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Título: ¿Y las Mujeres?

Escritoras Mexicanas

Autor: Francisco Martínez Fonseca / José Luis Sánchez Tapia


Dirigido a: Jóvenes de 14 a 16 años
Duración: 5 sesiones de 90 minutos

Objetivo:

Propiciar en los jóvenes el gusto por las obras de escritoras mexicanas a través de
diversas técnicas de expresión oral y escrita, con el fin de que adquieran una visión
general en el ámbito de la literatura mexicana del siglo XX.

Introducción:
Una de las importantes labores del bibliotecario es fomentar la lectura y escritura.
Conocer a las escritoras mexicanas es un tema trascendental; así como reflexionar
sobre su trabajo literario, pese a la discriminación que en su época vivieron.

Lo cierto es que hablar de la narrativa de escritoras mexicanas en el siglo XX obliga


a mencionar a autoras ya desaparecidas, cuya calidad de sus obras es entrañable.
La narrativa de mujeres en México ha experimentado a lo largo del siglo XX una
notable evolución, sobre todo a partir de los años 70 y 80, llegando a consolidarse
a finales del siglo XX.

Asimismo, el proceso evolutivo de esta literatura se hace notar no únicamente en


la cantidad de mujeres que se han incorporado al arte y oficio de la escritura, sino
en la calidad de sus obras y diversidad de temas, estilos, géneros y propuestas
estéticas.

A lo largo de las cinco sesiones, se leerán cuentos de algunas escritoras; también


se conocerá su biografía y algunas anécdotas importantes. Así mismo, se llevarán
a cabo actividades de escritura creativa para enriquecer la experiencia literaria.

Las escritoras incluidas en este taller son: Rosario Castellanos, escritora que trabajó
todos los géneros, especialmente la poesía, la narrativa y el ensayo.
Elena Garro, quien se casó con Octavio Paz y viajó con él a España, donde escribió
el libro testimonial, Memorias de España 1937; fue creadora de un realismo mágico
que, de alguna manera, es una crítica al mundo que vivimos.

Guadalupe Amor (Pita Amor), mujer muy hermosa que empezó a escribir poesía a
los 28 años, autora de Yo soy mi Casa y De ébano los luceros.

Ángeles Mastretta, hace más de treinta años la escritora debutó con el libro
Arráncame la vida. La enfermedad de su hija la inspiró a escribir el libro Mujeres de
ojos grandes. También soñó con ser cantante.

Amparo Dávila, con su poderosa y elegante imaginación dejó una huella indeleble
en las letras mexicanas; consiguió crear en su obra un conjunto de atmosferas
sombrías y, en sus cuentos, lo siniestro acecha a cada párrafo.

En este taller s e verá reflejado el trabajo de es tas c inc o escritoras


mexic anas. T e recomendamos que, después de leer este taller, busques más
inf ormac ión de és tas autoras mexic anas y de otras .

Requerimientos:
Hojas blancas, lápiz, pluma, dispositivo de música (grabadora; o bien, computadora
y bocinas),

Sesión 1. La famosa lámpara

En esta sesión se pretende desarrollar habilidades como: la capacidad de atención,


comprensión lectora, escritura, expresión corporal y el trabajo en equipo.

Da la bienvenida a los participantes y explica el objetivo del taller; posteriormente,


lleva a cabo la dinámica de presentación.

Dinámica de presentación: El Rap

Pide a los participantes que formen un círculo, explica que se van a presentar
rapeando; para ello, deberán llevar el ritmo de rap palmeando las piernas con las
manos. A continuación, cada uno, dirá su nombre con este estribillo, por ejemplo:
Este Rap que te voy a cantar es para mi nombre recordar, Paco Paco me llamo
Paco. Después de que el participante diga su nombre, el resto del grupo deberá
contestar: Paco Paco se llama. De esta manera, todos los participantes se
presentarán, puedes indicarles previamente el orden de la presentación, a la
izquierda o a la derecha y, si lo consideras necesario, también puedes hacer que
escuchen un Rap para que identifiquen el ritmo antes de iniciar la dinámica.

Actividad de introducción

Pide a los participantes que se sienten cómodamente y escuchen la biografía y


algunas anécdotas de Rosario Castellanos. Revisa previamente la información que
a continuación se presenta para que la leas, o bien, la comentes con el grupo.

Este año 2020 se cumplen 46 años de la muerte de una de las escritoras e


intelectuales que más marcó la literatura del siglo XX en nuestro país, Rosario
Castellanos.

Rosario Castellanos Figueroa nació el 5 de mayo de 1925


en la Ciudad de México, sin embargo, su familia se trasladó a
Comitán, Chiapas, donde vivió su infancia y creció hasta los
16 años.

Su trabajo literario va desde novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro, poesía,


además de haber destacado en el ámbito periodístico escribiendo durante años en
el diario Excélsior.
Sus trabajos se destacarían a lo largo de su vida por abordar el tema de la
desigualdad de clase y la posición de la mujer en la sociedad, además de dignificar
el mundo de las y los indígenas y luchar por mayor democracia para ellos.
En 1971 Castellanos fue nombrada embajadora de México en Israel y se mudaría a
este país donde pasaría los últimos años de su vida. Falleció en Tel Aviv el 7 de
agosto de 1974.

Rosario Castellanos murió joven a causa de un accidente doméstico tan absurdo


como cruel: a los 49 años, ejerciendo de embajadora en Tel Aviv, recibió una
descarga eléctrica al ir a contestar el teléfono tras salir de la ducha. Sus restos
descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres de México.

Datos curiosos:
“Cuando abro los periódicos” escribió Rosario Castellanos en un poema, “es para
leer mi nombre escrito en ellos”. Pero el 8 de agosto de 1974 ya no pudo ver su
nombre en los diarios, la noticia relevante era la renuncia de Richard Nixon, pero
también aparecía el anuncio de su muerte. La muerte de Rosario Castellanos es un
misterio, ya que surgen varias teorías: la primera, es que murió de un accidente al
recibir una descarga electica; pero otras versiones, basadas en una carta que
Martha Cerda escribió una a la periodista Lucina Kathmann, dicen que Castellanos
se suicidó, y esta segunda teoría se fortalece más cuando el hermano de Rosario
llegó a comentar que la escritora sufría de depresión desde niña; una versión más
alega que esta gran mujer fue asesinada.

Dinámica de animación: Con la última


Comienza colocando a los jóvenes en fila, coméntales que dirás una palabra
(puede ser de escritoras, artistas, cantantes, cosas, lugares, países); a
continuación, el primer participante de la fila deberá decir mencionar otra palabra
del mismo campo semántico que se haya elegido, pero que empiece con la última
letra de la palabra mencionada y así sucesivamente. Por ejemplo: Rosario
Castellanos-Salvador Novo-Octavio Paz, etc.,
El participante que se equivoque saldrá del juego. Procura que la dinámica sea ágil,
y divertida.

Actividad de lectura
Organiza un círculo de lectura con el grupo, para dar a conocer el texto que a
continuación se presenta.

Modesta Gómez: Rosario Castellanos


¡Qué frías son las mañanas en Ciudad Real! La neblina lo cubre todo. De puntos
invisibles surgen las campanadas de la misa primera, los chirridos de portones que
se abren, el jadeo de molinos que empiezan a trabajar.
Envuelta en los pliegues de su chal negro Modesta Gómez caminaba, tiritando. Se
lo había advertido su comadre, doña Águeda, la carnicera:
—Hay gente que no tiene estómago para este oficio, se hacen las melindrosas, pero
yo creo que son haraganas. El inconveniente de ser atajadora es que tienes que
madrugar.
“Siempre he madrugado”, pensó Modesta. “Mi nana me hizo a su modo.”
(Por más que se esforzase, Modesta no lograba recordar las palabras de
amonestación de su madre, el rostro que en su niñez se inclinaba hacia ella. Habían
transcurrido muchos años.)
—Me ajenaron desde chiquita. Una boca menos en la casa era un alivio para todos.
De aquella ocasión, Modesta tenía aún presente la muda de ropa limpia con que la
vistieron. Después, abruptamente, se hallaba ante una enorme puerta con llamador
de bronce: una mano bien modelada en uno de cuyos dedos se enroscaba un anillo.
Era la casa de los Ochoa: don Humberto, el dueño de la tienda “La Esperanza”;
doña Romelia, su mujer; Berta, Dolores y Clara, sus hijas; y Jorgito, el menor.
La casa estaba llena de sorpresas maravillosas. ¡Con cuánto asombro descubrió
Modesta la sala de recibir! Los muebles de bejuco, los tarjeteros de mimbre con su
abanico multicolor de postales, desplegado contra la pared; el piso de madera, ¡de
madera! Un calorcito agradable ascendió desde los pies descalzos de Modesta
hasta su corazón. Sí, se alegraba de quedarse con los Ochoa, de saber que, desde
entonces, esta casa magnífica sería también su casa.
Doña Romelia la condujo a la cocina. Las criadas recibieron con hostilidad a la
patoja y, al descubrir que su pelo hervía de liendres, la sumergieron sin
contemplaciones en una artesa llena de agua helada. La restregaron con raíz de
amole, una y otra vez, hasta que la trenza quedó rechinante de limpia.
—Ahora sí, ya te podés presentar con los señores. De por sí son muy delicados.
Pero con el niño Jorgito se esmeran. Como es el único varón...
Modesta y Jorgito tenían casi la misma edad. Sin embargo, ella era la cargadora, la
que debía cuidarlo y entretenerlo.
—Dicen que fue de tanto cargarlo que se me torcieron mis piernas, porque todavía
no estaban bien macizas. A saber.
Pero el niño era muy malcriado. Si no se le cumplían sus caprichos “le daba
chaveta”, como él mismo decía. Sus alaridos se escuchaban hasta la tienda. Doña
Romelia acudía presurosamente.
—¿Qué te hicieron, cutushito, mi consentido?
Sin suspender el llanto Jorgito señalaba a Modesta.
—¿La cargadora? —se cercioraba la madre—. Le vamos a pegar para que no, se
resmuela. Mira, un coshquete aquí, en la mera cholla; un jalón de orejas y una
nalgada. ¿Ya estás conforme, mi puñito de cacao, mí yerbecita de olor? Bueno,
ahora me vas a dejar ir, porque tengo mucho que hacer.
A pesar de estos incidentes los niños eran inseparables; juntos padecieron todas
las enfermedades infantiles, juntos averiguaron secretos, juntos inventaron
travesuras.
Tal intimidad, aunque despreocupaba a doña Romelia de las atenciones nimias que
exigía su hijo, no dejaba de parecerle indebida. ¿Cómo conjurar los riesgos? A doña
Romelia no se le ocurrió más que meter a Jorgito en la escuela de primeras letras y
prohibir a Modesta que lo tratara de vos.
—Es tu patrón —condescendió a explicarle—; y con los patrones nada de
confiancitas.
Mientras el niño aprendía a leer y a contar, Modesta se ocupaba en la cocina:
avivando el fogón, acarreando el agua y juntando el achigual para los puercos.
Esperaron a que se criara un poco más, a que le viniera la primera regla, para
ascender a Modesta de categoría. Se desechó el petate viejo en el que había
dormido desde su llegada, y lo sustituyeron por un estrado que la muerte de una
cocinera había dejado vacante. Modesta colocó, debajo de la almohada, su peine
de madera y su espejo con marco de celuloide. Era ya una varejoncita y le gustaba
presumir. Cuando iba a salir a la calle, para hacer algún mandado, se lavaba con
esmero los pies, restregándolos contra una piedra. A su paso crujía el almidón de
los fustanes.
La calle era el escenario de sus triunfos; la requebraban, con burdos piropos, los
jóvenes descalzos como ella, pero con un oficio honrado y dispuestos a casarse; le
proponían amores los muchachos catrines, los amigos de Jorgito; y los viejos ricos
le ofrecían regalos y dinero.
Modesta soñaba, por las noches, con ser la esposa legítima de un artesano.
Imaginaba la casita humilde, en las afueras de Ciudad Real, la escasez de recursos,
la vida de sacrificios que le esperaba. No, mejor no. Para casarse por la ley siempre
sobra tiempo. Más vale desquitarse antes, pasar un rato alegre, como las mujeres
malas. La vendería una vieja alcahueta, de las que van a ofrecer muchachas a los
señores. Modesta se veía en un rincón del burdel, arrebozada y con los ojos bajos,
mientras unos hombres borrachos y escandalosos se la rifaban para ver quién era
su primer dueño. Y después, si bien le iba, el que la hiciera su querida le instalaría
un negocito para que la fuera pasando. Modesta no llevaría la frente alta, no sería
un espejo de cuerpo entero como si hubiese salido del poder de sus patrones rumbo
a la iglesia y vestida de blanco. Pero tendría, tal vez, un hijo de buena sangre, unos
ahorros. Se haría diestra en un oficio. Con el tiempo correría su fama y vendrían a
solicitarla para que moliera el chocolate o curará de espanto en las casas de la
gente de pro.
Y en cambio vino a parar en atajadora. ¡Qué vueltas da el mundo!
Los sueños de Modesta fueron interrumpidos una noche. Sigilosamente se abrió la
puerta del cuarto de las criadas y, a oscuras, alguien avanzó hasta el estrado de la
muchacha. Modesta sentía cerca de ella una respiración anhelosa, el batir rápido
de un pulso. Se santiguó, pensando en las ánimas. Pero una mano cayó
brutalmente sobre su cuerpo. Quiso gritar y su grito fue sofocado por otra boca que
tapaba su boca. Ella y su adversario forcejeaban mientras las otras mujeres dormían
a pierna suelta. En una cicatriz del hombro Modesta reconoció a Jorgito. No quiso
defenderse más. Cerró los ojos y se sometió.
Doña Romelia sospechaba algo de los tejemanejes de su hijo y los chismes de la
servidumbre acabaron de sacarla de dudas. Pero decidió hacerse la desentendida.
Al fin y al cabo, Jorgito era un hombre, no un santo; estaba en la mera edad en que
se siente la pujanza de la sangre. Y de que se fuera con las gaviotas (que enseñan
malas mañas a los muchachos y los echan a perder) era preferible que encontrara
sosiego en su propia casa.
Gracias a la violación de Modesta, Jorgito pudo alardear de hombre hecho y
derecho. Desde algunos meses antes fumaba a escondidas y se había puesto dos
o tres borracheras. Pero, a pesar de las burlas de sus amigos, no se había atrevido
aún a ir con mujeres. Las temía: pintarrajeadas, groseras en sus ademanes y en su
modo de hablar. Con Modesta se sentía en confianza. Lo único que le preocupaba
era que su familia llegara a enterarse de sus relaciones. Para disimularlas trataba a
Modesta, delante de todos, con despego y hasta con exagerada severidad. Pero en
las noches buscaba otra vez ese cuerpo conocido por la costumbre y en el que se
mezclaban olores domésticos y reminiscencias infantiles.
Pero, como dice el refrán: “Lo que de noche se hace de día aparece.” Modesta
empezó a mostrar la color quebrada, unas ojeras grandes y un desmadejamiento
en las actitudes que las otras criadas comentaron con risas maliciosas y guiños
obscenos.
Una mañana, Modesta tuvo que suspender su tarea de moler el maíz porque una
basca repentina la sobrecogió. La salera fue a dar aviso a la patrona de que Modesta
estaba embarazada.
Doña Romelia se presentó en la cocina, hecha un basilisco.
—Malagradecida, tal por cual. Tenías que salir con tu domingo siete. ¿Y qué
creíste? ¿Qué te iba yo a solapar tus sinvergüenzadas? Ni lo permita Dios. Tengo
marido a quién responder, hijas a las que debo dar buenos ejemplos. Así que ahora
mismo te me vas largando a la calle.
Antes de abandonar la casa de los Ochoa, Modesta fue sometida a una humillante
inspección: la señora y sus hijas registraron las pertenencias y la ropa de la
muchacha para ver si no había robado algo. Después se formó en el zaguán una
especie de valla por la que Modesta tuvo que atravesar para salir.
Fugazmente miró aquellos rostros. El de don Humberto, congestionado de gordura,
con sus ojillos lúbricos; el de doña Romelia, crispado de indignación; el de las
jóvenes —Clara, Dolores y Berta—, curiosos, con una ligera palidez de envidia.
Modesta buscó el rostro de Jorgito, pero no estaba allí.
Modesta había llegado a la salida de Moxviquil. Se detuvo. Allí estaban ya otras
mujeres, descalzas y mal vestidas como ella. La miraron con desconfianza.
—Déjenla —intercedió una—. Es cristiana como cualquiera y tiene tres hijos que
mantener.
—¿Y nosotras? ¿Acaso somos adonisas?
—¿Vinimos a barrer el dinero con escoba?
—Lo que ésta gane no nos va a sacar de pobres. Hay que tener caridad. Está recién
viuda.
—¿De quién?
—Del finado Alberto Gómez.
—¿El albañil?
—¿El que murió de bolo?
Aunque dicho en voz baja, Modesta alcanzó a oír el comentario. Un violento rubor
invadió sus mejillas. ¡Alberto Gómez, el que murió de bolo! ¡Calumnias! Su marido
no había muerto así. Bueno, era verdad que tomaba sus tragos y más a últimas
fechas. Pero el pobre tenía razón. Estaba aburrido de aplanar las calles en busca
de trabajo. Nadie construye una casa, nadie se embarca en una reparación cuando
se está en pleno tiempo de aguas. Alberto se cansaba de esperar que pasara la
lluvia, bajo los portales o en el quicio de una puerta. Así fue como empezó a meterse
en las cantinas. Los malos amigos hicieron lo demás. Alberto faltaba a sus
obligaciones, maltrataba a su familia. Había que perdonarlo. Cuando un hombre no
está en sus cabales hace una barbaridad tras otra. Al día siguiente, cuando se le
quitaba lo engasado, se asustaba de ver a Modesta llena de moretones y a los niños
temblando de miedo en un rincón. Lloraba de vergüenza y de arrepentimiento. Pero
no se corregía. Puede más el vicio que la razón.
Mientras aguardaba a su marido, a deshoras de la noche, Modesta se afligía
pensando en los mil accidentes que podían ocurrirle en la calle. Un pleito, un
atropellamiento, una bala perdida. Modesta lo veía llegar en parihuela, bañado en
sangre, y se retorcía las manos discurriendo de dónde iba a sacar dinero para el
entierro.
Pero las cosas sucedieron de otro modo; ella tuvo que ir a recoger a Alberto porque
se había quedado dormido en una banqueta y allí le agarró la noche y le cayó el
sereno. En apariencia, Alberto no tenía ninguna lesión. Se quejaba un poco de dolor
de costado. Le hicieron su untura de sebo, por si se trataba de un enfriamiento; le
aplicaron ventosas, bebió agua de brasa. Pero el dolor arreciaba. Los estertores de
la agonía duraron poco y las vecinas hicieron una colecta para pagar el cajón.
—Te salió peor el remedio que la enfermedad, le decía a Modesta su comadre
Águeda. Te casaste con Alberto para estar bajo mano de hombre, para que el hijo
del mentado Jorge se criara con un respeto. Y ahora resulta que te quedas viuda,
en la loma del sosiego, con tres bocas que mantener y sin nadie que vea por vos.
Era verdad. Y verdad que los años que Modesta duró casada con Alberto fueron
años de penas y de trabajo. Verdad que en sus borracheras el albañil le pegaba,
echándole en cara el abuso de Jorgito, y verdad que su muerte fue la humillación
más grande para su familia. Pero Alberto había valido a Modesta en la mejor
ocasión: cuando todos le voltearon la cara para no ver su deshonra. Alberto le había
dado su nombre y sus hijos legítimos, la había hecho una señora. ¡Cuántas de estas
mendigas enlutadas, que ahora murmuraban a su costa, habrían vendido su alma
al demonio por poder decir lo mismo!
La niebla del amanecer empezaba a despejarse. Modesta se había sentado sobre
una piedra. Una de las atajadoras se le acercó.
—¿Yday? ¿No estaba usted de dependienta en la carnicería de doña Águeda?
—Estoy. Pero el sueldo no alcanza. Como somos yo y mis tres chiquitíos tuve que
buscarme una ayudita. Mi comadre Águeda me aconsejó este oficio.
—Sólo porque la necesidad tiene cara de chucho, pero el oficio de atajadora es
amolado. Y deja pocas ganancias.
(Modesta escrutó a la que le hablaba, con recelo. ¿Qué perseguía con tales
aspavientos? Seguramente desanimarla para que no le hiciera la competencia. Bien
equivocada iba. Modesta no era de alfeñique, había pasado en otras partes sus
buenos ajigolones. Porque eso de estar tras el mostrador de una carnicería tampoco
era la vida perdurable. Toda la mañana el ajetreo: mantener limpio el local —aunque
con las moscas no se pudiera acabar nunca—; despachar la mercancía, regatear
con los dientes. ¡Esas criadas de casa rica que siempre estaban exigiendo la carne
más gorda, el bocado más sabroso y el precio más barato! Era forzoso
contemporizar con ellas; pero Modesta se desquitaba con las demás. A las que se
veían humildes y maltrazadas, las dueñas de los puestos del mercado y sus
dependientas les imponían una absoluta fidelidad mercantil; y si alguna vez
procuraban adquirir su carne en otro expendio, porque les convenía más, se lo
reprochaban a gritos y no volvían a despacharles nunca.)
—Sí, el manejo de la carne es sucio. Pero peor resulta ser atajadora. Aquí hay que
lidiar con indios.
(“¿Y dónde no?”, pensó Modesta. Su comadre Águeda la aleccionó desde el
principio: para el indio se guardaba la carne podrida o con granos, la gran pesa de
plomo que alteraba la balanza y alarido de indignación ante su más mínima protesta.
Al escándalo acudían las otras placeras y se armaba un alboroto en que intervenían
curiosos y gendarmes, azuzando a los protagonistas con palabras de desafío,
gestos insultantes y empellones. El saldo de la refriega era, invariablemente, el
sombrero o el morral del indio que la vencedora enarbolaba como un trofeo, y la
carrera asustada del vencido que así escapaba de las amenazas y las burlas de la
multitud.)
—¡Ahí vienen ya!
Las atajadoras abandonaron sus conversaciones para volver el rostro hacia los
cerros. La neblina permitía ya distinguir algunos bultos que se movían en su interior.
Eran los indios, cargados de las mercancías que iban a vender a Ciudad Real. Las
atajadoras avanzaron unos pasos a su encuentro. Modesta las imitó.
Los dos grupos estaban frente a frente. Transcurrieron breves segundos de
expectación. Por fin, los indios continuaron su camino con la cabeza baja y la mirada
fija obstinadamente en el suelo, como si el recurso mágico de no ver a las mujeres
las volviera inexistentes.
Las atajadoras se lanzaron contra los indios desordenadamente. Forcejeaban,
sofocando gritos, por la posesión de un objeto que no debía sufrir deterioro. Por
último, cuando el chamarro de lana o la red de verduras o el utensilio de barro
estaban ya en poder de la atajadora, ésta sacaba de entre su camisa unas monedas
y sin contarlas, las dejaba caer al suelo de donde el indio derribado las recogía.
Aprovechando la confusión de la reyerta una joven india quiso escapar y echó a
correr con su cargamento intacto.
—Esa te toca a vos, gritó burlonamente una de las atajadoras a Modesta.
De un modo automático, lo mismo que un animal mucho tiempo adiestrado en la
persecución, Modesta se lanzó hacia la fugitiva. Al darle alcance la asió de la falda
y ambas rodaron por tierra. Modesta luchó hasta quedar encima de la otra. Le jaló
las trenzas, le golpeó las mejillas, le clavó las uñas en las orejas. ¡Más fuerte! ¡Más
fuerte!
—¡India desgraciada, me lo tenés que pagar todo junto!
La india se retorcía de dolor; diez hilillos de sangre le escurrieron de los lóbulos
hasta la nuca.
—Ya no, marchanta, ya no...
Enardecida, acezante, Modesta se aferraba a su víctima. No quiso soltarla ni cuando
le entregó el chamarro de lana que traía escondido. Tuvo que intervenir otra
atajadora.
—¡Ya basta! —dijo con energía a Modesta, obligándola a ponerse de pie.
Modesta se tambaleaba como una ebria mientras, con el rebozo, se enjugaba la
cara, húmeda de sudor.
—Y vos, prosiguió la atajadora, dirigiéndose a la india, deja de estar jirimiquiando
que no es gracia. No te pasó nada. Toma estos centavos y que Dios te bendiga.
Agradece que no te llevamos al Niñado por alborotadora.
La india recogió la moneda presurosa y presurosamente se alejó de allí. Modesta
miraba sin comprender.
—Para que te sirva de lección —le dijo la atajadora—, yo me quedo con el chamarro,
puesto que yo lo pagué. Tal vez mañana tengas mejor suerte.
Modesta asintió. Mañana. Sí, mañana y pasado mañana y siempre. Era cierto lo
que le decían: que el oficio de atajadora es duro y que la ganancia no rinde. Se miró
las uñas ensangrentadas. No sabía por qué. Pero estaba contenta.

Al concluir realiza una breve tertulia preguntando sobre lo que se leyó y la vida de
la Escritora.

Actividad de Escritura: Puesta en escena

El bibliotecario hará un monólogo o una improvisación ante el grupo que observará


atentamente; al finalizar, pedirá que cada participante escriba detalladamente lo que
ha observado: vestimenta del personaje, estado de ánimo, objetos que toca o
posee, físico, época, lugar, etc. En plenaria se compartirán los textos.

A continuación encontrarás el texto sugerido para representar el monólogo; así


mismo, información para una improvisación. Es preferible que prepares esta
actividad previamente para que cause la impresión deseada.

Monólogo
Edgar Tarazona Ángel

Hace unos años, no muchos como digo en la mayoría de mis historias, tuve un
amigo aficionado al Chapulín Colorado, y repetía a toda hora los dichos de este
personaje si la situación lo ameritaba… o cuando se le ocurría.
Lo que más le gustaba era cambiar el orden de las sílabas en las palabras como el
superhéroe y decía: “Que no panda el cúnico”, “se me lengua la traba”, “Panorando
el contemplama” y otras muchas frases de su invención. Algunas groseras como”Me
incula un porto”, para indicar que lo que estaba escuchando no le importaba un
comino.
Olvidaba comentar que mi amigo era profesor de primaria y dictaba la clase de
español en los grados menores, de manera que les narraba cuentos infantiles para
motivar a los chicos, pero a su manera. Los niños, repetían en los recreos, y en sus
casas, las historias de su querido maestro, porque en verdad estaban encantados
escuchándolo porque también veían el programa del Chapulín y repetían muertos
de risa los dichos:
Ladra que muerde no perra.
Perro que no ha de ladrar, déjalo morder.
Más vale prevenir que cien volando.
Más vale pájaro en mano que lamentar.
No hay nada nuevo que dure cien años.
No hay mal bajo el sol.
El que tiene más saliva ríe mejor.
El que no se arriesga, jamás su tronco endereza.
Árbol que crece torcido no cruza el mar.
Dime con quién andas y te enderezare el tronco.
Árbol que crece torcido y te diré quién eres.
Más vale andar sólo que ser invitado.
Más vale llegar a tiempo que mal acompañado.
En los hogares empezaron a preocuparse por la costumbre de los niños de imitar al
profe y al personaje. Pero como los chicos aprendían no era cosa de preocuparse.
El asunto tomó otro rumbo cuando al docente le dio por cambiarle todo a los cuentos
de hadas y empezó con Blancanieves. Esta historia es la que me dio el título para
este artículo. Pero también estaba Pindiez por Pinocho, La Linda roncadora por La
Bella durmiente, La preciosa y el horripilante, etc.
En realidad, todos nos divertíamos con las ocurrencias del maestro, pero como no
hay mal que dure cien años ni enfermo que lo resista, pues al profe le hicieron un
llamado de atención y lo convirtieron en un maestro normal muy poco divertido.
Síganme los buenos.
Su profe, Edgar Tarazona Angel

Claves para una buena escena improvisada

1. Asimilar lo que sucede a su alrededor, entendiendo las intenciones de sus


compañeros y reaccionando de manera acorde.

2. Imaginar para interiorizar lo que está ocurriendo y continuar hacia adelante


añadiendo nuevas ideas.

La clave para una buena escena improvisada es la naturalidad, dejar camino a la


espontaneidad cuando haya que reaccionar ante lo que sucede, y no pararse
demasiado a pensar la respuesta perfecta.
La premisa como semilla para la improvisación.
Para cualquier ejercicio de improvisación se necesita una premisa sobre la que
construir el resto de la escena, aunque sea mínima. Estas premisas pueden ser:

 Personajes: dos astronautas, un sacerdote, dos mafiosos rivales, una pareja


divorciada, un equipo de fútbol al borde del descenso...

 Contextos: un funeral, una boda, un viaje en barca, una selva amazónica,


un interrogatorio...

 Ejemplos situacionales: un espía se despierta tras horas inconsciente


encerrado en un ataúd enterrado bajo tierra, un soldado se encuentra frente
a una bomba que debe desactivar, una locutora de radio de noche recibe la
llamada de un oyente desesperado...

Cierre
Antes de agradecer su participación del grupo, menciona algunos los títulos de las
obras de Rosario Castellanos. Cuentos: Ciudad Real, Rito de iniciación, Álbum de
familia; novelas: Balún Canán, El rescate del mundo, De la vigilia estéril; ensayos:
La corrupción, Mujer que sabe latín, El uso de la palabra; poesía: Trayectoria del
polvo, Al pie de la letra, La tierra de en medio; teatro: Tablero de damas y El eterno
femenino.
Comenta a los participantes que al final de cada sesión se mencionarán algunos
títulos de la escritora en cuestión, con el fin de generar un texto, mismo que al final
del taller será compartido con los compañeros.

Sesión 2. Catorce gatos

En esta sesión se pretende desarrollar


habilidades como: Capacidad de concentración, reflexión, expresión escrita y
trabajo en equipo.

Da la bienvenida a los jóvenes y comenta que en esta sesión conocerán algunos


detalles de la vida de Elena Garro. Revisa previamente la información que a
continuación se presenta para que la leas, o bien, la comentes con el grupo.

Elena Garro nació en Puebla, México, el 11 de diciembre de


1916. Durante la Guerra Cristera, su familia se trasladó a
Iguala, en el estado de Guerrero. Se trasladó a Ciudad de
México para estudiar literatura, coreografía y teatro en la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde
conoció a Octavio Paz, con quien se casó en 1937. Lo
acompañó a España y fruto de ese viaje fue el libro testimonial
Memorias de España 1937. Tuvieron una hija, Helena, y se
divorciaron en 1959. Vivió varios años en Europa antes de regresar a México en
1963. Se había graduado tanto en la Universidad de California en Berkeley como
en la Universidad de París.
Hay varias perspectivas para aproximarse a la figura de Elena Garro. Su papel como
esposa de Octavio Paz y sus polémicas en el movimiento estudiantil de 1968 han
concentrado la mayor parte de las discusiones; así como su vida retirada en París
y su posterior regreso a México para morir en Cuernavaca rodeada por sus catorce
gatos.

En su tiempo se comentó que fue agente de la CIA, que estaba loca y que fue una
de las personas que organizaron el movimiento estudiantil de México en 1968, se
cuenta también que fue infiltrada en el gobierno para destruirlo. Elena Garro ha sido
una de las escritoras más controvertidas en México.

Datos Curiosos:
Para algunos, la vida de Garro está a la sombra de Octavio Paz, premio Nobel de
Literatura en 1990 con quien estuvo casada durante 22 años.
Sin embargo hubo un día en la vida de esta autora que la marco, el 24 de mayo de
1937, Octavio Paz y algunos amigos manipulan a Elena que se trasladaba a la
escuela y sin que ella supiera nada la llevaron al juzgado y, ante 4 testigos se casó.
Siempre dijo que fue víctima de una conspiración que puso fin a su vida estudiantil
y sus sueños de ser bailarina; a finales de los años 40, mientras Octavio Paz tenía
una relación con la pintora Pona Tibertelli, Elena se enamoró del escritor argentino
Adolfo Bioy Casares y, que según la escritora, Octavio nunca se lo perdonó. Estos
dos autores se escribieron durante 20 años, pero desde 1956 no volvieron a verse.
Elena se separó de Octavio Paz, se volvió una gran escritora, y defensora de los
indígenas y estudiantes durante las protestas del 68; ataco a 500 intelectuales entre
ellos a Octavio Paz, llamándolos cobardes por no apoyar el movimiento.
Amenazada de muerte partió con su hija a París.

Actividad creativa: ¿Me parezco?

Muestra al grupo imágenes de memes y, pide a cada participante que imite al


personaje del meme, lo más parecido que pueda. En todos votarán si el participante
ha hecho una buena interpretación, o de lo contrario, tendrá que salir del juego. Otra
variante de la actividad, es utilizar imágenes chuscas, pinturas, animales o dioses.
Puedes realizar la actividad de manera individual, en parejas o por equipo.
No es necesario que se los participantes se disfracen, sólo debe imitar los gestos o
la actitud. A continuación, aparecen algunos ejemplos de imágenes que puedes
utilizar.
Nota: si no puedes proyectar las imágenes, imprímelas en hojas recicladas o busca
otras en revistas o periódicos.
Actividad de lectura: ¿Qué hora es? Elena Garro

Para realizar el círculo de lectura reparte copias del cuento, que a continuación se
presenta, entre los jóvenes que quieran leer.

¿Qué hora es? Elena Garro

—¿Qué hora es, señor Brunier?


Los ojos castaños de Lucía recobraron en ese instante el asombro perdido de la
infancia.
El señor Brunier esperaba la pregunta. Miró su reloj pulsera y dijo marcando las
sílabas para que Lucía entendiera bien la respuesta:
—Las nueve y cuarenta y cuatro.
—Faltan todavía tres minutos… ¡qué día tan largo! Ha durado toda la vida. ¿Dios
me regalará estos tres minutos?
Brunier la miró unos segundos: recostada, con los ojos muy abiertos y mirando hacia
ese largo día que había sido su vida.
—Dios te regalará muchos años —dijo el señor Brunier, inclinándose sobre ella y
mirándole los ojos castaños: hojas marchitas que un viento frío barría en aquel
momento lejos, muy lejos de ese cuarto estrecho.
—Alguien está entrando en este cuarto… el amor es para este mundo y para el otro.
¿Qué hora es, señor Brunier?
Brunier volvió a inclinarse para ver aquellos ojos color té, que empezaban a irse,
girando por los aires como hojas.
—Las nueve cuarenta y siete, señora Lucía —dijo con tono respetuoso mirando a
los ojos, que ahora parecían estar tirados en cualquier acera—. Las nueve y
cuarenta y siete —repitió supersticioso y deseando que ella lo oyera. Pero ella
estaba quieta, liberada de la hora, tendida en la cama de un cuarto barato de un
hotel de lujo.
Brunier le tomó una mano, tratando de hallarle un pulso que él sabía inexistente.
Con mano firme le bajó los párpados. El cuarto se llenó de un silencio grave, que
iba del techo al suelo y de muro a muro. Sobre una maleta marchita estaba la chalina
de gasa color durazno. La cogió y la extendió sobre el cadáver. Apenas hacía bulto
en la cama. El pelo sepia formaba una mancha desordenada debajo de la gasa.
Brunier se dejó caer en un sillón y se quedó mirando los cristales brillantes de las
ventanas. Afuera los automóviles de colores claros se llenaban y se vaciaban de
jóvenes ruidosos. ¿Cuántos años hacía que, metido en aquel uniforme verde y
dorado, cuidaba la puerta del hotel? Veintitrés años. Así se le había ido toda la vida.
Le pareció que solo había abierto la puerta a malhechores. La banda era
interminable y los “Buenos días”, “Buenas tardes” y “Buenas noches”, también
interminables. Solo la señora Mitre le había dicho al entrar “¿Qué hora son?” La
recordó perfectamente: venía seguida de dos mozos que le llevaban las maletas.
No era demasiado joven, tal vez ya llegaba a los treinta años. Sin embargo, al pasar
junto a él le sonrió con una sonrisa descarada. “Las señoras no sonreían así, solo
los muchachos”, se dijo Brunier. Y para colmo, aquella señora le guiñó el ojo. Se
sintió desconcertado. La viajera llevaba al cuello una amplia chalina de gasa color
durazno cuyas puntas flotaban a sus espaldas como alas. Uno de los extremos de
la chalina se quedó prisionera en una de las puertas y la sonriente extranjera dio un
paso hacia atrás al sentirse estrangulada por la gasa. Brunier se precipitó a liberar
la prenda y luego se inclinó respetuosamente ante la viajera.
—¡Gracias, gracias! —repitió la señora con un fuerte acento extranjero.
Brunier hizo una nueva reverencia dispuesto a retirarse. La extranjera lo detuvo
sonriente.
—¿Cómo se llama?
—Brunier —contestó avergonzado por la falta de discreción de la señora.
—¿Qué hora es, señor Brunier?
Brunier vio su reloj pulsera.
—Las seis y diez, señora.
—El avión de Londres llega a las nueve y cuarenta y siete, ¿verdad?
—Creo que sí… —contestó el portero.
—Faltan tres horas y treinta y siete minutos —dijo la desconocida con voz trágica.
La extranjera cruzó el vestíbulo del hotel a grandes pasos. Su abrigo corto dejaba
ver dos piernas delgadas y largas, que caminaban, no como si estuvieran
acostumbradas a cruzar salones, sino a correr de prisa por las llanuras. Se inscribió
en el hotel como Lucía Mitre, recibió su llave y anunció con desenvoltura:
—Reserven el cuarto 410 para el señor Gabriel Cortina que llega hoy en el avión de
Londres a las nueve y cuarenta y siete minutos.
El cuarto 410 estaba al lado del cuarto 412, el número que le había tocado a ella.
Durante varios días la señora Mitre comió y cenó en su habitación. Nadie la vio salir.
El cuarto 410 permaneció vacío. En la vida del hotel llena de grupos de gentes que
entran y salen, estos hechos insignificantes pasaron inadvertidos. Solo Brunier
espiaba con atención las entradas y salidas de los clientes, esperando ver
reaparecer a la señora de la chalina color durazno, que le había guiñado el ojo y
preguntado la hora. Con discreción indagó entre las doncellas y los camareros.
—¿Qué? ¿La sudamericana? Está tocada. Se arregla, se siente en un sillón y
pregunta: “¿Qué hora es?”
Marie Claire, después de imitar la voz y los ademanes de la extranjera, se echó a
reír.
—¡Qué manía! A mí también no hace sino preguntarme la hora —dijo Albert, el
camarero que le llevaba los desayunos.
—Algo le pasa —comentó Brunier pensativo.
—Está esperando a su amante… —exclamó Marie Claire soltando una carcajada
rencorosa.
Brunier escuchó las confidencias y siguió cuidando la gran puerta de la entrada.
Pasaron dos meses. De la gerencia del hotel le preguntaron a la señora Mitre si
pensaba seguir guardando la habitación 410.
—¡Claro! El señor Gabriel Cortina llega hoy en el avión de las nueve y cuarenta y
siete —contestó ella con aplomo.
—¡Es una extravagante! —dijeron en la administración.
—Los ricos pueden serlo. ¿Qué le importan esos francos si en su país tiene cien mil
caballos y trescientas mil vacas? —replicó mademoiselle Ivonne con voz amarga y
dejando por unos momentos las cuentas para entrar en la conversación.
—Todos los sudamericanos tienen muy buenas vacas y muy malas maneras. Como
carecen de ideas están llenos de manías —dijo el señor Gilbert, asomándose por
encima de su cuello duro.
La señora Mitre no tenía tantas vacas y al terminar el tercer mes no tuvo con qué
pagar la última cuenta del hotel. El señor Gilbert subió a su habitación. La señora
Mitre le abrió la puerta sonriente, lo hizo pasar y le ofreció asiento.
—Señora, lo siento, estoy totalmente desconcertado, pero… debe usted mudarse
de hotel.
—¿Mudarme? —preguntó la señora asombrada.
El señor Gilbert estaba apenadísimo. La cuenta del hotel no había sido cubierta.
—Según tengo entendido, la señora no tiene dinero para cubrir la cuenta.
—¿Dinero? No, no tengo nada —dijo la señora echando la cabeza para atrás y
riendo de buena gana.
—¿Nada? —preguntó el señor Gilbert aterrado.
—¡Nada! Lo que se dice nada —aseguró ella sin dejar de reír.
El señor Gilbert la miró sin entender lo que ella le decía. Realmente era aterradora
la confesión de la señora que tenía delante.
—¿Por qué duda usted de su palabra si me dijo que llegaba hoy en el avión de las
nueve y cuarenta y siete…?
—No, no lo dudo… —dijo Gilbert desconcertado.
La señora Mitre lo miró un rato con sus ojos color té. Luego pareció nerviosa, se
torció las manos y acercó mucho su rostro al del señor Gilbert.
—¿Qué hora es…? —preguntó inquieta.
—Las cuatro y cinco —contestó el hombre casi a pesar suyo.
Las tardes eran ahora muy cortas y por las ventanas entraba el oscurecer gris y frío.
El señor Gilbert encendió una lámpara que estaba sobre una consola y su luz rosada
iluminó la cara pálida de la señora Mitre. Era duro decirle a aquella mujer sonriente
y delicada que debía desalojar el cuarto ahora mismo. La miró con valor.
—¡Señora…!
Ella se volvió hacia él, sonriendo con aquella sonrisa de muchacho de campo y le
guiñó el ojo.
—Sí, señor…
—Si pudiera usted, al menos, dejar algo…
—¿Algo? —preguntó ella asombrada y descruzando las piernas.
—Sí, algo de valor —dijo el señor Gilbert impaciente. ¿Por qué le tocaría a él
precisamente venir a decirle a la señora Mitre esta estupidez?
Lucía Mitre apoyó los codos sobre las rodillas, sostuvo la cara entre sus manos y lo
miró con fijeza como si no entendiera lo que le pedía. Gilbert guardó silencio. No se
le ocurría agregar ninguna palabra.
—¡Ah! ¿De valor? —repitió Lucía, como para sí misma. Entrecerró los ojos y volvió
a cruzar las piernas. De pronto se llevó las manos a la nuca y con decisión se quitó
el collar de perlas de varios hilos que llevaba puesto.
—¿Esto? —dijo extendiendo las manos que sostenían las perlas. El señor Gilbert
apreció desde lejos sus reflejos tornasoles y pareció tranquilizarse.
—Son muy caras… Cuánto rogué para que me las regalaran ¿Ya ve? Nadie sabe
para quién ruega. Si Ignacio supiera… —agregó para sí misma.
El señor Gilbert no supo qué contestar. Lucía le tendió el collar con un gesto amplio.
—Ignacio es mi marido —dijo a modo explicativo.
—¿Su marido? —pregunto Gilbert al mismo tiempo que recogía la alhaja.
—Sí, mi marido…
Madame Mitre se quedó mirando al vacío, como si la palabra marido la hubiera
transportado a un mundo hueco.
—Es una historia muy complicada. ¿Verdad, que las complicaciones son odiosas,
señor…?
—Gilbert —contestó su interlocutor casi mecánicamente.
—Gilbert —completó ella su frase trunca.
Las palabras de Lucía sonaban irreales en la habitación de luz rosada. Su voz salía
con lentitud y parecía que no iba dirigida a nadie. Las frases apenas dichas rodaban
frágiles por el aire y caían sin ruido sobre la alfombra. Lucía miró a Gilbert, para que
este no olvidara lo que iba a decirle.
—Ahora comprende usted por qué Gabriel Cortina llega esta noche en el avión de
las nueve y cuarenta y siete, ¿verdad?
Gilbert guardó silencio y guardó el collar para examinarlo más tarde con calma.
La voz corrió entre los empleados del hotel: “La señora Mitre entregó un fabuloso
collar de perlas, para seguir esperando la llegada de su amante.” El rumor llegó a
los oídos de Brunier. Habían pasado ya cinco meses desde la tarde en que la señora
Lucía le había guiñado el ojo, y Brunier, a pesar de no haberla visto más, no la había
olvidado. Esperaba siempre que apareciera la larga chalina flotante y la sonrisa
hospitalaria. El cuarto 410 había sido ocupado por un sin fin de viajeros, que se
dirigían a las montañas de Austria o a los soles de España y Portugal, y la señora
Mitre permanecía invisible en el cuarto 412 del hotel. Brunier estaba intranquilo.
Sabía que más tarde o más temprano, la señora se acabaría las perlas, una por
una, y entonces tenía que irse a la calle. Esta idea lo mortificaba.
—Señorita Ivonne, ¿cuántas perlas le quedan todavía a la señora Mitre? —preguntó
Brunier, temeroso de la respuesta.
—Veintidós —contestó Ivonne.
—¿Y después?
—Después, ¡up! —contestó Ivonne haciendo sonar los dedos.
—Hay que hablar con ella —dijo Brunier pensativo.
—No lo va a escuchar. Está esperando a su amante, que no va a llegar —dio Ivonne
convencida.
—Lo que hace es una niñería —insistió el señor Brunier.
El domingo por la tarde, el señor Brunier subió al cuarto 412. Se alisó los cabellos
antes de llamar. Sentía que iba a cumplir con una misión importante y que no debía
fallar en sus gestiones. Lucía Mitre le abrió la puerta. Lo miró sonriente, lo invitó a
pasar y le ofreció asiento con su mismo gesto amplio y alegre.
—Realmente, tiene buenas maneras. Solo que no me escuchó. Lo único que logré
fue convencerla de que se mudara al cuarto 101, pues así tendrá dos días por cada
perla. Mañana temprano le bajo las maletas —comentó Brunier más tarde.
—Esta historia empieza a ponerme nervioso —dijo Albert.
—¿Y el tal Gabriel, en dónde está? —preguntó exasperada Marie Claire.
—A lo mejor no existe. A lo mejor ella lo inventó —dijo Mauricio, uno de los
elevadoristas.
—Es muy posible. Si no, ya hubiera dado señales de vida —asintió Marie Claire.
Más tarde Ivonne atrapó al señor Brunier en los vestidores. Hasta ella había llegado
la hipótesis de Mauricio y quería consultarlo con el viejo portero, que parecía tener
tanto interés en la extranjera.
—¿Sabes, Brunier, que nunca ha recibido carta de ningún lado del mundo?
—¿Y ella no pregunta si ha tenido correspondencia? —preguntó Brunier pensativo.
—No, no dice nada. Solo pregunta la hora. Dice que su reloj va muy despacio —
explicó Ivonne con avidez.
—Pero tiene que haber vivido antes en algún lugar. No me diga que apareció ¡así!,
de pronto, en la mitad de París.
Durante muchos días Lucía Mitre vivió en el cuarto 101. Solo los criados la veían.
Comía y cenaba en su habitación y no hablaba con nadie. De pronto el señor Gilbert
volvió a visitarla. Otra vez debía pedirle que abandonara el hotel. Pero Lucía buscó
sonriente en su alhajero unos aretes de diamantes y se los entregó al visitante.
Brunier subió al cuarto 101. Quería convencer a la señora Mitre de algo muy penoso:
que se mudara a un hotel más barato. De esa manera sus diamantes se convertirían
en muchos días.
—¿Muchos días…? Pero si Gabriel llega hoy en el avión de las nueve y cuarenta y
siete minutos. ¿Por qué tienen ustedes tanta prisa…? ¿Nunca han visto a nadie que
espera a su amante todo el día?
—Sí… un día —dijo Brunier.
—¿Entonces…? ¿Qué hora es? —dijo ella.
—Las doce y media de la mañana —contestó Brunier mirándola con desesperación.
—Bueno, pues dentro de nueve horas y diecisiete minutos llega Gabriel…
Lucía agachó la cabeza, parecía cansada. Se miró las puntas de los pies y se
arregló los pliegues de su falda de seda color durazno. Después sonrió levemente
al portero; este se sintió avergonzado. Nada de lo que él pudiera decirle resultaba
válido, porque Lucía Mitre giraba como una mariposa alrededor de un fuego que él
no percibía, pero que estaba allí, en la misma habitación, cegándola.
—Claro, señor Brunier, que el tiempo se ha vuelto de piedra… cada minuto que
pasa es tan enorme como una enorme roca. Se construyeron ciudades nuevas que
florecen, decaen y desaparecen, y van pasando las ciudades y los minutos; y el
minuto de las nueve y cuarenta y siete llegará cuando hayan pasado estos minutos
de piedra con sus enormes ciudades, que están antes del minuto que yo espero.
Cuando suene ese instante la ciudad de los pájaros surgirá de este amontonamiento
de minutos y rocas…
—Sí, señora —dijo Brunier con respeto.
—Estoy muy cansada… muy cansada… son las piedras —agregó Lucía mirando
con sus ojos fatigados al portero. Después, como si hiciera un esfuerzo, le hizo un
guiño y sonrió con su sonrisa abierta de muchacho. Brunier quiso devolverle la
sonrisa, pero lo invadió una tristeza inexplicable, que lo dejó paralizado.
—De niña, señor Brunier, el tiempo corría como la música en las flautas. Entonces
no hacía sino jugar, no esperaba. Si los grandes jugáramos, acabaríamos con las
piedras adentro del reloj. En ese tiempo el amor estaba fuera de las tapias de mi
casa, esperándome como una gran hoguera, todo de oro, y cuando mi padre abrió
el portón y me dijo: “¡Sal, Lucía!”, corrí hacia las llamas: mi vocación era ser
salamandra.
Brunier supo que la señora Lucía estaba hechizada. ¿Pero, por quién o por qué?
—¿Y usted, señor Brunier, ¿cuántas salamandras tuvo? —preguntó Lucía con
interés, como si de pronto recordara que debía hablar más de su interlocutor y
menos de ella misma.
—Dos, pero ellas son verdaderas salamandras, no se quemaron en el fuego —
contestó Brunier.
Después de la visita del portero, la señora se quedó aún más quieta. Nunca tocaba
el timbre ni pedía nada. Acabaron por mandarle las bandejas casi vacías. El señor
Gilbert la visitaba de cuando en cuando y se llevaba una por una sus alhajas. Le
preocupaba aquella presencia constante en el cuarto más barato del hotel. La
primavera pasó con sus racimos de nieve y cubriendo a los castaños; se deshojó el
verano en un otoño amarillo, volvió el invierno con sus teteras humeantes, y Lucía
Mitre siguió preguntando la hora, encerrada en su cuarto. El señor Gilbert la tenía
muy presente.
—Señora, ¿no sería conveniente que le escribiera usted a su marido?
—¿A mi marido?… ¿Para qué?
—Para que haga algo por la señora… para que la recoja. Un señor mexicano es,
donde quiera, siempre un caballero.
—¡Ah! Sí, él es el mejor de los hombres. Siempre le viviré agradecida, señor Gilbert.
Si usted supiera… vivimos casados ocho años… Nunca olvidaré las noches que
pasé en la habitación inmensa de su casa. Mi suegra me oía llorar y venía envuelta
en un kimono japonés…
La señora Mitre guardó silencio, como si oyera venir los pasos de aquella mujer a
la que por primera vez nombraba. El señor Gilbert miró hacia la puerta, tuvo la
impresión de que alguien envuelto en un traje oriental entraba sin ruido en la
habitación. La señora Mitre se tapó la cara con las manos y empezó a sollozar.
Gilbert se puso de pie.
—¡Señora! Por favor…
—El cuarto era enorme, estaba lleno de espejos y yo me sentía muy sola. Eso
enojaba a mi suegra… ¿Le parece muy mal, señor Gilbert?
—No, no, me parece natural —contestó Gilbert ruborizándose.
—A Ignacio le veía en el comedor. El día que me escribió la carta me extrañó mucho,
porque podía habérmelo dicho en la comida. Luego vi que esa era la mejor manera
de decirme algo tan delicado. ¿Quiere usted leerla?
Gilbert no supo qué decir. La señora Mitre se levantó con presteza y buscó adentro
de su maleta un pequeño cofre de madera muy olorosa. Al abrirla respiró con deleite
el perfume y exclamó:
—¡Es de Olinalá!
Luego encontró una carta escrita tiempo antes y leída muchas veces, y la entregó
a Gilbert con aquel gesto suyo, amplio y sonriente, que tomaba siempre que tenía
que dar algo, ya fueran sus perlas, sus brillantes, o su carta.
—¡Léala, por favor!
El señor Gilbert recorrió la carta con los ojos sin entender nada. La carta estaba
escrita en español, solo alcanzó a descifrar la firma: “Ignacio.” Movió la cabeza,
como si entendiera el contenido de aquella carta, la dobló con cuidado y quiso
guardarla como las perlas, para que alguien se la tradujera más tarde. Pero Lucía
Mitre tendió la mano y a él no le quedó más remedio que entregarla.
—¿Ve usted? —dijo ella con simplicidad. Luego se puso de pie, alcanzó una cerilla
y le prendió fuego al papel. Gilbert no pudo impedir su gesto y la carta se retorció
en las llamas, hasta convertirse en una telita negra que cayó hecha añicos.
—¿Ahora ya no sirve, verdad? —preguntó asombrada.
—No, ya no sirve —comentó Gilbert descorazonado. Estaba seguro de que esa
carta contenía el secreto de Lucía Mitre.
—¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo falta para las nueve y cuarenta y siete?
—Cuatro horas y veintitrés minutos —dijo el señor Gilbert con voz melancólica.
—¡Cuatro horas…!
—Mientras dan las nueve, ¿por qué no sale usted a dar un paseo por París? Si viera
qué hermosas están los muelles, llenos de libros, de paseantes…
—¿Una vuelta?… No, no puedo. Me voy a arreglar un poco… estoy tan nerviosa —
dijo tocándose la cara con angustia.
El señor Gilbert vio sus mejillas hundidas y sus manos delgadas y temblorosas.
—Es usted muy bella, señora Mitre —dijo convencido de que la tragedia embellece
a sus personajes. La luz que rodeaba a la mujer que tenía sentada frente a él, era
una luz que se alimentaba de ella misma. Toda ella ardía adentro de unas llamas
invisibles y luminosas. Tuvo la impresión de que pronto no la vería más. Admiró sus
huesos calcinados de sus pómulos y de sus dedos traslúcidos. ¿Cuándo, y cómo, y
por qué, habían entrado en aquella hermosa dimensión suicida? Se sintió grosero
junto a la dama vestida de color durazno que se transmutaba cada día más en una
materia incandescente que a él le estaba vedada.
—Después de esa carta ya no podía quedarme en la casa de Ignacio… Recuerdo
que la noche de la cena, la seda de las paredes del comedor ardía en llamas
pequeñísimas, y que las flores de la mesa olían con la frescura que solo se
encuentra en los jardines. Cuando vi las manos de Ignacio y de Emilia acariciándose
sobre el mantel, me parecieron las manos desconocidas de personajes
desconocidos. En ese momento me fui a vivir a otro palacio, aunque aparentemente
seguí durmiendo en el cuarto de la casa de Ignacio. Por las noches después de la
visita de mi suegra entraba Gabriel… ¿Usted conoce México? Pues Gabriel es como
México, lleno de montañas y de valles inmensos… Siempre hay sol y los árboles no
cambian de hojas sino de verdes…
La señora Mitre se quedó buscando aquellos soles brillando sobre las copas de los
árboles de su país. Gilbert la dejó acompañada de sus fantasmas. “Su marido y su
amante la engañaron”, se dijo, mientras llegaba a su despacho y se sintió
responsable de la suerte de aquella mujer. Durante los dos meses que todavía vivió
en el hotel, el señor Gilbert se negaba a comentarla.
—¡Por favor! No me hablen de la señora Mitre… Me da escalofríos.
Ahora Lucía Mitre estaba cubierta con su chalina de gasa color durazno. Una ira
antigua y caballeresca se apoderó de Brunier; “pobre pequeña”, se dijo pensando
en Gabriel. “¡Pobre pequeña!” se repitió recordando a Ignacio. Debía advertir a
Gilbert de lo que acaba de ocurrir en el cuarto 101.
Los divanes y las sillas de época cubiertas de sedas de color pastel, los espejos,
los ramos de flores silvestres y las alfombras color miel, le dieron la sensación de
entrar al centro tibio del oro. Contempló a las parejas reflejadas en las luces de los
espejos, deslizándose frágiles por caminos invisibles y perfumados, en busca de
amores que quizás apenas durarían unas horas. Parecían hermosos tigres
olfateando intrincados vericuetos y tuvo la impresión de que algunos de aquellos
personajes fugaces se quedarían tal como Lucía, prendidos a un minuto
irrecuperable.
Brunier se acercó a Gilbert, que, de pie, muy sonrosado y vestido con su
impecable jacquet, sonreía a una de aquellas parejas elegidas. Esperó unos
minutos.
—La señora Lucía acaba de morir —anunció sin dejar traslucir su emoción.
—¿Qué dice? —preguntó Gilbert adoptando el rostro más inexpresivo que encontró.
—Que la señora Lucía Mitre acaba de morir —repitió Brunier sin cambiar de actitud.
—¡Qué desdicha! —exclamó el señor Gilbert en voz baja. Luego atendió sonriente
al cliente que le preguntaba por el bar.
—Voy a llamar a la policía. Hay que evitar que los clientes se den cuenta de lo
sucedido.
—Murió exactamente a las nueve y cuarenta y siete minutos —explicó Brunier con
una voz que quiso ser natural.
Gilbert iba a decir algo, pero la llegada de un cliente lo distrajo. El cliente era joven,
llevaba una raqueta en la mano y su rostro era asoleado y sonriente. Con voz
juguetona, explicó que desde hacía once meses, una amiga suya le había reservado
el cuarto 410. No sabía si su reservación se había hecho a nombre de su amiga:
Lucía Mitre, o al suyo: Gabriel Cortina.
—Pero es lo mismo —explicó sonriente.
Gilbert, asombrado, no supo qué decir, buscó en los ficheros y vio que el cuarto 410
estaba vacío. Cogió la llave y se la tendió al joven que distraído daba golpecitos en
el escritorio, con el filo de la raqueta.
Gilbert y Brunier, mudos por la sorpresa, vieron cómo se alejaba Gabriel Cortina,
rumbo a los elevadores. Iba jugando con la llave, ajeno a su desdicha. Sus
pantalones de franela y su saco sport le daban una elegancia infantil y americana.
Los dos hombres se miraron consternados. Deliberaron unos momentos y
decidieron que cuando llegara la policía explicarían lo sucedido al recién llegado.
—¡Es una catástrofe!
—¡Una verdadera catástrofe!
A las diez y media de la noche tres hombres correctamente vestidos cruzaron el
vestíbulo del hotel acompañados de Brunier y de Gilbert. Los cinco hombres
subieron primero al cuarto 410, para decirle a Gabriel Cortina lo sucedido. Llamaron
a la puerta con suavidad. Al ver que nadie contestaba a sus repetidas llamadas
decidieron abrir con la llave maestra. Encontraron el cuarto vació e intacto. Brunier
y Gilbert se miraron atónitos, pero recordaron que el cliente no llevaba más equipaje
que su raqueta. Buscaron la raqueta sin hallarla. Entonces llamaron a los criados,
pero ninguno de ellos había visto al joven que buscaban. Los tres policías revisaron
el baño y los armarios. Todo estaba en orden: nadie había entrado en aquella
habitación. Perplejos, los cinco hombres bajaron a la administración; tampoco allí,
ninguno de los empleados, ni siquiera Ivonne, recordaba la llegada de aquel
huésped. La llave del cuarto 410 estaba colgada en el fichero, intocada. Gilbert y
Brunier discutieron acalorados con el personal de la administración la presencia de
Gabriel Cortina en el hotel. Los policías ordenaron pesquisas que resultaron inútiles,
pues el joven risueño, propietario de la raqueta, no apareció en ninguna parte del
hotel. Había desaparecido sin dejar huella. Después de muchas discusiones
adoptaron la hipótesis de que habían sido víctimas de una alucinación.
—Fue el deseo de que llegara —aceptó vencido y melancólico el señor Gilbert.
—Sí, eso debe haber sucedido, los dos la amábamos —confesó Brunier.
Los tres policías se enternecieron con lo sucedido. Uno de ellos era de la Bretaña y
contó que en su país sucedían cosas semejantes.
Sombríos, los cinco hombres se dirigieron al cuarto de Lucía Mitre para terminar con
su triste diligencia. Al entrar en la habitación los policías se quitaron los sombreros
y se inclinaron respetuosos ante el cuerpo de la señora.
Brunier, solemne, señaló a los pies de la cama.
—¡Ahí está! — dijo casi sin voz.
Sus cuatro acompañantes vieron la raqueta blanca deportiva con descuido a los
pies de la cama de Lucía Mitre. Se lanzaron nuevamente a la búsqueda del joven
propietario de la raqueta, pero su búsqueda fue infructuosa, pues el cliente risueño,
tostado por el sol de América, no volvió a aparecer nunca más en el Hotel del
Príncipe.
Gilbert se inclinó por última vez sobre el rostro de Lucía Mitre, también ella se había
ido para siempre del hotel, pues en su rostro no quedaba de ella nada.

Por último, organiza una lluvia de comentarios donde los jóvenes puedan expresar
sus opiniones sobre la escritora Elena Garro, así como de lectura que se realizó.

Actividad de escritura: El objeto misterioso

Elige un objeto con anterioridad que no sea fácil de reconocer al tacto, tápalo con
una bolsa de tela, manta, rebozo, etc. Lo importante es que no se adivine fácilmente.
Camina con el objeto misterioso para que cada uno de los participantes lo observe
a través de la bolsa o tela que elegiste; después, pídeles que escriban el nombre
del objeto y una descripción del mismo. A continuación, acerca nuevamente el
objeto misterioso a los participantes, pero ahora pide que lo toquen a través de su
envoltura. Posteriormente, pide que escriban sus impresiones. Al final, comentarán
la diferencia que encontraron entre las dos descripciones que hicieron del objeto
misterioso.

Cierre
Para finalizar la sesión, menciona a los participantes algunos títulos de Elena Garro.
Cuentos: Perfecto luna, El duende, El anillo, El día que fuimos perros; novelas: Los
recuerdos del porvenir, La casa junto al río, Un traje rojo para un duelo, Un corazón
en un bote de basura; teatro: Un hogar sólido, La señora en su balcón, El rastro, La
dama boba.
Despide al grupo gradeciendo su participación.

Sesión 3. La undécima musa

En esta sesión se pretende desarrollar habilidades como: la expresión escrita, la


expresión oral, la expresión corporal, la capacidad de análisis y reflexión y trabajo
en equipo.

Recibe a los jóvenes con entusiasmo y comenta que en esta sesión conocerán a la
escritora Guadalupe Amor (Pita amor).

La escritora fue reconocida a mediados del siglo XX, tanto por su obra como por su
belleza, a Pita le gustaba comentar en público que su belleza era más reconocida
que su obra.

Guadalupe Teresa Amor Smichdtlein, nació en la capital


mexicana el 30 de mayo de 1918, por lo que este año se cumple
su centenario. Descendiente de la aristocracia porfiriana venida
a menos con la Revolución, su infancia la pasó en una residencia
con decenas de habitaciones en la calle Abraham González, en
el centro de Ciudad de México.
A los 17 años se escapa con un criador de toros. En medio del escándalo la familia
guarda silencio, ella nunca se casa con este hombre, y comienza a ir a cafés donde
conoce gente de la élite intelectual, ahí es donde conoce a Xavier Villaurrutia, quien
tuvo una enorme influencia en ella.

Era soberbia, pero ejercía como nadie la poesía, sus poemarios sorprenderían al
mundo literario. El primero se tituló Yo soy mi casa, reconocida por artistas
como Diego Rivera, Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, Juan Soriano y Antonio
Peláez, entre otros.

Fue modelo de pintores importantes, Michael Schuessler quien acaba de publicar


su libro Pita Amor. La undécima musa, comenta que para ella lo más importante era
la imagen, ella invento el personaje de Pita amor, y decía: “voy a leer los poemas
de Guadalupe Amor” en reuniones. Mucha polémica la rodea, con notas como su
escapada a los 17 años, romances lésbicos, amoríos con escritores, artistas, sus
desnudos en pinturas; a los 41 años decide tener un hijo, que se siente incapaz de
cuidarlo y lo da a su hermana. El niño muere ahogado antes de cumplir 2 años; ahí
comienza la decadencia de la escritora. Su belleza se transformó de la niña que le
tenía miedo a la noche y la soledad, en la joven que practicó como nadie su libertad
sexual, en la mujer independiente que rechazó la maternidad y en la anciana que
insultaba a los transeúntes de la Zona Rosa. Pita Amor terminó sus días en una silla
de ruedas, pero siempre con su vanidad intacta.

Técnica de integración: Reproducción (Play Back)


Comenta a los usuarios que el playback tiene su origen en la lengua inglesa.
También mencionada como playback, alude a la reproducción, en el marco de un
concierto o espectáculo, de música que fue grabada con anterioridad.
Un artista que hace playback, por lo tanto, mueve los labios como si estuviese
cantando, cuando en realidad lo que escucha el público es una grabación. De igual
forma, los músicos pueden fingir que tocan sus instrumentos en vivo mientras se
reproduce un sonido ya registrado. Al concluir diles que aran playback en la
siguiente actividad.

Forma equipos dependiendo de los participantes que tengas, y muestra algunos


videos de cantantes, grupos, bandas, etc. Previamente seleccionadas por ti, ya que
conoces bien a tus usuarios y conoces sus gustos; posteriormente, reparte a cada
equipo un papelito con el nombre de la banda, del grupo musical o del cantante.
Pide a los equipos que consulten en internet una pieza musical del artista asignado,
después el equipo tendrá que ensayar en playback la canción para presentarla al
grupo. Puede ser más divertido si se conforma un equipo de hombres, mismos que
deberán hacer el playback de artistas femeninas, y viceversa.
Para finalizar la actividad, realiza un playback con el poema que a continuación se
muestra. Consulta también el audio en el siguiente link:
https://www.youtube.com/watch?v=Nebfq99MhDk

Yo soy mi casa

Pita Amor
I

Casa redonda tenía


de redonda soledad:
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.

Las mañanas eran noches,


las noches desvanecidas,
las penas muy bien logradas,
las dichas muy mal vividas.

Y de ese ambiente redondo,


redondo por negativo,
mi corazón salió herido
y mi conciencia turbada.
Un recuerdo mantenido:
redonda, redonda nada.

II

Escaleras sin peldaños


mis penas son para mí,
cadenas de desengaños,
tributos que al mundo dí.

Tienen diferente forma


y diferente matiz,
pero unidas por los años,
mis penas, o mis engaños,
como sucesión de daños,
son escaleras en mí.

III

De mi esférica idea de las cosas,


parten mis inquietudes y mis males,
pues geométricamente, pienso iguales
lo grande y lo pequeño, porque siendo,
son de igual importancia; que existiendo,
sus tamaños no tienen proporciones,
pues no se miden por sus dimensiones
y sólo cuentan, porque son totales,
aunque esféricamente desiguales.

IV

Me estoy volcando hacia fuera


y ahogándome estoy por dentro.
El mundo es sólo una esfera,
y es al mundo al que pidiera
totalidad, que no encuentro.

Totalidad que debiera


yo, en mí misma, realizar,
a fuerza de eliminar
tanta pasión lastimera;
de modo que se extinguiera
mi creciente vanidad
y de este modo pudiera
dar a mi alma saciedad.

De mi barroco cerebro,
el alma destila intacta;
en cambio mi cuerpo pacta
venganzas contra los dos.

Todo mi ser en pos


de un final que no realiza;
mas ya mi alma se desliza
y a los dos ya los libera,
presintiéndoles ribera
de total penetración
VI

Yo soy cóncava y convexa;


dos medios mundos a un tiempo:
el turbio que muestro afuera,
y el mío que llevo dentro.
Son mis dos curvas-mitades
tan auténticas en mí,
que a honduras y liviandades
toda mi esencia les dí.

Y en forma tal conviví


con negro y blanco extremosos,
que a un mismo tiempo aprendí
infierno y cielo tortuosos.

Al concluir con la lectura pide a los participantes que comenten el poema, y que
expresen sus opiniones de la vida de esta escritora. Invítalos a realizar la siguiente
actividad.
Actividad de Escritura: Cambiando el poema
Saca 5 copias del poema que leíste con anterioridad y colócalo en las mesas.
Explica a los participantes que deberán cambiar algunos de los nombres, adjetivos
y verbos que aparecen en el texto con el fin de dar un sentido nuevo al poema.
Da el siguiente ejemplo:

La hermanilla
Vicente Aleixandre

Tenía la naricilla respingona, y era menuda.


¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua,
y nunca se asustaba.
Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento.
Como si las olas la hubieran acercado a la orilla,
trayéndola desde lejos, inocente en la espuma,
con los ojos abiertos bajo la luz.

Rodaba luego con la onda sobre la arena y se reía,


risa de niña en la risa del mar,
y se ponía de pie, mojada, pequeñísima,
como recién salida de las valvas de nácar,
y se adentraba en la tierra,
como un préstamo de las olas.
¿Te acuerdas?
Cuéntame lo que hay allí en el fondo del mar.
Dime, dime, yo le pedía.
No recordaba nada.
Y riendo se metía otra vez en el agua
y se tendía sumisamente sobre las olas.

Así quedaría el poema transformado:

Tenía el pelo rizado y era chiquitito


¡cómo le gustaba comer chocolate por las mañanas!
Y se deleitaba con su sabor
y nunca se empachaba.
Lo comía así como si aquel hubiera sido siempre
su principal alimento.
Como si el caco lo hubieran acercado a su boquilla
trayéndolo desde lejos, oriente, en la bruma
con sabor dulce bajo la espuma.

Batía luego con el tenedor sobre los granos


y se lo comía, comida de niños
en la montaña del cacao
y se ensuciaba de marrón, negro, ensuciadísimo
como recién salido de la ciénaga tropical
y se adentraba en la lavadora
como en baño de mar

¿Te gustaba?
Descríbeme lo que había allí en el gusto del paladar
Come, come, yo le pedía
No paraba nada
Y comiendo se lo metía otra vez en la boca
Y se reía glotonamente como una loca.

Cierre
Pide a los participantes comentarios de la actividad realizada. Por último,
continuarán con su escrito utilizando los títulos de las escritoras. Aquí los títulos de
Guadalupe Amor: Yo soy mi casa, Puerta obstinada, Décima de dios, Todos los
siglos del mundo, Como Reyna de Barajas, El Zoológico de Pita Amor, Soy dueña
del Universo, 48 Veces Pita.
Agradece la participación del grupo e invítalos a conocer a otra escritora mexicana
en la siguiente sesión.
Sesión 4. Las tías

En esta sesión se pretende desarrollar habilidades como: la argumentación, la


creación de ideas nuevas a partir de lo leído, la expresión escrita, la expresión
corporal y el trabajo en equipo.

Ángeles Mastretta nació el 9 de octubre de 1949 en


Puebla, México, donde vivió hasta los diecisiete años en
que se mudó a la capital, Ciudad de México, después del
fallecimiento de su padre Carlos Mastretta.

Mastretta comentaba que su destino era terminar como


las mujeres de Puebla de los años 50, terminar la
secundaria y casarse, caer en la sumisión femenina. Viaja a la ciudad de México,
influenciada por sus maestras del colegio a las cuales las consideraba como las
únicas mujeres propiamente libres, para matricularse en la Fac ultad de Ciencias
Polític as y Sociales (FCPyS) de la UNAM .

Una idea y una canción se vio reflejada en 1985 cuando publicó su primera novela
Arráncame la vida que recibió el Premio Mazatlán y tuvo un inesperado éxito. Este
éxito editorial también estuvo acompañado del nacimiento de su hija menor
Catalina, que enfermó en sus primeros años de vida, Mastretta estuvo al pendiente
de su salud y en las noches en el hospital le contaba historias de mujeres de su
familia que consideraba aguerridas (sus tías). De esas historias surgió la antología
Mujeres de ojos grandes.

En 1997 recibió el premio Rómulo Gallegos por Mal de amores, su segunda novela.
En sus obras se destaca la liberación de la mujer oprimida, gracias a esas obras
fundó “Unión de Mujeres Antimachistas”, en el DF, ahora ciudad de México.

Carlos Mastretta su padre, fue siempre una incógnita para ella, y con el pretexto de
conocer más investiga su pasado familiar italiano, descubriendo muchos vicios,
costumbres, secretos y, de dicha investigación escribe, La emoción de las cosas,
en el que buscaba recuperar el gozo infantil por escuchar historias, así como
descubrir en la literatura una nueva forma de contar su vida y mirar la realidad.

El sueño de niña de la escritora era ser cantante, lo practicó ante el público cantando
al lado del maestro Joaquín Sabina con el tema Arráncame la vida.

Técnica de integración: Booktubers en acción

Pregunta a los jóvenes si saben que es un Booktuber, escucha sus respuestas y al


concluir, da su definición: Booktubers es una comunidad en You Tube, donde
personas de diferentes edades, principalmente jóvenes, suben videos hablando
sobre libros, que han leído o que quieren leer. El nombre proviene de las palabras
Book (libro en inglés) y Tube (por el sitio web de videos You Tube).

Los Booktubers son una revelación en el mundo de la animación lectora. Por lo


tanto, haz que tus participantes se conviertan en Booktubers por un rato. Pueden
grabarse con sus teléfonos, leyendo una reseña, o un fragmento de algún de
Ángeles Mastretta. Pide a los jóvenes si quieren mostrar su video, lo compartan en
sus redes sociales. Al finalizar la actividad, realiza la siguiente lectura en voz alta.

Actividad de lectura:

La tía Cristina

No era bonita la tía Cristina Martínez, pero algo tenía en sus piernas flacas y su
voz atropellada que la hacía interesante. Por desgracia, los hombres de Puebla no
andaban buscando mujeres interesantes para casarse con ellas y la tía Cristina
cumplió veinte años sin que nadie le hubiera propuesto ni siquiera un noviazgo de
buen nivel. Cuando cumplió veintiuno, sus cuatro hermanas estaban casadas para
bien o para mal y ella pasaba el día entero con la humillación de estarse quedando
para vestir santos. En poco tiempo, sus sobrinos la llamarían quedada y ella no
estaba segura de poder soportar ese golpe. Fue después de aquel cumpleaños, que
terminó con las lágrimas de su madre a la hora en que ella sopló las velas del pastel,
cuando apareció en el horizonte el señor Arqueros.
Cristina volvió una mañana del centro, a donde fue para comprar unos botones
de concha y un metro de encaje, contando que había conocido a un español de
buena clase en la joyería La Princesa. Los brillantes del aparador la habían hecho
entrar para saber cuánto costaba un anillo de compromiso que era la ilusión de su
vida. Cuando le dijeron el precio le pareció correcto y lamentó no ser un hombre
para comprarlo en ese instante con el propósito de ponérselo algún día.
-Ellos pueden tener el anillo antes que la novia, hasta pueden elegir una novia
que le haga juego al anillo. En cambio, nosotras sólo tenemos que esperar. Hay
quienes esperan durante toda su vida, y quienes cargan para siempre con un anillo
que les disgusta, ¿no crees?-le preguntó a su madre durante la comida.
-Ya no te pelees con los hombres, Cristina -dijo su madre-¿Quién va a ver por ti
cuando me muera?
-Yo, mamá, no te preocupes. Yo voy a ver por mí.
En la tarde, un mensajero de la joyería se presentó en la casa con el anillo que
la tía Cristina se había probado extendiendo la mano para mirarlo por todos lados
mientras decía un montón de cosas parecidas a las que le repitió a su madre en el
comedor. Llevaba también un sobre lacrado con el nombre y los apellidos de
Cristina.
Ambas cosas las enviaba el señor Arqueros, con su devoción, sus respetos y la
pena de no llevarlos él mismo porque su barco salía a Veracruz al día siguiente y él
viajó parte de ese día y toda la noche para llegar a tiempo. El mensaje le proponía
matrimonio: "Sus conceptos sobre la vida, las mujeres y los hombres, su deliciosa
voz y la libertad con que camina me deslumbraron. No volveré a México en varios
años, pero le propongo que me alcance en España. Mi amigo Emilio Suárez se
presentará ante sus padres dentro de poco. Dejo en él mi confianza y en usted mi
esperanza".
Emilio Suárez era el hombre de los sueños adolescentes de Cristina. Le llevaba
doce años y seguía soltero cuando ella tenía veintiuno. Era rico como la selva en
las lluvias y arisco como los montes en enero. Le habían hecho la búsqueda todas
las mujeres de la ciudad y las más afortunadas sólo obtuvieron el trofeo de una
nieve en los portales. Sin embargo, se presentó en casa de Cristina para pedir, en
nombre de su amigo, un matrimonio por poder en el que con mucho gusto sería su
representante.
La mamá de la tía Cristina se negaba a creerle que sólo una vez hubiera visto al
español, y en cuanto Suárez desapareció con la respuesta de que iban a pensarlo,
la acusó de mil pirujerías. Pero era tal el gesto de asombro de su hija, que terminó
pidiéndole perdón a ella y permiso al cielo en que estaba su marido para cometer la
barbaridad de casarla con un extraño.
Cuando salió de la angustia propia de las sorpresas, la tía Cristina miró su anillo
y empezó a llorar por sus hermanas, por su madre, por sus amigas, por su barrio,
por la catedral, por el zócalo, por los volcanes, por el cielo, por el mole, por las
chalupas, por el himno nacional, por la carretera a México, por Cholula, por
Coetzálan, por los aromados huesos de su papá, por las cazuelas, por los
chocolates rasposos, por la música, por el olor de las tortillas, por el río San
Francisco, por el rancho de su amiga Elena y los potreros de su tío Abelardo, por la
luna de octubre y la de marzo, por el sol de febrero, por su arrogante soltería, por
Emilio Suárez que en toda la vida de mirarla nunca oyó su voz ni se fijó en cómo
carambas caminaba.
Al día siguiente salió a la calle con la noticia y su anillo brillándole. Seis meses
después se casó con el señor Arqueros frente a un cura, un notario y los ojos de
Suárez. Hubo misa, banquete, baile y despedidas. Todo con el mismo entusiasmo
que si el novio estuviera de este lado del mar. Dicen que no se vio novia más
radiante en mucho tiempo.
Dos días después Cristina salió de Veracruz hacia el puerto donde el señor
Arqueros con toda su caballerosidad la recogería para llevarla a vivir entre sus tías
de Valladolid.
De ahí mandó su primera carta diciendo cuánto extrañaba y cuán feliz era.
Dedicaba poco espacio a describir el paisaje apretujado de casitas y sembradíos,
pero le mandaba a su mamá la receta de una carne con vino tinto que era el platillo
de la región, y a sus hermanas dos poemas de un señor García Lorca que la habían
vuelto al revés. Su marido resultó un hombre cuidadoso y trabajador, que vivía
riéndose con el modo de hablar español y las historias de aparecidos de su mujer,
con su ruborizarse cada vez que oía un "coño" y su terror porque ahí todo el mundo
se cagaba en Dios por cualquier motivo y juraba por la hostia sin ningún miramiento.
Un año de cartas fue y vino antes de aquella en que la tía Cristina refirió a sus
papás la muerte inesperada del señor Arqueros. Era una carta breve que parecía
no tener sentimientos. “Así de mal estará la pobre", dijo su hermana, la segunda,
que sabía de sus veleidades sentimentales y sus desaforadas pasiones. Todas
quedaron con la pena de su pena y esperando que en cuanto se recuperara de la
conmoción les escribiera con un poco más de claridad sobre su futuro. De eso
hablaban un domingo después de la comida cuando la vieron aparecer en la sala.
Llevaba regalos para todos y los sobrinos no la soltaron hasta que terminó de
repartirlos. Las piernas le habían engordado y las tenía subidas en unos tacones
altísimos, negros como las medias, la falda, la blusa, el saco, el sombrero y el velo
que no tuvo tiempo de quitarse de la cara. Cuando acabó la repartición se lo arrancó
junto con el sombrero y sonrió.
-Pues ya regresé -dijo.
Desde entonces fue la viuda de Arqueros. No cayeron sobre ella las penas de
ser una solterona y espantó las otras con su piano desafinado y su voz ardiente. No
había que rogarle para que fuera hasta el piano y se acompañara cualquier canción.
Tenía en su repertorio toda clase de valses, polkas, corridos, arias y pasos dobles.
Les puso letra a unos preludios de Chopin y los cantaba evocando romances que
nunca se le conocieron. Al terminar su concierto dejaba que todos le aplaudieran y
tras levantarse del banquito para hacer una profunda caravana, extendía los brazos,
mostraba su anillo y luego, señalándose así misma con sus manos envejecidas y
hermosas, decía contundente: "Y enterrada en Puebla".
Cuentan las malas lenguas que el señor Arqueros no existió nunca. Que Emilio
Suárez dijo la única mentira de su vida, convencido por quién sabe cuál arte de la
tía Cristina. Y que el dinero que llamaba su herencia, lo habla sacado de un
contrabando cargado en las maletas del ajuar nupcial.
Quién sabe. Lo cierto es que Emilio Suárez y Cristina Martínez fueron amigos hasta
el último de sus días. Cosa que nadie les perdonó jamás, porque la amistad entre
hombres y mujeres es un bien imperdonable.
Al finalizar la lectura, genera una tertulia realizando una serie de preguntas acerca
de esta y de la escritora.

Al término, coméntales que generarán un Book Tag, diles que los BookTuber,
también realizan este tipo de video. Los book tags son unos cuestionarios que se
hacen sobre libros, autores, tu opinión sobre las sagas...etc. así que primero
escribirán su cuestionario.

Actividad de escritura: Book Tag

Los booktubers no solo se dedican a hacer reseñas de los libros que leen, si no que
hacen también otros tipos de videos. Entre ellos destacan los famosos BookTags.
Los BookTags son una especie de juego que realizan los Booktubers entre ellos.
Consiste en relacionar un libro, serie o personaje que hayan leído, con una palabra,
frase o situación de acuerdo a la temática del BookTag, Una vez hecho esto, se
procede a tagear a otros booktubers para también hagan el tag y que de esta
manera se vaya formando una cadena muy divertida de videos entre ellos.
Comenta a los participantes, que es importante antes de grabar algo con cualquier
dispositivo, tener un guion sobre lo que se va a hablar, y no equivocarse seguido.
Así, la grabación quedará perfecta; por ello, los participantes deberán escribir un
guion que, en este caso, será un cuestionario sobre un libro que les gustó, o no les
gustó.
Recuérdales que en el video las preguntas se las hacen ellos y las responden ellos.
Una vez que esté listo su cuestionario realizarán la grabación y la compartirán con
sus compañeros en sus redes sociales. Como ejemplo, consulta el siguiente video:
https://www.youtube.com/watch?v=WxOiwcu2g8Q

Book Tag sobre Harry Potter

1. ¿Cuál es tu libro favorito?


Mi libro favorito es el primero, "Harry Potter y la piedra filosofal"

2. ¿Cuál es tu película favorita?


Mi película preferida es la primera

3. Libro que menos te gusta.


El libro que menos me gusta es el número cuatro.

4. Película que menos te gusta.


La película que menos me gusta es la seis por que mueren personajes que yo les
daba muchísima importancia.

5. ¿Qué partes te hicieron llorar?


Las partes que me hicieron llorar es cuando Dobby y Dumbledore se mueren.

6. ¿Crepúsculo o Harry Potter?


Obviamente Harry Potter.

7. ¿A qué personaje intentarías conquistar?


Yo conquistaría a los gemelos Weasley.

8. ¿Cuál es tu personaje favorito?


Mi personaje favorito es Hermione Granger (personificado por Emma Watson).

9. ¿Cuál sería tu Patronus?


Mi Patronus sería un gato.

10. Si pusieses escoger: ¿Varita, piedra filosofal o capa de invisibilidad?


Escogería la varita para poder hacer magia e ir a Hogwarts.

11. ¿Te molestó alguna de las películas?


Sí, me molestó un poco la cuarta, porque me pareció muy duro tantas muertes y
escenas macabras.

12. ¿En qué casa estarías?


Yo estaría en Gryffindor.

13. ¿Cuál es tu materia favorita?


Mi materia favorita sería Encantamientos, o Transformaciones.

14. ¿Cuál es tu profesor favorito?


Mi profesor favorito sería Dumbledore o Mcgonagall.

15. ¿A qué actores te gustaría conocer?


Me encantaría conocer a los protagonistas, (Emma Watson, Daniel Radcliffe,
Rupert Grint) y a Luna Lovegood (Evana Lynch).

16. ¿Qué hechizo te gustaría conocer?


Sin dudarlo me encantaría conocer: alohomora.

17 ¿Cuál sería tu posición en el Quidditch?


Yo sería una buscadora, no creo que sea muy buena atrapando la snitch, pero
buena vista tengo.

18. ¿Qué significa Harry Potter para ti?


Harry Potter es una saga de libros muy especial, desde la primera página engancha
al lector, lo recomiendo para todos los públicos, ya que a mí me ha aportado:
imaginación, conocimiento y mucha diversión al leerlo.

Al terminar, pide a los participantes que expresen sus comentarios.

Cierre
Menciona los títulos de las obras de Ángeles Mastretta, para que los jóvenes
continúen escribiendo su texto. Novelas: Arráncame la vida, Mal de Amores, Ángel
maligno; cuentos; Mujeres de ojos grandes, El mundo iluminado, Puerto libre,
Hombres de amores; poesía; La pájara pinta y Desvaríos.
Pide al grupo que se dé un fuerte aplauso e invitarlo a la última sesión.

Sesión 5. Taconeando
En esta sesión se pretende desarrollar habilidades como: la comprensión lectora,
creación de ideas nuevas a partir de lo leído, la expresión escrita, la expresión
corporal y el trabajo en equipo.

“Las palabras, finalmente, como algo que se toca y se palpa, las palabras como
materia ineludible. Y todo acompañado de una música oscura y pegajosa”.
Amparo Dávila

Amparo Dávila nació en Pinos, un pueblo minero de


Zacatecas, México, en 1928. Fue una niña rebelde y valiente
que pasaba horas aislada en el campo con tan solo cinco
años. Estudió en el colegio de religiosas en San Luís Potosí.
Sus primeras lecturas fueron fruto de la biblioteca de su
padre, un hombre culto.
En 1950 publicó Salmos bajo la luna, al que siguieron
Meditaciones a la orilla del sueño y Perfil de soledades. Se
trasladó a Ciudad de México para cursar estudios universitarios, allí se convirtió en
la secretaria de Alfonso Reyes.
Amparo Dávila se casó con el pintor Pedro Coronel, con el que tuvo dos hijas.

Perteneciente a lo que algunos han llamado Generación de medio siglo, Dávila es


una de las pocas cuentistas mexicanas cuya literatura parece rebasar la realidad
sin entregarse a la fantasía, motivo por el que resultaría impreciso categorizar su
obra como literatura fantástica, que impresionó al mismo Cortázar, con el que le
unió una gran amistad.

La autora enfoca su obra en el misterio, la fantasía y lo extraño. La temática principal


de sus escritos se relacionó con la pérdida, el sufrimiento, la tristeza y la locura.

“En la casa donde viví mis primeros años vivió un señor feudal que perdió una pierna
y le pusieron una de palo. En las noches yo podía oírlo, taconeando. Este hombre,
como era muy rico, se casó varias veces y se le morían las esposas
misteriosamente. Y fíjese usted que la última de ellas, todavía con su traje blanco,
por las noches deambulaba por la casa. Ella con vela encendida y él, con su pata
de palo. Eso me causaba terror, pero un terror grandísimo. Lo único que lo mitigaba
eran mis perros y mis gatos. Ellos me dieron calor en los primeros momentos de mi
vida” es lo que cuenta la escritora Amparo Dávila.

Sin embargo, siempre que se habla de la autora zacatecana, tenemos que


mencionar El huésped, cuento que debe su popularidad al horror desconocido que
se encierra en sus palabras, monstruo del que se especula constantemente para
descubrir su naturaleza. La incertidumbre es definitivamente una de las
características más sobresalientes de las historias de Dávila, pues provoca que el
lector muchas veces no sepa qué está pasando ni con qué horrible criatura está
lidiando.

Al finalizar de dar la información, forma equipos dependiendo la cantidad de


participantes, da las indicaciones para esta actividad.

Técnica de integración: Estimulación sonora

A partir de una pista musical, preparada por ti, en este caso de terror, cada equipo
escribirá un texto alusivo al tema y, bajo el influjo de los sonidos y la música
seleccionada (bandas sonoras de películas de horror, sonidos ambientales, cortes
de Cradle of Filth, fragmentos de Paganini y Beethoven, etc.) la escucha y escritura
pueden hacerse en penumbra. Da 5 minutos para escribir y otros 5 para preparar
una breve escenificación de su relato de terror.

Al concluir sus participaciones pide que pongan atención a la lectura en voz alta que
realizarás.

Actividad de lectura

Árboles petrificados

Amparo Dávila

Es de noche, estoy acostada y sola. Toda pesa sobre mí como un aire muerto; las
cuatro paredes me caen encima como el silencio y la soledad que me aprisionan.
Llueve. Escucho la lluvia cayendo lenta y los automóviles que pasan veloces. El
silbato de un vigilante suena como un grito agónico. Pasa el último camión de
medianoche. Medianoche, también entonces era la medianoche... Reposamos, la
respiración se ha ido calmando y es cada vez más leve. Somos dos náufragos
tirados en la misma playa, con tanta prisa o ninguna como el que sabe que tiene la
eternidad para mirarse. Nada que no sea nosotros mismos importa ahora,
sorprendidos por una verdad que sin saberlo conocíamos. Nos hemos buscado a
tientas desde el otro lado del mundo, presintiéndonos en la soledad y el sueño.
Aquí estamos. Reconociéndonos a través del cuerpo. Nos hemos quedado
inmóviles, largo rato en silencio, uno al lado del otro. Tu mano vuelve a acariciarme
y nuestros labios se encuentran. Una ola ardiente nos inunda, caemos nuevamente,
nos hundimos en un agua profunda y nos perdemos juntos. Suspiras. Yo también.
Estamos de vuelta. Ha pasado el tiempo, minutos o años, ya nada está igual. Todo
se ha transformado. Se abren jardines y huertos; se abre una ciudad bajo el sol, y
un templo olvidado resplandece. Afuera transcurre plácida la noche y en el viento
llega un lejano rumor de campanas. No quisiera escucharlas. Suenan a ausencia y
a muerte, y me ciño de nuevo a tu cuerpo como si me afianzara a la vida. La
desesperanza florece en una pasión que está más allá de las palabras y las
lágrimas. “Es muy tarde” dices. “Tendrás que irte…” Me siento al borde de la cama
como si estuviera a la orilla del mundo, del espacio en que hemos navegado como
planetas reencontrados. Te contemplo vistiéndote con prisa y sin cuidado, yo me
pongo una bata con desgano y tengo que hacer un gran esfuerzo para levantarme
y caminar hasta la puerta a despedirte. No hablamos.
Pueden oírnos y descubrir que nos hemos amado apresurada y clandestinamente
en esta noche que empieza a caérseme en pedazos. Las campanas siguen tocando
y llegan cada vez más claras en el viento de la madrugada, su sonido nos envuelve
como un agua azul llena de peces. Llegamos cogidos de la mano hasta la puerta y
nos besamos allí como los que se besan en los muelles. La puerta se cierra tras de
ti y es como una página que termina y uno quisiera alargar toda la vida. No logro
entender que ya te has ido y que estoy de nuevo sola. Abro la ventana y el aire frío
del amanecer me azota la cara. Tiemblo de pies a cabeza y comienzo de pronto a
sentir miedo, miedo de que mañana, hoy, todo se desvanezca o termine como niebla
que la luz deshace. Vivimos una noche que no nos pertenece, hemos robado
manzanas y nos persiguen.
Quiero verme el rostro en un espejo, saber cómo soy ahora, después de esta
noche... Ha llegado. La llave da vuelta en la cerradura. La puerta se abre. Voy a
fingir que duermo para que no me moleste, no quiero que me interrumpa ahora que
estoy en esa noche, esa que él no puede recordar, noches y días sólo nuestros, que
no le pertenecen. Ha entrado a ver si estoy dormida, me está mirando, suspira
fastidiado, enciende un cigarrillo, busca junto al teléfono si hay recados, sale,
camina por la estancia, conecta el radio, ya no hay nada, es tarde, sólo music for
dancing, recorre todas las estaciones, va hacia la cocina, abre el refrigerador, no ha
de haber cenado, dijo que no le guardara nada, hay un poco de pollo, si quiere
puede hacer un sándwich, ya tiró algo, siempre tan torpe, está cantando ahora, debe
estar muy contento.
Sigue lloviendo. Suenan las llantas de los automóviles en el asfalto mojado.
También aquel día había llovido en la madrugada y la mañana estaba un poco
fresca, ¿te acuerdas…? Llegaste muy temprano con un ramo de claveles rojos; yo
me quedé con ellos entre las manos... No sé bien lo que te estoy diciendo, he caído
dentro de un remolino de sorpresas y turbación. Nunca me han regalado flores, es
la primera vez, quisiera decírtelo, pero empezamos a hablar de cosas que no nos
pertenecen mientras yo arreglo los claveles en un florero. Tú miras los libros del
estante y los hojeas mostrando un desmedido interés. Sé que los dos estamos
huyendo de este momento o de las palabras directas, de una emoción que nos
aturde y nos ciega como una luz incandescente. Nos quedamos suspendidos sobre
el instante mientras un claxon suena en la esquina como si sonara en el más remoto
pasado. Ese pasado antes de ti que ahora se desvanece y pierde todo sentido. Sólo
tienen validez estos momentos tan honda y confusamente vividos dentro de
nosotros mismos. Nos sentamos junto a la ventana y miramos hacia afuera como si
estuviéramos dentro de una jaula o de una armadura. Quisiera vivir este mismo
instante mañana, en un día abierto para nosotros. Pienso en una ciudad donde
pudiéramos caminar por las calles sin que nadie nos conociera ni nos saludara,
estar tirados en una playa sola o vagar por el campo cogidos de la mano.
Quisiera conocer contigo el mundo, quisiera entrar contigo en el sueño y despertar
siempre a tu lado. Te miro fijamente, quiero aprenderte bien para cuando sólo quede
tu recuerdo y tenga que descifrar lo que no me dices ahora. Una parte de mi vida,
estos minutos, se van contigo. No sé decir las cosas que siento. Tal vez algún día
te las escriba sentada frente a otra ventana. No sé tampoco hasta dónde soy feliz.
Cada despedida es un estarse desangrando, un dolor que nos asesina lentamente.
Estamos llenos de palabras y sentimientos, de un silencio que nos confina en
nosotros mismos. Tal vez esta habitación nos queda demasiado grande o
demasiado estrecha y por eso no sabemos qué hacer con nuestros cuerpos y las
palabras. Miras el reloj. El tiempo es una daga suspendida sobre nuestra cabeza.
Después vendrá la tarde vacía como esas cuando no estás conmigo, cuando nos
separamos y nos falta la mitad del cuerpo... Siento que me está mirando fijamente
y suspira, debe estar cansado, bosteza, ha de ser ya muy tarde, bosteza otra vez y
comienza a desnudarse. La ropa va cayendo sobre la silla, la cama se hunde
cuando se sienta a quitarse los zapatos. Se mete bajo las cobijas pegándose a mi
cuerpo y su mano empieza a acariciarme. Quisiera poder decirle que no me toque,
que es inútil, que no estoy aquí, que sus labios no busquen los míos, yo ya he salido,
estoy lejos conduciendo el automóvil por la avenida de los sauces, oyendo el
zumbido de las llantas sobre el pavimento, viendo de reojo cómo avanza la aguja
en el cuadrante, 70, 80, las casas y los árboles pasan cada vez más rápido, 90, 100,
una niña llora sentada en la banqueta, necesito llegar pronto, la calle se alarga hasta
la eternidad, un hombre me saluda y sonríe, no quiero hacerte esperar, paso las
luces rojas, sólo importa llegar, me has estado esperando a través de los días y los
años, a pesar de la dicha y la desdicha, por eso es tan cierto nuestro encuentro, no
hay otra manera de decirlo. Corro hacia ti y nos abrazamos largamente. Caminamos
cogidos de la mano. Caminamos hacia el fin del mundo. La noche ha caído sobre
nosotros como una profecía largo tiempo esperada. Las calles están desiertas,
somos los únicos sobrevivientes del verano. Este viejo jardín nos estaba esperando.
El tiempo ha dejado de ser una angustia. Estamos tan completos que no deseamos
hacer nada, sólo sentarnos en esta banca y quedarnos como dos sonámbulos
dentro del mismo sueño. Los pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas.
Estamos unidos por las manos y por los ojos, por todo lo que somos hoy y hemos
logrado rescatar de la rutina de los días iguales. Aquí sentados hemos estado
siempre, aquí seguiremos sin despedidas ni distancias en un continuo revivir.
Suenan las doce en esta noche perdurable. Han pasado mil años, han pasado un
segundo o dos. Los pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas. Miramos la
fachada de una vieja iglesia entre la bruma cálida del amanecer. Miramos las
columnas y los nichos como a través de un recuerdo. No hables ahora, guárdame
en tus manos. Conserva la moneda, tu rostro y el mío, para tardes lluviosas en que
el tedio pesa enormemente. Todo sentimiento aparte de nosotros se ha borrado.
Velada por nubes altas pasa la luna como una herida luminosa en el cielo negro.
Los pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas. Se anudan las palabras en la
garganta, son demasiado usadas para decirlas. Vivimos una noche siempre
nuestra. Me afianzo a tus manos y a tus ojos. Es tan claro el silencio que nuestra
sangre se escucha. El alumbrado de las calles ha palidecido. Ni un alma transita por
ninguna parte. Los árboles que nos rodean están petrificados. Tal vez ya estamos
muertos... tal vez estamos más allá de nuestro cuerpo…

Pide sus comentarios sobre la lectura y escritora, a continuación, explica la siguiente


actividad.

Escritura creativa: Entrevista al Escritor

Para finalizar el texto que iniciaron en la primera sesión con los títulos, mencionarás
los de Amparo Dávila, así concluirán su obra. Cuentos: Tiempo destrozado, El
Huésped, Muerte en el bosque, El Espejo, El pabellón del descanso, Alta cocina,
árboles petrificados; poesía: Salmos bajo la luna, meditaciones a la orilla del sueño,
Poesía reunida.

Posteriormente, pide a los participantes que compartan su trabajo con el grupo. Te


sugerimos que, ante realices una breve entrevista al joven (escritor) que pasará a
leer su texto. Procura que la entrevista sea amena, chusca, divertida; para ello,
genera tus preguntas con anterioridad. Ejemplos:

¿Por qué crees que te pusieron tu nombre?


¿Cómo intentarías seducirme?
¿Cómo comprobarías si fue antes el huevo o la gallina?
¿Qué harías si un/a desconocido/a te besara en plena calle?
¿Qué es lo más loco que has hecho por amor?
¿Cuáles son los Héroes de novela que prefiere?
¿Qué apodos tiene?
¿De qué color es su alma?
¿Cuál es su lema?

Para finalizar el taller agradece la participación de los jóvenes e invítalos a seguir


leyendo la vida y obra de otras escritoras mexicanas. Para ello, te dejamos una serie
de referencias que te serán de utilidad.
Bibliografía

Páginas Web

https://www.yaconic.com/45-muerte-rosario-castellanos/

https://elpais.com/internacional/2016/05/24/mexico/1464116209_407106.html

https://rosariocastellanos.weebly.com/su-muerte.html

https://www.milenio.com/cultura/laberinto/rosario-castellanos-y-la-famosa-lampara

http://www.larmancialtda.com/monologos/monologos/blancanitas-y-los-siete-enanieves

https://tramody.com/blog/improvisacion-teatral-tecnica-y-ejemplos/

https://www.escritores.org/biografias/21397-garro-elena

http://literalmagazine.com/elena-garro-apuntes-sobre-una-huida/

https://eldiariony.com/2017/09/04/quien-es-la-verdadera-elena-garro-la-escritora-maldita-de-
mexico/

https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/pita-amor-la-poeta-terrible-y-genial

https://www.excelsior.com.mx/expresiones/guadalupe-pita-amor-centenario-de-la-undecima-
musa/1241545

https://www.poeticous.com/pita-amor/yo-soy-mi-propia-casa?locale=es

http://lamusayelespiritu.blogspot.com/2013/01/10-actividades-de-escritura-creativa.html

https://www.escritores.org/biografias/4031-mastretta-angeles

https://gatopardo.com/perfil/angeles-mastretta/

https://www.lja.mx/2017/02/amparo-davila-compartio-experiencias-en-ciclo-charlas-mujeres-
letras/

https://www.escritores.org/biografias/102-amparo-davila

http://www.elguardatextos.com/2013/12/el-encuentro-ante-lo-inexplicable-en-el.html

https://www.milenio.com/cultura/amparo-davila-la-magia-que-perdura

https://albalearning.com/audiolibros/davila/arboles.html

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