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AURELIO ARTETA
Uno se acerca a Hamden (Conneticut, EE UU), donde vive Juan Linz, con un
respeto casi reverencial. No es para menos, porque sólo resumir el historial de este
profesor de ciencias políticas y sociales en la Yale University desbordaría el espacio
que este periódico me concede. Es autor de España: un presente para el futuro,
Conflicto en Euskadi, La quiebra de las democracias, El fracaso del
presidencialismo, así como de decenas de obras en colaboración y traducidas a
muchas lenguas. Miembro de la Academia Europea y doctor honoris causa de
varias universidades, ha recibido el premio Príncipe de Asturias y, más
recientemente, el Johan Skytte en Political Science. Ha sido profesor visitante en
Heidelberg, Múnich, París, Berlín, Tokyo... Pero todo lo que tiene de abrumador su
currículo lo tiene el profesor Linz de llaneza y cordialidad. En esto no le va a la zaga
su mujer, Rocío de Terán (su brazo derecho y hasta el izquierdo), autora de cuentos
infantiles y asidua colaboradora de nuestro profesor... Fueron varias horas de
conversación, una larga lección de política, de la que aquí sólo caben unos pocos
fragmentos.
Juan Linz. Tras haber estudiado derecho y ciencias políticas en Madrid, me vine a
Estados Unidos en el año 1950. Aquí estudié sociología, preparé mi tesis doctoral y
trabajé de ayudante de investigación con profesores como Merton, Lipset y Bendix.
Volví a España en 1958 con una ayuda para trabajar sobre el régimen español y me
hice cargo de la cátedra de Gómez Arboleya cuando murió. La universidad española
no me ofreció más que ser de nuevo ayudante de clases prácticas y yo no disponía
de medios de vida. Fue entonces cuando me llamaron de la Columbia University,
adonde vine el año 1961, y después, en 1968, a la de Yale. Y aquí he permanecido
hasta ahora.
Partidos políticos
A. A. Hace tiempo que doy vueltas al modo como se financian. En mi opinión, todo
estriba en la doble naturaleza del partido político, una organización de carácter
privado y a la vez tan pública que sobre ella pivota el sistema político en conjunto.
Como negocio privado, invierte con vistas a los beneficios de sus accionistas (los
cargos o 'el botín del Estado', que diría Weber) y puede recabar cuanta financiación
legal le sea precisa. Como empresa pública, la más nuclear del aparato del Estado,
sus fines han de ser el interés común y su financiación sólo puede ser pública. Aquí
hay una antinomia que no sé resolver. Por si fuera poco, se diría que por razones
obvias la izquierda sale perdiendo con este tipo de financiación privada e ilimitada,
mientras la derecha en general sale ganando.
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relativa igualdad eso que de otra manera pagarían en impuestos y que el Estado
distribuiría después para mantener el juego de los partidos...
A. A. Digamos más bien que aún no hemos dado con la fórmula capaz de plasmar
ese principio democrático. En un texto que casi nadie recuerda dice Stuart Mill que
toda financiación privada que exceda un cierto límite, fijo y público, introduce la
desigualdad entre los candidatos; más en concreto, una desigualdad que favorece
de hecho a los candidatos con mayor respaldo económico. Schumpeter, por su
parte, no duda de que la propaganda política se rige por la misma ley que la
propaganda comercial: la expectativa de mayores ventas.
Democracia y mercado
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A. A. Me temo, Juan, que estés traicionando tu acreditado realismo. Si partimos de
que, efectivamente, la propaganda política responde a la misma lógica y a parecidos
intereses que la propaganda comercial...
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El problema vasco
A. A. He dejado para el final algo que a los dos nos duele, como es el interminable
problema vasco. En tu caso, además, la preocupación viene de antiguo, porque ya la
manifestaste incluso antes de morir Franco.
A. A. ...
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J. L. Hay dos géneros de libertades: la de las colectividades (de las nacionalidades,
regiones o autonomías) y la de los individuos. Creo que el mejor patrón de libertad
implica las dos. Habría muchas fórmulas para coordinarlas, pero todas han de
partir de un requisito: una voluntad de convivencia, y no de hostilidad. Frente a ese
modelo que ya no podemos aplicar en España, el del Estado-nación, hay otro que
llamaré de nación-Estado. Este último implica un sentimiento de identidad en lo
propio y de respeto a los intereses comunes; en una palabra, de lealtad hacia la
federación.
A. A. Suelo decir que el drama del nacionalista moderado consiste en estar
dividido entre la comunidad civil que forma con todos sus conciudadanos y la
comunidad de creencias (anterior y más sagrada) que vive tan sólo con sus
correligionarios. Tal es la contradicción que atraviesa al PNV.
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J. L. Efectivamente, antes que nada habrá que decidir quiénes son los que tienen
derecho a decidir. Si uno contesta 'la población de la comunidad autónoma vasca',
los nacionalistas le replicarán que hay que incluir también a dos departamentos
franceses y a Navarra. Pero eso lo tendrán que resolver los franceses y los navarros,
quienes no parecen estar por la labor. Y todo ello sin contar con que los
nacionalistas invocan en Euskadi la tradición de los derechos históricos de cada
uno de sus territorios, reflejada incluso en su sistema electoral de representación.
¿Gozará entonces Álava del derecho de autodeterminación? Si lo ejerce, es más que
probable que su mayoría no estuviera a favor de la soberanía de Euskadi. Y si me
apuras, ¿por qué la 'margen izquierda' no se une a Cantabria y se sitúa en
Baracaldo la frontera entre el Estado de Euskadi y la autonomía cántabra? Todo
eso conduce a absurdos.
A. A. ¿Y entonces?