Sabiduría es la palabra que los engloba –palabra que, a medida que nos
adentramos en el libro de Proverbios, va transformándose en contrapartida de la

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actividad creadora de Dios. Figura dotada de entidad propia que ha de ser escrita con
mayúscula: Sabiduría. Como bien resalta Toy, ‘sabiduría’ es la palabra a la que
recurrimos cuando hablamos de sagacidad práctica, de la destreza del artista, del
conocimiento de los hechos, del aprendizaje, de la habilidad necesaria para averiguar el
secreto de las cosas, de la capacidad necesaria para dirigir a los demás, y del saber
comportarse de forma apropiada en su más puro sentido: el discernimiento moral y
religioso. Cuando las personas reaccionan positivamente ante la Sabiduría, se hacen
obedientes, prudentes y dignas de confianza; el entendimiento es algo evidente en sus
vidas, consiguiendo hacer de la existencia algo satisfactorio. La Disciplina añade el matiz
de la corrección y nos recuerda que la búsqueda de la Sabiduría suele ir acompañada
por la carga de los errores y el tener que volver a empezar de nuevo. La educación
puede incluir castigo. El Entendimiento supone ‘discernimiento’ y tiene como objetivo
poder distinguir de forma racional lo que está bien de lo que está mal, así como
también la aceptación y puesta en práctica de la verdad de Dios como norma de vida. La
Prudencia de los simples (con toda probabilidad, los inexpertos, los ingenuos, incluso los
‘flojos’; aquellos que se dejan fácilmente convencer por los demás) constituye esa parte
de la Sabiduría que implica calibrar y juzgar las cosas y las situaciones con ponderación y
tino. El Conocimiento y la Visión conducen a la elaboración de proyectos y a decidir qué
procesos son los más adecuados para alcanzar la meta propuesta. El Aprendizaje
significa captar lo que el maestro quiere comunicar, y la Guía evoca el término náutico
de ‘cuerda’, lo cual nos lleva a un pilotaje. En ocasiones, es término que aparece en
Proverbios en relación al consejo de Dios, como pautas que nos mantienen en la
dirección correcta. Pero, junto a todo eso, el hallazgo de la Sabiduría de Dios viene a
significar también la dotación del velamen adecuado y el timón necesario para
mantener el rumbo.
Tal como tendremos ocasión de comprobar, la educación que el maestro sabio
puede ofrecer incluye una muy considerable proporción de aprendizaje basado en la
propia experiencia. El libro de Proverbios contiene múltiples ejemplos ilustrativos
sacados de la vida real. Así, se nos introduce en los hogares (31:10–11), en el ámbito de
la amistad (18:24), en la plaza del mercado y en el mundo de los negocios (1:20; 11:1); y
entramos asimismo en contacto con animales y plantas presentes habituales en la vida
(6:6; 7:22–23; 30:19). Es como si Proverbios no se cansara de repetir: ‘¿No es cierto que
la vida es así?’ El hombre sabio tiene que reflexionar primero acerca de lo que hace de
la vida algo deseable, tanto en lo personal como en las relaciones con otros seres
humanos, convencido como está que Dios quiere que las personas prosperen, para
poder entonces transmitir a otros lo que ha descubierto. Y, tal como veremos en su
momento, la educación moral de Proverbios guarda estrecha relación con la sensación
de que el mundo ha sido creado con un orden por parte de un Dios lleno de sabiduría.
El orden que se observa en el mundo, como bien refleja el salmista (Sal. 19), se
complementa con el orden moral que permite que el ser humano prospere. El teólogo
Edmond Jacob lo expresa de la siguiente manera: ‘La Sabiduría, que es soberana en la
naturaleza, debería estar asimismo presente en las directrices de Dios para la vida
humana’.
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Proverbios 1:6 expresa algunos de los recursos literarios que iremos descubriendo
en sus páginas. Proverbios (1:7), parábolas (6:6–9), sentencias (24:14) y enigmas
(30:18–19) forman, en su conjunto, parte de la munición con que el hombre sabio
confronta a los que escuchan su proclamación acerca del mundo y de ellos mismos. Es
como si les estuviera diciendo, ‘¿No son en verdad las cosas así?’ ‘Y si las cosas son
realmente así, ¿entonces cómo debemos comportarnos?’
El libro de Proverbios se sirve, de hecho, de diferentes recursos literarios. R. B. Y.
Scott distingue al menos media docena de esquemas fijos a los que se recurre para
poner de manifiesto una sabiduría que hunde sus raíces en la tradición popular, y los
párrafos que siguen se nutren de esa noción suya. Merece la pena resaltar cuántos
proverbios hacen uso del sentido del humor. El haragán que permanece acostado
aunque el león acecha junto a su ventana (22:13) y la mujer rencillosa que es
comparada a la gota que no cesa (27:15) son casos extremos que están ahí ¡para
hacernos reír!
Entre esos recursos antes mencionados, cabe destacar lo que podríamos denominar
identidad o equivalencia. Los dichos o sentencias de esa clase vienen a querer decir:
‘Esto que tenemos aquí es idéntico, o equivalente, a eso otro.’ Proverbios 14:4 (‘Donde
no hay bueyes, el pesebre está limpio’) viene a querer decir, de forma muy gráfica, que
es imprescindible el duro trabajo de los bueyes para producir el sustento necesario. La
falta de bueyes va a significar carencia de comida. El labrador sabio y prudente se
asegurará de que cuenta con suficientes bueyes y en las debidas condiciones.
Otro de los recursos de la ausencia de identidad, el contraste o la paradoja. ‘No
todos los casos así van a derivar en eso otro.’ Como el Príncipe de Marruecos descubre
escrito en el pergamino del cofre: ‘No es oro todo lo que reluce’. En el libro de
Proverbios, leemos que ‘la lengua suave quebranta los huesos’, y ‘para el hombre
hambriento, todo lo amargo es dulce’ (27:7). Lo sorprendente del hecho hace que se
despierte nuestro interés y prestemos atención.
En tercer lugar, el libro de Proverbios usa con frecuencia similitudes o analogías,
como forma de poder decir ‘Esto es como eso otro.’ La riqueza de analogías que ahí se
despliega está encaminada a enfrentar al lector con la realidad de las experiencias del
ser humano. Así, por ejemplo, ‘Como pendiente de oro y adorno de oro fino es el sabio
que reprende al oído atento. Como frescura de nieve en tiempo de la siega es el
mensajero fiel para los que lo envían…Como las nubes y el viento sin lluvia es el hombre
que se jacta falsamente de sus dones’ (Pr. 25:12–14).
El cuarto recurso se centra en lo que es contrario al orden debido, resultando por
ello fútil o absurdo. Hay un fondo de burla en algunos de los proverbios, así 1:17: ‘Es en
vano tender la red ante los ojos de cualquier ave’ o 17:16 ‘¿De qué sirve el precio en la
mano del necio para comprar sabiduría?’
El quinto método al que hace referencia Scott es el de la clasificación o
caracterización de las personas, las acciones o las situaciones como prototipos. Hay un
cierto número de casos en los que se trae a colación al ‘necio’ (capítulos 15 y 17), al
‘escarnecedor’ (9:7–8; 13:1; 14:6), al ‘perezoso’ que debería copiar la diligencia de la
hormiga (6:6), o a ‘la mujer hacendosa’ cuyas virtudes se ensalzan en un muy hábil
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poema acróstico en el capítulo 31.
Los dichos de Agur incluyen una lista de distintas colecciones numéricas. Es posible
que ese recurso de enumeración, que no encontramos sólo en Proverbios, sino
asimismo en otros escritos hebreos (Amós 2 y 3; Job 5:19; 33:14), sea utilizado en parte
para ayudar a su memorización. Y puede, además que sea reflejo del orden que rige el
mundo y su misterio (¿son tres o cuatro las cosas?): ‘Hay tres cosas que no se saciarán,
y una cuarta que no dirá: ¡Basta!’… ‘Hay tres cosas que son incomprensibles para mí, y
una cuarta que no entiendo…’ (Pr. 30:15, 18).
Una sexta característica, que se da con frecuencia en los últimos capítulos de
Proverbios, es el recurso del valor relativo: ‘Esto es más valioso que aquello otro’, o ‘Es
mejor esto que lo otro.’ ‘Mejor es encontrarse con una osa privada de sus cachorros,
que con un necio en su necedad’ (17:12); ‘es mejor ser pobre que mentiroso’ (19:22).
Finalmente, encontramos una serie de dichos que giran alrededor de las
consecuencias del carácter de las personas y su comportamiento. Así, por ejemplo, ‘el
corazón gozoso alegra el rostro’ (15:13); ‘El que cava un hoyo caerá en él; y el que hace
rodar una piedra, sobre él volverá’ (26:27).
Todos esos recursos literarios, junto con algunos otros más, son puestos al servicio
de la instrucción en sabiduría práctica. A medida que se nos va invitando a reflexionar
acerca del mundo de la experiencia humana, podemos aprender lecciones que nos
ayudan a hacer frente a los hechos en mejores condiciones, a gestionar nuestras
posibilidades con mayor provecho, a evitar cometer errores garrafales, a fomentar
amistades genuinas. Dicho de forma resumida, son enseñanzas que nos ayudan a vivir
en sintonía con los caminos de Dios. Mediante el uso de tan amplia variedad de
proverbios, parábolas, dichos y enigmas, se nos plantean a situaciones muy humanas
que demandan recurrir a la prudencia, a la diligencia, al trabajo duro y a la búsqueda de
la justicia (véase Partes 4 y 5). Se nos insta a evitar a quienes desprecian la sabiduría de
Dios o tratan de apartarnos de ella, como ocurre en el caso del necio, el perezoso y el
burlador (véase Parte 2). Se nos previene, además, del peligro del atractivo de las
prostitutas, y del riesgo de unirse a los malvados en su búsqueda de ganancias fáciles.
Descubrimos el valor precioso de la amistad, y también de las maneras en que se puede
infligir daño al amigo. Se nos hace recapacitar acerca del poder, para bien y para mal de
la palabra hablada. Las distintas facetas del matrimonio y la vida familiar son tema
propicio para hacernos comprender el significado profundo del compromiso, de la
entrega, del servicio a los demás y del amor al prójimo. Y todo ello con el telón de fondo
de la sabiduría divina como principio y fundamento de una vida plena, que tiene como
contrapartida la presencia inevitable de la muerte como límite de la existencia terrena.
El estudio de todo ello lo acometeremos centrándonos primero en un análisis más
pormenorizado de la sabiduría que se nos va haciendo explícita en los nueve primeros
capítulos del libro de Proverbios. Exploraremos a continuación la manera en que la
Sabiduría instruye a sus pupilos, junto con algunas de las distracciones que pueden
estorbar su progreso. Tomando perspectiva en base al texto, nos detendremos a
explorar los distintos métodos de los que se vale la Sabiduría para alcanzar su objetivo,
lo cual nos llevará a analizar el estilo, enfoque e imaginación aplicados por el autor a
23
este tipo concreto de literatura. La sección más extensa de Proverbios, que llevará
como título ‘Los Valores de la Sabiduría’, exigirá de nosotros estudiar con detalle las
distintas colecciones de dichos que nos ayudarán a poner de relieve los valores en los
que se fundan los sabios para impartir sus enseñanzas. Y, en todo momento y
circunstancia, trataremos de entablar el oportuno diálogo entre la sabiduría de los
sabios preservada en este texto del Antiguo Testamento, y la sabiduría de Dios dada a
conocer en toda su compleja plenitud en Cristo. Surgirán casos y detalles de la vida y las
experiencias del hombre en este libro de Proverbios que estarán muy alejadas de las
realidades del recién iniciado tercer milenio, y que nos llevarán a cuestionarnos la
pertinencia de su lectura en la actualidad. Pero, por encima de eso, se harán evidentes
unos valores puestos de relieve en virtud precisamente de esos dichos sabios y esos
enigmas tan humanos –esto es, genuinos y muy valiosos valores humanos. Valores que
no por hundir sus raíces en un pasado ya muy lejano dejan por ello de conservar toda
su fuerza. En esta tarea nuestra, como cristianos, de ocuparnos de conocer a Dios, se
impone tratar de averiguar qué repercusión y qué validez han de tener esos valores en
nuestra vida presente y en el mundo del momento, si es que, claro está, hemos de
valorar y aplicar esa sabiduría presente en Proverbios y actualizada tan claramente en la
vida y enseñanzas de Jesucristo.
El presente capítulo puede muy bien concluir regresando al texto sobre el que
descansa el libro de Proverbios como tal:
El temor del SEÑOR es el principio de la sabiduría;
los necios desprecian la sabiduría y la instrucción (1:7).
Eso no es ni exhortación ni mandato, ni ejemplo ni enigma, sino una muy clara y
cierta exposición de los hechos. Temor que sin duda hay que tener, pero significando
aquí ‘obediente reverencia’. Y es, pues, en reverente obediencia al Señor como todo
verdadero conocimiento halla el principio regente. Lo que aquí encontramos es el
comienzo de la sabiduría o, más bien, ‘su factor más prominente y esencial’ (Toy).
‘Comienzo’ que no es tal en el sentido habitual de iniciar algo para después ir
distanciándose de ello. Toy y Kidner ven en ese versículo un lema aplicable a todo sabio
conocimiento en general. La cuestión es que todo verdadero conocimiento de Dios, de
su Palabra y de sus caminos, parte y se mantiene en virtud de una reverente obediencia
a Dios en la forma y alcance de su revelación. David Hubbard lo expresa con muy
atinadas palabras:
Aun cuando [el temor] incluye la práctica de la oración, no por ello termina
ahí; es algo que irradia de nuestra devota adoración en la conducta de lo
cotidiano, viendo cada momento como tiempo perteneciente al Señor, cada
relación personal como oportunidad puesta por el Señor; cada obligación como
orden con su origen en el Señor, y cada bendición como dádiva procedente del
Señor. Constituye, en esencia, una nueva manera de ver la vida y tratar de
averiguar cómo tendría que ser en realidad esa vida desde la perspectiva de
Dios.
24
Enséñame, mi Dios y Rey,
en toda obra a ti verte,
y lo que en toda cosa hago,
¡como para ti hacerlo¡
El hombre que mira en cristal,
el ojo ahí detendrá;
o, si así lo quiere, a través de él pasar
y los cielos espiar.
Todos pueden de ti compartir;
nada hay que tan ruin sea,
que con su ‘para ti’
no vaya a brillar y relucir.
Sirviente con tal trato
divina siente la tarea:
Quien por tu Ley lustra la sala,
en hermoso el lugar y acción convierte.
Esta es la piedra de tal fama
Que en oro transforma a lo que se llega;
pues todo cuanto Dios acoge y roza
en nada menos considerarse pueda.
George Herbert (1593–1633)

El retrato de la Sabiduría
Proverbios 1:1–9:18

Los primeros nueve capítulos del libro de Proverbios nos ofrecen una serie de
distintas representaciones de la Sabiduría. En las páginas que siguen nos iremos
ocupando de ellas. La sabiduría no es ningún concepto abstracto, sino toda una
personificación que toma la en forma de mujer. Hay ocasiones en las que su presencia
se nos muestra en virtud de un único aspecto, resaltándose ahí alguna característica en
concreto por un propósito en particular. En otras, en cambio, aparece de forma
compleja y colorista, casi como un retrato tridimensional. Tomado todo ello en su
conjunto, esas ilustraciones nos ponen en contacto con una mujer que nos comunica la
sabiduría de Dios, señalando un camino a seguir en la vida.
Esta personificación de la Sabiduría no es un (mero) recurso literario, sino que
refleja la naturaleza esencial de la sabiduría bíblica. La Sabiduría tiene cuerpo, y está

25
pensada para la vida. En realidad, nada llega a ser verdaderamente conocido hasta que
no se experimenta en la vida cotidiana.
Hay que esperar al capítulo 8 de Proverbios para encontrar la Sabiduría descrita en
toda su belleza. Pero ya en esos capítulos previos se nos van mostrando rasgos
característicos, y de tal manera que recuerdan los grandes retratos del Renacimiento.
Hay galerías de Arte donde se exhiben los bocetos previos a la obra definitiva, en los
que puede apreciarse el esmero del artista en determinados detalles que, en suma,
hacen de la obra terminada lo que es. Proverbios 1–7 nos ofrece una serie de esbozos
preliminares de la Sabiduría, y ello con anterioridad al retrato pleno de ese capítulo 8.
Los bosquejos preliminares ponen de relieve distintas facetas del papel que viene a
desempeñar la Sabiduría. El especialista Robert Coughnour ha agrupado un cierto
número de temas relativos a la sabiduría presente en las Escrituras, estando muchos de
ellos presentes en los nueve primeros capítulos de Proverbios. El análisis que viene a
continuación, se nutre de ese trabajo suyo con algunas adaptaciones. Para ello,
seleccionaré en este capítulo la parte correspondiente dentro de Proverbios 1–9, que
da forma al retrato de la Sabiduría, ocupándome del resto de su contenido en nuestro
siguiente capítulo.

El vocero de la ciudad (1:20–33)


En primer lugar, la Sabiduría es la que va alertando a voces por todos los lugares de
la ciudad, dirigiendo su encendida alocución a las gentes desde la plaza pública. Pero no
se trata aquí del hombreanuncio, que pasea el cartel de su proclama colgado del cuello,
sino del orador con experiencia que se sube a la plataforma del discurso público,
instando a las gentes a que recapaciten sobre lo absurdo de su conducta antes de que
sea demasiado tarde. Costumbre ésta de arraigada tradición, y que descubrimos como
algo habitual en el entorno social del Antiguo Testamento, siendo las puertas de la
ciudad (1:21) lugares habituales de encuentro con las autoridades del lugar como punto
de reunión para la toma de decisiones, administración de la justicia, y resoluciones
consensuadas sobre el bienestar de la ciudad. En el libro de Rut, es precisamente a la
puerta de la ciudad donde Booz gestiona sus negocios (Rut 4:1). En el libro de Amós (cf.
5:15), los líderes del pueblo son objeto de reprimenda por no haber administrado la
debida justicia en la puerta de la ciudad. Y es también ahora a la puerta de la ciudad
donde la Sabiduría hace su llamamiento. La Sabiduría forma parte, pues, del núcleo de
la vida pública. Como persona, es valiente y pasional, y siempre tiene algo muy serio e
importante que comunicar. Su deseo es que la gente llegue a comprender, y
desaprueba a todos aquellos que no están dispuestos a escuchar, lamentando que sean
tantos los que hacen caso omiso de su consejo, ofreciendo en cambio seguridad y
amparo a los que se avienen a seguirlo.
Proverbios 1:20–33 constituye un poema en tres partes. En la primera de ellas
(20–23), la Sabiduría no es presentada como la que clama en la calle, en las plazas y a la
entrada de las puertas de la ciudad. Su llamada está dirigida a los simples (cándidos),

26
increpándoles por su aparente falta de interés en lo sabio, e instándoles a prestar
atención a su llamamiento. A continuación (24–31), enumera sus faltas, increpándoles
como si ya hubiesen tenido lugar todos esos desatinos, advirtiéndoles sobre las
calamidades que van a sobrevenirles. Los versículos 24–27 van dirigidos de forma
expresa a aquellos que se muestran burlones, puede que incluso estorbando su
discurso. Pero será la Sabiduría la que se ría la última (26). Es entonces cuando se dirige
a todas las personas en general enunciando lo que también les espera a ellas (28–31). El
versículo 28 expone con gran dramatismo lo que puede ocurrirles a aquellos que
recurren a la oración cuando ya es demasiado tarde, algo que es advertido asimismo,
por ejemplo, en Is. 65:24. Por último, en esos dos versículos que ponen fin al poema
(32–33), la Sabiduría resume su mensaje: el desvío de los que ignoran la sabiduría
vendrá a suponer su fin, siendo en comparación mucho más esperanzador para los que
prestan atención:
La sabiduría clama en la calle,
en las plazas alza su voz;
clama en las esquinas de las calles concurridas;
a la entrada de las puertas de la ciudad pronuncia sus discursos.
¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza,
y los burladores se deleitarán en hacer burla,
y los necios aborrecerán el conocimiento?
Volveos a mi reprensión:
he aquí, derramaré mi espíritu sobre vosotros,
os haré conocer mis palabras.
Porque he llamado y habéis rehusado oír,
he extendido mi mano y nadie ha hecho caso;
habéis desatendido todo consejo mío,
y no habéis deseado mi reprensión;
también yo me reiré de vuestra calamidad,
me burlaré cuando sobrevenga lo que teméis,
cuando venga con tormenta lo que teméis,
y vuestra calamidad sobrevenga como torbellino,
cuando vengan sobre vosotros tribulación y angustia.
Entonces me invocarán, pero no responderé;
me buscarán con diligencia, pero no me hallarán;
porque odiaron el conocimiento,
y no escogieron el temor del SEÑOR,
ni quisieron aceptar mi consejo,
y despreciaron toda mi reprensión;
comerán del fruto de su conducta,
y de sus propias artimañas se hartarán.
Porque el desvío de los simples los matará,
y la complacencia de los necios los destruirá.

27
Pero el que me escucha vivirá seguro,
y descansará, sin temor al mal.’
La Sabiduría ofrece su consejo en la plaza pública. No se trata, pues, de un
conocimiento secreto, ni de una opinión religiosa privada. La Sabiduría puede
encontrarse, y su consejo puede ser oído, en el ámbito de lo público. En los lugares del
común de la existencia, donde la gente desarrolla su vida, entabla relaciones, aprende
sus oficios, se ocupa de la salud y se previene de la muerte, puede escucharse a la
Sabiduría de Dios. De ahí que ahora ella rete a sus oyentes. Hay que tomar una
decisión, imposible quedarse al margen. No hacerlo aboca a una existencia muerta en
vida y a un desastre definitivo. O se opta por el camino que muestra la Sabiduría,
ocupándose debidamente de distinguir entro lo prioritario y lo accesorio, eligiendo
andar en la luz del conocimiento de Dios, o se niega uno a seguir por el camino que
indica la Sabiduría, acabando entonces en un callejón sin salida. ¿Hasta cuándo van a
estar los simples despreciando ese conocimiento?

La Sabiduría tiene que ser buscada (2:1–9)


El segundo apunte que se nos ofrece es muy distinto. La Sabiduría nos es
presentada ahora no sólo como la divulgadora de la presencia de Dios en este mundo,
sino como entidad que en ocasiones desaparece y oculta sus tesoros, forzándonos así a
emprender su búsqueda. El haberse hecho patente en primer lugar en el entorno de lo
público no forma parte de un plan estratégico para coaccionar a sus oyentes. Su actitud
es más señuelo que indicación específica. Lo que nos ofrece es como un tesoro, digno
de ser buscado con afán. La invitación a escuchar esa sabiduría es en realidad instancia
a escuchar al propio Dios, a discernir su presencia en el mundo y a prestarle la debida
atención. Pero eso ha de ser no sólo en momentos especiales, o cuando, por así decirlo,
Dios se manifiesta en el espacio de lo ‘público’, sino en todo momento y circunstancia,
incluso allí donde y cuando Dios está oculto. Jean-Pierre de Caussade (1675–1751) dio
expresión, ahora ya clásica, a la noción de lo extraordinario como ‘lo sacramental en el
momento del presente’, y ese es justamente el pensamiento que encontramos de
continuo en los escritos de los sabios del Antiguo Testamento. Esos hombres de Dios
tenían una percepción de la divinidad que estaba presente en todo momento y
circunstancia, discerniendo su presencia en todas las cosas. Y eso era así tanto en los
momentos de bonanza como en la adversidad, allí donde y cuando Dios parecía
ausente. La Sabiduría de Dios es característica constante de la esencia de todas las
cosas, pero, sin embargo, es necesario dar con ella. La Sabiduría hay que buscarla.
Cuando se la encuentra, su presencia viene a ser como un escudo protector para la
aventura de la vida.
Proverbios 2 comienza con una dilatada frase cuyos distintos apartados resaltan lo
elusivo de esa Sabiduría. Merece la pena, sin embargo, resaltar los verbos utilizados en
la primera sección: aceptar (1), atesorar (1), dar oído (2), inclinar el corazón (2), clamar
(3), buscar (4), procurar (4), pues son verbos que tienen su nexo con diversos casos que

28
se plantean con un hipotético Si. En los versículos 5–9, encontramos las respuestas. Si el
caso es éste (1–4), entonces ocurrirá esto otro (5–9): entonces entenderás (5, 9) y
descubrirás (5).
Hijo mío, si recibes mis palabras,
y atesoras mis mandamientos dentro de ti,
da oído a la sabiduría,
inclina tu corazón al entendimiento;
porque si clamas a la inteligencia,
y alzas tu voz al entendimiento,
si la buscas como a plata,
y la procuras como a tesoros escondidos,
entonces entenderás el temor del SEÑOR,
y descubrirás el conocimiento de Dios.
Porque el SEÑOR da sabiduría,
de su boca vienen el conocimiento y la inteligencia.
Él reserva la prosperidad para los rectos,
es escudo para los que andan en integridad,
guarda las sendas del juicio,
y preserva el camino de sus santos.
Entonces discernirá justicia y juicio,
equidad y todo buen sendero.
Con nuestra mente podemos llegar a comprender parte de la sabiduría de Dios,
siendo, sin embargo, algo que requiere esfuerzo. Cuando eso ocurre, descubrimos que
la sabiduría de Dios es un don preciado. Dios es la fuente de toda sabiduría; todo
conocimiento procede de Él. Cuando las personas viven en sintonía con los caminos de
Dios, el don precioso de la esencia humana queda protegido y salvaguardado.
Una de las formas de protección que nos ofrece la Sabiduría es ante la injusticia. La
Sabiduría ‘guarda las sendas del juicio’ (8 BA). Tenemos que ser precavidos para no
deducir conceptos propios de la cultura occidental a partir de un término hebreo. Hay
ocasiones, en las que el concepto ‘justicia’ significa poco más que ‘trato justo’. La
justicia de Dios a la que se hace referencia a lo largo del Antiguo Testamento incluye
esa acepción, pero con mayor profundidad. De hecho, la justicia de Dios guarda relación
con una manera correcta de comportarse en la vida –por decreto real– dada a conocer
de antemano por Él mismo. La justicia de Dios es ‘la verdad de Dios convertida en
realidad’. Su esencia queda recogida en Deuteronomio 5:33: ‘Andad en todo el camino
que el SEÑOR vuestro Dios os ha mandado, a fin de que viváis y os vaya bien, y
prolonguéis vuestros días en la tierra que vais a poseer.’ La justicia es también fuente
de redención. Isaías habla de un Dios ‘justo y salvador’ (Is. 45:21), componiéndose la
justicia de Dios, por una parte, de rectitud y bondad y, por la otra, de su misericordia y
un amor constante. Cuando la Sabiduría ‘guarda las sendas de la justicia’, se puede dar
por incluida una justicia social que exige equidad en las oportunidades y recursos al

29
alcance de todas las personas en un mundo que pertenece a Dios, pero sin olvidar por
ello, hacer más clara la senda que nos lleva a conocer la voluntad de Dios, para ese
recto vivir que se deriva de su bondad y su compasión. Cuando se transita por los
caminos de la Sabiduría se ‘discierne justicia y juicio’ (9), porque sus sendas conducen al
bien. Estos son, pues, algunos de los temas clave que Proverbios ilustrará en capítulos
posteriores.

Una personalidad atrayente (2:10–15)


En tercer lugar, cabe decir que la Sabiduría tiene una personalidad atractiva y
halagadora, propiamente femenina. El conocerla es una auténtica delicia. Además,
comparte de buen grado su vida con nosotros, impartiendo gozo de forma positiva y
tremendamente vivificante.
Un término clave en el conjunto de estos seis versículos es ‘grato’ (10); palabra que
tiene que ver con un conocimiento que penetra profundamente en el corazón, y
asimismo, guarda relación con la protección que la Sabiduría proporciona para evitar el
camino de los impíos. Es parte inherente al atractivo de su personalidad, que la
Sabiduría se abra camino hacia nuestros corazones –protegiendo (11), guardando (11) y
salvando (12).
Porque la sabiduría entrará en tu corazón,
y el conocimiento será grato a tu alma;
la discreción velará sobre ti,
el entendimiento te protegerá,
para librarte de la senda del mal,
del hombre que habla cosas perversas;
de los que dejan las sendas de la rectitud,
para andar por los caminos tenebrosos;
de los que se deleitan en hacer el mal,
y se regocijan en las perversidades del mal,
cuyas sendas son torcidas,
y se extravían en sus senderos.
Se aprecia, inconfundible, una nota precautoria: no todo anda como es debido en
este mundo. El pecado está presente, junto con la estulticia y la pereza. Los seres
humanos pueden infligirse daños unos a otros hasta el punto de destruirse. Están
aquellos cuyas palabras son perversas y cuyo placer está en practicar el mal. Pero
cuando la Sabiduría entra en tu corazón (10) y pasa a formar parte de tu ser moral y
pensante, la armonía que se establece entre la obra creada por Dios y el alma humana
es algo extraordinario que produce una intensa felicidad. Dicho con otras palabras, la
Sabiduría contribuye a que nos sintamos bien y en armonía con el mundo, a salvo bajo
la protección divina. En los círculos políticos se habla de lo primordial del ‘factor
sentirse bien’, que se supone es el factor que da la medida del éxito de la gestión de un

30
gobierno: si la economía prospera, si el futuro se muestra esperanzador, y si todos los
demás factores acompañan. El concepto ‘sentirse bien’ resulta de lo más adecuado a la
hora de expresar con palabras lo que Proverbios sugiere que debería estar presente en
la búsqueda de la Sabiduría. Mantenerse en contacto con Dios, andar en los caminos de
justicia y equidad marcados por Dios, esto es, hacerle un hueco a la Sabiduría en el
propio corazón, viene a traducirse en un sentimiento de seguridad y protección que
fomenta un ‘sentirse bien’ en la presencia divina y el mundo surgido de su mano. La
Sabiduría se manifiesta ahí unánime con el autor de Génesis 1, al informarnos de esa
satisfacción experimentada por Dios a la vista del orden surgido como consecuencia de
su palabra, ante la humanidad misma, y que fue de suma aprobación: ‘Esto es bueno,
verdaderamente muy bueno’.

La Sabiduría celebra la vida (3:13–18)


Un cuarto tema viene a ocuparse de retomar el punto anterior, asumiendo además
la tarea de desarrollarlo. La Sabiduría es personaje que se goza en la vida y Proverbios
se hace ciertamente eco de ese tono de celebración, de práctica adoración religiosa,
que invita a vivir la existencia en toda su plenitud, con la Sabiduría a la cabeza indicando
el camino.
¡Bienaventurada la persona que halla sabiduría! Así es como comienza ese
extraordinario poema breve que se encarga de celebrar a la Sabiduría, considerándola
mayor ganancia que la plata, más útil que el oro fino, y más preciosa que las joyas. Y si
ello es así, es porque sus beneficios son más duraderos: larga vida (16), riquezas y honra
(16), caminos agradables (17), paz (17) y una existencia feliz, o una larga vida (que es
probablemente el principal significado aquí de árbol de vida (18). Así, todo aquel que lo
alcance será bienaventurado.
Bienaventurado el hombre que halla sabiduría
y el hombre que adquiere entendimiento;
porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata,
y sus utilidades mejor que el oro fino.
Es más preciosa que las joyas,
y nada de lo que deseas se compara con ella,
larga vida hay en su mano derecha;
en su mano izquierda, riquezas y honra.
Sus caminos son caminos agradables
y todas sus sendas, paz.
Es árbol de vida para los que de ella echan mano,
y felices son los que la abrazan.
Este breve poema es una especie de himno de alabanza a la Sabiduría, y tiene
características que lo diferencian de cualquier otra cosa que podamos haber visto por el
momento. En un estilo literario que recuerda al de Job 28 en mayor medida que el resto

31
de Proverbios. El poema cuenta con unas secciones de instrucción, precedidas de las
palabras ‘hijo mío’ (3:1, 11, 21). Cabe pensar que el editor lo ha situado ahí para
resaltar el nexo de unión entre las enseñanzas de las escuelas de sabiduría y la propia
Sabiduría. Pero, al fin y a la postre, nada hay que pueda compararse a la Sabiduría del
propio Dios como origen y núcleo de toda enseñanza.
Thomas Traherne, poeta inglés de siglo XVII, que quizás sea el que mayores
esfuerzos dedicó a celebrar la obra de la Creación de Dios y el gozo sublime de vivir en
ese mundo, lo expresa con palabras muy certeras.
El goce del mundo nunca vendrá a ser completo mientras no seamos capaces de
despertarnos cada mañana como en una Corte celestial, discerniendo en tierra,
aire y cielos el Palacio del Padre que, solícito, nos procura el gozo, viéndonos
entonces movidos a reverente estima de la suma de todo ello, tal como si
anduviéramos en compañía de ángeles. Y no habrá habido, ni habrá jamás,
prometida que tan hermosa cámara haya podido jamás disfrutar.
La iglesia cristiana no siempre se ha manifestado clara y rotundamente a favor
de la celebración del mundo creado. Con independencia del posible significado
ulterior del verso de William Blake, hay que reconocer su justeza al reflejar la
realidad de una situación inadmisible: ‘curas de negra sotana ejecutan su ronda
de control, coronando de espinos mis gozos y anhelos’.
Pero la Sabiduría es aquí (18), muy al contrario, presentada como un árbol que
produce vida, en expresión quizás que apunta a la fuente de una larga existencia vivida
en paz y tranquilidad. Ese árbol de vida lo encontramos también en otras partes de la
Biblia (cf. Gn. 2:9). En esa triste historia, el hombre y la mujer comen el fruto del otro
árbol. ¡Qué distinto habría sido todo si hubiesen tomado la fruta del árbol de la vida en
vez de hacer caso a la serpiente! Pero lo cierto es que la historia no se acaba con su
apartamiento del árbol de la vida (Gn. 3:22), pues el árbol sigue ahí dispuesto a dar su
fruto a todos aquellos que traben conocimiento con la auténtica Sabiduría de Dios. Ese
árbol providencial todavía continúa retoñando y ofreciendo su fruto, allí en la orilla del
agua de vida en la Jerusalén celestial (Ap. 22:2). Y las hojas de ese árbol servirán para
dar salud a las naciones. Así, en Proverbios 3, el fruto del árbol de la Sabiduría sustenta,
deleita y colma de bendición a todos cuantos lo encuentran. La vida es un tesoro que
hay que agradecer jubilosos. Y ciertamente los caminos de la Sabiduría son de paz,
integridad, salud, contentamiento – y no sólo para solaz de nuestro propio corazón,
sino como fuente y origen de toda fructífera red de relaciones personales a escala
mundial.
El SEÑOR, se nos dice en el Antiguo Testamento, es Paz (Jue. 6:24). La paz suele
asociarse con la venida del reino del Mesías (Is. 9:5ss). Pero la paz no es tan sólo
ausencia de hostilidades o guerra declarada, ni tampoco cese de los conflictos, y
enterrar, por así decirlo, el hacha de guerra. El reino de la paz se basa en una práctica
sistemática de ‘una recta justicia’ (Is. 9:7). El término hebreo para ello es Shalom, y
abarca todo lo que Dios le da al ser humano para su bienestar en cualquiera de las
32
áreas de la vida. Cuando el SEÑOR da su Shalom, reina la prosperidad (Sal. 72:1–7), la
salud (Is. 37:19), la reconciliación (Gn. 26:29) y el contentamiento (Gn. 15:15; Sal. 4:8).
Asimismo, cuando el Shalom del SEÑOR está presente, imperan las relaciones cordiales
entre las naciones y entre las gentes (1 Cr. 12:17–18). Lo que tenemos ahí, pues, es una
auténtica dimensión tanto personal como social. ‘Buscad el bienestar [shalom] de la
ciudad adonde os he desterrado’, dice Dios por boca de su profeta Jeremías, ‘y rogad al
SEÑOR por ella, porque en su bienestar [shalom] tendréis bienestar [Shalom]’ (Jer. 29:7,
BA). El Shalom, pues, es lo que tiene que ver con la rectitud y la justicia. Bendición,
beneficio, riquezas, honores, rectitud y justicia: todo ello dones de la Sabiduría a
quienes la encuentran. La vida en este mundo es una realidad que ha de ser afirmada,
celebrada y disfrutada, y la Sabiduría será la que vaya marcando el camino.

La Sabiduría explora (4:1–9)


Este párrafo añade una nueva pincelada a la presentación de la Sabiduría. El
hombre sabio está instruyendo a su hijo (1–5), pero pronto deriva a una loa de la propia
Sabiduría (4:6–9).
El párrafo comienza como una especie de introducción a algunas de las otras
secciones dedicadas precisamente a la instrucción. Este padre apremia a sus hijos a que
presten atención (1), pasando entonces a rememorar su propia crianza (3–4) y a
recomendar la Sabiduría (5) describiendo sus muchas ventajas (6–9).
Oíd, hijos, la instrucción de un padre,
y prestad atención para que ganéis entendimiento,
porque os doy buena enseñanza;
no abandonéis mi instrucción.
También yo fui hijo para mi padre,
tierno y único a los ojos de mi madre,
y él me enseñaba y me decía:
retenga tu corazón mis palabras,
guarda mis mandamientos y vivirás.
Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia,
no te olvides ni te apartes de las palabras de mi boca.
No la abandones y ella velará sobre ti,
ámala y ella te protegerá.
Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría,
y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia.
Estímala, y ella te ensalzará;
ella te honrará si tú la abrazas;
guirnalda de gracia pondrá en tu cabeza,
corona de hermosura te entregará.
Llegados a este punto, merece la pena detenerse a examinar esos cuatro primeros

33
versículos concebidos dentro de la tradición de educación en familia propia del Antiguo
Testamento. Se esperaba que los padres mostraran un interés particular en la crianza y
amor a los hijos, dimanando de ello la autoridad necesaria para impartir enseñanzas
relativas a la vida. En palabras de Deuteronomio, y en relación a los mandamientos
divinos: ‘Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y
diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu
casa…’ (Dt. 6:6–7). La responsabilidad paterna conlleva el ejercicio de una forma de
autoridad que fomenta un crecimiento en madurez. Es esa clase de autoridad que le da
al pupilo la libertad necesaria para ‘adquirir sabiduría y discernimiento’. Y nada más
alejado de ello que un espíritu que estorbe o ahogue el deseo de explorar y descubrir.
A no dudar, uno de los puntos que esta sección deja bien claro, aunque igualmente
presente en 3:13ss., es que el camino que conduce a la Sabiduría se caracteriza por su
espíritu abierto e inquisitivo, su patente disposición a explorar y descubrir. Los verbos
clave aquí son ganar, retener, guardar, adquirir, amar, abrazar. Merece la pena
buscarla. Y la recompensa de esa búsqueda leal y constante de la Sabiduría es guirnalda
de gracia y corona de hermosura, gozoso adorno digno de un espíritu de celebración. La
vida de la persona que alcanza un sabio conocimiento se verá enriquecida y
ennoblecida, y ello de forma permanente, tal es su lealtad. Tan sólo será entonces
necesario seguir abierto a sus palabras y los caminos que vaya señalando. Toda una
advertencia, pues, para cuantos se cierran al mundo, empecinándose en la rutina
empobrecedora de lo local y lo siempre conocido. El llamamiento que hace la Sabiduría
traspasa las barreras de raza y nacionalidad (cf. 8:4). Absolutamente nadie queda
excluido de sus dones, salvo los necios, los que se burlan de ella, y aquellos que la
rechazan displicentes. Así, que tan sólo la hallarán quienes la hayan buscado con
denuedo y con un genuino deseo de aprender y saber.
Los cinco esbozos trazados han estado basados en unos pasajes concretos dentro de
Proverbios, incluyéndose el texto en particular en cada caso. Las dos siguientes
secciones van a apartarse un poco de la visión panorámica que ofrecen los capítulos
1–9, centrándose en dos rasgos de la naturaleza de la Sabiduría que aparecen en un
cierto número de versículos aislados, pero que de hecho vuelven a ser reseñados en
posteriores capítulos de Proverbios. Estos dos rasgos, ambos de capital importancia,
son la justicia y el orden.

La Sabiduría se alía con la justicia


La naturaleza propia de la Sabiduría hunde sus raíces en la justicia. Andar en sus
caminos supone hacerlo en completa rectitud. La ética de la Sabiduría es una ética de
justicia, y toda una invitación tanto a practicarla como a requerirla. Según se avanza en
la lectura del texto, se va haciendo patente su importancia como fundamento básico en
las relaciones humanas. Ya hemos tenido ocasión de comprobar, en estos capítulos del
inicio, la presencia constante de las ‘sendas de justicia’ (8:20).
El deseo y ordenanza expresa de Dios para una vida recta conlleva el entendimiento

34
y la práctica de esa justicia. Justicia que, de suyo, está inextricablemente unida a la
recta bondad, en misericordia y amor, de Dios mismo. Pero la justicia incluye igualdad
social. En el mismísimo primer capítulo leíamos que uno de los propósitos de la
sabiduría es que impere la justicia, en juicio y en equidad (1:3). Algo que se enfatiza de
nuevo en 2:9. En el capítulo 8, la Sabiduría manifiesta que gracias a ella ‘los reyes
reinan, y los gobernantes decretan justicia’ (8:15). Aun así, la ética de la Sabiduría se
manifiesta de forma muy distinta a las ordenanzas de los libros de leyes del Pentateuco,
y asimismo de lo proclamado por los profetas del Antiguo Testamento. El llamamiento
que la Sabiduría hace a la justicia es más sutil. No apela a las reglas impositivas según
una ética rígida, ni a leyes que obedecer y códigos que adoptar. La moral que fomenta
la Sabiduría va más allá de la ley y sus ordenanzas, pues su justicia es más personal y
profunda que un mero comportamiento legalista. Su forma de presentar la justicia es
mediante parábolas y enigmas referentes a la vida, invitándonos a aplicarla a título
propio. Es como si nos estuviera diciendo: ‘¡Atención! Esto es una muestra de lo que
puede ser la justicia; aplicadlo a vuestra propia experiencia y juzgad dónde os
encontráis’. Así, por ejemplo, la Sabiduría nos enfrenta a la situación de los pobres: ‘El
que se mofa del pobre afrenta a su Hacedor’ (17:5). Le preocupa que no se aplique el
trato justo en el comercio: ‘La balanza falsa es abominable al SEÑOR, pero el peso cabal
es su deleite’ (11:1). Y se insiste en la total imparcialidad. ‘No es bueno mostrar
preferencia por el impío, ni en el juicio dar de lado al justo’ (18:5). La Sabiduría nos
presenta lo que debería ser para, acto seguido, encararnos con nuestra propia
conducta. ¿Dónde nos encontramos nosotros? ¿Nos mofamos del pobre – o lo
ignoramos cuando nos lo encontramos bajo el puente o en los soportales? ¿Engañamos
en el peso, y no somos del todo honestos en nuestra declaración a Hacienda? ¿Somos
parciales en nuestro enjuiciamiento de los demás, no hablamos con total sinceridad y
permitimos que se critique a otros en nuestra presencia sin intervenir a su favor? El
verdadero camino de vida plena es el camino trazado por Dios que, en esencia,
constituye su rectitud y su justicia. Y justamente de todo eso se ocupa la Sabiduría,
haciendo inquisitiva la pregunta decisiva: ¿Es eso lo que tú practicas?

La Sabiduría disfruta con el orden


La búsqueda de la Sabiduría suele caracterizarse por ser una búsqueda de orden. La
imagen de la Sabiduría alzando su voz por calles y plazas (1:20) evoca lo cotidiano. Al
situarnos en la esfera de lo habitual, está invitándonos en realidad a abrirnos al mundo
que conocemos y a hacernos responsables de ese conocer: ‘Sois parte de lo que os
rodea y tenéis que asumir vuestra parte de responsabilidad.’ La confianza de la que
hace gala se basa en el supuesto de un mundo que tiene un orden. Gran parte del
contenido de Proverbios trata precisamente de eso, de instrucciones al lector para una
vida ordenada. A medida que vayamos adentrándonos en el texto, exploraremos los
contrastes entre ‘lo recto’ y ‘lo perverso’, pero lo cierto es que la introducción al tema
está aquí mismo. La búsqueda de la integridad demanda integridad (10:9), instrucción y

35
conocimiento (10:17) y sentido común (13:19). Robert Coughenour lo expresa así: ‘Sea
como fuere que lo denominemos, ese orden que buscamos es toda una confesión de fe
en que la vida es buena, que la salud y la integridad son metas alcanzables, y que las
buenas relaciones comunitarias son una forma sabia de vivir.’ Dicho con otras palabras,
cuando, como pueblo cristiano, nos planteamos en serio en qué consiste la auténtica
sabiduría, nos abrimos a la multiforme realidad del entorno en que estamos y en el que,
de hecho, podemos celebrar y gozar de la existencia.
Para el pueblo del pacto en el Antiguo Testamento, esa realidad era muy diferente
de lo que hoy vivimos. El distinto entorno cultural es siempre condicionante, y la
presente sociedad occidental, de pensamiento ilustrado, presenta circunstancias y retos
distintos. Nuestro entramado social, nuestros presupuestos básicos y nuestro orden de
prioridades son en muchas formas distintos a los que aquellos israelitas
experimentaron. Pero no por ello necesitamos en menor medida una idéntica sabia
instrucción. Y precisamente por no ser ni menos ni más que ellos, necesitamos dar
forma a una cultura social en la que ser y manifestarnos – familias, comunidades,
iglesias, y todo lo demás igualmente. La Sabiduría nos alerta de que, para vivir una vida
en plenitud, ‘el entorno en el que vivimos’ necesita ser fiel reflejo de unos valores y de
un orden y un carácter que sean reflejo y eco de Dios mismo, al tiempo que nos
advierte asimismo de la necesidad de que estemos abiertos a recibir y a aprender de
quienes están en nuestro entorno. El orden instituido por Dios no se halla únicamente
presente en nuestra familia y en nuestra iglesia. La sabiduría de Dios se nos hace
patente al abrirnos a los demás. El libro de Proverbios ilustra de esto en la medida en
que algunos de sus textos se nutren y adaptan enseñanzas sabias al margen del entorno
propiamente cristiano. No hay nada, pues, en el mundo de lo que deberíamos
ocultarnos, distanciarnos y ser un círculo aparte, excepto todo aquello que tenga que
ver con la necedad, la desidia y el desprecio de los caminos instituidos por Dios, y ello
justamente en la medida en que nos neguemos a escuchar y hacer caso a la voz de la
Sabiduría.

La Sabiduría revela el orden de la creación (3:19–20)


Sustentando todo lo que hasta ahora se ha dicho sobre la riqueza de la vida humana
y el orden del mundo en que vivimos y somos, hay una teología fundamental de la
creación. La verdadera Sabiduría es la que procede de Dios Creador. Hay partes del
Antiguo Testamento que, sin duda, conceden gran importancia a Dios como Legislador y
Redentor. Pero, aun siendo aspectos que el libro de Proverbios también tiene en
cuenta, lo cierto es que la preferencia está, con diferencia, en Dios como creador del
mundo. Llegados a este punto, además, el retrato de la Sabiduría se convierte en algo
más rico y pleno, pues la Sabiduría ahora no es tan sólo la voz que se puede oír
clamando por las calles, instando a las gentes a seguir los caminos trazados por Dios
Creador, ni tampoco se trata de un personaje que atraiga por su oferta de bendiciones,
ni de una figura que se encuentre oculta y haya que afanarse por encontrar. La

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Sabiduría es vista en realidad como un principio consustancial al orden creado.
Volvamos ahora a algunos versículos clave que habíamos dejado a un lado en el
capítulo 3.
Lo que encontramos en los versículos 19 y 20 del capítulo 3, como continuación del
pequeño himno que ensalza a la sabiduría sin referencia explícita a Dios (3:13–18), es
una enfática reafirmación de Yavé como centro y origen de todas las cosas (19). La
Sabiduría viene de Dios y es instrumento usado en su obra creadora, pero aun así,
infinitamente superior a todo lo demás creado, siendo el caso que ella existía antes de
que el mundo fuera hecho. La Sabiduría representa el conocimiento supremo de Yavé.
Con sabiduría fundó el SEÑOR la tierra,
con inteligencia estableció los cielos.
Con su conocimiento los abismos fueron divididos
y los cielos destilaron rocío.
Es muy posible que estos versículos fueran en origen una unidad independiente. El
centro de interés no radica ahí en la Sabiduría, sino en el propio Yavé. El énfasis recae
sobre el SEÑOR. La sabiduría es instrumento en sus manos.
La Sabiduría sobre la que se nos pone en antecedentes es la sabiduría de Yavé en
persona. Y es, pues, imagen que ya encontrábamos elaborada en el capítulo 8, e
igualmente en el majestuoso poema de Job 28. En el contexto propio de Job, la
descripción que de ello hace el Profesor Frances Young es apropiada: la Sabiduría
consiste en la Ordenación de todo Aquello en estado Salvaje.
Proverbios quizás se ocupe más de la belleza de la Sabiduría que de su lado
indómito, pero tanto Proverbios como Job nos llevan a enfrentarnos con su tremenda
belleza, con lo que de ingenio creativo encontramos ahí, con el orden que subyace a
todo lo creado. La obra creadora de Dios ilustra la grandeza de su persona y el cuidado
que tiene de su pueblo. El comentario de Toy viene así a contrastar esta visión de la
capacidad de la Sabiduría en el ámbito de toda la creación con otros aspectos ya
manifestados en otros poemas relativos a la creación: la preocupación social de Génesis
2 y la confianza que han de tener en que ellos son en verdad su pueblo y que, como tal,
tienen su lugar en el mundo, algo ya apuntado en Génesis 1. La Sabiduría se halla tras la
dirección divina de todo cuanto de material hay y acontece en el mundo.
Proverbios 3:19–20 aparece, pues, insertado en medio de un capítulo de
instrucciones relativas a la forma correcta de vivir. La persona que halla sabiduría –en
sintonía con los designios de Dios para este mundo por Él creado, y que vive a la luz del
orden establecido por Dios al respecto– será la que en verdad esté teniendo vida.
Citando una vez más a Hubbard:
La argumentación es obvia: si Yavé, con la sabiduría como instrumento, ha
llevado a buen fin las maravillas de las varias fases de la creación –asentando el
mundo sobre sus cimientos, disponiendo los cielos en su debido lugar, haciendo
brotar los manantiales y arroyos que riegan la tierra, y las nubes que regalan su
rocío–, imaginemos todo lo que aún sería capaz de hacer… lo que de hecho Yavé
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vendrá a hacer por medio de la sabiduría en las vidas de cuantas personas vayan
a ir descubriéndola.
El camino de la sabiduría, a pesar de la perversidad humana que amenaza con
arrasar todo cuanto de bueno ha creado Dios, pasa por el tamiz del orden creado.
Proverbios pone a nuestra disposición diversas formas de llegar a entender qué significa
eso en el terreno de la experiencia práctica. De hecho, partiendo del capítulo 10 en
adelante, encontramos una muy notable abundancia de ejemplos prácticos relativos a
lo que una adecuada manera de vivir la vida viene a significar en distintos contextos.
Así, aquí, en Proverbios 3 se nos recuerda una verdad más fundamental: que la vida
entera tiene su sostenimiento y razón de ser en la manifestación del amoroso poder
creativo de Dios.
Proverbios busca, además, recordarnos que eso no es algo aplicable en exclusiva a
la existencia humana. Génesis 1, como ejemplo primordial del hecho de la creación, se
ocupa in extenso de los árboles, plantas, reptiles, animales terrestres y demás mundo
creado, antes de llegar al ser humano. Todos tienen un lugar en los propósitos de Dios
para su creación. Y todos son igualmente parte de un mundo del que Dios dijo: ‘Bueno
es.’ Los distintos autores de Proverbios saben que el hombre no es el único ser de la
Creación. Los animales y toda especie viva forman igualmente parte de ese mundo. La
hormiga ejemplifica para el haragán el espíritu de tesón y buena administración (Pr.
6:6–8); el águila y la serpiente nos asombran por sus cualidades (30:19); el caballo
(21:31), el tejón, la langosta, el lagarto, el león, el gallo y el macho cabrío (30:26–31),
todos ellos, en suma, tienen su lugar en la comparación. La totalidad del orden creado
tiene su existencia en Dios.
Con excesiva frecuencia, la iglesia cristiana es criticada por poseer una fe que, según
se argumenta, exalta la vida humana como superior a toda otra posible forma de vida,
contribuyendo así a la crisis ecológica de nuestro tiempo. Es cierto, y cómo negarlo, que
los textos del Génesis relativos al ‘señorío’ que ha de ejercerse sobre la creación han
sido erróneamente interpretados por algunos dentro del seno de la iglesia como una
licencia otorgada al ser humano de parte de la divinidad para explotar el orden creado a
nuestro antojo. El historiador norteamericano Lynn White Jr. es invocado con
frecuencia citando esas acerbas palabras suyas de crítica al cristianismo por ser ‘la
religión más antropocéntrica que el mundo haya conocido jamás’, achacando a la iglesia
medieval el actual estado de contaminación ambiental. Como contraste, otros muchos
han señalado, y con toda razón, que fueron precisamente los incentivos mercantiles,
surgidos a raíz de la Revolución Industrial, los que tienen la mayor parte de la culpa. Y
son asimismo muchos los autores cristianos que han hecho ver que el cristiano está
muy seriamente llamado a ejercer esa mayordomía con responsabilidad absoluta, y que
el haber sido los seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios conlleva la
responsabilidad de ser ‘gestor territorial’ responsable del bienestar de todas las
criaturas. El autor de Proverbios 12:10 lo expresó con total claridad: ‘El justo se
preocupa de la vida de su ganado.’ Y es evidente que el profeta Oseas (2:18) incluye a
los animales dentro de los propósitos del pacto de Dios. Los cristianos deberían estar al

38
frente de todo debate ecológico, trabajando por un mejor entendimiento y respeto del
planeta, y ello tanto en lo que respecta al bienestar de las personas, como en el cuidado
de los animales. La forma de actuar de la Sabiduría pasa por el arte de encontrar el
camino adecuado por el que salir adelante según las diversas situaciones y lugares, y
ello acorde con el orden instituido por Dios en la creación atendiendo a su
preservación.

El retrato al completo (8:1–31)


En Proverbios 8 la presentación al completo de la Sabiduría y su forma de actuar
alcanzan su punto máximo, y haríamos bien en detenernos a considerar esa realidad
con cierto detalle, pues da cohesión a mucho de lo ya dicho. Este extraordinario
capítulo, calificado por un especialista como ‘la cima del discipulado cristiano’,
comienza con una muy elaborada y extensa llamada de atención (1–11), que introduce
un párrafo relativo a los méritos y ventajas de seguir los caminos de la Sabiduría
(12–21), para, acto seguido, celebrar la autoridad de la Sabiduría como partícipe en la
creación divina (22–31). El capítulo termina con una petición final de atención (32–36).
La personificación de la Sabiduría como mujer que clama por calles y plazas
llamando la atención de cuantas personas encuentra a su paso, alcanza su máxima
expresión precisamente en este capítulo. El retrato al completo de la sabiduría había
tenido su inicio en 1:20–33, con un breve repaso en 7:4. Pero ahora las distintas
tonalidades que le prestan viveza se hacen más ricas y evidentes.
Nuestro primer análisis se ocupa de 1–11. Como ocurre con otros discursos de la
Sabiduría, la llamada de atención va dirigida a los simples (5) y asimismo al total de los
hombres (4). El mensaje es el mismo. La Sabiduría convoca (1, 4, 6). Lo que tiene que
comunicar es de suma importancia y para beneficio de las gentes (5, 6, 7). El premio por
prestar atención es grande (9, 10, 11).
¿No clama la sabiduría,
y levanta su voz la prudencia?
En la cima de las alturas, junto al camino,
donde se cruzan las sendas, se coloca;
junto a las puertas, a la salida de la ciudad,
en el umbral de las puertas, da voces:
Oh hombres, a vosotros clamo,
para los hijos de los hombres es mi voz.
Oh simples, aprended prudencia;
y vosotros, necios, aprended sabiduría.
Escuchad, porque hablaré cosas excelentes,
y con el abrir de mis labios rectitud.
Porque mi boca proferirá la verdad,
abominación a mis labios es la impiedad.
Conforme a la justicia son todas las palabras de mi boca,

39
no hay en ellas nada torcido ni perverso.
Todas son sinceras para el que entiende,
y rectas para los que han hallado conocimiento.
Recibid mi instrucción y no la plata,
y conocimientos antes que el oro escogido;
porque mejor es la sabiduría que las joyas,
y todas las cosas deseables no pueden compararse con ella.
Iris Murdoch se hace eco de Simone Weil, afirmando que el cambio moral y
personal no es algo que se produzca ejerciendo la propia voluntad, sino prestando
atención al mundo circundante. La voluntad ‘tan sólo controla unos pocos movimientos
de unos pocos músculos… La atención es algo bastante distinto… La atención, llevada a
sus más altas cotas, es muy similar a una oración… Una actitud de absoluta e indivisa
atención… La atención está transida de deseo –o, más exactamente, de consentimiento
propio.’ Murdoch añade a todo eso: ‘Hay algo en el espíritu humano que, en opinión de
algunos pensadores, parece demandar la búsqueda de las ‘fuentes de origen’ más
profundas’.
La Sabiduría realiza una llamada de atención, en una clara búsqueda comprometida
de esos profundos cimientos, en aceptación de los caminos de Dios en el mundo.
Manifiesta y patente, pues, en los espacios abiertos, en el ámbito de lo público
demanda de nosotros un compromiso y una alianza.
A diferencia de esa otra figura femenina conspicua en los capítulos del inicio del
libro, esto es, la mujer seductora que ‘acecha’ por todas las esquinas (7:12), ansiosa por
cobrar la pieza y llevarla a su lecho, la Sabiduría se muestra abiertamente en los lugares
públicos, a la vista de todos, incluso en los lugares altos (en los caminos y las rutas
comerciales), en las encrucijadas y junto a las puertas de la ciudad. La Sabiduría se da a
conocer allí donde se reúnen las gentes y se intercambian las opiniones. No hay nada de
solapado y furtivo, ni de astuto y calculado, en la Sabiduría.
La belleza de la bondad está presente en todo cuanto la Sabiduría dice, y eso es
algo que se hace patente en una verdad manifestada de forma abierta y directa.
Aborrece los caminos tortuosos y oscuros, y si alguno de sus dichos parecen
paradójicos o incluso enigmas, y en ocasiones difíciles de entender, será culpa
del que escucha, para una mente tortuosa, las cosas directas siempre se le
antojan torcidas; al ignorante y al falto de instrucción, las leyes eternas de Dios
son insensatez, pero todo cuanto ella dice es claro y fácil de comprender para
quien entiende, y apropiado para los que hallan conocimiento.
El llamamiento (4) de la Sabiduría va dirigido a toda la humanidad. No hay barreras
de raza, clase, sexo o alianza tribal que deban impedir que su voz llegue a todas las
gentes. La Sabiduría busca discípulos que la sigan tanto entre los entendidos como
entre los simples. Y, desde el inicio mismo de su invitación, proclama todo cuanto es
recto, verdadero y justo (6–8). Sus palabras, asegura, son más valiosas que las cosas que
las gentes suelen considerar codiciables: plata, oro escogido, rubíes. En realidad, todas
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las cosas deseables no pueden compararse con ella (11). Así, pues, el llamamiento que
ella hace es para que aquel que la escuche adquiera prudencia (5) (‘conocimiento
verdadero de los principios que rigen la existencia’), para aprender sabiduría (5) –esto
es, ‘para tener un corazón que discierne’– y para que aprenda asimismo a escuchar (6).
Lo que deja traslucir el párrafo al completo, y donde reside su empuje y su fuerza,
es que, con anterioridad a nuestros esfuerzos humanos por alcanzar sabiduría, ella ya
nos estaba buscando.
El segundo párrafo (8:12–21) abunda en las virtudes y recompensas de prestarle
atención. Así, se hace notar que la Sabiduría cuenta con la colaboración de la prudencia,
el conocimiento y la discreción (12), y el ámbito en el que se desenvuelve con
naturalidad es el del consejo y el juicio prudente (14). Los buenos gobernantes se rigen
por los principios que dimanan de ella (15–16). Prestarle la debida atención es ganancia
en nuestras vidas (17–21).
Amo a los que me aman,
y los que me buscan con diligencia me hallarán.
Conmigo están las riquezas y el honor,
la fortuna duradera y la justicia.
Mi fruto es mejor que el oro, que el oro puro,
y mi ganancia es mejor que la plata escogida.
Yo ando por el camino de la justicia,
por en medio de las sendas del derecho,
para otorgar heredad a los que me aman
y así llenar sus tesoros.
La Sabiduría comparte morada con la prudencia (12). Este versículo podría significar
que ‘la sabiduría se encuentra con la prudencia y la inteligencia’. Posee (quizás, mejor
traducción ‘tiene la capacidad de seguir descubriendo’) conocimiento y discreción (12).
Pero, antes de ponernos en antecedentes sobre las ventajas de seguir sus caminos, la
Sabiduría nos remite al temor al SEÑOR, que Toy entiende ahí como ‘entendimiento
moral’ de la persona de Dios, que se hace patente en su aversión al mal y su rechazo de
la perversidad. De hecho, la Sabiduría odia todo aquello que le da la espalda a la
verdad.
Lo que resulta de todo esto es que Proverbios está mostrando que nuestro
desarrollo moral va de la mano del desarrollo cognitivo: la vida moral y la intelectual
deberían ser inseparables en su ‘temor al SEÑOR’.
El verdadero conocimiento nunca es mera acumulación de información, al igual que
la ciencia tampoco es mera ‘aglutinación de datos según materias’. Michael Polanyi,
filósofo de la ciencia, rechaza tan positivista actitud ante la ciencia describiéndola en los
siguientes términos:
No hay un solo científico que esté interesado en coronar sus esfuerzos con un
mero puñado de datos sobre una serie dada de hechos, por muy cómodo que
eso pueda resultar. Esa es tarea propia del editor de enciclopedias y guías de
41
teléfonos. En la esencia de la teoría científica, está el compromiso con una serie
indeterminada de consecuencias, no imaginada de antemano, que pueda
derivarse de ello. A eso nos consagramos, por estar firmemente convencidos de
que, en virtud de nuestras hipótesis, establecemos contacto con una realidad de
la que nuestra teoría ha venido a poner de manifiesto un aspecto.
Para Polanyi, el conocimiento entraña compromiso, porque todo conocimiento
ocurre en el plano de lo personal. Lo que quiere decir con eso es que, cuando algo llega
a ser ‘conocido’, lo es por personas con determinadas capacidades, personas que
asumen ciertos presupuestos, personas que se guían por instrumentos en concreto,
personas que toman decisiones, personas que calculan las probabilidades y, sobre todo,
por personas que se entregan a una tarea. Polanyi insiste en que todo conocimiento
supone compromiso y entrega. Uno de sus ejemplos preferidos es montar en bicicleta.
Cuando yo intenté enseñar a mi hija a montar en bici, sin duda podía haberle explicado
todo lo relativo al equilibrio, la presión en el pedaleo, cómo controlar el manillar y qué
hacer para detenerse. Pero mi hija empezó a descubrir y entender qué suponía montar
en bici cuando salimos al patio de la escuela y tratamos en la práctica de lograr todo
eso. Y, para experimentarlo, no había tenido más remedio que arriesgarse, asumir una
tarea con fe y ponerla a prueba en la práctica. El conocimiento nos llega a través de la
participación, en el hacer, en el tomar parte. Hay muchas cosas que no pueden llegar a
conocerse mediante una simple acumulación de datos, sino a través de un compromiso
personal con ciertas creencias y actuando sobre su base. No conocemos en el
distanciamiento, sino en la participación. Para Polanyi, incluso la más ‘objetiva’ de las
ciencias, como puede ser el caso de la física, conlleva una dimensión moral personal
irreductible en su conocimiento. Visión que no difiere mucho de la Sabiduría de
Proverbios, donde el temor al SEÑOR está en la raíz conjunta de conocimiento
intelectual y vida práctica. La Sabiduría inicia ahí un bosquejo general de los valores que
sustenta y los poderes con los que cuenta (14–18), y los beneficios que se deriva de ello
(19–21).
La Sabiduría pone a nuestro servicio consejo y juicio prudente, entendimiento y
poder, siendo esa una riqueza al alcance de todos. Lo que se nos está brindando, pues,
es la posibilidad de conseguir buen asesoramiento unido a la habilidad necesaria para
llevar las cosas a buen fin, y la fuerza precisa para lograrlo. Esa capacidad deriva del
temor al SEÑOR, y es absolutamente indispensable para que la vida cobre auténtico
sentido y pueda hacerse frente a las dificultades de la existencia.
La atención pasa ahora a centrarse de forma particular en un grupo de personas que
necesitan de forma muy particular esa capacidad de comprensión y resolución: los
dirigentes de la nación (15). Son varias las ocasiones en las que el libro de Proverbios
presta particular atención a reyes, príncipes y gobernantes, y puede que también a los
jóvenes que estuvieran siendo instruidos para cargos oficiales. Pero lo que esos futuros
líderes necesitan –aunque no sólo ellos– por encima de todo es la amplia gama de
dones que la Sabiduría confiere, y que son los necesarios y adecuados para el
establecimiento de la justicia (15). El éxito del gobernante radica en una Sabiduría

42
aplicada. Es muy esclarecedor comparar esa postura suya con la del salmista: Dios es el
que en verdad concede la victoria a los reyes (Sal. 144:10).
El núcleo central de la Sabiduría es un amor (17) que se interesa por el bienestar de
las personas, con un interés genuino que nunca es arbitrario. La Sabiduría ama a todos
aquellos que la aman y la buscan. Su oferta es, además, universal. Y los que no estén ya
disfrutando de sus beneficios, será porque no la han buscado. ¿Qué cuáles son esos
beneficios? Pues, entre otros muchos, prosperidad, honra, fortuna, rectitud y justicia.
Cosas todas ellas que las encontramos resumidas en otras partes del Antiguo
Testamento en el concepto preciso del ‘shalom’: justicia, rectitud y paz con uno mismo
y entre las gentes y las sociedades --y, asimismo, entre las gentes y sus comunidades y
Dios. Tal como se nos mostraba en 8:35, todo eso viene a formar parte de un don global
que le corresponde repartir a la Sabiduría, y ello como verdadera ‘vida… y favor de
parte del SEÑOR’.
El tercer párrafo del capítulo 8 (22–31) nos lleva directos al corazón mismo de las
cosas. La Sabiduría asegura ser la primogénita de Yavé (22), y lo es así desde la
eternidad… desde el principio… desde los orígenes de la tierra (23–29). Además, no sólo
era arquitecto junto a Él (30), sino asimismo su delicia (30), y compartiendo su gozo con
el mundo (31).
EL SEÑOR me poseyó al principio de su camino,
antes de sus obras de tiempos pasados.
Desde la eternidad fui establecida,
desde el principio, desde los orígenes de la tierra.
Cuando no había abismos, fui engendrada,
cuando no había manantiales abundantes en aguas.
Antes que los montes fueran asentados,
antes que las colinas, fui engendrada,
cuando Él no había hecho aún la tierra y los campos,
ni el polvo primero del mundo.
Cuando estableció los cielos, allí estaba yo;
cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo,
cuando arriba afirmó los cielos,
cuando las fuentes del abismo se afianzaron,
cuando al mar puso sus límites
para que las aguas no transgredieran su mandato,
cuando señaló los cimientos de la tierra,
yo estaba entonces junto a Él, como arquitecto;
y era su delicia de día en día,
regocijándome en todo tiempo en su presencia,
regocijándome en el mundo, en su tierra,
y teniendo mis delicias con los hijos de los hombres.
Este párrafo de carácter autobiográfico destaca en sí mismo por estilo y lenguaje

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entre los restantes del capítulo. Este párrafo, pues, más que ninguna otra parte de la
Biblia, presenta de forma conjunta la maravilla del mundo creado por Dios y su
exuberancia, y deleite. Poco hay que pueda compararse con el placer que
experimentamos al revivir en la memoria algún gran acontecimiento del pasado, quizás
un enlace real, el lanzamiento de un cohete espacial, o el día glorioso en el que nuestro
equipo se alzó con la Copa de campeones. Y si ese recuerdo constituye un placer, es
justamente por haber estado allí en persona. Y esa también la experiencia de la
Sabiduría en 8:27: Cuando estableció los cielos, allí estaba yo.
La sección cuenta en su inicio con Dios: Desde la eternidad fui establecida. Lo cual
bien puede interpretarse como una elaboración de Proverbios 3:19–20. Lo que se nos
presenta ahí es una estrecha relación entre el SEÑOR y la Sabiduría, a la que Dios
confirió existencia aun antes de que la creación tuviera su inicio. La Sabiduría es propia
de Yavé. La Sabiduría puede ofrecer así conocimiento acerca de la vida y los caminos
por lo que discurre, puede además dar consejo relativo al gobierno de la sociedad, y
puede otorgar premios tan codiciables como son la salud y la justicia, y ello justamente
por haber estado presente desde el mismísimo principio de todo cuanto fue creado. El
cuadro que se nos ofrece es el de la Sabiduría como principio agente del orden
instituido por Dios, como primicia, como figura presente en el proceso de la Creación, y
como fuente de todo conocimiento, todo lo cual trae de inmediato a la memoria
Génesis 1 y ese grandioso poema del orden de la Creación, así como el prólogo del
evangelio de Juan, en el que, en referencia a la palabra sabia que da vida, se afirma que:
‘En el principio era el Verbo…’ (Jn. 1:1–4).
En Proverbios 8, el primer pensamiento (22–23) tiene que ver con el lugar que
ocupa la Sabiduría en la mente y los propósitos de Dios. EL SEÑOR me poseyó al
principio de su camino, antes de sus obras de tiempos pasados. Desde la eternidad fui
establecida, desde el principio, desde los orígenes de la tierra. Lo que el autor está
sugiriendo es que la Sabiduría fue ‘introducida’ en un momento preciso dentro del
tiempo, pero que eso suponga ‘creación’ o ‘coexistencia’ en relación al inicio de la obra
creadora de Dios no queda del todo claro. Lo que se nos dice es que antes del comienzo
del mundo, la Sabiduría formaba ya parte de la vida y propósito de Dios.
Los versículos que siguen (24–26) presentan el nacimiento de la Sabiduría como
anterior a la creación del mundo físico. Ese vasto panorama de océanos, manantiales,
corrientes de agua, montañas, valles y la tierra toda con sus fértiles campos, y hasta el
polvo evoca ese surgir de la creación en Génesis 1:6–10. Mucho antes de que todo eso
hiciera su aparición, nos dice Proverbios, la Sabiduría ya estaba allí, lo cual la hace
testigo de excepción mientras el mundo iba tomando forma (27–29). Una vez más,
pues, la aparición de los cielos y el límite de las aguas del abismo son eco reminiscente
del poema de la Creación en Génesis.
Los versículos 30–31 nos llevan justo al clímax de esta sección, que es una jubilosa
celebración por parte de la Sabiduría del gozo de una existencia compartida con Dios
(que probablemente es a lo que hace referencia el término arquitecto). Celebración que
recita y baila de puro gozo en estos versículos. Su delicia de día en día bien puede
significar ‘Yo era ocasión de deleite y de gozo para Dios’. Es tan grande el gozo que
44
experimenta la Sabiduría ante la maravilla de la Creación, que ese se ‘regocija’ en
presencia de Dios pudiera incluso traducirse como ‘se divierte’ o ‘ríe con entusiasmo’
ante lo que está teniendo lugar. El talante del poeta le lleva a presentar los hechos con
la imaginería propia de una escena infantil de juego feliz y confiado, transido por la
majestad y la belleza de la figura señera del conjunto y Su Autor, en gozosa compañía
que se renueva a diario, siendo el gozo de Dios idéntico en su alegre espontaneidad al
de la propia Sabiduría. ‘Como infante feliz, la sabiduría siente tal excitación ante la
majestad y el poder de la creación, que ríe alegre y parlotea sin reservas en su diario
departir con el Creador, que experimenta igualmente sumo gozo en esa bulliciosa
camaradería con la Sabiduría.’ Gozo que está presente en la totalidad del mundo
creado, y muy particularmente en el ser humano (31).
Como retrato de la creación, no puede ser más vibrante y gráfico, al tiempo que es
igualmente personal e íntimo, y en mayor grado incluso que el majestuoso despliegue
de Génesis 1. Es también más positivo y alegre que la titánica lucha entre dioses que se
da en otros escritos sobre la creación en el Oriente Próximo. Y es, por supuesto,
también más positivo y vital que la semblanza que pretenden imponer los filósofos
defensores de la evolución, que presentan la aparición de la vida como mera
concatenación de procesos inapelables. El camino que ofrece la Sabiduría es el de una
multiforme y exuberante creatividad, en la que el disfrute y la sana alegría son las notas
principales. Horton lo describe como una ‘realidad de vida en la que una desbordante
creatividad destila gozo y alegría’, y algo similar es lo que Thomas Traherne tenía en
mente cuando apremiaba a sus lectores a ‘disfrutar del mundo’.
No ha de extrañarnos, pues, que esa fuera la imagen de la Sabiduría elegida por los
autores del Nuevo Testamento, muy en particular San Pablo, en sus esfuerzos por
presentar a Jesús, el Cristo, como Sabiduría de Dios. Colosenses 1:15–18 es buen
ejemplo de ello:
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él
fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e
invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido
creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas
las cosas permanecen. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y Él
es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él tenga en
todo la primacía.
W. D. Davies es exponente del sentir de muchos cuando ve en Proverbios 8–9, con
esa función doble de la Sabiduría, -a saber, tanto en el cosmos como en el mundo de los
seres humanos-, una transferencia a Cristo en la lectura que San Pablo hace del texto,
siendo Cristo presentado entonces no sólo como creador del universo material, sino
también como agente de una humanidad recreada. Y es posible igualmente detectar
indicios de esto mismo en la epístola a los Hebreos (1:1–3).
Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y en muchas
maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por
45
su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo
también el universo. Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su
naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. Después de
llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad
en las alturas.
Pero evidentemente, eso no sería todo. Encontramos indicios idéntica comprensión
en el cuarto evangelio (Jn. 1:1–5):
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él
estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y
sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la
comprendieron.
Proverbios 8 fue texto usado por los primitivos teólogos cristianos en la controversia
relativa a la segunda Persona de la Trinidad; fue utilizado asimismo por San Agustín en
la controversia con los arrianos. Siglos más tarde, Calvino rebatió a Servet, en su
negativa a aceptar a Jesucristo como Hijo eterno de Dios, aduciendo este mismo pasaje:
‘la concepción eterna de la sabiduría, de la que Salomón habla, quedaría entonces
anulada [en la interpretación de Servet]’. Y Mathew Henry aplica el pasaje de forma
directa e inmediata a Jesús:
Que la Persona de la que aquí se habla es inteligente y divina en su naturaleza es
algo evidente, y eso no significa que se esté aludiendo a una mera propiedad
esencial de la naturaleza divina, pues la sabiduría tiene aquí propiedades
personales particulares y acciones que le son consustanciales; y ese Ser divino e
inteligente no puede ser otro que el Hijo de Dios mismo, a quien le son
atribuidas en otras escrituras los principales rasgos que ahí se citan respecto a la
sabiduría.
Lo cierto es que siempre ha sido notoria la controversia suscitada respecto a si hay
que considerar a la Sabiduría como Persona real en ese pasaje en concreto, o si se trata,
en cambio, de la personificación de uno de los atributos de Dios. La mayoría de los
comentaristas se decantan por esa segunda alternativa, y es muy probable que el
propio texto no permita ir más allá. Aun así, si leemos esas palabras de los sabios de
entonces como parte consustancial de un proceso continuado de autorrevelación por
parte de Dios mismo, que de hecho culmina en Jesús, descubrimos que no estamos muy
lejos del buen camino al trazar un paralelismo entre el carácter de la Sabiduría y el
carácter de Jesús en los evangelios. A Mathew Henry le asistía toda la razón al escribir:
‘La mejor exposición de esos versículos es la que encontramos en el Evangelio de Juan.’
Cuán apropiado, sin embargo, ver la persona de Jesús en los términos en los que es
descrita la Sabiduría: ‘El deleite de Dios! Y quizás sea ese el espíritu que se desprende
de la mención del Siervo de Dios en Isaías (42:1) (aunque el término hebreo es

46
diferente): ‘He aquí mi Siervo a quien yo sostengo, mi escogido, en quien mi alma se
complace.’ Y ese es tema que se retoma en el pasaje del bautismo de Jesús, cuando se
abren los cielos, el Espíritu de Dios desciende y se oye una voz que proclama: ‘Este es
mi Hijo amado en quien me he complacido’ (Mt. 3:17). Jesús es el gozo de Dios.
El párrafo último de Proverbios 8 concluye con una llamada de atención, retomando
el carácter instructivo de su inicio.
Ahora pues, hijos, escuchadme,
porque bienaventurados son los que guardan mis caminos.
Escuchad las instrucciones y sed sabios,
y no la menospreciéis.
Bienaventurado el hombre que me escucha,
velando a mis puertas día a día,
aguardando en los postes de mi entrada.
Porque el que me halla, halla vida,
y alcanza el favor del SEÑOR.
Pero el que peca contra mí, a sí mismo se daña.
Todos los que me odian, aman la muerte.
La Sabiduría pone el broche final con una llamada de atención. La cuestión es que
ha presentado sus argumentos de fondo y ha dado razones suficientes para ser
escuchada. Como encarnación del conocimiento que dimana de Dios, estaba presente
mientras todo lo demás se creaba, siendo motivo de gozo para Dios. Y ahora ha llegado
el momento de instar a los que la escuchan a que presten en verdad atención. Y si se
hace así, habrá bendición para los que emprendan el camino que muestra la Sabiduría
con atenta vigilia y confiada espera. Esa bendición se describe en el versículo 35 como
vida y favor del SEÑOR. La auténtica lástima, sin embargo, es que los que ni la buscan ni
la anhelan es porque, en realidad, aman la muerte (36).

La Sabiduría: rasgos principales


Llegados a este punto, hay que tomar perspectiva del conjunto, distanciándose para
ello de estos primeros nueve capítulos de Proverbios, y tratar de establecer los rasgos
predominantes.
En primer lugar, este mundo no existe por un ciego azar. Detrás de todo cuanto
vemos, hay una voluntad creativa, de un Dios amoroso, que dio origen y propósito en
su momento a todo cuanto hay y existe. El bioquímico francés Jacques Monod ponía
punto final a su libro El azar y la Necesidad, obra ciertamente hermosa pero
desalentadoramente nihilista, con las siguientes palabras: ‘El antiguo pacto se ha venido
abajo; el hombre sabe por fin que está solo en medio de la inmensidad insensible del
universo, de la que sólo escapará por puro azar’.
El emérito profesor Richard Dawkins, máximo exponente de la evangelización atea,
y que parece querer asumir el papel del Azar casi en la misma medida en que el Azar

47
hace para él las veces de Dios, opina lo siguiente: ‘El Azar en relación a la selección
natural, el azar desplegado en innumerables y minúsculos pasos a través de los
tiempos, tiene la fuerza necesaria para llevar a cabo milagros de la talla de los
dinosaurios y la aparición asimismo de la especie humana’.40 Como puede verse, ambos
pensadores adjudican al ‘azar’ el rol agente en la existencia de todas las cosas.
No cabe duda, claro está, de que el mundo material revela una extraordinaria
interrelación con el azar y la necesidad, la forma y la fruición. Pero el profesor John
Polkinghorne hace una lectura muy distinta de la evidencia aportada por Monod:
Cuando leí por primera vez el libro de Monod, me sentí francamente
entusiasmado por el panorama que presentaba. En lugar de ver el rol del azar
como una indicación de una falta de propósito y de futilidad en el mundo
material [como es el caso de Monod], me sentí profundamente conmovido ante
la noción de fruición tan extraordinaria, pues era evidente que venía a dar razón
de las leyes inherentes a la física atómica.
Polkinghorne ve el mundo más bien en términos de ‘la racionalidad y la fruición de
Dios’. Y así es justamente cómo la Sabiduría nos muestra un mundo que revela en su
centro el propósito específico de un Dios amoroso y fiel.
En segundo lugar, la Sabiduría de Proverbios indica que el orden del mundo, que
sabemos que forma parte de toda empresa científica, es un orden implantado por Dios
como reflejo de su propia naturaleza. Dios ha creado el mundo como manifestación de
sí mismo y como resultante de un diseño propio. Nuestra captación intelectiva del
mundo depende de una cierta correspondencia entre nuestra mente y el orden de ese
mundo externo. Correspondencia que, tal como se desprende de Proverbios 8, puede
ser vista como obra de la Sabiduría: el principio de la creación es puesto al alcance de
nuestra comprensión.
Eso es algo que no está muy lejos de la postura del Dr. Arthur Peacocke:
Darse cuenta de que nuestra mente puede hacer del mundo algo inteligible, y
las consecuencias que de ello se derivan, esto es, que hay una explicación para
los procesos que se dan en el mundo físico, y que eso implica de suyo categorías
mentales y no sólo puramente materiales, ha venido a ser para muchos
científicos teístas, incluyendo al presente autor, un punto de inflexión
absolutamente decisivo en su pensamiento. ¿Cómo es, pues, que de hecho la
ciencia funciona y da resultados? Y es precisamente la confirmación de que así
es lo que aboca a un principio de racionalidad, a una interpretación del cosmos
en términos de la mente como su más sobresaliente característica. Todo
pensamiento que aspire a tomarse la ciencia en serio deberá, creo yo, partir de
ese punto.
Siguiendo en esa línea de argumentación, afirma ‘la perspectiva científica es la
evidencia más conspicua de la presencia activa de Dios’. La Sabiduría pone de
manifiesto un mundo ordenado que es reflejo de la mente de Dios.

48
En tercer lugar, la Sabiduría nos advierte de que los desajustes del mundo tienen
que ser contemplados a la luz de un propósito superior enraizado en el profundo gozo
de la existencia. Hay mucho de estimulante, cómo negarlo, en ese nuevo énfasis de una
cierta ‘espiritualidad de la creación’, popularizada por escritores en la línea de Matthew
Fox. De hecho, Fox celebra los dones de la creación, el del asombro reverente entre
otros, en inevitable reacción ante lo que nos rodea, como algo que nos impele a una
actividad transformadora que honre la tierra y se afane por fomentar la
interdependencia y la implantación de la justicia. Mucho de ello se corresponde con el
interés que evidencia la Sabiduría en Proverbios. Sin embargo, y aunque Fox hace
referencia explícita a ese ‘empobrecimiento del alma’ que afecta de forma muy
particular al Primer Mundo, no dice mucho del estado de decaimiento en que se
encuentra el mundo en toda su diversidad, ni del pecado del hombre y la insensatez
humana que, según Proverbios, acaba en muerte, ni de la necesidad de perdón y
redención. ‘El temor del SEÑOR’ se convierte para Fox en ‘el asombro que nos
sobrecoge como seres vivientes en el universo’. Pero lo cierto es que él no lo vincula,
con la claridad que lo hace Proverbios, con un llamamiento a no caer en el error de ‘ser
sabios en propia opinión’, sino a ‘evitar el mal’ (3:7). Los escritos de Fox evidencian,
pues, un sentido menos acusado del equilibrio que Proverbios presenta entre el
llamamiento de la Sabiduría y la seducción de la Insensatez, y un menor reconocimiento
también de los evidentes desajustes de un mundo caído.
Necesitamos reconocer que hay mucho en el mundo actual que no es motivo de
gozo, que no agrada a Dios y que es obligado reconocer como ‘malvado’. El siguiente
capítulo se ocupa de ello a la luz de Proverbios. Los detractores de la Sabiduría y sus
caminos son muchos, pero ese apartarse acaba irremediablemente en sufrimiento,
desilusión y fatigas. Sin embargo, eso no quiere decir que tengamos que ver en el mal
un poder opuesto en igualdad de condiciones en su enfrentamiento con Dios. Los
desajustes del mundo pueden guardar relación, en muchos casos, con aberraciones
cometidas por quienes hacen caso omiso de la Sabiduría y sus directrices, y cuyo
rechazo de lo instituido por Dios constituye senda de muerte (8:36).
En cuarto lugar, en la concepción misma del universo, parece evidente que Dios
tenía presente al hombre. De hecho, sabemos que la Sabiduría es deleite para Dios,
estando ya presente al comienzo de la Creación, siendo, además, fuente de vida para
todos cuantos la encuentran (8:30, 22, 35). El orden creado y la vida humana parecen
ser parte de un todo.
Resulta fascinante ver cómo muchos expertos en cosmología están llegando a esta
misma conclusión. La mayoría calcula ya que nuestro universo empezó de forma muy
sencilla hace unos 15.000 millones de años. En un principio, habría sido como una bola
de energía en expansión con un origen en lo que ha dado en llamarse el Big Bang. Y hay
quien piensa que su final será exactamente un proceso idéntico, pero a la inversa,
replegándose el mundo sobre sí mismo hasta desaparecer: el Big Crunch.
Afortunadamente, eso no ocurrirá hasta dentro de otros cuantos millones de años. Pero
lo notable del asunto es que el universo que ahora experimentamos es un entorno rico,
variado y complejo, y una de las cuestiones más complicadas al respecto es justamente
49
nuestra presencia en él. John Polkinghorne acomete en algunos de sus escritos un
experimento mental. Se pregunta qué habría pasado si la fuerza de la gravedad hubiera
sido mayor de lo que es. O qué habría ocurrido si el electromagnetismo fuera
ligeramente más débil. La respuesta es que el grado de expansión del universo y las
sustancias químicas que lo constituyen habrían sido muy diferentes. Cambios de orden
menor en lo que denominados constantes universales (la gravedad, el
electromagnetismo, la velocidad de la luz, las fuerzas de índole nuclear y otras cosas
más –rasgos todos ellos de la estructura de nuestro universo–) supondría nuestra
desaparición del planeta. Para seres humanos como nosotros, que podemos pensar y
relacionarnos y enamorarnos, esto es, para que pueda existir vida orgánica basada en el
carbono (pues eso es, ni más ni menos, lo que somos), es necesario contar con esos
hornos de fusión nuclear, que conocemos comúnmente como estrellas, funcionando
por un tiempo muy prolongado. Esos altos hornos darían lugar a los elementos más
pesados, como el carbono y el oxígeno, a partir de los elementos más simples, como el
hidrógeno y el helio; y puede calcularse que se apreciarían varios miles de millones de
años para que los procesos químicos necesarios dieran lugar a una vida basada en el
carbono. Sobre eso, comenta Polkinghorne: ‘Cierto que no vivimos en el centro del
universo, pero tampoco vivimos en un mundo viejo y caduco. La constitución del
universo que habitamos se ajusta con precisión total a los limitados márgenes que
resultan aceptables como lugar de residencia para el ser humano’.
Sir Bernard Lovell, antiguo director de Joddrell Bank, insistía en lo mismo al
preguntarse cómo es que el universo se expande justo dentro de los límites necesarios
para evitar su colapso. Si el universo hubiera empezado a expandirse, en esos
primerísimos minutos posteriores a la explosión de esa masa integrante tan
extraordinariamente densa, a un promedio aunque fuera tan sólo infinitesimalmente
más lento de lo que fue, habría involucionado de nuevo con relativa rapidez. Y si la
expansión del universo hubiera sido distinta, tan sólo en una mínima fracción, en uno u
otro sentido en relación a su promedio actual, la vida humana habría sido del todo
imposible, ‘Pero, sin embargo, esos cálculos nuestros definen de hecho este universo
que nos acoge y que viene a ser justamente el universo concreto que se deja captar y
comprender por un ser intelectivo’.
En esto consiste lo que suele conocerse como ‘principio antropocéntrico’, la noción
de un universo que, en alguna manera, está ligado a la aparición del ser humano. La
especie humana y el universo van de la mano. De hecho, la propia ciencia apunta a la
importancia de la vida en su faceta humana y personal, induciéndonos a concluir que no
nada irrazonable, sino todo lo contrario, plantearse la existencia de un ser asimismo
personal en el núcleo de todas las cosas. Proverbios nos muestra el camino hacia un ser
personal que conocemos como Dios, dejando bien claro que ese camino pasa por una
Sabiduría a través de la cual Dios se da a conocer.
Esa es una cuestión de tremenda importancia, y no sólo como respuesta al
desafiante nihilismo de Monod y el ateísmo militante de Dawkins, sino asimismo para
aquellos que están tan apegados a las teorías posmodernistas que han llegado a la
conclusión de que (en jerga al uso) ‘no hay posibles metanarrativas’. Dicho de otra
50
forma, hay determinadas áreas dentro de la cultura posmoderna (que es, en gran
medida, una muy comprensible reacción ante algunas de los menos satisfactorios
presupuestos filosóficos de estos últimos cien años) que sugieren que no hay nada
significativo más allá del presente, que no hay significado, que no hay valores, que todo
es pastiche y mera apariencia, que no hay sentido ni conexión alguna.
Pero, en realidad, las cosas no son así, dice la Sabiduría: las cosas sí son coherentes,
y toda apunta a un sentido fundamental y a un propósito en la mente de Dios. Y, más
aún: el significado y el sentido tienen un fondo maravillosamente personal. La teología
cristiana desarrolló todo esto en determinado momento en términos de la doctrina de
Dios en una Santa Trinidad. Pero Proverbios ya apunta a un cuadro bastante amplio: lo
que hay tras todas las cosas son personas relacionándose. Y eso es justamente lo que
confiere sentido e importancia a nuestra racionalidad, nuestro entramado moral, el
amor que experimentamos, nuestras relaciones, nuestro común compartir; en suma,
nuestra cualidad como personas.
Ya tuvimos ocasión de comprobar con anterioridad la importancia de la Sabiduría en
la creación en su totalidad, ocupando ahí la humanidad un lugar especial. La fe que
subyace en Proverbios afirma que los seres humanos participan de ese orden junto con
el resto de lo creado, siendo Dios quien todo lo sustenta con el poder de su aliento.
Pero también quiere evitar caer en un materialismo que hace homólogas y equivalentes
a las personas con el resto de la vida manifiesta. Hay, en términos de las capacidades
personales, algo que nos sitúa aparte del resto de la creación, y ese algo, que nos
distingue de los animales, es el don de la responsabilidad ante Dios, y ello por haber
sido hechos a su imagen y semejanza: a Dios podemos, pues, conocerle en virtud de la
Sabiduría. Todo lo pertinente a este mundo tiene su base en lo Personal.
En quinto lugar, volvemos a resaltar aquí un aspecto ya reseñado, aunque de forma
un tanto escueta, con anterioridad: que la ley de la sabiduría práctica –esto es, cómo
gestionamos nuestra vida aquí y ahora– comparte razón de ser y propósito con las leyes
del universo creado. Así, al igual que el autor del Salmo 19 discernió las leyes de la
naturaleza, en base al movimiento de las estrellas, como inextricablemente ligadas a las
leyes morales reveladas por Dios a los seres humanos, la Sabiduría se ocupa de
mantenerlas reunidas en sí misma. Hay algo en la manera en que fuimos creados y ese
universo moral en el que desarrollamos nuestra existencia, que concuerda con el
llamamiento moral en el que todos estamos convocados a manifestar la imagen de
Dios. La ley de Dios relativa a nuestro comportamiento se corresponde con nuestra
naturaleza y con el mundo en el que se nos llama a ser agentes morales.
Hay muchísima confusión dentro de la iglesia cristiana respecto a todas estas
cuestiones y, tras todo ello, lo que hay es un desconcierto acerca de la forma
propiamente cristiana de tomar decisiones morales. Así, algunas personas operan
dentro de una concepción de la moralidad que es, en realidad, aplicación de códigos
morales que reducen la ética cristiana a poco más que cumplimiento de unas reglas;
mientras que otras personas, en cambio, parecen desentenderse del cumplimiento de
cualquier posible norma externa, optando por decidir qué es bueno sólo según lo que
dé mejores resultados para el mayor número posible de personas. Ahora bien, si la
51
Sabiduría aúna tanto nuestra naturaleza constitutiva como la revelación de Dios sobre a
una voluntad expresa respecto a cómo debiéramos comportarnos, ninguna de esas
opciones es aceptable.
En ninguna manera es suficiente, pues, desarrollar una forma de moral basada
exclusivamente en códigos y reglas morales, o en términos de los posibles resultados
(crear el máximo de bienestar y felicidad para el mayor número de personas). Como
posible alternativa válida, Oliver O´Donovan, en relación a la libertad de la que debe
disfrutar el cristiano, sostiene que el Espíritu Santo ‘da forma y manifiesta los cauces
apropiados por los que ha de discurrir una respuesta articulada en libertad ante una
realidad objetiva’; respuesta que el apóstol Pablo calificó de ‘amor’. ‘El amor es la forma
definitiva que adopta la ética cristiana, y ello como expresión de la participación
humana dentro del orden creado’.48 Y el amor es, a su vez, conformado y puesto en
práctica en el marco de una nítida percepción moral que viene a dar razón tanto del
orden creado como del carácter de Dios creador, y eso es algo que nos transmite en
formas que demandan una respuesta moral.
¿No es esa también la visión que respalda la Sabiduría en Proverbios? Tal como Tom
Wright destaca, la sabiduría de Yavé significa que Yavé creó el mundo desde esa
sabiduría. Pero
… si la ‘sabiduría’ es, entonces, el medio por el que Yavé actúa, y si los seres
humanos, a su vez, han de ser agentes de su actuación, resulta evidente que la
sabiduría está presente en todo acto con fundamento adecuado dentro de ese
marco que tiene en su fondo la obediencia al creador y la autoridad que le
compete y que de ello dimana. Así, en el proceso de adquisición de una
sabiduría apropiada, las personas vendrán a ser verdaderamente humanas.
Llegados a este punto, es necesario considerar otra cosa más. Hay algo en la
Sabiduría que la rodea de un halo de misterio. Por una parte, no nos comunica todas las
respuestas y, por la otra, nos invita a considerar ciertas situaciones que pone a nuestra
disposición en forma de imágenes verbales: ‘¿Así es cómo van en realidad las cosas?
Entonces, a la vista de su auténtica esencia, ¿cómo tendríamos que comportarnos?’ La
responsabilidad recae, pues, sobre nosotros, y no se va a tratar tan sólo de obedecer
ciertos códigos morales, sino de tomar decisiones a la luz de una ética. La tarea moral es
el proceso de entablar y mantener una auténtica relación con Dios y no sólo de dejarse
guiar por Él. Abundando en lo ya señalado con anterioridad: ‘Nuestras vidas ponen de
manifiesto la realidad de nuestra relación con Dios, realidad que solemos englobar en el
concepto ‘carácter’. En contraste con lo que él califica de ‘ética de los problemas’,
Dykstra habla de la ética cristiana como ética de ‘visión’, y esto es lo que dice al
respecto:
‘Las decisiones, las opciones y las acciones particulares no son lo primero a tener
en cuenta en la ética de visión. El terreno principal corresponde a aquellas
cuestiones que se ocupan de lo que vemos y qué es lo que capacita al ser
humano para ver de forma más realista. Para la ética de visión, la acción sigue
52
de inmediato a la visión, y la visión depende del carácter – una persona que
piensa, razona, cree, siente, tiene voluntad y actúa dentro de un todo.’
Finalmente, Proverbios 8 puede ir paralelo a una sección que encontramos en el
libro de Sabiduría (7:25–29), como obra que sin duda influyó en más de uno de los
distintos autores que encontramos en el Nuevo Testamento. El mensaje que ahí sale a
nuestro encuentro anticipa aquello que alcanzaría su plenitud en el hombre de Nazaret,
el Cristo del evangelio del Nuevo Testamento, siendo la figura femenina y la imaginería
a la que recurre recordatorio apropiado de que Dios está por encima de toda distinción
de género, presentándosenos la imagen de Dios como masculina y femenina en su
conjunto.
Es un hálito del poder de Dios,
una emanación pura de la gloria del Omnipotente,
por lo que nada manchado llega a alcanzarla.
Es un reflejo de la luz eterna,
un espejo sin mancha de la actividad de Dios,
una imagen de su bondad.
Aun siendo sola, lo puede todo;
sin salir de sí misma, todo lo renueva;
en todas las edades entra en las almas santas
y forma en ellas amigos de Dios y profetas,
porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría.
Es ella, en efecto, más bella que el sol,
supera a todas las constelaciones;
comparada con la luz, sale vencedora.
(Sabiduría 7:25–29, BJ)
Así, pues, vayamos al encuentro de la Sabiduría, con lo que tiene de majestuosa y
llena de hermosura (en expresión de Horton), y ello a pesar de lo que de inescrutable e
inalcanzable que es. Pero lo cierto es que en la actualidad hemos venido a conocerla
mucho mejor, y ello es así porque la persona de Cristo ‘es sabiduría para nosotros de
parte de Dios’ (1 Co. 1:30). Cristo nos comunica esas palabras suyas desde la
profundidad de su propio saber, y ello en conjunción con su Palabra, que sólo a Él
pertenece.

Instructores y detractores de la Sabiduría


Proverbios 1:1–9–18
53
Muchos de los dichos de la sabiduría en los primeros nueve capítulos del libro de
Proverbios están dirigidos a un padre y a su hijo. En Proverbios 1, se hace referencia al
padre y a la madre como partícipes por igual en la instrucción del joven, y ello en
interesante contraste con otra literatura sabia coetánea, en la que tan sólo se hace
mención de los padres varones. Lo cual subraya la importancia que tienen las madres
en el marco de la familia hebrea. Por otra parte, y en otro orden de cosas, aun siendo
muy posible, tal como apuntábamos con anterioridad, que algunas de estas colecciones
de sentencias sabias tengan su origen en los manuales de instrucción para formar a
futuros jóvenes aspirantes a un puesto en la corte de Israel, su aplicación puede
hacerse fácilmente extensiva a otros ámbitos. Por debajo del lenguaje de lo doméstico,
transpiran los intereses de los expertos de las escuelas de sabiduría y, junto a todo eso,
está la ‘sabiduría para la vida’ acumulada en el discurrir de los tiempos. Es más, cabría
pensar incluso en los maestros de esas escuelas adoptando momentáneamente el papel
de padres para con sus pupilos en un intento por inculcarles unos sabios principios.
Lo cierto es que la impresión que se tiene es que las instrucciones, que provienen
tanto de padres como de maestros a lo largo de estos capítulos, tienen como primera
consideración los intereses de los jóvenes adolescentes, en un deseo de descubrir qué
cometido pueden llegar a tener en ese mundo y cómo habrán de comportarse. Los
padres se nos muestran transmitiendo la sabiduría aprendida en sus tiempos mozos:
‘Cuando fui hijo para mi padre, tierno y único a los ojos de mi madre, él me enseñaba’
(4:3–4). El texto da a entender claramente que el hogar era una de las instituciones
clave en la instrucción de los jóvenes, y parece que tanto padres como maestros
asumían la tarea de instruirles y guiarles en los caminos de la sabiduría.
Con esto no se pretende decir que las posibles aplicaciones de la sabiduría estén
dirigidas a los jóvenes en exclusiva. ¡Cualquier edad es buena para disfrutar de los
beneficios de una buena instrucción!
El patrón de enseñanza que ahí se sigue lo encontramos asimismo en otros escritos
del Antiguo Testamento, por ejemplo Deuteronomio 6:6–7, con las instrucciones que
Dios da a su pueblo: ‘Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y
diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu
casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.’ El Nuevo
Testamento también apunta al hogar como entorno idóneo para la educación: ‘Tengo
presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu
madre Eunice, y estoy seguro que en ti también… que desde la niñez has sabido las
Sagradas Escrituras’ (2 Tim. 1:5; 3:15).

Diez charlas instructivas


En Proverbios 1–9 encontramos diez secciones independientes de charlas
‘instructivas’ de talante paternal. Whybray las ha etiquetado como ‘Diez Discursos’ o
Diez Instrucciones’, comparándolas con la escuela egipcia de manuales educativos que

54
presentan similar formato y contenido. Estas charlas como de padre a hijo, o discursos
admonitorios, presentan un esquema común muy similar. Así, nos encontramos con (a)
una apelación a modo de introducción, ‘Hijo mío’, o algo parecido, seguido de (b) una
instancia a escuchar, recibir y prestar atención. A continuación, (c) se exalta la virtud
propia de la sabiduría en alguna de sus formas, animando al hijo a que se revista con
ellas. (d) El tema principal de cada discurso viene a continuación, acompañado casi
siempre, pero según el caso, de una exhortación, una prohibición o una orden. Por
último, se pone término a esa charla instructiva con una reflexión acerca de la feliz
situación del justo o el fatal destino del malvado y el necio. Un breve bosquejo de las
cuestiones en sí servirá para entenderlo mejor.

Charlas sobre las malas compañías (1:8–19)


(a) Hijo mío (8).
(b) Escucha la instrucción, no deseches las enseñanzas (8).
(c) La sabiduría es como una guirnalda (9).
(d) Cuidado con las malas compañías (10–15).
(e) Los malvados se labran su propia destrucción (16–19).
Esta sección, que tendremos ocasión enseguida de examinar con mayor detalle, es
toda una advertencia para no caer en malas compañías que pueden abocar fácilmente
al robo organizado y hasta al asesinato. Es muy probable que Jerusalén contara con un
submundo de extorsión organizada. En los primeros profetas (Amós, Oseas, Miqueas)
encontramos de hecho alusiones a la opresión sistemática de los pobres por parte de
los ricos. El maestro sabio está al tanto de las tentaciones a las que tiene que
enfrentarse la juventud, considerando además que, de no saber cómo resistirse, las
consecuencias van a ser desastrosas.

Charlas sobre el modo de evitar a los hombres perversos y las trampas de la adúltera
(2:1–22)
(a) Hijo mío (1).
(b) Acepta, presta atención, atesora, aplica tu corazón, pide mayor visión, clama por
entendimiento; busca, indaga (1–5).
(c) La sabiduría es un tesoro (4) de parte de Dios (6); protege, salvaguarda y cuida
sus riquezas (7–12).
(d) Al entender cuál es el buen camino (9), te precaverás de los hombres malvados
(12) y de la mujer adúltera engañosa (16–19).
(e) El hombre íntegro vivirá, pero el malvado será desechado (21–22).
Este es otro párrafo del que nos ocuparemos detalladamente en su momento. Hay
personas en la ciudad que pueden hacer que los jóvenes se desvíen del buen camino.
De entre ellas, destacan los de palabras torcidas y las mujeres que seducen con lengua
aduladora. Es cometido del hombre sabio, pues, advertir a los jóvenes para que los
55
eviten.
Las dos secciones siguientes de Proverbios 3 son las que ‘instruyen’, siendo de
hecho el foco central de la actividad docente de la Sabiduría. La sección 3:1–12 es, en
esencia, una reflexión acerca del significado de amar en verdad a Dios; en 3:21–35, el
interés se desplaza hacia el amor al prójimo. Entremedios, encontramos uno de los
retratos de la Sabiduría (3:13–20), como sabiduría que tiene su centro y origen en Yavé,
algo ya examinado en el capítulo previo. El formato de este capítulo 3, pues, pone en
evidencia una filosofía de fondo que va a estar presente hasta el final del libro. Yavé
está en el centro de todas las cosas y sus caminos se muestran a través de la Sabiduría.
Las implicaciones de vivir según las normas de la sabiduría tienen como primer fruto
sentirnos atraídos primero por el amor a Dios, para ser conducidos después al amor al
prójimo.
El modo en que esas dos secciones encajan en el conjunto de un esquema didáctico,
de hecho muy similar a las otras secciones de instrucción, será el objeto de nuestro
análisis y de un comentario común.

Charlas sobre nuestras obligaciones con Dios (3:1–12)


(a) Hijo mío (1).
(b) No olvides (1).
(c) El amor y la fidelidad tienen que estar junto a ti, como collarín alrededor del
cuello, inscritas en las fibras del corazón (3–4).
(d) Dios es digno de nuestra confianza y nuestro reconocimiento, y ha de ser
temido. Nuestras riquezas han de servir para honrarle y su disciplina ha de ser
respetada (9–12).
(e) A los temerosos de Dios les cabe esperar la satisfacción (10) por una parte, y una
amorosa disciplina (11) por la otra.

Charlas sobre nuestras obligaciones con el prójimo (3:21–35)


(a) Hijo mío (21).
(b) Conservación de un sano juicio (21).
(c) La sabiduría como adorno alrededor del cuello (22).
(d) Los caminos de la sabiduría conducen a buen puerto (23), proporcionan
seguridad (24) y dan confianza en Dios (26), que son beneficios que han de
traducirse en un interés por el prójimo (27–31).
(e) Dios aborrece al hombre perverso; los malvados serán malditos, mientras que
los sabios prudentes serán honrados (32–35).
Tal como comentábamos con anterioridad, ambas secciones parecen ser resumen
de las demás referidas a la instrucción contenidas en Proverbios 1–9. Conviene, pues,
realizar una pausa y distinguir los temas principales.

56
Proverbios 3:1–12
El amor a Dios, es en esencia, reactivo. El amor y la fidelidad (3) son términos
principales en el pacto entre Yavé y su pueblo. Al unísono, suscitan confianza (5), temor
(= en obediente reverencia) (7), una administración responsable de los dones de Dios
(9–10) y una disponibilidad a aprender en virtud de la disciplina (11–12).
La similitud entre Proverbios 3:1–4 y Deuteronomio 6:1–15 es un hecho que ha sido
destacado con frecuencia. Yavé es ahí el maestro e Israel es el ‘hijo’ (cf. Pr. 3:1). A Israel
se le insta a ser obediente y la recompensa será larga vida y prosperidad (cf. Pr. 3:2). Los
mandamientos de Dios han de estar presentes en su corazón, transmitidos a sus hijos,
comentados en la intimidad del hogar, atados a la mano como símbolos y sujetos a la
frente como recordatorio (Dt. 6:6–9; cf. Pr. 3:3). El pasaje correspondiente a
Deuteronomio tiene que ver con amar a Dios con toda nuestra alma con, todo nuestro
corazón y con todas nuestras fuerzas. El lenguaje de Proverbios 3:1–12 es muy similar.
Tanto en Proverbios como en Deuteronomio, la educación de los jóvenes comienza con
la convicción de la fidelidad de Dios en su pacto y un llamamiento a reconocer su
presencia en todos los caminos (Pr. 3:6).
Los beneficios de confiar en el Señor son, en primer lugar, favor y honra ante los
ojos de Dios y de los hombres (4). Dicho con otras palabras, una buena reputación de
cara al mundo; el respeto y las consideraciones que se derivan de una vida recta. En
segundo lugar, Él hará que camines por las sendas del bien (6), metáfora que tiene su
razón de ser en la construcción de las vías de comunicación (al igual que en Is. 40:3), lo
cual viene a sugerir que la confianza en el SEÑOR allanará cuantas dificultades se
presenten en la vida. Sobre esto volveremos más adelante en nuestro estudio, pero
nótese por ahora cómo se está recurriendo al lenguaje de la fe, y no necesariamente al
de la experiencia comprobable. Son muchos los ejemplos que van a ir surgiendo en las
páginas de Proverbios que avisan sobre las dificultades de la existencia. La cuestión aquí
es que al creyente se le anima a confiar en el Señor donde y cuando las cosas no estén
claras, y a no apoyarse en el propio entendimiento aun creyendo saber lo que mejor nos
conviene. El Dios que tiene el futuro en sus manos ve más allá de lo que nosotros
podemos, y el amor que fluye de su pacto es promesa de mayor y más genuina
seguridad que nuestra limitada comprensión puede vislumbrar.
Confiar en el SEÑOR, reconocerle, temerle y evitar el mal redunda en salud para el
cuerpo y fortalecimiento de los huesos. Cuerpo y huesos hacen referencia a la totalidad
de la persona, y el cuadro que se nos ofrece es el de la salud íntegra del individuo. Salud
es una palabra holística en la Biblia: estar completamente sano es sinónimo de hallarse
en la debida relación con Dios en todos los órdenes. Eso no quiere decir que confiar en
el Señor vaya a asegurar una perfecta salud física permanente; aquí y allá surgen en
Proverbios casos de enfermedad y depresión. Lo que se quiere decir en realidad es que
el bienestar espiritual, el emocional y el corporal forman un todo complementario,
pues, como seres humanos, somos unidades espirituales psicosomáticas. Y también
entraña que el andar en los caminos de Dios supone caminar en sendas de integridad
57
que redundan en beneficio para todo el cuerpo.
Los versículos 9–10 llevan el tema aún más lejos al honrar a Dios y la prosperidad
resultante. A primera vista, esto parecería promocionar un motivo un tanto dudoso:
hay que honrar a Dios ¡para que nos haga ricos! Pero una vez más hemos de
distanciarnos de todo ello para poder ver el nexo entre este capítulo en concreto y
Deuteronomio, en esta ocasión el capítulo 26. Al pueblo de Dios se le insta a ofrecer a
Dios las primicias del producto de la tierra (Dt. 26:2, 10). La ofrenda en reciprocidad por
los bienes de Él recibidos era un modo litúrgico de agradecer la dádiva de la tierra
prometida – y que el oferente formaba parte de esa dádiva. El presentarle a Dios los
primeros frutos de la cosecha era una forma de celebrar la liberación por intervención
divina y la provisión material que la había acompañado – y esa vía práctica de
pertenencia a un todo. De ahí que ahora, en Proverbios, honrar a Dios con bienes
materiales no enmascaraba segundas intenciones de hacerse aún más ricos. Se trataba
de una genuina muestra de agradecimiento ante la generosidad mostrada por Dios –la
tierra y toda su riqueza le pertenecen a Dios y nosotros tan sólo podemos aspirar a ser
sus mayordomos– y de un agradecimiento por haber sido incluido en esa liberación
gratuita por parte de Dios y la provisión que se siguió. Sentimiento que queda bien
reflejado en la encendida oración del rey David en un momento y entorno distintos:
Bendito eres, oh SEÑOR,
Dios de Israel,
nuestro padre por los siglos de los siglos.
Tuya es, oh SEÑOR, la grandeza y el poder
y la gloria y la victoria y la majestad,
en verdad, todo lo que hay en los cielos y en la tierra;
tuyo es el dominio, oh SEÑOR, y tú te exaltas como
soberano sobre todo.
De ti proceden la riqueza y el honor…
de ti proceden todas las cosas, y de lo recibido de tu mano te damos.
Entonces viene a hacerse evidente que la prosperidad que ahí se contempla es de
una clase en particular: se trata de graneros y cubas, esto es, pan y vino –alimentos
básicos que hacen posible la existencia y que pueden ser compartidos con los pobres y
los necesitados (cf. 3:27). Mathew Henry reflexiona al respecto desde unas
coordenadas particulares:
No se habla ahí de sacos, sino de silos; no de arcas repletas, sino de lagares
rebosantes; Dios va a bendecirnos con lo que es útil, no con lo superfluo y lo
ornamental; con bienes para consumir y compartir, no para atesorar y guardar.
Cuantos hagan el bien con lo que tienen, más se le dará para que continúen.
Hubbard lo expresa así, ‘La prosperidad, la gratitud y la caridad son una tríada
indivisible de experiencias dentro del pensamiento bíblico.’
Los dos versículos finales de esta primera sección nos llevan del amor a la disciplina.

58
Por muy bien intencionado que sea el creyente en su deseo de andar en los caminos del
Señor, siempre habrá algún fallo. Forma parte del amor que nos tiene el SEÑOR ejercer
esa forma de disciplina que trae de vuelta al buen camino a la persona descarriada. Esto
sería una prueba más de que la prosperidad prometida a la que se hace referencia en
los versículos previos no siempre se traduce en una vida libre de sufrimiento. El amor
corrector de Dios, como bien indica Hebreos 12:5–7, en cita de referencia, puede en
ocasiones ser ‘dificultades y disciplina’. Y justamente en este punto podemos realizar
las conexiones lógicas y nos descubrirnos diciendo tonterías. Y al igual que no se
pueden leer los versículos del inicio haciendo equivalente la vida de fe con una
existencia libre de problemas, tampoco se puede ahora hacer una ecuación entre
dificultades y correctivos de parte de Dios, como si todo sufrimiento tuviera su origen
en el pecado. El Nuevo Testamento deja esto bien claro en repetidas ocasiones como
equivalencia en exceso simplista y nada realista (cf. Jn. 9:2–3). Aun así, no deja de ser
en cierta manera muy saludable plantearse hasta qué punto nuestro entorno cultural y
nuestra iglesia han avanzado algo respecto a anteriores generaciones cuando la
ecuación entre sufrimiento y acción disciplinaria por parte de Dios era indiscutible.
Nuestras luchas y fatigas han de servirnos para aprender algo del carácter de Cristo.
En referencia a este texto, la liturgia propia de la Visitación a Enfermos dentro del
Libro Común de Oración dice así:
Estas palabras, buen hermano o hermana, aparecen en las santísimas Escrituras
para nuestro consuelo y para nuestra instrucción; para que, con paciencia y
acción de gracias, soportemos las correcciones que nuestro Padre celestial tenga
a bien hacernos, allí donde y cuando, por cualquier forma de adversidad, se
produzca su visita. Y no debería haber mayor forma de consuelo para el cristiano
que ser asemejado a Cristo mismo en sus padecimientos, sufriéndolos con
paciente resignación, así como igualmente cuantos problemas y enfermedades
nos puedan acontecer. Pues Cristo mismo no ascendió a la gloria sin antes haber
padecido aquí en la tierra en la cruz.
Proverbios 3:1–12, pues, centra nuestra atención en el amor a Dios, que es
manifestado guardando sus mandamientos (3), confiando en su guía (5–8), honrándole
con gratitud por todo cuanto poseemos (9–10) y aceptando que nos corrija (11–12).
Examinado ya el siguiente párrafo (3:13–20), líneas atrás, la Sabiduría reanuda sus
enseñanzas.

Proverbios 3:21–35
Esta sección ya la catalogamos como ‘obligaciones con el prójimo’, y está integrada
por distintas partes mínimas con sus correspondientes puntualizaciones y consejos. El
versículo 21 es una especie de introducción donde se le recuerda al aprendiz la
prudencia necesaria para mantener un juicio correcto. Los versículos 22–28 retrotraen
al lector al tema, ya contemplado, de la confianza en Yavé. Su sabiduría será fuente de

59
vida para nosotros (22) y también de seguridad (23–24). No hay razón alguna para tener
pánico (25), porque Yavé garantizará tu bienestar (26). Los versículos 27–35 tratan
diferentes facetas del comportamiento social, lo que vendría a ser dinero al portador en
el negocio de la sabiduría. En primer lugar, la Sabiduría resalta la importancia de la
honestidad en los tratos y la rapidez en la liquidación de préstamos (27–28). En
términos más generales, se puede entender el versículo 27 como punto de inflexión en
el principio de la generosidad: No niegues el bien a quien se le debe, cuando esté en tu
mano hacerlo. Pero eso no es todo, pues la Sabiduría insta a que se evite caer en
conspiraciones premeditadas en perjuicio de otros (29). Es muy importante, además,
saber cómo evitar enzarzarse en disputas y peleas (30), y reconocer que los actos
delictivos nunca compensan (31). Visto todo ello de forma resumida, el hecho a
destacar es la generosidad en sus posibles vertientes. La seguridad y la protección que
proceden de Yavé (21–26) nos obligan a ser también generosos con los desposeídos de
la fortuna (ayudándoles en su necesidad) y asimismo, en otro orden de cosas, con
quienes están alrededor nuestro (actuando como pacificadores).
Los versículos que concluyen el capítulo (33–35) constituyen una especie de epílogo
a su totalidad, contrastándose la sabiduría con la locura, el escarnio y la gracia, la
bendición de parte de Dios y su maldición. Santiago cita El versículo 24 en el Nuevo
Testamento, instando a sus lectores a someterse a Dios y a mediar como agentes de paz
en la comunidad. Lo que interfiere en el camino es tanto el orgullo ante Dios como las
motivaciones egocéntricas en el trato con los demás. ‘DIOS RESISTE A LOS SOBERBIOS,
PERO DA GRACIA A LOS HUMILDES’ (Stg. 4:6).
Este versículo también aparece citado en la primera epístola de Pedro (5:6) instando
a la humildad. Que este mismo versículo se invoque en escritos dispares dentro del
Nuevo Testamento podría deberse a una familiaridad con parte de un documento
didáctico de los primeros tiempos e incluso tal vez con un ritual litúrgico. Como tema,
no hay lugar más pleno y maravilloso que el Cántico de María (Lc. 1:46–55):
Mi alma engrandece al Señor,
y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva,
pues he aquí, desde ahora en adelante todas las generaciones
me tendrán por bienaventurada.
Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso,
y santo es su nombre.
Y de generación en generación es su
misericordia
para los que le temen.
Ha hecho proezas con su brazo,
ha esparcido a los que eran soberbios en los pensamientos
de su corazón.
Ha quitado a los poderosos de sus tronos,

60
y ha exaltado a los humildes;
a los hambrientos ha colmado de bienes
y ha despedido a los ricos con las manos vacías.
Ha ayudado a Israel, su siervo,
para recuerdo de su misericordia
tal como dijo a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia para siempre.
Ahora ya podemos proseguir nuestro estudio de Proverbios 1–9, para comprobar
que el esquema de estas secciones sobre ‘instrucción’ en Proverbios 1–3 sigue
asimismo en capítulos posteriores. En el capítulo 4, por ejemplo, son tres las secciones
que hemos de analizar: sobre la propia Sabiduría, sobre las malas compañías y sobre
una actitud de vigilancia comprometida.

Charlas sobre la propia Sabiduría (4:1–9)


(a) Hijo mío (1).
(b) Escucha, presta atención, no desprecies la enseñanza (1–2).
(c) La Sabiduría es adorno para tu cabeza (9).
(d) Obtén sabiduría, así como tu padre lo hizo (3–7).
(e) Allí donde la sabiduría es tenida en estima, tú mismo vendrás a ser exaltado (8).
Este breve pero enjundioso párrafo gira alrededor del hecho básico insoslayable de
que, en el proceso educativo, de quienes más aprendemos es de aquellos que están a
nuestro alrededor, y muy particularmente de los miembros de nuestra propia familia. El
padre (1) aprendió de su padre y de su madre (3), y es cometido suyo transmitir ahora
esa sabiduría a sus propios hijos (1). Todos nosotros, para bien o para mal, estamos en
alguna medida influenciados por la identidad de nuestros padres; y de forma inevitable
nosotros influiremos en la generación que nos siga. Lo que para algunos vienen a ser
‘ciclos de privación’, para otros pueden ser ‘ciclos de ratificación’.55 Hubbard lo
ejemplifica como la ‘cadena de la tradición que transmite y acrecienta los
conocimientos a través de las generaciones’. A lo que añade: ‘Poner fin a los ciclos
nefastos para dar continuidad a los buenos es función de los progenitores’. Y este
maestro puede congratularse por haber tenido unos padres a los que agradecer
cuidados y desvelos que han acabado siendo cual corona de gloria (9).

Más charlas sobre las malas compañías (4:10–19)


(a) Hijo mío (10).
(b) Atiende y acepta lo que te digo (10).
(c) Cuida bien de la sabiduría, en ella está la vida (13).
(d) Huye de las sendas de los malvados (14–17).
(e) El camino del justo transpira luz, el de los perversos es de oscuridad total
(18–19).
61
Las instrucciones del padre entrañan algunas admoniciones y consejos prácticos. Él
se ha esforzado por guiar a sus pupilos por caminos rectos (11), apartándoles de la
senda de los impíos (18). Al estudiante le corresponde ahora mirar muy bien por dónde
camina (cf. 26). Muchos de los verbos que aparecen ahí se relacionan con guiar,
caminar, correr y tropezar. El camino, pues, es una metáfora relativa a una determinada
forma de vida, con lo que ello supone de forma de comportarse, actitudes ante la vida,
y carácter. El maestro sabio anima a sus discípulos a que desarrollen sus propias formas
y personalidad para poder alcanzar la auténtica vida (13). Esa es la razón de que sea tan
importante evitar todo posible batacazo.
La mayor piedra de tropiezo a la que se hace referencia en este pasaje son los
caminos de los impíos (14). Ese es un asunto del que nos ocuparemos acto seguido en
relación a las bandas violentas y sus engañosas mañas, tal como se advierte en el
capítulo 1, y que tiene además una continuidad en los versículos 14–17. Esa clase de
compañía no duerme ni descansa a menos que haga el mal (16). La violencia y la maldad
es su alimento habitual (17). Evitar su compañía es imperativo ineludible.

Charlas sobre una atenta vigilancia (4:20–27)


(a) Hijo mío (20).
(b) Presta atención, escucha con cuidado (20).
(c) Las palabras de la sabiduría han de ser guardadas en el corazón, porque son
garantía de vida y bienestar (21–22).
(d) Sé precavido (23) –en lo que hagas (23), en lo que digas (24), en lo que
contemples (25) y en dónde te muevas (26–27).
(e) El que permanece vigilante se mantendrá en terreno firme (26).
Las instrucciones del padre advierten aquí acerca de otra piedra de tropiezo a que
evitar en esta vida, a saber, la charla deshonesta. Verse atrapado por los modos y
maneras de una banda de malhechores entregados a la violencia puede acabar
embotando la distinción entre lo honesto y lo deshonesto. Es muy fácil caer en la
trampa de justificarse uno mismo en un cómodo ‘los demás hacen igual’,
desdibujándose así la realidad del error. De ahí que haya que ser precavido: las sendas
torcidas y la falta de honestidad acaban por apartar a la persona del buen camino.
Las tres secciones siguientes de instrucciones (5:1–23; 6:20–35; 7:1–27) siguen un
esquema similar al visto hasta aquí. La causa de preocupación ahora es la mujer de
moral equívoca, la ‘adúltera’, cuyo cometido en Proverbios 1–9 enseguida será objeto
de análisis.
Por último, pasaremos a Proverbios 6:1–19.

Charlas de índole general, advertencia contra la insensatez (6:1–19)


Esta breve sección, aunque sigue dirigida al ‘Hijo’ (1), no tiene idéntica estructura.
Aun así, los temas encajan bien con el resto:
62
La virtud de la prudencia (1–5).
La insensatez de la pereza (6–11).
El engaño en su maldad (12–15).
Lo que el SEÑOR aborrece: el orgullo, las mentiras, el crimen, la falacia y la disensión
(16–19).
Lo primero de todo es ese aviso para evitar adquirir compromisos que después sea
imposible cumplir. El objetivo a conseguir es desligarse de toda atadura, aunque para
ello sea preciso tragarse el orgullo (1–5). Este es un buen ejemplo del énfasis en la
faceta práctica y prudente que encontramos a lo largo de Proverbios. El núcleo de esta
sección no tiene que ver con la negación de los compromisos, sino con la voluntad
necesaria para pedir disculpas, reconocer errores y desligarse de lealtades asumidas de
forma imprudente. Esa es una actitud que va en contra de un entorno social que se
niega a admitir los fallos, pero, aun así, la palabra de prudencia práctica será siempre
algo crucial en las relaciones personales.
La siguiente tanda de versículos (6–11) son una viva advertencia contra la pereza y
un llamamiento a aprender de las diligentes hormigas. El peligro que se corre ahí es que
el discípulo se convierta en un haragán, y esa es cuestión que también examinaremos.
Los versículos 12–15 tratan del lamentable final que tendrán los que maquinan
maldades. Los jóvenes tienen que ser advertidos de la existencia de tan ‘desalmados
rufianes’.
Por último, los versículos 16–19 nos indican seis y aun siete cosas que el SEÑOR
aborrece. Al igual que en otras partes de Proverbios, la disposición numérica ayuda al
lector a recordar lo que ahí se dice, reforzándose quizás el orden secuencial y la
conclusión a la que se llega. El SEÑOR aborrece la mirada altiva, la lengua mentirosa, la
matanza de los inocentes y las artimañas (quizás incluyéndose ahí la perversión de la
justicia con falsos testimonios para perder al inocente), y muy particularmente la
siembra de la discordia en el seno de la comunidad. Hubbard señala ahí que ‘en modo
alguno puede hablarse de sistema legal justo cuando, para que alguien gane por todo lo
alto, otro tiene que perder lastimosamente’. Hay conductas en una sociedad que sólo
van a ser causa de discordia. Y eso en modo alguno va a ser aprobado por el SEÑOR,
pues Él aborrece por completo tales prácticas.

Los detractores de la Sabiduría


Con excepción, quizás, del capítulo 6, todas las demás instrucciones contenidas en
los otros capítulos contienen instrucción muy positiva, proporcionándonos con ello un
perfil de la Sabiduría que incluye creatividad, justicia, integridad y vitalismo. El capítulo
3 en particular ofrece en su mayor parte un conjunto positivo de instrucciones
fundamentales. Pero hay también otras secciones de sesgo negativo, en las que el
maestro se ve obligado a advertir a sus discípulos, y los padres a sus hijos adolescentes,
respecto a todo aquello que se interpone en el camino de la auténtica sabiduría. Será,

63
pues, de ayuda repasar ahora de nuevo algunas de esas secciones, y ello con el fin de
analizar en detalle las actitudes de los detractores de la Sabiduría. Esto no es muy
diferente de las batallas que tienen que librar los padres de hoy con sus hijos
adolescentes para saber cómo reaccionar ante sus intereses y problemas, en el marco,
tal como muy acertadamente resume Erikson, de su búsqueda de una ‘identidad’
propia. Si esa tarea no se realiza con éxito, quizás por una gestión inadecuada de etapas
de crisis anteriores en el proceso del desarrollo infantil, la vida del adolescente puede
quedar marcada por lo que Erikson califica de ‘confusión de roles’. ‘¿Quién soy yo? ¿Y
cuál es mi lugar?’ Más adelante, seleccionaremos cuatro temas en concreto sacados de
estos mismos capítulos de Proverbios: la violencia en grupo, las experiencias sexuales,
la holgazanería y el rechazo burlón de los principios sostenidos por sus mayores. Como
muestra, examinemos ahora de qué modo estas charlas paterno-filiales encarnan el
problema.

La violencia en grupo (1:10–19)


Lo que va a ocurrir se presenta aquí de forma muy gráfica. Al joven se le advierte
expresamente del riesgo de verse atraído (10) por los caminos de la violencia (11–12).
La pandilla violenta ofrece perspectivas de ganancias fáciles y rápidas (13), y la promesa
de botín compartido (14). Pero la Sabiduría avisa (15) de que tal maldad (16) acabará en
desastre (18–19).
Hijo mío, si los pecadores te quieren seducir,
no consientas.
11 Si dicen: Ven con nosotros,
pongámonos al asecho para derramar sangre,
sin causa asechemos al inocente,
12 devorémoslos vivos como el Seol,
enteros, como los que descienden al abismo,
13 hallaremos toda clase de preciadas riquezas,
llenaremos nuestras casas de botín,
14 echa tu suerte con nosotros,
todos tendremos una bolsa;
15 hijo mío, no andes en el camino con ellos,
aparta tu pie de su senda,
16 porque sus pies corren hacia el mal,
y a derramar sangre se apresuran.
17 Porque es en vano tender la red
ante los ojos de cualquier ave;
18 pero ellos a su propia sangre asechan,
tienden lazo a sus propias vidas.
19 Tales son los caminos de todo el que se beneficia por la
violencia:

64
que quita la vida de sus poseedores.
Los progenitores sabios que ahí se nos presentan se esfuerzan por precaver a su hijo
de las compañías que frecuente, instándole a no dejarse seducir por los atractivos de la
banda. Siempre hay algo atrayente en dejarse llevar por la mayoría. Puede que aquí se
trate del señuelo de la ciudad en el entorno de un Israel rural. La Sabiduría hace oír su
voz en medio del bullicio de las calles (1:20). Hay jóvenes que han dejado su entorno
rural para buscarse un nuevo medio de vida en Jerusalén, entrando entonces en
contacto con gentes que no reconocen al Dios de Israel. Son pecadores (10), algunos de
ellos involucrados en acciones terroristas, secuestros, pillaje e incluso asesinato
premeditado. Así, unos padres temerosos de Dios no pueden menos que advertir a su
hijo para que no frecuente esas compañías, pues está claro cómo podría acabar. En
manera alguna van a encontrarse así preciadas riquezas (13); va a ser su propia sangre
la que tengan que empeñar, junto con su integridad moral al extraviarse de tal modo
(18). La avaricia que se ofrece a nuestra contemplación en el versículo 12 acabará con la
vida de los avariciosos. Ahora bien, ¿va a ser capaz el joven de anticipar cuál será su
final? Los atractivos del placer y las ganancias a corto plazo, la excitación de unirse a
otros en acciones violentas atropellando al indefenso, y hacerse con un botín ilícito no
van a producir la felicidad y la seguridad de una posición digna en el seno de una
sociedad, tal como sí sería su deseo. La ofuscación propia de la adolescencia no va a
despejarse por esos medios. Lo que va a ocurrir, por el contrario, va a ser una escalada
de deshumanizada destrucción –y el infractor va a acabar resultando más perjudicado
que su víctima. De ahí la preocupación de los padres por salvaguardar a su hijo.
Como seres humanos hechos a imagen y semejanza del Dios de la Santísima
Trinidad, nos encontramos inmersos en una red de relaciones interpersonales. La
cualidad que puedan tener esas relaciones terminará afectando de forma sustancial a
cada individuo en particular. Es más, el principio general que ahí se trata de reforzar es
que la persona que somos está en gran medida determinada por las compañías que
frecuentemos.
Ese pasaje enfatiza no sólo, pues, en el contexto de las relaciones entre padres e
hijos, sino igualmente en el ámbito de nuestras relaciones con los demás, el resultado
final de las relaciones que entablemos y el comportamiento que adoptemos. ¿Cuál
queremos que sea en definitiva la historia de nuestra vida? ¿Cómo van a afectar
determinados comportamientos esa noción de conjunto? Cuando llegue el momento de
contemplar nuestra existencia retrospectivamente, ¿qué juicio nos merecerán nuestras
propias acciones que, en su momento, parecían tener su atractivo, pero que a la larga
han supuesto dolor y destrucción? Todos estos consejos paternos, pues, no sólo son
prudentes advertencias relativas a un presente, sino asimismo anuncio de posibles
desgracias futuras. En realidad, vienen a ser parte de un proceso en el que el carácter
de la persona irá siendo moldeado para convertirse en la historia de nuestra vida, que –
desde una perspectiva del futuro– podrá ser fuente de auténtica vida y evitación del
camino que lleva a una muerte definitiva.

65
La promiscuidad sexual
Otra de las preocupaciones de unos padres responsables es el riesgo de que sus
hijos se vean apartados de la posibilidad de una auténtica realización en las relaciones
físicas con una persona por el señuelo fácil de la promiscuidad. Son repetidas las
ocasiones en estos capítulos en las que se advierte al joven de los peligros de la
adúltera. En agudo contraste con una Sabiduría que es dadora de auténtica vida, la
mujer adúltera sólo generará destrucción. La primera de sus apariciones la
encontramos en 2:16–19.

Proverbios 2:16–19
La adúltera, o mujer extraña (16), que ha abandonado a su esposo (17), trata de
seducir al joven (16), pero el camino que lleva a su casa es, en realidad, la senda que
aboca a la muerte (18–22). En un cierto nivel, este pasaje nos instruye acerca de las
tentaciones relativas al sexo con unos consejos que los jóvenes harían bien en escuchar
y poner en práctica. En otro, en cambio, nos encontramos con lo opuesto a la Sabiduría:
hay una mujer que reclama nuestra atención, pero sus caminos no conducen a la vida, y
las recompensas que ofrece acaban por destruirnos.
Ella te librará de la mujer extraña,
de la mujer extraña que lisonjea con sus palabras,
17 la cual deja al compañero de su juventud,
y olvida el pacto de su Dios;
18 porque su casa se inclina hacia la muerte,
y sus senderos hacia los muertos;
19 todos los que a ella van, no vuelven,
ni alcanzan las sendas de la vida.
La adúltera en este caso es una mujer que ha abandonado a su marido, haciendo
caso omiso del pacto de fidelidad contraído ante Dios. Con su conducta, la mujer se ha
situado fuera de la comunidad del pueblo de Dios, y la voz de la Sabiduría se hace oír
advirtiendo al joven acerca de sus mañas seductoras. Las palabras que salen de la boca
de esa mujer tienen poder suficiente para seducir al muchacho, pero el camino del
adulterio conduce a un destino opuesto al de la auténtica vida que señala la Sabiduría.
El ir tras los pasos de la mujer adúltera supone apartarse de la senda del bien y la
auténtica realización personal.
Christopher Wright es rotundo en su apreciación del auténtico fondo del calificativo
mujer extraña (según otras versiones, adúltera, mujer fácil), que encierra mucho más de
lo que a primera vista pudiera parecer. Han sido muchos los debates generados
respecto a las distintas posibilidades alternativas para ‘mujer de moral suelta’ –yendo
de ‘extranjera’ (BA) a ‘ajena al clan familiar’. Wright opina que es ella misma la que se

66
ha marginado de su propia familia al romper los votos de su matrimonio. En el Antiguo
Testamento, la lealtad familiar tenía el cometido de reflejar la lealtad recíproca de Dios
con el pueblo de su pacto y de su pueblo con Él. El pacto del matrimonio, pues, y el
pacto con Yavé eran análogos, lo cual hace aún más significativo el uso del término
pacto en 2:17. Al abandonar al compañero de su juventud, la mujer casquivana está
relegando al olvido el pacto con su Dios. Y así, al traicionar el voto de su matrimonio, la
mujer se desliga del pacto comunitario y se aleja de Dios y de su propia gente. No ha de
sorprendernos entonces que el camino emprendido por ella le lleve inapelablemente a
la muerte y al olvido, apartada como está de la auténtica fuente de vida. Esa es, pues, la
razón del aviso al joven crédulo con tanto apremio.
La herencia de la tierra y el ser desterrado de la misma es algo característico del
pueblo del pacto con Dios, y la lealtad a su persona o su desobediencia tienen esas
consecuencias. Enredarse en tratos con la mujer extraña que se ha apartado
voluntariamente del pacto con Dios y de las obligaciones que conlleva, supone poner en
peligro la propia pertenencia. El joven que así obre, se verá apartado de su familia y, en
consecuencia, de la vida de familia de Dios. Esa es la razón de que su conducta sea algo
tan serio.
La mujer casquivana vuelve a hacer su aparición en el capítulo 5, estableciéndose
ahí el contraste entre la auténtica satisfacción sexual que se deriva de una relación fiel a
la luz del pacto, y el camino plagado de tormento de un adulterio que se cobra lo suyo a
costa de la salud física y moral. Al igual que en anteriores ocasiones, lo que ahí tenemos
no es ni más ni menos que una tanda más de sabias ‘instrucciones’ dentro de un orden
de cosas que ya nos es familiar.

Proverbios 5:1–23
(a) Hijo mío (1).
(b) Presta atención, escucha con interés (1).
(c) La Sabiduría es discreta (2).
(d) No te acerques al foco de tentación y peligro que supone la mujer extraña
(3–20).
(e) Los caminos del hombre le son del todo conocidos al SEÑOR (21); el malvado
acabó por caer en la trampa que él mismo tendió (22–23).
La mujer adúltera es el centro de interés en la sección inicial de este capítulo (1–8),
que pasa enseguida a reflexionar acerca de la suerte que le aguarda en relación a la
comunidad local (9–14). La muy hermosa sección que nos sale al encuentro en 5:15–19,
donde se exaltan las delicias de la fidelidad marital, concluye (20) con una exhortación a
evitar a toda costa el lazo tendido por la adúltera, a lo que sigue una reflexión general
acerca del juicio y providencia de Dios (21–23).
Los versículos centrales de este capítulo celebran el gozo de la fidelidad sexual. La
Biblia no oculta su alegría ante un don que procede de Dios y es para nuestro disfrute.
El placer erótico de las relaciones físicas queda ahí reflejado con un lenguaje de

67
refrescante bendición. El amor del versículo 19 presupone amor carnal. Ese gozo ha de
ser disfrutado a plena conciencia por la pareja en mutua fidelidad, y es pasión que no
debe compartirse con terceras personas. De hecho, el maestro sugiere que comparado
con la plena satisfacción que se deriva de una adecuada expresión sexual dentro de una
relación de mutuo amor y fidelidad, el poder imaginar que una mujer ajena tenga algo
que ofrecer es pura insensatez.
El progreso que marca la Sabiduría en este pasaje va de la exclusividad (sean para ti
sólo, 17), al gozo (18), a la respuesta sensata (‘¿Por qué abrazar… el seno de una
desconocida?’ 20) y al juicio divino (los caminos del hombres están delante de los ojos
del SEÑOR, 21). Y todo eso, en su conjunto, viene a ilustrar lo que denominamos la ley
de la providencia moral (22–23).
Pero la Sabiduría no ceja en su empeño, e incluso, en medio de tan encantador
pasaje nos sigue advirtiendo de los peligros que entraña el trato con la adúltera. Sus
labios destilan miel, y su lengua es más suave que el aceite, pero al final es amarga
como el ajenjo (3–4). Ante tan grave peligro, no se vacila en recurrir a un lenguaje más
contundente: lo torcido, lo cruel, los gemidos, la ruina (6–14). A lo que se pone punto
final con un interrogante: ¿Por qué has de embriagarte, hijo mío, con una extraña, y
abrazar el seno de una desconocida?
La segunda mitad del capítulo 6 vuelve al mismo tema, manteniéndose idéntico
esquema de ‘instrucción’.

Proverbios 6:20–35
(a) Hijo mío (20).
(b) Guarda mis mandamientos, no abandones las enseñanzas (20).
(c) Las enseñanzas de la Sabiduría han de estar inscritas en el propio corazón y ser
como collar que adorna el cuello (21).
(d) Instrucciones para evitar el señuelo de la prostituta (23–26).
(e) La inmoralidad sexual acaba en sufrimiento, deshonra, celos, y venganza
(27–35).
Los versículos 20–25 incluyen las instrucciones que el maestro dispensa al alumno:
el mandamiento del padre y la enseñanza de la madre (20) vendrán a ser guía,
salvaguarda y conocimiento (22–23). Si obra en consecuencia, el joven estará a salvo de
la mujer mala (24): No codicies su hermosura (25). El comentario que sigue adopta un
tono más general relativo a los peligros de la promiscuidad (26–29), concluyendo el
capítulo con una comparación entre el adúltero y aquel que roba comida porque está
hambriento (30–35). Y aunque el ladronzuelo puede librarse con una sanción (31), por
muy costosa que ésta pueda ser (31), el adúltero difícilmente podrá esquivar la furia del
marido engañado (34) y tendrá que convivir con su propia vergüenza el resto de su vida
(33). ¡Qué tremendo contraste con la luz que alumbra la lámpara que porta la
Sabiduría, que ilumina y despeja el camino de la vida auténtica (23)! Mientras, la
insidiosa palabrería de la mujer inmoral anda a la caza de la vida preciosa (26).

68
El autor no duda en recurrir ahora a las metáforas para transmitir mejor su mensaje.
¿Puede un hombre poner fuego en su seno sin que arda su ropa?¿O puede caminar un
hombre sobre carbones encendidos sin que se quemen sus pies? (27–28). ¡Por supuesto
que no! Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; cualquiera que la toque no
quedará sin castigo. Ceder ante el deseo carnal conlleva un alto precio a pagar.
Tampoco es necesario que haga su aparición el SIDA o cualquier otra posible
enfermedad de transmisión sexual para tener presente las destructivas consecuencias
de la promiscuidad. El sexo sin compromiso es vivir una gran mentira.
Para que el joven pueda sortear con éxito todas esas dificultades, tendrá que poner
por obra las instrucciones que le dicta la Sabiduría y caminar por la senda de la vida
auténtica. La sección correspondiente a las ‘instrucciones’ del capítulo que sigue
abunda en el mismo tema.

Proverbios 7:1–27
(a) Hijo mío (1).
(b) Guarda mis palabras y atesora mis mandamientos (1).
(c) Las palabras de la Sabiduría han de estar atadas a la mano e inscritas en el
corazón (3).
(d) No te extravíes en los caminos de la seductora (25); sabe tentarte de muchas
maneras (6–23).
(e) Los que la siguen por las sendas de la inmoralidad se convierten en víctimas
suyas; sus caminos conducen a las cámaras de la muerte (27).
El autor continúa apremiando al joven para que haga caso del juicio de la Sabiduría
(1–4); y va a ser siguiendo esas máximas como el joven evitará caer en las redes de la
adúltera (5). Se nos ofrece ahí, además, un retrato real de las artes de las que se sirve la
adúltera para lograr su deseo (6–23), y de todo ello es veraz testigo ocular un vecino
(6). El atavío de la mujer (10), su actitud (11) y la manera en que se acerca al joven (13)
son oportunamente descritos, junto con las tentadoras ofertas que le hace (14–20). El
joven se ve arrastrado (21–23), ciego de deseo e ignorante del peligro que corre, cual
buey que va al matadero (22) o como ave que se precipita en la trampa (23); el peligro
le cerca como ‘grilletes de escarmiento para el necio’, y como ciervo que cae en la
celada, o como flecha que atraviesa las entrañas (23). Ignora por completo el alto
precio que va a tener que pagar por su error (23). El capítulo llega a su fin (24–27)
retomando el pensamiento presentado en el versículo 5 y enfatizando sus advertencias.
La tentación del encuentro sexual en la gran ciudad es algo difícil de resistir para el
joven incauto. Las prostitutas pueden ser muy persuasivas con sus palabras y sus
maneras. La satisfacción sexual inmediata tiene un gran atractivo. Pero, desde la
perspectiva de la sabiduría, esa atracción es como caer en el lazo que se le tiende al
ciervo, o precipitarse en la trampa del ave. La sabiduría quiere que el joven se vea
protegido ante semejantes peligros, evitándole al tiempo la desilusión y el desengaño
que se sigue de todo ello. La Sabiduría quiere, de hecho, que el joven viva una auténtica

69
vida (2).
Una vez más, los padres del muchacho tratan de ayudarle a comprender el alcance
de sus acciones a la luz de la historia dilatada de su propia existencia, y lo que ellos
quieren es que esa historia tenga su repercusión inmediata en el presente. Es
justamente la maravilla de la intimidad física dentro del marco de un pacto de fidelidad
lo que hace necesario decir ‘no’ a todo contacto personal íntimo fuera de ese ámbito.
Estos padres no tienen miedo a marcar bien los límites. Pero sus enseñanzas no se
basan exclusivamente en prohibir: se recurre a lo aprendido por propia experiencia
para hacer entender por qué son necesarias ciertas prohibiciones. Este capítulo en
concreto nos presenta de forma muy gráfica a los jóvenes reunidos en cualquier
esquina dentro de la gran ciudad (7). El maestro estaba asomado a la ventana y ve lo
que ocurre en la calle. Uno de los jóvenes se deja convencer por la mujer y marcha en
pos de ella. Ha caído en la trampa de sus seductoras promesas, viéndose agravado el
hecho por la aparente religiosidad de la mujer, que está dispuesta a observar el ritual
de ofrendas de paz (¡con buena provisión de alimentos en su casa!), cumpliendo con
sus votos y aprovechando para satisfacer su apetito sexual al mismo tiempo.
En la iglesia cristiana actual, hay jóvenes que están dispuestos a observar la ética
sexual tradicional en sus relaciones reservándose para el matrimonio. Pero la mayoría
de ellos no saben muy bien por qué. Un tímido intento de respuesta pasaría por
retomar la importancia inherente al compromiso que entraña el pacto que estas
secciones de Proverbios ratifican. Tener una plena relación sexual con alguien supone
dar expresión física a aquello que se entiende como relación pactada –esto es, estable,
fiel, permanente. Manifestar físicamente un ‘Me entrego a ti’, retrayéndose en lo
emocional y espiritual ante un posible compromiso pactado, es vivir una gran mentira –
una especie de fractura en lo personal que acaba por agobiar y destruir lo más
preciado. Esa es la clase de argumentación que utiliza San Pablo en 1 Corintios 6 al
reconvenir a sus lectores por pensar que pueden disfrutar de una relación sexual física
con una prostituta sin que afecte en nada a lo emocional y espiritual. Eso no es así,
asevera enfático: toda relación sexual entraña un cierto grado de compromiso. El
propio cuerpo va a sufrir por verse obligado a admitir algo que el corazón rechaza.
Mejor sería decirle a la sabiduría: Tú eres mi hermana, y [llamar] a la inteligencia tu
mejor amiga (7:4) y aprender de ella un compromiso pactado que comporte auténtica
felicidad (5:18).

La holgazanería
Hay otra tentación más dispuesta a apartar al joven de los caminos de la Sabiduría:
la holgazanería. Ya lo dice con intencionada socarronería la conocida tira cómica: ¿Para
qué trabajar si se tiene la salud y el vigor necesarios para quedarse en la cama? Nada
más tentador que permanecer en el lecho, sobre todo si asusta enfrentarse a las tareas
del diario. Nada tan fácil como dilatar y posponer decisiones y acciones. Son muchas las
cosas a las que tiene que hacer frente la adolescencia: mejor eludir el asunto y dejar

70
que el tiempo vaya pasando. Puede que mañana me levante y descubra que las cosas se
han arreglado solas.
La Sabiduría es plenamente consciente de la existencia de ese problema, pero lo
cierto es que si se cede terreno ante la angustia, correrán grave peligro no sólo las
cuestiones más comunes sino incluso la existencia misma. Volviendo al panorama que
nos presenta la primera parte del capítulo 6, vemos que los versículos 6–11 nos brindan
una sólida lección respecto al buen comportamiento. El mismo registro aparecerá más
adelante en el capítulo 30. La analogía se presenta en comparación con la hormiga. Las
consecuencias derivadas de la pereza y la desidia resaltan con fuerza ante la
laboriosidad incesante de la diminuta hormiga que consigue, sin que nadie haya tenido
que ordenárselo (7), hacer acopio de provisiones para un futuro incierto (8). En
contraste con esa ‘sabia’ y diligente actitud, el holgazán (6–9) que no sale de su cama
(9–10) acabará por descubrir que su pereza aboca a la pobreza (11).
Ve, mira la hormiga, perezoso,
observa sus caminos, y sé sabio.
7 La cual sin tener jefe,
ni oficial ni señor,
8 prepara en el verano su alimento,
y recoge en la cosecha su sustento.
9 ¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?
10 Un poco de dormir, un poco de dormitar,
un poco de cruzar las manos para descansar,
11 y vendrá como vagabundo su pobreza,
y su necesidad como un hombre armado.
La pereza supone un abandono de la responsabilidad –indicativo frecuente de falta
de amor. Si se queda uno en la cama cuando debería estarse trabajando, no habrá de
sorprendernos que carezcamos de dinero y que la comida escasee o falte por completo
(11).
Con profunda ironía, el autor traza un agudo contraste entre el joven indolente e
irresponsable, dotado de un cuerpo vigoroso más que apto para el trabajo, y la
diminuta e insignificante, en comparación, hormiga, toda laboriosidad y diligencia. La
hormiga ni siquiera cuenta con un jefe que disponga y organice su tarea –a diferencia
del joven, que puede que haya incluso disfrutado de la preparación necesaria para
poder ocupar un puesto en la corte. La cuestión es que la hormiga se plantea el futuro y
se anticipa a las posibles consecuencias, almacenando provisión suficiente en el tiempo
de la cosecha para poder subsistir el resto del año cuando el alimento escasee. Los
jóvenes habrán, pues, de superar su indolencia si quieren salir bien parados del asunto,
asumiendo para ello las responsabilidades necesarias y evitando ser una carga para los
demás.

71
El rechazo de los principios paternos
La adolescencia es una época en la que todos los jóvenes han de tomar decisiones
importantes respecto a su código moral de valores. Desde muy temprano en la vida, la
mayoría de nosotros iniciamos nuestro desarrollo moral con lo que podría denominarse
moral ‘precautoria’. Aprendemos a diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal
al darnos cuenta de que, si nos pasamos de la raya, la situación se vuelve en contra
nuestra –sea por la desaprobación manifiesta de nuestros padres o por una disciplina
física. Posteriormente, son profesores, amigos y personas que tratamos las que nos
ayudan a asumir una moral ‘autoritaria’. Juzgamos algo como bueno o malo en base a
una ‘autoridad’ externa que está por encima de nosotros– y tanto da que proceda de
nuestros padres, nuestros profesores, nuestros amigos o nuestros héroes. Pero la
adolescencia es una etapa en la que se espera que desarrollemos una moral más
‘personal’. Hemos de asumir la responsabilidad de decidir cuál de esas posibles
‘autoridades’ aceptamos, cuáles vamos a adoptar como propias y cuáles vamos a
desechar porque ya no nos inspiran respeto. Y, para algunos, la adolescencia es el
momento de rechazar toda autoridad heredada o impuesta, y tratar de encontrar la
propia. Eso explica, en parte, que podamos sentirnos atraídos por las bandas, o
seducidos por una prostituta. Pero la Sabiduría nos previene ante semejante rechazo en
masa de los valores heredados. De hecho, la Sabiduría quiere que los jóvenes asuman
responsabilidades por las elecciones que hagan, pues es crucial que la moral sea algo
‘personal’. Pero eso, claro está, no significa que se haya que desechar todo lo recibido
del pasado. Hay que evitar incurrir en pecado de cinismo y orgullo, porque acabaríamos
padeciendo destrucción y sufrimiento.
El escarnecedor, pues, figura de forma principal en la lista de los detractores de la
Sabiduría. No es personaje que le guste ser corregido y objeto de atención por parte de
ella.
Hay un breve párrafo en el capítulo 9 que hace alusión al tipo de reacción que
puede esperarse de alguien que intenta instruir a un escarnecedor o burlador. En
contraste con la persona sabia, que se muestra conciliadora ante las ofensas (8) y que
crece en conocimiento en base a la instrucción (9), el escarnecedor responde a las
enseñanzas con insultos (7), y a la reprensión con inquina (8).
El que corrige al escarnecedor, atrae sobre sí deshonra,
y el que reprende al impío recibe insultos.
8 No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca;
reprende al sabio, y te amará.
Da instrucción al sabio, y será aún más sabio;
enseña al justo, y aumentará su saber.
El escarnecedor aparece de nuevo en capítulos posteriores (13:1; 15:12). En la burla
cruel que hace de las palabras de su maestro, queda patente su desmedida soberbia
72
(21:24), que acaba en conflicto. ‘Echa fuera al escarnecedor y saldrá la discordia, y
cesarán también la contienda y la ignominia’ (22:10). Todo el mundo detesta al
escarnecedor (24:9), pues siembra la Discordia por doquiera que va (29:8). De ahí que la
Sabiduría advierta al joven continuamente respecto a sus caminos y mañas.

Alumnos problemáticos
En Proverbios, nos encontramos toda una galería de personajes poco
recomendables que parecen incapaces y, desde luego, nada dispuestos a aprender de la
instrucción de la Sabiduría. Y este quizás sea el momento más apropiado para
detenernos a reflexionar al respecto. De entre todos ellos, cabe destacar al simple, al
bobo y al escarnecedor. El comentario de Kidner al respecto resalta muy
apropiadamente las características que los distinguen.
Proverbios se dirige en esta sección a los jóvenes de forma muy particular –y Kidner
abunda en sus referencias a ellos de continuo–, pero no por ello hay que pasar por alto
la medida en que incluso nosotros mismos figuramos en esa semblanza, tanto viejos
como jóvenes, mujeres y hombres por igual.
El simple en Proverbios es persona que no piensa. Kidner describe a semejante
personaje como ‘fácilmente influenciado, crédulo, tonto. Mentalmente es un completo
ingenuo (“el simple se lo cree todo, pero el prudente indaga por dónde va”, 14:15; cf.
22:3); en el terreno de lo moral, es irresponsable y caprichoso (“lo incierto de sus
caminos significará su ruina”, 1:32).’ El capítulo 7 nos muestra al ‘simple’ con meridiana
claridad, ‘joven carente de sentido común’ (7), que es fácilmente atraído por el camino
de la tentación. ‘Es persona cuya inestabilidad podría corregirse, pero él prefiere
desatender la disciplina de la escuela de sabiduría (1:22–32).’
Hay que precisar que ‘sin sentido’ significa literalmente ‘falto de corazón’, siendo
‘corazón’ ahí la sede del pensamiento ofuscado e inconstante. ‘Falto de corazón’, pues,
evidencia su absoluta incapacidad para contemplar la realidad con fundamento lógico,
de ahí joven que carece de juicio.
El bobo es más una cuestión de obstinación y tozudez. Hay en hebreo tres términos
distintos que aparecen en Proverbios traducidos como ‘bobo’, solapándose sus
respectivos significados. Kidner opina sobre el término más frecuente que el tonto ‘no
tiene noción de lo que significa la búsqueda paciente de la verdadera sabiduría: carece
de la capacidad de concentración necesaria para ello… y piensa que se puede adquirir
como cualquier otra mercancía con precio… La raíz de su problema es de índole
espiritual, no mental.’ El fondo de la cuestión es que ‘no ha optado por temer al SEÑOR’
(1:29). De hecho, es una amenaza social y fuente de preocupación y disgustos para sus
padres (17:12); 18:6; 13:20; 17:21). En cuanto a los otros términos hebreos traducidos
como ‘bobo’, uno de ellos acentúa el aspecto negativo, enfatizando su ‘insolencia
moral’, y el otro hace aún mayor su grado de estupidez.’
El tercer personaje es el del escarnecedor, que viene a poner de relieve que lo que
cuenta no es ‘la capacidad mental, sino la actitud’. ‘Es, desde luego, personaje que

73
aborrece, al igual que sus compinches, que se le corrija (9:7, 8; 13:1; 15:12), y por eso,
que no por su falta de inteligencia, todo posible camino hacia la sabiduría está
bloqueado de antemano (14:6).’

¿El camino de la Sabiduría o la senda de la Insensatez?


El capítulo 9 pone broche final a la sección de inicio del libro de Proverbios. En
muchos sentidos, viene a ser una especie de resumen y conclusión de los ocho capítulos
previos. La primera de estas secciones (1–6) es un homenaje más a la Sabiduría, y la
fiesta de celebración que ella misma convoca, mientras que la sección final (13–18) nos
muestra el perfil de otra dama muy distinta, la Insensatez, que tan sólo va a invitarnos a
comida hurtada (9:17). El capítulo en sí marca las diferencias de forma más que notable.
El contraste se establece entre la Sabiduría (1–6), que ha edificado su casa (1),
preparado su alimento, mezclado el vino (2) y enviado a sus doncellas a repartir las
invitaciones (15–16), con el señuelo de ricos manjares y agradable bebida (17). Lo
notable del caso es que esa invitación va acompañada de una exhortación a valerse de
la sensatez y la prudencia (6), mientras que, en el polo opuesto, la mesa de la
Insensatez es frecuentada por personas que ni siquiera son conscientes de su estupidez
(18). Entre ambas escenas, se insertan esos versículos relativos al escarnecedor a los
que ya habíamos aludido (7–9), y se vuelve al tema principal del temor del SEÑOR
(10–12). Una breve comparación de la Sabiduría (1–6) con la Insensatez (13–18) es una
buena manera de poner fin al examen de estos capítulos.
La sabiduría ha edificado su casa,
ha labrado sus siete columnas;
2 ha preparado su alimento, ha mezclado su vino,
ha puesto también su mesa;
3 ha enviado a sus doncellas, y clama
desde los lugares más altos de la ciudad.
4 El que sea simple que entre aquí.
Al falto de entendimiento le dice:
5 Venid, comed de mi pan,
y bebed del vino que he mezclado.
6 Abandonad la necedad y viviréis,
y andad por el camino del entendimiento.
7 El que corrige al escarnecedor, atrae sobre sí deshonra,
y el que reprende al impío recibe insultos.
8 No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca;
reprende al sabio, y te amará.
9 Da instrucción al sabio, y será aún más sabio;
enseña al justo, y aumentará su saber.
10 El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR,
y el conocimiento del Santo es inteligencia.

74
11 Pues por mí se multiplicarán tus días,
y años de vida te serán añadidos.
12 Si eres sabio, eres sabio para provecho tuyo,
y si escarneces, tú solo lo sufrirás.
13 La mujer insensata es alborotadora,
es simple y no sabe nada.
14 Y se sienta a la puerta de su casa,
en un asiento, en los lugares altos de la ciudad,
15 llamando a los que pasan,
a los que van derechos por sus sendas:
16 El que sea simple, que entre aquí.
Y al falto de conocimiento, le dice:
17 Dulces son las aguas hurtadas,
y el pan comido en secreto es sabroso.
18 Pero él no sabe que allí están los muertos,
que sus invitados están en las profundidades del Seol.
Ambas mujeres invitan al simple (4, 16) a acudir a sus respectivas casas para
compartir comida y bebida (1, 5, 14, 17). Necesitamos ser cuidadosos aquí, pues el
término traducido como ‘simple’ tiene una connotación moral innegable. Toy opina que
en contraste con quienes tienen entendimiento, ‘simples’ son ‘aquellos que carecen de
percepción moral y de capacidad para encaminarse a sí mismos, siendo, de hecho,
mentalidades negativas e incapaces de ejercer un discernimiento, no entregadas
todavía al pecado, pero en grave peligro de acabar convirtiéndose en verdaderos
zopencos’. Ambas damas ofrecen una forma de recompensa (6, 17), pero llegarse a la
morada edificada por la propia Sabiduría supone acercarse a la auténtica vida y
adentrarse en los caminos del verdadero conocimiento (6). En cambio hacer caso de la
ignorante e indisciplinada Insensatez supone no salir de la propia ignorancia (18) y
acabar abocado al destino de la muerte en vida. Así, al igual que en otras ocasiones
dentro de Proverbios 1–8, nos vemos obligados a tener que elegir.
Los comentarios de Hubbard al respecto merecen ser citados íntegramente:
Al igual que los movimientos finales de una sonata o de una sinfonía, este
capítulo comprendía las cuestiones principales de los capítulos 1–8,
produciéndose un enfrentamiento frontal entre la Sabiduría (vv. 1–6) y la
Insensatez (vv. 13–18), recurriendo a un lenguaje de inconfundible paralelismo.
Las cuestiones dirimidas están presentes en todas sus páginas y, de forma
virtual, en cada uno de sus párrafos y con meridiana claridad. Cuestiones éstas
que guardan estrecha relación con nada menos que la vida (v. 6) y la muerte (v.
18).
Poderoso Hijo de Dios, Amor inmortal,
a quien, sin haber visto el rostro,

75
por fe, y sólo en fe abrazamos,
creyendo allí donde probar no se puede.
Tuyos son los orbes de sombra y luz;
Tú diste vida a hombre y bruto;
Tú les diste también muerte; y he aquí que tu pie
en reposo está sobre el cráneo por ti creado.
Tú no nos dejarás en el polvo:
Tú hiciste al hombre, aunque él no sepa por qué;
y cree que no fue hecho para morir;
y Tú que le has creado: Tú eres justo.
Tú que conjugas lo humano y lo divino,
la más elevada y santa humanidad, Tú;
nuestra voluntad es ahora nuestra, y sin saber cómo;
nuestra voluntad es ciertamente nuestra,
para hacerla tuya ahora…
Perdona este clamor no domesticado y disperso,
confusión propia de una juventud echada a perder;
perdónales allí donde a la verdad faltan,
y con tu sabiduría hazles a ellos sabios también.
Alfred, Lord Tennyson, del comienzo de In Memoriam A. H. H. (1850)

Los métodos de la Sabiduría


Nos detendremos en este punto para distanciarnos de Proverbios y hacernos
algunas preguntas acerca del método empleado en su trabajo por los diversos autores.
El suyo, evidentemente, no es el modo de hacer teología que encontramos en la
epístola de los Romanos, ni tampoco guarda semejanza alguna con los relatos del
Pentateuco, ni con las narraciones de los Evangelios. Proverbios no contiene ni historias
ni profecías, ni tampoco es una epístola. Proverbios sí que incluye, en cambio,
cuestiones relativas al método teológico y al estilo literario. Este capítulo en concreto se
encarga de explorar algunas de esas cuestiones, sirviendo de introducción a la siguiente
sección, donde examinaremos con mayor detalle Proverbios 10–22.

La teología de una experiencia viva


En algunas de las luchas personales que los cristianos tienen que padecer en la
actualidad, parece estar presente con frecuencia una dicotomía entre las enseñanzas de

76
la fe y la experiencia real de vivir en el mundo creado por Dios. Algo igual a lo que pudo
haber ocurrido hace 150 años, cuando William Wilberforce se esforzaba con denuedo
por persuadir a las gentes sobre la iglesia de la maldad del tráfico de esclavos y la
urgente necesidad de abolirlo. Ahora bien, ¿es que el Antiguo Testamento condonaba
la esclavitud? ¿No exhortaba el apóstol Pablo a los esclavos a ser obedientes para con
sus amos? La Biblia nada decía acerca de abolir la esclavitud, estado de cosas que
favorecía el crecimiento económico del siglo XIX en un mercado dominado por el
capitalismo, que curiosamente había ido evolucionando a partir de la noción del trabajo
comprometido, el espíritu de ahorro y la necesidad de servir a Dios desde el puesto que
uno tenga en la vida, sea éste cual sea. Así era, al menos, cómo pensaban algunos. Pero
para Wilberforce y, sin duda, asimismo para los esclavos convertidos al cristianismo, las
ideas predominantes al respecto no cuadraban con su experiencia. ¿Iba en verdad a
tener que cuestionarse el anhelo de ser libres debido a la tradición dentro de la fe? ¿La
obediencia a las enseñanzas de las Escrituras realmente demandaba eso? ¿No sería más
bien que habría que examinar de nuevo los textos bíblicos a la luz de la experiencia?
Históricamente, el término ‘esclavitud’ ha estado asociado a los males propios de la
sociedad europea en su relación con la trata de esclavos con el continente americano y
las Antillas. En el Antiguo Testamento, la situación del esclavo era algo diferente. De
hecho, en cuanto a su práctica en el seno de la comunidad hebrea, el término ‘esclavo’,
tal como comúnmente se entiende, no era en absoluto aplicable al caso, pues el
esclavo, y el siervo o el criado, era uno más dentro de una familia amplia, y partícipe
por ello de los beneficios de una comunidad pactada (cf. Gn. 17:13). Lo distintivo de esa
institución social se hace evidente al darnos cuenta de que el pasaje más extenso sobre
la legislación al respecto, dentro del Antiguo Testamento, se ocupa de aquellos esclavos
que no quieren cambiar de estado (Ex. 21:1–6). Es más, incluso ya en tiempos de San
Pablo, en paralelo con la inaudita crueldad para con los esclavos por parte de la
sociedad griega y la romana, se seguía manteniendo la visión del esclavo como
propiedad muy apreciada que había que cuidar y proteger. Eso no quiere decir,
evidentemente, que el panorama completo de la visión de los evangelios no contemple
la abolición de una práctica que hace del ser humano mercancía de intercambio –por
supuesto que hay que hacerlo. Pero lo que realmente hay que cuestionar es el paso
simple de la práctica en el texto bíblico a una decisión drástica contemporánea. Incluso
en el ámbito de la esclavitud, va a ser necesaria una muy cuidadosa trasposición
cultural. La maldad inherente al tráfico de esclavos en el siglo XVIII exigía un repaso a
los textos correspondientes dentro del Antiguo y el Nuevo Testamento a la luz de la
nueva situación.
Hay sectores dentro de la iglesia que se hallan en pleno proceso de cambio de
enfoque similar en relación a la sexualidad del ser humano. Sesenta años atrás, los
obispos de la Iglesia de Inglaterra se sentían incómodos respecto al uso de los
contraceptivos. Los propios creyentes se encuentran divididos acerca del divorcio,
considerándolo algunos la única opción responsable viable, aunque ciertamente
dolorosa, cuando la situación de la pareja llega a un punto tal que es ya imposible
soportar. ¿Qué decir, además, acerca de las mujeres con autoridad y liderazgo dentro
77
de la iglesia? Son, pues, todas esas cuestiones, y algunas otras más, a las que el
creyente no tiene más remedio que enfrentarse y procurar aplicar doctrina, dogma,
teología y sentido común a la vista de los nuevos retos. Las conclusiones a las que se
llega y las soluciones propuestas no son, sin embargo, uniformes.
Como parte de un proceso inevitable, la comunidad de creyentes se ve
continuamente enfrentada a la cuestión del método dentro del ámbito de la teología.
Hay quien se ha sentido inspirado por las experiencias y el ejemplo de la lucha del
pueblo cristiano en Latinoamérica en su rechazo visceral del método propio de la
cultura de Occidente en su paso de la doctrina a la práctica. La teología, decían ellos,
tendría que ser aplicada justo al contrario. No se trata, pues, de tener bien claro
primero nuestro entendimiento teológico y tratar luego de aplicarlo a la experiencia
cotidiana. Lo más apropiado sería aplicarse con toda honestidad a entender la
experiencia del vivir, y, en base a una reflexión crítica de la práctica, elaborar y aquilatar
posturas y modos de hablar acerca de Dios. La Teología de la Liberación surge de las
luchas sociales y de la necesidad de una auténtica liberación política. Lo que algunos
teólogos han dado en catalogar como ‘reflexión crítica teológica sobre la base de la
praxis’ –que podría resumirse como ‘un intento por comprender la realidad de la
práctica a la luz de nuestra teología, y una remodelación, donde se hiciera necesario,
del lenguaje en uso igualmente según experiencia’– ha venido a proporcionarle a la
iglesia un método diferente con el que comunicarse en relación a Dios y el mejor modo
de vivir aquí en la tierra, en ese mundo por Él creado.
De hecho, son muchos los cristianos que han empezado ya a darse cuenta de que la
tarea de elaborar esa suerte de teología que tiene que ver con la vida diaria común
supone un diálogo continuado entre la doctrina y la práctica, la tradición heredada y la
experiencia actual. Es necesario saber qué dijo Dios en su momento, en el contexto de
las vidas, la historia y la experiencia del pueblo de Dios, a la vez que necesitamos
encontrar nuevas maneras de expresar lo que Dios quiere decirnos ahora en base a
aquel entonces, y ello igualmente en relación a nuestras vidas, nuestras historias y
nuestras experiencias contemporáneas. No se trata, pues, de una cuestión de simple
‘doctrina’ o de mera ‘experiencia’. Lo que necesitamos es, ni más ni menos, una
‘teología práctica’.
En algunos aspectos, esta cuestión del método teológico tiene su paralelo en los
cambios ocurridos dentro de la filosofía de lo moral y el ámbito de la educación. El
apéndice del presente capítulo incluye un análisis más detallado de la cuestión. Como
anticipo del mismo, podría decirse que algunos filósofos están recuperando lo que
escritores anteriores calificaron de ‘razonamiento práctico’: a saber, una forma de
descubrir qué hay de cierto en el mundo a través de un pensar en la experiencia. De
forma similar, en el campo de la educación se ha venido desarrollando una
comprensión de los procesos educativos que conlleva un diálogo entre la información
recibida y la experiencia vivida.
Todo esto, pues, no dista mucho de lo que encontramos en Proverbios. Las
actividades comunes de la persona, junto con las experiencias que van sucediéndose,
salen al exterior a la luz de la fe en Dios, instándosele al lector a establecer el nexo de
78
unión entre ambas. De hecho, algunos de los Proverbios nos llevan a cuestionarnos
nuestro propio comportamiento. ‘La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus
manos la derriba’ (14:1). El interrogante surge de inmediato: ¿Estoy construyendo o
derribando? Acciones que pasan a ser entonces situadas en el contexto de ciertos
valores y visiones de la vida plantean: ¿Se corresponde mi comportamiento con lo
característico del sabio o con lo que define al necio? Y tras todo ello estaría el Relato
religioso relativo a los caminos de Dios y sus propósitos para este mundo. ‘El que anda
en rectitud teme al SEÑOR, pero el de perversos caminos le desprecia’ (14:2). El efecto
del Proverbio es poner de relieve nuestras acciones y nuestros valores a la luz del Relato
religioso de Dios y suscitar así el diálogo entre ambas vertientes. Eso es, pues, lo que
nos lleva a la próxima sección bajo una nueva perspectiva.

‘Una antología de gnomos’


Al realizar un análisis de los proverbios de los capítulos 10–31 en concreto, lo
primero que salta a la vista es la variedad de temas, y una aparente distribución del
material. Los proverbios específicos sobre la sabiduría y el temor a Dios aparecen un
tanto extrañamente junto a otros que se ocupan de mujeres chismosas y buscapleitos.
La holgazanería es mencionada junto a la propiedad heredada; la violencia, la culpa, la
inocencia, el soborno, y el excesivo amor al vino se entremezclan en profusa confusión
con versículos que tratan de la justicia, las guerras, la generosidad, la disciplina en la
crianza de los hijos y la bendición que supone la palabra honesta.
Está claro que lo que ahí tenemos es toda una colección de dichos y sentencias, algo
que Toy (citando a Bruch) califica de verdadera ‘antología de gnomos’. Un ‘gnomo’, o un
dicho gnómico, es un aforismo sabio que encierra en sí una visión, una actitud o una
acción específica, invitando con ello al lector a la reflexión. Como antología, carece de
un orden en particular; es más aconsejable bucear en sus profundidades que hacer una
lectura consecutiva. Es posible, además, que su profusa confusión obedezca a un ¡deseo
expreso de reflejar la vida tal como es!
Parte de ese material refleja la existencia de un estilo de vida y un entorno social
muy apartados de la mayoría de los creyentes –al menos de los de Occidente– en este
recién iniciado tercer milenio. Visto todo eso, ¿Verdaderamente el mensaje de
Proverbios tiene sentido para nosotros? Y, además, ¿puede demostrarse este material
válido para ayudarnos a vivir para Cristo en un mundo tan distinto de aquél?

Una estructura cuádruple


Una de las técnicas literarias presente en Proverbios, de la que hay que ser
consciente si queremos dar respuesta a la cuestión planteada, es la de una estructura
cuádruple.
En opinión de T. A. Perry, esa ‘forma cuatripartita’ es característica de gran parte de
los escritos sabios de Oriente Medio. Mucho de lo que sigue está en deuda con su

79
trabajo. Perry propone que reconocer ese origen supone ganar mucho en la
comprensión de los proverbios y el modo en que operan, al hacerse evidente su función
como vehículos de análisis y vía de transmisión de valores culturales de fondo. El
supuesto del que parte Perry, pues, es algo tan razonable como que los proverbios son,
en esencia, condensación y reivindicación de unos juicios valorativos. Hay cosas que
están bien; otras, en cambio, están mal. Lo que esa estructura cuádruple (o, mejor aún,
formación en cuatro líneas) hace es sacar esos valores a la luz, ayudándonos así a
asignar debidamente nuestras prioridades.
Algunos de los Proverbios son decididamente explícitos: ‘mejor… que’. Así: ‘Mejor
es un plato de legumbres donde hay amor, que un buey engordado y odio con él’
(15:17). Que, en versión más directa y concreta, se resumiría como:
Confórmate con las legumbres y disfruta de un amor verdadero.
Codicia la carne y te encontrarás con el odio.
Vemos, pues, cuatro elementos concretos en esas líneas: por una parte, las
legumbres y la carne, y, por la otra, el amor y el odio. El proverbio da por sentado (con
perdón de los vegetarianos) que las legumbres son inferiores a la carne; y creo que
todos estaríamos de acuerdo en que el odio es menos deseable en esta vida que el
amor.
Si calificamos lo menos bueno y menos deseable de ‘negativo’ (−), y lo más
deseable de ‘positivo’ (+), el proverbio presenta el siguiente esquema:
Confórmate con las legumbres y disfruta del amor (−, +).
Busca la carne y descubrirás el odio (+, −).
El análisis de Perry pone de relieve una estructura de fondo más profunda presente
en ese proverbio. Es evidente que también hay un (+, +) y un (−, −). Algo que podría
expresarse así:
Disfruta de la carne y del amor (+, +).
Confórmate con las legumbres y convive con el odio (−, −).
El proverbio es, en este caso, un término medio entre dos propuestas dentro de una
estructura cuádruple, que nos lleva a reconocer la existencia de valores positivos como
la carne y el amor, y valores negativos como el conformismo con las legumbres y el odio
que lo acompaña. El proverbio, pues, nos está forzando a considerar los valores que en
realidad suscribimos. ¿Qué es lo que cuenta más para nosotros, la carne o el amor?
¿Estamos dispuestos a prescindir de ciertas cosas que son en sí buenas (como es el caso
con la carne), y conformarnos con algo inferior (comer sólo legumbres) con el fin de
encontrar lo mejor de todo, esto es, el amor?
Algunos proverbios parecen plantear una preferencia simple. Veamos un ejemplo
diferente: ‘Más vale el buen nombre que las muchas riquezas’. Lo cual viene a quedar
reforzado por el verso siguiente: ‘el favor, [más] que la plata y el oro’ (22:1). En

80
apariencia, se hace tan sólo mención del buen nombre y las riquezas, pero bajo todo
ello se hace de nuevo evidente esa estructura cuatripartita:
Riquezas y un buen nombre (+, +).
Pobreza y un buen nombre (−, +).
Riquezas y un mal nombre (+, −).
Pobreza y un mal nombre (−, −).
Al poner al descubierto esta estructura de fondo, nos damos cuenta de que el autor
no sólo está diciendo que las riquezas y un buen nombre sean cosas por igual
deseables, sino que además nos está forzando a centrarnos en los valores relativos de
todo ello: el buen nombre es preferible incluso donde y cuando conlleve pobreza.
La enjundia del proverbio lleva implícito más de lo que se dice. Así, por poner un
ejemplo: ‘El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza para su madre’
(10:1). Evidentemente, con eso no se quiere decir que el hijo sabio no sea también
motivo de alegría para su madre, y que el necio no le cause pesar al padre. En este
esquema propuesto, vendría a quedar representado así:
Un hijo sabio es causa de alegría para sus padres (+. +).
Un hijo necio es fuente de pesar para sus padres (−, −).
Lo que de ninguna manera estaría presente sería:
El hijo sabio es motivo de quebranto para sus padres (+, −).
El hijo necio es causa de alegría para sus padres (−, +).
El aparente absurdo de tales asertos tiene su origen en nuestro hábito de leer esos
versículos como si ‘sabio’ implicara ‘causa de alegría’ y ‘necio’ motivo de tristeza. Pero
lo cierto es que puede darse la circunstancia de una acción del necio que sea motivo de
alegría (como era el caso con Esaú e Isaac), deleitándose los padres en acciones que
distan mucho de ser sabias y recomendables. El proverbio les está pidiendo a los
jóvenes que reflexionen acerca de lo que da verdadero gozo y lo que va a ser causa de
sufrimiento, al tiempo que insta a los padres a que se pregunten si en verdad se
deleitan con la sabiduría y aborrecen la necedad.
En el libro de Proverbios encontramos muchos dichos que se ocupan de las cosas
materiales y mundanas, mientras que los demás se refieren a los asuntos y valores del
ámbito religioso. Así: ‘Mejor es un bocado seco y con él tranquilidad, que una casa llena
de banquetes con discordia’ (17:1). El valor intrínseco de la concordia se coloca en
paralelo con el festín. En otros casos, los valores espirituales se contradicen o ponen en
entredicho el mérito de lo material. Muchos de los proverbios están estructurados, de
hecho, para poner de manifiesto la importancia de los valores espirituales,
demandando del lector una evaluación de sus propios valores a su luz. Así, ‘Mejor es el
lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una
ciudad’ (16:32). El guerrero y el que asalta una ciudad presentan por igual valores
positivos, pero no dejan de ser valores del mundo, y el proverbio se encarga de darles
81
su justo valor. Los valores espirituales de la paciencia y el control del propio genio son
más importantes que las habilidades de un soldado.
No todos los proverbios de los capítulos 10–31 pertenecen a esta categoría, pero
muchos de ellos sí, sobre todo los que se enmarcan en la fórmula ‘mejor… que’. El
beneficio de este recurso es que obliga a establecer la comparación entre distintos
valores y posibilidades: no sólo hay que decidir qué es bueno y qué es malo, sino, y muy
en particular, qué es mejor y qué es peor. Esa última tarea se ve facilitada por la
estructura bipartita (+, −) y (−, +) dentro de la estructura cuatripartita al completo.
Son varios los autores que han analizado el contenido del libro de Proverbios en
busca de listas de valores básicos que entronquen con las escuelas de sabiduría. Perry,
por ejemplo, incluye en esa lista el trabajo, el temor a Dios, el amor, la rectitud, la
humildad, la mansedumbre, la paz de espíritu, la integridad, la franqueza, la cercanía
afectiva y la sabiduría propiamente dicha.
En la sección que sigue, partiremos de esas posibilidades, haciendo lo posible por
ilustrar los múltiples valores que adornan a la Sabiduría. Tal como señalábamos en un
principio, algunos de los detalles que percibimos en los proverbios parecen
francamente fuera de lugar en el presente siglo. Aun así, puede que sea un ejercicio
saludable poner de relieve algunos de esos aspectos. Es tarea ineludible, pues,
comparar nuestras propias historias con la Historia de la Sabiduría, poniendo a prueba
nuestra visión con la luz que irradia la visión de la Sabiduría, y permitiendo que
nuestros valores sean cuestionados por los valores de la Sabiduría. Esa sería de hecho
una de las maneras en que el mensaje contenido en Proverbios se nos haga presente y
real, poniendo así a nuestro servicio los preciados recursos de una sabiduría práctica.

La imaginación de la Sabiduría
Una de las diferencias más destacadas entre la literatura sapiencial y otros géneros
dentro de la Biblia es el uso que la Sabiduría hace de una palabra viva e inspiradora, y su
capacidad para crear imágenes. En el capítulo de apertura, por ejemplo, tuvimos
ocasión de contemplar una impactante escena de complot y asalto. El joven está siendo
tentado por sus camaradas: ‘Ven con nosotros, pongámonos al asecho para derramar
sangre, sin causa acechemos al inocente; devorémoslos vivos como el Seol, enteros,
como los que descienden al abismo; hallaremos toda clase de preciadas riquezas,
llenaremos nuestras casas de botín’ (1:11–13). Más adelante, vimos cómo los atractivos
de la adúltera se describen de forma muy gráfica: la celosía de la ventana, la esquina de
la calle al anochecer, el beso, el lecho, los perfumes, el marido ausente, la capacidad
persuasoria de sus palabras (7:6–23). La propia Sabiduría es igualmente presentada con
figuras representativas: el vocero en la calle, el constructor, al tiempo que la creación
resultante es pintada con vivos colores (8:22–30).
Sin embargo, hay otra faceta a destacar respecto a la rica imaginación de la
Sabiduría: el uso de símiles y metáforas en el conjunto de sus sentencias. Eso, tal como
tendremos ocasión de ver, es particularmente cierto en los dichos concentrados en

82
algunos de los últimos capítulos de Proverbios. Es la sorpresa que causa una vívida
metáfora lo que nos choca y hace que nos tambaleemos, logrando con ello su objetivo.
Ofrecemos a continuación algunas muestras de ello.
Son varias las ocasiones en las que el valor incalculable de la sabiduría, el
conocimiento y la recta comprensión se compara con el de las joyas que adornan
tocado y garganta: ‘Su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus utilidades
mejor que el oro fino. Es más preciosa que las joyas’ (3:14–15).
Cuando el joven es alertado ante el peligro de tales mujeres, recordándosele la
necesidad de mantenerse dentro de los cauces de la moral, el maestro se sirve de la
evocadora imagen de la cisterna: ‘Bebe agua de tu cisterna, y agua fresca de tu pozo.
¿Se derramarán por fuera tus manantiales, arroyos de aguas por las calles?’ (5:15–16).
Los placeres eróticos del encuentro sexual con la esposa de la juventud evocan la
morbidez y el suave tacto de la gacela: ‘Amante cierva y graciosa gacela, que sus senos
te satisfagan en todo tiempo’ (5:19).
El uso de imágenes de animales en estas colecciones de dichos y sentencias cumple
la función de dar vida a los proverbios: la gacela, la hormiga, el cerdo, el oso, los pájaros
de distantes clases, el caballo, el perro y demás son buen ejemplo de ello. En otras
partes, son las condiciones climáticas las que dan cuerpo a las metáforas,72 mientras
que en otras la base de comparación es la comida o el aderezo.
La esposa cicatera es motivo de comparaciones muy desfavorables: ‘Mejor es vivir
en un rincón del terrado, que en una casa con mujer rencillosa… Mejor es habitar en
tierra desierta que con mujer rencillosa y molesta’ (21:9, 19). ‘Gotera continua en día de
lluvia y mujer rencillosa, son semejantes; el que trata de contenerla refrena al viento y
recoge aceite con su mano derecha’ (27:15).
Los ámbitos naturales del refinador de metales, el fabricante de herramientas, el
herrero y el arquero salen a relucir en diversas ocasiones: ‘Quita la escoria de la plata, y
saldrá un vaso para el orfebre; quita al malo de delante del rey, y su trono se afianzará
en la justicia’ (25:4–5). ‘Como arquero que a todos hiere, así es el que toma a sueldo al
necio o a los que pasan’ (26:10).
Una serie de distintas estampas se usan para advertir al necio, al haragán y al que es
presa fácil de la tentación. Así: ‘Como el que ata la piedra a la honda, así es el que da
honor al necio’ (26:8); ‘Como espino que se clava en la mano de un borracho, tal es el
proverbio en boca de los necios’ (26:9); ‘Como carbón para las brasas y leña para el
fuego, así es el hombre rencilloso para encender contiendas’ (26:21).
Hay otro punto importante a resaltar. Muchos de los proverbios son decididamente
cómicos. Y es evidente que no se espera del lector que lea este libro con exclusiva
seriedad espiritual. Algunas de las escenas que encontramos suscitan más risas que
espíritu de oración –o quizás una carcajada que acaba en oración. El cuadro de la mujer
regañona que es comparada a una gotera continua está pensado para hacernos reír por
su comicidad (27:15). Más de una sonrisa aquiescente se dibujará en aquellos que lean
que una osa sin oseznos sería más tolerable que un vecino pesado (17:12). Y habrá
quien suelte una risa nerviosa al leer la descripción del borracho en 23:29–35.
Este último pasaje nos brinda un ejemplo muy bueno de la rica imaginación de la
83
que hace gala la Sabiduría, y el modo en que esas imágenes cumplen una valiosa
función educativa. La sección se inicia con seis cuestiones a las que hay que dar
cumplida respuesta –una especie de acertijo que invita al lector a que decida qué clase
de persona tiene en mente el maestro:
¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas?
¿De quién las contiendas? ¿De quién las quejas?
¿De quién las heridas sin causa?
¿De quién los ojos enrojecidos? (23:29).
Viene a continuación la descripción del borracho, bebedor hasta altas horas, que no
sale del estupor que le provocan sus continuas borracheras y ese ansia nunca satisfecha
de vino especiado (30). La mera visión del rojo líquido enciende su deseo sin tardanza.
Pero, a la postre, todo se reduce a lo mismo: el vino se desliza con suavidad por la
garganta para acabar mordiendo en el estómago con furia de serpiente. El sopor
inconsciente (33), el sueño intranquilo, como hombre que padece mareos y se ve
forzado a dormir en el mástil de un barco que cabecea (34), le impiden sentir el dolor
de sus heridas (o puede ser que no le importe, 35). Nada más despertar, ya reclama
bebida. Un estado continuo de ebriedad aboca a un caso de alcoholismo. El
impresionante cuadro que esa situación compone recurre por igual a un humor ácido y
a unas imágenes chocantes para transmitir la seriedad del caso.
Todo eso nos presenta el discurrir de la Sabiduría y los recursos de su imaginación.
Ahora bien, ¿qué conclusión podemos sacar?
En primer lugar, lo que ahí tenemos es un recordatorio o un énfasis renovado en el
hecho cierto de que la Sabiduría es la celebración de los aspectos comunes de la
existencia. Nada es demasiado insignificante, o demasiado vulgar, o demasiado
prosaico, como para no poder convertirse en vehículo de unas enseñanzas sabias. El
marco de la creatividad dentro del orden natural, los mundos de los animales y las
plantas, el ámbito de la artesanía y del artista, las condiciones climáticas, el alimento y
la bebida –todo lo perteneciente a la rutina de la existencia– sirve para el propósito de
una metáfora, de un símil, una analogía, o una parábola que ponga de relieve la
Sabiduría de Dios.
En segundo lugar, es de gran ayuda tomarse en serio la imaginación. En estos
tiempos de cambios continuos en las modas y en los modos de pensar (todos esos
cataclismos ideológicos y culturales que englobamos en el concepto postmodernismo),
se nota un renovado interés en lo que puede dar de sí la imaginación. Hay hechos y
situaciones en las que parece abandonarse lo verbal para primar la imagen, sea en
televisión, en la realidad virtual o en los juegos de ordenador, abogándose entonces por
la recuperación de la imaginación creativa como defensa ante la pasividad del eterno
espectador. Pero también se da un reconocimiento más positivo de lo inadecuado de la
razón instrumental y técnica como base de nuestro entendimiento. La época de la
Ilustración, aun con todos sus beneficios, ha acabado por imponer una única forma de
comprensión, la científica racionalista. Sin embargo, es ahora que empieza de nuevo a

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reconocerse que ‘el corazón tiene razones que la razón no comprende’. Un auténtico
resurgir de This Sunrise of Wonder (‘la maravilla del asombro’). Una genuina
revalorización de la importancia y el poder de la poesía, el arte y la narrativa.
Nadie ha puesto de relieve con mayor fortuna y claridad la relación existente entre
la razón y la imaginación que C. S. Lewis. Sus trabajos de crítica literaria y apologética
cristiana por una parte, y sus afamadas Crónicas de Narnia por otra, muestran
palmariamente la tensión existente entre la razón y la imaginación, y ello de forma
primordial y consecuente en el conjunto de sus escritos. En uno de los poemas (Atenea
y Demeter) de sus primeros tiempos, antes de convertirse al cristianismo, Lewis parece
estar dando a entender que la razón, la razón práctica, es la que gobierna el alma,
actuando además como escudo protector ante el error, mientras que la imaginación
sería la parte oscura y seductora de nuestra persona y ciertamente un peligro a evitar.
Peter Schakel ha demostrado cómo su conversión al cristianismo hizo que Lewis
emprendiera un nuevo camino en el que la imaginación y razón se reconciliaban. ‘Las
consecuencias fueron una integridad absoluta, y no sólo en sus escritos, sino en su
existencia en general… pues ahora ya era capaz… de aceptar las limitaciones de un
enfoque exclusivamente racional, convirtiéndose en una persona más sosegada y
equilibrada’.
Resulta de lo más interesante constatar cómo esa armonización queda
ejemplarmente ilustrada en Proverbios en la presentación de la figura de la Sabiduría y
en las poderosas imágenes que ella misma evoca. Y eso es algo presente asimismo en
las imágenes que el propio Jesús ofrece a sus oyentes con los ejemplos de pastores,
rebaños, la tierra, el vino y el pan, ladrones que asaltan en los caminos, y diminutas
semillas de mostaza, con el fin de ilustrar la vida en el reino implantado por Dios. De
hecho, es más que probable que Jesús estuviera recurriendo al estilo de los maestros de
sabiduría en su faceta específica de enseñanza ética.
Gradualmente, la recuperación de la imaginación va abriéndose paso en el seno de
la propia iglesia cristiana. Como es lógico, necesitamos ser cautelosos. Es posible
‘imaginar’ todo tipo de cosas carentes de base en la verdad o en una realidad. La
imaginación no es lo mismo que la fantasía –y hay ciertos aspectos de una parte de la
espiritualidad contemporánea de índole peligrosamente fantástica. Necesitamos el
terreno seguro de la Palabra de Dios para ser capaces de dar respuesta al escepticismo
evidente en la siguiente cuestión: ‘¿Qué diferencia hay entre que digas que Dios te
habló en un sueño, y tu soñar que Dios te hablaba?’ La imaginación santificada está en
armonía con un intelecto santificado como facetas de una personalidad integrada. Pero
eso no tendría que ser nuevo. En el principio de la creación, la Sabiduría era deleite
para Dios: ‘Yo estaba entonces junto a Él, como arquitecto: y era su delicia de día en
día, regocijándose en todo tiempo en su presencia, regocijándose en el mundo, en su
tierra, y teniendo mis delicias con los hijos de los hombres’ (8:30–31). Y, vez tras vez,
por medio de las palabras de los sabios, la imaginación creativa de la Sabiduría hace que
sus propias enseñanzas cobren vida.
Resulta apropiado concluir estas reflexiones acerca de la imaginación trayendo a
colación la manera en que Walter Bruggemann se sirve de uno de los proverbios para
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acceder al núcleo central de un texto. Su preocupación parte de la necesidad que
tenemos como cristianos de ofrecer a un mundo postmoderno una respuesta distinta al
actual estado de cosas –una Historia alternativa–, donde las tendencias destructivas
están a la orden del día en un mundo secularizado más allá de toda medida. El versículo
elegido por él es Proverbios 15:17 (ya analizado en su momento): ‘Mejor es un plato de
legumbres donde hay amor, que buey engordado y odio con él’.
Dos son las posibilidades contrastadas: las legumbres son mejores que la carne.
Las legumbres se asocian ahí al amor, y la carne, con el odio. El objeto de nuestro
debate es el mundo de la economía y los convencionalismos sociales asociados a la
comida. ¿Qué razones tiene el maestro para desestimar la posibilidad de ‘carne y
amor’? La respuesta es muy sencilla, la carne viene a significar ahí una forma de vida
familiar ajetreada y centrada en los logros económicos. Para conseguir carne, hay que
entrar en una mecánica de producción que demanda esfuerzo y dedicación plena en
detrimento de las relaciones personales. Bruggemann opta por dejarse llevar por la
fabulación: ‘Imaginemos que “carne con odio” es representativa de una familia
atareada en la que todo el mundo trabaja y se esfuerza al límite de sus posibilidades.
Cuando llegan a casa a la hora de comer, demasiado cansados para ocuparse del tema,
demasiado exhaustos para comunicarse entre sí, demasiado preocupados para
interesarse los unos por los otros, no es de extrañar que tanta tensión y crispación
acabe en disensión y lágrimas’.
Bruggemann admite que está poniendo en el texto ‘más’ de lo que hay, pero cree
sinceramente que su visión ‘se acerca mucho a la intención del autor’. El proverbio está
reflejando ahí un orden alterado en los hábitos que es reflejo de un orden social
igualmente trastocado. Pero entonces el maestro sugiere ‘un camino más excelente’:
‘Renuncia a ambición tan destructiva, refrénate ante la seducción de la abundancia y
disfruta de la vida en comunidad’.
La intención al traer a colación el texto de Bruggemann no es averiguar si esa
exégesis del texto va a estar a la altura de toda posible crítica: es evidente que él está
elucubrando a partir de un material imaginario. Pero justamente porque él cree (y, en
mi opinión, con razón) que su fabulación está acorde con la intención del proverbio –
por haber captado lo que él llama la intención de fondo–, se nos abren nuevas vías de
interpretar el material que son aplicables a nuestra situación.
Ese proverbio, en apariencia inocente, supone en realidad un feroz ataque a
un estado de cosas que admitimos como válido en este mundo nuestro. Y en la
sociedad actual, son mayoría los que se ven abocados sin aparente solución a
aumentar su capital esforzándose por conseguir un nivel de vida más elevado.
En ese mundo, si se dispone de recursos, uno tiene derecho a adquirir y
consumir cualquier cosa que pueda permitirse pagar… el Maestro percibió que
esa manera de abusar del medio era nociva no sólo para nuestro cuerpo, sino
que además pasaba factura al entorno familiar y comunitario.
Ese es, pues, un claro ejemplo del modo en que Proverbios puede ser leído e

86
interpretado como palabra dirigida a nuestra mente y como álbum de imágenes que
estimulan la imaginación. Y, tal como podremos comprobar en Proverbios 10–22, en
ambos casos el lenguaje operativo es el propio de Proverbios en su multiforme
variedad.

Apéndice: Breve apunte sobre teología práctica, filosofía y educación


En filosofía moral, se ha venido recuperando en estos últimos años la importancia
de lo que se conoce como ‘razonamiento práctico’. Durante mucho tiempo, la filosofía
moral tan sólo se ha ocupado del significado de las palabras, y lo que en realidad se
quería decir al calificar algo como ‘bueno’ o como ‘malo’ o como ‘obligación’. El
razonamiento moral se distanciaba así de la propia existencia, manteniéndose apartado
de la vida real, de forma muy parecida a lo que suelen pensar los teólogos de la
liberación que califican al pensamiento occidental de recluido y academicista. Pero es
en verdad que el ‘razonamiento práctico’ –que se remonta en sus orígenes a
Aristóteles– es una forma de razonar acerca del mundo a partir de la reflexión sobre
una parcela en concreto dentro del entramado social general.
Merece, pues, la pena detenerse por unos instantes a tratar de aclarar posiciones.
Aristóteles sí que, efectivamente, escribió acerca de tres posibles maneras en las que la
comprensión humana puede hacerse patente. En la terminología griega que él
manejaba, tendríamos la ‘teoría’, la ‘praxis’ y la ‘poiesis’. La ‘teoría’ tiene que ver con el
conocimiento del mundo a través de la contemplación y un pensamiento
independiente. Como contraste, la ‘praxis’ deriva de una reflexión crítica del
compromiso social, mientras que la ‘poiesis’ consiste en una forma de conocimiento
adquirido a través de la elaboración de cosas. Respectivamente, esas tres actividades
nos conducen al conocimiento teórico (que constituye un fin en sí mismo), a un
conocimiento práctico (que nos capacita para poner en orden nuestros asuntos) y a un
conocimiento productivo (que nos guía en la construcción de lo necesario para vivir).
Es, pues, la recuperación de la ‘praxis’, o razonamiento práctico, en el ámbito de la
filosofía moral y parte de las ciencias sociales, lo que nos resulta particularmente
interesante por el momento. Para Aristóteles, la praxis tenía que ver con la conducta
humana aplicada a un propósito, y también con la ética social –el modo en que el ser
humano articula su vida en sociedad. El estado mental del que la praxis deriva es
frónesis, el hábito de sabiduría práctica.
Todo esto nos lleva de vuelta a Proverbios. De hecho, en el libro de Proverbios no
encontramos nada de la pormenorizada argumentación doctrinal que sí nos sale al paso
en, por ejemplo, la epístola de Pablo a los romanos. No hay ahí ninguna aplicación
práctica de doctrina habitual en las epístolas del Nuevo Testamento. El método
teológico de Proverbios está más próximo a la reflexión crítica de la Teología de la
Liberación, o a la frónesis de la sabiduría práctica de Aristóteles. Dicho con otras
palabras, Proverbios es un texto maestro de teología práctica.
El campo de la teología práctica ha experimentado a su vez un reavivamiento en

87
años recientes. Y si bien gran parte de la ‘teología pastoral’ tradicional, tal como es
evidentemente el caso en la tradición reformada, consiste en la aplicación de la
doctrina de la gracia a la práctica pastoral, la ‘teología práctica’, según su línea de
desarrollo en las pasadas décadas, es de hecho un alegato a favor de un método
teológico distinto. La experiencia de Anton Boisen en sus reflexiones teológicas acerca
de su colapso mental en 1936, recogido en forma literaria en su The Exploration of the
Inner World, tuvo una tremenda repercusión en el ámbito del trabajo pastoral y la
teología práctica en Estados Unidos, así como también en los escritos de personalidades
tales como Seward Hiltner, Carroll Wise, Wayne Oates y, más recientemente, Don
Browning. Boisen abogaba de hecho por un método que se rigiese por el estudio por
casos, en un intento por integrar las percepciones psicológicas y las religiosas en su
propia reflexión teológica acerca del ‘documento humano’. Partiendo de ahí, la teología
práctica en estos autores se desarrolló en la línea de lo que Hiltner consideraba rama de
la teología ‘centrada en lo operativo’ más que ‘centrada en la lógica’ –es decir, una
forma efectiva de hacer teología según el modo de la ‘reflexión del operante’. La muy
copiosa aportación de Don Browning en este campo se evalúa mejor desde la
plataforma de una serie de libros sobre teología pastoral publicados por Fortress Press
y un escrito en particular: A Fundamental Practical Theology, donde da nueva forma a la
tarea teológica propiamente dicha a la luz de la reaparición en el ámbito de la filosofía
moral de la ‘razón práctica’.
Lo que nos plantea Proverbios, es justamente el diálogo teológico acerca de la
práctica, esto es, la reflexión del operante, dando nuevo formato a las cuestiones
morales junto con las de índole religiosa a la luz de un razonamiento práctico.
Otra disciplina en la que se mantiene activo un debate continuo acerca del método
y asimismo del contenido es, por supuesto, la educación. Ahí volvemos a toparnos con
estilos muy contrastados respecto a la educación de los jóvenes. ¿Son los niños
recipientes vacíos en los que sus sabios mayores vierten su saber? ¿O son, por el
contrario, personitas cuya limitada experiencia de la vida puede, pese a todo,
convertirse en el punto de partida para una reflexión acerca de la experiencia que
puede ampliarles horizontes y llevarles a nuevos descubrimientos?. Algunos de los
considerados ‘métodos modernos’ en la educación primaria son de hecho un
redescubrimiento del razonamiento práctico que la cultura occidental ha tendido a
perder de vista por concentrarse en formas de conocer más analíticas e independientes.
Como es lógico, hay ocasión para compartir algunos de los contenidos que son propios
del conocimiento (‘aprender lo básico’), y, por supuesto, también hay que tener
presente la importancia de un razonamiento analítico independiente. Pero igualmente
importante es la frónesis (hábito de la sabiduría práctica), que lleva a una praxis
(reflexión razonada en base a la experiencia).
Un destacado autor sobre educación cristiana, Thomas Groome, ha creado un
modelo a cinco bandas para comprender la praxis educacional, y sus encabezados
ilustran lo que supone su planteamiento. Groome comienza ‘nominando la acción
presente’. El centro de atención en esta primera instancia está en lo que de hecho
hacemos física, emocional, intelectual y espiritualmente en el curso de nuestras
88
relaciones personales, interpersonales y sociales. Las cuestiones que ahí se plantean
son ‘¿Cómo es tu vida? ¿Puedes describir lo que haces? Los interrogantes que suscitan
esas acciones es el núcleo de interés.
En segundo lugar, Groome acomete una reflexión crítica sobre tales actividades,
indagando acerca del lugar que ocupan y la función que desempeñan esas acciones en
la historia y la visión de la vida de cada persona en concreto, y en relación a su carácter.
La reflexión crítica es una combinación de razón, memoria e imaginación, y el
enfoque de Groome se centra en unas cuestiones en concreto, ‘¿Por qué?’ ‘¿Por qué
estás haciendo eso? ¿Por qué hacer eso dice algo acerca de la historia de tu vida y tu
visión de la existencia?’
El tercer ‘movimiento’ dentro de este proceso consiste en centrarse de forma
deliberada y específica en ‘la historia y la teología de la comunidad cristiana’. Dicho con
otras palabras, lo que encontramos es una reflexión sobre la tradición del pensamiento
y la teología cristiana, transmitidos a través de los tiempos, y una voluntad de aprender
de todo ello. Y ahí sería justamente donde empezaría el diálogo entre doctrina y
tradición.
En cuarto lugar, Groome pasa a ocuparse de la ‘dialéctica de la hermenéutica’ como
compromiso bipartito entre la historia personal y la historia cristiana, entendiéndose
por ‘historia cristiana’ el registro de los propósitos de Dios hacia el hombre según la
revelación bíblica partiendo de la creación, mediante el pacto y la redención, hasta
alcanzar el reino de su gloria; y todo ello desde una perspectiva cristocéntrica. El modo
en que esa se entiende Historia cristiana ha de ser sometido a crítica a la luz de aquellas
otras historias del ámbito de lo personal que nos eran presentadas en el nivel dos. Esas
historias personales son, a su vez, objeto de crítica a la luz de la propia Historia
cristiana. Ahora bien, ¿qué es lo que en realidad significa esa Historia para nosotros en
la actualidad? ¿En qué manera nuestras propias historias menores se relacionan y
engarzan con ese relato singular? Y sin embargo, será, en esa puesta en común de
trayectorias distintas donde las personas puedan llegar a ver su vida y su trayectoria
bajo una nueva perspectiva.
En quinto lugar, se hace un esfuerzo final por ofrecer un enjuiciamiento crítico de
las actitudes presentes en nuestro comportamiento a la luz de la contemplación del
reino de Dios. Así, ¿de qué manera contribuyen nuestras acciones presentes a una toma
de conciencia de la visión del reino de Dios? ¿Somos capaces de reconocer los signos de
la obra de Dios operando ya entre nosotros? ¿Qué decisiones vamos a tomar respecto
al futuro a la luz de ese proceso en toda su magna extensión?
Lo cierto es que ese modelo en ‘cinco movimientos’ rara vez es un proceso bien
definido, con sus cinco etapas correspondientes, todo ello dentro de un aprendizaje
secuencial. Por otra parte, en momentos de genuino aprendizaje práctico es más que
probable que los contornos se desdibujen y que los cinco movimientos intervengan a un
mismo tiempo. Pero el modelo sirve en cambio, para ilustrar diferentes aspectos de la
educación, distintos métodos de aprendizaje y, otras técnicas de fomento de la
sabiduría práctica.
Parece evidente que esos cinco movimientos están presentes en distintas maneras
89
en Proverbios, y, de hecho, tal como señalábamos con anterioridad, en algunas de las
enseñanzas éticas de Jesús en los Evangelios, y todo ello en plena armonía con la
tradición ‘sapiencial’.
Como escrito de introducción al Antiguo Testamento, el libro de Proverbios recurre
a distintos métodos de enseñanza. En sus páginas encontramos información que
divulgar, y esas personas ‘sabias’ en particular no se privan de dar consejo. En los
capítulos 1–9, se repite idéntico refrán: ‘Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre;
no olvides sus enseñanzas; haz caso de la sabiduría’. Ahí es precisamente donde está el
elemento didáctico de la educación del hijo por parte de los padres. Pero también hay
otro énfasis y otro estilo, de hecho el verdadero estilo primario de la segunda mitad del
libro (capítulos 10–31), que tienen su génesis en distintas fuentes y, quizás, puestos en
conjunto en distintos momentos, que tienen mucho más que ver con un aprendizaje a
partir de una experiencia directa. Los proverbios nos proporcionan breves esbozos de la
vida misma, invitándonos a vernos retratados. Algunos de esos cuadros son
humorísticos, otros son de gran solemnidad, otros en cambio inciden en el apunte
crítico, reafirmando, poniendo en solfa, con buenos y malos modos, ocupándose, en
suma, tanto de lo personal y lo privado, como de lo público y notorio en el marco de la
ética social. Pero, en su conjunto, crean una imagen homogénea en su intención,
suspendida en el tiempo como una fotografía, invitándonos a formar parte de ella
salvando distancias y épocas, y ello con el decidido propósito de aprender de la
experiencia y compartir los sentimientos que evoca. Imágenes que tienen su lugar
propio en el libro de Proverbios, en el formato en que ha llegado hasta nosotros,
proponiendo al lector no sólo una reflexión acerca de esas experiencias, sino asimismo
relacionarlas con la Historia de los propósitos de Dios para su creación y los seres
humanos que la habitan.

Los valores de la Sabiduría: Los cimientos


Proverbios 10:1–22:16

En las Partes 1 y 2 explorábamos los primeros nueve capítulos de Proverbios,


realizando un inciso para ocuparnos de cuestiones más teóricas: los métodos utilizados
por la Sabiduría y la imaginación como una constante más. Pero ahora conviene volver
de nuevo al texto, retomándolo al comienzo de Proverbios 10. Lo que ahí tenemos es el
inicio de una sección bastante amplia con una serie de colecciones de dichos, algunos
de los cuales tienen un origen anterior a parte del material analizado hasta aquí. Y justo
ahora vamos a encontrar algunos de sus dichos más enjundiosos, los ‘gnomos’ o gnosis
de sabiduría, y las comparaciones disyuntivas (mejor es… que), junto con muchas de sus

90
más vívidas imágenes. Va a ser necesario, sin embargo, mantenerse muy alerta dada la
naturaleza un tanto desbarajustada de estos capítulos. Pero lo cierto es que nos
perderemos la intención de muchos de sus dichos si hacemos una lectura apresurada,
cual si de prosa fluida se tratara. Compensa con creces, pues, detenerse en cada
proverbio particular, más que tratar de abarcar de una vez el texto en una lectura
unitaria.
En el último capítulo visto, tuvimos ocasión de comprobar la escala de valores que
aparece de forma implícita en la estructura misma del proverbio. Pronto se hace
evidente que unos son más importantes que otros. Así, hay valores de fondo que
podrían calificarse de ‘espirituales’ que difieren de algunos otros valores presentes que
podríamos etiquetar de ‘mundanos’. En este capítulo trataremos de señalar algunos de
esos valores de fondo que conforman el núcleo básico de las enseñanzas más sabias,
planteándonos al tiempo los valores que la propia Sabiduría refrenda y sustenta.
Sin embargo, es posible que algunas de las alternativas más pormenorizadas que se
sugieran nos dejen indiferentes o que, en el extremo opuesto, ofendan nuestro sentido
de lo moral. Así, que se diga, por ejemplo, que ‘golpea al burlador y el simple aprenderá
prudencia’, no suena bien al oído actual. Que se nos prohíba mover las lindes marcadas
por nuestros antepasados no le dice mucho al ciudadano moderno. Nuestra tarea en
esta sección no va a ser tanto comentar enseñanzas prácticas en concreto, sino más
bien poner de relieve aquellos valores que sustentan esa enseñanza aplicada. En el caso
del burlador, sería el mérito de la prudencia y la sujeción del propio carácter, y en lo
que respecta a las lindes, la consideración de los derechos ajenos y de forma especial
los del menos afortunado. Y ésta será la tarea global que acometeremos con los
capítulos que aparecen agrupados bajo el nombre de Salomón, esto es, Proverbios
10:1–22:16.

Los dichos sabios de Salomón


Mucho de este material puede resumirse en dos proverbios en concreto: ‘El que
sigue la justicia y la lealtad halla vida, justicia y honor’ (21:21), y ‘La recompensa de la
humildad y el temor del SEÑOR son la riqueza, el honor y la vida’ (22:4).
Dicho con otras palabras, vivir según los caminos de justicia de Dios, en humildad y
con reverencia hacia su persona, como respuesta al amor que Él muestra, redundará en
una existencia vivida en plenitud. Tal como comentábamos en su momento, ése sería
siempre el camino de la sabiduría. Si Dios hizo el mundo sabiamente, poniendo al ser
humano como su agente para actuar en consonancia, entonces hallar sabiduría
supondrá alcanzar la justa medida de nuestra humanidad. Esta forma de verlo estaría
asimismo en la base de las enseñanzas morales del libro de Deuteronomio. Un buen
exponente de ello serían las disposiciones de la ley en Deuteronomio 5, donde la
conclusión es ‘Andad en todo el camino que el SEÑOR vuestro Dios os ha mandado, a
fin de que viváis y os vaya bien, y prolonguéis vuestros días en la tierra que vais a
poseer’ (Dt. 5:33). Los valores morales de Deuteronomio y, de hecho, los valores que

91
fomenta la Sabiduría son reflejo de la índole moral del pacto del Señor, Yavé. De modo
y manera que indicar a los seres humanos, que están hechos a imagen suya, que
deberían ser reflejo de esos valores en sus vidas y en sus relaciones, no es tanto
cuestión de imposiciones arbitrarias de índole moral, sino más bien una afirmación
acerca de que en verdad hace de la existencia, y de nuestras vivencias, algo digno y
excelente. Ésa sería la realidad intrínseca de nuestra existencia.
Me vienen a la memoria libros sobre ética cristiana de años atrás en los que
primaba un enfoque del tipo ‘Instrucciones del Fabricante’. Si mi intención es averiguar
cómo sacarle el máximo partido a mi automóvil, lo primero sería leerse el manual de
instrucciones del fabricante. La Ley de Dios, se afirmaba en esos manuales cristianos, es
algo muy similar: ser genuinamente humano supone vivir según el plan previsto por el
Creador al respecto. Pero lo cierto es que yo personalmente nunca terminé de sentirme
del todo cómodo con esa formulación. En mi opinión, reducía la vida cristiana al mero
asunto de consultar el manual dónde y cuándo fuera necesario, ajustar las tuercas que
fuera preciso y pasar las revisiones oportunas. Su intención tenía mucho de mero
legalismo y parecía perder de vista la riqueza de lo desconocido y lo insondable del
misterio de la adoración, sin tener tampoco en cuenta la duras tareas de la educación y
la formación del propio carácter y una mayor amplitud en la visión, junto con el
complicado asunto, claro está, de ser en verdad persona en el tira y afloja de las
amistades y el compañerismo. Pero si algún sitio en el conjunto de la Biblia puede
ofrecer ‘instrucciones del Fabricante’, creo que son algunos de estos proverbios en
concreto, con indicación específica de las tuercas y tornillos que repasar y apretar, y la
lista completa de los puntos a tener en cuenta y revisar de forma periódica. Tres son los
temas principales que esbozan las líneas maestras del modelo e indican en términos
generales cómo debe usarse: con amor, con justicia y, sobre todo, con ‘temor del
SEÑOR’. Ésas, y unas cuantas más complementarias, serían las implicaciones generales
que examinaremos debidamente en la próxima sección, y que son lo que yo he
denominado ‘los valores de la Sabiduría’.

El temor del Señor


El texto clave, lema válido para la totalidad de Proverbios, aparece al inicio mismo
del libro, en 1:7: ‘El temor del SEÑOR es el principio de la sabiduría; los necios
desprecian la sabiduría y la instrucción.’ Y aparece de nuevo hacia el final de la primera
sección, en 9:10: ‘El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR, y el conocimiento
del Santo es inteligencia.’ Éste es, pues, un tema que sustenta y respalda los valores de
la Sabiduría.
Por ‘temor del SEÑOR’ se entiende, evidentemente, ‘una reverente obediencia a
Yavé’. En contraste con un temor que atenaza y aprisiona, a menudo contemplado en el
Antiguo Testamento como consecuencia directa del pecado (tal como el hombre pone
de manifiesto en el Jardín del Edén, ‘Tuve miedo’, Gn. 3:10), o quizás en el caso de un
niño pequeño acurrucado en un rincón, con los dedos pegajosos por los dulces

92
hurtados, el ‘temor del SEÑOR es, en realidad, la reacción apropiada ante la autoridad y
el poder que emanan de Dios. El salmista resalta convencido que el SEÑOR se complace
en ‘los que le temen’, matizando esa descripción como ‘los que esperan en su
misericordia’ (Sal. 147:11). Este ‘temor santo’, pues, conlleva el matiz de reacción
apropiada ante el pacto establecido con el Señor, que se acerca a su pueblo con
promesas de amor y fidelidad inquebrantables, siendo conocido y honrado como Aquel
que rescató a su pueblo de la esclavitud para hacerlo pueblo suyo. Cabe, pues, que ése
sea el sentido que el autor de Eclesiastés pueda permitirse afirmar con ‘temer a Dios y
guardar sus mandamientos’ es algo que ‘concierne a toda persona’ (Ec. 12:13).
En la actualidad, se tiene la impresión de que la capacidad de experimentar un
temor reverente brilla por su ausencia. Pero lo cierto es que la pérdida de reverencia
ante Dios conduce muy rápidamente a una pérdida de respeto al ser humano que es
imagen suya, y, consiguientemente, a la creación como hechura suya. En el libro de
Peter Singer sobre la ética médica, por ejemplo, su flagrante desprecio de la ética
judeocristiana, la cual nos dio la base de poder hablar de ‘la santidad de la vida
humana’, le lleva a catalogar semejante noción como del todo inútil. Esto le hace
emprender un camino que no sólo da su aprobación al aborto y a la eutanasia como
prácticas rutinarias, sino que además condona el infanticidio de criaturas no deseadas y
nos obliga a conceder un valor superior a crías de animales bien desarrollados en
perjuicio de seres humanos con discapacidades. La ausencia de todo vestigio de temor
reverente ante el misterio de la vida humana es absoluta. Las personas quedan
reducidas a su mera fisiología animal, su capacidad de raciocinio o su utilidad social, con
lo cual acaban por desaparecer como seres individuales merecedores de un respeto.
Qué diferencia tan abismal con el reconocimiento que encontramos en el Antiguo
Testamento de la necesidad de ese ‘temor reverente’ como reacción apropiada ante
todo cuanto Él ha hecho.
Este tema, pues, aparece reforzado continuamente en el libro de Proverbios, como,
por ejemplo, en el capítulo 14. La persona que teme al SEÑOR se nos muestra
caminando con la cabeza bien alta, por un sendero firme y recto, sabiendo hacia dónde
se dirige; y todo ello en agudo contraste con quienes andan a escondidas apostados en
los recovecos del camino (14:2). Y está también la persona que se siente segura
parapetada en su confianza en Dios (14:26): el temor del SEÑOR desecha todo otro
posible temor. Nótese ahí, pues, el marcado contraste entre las imágenes de 14:27: ‘El
temor del SEÑOR es fuente de vida, para evadir los lazos de la muerte.’ Está la fuente –
refrescante, satisfactoria, hermosa y dadora de vida–, y está la trampa insidiosa y
oculta, destructiva en su empeño, motivo de dolor.
La reiteración del ‘temor del SEÑOR’ es el tema de fondo de la composición en su
totalidad. Hubbard sugiere que ‘el temor –de – el – SEÑOR’ recuerda las cuatro notas
que marcan el comienzo de la Quinta Sinfonía de Beethoven. El resto del capítulo 14
gira alrededor de este tema principal. Destaca en este capítulo, además, la cuestión de
la autodisciplina y el autocontrol. Así, por ejemplo, el lector debe evitar las
conversaciones insulsas (14:3) y buscar en su lugar la vía de la sensatez en la verdad
(14:5); evitar el genio vivo (14:17) y fomentar la amabilidad en el trato (14:21). ‘Un
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corazón apacible es vida para el cuerpo’, y ‘El que se apiada del necesitado le honra’
(14:30–31) –en otras palabras, la salud personal y la sanidad social se entrecruzan de
forma constante en este capítulo con una alusión al temor al SEÑOR. La obediencia
reverente a Dios supone andar en los caminos de la sabiduría, que es la senda que
verdaderamente lleva a la salud personal y a la plena manifestación de las potencias del
ser humano.
Al pasar al capítulo 15, junto con una ojeada anticipatoria a los capítulos 16–22, el
hilo conductor es una vez más la figura y el carácter del SEÑOR’. En un punto en
concreto (15:16), se utiliza la expresión ‘el temor del SEÑOR’: ‘Mejor es lo poco con el
temor del SEÑOR, que gran tesoro y turbación con él’; aunque, sin embargo, pronto se
ve reducida a simplemente ‘el SEÑOR’. La cuestión no es, pese a ello, que la vida ocurra
bajo el ojo atento y vigilante de Dios, que todo lo ve, estando, pues, al tanto de lo malo
y de lo bueno (15:3), sino que el perfil moral del carácter de Dios determina el modo en
que calibra nuestra forma de vivir. Así, por ejemplo, mientras que al SEÑOR no le
agradan ‘los sacrificios ofrecidos por los perversos’, se complace en las oraciones de los
que andan en ‘rectitud’ (en el camino correcto ante Dios) (15:8), y para ellos es su amor
(15:9). Ante Dios, el corazón humano se muestra en su auténtica realidad (15:11).
La sección de apertura del capítulo 16 también se centra en el SEÑOR, con su
correspondiente resumen en el versículo 9: ‘La mente del hombre planea su camino,
pero el SEÑOR dirige sus pasos.’ Los versículos ahí comprendidos tienen que ver en su
práctica totalidad con Yavé. El énfasis recae en la absoluta soberanía de Dios en relación
a los asuntos del hombre (16:1). Él entiende los motivos de las personas (16:2) y
recompensa a todos cuantos se vuelven a Él en obediencia en todos sus caminos (16:3).
La creación toda –incluso en lo que atañe a los de perverso camino– está sujeta al
gobierno divino (16:4). Él se encargará de castigar al altivo (16:5), apartando de la
prueba a los de corazón contrito y manifiesta fidelidad (16:6), otorgándoles su paz
(16:7). Cuánto mejor, pues, vivir desde un principio en rectitud (16:8), bajo el cuidado
providencial de Dios (16:9). Hay abundancia de bendición para los que confían en el
SEÑOR (16:20), y suyas son ciertamente las decisiones últimas en esta vida (16:33).
Saber que se puede depositar esa confianza absoluta en Dios es motivo de gran
consuelo y esperanza en un mundo incierto. El nombre de Yavé tiene la fuerza de una
torre de refugio que sirve de amparo para los que están en un aprieto (18:19). Los
planes y propósitos de Dios son los que en definitiva prevalecen (19:21), y no hay
facultad humana que no sea don de Dios dentro del marco de su creación (20:12), no
hay acción que escape a su providencia (20:24). Su luz escudriña los recovecos del
corazón humano (20:27) y sopesa sus intenciones (21:2). Ni siquiera el rey está por
encima de esa soberanía (21:1). No ha de extrañarnos, pues, que lo más excelente sea
andar en los caminos de lo justo y lo recto (21:3). ‘No vale sabiduría, ni entendimiento,
ni consejo, frente al SEÑOR’ (21:30). Incluso en el fragor de la batalla podemos contar
con la ayuda necesaria, pues, sin lugar a dudas, ‘la victoria es del SEÑOR’ (21:31). Todas
y cada una de las facetas que componen la existencia están relacionadas con la
confianza depositada en el SEÑOR en virtud de la fe.
Ése es el esquema que encontramos continuamente en el Antiguo Testamento. El
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Código de la Santidad, recogido en Levítico 19, se ocupa de múltiples y variadas áreas
de la vida, indicando incluso el tipo de comportamiento apropiado (tal como nos
recuerda una y otra vez el refrán) ‘Yo soy el SEÑOR’; el Señor es Yavé. Y por ser Yavé
como es, hay una manera apropiada de vida para su pueblo, si es que van a disfrutar de
sus bendiciones, recibir su protección, beneficiarse de sus cuidados y caminar en la
senda que conduce a la vida ante su presencia. Todo esto lo encontramos en Levítico
19:2, como imperativo básico de que el pueblo de Dios se asemeje a su Señor. En
ninguna otra parte se expresa con más fuerza que en Levítico 19:18, donde se nos insta
de forma expresa a amar porque Yavé es el SEÑOR.

El amar
Señalábamos en su momento que el SEÑOR nos conduce al debido respeto y
reverencia a Dios y a lo que Él ha hecho. Una de las palabras clave de Proverbios usada
para describir esa actitud es justamente ‘amar’ a alguien.
Al menos dos docenas de veces en el curso de estos capítulos, destacan los distintos
autores el amar como uno de los principales valores sustentados por la Sabiduría. Los
dos textos clave en el Antiguo Testamento, que el propio Jesús utiliza en su resumen de
la ley de Dios, son precisamente los dos mandamientos relativos a amar a Dios con toda
el alma, con todo el corazón, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas (Dt. 6:5), y
amar al prójimo como a nosotros mismos (Lv. 19:18). Esos dos textos no sólo son uno
de los momentos más gloriosos y elevados respecto a las enseñanzas morales del
Antiguo Testamento, sino que además resumen en esencia todo lo que tiene que ver
con la Ley en esos escritos. En las comparaciones entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento, suelen ser habituales los estereotipos, adjudicando al primero una actitud
de enjuiciamiento y continuo saldo de cuentas pendientes, mientras que en el segundo
el amor a los demás y la misericordia sería la pauta. Pero lo cierto es que eso no es en
absoluto así. El amor al prójimo es una norma tenida tan en alta estima en el Antiguo
Testamento como lo es en el Nuevo, y ello porque el amor es justamente la cualidad
distintiva del pacto del Señor. En feliz verso de Charles Wesley, ‘Señor, tu Nombre y tu
Naturaleza, amor puro son’. Proverbios subraya de hecho el término, mostrando el
amor práctico en distintos contextos.
Nuestra tarea ahora consistirá en presentar algunas de las maneras como
Proverbios explora el significado de amar, analizando en primer lugar la relación entre
el amor y la fe, después entre la generosidad y la amistad, y el nexo de unión que
Proverbios establece entre el amor y la disciplina. Para finalizar, examinaremos las
diferencias entre el amor y el odio.

El amor y la fidelidad
Una de las complicaciones que presentan nuestras habituales traducciones es que
hay un cierto número de términos en hebreo que suelen traducirse a nuestra lengua
como ‘amor’. En ocasiones, los distintos significados se superponen; en otras, el matiz
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no es exactamente el mismo. Está la raíz aheb, que es justamente lo más opuesto al
odio; ése sería un amor que expresa aprecio por algo; es amor en amistad, y está
centrado en un objeto en particular. Es el amor al que se hace referencia en Génesis
27:4, cuando Isaac manifiesta su preferencia en materia de comida; y en Isaías 56:10,
donde se nos habla de perros que aman las siestas. Pero es, asimismo, término usado
con frecuencia donde aparece ‘amor’ en nuestras versiones ‘Ama al SEÑOR Dios y
guarda sus mandamientos’. También, en Deuteronomio 6:5, ‘Amarás al SEÑOR tu Dios
con todo tu corazón’. El término aheb aparece en Proverbios unas veinte ocasiones: por
ejemplo 3:12 ‘Porque el SEÑOR a quien ama reprende’; 9:8: ‘Reprende al sabio, y te
amará’; 12:1: ‘El que ama la instrucción ama el conocimiento’, y 13:24: ‘El que escatima
la vara odia a su hijo, mas el que lo ama lo disciplina con diligencia’.
El sustantivo ahbah, que es bastante menos frecuente en Proverbios, parece hacer
referencia en la mayoría de los casos a acciones que tienen su origen en el amor. Así, el
hombre se regocija en la mujer de su juventud cautivado por sus atractivos (5:19). Este
tipo de amor ‘cubre multitud de transgresiones’ (10:12; cf. 17:9). Es una disposición que
contrasta con el odio (15:17), pero si no se expresa, es peor que el odio manifiesto
(27:5). El sentido de aheb y ahbah podría resumirse, pues, como el énfasis en la
atracción.
El otro término principal, que aparece en Proverbios unas diez ocasiones, es hesed,
traducido en la BA como ‘bondad’ y ‘lealtad’ (19:22; 20:6) o ‘misericordia’ (3:3; 14:22;
16:6). Es la clase de amor que se asocia con la justicia en 21:21. Hesed es el término
usado en referencia al carácter de Yavé, Señor del pacto. El libro de Jeremías, que
resalta la renovación del pacto de Dios en 31:33, señala esta realidad de forma previa
en 31:3, donde el Señor mismo dice: ‘Con amor eterno te he amado, por eso te he
atraído con misericordia [hesed]’.
Ese amor manifiesto en el pacto queda vivamente ilustrado en la historia personal
del profeta Oseas, como figura representativa de la relación de Israel con Dios. A Oseas
se le dice que debe casarse con Gomer, mujer que pronto le abandona para ir en pos de
sus amantes –al igual que un Israel infiel que corre tras otros dioses. Se insta entonces a
Oseas a que atraiga de nuevo a su esposa: ‘Ve, ama otra vez a tu mujer amada por otro
y adúltera, así como el SEÑOR ama a los hijos de Israel a pesar de que ellos se vuelven a
otros dioses’ (Os. 3:1). Curiosamente, la palabra usada para el amor de Oseas en 3:1 es
aheb, a pesar de que la historia en sí es una ilustración del hesed. Es, pues, el aheb lo
que lleva a una pareja a contraer matrimonio. Y es la hesed lo que lo sostiene en lo
bueno y en lo malo, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte pone fin a la
relación. La fiel persistencia del amor de Dios –un amor presente ‘a pesar de’ o
‘aunque’– lo que se traduce en el Nuevo Testamento como ágape, siendo su máxima
encarnación la persona de Jesús, el cual, incluso la noche en que fue traicionado, amó a
sus discípulos ‘hasta el fin’ (Jn. 13:1). ‘En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados’ (1 Jn. 4:10).
El amor que es reflejo del amor de Dios es un amor fiel que perdura ‘a pesar de…’,
un amor que se sustenta ‘aunque…’ Hesed es ‘voluntad de amar’, en contraste con
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‘amor del corazón’ (aheb), que tiene su razón de ser en un compromiso pactado.
Ése es el amor que se promete en los votos de la boda. Es amor que ha de
permanecer y persistir a pesar de posibles fluctuaciones en los sentimientos y el cambio
que pueda operarse en el aprecio de la otra parte. El amor hesed es un don de Dios por
pura gracia. Hay otras posibles clases de amor que hacen referencia al cariño de una
amistad, de una emoción e incluso a la atracción erótica. Esa clase de amor con deseo
está sujeta a oscilaciones. Lo que mantiene firme una relación de amor es el afecto
hesed.
Los proverbios son de hecho ilustrativos de la estrecha relación que existe entre el
amor y la fidelidad en 14:22: ‘misericordia (heded) y verdad recibirán los que planean el
bien’. Afirmación de la que ya teníamos conocimiento por 3:3–4: ‘La misericordia y la
verdad nunca se aparten de ti, átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón.
Así hallarás favor y buena estimación ante los ojos de Dios y de los hombres’. (La
palabra que traduce ‘fidelidad’ es met, significando confianza, fidelidad y verdad.)
El cuadro que se nos presenta es el de una persona que se adorna con guirnalda de
amor alrededor del cuello, y ello ni mucho menos como amuleto o para repeler posibles
encantamientos, sino como medallón o cadena que actúa como recordatorio constante.
Cuando Judá se encontró con Tamar, Génesis 38, ella pide como ‘prenda’ de su
promesa su ‘su sello, su cordón y su báculo’ (Gn. 38:18).
El segundo cuadro es un recordatorio del hecho de que los Diez Mandamientos
fueron grabados en tablas de piedra. Ahora, el amor y la fidelidad están grabados en el
corazón, una imagen similar a la utilizada por Jeremías cuando habla de inscribir la ley
de Dios en sus corazones (Je. 31:33), y quizás también en Deuteronomio 6:4–9, con sus
referencias al modo en que el pueblo ha de tener presentes los mandamientos de Dios:
Escucha, oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es. Amarás al SEÑOR
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tu fuerza. Y estas
palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las
enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando
entres por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como
una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los
postes de tu casa y en tus puertas.
El amor y la fidelidad son reacciones apropiadas con Dios y con nuestro prójimo. Es
el carácter de amor fiel en autoentrega de Dios lo que se hace patente en la persona de
Jesucristo. Y es asimismo esa cualidad de amor expresado en fidelidad la que está
presente en el carácter de la Sabiduría en de Proverbios.

Amor y generosidad
Una de las formas en las que Proverbios indica que el amor debería ser expresado
es en activa generosidad o, en su contrapartida, en la evitación de la avaricia. Son varias
las ocasiones en las que Proverbios resalta las nefastas consecuencias de la avaricia:

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‘Perturba su casa el que tiene ganancias ilícitas, pero el que aborrece el soborno, vivirá’
(15:27). El cuadro que ahí se nos ofrece es el de una familia oriental en la que el dueño
de la casa tiene la tentación de servirse de medios ilícitos para enriquecerse. Los
sobornos estaban a la orden del día, pero en este proverbio en concreto se hace
hincapié en las alteraciones de índole social que provocan. Lo opuesto a acumular como
rapiña es la actitud generosa. De igual forma, ‘El que vive aislado busca su propio deseo,
contra todo deseo se encoleriza’ (18:1).
En el polo opuesto, se hace evidente que el amor se manifiesta en la ausencia de
egoísmo y en una patente generosidad. La generosidad conlleva bendición, ‘El alma
generosa será prosperada, y el que riega será también regado. Al que retiene el grano,
el pueblo lo maldecirá, pero habrá bendición sobre la cabeza del que lo vende’
(11:25–26). En esa suerte de amor generoso habrá beneficios para el que lo practica: ‘La
dádiva del hombre le abre camino, y lo lleva ante la presencia de los grandes’ (18:16).
‘Muchos buscan el favor del generoso, y todo hombre es amigo del que da’ (19:6).
Creo que fue el teólogo Paul Ramsey el que centró la cuestión en términos de dos
preguntas clave. Una de ellas sería: ‘¿Qué estaría bien?’ Pero la pregunta netamente
cristiana es todavía más importante: ‘¿Para quién va a ser ese bien, para mí o para mi
prójimo?’

El amor y la amistad
Son varias las ocasiones en las que el amor es relacionado con una muy preciada –y
con frecuencia desatendida– virtud, la amistad. Según Ralph Waldo Emerson, ‘El amigo
puede catalogarse como una obra maestra de la naturaleza’. Absolutamente todo el
mundo, afirma, busca tener amigos. Sabemos, desde luego, cuán maravilloso puede
llagar a ser la experiencia de una auténtica amistad, y lo triste que es no tener amigos.
Tal como escribí yo mismo en cierta ocasión, resulta sorprendente la escasa
atención prestada a la ‘amistad’ en el pensamiento cristiano contemporáneo. Los
diccionarios temáticos y los tratados sobre ética y teología se ocupan profusamente de
de las distintas cuestiones sobre el amor y el sexo, pero muy poquito de la amistad. Sin
embargo, cuando lo comparamos con el modo en que el cuarto evangelio habla de la
relación de Jesús con sus discípulos, es algo que nos deja perplejos. ‘Yo os he llamado
amigos’, dice Jesús. El término que se emplea ahí para amigo tiene que ver con la
manera en que San Juan se refiere al amor, en contraste con la esclavitud. ‘Ya no os
llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado
amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre’ (Jn. 15:15).
Al igual que los rabinos hablaban de los judíos como ‘amigos de Dios’, así
considera Jesús amigos a los discípulos, dignos de su confianza, confiando ellos
en su palabra, respetando su voluntad, considerando esa mutua amistad
respuesta apropiada al amor de Dios. Hay una libertad, una intimidad, una
cualidad misteriosa y trascendente, en la que impera el amor como rasgo
principal y distintivo entre amigos. Y suele ser en la relación con nuestros amigos

98
donde venimos a descubrir quiénes somos nosotros en realidad.
En relación a la amistad, Proverbios tiene unas cuantas cosas sabias que decir, y una
vez más la presentación del caso es colorista. ‘En todo tiempo ama el amigo, y el
hermano nace para tiempo de angustia’ (17:17). Ambos asertos funcionan en paralelo:
el verdadero amigo siempre lo es, y no sólo cuando las cosas van bien; al igual que un
hermano no deja de serlo cuando surgen los problemas y las desavenencias.
El sentido es ligeramente distinto en 18:24: ‘El hombre de muchos amigos se
arruina, pero hay amigo más unido que un hermano.’ Es más que probable que con eso
se quiera señalar las distintas clases de amigos que puede haber. Hay un tipo de
amistad nominal, frecuente entre los que buscan compañía para propio beneficio
(‘hombre de muchos amigos’); esa clase de ‘amigos’ suele acabar en desastre. El
verdadero amigo es el que está a nuestro lado cuando le necesitamos, y que te ayuda
cuando las cosas van mal, pudiendo confiarse en él más incluso que en la propia familia.
¡Cuán afortunada es la persona que tiene un amigo así!
Puede, entonces, que éste sea el mejor punto de partida para analizar
detalladamente determinados aspectos relativos a la amistad que nos salen al paso en
estos capítulos de Proverbios.
Ser amigo conlleva ser digno de confianza y ser capaz de guardar confidencias
(11:13), ser persona sincera y de palabra (14:25), y contribuir a la cimentación de una
amistad que suponga ayuda, consuelo, guía y cariño.
Algunas de las imágenes usadas en Proverbios para ilustrar la amistad están sacadas
del entorno rural. Así, cuando leemos ‘El alma generosa será prosperada, y el que riega
será también regado’ (11:25), se está recurriendo al vocabulario propio del entorno
agrícola y al ganado. Los animales de granja y las cosechas prosperan (verbo éste que
aparece de nuevo en 30:23) cuando se les presta la debida atención. Otro factor que
también se está teniendo en cuenta es el del agua, tan necesaria para el mantenimiento
de campos y ganado como para conservar viva una amistad. El amigo generoso es como
‘agua que refresca y alivia’.
La amistad se demuestra también en la atención dispensada al necesitado (14:21),
en el cuidado con que se escogen las palabras para hablar de los demás (11:12) y en no
consentir que la persona amiga emprenda el camino equivocado (16:29).
El auténtico amor es, en definitiva, lo más deseable (19:22). No ha de extrañarnos
entonces que el amor sea la palabra clave tanto en las enseñanzas morales del Antiguo
Testamento como en las enseñanzas propias de Jesús (cf. Mt. 22:36–40).

El amor y la disciplina
En algunos casos, se relaciona en Proverbios el amor con la necesidad de una
disciplina, para recordar que el amor y el perdón no han de ser blandos. A veces, hay
que tomar decisiones extremas y dolorosas ante hechos condenables, y ello con el fin
de restablecer a su forma primitiva unas relaciones rotas. ‘¡Que vuelva la vara!’, dicen

99
con grandes titulares los periódicos sensacionalistas. ‘Los padres creen que el castigo
corporal tiene su razón de ser’; ‘Maestro sancionado por pegar a un alumno.’ Sacar a
colación el tema del castigo físico en un debate es recurso seguro para caldear el
ambiente. La ‘brigada de la ley y el orden’ contempla el castigo como algo merecido,
perdiendo de vista a menudo la función rehabilitadora del mismo. En el otro extremo,
los enfoques ‘humanistas’ se centran de tal manera en la prevención y en la
modificación de la conducta, que la cuestión del castigo se deja con demasiada
frecuencia a un lado. El Antiguo Testamento suele traerse a colación como ejemplo de
justicia retributiva que deja a un lado el interés en la persona, pero que aquel que se
preocupe por los demás hará bien en olvidar.
Pero lo cierto es que todas esas posturas son parciales tanto en su enfoque como en
su análisis de los textos. Es verdad que el Antiguo Testamento contempla el concepto
de la justicia retributiva. Deuteronomio deja bien claro que la pena de muerte es
relevante en toda infracción de los Diez Mandamientos, si bien no está ni mucho menos
tan claro con qué frecuencia se llevaba a la práctica. Es evidente que, a tenor de
diferentes condiciones sociales (ausencia de prisiones de alta seguridad, por ejemplo),
resultaban apropiadas distintas respuestas prácticas según la época dentro del seno del
pueblo de Dios. Pero el concepto de justicia mediante castigo dentro del Antiguo
Testamento es mucho más rico que lo que el término ‘retribución’ parece dar a
entender. Hay mucha disciplina paterna que puede sonar dura al oído moderno (cf. Dt.
21:18–19), pero en la actual actitud dentro de la cultura occidental que incurre en claro
abandono de responsabilidad de los padres, lo que tampoco puede ser bueno. En
Proverbios, por ejemplo, la cuestión de la disciplina paterna, con inclusión de castigo
físico, es tratada en el contexto de un amor responsable y real: ‘El que escatima la vara
odia a su hijo, mas el que lo ama lo disciplina con diligencia’ (18:24).
Creo que merece la pena hacer una pausa para indicar que la lex talionis (‘ojo por
ojo’) nunca es en el Antiguo Testamento excusa para una carnicería salvaje, tal como a
veces se dice, sino manifestación de genuina equidad. Es instrucción expresa para que
el juez estime con ecuanimidad lo que sea justo y apropiado como sentencia, y nunca
jamás como condonación de una vengativa reacción personal. No hay prueba alguna en
todo el Antiguo Testamento de que esa posibilidad de justicia en paridad fuera de
hecho llevada a la práctica (otro ojo a cambio de un ojo, un diente en compensación
por la pérdida del propio, etc). Su función iba más bien en la línea de una declaración de
principios de justicia en exactitud: el equivalente de condena en justa proporción con el
delito. El castigo deberá ir siempre en proporción a la transgresión. Este principio se
perdió en el seno de la justicia del Reino Unido cuando un hombre podía perder la vida
por robar una oveja. Y sigue perdido en la actualidad cuando, con feroz práctica
jurídica, se dicta dura sentencia en total desproporción (condenas a muchos años de
cárcel por hurto en un comercio), o cuando la benevolencia judicial dicta sentencia
inferior a la que el delito requiere (una sentencia de pocos meses por violación o por
muerte provocada por conducir en estado de embriaguez). Era responsabilidad del juez
en el Antiguo Testamento –y lo sigue siendo en la actualidad– determinar cómo han de
ser aplicadas leyes y principios en justicia y equidad según el caso.
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El autor de la epístola a los Hebreos, en sintonía con el Antiguo Testamento, resalta
la relación existente entre el amor y la disciplina que encontramos en Proverbios, si
bien la situación de apuro que se relaciona ahí con disciplina no tiene en absoluto que
ver con un castigo corporal (Heb. 12:5ss).
Proverbios resalta la disciplina paterna en 13:24, y en 15:5 llama la atención sobre la
insensatez del hijo que desprecia esa disciplina. Así, aquel que ‘atiende a la corrección
demuestra prudencia’.
Puede ser que opinemos que hay formas más apropiadas de impartir disciplina
paterna en la actualidad sin recurrir al castigo corporal. Sin embargo, lo que sin lugar a
dudas aprendemos de Proverbios es que la responsabilidad de los padres incluye la
demarcación de límites morales y el ejercicio de una disciplina consecuente con los
mismos. Parte de la tarea de los padres consiste en crear para sus hijos un entorno de
autoridad a partir del cual construir la libertad, con una adecuada protección como
marco de maduración y crecimiento. Si carecen de unos límites paternos firmes y bien
delimitados, tal como podría confirmar cualquier maestro, los niños se vuelven
inseguros. Unos límites de índole moral y una disciplina apropiada son, pues, muestra
de un amor genuino.

El amor y el odio
En ocasiones, Proverbios presenta el amor en contraste con el odio, afirmándose de
hecho que ‘el amor cubre todas las transgresiones’ (10:12). Así, mientras que el odio se
alimenta de la discordia, exacerbándola, el amor ‘cubre la ofensa’ (según acertada
versión), y no porque la condone, sino porque sabe dónde hunde sus raíces. El apóstol
Pablo así lo expresa en 1 Corintios 13:5–7: el amor ‘no guarda rencor’ y ‘no toma en
cuenta el mal recibido’ y ‘no se regocija en la injusticia’. Precisamente, el versículo
mencionado de Proverbios es citado en 1 Pedro: ‘Sobre todo, sed fervientes en vuestro
amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados’ (1 P. 4:8). El
Nuevo Testamento da mucha más consistencia al significado del perdón, que no sólo
cubre los pecados, sino que provee los medios para que su penalización sea cumplida y
las heridas abiertas cicatricen. La misma idea se hace manifiesta en el otro sentido en
Proverbios 17:9: ‘El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el asunto
separa a los mejores amigos’ (cf. Asimismo, 19:11). Este pensamiento va paralelo al
punto álgido de la profecía del Antiguo Testamento, en el siglo VIII a. C.: ‘¿Qué Dios hay
como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su
heredad?’ (Mi. 7:18). La Sabiduría ensalza el amor misericordioso, que perdona y da
nueva vida.

La justicia
Resaltábamos, en su momento, el modo en que cualidades tales como el amor, la
fidelidad, la justicia y la rectitud se funden a menudo en una, configurando el carácter
del Señor del pacto. Y decíamos también que hay que aclarar que, cuando se usa el
101
término ‘justicia’, tal vez estemos empleando tan sólo una fracción mínima de la
riqueza que encierra ese concepto en el Antiguo Testamento. La justicia de Dios se
ocupa de forma primordial del modo de vida que ha de caracterizar al pueblo de Dios, y
ello justamente por corresponderse con la esencia de la rectitud inherente al carácter
de Dios. En un cierto sentido, pues, hemos de permitir que nuestra muy humana
concepción de la justicia sea corregida y transformada por aquello que podríamos
denominar ‘justicia divina’. Una vez dicho esto, hay mucho en Proverbios que nos ayuda
a penetrar en lo que la justicia significa en la práctica: la expresión social y política de un
genuino ‘amor al prójimo’.

La justicia y las necesidades del pobre


Uno de los intereses más constantes de la Sabiduría es la situación desesperada de
los pobres. El resumen que se hace de ello en 14:31 por parte de la Sabiduría es
elocuente: ‘El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor, pero el que se apiada del
necesitado le honra’. La cuestión crucial ahí es que el Hacedor es uno y el mismo tanto
para el opresor como para el oprimido. De forma similar, ‘El que se mofa del pobre
afrenta a su Hacedor’ (17:5). La opresión del pobre es, al mismo tiempo, afrenta para
alguien que debería ser respetado como criatura portadora de la imagen del Creador, y
actitud contraria a su Carácter por estar declaradamente a favor del pobre.
Esto está muy en la línea de lo que algunos teólogos han dado en llamar ‘opción
preferencial por los pobres’, a la que Karl Barth dio expresión ya clásica en un escrito
múltiplemente citado:
La justicia que Dios requiere de los hombres y que queda establecida por la
obediencia –justicia que, según Amós 5:24, debiera ser como una ‘corriente
inagotable’– tiene de suyo el carácter de una vindicación de lo justo a favor del
inocente que está bajo amenaza, del pobre que sufre opresión, de la viuda, del
huérfano y del extranjero. Por esa razón, en el curso de las relaciones y los
acontecimientos que jalonan la existencia de su pueblo, Dios se sitúa de forma
incondicional y con toda pasión a su lado y tan solamente ahí; y ello en
oposición a los altivos y a favor de los menesterosos, en contra de los que gozan
de los honores y los privilegios, y a favor de aquellos a los que les son negados y
son incluso desposeídos de todo ello.
Barth establece y elabora la conexión entre la justicia de Dios y su misericordia,
para, acto seguido, defender que de ello se sigue: la necesidad de que adoptemos una
postura política que quede ‘determinada de forma decisiva por el hecho de que el
hombre es hecho responsable por todos aquellos que sufren y padecen pobreza a los
ojos de Dios, y que es convocado por Él a abrazar la causa de aquellos que sufren
injusticias.’
El Papa Juan Pablo II recoge ese mismo tema en su Carta Apostólica redactada como
preparación para el año 2000, año que él califica de Magno Jubileo, haciendo notar ahí

102
que el Jubileo figura tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento como tiempo
de liberación para los pobres y los oprimidos. Cabe entonces traer a colación Levítico
25:8–55, donde se nos informa acerca de la protección prestada en forma de
arrendamiento de la tierra para prevenir la acumulación de riquezas en manos de unos
pocos, asegurando así un reparto más equitativo de los recursos y la liberación de los
esclavos. En Lucas 4:18–19, el Jubileo (‘año del favor del SEÑOR’) se relaciona con ‘las
buenas nuevas para los pobres’. El Papa Juan Pablo II se hace eco del asunto cuando
dice:
El año jubilar estaba destinado para restablecer la igualdad entre todos los hijos
de Israel, ofreciéndose así nuevas posibilidades a las familias que hubieran
perdido sus posesiones e incluso su libertad personal. Pero, por otra parte,
además, el año jubilar era recordatorio para los ricos de que llegaría un tiempo
en el que sus esclavos israelitas volverían a ser sus iguales y podrían reclamar
sus derechos. Así, según el calendario preestablecido por Ley, era obligado
proclamar el correspondiente año jubilar con el fin de asistir al pobre en su
necesidad. Eso era lo que se esperaba de un gobierno justo. Justicia que, según
la Ley de Israel, consistía sobre todo en la protección de los débiles.
El Papa añade a todo eso sugerencias prácticas respecto a posibles formas con las
que los creyentes habrían de prepararse para la celebración del Gran Año Jubilar, y ello
tanto fuera como dentro de la iglesia, exhortando a hacer un esfuerzo en serio para
cancelar la deuda externa del Tercer Mundo:
De ese modo, en el espíritu que alienta en el Libro de Levítico (25:8–12), los
cristianos tendrán que dejar oír su voz a favor de los pobres del mundo,
proponiendo el Jubileo como tiempo apropiado en el que reflexionar, entre
otras cosas, acerca de una reducción sustanciosa, si no incluso la total
cancelación, de la deuda internacional que amenaza muy en serio el futuro de
tantas naciones.
Uno de los rasgos más notables que caracterizan a Jesús en su ministerio de
curaciones es que con frecuencia salvaba el abismo de separación existente entre los
desheredados de la fortuna y el resto de la sociedad. Él se atrevía a tocar a los
intocables: el hombre que padecía lepra, el cuerpo de un muerto, la mujer con flujo de
sangre. Todos cuantos eran considerados impuros, inaceptables y condenados a muerte
en vida, ésos eran los que recibían ese contacto físico que daba vida.
El cántico de María ante el nacimiento de Jesús, el Magnificat, celebraba
justamente ese glorioso hecho, tal como recordábamos en un capítulo anterior:
… ha esparcido a los que eran soberbios en los pensamientos de su corazón. Ha
quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes. A los
hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos
vacías. (Lc. 1:51–53)

103
Proverbios, en expresión menos pulida, proclamaba esos mismos valores. Los
distintos autores del libro, cada uno a su manera y sirviéndose para ello de unas
imágenes impactantes, elevan su voz a favor de los pobres.
Es el SEÑOR, se nos dice, el que desbarata la hacienda del soberbio, cuidando, sin
embargo, que se respeten las lindes de la viuda (cf. 15:25). Lo importante era
salvaguardar el derecho del pobre a la posesión de la tierra. Me viene a la memoria el
hincapié que hace la Torá en ‘mantener las lindes como hito fundamental de una
política social:’ ‘No moverás los linderos de tu prójimo, fijados por los antepasados, en
la herencia que recibirás en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da en posesión’ (Dt.
19:14). Proverbios toma de nuevo el caso en 22:28–29, donde el editor ha situado la
importancia de delimitación del territorio junto a esa otra referencia a cuantos poseen
una maestría –pudiendo así acceder al estamento del poder– quizás con la intención de
subrayar el hecho de que esa delimitación venía a ser una suerte de protección para los
pobres.
El tema vuelve a aparecer en 23:10–11: ‘No muevas el lindero antiguo, ni entres en
la heredad de los huérfanos, porque su Redentor es fuerte. Él defenderá su causa
contra ti.’ El interés se decanta ahí a favor de los marginados sociales que no tienen
poder alguno. El ‘Redentor’ es el goel, lo más próximo a su persona en cuanto al
parentesco, y cuya función consiste en hacer suyas todas las deudas, necesidades,
problemas y circunstancias adversas en general que aquejen a una ya muy hostigada
familia. Boaz, en el relato de Rut, asumía esa función del goel o protector (cf. Rut 3:9). Y
en Proverbios 23:11 ese término es aplicado directamente a Dios. Dios viene a ser,
pues, el ‘redentor’ de los que no tienen padre.
[Él] no tolerará tal violación del derecho a la tierra, sobre todo si el perjudicado
es el menesteroso, y ello ni siquiera siendo hecho de forma legal y con la debida
sanción social. Llama la atención, pues, que para un asunto tan aparentemente
cotidiano y tan a ras de tierra, haya de ser el propio Dios el que intervenga, tal
como deja patente Proverbios.
Las injusticias que el pobre ha de soportar quedan reflejadas en 18:23: ‘El pobre
habla suplicando, pero el rico responde con dureza’ (que puede ser indicativo de algo
más que simples malos modos, y significar de hecho –tal como el profeta Amós destaca
con brío– que la indefensión del pobre se agrava con el desinterés del rico). Los pobres
son a veces rechazados hasta por sus propios parientes, para los que resultan una
carga, y ello por no hablar del cruel abandono por parte de esos amigos que, a la hora
de la verdad, ponen de relieve lo superficial de la amistad profesada (19:7).
Es probable que el lenguaje de 22:16 quiera decir que hay ganancia en dar con
generosidad al pobre, mientras que los intentos de soborno conducen inevitablemente
a un empobrecimiento. Y también es posible que tengamos dos abusos en relación al
dinero: las ganancias obtenidas con opresión y los regalos excesivamente costosos. En
algunas culturas, la práctica del soborno como base de las transacciones comerciales
está más extendida que en otras. Pero no hay sociedad que se tenga a sí misma por rica
104
que pueda tener la conciencia tranquila ante la situación de la economía global: el cada
vez mayor abismo de diferencia entre naciones ricas y pobres, la necesidad de que las
naciones ricas mantengan a flote a las pobres, la extensión del hambre en el mundo, la
malnutrición de millones de personas, y la cada vez más exorbitante deuda económica
del Tercer Mundo. Más cerca de nosotros, resulta irónico que, según se desprenden de
ciertos informes, hay municipios en Londres donde el promedio de ingresos gastados en
la Lotería Nacional es cada vez mayor –sobre todo cuando el ‘bote’ acumulado es
sustancioso–, mientras que, de forma simultánea, el promedio de ingresos gastados en
frutas y verduras, alimentos básicos en una dieta saludable, está disminuyendo de
forma alarmante. Hay, por supuesto, quien ha visto cambiada su vida por ganar a la
lotería (sobre todo, los propios organizadores, junto con unos pocos ganadores
millonarios), pero son muchos, muchísimos más, los que han visto cómo su situación
económica se deterioraba gravemente por ese gasto prescindible. Así, son numerosas
las instituciones caritativas que han visto reducidas a la mitad las aportaciones por
donativos, mientras que son asimismo muchísimas las gentes pobres a las que se les ha
engatusado con la esperanza del premio y poder salir así de la pobreza, gastando de sus
pocos ingresos más de lo que podían.
Necesitamos oír, a título personal y nacional, las palabras del sabio: ‘El que cierra su
oído al clamor del pobre, también él clamará y no recibirá respuesta’ (21:13); ‘El
generoso será bendito, porque da de su pan al pobre’ (22:9). ¿Por qué razón? ‘El rico y
el pobre tienen un lazo común, el que hizo a ambos es el SEÑOR’ (22:2).

La justicia y la integridad económica


El libro de Proverbios subraya también la importancia de la honestidad en los
negocios. Se nos lleva ahora al ámbito del comercio (11:1), con la figura del vendedor
que engaña en las pesas de su balanza. Ése es el mundo que denunciaba Amós en su
queja contra aquellos que ‘[pisotean] a los menesterosos y [quieren] exterminar a los
pobres de la tierra… achicar el efa, aumentar el siclo y engañar con las balanzas falsas’
(Am. 8:4–5).
El capítulo 20 contiene varias de esas referencias a temas similares. Así, por
ejemplo, descubrimos que el SEÑOR detesta los pesos y las medidas falsas (20:10, 23). Y
aunque el alimento ganado con fraude sepa rico al paladar, el engañador acabará por
tener en la boca sabor a grava (20:17). Aceptar soborno o pervertir el curso de la
justicia supone emprender el mismo camino del perverso (17:23).
La administración de la justicia ha de ser totalmente honesta. Proverbios señala los
males por castigar injustamente al inocente (17:26), por actuar con parcialidad (18:5),
por la corrupción en los tribunales (19:28) y el prestar falso testimonio (21:28; 12:17), y
afirma rotundo que el SEÑOR detesta la absolución del culpable tanto como la condena
del inocente (17:15).
En líneas generales, la Sabiduría anima a sus seguidores a ser cautelosos en sus
transacciones comerciales (11:15) y honestos en los pagos (11:18): ‘Mejor es poco con
justicia, que gran ganancia con injusticia’ (16:8). El rey, en particular, debiera ser el que
105
encarnara la justicia en su persona (16:10), puesto que la justicia es factor esencial para
su continuidad en el trono (16:12).
La justicia, recordamos nosotros, es parte del carácter esencial de Dios. En última
instancia, es un Dios que impone la justicia en el mundo: ‘No digas, “Yo te haré pagar
por este mal”. Espera en el SEÑOR, y Él te librará’ (20:22). Este tema lo trata el apóstol
Pablo en su epístola a los Romanos (12:19–21), donde, tras hablar de la importancia del
amor que cumple con la ley de Dios, les recuerda a sus lectores: ‘Amados, nunca os
venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: MÍA ES
LA VENGANZA, YO PAGARÉ, dice el Señor. Así, y justamente al contrario [continúa San
Pablo, citando Proverbios 25:21–22]: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si
tiene sed, dale de beber. Al hacer esto acumularás ascuas sobre su cabeza.” No os
dejéis ganar por el mal, sino venced el mal con el bien.’
‘El cumplimiento de la justicia es gozo para el justo, pero terror para los que obran
iniquidad’ (Pr. 21:15).

La justicia, la rectitud y la integridad personal


Un gran número de los proverbios que aparecen en estos capítulos contrastan al
‘justo’ con el ‘malvado’. Algunos de ellos ya los hemos analizado. Por ‘justo’ se entiende
la persona que teme al SEÑOR y por ello trata de vivir de forma correcta en los caminos
de la Sabiduría. La persona ‘malvada’ o ‘impía’ se niega a mostrar reverente obediencia
al SEÑOR, y busca, por el contrario, vivir según sus propios gustos y valores. Proverbios
nos presenta al respecto una amplia galería de retratos en ambos sentidos. Así, por
ejemplo: ‘Abominación al SEÑOR es el camino del impío, y Él ama al que sigue la
justicia’ (15:9).
Como trasfondo de muchos de esos proverbios se halla el principio de la integridad
personal del carácter sustentado por la Sabiduría. ‘El que anda en integridad anda
seguro, mas el que pervierte sus caminos será descubierto’ (10:9). La Sabiduría insta por
ello a sus seguidores a que eviten el camino perverso (cf. 17:11–13). Lo que ha de
buscarse es la honestidad, la integridad, la sinceridad y la pureza.
Volvemos así al tema con el que empezamos: la clase de vida que Dios demanda, la
forma de obediencia que se refleja en la expresión ‘el temor del SEÑOR’. Muchos de
estos proverbios ilustran el significado de la obediencia en términos del amor al
prójimo, la consecución de la justicia, la opción preferencial por los pobres y la
necesidad de una integridad personal.
En ocasiones, los proverbios salen a nuestro encuentro de forma directa y sin
ambages. En otras, en cambio, su estilo y el mensaje que encierran parecen
contradictorios y, como mínimo, confusos. Algunas de sus aseveraciones son datos
contundentes, muy en la línea de las grandes verdades que leemos en el Salmo 1:1–3,
6. Pero lo cierto es que, examinados más de cerca, pueden llegar a dar la impresión de
hallarse muy lejos de nuestra propia experiencia actual. Sobre todo, en aquellos casos
en los que se sugiere que los que alaban y temen al SEÑOR, andando en los caminos de
su justicia, recibirán bendición y prosperarán. Y lo cierto es que no hay que ir muy lejos
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en la lectura de los Salmos para toparnos enseguida con un tono muy distinto. En el
Salmo 73, por ejemplo, el salmista se pregunta la razón de que los malvados parezcan
estar saliéndose con la suya sin tener que, aparentemente al menos, pagar por ello. ¿Se
habrá acaso mantenido limpio el justo en vano? ¿Está realmente Dios a favor del justo?
Hace falta una visita previa al santuario del Señor antes de poder ver las cosas bajo una
nueva luz. Partiendo de unos valores eternos, se puede discernir el auténtico caudal de
vida eterna real, haciéndose evidente entonces que el camino de los impíos desemboca
en muerte (Sal. 73:23ss). A la vista de todo eso, viene a la mente que el Salmo 1 es en
realidad una confirmación de la fe: algo que se mantiene a pesar de que –o sobre todo
si– Dios no parece estar observando nuestras idas y venidas (Sal. 1:6). Así, cuando el
techo parece ir a desplomarse sobre nuestras cabezas, por un examen fallado, una
enfermedad grave que hace su aparición, o un despido laboral inesperado, el Salmo 1
nos reafirma en la esperanza que conlleva la fe –Dios sí está atento y sí que le interesan
nuestras idas y venidas. El Salmo 73 nos pone al tanto de cómo nos sentimos en
situaciones así.
Necesitamos ser cuidadosos, pues, a la hora de leer Proverbios: evidentemente, no
siempre discurren las cosas por los cauces que pudiéramos pensar de antemano. Y es
innegable, además, que todo proverbio encierra en sí una contrapartida. Habrá casos
en los que sea necesario elaborar contenidos a la luz de unos valores eternos, pero,
pese a ello, seguirá siendo necesario tener en consideración la naturaleza propia de un
proverbio. No se puede decir sin más que sean hechos constatables, sino más bien
recursos didácticos para nuestra formación. En dichos de gran enjundia, y con palabras
ciertamente memorables, su contenido nos sacude y nos lleva a la reflexión para
contemplar las cosas de siempre bajo una nueva e insólita perspectiva. El libro de
Proverbios presenta una amplia variedad de ejemplos que, a primera vista, podrían
parecer afirmar cosas muy distintas. Sin embargo, al igual que en el habla secular
podemos decir que ‘un poco de ayuda nunca es estorbo’, también decimos que ‘a
menos bulto, mayor claridad’. La lengua hebrea cuenta con idénticas posibilidades y, en
el caso de los proverbios, no hemos de esperar tanto afirmaciones explícitas como
percepciones más profundas de una realidad evidente que nos sirvan para ir más allá de
los cauces habituales de nuestro discurrir. Lo que se espera de nosotros es que nos
pongamos en la situación que plantea el caso y lo contrastemos según propia
experiencia: ¿Afecta eso a mi vida en la forma que ahí se dice? ¿Estoy en la debida
relación con Dios, o tiene Él algo que demandarme? ¿En qué situación me encuentro de
cara a la eternidad?

El carácter: un resumen
Los Proverbios, pues, ponen a nuestra disposición una serie de valores conducentes
a una vida correcta y próspera. El ‘temor del SEÑOR’, el amor y la justicia están en la
esencia misma de los caminos de la Sabiduría. Andar por sus caminos supone llevar una
vida que será reflejo de la sabiduría propia de Dios.

107
Una persona así, podría decirse, es una ‘persona con carácter’. Su vida se distinguirá
por cualidades que todo el mundo aprecia: veracidad, fidelidad, amor, justicia. El
término ‘integridad’ proviene de una raíz que significa ‘entero’
- sugiriéndose con ello una plenitud de esencia personal. Los valores distintivos de la
Sabiduría nos proporcionan en fundamento sobre el que construir un carácter en
santidad.
Uno de los llamamientos que se le hace al cristiano es a crecer en base a la persona
de Cristo (Ef. 4:13). El apóstol Pablo afirma ser su propósito, como ministro del
evangelio, proclamar a Cristo, ‘amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos
los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en
Cristo. Y con este fin también trabajo, esforzándome según su poder que obra
poderosamente en mí’ (Col. 1:28–29).
¿Cómo se crece, pues, en ese carácter distintivo del cristiano? Pues en respuesta al
amor de Dios, con lo cual estamos hablando ahí de una comunión fraternal dentro de la
comunidad de creyentes, ya que ha de ser ‘junto con todos los santos’ como podamos
llegar a captar la inmensa profundidad de ese amor (Ef. 3:18). Es un carácter que va
formándose mediante la práctica de la obediencia cristiana. Las personas
auténticamente ‘maduras’ son descritas como aquellos que ‘por la práctica tienen los
sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal’ (Heb. 5:14). Es, en esencia, un don
de Dios que se nos invita a recibir: ‘Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el
cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención’
(1 Co. 1:30).
Fue Santo Tomás de Aquino el que aplicó a la teología el concepto de ‘opción
fundamental por el fin último’. A este respecto, Bernard Haring dice así:
Tan sólo si la persona sabe dónde dirigirse en su caminar, puede examinar los
distintos caminos que conducen a ese lugar. Partiendo de una noción diáfana de
vida ‘en Cristo Jesús’, hará su aparición una libertad y fidelidad creativas que
den forma y contenido al propio carácter, a la postura que se tenga, a la actitud
que se adopte, a las acciones que se emprendan y a la clase de relaciones
personales que se vayan a cultivar.
Proverbios dice algo muy similar, aunque obviamente en referencia a la Sabiduría
antes que (tal como Haring sí hace) a Jesús –en quien, muchos siglos después, la plena
Sabiduría de Dios vino a hacerse realidad encarnada.
Amor
Lumbre Inmortal, que tu grande llama
esta menor atraiga hacia sí: permite que estos fuegos
que el mundo habrá de consumir, antes lo domestiquen;
prende en nuestros corazones anhelos tan sinceros,
que consuman los deseos, y te abran camino a ti.
Querrá entonces el corazón nuestro presencia tuya tener;

108
y nuestra mente
toda invención suya ante tu Altar traer;
será entonces cuando el himno fuego tuyo nos transmita:
Ojos ciegos, por el polvo del agudo ingenio anulados,
toda materia tuya ahora de nuevo habrán de ver.
Y aquellos por deseo usurpador transidos,
la rodilla doblarán entonces ante ti; todo entendimiento alerta ahora
alabanzas a ti se entonarán, vista nuestra a una vez hacedor y sumo bien.
George Herbert

Los valores de la Sabiduría: La dimensión práctica


Proverbios 10:1–22:16

Ha llegado ahora el momento de concentrarse en algunas de las dimensiones


prácticas de la vida sabia. El amor, la justicia, la integridad y el temor del SEÑOR no son
conceptos abstractos que estén flotando en el aire por encima de nosotros. De hecho,
tiene un valor real de intercambio sumamente valioso y aplicable en términos de
relaciones personales, actitudes vitales, necesidades inmediatas y miedos inexplicables.
Algunos psicólogos hablan incluso de una ‘jerarquía humana de necesidades’. Abraham
Maslow, renombrado autor de Toward a Psychology of Being, postula que ‘todo ser
humano funciona con una jerarquía de necesidades básicas, que van de las más
‘elementales’, incluyéndose la comida, la bebida, el sueño, la vivienda y la ropa, y así en
línea ascendente en una escala hacia valores conceptuales de los sentimientos,
figurando ahí la pertenencia a un entorno, la amistad, la autoestima y, claro está,
aquellas otras necesidades de índole ‘superior’, englobándose en un sistema de valores
integral dentro de la dimensión estética de la existencia’111. Otros psicólogos, en
cambio, ofrecen listas alternativas con ligeras variantes. Erikson, por ejemplo, resalta la
necesidad de una confianza mutua, imprescindible, según él, para el desarrollo de un
sentido propio de entidad significativa, y para una aceptación correctamente integrada
de la transitoriedad del ciclo vital de la existencia. Otto Rank enfatizaba a su vez los
temores antagónicos a la vida y a la muerte, para lo cual optó por explorar la tensión
existente entre la aceptación ineludible de la propia singularidad individualista y la
necesidad de sentirse amado y aceptado por los demás.
El trabajo de algunos teólogos puede ser analizado sin duda justamente en razón de
su interés por lo que precisa básicamente el ser humano, que tienden a manifestarse
principalmente en relación a la necesidad real de la gracia divina (San Agustín), el

109
restablecimiento de la relación con Dios (Jonathan Edwards) o el amor que vence toda
ansiedad y desesperanza (Kierkegaard). Ya hemos tenido ocasión de destacar en
capítulos anteriores el modo en que algunas de esas necesidades, tanto materiales
como espirituales, aparecen incluidas en Proverbios, siendo el núcleo de interés del
anterior capítulo el amor, la justicia y la integridad. Así, nos encontramos ahora en la
disposición adecuada para poder plantearnos los valores prácticos a ras de tierra tal
como aparecen expresados en Proverbios 10–22, y que, como tendremos ocasión de
comprobar, ponen de relieve algunas de las necesidades básicas del hombre planteadas
por Maslow.
Entre los valores que proclama la Sabiduría están la importancia de la familia, el
matrimonio y la paternidad, el privilegio de poder trabajar y la recompensa de una
positiva actitud de entrega y responsabilidad, la bendición de la salud y un cierto nivel
de seguridad, los beneficios de la independencia material, la conveniencia de saber
controlar la lengua al hablar con otros, y la necesidad de una amplia visión política
respecto a la sociedad como un todo. Algunos de esos valores se aplican en concreto al
rey y los personajes de su corte, pero, en su mayoría, tienen que ver con la gente
común. Vistos en conjunto, componen un abigarrado y vibrante tapiz de celebración de
la existencia en sus múltiples manifestaciones, con la esperanza añadida de la libertad y
la espera de tiempos mejores incluso ante la ineludible presencia de la muerte. Y todo
ello sin olvidar ni por un momento la importancia capital de la búsqueda de un
auténtico saber y comprender. Trataremos de desglosar algunos de estos valores en los
párrafos que siguen.

La familia, el matrimonio y la paternidad


¿Qué es la familia? A ese respecto, el Informe de la Iglesia de Inglaterra de 1995,
Algo que Celebrar, se convirtió en el blanco de acerbas críticas por su postura ante el
tema de la cohabitación y la sugerencia de que la expresión ‘vivir en pecado’ no ayuda
en la tarea pastoral. El enfoque propuesto para la teología de la familia también recibió
fuertes críticas. Sin embargo, es una auténtica lástima que, al exponerse a ser atacado
por su tratamiento de esas cuestiones, se perdiera de vista el auténtico propósito del
Informe. Propósito que no era otro que el destacar la tremenda importancia tanto de la
familia como de la comunidad como ocasión y ámbito para un dar y un recibir mutuos.
En palabras textuales del Informe, ‘Es en la familia donde aprendemos a amar.’114 El
Informe reflejaba asimismo la considerable variedad de acuerdos y situaciones que se
acogen al término ‘familia’, de donde surge, pues, inevitable la pregunta básica: ‘¿Qué
es la familia?’
En un artículo escrito en colaboración con el profesor David Brown, sugeríamos que
la familia podía ser vista como ‘un pacto de atención y cuidados’. La familia,
sosteníamos, facilita una forma de existencia cuyo significado deriva de la propia
naturaleza de Dios. Al indagar en nuestro entendimiento de esa naturaleza divina, ‘el
Padre… de quien recibe nombre toda familia’ (Ef. 3:14–15), llegábamos a la conclusión

110
de que la familia es un contexto para la creatividad en amor, y que la tarea de la
paternidad, en el seno de la familia, es proporcionar una ‘autoridad que sirva de marco
de la libertad individual, protección para poder crecer y madurar, y revelación para una
comprensión del mundo’. La familia, el matrimonio y el papel de los padres y sus hijos
son un todo indivisible.
En Proverbios, la Sabiduría confiere un gran valor al matrimonio y la vida de familia.
Ya hemos tenido ocasión de comprobarlo en las enseñanzas de padre a hijo de los
capítulos del inicio. Es más, el término que la NIV traduce como ‘hijos varones’ (banim)
también significa ‘niños’ en general, con lo cual no quedarían excluidas las hijas. Y
aunque Proverbios no dedica tanto espacio a las mujeres, es más que probable que se
deba al papel menos destacado que la mujer tenía en la sociedad de la época. Eso no
viene ni mucho menos a querer decir que las mujeres fueran necesariamente inferiores
en categoría. Y aunque la práctica de la poligamia y el concubinato sí pareciera
sugerirlo, lo cierto es que en ningún escrito del Antiguo Testamento se dispone o
recomienda su institución, y la mayor parte de los ejemplos que se nos muestran al
respecto son, de hecho, situaciones de auténtico fracaso. Por otra parte, además, las
leyes del Pentateuco muestran en algunos de sus puntos una dimensión compasiva y
protectora hacia la mujer (así, por ejemplo, la protección en los casos de repudio y
divorcio en Dt. 24), y el libro de Proverbios parece gozarse de manera muy especial en
la monogamia. Cuando llegamos al Nuevo Testamento, nos encontramos con que Jesús
concedía a la mujer una categoría y una dignidad que chocaba y hasta escandalizaba a
algunos de sus propios seguidores (cf, p. ej, Lc 15:1–2; Jn. 4:9). Y la declaración de
derechos en ‘igualdad de oportunidades en cada apartado de la vida’ de Gálatas 3:28,
ya clásica y fundamental en los escritos del apóstol Pablo, afirma que, en términos de
categoría espiritual ante Dios, no hay diferencias por cuestión de género o raza o clase
social; todos somos iguales en Cristo Jesús.
A pesar de que, en Proverbios, se dedica mayor espacio a los hombres que a las
mujeres, hay casos en los que la mujer es puesta como ejemplo más excelente a imitar
(p. ej., cap. 31).
Se afirma que el varón que halla esposa ha de considerarse afortunado: ‘Casa y
riquezas son herencia de los padres, pero la mujer prudente viene del SEÑOR’ (19:14).
La mujer es presentada como artífice del hogar (14:1) y es figura ideal (31:10ss.). El
capítulo 5 deja bien claro que donde tienen su debido lugar las relaciones sexuales y
donde son motivo de gozo y disfrute es en el contexto del matrimonio (5:18ss.), y no
hay que olvidar el contraste tan vivo que se establece a este respecto con las relaciones
de la mujer adúltera, cuya carrera acabará en destrucción y muerte.
Por otra parte, esos capítulos dedicados a la relación de pareja, parte del don de
Dios afecta a la concepción de hijos como parte de una posible responsabilidad, siendo
el gozo de la paternidad una dimensión significativa en la crianza e instrucción de los
hijos: ‘Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se
apartará de él’ (22:6). Los hijos buenos, sabemos, son causa de alegría para los padres,
mientras que los hijos díscolos e insensatos son motivo de pesar y sufrimiento: ‘El hijo
sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza para su madre’ (10:1); ‘El hijo sabio
111
alegra al padre, pero el hombre necio desprecia a su madre’ (15:20).
En una interesante y acertada referencia, descubrimos que esto se transmite a
través de las generaciones. En una cultura como la nuestra, la creciente población de
personas jubiladas empieza a ser vista como una carga para el contribuyente y una
sangría de los recursos disponibles para las generaciones más jóvenes, quedando así
muchos abuelos en una situación de preocupante precariedad y penoso aislamiento.
Pero el panorama que se nos ofrece en Proverbios es el de una cultura en la que las
personas mayores son honradas y respetadas, y en la que, más que los hijos siendo el
orgullo de los padres, son los padres la honra de los hijos: ‘Corona de los ancianos son
los hijos de los hijos’ (17:6). ¡Sorpresa tremenda para la mentalidad actual!
Proverbios también nos proporciona una muy apta ilustración del quinto
mandamiento relativo a la honra que los hijos han de mostrar hacia los padres: ‘Al que
maldice a su padre o a su madre, se le apagará su lámpara en medio de las tinieblas’
(20:20); ‘El que asalta a su padre y echa fuera a su madre es un hijo que trae vergüenza
y desgracia’ (19:26).
Hay intereses ahí también para los hijos, pues les cabe esperar herencia de los
padres, siempre que las relaciones discurran por buen camino: ‘El hombre bueno deja
herencia a los hijos de sus hijos, pero la riqueza del pecador está reservada para el
justo’ (13:22). Sin embargo, ‘El que turba su casa, heredará viento, y el necio será siervo
del sabio de corazón’ (12:4).

Diligencia, creatividad y trabajo duro


La segunda selección de versículos ilustra necesidades humanas muy básicas e
incluye los concernientes al mundo del trabajo.
Es evidente que en el Antiguo Testamento ya se contemplaban las necesidades y las
oportunidades. Algunos de los autores se centraron en el trabajo como un don en el
que el trabajador refleja la propia creatividad de Dios (Gn. 1–2; Sal. 104:23); otros, en
cambio, manifiestan el modo en que, en este mundo caído, el trabajo se convierte con
excesiva frecuencia en explotación y agotadora tarea carente de sentido (Gn. 3:19; Ec.
2:19–23). La Biblia nos enfrenta por igual a lo positivo y a lo negativo del trabajo, y a las
tensiones que genera esa ambivalencia. Pero, como es lógico, la Biblia no menciona las
colas del paro, de las estadísticas de desempleo, de la reconversión laboral, ni de los
planes de formación para jóvenes. El trabajo en el seno de una sociedad industrializada
es muy distinto al trabajo en que se ve comprometida la familia en pleno como una
unidad económica corporativa, y en la que el trabajador podía contemplar y valorar el
resultado y producto final de sus esfuerzos. El Manifiesto Comunista se expresaba en
los siguientes términos hace ya más de 150 años:
Debido al uso generalizado de maquinaria y a la división del trabajo, la labor del
proletariado ha perdido por completo su carácter individual y, en consecuencia,
todo su atractivo desde la perspectiva del obrero. Ha pasado así a convertirse en

112
mero apéndice de una máquina, y ahora tan sólo se esperan de él las
capacidades más simples y elementales y las más sencillas de aprender.
¿Qué diría ahora Karl Marx del chip de silicona, de los robots, de Internet y de las
imágenes por ordenador, que, al menos en el ámbito de la sociedad occidental, han ido
paulatinamente transformando el significado del término ‘trabajo’? Así, mientras que
en las sociedades de épocas anteriores se comerciaba con legumbres y ganado, y hasta
relativamente poco nos servíamos de dinero contante y sonante, ahora la ‘moneda’ de
cambio es la ‘informatización’, y la protección de datos, la pesadilla actual en seguridad.
Ahora bien, ¿por qué es importante el trabajo? Desde luego, no porque trabajando
más y más duro nos haremos ricos; no hay ecuación directamente proporcional entre el
esfuerzo en el trabajo y la prosperidad. Trabajamos principalmente porque disponemos
de forma innata de dotes creativas aplicables al mundo en que vivimos. El trabajo es la
actividad humana que se corresponde con la obra de Dios en su cuidado providente del
orden de la creación.
El mundo de Proverbios nos presenta una sociedad en la que no se comía si no se
trabajaba. De ahí que fuera muy apreciado el esfuerzo en la tarea. ‘El indolente no asa
su presa (entre otras cosas, ¡porque ni siquiera se había molestado en ir a cazar!), pero
la posesión más preciosa del hombre es la diligencia’ (12:27); ‘El apetito del trabajador
para él trabaja, porque su boca lo impulsa’ (16:26); ‘También el que es negligente en su
trabajo es hermano del que destruye’ (18:9); ‘La pereza hace caer en un profundo
sueño, y el alma ociosa sufrirá hambre’ (19:15).
Pero el principio que sustenta y da cuerpo a todo el mensaje de Proverbios es el
cuidado y el interés diligente necesario para vivir en el mundo creado por Dios, y ello en
absoluto contraste con la insensatez de la necedad. Los capítulos del inicio del libro nos
muestran en qué pobre consideración se tiene al holgazán, que pasa más adelante a ser
contrapuesto a la laboriosa hormiga. Y son esos temas que, de hecho, volvemos a
encontrarlos aquí ahora. La afición desmedida a dormir aboca a la escasez material
(20:13). El holgazán es demasiado perezoso hasta para alimentarse a sí mismo (19:24),
para arar sus campos (20:4) o para hacer cualquier clase de trabajo (21:25–26). En
contraste con las ganancias que obtiene el trabajador diligente como recompensa por
su trabajo (21:5), lo único que consigue el holgazán es sentirse cada vez más
descontento, y sus caminos desembocan en la muerte (21:25–26).
Uno de los temas clave que nos conecta sin ninguna dificultad con la actualidad
parece ser justamente la total falta de responsabilidad del haragán. Prefiere quedarse
en la cama antes que enfrentarse a la realidad de su vida, y no duda en aprovecharse de
los demás en vez de hacer algo por sí mismo. Se siente a gusto con su indolencia y no
quiere arriesgarse a entablar relaciones que pudieran obligarle a salir de su pereza.
Haciendo gala de un humor sarcástico, el proverbio nos informa de que el perezoso se
defiende a sí mismo asegurando que ‘hay un león en las calles, seré muerto’ (22:13).
Buena excusa para no hacer nada, y ¡para no levantarse del sofá! Pero eso no significa
crítica encubierta a otras culturas, ni a todos cuantos quisieran trabajar pero no
encuentran empleo. Lo que ahí se pretende es recordarle al lector que no hay posible

113
sabiduría sin sentido de la responsabilidad.

La salud
La buena salud es otra de las cuestiones por las que se interesa la Sabiduría –
necesidad básica donde las haya. Pero, ¿en qué consiste la salud? Lo cierto es que el
término “salud” abarca distintos significados. Desde la perspectiva de la Organización
Mundial de la Salud, un tanto utópica: ‘La salud es un estado de bienestar que
comprende tanto lo físico, como lo mental, y lo social, y no tan sólo la ausencia de
enfermad o mal.’ En el polo opuesto, sobre todo allí donde los presupuestos se
aquilatan al céntimo, se entiende por salud exclusivamente la ausencia de mal o
enfermedad física.
Si nuestra definición de salud supone abogar a favor de unas pautas generalizadas
para beneficio tanto del individuo como de la sociedad, nos inclinaríamos a favor de la
opción primera. Pero si fuera nuestra tarea la gestión de unos presupuestos sanitarios
de recursos limitados, optaríamos obligadamente por la segunda. La mayoría de
nosotros estamos, evidentemente, en algún punto intermedio. Pero, incluso así, es
inevitable una cierta ambigüedad. En términos puramente físicos, la salud se contempla
desde la perspectiva de la esperanza de vida, o la agilidad de movimientos, o la
resistencia a las enfermedades. ¿Tiene mejor salud la persona cuyo organismo funciona
a la perfección, o cuando las partes integrantes trabajan en armonía? En términos de
salud mental, las definiciones que podemos encontrar son múltiples y variadas.
Desde la perspectiva de la teología, se hace necesario reflexionar acerca del modo
en que en el Antiguo Testamento la buena salud tiene mucho que ver con el concepto
de ‘Shalom’, que, como ya tuvimos ocasión de ver, engloba lo que se entiende por
bienestar físico y un adecuado disfrute de las relaciones personales. El término Shalom
contiene tanto la dimensión individual como la corporativa, y cubre el aspecto físico,
emocional, relacional y espiritual del bienestar. Cuando impera la paz del SEÑOR, hay
prosperidad (Sal. 72:1–7), salud (Is. 57:19), reconcliación (Gn. 26:29) y contentamiento
(Gn. 15:15; Sal. 4:8). Cuando la paz del SEÑOR está presente, hay buena relación entre
las naciones y los pueblos (1 Cr. 12:17–18). El Shalom de Dios comporta tanto la faceta
social como la individual (Je. 29:7).
Otro factor a tener en cuenta es el concepto bíblico del pecado, y que la mala salud
es vista como síntoma no tanto de pecados individuales, como de desintegración
dentro de un mundo abocado a la decrepitud y la muerte. Pero ahí sería justamente
donde tenemos que volver al concepto igualmente bíblico de la restauración y la
salvación, como procesos de los que Dios se sirve para hacer nuevas todas las cosas.
Dentro de ese contexto en particular, una teología de la salud podría contemplar la
definición del QUIEN como a la vez excesivamente limitada y, asimismo, demasiado
amplia. Y sería demasiado limitada precisamente por no establecer conexión alguna con
la vida espiritual de la persona y su consiguiente relación con Dios. Pero es también
excesivamente limitada porque se concentra en el posible bienestar de la persona

114
ignorando en cambio el continuo cambio que va operándose en la vida de las gentes y
el devenir de su fe. Demasiado amplia, sin embargo, en su falta de valoración de la
inevitabilidad de la muerte, y por no ver que el sufrimiento en sí puede llegar a formar
parte de un fortalecimiento para vivir de forma más saludable. Donde sí acierta de
plano, evidentemente, es en su reconocimiento de lo psicosomático y de lo social como
componentes presentes en las personas, y el hecho cierto de que las distintas partes
que nos integran crecen y maduran en mutua relación.
Ese es el punto de incidencia en el que volver a Proverbios se revela instructivo.
Mucho antes de que la medicina recurriera a la catalogación ‘enfermedad
psicosomática’, el autor de Proverbios se expresaba en los siguientes términos: ‘No seas
sabio a tus propios ojos, teme a SEÑOR y apártate del mal. Será medicina para tu
cuerpo, y refrigerio para tus huesos’ (3:7–8). Los distintos aspectos (el espiritual, el
moral y el físico) que conforman a la persona se fusionan ahí en un todo indivisible.
Proverbios tiene también mucho que decir respecto a los que se encuentran
alicaídos en su espíritu, sufriendo las limitaciones que se derivan de una depresión. Algo
que, en ocasiones, viene acompañado de un posible consejo que, en buena ley, debiera
estar fundado en una muy necesaria sensibilidad pastoral. Tal como decíamos en su
momento, Proverbios no ofrece prescripciones que obedecer y poner en práctica en
cada ocasión y posible situación, sino una serie de pequeñas viñetas ilustrativas que nos
fuerzan a plantearnos nuestras reacciones y nuestras formas de actuar. ‘¿Será ésta la
forma correcta de reaccionar con esta persona? ¿No sería más apropiado ver las cosas
de alguna otra manera?’ Recurriendo a una analogía médica: un facultativo puede muy
bien decir, ‘Hay una prescripción que la experiencia me ha confirmado como valiosa en
casos como el suyo.’ La cuestión entonces se limitaría a tratar de ponerla en práctica y
comprobar si actúa en la medida de nuestras necesidades de bienestar en plenitud.
Hacen su aparición ahora algunos ejemplos de posible diagnósticos y probables
respuestas: ‘La ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, mas la buena palabra lo
alegra’ (12:25). Asimismo, se deja entrever un punzante realismo: ‘Aun en la risa, el
corazón puede tener dolor, y el final de la alegría puede ser tristeza’ (14:13). Algunas
formas de adversidad son más soportables que otras: ‘El espíritu del hombre puede
soportar su enfermedad, pero el espíritu quebrantado, ¿quién lo puede sobrellevar?’
(18:14). Y cada persona experimenta en lo más íntimo de su ser congojas y alegrías de
las que tan sólo Dios tiene noticia (14:10; 17:3; 21:2).
Hay más muestras de este aconsejar desde la perspectiva de lo psicológico: ‘La
esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es árbol de vida’
(13:12; 14:30); ‘Un corazón apacible es vida para el cuerpo, mas las pasiones son
podredumbre de los huesos’ (14:30).
Hay consejeros cristianos que parecen querer convertir el libro de Proverbios en un
manual de salud mental. Personalmente, creo que se ha de tener mucho cuidado con
apropiarse de enjundiosos dichos de ‘conocimiento’, que están encaminados a
hacernos pensar y reflexionar, como si se tratara de principios encapsulados aplicables
según tiempos y circunstancias. Y esto sería particularmente cierto en el área de la
consejería que se ocupa de personas con depresión o que sufren ansiedad. La Regla nº
115
1 es que cada persona es un mundo y un caso distinto: las circunstancias personales
que han llevado a alguien en concreto a semejante estado es algo exclusivo y
absolutamente particular e intransferible. Y si bien es posible, cómo obviarlo, establecer
unas pautas generales relativas a posibles estados mentales y emocionales alterados, lo
cierto es que se necesita una sensibilidad pastoral fuera de lo común para poder ser de
ayuda.
Un muy conocido consejero cristiano roza, en mi opinión, peligrosamente una
inadecuada generalización de Proverbios en este sentido cuando, citando 4:20–22,
afirma lo siguiente:
La Biblia enseña que la paz mental lleva a una vida más dilatada y feliz,
derivándose directamente de cumplir con los mandamientos de Dios… Una
conciencia tranquila es factor primordial en la consecución de la longevidad y la
buena salud… La relación existente entre la propia conducta ante Dios y una
buena condición física es un principio bíblico comprobado.
Todos conocemos a alguien que podría encajar perfectamente en esta descripción.
Y también es cierto que, en ocasiones, la consejería pastoral puede llevar a la persona
hacia el terreno de lo espiritual. Cuando esto sucede, es ciertamente algo maravilloso.
Sin embargo, conocemos también casos, dentro y fuera de la Biblia, en los que el
sufrimiento no parece guardar ninguna relación con un acto de desobediencia (así, Jn.
9:3), y situaciones en las que jóvenes de recta conducta caen gravemente enfermos (el
joven Timoteo, en Ti. 5:23). Se observa una tendencia en ciertas formas de consejería
cristiana a utilizar el libro de Proverbios como manual prontuario de consejería,
creándose así la impresión de que la suma del total de la consejería consiste en una
confrontación directa e inmediata, instando a la persona a asumir sin más una
responsabilidad moral. Puede, claro está, que eso sea lo adecuado en algunos casos,
pero lo cierto es que con frecuencia suele haber una necesidad de sentir ese amor que
echa fuera el temor antes de poder pasar a enfrentarse con una verdad que nos hace
libres.124

Seguros y a salvo
Otra de las necesidades básicas de la persona, a la que la Sabiduría dedica gran
parte de su tiempo instructivo, consiste en la importancia de sentirse seguros y a salvo.
Así, hay momentos específicos en los que los distintos autores instan, e incluso
apremian, a sus lectores a buscar un camino seguro en esta vida, contrastando para ello
con frecuencia la seguridad y la tranquilidad del justo con la precariedad de vida del
impío. Y eso precisamente por buscarse ahí un incentivo para llevar una vida honrada y
poder evitar los peligros de los caminos del mal. Y, una vez más, tal como ya hemos ido
teniendo ocasión de señalar, no hay una relación forzosa entre una vida honrada y
poder sentirse seguros y a salvo. Las personas temerosas de Dios no siempre van a
poder evitar a los ladrones y los accidentes de tráfico. Con frecuencia, vamos a

116
sentirnos inseguros, y ello incluso cuando las apariencias externas pudieran inducirnos a
pensar lo contrario. Esto podrá ser debido en algunos casos a experiencias traumáticas
de la niñez y las secuelas que dejan. También, puede que se atraviese en la vida por
circunstancias de difícil solución. No es necesario sufrir una guerra para constatar la
fragilidad de la existencia. Cualquier posible viaje que hagamos por una autopista
concurrida nos pone sobradamente al tanto de ello. En realidad, tal como veíamos en
anterior referencia al salmo 73, con frecuencia hay circunstancias en la vida en las que
la rectitud no parece reportar beneficio alguno: ‘Ciertamente en vano he guardado
puro mi corazón, y lavado mis manos en inocencia’ (Sal. 73:13).
En el Nuevo Testamento, la primera carta de Pedro cita Proverbios 11:31 en su
análisis del sufrimiento. Hay ocasiones en las que el sufrimiento supone participar de
los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13). Eso puede convertirse en fuente de gozo y
fuerzas, y debiera llevarnos a un compromiso aún más fiel con un Dios que es nuestro
fiel Creador (1 P. 4:19). Pues cuando el juicio de Dios se deja sentir con toda su potencia
y señorío, aquellos que no hayan obedecido el evangelio sufrirán pena mayor por ello. Y
es en ese punto en el que el autor elige un proverbio, que en origen se ocupa de dos
clases distintas de personas, utilizándolo para prefigurar el día del juicio: ‘Y SI EL JUSTO
CON DIFICULTAD SE SALVA, ¿QUÉ SERÁ DEL IMPÍO Y DEL PECADOR?’ (Pr. 1:31; cf. 1 P.
4:18).
Ahora bien, volviendo de nuevo al salmo 73, cuando el salmista contempla la
situación desde la perspectiva de la eternidad, se le hace evidente que su auténtica
seguridad está en Dios, que es su ‘fortaleza’ y su ‘porción para siempre’ (26). Pero,
hasta que llegue ese día, tiene que vivir por medio de la fe, sabiendo que se puede
contar siempre con su presencia (23).
La cuestión es que la fe no siempre disipa todas las incertidumbres. La fe no
confiere certeza en cuanto a un sentido material o siquiera emocional. Pero en los
momentos de incertidumbre debemos aferrarnos a la fe como una dádiva de Dios, y
ello en la seguridad de que Él nunca va a dejarnos de su mano.
Es, pues, esa fe, expresada tal como hemos visto con anterioridad en algunas partes
de Proverbios, la que nos ayuda a descifrar los pasajes ‘gnómicos’ que nos dan
testimonio de una seguridad que nos mantiene a salvo. Seguridad que es factor básico
en todo concepto de bienestar, y eso es justamente lo que muestran esos proverbios en
concreto. Y son esos proverbios, además, los que relacionan el camino de los justos –los
que están en la debida relación con Dios– con los ‘caminos del SEÑOR’. Y así venimos a
descubrir que ‘El temor del SEÑOR conduce a la vida’ (19:23), y, en contraste con la
senda del perezoso, que está sembrada de espinos, ‘la senda de los rectos es una
calzada’ (15:19). Algo muy importante es evadir los conflictos (12:13), y el justo viene a
descubrir que es rescatado del apuro (11:8) y ningún mal va a sucederle (12:21). Esa
clase de seguridad guarda estrecha relación con estar a bien con Dios (10:9). Cuando la
tormenta pasa y los malvados desaparecen de escena, aquellos que están en la debida
relación con Dios se mantienen en pie: ‘Cuando pasa el torbellino, ya no existe el impío,
pero el justo tiene cimiento eterno’ (10:25; cf. 10:29).
Repitiendo una vez más lo ya dicho, la seguridad en el Señor es una afirmación de fe
117
que rige nuestra vida, no una descripción de cómo nos sentimos en determinadas
situaciones.

Suficiencia material
La Sabiduría se preocupa por el crecimiento de la persona, con todo aquello que
tenga que ver con la salud y la seguridad, con la consecución de una vida plena, con el
Shalom, lo cual incluye, lógicamente, las necesidades más básicas, como son el
alimento, la ropa, la vivienda y una buena salud, dentro todo ello de unos límites
razonables. Necesitamos tener muy presente lo ya señalado en otras ocasiones: estos
pasajes en concreto han de ser leídos de forma conjunta con esos otros versículos que
enfatizan muy en particular las obligaciones que incumben al pueblo de Dios respecto a
los pobres. Así, cuando leemos que ‘La riqueza añade muchos amigos, pero el pobre es
separado de su amigo’ (19:4), pudiera parecer que se recomienda la prosperidad
económica en detrimento de la pobreza. Y, en un cierto sentido, eso puede ser así. Hay
ocasiones en las que es necesario admitir que el bienestar depende en cierta medida
del dinero. Y justamente por ello hay que subrayar la indefensión que supone el estado
de pobreza. Pues, desde luego, no deberíamos leer pasajes como éste sin reflexionar
acerca de la pobreza del Tercer Mundo y la ‘culpa’ proporcional del mundo ‘rico’ por
haberles dejado abandonados a su suerte. Esa clase de pobreza es consecuencia,
directa o indirecta, de una injusticia por parte nuestra. La iniquidad que supone la
deuda exterior del Tercer Mundo es en gran medida consecuencia directa de la avaricia
de Occidente.
Will Hutton, columnista del diario The Guardian, escribía en 1995 en su libro The
State We’re In, en referencia a los cambios habidos en el seno de la sociedad británica,
que nos encontramos inmersos en ‘la sociedad del treinta, treinta y cuarenta’:
La sociedad está a ojos vista en pleno proceso de división, creándose nuevas
fisuras en el seno de la población trabajadora. El primer 30% lo integran los que
están en desventaja, compuesto por los más de cuatro millones que están en
paro…, a lo que habría que sumar el 28% de la población adulta activa
laboralmente que carecen de puesto de trabajo o que están inactivos desde una
perspectiva económica… El segundo 30% lo forman los marginados y los que
carecen de seguridad… Son esas personas que ocupan puestos de trabajo que
no ofrecen ningún tipo de continuidad, con una cobertura de protección casi
inexistente y con muy bajo beneficio económico… [a lo que hay que añadir] el
grueso de los trabajadores a tiempo parcial y los trabajos temporales… Y
aproximadamente un 30% de ese potencial laboral está, por definición, en
estado de inseguridad y marginado… La última de esas categorías es la de los
privilegiados –ese 40% que ha visto acrecentado su poder de adquisición desde
1979… El hecho de que más de la mitad de la población del Reino Unido en
condiciones para poder trabajar esté viviendo en el límite de la pobreza en
condiciones de constante inseguridad y precariedad, ha repercutido de forma

118
terrible en la sociedad en general.
Los proverbios examinados en esa sección deben de ser leídos desde esa
perspectiva. No se trata ahí de principios generales que dictaminen ‘Esta es la auténtica
verdad’, sino escenarios verbales que nos interpelan: ‘¿Es ese tu caso? Pues, si es así,
¿cómo deberías modificar tu vida?’

El alimento
Son muchos los proverbios que se ocupan de la comida como necesidad básica de la
existencia y uno de los dones de Dios. Valgan los siguientes como muestra de ello: ‘Más
vale el poco estimado que tiene siervo, que el que se alaba y carece de pan’ (12:9); ‘El
justo come hasta saciar su alma, pero el vientre de los impíos sufre escasez’ (13:25);
‘Donde no hay bueyes, el pesebre está limpio, pero mucho rendimiento se obtiene por
la fuerza del buey’ (14:4).
Reconocer que la comida es dádiva de Dios (10:3) se usa como incentivo para la
generosidad con los que padecen hambre y necesidad. Si nuestro enemigo necesita
alimento, deberíamos darle de comer; si tiene sed, deberíamos darle de beber (25:1,
citado en Ro. 12:20).
Y, tal como veíamos en su momento en Proverbios 3, ese pensamiento debería
movernos a honrar al SEÑOR (9), a confiar en que habrá provisión suficiente para el
granero y el lagar (10), y a actuar en beneficio de otros con corazón bien dispuesto (27).
Lo que Dios nos concede en su providencia nos compromete a proveer para los que no
tienen. No es posible orar diciendo ‘Concédenos, Señor, el pan de cada día’ sin tomar al
mismo tiempo las medidas necesarias para proveer de pan a los que carecen de ello.

La satisfacción
Hay un cierto número de proverbios que hacen mención de la ‘satisfacción’ como
consecuencia de una vida diligente y recta ante Dios. Mientras que ‘el holgazán anhela y
nada obtiene’, ‘el alma del diligente queda satisfecha’ (13:4). De igual manera, el ‘deseo
cumplido es dulzura para el alma’ (13:19) y ‘el de corazón alegre tiene un banquete
continuo’ (15:15). De hecho, estos proverbios contraponen al diligente con el perezoso,
a la persona de recta conducta con el necio, al individuo de buen ánimo con el
desdichado. Esos contrastes plantean una vez más la cuestión de cómo ha de
reaccionarse ante las diferencias sociales que observamos a nuestro alrededor, sobre
todo donde la opresión y la penuria están a la orden del día y no hay nada que pueda
levantar el ánimo.

Riqueza suficiente
Proverbios tiene mucho que decir respecto a la prosperidad económica. Suele
ocurrir que la ‘riqueza’ o la ‘fortuna’ contraponen a la ‘pobreza’, con lo cual no puede

119
pensarse que ahí se esté aludiendo al derroche, sino a lo suficiente y necesario para
vivir. La prosperidad económica es el resultado de una actividad laboral (10:16; 13:11),
de ‘manos diligentes’ (10:4), y de ‘la bendición del SEÑOR’ (10:22; cf. 13:21). Puede
utilizarse para ganar amigos (14:20) o para enseñorearse del pobre (18:23). Los tesoros
conseguidos de forma ilícita no redundan en último término a favor de una vida
satisfactoria y plena (10:2). Existe la tentación de pretender pasar por rico cuando no se
tiene nada, o de aparentar ser pobre para ocultar la riqueza que se posee (13:7). La
prosperidad económica puede proporcionar seguridad (10:15; 18:11) y ser heredad
dejada a los hijos (13:22). La provisión de lo suficiente suele asociarse con la muy
repetida fórmula de la generosidad hacia otros recompensada con un aumento del
propio caudal: ‘Hay quien reparte, y le es añadido más, y hay quien retiene lo que es
justo, sólo para venir a menos’ (11:24). Sin embargo, hay notas precautorias respecto al
mal uso que puede darse al dinero y a la abundancia. Las riquezas pueden ser una
trampa (13:8). La riqueza conseguida con tiempo y laboriosidad suele ser más efectiva
(13:11).
La pobreza, viene a decírsenos una y otra vez, es ocasión para la vergüenza; puede
llevar al aislamiento y a la marginación: ‘Pobreza y vergüenza vendrán al que
menosprecia la instrucción, mas el que acepta la reprensión será honrado’ (13:18); ‘Aun
por su vecino es odiado el pobre, pero son muchos los que aman al rico’ (14:20); ‘En
todo trabajo hay ganancia, pero el vano hablar conduce sólo a la pobreza’ (14:23); ‘La
riqueza añade muchos amigos, pero el pobre es separado de su amigo’ (19:4).
Quizás no estaría de más, según nos disponemos a dar por concluida esta sección,
recordarnos a nosotros mismos de nuevo que no podemos usar Proverbios para
promocionar un ‘evangelio de la prosperidad’ que algunos teleevangelistas (sobre todo,
en Estados Unidos) parecen estar ofreciendo. Llégate a Dios, preferiblemente con el
talonario de cheques preparado, y todos tus problemas desaparecerán. Es evidente
que, tomados de forma aislada, hay proverbios que podrán prestarse a semejante
conclusión, como si se tratara de un manual para el éxito, y así es como de hecho los
han interpretado los promotores del evangelio de la prosperidad. Pero, tal como ya
tuvimos ocasión de señalar, el libro de Proverbios ha de ser tomado, por una parte,
como escenario de situaciones encaminadas a conmovernos, estimularnos y hacernos
reflexionar, y, por otra, como enseñanzas adscritas a la tradición sapiencial en la que el
sufrimiento, el dolor y la incertidumbre tienen su cometido en la vida de la fe. El libro
de Job, por ejemplo, rechaza rotundamente que nos adentremos en la senda de ese
pretendido evangelio de la prosperidad. Pero Proverbios, como hemos podido
comprobar en este mismo capítulo, tiene una actitud realista ante las muchas
incertidumbres y perplejidades que conlleva la fe que pueden incluso abocar a un
‘corazón contrito’.128

La importancia del discurso apropiado


De una u otra forma, los autores de Proverbios tienen mucho que decir respecto a

120
ese órgano que llamamos lengua. Como bien destaca la epístola de Santiago en el
Nuevo Testamento, la manera como nos expresamos es, en gran medida, indicativa de
nuestro carácter. La lengua es como un pequeño timón que puede controlar el rumbo
de un gran barco, incluso en situaciones en las que el viento sea adverso (Stg. 3:5). Al
escribir de esa manera, Santiago recuerda en su estilo a numerosos proverbios. Algunos
de ellos tienen que ver con los terribles efectos de la maledicencia y la murmuración;
otros, con la necesidad de evitar peleas y discordias en la medida de lo posible; los hay
que se ocupan del poder que pueden llegar a tener la ira y el enfado, y, por último,
tendríamos todos aquellos que resaltan el inmenso valor de decir la verdad. Todos ellos
van a ser objeto de debida atención en su momento.

La murmuración y la maledicencia
Es sumamente interesante notar la mala prensa que el chismorreo tiene en los
escritos del Nuevo Testamento, y cuán poco caso parece hacerse de ello. Con
frecuencia, interesados como solemos estar en el primer capítulo de Romanos, por
ejemplo, nos olvidamos de que las personas maledicentes (o, quizás, ‘correveidiles’)
aparecen incluidas en la lista de aquellos contra los que se dicta juicio de parte de Dios
(Ro. 1:29). Cranfield destaca que ahí se está haciendo referencia a ‘todos cuantos tratan
de destruir la reputación de otros con falsedad en la presentación del caso’. De forma
muy similar, los ‘murmuradores’ aparecen incluidos en la lista del apóstol Pablo de
aquellos cuya vida no está en consonancia con las normas del reino de Dios (1 Co. 6:9).
Es interesante notar que, en tiempos de Pablo, al igual que ahora en el nuestro, la
iglesia cristiana no era inmune a los murmuradores. Parece que hay personas que,
sencillamente, son incapaces de guardar una confidencia. Hay quien argumenta ese tipo
de divulgación como ‘motivo de oración’, pero también quien deliberadamente se
entrega a la crítica del comportamiento y la reputación ajena. El poder pernicioso y
destructivo de la murmuración es muy grande, y si tantas personas sucumben a su
tentación se debe, en gran medida, al poder que confiere. Lo que ocurre es que esa
conducta acaba con las amistades, crea disensión y disputas, y siembra la discordia.
Proverbios ya advertía de ello hace unos cuantos siglos: ‘El hombre perverso provoca
contiendas, y el chismoso separa a los mejores amigos’ (16:28); ‘El que anda
murmurando revela secretos, por tanto no te asocies con el chismoso’ (20:19).
Proverbios va todavía más lejos sugiriendo que incluso es mejor ser pobre que ser
murmurador (19:1). La persona con sabiduría no tramará perversidad: ‘El que guiña los
ojos lo hace para tramar perversidades, el que aprieta los labios ya hizo el mal’ (16:30).

Las disputas
Este sabio autor en concreto considera que es locura crear disensión en el seno de
una comunidad. Las disputas degeneran en pecado con suma facilidad. Nada como una
disputa para arruinar una relación. Esa es la razón por la que la persona sabia deberá
prevenirse de la malicia y las discusiones: ‘El que ama la transgresión, ama la contienda;
121
el que alza su puerta, busca la destrucción’ (17:19); ‘Los labios del necio provocan
contienda, y su boca llama a los golpes. La boca del necio es su ruina, y sus labios una
trampa para el alma. Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos, y
penetran hasta el fondo de las entrañas’ (18:6–8); ‘Echa fuera al escarnecedor y saldrá
la discordia, y cesarán también la contienda y la ignominia’ (22:10).

La ira
Si las disputas son siempre destructivas, la ira no. De hecho, es posible mostrarse
alterado de forma correcta y adecuada; es más, ante una injusticia manifiesta o por
causa de la difamación de cosas santas, la ira o el enfado es una reacción adecuada.
Jesús empleó un látigo para echar del templo a los cambistas que utilizaban el recinto
santo para sus transacciones comerciales. Y, ante el cuerpo sin vida de Lázaro, Jesús
‘resopló furioso’ (‘se conmovió en lo profundo’) (Jn. 11:33) por esa intrusión de la
muerte en un mundo al que él había venido a traer resurrección y vida (Jn. 11:25). En su
muy notable escrito The Gospel of Anger, Alistair Campbell reflexiona acerca de cómo la
ira y el enfado pueden ser reacciones humanas positivas:
La ira puede ser negada, pero no puede eliminarse del temperamento humano
y, cuanto más nos empeñemos en no admitirlo, mayor será el riesgo de
enmascararla bajo el falso barniz de las ‘buenas maneras’ y el resentimiento
solapado. Al tratar de considerar cómo hacer frente a la ira desde la
responsabilidad del pastoreo, y ello con el fin de no permitir que se convierta en
enemigo del amor, sino en aliado del evangelio, tendremos que considerar
obligadamente los tipos de situación en los que más fácilmente hace su
aparición, para, acto seguido, considerar de qué forma una ira amorosa puede
acabar con la apatía y la enemistad.
Campbell pasa a ocuparse de situaciones de vulnerabilidad, pérdida y opresión, en
las que ‘la ira por amor’ puede tener su lugar. Con todo, destaca igualmente la estrecha
relación que existe entre la ira indebida y una actitud destructiva. En su opinión, la
tarea a la que hemos de hacer frente,
…si el compromiso cristiano con la compasión y con la justicia va a ser respetado
en nuestro trato con los demás, como individuos y como naciones, habrá que
romper la relación que se observa entre la ira y una actitud destructiva, tratando
entonces de encontrar formas en las que las reacciones humanas más poderosas
ante los riesgos de la existencia puedan ser puestas al servicio de la integridad
de las personas.
De hecho, ese podría ser justamente el nexo de unión entre la ira y el pecado en
Efesios 4:26, en cita del salmo 4:4: ‘Airaos, pero no pequéis.’ Y justamente percibimos
esa tensión en Proverbios en relación a cuestiones tales como el correcto
entendimiento, la ambigüedad, y en el análisis de las manifestaciones de ira. La persona

122
sabia controlará su genio, le volverá la espalda a la ira e irá con cuidado con lo que
hable su boca: ‘El hombre pronto a la ira obra neciamente, y el hombre de malos
designios es aborrecido’ (14:17); ‘El lento para la ira tiene gran prudencia, pero el que
es irascible ensalza la necedad’ (14:29); ‘La suave respuesta aparta el furor, mas la
palabra hiriente hace subir la ira’ (15:1); ‘El hombre irascible suscita riñas, pero el lento
para la ira apacigua contiendas’ (15:18).

La verdad
Proverbios 15 incluye muchas sentencias sabias acerca de la importancia del modo
en que se hable. Ya hemos tenido ocasión de notar que ‘La suave respuesta aparta el
furor’ (1), pero también que ‘La lengua del sabio hace grato el conocimiento’ (2), ‘La
lengua apacible es árbol de vida’ (4) y ‘Los labios de los sabios esparcen conocimiento,
pero no así el corazón de los necios’ (7). El capítulo pasa entonces a hacer referencia a
los modos apropiados de servirse de las propias palabras en la oración. ‘La oración de
los rectos es su deleite’ (8), ‘El SEÑOR está lejos de los impíos, pero escucha la oración
de los justos’ (29).
Es como si el escritor quisiera que conectáramos con este planteamiento: ‘Ten
mucho cuidado con cómo hablas y con lo que dices: todo cuanto digas será escuchado
por el SEÑOR.’ Y cabe pensar que la Sabiduría esté ahí sugiriendo que todo cuanto
digamos tendría que ser en un espíritu de oración. De hecho, hay otras partes en las
que la Sabiduría resalta la importancia de evitar caer en la mentira y hablar siempre la
verdad, y no va a haber persona más importante que Dios a la hora de hacerlo así. De
hecho, casi podría definirse la oración como una apertura ante Dios que desecha todo
atisbo de mentira –permitiendo que Él nos contemple y juzgue según la auténtica
realidad de nuestra persona y nuestro temperamento, y con todas nuestras mermas,
nuestros resquemores y nuestra pecaminosidad–, que es lo que más trataría de entrar
en sintonía con esa verdad liberadora (cf. Jn. 8:32). Las terribles consecuencias de la
mentira se hacen notar bien en Proverbios: ‘El testigo falso no quedará sin castigo, y el
que cuenta mentiras no escapará’ (19:5, 9); ‘Conseguir tesoros con lengua mentirosa es
un vapor fugaz, es buscar la muerte’ (21:6). Y, en el polo opuesto: ‘Hay oro y
abundancia de joyas, pero cosa más preciosa son los labios con conocimiento’ (20:15).

La gloria del rey y la honra de la nación


Pasamos ahora de los principios y valores que sustentan la vida personal, familiar y
comunitariamente, a un escenario a escala nacional. El que una nación disfrute de
buena salud y buen ánimo es algo de gran importancia para los autores sapienciales. El
profeta Jeremías tuvo buen cuidado en hacérselo notar así al pueblo en el exilio,
instando para ello a una vida de oración incluso por la ciudad de Babilonia, pues: ‘En su
bienestar tendréis bienestar’ (Je. 29:7).
Las personas sabias estiman en mucho el buen ánimo en las gentes de un lugar:
‘Con el bien de los justos, se regocija la ciudad, y cuando perecen los impíos, hay gritos
123
de alegría. Por la bendición de los rectos, se enaltece la ciudad, pero por la boca de los
impíos, es derribada’ (11:10–11).
En semejante contexto, es muy importante que el rey se comporte dentro de los
límites de la sabiduría, y que su corte se rija asimismo por esos principios. La seguridad
del rey guarda relación con el amor y la fidelidad (20:28). Su bienestar dependerá del
bienestar de su pueblo y de los cortesanos (14:28; 14:35), y todo ello de la relación que
tenga con el SEÑOR: ‘el corazón del rey [está] en la mano del SEÑOR; Él lo dirige donde
le place’ (21:1).
Está claro que uno de los deberes del rey es ocuparse del bienestar de su corte, y en
consecuencia dictar juicio y sentencia entre lo bueno y lo malo. Así, puede ser temible
como un león o tierno ‘como rocío sobre la hierba’ (19:12). ¡Mucho cuidado con
provocar su ira! (20:2). Un rey sabio es prestigioso por saber discriminar el mal para que
el bien pueda florecer (20:8, 26).
Un reino necesita en su centro una guía recta y justa: ‘Donde no hay visión, el
pueblo se desenfrena’ (29:18), o, ‘Donde no hay buen consejo, el pueblo cae’ (11:14).
¡Cuán importante es entonces que los gobernantes tengan una visión clara de su papel
y de su responsabilidad ante Dios, y que estén abiertos al consejo que brota de una
auténtica sabiduría!
Es interesante contrastar estos pasajes con el rey ideal del salmo 72. El gobierno de
ese rey se caracterizará por su rectitud y por su justicia (1–3), pero, precisamente por
eso, deberá sujetarse a la justicia que imparte el propio Dios (1). Por encima del
gobierno terrenal de un rey, está el reinado superior de Dios. El rey justo y recto
defenderá la causa del pobre, socorrerá al necesitado y quitará de en medio al opresor
84). Cuando la justicia y equidad del rey imperen y se reconozcan, se hará mención
asimismo de su fuerza y su poder (8–11). El rey deberá estar del lado del pobre y del
necesitado (12–13), y tendrá que considerar estimable la vida de todos y cada uno de
sus súbditos (14). El salmista eleva entonces una encendida oración por el bienestar de
semejante monarca (15–17). Este rey es reflejo del reinado de David y Salomón en su
momento de mayor esplendor y disfrutando del confiado favor del pueblo. Esos
pensamientos suyos no distan mucho de la esperanza que alentaba en los profetas en
su espera del rey mesías, cuyo gobierno no tendría nunca fin y reinaría la paz eterna,
porque entonces quedaría instaurado el trono de David y su justicia (Is. 9:7). Parte de la
función de un rey, pues, es precisamente establecer el reinado del Shalom.

El cuidado de los animales


Ya hemos tenido ocasión de comprobar el aprecio que los distintos autores de
Proverbios tienen por los animales, y cómo se recurre a su imagen para ilustrar
determinadas actitudes y cualidades. De hecho, hay un versículo en el capítulo 12, que
casi puede pasar inadvertido por su brevedad, pero que merece la pena resaltar, ya que
viene a dar justo donde más duele a cuantos sostienen que las gentes del Antiguo
Testamento entendían el mandamiento de la creación en Génesis 1 como una

124
legitimación de la explotación del reino animal para provecho propio. Pero lo cierto es
precisamente el sentido opuesto. ‘El justo se preocupa de la vida de su ganado’, pero,
por desgracia, es cierto que ‘las entrañas de los impíos son crueles’ (12:10).

Vida, libertad y esperanza


Concluimos este capítulo con un breve repaso al valor que la Sabiduría concede a la
vida y a la libertad, y (en la siguiente sección) al modo en que los alumnos pueden
aumentar su comprensión de las cosas.
Que la Sabiduría exalta la vida es algo manifiesto en más de un proverbio en estos
capítulos en concreto. Una y otra vez, la ‘rectitud’ y la ‘vida’ se relacionan. Por
‘rectitud’, Proverbios quiere decir ‘estar en la debida relación con Dios’. La ‘vida’ unas
veces significa el funcionamiento meramente orgánico, mientras que, en otras, su
contenido abarca la dimensión vital y espiritual de una persona. El estar plenamente
vivo se equipara a estar a bien con Dios, que es el dador de vida. El proverbio 10:16 lo
deja bien claro: ‘El salario del justo es vida, la ganancia del impío, castigo’.
Son muchos los proverbios en los que la senda de la vida se ve jalonada por un
hablar con discernimiento, la obediencia y las maneras de la sabiduría. Así: ‘Fuente de
vida es la boca del justo, pero la boca de los impíos encubre violencia’ (10:11); ‘El que
guarda el mandamiento guarda su alma, mas el que menosprecia sus caminos morirá’
(19:16); ‘El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina
en ruina’ (13:3); ‘La enseñanza del sabio es fuente de vida, para apartarse de los lazos
de la muerte’ (13:14). La vida del justo es descrita también como una vida de libertad.
Así, por ejemplo: ‘La justicia de los rectos los librará, mas los pérfidos en su codicia
serán atrapados’ (11:6). Y la larga vida es apreciada de forma muy particular: ‘El temor
del SEÑOR multiplica los días, mas los años de los impíos serán acortados’ (10:27). La
Sabiduría quiere que sus pupilos se libren de la muerte y del juicio del ‘día de la ira’
(10:2; 11:4).
Un principio menos frecuente, pero no menos importante, es la esperanza: ‘Cuando
muere el hombre impío, su esperanza se acaba, y la expectación de los poderosos
perece’ (11:7). ¿Significa esto que la esperanza del justo persiste?
Gran parte de Proverbios apunta al futuro: ‘La esperanza de los justos es alegría,
pero la expectación de los impíos perecerá’ (10:28). Sin embargo, el futuro nos es
desconocido, incluso para el ojo de la fe. El futuro está en las manos de Dios. ‘Se
prepara al caballo para el día de la batalla, pero la victoria es del SEÑOR’ (21:31); ‘La
mente del hombre planea su camino, pero el SEÑOR dirige sus pasos’ (16:9). Es asunto
del hombre recto esperar confiado en el SEÑOR, que endereza los planes que el
hombre traza. La verdadera esperanza confía en Dios: ‘No digas: Yo pagaré mal por mal;
espera en el SEÑOR, y Él te salvará’ (20:22).

Conocimiento y entendimiento

125
La base que sustenta las enseñanzas de la Sabiduría está en el valor práctico de un
conocimiento que discierne. Al alumno se le insta continuamente a adquirir sabiduría y
a desarrollar el interés en el aprendizaje.
La Sabiduría recurre con frecuencia a la metáfora de la buena vida como un camino
recto: ‘La justicia del íntegro enderezará su camino, pero el impío caerá por su propia
impiedad’ (11:5). De ahí que el alumno aventajado que quiera mantenerse en el buen
camino tenga que tomar ciertas medidas. En primer lugar, el alumno de la escuela de la
Sabiduría debe evitar la necedad: ‘El entendimiento es fuente de vida para el que lo
posee, mas la instrucción de los necios es necedad’ (16:22). En segundo lugar, debe
evitar el orgullo: ‘Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez
de espíritu’ (16:18). En tercer lugar, necesita aprender a discernir: ‘En los labios del
entendido se halla sabiduría, pero la vara es para las espaldas del falto de
entendimiento’ (10:13). En cuarto lugar, debe progresar tanto en prudencia como en
capacidad para discernir: ‘El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón
de los necios proclama su necedad’ (12:23). Por último, debe amar el saber: ‘El que ama
la instrucción ama el conocimiento, pero el que odia la reprensión es torpe’ (12:1); ‘Los
ojos del SEÑOR guardan el conocimiento, pero Él confunde las palabras del pérfido’
(22:12).
En contraste con el crecimiento en sabiduría de la persona prudente, el necio
parece que nunca acaba de aprender. En un versículo que aparece en la segunda
epístola de Pedro (2:22) para ilustrar la vaciedad de las promesas de los falsos
maestros, y el hecho cierto de que los tales se ven peor al final que en un principio,
Proverbios recurre a la imagen de un perro: ‘Como perro que vuelve a su vómito es el
necio que repite su necedad’ (26:11).
El camino de la Sabiduría incluye discreción, entendimiento, discurso meditado,
humildad y previsión: ‘En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, mas el que
refrena sus labios es prudente’ (10:19); ‘Cuando viene la soberbia, viene también la
deshonra; pero con los humildes está la sabiduría’ (11:2).
Los beneficios de discurrir por los caminos de la Sabiduría son evidentes: ‘Adquirir
sabiduría, cuánto mejor que el oro, y adquirir inteligencia es preferible a la plata’
(16:16); ‘El sabio de corazón será llamado prudente, y la dulzura de palabras aumenta la
persuasión’ (16:21). El alumno sabio es el que se muestra dispuesto a aprender y a
hacer caso de los consejos: ‘El camino del necio es recto a sus propios ojos, mas el que
escucha consejos es sabio’ (12:15); ‘Cesa, hijo mío, de escuchar la instrucción, y te
desviarás de las palabras de sabiduría’ (19:27).
Estas son, pues, algunas de las maneras en las que los sabios instruían a sus
discípulos y los padres guiaban a sus hijos. Consideraciones que hay que ponderar a la
luz que arroja el Nuevo Testamento (que respalda mucho de lo que encontramos en
Proverbios) respecto a la percepción, incisiva a la par que inocente, que los niños tienen
de las cosas y que, en tantas ocasiones, llega a su núcleo esencial, en algo que aparecía
oculto para la sofisticada mente del adulto. ¿Será esto lo que Jesús quería decir al
atraer junto a sí al niño y señalarle como ejemplo? (Mt. 18:2)

126
De hecho, son esos valores y principios básicos presentes en la Sabiduría, analizados
ya en esta y en anteriores secciones, lo que puede ser traducido en distintas
manifestaciones de respeto, trasladables, a su vez, a Dios, al mundo por Él creado y al
prójimo con el que convivimos, si es que verdaderamente vamos a alcanzar una
madurez responsable.
Empezábamos haciendo notar el énfasis puesto en el temor al SEÑOR, esa reverente
obediencia debida tan sólo a Él. Destacábamos también esa forma como la Sabiduría ve
la vida, como un viaje, lo cual nos llevaba a la necesidad de hacer buen uso del tiempo.
Leíamos acerca del respeto debido a la autoridad, tanto del gobierno, como en el
propio seno de la familia. Los maestros de la sabiduría enseñan la necesidad de mostrar
respeto los unos con los otros y con la vida y salud de los que nos rodean. La
importancia de la fidelidad en las relaciones se resalta igualmente, al igual que lo es la
obligación de socorrer al pobre en su necesidad. La Sabiduría recalca sin cesar la
importancia de la conducta y la palabra veraz. Y, sobre todas las cosas, proclama y
enseña la necesidad de amar en medida suficiente como para no sufrir por celos, así
como la importancia de la manifestación social del amor, que se traduce en justicia. Hay
otros principios y valores también presentes y activos, pero esos serían sin lugar a
dudas los más importantes.
Principios y valores que, obviamente, no hay que confundir con los propios del
ámbito de la política, y que con frecuencia obedecen a intereses económicos, o el
convencimiento de que, apretando las clavijas en cuestiones tales como la ley y el
orden, se potenciarán las posibilidades de un retorno a cualidades personales tales
como la amistad y el sentido de pertenencia a una comunidad. La Sabiduría nos hace
ver que la vida no se define tan sólo por los valores de lo material, sino por un temor
reverente al SEÑOR. Una floreciente vida en comunidad no se produce a base del afán
por lograr los propios fines, sino más bien por medio de un amor que se traduce en
justicia equitativa, en una genuina compasión hacia el prójimo y el arraigado
convencimiento de la conveniencia y necesidad de compartir los bienes y los recursos
con los menos afortunados y con los que carecen de ellos. El amor a Dios y el amor al
prójimo serían el compendio de todo ello, a lo que idealmente vendría a sumarse esa
clase de amor que se traduce en justicia en los asuntos humanos.
Otra posible forma de expresar esto la encontramos en el tratamiento de los Diez
Mandamientos que el libro de cultos de 1980 de la Iglesia de Inglaterra (Alternative
Service Book):
Nuestro Señor Jesús dijo: Si me amáis, guardad mis mandamientos; felices
aquellos que oyen la palabra de Dios y la practican. Prestad atención, pues, a
estos mandamientos dados por Dios a su pueblo.
Yo soy el Señor vuestro Dios: no tendrás otros dioses ante ti.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente y con todas tus fuerzas.
Amén. Señor, ten piedad.
127
No os fabricaréis ídolos.
Dios es espíritu, y aquellos que le adoren han de hacerlo en espíritu y en verdad.
Amén. Señor, ten piedad.
No deshonrarás el nombre del Señor tu Dios.
Le alabarás con temor y reverencia.
Amén. Señor, ten piedad.
Respetad el día del Señor y santificadlo.
Cristo resucitó de entre los muertos: pensad en las cosas de arriba, no en las
terrenales.
Amén. Señor, ten piedad.
Honra a tu padre y a tu madre.
Vivid sirviendo a Dios; honrad a todas las personas; amad a los hermanos.
Amén. Señor, ten piedad.
No matarás.
Haz las paces con tu hermano, vence con el bien el mal.
Amén. Señor, ten piedad.
No cometerás adulterio.
Recuerda que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo.
Amén. Señor, ten piedad.
No hurtarás.
Sé honrado en todo cuanto hagas y ocúpate de los necesitados.
Amén. Señor, ten piedad.
No dirás falso testimonio.
Que todo el mundo hable la verdad.
Amén. Señor, ten piedad.
No codiciarás nada que pertenezca a tu prójimo.
Recordad las palabras del Señor Jesús: Más venturosa cosa es dar que recibir.
Ama a tu prójimo como a ti mismo, pues al amar se cumple con la ley.
Amén. Señor, ten piedad.

Los valores de la Sabiduría: Las palabras de los sabios


128
Proverbios 22:17–24:22–34

Dedicamos un poco de tiempo en las Partes 1 y 2 a examinar los primeros nueve


capítulos de Proverbios, con la presentación de la Sabiduría, y la sección
correspondiente a las instrucciones de los padres a sus hijos. En las Partes 4 y 5 hemos
tratado de poner de relieve algunos de los valores refrendados por la Sabiduría: tanto
los valores fundacionales del amor, la justicia y el temor del Señor, como los más
prácticos asociados a la familia, el matrimonio, la salud, la integridad física y el uso
debido de la lengua. Con eso concluiría el debate relativo a la sección principal del libro
de Proverbios adjudicados a Salomón (1:1). Un poco más adelante, se nos ofrecen ‘más
proverbios de Salomón’ (25:1), en esta ocasión ‘copiados por los hombres de Ezequías,
rey de Judá’. Entre las dos colecciones que llevan el nombre de Salomón, encontramos
dos secciones, mucho más breves, que el texto presenta como ‘palabras de los sabios’
(22:17; 24:23). La primera de esas secciones contiene dos partes bien diferenciadas,
22:17–23:14 y 23:15–24:22. Nos ocuparemos de ellas por turno.

De vuelta a la escuela de la Sabiduría (22:17–23:14)


Los estudiosos se han dado cuenta, en más de una ocasión, de las similitudes que
presenta esta sección con la colección de proverbios egipcios conocida como La
Sabiduría de Amenemope. Es obra que consta de treinta capítulos (cf. la referencia a
‘cosas excelentes’ [en número de ‘treinta’] en Pr. 22:20), donde se exhorta muy
claramente a no abusar de los pobres (cf. 22:22–23), a cómo comportarse en una
comida en presencia del rey (cf. 23:1–3), y contra una confianza excesiva en las riquezas
(cf. 22:28; 23:10). Según algunos expertos, los sabios cuyas palabras encontramos en
esta sección de Proverbios podrían haber tomado material prestado de ese antiguo
escrito egipcio que data de alrededor de 1000 a. C. Otros, en cambio, no están tan
seguros a ese respecto. Pero incluso con la posibilidad de ese préstamo, los ‘sabios’ han
comprimido su propio material de forma deliberada adaptándolo al marco referencial
propio del pacto con el Señor, que asume como propia la causa del pobre y del
desvalido (22:23), y es asimismo defensor (goel) de los huérfanos (23:11; cf. Dt. 10:8).
La sección tiene su inicio con la propia introducción del autor, con un comentario
acerca del uso debido de los proverbios. Una vez más, da la impresión de que
estuviéramos en una escuela donde el estudio es tomado en serio. Acude a la mente el
recuerdo del maestro que imparte instrucción en esos primeros nueve capítulos del
inicio de Proverbios. Y ahora es a nosotros, como lectores de esos escritos, a los que se
considera otro ‘hijo’ al que instruir y aleccionar; se escucha firme la voz de ese maestro
reclamando ‘atención’. Y todo ello, en conjunto, hace presentes de nuevo los temas del
principio.
La introducción (22:17–21) es similar a la del prólogo de la La Instrucción de
Amenemope. El maestro trata de captar de nuevo la atención de sus discípulos (17)

129
recordándoles los beneficios de la enseñanza (18). Es ese ejercicio que guarda relación
con el desarrollo de la confianza en Yavé (19).
Inclina tu oído y oye las palabras de los sabios,
y aplica tu corazón a mi conocimiento;
18 porque te será agradable si las guardas dentro de ti,
para que estén listas en tus labios.
19 Para que tu confianza esté en el SEÑOR,
te ha instruido hoy a ti también.
20 ¿No te he escrito cosas excelentes
de consejo y conocimiento,
21 para hacerte saber la certeza de las palabras de verdad,
a fin de que respondas correctamente al que te ha enviado?
Como aprendices en esa escuela, hemos de concentrarnos en el estudio. Si así lo
hacemos, la confianza en el SEÑOR se hará más fuerte y profunda, y estaremos mejor
preparados para dar buenos consejos a todos cuantos acudan a nosotros en busca de
ayuda. Merece la pena resaltar, tal como lo hemos hecho ya en otras ocasiones, las
palabras de las que se sirve el escritor: verbos tales como prestar atención, escuchar,
aplicarse, observar, tener… dispuestas; y nombres tales como labios y corazón. Hubbard
hace referencia explícita a ‘un compromiso absoluto de los alumnos con el proceso de
enseñanza’. La Sabiduría demanda mi alma, mi vida, mi todo.
No robes al pobre, porque es pobre,
ni aplastes al afligido en la puerta;
23 porque el SEÑOR defenderá su causa,
y quitará la vida de los que les roban.
24 No te asocies con el hombre iracundo,
ni andes con el hombre violento,
25 no sea que aprendas sus maneras,
y tiendas lazo para tu vida.
26 No estés entre los que dan fianzas,
entre los que salen fiadores de préstamos.
27 Si no tienes con qué pagar,
¿por qué han de quitarte la cama de debajo de ti?
La tanda de dichos continúa poniendo voz a un interés por la causa del pobre y el
desvalido, y la imperiosa necesidad de desmarcarse de las malas compañías (22:22–25).
Robar y aplastar son verbos rotundos que subrayan con fuerza el mal consustancial a la
injusticia que se practica con el pobre. El SEÑOR defenderá su causa. Al igual que en
otras partes del Antiguo Testamento, lo que aquí encontramos es nada menos que al
SEÑOR mismo interviniendo a favor del pobre, del oprimido, del desvalido, del proscrito
y del extranjero. El paralelismo con el profeta Amós es evidente: ‘Pero corra el juicio
como las aguas y la justicia como una corriente inagotable’ (5:24). El maestro insta en el

130
aula a sus alumnos a estar atentos a la correcta impartición de justicia en los tribunales.
Los líderes debieran ser capaces de controlar su genio (22:24–25). Estos versículos
en concreto alertan del daño que se puede ocasionar con el uso atolondrado del dinero
en un empeño no meditado de la propia palabra. Por el contrario, el versículo 28
salvaguarda los derechos del que no goza de ventaja alguna al reservarle un espacio
perfectamente delimitado y seguro. Lamentablemente, el poco terreno del que
pudieran disponer los desheredados de la fortuna está igualmente en manos de los
ricos y poderosos, de ahí esta normativa encaminada a proteger un mínimo de
bienestar. Tal como debatíamos ya en la Parte 4, los ‘linderos’ eran factor esencial para
la estabilidad familiar. Entre otras cosas, eran recordatorio constante de que la tierra es
del Señor. La ley del Deuteronomio era bien explícita al respecto: ‘No moverás los
linderos de tu prójimo, fijados por los antepasados, en la herencia que recibirás en la
tierra que el SEÑOR tu Dios te da en posesión’ (Dt. 19:14).
A continuación, sigue un breve comentario relativo al valor del artesano y en
alabanza de un trato honrado en los negocios. ‘¿Has visto un hombre diestro en su
trabajo? Estará delante de los reyes, no estará delante de hombres sin importancia’
(29), a lo que sigue un párrafo relativo a los buenos modos en sociedad, en más que
probable eco de las pautas de comportamiento apropiadas para la corte real.
El capítulo 23 se inicia con tres versículos relativos a la etiqueta en sociedad en
banquetes de alto postín: compórtate de forma apropiada en presencia del anfitrión
(considera bien lo que está delante de ti), (1); no dejes que el ansia eche a perder tus
modales (2), y mucho ojo con incurrir en el vicio de la glotonería (2–3).
Cuando te sientes a comer con un gobernante,
considera bien lo que está delante de ti,
2 y pon cuchillo a tu garganta,
si eres hombre de mucho apetito.
3 No desees sus manjares,
porque es alimento engañoso.
El maestro nos ofrece ahora un consejo dirigido al mundo de los negocios,
advirtiendo de paso acerca del peligro de la avaricia (23:4–8). Las riquezas son
pasajeras. Mientras se las está contemplando, emprenden vuelo repentino y se van
volando como el águila (¡aunque puede que más bien que se vayan con el buitre!). Esta
sección finaliza con una muy curiosa advertencia respecto a no compartir mesa con el
egoísta. ¡Una mala digestión es lo único que cabe esperar!
El párrafo que sigue (23:9–13) se ocupa de algunos temas ya tratados con
anterioridad: poner tierra de por medio con el necio, no quitar de su sitio el mojón que
marca la propiedad ajena, vocación para saber impartir disciplina al niño. Cabe destacar
en particular, sin embargo, esa referencia a Dios como Defensor del huérfano.
No hables a oídos del necio,
porque despreciará la sabiduría de tus palabras.
10 No muevas el lindero antiguo,
131
ni entres en la heredad de los huérfanos,
11 porque su Redentor es fuerte;
Él defenderá su causa contra ti.
12 Aplica tu corazón a la instrucción
y tus oídos a las palabras del conocimiento.
13 No escatimes la disciplina del niño;
aunque lo castigues con vara, no morirá.
Tal como veíamos en su momento (p. 114), el término ‘Defensor’ (11) es goel, el
redentor con vínculos familiares que asume el caso de los necesitados, sobre todo con
vistas a recuperar mediante compra la propiedad que el dueño se había visto obligado a
vender en su pobreza. El goel (cf. Lv. 25:25); Dt. 19:12) es figura principal en el libro de
Rut (Rut 2:23; 3:9; 4:1ss), donde Booz pasa a actuar como pariente-redentor para
proteger los intereses de Rut y Noemí. Se enfatiza la solidaridad por parentesco y la
responsabilidad de intervenir en crisis como goel para rescatar lo que por derecho
pertenece a sus parientes consanguíneos. Pero también refleja un vínculo aún más
profundo: el de un pacto de lealtad. En Rut, la expresión se aplica al compromiso que
Booz voluntariamente adquiere respecto a Rut y Noemí, identificándose con su
situación y pasando a intervenir a favor suyo. Al igual que en Job 19:25, sin embargo, el
término que encontramos en Proverbios 23:11 se aplica directamente a Dios. Dios es
ahí el pariente consanguíneo que saldrá en defensa de los suyos, y ello en virtud del
pacto de lealtad suscrito con su pueblo y, de forma especial, con los pobres y
desheredados de la fortuna. La expresión ‘asumir la defensa de un caso’ tiene un
trasfondo técnico en lo jurídico-legal, pero, en este caso se usa como metáfora de la
protección que Yavé brinda a los pobres. Cuando Yavé ‘pleitea’ a favor de una persona,
la idea es que no sólo vindica su caso, sino que, además, emite juicio sobre la parte
contraria’.

Las personas mayores y los poderosos (23:15–24:22)


En esta sección recuperamos el estilo familiar de Proverbios 1–9. El lector vuelve a
ser interpelado como ‘hijo’, y en varias las ocasiones se insta a ese ‘hijo’ a ‘escuchar al
padre’ (23:22), a ‘escuchar y ser sabio’ (23:19).
Esta charla paterna incluye consejos prácticos, repitiéndose una vez más la
conveniencia de ‘vivir en el temor del SEÑOR y ser sabio’ (23:17), advirtiendo acerca de
la tentación de juntarse con malas compañías (23:20–21) y precaviendo del riesgo de
dejarse tentar por los encantos de las prostitutas (23:27). Se avisa igualmente con gran
énfasis sobre los peligros del vino en exceso (23:29–35). Llegamos así a un párrafo de
extraordinaria delicadeza y sensibilidad (23:22–25), respecto al cual Wolff dice así: ‘La
sabiduría de Proverbios pone de relieve cómo problemas muy concretos pueden tener
solución a través de la intervención y ejemplo de los padres’.
Escucha a tu padre, que te engendró,

132
y no desprecies a tu madre cuando envejezca.
23 Compra la verdad y no la vendas,
adquiere sabiduría, instrucción e inteligencia.
24 El padre del justo se regocijará en gran manera,
y el que engendra un sabio se alegrará en él.
25 Alégrense tu padre y tu madre,
y regocíjese la que te dio a luz.
Cuando los padres envejecen, ya no se pregunta a los hijos si son o no obedientes;
la cuestión ahora es saber si son considerados con sus padres y si les muestran el
debido respeto, si siguen gozándose en su compañía o si, por el contrario, se han
convertido en motivo de pesar.
En la parte central de esta sección, encontramos una sucinta anécdota sobre la
propia Sabiduría (24:3–4). Lo que prima es su faceta hogareña. La construcción de la
casa y amueblar sus dependencias forma parte del disfrute de la vida familiar que ya
habíamos tenido ocasión de comprobar con anterioridad. La contemplación de una casa
bien edificada y amueblada con las pertenencias más queridas es señal inconfundible
de que el autor apunta ahí a una bendición de parte de Dios.
David Hubbard lo ve así: ‘En una sociedad que todavía estaba aprendiendo el
significado de andar por fe, la recompensa de un presente bien tangible y próspero era
un buen incentivo para adentrarse en los caminos de Dios.’ Se deja oír, además, el eco
inconfundible de la casa edificada por la propia Sabiduría, con sus siete pilares, a la que
se alude en 9:1. La Sabiduría estaba invitándonos entonces a entrar para obtener buen
alimento para la vida, y ello en contraste con la morada de la Insensatez, con
cementerio incluido (9:18).
Esa breve viñeta, sin embargo, se nos ofrece en un contexto que nos habla de los
malvados cuyo corazón de continuo maquina violencia (2), y de la importancia del
poder y el conocimiento (5–6). Lo que ahí se nos está, pues, transmitiendo, y dicho con
otras palabras, es que la Sabiduría es tan importante en el ámbito de lo público como
en la esfera de lo privado. La Sabiduría es un poder real y efectivo en el seno de la
sociedad. No son tan sólo los que traman maldad los que cuentan con fuerza y poder,
sino también los que se valen de la sabiduría y tienen conocimiento.
No tengas envidia de los malvados,
ni desees estar con ellos;
2 porque su corazón trama violencia,
y sus labios hablan de hacer mal.
3 Con sabiduría se edifica una casa,
y con prudencia se afianza;
con conocimiento se llenan las cámaras
de todo bien preciado y deseable.
5 El hombre sabio es fuerte,
y el hombre de conocimiento aumenta su poder.

133
6 Porque con dirección sabia harás la guerra,
y en la abundancia de consejeros está la victoria.
La Sabiduría es, por lo tanto, relevante en en situaciones de conflicto (5–6),
proporcionando fuerzas en la batalla. Y la voz de la Sabiduría debe ser escuchada
asimismo a las puertas (7), lugar de reunión para la administración de la justicia y sede
del gobierno. Así, tanto en el ámbito de la vida pública como en el familiar, en tiempos
seguros y en momentos de lucha, la voz de la Sabiduría se deja oír y demanda que se le
preste atención.
Las enseñanzas específicas del padre hacia su hijo en estos dos capítulos (23 y 24)
no aportan grandes novedades respecto a lo ya sabido.
La Sabiduría y el conocimiento tienen más poder que la mera fuerza bruta (24:5) y
son miel para el alma, siendo motivo de dulce satisfacción y esperanza para el futuro
(24:13–14). Se impone ahí, pues, una clara determinación: el hijo ha de mantener su
corazón aplicado al camino de la rectitud (23:19). La verdad, la sabiduría, la disciplina y
el discernimiento están a nuestra disposición para que las adquiramos (23:23).

La Sabiduría y la justicia en el ámbito jurídico y en el laboral (24:23–34)


Este grupo de ‘posteriores dichos de los sabios’ nos ofrece una sabiduría práctica
relativa a un habla integra, imparcial, honesta (23–26), y los problemas que acarrea
mostrarse vengativo (28–29) y ser un haragán (30–34). Hubbard nos ayuda agrupando
por categorías según distintos apartados: ‘Favoritismo en la aplicación de las leyes’
(24:23–26); ‘Preferencias sensatas’ (24:27); ‘Honestidad en los Tribunales’ (24:28–29) y
‘Diligencia en el desempeño del trabajo’ (24:30–34). En su conjunto, son conceptos y
realidades de los que ya teníamos conocimiento, y ello a pesar de no ser cuestión
central en la primera tanda de palabras sabias.
Estos también son dichos de los sabios:
También éstos son dichos de los sabios.
Hacer acepción de personas en el juicio no es bueno.
24 Al que dice al impío: Justo eres,
lo maldecirán los pueblos, lo aborrecerán las naciones;
25 mas los que lo reprenden tendrán felicidad,
y sobre ellos vendrá abundante bendición.
26 Besa los labios
el que da una respuesta correcta.
27 Ordena tus labores de fuera,
y tenlas listas para ti en el campo;
y después edifica tu casa.
28 No seas, sin causa, testigo contra tu prójimo,
y no engañes con tus labios.
29 No digas: Como él me ha hecho, así le haré;
134
pagaré al hombre según su obra.
30 He pasado junto al campo del perezoso,
y junto a la viña del hombre falto de entendimiento,
31 y he aquí, estaba todo lleno de cardos,
su superficie cubierta de ortigas,
y su cerca de piedras, derribada.
32 Cuando lo vi, reflexioné sobre ello;
miré, y recibí instrucción.
33 Un poco de dormir, un poco dormitar,
un poco de cruzar las manos para descansar,
34 y llegará tu pobreza como ladrón,
y tu necesidad como hombre armado.
Podemos elegir ahí unos cuantos dichos en los que centrarnos de forma particular.
Besa los labios el que da una respuesta correcta (26). Un beso de esa clase es signo de
verdadera amistad, e igualmente lo es el habla directa y honrada. Por otra parte, si nos
mostramos parciales en la emisión de un juicio, nada bueno se podrá decir de ello.
Las sólidas prioridades del versículo 27 probablemente están haciendo referencia al
establecimiento de una casa de forma previa al matrimonio. Toy lo entiende así:
‘Primero, se procuran los medios para poder mantener a una familia, después ya se
puede contraer matrimonio y llevar a buen fin el deseo de formar una familia.’ Scott
compara este versículo con la enseñanza de Jesús en el evangelio de Lucas respecto a
los cálculos del coste de la casa antes de iniciar su construcción (Lc. 14:28). Siempre es
buena idea revisar el material con que se cuenta, sopesar las posibilidades y pensar en
las posibles consecuencias antes de pasar a la acción.
Los versículos 28 y 29 dan continuidad a un tema que ya habíamos notado antes
contra la iniciativa de la venganza, mientras que en 30–34 tenemos el paralelo de
6:6–11 con sus advertencias respecto a la pereza. Hubbard dice algo bastante agudo
sobre ello: ‘El paralelismo entre el ‘perezoso’ y el ‘falto de conocimiento’ deja bien claro
que la pereza que ahí se contempla no era tanto la consecuencia de unos brazos flojos
como de un cerebro hueco. Lo que falta es la voluntad, no las fuerzas.’ Y esa realidad es
la que se ha plasmado como ejemplo de una lección asimilada.

Los proverbios de Salomón: la edición de Ezequías (25:1–29:27)


Los cuatro capítulos siguientes incluyen una colección cuya autoría se le adjudica a
Salomón, o a su escuela de formación, recopilados y editados por los escribas de
Ezequías, con una tendencia evidente a agruparlos de forma más sistemática en
comparación con las más tempranas colecciones de Salomón. No vamos a dedicarle
mucho tiempo a esta sección, dado que es material ya visto. Hay, sin embargo, varios
momentos en estos capítulos en los que la imaginación de la Sabiduría está
funcionando con particular eficacia. Una rápida ojeada al capítulo 25 en su totalidad,
por ejemplo, nos presenta unas muy vívidas imágenes de asuntos tan dispares como los

135
cielos (3), el platero (4) y los tribunales de justicia (8). Los autores hacen referencia ahí a
manzanas de oro en engaste de plata (11), pendientes y ornamentos (12). El tiempo
atmosférico, la comida, el tiro con arco, las vestimentas, la agricultura y los muros de la
ciudad sirven como imágenes de apoyo para otros tantos proverbios. Partiendo de esa
multiforme variedad, vamos a permitirnos escoger unos pocos temas para un análisis
más pormenorizado. En un cierto sentido, sin embargo, el valor real de estos capítulos
se capta simplemente leyendo el texto y dejando que nos impulse a la acción por pura
reacción, como si el proverbio nos estuviera interpelando de forma directa y personal.
¡El problema suele ser que los comentarios especializados y las aplicaciones pertinentes
se interponen en el camino de una rápida comprensión!
El capítulo 25 comienza (2–8) con cuestiones relativas a la vida en la corte (cf.,
asimismo 16:10–15). Se destaca las responsabilidades del rey, pero sin perder de vista
las obligaciones de los cortesanos.
Es gloria de Dios encubrir una cosa,
pero la gloria de los reyes es investigar un asunto.
3 Como la altura de los cielos y la profundidad de la tierra,
así es el corazón de los reyes, inescrutable.
4 Quita la escoria de la plata,
y saldrá un vaso para el orfebre;
5 quita al malo de delante del rey,
y su trono se afianzará en la justicia.
6 No hagas ostentación ante el rey,
y no te pongas en el lugar de los grandes;
7 porque es mejor que te digan: Sube acá,
a que te humillen delante del príncipe
a quien tus ojos han visto.
8 No te apresures a litigar,
pues ¿qué harás al final,
cuando tu prójimo te avergüence?
Nos enteramos así de que parte de las responsabilidades de un rey es averiguar la
verdad de un asunto de forma tal que puedan elaborarse juicios sabios y se tomen
decisiones adecuadas en consonancia, y ello aun a sabiendas de que todo eso va a estar
supeditado a los inescrutables designios de Dios (25:2). Pero, al igual que el rey no
puede escudriñar el corazón de Dios, lo súbditos del rey tampoco pueden conocer su
corazón (25:3). El trono del rey ha de ‘afianzarse en la justicia’ (25:5) y ha de esperarse
una actitud de humilde respeto por parte de sus cortesanos (25:6).
A partir del versículo 11 del capítulo 25, el estilo se vuelve característico. Muchos de
sus versículos siguen de hecho un esquema fijo: ‘Tal como es A lo es igualmente B.’ Al
establecer comparaciones inesperadas entre ciertos puntos A y su correspondiente
contrapartida B, el autor nos lleva a reflexionar acerca de una posible enseñanza moral.
Muchos de los más sorprendentes proverbios –y, en consecuencia, los más

136
memorables– se encuentran en estos capítulos.
Como manzanas de oro en engastes de plata
es la palabra dicha a su tiempo.
12 Como pendiente de oro y adorno de oro fino
es el sabio que reprende al oído atento.
13 Como frescura de nieve en tiempo de la siega
es el mensajero fiel para los que lo envían,
porque refresca el alma de sus señores.
14 Como las nubes y el viento sin lluvia
es el hombre que se jacta falsamente de sus dones.
15 Con la mucha paciencia se persuade al príncipe,
y la lengua suave quebranta los huesos.
16 ¿Has hallado miel? Come sólo lo que necesites,
no sea que te hartes y la vomites.
17 No frecuente tu pie la casa de tu vecino,
no sea que él se hastíe de ti y te aborrezca.
18 Como maza y espada y aguda saeta
es el hombre que levanta falso testimonio contra su prójimo.
19 Como diente malo y pie que resbala
es la confianza en el hombre pérfido en tiempo de angustia.
20 Como el que se quita la ropa en día de frío, o
como el vinagre sobre la soda,
es el que canta canciones a un corazón afligido.
21 Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer pan,
y si tiene sed, dale de beber agua;
22 porque así amontonarás brasas sobre su cabeza,
y el SEÑOR te recompensará.
23 El viento del norte trae lluvia,
y la lengua murmuradora, el semblante airado.
24 Mejor es vivir en un rincón del terrado
que en una casa con mujer rencillosa.
En este capítulo, encontramos un cierto número de referencias a un discurso
apropiado, destacando la preciosa imagen que nos ofrece el versículo 11: Como
pendiente de oro y adorno de oro fino es el sabio que reprende al oído atento; e
igualmente, el versículo 13: Como frescura de nieve en tiempo de la siega es el
mensajero fiel para los que lo envían, porque refresca el alma de sus señores. Como
contraste, la charla insustancial y jactanciosa es de tan poco provecho como las nubes y
el viento sin lluvia (14).
El capítulo incluye dichos memorables (repetidos en otras partes de Proverbios)
relativos a la importancia de la generosidad. Ese es un tema que vuelve a aparecer de
hecho en el Nuevo Testamento (Ro. 12:19–20): SI TU ENEMIGO TIENE HAMBRE, DALE

137
DE COMER; Y SI TIENE SED, DALE DE BEBER, PORQUE HACIENDO ESTO, CARBONES
ENCENDIDOS AMONTONARÁS SOBRE SU CABEZA (21–22). La referencia a los carbones
encendidos puede que sea una referencia a un castigo divino, indicativo de que portarse
bien con el enemigo supondrá un empeoramiento del castigo que le espera si antes no
se arrepiente. Pero lo cierto es que es mucho más probable que aluda al ‘dolor
punzante de la vergüenza y la contrición’.
Al mismo tiempo, encierra una lacerante crítica social: Mejor es vivir en un rincón del
terrado que en una casa con mujer rencillosa (24).
Las imágenes de los cuatro últimos versículos del capítulo 25 se aprovechan con
muy buenos resultados para ilustrar cuestiones tan específicas como el alivio que se
experimenta al oír buenas noticias (25), los peligros de ceder ante las presiones (26), los
riesgos de los excesos (27) y la importancia del ejercicio del autocontrol (28).
Como agua fría para el alma sedienta,
así son las buenas nuevas de una tierra lejana.
26 Como manantial hollado y pozo contaminado
es el justo que cede ante el impío.
27 No es bueno comer mucha miel,
ni el buscar la propia gloria es gloria.
28 Como ciudad invadida y sin murallas
es el hombre que no domina su espíritu.
El capítulo 26 incluye una extensa disertación acerca de las locuras de los necios
(1–12) y la pereza de los holgazanes (15–16).
La primera parte (1–12) se centra por completo en los problemas con la comida. Toy
califica esos versículos en concreto de ‘sarta de sarcasmos’. El honrar a un necio es tan
poco adecuado como nieve en verano o lluvia en tiempo de cosecha (1). La maldición no
justificada, como puede ser el caso con el necio, es tan sin sentido como el vagar sin
rumbo de las aves (2). El necio no atiende a razones (3). No te rebajes al nivel del necio
(4–5). Tan inútil es enviarle un recado al necio como cortarte ambas piernas (6). Los
esfuerzos del necio por entender las palabras de la sabiduría son tan fútiles como los de
un cojo que pretende dar saltos (7).
Los versículos 13–16 afrontan una vez más las dificultades que se crea para sí mismo
el holgazán –al que se le echa en cara que permanece en la cama con la inverosímil
excusa de que un león anda suelto por las calles (13–14)–, pero sin que llegue siquiera a
darse cuenta de su propia estupidez (15–16).
Lo que sí es de particular interés en este capítulo 26 es la manera como su autor se
sirve del mundo de la naturaleza para establecer comparaciones: la nieve (1), la lluvia
(1), las aves en su vagar (2), el gorrión (2), el caballo (3), el asno (3), el espino (9), el
perro (11), el león (13); todo sirve para transmitir el auténtico mensaje, hasta esas
imágenes tan llenas de naturaleza y de vida, y parece estar ahí para ayudar a la
Sabiduría a subrayar su genuino interés en toda la creación. El orden que reina dentro
de la creación ¡tiene mucho que enseñar a la perezosa y necia raza humana!

138
Como nieve en el verano y como lluvia en la siega,
así la honra no es apropiada para el necio.
2 Como el gorrión en su vagar y la golondrina en su vuelo,
así la maldición no viene sin causa.
3 El látigo es para el caballo, la brida para el asno,
y la vara para la espalda de los necios.
4 No respondas al necio de acuerdo con su necedad,
para que no seas tú también como él.
5 Responde al necio según su necedad,
para que no sea sabio ante sus propios ojos.
6 Se corta los pies y bebe violencia
el que envía recado por mano de necio.
7 Como las piernas que penden del lisiado,
así es el proverbio en boca de los necios.
8 Como el que ata la piedra a la honda,
así es el que da honor al necio.
9 Como el espino que se clava en la mano de un borracho,
tal es el proverbio en boca de los necios.
10 Como el arquero que a todos hiere,
así es el que toma a sueldo al necio o a los que pasan.
11 Como perro que vuelve a su vómito
es el necio que repite su necedad.
12 ¿Has visto a un hombre que se tiene por sabio?
Más esperanza hay para el necio que para él.
13 El perezoso dice: Hay un león en el camino;
hay un león en medio de la plaza.
14 Como la puerta gira sobre sus goznes,
así da vueltas el perezoso en su cama.
15 El perezoso mete la mano en el plato,
pero se fatiga de llevársela a la boca.
16 El perezoso es más sabio ante sus propios ojos
que siete que den una respuesta discreta.
A continuación, sigue una colección, de vocabulario atrevido en su intención
(26:22–28), que deja bien claro que los chismes, la maledicencia, el engaño y la mentira
que proceden de un corazón perverso pueden ser causa de tremenda desgracia y
sufrimiento para otros.
La jactancia (1–2), los celos (3–4) y el valor de la reprensión de un amigo (6) son
defectos que se destacan en el inicio del capítulo 27. El versículo 8 de ese capítulo nos
recuerda una vez más que nada es comparable al propio hogar. Como el pájaro que
vaga lejos de su nido, así es el hombre que vaga lejos de su hogar. La prudencia, la
hipocresía (11–14) y las desavenencias en el hogar (15) son también ocasión para el

139
consejo. Se indagan la fidelidad, la avaricia y la insensatez (17–22), y el capítulo finaliza
con un breve comentario referente al cuidado de los animales que constituyen fuente
de riqueza (23–27).
No te jactes del día de mañana,
porque no sabes qué traerá el día.
2 Que te alabe el extraño, y no tu boca;
el forastero, y no tus labios.
3 Pesada es la piedra y la arena pesa,
pero la provocación del necio es más pesada que ambas.
4 Cruel es el furor e inundación la ira;
pero ¿quién se mantendrá ante los celos?
5 Mejor es la reprensión franca
que el amor encubierto.
6 Fieles son las heridas del amigo,
pero engañosos los besos del enemigo.
7 El hombre saciado aborrece la miel,
pero para el hombre hambriento todo lo amargo es dulce.
8 Como pájaro que vaga lejos de su nido,
así es el hombre que vaga lejos de su hogar.
9 El ungüento y el perfume alegran el corazón,
y dulce para su amigo es el consejo del hombre.
10 No abandones a tu amigo ni al amigo de tu padre,
ni vayas a la casa de tu hermano el día de tu infortunio.
Mejor es un vecino cerca que un hermano lejos.
11 Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón,
para que yo responda al que me afrenta.
12 El hombre prudente ve el mal y se esconde,
los simples siguen adelante y pagan las consecuencias.
13 Quítale la ropa al que sale por fiador del extraño;
y tómale prenda por la mujer ajena.
14 Al que muy de mañana bendice a su amigo en alta voz,
le será contado como una maldición.
15 Gotera continua en día de lluvia
y mujer rencillosa, son semejantes;
16 el que trata de contenerla refrena al viento,
y recoge aceite con su mano derecha.
17 El hierro con hierro se afila,
y un hombre aguza a otro.
18 El que cuida la higuera comerá su fruto,
y el que atiende a su señor será honrado.
19 Como el agua refleja el rostro,
así el corazón del hombre refleja al hombre.

140
20 El Seol y el Abadón nunca se sacian;
tampoco se sacian los ojos del hombre.
21 El crisol es para la plata y el horno para el oro,
y al hombre se le prueba por la alabanza que recibe.
22 Aunque machaques con el mazo al necio en un mortero
entre el grano molido,
no se apartará de él su necedad.
23 Conoce bien la condición de tus rebaños,
y presta atención a tu ganado;
24 porque las riquezas no son eternas.
ni perdurará la corona por todas las generaciones.
25 Cuando la hierba desaparece se ve el retoño,
y se recogen las hierbas de los montes;
26 los corderos darán para tu vestido,
y las cabras para el precio de un campo:
27 y habrá suficiente leche de cabra para tu alimento,
para el alimento de tu casa,
y sustento para tus doncellas.
Estos versículos nos adentran en distintos escenarios de la vida laboral: el siervo
honrado (18) que cuida de la higuera, el pastor (23–27) que ha de vigilar con suma
atención su ganado, el labriego (25; cf. 28:19) que cultiva la tierra. Todo ello, en su
conjunto, reviste la importancia de una actividad industrial, el lugar que ocupa el
trabajo en el orden impuesto por Dios y nuestro lugar como gestores dentro de ese
orden.
Cabe pensar que este capítulo 27, de contenido tan específico, haya sido incluido
para beneficio de los jóvenes que asistían a clase y que, probablemente, procederían en
su mayoría de un entorno rural. Es reflexión saludable que un gobernante que aspire a
convertirse en líder nacional deberá tener presentes las actividades que proveen a las
necesidades del común de las gentes, siervos y criados incluidos.
El capítulo 27 también habla de los afectos, que, tal como se nos hace evidente, no
debería ser tan cauto que no dé cauce y expresión a lo que siente (5), sino que ha de
manifestarse en amistad leal (10).
El capítulo 28 se plantea temas relativos a la justicia social, en parte en relación a las
obligaciones de los gobernantes, pero también, y de forma más general, como refuerzo
de la preocupación por la situación de los pobres ya analizada en otras ocasiones.
De interés particular resulta el nexo de unión que se establece en el capítulo 28
entre la práctica de la justicia y la vida espiritual: Los hombres malvados no entienden de
justicia, mas los que buscan al SEÑOR lo entienden todo (5); Al que aparta su oído para
no oír la ley, su oración también es abominación (9); El que da al pobre no pasará
necesidad, pero el que cierra sus ojos tendrá muchas maldiciones (27):
El impío huye sin que nadie lo persiga,

141
mas los justos están confiados como un león.
2 Por la transgresión de la tierra, muchos son sus príncipes;
pero por el hombre entendido y de conocimiento permanece estable.
3 El pobre que oprime a los humildes
es como lluvia torrencial que no deja pan.
4 Los que abandonan la ley alaban a los impíos,
pero los que guardan la ley luchan contra ellos.
5 Los hombres malvados no entienden de justicia,
mas los que buscan al SEÑOR lo entienden todo.
6 Mejor es el pobre que anda en integridad,
que el que es torcido, aunque sea rico.
7 El que guarda la ley es hijo entendido,
pero el que es compañero de glotones avergüenza a su padre.
8 El que aumenta su riqueza por interés y usura,
la recoge para el que se apiada de los pobres.
9 Al que aparta su oído para no oír la ley,
su oración también es abominación.
10 El que extravía a los rectos por el mal camino,
en su propia fosa caerá;
pero los íntegros heredarán el bien.
11 El rico es sabio ante sus propios ojos,
mas el pobre que es entendido, lo sondea.
12 Cuando los justos triunfan, grande es la gloria,
pero cuando los impíos se levantan, los hombres se esconden.
13 El que encubre sus pecados no prosperará,
mas el que los confiesa y los abandona hallará misericordia.
14 Cuán bienaventurado es el hombre que siempre teme,
pero el que endurece su corazón caerá en el infortunio.
15 Cual león rugiente y oso agresivo
es el gobernante perverso sobre el pueblo pobre.
16 Al príncipe que es gran opresor le falta entendimiento,
pero el que odia las ganancias injustas prolongará sus días.
17 El hombre cargado con culpa de sangre humana,
fugitivo será hasta la muerte; que nadie lo apoye.
18 El que anda en integridad será salvo,
mas el que es de camino torcido caerá de repente.
19 El que labra su tierra se saciará de pan,
pero el que sigue propósitos vanos se llenará de pobreza.
20 El hombre fiel abundará en bendiciones,
pero el que se apresura a enriquecerse no quedará sin castigo.
21 Hacer acepción de personas no es bueno,
pues por un bocado de pan el hombre pecará.
22 El hombre avaro corre tras la riqueza,
142
y no sabe que la miseria vendrá sobre él.
23 El que reprende al hombre hallará después más favor
que el que lo lisonjea con la lengua.
24 El que roba a su padre o a su madre,
y dice que no es transgresión,
es compañero del hombre destructor.
25 El hombre arrogante suscita rencillas,
mas el que confía en el SEÑOR prosperará.
26 El que confía en su propio corazón es un necio,
pero el que anda con sabiduría será librado.
27 El que da al pobre no pasará necesidad,
pero el que cierra sus ojos tendrá muchas maldiciones.
28 Cuando los impíos se levantan, los hombres se esconden;
mas cuando perecen, los justos se multiplican.
El capítulo establece una vez más el contraste entre el hombre de recto proceder y
el malvado. La importancia en concreto de confesar el pecado se resalta en el versículo
13: El que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y los abandona
hallará misericordia.
La justicia vuelve a ser de nuevo tema principal en el capítulo 29. El riesgo que
conlleva un gobierno corrupto es debidamente resaltado: El rey con la justicia afianza la
tierra, pero el hombre que acepta soborno la destruye (4); El justo se preocupa por la
causa de los pobres, pero el impío no entiende tal preocupación (7). Pero, aun así, la
justicia definitiva procede del SEÑOR: Muchos buscan el favor del gobernante, pero del
SEÑOR viene la justicia para el hombre (26).
El capítulo 29 contiene sabias sentencias que nos provocan y nos hacen reflexionar
acerca de la lealtad familiar (3), la trampa que es el pecado (6), los peligros del acoso
cruel (8), la valía del propio control (11), la importancia de tener cuidado con lo que
decimos (20) y los daños que pueden derivarse de un mal carácter y del orgullo (22–23):
El hombre que después de mucha reprensión endurece la cerviz,
de repente será quebrantado sin remedio.
2 Cuando los justos aumentan, el pueblo se alegra,
pero cuando el impío gobierna, el pueblo gime.
3 El que ama la sabiduría alegra a su padre,
pero el que anda con rameras malgasta su fortuna.
4 El rey con la justicia afianza la tierra,
pero el hombre que acepta soborno la destruye.
5 El hombre que adula a su prójimo
tiende una red ante sus pasos.
6 El hombre malo es atrapado en la transgresión,
pero el justo canta y se regocija.
7 El justo se preocupa por la causa de los pobres,

143
pero el impío no entiende tal preocupación.
8 Los escarnecedores agitan la ciudad,
pero los sabios alejan la ira.
9 Cuando un sabio tiene controversia con un necio,
éste se enoja o se ríe, y no hay sosiego.
10 Los hombres sanguinarios odian al intachable,
pero los rectos se preocupan por su alma.
11 El necio da rienda suelta a su ira,
pero el sabio la reprime.
12 Si un gobernante presta atención a palabras mentirosas,
todos sus servidores se vuelven impíos.
13 El pobre y el opresor tienen esto en común:
el SEÑOR da la luz a los ojos de ambos.
14 El rey que juzga con verdad a los pobres,
afianzará su trono para siempre.
15 La vara y la reprensión dan sabiduría,
pero el niño consentido avergüenza a su madre.
16 Cuando aumentan los impíos, aumenta la transgresión,
pero los justos verán su caída.
17 Corrige a tu hijo y te dará descanso,
y dará alegría a tu alma.
18 Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena,
pero bienaventurado es el que guarda la ley.
19 Un siervo no se corrige sólo con palabras;
aunque entienda, no responderá.
20 ¿Ves a un hombre precipitado en sus palabras?,
más esperanza hay para el necio que para él.
21 El que mima a su siervo desde la niñez,
al final lo tendrá por hijo.
22 El hombre airado suscita rencillas,
y el hombre violento abunda en transgresiones.
23 El orgullo del hombre lo humillará,
pero el de espíritu humilde obtendrá honores.
24 El que se asocia con un ladrón aborrece su propia vida;
oye la imprecación, pero no dice nada.
25 El temor al hombre es un lazo,
pero el que confía en el SEÑOR estará seguro.
26 Muchos buscan el favor del gobernante,
pero del SEÑOR viene la justicia para el hombre.
27 Abominación para los justos es el inicuo,
y abominación para el impío el recto en su camino.

144
Palabras de Agur (30:1–33)
El capítulo 30 nos ofrece lo que algunas versiones traducen como oráculo, que
generalmente significa mensaje de algún profeta de Dios o la perorata de un vidente.
Por otra parte, el término puede simplemente hacer referencia al lugar de procedencia
de Agur (véase la NIV a este respecto).
Palabras de Agur, hijo de Jaqué: el oráculo.
Declaración del hombre a Itiel, a Itiel y Ucal.
2 Ciertamente soy el más torpe de los hombres,
y no tengo inteligencia humana.
3 Y no he aprendido sabiduría,
ni tengo conocimiento del Santo.
4 ¿Quién subió al cielo y descendió?
¿Quién recogió los vientos en sus puños?
¿Quién envolvió las aguas en su manto?
¿Quién estableció todos los confines de la tierra?
¿Cuál es su nombre o el nombre de su hijo?
Ciertamente tú lo sabes.
5 Probada es toda palabra de Dios.
Él es escudo para los que en él se refugian.
6 No añadas a sus palabras,
no sea que Él te reprenda y seas hallado mentiroso.
Cabe la posibilidad de que Itiel y Ucal (2) sean nombres de personas, pero,
asignando a las palabras una función diferente dentro del texto original hebreo, esas
palabras vendrían a quedar como sigue: ‘¡Cuán fatigado estoy, Dios mío! ¡Me siento
muy cansado y débil!’ La versión Anchor aún va más allá: ‘¡No hay Dios! ¡Dios no existe
y nada puede llegar a saberse!’ De seguirse la segunda de las opciones que
proponíamos líneas atrás, cabe entonces pensar que esta sección constituye un
auténtico diálogo entre Agur, considerado ahí persona escéptica (1–4), y un creyente de
lo más ortodoxo (5–6). Los versículos 7–9 constituirían entonces un ruego a Yavé para
que el creyente nunca incurra en la tentación de negar de forma semejante a Dios. No
hay nada en el texto que impida concluir demostrando el desconocimiento que
tenemos acerca de Agur, Itiel y Ucal, y que bien podrían ser personas de lo más
corriente y normal.
Algo que sí está claro es que este oráculo, asociado a la figura de Agur, hijo de
Jaqué, se sirve del mundo de la naturaleza como fuente de posibles lecciones morales
que orienten nuestra conducta. El razonamiento que ahí se sigue es que el orden de la
naturaleza tiene su procedencia en el mismo Creador del que procedemos nosotros. Y
por eso mismo no puede extrañarnos que se den ciertas correspondencias. El problema
surge de nuestro orgullo, de la tendencia a exaltarnos a nosotros mismos, mientras que

145
(según lectura alternativa del pasaje), partiendo de su propio ejemplo (2–3) y de sus
enseñanzas (4–6), Agur nos lleva a una verdadera humildad. Al menos, eso es lo que
parece desprenderse de su propia actuación. Otros, en cambio, opinan que esas
declaraciones suyas son de carácter netamente sarcástico. ‘Hay gente por aquí que
asegura conocer a Dios a la perfección, ¡pero yo no soy uno de ellos!’ El versículo 4
tiene su paralelo en los últimos capítulos del libro de Job, pero aquí acaba con un deje
de ironía, ‘¡Seguro que tú lo sabes!’ (‘Ciertamente, tú lo sabes’, BA). Hay, sin embargo,
una forma clara de acercarse a estos versículos tan sutilmente misteriosos. Agur es un
hombre humilde que trata de encontrarle sentido a este mundo y que no puede menos
que sentirse frustrado ante tanta vana pretensión de sabiduría por parte de otros.
Puede que, de hecho, sea figura representativa de todos aquellos que saben que no es
mucho lo que conocen de Dios y sus caminos. El pasaje no permite concluir de forma
clara quién dice qué, pero la conclusión final es inequívoca: Probada es toda palabra de
Dios; Él es escudo para los que en Él se refugian (5). El camino que lleva a todo
verdadero conocimiento tiene su inicio en Dios (5–6).
Lo que se necesita es un reconocimiento de la revelación de Dios. Dios se da a
conocer. Dios ha hecho manifiesta su palabra. Lo que hace falta ahora es la honestidad
necesaria para aceptarlo y la voluntad precisa para aprender del mundo de su creación
(18–19). Es únicamente el camino de la Sabiduría el que lleva a la persona a recibir la
palabra reveladora de Dios. Es, pues, la Sabiduría la que proporciona conocimiento del
Santo (3).
7 Dos cosas te he pedido,
no me las niegues antes que muera:
8 Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas,
no me des pobreza ni riqueza;
dame a comer mi porción de pan,
9 no sea que me sacie y te niegue, y diga:
¿Quién es el SEÑOR?
o que sea menesteroso y robe,
y profane el nombre de mi Dios.
Esta breve sección encaja con la noción de Agur como persona de humilde
condición. Consciente de su propia debilidad ante la vista de las riquezas, ruega a Dios
que le ayude y le dé fuerzas. Nada más fácil de olvidar que todo cuanto poseemos
proviene de Dios. Necesitamos ayuda para actuar adecuadamente tanto en la riqueza
como en la pobreza.
10 No difames al esclavo ante su amo,
no sea que te acuse y seas hallado culpable.
11 Hay gente que maldice a su padre
y no bendice a su madre;
12 gente que se tiene por pura,
pero no está limpia de su inmundicia;
146
13 gente de ojos altivos,
cuyos párpados se alzan en arrogancia;
14 gente cuyos dientes son espadas,
y sus muelas cuchillos,
para devorar a los pobres de la tierra,
y a los menesterosos de entre los hombres.
15 La sanguijuela tiene dos hijas, que dicen: ¡Dame! ¡Dame!
Hay tres cosas que no se saciarán,
y una cuarta que no dirá: ¡Basta!:
16 El Seol, la matriz estéril,
la tierra que jamás se sacia de agua,
y el fuego que nunca dice: ¡Basta!
17 Al ojo que se mofa del padre,
y escarnece a la madre,
lo sacarán los cuervos del valle,
y lo comerán los aguiluchos.
18 Hay tres cosas que son incomprensibles para mí,
y una cuarta que no entiendo:
19 el camino del águila en el cielo,
el camino de la serpiente sobre la roca,
el camino del barco en medio del mar,
y el camino del hombre en la doncella.
20 Así es el camino de la mujer adúltera:
come, se limpia la boca,
y dice: No he hecho nada malo.
21 Por tres cosas tiembla la tierra,
y por una cuarta no se puede sostener:
22 por el esclavo que llega a ser rey,
por el necio cuando se sacia de pan,
23 por la mujer odiada cuando se casa,
y por la sierva cuando suplanta a su señora.
24 Cuatro cosas son pequeñas en la tierra,
pero son sumamente sabias:
25 las hormigas, pueblo sin fuerza,
que preparan su alimento en el verano;
26 los tejones, pueblo sin poder,
que hacen su casa en la peña;
27 las langostas, que no tienen rey,
pero todas salen en escuadrones;
28 y el lagarto, que se puede agarrar con las manos,
pero está en los palacios de los reyes.
29 Hay tres cosas majestuosas en su marcha,
y una cuarta de elegante caminar:
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30 el león, poderoso entre las fieras,
que no retrocede ante ninguna;
31 el gallo, que se pasea erguido; asimismo, el macho cabrío,
y el rey cuando tiene el ejército con él.
32 Si has sido necio en ensalzarte,
o si has tramado el mal, pon la mano sobre tu boca;
33 porque batiendo la leche se saca mantequilla,
y apretando la nariz sale sangre,
y forzando la ira se produce contienda.
Este capítulo concluye con una colección de pensamientos un tanto inconexos sobre
la narración de historias (10), cuatro clases de pecadores (11–14), una sanguijuela (15a),
cuatro cosas que nunca se satisfacen (15b–16), un hijo desdeñoso (17), cuatro cosas
sorprendentes (18–19), la adúltera (20), cuatro personas de difícil trato (21–23), cuatro
diminutas criaturas (24–28), cuatro criaturas orgullosas (29–31) y un par de brevísimos
versículos sobre una conducta irresponsable.
Encontramos en esta lista varias agrupaciones de proverbios en los que las series
numéricas son importantes. La secuencia se repite con un ritmo fijo: ‘Tres, cuatro cosas
hay…’ Ya conocíamos el esquema desde 6:16 (‘Seis cosas hay que odia el SEÑOR, y siete
son abominación para Él’). Es un recurso utilizado en otros casos en la poesía semítica,
quizás por su valor enfático o para facilitar la memorización. Y puede incluso que estas
series reflejen algo de cuanto no sabemos respecto al orden del mundo y el Dios que lo
instituyó.

Pensamientos de parte de la reina madre (31:1–9)


Palabras del rey Lemuel, oráculo que le enseñó su madre.
2 ¿Qué, hijo mío?
¿Qué, hijo de mis entrañas?
¿Qué, hijo de mis votos?
3 No des tu vigor a las mujeres,
ni tus caminos a los que destruyen a los reyes.
4 No es para los reyes, oh Lemuel,
no es para los reyes beber vino,
ni para los gobernantes desear bebida fuerte;
5 no sea que beban y olviden lo que se ha decretado,
y perviertan los derechos de todos los afligidos.
6 Dad bebida fuerte al que está pereciendo,
y vino a los amargados de alma.
7 Que beba y se olvide de su pobreza,
y no recuerde más su aflicción.
8 Abre tu boca por los mudos,

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por los derechos de todos los desdichados.
9 Abre tu boca, juzga con justicia,
y defiende los derechos del afligido y del necesitado.
Este breve oráculo se lo enseñaba al rey Lemuel su propia madre. (Palabras del Rey
Lemuel –oráculo podría traducirse como ‘Lemuel, rey de Masá, territorio al norte de
Araba’). La reina madre podía ejercer una autoridad más que notable en la corte real
(cf. 1 R. 15:13; 2 R. 11:1). Este párrafo resume todo lo que necesita un buen
gobernante. Sacando a relucir temas y casos ya vistos con anterioridad, a la madre de
Lemuel le preocupan en primer lugar los peligros de las mujeres de conducta ligera y los
excesos del alcohol. Pero lo que en realidad la mueve es advertirle acerca del peligro de
que por su culpa se olvide de que por qué es rey: para cuidar de los pobres y de los que
sufren, para hablar a favor de los que no pueden hacerlo por sí mismos, para defender
los derechos de los desvalidos y para luchar por los derechos de destituidos de la fortuna
y de los que pasan necesidad. Una de las principales obligaciones del rey es velar por el
bienestar de sus súbditos y, muy particularmente, salvaguardar los derechos de los que
no tienen valedor. Y lo que estos versículos justamente ofrecen es la provisión que se
espera de la realeza, la benevolencia propia de un buen soberano y el gobierno justo y
equitativo de un rey para el que su pueblo es lo primero.

Epílogo: La esposa de un noble personaje: la Sabiduría en el hogar


(31:10–31)
El libro de Proverbios concluye con la descripción, mediante un vívido acróstico en
forma de poema, de las virtudes que adornan a una esposa modélica. Cada versículo
empieza con una letra distinta del alfabeto hebreo, usando las veintidós letras que lo
integran en forma de secuencia. Esta disposición formal significa que no existe por
obligación una relación directa entre un versículo y el que le sigue. El acróstico puede
haber sido utilizado como recurso no sólo para resaltar el hermoso orden de la creación
como tema propio, y como forma tangible de expresar una totalidad (abarcando de la A
a la Z), sino también como método para facilitar su memorización.
Mujer hacendosa, ¿quién la hallará?
Su valor supera en mucho al de las joyas.
11 En ella confía el corazón de su marido,
y no carecerá de ganancias.
12 Ella le trae bien y no mal
todos los días de su vida.
13 Busca lana y lino,
y con agrado trabaja con sus manos.
14 Es como las naves de mercader,
trae su alimento de lejos.
15 También se levanta cuando aún es de noche,

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y da alimento a los de su casa,
y tarea a sus doncellas.
16 Evalúa un campo y lo compra;
con sus ganancias planta una viña.
17 Ella se ciñe de fuerza,
y fortalece sus brazos.
18 Nota que su ganancia es buena,
no se apaga de noche su lámpara.
19 Extiende sus manos a la rueca,
y sus manos toman el huso.
20 Extiende su mano al pobre,
y alarga sus manos a los necesitados.
21 No tiene temor de la nieve por los de su casa,
porque todos los de su casa llevan ropa escarlata.
22 Se hace mantos para sí;
su ropa es de lino fino y de púrpura.
23 Su marido es conocido en las puertas,
cuando se sienta con los ancianos de la tierra.
24 Hace telas de lino y las vende,
y provee cinturones a los mercaderes.
25 Fuerza y dignidad son su vestidura,
y sonríe al futuro.
26 Abre su boca con sabiduría,
y hay enseñanza de bondad en su lengua.
27 Ella vigila la marcha de su casa,
y no come el pan de la ociosidad.
28 Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada,
también su marido, y la alaba diciendo:
29 Muchas mujeres han obrado con nobleza,
pero tú las superas a todas.
30 Engañosa es la gracia y vana la belleza,
pero la mujer que teme al SEÑOR, ésa será alabada.
31 Dadle el fruto de sus manos,
y que sus obras la alaben en las puertas.
La descripción corresponde a la de una casa común y corriente, basada en lo que
hoy denominamos valores de clase media. Whybray nos presenta el entorno: ‘El cuadro
que se ofrece aquí a nuestra vista –sea su intención alegórica o no– es el de una familia
acomodada, desde luego no aristocrática ni, menos aún, perteneciente al entorno del
rey, pero que ha alcanzado la prosperidad a la que aspiraba el campesino común
10:1–22:16, y que es prometida como recompensa por un trabajo honesto de la clase
que aparece en proverbios 28:19, 20.’ Dicho de otra forma, ésa es una situación que se
corresponde con el deseo y las aspiraciones del común de la gente trabajadora, cuyos

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rasgos más característicos ya se habían ido haciendo patentes con anterioridad. De
particular interés es el hecho, dado el alto grado de atención prestada al hombre a lo
largo de Proverbios –el campesino, el hijo, el pastor, el gobernante y demás–, que el
editor haya elegido llegar al clímax de su presentación exaltando las virtudes de una
mujer. La mujer no es definida aquí, ni tampoco en los otros casos, en función de los
personajes masculinos de su entorno. Esto es de suma importancia para una comunidad
cristiana que va reconociendo poco a poco el excesivo énfasis en la parte ‘masculina’ de
Dios (que, en realidad, está más allá de todo género) y el predominante papel
desempeñado hasta la fecha por la jerarquía masculina dentro del ministerio eclesial,
así como el uso prácticamente exclusivo de un lenguaje de sesgo masculino en la
liturgia. La mujer que se nos presenta como emblemática en este capítulo 31 ha
asumido responsabilidades y controla su entorno.
¿Tenemos acaso aquí un manual de preparación al matrimonio para mujeres
jóvenes? ¿O se trata más bien de una guía acerca de cómo cortejar y seleccionar pareja
adecuada desde la perspectiva del varón? No lo podemos saber. ¿No será entonces una
muestra de lo que puede llegar a ser la Sabiduría encarnada en una mujer real? Estos
versículos encierran unos principios de elevado idealismo, y si contrastáramos sus
presupuestos con la realidad actual, creo que muchas jóvenes esposas cristianas
pensarían que están muy lejos de estar a la altura, y puede que no pocos maridos
cristianos se sintieran intimidados. Pero veamos qué es lo que ocurriría si
entendiéramos este pasaje como una descripción de la Sabiduría personificada en el
ámbito del hogar.
El hogar que ahí se nos muestra incluye trabajo relacionado con lana y lino (13), y
dispone de doncellas (15). Hay dinero suficiente como para comprar un campo y plantar
una viña (16), las ganancias son buenas (18) y se tiene conciencia de ayudar al pobre
(20). Hay paño suficiente para el abrigo de todos (22) y hasta sobra para compartir con
los mercaderes (24). En el centro de todo ello encontramos a una mujer de carácter (1).
Mujer, además, de trato cariñoso, es una delicia convivir con ella (12), es prudente,
fuerte, generosa, honorable, diligente y se ocupa tanto de su gente como de los
negocios (13–24). Está dotada del sentido del humor (25), y no sólo es sabia (26) y
previsora (27), sino que, a todo lo anterior, añade el temor reverente al SEÑOR (30). No
es de extrañar que sus hijos la bendigan y que su esposo la ensalce (28–29), y que las
gentes notables del lugar cuenten maravillas de su persona (31).
Encontrar una persona que reúna tales prendas y cualidades es harto difícil (10). Y
ahí es donde la mayoría de nosotros nos sentiríamos en inferioridad de condiciones. De
hecho, si este pasaje se entendiera tan sólo como prototipo de la esposa cristiana
(como quiere hacernos ver alguna literatura cristiana al respecto), no sería extraño que
muchas mujeres cristianas concluyeran que están muy lejos de ‘dar la talla’ y ser
‘suficientemente buenas’.
Pero hay claros indicios que nos llevan a tratar de ver más allá de los meros hechos
circunstanciales del retrato de lo ideal hacia Alguien que le da cuerpo y sustancia. De la
mujer se nos dice que su valor supera en mucho a las joyas (10). Pero la primera vez que
se menciona algo así es acerca de la propia Sabiduría (3:15). Es la Sabiduría la que se
151
ocupa de la casa y de que no falte comida (13–15), lo que, también por primera vez, se
relaciona con la Sabiduría en 9:1–6. La Sabiduría es persona de integridad, posee
además inteligencia, habla con tino y acierto, y ofrece sabios consejos e instrucciones
(26). Y eso se afirma así por vez primera en 4:5–6. Lo cual hace que sea muy probable
que lo que esta bella composición nos ofrece sea no sólo la imagen idealizada de la
esposa de nobles cualidades que hace de la vida una bendición en su temor al SEÑOR.
Lo que ahí tenemos es, asimismo, una patente demostración de los rasgos que
caracterizarían a la propia Sabiduría, si ella estuviera en verdad al cargo de la casa. La
Sabiduría no es concepto esotérico que flote en un terreno místico, y por completo
apartada del mundo ordinario. La Sabiduría de Dios se expresa en Proverbios en
términos de creatividad, responsabilidad y buen hacer en la dirección del hogar,
proveyendo para las necesidades de los demás y mostrando particular interés y cuidado
por los pobres.
Cuando la Sabiduría se encuentra en la casa, trae el bien (12), se toma en serio su
trabajo (13–14), es laboriosa y diligente (15–19), prudente y generosa (20), amorosa y
creativa (21–24), fuerte y digna (25), y preocupada por el bienestar, instrucción y
madurez de los suyos (26–27). La Sabiduría es alabada en el fondo del propio corazón
(29) y en público (31). El temor del Señor es el rasgo que define la nobleza y
profundidad de su carácter (30). Y lo que el libro de Proverbios nos ofrece es
justamente la inconmensurable riqueza y profundidad de una Sabiduría que toma
cuerpo, que vive y se relaciona, y que ¡puede morar en medio nuestro!
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Conclusión: La santidad en ropa de trabajo


Hemos tratado de comprender el mensaje de Proverbios en términos del carácter,
los métodos, la imaginación, los valores y los ejemplos de la Sabiduría. La hemos
presentado como la personificación de una parte en particular de la propia naturaleza
de Dios. Lo que la Sabiduría evoca es la delicia de Dios; Su creatividad, lo que ella
manifiesta; Su gobierno de la Historia, lo que ella hace patente; Sus propósitos para con
el ser humano, lo que ella da a conocer. La Sabiduría es esa parte de la naturaleza de
Dios que da origen, ordena, ilumina y da vida. De forma muy particular en los primeros
capítulos de Proverbios, ese aspecto de la naturaleza divina adopta una forma
femenina, misteriosa, al tiempo que dotada de gran fuerza, manifestándose
patentemente en el ámbito de lo público como agente de orden, de apelación y
celebración, dadora de vida y soporte de la misma, pero con un elemento de ocultación
que exige de nosotros una indagación comprometida.
Todos aquellos que la encuentran comparten de inmediato sus sabios caminos, y
152
encontrarla a ella supone al mismo tiempo un encuentro con Dios, con la vida, con el
significado pleno y con la forma de abrirse camino en medio de las dificultades y la
complejidad de la existencia. El conocimiento de la Sabiduría supone contar con una
herramienta con la que combatir la incertidumbre de la existencia al descubrir el
verdadero arte de vivir. Y no hay manera de vivir de forma sabia apartados de Dios. Es
más, andar por los caminos de Dios en los que la Sabiduría nos inicia supone descubrir
el verdadero significado y sentido de ser persona.
Un hecho llamativo de Proverbios es su nulo carácter religioso. No tenemos ahí ni
templo, ni sacerdotes, ni sacrificios. En cambio, descubrimos en sus páginas las calles,
con sus casas y sus tejados y sus recovecos; y la multiplicidad de la existencia, con su
ornato y su abundancia de vida de toda clase y condición. Poco es lo que ahí
discernimos de ceremonia religiosa, y abundantísimo, en cambio, lo que se nos dice
acerca del verdadero amor, la justicia y la preocupación por los pobres. Derek Kidner lo
expresa con acertadas palabras:
Éste es un libro que no puede decirse que te encamine hacia la iglesia. A
semejanza de la Sabiduría ahí presente, te enfrenta en plena calle a los asuntos
del diario convivir, y ello tanto en el ámbito de lo público como de lo privado y
más íntimo. Su función dentro de las Escrituras es embutir la santidad y rectitud
de vida en el ‘mono’ de trabajo, siendo el negocio del diario vivir, en todas las
posibles esferas de la sociedad, lo que habrá de proporcionarnos los créditos
necesarios para presentarnos ante el Señor, y donde podremos encontrar la
necesaria instrucción para ello.
Nos hemos esforzado, pues, por actuar según demanda el traje de faena en los
distintos entornos de la familia y el matrimonio, en lo que atañe al alimento, a la salud y
la propia seguridad, y asimismo en el terreno social de la política. El ‘diálogo’ que
tendremos que entablar con la fe se enmarca en la ineludible cuestión de vivir
verdaderamente por Dios y para Dios en los hechos comunes de la existencia cotidiana,
y ello en la medida en que el propio carácter se desarrolla por la acción de una sabia
instrucción. Sin embargo, hay muchas situaciones que no tienen respuesta. Proverbios
no se ocupa de las generalidades. Sus autores, por medio de imágenes muy precisas e
impactantes, nos presentan realidades propias del hogar y el trabajo, derivándose una
conclusión moral de todo ello. Y es justo entonces cuando procede a interpelar al lector
de forma franca y muy directa: ‘¿Es ése también tu caso? ¿Qué valores suscribes tú?
¿Hasta qué punto cuentan esos valores en tu forma de enfocar la existencia?’
Proverbios no es, desde luego, un libro fácil. Y sus páginas no sólo aspiran a
informarnos, entretenernos, provocarnos y educarnos, sino, sobre todo, a inducirnos a
un cambio. A cada momento se nos enfrenta a tomar decisiones enraizadas en la vida
misma. Esas decisiones son unas veces ‘sabias’ y otras pura ‘necedad’, abocando estas
últimas a una vida inestable y mermada tanto en lo personal como en el entorno de la
sociedad.
La Sabiduría actúa en el terreno de lo práctico. Ahora bien, tal como Job plantea:

153
‘¿Dónde será posible encontrarla?’
La mayoría de los escritores son de la opinión de que la personificación de la
Sabiduría dentro de los Escritos hebreos es un recurso literario, que se sirve de una
figura femenina para presentar un aspecto determinado de la naturaleza de Dios. Y
sería ciertamente forzar en exceso el pensamiento propio del Antiguo Testamento de
propugnar la existencia independiente de un ser de naturaleza divina separado de Dios.
Pero si nos fijamos en la literatura sapiencial posterior, como los Apócrifos, se tiene la
impresión de que sus autores tienen en mente una figura eminentemente divina
(Eclesiástico 24:1ss, por ejemplo; y La Sabiduría de Salomón 8:2–16, donde Salomón
expresa su deseo de esposarse con la Sabiduría). El lenguaje y las imágenes que
acompañan a la Sabiduría no tienen una pauta fija. Cuando llegamos a San Pablo en el
Nuevo Testamento, se percibe una cierta ambigüedad en la manera en que el apóstol
alude a ella. En ocasiones, la Sabiduría se manifiesta como una característica
compartida por Dios y los hombres, en este segundo caso como vocación expresa de los
filósofos. Así, en 1 Corintios 1:17, San Pablo afirma que Cristo le envió a predicar el
evangelio no con palabras de humana sabiduría, pues se corre el peligro de que la cruz
se vea desposeída de su poder. Y en los versículos 20 y 21 de ese mismo capítulo,
contrasta la sapiencia divina con la humana:
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el polemista de este siglo?
¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? Porque ya que
en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia
sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que
creen.
De hecho, en el versículo 19, Pablo está citando Isaías 29:14, ‘perecerá la sabiduría
de sus sabios, y se eclipsará el entendimiento de los entendidos’ (en más que probable
alusión al estamento político), para contrastar la sabiduría divina y la necedad de las
mentes mundanas.
Pero eso no impide que Pablo esté convencido de que la Sabiduría de Dios no sólo
es más sabia que el conocimiento humano, sino que, además, es algo singular y muy
distinto. La distinción que ahí se hace no sólo es cuantitativa, sino también cualitativa.
El apóstol Pablo parece estar uniéndose a la tradición sapiencial de las Escrituras
hebreas. Existe una Sabiduría que no tiene nada que ver con lo más excelso de este
mundo. Hay una sabiduría que procede directamente de Dios –la Sabiduría de Dios– a la
que el ser humano no tiene acceso. Y es una clase de sabiduría que sólo se obtiene
como dádiva gratuita de parte de Dios:
Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; pero
una sabiduría no de este siglo, ni de los gobernantes de este siglo, que van
desapareciendo, sino que hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría
oculta que, desde antes de los siglos, Dios predestinó para nuestra gloria: la
sabiduría que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si
la hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de la gloria; sino que está
154
escrito:
Cosas que ojo no vio,
ni oído oyó,
ni han entrado al corazón del hombre,
son las cosas que dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las
reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las
profundidades de Dios (1 Co. 2:6–10).
El apóstol Pablo está ahondando en un conocimiento de la Sabiduría aún más
profundo que el que Proverbios ilustra. Este significado más profundo parece deber su
procedencia al encuentro tenido con Cristo, ‘el cual se hizo para nosotros sabiduría de
Dios’ (1 Co. 1:30). Visto todo esto, ¿dónde podremos encontrar la Sabiduría? Sin duda,
San Pablo respondería que en nuestro Señor Jesucristo. Él es la verdadera Sabiduría de
Dios, y en Él tiene Dios su contentamiento. En Él hizo Dios el mundo, y en Él brilla su luz,
al tiempo que encarna la vida de Dios mismo. Pablo lo argumenta así: ‘Mirad que nadie
os haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los
hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no según Cristo. Porque
toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él’ (Col. 2:8–9).
Cristo comparte la vida de Dios, creador, redentor y dador de vida. Ésa es la base del
argumento de Pablo una y otra vez, que, en virtud de reverente obediencia a Dios a
través de Cristo en el poder del Espíritu, no sólo descubrimos sino que se nos da
asimismo las fuerzas necesarias para vivir la santidad con el mono de trabajo puesto.
Pues lo que Dios en su Sabiduría requiere de nosotros, y que en Cristo, a través del
Espíritu, Él mismo concede, es lo que tan sentida oración expresa:
Sé Tú mi Sabiduría, Tú mi Palabra en verdad;
yo siempre contigo, Tú siempre, Señor junto a mí;
Tú, mi Padre excelente; yo, tu hijo fiel;
Tú dentro de mí habitando, yo en ti uno ser.’
Amén.

ECLESIASTÉS
Tiempo de llorar,
y tiempo de bailar
Derek Kidner

155
Prólogo del Autor
Todo el que dedica un tiempo a Eclesiastés (quizás el hombre menos eclesiástico
que esperarse pueda) se descubre a sí mismo en compañía de una mente notable por
un talante independiente y un pensar fascinante. Lo cual me lleva a hacer dos
puntualizaciones.
En primer lugar, expresar mi agradecimiento al editor de la serie por
proporcionarme una excusa para estudiar con mayor detalle ese escrito.
Y, en segundo lugar, advertir que quizás sería conveniente que algunos lectores
empezaran directamente por la Parte Segunda, esto es, con el comentario sistemático,
donde se puede escuchar al propio Predicador sin intermediarios – admitiendo, claro
está, alguna que otra interrupción por mi parte – y sin tener que dedicar un tiempo a la
Parte Primera. Esto dependerá de si uno quiere tener bien delimitado el terreno antes
de emprender el recorrido, o si prefiere lanzarse a la ventura e ir realizando
descubrimientos sobre la marcha.
Así, cualquiera que sea la opción elegida, es de esperar y desear que se convierta en
un recorrido que, al final, nos lleve de vuelta a casa.
Derek Kidner

PRIMERA PARTE

¿Qué hace este libro en la Biblia?


—Inspección del terreno

La voz del Antiguo Testamento tiene muchas tonalidades. En sus páginas


encontramos prácticamente de todo, desde el sermón apasionado de los profetas al
sereno y reflexivo discurso de los sabios –y ello junto con una muestra importante de
poesía, legislación, narrativa, salmodia y una visión espiritual que corona el conjunto.
Pero no hay, en cambio, escrito alguno en sus páginas que se parezca a Qohelet (si
se recurre a ese impronunciable nombre suyo del original), y en ninguno de los libros de
ese gran volumen que es el Antiguo Testamento encontramos una peculiaridad similar.
Su ámbito natural, por así decirlo, es el de los sabios que nos enseñan a servirnos no
sólo del oído sino también de la vista para saber y aprender acerca de los caminos de
Dios. Algunos de los dichos que encontramos podrían haber salido directamente de

156
Proverbios, a lo que añade Qohelet un modo pausado que nos ayuda a recapacitar y
descubrir dónde nos encontramos de la mano de una sabiduría familiar, y ello a
intervalos y en medio de alguna que otra excursión por parajes no tan conocidos. La
sabiduría –muy práctica y absolutamente ortodoxa– constituye el punto de partida;
pero teniendo siempre en cuenta que Qohelet es todo un explorador. Su interés se
centra es descubrir los límites de la existencia, formulando a un tiempo todas esas otras
cuestiones complementarias que no todos estamos dispuestos a asumir.
Lo incisivo de su indagación puede llegar a ser tan inmisericorde, que no es mucho
lo que costaría tomarle por un escéptico o un pesimista extremado. La incisiva proclama
de sus primeras frases, ‘¡Vanidad de vanidades!’, ¡Absoluta futilidad!’, casi parecen
confirmarlo, pero en su fondo hay más de lo que pueda expresarse en una frase, por
mucho que se haya convertido ya en todo un lema. Tanto más cuanto que, de hecho,
hubo un tiempo en el que más de un especialista lo consideró un escrito debido a la
pluma de dos o tres o incluso de hasta nueve autores diferentes. Distintos caminos y
propósitos parecen entrecruzarse de continuo, y los cambios se suceden a un ritmo
veloz, pero lo cierto es que puede ser considerado sin problema como las distintas
percepciones de una sola mente sagaz e inquisitiva, analizando las realidades de la vida
y de la muerte desde varios ángulos y posibilidades.
En el fondo de todo ello encontramos el axioma defendido por los hombres sabios
de la Biblia, que el temor del Señor es el principio de toda sabiduría. Pero Qohelet tiene
la intención de dejar ese aspecto para el final, cuando el ansia por tener una respuesta
llegue a su máxima tensión. Desde el principio mismo, encontramos ya indicios de algo
así, pero su planteamiento tiene otro arranque: averiguar adónde llevan los caminos del
hombre que no parta de esa base. Para conseguirlo, se pone, y nos pone también a
nosotros, en el lugar del humanista y del hombre secularizado. Sin embargo, no puede
decirse que sea la posición del ateo, pues el ateísmo no era tema de debate en la
época. El escritor se interesa por la persona que acomete su indagación a partir del
hombre y el mundo observable, y que conoce a Dios desde la lejanía.
Ese enfoque supone dificultades. El conflicto será inevitable entre el yo interno del
autor, hombre de convicciones y con una fe que compartir, y su yo provisional como
persona que avanza tanteando en la vida alumbrado por la luz que le proporciona la
propia naturaleza. Este segundo yo tiene, además, sus propios conflictos, por todos
conocidos, entre la voz de la conciencia, la del interés personal y la experiencia, y
asimismo entre Dios tal como aceptamos que es y Dios en nuestro trato personal con Él.
Aclarado lo que está pasando a escala mayor dentro del libro, no resulta tan difícil el
orientarse, y el comentario que de continuo lo acompaña supone una ayuda extra en
esa comprensión. Mientras tanto, puede ser de útil agrupar algunas de las enseñanzas
dispersas por el texto y tratar de concretar el énfasis principal.

Cara a cara con Dios


Si uno cree realmente en Dios, la consecuencia demanda un compromiso total.

157
Qohelet espera esto de sus lectores y no cabe pensar en la posibilidad de tomarse
libertades con nuestro Hacedor o tratar de manipularle para nuestro propio provecho.
Nos encontramos así frente a Dios en su faceta más formidable: como Aquel al que no
le impresiona nuestro parloteo, ni nuestras ofrendas rituales, ni nuestras inflamadas
promesas. Los párrafos iniciales del capítulo 5 explicitan estas cuestiones con meridiana
y muy pertinente claridad. ‘Dios está en los cielos, y tú estás en la tierra; que tus
palabras sean, pues, pocas y prudentes… Los necios ponen a prueba su paciencia.’
Dios sale a nuestro encuentro en este libro con tres facetas muy concretas: como
Creador, como Soberano y como Sabiduría inescrutable. Y aunque ninguno de esos
términos se le aplican directamente a Dios en momento alguno, a excepción hecha del
primero de ellos, sí pueden en cambio servir de punto de partida.
Como Creador, Dios prepara el escenario general. Se nos recuerda entonces que Su
mundo tiene una forma determinada, que conserva hasta el punto de la obstinación,
sin que nos sea posible cambiarlo (presentando, dicho sea de paso, una cierta
resistencia innata, y gracias sean dadas por ello, a todos cuantos gozamos alterando y
uniformando), pues ‘¿quién puede enderezar lo que Él ha torcido?’ (7:13). El texto
tiene, además, un ritmo propio que nos capta de inmediato: tiempo para una cosa y
tiempo para otra, y con poco margen de intervención por parte nuestra, tal como deja
claro el capítulo 3. Es más, incluso como agentes procreadores no hacemos sino
participar de ese ritmo ya establecido y activar el misterioso proceso ideado por Dios
para dar a luz una nueva vida. ‘Como no sabes el camino del viento, o cómo se forman
los huesos en el vientre de la mujer encinta, tampoco conoces la obra de Dios que hace
todas las cosas’ (11:5).
Pero lo cierto es que no podemos permitirnos el lujo de responsabilizar al Creador
de todos nuestros líos y conductas erróneas, tal como se permite hacer la teodicea
babilonia respecto a sus dioses, pues ‘Dios hizo rectos a los hombres’. La
responsabilidad se le da a quien compete, pero las secuelas hacen pronto su aparición:
‘ellos se buscaron muchas artimañas’ (7:29, BA).
Como Soberano, sin embargo, Dios es el que ha determinado la frustración que
encontramos en la vida. La lucha por la existencia hace su aparición ya en las primeras
páginas (es más que probable que Qohelet sonriera con irónica aquiescencia ante el
título de la muy popular obra de teatro: ‘¡Que paren el mundo, que me quiero bajar!’) –
pero lo cierto es que se trata de una lucha que Dios consiente. ‘Tarea dolorosa dada por
Dios a los hijos de los hombres para ser afligidos con ella. He visto todas las obras que
se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento.’ (1:13, 14).
Cierto, sin duda, que se deja oír ahí el eco de la caída del hombre que motivó ese
decreto, tal como acabamos de tener ocasión de ver en 7:29. Cierto, también, que
Pablo en Romanos 8:18–25, toma este símil de ‘la creación… sometida a vanidad’, pero
es con el fin de evidenciar el ansia de salir adelante que ello genera. Aun así, el énfasis
de Eclesiastés recae en aquello otro que no parece cambiar nunca, y la frustración que
experimentamos continuamente aquí y ahora.
Todo eso procede de Dios: la trama de la existencia y sus más insignificantes hilos,
tanto si son de nuestro agrado y concuerdan con nuestro sentido de lo adecuado, como
158
si no. En ocasiones, las cosas tendrán sentido para nosotros, pues suele ocurrir que el
transgresor acaba experimentado merecida frustración por la falta cometida. No cabe
duda de que Dios cuida de los suyos (2:26), pero también es un hecho cierto que nada
es propiedad nuestra para disponer o apoyarnos en ello. Si el pecador experimenta la
atracción de lo prohibido, no va a ser el único. La tragedia puede irrumpir en la vida de
cualquiera, pero Dios va a estar siempre al quite. El capítulo 6:1–6 es uno de los lugares
donde se dirime esta cuestión: sin duda, cuanto mayores derechos creemos tener, y
cuanto más abundantes son nuestras posesiones, más duro resultará que Dios las haga
desaparecer, y eso es algo que puede ocurrir en cualquier momento (6:2 ss.), y como va
a pasar de hecho en el último momento. Pues, ‘¿no van todos al mismo lugar?’ (6b) –
esto es, la sepultura.
Estamos, por tanto, abocados a tener que hacer frente a los caminos de Dios. En
términos de los tres títulos aplicados a su persona, se nos aparece ahora como
Sabiduría Inescrutable, dejando reducidos nuestros más brillantes pensamientos a poco
más que hipótesis.
El lugar donde se nos hace ver esto con la mayor de las consideraciones, y las más
grandes promesas, es 3:11, constituyendo una de esas inesperadas cumbres dentro del
libro: ‘Él ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus
corazones, de modo que el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el
principio y hasta el fin.’ Con esta sencilla frase queda plasmada la sorprendente y
embriagadora belleza de un mundo tan variado e inabarcable, que su orden interno se
escapa por completo a nuestra percepción. Pero ese orden interno es una realidad,
aunque nosotros no podamos percibirlo plenamente. El hombre, a diferencia de los
animales, está capacitado para tener al menos noticia de su existencia, aunque no en su
totalidad.
Una de las consecuencias es que no podemos extrapolar el presente. Tanto si las
cosas marchan bien como si van mal, tenemos que aceptarlas tal como vayan
presentándose, sabiendo de antemano que el cuadro en su totalidad cambiará en un
momento dado, y que así seguirá haciéndolo. ‘Dios ha hecho tanto lo uno como lo
otro’ –los buenos y los malos tiempos– ‘para que el hombre no descubra nada que
suceda después de él’ (7:14).
No cabe duda de que el futuro nos es desconocido. Lo que ya no es tan obvio es que
el presente, que se ofrece a nuestro examen, pueda igualmente eludirnos. El presente
le pertenece a Dios de igual medida que el futuro. ‘Y vi toda la obra de Dios, decidí que
el hombre no puede descubrir la obra que se ha hecho bajo el sol’ (8:17) –no puede
penetrar, en cuanto a su esencia más profunda, en las actividades del diario discurrir. Se
elaborarán al respecto diversas filosofías, pero todas ellas se quedarán cortas: ‘Aunque
el hombre busque con afán, no la descubrirá.’ La desazón que esto produce queda
magistralmente reflejada en 7:23, 24: ‘Dije, seré sabio, pero eso estaba lejos de mí. Está
lejos lo que ha sido, y en extremo profundo. ¿Quién lo descubrirá?’
Esa opacidad es todo un reto intelectual. Pero siempre cabe la posibilidad de verlo
como un absorbente problema a resolver y un muy saludable ejercicio mental. Cuestión
muy diferentes es, sin embargo, decidir si el universo nos es verdaderamente hostil –
159
esto es, si Dios nos es hostil o no. Pero eso es justamente lo que no podemos averiguar
por nuestros propios medios, y no hay paso alguno que podamos dar para tener ese
control. Ese parece ser el significado de 9:1, que habla de estar ‘en manos de Dios’.
Pero, ¿qué clase de Dios? A la persona que tiene conocimiento del Dios de Israel, eso le
aportará tranquilidad, pero para el que va buscando a tientas en la oscuridad es un
pensamiento paralizante. ‘El hombre ignora si eso es o no amor.’ ¿Ha de guiarse, pues,
por los atractivos de la naturaleza o por su despiadada crueldad? ¿Por la sonrisa de la
fortuna o por sus reveses – ambas cosas por igual imposibles de controlar aun por
mucho empeño que pongamos en ello?
Todo lo cual nos lleva a ese otro lugar desde el que se nos invita a contemplar la
existencia.

Los datos que aporta la experiencia


Uno de los pasajes más fascinantes del libro es el recorrido por las recompensas y
satisfacciones que se derivan de la experiencia. Qohelet nos invita a ponernos el manto
de Salomón, mente privilegiada y prácticamente libre de limitaciones, e iniciar nuestra
búsqueda. Con todo don y poder a nuestra disposición, extraño sería que volviéramos
con las manos vacías.
Empezamos por la sabiduría –como empresa más prometedora. Pero en un mundo
desordenado, ‘quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor’ (1:18), y ello a causa
de lo que viene a hacérsele evidente. Así, en un último análisis, y con independencia de
todo lo que la sabiduría pueda hacer por uno, en nada modificará el final de la
existencia. Ante la crisis que eso plantea, el sabio está tan desprotegido como el necio
(2:15–17) –y si su sabiduría no cuenta ahí, el fracaso está asegurado por muy
pretencioso que sea.
La alternativa es volverse a ‘la locura y la insensatez’ (1:17; 2:3b) –como cosa harto
frecuente en el mundo de hoy, y que enlaza con esos otros esfuerzos nuestros por dejar
a un lado lo racional y explorar el absurdo y el mundo de los alucinógenos. El placer,
claro está, formaría parte de otro ámbito más: el reino de lo múltiple, con su llamada a
los apetitos sensuales en uno de sus extremos (2:3, 8c), y el goce estético del buen
conocedor y del artesano en el otro.
Pero, aun en el caso de ocuparse de las aspiraciones más nobles, la satisfacción que
obtendríamos sería tan sólo pasajera. El juicio sobre la realidad del asunto no se hace
esperar –‘Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho’ (2:11)– y lo
conseguido no cuenta nada ante lo inevitable de la muerte. Y lo que lo hace todavía
más doloroso es darse cuenta que esa ausencia absoluta de resultados implica un total
y definitivo desvanecimiento. Los valores existen: ‘la sabiduría sobrepasa a la
insensatez, como la luz a las tinieblas’ (2:13), pero no persiste ni uno solo cuando
nosotros ya no estamos presentes –ni ninguna otra posible persona– para reconocer su
mérito.
La segunda y muy obstinada realidad es la existencia del mal, tan tiránico como la

160
propia muerte y revestido de un halo de tragedia. La falta de permanencia de la vida ya
es pesar grande, pero lo que acontece de injusto en ella puede llegar a ser insoportable.
Qohelet es particularmente certero a la hora de señalar los pecados más mezquinos
y las faltas más flagrantes: la envidia que suscita el éxito y que no se abate fácilmente
(4:4); la obsesión por el dinero, que hace del potentado un personaje digno de
conmiseración (4:7, 8); la vanidad, que mantiene al necio en su cargo más tiempo del
debido (4:13), y eso por nombrar tan sólo algunos de ellos. Pero lo que más lamenta
son ‘las opresiones que se cometen bajo el sol’ (4:1). ‘En lugar del derecho, está la
impiedad, y en lugar de la justicia, está la iniquidad’ (3:16); ‘En mano de sus opresores
estaba el poder’ (4:1). Las propias estructuras de la sociedad contribuyen a ese estado
de cosas (5:8), pero esos no son males que afecten tan sólo a los cargos oficiales, sino
que están igualmente presentes en la sociedad como un todo: ‘No hay hombre justo en
la tierra’ (7:20); es más, ‘el corazón de los hijos de los hombres está lleno de maldad, y
hay locura en su corazón toda su vida’ (9:3). El lector puede reflexionar acerca de la
falta colectiva de buen juicio, algo evidente en determinadas circunstancias –pero
también debería hacerlo acerca de esa enajenación que no siempre es aparente por
formar parte del espíritu propio de estos tiempos.
Coronando todo esto, como si los asuntos de la vida y de la muerte no bastaran,
está ese factor de índole menor, pero no por ello menos insidioso, de ‘el momento y la
suerte’ (9:11). El hombre bien organizado puede felicitarse a sí mismo por su propia
eficiencia, pero Qohelet ve más allá. Ese triunfo aparente no deja de ser mero auto-
engaño. Todo galardón, por muy deseable que pueda ser, encierra un núcleo de
frustración, y la búsqueda del sentido último de las cosas puede acabar asimismo en
fracaso, y verse el hombre al final sin nada. ‘No es de los ligeros la carrera, ni de los
valientes la batalla’ –no, desde luego, con total certidumbre. ‘Porque el hombre
tampoco conoce su tiempo’ (9:12). Puede pretender que sí lo conoce, pero la
pretensión no dura siempre. Y por eso se nos hace ver lo erróneo del pensamiento de
quien así lo ve. ‘Dios le dijo entonces, “¡Necio!…”.’

En busca de la roca madre


Si, al dar por concluido el análisis, poco es ya lo que queda por aclarar, el autor de
Eclesiastés habrá logrado su objetivo –pero sólo en lo que respecta a la labor
preliminar. Está claro que primero necesita destruir, pero justamente para poder
construir de nuevo. Las intencionadas cuestiones que ha planteado son aquellas a las
que la vida misma nos enfrenta si estamos atentos. El autor puede permitirse hacerlo,
pues sabe que al final aparecerán mejores noticias para nosotros. Pero eso tan sólo será
cierto si cesamos en nuestro empeño de pretender que no basta lo mortal y
perecedero. La realidad de la situación es que el hombre está dotado en esencia para lo
eterno.
Mejores y buenas noticias que, un tanto paradójicamente, tienen que ver primero
con un juicio.

161
Para aclarar esa paradoja, puede sernos de ayuda una pequeña digresión
momentánea, y ello con el fin de detenernos a examinar un ejemplo antiquísimo de
total y absoluta secularización, en absoluto suavizado por nuestras modernas utopías,
ni tampoco encorsetado por un exacerbado sentido de lo trascendental: única y
exclusivamente, un distanciamiento objetivo ayudado del más puro ingenio. El pasaje
en cuestión, traducido y parafraseado en su mayor parte de forma totalmente libre, es
un diálogo mesopotámico entre un amo y su criado, escrito que tal vez date de un
tiempo incluso anterior a Moisés.
‘Siervo, obedéceme.’ ‘Sí, mi señor.’
‘El carruaje, prepáralo. Me llegaré en él a palacio.’
‘¡Vaya, mi señor, allá!… A buen seguro que el rey os muestra su favor.’
‘No, criado, no voy a llegarme a palacio en mi carruaje.’
‘No lo haga, mi señor, no lo haga. Pudiera ser que el rey os destinara a un
remoto lugar. Imposible entonces os sería descansar.’
Lo siguiente que se le antoja es almorzar –decisión que el criado celebra con los
comentarios más adecuados. ¿Qué cosa más agradable puede haber que saciar el
hambre con ricos manjares? Pero el capricho es pasajero: no va a comer nada, por el
momento. El criado juzga esa decisión acertada: ¿no es el comer una actividad un tanto
vulgar?
El diálogo continúa así por un tiempo. Al amo se le ocurre ir de caza…; pero, no, en
el último momento cambia de idea. ¿Qué tal encabezar una rebelión –o, mejor aún,
desvincularse de tal intento? Mantenerse en silencio en el encuentro con su rival sería
buena idea… pero mejor aún decirle directamente a la cara la opinión que nos merece.
Todas y cada una de las distintas ideas que le pasan por la cabeza encuentran
comentario acorde por parte del criado, y así se va sosteniendo sucesivamente lo
contrario de lo anterior. ¡Señal evidente de buen juicio!
Llega entonces el momento de pensar en el amor (¡Por supuesto! ¿Qué mejor cosa
puede haber, señor, para descansar la mente de las fatigas de las cosas?). Pero esas
ganas se le pasan (¡Cuán sabio y prudente! La mujer es una trampa, una daga que
apunta al corazón). ¡Ahora sí que ha tenido una buena idea! Será todo un filántropo.
Pero, por otra parte… (Acertado una vez más, señor. ¿Qué beneficios le reportaría eso?
¡Pregúnteles a las calaveras del cementerio!).
Dominado por un humor caprichoso e inconstante, todo se examina y todo se
rechaza. Al final, este amo se hace a sí mismo una pregunta importante: ‘¿Qué es lo
verdaderamente bueno?’ La respuesta que da nos provoca un sobresalto: ‘Retorcerme
el cuello y luego el tuyo, y arrojarlos ambos al río –eso sí que estaría bien.’ Pero, claro
está, cambia de nuevo de opinión: retorcerá tan sólo el cuello de su criado, y le enviará
a él por delante.
Como es fácil de predecir, el criado tiene la última palabra. ¿Cómo iba su amo a
sobrevivir siquiera tres días sin los cuidados de su criado?

162
Podríamos concederle ahora una importancia desmesurada a ese hablar de ponerle
fin a todo con un pacto de muerte. Y, desde luego, es telón adecuado para esta
comedia ligera. Pero, aun así, cabe concederle un fondo de verdad: si nos dedicamos a
reírnos de todo lo que hay a nuestro alrededor, pronto nos quedaremos sin nada de lo
que mofarnos. La trivialidad asfixia más que la tragedia, y el gesto despectivo es el más
desesperanzador de todos los posibles comentarios.
La función de Eclesiastés es llevarnos a ese punto en el que empezamos a temernos
que esa sea la única conclusión posible. Y, desde luego, lo es: todo cuanto nos rodea
muere y desaparece. Nos vemos así enfrentados a la cruda realidad de que nada tiene
sentido, nada de lo que hay bajo el sol tiene valor. Pero es justo entonces cuando se
escucha una muy buena y muy cierta noticia, todo tiene su importancia y todo cuenta en
esta vida –‘porque Dios llevará todo a juicio, todo secreto quedará al descubierto, ya
sea bueno o malo.’
Así es como acaba el libro de Proverbios. La roca madre puede destruirnos, pero es
sólida piedra, no arenas movedizas. Siempre habrá una nueva oportunidad para
construir.

SEGUNDA PARTE

¿Qué nos está diciendo el libro?


—Comentario continuado

El autor, el lema y el repaso al escenario


Eclesiastés 1:1–11

Presentación del autor (1:1)


Un cierto halo de misterio rodea al modo en que el autor se presenta a sí mismo y
es más que probable que sea algo intencionado. Para empezar, poco le falta para
aparecer como el auténtico Salomón. Eso es algo, sin embargo, que no llega a suceder
en momento alguno a lo largo de todo el libro, pero, aun así, Proverbios y Cantares se
sirven de ese nombre para validar una autoría. Por otra parte, está también el curioso
doblete del título aunando lo eclesiástico con la realeza –casi como si se dijera ¡‘El
Vicario, Rey de Inglaterra’! Encontramos, además, otra muy curiosa y enigmática nota
en el versículo 16, con esa pretendida sabiduría que él ‘ha engrandecido y aumentado

163
más que todos los que estuvieron antes de mí sobre Jerusalén’. Con lo que queda
descartado cualquier otro posible sucesor comparable al sin par Salomón, a no ser el
propio Salomón, evidentemente, como único antecesor inmediato.
Si a esto añadimos el hecho de que toda señal distintiva de la realeza desaparece
tras los dos primeros capítulos, parece meridianamente claro que se espera de nosotros
que veamos en ese título algo no relacionado con una auténtica realeza, sino con la
propia categoría del escritor, siendo la apostilla de realeza un recurso para dar mayor
dramatismo a la búsqueda descrita en los capítulos 1 y 2. El Salomón que nos presenta
excede a la realidad (tal como lo da a entender con el término ‘sobrepasar, en 1:16) con
el fin de demostrar que incluso el hombre más dotado que concebirse pueda,
aventajando a todo posible rey que viniera a ocupar el trono de David, regresaría con
las manos vacías de su aventura en busca de la autorrealización.
Partiendo del relato en 12:9s, lo que tenemos es la semblanza de un estudioso cuya
vocación es enseñar, investigar, editar y redactar con espíritu creativo. Como escrito,
exhibe, aunque de forma indirecta, una valentía que se conjuga con una sensibilidad
fuera de lo común, y una maestría innegable en su estilo.

El lema (1:2)
Una tenue neblina, un ligero soplo del viento, un breve suspiro, nada a lo que poder
aferrarse, lo más cercano a la nula existencia. Esa es la clase de ‘vanidad’ que este libro
presenta.
Pero lo que convierte a esta visión de la vida en algo inquietante es justamente que
esa casi insustancial ‘nada’ no es mero enjuiciamiento de la apariencia externa de las
cosas, lo cual podría tener un cierto sentido, sino la suma de todo lo que puede
esperarse.
Y si eso es en verdad así –y el libro se esfuerza patentemente en demostrarlo–, el
término ‘vanidad’ asume notas de auténtica desesperación. Ya no va tan sólo a hacer
referencia a lo fugaz y transitorio, sino a lo ominosamente carente de sentido. El autor
dobla y refuerza la connotación de ácido desencanto con esa aparente parodia de otro
superlativo de uso común: ‘el santo entre los santos’ o ‘santísimo’. El vacío total, en
mudo contraste con la santidad absoluta que dio forma y contenido a la tradicional
piedad de Israel. Y el asunto queda zanjado con una sucinta valoración, ‘Todo es
vanidad’. En terminología más actual:
‘Futilidad absoluta…, absoluta futilidad.
¡Todo es futilidad!’
Ahora bien, ¿qué es lo que en realidad debemos entender con ese ‘todo? ¿Estarían
incluidos la virtud y asimismo Dios? ¿O es justamente ‘todo’ aquello que no está a la
altura de su Persona?
El autor no parece tener premura alguna por proporcionar una respuesta. Su
intención primaria parece ser llevarnos a examinar todas las cosas con mayor atención,

164
dentro del mundo que podemos ver a nuestro alrededor y las alternativas que ofrece, y
ello justamente antes de que él se comprometa y dé su propio punto de vista y postura
al respecto. Pero esa es una tarea que va a acometer con deliberada parsimonia, siendo
el primer indicio de ello una matización reveladora ‘bajo el sol’ (1:3), convirtiéndose a
partir de ese momento en punto de inflexión dentro del conjunto y nota reiterada en
casi una treintena de ocasiones en el curso de doce breves capítulos. Descartando su
uso como remoquete y coletilla –y hay que tener en cuenta que éste es autor que no
malgasta palabras–, se hace claramente patente que el escenario contemplado es el
mundo al alcance de nuestra observación, realizada al nivel más elemental.
De ser esto así, no sólo es ese grito suyo de alerta, ‘¡Vanidad de vanidades!’, el que
enmarca su visión de la existencia, sino el conjunto de todos sus comentarios al
respecto, y ello como genuino marco de referencia. En su final, el libro traza con firmeza
las lindes de lo que es y lo que debería ser, revelándose Qohelet como auténtico
hombre de fe. Pero, mientras tanto, lo que nos va ofreciendo son atisbos y sutiles
indicios. Y hay que aguardar expectantes las posibles consecuencias y repercusiones. La
tradición ha dado en llamar a este autor ‘el Predicador’, pero lo cierto es que su
pensamiento guarda tan estrecha relación con el discurrir de la mente humana, que casi
podría verse ahí la articulación audible de un pensamiento radical muy real y muy
cierto. El punto de diferencia radicaría en su voluntad de desarrollar ese pensamiento
común al límite de sus posibilidades y consecuencias. No va a haber, pues, senda, vía o
camino que él no transite y explore hasta ese punto en el que el asunto se revele fútil.
En última instancia, pues, quedará en pie una única posibilidad viable.
Este proceso ha sido descrito de forma tan admirable por G. S. Hendry que sería una
lástima no citarle aquí:
‘Qohelet redacta su escrito partiendo de unas premisas que no nos son
manifiestas, y su librito es, en realidad, un genuino trabajo de apologética… Su
aparente gusto por lo más mundano de la existencia obedece al objetivo que se
ha propuesto: dirigirse a un público general mediatizado por las limitadas
perspectivas del mundo. Y para hacerlo así, sale al encuentro de las gentes en su
terreno, enfrentándoles a su inherente vanidad. Asunto que se hace aún más
evidente por ese deseo suyo de querer abarcar la totalidad: ‘bajo el sol’.
Expresión que es resumen y anticipo del ámbito del Nuevo Testamento: ‘el
mundo’. Así, el escrito de Qohelet viene a ser en realidad una crítica del
secularismo del mundo y la secularización de la religión.’

El trasiego y sus afanes (1:3–11)


Ya habíamos llegado a este pasaje para tomar nota de esa expresión típica suya
‘bajo el sol’, quedando así netamente delimitado el marco referencial del libro. Fiel,
pues, a ese enfoque, esta primera secuencia completa examina la realidad de la
existencia dentro de unos límites mundanos que son iguales para todos los hombres.
¿Qué provecho…? Pregunta comprometida, tema característico. El término provecho

165
deriva del ámbito de los negocios, y es vocablo específico que en todas las Escrituras
únicamente aparece en este libro. Pero antes de apresurarnos a desecharlo como
vocablo cínico e interesado hay que recordar otra pregunta comparable y formulada en
el Evangelio: ‘¿Qué le aprovecha al hombre…?177, no siendo éste además el único caso
en el que Cristo y Qohelet hablan el mismo lenguaje. La pregunta es honesta y cabal.
Cualquier posible apetencia de arriesgada inversión que pudiéramos tener pronto se
disiparía si no hubiera nada detrás que le diera consistencia – y ¿qué garantía hay de
que eso vaya a ser así a largo plazo? ‘Te pasas la vida trabajando, esforzándote, y ¿qué
es lo que queda al final de todo ello?’, –así es como resumiríamos el tema de forma
libre.
Vale. De acuerdo. Pero lo cierto es que a veces uno espera hacer del mundo algo
mejor, o al menos dejar algo válido para los que vengan detrás. Así, como si hubiera
estado justamente esperando esa objeción, Qohelet dirige nuestra atención al
incesante hacer y deshacer que caracteriza la historia de la humanidad. Las
generaciones van sucediéndose por oleadas, con sus logros y sus fracasos; hombres que
hacen su aparición para desaparecer luego sin más, cayendo entonces sus nombres en
el olvido. Y todo ello con el trasfondo de un mundo que contempla impasible el
continuo sucederse de las generaciones. Y poca duda cabe de que será entonces el
mundo el único y último testigo de nuestra desaparición de la faz de la tierra. Y si eso es
así de forma inapelable, ¿cuál es, en realidad, el sentido y significado del hombre?
Por otra parte, además, el patrón que el propio mundo cumple, por mucho tiempo
que la tierra pueda durar, no deja de ser tan repetitivo e incesante como el nuestro.
Tantos comienzos prometedores que tendrán que repetirse, tantos viajes emprendidos
que se habrán de reanudar. Qohelet selecciona para nosotros tres ejemplos
representativos de esa repetición sin final, y comienza por el más obvio y evidente: el
del sol en su ir y venir, doblegándose obediente desde la curva majestuosa de su cenit
para declinar hasta su desaparición; para, tras haber cumplido con su tarea, retomarla
infatigable y sumiso al día siguiente. Los otros dos ejemplos parecen ofrecer en
principio una vía de escape de esa circularidad –pues, ¿qué puede haber más libre que
el viento, o menos reversible que el caudal del torrente? Ahora bien, si se sigue su curso
hasta el final, constatamos que todo vuelve a empezar de nuevo una vez más. Los
vientos ‘giran y giran sin cesar’; las aguas, tal como nos indica Job 36:27s, se recuperan
para que puedan volver de nuevo a regar la tierra. Así, la regularidad de los fenómenos
de la naturaleza nos evidencia que ‘nueva es cada mañana’ la misericordia divina,
ofreciendo a nuestro escrutinio un enfoque distinto, si es que lo que buscamos son
nuevas respuestas. El versículo 8 resume ese ciclo perpetuo, con su innegable
cansancio, pero queda más por ver.
Eso nos lleva a contrastar la realidad del escenario humano. Al igual que ocurre con
el océano, nuestros sentidos están siendo nutridos constantemente, pero nunca se
llenan a rebosar. Y al igual que la rueda de la naturaleza, nuestra historia no cesa de
volver sobre sí misma, posponiendo eternamente sus promesas. El viaje continúa;
nosotros nunca terminamos de llegar. No hay lugar bajo el sol al que merezca la pena
retirarse, nada que buscar que sea en verdad satisfactorio, ni nada genuinamente
166
nuevo por lo que entusiasmarse. Y si a lo que aspiramos es a dejar memoria nuestra
para la posteridad, sucederá en última instancia que en esa posteridad no hay ni el más
leve indicio de nuestra existencia (11).
Dos aclaraciones, llegados a este punto. La primera, por puro amor al detalle,
¿cómo se supone que debemos entender ese ‘no hay nada nuevo bajo el sol’? ¿Hasta
qué punto hay que tomarlo al pie de la letra? Pues bien, es muy probable que el uso
corriente de la expresión sí dé la medida. Así, creo que se ha de entender como un
comentario de índole general acerca del panorama que ofrece la humanidad, y desde
luego no como una afirmación relativa al mundo de las genuinas invenciones. Nadie va
a poner en duda la capacidad de inventiva del ser humano, y Qohelet no es excepción.
Ahora bien, puede y suele suceder ‘que todo cambia para que todo quede igual’. Bajo
un nuevo ropaje, las cosas y las personas continúan de la misma manera. Como raza,
nunca acabamos de aprender.
La segunda cuestión es averiguar cuál es el alcance de ese constante retornar al
principio. Hay quien ve ahí un anticipo de los estoicos y su concepción circular del
tiempo, siendo la vida como una inmensa tela de araña que teje incansable e incesante
el mismo esquema vital a intervalos predeterminados por la eternidad. Eso vendría a
suponer que el futuro en su totalidad estaría condenado a volver tras sus pasos,
dándose de nuevo la situación en la que el presente lector se encuentra ahora mismo; y
ello no sólo una vez, sino en incontables ocasiones.
Vistos en sí mismos, los versículos 8 y 9 (Lo que se hizo, eso será…) bien podrían
tener ese significado. Pero lo cierto es que los encontramos en el contexto de un libro
que se ocupa de las cuestiones morales como válidas, y que utiliza al respecto términos
como ‘justo’ y ‘malvado’, haciendo además referencia expresa a un juicio que
acontecerá en su momento, lo cual no tendría ningún sentido si estuviéramos
atrapados en un proceso sin alternativas. Pero lo que ahí se nos muestra es la fatiga del
mucho afanarse sin por ello avanzar gran cosa; y mientras que eso es algo muy distinto
del fatalismo que hemos examinado, sigue estando, pese a todo, muy lejos de la noción
de peregrinaje que domina el Antiguo Testamento.
¿Tenemos que ver ahí una gradual desaparición de las más sólidas convicciones?
Gerhard von Rad considera, con este autor, que ‘la literatura sapiencial perdió su último
punto de contacto con la antigua manera de pensar de Israel en términos de salvar la
historia y, en lógica consecuencia, volver al modo de pensar cíclico característico de
Oriente, aunque, eso sí, en formas ya secularizadas’. Ese es un enfoque honesto de la
cuestión, si ‘el modo cíclico de pensamiento’ no es más que un interés en el ciclo propio
de las estaciones y los ritmos de la vida. Y siempre será muy fácil olvidar que si Qohelet
está ahí adoptando la postura del hombre de mundo, para demostrar lo que eso
supone, será entonces ése el enfoque que pormenorice. Y si lo está haciendo así con
objeto de resaltar y suscitar el deseo de algo mejor, tal como se encargan de dejar
patente los capítulos finales del libro, no debería en cambio identificársele con ello, a
no ser en virtud de su interés por sus semejantes y la profundidad de su análisis.

167
La búsqueda de la satisfacción
Eclesiastés 1:12–2:26

El buscador (1:12)
El poema sobre el que hemos estado reflexionando es el que marca el tono general
del libro, con ese lema que engloba todo un tema y con la panorámica que ofrece de un
mundo sempiternamente afanoso y desoladoramente inconcluso.
Pero ahora el tema adquiere un perfil más pronunciado. De las analogías y las meras
impresiones, pasamos al contacto inmediato con la experiencia. Y la tarea que nos
aguarda va a consistir en analizar un amplio muestrario de empresas acometidas por el
hombre, y ello con el fin de preguntarnos si es que hay algo en este mundo que tenga
un valor duradero. El autor del libro logra de hecho transmitirnos lo apremiante de esa
búsqueda y los primeros afectados por ello somos nosotros mismos. Sin embargo, esa
curiosa mezcla de títulos aplicados a su propia persona, ‘Qohelet’ y ‘Rey’, nos advierte
del carácter dual de su alocución, y ello en total consonancia con lo visto al principio.
Para los propósitos de este pasaje, el predicador viene a ser como un segundo Salomón,
y eso es algo que podemos igualmente hacer nosotros imaginariamente. Equipados con
todas esas ventajas, nuestra búsqueda no será ni limitada ni tentativa, sino teñida de
realeza, indagando así en todo cuanto el mundo tenga que ofrecer a un hombre de
genio ilimitado y de riquezas. Y, dadas las circunstancias, podemos tomar sus hallazgos
como definitivos. Según cita suya (2:12), ‘¿qué hará el hombre que venga después del
rey?’
Pudiera ser, pues, si bien de pasada, que esta primera aproximación al texto se
llevara a cabo en comparación con otro pasaje, escrito también en primera persona: el
sondeo de las intenciones del corazón que el apóstol Pablo hace al final de Romanos 7.
Cada una de estas dos confesiones tiene una más amplia referencia al hombre en
concreto que ha tomado la palabra. Así, entre los dos, esto es Qohelet y Pablo, exploran
para nosotros el mundo tanto externo como interno en esa búsqueda suya por hallar
sentido y su lucha por alcanzar la victoria moral.
Con esa candidez que le caracteriza, y que tan demoledora nos resulta, Qohelet no
tarde en presentarnos lo peor. Esa búsqueda suya ha resultado en nada. Para evitarnos
el mal trago de ver frustradas nuestras esperanzas, advierte desde un principio acerca
del resultado de la empresa (1:13b–15) antes de acometerla (1:16–2:11), para, por
último, compartir con nosotros las conclusiones a las que ha llegado (2:12–26).

168
El resumen (1:13)
Sin crear obstrucción, pero de forma significativa, Qohelet resume sus hallazgos en
términos que, momentáneamente, se apartan del campo de la visión secularizada.
Reflexiona sobre la desazón que provoca el diario existir, algo que está al alcance de
cualquier posible observador, pero que Qohelet rastrea en su origen hasta llegar a la
voluntad de Dios. Es la divinidad quien ha puesto ese desasosiego en los hijos de los
hombres. Algo que quizás puede tener más tono de amargura que de fe en el Creador,
pero que, de hecho, apunta a lo que de positivo puede encontrarse en sus capítulos
finales. En el peor de los casos, eso supondría la presencia de un cierto sentido, y no la
sinrazón de la casualidad y la suerte, en aquellas situaciones a las que tendríamos que
enfrentarnos, aun cuando ese sentido nos planteara un reto. Cabe, sin embargo,
igualmente la posibilidad de que todo ello formara parte de una disciplina impuesta por
Dios como secuela inevitable de la Caída. Así es como Pablo – con la mirada puesta sin
duda en Eclesiastés –interpreta los trabajos y fatigas de este mundo: ‘Porque la
creación fue sometida a vanidad… por causa de aquel que la sometió en la esperanza’.
Esa esperanza, sin embargo, está fuera de nuestro alcance, tal como vendrá a
quedar patente en la consiguiente búsqueda. El versículo 15 añade dos recordatorios
más acerca de esas limitaciones nuestras, y lo hace con la concisión de un proverbio. La
BA lo expresa con meridiana claridad: ‘Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta
no se puede contar’. Da igual que lo torcido y la falta de medios se deba a un fallo
nuestro o a unas circunstancias adversas que no nos es posible alterar. Como seres
humanos, estamos abocados a hacer frente a lo poco que podemos hacer. Con esta
realidad presente, unimos fuerzas con Qohelet en su análisis de tan primordial cuestión.

Un muestreo de la realidad de la existencia (1:16–2:11)


A tenor de tan notable pensador, la búsqueda ha de comenzar de forma natural con
la sabiduría, y ello por ser la cualidad más altamente ensalzada en su círculo. Pero lo
cierto es que nada nos dice sobre su principio básico, el temor al Señor, y se puede
asumir ahí que la sabiduría de la que él habla es (tal como su metodología requiere) el
pensamiento bien trabado que el hombre pueda desarrollar por sí mismo. Pero si bien
es en verdad espléndido y nada puede comparársele (2:13), lo cierto es que no tiene
respuesta ante nuestra angustia vital. Lo que sí consigue es agudizar nuestra percepción
del hecho en base a su claridad.
No cabe duda de que Qohelet se toma la sabiduría muy en serio, y ello como
disciplina que se ocupa de las cuestiones últimas de la existencia, y no como mera
herramienta que facilita la ejecución de una tarea. Si esa segunda opción fuera cierta, si
eso fuera todo, sólo aspiraríamos a un éxito en el aquí y ahora. Pero la auténtica
sabiduría está relacionada con la verdad, y la verdad nos lleva a admitir que el éxito
mundano puede jugarnos una mala pasada, ya que, además, en este mundo nada

169
permanece. Aún tiene más que decir a este respecto, pero, entre tanto, esa primera
aproximación al tema basada en el reposo ha cedido terreno.
Por eso se lanza de lleno ahora al mundo de la frivolidad, si bien, una parte de él se
mantiene alejado del tráfago –la mente todavía me guiaba con sabiduría– con el fin de
juzgar rectamente en qué acaba una vida fútil y cómo le afecta eso al hombre. Lo
primero que se hace evidente es la ‘paradoja del hedonismo’, que cuanto más placer
busca, menos se encuentra. Sea cómo fuere, Qohelet quiere encontrar algo que
suponga algo más que una gratificación inmediata. En realidad, se trata de una
deliberada huida de la racionalidad, intentando conseguir penetrar en el secreto de la
vida allí donde la razón puede bloquear el paso. Esa es la fuerza que alienta en el
versículo 3b: ‘cómo echar mano de la insensatez, hasta que pudiera ver qué hay de
bueno bajo el cielo que los hijos de los hombres hacen…’
Esta actitud que nos evoca a la época actual, con su culto a lo irracional en sus
distintas facetas, desde el romanticismo más apasionado, al ansia desesperada del
adicto por acceder a estados insólitos de la conciencia; y aún más allá, en un nihilismo
que cultiva con esmero lo desagradable y lo horrendo, lo obsceno y lo absurdo, y no
como mero pasatiempo, sino como intencionado ataque frontal a los valores de la
razón. Y si bien Qohelet no nos lleva a estadio tan avanzado, la valoración de su propia
vivencia de la insensatez pone de relieve tanto su desazón como su desencanto. Así, su
desagradable descalificación del placer, ‘¿Qué se logra con ello?’, viene a quedar
reforzada por una rotunda condena de la risa, ‘Es locura’; y, en las Escrituras, la ‘locura’
y la ‘insensatez’ llevan una carga de perversión de lo moral y no sólo de anomalía
mental.
Pero para que una risa merezca en verdad ser descalificada, ha de ser por un
carácter de fondo cínico y destructivo. Y si ello es así, estaríamos ahí muy próximos a la
comedia negra y al humor malsano.
Como si se arrepintiera de esa reacción excesiva ante la futilidad del placer, pasa a
ocuparse de los goces de la creatividad. Toda su energía se canaliza ahora en un
proyecto artístico a la altura de sus gustos estéticos, de su conocimiento de las ciencias
y las técnicas, y de su capacidad para poner en marcha un gran proyecto: un mundo
propio a escala menor, dentro del mundo en su inmensidad, multiforme, armonioso,
exquisito, cual nuevo Jardín del Edén, y abundante tanto en placeres civilizados como
en delicias no tan domesticadas (8), y sin frutos prohibidos – o al menos ninguno que él
incluya en esa categoría (10). Y en medio de todo ello, se ha precavido de no caer en el
fácil aburrimiento, combatiéndolo con una actividad febril, que es valorada en sí misma
(10), manteniéndose vigilante en todo momento de la marcha de sus proyectos a la par
que inmerso activamente en su realización. ‘Mi sabiduría permaneció conmigo’ (9) nos
informa, lo cual viene a querer decir que no ha perdido de vista la búsqueda original, su
anhelo por hallar el significado de las cosas, y ello como origen y razón de todos sus
afanes.
Ahora bien, ¿qué es lo que, en definitiva, ha alcanzado? Una mente menos
inquisitiva y exigente que la de Qohelet tendría mucho de lo que hablar con
satisfacción. Los resultados obtenidos han sido en verdad brillantes. En la esfera de lo
170
material, el perenne objetivo del agricultor por (según expresión nuestra) conseguir que
la tierra rinda el doble de lo que antes daba, es ya una realidad indiscutible, mientras
que, en el ámbito de lo estético y artístico, había logrado crear una auténtica delicia
para el experto conocedor. Si ‘un objeto hermoso es fuente de gozo inagotable’, su
búsqueda de lo atemporal y absoluto no había sido en vano. O así solemos pensar.
Qohelet ya no va a querer nada de todo eso. Considerar todo logro terrenal eterno
es vana pretensión y mera retórica, y nada de cuanto es perecedero podrá satisfacerle.
En versión un tanto libre, eso significaría ‘Me vine a dar cuenta de que nada de todo eso
tenía valor alguno. No era sino correr tras el viento’.

La evaluación (2:12–26)
El breve y muy tajante veredicto del versículo 11 necesita ser elaborado en cierta
medida, pues, al ahondar en las posibilidades que ofrece la existencia, Qohelet no
estaba actuando basándose exclusivamente en su propia experiencia. Si él mismo ha
regresado con las manos vacías, aun al amparo de los logros de Salomón, ¿qué
esperanza cabía esperar para los demás (12)? Lo cual le lleva de nuevo a las dos grandes
alternativas, la sabiduría y la insensatez, con el ánimo de compararlas primero y hacer
después una valoración radical de las mismas. ¿Tenía alguna de ellas algo que ofrecerle
en relación a esa búsqueda final suya? Ambas posibilidades habían sido puestas a
prueba por él en su experimento (1:17–2:10) –pues incluye ‘locura’ no sólo como ‘la
insensatez’ de la autoindulgencia y el cinismo, sino como la obtención de cualquier
placer, incluido el mayor que imaginarse pueda, como evasión ante pensamientos
dolorosos a los que hay que hacer frente. Eso estaba suficientemente claro partiendo
de 1:18, donde la conclusión era ‘quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor’,
suscitando una respuesta de inmediato: ‘Vamos a poner a prueba todo aquello que el
placer promete. Divirtámonos’.
La pura comparación entre la sabiduría y la insensatez es fácil de hacer, pero la
valoración final es devastadora, pues es imposible obviar que donde una se revela como
la luz, la otra es la oscuridad absoluta (13, 14a). Pero Qohelet aguza ahí el ingenio
recordando que todo eso son abstracciones y nosotros somos seres reales. De poco va a
servir recomendar el valor intrínseco de la sabiduría, si en última instancia ninguno de
nosotros va a estar presente para aplicarla o, menos aún, para valorarla, siendo esa la
razón evidente de que los logros puramente humanos, que nosotros consideramos
ahora duraderos, no sean tales. Como hombres de mundo, podemos intentar actuar
como si lo fueran, pero al precio de no reconocer lo que Qohelet sí constata: todos
serán olvidados en los días venideros (16). Él no se hace falsas ilusiones, aunque, en
buena ley, tendríamos que ser nosotros presa del desánimo –como generación a la que
los promotores de la secularización le recuerda continuamente que el planeta está
moribundo.
De ahí que, por primera vez en todo el libro, pero ni mucho menos la última, el
actor de la muerte aboca a una detención forzosa. Si todos hemos de correr la misma

171
suerte, y esa suerte supone extinción, le roba al hombre la razón de ser de su dignidad y
sus proyectos para el futuro; resultados que encontramos constatados en 14–17 y
18–23.
En cuanto a la dignidad del hombre, lo que convierte en algo mortificante (¡qué
término tan apropiado para el caso!) la equiparación última entre sabios y necios a
causa de la muerte –a lo que cabría añadir también entre ‘hombres buenos y hombres
malos’, ‘santos y sádicos’, o cualquier otro posible par en oposición– es que, si eso es
cierto, se le concede la última palabra al factor mera fuerza bruta que arrasa con todo
posible juicio de valor que se haga. Todos los datos pueden apuntar a la invalidación de
la insensatez como concepto correspondiente con la sabiduría, o la de la bondad con la
maldad, pero poco va a importar: si la muerte nos espera a todos al final de la
carretera, los que defienden que no hay razón alguna para discriminar y elegir se
alzarán con la última palabra. Las opciones que reconozcamos como válidas a título
personal y privado serán desechadas y dejadas a un lado.
Y aborrecí la vida. Si todo lo que podemos esperar es una engañifa en el núcleo
central de la existencia, y la insensatez como compañera perpetua de vida, ¿quién va a
tener el valor de acometer empresa alguna de valía? Si todas las cartas de nuestra
baraja están marcadas de antemano a favor del adversario, ¿qué más dará cómo
juguemos la partida? ¿Por qué tratar a un rey con más respeto que a un truhán?
Debemos hacer ahora un inciso importante. No cabe duda de que esta visión
pesimista y un tanto cínica de la vida es clara prueba de nuestra capacidad de
enjuiciamiento de las situaciones. Sentirse ultrajado por lo universal e inevitable de una
situación adversa parece apuntar a un descontento de índole divina, un claro indicio de
lo que se apunta en 3:11 como anhelo de ‘eternidad’ en el corazón humano. De hecho,
nuestro versículo 16 emplea ese término para lamentar la falta de perdurabilidad de
todo lo que es sabio.
Los versículos 18–23 se ocupan de un mal menor, pero con capacidad para agostar
el espíritu: la frustrante incertidumbre del resultado de cualquier posible tarea o
empresa que acometamos una vez que quedan ya fuera de nuestro control, tal como
inevitablemente viene a suceder. Partiendo de unos principios propios, el hombre de
mundo no podría ahí objetar nada, siempre y cuando lo acometido prospere y perdure
mientras él viva; pero lo cierto es que esa inapelable falta de permanencia sí que es
algo que le frustra y condiciona, porque comparte con el resto de la humanidad un
anhelo innato por lo permanente. Cuanto mayor haya sido el empeño puesto en su
trabajo (y los versículos 22s revelan lo obsesiva que esa carga puede llegar a ser), mayor
amargura suscitará la idea de que los frutos de sus esfuerzos vayan a acabar en manos
de otros –y, casi con toda probabilidad, en unas manos indebidas. Otro duro golpe,
pues, contra nuestros anhelos y esperanzas, ya vislumbrado al inicio del capítulo, de
hallar realización permanente en el trabajo esforzado y los grandes logros. En realidad,
el propio éxito acentuará el anticlímax.
Pero por fin aparece una nota de esperanzada alegría. Pudiera ser que, en realidad,
hubiéramos estado esforzándonos con excesivo ímpetu. El trabajador compulsivo de los
versículos 22s, que sobrecarga sus días con trabajos y sus noches con preocupaciones,
172
se ha estado perdiendo los gozos más sencillos que Dios nos proporciona. La auténtica
disyuntiva, pues, no era entre trabajar y reposar, sino, si hubiera estado atento a ello,
entre actividad con un sentido y activismo irrelevante. Tal como plantea el versículo 14,
el trabajo que le estaba tiranizando es en potencia un gozoso don de Dios (tal como lo
es asimismo el propio gozo, 25), si hubiera sido capaz de verlo así y aceptarlo.
He ahí, pues, la otra cara de esa ‘tarea dolorosa dada por Dios a los hijos de los
hombres’ (1:13), puesto que, en sí mismas, y usadas de forma adecuada, las cosas
básicas de la vida son agradables y buenas. La comida, la bebida, y el trabajo son
ejemplos de ello, y Qohelet aún tiene algunos más. Lo que viene a estropearlas es
nuestro deseo de sacar de ello más de lo que pueden dar, actitud en la que nos
diferenciamos de las bestias y causa principal del tema que ocupa el presente libro.
Así, al menos por un momento, se ha alzado el velo en el versículo 26, para
mostrarnos algo muy distinto a lo meramente fútil. No cabe duda de que el escrito va a
terminar con una nota fuertemente positiva, y así, mientras llega el feliz momento, se
nos va anticipando en esas visiones que sí hay una respuesta y que no cabe imputarle al
autor un espíritu derrotista. Si no vacila en abocarnos a la desilusión, es porque quiere
enfrentarnos a toda costa a la realidad.
Esa afirmación suya en este versículo final podría leerse con descuido y ver ahí una
válvula de escape para los favorecidos de Dios, librándolos de los riesgos del mundo
material que hemos ido enumerando. La versión en lengua inglesa TDE se extralimita en
su deseo de evitar esa impresión al eliminar el término ‘pecador’ (sin razón alguna que
lo justifique), haciendo referencia a aquellos en los que Dios se agrada simplemente
como ‘aquellos que le agradan’ o ‘que más le agradan’ en comparación con otros. Pero
incluso sin esa distorsión gratuita, sería fácil perderse el contraste vital de este
versículo, que es el que hay entre los dones espirituales que Dios concede (sabiduría,
conocimientos, gozo), que tan sólo podrán desear o recibir aquellos que agraden a Dios,
y la frustrante tarea de amasar fortunas que no pueden conservarse, y que es la suerte
que les espera a quienes le rechacen. El hecho de que al final todo lo acumulado por el
pecador irá a parar a manos del justo no deja de ser el remate irónico de algo que ya
era, de todas maneras, vanidad y correr tras el viento, suponiendo a su vez, para el justo
la suma reivindicativa, y nada más. Al igual que ocurrirá con los mansos, que vendrán a
ser los que hereden la tierra, su tesoro se halla en un lugar muy distinto y es de una
naturaleza completamente diferente.

La tiranía del tiempo


Eclesiastés 3:1–15

173
Puede que ‘tiranía’ sea un término demasiado fuerte para ese tenue flujo y reflujo
que ahí se describe y que nos lleva, todos los días de nuestra existencia, de una
actividad a su opuesta, y de nuevo vuelta a empezar. Pero esa forma de verlo tiene su
atractivo pese a todo, con esos cambiantes estados de ánimo y distintos períodos y
ritmos característicos de toda actividad humana. El ritmo, con lo que tiene de
cambiante, siempre tendrá algo de atrayente, pues ¿quién querría vivir en una eterna
primavera –‘tiempo de plantar’, pero sin momento de recoger– o cómo envidiar al
hombre de negocios insomne que encontramos en el último capítulo?
Sin embargo, en el contexto de una búsqueda final, no sólo es igual de inútil el
movimiento de aquí para allá que los ciclos sin fin del capítulo 1, sino que, además,
conlleva ciertas implicaciones que le son propias. Una de ellas consiste en ese bailar al
son, o los sones, que se escuchen, y que en ningún caso va a ser cosa nuestra. Una
segunda consecuencia es que nada de lo que perseguimos con afán es permanente. Nos
volcamos de lleno en una actividad que nos absorbe y que nos parece satisfactoria sin
saber si la hemos elegido libremente. ¿Cuánto tiempo transcurrirá antes de
encontrarnos haciendo justo su opuesto? Pudiera ser que nuestras aparentes
elecciones no gozaran de mayor radio de libertad que nuestra reacción involuntaria
ante el invierno y la primavera, la niñez y la vejez, dictada de forma inexorable por la
marcha del tiempo y de unos cambios no buscados.
Visto desde esa perspectiva, la cantinela ‘tiempo de…, y tiempo de’ empieza a
resultar opresiva. Con independencia de cuál pueda ser nuestra capacidad de iniciativa,
las cambiantes estaciones dominan nuestra existencia, y no tan sólo las que marca el
calendario, sino las que van y vienen según vaya decidiendo el curso de los
acontecimientos, pasando de aquello que nos parece conveniente y adecuado en
determinado momento, a aquello que viene a suponer todo lo contrario. Resulta
entonces evidente que poco es lo que podemos hacer respecto a esas distintas
situaciones que nos mueven a llorar o reír, hacer duelo o danzar, dado que, además,
incluso nuestros actos más conscientes y deliberados pueden estar asimismo
condicionados por lo temporal y en un grado mayor de lo que podríamos suponer.
‘¿Quién habría podido imaginar –conjeturamos en ocasiones– que llegaría el día en que
me iba a encontrar a mí mismo haciendo tal o cual cosa, y haciéndola, además, por
obligación? Y así viene a suceder que la nación amante de la paz se apresta para la
guerra, o el pastor afila el cuchillo para sacrificar al animal cuya salud restableció
tiempo atrás; el coleccionista se deshace de esas piezas tan preciadas; los amigos se
separan irreconciliables; a la necesidad de hablar sigue el deseo de permanecer callado.
Nada de lo que hacemos, al parecer, se libra del relativismo y la tensión –prácticamente
impuesta– por lo que nos viene del exterior.
La reacción más natural sería entonces buscar lo auténtico y real en algo que no
esté a merced de los cambios, considerando el mundo de la experiencia cotidiana una
mera distracción. Sorprendentemente, y con innegable maestría, Qohelet nos da la
pista en el versículo 11 para ver ese continuo cambio no como algo desestabilizador,

174
sino como un nuevo sistema, procedente de Dios mismo y dotado de su atractivo. El
problema que surge entonces no es que la vida se niegue a permanecer estable, sino
que nosotros tan sólo vemos una mínima fracción de sus movimientos y de su muy sutil
e intrincado diseño. Pero lo cierto es que, en lugar de estabilidad, se nos da algo mejor:
un propósito dinámico de origen divino dotado de un principio y un final. En lugar de
gélida perfección, se nos ofrece el caleidoscopio de un movimiento fraccionado en
incontables procesos, cada uno de ellos distintivo en carácter y concapacidad para
florecer y madurar en el momento adecuado, hermoso en su momento, contribuyendo
en su medida a la obra del Creador. Tenemos atisbos de esos momentos gloriosos,
intercalados con tantos otros de total oscuridad, que sin embargo no logran
satisfacernos del todo por carecer de un sentido que nos resulte comprensible. A
diferencia de los animales, que no tienen conciencia temporal, anhelamos ver las cosas
en su contexto total, y ello justamente por ser innato en la raza humana el ansia de
eternidad; o, al menos, lo suficiente para poder comparar lo fugaz con lo perdurable.
Nos parecemos a los miopes que avanzan a tientas a través de un lienzo de vastas
proporciones en nuestro afán por llegar a captar hasta los más mínimos detalles de su
diseño. Distinguimos lo suficiente como para poder reconocer en parte la cualidad de su
textura, pero el diseño total escapa a nuestra percepción, pues nunca podremos
distanciarnos lo necesario para poder contemplarlo desde la perspectiva de su Creador:
completo y detallado, perfecto en su esplendor, y ello de principio a fin.
Esta imposibilidad de llegar a comprender en profundidad es frustrante para el
humanista secularizado, pero no en cambio para el creyente. Sin duda, ambos pueden
buscar refugio en sacarle el mayor partido posible a la vida tal como se nos presenta,
pero la cuestión es que el hombre al que le falte la fe lo estará haciendo en el vacío. El
versículo 12 no es tan frívolo como pudiera parecer según algunas versiones donde
aparece ‘regocijarse’ pues, en realidad, sería literalmente ‘hacer el bien’, vid. ‘hacerlo lo
mejor que se pueda’; pero, aun así, la parte final ‘en su vida’ proyecta una sombra a
toda de la empresa. Si nada es permanente, aunque mucho de nuestro trabajo puede
que nos sobreviva por un dilatado espacio de tiempo, no estaremos sino rellenando
huecos en el tiempo; y la desazón de ese pensamiento viene a apoderarse de nosotros
en un momento u otro.
El creyente, en cambio, puede aceptar ese mismo panorama sin ver en ello una
traba con una tarea encomendada. Lo que podamos hacer es un don de Dios (13), una
porción de tiempo concedida por Dios, con un propósito que sólo Él conoce, y ello como
parte de un proyecto divino de dimensiones eternas. Dios no hace nunca nada en vano.
Así, y tal como el versículo 14 resalta, Sus planes, a diferencia de los nuestros, no
necesitan ni correcciones ni enmiendas: son para siempre. El ‘será perpetuo’ de este
versículo enlaza con la eternidad puesta en sus corazones (11). Y el poder participar en
ello, aun a escala modesta, supone librarse de la ‘vanidad de vanidades’.
Así, el párrafo en su totalidad nos obsequia a partes iguales con la ‘bondad y la
severidad’ que encontramos asimismo en Romanos 11:22, ‘severidad para con los que
cayeron, pero para ti, bondad de Dios…’. El hombre sujeto a este mundo, a la luz de
nuestros versículos 14 y 15 y de la sección en su totalidad, se encuentra prisionero de
175
un sistema al que no puede poner fin o plegar a su voluntad, y tras todo ello, está Dios.
No hay escapatoria posible, ni lugar alguno en el que pueda depositar todo aquello que
le estorba o le incrimina. Pero el hombre de Dios escucha estos versículos sin esa
aprensión. Para él, el versículo 14 habla de la fidelidad divina que transforma el temor a
Dios en una relación filial que da fruto en abundancia, mientras que el versículo 15 le da
seguridades de que con Dios puede conocerse todo de antemano, y nada va a ser
pasado por alto o inadvertido. Dios no acomete empresas que luego abandone, y
tampoco se olvida de las personas. Una vez más, Qohelet ha dejado bien patente, y
sobre la marcha, que la desesperanza ahí retratada no se corresponde con lo que él
siente, y que tampoco tiene por qué ser lo que experimenten sus lectores.
Quedan todavía más cosas que comentar y añadir. El ser humano en sociedad va a
ser su siguiente foco de interés, centrándose muy específicamente en el ejercicio del
poder.

Las dificultades de la existencia


Eclesiastés 3:16–4:3

Lo que ahí tenemos no es un cambio total de tema, pues sigue presente la noción
de unos tiempos determinados y el poder que ejercen sobre nosotros. Y así lo confirma
el versículo 17. Pero el problema de la injusticia es demasiado acuciante como para
reducirlo a una simple ilustración de ese tema. Se convierte, en cambio, en cuestión
principal durante un tiempo en el capítulo 4, y reaparecerá a intervalos en posteriores
pasajes.
En primer lugar, sin embargo, se contempla en el marco de los reveses de la vida y
los cambios inesperados, que son el foco dominante en el capítulo 3. Pocas cosas hay
que reclamen más legítimamente reparaciones que la injusticia. En realidad, esa vendría
a ser la única ganancia obvia ante los giros de la fortuna en nuestra vida. El hecho de
que todo en este mundo sea temporal y mera circunstancia es anticipo del final del
crudo invierno y es asimismo un auténtico milagro. La moral se ve fortalecida ante el
convencimiento de que Dios va a juzgar (17), y por la certeza de que, para cualquier
posible hecho o situación, Él ya tiene prevista una solución.
Ahora bien, si eso es así, ¿por qué tanta dilación? ¿Por qué no es ya el presente el
momento adecuado para hacer que impere la justicia en todo el mundo? Ante tan
candente cuestión, respuesta cortante como el acero, y es el versículo 18 el encargado
de ponernos en nuestro sitio: no es, ni será, prerrogativa y asunto nuestro enseñarle a
Dios cómo actuar, sino descubrir el fondo y la verdad de nuestra propia persona. Y no
parece haber lección que más nos cueste aprender. (Iniciado ya el siglo XXI, seguimos

176
con la tendencia a negar nuestro innato estado de pecaminosidad.) Así, cuando el
versículo 18 nos expone que Dios [nos] ha probado (o expuesto) para que [veamos] que
[somos] sólo bestias, el choque que experimentamos sigue siendo tremendo. Cierto, y
como negarlo, que la traducción del original como bestias es en parte cuestionable,
pero hemos de admitir que, con independencia de nuestra patente inclinación a la
crueldad y lo mísero, lo cual nos situaría por debajo incluso de las propias bestias, hay
como mínimo dos factores en relación al ser humano que respaldan esa acusación: la
presencia indiscutible de la avaricia y los ardides en nuestros asuntos (que es el tema
sometido a examen, versículo 16), y la mortalidad como característica común a toda
criatura terrenal. El primero de esos tristes hechos vuelve a aparecer en el siguiente
capítulo, mientras que el segundo ocupa lo que resta del presente, y ello en clara
interrelación con otras partes del Antiguo Testamento. El versículo 20, que nos muestra
al hombre en su peripecia desde que sale del polvo hasta que vuelve a él (Génesis 3:19),
nos lleva a la Caída, a lo que se suma la nota irónica de habernos creído dioses y vernos
reducidos al nivel de mero ganado.
¿Hay algo entonces de nuestro ser que perviva más allá de la muerte? Desde su
perspectiva, Eclesiastés tan sólo puede responder: ¿Cómo saberlo? Aliento, o espíritu,
en estos versículos, es la vida que Dios da a los animales y a los hombres por igual,
equivaliendo su retirada a la muerte, tal como es el caso en el Salmo 104:29s. Es
evidente, pues, que al menos tenemos eso en común con las bestias. Sin embargo, el
que ‘espíritu’ venga a suponer algo eterno para el hombre es asunto que no puede
dirimirse sólo por la mera observación.
Con todo, el eco del Salmo 49, que hace asimismo una comparación entre los
hombres y las bestias, nos recuerda que sí hay una respuesta. Ante la disyuntiva, el
hombre de fe puede decir: ‘Pero Dios rescatará mi alma del poder del Seol, y me
acogerá en su seno.’ Es el hombre en su ‘engreimiento’, el hombre falto de
entendimiento, el que es ‘como las bestias que perecen’, y ese es el hombre del que
justamente se ocupa Eclesiastés.
A esa clase de personas el versículo 22 les ofrece lo mejor que puede esperarse: la
satisfacción temporal de realizar bien la tarea, algo que no debe despreciarse a la ligera.
La posibilidad de que eso pueda hacerse constituye todo un legado para la humanidad
como prueba de un mundo bien creado, tal como deja bien claro el versículo 13. Lo
único que ausente ahí –que vendrá, sin embargo, a ser un todo– es la satisfacción que
debiera derivarse de esa ocupación como don otorgado por Dios al hombre (véase con
anterioridad, en relación al versículo 13), y el ser capaces de presentárselo a Él como
ofrenda nuestra.
El capítulo 4:1–3 nos lleva de nuevo a ‘las opresiones que se cometen bajo el sol’,
asunto ya tratado en 3:16. El pasaje es tan breve como lacerante, pues si no va a haber
forma de poner fin a tanto desmán (tal como sigue siendo el caso en el presente), poco
será lo que pueda añadirse a los duros hechos del versículo 1, que no sea el propio
lamento de los versículos 2 y 3. Habrá quien califique esa actitud de derrotista, pues
siempre será mucho lo que pueda hacerse a favor de los que sufren, siempre, claro
está, que exista la voluntad de así hacerlo. Pero lo cierto es que semejante objeción
177
peca de injusta. Qohelet está ahí pasando revista al panorama en su totalidad, y bien
podría replicarnos que tras, toda posible forma y frecuencia de intervención en crisis,
seguirían estando presentes reductos de opresión en las ‘moradas de violencia’;
suficiente para hacer llorar a los ángeles, ya que no a los hombres. Y bien podría haber
añadido que no hay coincidencia en el hecho de que el poder esté en el opresor, pues
es el poder lo que más rápidamente da lugar al vicio de la opresión. Paradójicamente,
eso limita la propia posibilidad de reforma, pues, cuanto mayor control se ejerza por
parte del reformador, mayor es su tendencia a la tiranía.
Así que una de las facetas cruciales de la vida aquí en la tierra queda expuesta en
toda su crudeza, y no hay nada más triste en todo este escrito que la mirada añorante,
en los versículos 2 y 3, a los muertos y a los no natos, pues son ellos los que se libran de
tan angustiosa visión. Tono apropiado, pues, para un libro que se caracteriza por su
interés en toda clase de frustraciones, siendo ahora el mal el foco de atención, y el mal
en su más abominable y cruel manifestación. Si el pesimismo de Qohelet se nos antoja
excesivo, deberíamos quizás preguntarnos si un enfoque más alegre obedecería
verdaderamente a la esperanza y no a una complacencia simplona. Mientras que a
nosotros, como cristianos, se nos ha dado ver más allá de lo que él pudo en su tiempo,
no hay razón alguna para que se nos libre de las realidades del presente.

Una carrera sin reglas ni normas


Eclesiastés 4:4–8

Este escueto muestrario de diversas actitudes hacia el trabajo, presenta extremos


un tanto extraños pero aun así familiares. En primer lugar, el impulso competitivo. El
versículo 4 no ha de ser sometido a una presión excesiva, pues el autor, al igual que
cualquier otro, ha de gozar de libertad para plantear su tesis con la mayor fuerza
posible. Podemos, si queremos, poner pegas aquí y allá, forzándole a acordarse del
paria en su soledad, y del labriego en su necesidad, obligados ambos a trabajar duro por
la mera subsistencia; o de los artistas que aman la perfección por sí misma; pero el
hecho persistente es que, en verdad, el trabajo fatigoso y los logros más notables
siempre estarán mediatizados por el anhelo de hacer sombra a los demás y no estar a la
sombra de otros. Incluso en la rivalidad mejor intencionada, es un factor que puede
llegar a tener mayor protagonismo del que imaginamos –sin duda, podemos soportar
ser superados durante algún tiempo por un cierto número de personas, pero no con
regularidad, ni en profundidad. Sentirse un fracasado equivale a descubrir dentro de la
propia alma la envidia que Qohelet detecta en su manifestación más patética de
resentimiento alimentado por las quejas.

178
El segundo de esos breves bosquejos (versículo 5) nos muestra el extremo contrario:
el del que ceja en todo empeño, desdeñando una competencia que no va con él. Pero el
autor tiene un calificativo muy adecuado al respecto, el de necio, pues es su tendencia
innata a la inercia lo que le convierte en ser igual de obtuso que su contrario. La imagen
que le caracteriza es la de la autocomplacencia y una propia destrucción que le es del
todo inadvertida, pues lo que ahí se hace evidente es que su estupidez es fuente de un
mal mayor que ese despilfarro de su propio capital. Su holganza acaba no sólo con todo
cuanto posee, sino asimismo con todo lo que él es, abocándole de hecho a perder de
vista el propio dominio, su percepción de la realidad, su capacidad por interesarse en lo
que va más allá de su propia esfera y, en definitiva, el respeto que se debería a sí
mismo.
La auténtica alternativa a tan lamentable manera de vivir la ofrece el versículo 6. La
hermosa expresión una mano llena de descanso sirve para transmitir ese doble
pensamiento que presenta muy modestas demandas y una gran paz interior: actitud
que está por completo alejada de la egoísta indolencia del necio y de la lucha sin tregua
del arribista por lograr destacar.
‘Dadme mi concha de solaz,
el cayado de mi fe como ayuda al caminar,
mi miaja de alegría, alimento inmortal,
asimismo el frasco de mi salvación,
mis ropajes de gloria, de la esperanza disfraz,
y así podré mi peregrinaje comenzar’.
Pero si hay algo que pueda ser más tiránico que la envidia, será el hábito que ha
pasado ya a convertirse en fijación. Los versículos 7 y 8 presentan al trabajador
compulsivo como alguien prácticamente deshumanizado, pues ha sucumbido por
completo al deseo de hacer dinero y al proceso sin tregua que conlleva el lograrlo. Pero,
sin previo aviso, el autor se identifica con ese hombre, facilitando así que también
nosotros podamos ponernos en su lugar, articulando para beneficio suyo la pregunta
clave, ‘¿Para quién trabajo yo…?’ –palabras que vienen a resumir la totalidad de la
existencia de ese individuo. Y si bien es para mayor contundencia que se observe ahí a
un hombre sin familia, la impresión que se tiene es que esa soledad no es algo
accidental y que tampoco va a poder disfrutar de la amistad, entregado como está por
entero a la rutina. Un hombre así, aun en el caso de contar con mujer e hijos, apenas
dispondría de tiempo dedicárselo, convencido como está que sus esfuerzos son para
beneficio de ellos, aunque su propio corazón está en alguna otra parte, dedicado en
cuerpo y alma a llevar adelante sus proyectos.
Este panorama de febril actividad profesional, al igual que la enconada rivalidad del
versículo 4, pone coto a las demandas excesivas que pudiera ocurrírsenos plantear de
bendición para nuestros más denodados esfuerzos. No es ahí –y menos aún en la
holgazanería del versículo 8– donde va a estar la respuesta a tanta frustración.
Llegados a ese punto, Qohelet parece detenerse en su búsqueda de lo que es

179
permanente y duradero en esta vida, perfilándose entonces la posibilidad de pararnos a
considerar el terreno recorrido hasta aquí en su compañía.

PRIMER RESUMEN

Mirada retrospectiva a Eclesiastés


Eclesiastés 1:1–4:8

Hasta ahora, en un primer reconocimiento del panorama aquí en la tierra, hemos


visto lo que el mundo puede ofrecer en cuatro o cinco diferentes niveles. Empezamos
con una impresión de total desasosiego, motivado por las interminables e inconclusas
repeticiones que se dan tanto en la naturaleza como en la vida de las personas (1:1–11).
A continuación analizamos lo que pueden ofrecer distintos estilos de vida, dentro y
fuera de la esfera de lo racional, deteniéndonos asimismo tanto en lo frívolo como en lo
austero: el placer que derivamos del arte y del esfuerzo, del momento presente y de la
construcción del futuro (1:12–2:26). Y si bien es cierto que algunas de esas alternativas
tenían mucho que ofrecer, ninguna de ellas superó la prueba definitiva de la muerte.
Para encontrar algo que la muerte no acabe convirtiéndolo en inútil, habrá que buscar
en otro lugar. Pero el tiempo, tal como se nos muestra en el capítulo 3, no sólo ‘se lleva
a sus hijos a otra parte’, sino que entretanto nos lleva a nosotros también hacia atrás y
hacia delante impulsados por unas corrientes que se revelan superiores a nuestras
fuerzas. Nosotros no somos los dueños de la situación: hasta tal punto es así que ni
siquiera sabemos cómo manejarnos en ella.
Una nota aún más fúnebre hace su aparición en 3:16, pulsando el tema de la
crueldad y la tiranía del hombre, dato amargo que puede hacer que la muerte no sea
nuestro último enemigo, tal como se nos muestra en el capítulo 2, sino el último amigo
que nos queda.
Por último, contemplábamos en 4:4–8 no a los perdedores en este tráfago, sino a
los aparentes ganadores y a los supervivientes: todos aquellos que se las arreglan para
estar completamente absorbidos por su trabajo o absolutamente centrados en sí
mismos. Según las apariencias externas, son personas que le han ganado el pulso a la
existencia, pero ese es un premio que puede costarles mucho mantener. Y, además,
¿aguantaría ese éxito un escrutinio? En términos actuales, la vida profesional se ha
convertido en una carrera de ratas, que es un muy apto resumen de la carga que
implican esos versículos: una rivalidad a ritmo frenético por un lado, un desastroso
abandono de la lucha por otro; y, para la élite afortunada, una vida dedicada por entero
a una acumulación sin tregua de galardón tras galardón, pero sin que ninguno de ellos

180
venga en realidad a significar nada.
Tras tan desalentadora valoración, va a ser todo un alivio avanzar en la búsqueda de
ese algo definitivo, de asuntos centrados en lo más inmediato – pues ciertamente la
vida seguirá su curso mientras nosotros continuamos con nuestras indagaciones, y poca
duda puede caber de que siempre habrá formas mejores y peores de vivir la vida. ¡Ese
es un nivel en el que al menos es seguro que podemos intentar probar fortuna!
Para empezar, pues, podemos intentar ser más sensatos que los solitarios y
obsesivos acumuladores de dinero que mencionábamos líneas atrás, y va a ser
justamente la puesta en práctica de un esquema vital más sabio que el de esos
afanosos triunfadores lo que analicemos a continuación.

Interludio: Reflexiones, máximas y verdades básicas


Eclesiastés 4:9–5:12

Compañerismo (4:9–12)
Tras haber comprobado la pobreza de fondo del ‘solitario’, con independencia de
un posible éxito externo, pasamos ahora a reflexionar acerca de algo mejor; siendo
mejor un término clave aquí (4:9, 13; 5:1, 5), como suele ocurrir con frecuencia en el
juicio de valores de los escritores de la Sabiduría.
Los posibles pensamientos al respecto son simples y directos; son aplicables además
a múltiples formas de compañerismo, no siendo la menor de ellas (si bien no de forma
explícita) el matrimonio. Con amable brevedad, se nos expone la fuerza, la flexibilidad,
el consuelo y el beneficio que se derivan de una verdadera alianza, mereciendo la pena
contraponerlo con lo que, por otra parte, puede exigir de nosotros. Exigencias que no
se explicitan aquí, pero lo cierto es que no sería necesario destacar los beneficios si no
conllevaran un coste. El precio obvio es la independencia de la persona: ha de tenerse
en cuenta el interés y la conveniencia de la otra persona, hay que atender a un posible
razonamiento contrario, adaptarse a su ritmo y estilo, y mantener la fe y la confianza en
la otra parte. Y en cuanto a la compensación que ahí encontramos, todo es beneficios
comunes: no hay posibilidad alguna de que una de las partes se aproveche de la otra.
El cordón de tres dobleces puede ser recordatorio de que el auténtico
compañerismo tiene más de una forma. Y si bien los números, cuando no están en la
debida relación, pueden ser causa de división y desastre (véase el versículo 11), en la
forma correcta no sólo contribuyen a aumentar los beneficios sino que pueden incluso
multiplicarlos. Un ejemplo obvio de ese enriquecimiento, favorito de los predicadores,
es la fuerza que aporta al matrimonio, y a toda alianza humana, la presencia de Dios

181
como tercer y más fuerte hilo del cordón. Aun así, puede que estuviera más cercano al
pensamiento del autor entender esa metáfora en términos puramente humanos, de
forma que, de aplicarse al matrimonio, el tercer hilo sería muy apropiadamente el don
de los hijos, con todo lo que eso añade a la cualidad y fuerza del vínculo original. Con
todo, cabe la posibilidad de que estemos tratando de ser más específicos que la
intención del autor.

La aclamación popular (4:13–16)


Este párrafo tiene sus puntos oscuros, pero lo que retrata es algo familiar en la vida
pública: lo breve que suele ser la popularidad de los grandes. Eso es algo que afecta a
ambas partes por igual, comenzando por la tozudez del hombre que lleva ya mucho
tiempo en la posición de mando –y que ha perdido todo contacto e interés en lo que
pasa a su alrededor, olvidando cómo era ser joven y valiente, y tener que hacer frente a
las dificultades, tal como había sido su caso. Hay suficiente semejanza entre el joven y el
anciano David como para hacernos ver a nosotros que hasta con los más excelentes
ejemplos puede llegar a ocurrir que el propio afectado es el último en darse cuenta de
ello. Sea como fuere, el retrato que ahí se nos presenta no tenía intención de ser
histórico en manera alguna.
Puede suceder entonces que el hombre mejor preparado viene a suplantarle –y será
mejor si posee las cualidades apropiadas, por mucha que sea su escasez de años o su
falta de categoría, tal como indica el versículo 13a. Qohelet, con esa capacidad suya
para hacer que la escena reviva ante nuestros ojos, pinta a una bulliciosa multitud de
gentes, y nos los retrata de parte del recién llegado, joven como es, e incontables como
ellos son.
Pero sin embargo él también seguirá el camino del viejo rey, y ello no
necesariamente por razón de sus defectos, sino sencillamente porque el paso del
tiempo y la familiaridad, unido a la natural inquietud del hombre, harán de él persona
que ya no interesa. Así, habrá alcanzado el pináculo de la gloria, para verse entonces
abandonado a su suerte, con lo cual estaríamos ante otro más de los muchos logros
humanos que vienen a revelarse hueros y yermos finalmente.

Pía cháchara (5:1–7)


Continuando con su galería de retratos, Qohelet dirige ahora una mirada perspicaz
al hombre como fiel devoto. Al igual que los profetas, se esfuerza para que impere lo
real en ese ámbito. Sin embargo, el tono empleado es tranquilo y mesurado, si bien los
términos a los que recurre son cortantes como cuchillas. Y mientras los profetas dirigían
todas sus invectivas contra los viciosos y los hipócritas, el que ocupa su atención es el
hombre bien intencionado, aquel que disfruta con un buen himno y acude a la iglesia
contento y risueño, pero que atiende a la prédica de oídos para fuera, y nunca parece
encontrar el momento de cumplir con el trabajo de voluntariado asumido, según él,

182
como tarea para Dios.
Quien así se comporte es porque ha olvidado dónde está y quién es en realidad, y,
por encima de todo, quién es realmente Dios. La palabra reiterada necio(s) es lacerante,
pues permitirse tal familiaridad con Dios es un mal (1), un pecado (6) y una provocación
que no va a quedar impune (6b). Si nos sentimos tentados entonces a ver en ese texto
una muestra de la dureza característica del Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento
también nos desconcertará con sus advertencias en contra de proferir pías palabras
carentes de sentido, o por tratar a la ligera aquello que es santo (Mt. 7:21 ss.; 25:16 ss.;
1 Co. 11:27 ss.). No hay énfasis posible en la gracia que pueda justificar tomarse
libertades con Dios, pues el propio concepto de gracia demanda gratitud, y la gratitud
es algo que no surge de la nada.
Analizando con mayor detalle estos versículos, las palabras del inicio (equivalente a
nuestra expresión ‘¡Cuidado!’) evocan los esfuerzos de Dios por cuidar de su morada en
los primeros tiempos, y sus disposiciones al respecto incluso bajo amenaza de muerte
(‘para que no mueran en sus impurezas por haber contaminado mi tabernáculo que
está entre ellos’, Lv. 15:31). En un cierto nivel, queda bien claro tanto lo que costó
nuestra admisión en el ‘santuario celestial’, como la pureza que eso demandaba de
nosotros (‘… purificado[s]… con agua pura’: véase Hb. 10:19 s.), mientras que, en otro
nivel, nos hace ver la consideración que debiera merecernos la iglesia de Dios como
templo viviente en la actualidad.
Escuchar (1b) tiene en hebreo una doble fuerza en cuanto a su significado: prestar
atención y obedecer. De ahí que esta sentencia esté próxima a las conocidas palabras
de Samuel, ‘obedecer (escuchar lo que le dicen a uno y ponerlo en práctica) es mejor
cosa que los sacrificios’ (1 Sa. 15:22). Aquí, sin embargo, lo que resulta absurdo es el
culto sin sentido; el pecado en que se incurre es el del necio más que el del perillán, ¡si
es que eso supone algún consuelo! Qohelet no nos animaría en ese pensamiento: esa
clara advertencia suya de que Él no se deleita en los necios (4) es tan impactante como
cualquier otra del libro en esa dirección.
Dos proverbios hacen más comprensible la idea al relacionar la charla insustancial
de los necios con la irrealidad de los sueños. El nexo de unión es tenue y parece
escapársenos de entre los dedos en ese versículo 3, pero en cambio no lo es tanto en el
v. 7, donde los sueños parecen ser ensoñaciones diurnas, reduciendo la adoración a
garabatos mentales. El versículo 3 parece indicar eso mismo: el propio exceso que
conlleva toda verborrea no es difícil que acabe en vanas imágenes, al igual que
demasiada cavilación en los negocios acaba produciendo pesadillas. Una sentencia en
esta línea nos confronta con el hecho mismo de que los necios no son una clase
determinada, sino el común de los mortales actuando sin sensatez. En el contexto de la
adoración, eso se traduce en una avalancha de pías frases que no guardan la debida
consideración a nuestro Soberano (2), y que invade el pensamiento más serio y toda
intención más ordenada. Nuestras excusas, cuando se nos llama a capítulo por nuestra
actuación en la iglesia, sonarán tan huecas y faltas de sentido como las de un charlatán
o un embaucador.

183
Depredadores oficiales (5:8–9)
Así, pues, las reflexiones acerca de cómo hacer frente a la vida de forma realista
continúan, con Qohelet tomándole ahí el pulso a la burocracia. Y si bien puede que el
panorama que se nos presenta no sea universal, sí que nos resulta suficientemente
familiar. La visión del cuadro de oficiales parece una trama ‘kafkiana’ que asfixia a
cuantos pretendan hacer valer sus derechos, siendo el resultado más probable una
frustrante derrota ante el irreductible espíritu obstruccionista de los funcionarios. En
cuanto a la responsabilidad moral, nada más fácil de dejar a un lado. No habrá
funcionario que no eche la culpa al sistema, mientras que sus superiores seguirán
ejerciendo el control desde la inmensa distancia que les separa de esas vidas que
dominan a su antojo. Pero hay otra cuestión más respecto a la burocracia que Qohelet
está presto a señalar: el carácter predatorio interno que consume a sus propios
integrantes, siempre ojo avizor respecto al compañero que le precede o le sigue en el
escalafón. Delitzsch resume lo resume basándose en el sistema del antiguo imperio
persa: ‘El sátrapa ocupaba el puesto principal dentro de los oficiales del Estado; siendo
frecuente que esquilmar la provincia para enriquecerse a costa de los demás. Por
encima del sátrapa estaban los inspectores, que podían aprovecharse del puesto que
ocupaban para labrarse una fortuna propia por medio de denuncias, y por encima de
todo ello estaba el rey, o más bien la corte, con sus rivalidades y sus intrigas entre
cortesanos y las mujeres de la realeza.213 No ha de extrañarnos, pues, que los
ciudadanos del escalafón más bajo pensaran que la justicia era un lujo que no podían
permitirse.
Fiel a la postura adoptada por el libro, el tono al respecto es de un seco realismo.
Después de todo, si se ha decidido observar el mundo en sus propios términos de total
secularización, no podemos esperar un tono moral muy elevado, ya sea el sistema que
vemos operando o por cualquier otro motivo. Pero a pesar de ser muy grande su
aborrecimiento de la injusticia, Qohelet no cifra sus esperanzas en utópicos esquemas o
en una revolución, pues sabe demasiado bien lo que hay dentro del hombre.
De ahí que su primera opinión al respecto sea No os sorprendáis ante los hechos, y
que concluya que, en definitiva, hasta la tiranía es mejor que la anarquía. El fondo del
versículo 9 parece ser que no va a obtenerse ganancia volviendo a la estructura
simplista del antiguo nomadismo. Un país desarrollado necesita la fuerza de un
gobierno central, aun con la carga de un funcionariado burocratizado.

El dinero (5:10–12)
El tema de estas reflexiones tiene que ver con una de las pulsiones más fuertes y
arraigadas en la naturaleza humana, tal como dejaba implícito Jesús al advertir acerca
del riesgo de hacer de Mamón un segundo Dios. Los tres dichos que tratan estos
versículos lo revelan en toda su intensidad, destacando el ansia y las adiciones que

184
genera, y el estado de desarraigo en que sume al individuo cómo típica recompensa.
El versículo 10 es todo un clásico sobre el amor al dinero, adecuado doblete de la
muy conocida sentencia de 1 Timoteo 6:19 respecto a lo que de ello se puede esperar
tanto en el terreno de lo moral como en el de lo espiritual. Lo que aquí interesa es el
factor psicológico, si bien el comentario final, también esto es vanidad, hace que cale en
el ánimo la lección final que se desprende de ello. El ansia no saciada que suscita en el
jugador es del todo obvia en el potentado y en el materialista bien pagado que nunca
parece tener bastante –pues el amor al dinero crece en función del alimento que
recibe. Aun así, puede mostrarse con maneras más sutiles en un descontento
generalizado: un deseo no tanto de más dinero como de una realización interna. Si es
que hay algo peor que la adición que el dinero crea, es justamente el vacío que provoca.
El hombre, receptáculo nada menos que de la eternidad, necesita nutrirse de algo más
que todo eso.
El segundo dicho de esos tres (versículo 11) puede que esté considerando no sólo el
complejo entramado social que suele llevar aparejada la prosperidad económica, sino
asimismo el enjambre de arribistas que la acompañan. A este respecto, hay una
profecía trágico-cómica en Isaías 22:24 ss., que promete un alto cargo en la corte,
advirtiendo que su disfrute conllevará una engorrosa tarea. ‘Y colgarán de él toda la
gloria (peso) de la casa de su padre,’ buscadores de puestos tras el funcionario
habilitado; y el profeta, dejándose llevar por el caso, le imagina al pobre hombre como
un colgador que va tener que soportar todo el peso del menaje –hasta que llegue un
momento en el que no pueda más y se desmorone. Pero en el versículo que nos ocupa
no se da esa tensión: tan sólo la ironía de tener que vivir del propio prestigio y poco
más.
El tercer dicho relativo al dinero (12) queda ilustrado donde la prosperidad
económica y la satisfacción del propio capricho se dan la mano. Ahora el hombre rico
no encuentra reposo, y no por exceso de trabajo, como ocurría en 2:23, o con las
preocupaciones, como se apunta en cierta versión (‘la preocupación le mantiene
despierto’, TEV). Lo que le aqueja es sencillamente la gula.
Sean cuales sean las incomodidades que el sencillo trabajador tenga que soportar,
esa no va a ser una de ellas, y fuera cual fuese la carga que se le adjudicó a Adán en la
Caída, había un cierto grado de primaria misericordia en la sentencia, ‘Con el sudor de
tu rostro comerás el pan.’ No deja de ser una ironía de parte de la sociedad
contemporánea que gastemos nuestro dinero, y esfuerzo, en aparatos gimnásticos y
clubes de la salud con el fin de eliminar los daños derivados de nuestro poder
adquisitivo y el disfrute del placer.

La amargura del desengaño


185
Eclesiastés 5:13–6:12

En esta última parte analizada del libro de Eclesiastés, nuestro principal foco de
interés ha sido más la vida acorde con el debido orden en el mundo tal como nos lo
encontramos –incluyéndose ahí el ámbito de nuestras obligaciones y responsabilidades
religiosas–, que un preguntarse si estábamos yendo a alguna parte. La cuestión ha
estado sin duda ahí presente, doblemente reflejada en un comentario al respecto,
‘También esto es vanidad’ (4:16; 5:10), y ahora es de nuevo el centro de atención al
nombrar Qohelet algunas de las amargas anomalías que nos salen al paso en la vida. El
broche final del capítulo 6, y también de la primera mitad del libro, hace hincapié en
una cuestión a la que parecía habérsele dado ya respuesta: ‘¿Quién sabe qué es lo que
en verdad le conviene al hombre…bajo el sol?’

El impacto (5:13–17)
Un caso tipificado, a escala menor, nos enfrenta ahora a la existencia de la
frustración – pues el autor prefiere mostrar ejemplos tomados de la vida misma antes
que las meras abstracciones. Lo que tenemos ahí, pues, es un hombre que pierde todo
su dinero de golpe y porrazo, dejando a su familia en la miseria. Podría haber tenido
algún sentido si le hubiera ocurrido por haberse pasado de listo en sus negocios –
‘ganancias ilícitamente ganadas’ que merecieran verse mermadas (Pr. 13:11)– o por un
atesorar avaricioso y miserable, en vez de los honestos ahorros de un padre de familia;
o, de nuevo el mismo caso, pérdidas en el juego que no fracaso en un negocio. Pero la
realidad fue que se trabajó duro para conseguirlas, con penosa preocupación por
conservarlas; y entonces su vida se ha visto doblemente arruinada, primero en la
obtención de su fortuna, y después en la pérdida de la misma. Y aun pudiendo ser éste
un caso extremo, todos tenemos que hacer frente a alguna situación parecida en
nuestras vidas: todos abandonaremos este mundo desnudos, tal como entramos en él.
‘¡Eso no es justo!’, traduce TEV (16). La reacción de Qohelet no es tan radical, pues tan
sólo indica lo que pasa, no lo que debería pasar, en un mundo al que no le podemos
imponer nuestras normas ni donde tampoco podemos echar raíces. Un ‘grave mal’ es
quizás lo más que se pueda decir al respecto. Así es como introduce la cuestión (13), y
así es como hace hincapié en ella: ‘un grave mal… ¿y qué provecho tiene el que trabaja
para el viento?’ (16)
Llegados a este punto, necesitamos que se nos recuerde que es posible que ese
hombre espere más de lo debido de esta vida. Si todos sus planes y aspiraciones se
limitan a aquello que está en su mano alcanzar y promete seguridad, acabará
descubriendo lo muy equivocado que estaba. De ahí que el último párrafo se ocupe de
dejar las cosas en su sitio, enfocándose ahora la vida en términos distintos.

Un camino más excelente (5:18–20)


186
A primera vista, eso puede parecer una mera alabanza de la simpleza y la
moderación, pero lo cierto es que la palabra clave ahí es Dios, y el secreto de la vida que
se nos ofrece es en apertura a Él: consiste en una pronta disposición para aceptar que
lo que viene a nosotros procede de Dios, ya sea trabajo, riquezas, o ambas cosas a la
vez. Eso es ciertamente más que bueno y conveniente (18): ‘una cosa buena que es en sí
hermosa’. Una vez más, pues, la nota positiva ha sonado, y al llegar el capítulo a su final,
entrevemos la imagen de ese hombre para el que la vida pasa en un soplo, y no porque
ésta sea corta y carezca de sentido, sino porque, en virtud de la gracia de Dios, la
descubre completamente absorbente. Ese va a ser el tema de los capítulos finales, pero
antes hay que indagar bastante más acerca de la experiencia humana y la dureza de su
realidad.

Un bien inalcanzable (6:1–6)


Sin más preámbulo, nos vemos enfrentados al hecho penoso de que la capacidad
para disfrutar de los dones de Dios, aparente en 5:19, es algo que puede sernos
concedido o no. Y hay más de una forma de verse privados de ello. Están, pongamos
por caso, los fracasos en los negocios (5:13 ss.), donde todo se ha sacrificado en aras de
un futuro venturoso que nunca llega a materializarse. Para el hombre al que le acontece
eso, el mañana nunca amanece. Pero lo cierto es que la vida puede tener interludios de
brillo y esplendor, haciendo de la oscuridad que les sigue algo más terrible aún por la
añoranza de la luz perdida. El hombre del versículo 2, dado lo destacado de su posición,
tiene más que perder que aquel que apenas progresa en esta vida. Y puede incluso
darse el caso de que lo pierda todo no por su culpa: una guerra inoportuna, una
enfermedad súbita, una flagrante injusticia que hace que su fortuna pase a manos
ajenas. Si él es víctima entonces de lo que parece pero no es, igualmente lo son
aquellos cuya riqueza externa enmascara una pobreza interior –pues el problema no
consiste en que algunas posesiones sean menos satisfactorias que otras, como bien
puede ocurrir, o que su distribución sea escasa. Pueden alcanzarse las cosas con las que
los hombres sueñan– que en términos del Antiguo Testamento pueden ser hijos en
abundancia y años de vida sin fin –y pasar a la otra vida sin pena ni gloria, sin nadie que
lamente nuestra ausencia y sin considerarnos realizados.
Tal vez entonces nos sintamos inclinados a protestar porque la vida no parece igual
de negra para todos, pero la norma suele ser tener que aceptar lo malo con lo bueno, y
descubrir entonces que vivir merece la pena. Y eso es algo patentemente cierto y tiene
su fundamento, si es que en verdad somos personas de fe, al igual que lo tiene la fe de
aquellos que encontramos al final del capítulo 5. Pero, incluso sin fe, puede vivirse con
contentamiento, como ocurre con miles y miles de personas, sin angustiarse por el
sentido último de las cosas.
A eso, sin embargo, Qohelet podría responder, en primer lugar, que él está
refiriéndose a ciertas personas, no a todo el mundo en general; y en segundo lugar, que
si nosotros no nos preocupamos de los valores y sus significados, alguien deberá

187
hacerlo –y ¿quiénes somos nosotros para escoger eludir esa responsabilidad? Una vez
más, pues, nos está invitando a pensar en general, y a hacerlo a través de la posición de
la persona secularizada en particular. Si esta vida presente lo es todo, y lo que a algunos
les ofrece no es más que frustraciones en vez de realización, no permitiéndoles poseer
nada que dejar en herencia a aquellos que dependen de ellos; si, todavía más, lo que a
todos por igual nos espera es ser borrados de la faz de la tierra (6c), no ha de
extrañarnos que haya quien envidie a los no natos, por adelantársenos en un destino
común. Job y Jeremías, en algunos momentos de su existencia, habrían estado
plenamente de acuerdo (Job 3; Jer. 20:14 ss.); y si nos permitimos discrepar de su juicio
sobre su situación, será porque no aprobamos su estado de ánimo ante los hechos,
juzgando su vida con parámetros que trascienden la muerte y compensan y sobrepasan
los sufrimientos y alegrías de la vida – criterios que el hombre secular no puede utilizar
en buena ley.
Todo eso imposibilita tener una imagen halagüeña del mundo, pero TEV va más
lejos de lo que le corresponde al tildarlo de ‘grave injusticia… hecha al hombre’ (6:1), y
al hacer a 6:2 decir, ‘eso no es nada justo’. Qohelet está muy lejos de sostener que al
hombre le corresponden derechos que Dios ignora; de lo que se trata más bien es que
el hombre tiene necesidades que Dios pone de manifiesto. Algunas de ellas, tal como
hemos venido viendo, son de una naturaleza que el mundo temporal no puede colmar,
y ello justamente por haber puesto Dios ‘eternidad en el corazón del hombre’ (3:11);
otras, más limitadas, son de una clase que el mundo puede satisfacer en parte por un
cierto espacio de tiempo, pero en ninguno de ambos casos con garantía o profundidad.
Si ese es un revés común entre los hombres (1), no por ello deja de tener unos efectos
saludables. Es al propio mundo al que se le hace decir, en el lenguaje que tiene más
probabilidad de ser oído: ‘Este no es un lugar de reposo.’
La cuestión, sin embargo, es que, al menos por el momento, no se nos anima a sacar
ninguna sabia conclusión de ello, pues, en sí misma, la lucha por el éxito no tiene
ningún sentido. De ahí que el capítulo concluya con un punto de desolación e
incertidumbre, del todo apropiado para el hombre en su estado de soledad.

Cuestiones pendientes de respuesta (6:7–12)


Los pensamientos y cuestiones del párrafo final retoman temas ya contemplados
con anterioridad, y ello con el propósito definido de dar cuerpo al lema del libro como
tal, ‘¡Vanidad de vanidades!’
La primera de esas cuestiones (7) acierta en su juicio tanto acerca de la situación del
hombre moderno, atrapado en los engranajes de la industria, como en el caso del
pobre campesino rústico que apenas si logra arrancarle al suelo lo necesario para vivir:
se trabaja para poder comer y para tener las fuerzas necesarias para continuar
trabajando y poder seguir comiendo. E incluso disfrutando de su trabajo –y de la
comida–, la compulsión sigue siendo un hecho. Es, pues, el estómago, no la mente,
quien domina la situación.

188
Y, por si se nos ocurriera protestar, objetando que el hombre es algo más que todo
eso, con mejores cosas por las que vivir, el versículo 8 sale al paso con un reto. La
sabiduría, por ejemplo, puede que sea infinitamente mejor que la insensatez, tal como
bien se indica en uno de los pasajes del inicio (2:13), pero ¿está el sabio en mejor
situación que el insensato? En el plano material, puede o no estar mejor, incluso
mereciéndolo; y ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo la muerte se encarga de
igualarles distinción sin posible. En cuanto a la felicidad, la claridad de visión del
hombre sabio no conlleva gozo: ‘Porque en la mucha sabiduría’, en expresión de 1:18,
‘hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor.’
Y presintiendo nuestro escepticismo, dado que valoramos más la calidad de vida por
encima de su comodidad, Qohelet lanza una pregunta incisiva (8b) y completamente
honesta: ¿Qué ventaja tiene el pobre que sabe comportarse entre los vivientes por bien
que se piense de él? Así, evocando de nuevo a R. L. Stevenson: ‘el llegar es, para la
mayoría de nosotros, mejor que viajar con esperanza.’ Y esa es justamente la fuerza del
versículo 9a, y el sentido común que transpira no da lugar a soñar despierto. El
problema es que ‘llegar’ está –en su sentido más profundo y pleno– por completo fuera
de nuestro alcance. Cualquier cosa que podamos conseguir se desvanecerá como
vanidad y correr tras el viento, tanto si se trata de los progresos que haga el pobre como
del éxito que alcanza el rico.
¿Derrotismo o realismo? En términos de la vida ‘bajo el sol’, es absolutamente
realista, como bien ha dejado expuesto hasta el momento el argumento central. Por
muchas animosas palabras que pudiéramos multiplicar respecto al hombre, o contra su
Hacedor, los versículos 10 y 11 nos recuerdan que no podremos alterar el modo en que
tanto nosotros como el mundo en que habitamos ha sido hecho. Estas son cosas a las
que ya se les ha puesto nombre y son conocidos (10), que es otra forma más de decir,
junto con el resto de las Escrituras, que deben la existencia a la voluntad de Dios; y esa
voluntad incluye ahora la sentencia pronunciada tras la caída de Adán. Nada de esto
queremos admitirlo, y surge entonces la protesta. La idea de disputar con el
Todopoderoso (10b, 11) le fascinaba a Job, sin rendirse hasta haber realizado amplio
escrutinio del corazón; actitud que recibe justa reprimenda por parte de Isaías 45:9 ss.,
con la figurita de arcilla dando oficioso consejo al alfarero. Con todo, seguimos
encontrando más fácil debatir cómo tendrían que haber sido las cosas a enfrentarnos a
la verdad de lo que realmente son.
Pero esta verdad, para ser la completa verdad, ha de incluir aquello en lo que se
esté transformando, y en lo que nos transformaremos nosotros. Como parte de ello, el
percatarse muy bien que habremos de morir; en cuanto a lo demás, muy poco es lo que
se sabe. El capítulo, situado a mitad del libro, finaliza con una serie de cuestiones sin
respuesta. El hombre secular, abocado como está a la muerte, pero zarandeado ya por
el viento de los cambios, tan sólo puede preguntarse: ¿Quién sabe lo que es bueno…?
¿Quién hará saber al hombre lo que sucederá después de él?’
El desconcierto es por partida doble. Desposeído de valores absolutos por los que
vivir (¿qué es bueno?), tampoco cuenta con certidumbres prácticas (¿qué vendrá a ser?)
con las que organizarse.
189
SEGUNDO RESUMEN

Mirada retrospectiva a Eclesiastés


Eclesiastés 4:9–6:12

En nuestro primer resumen (pág. 48) se hacía patente el amplio campo cubierto por
los capítulos iniciales en su deseo de encontrar respuesta satisfactoria al fin de la vida.
Búsqueda que, por cierto lapso de tiempo, parecía haber quedado en suspenso. De 4:9
a 5:12, se disponía de un respiro para observar el ser humano con un cierto
distanciamiento. El análisis seguía igual de incisivo, pero el tono era mesurado y con un
punto de aquiescencia.
Aun así, nos encontramos con la ironía imponiéndose a la aceptación. De 5:13 en
adelante, no se amortigua el impacto que las anomalías y las tragedias de este mundo
pueden tener en nosotros. Los desengaños son innegables, y las cicatrices que dejan,
profundas: la ruina repentina que arrebata las ganancias de toda una vida (5:13–17); los
logros brillantes que no proporcionan felicidad (6:1–6). Se vislumbran mejores cosas en
la conclusión del capítulo 5, claro indicio de que Qohelet nos guiará hacia alguna
respuesta en el último momento. Pero el alivio que experimentamos no dura mucho. El
capítulo 6, dedicado en principio a denunciar la vaciedad de algunas vidas, llama acto
seguido nuestra atención equiparando la actividad del género humano al constante y
ajetreado ir y venir de un hormiguero, tan incesante como inconcluso (6:7–9), poniendo
el broche final un claro rechazo de nuestros pulidos discursos acerca del progreso
(6:10–12). Por mucho que se esfuerce en su palabrería, el ser humano es incapaz de
cambiarse a sí mismo por sí solo, de alcanzar una permanencia, de hallar un lugar que
asumir como propio.

Interludio: Más reflexiones, máximas y verdades


básicas
Eclesiastés 7:1–22

Con ese toque certero que le caracteriza, el autor introduce ahora un cambio
190
estimulante en estilo y en enfoque. En vez de reflexión y debate, nos somete al fuego
graneado de los proverbios, y ello desde distintos ángulos de ataque y con un impacto
más que notable, destacando los primeros por la ausencia total de ánimo, y siendo el
resto más que chocantes por su tono frío y despegado.

¡Más vale que nos enfrentemos a los hechos! (7:1–6)


Nada de lo que leemos en la primera mitad del primer versículo nos prepara para el
choque de la segunda. Cierto que ya podía verse algo parecido en el capítulo previo
(6:1–6), pero se trataba de casos especiales. Lo que aquí se afirma es tan devastador y
tan contrario al enfoque normal de las cosas, que o bien damos un gran salto para pasar
al Nuevo Testamento, donde ‘partir y morar con Cristo’ es concebido como algo ‘mucho
mejor’ que quedarse aquí (aunque, a estas alturas, Eclesiastés ya se ha negado a
presuponer una existencia futura, en 3:21), o nos apresuramos a seguir leyendo
esperando encontrar una aclaración en los versículos que siguen.
Aclaración que se hace efectiva, en términos muy precisos al final del siguiente
versículo, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón. Dicho de otra forma, el día de
nuestra muerte tiene más que enseñarnos que el día del nacimiento; sus lecciones
tienen el sello de la autenticidad y, paradójicamente, son más vitales. Ante un
nacimiento (y, en general, en todo acontecimiento feliz), el estado de ánimo es festivo y
locuaz. No es, desde luego, el momento que escogeríamos para centrarnos en la
brevedad de la existencia y las limitaciones que sufre el hombre, sino para permitir que
la fantasía se alíe con nuestras expectativas. En la casa del luto, sin embargo, el
ambiente es de taciturna reflexión y los hechos son incuestionables. Si pretendiéramos
entonces desembarazarnos de ellos, cometeríamos un error: no habrá oportunidad
mejor para hacerles frente. El salmo 90, máximo exponente de la vertiente moral del
ser humano, lo evidencia con majestuosa sencillez:
‘Enséñanos a contar de tal modo nuestros días,
que traigamos al corazón sabiduría’.
Al igual que el salmo, este pasaje tiene un resultado positivo que ofrecer, que es
muy claro por su insistencia en la palabra mejor, y muy particularmente de la parte final
del versículo 3, esto queda de manifiesto tanto si seguimos la traducción de RSV,
cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento, como si utilizamos la de AV
‘… el corazón mejora’. La noción de tristeza no sólo resulta sustituida aquí por el gozo,
sino que es en sí misma una preparación para su más genuina manifestación –algo muy
distinto a la ajetreada y vana alegría de los necios, tan proclive a caer en el desánimo y
dejar de ser–, tal y como se señala en Juan 16:20 ss., haciendo referencia a la analogía
del nacimiento, cuyos dolores preparan el camino para un gozo muy especial. Puesto en
contexto, cf. 2 Corintios 4:17 s. y, en el Antiguo Testamento, Job 33:19–30.
El versículo 6 hace un juego de palabras con el doble sentido del hebreo sir, ‘espina’
y ‘olla de barro’.

191
¡Más vale ser racional! (7:7–22)
Encontramos en estos versículos una práctica paridad entre estados de ánimo y
juicio y las correspondientes sentencias, recurriéndose sin embargo a un tono menor en
su presentación. Saliéndole al paso al hombre de mundo en su propio, aunque no muy
exaltado, terreno, Qohelet destaca certero las muy evidentes ventajas de tratar de
encontrarle sentido a la existencia y evitar caer en la desesperación o el cinismo.
En el versículo 7 se puede reconocer la esencia de una ley que, en su momento,
Lord Acton resumió en ‘Todo poder tiende a corromper…’. Y lo interesante es destacar
que ahí se apela al autorrespeto, pues no hay quien quiera comportarse adrede como
un necio –trampa en la que sistemáticamente cae el oficial corrupto o cruel, con un
comportamiento que en nada considera los méritos del caso; su mente ha sido alterada
en alguna manera: transmutada en instrumento de avaricia o rencor, y alejado por
completo del servicio a la verdad.
Tomados conjuntamente, los versículos 8 y 9 evidencian la estupidez de unas
actitudes que el moralista condenaría con sólidos argumentos, que no son,
evidentemente, los argumentos que atraerían al hombre de mundo. Tanto si
consideramos la paciencia como una virtud o si no, y las pendencias como un vicio,
podemos al menos ver el práctico sentido común del autocontrol: hacer un seguimiento
continuado de cualquier posible asunto, en vez de abandonar ante la primera afrenta a
nuestra dignidad. Y no es la única clase de área en la que el camino equivocado puede
ser abiertamente descalificado como infantil.
El versículo 10 es aún más devastador, como bien le cuadra a la nostalgia, con su
proclividad al enervamiento y la autoindulgencia. Suspirar por ‘los buenos tiempos, ya
cosa del pasado’ es (bien puede pensarse) incurrir en una doble falta de realismo: como
substituto no sólo de la acción, sino de un genuino pensamiento, y ello justamente por
su casi invariable práctica de pasar por alto los males también presentes entonces,
aunque con diferente forma, o que afectaban a un sector distinto dentro de la
sociedad. Qohelet, con la claridad de visión que le caracteriza, es la última persona en
dejarse impresionar por esta dorada neblina que pretende enmascarar el pasado: un
tiempo se parece a otro tiempo, y él lo sabe muy bien. ‘Lo que fue, eso será… no hay
nada nuevo bajo el sol’ (1:9). Todo eso, nos da a entender, es demasiado obvio como
para que merezca la pena debatirlo: lo único que hace falta es hablarlo con más
sensatez.
Los versículos 11 y 12 evalúan la sabiduría desde una perspectiva un tanto
mundana. Hay duda respecto a su correcta traducción, pero poca puede caber de que
sabiduría, por el momento, está siendo tratada al mismo nivel que el dinero, por su
valor de intercambio: un seguro comparable, o añadido, ante los riesgos de la vida. De
ser así, no es comparación favorecedora para algo cuyo auténtico valor es incalculable,
y así lo advierte Proverbios 8:11 y muchos otros pasajes. El versículo 12b puede estar
argumentando que la sabiduría, a diferencia del dinero, da vida, estando así acorde

192
con las modestas pretensiones del pasaje si no se tuviera presente más que un valor
práctico de protección. La frase en 11b, y provechosa para los que ven el sol, bien podría
tener una intención de doble filo, un genuino recordatorio de que hay un límite incluso
para la ayuda que la sabiduría, en este nivel de sentido común en general, puede
prestar. En la tumba, ya no hay posibles dividendos.
El resto de este surtido de dichos y sentencias, que se prolongan hasta el versículo
22, deja patente como varía el consejo que brota del sentido común cuando está
ausente el principio unificador. Así, se oscila entre una pía resignación y una moral
cínica (13–18), y aun siendo consciente de las mermas de la naturaleza humana, su
principal preocupación es alcanzar una pacífica coexistencia (20–22).
Entrando en pormenores, vemos que el versículo 13 no habla de una moral
descarriada, sino de asuntos y hechos que son una carga pero que hay que aprender a
aceptar como permitidos por Dios. Eso incluye Sus juicios –porque, según nos informa
el Salmo 146:9, Él ‘trastorna el camino de los impíos’; aunque, claro está, no por eso
deja de permitir las muchas pruebas que nos acontecen en la vida, tal como parece
advertir el versículo que sigue (14). Versículo que es, además, todo un clásico respecto a
qué actitud adoptar ante lo bueno y, asimismo, ante lo malo, que no es sino aceptar
ambas situaciones como permitidas por Dios analizando lo que de ello se pueda
aprender, y no ciertamente con un estoicismo impasible, ni con la desazón de aquellos
incapaces de aceptar con gracia lo bueno que por gracia les llega, o el golpe inesperado
con mente abierta y reflexiva.
‘Acepta lo que Él te dé,
y no ceses de alabarle,
en lo bueno y en lo malo,
a Aquél que vive para siempre’.
Pero, fiel a su tema, Qohelet no puede menos que resaltar el misterio que a veces
rodea a aquello que Dios envía, y muy particularmente lo impredecible del caso, lo cual
tiene el efecto de recortar las alas a toda posible noción de autosuficiencia. Algo que ya
había quedado claro en 3:11, donde el tiempo y la eternidad, lo oscuro y lo diáfano, nos
atraen y seducen, y ello por si acaso habíamos osado imaginarnos no más que mero
ganado y no menos que auténticos dioses.
El posible cinismo aparece en los versículos 15–18: la faceta más egocéntrica y falaz
del sentido común. Con la intención de poner de relieve la postura secular, Qohelet
excluye por un tiempo todo atisbo de genuina fe, introduciendo la religión al final y tan
sólo bajo las formas de la superstición, reduciendo a Dios a la categoría de prima de
seguros por accidente.
Significativamente, mientras que el versículo 15 puede entroncar, e incluso superar
los lamentos de Job, en su queja por la tranquila suerte del pecador y la atormentada
vida del fiel, tal como constatamos en los capítulos 21 y 30–31, Job nunca llega a las
derrotistas conclusiones de los versículos 16 y sucesivos. De hecho, preferiría morir a
renunciar a su derecho a la justicia, incluso al precio de desafiar al mismísimo cielo.

193
‘Aunque Él me mate, en Él esperaré, pero defenderé mis caminos delante Él’.
Enfrentando a una resolución de tan hondo calado espiritual, el lema ‘nada en
exceso’ suena a hueco en estos versículos, con su aparentemente ‘seria’ recomendación
de cobardía moral a la vista de las circunstancias, y ello en una forma tal, que hasta nos
vemos forzados a tomarlos en serio en un primer momento. Al hacerlo así, nos damos
cuenta de que esa es de hecho la moralidad que practica, consciente o
inconscientemente, el hombre de mundo fiel a sus principios. Aquí podríamos añadir
que, en esta presente sociedad, esa práctica se está convirtiendo en la norma. El
versículo 18 explora sus profundidades, abogando, un tanto crípticamente, no tan sólo
por una tibia respuesta ante el bien o el mal, sino incluso una generosa mezcla de
ambas partes, pues la religión se ocupará de asumir todo posible riesgo, con lo cual la
puerta queda abierta para disfrutar lo mejor de ambas maneras de comportarse en la
vida.
Tras esto, la excepcional afirmación del versículo 19 hace que recuperemos algo de
la confianza perdida en el mérito del buen sentido (aunque puede que no del todo en la
valía de los políticos). Incluso en relación a la sabiduría, un dicho posterior (9:16) nos
recuerda que no hay que esperar demasiado reconocimiento para una cualidad tan
intangible.
Aislado del cinismo de los versículos 16–18, el versículo 20 puede tomarse por lo
que a primera vista parece: una confesión, no una excusa. No cuadra aquí encogerse de
hombros, por así decirlo, tal como parecían dar a entender los versículos del inicio; aun
así, la siguiente muestra de sentido común parece enfrentarnos de nuevo a la
ambivalencia en el ánimo. El versículo 21ss., tomado en sí mismo, constituye un
excelente consejo, pues tomarse demasiado en serio lo que los demás dicen de
nosotros es cortejar el dolor, y de todos modos nadie está libre de haber dicho alguna
cosa ofensiva en un momento u otro. Pero pese a todo, puede, que esos tres versículos
juntos (20–22) se tomen nuestros fallos un poco más a la ligera de lo habitual en las
Escrituras, y es posible que estemos escuchando ahí a Mr. Sensato (por tomar el
nombre prestado de C. S. Lewis) y no a la auténtica voz de la sabiduría. Ciertamente,
Qohelet no encuentra punto de reposo en ninguna de esas máximas: su superficialidad
le causa una gran insatisfacción, tal como va a hacerse patente en sus siguientes
palabras.

La búsqueda continúa
Eclesiastés 7:23–29

La honesta admisión de fracaso en la búsqueda de la sabiduría –el constatar incluso

194
su retroceso ante todo paso dado, descubriendo que ninguno de nuestros sondeos llega
jamás al fondo de las cosas– es, si no el comienzo de la sabiduría, sí un avance en el
buen camino. Tras la ambiciosa indagación del capítulo 1, la búsqueda se ha desplazado
hacia áreas no tan exóticas, buceando en la experiencia de lo común, deteniéndose en
ocasiones a ver qué podría hacerse con la vida en el día a día, sean cuáles sean sus
secretos últimos. En este nivel, los hallazgos pueden haber sido notables en su agudeza,
incluso hasta en exceso. Pero probada con sabiduría (23), que aspira a encontrar
solución a la pregunta ‘¿De qué se trata la vida?’, no se ha producido ni un asomo de
respuesta.
De ahí la pesimista conclusión de 7:23. De hecho, ese espíritu de desaliento podría
ser el epitafio de cualquier filósofo, y así lo vemos reflejado en esencia en estos
versículos:
Yo dije,
‘Seré sabio’;
pero eso estaba lejos de mí.
Donde se encuentra, está en exceso lejos,
y a grande y terrible profundidad;
¿quién podrá dar con ella?
Al igual que tantas otras preguntas que quedan sin respuesta, este galimatías
referente a la vida ha servido de acicate en un primer momento. La serie de verbos
utilizados, conocer… investigar… buscar (25), transmiten la intensidad de la búsqueda,
como bien señala Edgar Jones. Pero forma parte de la condición humana que aun
formulando su tarea en términos de indagación objetiva y filosófica –en la intención de
dar cumplida respuesta a las cosas233 y con plena consciencia del mal y la locura –no le
quede más remedio que volverse al ámbito de las relaciones humanas en su deseo de
hallarle un sentido al mundo, teniendo que enfocarlo desde el prisma del pecado y su
distorsión. De ahí que el autor nos sobresalte con su veredicto final: que tan sólo ha
encontrado un hombre entre mil que no le haya decepcionado, pero ni una sola mujer.
¿Cómo hay, pues, que entender eso?
Para empezar, hay que tener en cuenta que no está dogmatizando, sino
informando. Él habla de la experiencia más común, y no hace de ello ley universal.
Yendo entonces más al grano, nos plantea el papel que puede desempeñar el pecado
en ambas partes dado un encuentro entre los sexos. El desafortunado enredo que nos
muestra el versículo 26 aboca a una distorsión de todo posible intento de relación
posterior a un fracaso de tamaña magnitud. Sin duda, Qohelet ha podido salir bien
librado de algo así, tal como parece desprenderse de 26b, pero no sin sufrir daños. La
búsqueda infructuosa de una mujer en la que confiar puede que nos diga tanto de él y
su manera de aproximarse a las cosas, como respecto a sus relaciones. Resulta tentador
añadir –y es muy posible que tenga su importancia– que, al igual que Salomón, cuyo
manto ya ha usado con anterioridad, mejor le habría ido si hubiera echado las redes sin
abarcar a esos mil. Y eso es lo que prácticamente viene a querer decir él mismo en 9:9,

195
con esa alabanza suya de una sencilla fidelidad marital.
En el último versículo del capítulo 7, nos da una conclusión más firme y ponderada
respecto a la condición humana obtenida a partir de la mera experiencia. Volviendo a lo
que ha sido revelado, y teniendo como fuente evidente Génesis 1–3, hace una justa
apreciación de la importancia de la perspectiva bíblica de Dios en ese pasaje, y ello en
contraposición a la teodicea babilonia, en la que los responsables de la maldad del ser
humano son los dioses: ‘Con mentiras, que no con la verdad, se les ha dotado.’ Esa
visión, pues, no puede sino coartar y paralizar toda posible iniciativa, pues la virtud es
en sí misma lo bastante costosa como para poder soportar la sospecha añadida de no
tener a la verdad de su lado, sino que de hecho va incluso en contra de todo aquello
que es más humano. Además, y dicho sea de paso, esa visión no está confinada a la
antigua Babilonia. En la práctica, es la visión –sin la teología– de todos cuantos creen
que ser recto (29) es ser ingenuo y no ser adulto.
Esa sospecha y esa visión, se nos viene a recordar, se retrotraen a la Caída, pero no
a nuestros comienzos. Tras los titubeos e inseguridades del presente capítulo, este
versículo nos aporta la refrescante certidumbre de que nuestras muchas maneras –
nuestra ocultación de las cuestiones morales, nuestra negativa a comportarnos
rectamente– son falta nuestra, no nuestro destino. Ya es bastante malo haber echado a
perder lo que era impoluto; esa es ciertamente una culpa. Pero haber sido mero
instrumento en un sinsentido tuvo que traducirse en total desesperanza. Las palabras,
Dios hizo al hombre recto, aun a pesar de su trágica secuela, son suficientes para
cuestionar el dicho, ‘Vanidad de vanidades’. Y dado que la futilidad no era la primera
palabra aplicable a este mundo nuestro, tampoco tiene ahora por qué ser la última.

Frustración
Eclesiastés 8:1–17

Este capítulo va a enfrentarnos en todo momento con nuestra incapacidad para


marcar la pauta y controlar nuestros asuntos. Vez tras vez, y nivel tras nivel, nos
encontramos con que las circunstancias nos superan, acabando atrapados y totalmente
desorientados.

Fuerza mayor (8:1–9)


Quizás, como muchos piensan, Qohelet ha tomado prestada una frase familiar para
el versículo inicial en alabanza de la sabiduría y los sabios. Pero teniendo que
enfrentarse a los peligrosos caprichos de un rey, la sabiduría ha de replegarse y asumir

196
una actitud discreta, contentándose con mantener a su poseedor alejado de los
conflictos. Esa sería la primera de las frustraciones, y la menor de ellas: hay al menos
algo útil que hacer en un caso así, mientras que posteriormente dentro del capítulo
tendrá que hacer frente a problemas tan insolubles como la muerte, la perversión
moral y el profundo misterio del gobierno divino.
La discreción, pues, es una faceta de la sabiduría en la presente situación, si bien el
versículo 12, con su alusión a José y Daniel, a Ahitofel y a Husai, enfatiza la parte que un
talento más positivo por parte de los sabios, la interpretación del asunto en cuestión,
debería tener en la corte. Hecha esa excepción, la sabiduría es una figura discreta y
recatada en este párrafo, y cabe reflexionar entonces acerca de la locura de un rey, o de
cualquier otro posible líder, cuyo desprecio o temor ante la verdad la reduce a un
mutismo absoluto haciendo que aquellos que sí cavilan se guarden sus pensamientos
para sí.
Por cautelosa que tenga que ser la persona sabia, no se le está presionando aquí
para que renuncie a su integridad. Su disponibilidad para agradar no tiene por qué ser
servil. La expresión vivaz y placentera que ha de caracterizarla, algo que el versículo 1b
pone de relieve, no se asume para crear un efecto: la persona sabia se revela en virtud
de la sabiduría como la persona que en realidad es y la mentalidad que le caracteriza.
En otro orden de cosas, además, la genuina sabiduría actuará siempre en función de sus
principios, no por interés según convenga, hecho que pone de relieve la muy precisa
versión del versículo 2 que encontramos en la traducción de la RV: ‘… Obedece la orden
del rey, por respeto al juramento hecho a Dios.’ Es, pues, dentro de ese marco
referencial donde la persona sabia hace uso de su ingenio,240 calibrando los riesgos del
caso (3) y decidiendo el momento apropiado para actuar (5b, 6a). Son muchos los
pasajes del Antiguo Testamento que nos informan de los límites que una lealtad a Dios
ha de imponer a la diplomacia y el acatamiento que imperan en toda corte. Basta con
recordar la articulada franqueza de los profetas y, de entre los sabios, al irreductible
Daniel y sus compañeros. Y si esos ejemplos valen para avergonzarnos por nuestro
conformismo, los presentes versículos mantienen el necesario equilibrio instando a
guardar el respeto que se le debe al gobernante. El Nuevo Testamento continuará así
en esa misma línea, dando preeminencia ora a una parte del asunto, ora a la otra.
La mención del tiempo y modo (5, 6) que el hombre sabio aprende a reconocer –la
verdad y el momento de la verdad que puede ser atrapado o perdido en cualquier
empresa– saca a colación el mismo tema del capítulo 3, con esa presentación de un
mundo condicionado por el tiempo y en constante mutación. Entonces es cuando nos
vemos forzados a caminar a tientas en nuestra búsqueda de lo permanente; en el aquí y
ahora, por algo que se pueda prever y anticipar (7). No es, pues, de mucho consuelo
hallar tan sólo muerte en esta categoría, y poco mejor resulta, al retroceder ante
semejante perspectiva, tener que enfrentarse a un presente lleno de sufrimiento,
cuando el hombre domina a otro hombre para su mal (9). Se percibe una particular
forma de ironía en este último comentario, donde el uso de un término más que
notable para el abuso de poder (domina) contrasta grandemente con lo que se ha dicho
respecto a su impotencia en otros apartados: su incapacidad para domeñar su propio
197
espíritu, o vencer a la muerte –exhibiéndose, pues, toda una variante terminológica
sobre el poder que presta su fuerza y su color a todo cuanto ahí se dice. El resto del
versículo 8, especialmente en el caso de la paráfrasis de la TEV, resume el encuentro
con gran viveza: ‘Esa es una batalla que no podemos eludir; no podremos escaparnos
en forma alguna.’

Perversión moral (8:10–13)


Pocas cosas hay más enojosas que la visión de los malvados prosperando y
contentos por ello. Con todo, ver la maldad respetada y sancionada por la aquiescencia
del estamento religioso (10a) aún es más deleznable. En el panorama que se ofrece a
nuestra contemplación, los sicofantes ni siquiera tienen una excusa para esa ignorancia
suya. Los villanos reciben honra y honores en el escenario mismo de sus fechorías –y ya
no disponen de vida para suscitar temor o favor en nadie. Así, por increíble que pueda
parecernos, la admiración ha de ser genuina, dejando bien claro que el juicio moral
popular puede errar por completo, condicionado e influido por la evidencia de éxito o
fracaso, entendiendo entonces la paciencia de los cielos como aprobación implícita. El
dictador, o el magnate corrupto, habrán forzado las reglas, y así hay que reconocerlo,
pero, después de todo, consiguen que las cosas se hagan, y no es de extrañar que vivan
a su aire y con su estilo.
Eso, sin embargo, es más de lo que Qohelet puede soportar, y es acicate suficiente
para emitir una de sus muy esporádicas declaraciones relativas a su propia fe, dejando a
un lado el velo de secularismo que normalmente adopta en las diatribas. De ello hay ya
muestra anterior (véase en 2:26; 3:17; 5:18–20; 7:14), y en los capítulos finales va a
pasar a ser la norma y no la excepción.
Lo que afirma ahora aquí rotundo es un claro juicio. Al final, lo recto y justo se
impondrá. A los que temen a Dios les irá bien…; pero no será así con los malvados. Lo
cual daría pie a una cierta esperanza en una vida más allá de la muerte para los justos.
De ser eso así, lo insinúa sin dar por resuelta la aparente paradoja de la suerte de los
malvados – pues, a renglón seguido, anuncia que el villano prolongará su vida y no
tendrá éxito al hacerlo (12, 13). Lo cual podría venir a querer decir que mientras que el
hombre justo cuenta con una esperanza más allá de la sepultura, el impío no puede
tenerla: por mucho que se posponga, la muerte será su final definitivo. Y así es cómo
algunos de los Salmos contemplan el asunto.
Sin embargo, la renuencia de Qohelet a pronunciarse más explícitamente al
respecto en otros momentos, escudándose tras un ‘¿Quién sabe?’ (3:21), hace que esto
parezca ahora una mera generalización. De la maldad, afirma, no se consiguen
auténticos beneficios (13a), y como norma –y por muy chocantes que puedan
parecernos las excepciones (12, 14)–, siembra la aparición de la inseguridad. La carrera
de los malvados es todo apariencia, y nada de sustancia.

Pequeñas esperanzas (8:14 y 15)

198
Momentos atrás se nos instaba a recordar que, como norma indefectible, el
malvado cava su propia ruina, y el justo, por así decirlo, su propio jardín. Pero suele
ocurrir con excesiva frecuencia que el esquema sufre un revés, convirtiéndose entonces
en remedo de sí mismo, pues lo cierto es que no hay manera de saber cuándo –y menos
aun por qué– la vida nos asestará el siguiente golpe, o nos recompensará con un bien
impensado. El esfuerzo moral puede que no pague dividendos, y aunque eso lo
convierta en algo aún más noble, es muy natural tratar de hallar una inversión más
segura. Visto desde esa perspectiva –algo subrayado por partida doble en el versículo
15 por las palabras bajo el sol–, las satisfacciones más simples son las fiables. No es,
pues, la primera vez que se nos recuerda esto, ni tampoco va a ser la última, pero
Qohelet tampoco quiere extralimitarse en su valoración. Siempre ha habido y siempre
habrá una contrapartida negativa para lo positivo de esta vida (en este caso, los afanes)
que poco más puede hacer que mitigarlos.

El problema subsiste (8:16 y 17)


Por si acaso habíamos olvidado que el trabajo esforzado y la vida sencilla pueden
ayudarnos a dejar aparcadas las cuestiones últimas de esta vida, ya que no a
solventarlas de forma definitiva, esta secuela al inane consejo del versículo 15 debería
bastar. El ajetreo propio de la existencia hace que nos preocupemos lo suficiente como
para detenernos a preguntar dónde nos está llevando y cuál es su significado, si es que
en verdad ese significado existe. No es que haga falta que Qohelet nos lo recuerde para
tener muy presente una cuestión que nos supera. La dilatada historia de las filosofías,
cada una a su vez resaltando y poniendo de manifiesto las omisiones de sus
predecesores, lo deja demasiado claro.
Pero Qohelet insiste en ese punto –proporcionándonos en ese apartado un rayo de
luz por la manera misma en que lo expone. Pues es verdaderamente la obra de Dios la
que nos desconcierta (17): no se trata de ‘un cuento narrado por un idiota’.
Ahora bien, ¿qué pasaría si se le estuviera contando a un idiota? El capítulo parece
terminar justamente en esa clave en concreto. No hay muchas perspectivas de éxito
para las cabezas sabias de este mundo. Con todo, creo que se entiende mejor el
significado profundo si examinamos la alusión en el versículo 17a al contenido de 3:11.
Ahí nos vemos enfrentados una vez más a la estrechez de nuestro conocimiento, pero
con la gloriosa contrapartida de la eternidad como extensión de la temporalidad. Y si
bien como moradores en el tiempo tan sólo podemos vislumbrar la actuación de Dios
en asombrada espera, el hecho mismo de poder inquirir respecto al diseño final,
anhelando expectantes el momento de su contemplación, prueba que no somos del
todo prisioneros de este mundo nuestro.
En palabras más prometedoras, contamos no sólo con demostración fehaciente de
cómo hemos sido hechos, sino asimismo de para Quien hemos sido creados.

199
En peligro
Eclesiastés 9:1–18

Antes de que el énfasis positivo de los tres últimos capítulos pueda hacerse
manifiesto, necesitamos estar seguros de no estar construyendo sobre base alguna que
no sea la de la dura y pura realidad. Y, por si aún abrigáramos ilusiones consoladoras, el
capítulo 9 nos devuelve a la realidad confrontándonos a lo muy poquito que sabemos y,
a renglón seguido, con la inmensidad de lo que no podemos abarcar: la muerte (muy en
particular), los cambios y reveses de la fortuna, y los mudables favores de la gente;
pero, antes de nada, el planteamiento de las cuestiones cruciales, y ello tanto si
estamos junto al amigo como en manos del enemigo.

¿Es amor o es odio? (9:1)


Tan sólo hay que utilizar los ojos sin prejuicios, según claramente se nos dice en el
Salmo 19 y en Romanos 1:19 ss., para darnos cuenta de que existe un poderoso y
glorioso Creador. Pero se necesita algo más que una atenta observación para averiguar
cuál es Su disposición con respecto a nosotros. Así, tanto si tomamos ahí las palabras
amor u odio como manera bíblica de dar a entender ‘aceptación o rechazo’, o en un
sentido más primario y simple, lo que tendremos en definitiva será una incierta
respuesta acerca del carácter y la naturaleza del Creador partiendo del mundo donde
vivimos y somos, con su mixtura de encanto y temor, belleza y rechazo.
Aun dejando la cuestión pertinente en hipotética semblanza, el asunto seguiría
siendo inquietante, e incluso en mayor medida si nos detenemos a pensar que Dios nos
lleva de la mano (12). Pero Qohelet hace que el asunto se complique ahora aún más al
dirigir nuestra atención a un hecho que parece inclinar la balanza a favor del lado
contrario –suponiendo, de todos modos, que nuestro razonamiento se base en
exclusiva en aquello que vemos. Así, por precaución, nos enfrenta a dos hechos parejos
antes de dar por concluido el capítulo. El primero de ese total de tres es la muerte.

La muerte (9:1–10)
Si nos asiste la razón al incluir en el sentido del versículo 2 las palabras y es vanidad,
o, según la versión de la NEB, ‘Todo cuanto tiene por delante es vaciedad’, el fondo será
que mientras que nuestro entorno no nos ayuda a discernir lo que Dios pueda pensar
de nosotros, las perspectivas de futuro sí que lo dejan en cambio demasiado claro. La

200
impresión que se tendría es que Dios sencillamente no está interesado. Aquellas cosas
que se supone que más le importan, resulta que no suponen diferencia alguna –o al
menos ninguna que nosotros podamos apreciar– respecto al modo en que se pone fin a
nuestra existencia. Morales e inmorales, religiosos o profanos, a todos se nos retira por
igual de la faz de la tierra. En cien años, como suele decirse, ‘todos calvos’.
Pero, aun pareciendo que eso es lo que la muerte parece proclamar con su triunfo –
como si tuviera la última palabra–, Qohelet expresa una apasionada y furibunda
protesta: ‘Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol’ (3 BA). Y lo que hay que tener
en cuenta es que su queja hace referencia tanto a nuestra condición actual como a
nuestra mortalidad final. La fascinación que acaba ejerciendo este libro en su totalidad
se deriva tanto de la colisión entre los obstinados datos que la observación aporta y los
igualmente obcecados barruntos de la intuición, lo cual nos aboca, querámoslo o no, a
una síntesis que va más allá de sus páginas, y que, en el caso que nos ocupa, es la
perspectiva de recompensa o castigo en el mundo que ha de venir.
A la espera de que eso suceda, contemplamos el mundo tal como se ofrece a
nuestra vista, con la muerte como punto final de la existencia y el mal campando a sus
anchas. Ambos aspectos de la existencia guardan una relación entre sí. La vida en un
mundo en apariencia carente de sentido es motivo de desencanto, que a su vez se
convierte en desesperanza e instinto destructor –la locura de los violentos o la
inhibición de los mansos.
¿Es, pues, la desesperanza lo único que va a contar? Sorprendentemente, la
inmensa mayoría de las personas no lo creen así, porque, si no, la raza humana habría
desaparecido de la faz de la tierra hace ya muchos años. Y Qohelet opina lo mismo: la
vida merece la pena. Después de todo, incluso en el peor de los casos, la existencia es
mejor que la nada, que es lo que la muerte parecería proclamar. Este sólido sentido
común que encontramos en el versículo 4, con proverbio añadido para recalcar el caso,
allana el camino para una encendida repulsa, en los dos siguientes versículos, del poder
de la muerte para someter a los vivos antes de tiempo. En todo caso, ¡que sea la vida
como tal la que avergüence a la muerte! ¿Sabe el hombre viviente más de lo que le
conviene para poder disfrutar de la vida? Puede que sí, pero siendo así, ¿quién
preferiría ser un cadáver y no tener conocimiento de nada?253
Ante la amenaza de la muerte, el espíritu de afirmación de la vida irrumpe con
fuerza para hacerse con el resto del pasaje (7–10), y ello en la medida en que algo
meramente temporal puede lograrlo, pues aun no siendo toda la respuesta, cuenta con
la aprobación de Dios. Por algo Él es la fuente de todos los dones de esta vida terrenal:
el pan y el vino, las festividades y el trabajo, el matrimonio y el amor.
Hay algunas semejanzas notables entre este pasaje (9:7–10) y algunos versos que
encontramos en el poema de Gilgamesh, composición poética acadia que data de los
tiempos de Abrahán o puede que incluso antes, y que tuvo una gran difusión en el
mundo antiguo. En este momento de la historia, el héroe se ha visto impelido ante la
muerte de su gran amigo a ir en busca de la inmortalidad, y se encuentra en el jardín de
los dioses. La joven Siduri, que es ahí la encargada de hacer el vino, le dirige estas
palabras:
201
‘Gilgamesh, ¿adónde te diriges?
La vida que buscas nunca la encontrarás.
Pues cuando los dioses crearon al hombre, permitieron
que la muerte tuviera su parte,
reteniendo la vida en sus manos.
Gilgamesh, llena ahora el estómago–
Goza día y noche,
que tus días rebosen de alegría,
danza y compón música día y noche.
Ponte ropas limpias,
lava tu cabello y báñate.
Contempla al niño que te guía de la mano,
y que sea tu esposa la que goce de tus abrazos.
Pues esas son las cosas que interesan y preocupan al hombre.’
Este no es el único lugar en el que los sentimientos de esa clase se dejan oír. Hay un
cántico de un banquete funerario egipcio, más o menos simultáneo a Gilgamesh, que
incluye un consejo muy similar tras recordarles a los vivos lo que les va a deparar el
futuro:
‘Atiende a tu deseo mientras vivas. Unge tu cabeza con mirra, vístete de lino
fino, unge…, y no atormentes tu corazón, -hasta que te llegue el día de la
lamentación.’
Un autor contemporáneo destacado ahí, sin embargo, y con toda la razón, la nota
distintiva que Qohelet hace resonar en este punto, y ello a pesar del tono general
adoptado. ‘Pues esos consejos suyos, que recomiendan una aceptación y disfrute de
todo lo posible en cada caso, apuntan a Dios’, y de hecho a ‘una voluntad positiva por
parte de Dios’. Esto es algo que queda particularmente claro en la confirmación del
versículo 7b de que Dios ha aceptado el gesto agradecido, y un gesto que es visto no
sólo como agradecido, sino asimismo como humilde y lleno de voluntad, tal como
evidencia la máxima hazlo con todas tus fuerzas (10); y en ese punto, la brevedad de la
existencia viene a ser como aguijón que espolea, como ocurrió con nuestro Señor
cuando habló de ‘la noche… cuando nadie puede trabajar’ (Jn. 9:4). Una vez más, es
característica de este libro la forma en que afronta hechos y realidades de manera
directa, siendo presentada ahora la muerte no como de pasada, sino con plena
consciencia de la desolación que la rodea.
Pero lo cierto es que la muerte no es el único riesgo.

Cambio y suerte (9:11 y 12)


El tiempo y la suerte van de la mano. Y ello, sin duda, por su capacidad para
arrebatarnos todo protagonismo en la acción. Eso es algo que fácilmente comprobamos

202
en el caso de la suerte –la providencia siempre opera en secreto, y para la percepción
humana, la vida está compuesta de una serie de pasos hacia lo desconocido y de
acontecimientos del todo inesperados, existiendo siempre la posibilidad de que alguno
de ellos cambie por completo nuestra existencia cuando menos lo esperemos. En
cuanto al tiempo, el capítulo 3 con su ‘tiempo de nacer… tiempo de morir’, ya había
dejado patente la manera en que nuestras vidas pueden oscilar de un extremo a otro
llevadas por corrientes que escapan a nuestro control. Todo lo cual viene a poner en
entredicho la equiparación entre trabajo esforzado y éxito asegurado. En medio de las
mareas de la vida, somos más como peces atrapados en la red traicionera, o como
aquellos otros que, no se sabe bien cómo, han logrado salvarse, que dueños y señores
de nuestra suerte y destino, y caudillos de nuestra alma.
El tercer elemento que viene a alterar nuestros muy humanos cálculos se nos
presenta ahora de forma dramática con esa breve parábola de los versículos 13–16, y
en las reflexiones que siguen para redondear el capítulo.

La inconsecuencia del hombre (9:13–18)


Podemos identificarnos de forma inmediata con las gentes de la pequeña ciudad
asediada, y con su alivio al hacerse efectiva la astucia del estratega amateur - ¿sería
acaso un diplomático? Pero si somos honestos, puede que nos identifiquemos
igualmente con la última escena, cuando las gentes le olvidan. Aun así, la parábola
como tal no es fábula moral que aspire a mostrarnos lo que las personas deberían
hacer: es más bien un aviso precautorio que pone en evidencia cómo son las personas
en realidad. Así, si hemos de identificarnos con alguien, debería ser con el hombre
pobre – y no porque tengamos que aspirar a ser consultores universales, sino porque,
un tanto lamentablemente, deberíamos aprender a no contar con algo tan
inconsecuente y mudable como la gratitud humana.
(Acerbo cielo, no dejes de helar.
No es tu mordedura tan profunda
como favor olvidado:
y aun cuando las aguas domeñas,
no es tan fuerte tu punzada
como el amigo que no recuerda.)
En el marco de la intención general del capítulo, ese es un ejemplo más de lo que de
impredecible y de cruel tiene la vida, con esa capacidad tan suya para desposeernos de
toda confianza en lo que podamos alcanzar por nuestros propios esfuerzos. Los dos
últimos versículos (17 ss.) refuerzan la intención de la parábola al poner de relieve tanto
la valía como la vulnerabilidad de la sabiduría. Así, descubrimos, más allá de la mera
sospecha, que, en el ámbito de las relaciones humanas, la última palabra suele tenerla
quien grita más fuerte (v. 17) o tiene la voluntad más acerada (v. 18). En muy raras
ocasiones, se hallará junto a la verdad y el auténtico mérito.

203
TERCER RESUMEN

Mirada retrospectiva a Eclesiastés


Eclesiastés 7:1–9:18

La llamada de atención de nuestro autor, al igual que ocurre con las advertencias de
Jeremías, puede resumirse como ocasión
‘para arrancar y para derribar,
para destruir y para derrocar,’
pero también
‘para edificar y para plantar’.
Al final del capítulo 9, nuestro autor ha dejado ya bien explicitada la denuncia de
nuestra pretendida autosuficiencia. La primera mitad del libro, analizada de forma
somera con anterioridad (páginas 48 y 63), no da lugar a la complacencia, y estos tres
últimos capítulos no han hecho sino agudizar aún más el hecho.
A diferencia de los casos anteriores, los proverbios y las reflexiones de 7:1–22 no
proporcionan alivio ante la preocupación principal, aun cuando lo clasifiquemos de
interludio. Con muy pocas excepciones, los dichos destacaban por su aspereza (así,
7:1–4) e incluso por su punto de cinismo (7:15–18), enfrentando al hombre prisionero
del secularismo a la inevitabilidad de la muerte y sus implicaciones. Y cuando se
procede a un resumen del caso en 7:23 todo lo que se consigue es suscitar nuevas
dudas respecto a la sabiduría humana. El capítulo 2 ya había mostrado su
convencimiento de que el hombre sabio está igual de expuesto a la mortalidad que el
necio, pero es ahora, sin embargo, cuando surge en toda su pujanza la auténtica
cuestión, a saber, si la sabiduría, en su sentido más serio y profundo, es algo alcanzable.
Por sabio que el hombre pueda ser en los asuntos de esta vida (8:1–6; 9:13–18), es del
todo evidente que nunca dará con el camino que lleva al corazón de las cosas, y nunca
podrá estar seguro de si, enfrentado a la auténtica verdad, va a ser capaz de soportarlo.
‘¿Quién lo descubrirá?’ (7:24); ‘¿quién le anunciará cómo ha de suceder?’ (8:7); ‘los
hombres no saben ni de amor ni de odio’ (9:1).
El panorama también se ha ensombrecido en otros aspectos. Y ahora empiezan a
evidenciarse síntomas de embotamiento moral: de injusticia flagrante y objeto de clara
admiración (8:10 s.), y de humanidad no meramente débil sino ‘apostada adrede para
hacer el mal’, poniendo en juego para ello un furor inaudito (8:11; 9:3). Y junto con los
estragos de la muerte, reiteradamente enfatizados en el libro, hacen asimismo su

204
aparición las incertidumbres del paso del tiempo y de la mudable fortuna (9:11 s.),
contribuyendo a desestabilizar aún más los cálculos humanos.
Pero, a pesar de todo eso, se vislumbra algo mejor, manteniendo viva la llama de la
esperanza, que viene de hecho ha ser alimentada y justificada en los restantes
capítulos. Qohelet da por fin terminada su labor de demolición. El terreno ya está
despejado: ahora ya se puede edificar y plantar. Tanto si vemos el siguiente capítulo
como el modesto comienzo de un proceso, o como un interludio para aliviar la tensión
(comparable a 4:9–5:12 y 7:1–22), va a permitir que recuperemos el aliento antes de
pasar a enfrentarnos a la cuestión candente del libro: si la vida tiene en verdad algún
sentido y, de ser así, en qué consiste.
Para empezar, están las cuestiones de sentido común que requieren nuestra
atención inmediata, y que afectan tanto a la sabiduría como a una existencia sensata,
junto con aquellas que hemos de asumir ante los límites del conocimiento humano. Es,
pues, el momento de recordar que hay que ser sensato (capítulo 10) y responder con
mayor seguridad al llamamiento a ser valientes y decididos (11:1–6), gozosos (11:7–10)
y honestos (capítulo 12).

Interludio: ¡Sed sensatos!


Eclesiastés 10:1–20

Este capítulo contempla la vida con calma, indagando aquí y allá, y ello con la
deliberada intención de mantener nuestros parámetros a un buen nivel, sin por ello
dejarnos sorprender por las rarezas de los demás o permitir que nos pillen con las
defensas al descubierto en nuestros tratos con los poderosos.

Insensatez (10:1–3)
El versículo 1 pone de manifiesto un principio inapelable pese a su triste verdad:
que cuesta menos destruir que construir. Esa es, obviamente, una de las ventajas con
las que juega el mal, y la atracción que ejerce sobre nuestra vertiente asilvestrada es
innegable, pues, por decirlo con la ruda franqueza de Qohelet, más fácil es hacer poción
hedionda que crear dulce armonía. Sin embargo, en este versículo lo que está en crisis
es el lapso repentino o el impulso bobo: son incontables los casos de premios que no se
alcanzan y buenos comienzos echados a perder en el ofuscamiento de una decisión que
no ha sido bien meditada –y no sólo por parte de personas impulsivas, como en el caso
de Esaú, sino por todos aquellos que se ven enfrentados a pruebas terribles, como fue
el caso de Moisés y Aarón.

205
En el versículo 2, las versiones modernas no se muestran conformes con la dudosa
distribución de AV, RV (‘El corazón del sabio está hacia la derecha…’). Así, puede que
fuera más acertado traducir con libertad: ‘El corazón del sabio le guía por el camino
recto, el corazón del necio le desvía hacia la izquierda.’ La derecha y la izquierda han
sido vistas ya desde antiguo como presagio de bien o de mal, de afortunado o
desgraciado (cf. el uso actual de diestro y siniestro y sus respectivas connotaciones); y
en la parábola de nuestro Señor de las ovejas y las cabras, ambas partes se
corresponden con dos veredictos contrastados. Aun así, también se da el caso de
bendiciones impartidas a uno y otro lado, aunque distintas en intensidad. El necio,
pues, se inclina hacia lo de menor valía, lo menos bueno y, por razón de su naturaleza,
hacia lo auténticamente erróneo y malo. Las distintas preferencias se hacen patentes
en múltiples formas, no tan sólo moral y espiritualmente. Como contraste, las
predilecciones del hombre sabio quedan claramente especificadas en esa amplia lista
de los ‘todos’ en Filipenses 4:8.
La posible faceta cómica hace su aparición en el versículo 3, como pasa asimismo
con frecuencia en Proverbios en relación a este tema. Para el ojo experto de Qohelet, el
necio no tiene posibilidad de disfrazar lo que es, excepto quizás en el silencio absoluto
(cf. Pr. 17:28). Pero incluso entonces, es más que probable que el propio
comportamiento le delatara, pues no puede en su orgullo contenerse y guardar sus
opiniones para sí. Juzgando a partir de Proverbios, su altisonante palabrería sonará
siempre fuera de lugar (Pr. 17:7), su falta de tacto le hará ser impertinente (Pr. 18:2) y
cuando se le habla, se muestra incapaz de escuchar (Pr. 18:2). Si le dan un recado que
tenga que transmitirse, lo embrollará por completo, y si por casualidad se le ocurre un
pensamiento acertado, lo aplicará erróneamente (Pr. 26:6 s.). La buena noticia es que
se puede anticipar su aparición por el movimiento de retirada y huida que ocurre a su
paso (Pr. 17:12).

En la cuerda floja (10:4–7)


Se hace patente una aguda observación tras el discreto consejo del versículo 4, pues
se nos invita a observar un absurdo fenómeno humano: la soberbia. Si se es capaz de
reconocer los síntomas, uno puede librarse de un mal autoinfligido – pues aunque se
sienta un tanto magnífico al ‘renunciar al puesto’ (NEB), ostensiblemente por principio
pero de hecho por puro orgullo herido, es ciertamente bastante más inmaduro y menos
impresionante de lo que aparenta ser. Ceder ante el patrón autocrático no sólo es tarea
del creyente (tal como el Nuevo Testamento nos enseña, 1 Pedro 2:18 ss.), sino
asimismo indicio de sabiduría, pues la ira que puede ser aplacada por la deferencia (4b)
tiene en sí misma los síntomas de la soberbia y el engreimiento; y con una persona en
ese estado ya es bastante.
Pero quizás sea aún peor el autócrata que se muestra débil. Si es él quien está al
mando, puede pasar cualquier cosa. Los desórdenes de los versículos 6 y 7 son causados
por el gobernante del versículo 5, y nos llevan a recapacitar acerca de la fragilidad de las

206
pequeñas jerarquías. Y es que no hay época que se libre de verse sorprendida por ello.
Del antiguo Egipto, muchos siglos antes de que estas palabras fueran escritas, nos
llegan ecos de lamentos tan típicamente tópicos como los de Qohelet:
‘¿Cuál es la razón de que los nobles anden lamentándose, mientras que los
pobres tienen gozo…?
¿Por qué las criadas hablan sin rebozo? Cuando sus señoras hablan, las criadas
sufren la carga… Contemplad, pues, ahora, cómo las damas se afanan en el
campo, y los nobles están en el taller.’
Si alguien se siente inclinado a aplaudir, Qohelet no va a discutir por eso – el interés
que le mueve de principio a fin es poner a prueba nuestra endeble fe en la permanencia
de las cosas, y además los que están en la cúspide no le inspiran ninguna confianza. Sin
embargo, tampoco puede decirse que vea en esos desórdenes un triunfo de la justicia
social. Los ejemplos de los que ha sido testigo han sido o bien cambios en la rueda de la
fortuna (7), o puestos que se adjudicaron a personas que no se lo merecían (la necedad
colocada en muchos lugares elevados) (v. 6). Y no hay que hacer gran esfuerzo para
adivinar las intrigas, las amenazas, las adulaciones y los sobornos que fueron
sembrando camino del objeto deseado.

Los hechos básicos de la existencia (10:8–11)


El fondo y perspectiva que alienta tras estas punzantes reflexiones no es el de un
fatalismo, como pudieran inducir a pensar los versículos 8 y 9 leídos de forma aislada,
sino un realismo elemental. La contundencia del hecho obvio señalado en el versículo
10, que viene a quedar respaldada por el humor cáustico del siguiente versículo, disipa
toda posible duda. Lo que ahí se está haciendo es instarnos a que utilicemos la cabeza y
tratemos de tener una perspectiva más amplia con la vista puesta en el futuro. No hay
empresa de cierto fuste y nivel que no conlleve sus riesgos, y la persona que solemos
calificar de proclive a los accidentes suele ser la única culpable de lo que la ocurre, y no
la mala suerte. Debería haber tenido en cuenta unas consecuencias obvias y haber sido
más precavida. Pero Qohelet apunta a una verdadera parábola al introducir las
imágenes de un pozo y una serpiente, pues el pozo que se convierte en trampa para el
que lo cavó era figura proverbial de la justicia poética, y la serpiente no detectada era
trasunto de la retribución al acecho. Así es como veía las cosas el profeta Amós y ese es
asimismo el testimonio implícito en la víbora265 que muerde a Pablo.
El versículo 8 puede, en cambio, estar apuntando a algo distinto al versículo 9, que
está dirigido más al falto de escrúpulos que al inconsciente. En cuanto al segundo
(¿estaríamos nosotros también incluidos?), recibe el trato que merece en los versículos
10 y 11: primero, con la elaborada paciencia adecuada a la relación con el mentecato,
seguida de un apunte de ingenio y un tanto de farsa. Tras un comienzo desconcertante,
en el que la serpiente ha ganado a todos por su rapidez, viene ese encogerse de
hombros que acompaña a la frase lapidaria (NEB) ‘no hay entonces ganancia para el
207
encantador’. En cuanto a la víctima… ¿es necesario entrar en detalles?

Sentido y sinsentido (10:12–15)


Las palabras son de forma natural objeto favorito de los autores sapienciales,
contando por ello con un lugar obvio dentro del arte de vivir, y es ese arte, y no el
objeto de la existencia, lo que predomina en este capítulo. Pero, tras constatar ese
adecuado uso de las palabras, nos sale al paso el problema mayor de su mal uso. Y
puede que la proporción sea bastante pareja.
Decir (como en la RSV y la mayor parte de las versiones más modernas) que las
palabras de un sabio le ganan favor (12) es decir una verdad a medias, a pesar de su
nítido contraste con la línea segunda. Pero lo que se está realmente afirmando ahí es
que sus palabras están llenas de ‘gracia’ (véase Biblia de las Américas, N.T.). Como es
lógico y natural, esa característica, que conlleva tanto encanto como bondad, se gana el
favor como lo que más, pero en su expresión más pura y genuina es desinteresada, y
tiene su origen en una humildad fundamental que es el principio de la sabiduría.
La breve semblanza que se traza del necio apunta igualmente a actitudes internas
que vienen a confirmar sus palabras. Si nos reíamos de él en el versículo 3, ahora nos
vemos confrontados con su lado más trágico y peligroso. En las Escrituras se nos
muestra como tozudo y díscolo antes que anodino: su pensamiento (y en consecuencia
su discurso) no tiene en cuenta a Dios. El versículo 13 lo deja de hecho bien patente,
pasando revista al proceso en su totalidad, esto es, desde su insensato comienzo hasta
su desastroso final. Ese final, en su perversa locura, puede parecer demasiado terrible
para ser verdad, pero los dos elementos que ahí fallan, tanto el moral como el
espiritual, son el fruto inapelable de negar la voluntad y la verdad de Dios. Y si bien es
innumerable el número de no creyentes cuyo final en la tierra no podría ser
razonablemente descrito como maldad o locura, es tan sólo porque no se ha examinado
hasta sus últimas consecuencias la lógica de su no creencia, y ello en virtud de la gracia
interventora de Dios. Pero cuando se trata de toda una sociedad completamente
entregada al secularismo, el proceso es mucho más evidente e invasor.
Los versículos contiguos se ocupan de dos rasgos propios del discurso del necio. No
tiene juicio alguno, no le reporta ningún bien (12) y no tiene prudencia alguna ante lo
desconocido (14). Y aunque todos podríamos encajar en una ocasión u otra en nuestros
momentos menos lúcidos, es muy cierto en un nivel más grave para el auténtico necio,
esto es, el hombre sin Dios, cuyas propias palabras le delatan pese a lo externo de su
apariencia (cf. Mt. 12:34–37), y cuya opiniones, de suyo tan asertivas, ponen de
manifiesto un frívolo desinterés en la necesidad de la revelación que tiene el ser
humano.
El versículo 15 es una especie de corolario al comportamiento del necio, pero ¡hace
falta ser muy sabio para entender con exactitud su significado! Su segunda línea es sin
duda una apostilla al carácter de fondo que evidencia la persona que confunde hasta las
cosas más sencillas (cf. Is. 35:8) –no daría con el camino, diríamos hoy, ¡aun dentro del

208
ascensor! Esa frase queda más clara en la versión que incluye el que (que no sabe
siquiera ir a la ciudad). Va apareciendo así ante nuestros ojos la imagen de una persona
que complica y enreda las cosas mucho más de lo necesario a causa de su propia
estupidez. Cabe por otra parte la posibilidad de una conexión con el necio ilustrado del
versículo anterior, atreviéndose a emitir juicio sobre cosas que exceden claramente a su
conocimiento; aunque también es posible que se trate sencillamente de una más de las
múltiples facetas de la persona necia. Eso es algo que encajaría bien con el tema propio
del libro, con su énfasis en la fatiga que produce toda labor sin sentido (cf., por
ejemplo, 1:8; 2:18–23), y tal vez necesitemos recordar que, en último análisis, eso es
justamente lo que nos convertiría a todos en necios. El libro va a terminar con una
advertencia al necio listillo cuya ‘mucha ilustración’ le agota y le distrae del ‘final del
asunto’ (12:12 s.), que es el temor a Dios. Estar siempre aprendiendo y nunca llegando,
como se dice de algunas personas en 2 Timoteo 3:7, evidencia una falta de fundamento
de carácter que se las arregla para perder de vista el camino incluso en el caso de la
recta carretera que conduce a la ciudad. Y esa es necedad que ni siquiera tiene la excusa
de la ignorancia.

Principalmente, acerca de los gobernantes (10:16–20)


El capítulo termina tal como empezó, con agudos comentarios sobre la política
práctica, como para remachar que el interés del sabio en las cuestiones últimas de la
existencia no contribuye en nada a disminuir su preocupación por el presente. El
hombre sabio se interesa sobremanera acerca del modo en que su país está siendo
gobernado, y acerca de la mejor manera de gobernarse a sí mismo y organizar sus
asuntos, y ello en un mundo que es a la vez exigente (18), atractivo y deleitoso (19) y
muy peligroso (20).
Los versículos 16 y 17 nos recuerdan la influencia que se filtra desde los hombres en
la cúspide hasta el último peldaño social, marcando el tono para una comunidad en su
totalidad. Y puede ser cierto tanto de la unidad más pequeña como de la más grande. El
primer cuadro que se ofrece a nuestra vista muestra un gobernante sin dignidad ni
sabiduría, rodeado todo ello de decadencia; el segundo, un líder que es aceptado de
buena gana, rodeado de hombres responsables. Y por si acaso se nos ocurriera
entender ahí muchacho u hombre libre en un sentido demasiado restringido, un pasaje
anterior lo ha dejado ya bien claro: ni la edad ni la categoría lo son todo, incluso en el
caso de la realeza, y ha alzado su voz a favor del joven que no cuenta con nada a su
favor salvo sus dones (4:13). El muchacho del versículo 16 podría de hecho ser un
hombre de una cierta edad que no ha sabido cómo crecer (cf. Is. 3:12), en contraste,
pongamos, por ejemplo, con el joven Josías que ‘siendo aún muchacho… comenzó a
buscar a… Dios’, para bendición de su nación. Y la mención de hombres libres, o
‘nobles’, no es una muestra de clasismo gratuito, sino de estabilidad política. En las
Escrituras, no son presentados como parangones de virtud, ni tampoco era el caso que
varones ilustres como David o Jeroboam fueran descalificados por no proceder de ese

209
círculo. El interés de ambos versículos se hace evidente en virtud de la profecía de una
revolución social en Isaías 3:1–5, donde los hombres de peso en la comunidad iban a
ser destituidos de sus puestos de privilegio:
‘Les daré muchachos por príncipes,
y niños caprichosos gobernarán sobre ellos…
el joven se alzará contra el anciano,
y el indigno contra el honorable.’
En cuanto a los decadentes cortesanos (16), Israel sabía mucho de ellos. Los
profetas pintan vivas estampas de sus francachelas diurnas (Is. 5:11, 22) y su indolente
molicie (Am. 6:4 ss.) y su ofuscación por el vino y la inmundicia en que se revuelcan (Is.
28:7 s.). En semejantes situaciones, la justicia y la verdad son las primeras bajas,
‘derribadas en tierra’ (Is. 59:14, AV).
Parece bastante probable que los proverbios de los versículos 18 y 19 fueran
colocados ahí adrede por su relación con el comportamiento de los poderosos: sus
imposiciones y su falta de buen gobierno, su uso y abuso de los dones de Dios, tal como
veíamos en los versículos previos. El versículo 20 se ocupará de ellos de forma más
explícita.
No cabe duda de que la negligencia (18), que va destruyendo inadvertidamente la
casa que no se cuida o al espíritu que no se cultiva, es tan destructiva para un reino
como para, asimismo, un edificio e incluso la persona. No hace sino avanzar en su ruina,
y nada es más devastador. Sean cuales sean los daños que puedan ser pasados por alto,
el abandono y la ruina no están entre ellos: el tiempo va a jugar a su favor. En términos
de oficiales indolentes arrostrados por los profetas en los párrafos destacados, su
propia decadencia iba a difundir su podredumbre hasta afectar la estructura que los
albergaba, siendo inevitable que acabara por desplomarse sobre sus cabezas.
En el proverbio incluido en el versículo 19, las dos primeras líneas podrían asociarse
con las escenas de los banquetes, tanto los buenos como los malos, que introducían el
párrafo (16 s.), pero, en cualquier otro contexto, deberíamos verlos como preparación
al mordaz comentario sobre el dinero. No tiene por qué ser cínico: la cuestión no es que
todo el mundo tenga su precio, sino que cada don tiene un uso –y la plata, acuñada
como moneda, es el más versátil de todos. Nuestro Señor enseñó algo muy parecido en
Lucas 16:9, y como solía ocurrir, abrió una nueva perspectiva en su presente ubicación.
Sin embargo, las dos primeras líneas del proverbio puede que signifiquen llevar el peso
mayor, para hacer ver que celebrar fiesta para fortalecerse, y no para embriaguez (17),
es cosa venturosa, mientras que los excesos y los abusos a nada conducen. Los
saludables dones de Dios son cosa deseable, y su uso apropiado algo delicioso y
suficiente en sí mismo.
Con el versículo 20, volvemos a estar en compañía de los que ostentan el poder,
incluido el poder económico. (¡No cabe duda de que ellos van a interpretar el versículo
19c a su manera!) Desde luego, no son compañía placentera. Para un lector de nuestro
siglo, hay algo familiar en esa morbosa sensibilidad ante todo cuanto se susurre aquí y

210
allá, y es evidente que no precisaban artilugios electrónicos para su espionaje. Hubiera
sido ardua tarea alcanzar esas alturas y lograr mantenerse en ellas sin poseer un sexto
sentido para detectar disidentes.
Con ese espíritu práctico que le caracteriza, Qohelet ve en todo ello un hecho más
de la vida y pone fin al capítulo con un consejo relativo a cómo convivir con ello.
Sobrevivir es el primer paso, y ello aunque no vaya a ser ni mucho menos el último.
Llegados a este punto, se encuentra en el momento adecuado para dirigirnos al clímax
del libro.

Camino de casa
Eclesiastés 11:1–12:8

El ritmo se acelera ahora. La escena no ha cambiado: presenta los mismos tintes


oscuros y algún fulgor ocasional, al igual que en otras ocasiones, si bien la
contemplamos con mayor resolución que antes. Ya sabemos lo peor; y eso supone una
ventaja: ahora vamos a poder apuntar en la dirección adecuada.
Tres envites independientes nos indican el camino que conduce al final del asunto.
Podemos resumirlo en los encabezamientos elegidos para las tres partes que integran
estos dos capítulos que restan: ¡Sé valiente! ¡Sé santo! ¡Ten gozo!

¡Sé valiente! (11:1–6)


Esto nos lleva al sensato consejo del capítulo 10, que resumíamos en la máxima ‘¡Sé
sensato!’ La cautela tenía su lugar en ese primer momento, pero ahora ha de dar paso a
la acción.
Una de las frustraciones de la vida, resaltada en 9:11 s., es que el tiempo y la suerte
pueden venir a trastocar nuestros más cuidadosos planes. Y aunque un pensamiento así
puede paralizarnos, también puede movernos a pasar a la acción, pues, si toda empresa
acometida conlleva un riesgo, mejor será fallar en el empeño que aferrarse con
desesperación a lo que ya se tiene. El viento que agitará los escritos del Nuevo
Testamento parece tener aquí un anticipo, y ello en forma de una paradoja favorecida
por el Señor: ‘quien ama su vida la perderá’, y ‘con la medida con que medís seréis
medidos’. Esto vendrá inapelablemente a ser cierto, en mayor o menor medida, tanto si
Qohelet está ahí hablando de empresas comerciales o de pura generosidad –pues es
difícil saber con seguridad cuál de los dos hace al caso o si es que primero está
hablando de uno para pasar después al otro.
El pensamiento de fondo de los versículos 3 y 4 reúne todas aquellas cosas que no

211
podemos cambiar y asimismo aquellas otras que demandan una decisión firme y una
acción inmediata. Los dos ejemplos que ahí se dan –las nubes que siguen sus propias
leyes y tiempos, que no los nuestros, y el árbol caído que a nadie ha pedido su parecer–
pueden hacernos pensar en lo que puede que sea y lo que podría haber sido. Aun así,
nuestra tarea consiste en ocuparse de lo que de hecho ya es, y de aquello que está al
alcance de nuestra mano. Muy pocas grandes empresas aguardaron a que se dieran las
condiciones ideales, y tampoco debiéramos hacerlo nosotros. El versículo 5 nos da la
clave al ocuparse del ámbito de lo no conocido y de lo que no puede llegar a conocerse
y relacionarlo directamente con la obra de Dios que hace todas las cosas. El ejemplo
elegido es una de sus obras cimeras, de la que dependen todos nuestros
cuestionamientos y todos nuestros pensamientos: la maravilla que constituye el cuerpo
humano y el espíritu que alienta en las personas. ¿Estaría pensando nuestro Señor en
este versículo cuando le habló a Nicodemo de un segundo nacimiento? Al igual que
Qohelet, nuestro Señor recurría ahí al doble posible significado de la palabra en hebreo
original para viento (4) que puede significar asimismo espíritu (5), subrayando idénticas
características: su impenetrabilidad y la libertad que tienen para escapar a nuestro
control, siendo, pese a ello, una muy potente realidad.
El versículo 6 pone el cierre con una exaltación de espíritu que una vez más nos
recuerda el trasfondo del Nuevo Testamento. La auténtica respuesta ante la
incertidumbre es el esfuerzo redoblado, ‘aprovechando el momento al máximo’,
‘insistiendo a tiempo y fuera de tiempo’, expresado por Qohelet a través del campesino
y su tarea, y por el apóstol Pablo en términos de cosecha espiritual a partir de la buena
simiente del evangelio y las obras de misericordia.
El llamamiento así hecho nos llega con toda su carga de estímulo, sin que dé lugar al
titubeo, y sin trazas de irresponsable engreimiento. La realidad de lo limitado de
nuestro conocimiento y nuestra capacidad de control, la casi segura probabilidad de
que se presenten tiempos difíciles (2b), algo que se reitera de continuo en sus páginas,
son en su conjunto las razones que nos mueven a actuar y evidenciar algo de espíritu.
Conscientes de todo eso, ahora sí que podemos detenernos en las cosas placenteras de
la existencia, tema de los siguientes versículos, y no como un opiáceo que nos
tranquilice, sino como dádiva procedente del mismo Dios.

¡Ten gozo! (11:7–10)


Siempre la honestidad por delante, estos versículos contraponen el goce de la
existencia con su seriedad. Cada alegría se ve aquí confrontada con su opuesto o su
complemento, no hay disfraz alguno de la auténtica realidad de las cosas. La maravilla
de sentirse vivo empieza ya en el puro goce sensual de notar la luz y cuanto de
deleitoso nos revela: Agradable es la luz… (7), y esa juvenil exaltación puede estar
presente, como el versículo 8a apunta, hasta el final de nuestra existencia, pero no más
allá. El autor no vuelve ahora a insistir en que, por sí mismas, las cosas y su
temporalidad serán causa de desengaño, pues nuestros corazones están hechos para la

212
eternidad (cf. 3:11). La luz de lo más bello de la existencia tendrá que apagarse para dar
paso a los días de tinieblas y la desaparición de todo cuanto ahora existe bajo el sol, y
tenemos que hacer frente a la realidad de los hechos porque, si no, nos aplastarán. El
auténtico gozo no necesita apariencias externas para poder ser experimentado, pero
saber cómo va a sobrevivir ante la realidad de la muerte y las frustraciones del mundo
es un secreto que no se nos va a desvelar hasta el siguiente capítulo.
Entretanto, el versículo 9 nos recuerda otra de las facetas del gozo: su relación
directa con lo que es correcto. A primera vista, este recordatorio del juicio parece la
espada de Damocles suspendida sobre nuestras cabezas, dispuesta a acabar con
nuestra alegría. Y puede suceder que así lo experimentemos nosotros, pero sólo si
nuestro gozo es una parodia del auténtico. Los impulsos de tu corazón y el gusto de tus
ojos –o, dicho con dos palabras, la libertad perfecta– han de tener una meta que
merezca la pena, un ‘¡Así se hace!’ por el que esforzarse, para conseguir una genuina
realización. Si no, la trivialidad se apoderará de nosotros, o peor aún, el vicio.
Cualquiera que sea la lacra que asociemos con el término ‘playboy’, sabemos a ciencia
cierta que, por falta de algo en la vida que le suponga un esfuerzo y una demanda, por
no hablar de su total despreocupación por los imperativos de una verdad revelada, esa
persona es ciertamente digna de nuestra conmiseración. De ahí que este versículo, al
insistir en que nuestro comportamiento cuenta para Dios y por ello ha de tener un
sentido, reduce el gozo a su auténtica esencia, despojándolo de todo cuanto pueda
tener de huero y vano.
Desde esta perspectiva, el versículo 10 continúa en esa misma línea de
pensamiento. A primera vista, puede dar la impresión de escapismo: un intento
desesperado por obtener algo de placer, por mínimo que sea, en una situación que
carece por completo de sentido. Pero su parte de lógica se hace evidente si se toma
como una ampliación de la invitación al ‘joven’ del versículo 9 a regocijarse en verdad
en su juventud, pero con una alegría responsable. Hacer un ídolo de la juventud y temer
su pérdida tiene consecuencias desastrosas: echa a perder la dádiva cuando todavía se
está disfrutando. Contemplarla, en cambio, como una fase transitoria, ‘hermosa en su
momento’ pero no para siempre, es librarse de la frustración. La congoja de la que se
habla en este versículo aparece en repetidas ocasiones a lo largo del libro, degenerando
en amargura ante lo que de desengaño y dificultad tiene la vida. Y si bien no puede
negarse que contribuye a hacernos más realistas, tal como bien indica 7:3, no tiene por
qué convertirnos en pesimistas. Ya desde su mismo principio este versículo destierra la
depresión, y en su segunda parte bien podría estar reforzando el pensamiento anterior,
en consonancia con la forma poética hebrea. Y no sólo eso, pues también cabría la
posibilidad de ir un poco más allá y entender congoja como el mal. De ser eso acertado,
encajaría con esa referencia suya al interés que Dios muestra por todo aquello que nos
concierne como juez nuestro que es (9c). El gozo fue creado para danzar en compañía
de la bondad, no para la soledad.
Pero el enfoque positivo que ha dominado en este capítulo debe apoyarse en algo
más sólido que la valentía y la buena disposición de ánimo o ni siquiera una recta
moralidad. El capítulo final se entrega por completo a lo básico y esencial,
213
apremiándonos a no perder el tiempo en hacerlo así también nosotros.

¡Sé santo! (12:1–8)


Por fin, estamos preparados –si es que queremos estarlo– para poner la vista en
Dios por encima de las vanidades terrenales, pues nos hizo para Él. El título Creador está
bien elegido, recordándonos, a partir de pasajes anteriores del libro, que tan sólo Él ve
el entramado completo de la existencia (3:11); que suya era la obra artesanal que
nosotros hemos echado a perder con nuestros ‘ingenios mecánicos’ y ‘artimañas’
(7:29), y que Su creatividad es continua e insondable (11:5). Por nuestra parte,
acordarnos de Él no es algo mecánico o puramente mental: es dejar a un lado toda
pretensión de autosuficiencia y comprometernos por entero con Él. Eso es lo que las
Escrituras demandan del hombre pese a su orgullo y en su momento de necesidad.
En su manifestación más pura, el recuerdo de su persona puede equivaler a una
apasionada fidelidad, una lealtad tan intensa como la que expresa el salmista hacia su
nación de origen:
‘Péguese mi lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no enaltezco a Jerusalén
sobre mi supremo gozo.’
Cuando el recuerdo pasa a ser tan significativo, no caben las medias medidas y el
temporizar. La juventud y el plazo de vida no son demasiada aportación. Es, pues, en
este espíritu cómo se nos hace enfrentar una vez más a la cuestión inapelable de
nuestra mortalidad. Y lo que ahí tenemos es justamente uno de los más bellos y
dilatados tratamientos del tema. Al mismo tiempo, es una de las más hermosas
secuencias de semblanzas reflejadas en palabras por un autor tan avezado en la tarea:
cumplimiento por excelencia de una ambición con doble vertiente: ‘el dar con palabras
placenteras’ y usar ‘palabras con verdad’ (10).
En el inicio y en la conclusión del pasaje en cuestión, el autor redacta de forma
directa, sin recurrir al uso de metáforas. Oímos la voz de la vejez en esas palabras de
lamento, ‘No tengo en ellos placer’ (1), y en el versículo 7 se rememoran las palabras de
juicio a Adán: ‘al polvo volverás.’ Pero entre esos dos extremos se da una profusión de
imágenes’, suscitando algunas de ellas con magistral viveza, alguna de las facetas del
envejecimiento o la muerte, mientras que otras ponen a prueba nuestra paciencia con
alusiones que en estos tiempos ya no somos capaces de captar –despertando así
nuestra alma de poeta, o tan sólo nuestra pedantería.
Debería ser el poeta el que se alzara con el triunfo, o al menos quien esté dispuesto
a prestar oído a la poesía. Y si pudiera aclararse alguno de los puntos oscuros, mucho
mejor para estimular nuestra imaginación; pero tanto peor si se nos tienta a tratar tan
gentil poema como recargado criptograma, o si se quiere imponer un esquema rígido
en la interpretación.

214
El gélido aire del invierno se deja sentir en el versículo 2, con lluvia pertinaz y unas
nubes que hacen de la luz tinieblas, y de la noche oscura negritud. Es una escena lo
suficientemente sombría como para hacernos sentir no sólo la pérdida paulatina de
nuestra capacidad física y mental, sino asimismo la desolación generalizada de la vejez.
Son muchas las luces que pueden empezar entonces a apagarse, y no sólo las de los
sentidos y las facultades generales, sino también las de los amigos que desaparecen, las
costumbres conocidas que van cambiando, y las esperanzas y sueños tanto tiempo
abrigadas y a los que hay por fuerza que renunciar. Y todo esto habrá de acontecer
cuando ya se haya perdido la capacidad de adaptación y toda perspectiva de
recuperación que permitiera resaltarlo. En las edades tempranas de la vida, y durante la
mayor parte de la existencia, los problemas y las enfermedades suelen ser más
molestias que desastres. Se espera entonces a que el panorama se despeje. Y es muy
duro tener que aceptar posteriormente que ese es ya un capítulo a cerrar: la certeza de
que, a partir de ese momento, en el último tramo de la vida, no pueden esperarse
mejoras definitivas: las nubes volverán en un momento u otro a oscurecer el panorama,
y el paso del tiempo no va a traer curación, sino muerte.
Es en la juventud, pues, no en la madurez, cuando estos hechos inexorables se
afrontan mejor, y ello por ser un momento en el que todavía se puede pasar a la
acción –en respuesta ante Dios, como indica el versículo 1– sin caer en el desánimo y un
fútil arrepentimiento.
En los versículos 3 y 4, el cuadro cambia por completo. Ya no estamos en la negritud
de la noche y ya pasó el invierno con sus tormentas, sino en el declive de una gran
mansión. De su antigua gloria, clase, estilo, bullicio y hospitalidad ya no quedan sino
unas míseras reliquias. En la valiente lucha por la supervivencia se percibe punzante
más un declinar que una ruina absoluta. Es parte todavía del escenario en que nos
movemos, y es a nuestro propio futuro a lo que nos enfrentamos, en una suerte de
anticipo imposible de eludir.
Ese es un cuadro que, a mi juicio, haremos mejor en tomarlo en su totalidad, sin
entrar en elaborados pormenores anecdóticos de metáforas relativas a brazos, piernas,
dientes y demás, que sin duda están en su trasfondo –como si el poeta se hubiera
expresado de forma inadecuada. La mansión que agoniza nos lo ejemplifica de una
forma que no podría hacerlo un mero catálogo o inventario.
En la segunda mitad del versículo 4, sin embargo, el método cambia, aunque no el
tono. Ya no se trata de un esquema único, sino de metáforas independientes y muy
particulares, que demandan un estudio individual.
En el versículo 4b, la NEB encuentra dos expresiones relativas a la sordera que llega
con la vejez: ‘cuando el gorjeo del gorrión se desvanece y el canto de los pájaros ya no
se oye.’, pero la primera de ellas no tiene respaldo ni en hebreo ni en griego, que
sugieren más bien las sensaciones de un anciano al despertarse muy pronto por la
mañana. El canto de los pájaros, sin embargo, podría estar indicado por las hijas del
canto, según expresión en hebreo, y no supone una gran diferencia en cuanto a su
sentido el que lo tomemos como indicativo de cantos individuales o notas musicales.
En la vejez, esas alegres muestras de un mundo que bulle y gira a nuestro alrededor
215
se vuelven remotas y débiles, y la sensación que se tiene es que ya no se pertenece a
ese mundo.
El versículo 5 añade nuevos pinceladas al cuadro, primeramente por esas
observaciones relativas al miedo de un hombre ya mayor a caerse o recibir empellones
ahora que le cuesta mantener el equilibrio y su andar se ha vuelto torpe y lento;
después por ese puñado de provocativas metáforas; y finalmente por esa visión de la
celebración de un funeral. En cuanto a las metáforas, el pelo blanco indicativo de la
vejez viene a quedar gráficamente evocado por el almendro que ha mudado las oscuras
tonalidades del invierno por el pálido colorido de la floración. La lógica ausencia de
naturalidad en el torpe caminar del anciano, cual paródico contrapunto de la agilidad y
pujanza de la juventud, es puesta de relieve por la visión un tanto incongruente de un
langosta –encarnación de ligereza y agilidad– reducido ahora en su marcha a un
ignominioso arrastrarse por la acción del frío. La tercera metáfora queda muy
adecuadamente interpretada para nuestro disfrute en la versión RSV con y el deseo
decae – pues esa es en realidad la intención de la expresión en lengua hebrea, que la
alcaparra pierde su efecto. Ese fruto era muy apreciado como estimulante del apetito y
como afrodisíaco. La respuesta del anciano Barzilai a la oferta por parte de David de un
puesto en la corte ha sido citada con frecuencia por su idoneidad para aplicarla en este
contexto: ‘Tengo ahora años. ¿Puedo distinguir entre lo bueno y lo malo? ¿Puede tu
siervo saborear lo que come y bebe? ¿Puede oír aún la voz de los cantores o de las
cantoras?
Así, al final de este versículo (5), el fluir de las metáforas se ve interrumpido por el
habla natural de un hombre que acaba su jornada en la tierra, y por esos últimos
servicios, totalmente ineficaces, que sus amigos pueden hacer por él en esas
circunstancias. La expresión su morada eterna habla aquí exclusivamente de finitud, y
no de la perspectiva cristiana de ‘una casa no hecha por manos, eterna en los cielos’ (2
Co. 5:1).
Pero lo más memorable de todo serían las escenas del versículo 6, que captan la
belleza y fragilidad de la envoltura humana: obra maestra tan delicadamente trabajada
como una obra de arte, tan quebradiza como pieza de barro, y tan inútil al final de sus
días como rueda partida. La primera mitad de este versículo parece estar aludiendo a
una lámpara dorada que cuelga de una cadena de plata, bastando que ceda uno sólo de
los eslabones para que se desplome y se quiebre. Y si se pudiera pensar que esa es una
imagen demasiado elaborada de nuestra propia realidad, lo cierto es que encuentra su
equilibrio en la ilustración del pozo abandonado –cual elocuente comentario a lo
pasajero de las cosas más simples y básicas que hacemos. Siempre habrá una última vez
para cada jornada habitual, para cada tarea cotidiana.
El versículo 7 es todo un recordatorio de la tragedia que se oculta tras esta
secuencia: esa elección fatídica que acabó con una sentencia definitiva:
‘Polvo eres,
y al polvo volverás.’

216
No es esa la única alusión del autor a la caída del hombre: ya ha tenido ocasión de
situar la culpa de nuestra presente condición en su debido lugar; así, 7:29: ‘Dios hizo
rectos a los hombres, pero ellos se buscaron muchas artimañas.’ Y si acaso se nos
ocurriera pensar que el final de ese versículo 7 abre una puerta a la esperanza… el
espíritu volverá a Dios que lo dio, sucederá que estamos entendiendo más de lo que se
dice. Anteriormente, el autor ya ha suscitado la cuestión de la vida tras la muerte,
poniendo sumo cuidado en no dejarse llevar por el tema. Este último comentario no
tiene por qué significar más que lo que sencillamente se dice de hombres y animales
por igual en el salmo 104:29: ‘Escondes tu rostro, se turban; les quitas el aliento,
expiran, y vuelven al polvo.’ Dicho con otras palabras, la vida no se pliega a nuestros
deseos. El cuerpo volverá a su elemento natural, y el aliento de vida era siempre
prerrogativa de Dios, y tanto para darlo como para quitarlo.
Así, en el versículo 8, asumido ya el contenido del libro en su totalidad, a lo que se
suman las imágenes un tanto intimidantes de la mortalidad de la carne para enfatizar su
intención, volvemos de nuevo al lamento inicial, Vanidad de vanidades, y ahora es
cuando podemos entenderlo como plenamente justificado. Nuestras indagaciones y
nuestra búsqueda no nos han conducido al lugar esperado, y nada de cuanto hay bajo
el sol va a poder ser nuestro a perpetuidad.
Pero no por ello hay que olvidar el contexto. Este pasaje en concreto dirige nuestra
atención a algo que está más allá de todo cuanto encontramos ‘bajo el sol’, esto es, a
nuestro Creador, invitándonos a responder ante Él. Pero no dice que debamos olvidar el
presente, como el tiempo de las oportunidades. La muerte todavía no se ha hecho con
nosotros. ¡Que el sonido de sus cadenas aproximándose nos lleve a la acción!

Conclusión
Eclesiastés 12:9–14

El pensador como maestro (12:9 y 10)


Nos distanciamos ahora unos momentos para ver a la persona y el proceso que
alienta tras libro tan notable. Las palabras del inicio apuntan a la relación entre
pensamiento y expresión, indagación y enseñanza, como algo ya ilustrado por el propio
libro. Ya hemos tenido ocasión de apreciar el modo en que los capítulos dedicados a los
consejos prácticos equilibran y complementan las agudas reflexiones que de alguna
manera vienen a interrumpir. Lo que hace entonces su aparición en estos dos versículos
reseñados es la capital importancia que el autor concede a su vocación como maestro.
No se trata, pues, del maestro orgulloso que no tiene tiempo para las mentes menos
217
preclaras: lo suyo es aceptar el reto que plantea el ideal de una perfecta y absoluta
claridad. Así, tal como el versículo 10 señala, van a tener que entrar en juego la
capacidad unida a la integridad, a la que habrán de sumarse el coraje y el don de gentes
para que el artista y el experto lleven a buen puerto la empresa acometida. Con tan
sólo esa línea de consumada maestría, este autor merecería ser nombrado el santo
patrón de los escritores.

Enseñanzas con un propósito (12:11 y 12)


Vemos aquí dos cualidades más que vienen a dar mayor énfasis a las sentencias de
los sabios: espolear la voluntad y disciplinar la memoria. Con esto, Qohelet, maestro
como es, rinde insospechado tributo al más grande maestro de la sabiduría: nuestro
Señor, cuyas sentencias y dichos comparten esas cualidades en grado supremo, al igual
que destacan, según criterio del versículo 10, como ‘palabras agradables’ y ‘palabras de
verdad’. Lo que ahí se da es una conjunción de lo feliz con lo intrépido, un matrimonio
que jamás debería separarse.
Lo que cuenta, pues, por encima de todo esto, son las palabras de autoridad.
Palabras que, en la suma de su variedad y evidente humanidad, le son dadas al sabio.
En su conjunto, forman una unidad, y todas ellas proceden de Dios. Este segundo
término de referencia a Dios, como el Pastor, es un muy oportuno complemento al
magnífico título del versículo 1, ‘tu Creador’. El Dios que estaba ‘distante’, cuya ley se
deja notar por doquier, es asimismo el Dios que está ‘junto a nosotros’, que nos conoce
y que puede ser conocido, que nos habla con voz humana, pero, al mismo tiempo, con
absoluta autoridad.
Curiosamente, y tal como bien percibe el versículo 12, puede que esa realidad no
sea de nuestro agrado. Con el tiempo, hemos ido desarrollando una adicción a la
investigación en sí misma, embelesándonos con lo enrevesado de nuestras propias
preguntas. Una respuesta total y definitiva lo echaría todo a perder. C. S. Lewis, en una
de sus confrontaciones en The Great Divorce, capta el tono y talante de semejante
actitud cuando ya se ha adueñado por completo del hombre. En ese sentido, junto a las
puertas del cielo, se le invita a entrar a uno de esos ‘investigadores’ con dedicación de
por vida, y se le dice:
‘Te puedo prometer… no un amplio campo de acción para tu talento: tan
sólo perdón por haberlos desvirtuado. No encontrarás aquí ambiente propicio
para la indagación, pues voy a llevarte ahora no a la tierra de los interrogantes,
sino de las soluciones, y allí podrás contemplar el rostro de Dios’.
‘Ah, ¡pero ha de ser que todos podamos interpretar tan hermosas palabras a
nuestra manera! No puede haber una única respuesta definitiva. Los vientos de
la libre indagación deberán agitarse por siempre en nuestra mente. ¿No es
verdad que así ha de ser?…
…’¡Atentos!’ dice el Espíritu Blanco. ‘Hubo una vez en que fuiste niño. Hubo
un tiempo en el que conocías el valor de la indagación. Hubo una época en la

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que planteabas preguntas porque anhelabas respuestas, y eras feliz cuando las
encontrabas. Vuelve ahora a ser como un niño otra vez: de inmediato’. ‘Ah, pero
es que cuando me hice hombre dejé atrás las cosas de niños’.
No hay posible argumentación ni apelación que nos sirva ante tan infinita
elasticidad de mente. El encuentro, ya demostrado infructuoso, llega a su punto final
con un inane recuerdo por parte del sofista de una cita previa, a la que siguen las
consabidas disculpas y una marcha apresurada de vuelta a su grupo de discusión en el
infierno.

La razón de ser de la llegada (12:13 y 14)


Hasta ahora, todas las vías exploradas han acabado en punto sin destino. Los
caminos emprendidos han ido convirtiéndose en vericuetos mucho antes de que
pudiéramos siquiera entrever algo de lo genuinamente eterno y absoluto. Pero la senda
en la que nos inicia este capítulo nos sitúa en un camino que verdaderamente conduce
a Dios. Tenemos, por fin, ante nosotros la meta para la que fuimos hechos: lo Eterno en
correspondencia con ‘la eternidad de [nuestros] corazones’ (cf. 3:11) como verdadero
hogar y destino hacia el que gravitamos.
Y por si esta forma de verlo dirige la atención más hacia la necesidad del hombre
que hacia lo que Dios demanda, estos dos mismos versículos se encargan de recuperar
de nuevo el equilibrio. Aun así, no dudan en concederle al factor humano lo que le
corresponde, esto es, el todo de su humanidad. Eso es algo muy cierto, pero la auténtica
cuestión es que el original hebreo no dice eso: ese ‘todo’ de su humanidad no queda
bien definido. ‘Esto’, podría traducirse, ‘es todo lo que el hombre es’, pero ese es un
‘todo’ que contrasta por completo con la ‘vanidad’ con la que el libro nos ha venido
confrontando. Es ahora, por fin, cuando vamos a encontrarnos cara a cara con la
auténtica realidad, y será también ahora cuando lleguemos a topar con nosotros
mismos.
No es, sin embargo –y con esto se alcanza de nuevo el equilibrio–, en el plano del
perfeccionista que indaga y busca lo que más le conviene, sino como siervos que dan
cuenta de su trabajo al maestro. Tened temor de Dios es llamamiento que nos coloca en
nuestro verdadero lugar, y ello junto con todos nuestros temores, nuestras esperanzas
y nuestra rendida admiración.
El último versículo hace que nos demos plena cuenta de esa profunda verdad,
asestándonos para ello un golpe con la contundencia suficiente como para que nos
duela, y al mismo tiempo con la astucia necesaria como para hacernos salir de nuestra
apatía. Toda posible complacencia desaparece al hacerse evidente que nada pasa
desapercibido y calibrado, ni siquiera aquello que disfrazamos para nosotros mismos.
Sucede entonces que todo ello viene a transformarse. Si Dios se interesa hasta este
punto, no puede haber falta de sentido.
Esta es una verdad ya anunciada en 11:9, y, es más, las propias enseñanzas de Cristo
se ven influidas por ello, pues para Él no hay cuestión, aquí en la tierra, y por mínima

219
que sea, que parezca asunto baladí en los cielos –una palabra vana, la muerte de un
pajarillo, una jarra de agua fría, el arrepentimiento de un pecador. Y eso es justamente
lo que espoleaba a Pablo a ‘instar a tiempo y fuera de tiempo’ y a dar fin a su carrera
con gozo. Cuán grande puede llegar a ser, pues, la diferencia entre uno y otro maestro:
‘¿No viene del SEÑOR de los ejércitos
que los pueblos trabajen para el fuego
y las naciones se fatiguen en vano?
Es algo especial y único saber que se trabaja para un patrón cuyo juicio es siempre
acertado y que se interesa por el trabajador tanto como por el trabajo.
No formaba parte de la tarea de nuestro autor profundizar más en ese juicio: el
cómo y el cuándo de su realización. Ya habrá lugar para ello. Pero lo que sí que
podemos dar ya por seguro es que hay un lugar –y está aquí y ahora– para ese silencio
que lleva a reflexionar acerca de la aprobación o rechazo por parte de Dios. Cuando
todos los pormenores queden finalmente revelados, seguirá existiendo la incógnita.
Sobre ese punto, o sobre cualquier otro, persistirá el interrogante, saber si,
verdaderamente, ‘todas las cosas [nos] pertenecen’ (tal como afirma el apóstol Pablo,
abundando incluso en detalles concretos: ‘el mundo… la vida… la muerte… el presente…
lo porvenir’) o si, sin remedio posible, ‘todo es vanidad’.

TERCERA PARTE

¿Qué decir ante todo esto?


—Un epílogo

No hay nada, pues, que le impida al creyente añadir su Amén a esta voz surgida del
Antiguo Testamento. El autor del Eclesiastés ha sido escueto y ese es buen ejemplo a
seguir. Una confesión, un poema, una oración y una de las más grandes peroratas del
apóstol Pablo, servirán para poner el punto final.
La confesión es la de San Agustín: casi en exceso conocida como para repetirla, pero
que bien podría haber sido escrita como coda al presente libro, y no sólo como preludio
a su propia obra:
Nos has hecho, Señor, para ti,
y nuestro corazón no tendrá reposo hasta que en ti halle descanso.
El poema salió hace ya muchos años de la pluma de George Herbert, y su

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adecuación se hace más obvia según se aproxima a su final:
Cuando por vez primera el hombre fue hecho por Dios,
el vaso de bendición junto a sí;
así lo determinó: vertamos sobre él todo cuanto se pueda:
que las riquezas del mundo, que diseminadas yacen,
se contraigan en nueva dimensión.
El vigor se abrió entonces camino;
seguido de la hermosura, la sabiduría, el honor, el placer.
Y estando ya casi todo fuera, ahí se detuvo Dios,
de todo aquel Su tesoro,
tan sólo el descanso en el fondo quedó.
Pues si asimismo esta joya
a mi criatura otorgo (dijo Dios),
mis dones adorará, que no a Mí,
teniendo su descanso en la naturaleza, que no en su Dios:
pasando a ser perdedores ambos por igual.
Dejemos entonces que ese descanso mantenga,
aun cuando en lamento e inquietud haya de ser;
que rico ya y fatigado,
si no guiado por la bondad,
Sea el cansancio lo que le impulse
a Mi pecho acogedor.
La oración fue compuesta por William Laud:
Concédenos, Señor, en tu temor vivir,
en tu favor vivir, tu paz sentir,
resurgir en tu poder, en tu gloria reinar,
por amor a tu Hijo amado,
Jesucristo, nuestro Señor.
La perorata la encontramos en 1 Corintios 15:54, 58, y es la respuesta definitiva al
clamor de ‘¡Vanidad!’
Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: DEVORADA
HA SIDO LA MUERTE en victoria’.
Por tanto, mis amados hermanos, estad firmes, constantes, abundando siempre en
la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

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