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Telecomunicación e Historia

José María Díaz Nafría

"Con el pasado no se lucha


cuerpo a cuerpo. El porvenir lo
vence porque se lo traga. Como
deje algo de él fuera, está
perdido”

JOSÉ ORTEGA Y GASSET,


La rebelión de las masas

Si un turista que inclinado frente a la columna trajana se sintiera intrigado por la fila de
soldados que, encaramados sobre torretas de madera, agitan antorchas sobre sus cabezas, y
preguntase por su significado, seguramente le explicarían que se trata de las cadenas de antorchas
manipuladas por soldados que desde los limes se encargaban de llevar noticias a la urbe. A este
turista le sería difícil, salvo que hiciera un esfuerzo de abstracción, llamar telecomunicación a
semejante mecanismo de transmisión de mensajes. Seguramente le parecería que la
telecomunicación es una cosa moderna que se efectúa de forma instantánea y sin mediar emisarios.
Sin embargo, si se mira con detenimiento aquella serie de antorchas romanas cuenta con todos los
elementos esenciales de las telecomunicaciones modernas y, de hecho, de las digitales. Pero la
fuerza de la costumbre y el imperio de la rapidez de las técnicas electrónicas han acotado el término
en los feudos de tales técnicas. Esta limitación nos impide ver el fenómeno de la telecomunicación
en toda su perspectiva histórica, lo cual nos ayudaría a indagar su verdadera genética, así como la
posibilidad de librarnos de la ilusión emancipadora que las acompaña y que se nutre, como si se
tratara de uno de sus hijos predilectos, del optimismo ilustrado que contemplaba la historia de una
forma lineal y de progreso irreversible. Esta ilusión entre cuyos padres se encuentra Turgot y los
fisiócratas ha reaparecido recurrentemente, a pesar de las reacciones (conservadoras, románticas,
irracionalistas, ecopacifistas…), en un gran número de corrientes como el positivismo, el marxismo,
el ultraliberalismo contemporaneo o utopismos de muy diverso signo1. Pero la radical modificación

1 A título de ejemplo y precisamente en materia que atañe a las telecomunicaciones puede citarse la afamada
utopía emancipadora de Walter Benjamín desde el punto de vista del marxismo crítico (BENJAMÍN, W. “El
arte en la época de su reproducción mecánica” en DURRAN, J. et al. Sociología y comunicación de masas, México:
F.C.E., 1981); la utopía técnica de McLuhan (MCLUHAN, M., “Cinco dedos soberanos impiden la

1
de la circunstancia sociocultural por parte la telecomunicación en connivencia con los poderes
económico y político, en una imparable secuencia de inventos que se suceden irreversiblemente y
en ampliación constante de sus dominios, ha abonado, quizá más que ninguna otra cosa, la utopía
ilustrada del crecimiento perpetuo, ilimitado e irreversible. Este imaginario ha revertido
naturalmente sobre si mismo, de modo que en los predios de la telecomunicación existe un olvido
sistemático de lo anterior, presuponiendo que está subsumido y superado en los desarrollos
presentes. Y esto no es cosa de poca importancia, ya que cuando se toma el desarrollo tecnológico
como elemento definitorio de la cultura actual, este olvido y desprecio sistemático por las
circunstancias pretéritas tiene como una de sus consecuencias la ruptura de la cohesión entre las
generaciones, que hacen que la parte potencialmente emisora de la herencia cultural se perciba
como incomunicable respecto a la que podría beneficiarse de su recepción. Piénsese, por ejemplo,
en el anciano que incapaz de manejar adecuadamente un mando a distancia es contemplado como
un ser procedente de otro mundo –y estoy hablando de un fenómeno frecuente-. Esta supuesta
pertenencia a mundos divergentes hace que el acerbo de experiencia de uno de ellos carezca de
importancia en el otro, y así los ancianos terminan sus vidas frente al irrefrenable torrente de
emisiones televisivas, porque nadie les escucha, nadie les habla y con la trágica sensación de que
ellos mismo carecían ya de valor.

Por otra parte, la idea del crecimiento irreversible de la telecomunicación conduce a una
inversión radical de las relaciones de causa-efecto. Pues la comparación de la falta patente de
retroceso en el desarrollo tecnológico frente a los muy visibles altibajos del progreso social, político
y económico, llevan fácilmente a figurar la robustez de aquel y la inferioridad de estos, que los
coloca en una supuesta relación de dependencia. Y cuando se supone un cierto mecanismo que del
desarrollo técnico lleva automáticamente a los otros tres, éste se persigue a ultranza; sin precisar su
forma ni su supeditación a los otros; ya que sería un error de estrategia –como diría Maquiavelo-
confiarse a lo mudadizo. Pero obsérvese, que aunque esta fuera la estrategia pura que se siguiera,
sería entonces el deseo de poder político o económico una causa anterior a la del poder técnico, con
lo que la fácil relación causal quedaría ya complicada. No obstante, –como se verá en el devenir
histórico que a continuación se dibuja- es precisamente en la matriz de las necesidades de orden
político, económico y social donde los desarrollos técnicos germinan. Luego, en efecto, vendrán a
modificar las condiciones políticas, económicas y sociales, pero es que ese era el objeto, aunque
siempre la modificación transgreda los límites de lo previsto.

respiración” en CARPENTER, E. Y MCLUHAN., “El aula sin muros”); o la muy vigente utopía digital en la que
se encuentran inmersos los nuevos movimientos hacker (NORA, S., MINC, A., La informatización de la sociedad,
México: F.C.E., 1980; ETXEVERRÍA, J., Los señores del aire. Telépolis y el Tercer Entorno. Barcelona: Destino, 1999.;
STALLMAN, R.M. The free software movement: where all this started from, Oscon, 2002).

2
En definitiva, se estima la telecomunicación como un hecho esencialmente moderno que
emerge entre las posibilidades emancipadoras de la revolución tecnológica de la industrialización y
que desde sus orígenes telegráficos ha progresado incesantemente, modificando a cada paso los
usos y las posibilidades humanas (en un sentido de crecimiento constante). Y no es que no se
perciban los abusos de los medios (a través de la manipulación ideológica de los de difusión;
mediante las tarifas de los de conmutación), sino que dicho abuso se adscribe dentro del fácilmente
corregible capítulo del mal uso: el poder o los monopolios se apropian de los medios y, por tanto,
estos siempre estarían en trance de liberación y así de ser puestos en verdadero beneficio del
hombre. Sin embargo, esta percepción desdibuja por completo el hecho estructural de que la
televisión fue diseñada en provecho de gobernantes; que el teléfono triunfara en el ámbito de los
intereses comerciales; que el telégrafo satisficiera ciertas necesidades del estado burgués y de los
imperios coloniales; que las redes de datos fueron proyectadas con fines militares y su expansión
orquestada por el despliegue de una economía mundial financiarizada… En fin, se oculta que acaso
los medios incohen en su uso una forma particular de acción y que aunque pueda subvertirse el uso
respecto al previsto (como imaginan las utopía tecnológicas) éstos presentan una limitación
estructural respecto a su posibilidades de subversión2.

Poner todo esto en claro sería quizá de gran beneficio para la humanidad. Aunque, claro,
sólo en la medida en que dicha idea pasara a ser una figura estereotipada podría llegar a tener una
efectiva consecuencia social. Y naturalmente, estemos muy, muy lejos de hacer que esta percepción
crítica de la telecomunicación pase de la isla de los teóricos al continente de la cultura.

En cualquier caso, como nos encontramos frente a un fenómeno de naturaleza tanto técnica
como comunicativa, antes de dibujar el perfil del devenir de las telecomunicaciones desde tiempos
remotos, será menester una visión de cómo surge la técnica y como es la relación del hombre con
ella, relación que ha cambiado de raíz desde la antigüedad hasta nuestros días, haciendo que, en
general, la convivencia con la técnica haya tenido en cada momento un cariz bien distinto. Así
mismo habrá que precisar la esencial importancia de la comunicación en los procesos sociales y
personales, ya que es desde este tronco sobre el que la telecomunicación extiende sus ramas. Tener
estas dos perspectivas en cuenta, creo que es esencial para ponderar la realidad de la
telecomunicación en su transcurso histórico.

2 Idea que no está ni mucho menos ausente en las utopías de la telecomunicación, de hecho este el eje de
rotación de toda la teoría de McLuhan, que él mismo resume en su famosa fórmula: “el medio es el mensaje”.
Cf. MCLUHAN, M., Understanding media, N.Y.: McGraw Hill, 1964.

3
1. Hombre y técnica
Quizá la esencia de la relación vital del hombre con el mundo es que éste se encuentra
permanentemente en dificultades de muy diverso tipo, intensidad y premura; y que, en vistas a su
disolución, busca remedios en el repertorio de las facilidades que éste encuentra tanto en si mismo
como en su circunstancia. Si entre las facilidades internas pensamos en las que le dispensa su propia
fisiología y entre las externas sólo aquellas de su entorno natural, entonces quizá podríamos estar
hablando de un animal cualquiera. Pero si queremos además hablar del hombre como tal, debemos
añadir que éste se encuentra, para el reparo de sus menesteres, un ingente repertorio de soluciones
más o menos acabadas para problemas concretos. A todo este repertorio podemos llamarlo cultura. 3
Y debe matizarse que ésta no sólo incluye una colección (aunque sea estructurada) de usos,
costumbres y técnicas sino que, en virtud de la capacidad simbólica del hombre (es decir, la posibilidad
de referirse a algo mediante una cosa distinta), le otorga a los individuos una serie de herramientas
que les permiten interpretar la realidad como un universo simbólico4 e incluso construir su propia
interioridad como espacio de afanes, ilusiones, proyectos…

Así la vida humana queda ensartada en un espacio dramático que se debate entre sus
problemas y sus proyectos. Problemas que van desde los más perentorios de su fisiología hasta los más
elaborados de su fantasía, y que aunque aquellos emerjan sin necesidad de concurso con la cultura,
éstos no pueden entenderse a sus espaldas, siendo unas veces de carácter individual y otras
colectivo. El proyecto, puede tener mayor o menor profundidad de previsión (por ejemplo, la
intención de dar unos cuantos pasos hasta la fuente, inclinarse y sorber; o el plan de hacer algo que
abarca toda la vida o que incluso transgrede sus límites) y puede encontrar en la cultura una
solución más o menos acabada (que algo habrá de adaptar), o bien tiene que agenciárselas para
inventarla. No obstante, aunque el proyecto se edifique para solucionar los problemas humanos, el
propio proyecto incluye también sus particulares problemas. Con lo cual, estos dos componentes
radicales de la vida humana se enredan en una espiral compleja.

Cuando atribuimos al término técnica precisamente el doble sentido inaugural de 1) repetibilidad


y 2) facultad para resolver con destreza ciertos problemas, resulta que entre las técnicas podemos

3 Esto no limita el hecho de que en ciertas especies, especialmente entre primates o incluso entre los animales
llamados superiores, pueda encontrarse un cierto repertorio de usos y técnicas que no se transmiten
genotípicamente. Experiencias realizadas con diversos grupos animales demuestran la existencia de una
auténtica cultura, aunque este sea muy modesta en comparación con las humanas. Cf. HARRIS, M. “Genes,
evolución y cultura” en Antropología cultural, Madrid: Alianza, 1990.

4 Cf. ECO, U. “la vida social como sistema de signos” en VV.AA., Introducción al estructuralismo, Madrid: Alianza,
1979, pp.90-94.

4
considerar una gran porción de la cultura, y entre ellas las técnicas comunicativas, como el lenguaje,
el meollo, pues, de la cultura. Ese sentido que podemos tildar de amplio era, a fin de cuentas, el
sentido que el griego otorgaba a τεγνή, y según el cual daba ese título, por ejemplo, al fabricante de
sandalias, en su virtud de poder un día tras otro resolver eficazmente su problema de calzado. 5 Pero
al igual que para el griego el término tenía además un cariz de profesión heredada, para nosotros la
técnica resulta hoy indisociable de la tecnología. Pero estas diferencias terminológicas entrañan algo
más hondo: una manera radicalmente diversa de convivencia con la técnica y de percepción de la
misma. De un modo sumamente esquemático pueden distinguirse en la historia occidental tres
netas formas de convivencia técnica6:

1) la antigua, de perfil hereditario y de sumisión a la naturaleza, que podría simbolizarse mediante


los términos τεγνή o el latino ars;

2) la moderna, esencialmente tecnológica (es decir, de comunión entre ciencia y técnica), de


carácter optimista y de dominio de la naturaleza;

3) la postmoderna, que se debate entre la posibilidad sintética de suplantación de la naturaleza y de


desconfianza e incluso terror respecto a sus consecuencias.7

Estas etapas corresponden además con lo que podríamos llamar tres formas de “ser con el
mundo”, que, en última instancia, descansan sobre las certidumbres radicales sobre las que los
hombres hacen su vida (y aquí se encuentra lo cotidiano, el arte, la ciencia, la religión…). Aunque a
tenor de certidumbres radicales debiéramos excluir la postmoderna, etapa que está más bien
caracterizada por su carencia.

Para el hombre antiguo lo que realmente hay es mundo, a éste, por lo tanto, cabe conocerlo y
naturalmente respetarlo. Sin embargo, para el hombre moderno, su certidumbre radical está en el
pensamiento, y cree que éste le permitirá acceder al conocimiento y dominio del mundo (en el que, de
forma indirecta, también cree, pero del que desconfía), su última confianza se cifra en que la razón

5 Cf. ASPE ARMELLA, V. El concepto de técnica, arte y producción en la filosofía de Aristóteles. México: F.C.E., 1993.

6 A una indagación de los límites de lo técnico dediqué un trabajo en el que profundizaba sobre los sentidos
históricos de la técnica. DÍAZ NAFRÍA, J.M., “Aplicación de la razón vital e histórica orteguiana al quehacer
técnico” en ESQUIROL, J.M., Tecnoética, Actas del II congreso internacional de tecnoética, Barcelona: Universidad de
Barcelona, 2003. Aquí solo expongo, por razones de espacio, el esqueleto de aquel trabajo.

7 Esta división muy emparentada con la división tripartita de Mitcham, tiene, no obstante, algunas diferencias.
En Mitcham se distingue la manera romántica, que para mi constituiría un anticipo de la postmoderna, que
realmente cobra vigencia a partir de la crisis definitiva del racionalismo, que idealmente sitúo en el teorema de
Gödel. Cf. MITCHAM, C. “Tres formas de ser con la tecnología”, Anthropos, 94/95, 1989; DÍAZ NAFRÍA, J.M.,
Op. cit.

5
le permitirá lograr sus proyectos de dominio, y en consecuencia su técnica esencialmente
tecnológica. Finalmente el hombre postmoderno sabe que no puede confiar ni en el mundo ni en el
pensamiento (ambos son fluidizos) y entonces se dedica a construir un mundo sintético, bajo el
imperio de sus reglas, pero del que a menudo desconfía aterradoramente, y en el que, no obstante,
deposita todas sus esperanzas.

Simbólicamente podríamos ubicar tres tipos de telecomunicación en esas tres etapas: la


cadena de antorchas romana, ejemplificando el mundo antiguo, en el que se hace uso de las
facilidades que la naturaleza brinda de forma relativamente directa; cuyo impacto a penas modifica
el entorno; y en el que la ciencia a penas interviene. El telégrafo podríamos ubicarlo a modo de
ejemplo de la tecnología moderna: el conocimiento entonces reciente a cerca de la naturaleza de los
fenómenos eléctricos y magnéticos (en una concepción tan idealista como la de la mecánica
newtoniana8) son empleados por diversos inventores para conseguir mandar mensajes a distancia de
forma instantanea, con lo que se cree haber dominado las dos dimensiones esenciales de la realidad
externa: el espacio y el tiempo. Finalmente entre las técnicas postmodernas, merece considerarse el
proyecto Internet, que es percibido como una creación de un mundo esencialmente sintético, regido
por una compleja estructura de reglas, técnicamente denominadas protocolos, y en el que la
sociedad deposita un sin fin de esperanzas, así como el terror de desaparición de la casi totalidad de
la cultura tradicional.

2. Hombre y comunicación
Ante la pregunta de cómo resuelven los seres vivos (no humanos) sus necesidades
existenciales, la mayor parte de la biología sostendría la teoría de la adaptación genotípica en una
versión no demasiado distante de la darwiniana, pero en el que –a diferencia de ésta- la competencia
se codea con la cooperación. Sin embargo, investigaciones realizadas con varias especies animales,
especialmente primates, han demostrado que existe otro tipo de selección considerablemente más
ágil que la genotípica y que consiste en lo que algunos biólogos denominan adaptación por aprendizaje.
Según esta versión la conducta se va adaptando al entorno y ésta, como repertorio de usos, se
transmite entre generaciones. Dicho repertorio, según lo que antes decíamos, constituye una cultura
rudimentaria, que a tenor de su función existe sólo en la medida que es comunicable9. Y si bien, en
el caso de los animales superiores no humanos, esta comunicación suele ser en extremo analógica,

8 Idealismo que en cierta medida es trascendido por la teoría electromagnética de Maxwell. Cf. STRATTON, J.A.
Electromagnetic Theory. New York: McGraw-Hill, 1941, Introducción.

9 Lo cual confirma desde otra perspectiva la hipótesis de Eco según la cual la cultura se contempla como un
fenómeno comunicativo. Cf. ECO, U., op. cit.

6
ya que predomina la imitación directa10, en el caso del hombre ésta es esencialmente simbólica y
con un repertorio de usos inmenso. En virtud del drama vital antes dibujado entre problemas y
soluciones esta capacidad simbólica cumple una función de capital importancia: permite comunicar
las soluciones ya dadas a multitud de problemas que el acerbo cultural conserva; y ofrece además
una herramienta fabulosa para trascender la propia cultura: pensar nuevas soluciones.

Esta facultad simbólica, sobre la que se asienta la práctica totalidad de las estrategias
comunicativas que el hombre ha desarrollado (y entre las que de forma relevante se encuentra la
lengua), permite que la comunicación humana goce de dos propiedades fundamentales que la hacen
extraordinariamente poderosa: una productividad ilimitada de significación y una total portabilidad a
través del espacio y del tiempo. Estas dos características hacen que el acerbo cultural del hombre se
convierta en un universo que parece abarcarlo todo: le ofrece explicaciones del mundo, le propone
objetivos, le transmite anhelos y necesidades, le obliga a determinados usos, le deja francos otros
espacios y le puede incluso retirar el bocado que tenía delante, producirle tormentos… Y en
definitiva, no puede hablarse de hombre sin cultura, es decir, sin comunicación.

La comunicación, por tanto, no se trata sin más de una de las cosas que el hombre haga, sino
que, en esencia, es hombre en virtud de la comunicación11. Con ella busca y encuentra soluciones a
sus muy variados problemas y ella le impone nuevos problemas. De esta forma comunicación y
hombre pertenecen a la matriz indisociable de los problemas, que son de orden individual, social y
cultural, y en el que estos tres órdenes resultan también indisociables12.

Como se verá más adelante, en lo que atañe a las comunicaciones de larga distancia: su
necesidad dependerá de la estructura social que en cada momento requiere un tipo particular de
vínculos. Así una sociedad constituida por unas pocas decenas de hombres sólo requerirá el recurso
de salvar cortas distancias. Mientras que el millar de kilómetros del imperio azteca o persa hacía
perentorio para su mantenimiento vínculos de dicha longitud, aunque los requerimientos de
velocidad y frecuencia, en virtud de la organización del imperio, era baja en comparación con la que
necesitaba la Inglaterra decimonónica.

10 Aunque como han demostrado algunos investigadores no está exenta de la facultad simbólica,
especialmente en los primates, y que por tanto merece ser llamada digital. Cf. SCHRIER, A. Y STOLLNITZ, F.
(ed.), Behaviour of non-human primates, N.Y.: Academic Press, 1971.

11 Con lo que además podría añadirse que el hombre es en virtud de otros hombres: pretéritos (herencia
cultural) y presentes (ámbito cultural). Esta es la esencia social que, en cierto modo, Aristóteles simbolizaba
diciendo que el hombre es un animal político. ARISTÓTELES, Política, Madrid: Alianza, 1986. libro I, 2.

12 Por esta razón la pretensión del liberalismo de considerar de forma independiente al individuo, a la
sociedad civil y a la política constituye una violenta agresión a la realidad.

7
3. La telecomunicación desde la antigüedad hasta los inicios
de las comunicaciones electrónicas
Si atendemos a la definición de telecomunicación por parte de la Unión Internacional de
Telecomunicaciones, podríamos incluso prescindir del apelativo de larga distancia (ya que
telecomunicación es tanto cuando se mandan señales electromagnéticas entre un microprocesador y
su memoria, que pueden distar unos milímetros o cuando se envían desde una sonda espacial en
Plutón; ahora bien, siempre con vistas a transmitir información) pero según esta definición que se
circunscribe al uso de medios electromagnéticos la telecomunicación sería, en efecto, un fenómeno
radicalmente moderno y en absoluto podríamos hablar de una historia anterior al siglo XIX13, esto
daría la razón al turista imaginario frente a la columna trajana y echaría por la borda todas las
expectativas anunciadas al principio.

Sin embargo, el sentido común nos invita a una consideración más obvia y menos atada al
especialismo técnico: telecomunicación sería aquella comunicación en la que la distancia
involucrada no puede ser salvada por las facilidades

naturales, esto es, si se trata del lenguaje, la distancia a partir de la cual un locutor deja de ser
entendido por la audiencia; si se trata de exposición de imágenes, la distancia desde la que se deja de
percibir los detalles relevantes. Por ejemplo, atendiendo al lenguaje se puede determinar que (en
condiciones normales de entorno despejado y silencio) a partir de unos cien metros deja de
entenderse lo que un locutor, hablando alto, está diciendo. Si se observa nuestras plazas mayores,
herederas del foro latino e indirectamente del ágora griego no superan esas dimensiones. Éste era el
lugar privilegiado de intercambio de mensajes complejos (entendiendo por ellos los que gozan de
las propiedades antes resaltadas de productividad ilimitada y portabilidad) en una sociedad cuya unidad
esencial era la de la ciudad14. Pero si el mensaje que pretende transmitirse es simple (pertenece a un
conjunto limitado de significados posibles), entonces la voz humana tiene una aplicación aún más
distante: un grito (en las condiciones de entorno despejado y silencio) puede llegar a oírse a más de
600 m, distancia que puede ser aun aumentada usando tonos más agudos, en los que el umbral de
audición es inferior al que correspondería a un grito normal. Y de hecho, hasta nuestros días han

13 Aunque según ha demostrado la historiografía reciente existieron experiencias telegráficas que recurrían a la
electricidad ya en el siglo anterior, entre ella la de Salvá y Campillo que quedaron abortadas con el
advenimiento de la invasión napoleónica. OLIVÉ ROIG, S. “Prehistoria de la profesión de ingeniero de
telecomunicación y de sus escuelas” en Cuadernos de Historia de las telecomunicaciones, n.° 2, Universidad
Politécnica de Madrid, 1998.

14 Téngase en cuenta que a pesar de la vasta expansión del imperio romano su estructura política nunca dejó
de estar radicalmente centrada en la urbe: allí se discutía, se deliberaba y se decidía.

8
llegado varios medios de comunicación en el que se recurre a silbidos o chillidos agudos, así el
irrintxi vasco, el melódico chillido tirolés o el silbido canario. Pero evidentemente la capacidad y
densidad de estas comunicaciones es demasiado reducida en comparación con la lingüística,
quedando así relegadas a funciones muy específicas aunque importantes, dentro del ámbito de
sociedades estructuradas en virtud de comunicaciones más densas.

En definitiva, se observa en la arqueología de las sociedades pretéritas que en aquellas cuya


dimensión era reducida no aparece el uso de la telecomunicación de una forma recurrente, pero que
en caso de que eventualmente surgiese la necesidad de comunicar alguna información a larga
distancia: estas sociedades recurrían a sistemas sencillos, haciendo uso de pocos medios y mucho
esfuerzo. Un ejemplo ilustre de esta situación es el de la comunicación del resultado de la batalla de
Troya entre el lugar de la contienda y el Peloponeso. Aunque su descripción nos haya llegado bajo
el ropaje literario de la pluma de Esquilo en su tragedia Agamenón, la posibilidad de que esta se
diera es bastante alta, precisamente a tenor de la descripción que el dramaturgo nos da15. Esquilo
nos cuenta, en boca de Clitemestra, como a través de diversos enlaces encadenados desde Troya
hasta Argos se emite una señal luminosa en repetición de la recibida desde el relevo anterior, con el
significado convenido de la victoria sobre los troyanos, y con una intensidad apropiada a la distancia
a salvar, que puede ponderarse en función de la madera utilizada. Como Aschoff demostró16, una
comprobación de las posibilidades reales de visibilidad teniendo en cuenta la curvatura de la tierra,
las alturas de los promontorios mencionados, la intensidad luminosa y el límite de perceptibilidad
de la señal frente a la posible interferencia de las luces naturales, pone en evidencia que esa
transmisión pudo, en efecto, realizarse, y aunque ese no hubiera sido el caso, la propia exposición
de Esquilo muestra claramente que disponían de la facultad de hacerlo.17

15 Cf. ESQUILO, “Agamenon”, en Tragedias completas, Barcelona, Planeta, 1993, vv. 281-319

16 Cf. ASCHOFF, V., Geschichte der Nachrichtentechnik, Berlin: Springer-Verlag, 1984.

17 Obsérvese que este mensaje es digital y al igual que en las modernas transmisiones digitales cada repetidor
regenera la señal, haciendo una recepción y una nueva emisión. Existen, no obstante, dos diferencias
fundamentales: el mensaje no es complejo y difícilmente podría llegar a serlo; el medio se usa para un solo
mensaje, empleando mucha más energía para la transmisión del símbolo que para la constitución y
mantenimiento del sistema (dos elementos que en las telecomunicaciones modernas son impensables).

9
Ese uso de la telecomunicación
que podemos llamar eventual se ve en
circunstancias diversas y con distinto
grado de eventualidad. Por ejemplo,
entre los Ndimbe de Camerún se viene
utilizando desde tiempos ancestrales
un sistema de comunicación con la
capacidad de transmitir mensajes
complejos. Este sistema, que tan sólo
requiere del uso de un instrumento de
Comunicación a distancia de los Ndimbe mediante un código
binario de dos tonos percutidos sobre un tronco horadado percusión del lado emisor y allí donde
se sitúe un relevo, se despliega en la
estación en que las lluvias anegan los valles y las tribus quedan aisladas de las vecinas con las que se
mantiene relaciones permanentes. Para realizar las comunicaciones los Ndimbe recurren a un
código binario que usa dos tonos percutidos sobre un tronco horadado, a modo de caja de
resonancia, y cuyas percusiones se articulan de tal modo que pueden construirse palabras y frases.18

Con menor grado de eventualidad, los imperios antiguos disponían de procedimientos para
mandar con relativa rapidez mensajes complejos. Así las tablillas de cera romanas sobre las que
podían escribirse mensajes que después portaría un emisario;
o la trenza de cuerdas azteca que mediante una codificación
relativa a la posición de los nudos permitía enviar mensajes,
que aunque fueran breves, eran también complejos.

Pero en determinadas condiciones sociopolíticas se


hizo además necesario el despliegue de redes de comunicación
rápidas y permanentes. En el s. IV a.C. Eneas el Estratega nos
relata un ingenioso sistema de telegrafía hidráulica, de cuya
suerte no tenemos especial noticia. Pero Polibio en el siglo II,
nos habla de otro sistema de telegrafía óptica vigente en su
época en el que el emisor estaba constituido por dos filas de
Atillo de cuerdas azteca para la
antorchas que permitían la selección de letras del alfabeto en transmisión de mensajes, codificados
segúna la posición de los nudos
función de las antorchas mostradas. Los mensajes se

18 Cf. ASCHOFF, V., op.cit.

10
transmitían entre torres y a medida que éstos iban llegando se volvían a enviar al siguiente relevo.
De esta forma, mensajes con una posibilidad de significación ilimitada eran capaces de recorrer las
vastas extensiones de los imperios seléucidas.19

Un sistema semejante al referido por Polibio es del que nos habla en el siglo III d.C. Sexto
Julio Africano y que probablemente sea el mismo que se representa en la columna Trajana. En este
telégrafo, el emisor (o cualquier relevo) constaba de tres torretas sobre las cuales tres mensajeros
iban identificando un carácter del alfabeto en
función de la posición angular del eje de sus
antorchas (que podían adoptar ocho
posiciones diferentes). Como en el sistema
mencionado por Polibio, el texto que se iba
recibiendo desde el relevo anterior, se
escribía hacia el siguiente, hasta llegar a su
destino. Tanto este sistema como el helénico,
desarrollados en un periodo en el que las
fronteras corrían serio peligro, suponen ya Sistema romano de telegrafía óptica descrito por Sexto
Julio Africano (s. III d.C.)
una sustancial diferencia con respecto al
sistema de telecomunicación empleado en ocasión de la batalla de Troya. Ahora, se pueden enviar
mensajes complejos; se dedica más energía para constituir y mantener el sistema (torres y soldados)
que para realizar la emisión, y además son permanentes. Dista de la telecomunicación moderna, ya
sólo en la medida que se requieren operadores manuales para la retransmisión en lugar de
dispositivos electrónicos, lo cual impone una severa diferencia en la rapidez de la transmisión.20

La red de faros dispuesta a lo largo de toda la cuenca mediterránea supone un sistema


complejo, no sólo de ayuda a la navegación sino de comunicaciones permanentes que denotan la
extensión de la estructura social romana. Y precisamente la reducción del número de faros y de su
altura a lo largo del periodo de fragmentación política desde la caída del imperio romano de
occidente viene nuevamente a ilustrar la correlación existente entre las necesidades que la
circunstancia sociopolítica impone en materia de relaciones a distancia y las telecomunicaciones que
esta desarrolla.

Pero el advenimiento de los estados modernos suponen una modificación drástica de la


circunstancia sociocultural: grandes territorios empiezan a percibirse como naciones y ya no en el
sentido imperial de relación metropolitana. Desde el siglo XVI las comunicaciones terrestres y

19 Ibid.

20 Ibid.

11
marítimas crecen formidablemente: se desbrozan las tierras para hacer caminos, se construyen
puertos y progresan las técnicas navieras; los correos postales se hacen más rápidos y eficaces
aunque circunscritos a los ámbitos monárquicos21; la imprenta facilita la difusión de las ideas; los
estados se articulan mediante una estructura compleja que desarrolla potentes técnicas burocráticas.
Sin embargo, la participación política limitada así como el control centralizado del poder por medio
de una estructura afianzada por la burocracia, hace que las comunicaciones masivas e instantáneas a
larga distancia no resultan perentorias. Esta etapa, anterior a los ciclos revolucionarios, es desde el
siglo XVII la del optimismo ilustrado, que abona una producción científica singularmente creativa y
desde la que se escriben las primeras páginas de casi todas las ciencias modernas. El siglo XVIII
marcará ciertos hitos trascendentes para la telecomunicación futura, es el siglo de Galvani, Ampere,
Coulomb, Volta y también el de Salva y Campillo22. Se llevan a cabo un sin fin de proyectos23 bajo
un clima de optimismo a menudo delirante y donde, en general, no se producen cambios políticos
radicales... Hasta la revolución francesa, en este momento, Francia con una base política netamente
diferente se siente acosada por todos sus costados y en la necesidad de vigilar sus fronteras
desarrolla una densa red de telegrafía óptica por todo su territorio (técnica que, inventada por
Claude Chappe, luego será extendida a toda Europa y que guarda una estrecha semejanza con la
telegrafía romana descrita por Sexto Julio Africano24). Pero la reacción antirrevolucionaria triunfa, y
bajo el clima de restauración del régimen antiguo los proyectos ilustrados se ven parcialmente
frenados, percibiendo en ellos cierta responsabilidad respecto a la fiebre emancipadora25, a la vez
que el optimismo ilustrado se ve doblemente golpeado: primero por los excesos de las llamas
revolucionarias, luego por el triunfo de los reaccionarios.

21 El correo como servicio público no se desarrolla en Europa hasta el siglo XVIII. Cf. RECUERO, A. “De
privilegio real a servicio público” en Historia de las telecomunicaciones en España, Revista del M.O.P.T., n° 422.

22 Ver nota 13.

23 Entre ellos diversos sistemas de telegrafía óptica, que guardan cierta similitud con los helénicos y romanos,
aunque la mayor parte de ellos carecían de la posibilidad de enviar mensajes complejos. Pero también
proliferan los intentos de aplicación de la electricidad, como el citado de Salvá y Campillo, o el más tardío,
pero más popular telégrafo de Sommering (1805), que tampoco llegó a desarrollarse con fines prácticos.

24 En el caso de España, a pesar de los incipientes experimentos de Betancourt, no desarrolla una red nacional
de telegrafía óptica hasta la década de 1840 bajo proyecto del Brigadier Mathé. Cf. OLIVÉ ROIG, S., op. cit.;
Merino, M.M., “A todo tren”, en Historia de las telecomunicaciones en España, Revista del M.O.P.T., n° 422.

25 Se trata de la época de la clausura de universidades promulgada por Fernando VII.

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A pesar del relativo revés político de la
burguesía, ésta se ve reforzada por el poder que la
industrialización le otorga, y aunque consiga grandes
concesiones bajo la restauración, el ímpetu
revolucionario no tardará en manifestarse. En la
década de 1830 nos encontramos con dos
acontecimientos decisivos: aparece una nueva oleada
revolucionaria y los primeros ferrocarriles al fin
funcionan, desarrollo que la industrialización capitalista
venía persiguiendo con objeto de conseguir una
movilidad masiva y rápida de las mercancías. Pero una
vez que éstas podían moverse ágilmente, se hacía
necesario un sistema de comunicaciones aun más
rápido que pudiera controlar los ferrocarriles y, en
definitiva, el flujo de mercancías. Francisco Salvá y Campillo

Este momento es especialmente ilustrativo para quienes imaginan la tecnología como una
sucesión de acrobacias prometéicas porque curiosamente en el transcurso de sólo cinco años:
Gauss, Weber, Canstadt, Steinheil, Wheatstone, Cooke, Siemens y Morse desarrollaron de forma
independiente telégrafos distintos, y con una fortuna también diversa26. Finalmente acabó
triunfando, no sólo en la práctica sino también en el imaginario histórico el invento de Morse (en
virtud de su sencillez y robustez frente al ruido). La circunstancia socio-política se encontraba a la
sazón tan necesitada de lo que el telégrafo le aportaba que poco después de su invención Gabriel
Tarde considera que se trata de un elemento indisociable de la vida colectiva de todo estado
parlamentario27.

26 Los telégrafos de Gauss y Weber subsistieron algún tiempo pero pronto fueron remplazados por el sistema
de Morse; Siemens llegó a extender una gran red al ser contratado para enlazar Londres con Bombay; el
telégrafo de Wheatstone logró una gran longevidad ya que fue empleado por los ferrocarriles británicos. Cf.
ASCHOFF, V., op.cit.; VÁZQUEZ MONTALBÁN, M. Historia y comunicación social, Barcelona: Crítica, 1997.

27 Refiriéndose a la preponderancia de las asambleas municipales respecto a las nacionales, anterior a la


invención del telégrafo explica: “fue así como la prensa de entonces, desprovista de las inmensas alas que le
han prestado los caminos de hierro -los ferrocarriles y los telégrafos- sólo podían poner al Parlamento en
comunicación rápida en intensa con la opinión de París. En la actualidad todo parlamento europeo, gracias a
la prensa adulta, se halla en contacto continuo e instantáneo, en relación viva de acción y reacción recíprocas,
con la opinión, no ya de una única ciudad, sino de todo el país, del que es a la vez una de las manifestaciones
y una de las excitaciones principales, el espejo curvo y el espejo ilusorio”. TARDE, G, La opinión y la multitud,
Madrid: Taurus, 1986, p.88.

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Pero no sólo es en la múltiple
proliferación de su desarrollo donde
se ve el imperio de las necesidades
(sociales, políticas y económicas),
sino también en la premura de su
rápida extensión a pesar del elevado
coste de su despliegue. Circunstancia
que de manera desproporcionada se
ve en el caso del insólito proyecto de
los cables transoceánicos, tan
Caricatura de época del primer cable trasatlántico, anhelados por un imperio británico
a un lado Cyrus Field, al otro Minerva.
inmenso, colonial, industrial y
capitalista, para el que era una cuestión de supervivencia el logro de las comunicaciones a través de
los océanos. Cuesta trabajo pensar que la aventura del tendido del primer cable transoceánico (tan
primorosamente descrito por la pluma de Stefan Zweig28) a pesar de sus fracasos consecutivos y sus
costes astronómicos, se llevara finalmente a cabo, si no es bajo el yugo de las necesidades del
imperialismo colonial (téngase en cuenta que además de los imperios europeos es la época en que
Estados Unidos hace explicita la doctrina Monroe29). Así mismo resulta sorprendente el que a pesar
de la limitación de recursos y la enorme dificultad del tendido de los cables submarinos, en el
transcurso de pocos años Inglaterra dispusiera de cables que alcanzaran América del Norte y del
Sur; África y buena parte de Asia30.

Conclusiones
Pretendía mostrar, como anunciaba al principio, que la telecomunicación no sólo es un
hecho moderno, sino que tiene una larga historia cuyos inicios son bastante remotos. A pesar de las
diferencias, sus formas antigua y moderna no son esencialmente tan diversas, principalmente
cuando la nota de inmediatez, tan representativa de las telecomunicaciones modernas, no tenía para

28 ZWEIG, S. “La primera palabra a través del océano” en Nuevos momentos estelares de la humanidad, Madrid:
Espasa-Calpe, 1997.

29 Simbólicamente el primer cable telegráfico transoceánico se instala, gracias a la participación de Cyrus Field,
entre Inglaterra y EE.UU.

30 El neto interés económico del cable transoceánico se hizo patente cuando a los pocos días de haber
inaugurado el primer cable una noticia telegrafiada permitiría que el gobierno británico ahorrara 50.000 libras.
Cf. ASCHOFF, V., op.cit.

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el hombre antiguo la importancia que nosotros le damos. La exposición de lo que podría llamarse
prehistoria de la telecomunicación, aunque sólo haya traído a colación una pequeña parte, creo que
demuestra lo que me proponía.

Pero además sugería que la historia de la telecomunicación carecía del crecimiento lineal,
irreversible y autónomo que a menudo se le otorga. Espero que aunque haya dispuesto de muy
poco espacio, al menos haya conseguido ilustrar a partir de los pocos hechos considerados que la
telecomunicación aparece en contextos socio-culturales que lo demandan. Quizá si me hubiera
extendido más exponiendo, por ejemplo, otros desarrollos de la telecomunicación moderna y
postmoderna, habría dispuesto de más ocasiones para ejemplificar lo que de una forma teórica he
pergeñado en esas teorías del “hombre con la técnica” y del “hombre con la comunicación”, pero
acaso habría corrido el riesgo de burlar la máxima de cantidad de la eficacia comunicativa de Grice31.
Pero al menos ha quedado el esqueleto sobre el cual habría intentado armar mi exposición de los
hechos. Esas ideas pretendían ser útiles en virtud de su capacidad explicativa, pero además
pretendían ponernos bajo aviso de ciertos abusos, de ciertas simplificaciones, de errores que acaso
nos urja subsanar. Y creo que al menos son un escorzo desde el que mirar las cosas de otra manera,
sin pretensión de abarcar toda la realidad de su objeto (ninguna idea logrará ir tan lejos).

31 GRICE, H.P., Studies in the way of words, Cambridge, Mass.: Harvard U.Press, 1989.

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